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Corrupción Política, corrupción social Author(s): Agustín Domingo Moratalla, M.a Dolors Oller and Albert Sáez Source: El Ciervo, Año 43, No. 525 (DICIEMBRE 1994), pp. 5-11 Published by: Ciervo 96, S.A. Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40816760 Accessed: 18-04-2016 21:39 UTC Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at http://about.jstor.org/terms JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. Ciervo 96, S.A. is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to El Ciervo This content downloaded from 74.217.200.19 on Mon, 18 Apr 2016 21:39:45 UTC All use subject to http://about.jstor.org/terms

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Corrupción Política, corrupción socialAuthor(s): Agustín Domingo Moratalla, M.a Dolors Oller and Albert SáezSource: El Ciervo, Año 43, No. 525 (DICIEMBRE 1994), pp. 5-11Published by: Ciervo 96, S.A.Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40816760Accessed: 18-04-2016 21:39 UTC

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Corrupción política, corrupción social El premio Enrique Ferrán cumple su vigésimo quinto aniversario. Por él han desfilado los temas que, a nuestro juicio, han tenido el mayor interés en estos años. Su repaso permite concebir una cierta crónica social y humana del último cuarto de siglo español. Este año, el tema se nos impuso: la corrupción. Una corrupción desenmascarada cerca y lejos, con distintos nombres, pero con resortes parecidos. Aliila llaman "mordida", metáfora diáfana del pastel que hay que repartir; más allá, "coima", denominación de origen con reminiscencias árabes. Más cerca, la tangente" ha servido para denunciar, con sutiles referencias geométricas, la cuota corrupta que pasaba de mano en mano. En España se habla del "pelotazo". Desgarro lingüístico propio de nuestra lengua, con el "pelotazo" conjugamos nuestro encandilamiento por las formas externas con los excesos

verbales. Con el término "pelotazo" nos referimos inicialmente al deslumbramiento.

Luego, algunos ascendieron el "pelotazo" a los altares sociológicos cuando prefirieron hablar de su cultura. Nadie se preguntó entonces por las causas del enriquecimiento uniformemente acelerado, simplemente se fijó la atención en lo aparente, y ahora se descubren detrás del "pelotazo" prevaricaciones, tráficos de influencias y de información privilegiada, obras de ingeniería financiera y usos no indicados de algunos fondos que merecen reserva.

Ahora nos hemos puesto severos y nos hemos asombrado de nuestra miopía social. Pero lo que está claro es que la corrupción no es otra cosa que la cara B del "pelotazo". Es el "pelotazo" mismo en su sentido más siniestro. El "pelotazo" sin oropeles y con los cables al aire. Publicamos a continuación el artículo "La

perversión de la palabra", de Agustín Domingo Moratalla, que obtuvo el premio de ensayo. Asimismo aparecen los trabajos de M.a Dolors Oller y Albert Sáez (el artículo de M.a D. Oller ha sido traducido del catalán por la redacción).

La perversión de la palabra

Agustín Domingo Moratalla

algunos años Václav Havel se lamentaba de la desmoralización a la

que había llegado su pueblo con es- tas palabras: "Parece como si la gente hu- biera perdido la fe en el futuro, en la rectifi- cación de los asuntos comunitarios, en el sentido de la lucha por la verdad y el dere- cho..."1. Son palabras que describen el es- tado de amarga resignación e impotencia en el que nos encontramos cuando un día tras otro descubrimos actos morales o es-

tados de cosas que pervierten la confianza en los valores compartidos que generaron nuestro texto constitucional.

Lo realmente sorprendente es el grado de resignación al que estamos llegando, los niveles de inmunización que estamos alcanzando y la elasticidad de los umbrales entre los que circula nuestra tolerancia. No queremos dejar de preguntarnos ¿qué po- demos hacer?, ¿hasta dónde podremos re- sistir?, ¿cómo hacer frente a este desáni- mo de la ciudadanía? Ya nos vamos

convenciendo de que firmar escritos de protesta, enviar cartas a los periódicos o reclamar ante el defensor del pueblo son actividades muy cívicas, muy loables y honrosas, pero también muy insuficientes. ¿Dónde se nutrirá nuestro coraje para rec- tificar los asuntos comunitarios y seguir lu- chando por la verdad y el derecho?

Si en un determinado momento de

nuestra historia fuimos capaces de romper con el escepticismo y generar una cultura política como la que gestó la Constitución de 1978, debemos preguntarnos por qué se ha fragmentado la ética ciudadana que la hizo posible; por qué ha caído en el olvi- do aquel patrimonio moral y por qué el re- sultado de todo ello es un clima de indigna- ción contenida. En realidad, los distintos casos de corrupción que hemos ido cono-

ciendo no son la única causa de nuestra

desmoralización, sino los acontecimientos que la han hecho más visible.

Como en aquel cuento de Andersen so- bre el traje nuevo del emperador, han sido los escandalosos casos de corrupción los que nos han ayudado a ver que el empera- dor estaba desnudo; casos que nos han ido quitando las légañas de unos ojos que se resignaban a ver en la administración lo que ya se consentía en la ciudadanía. A lo mejor, lo que estamos descubriendo no es sólo la fragilidad de nuestra moral constitu- cional, quizá tampoco sea la voracidad am-

Los casos de corrupción que hemos conocido no son

la única causa de la desmoralización sino lo que

la ha hecho más visible

nésica con la que algunos administran la opinión pública; lo más probable es que -a pesar de lo bien cuidada que tenemos la moral pensada- nos veamos obligados a levantar acta del raquitismo de nuestra mo- ral vivida.

Corrupción: irregularidad y negatividad

Si intentásemos hacer un diagnóstico sereno, descubriríamos que las raíces de este desánimo son múltiples, variadas y sorprendentes. Probablemente nos afectan más de lo que nos imaginamos y por ello

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T R A S F O N D O

procedemos a buscarlas siempre fuera de nuestros hogares, como si nuestra moral privada vampirizase a nuestra moral públi- ca y creyésemos que el robustecimiento de una pudiera realizarse admitiendo el des- cuido, el olvido y la indiferencia de la otra. Descubriríamos también que lo común a muchos casos de corrupción no es sólo una actuación "irregular", es decir, una ac- ción en la que un agente social o político no actúa en conformidad con una norma establecida e identificable.

Nos encontraríamos con vacíos legislati- vos, con actividades no reguladas, con ar- bitrariedades consentidas o aceptadas y, en definitiva, con oscuras zonas por las que transitar cuando se pretende evitar el paso por la avenida de la responsabilidad. Nos asombraríamos de una cultura política en la que no hay una común percepción de la justicia, una cultura instalada en la apa- riencia, en un silencio fruto de compromi- sos imposibles de desvelar; una cultura sin el deseo de actualizar las promesas más básicas que fundan el ethos democrático. Por ello, lo primero que nos encontramos es una lógica de la ocultación, de la oscuri- dad y de la negatividad, una lógica en la que se han pervertido las mediaciones que sostienen los valores compartidos; una ló- gica donde la palabra compartida ha dep- > do de ser palabra ciudadana, palabra pójttfe *r> ca y palabra educativa. ' *

Una concepción patrimonial del Estado

Esta perversión de la palabra se ha he- cho pública de una forma clara en el proce-

Convendría que ayudásemos a los partidos políticos V a clarificar el capital

ético-polpç» que representan

so de patrimonialización del estado por parte de los agentes políticos. Indepen- dientemente de la utilidad que puedan te- ner cajas de ahorro, ayuntamientos, diputa- ciones, autonomías, gobiernos civiles o delegaciones del gobierno; estas institucio- nes han pasado a depender de cuotas de poder que el partido puede controlar. Gra- cias a estos cálculos, de la misma forma que se accede directamente al presupues- to, se traen y se llevan funcionarios o se crean cargos ficticiamente necesarios. Pa- rece como si no hubiésemos aprendido aún de Max Weber cuando nos advirtió del

clientelismo que engendra la concepción patrimonial del Estado.

No faltan quienes asignan esta fragilidad a la complejidad del mismo sistema demo- crático. Sin embargo, por lo que a nuestro sistema respecta, esta fragilidad no es de las instituciones, sino de los agentes que la van conformando. Agentes que, en la me-

El clientelismo tiene que ver con estructuras como la 'devotio' ibérica, la 'encomendado' visigoda

o el vasallaje feudal

dida que acceden al control de las adminis- traciones van colocando a los amigos y desplazando a los enemigos. Agentes que no han calculado con la suficiente honesti-

dad el impacto que van a tener estos com- portamientos en la erosión del humus de- mocrático. Dado que estos agentes a los que nos referimos son los partidos, con- vendría que les ayudásemos a clarificar el capital ético-político que representan con el fin de que no se nos ofrezcan únicamente * como maquinarias electorales. * !T **"

Este capital tiene tres graves hipotecan

La primera de ellas ^fjt^||mKRNO. Aún no está demostrado pero í&rie mucho que ver con estructuras políticas ancestrales de nuestro ptiebto como fueron la devotio ibé-

rN^^epa^endâtôt>vf$ipia o el vasalla- je feudal. Formas de convivencia políticas caracterizadas por la reciprocidad en tos favores y por tai tenencia a establecer vírv Mettete. <ja xsùît^ârr^ protección ante las cqâlidaáes seductoras de los jefes. Estas formas dé adhesión personal están por en- cima de cualquier adhesión ideológica; de ahí que algunos militantes aturdidos y per- plejos afirmen con ingenuidad; *V° ya Qf^ ** sé, si soy de los nuestros". **

Como consecuencia de esta ética don-

de el soporte político e§ te adhesión íncoi# dicional al líder, s# produce fa oligarqtMê* ción d?1i¿:jfyicfefc Ity ««rtido rafeé %- éçpaçíò díWaé se cRscuitefi unas tradicio- nes políticas, donde se debaten ideas va- liosas que pueden hacerse posibles o don- ^ se discréj&ã abiertamente. Quien tffecute, debate o discrepa es un traidor que cuestiona los liderazgos naturales y debe ser arrojado a las tinieblas exterio- res. Un traidor al que no le está permitido ni siquiera el voto en conciencia2. ¿Por qué no sustituir las votaciones por delega- ción o federación por el principio de un mi- litante un voto? ¿Por qué no replantearse las leyes que regulan el derecho de los partidos y empezar a pensar en serio una regulación que plantee el derecho en los partidos?

La tercera y más grave de las hipotecas se encuentra en lo que J. A. Ortega ha de- nunciado como el agusanamiento de las instancias externas de objetividad por la ló- gica de los partidos3. Hemos visto cómo esta lógica de cuotas ha minado seriamen- te la credibilidad de instituciones públicas dotadas constitucionalmente de autoridad

política. Falta por ver cómo se procederá al nombramiento de los titulares de órganos como el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas o el Defensor del Pueblo. Si nos

seguimos resignando al importado sistema de cuotas (lottizzazione) acabaremos per- virtiendo no sólo la letra del texto constitu-

cional sino la palabra de la ética cívica que lo hizo posible4.

Cultura del contencioso

y cultura del lamento

La perversión de la palabra ha generado unas subculturas con las que se van crean- do recursos compartidos para responder simbólicamente a los problemas. La más grave de todas no es aquella que algunos ligera pero hábilmente, han llamado "del pelotazo", "de la mordida" o "del enriqueci- miento rápido". No sólo porque sea una cultura de la avaricia, sino porque es una cultura que ha pervertido de raíz el valor espiritual del dinero como signo de inter- cambio, intermediación o comunicación, como símbolo en la transmisibilidad de los bienes5. Esta selectiva subcultura se ha

visto completada en la ciudadanía con oirás que han ido penetrando lenta y silen- ciosamente m nuestros hábitos del cora- Ztm: ta cultura del contencioso, la cultura del lamento y la cultura del "por si acaso".

ta Oltaf del contencioso es aquella que et Ciudadano se ve obligado a desarro- llar cuando es maltratado por una adminis- trací&i que actúa impunemente. Pero el contencioso no es el recurso habitual y or- dinario, sino Ja última esperanza de un ciu- dadano que se sabe víctima de reglamen- tos, decretos y normativas. El contencioso e$ el símbolo de una vida pública en la que se han $fcrvertd% lartey^y el derecho por- que su Instrumeatalización los han conver-

sar»^ ca- '[^^^msét^^émacuerâùé^ modificar ¡as conductas y orientar las actitudes. Es el

i.

Si nos seguimos resignando al sistema de cuotas

pervertiremos la palabra de la ética cívica que

la constitución hizo posible

símbolo de una vida social selváticamente

judicializada donde el imperio de la ley se ha metamorfoseado en la tiranía de los

pleitos; es el símbolo de una democracia representativa que se ha transformado en una democracia de leguleyos.

Pero el recurso más inmediato sigue siendo el del lamento, el de la conformidad resignada de una palabra impotente ante normas gratuitas que revelan demasiada ignorancia, que tienen poco sentido, que expresan poca eficiencia y con las que im- perativamente nos vemos obligados a so- brevivir. Lo peor del lamento generalizado no ha sido sólo la falta de identificación del

ciudadano con la administración, o la acen- tuación de la apatía hacia lo público que ello conlleva, sino la perversa desconfianza hacia unos servicios que han entendido fragmentariamente la modernización.

La dignidad del servicio público ha sido sustituida por el precio de la función públi-

6 - El Ciervo / Diciembre - 94

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Premio Enrique Ferrán 1994

premio de ensayo sobre el tema CORRUPCIÓN POLÍTICA, CORRUPCIÓN SOCIAL fue concedido a Agustín Domingo Moratalla por su artículo "La

perversión de la palabra". El jurado estaba compuesto por Lluís Foix, Eugeni Gay Montalvo, Salvador Giner, Carlos Jiménez Villarejo y Josep Ramoneda.

Agustín Domingo Moratalla (Madrid, 1962) es Doctor en Filosofía y Letras. En la actualidad es profesor Titular de Filosofía del Derecho, Moral y Política en la Universidad de Valencia. Ha sido

profesor Agregado de Bachillerato (n.° 1) y profe- sor Encargado de Cátedra en las Facultades de Filosofía, Teología y Ciencias de la Información de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha

sido Becario de la Fundación Oriol-Urquijo, de la Junta de Castilla-León y de la Generalität Valen- ciana. Ha ampliado estudios en la Cátedra Hoo- ver de Ética Económica y Social de la Universi- dad Católica de Lovaina.

Cuenta con dos premios nacionales de pren- sa: Instituto de la Juventud-Ministerio de Cultura (1987) y Manos Unidas (1992). Colabora habitualmente con el Grupo El Correo, ha sido Secretario General (Ma- drid) y Presidente (Salamanca) de las Comisiones de Justicia y Paz. Desde sep- tiembre de 1994 coordina un proyecto de Ética de la empresa financiado por la Fundación Argentaría.

Entre sus publicaciones más importantes: Un humanismo del siglo XX: el perso- nalismo (Madrid, 1985, 2.a ed), Ecología y Solidaridad (Madrid, 1991), El arte de poder no tener razón. La hermenéutica dialógica de H.G. Gadamer (Salamanca, 1 991 ), Comunidad cristiana y formación política (México, 1 992), El intelectual cató- lico ante el fin de siglo (México, 1994). En colaboración con otros autores, La pre- gunta por la ética (Salamanca, 1992), Teoría de Europa (Valencia, 1993), Ética de la empresa (Madrid, 1994), Diez palabras clave de ética (Pamplona, 1994).

ca. La mercantilización que rige la activi- dad económica y comercial ha colonizado los servicios públicos. La tecnificación, mo- dernización y profesionalización de las ad- ministraciones no es proporcional al núme- ro de horas que los funcionarios deben cumplir, sino a la calidad de su servicio. Algo muy grave está sucediendo cuando a los funcionarios se les prepara para la es-

La perversión de la palabra ha generado

la cultura del contencioso, la cultura del lamento y

la cultura del 'por si acaso'

tética del cliente y no para la ética del ciu- dadano.

Cultura del 'por si acaso' y nuevos frente de acción

La más curiosa de todas es la cultura

del "por si acaso". Se trata de un nuevo probabilismo moral donde al ciudadano le trae cuenta callarse y estar en silencio. No sólo ante las distintas administraciones, sino ante cualquier empresa, colegio, gru-

po o institución de la sociedad civil. Inter- poner un recurso, lamentarse privada o pú- blicamente no resuelve nada, lo auténtica- mente importante es esperar para cuando haya otra oportunidad. No hacer ruido por si acaso la próxima vez le toca a uno, por si acaso la próxima vez nos encontramos con la persona adecuada, por si acaso vuelven a necesitar de alguien como noso- tros. ¿Quién no ha aplicado este principio cuando no ha sido admitido para un puesto de trabajo?, ¿quién no se mueve con estas coordenadas cuando no admiten a su hijo en el colegio?, ¿quién no ha tomado este rumbo para transformar su descontento en resignación?

En última instancia, se trata de una cul- tura que no puede convertirse en palabra, que actúa como una enfermedad silencio- sa que debilita nuestra resistencia. Se trata de un falso consuelo, una falsa compensa- ción coyuntural ante el descontento en la que, ante la ausencia de una resolución que se considera justa, uno es invitado a formar parte de la camaleónica moral del sistema de la forma más perversa posible: mediante una amarga complicidad.

Si a todo esto añadimos la incentivación

mediática de la simplicidad no nos sorpren- derá el asentimiento con el que se han aceptado los casos de corrupción. Quienes han tenido responsabilidades en los me- dios de comunicación, sean de titularidad pública o privada, reconocen que no han contribuido todo lo que hubiera sido desea- ble al afianzamiento de una cultura en la

que, además del entretenimiento y la infor- mación, se potencie el diálogo, el pluralis- mo y la tolerancia6. El resultado es fácil de anticipar, una disminución del debate públi- co, de la autocorrección democrática y de la autocrítica ciudadana. Si a ello añadimos

el peligro de que el color político de quien interviene sea lo que determina la verdad de sus argumentaciones por la "poderosa" razón de la proporcionalidad con la que se participa en los consejos de administra- ción, nos encontramos ante una reducción de las palabras posibles. A veces, da la im- presión de que el espectador está conde- nado a tener que elegir entre el esoterismo irracional o el pragmatismo jacobino.

Sin embargo, una cultura política no puede reducirse a la política televisiva, debe trabajar en otros frentes. Una cultura que, sin pretender homogeneidad en sus propuestas, está llamada a incentivar y promover el buen gusto, el trabajo bien he- cho y la palabra sincera. No faltan quienes piensan que debe estar basada en un indi- vidualismo regulado, controlado y "respon- sable"; edificada sobre menores niveles de exigencia personal pero mayores niveles de eficacia institucional7. Tampoco faltan quienes exigen mayor sinceridad en la ad- ministración de las promesas y sólidas vir- tudes públicas para desterrar la rabia y la impotencia8. Con sus propuestas de pala- bra compartida, quienes no dejan la res- ponsabilidad en manos de la mecánica del sistema y arriesgan su propio pellejo, nos recuerdan siempre que la desmoralización política, la indignación contenida y el es- cepticismo cívico son, precisamente, resul- tados del crepúsculo del deber.

AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA Profesor Titular de Filosofía Jurídica, Moral y Política

Universidad de Valencia

NOTAS

1 . La responsabilidad como destino, El País-Aguilar, Madrid, 1981, p.33.

2.Cfr. E/Pa/'s, 31-VII-94,p.15 3. "La Democracia en España: conversiones, aversio-

nes y perversiones", apuntes del curso dir por A. Cortina Variedades y límites de la democracia, 9- Sep-1994,p.21.

4. Cfr. A. Domingo - B. Bennàssar, "Ética civil" en M. Vidal (ed.), Conceptos fundamentales de ética teo- lógica, Trotta, Madrid, 1992, pp. 269-292.

5. Cfr. P. Meyer-Bisch; La corruption: approches inter- disciplinaires, Friburgo, 1993, p. 68; A. Cortina/J. Conill/A. Domingo/D. García-Marzá, Ética de la em- presa, Trotta, Madrid, 1994.

6. Cfr. "El testigo incómodo", Dossier de Diario 16, 23- II-92.

7. Cfr. G. Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Ana- grama, Barcelona, 1994.

8. Cfr. V. Camps, Virtudes públicas, Espasa, Madrid, 1990.

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i

¡

I1

Corrupción y cultura del dinero

M.a Dolors Oiler

hace algunos meses vivimos in- mersos en la espiral de la corrupción; los medios de comunicación no se

cansan de poner al descubierto nuevas ac- tuaciones ilícitas. A las denuncias les si-

guen medidas que los poderes públicos ar- bitran para hacer frente a esta plaga que se ha instalado en nuestro sistema convi-

vencial y que amenaza nuestra aún débil democracia, dejando a la ciudadanía per- pleja e indignada.

Es obvio que la corrupción no represen- ta un fenómeno nuevo. Pero sí que es cier- to que en la actualidad ha ido adquiriendo unas dimensiones y una trascendencia so- cial inimaginables en el pasado. Tal vez porque hoy el alcance de la corrupción y la complejidad de los mecanismos estatales sobre los que actúa han adquirido también dimensiones y profundidades nuevas.

Por otro lado, tampoco es un fenómeno exclusivo de nuestro sistema político. La corrupción es un hecho universal, que por su extensión y sus implicaciones se con-

La corrupción, por su extensión y sus

implicaciones, se convierte cada vez más en

una amenaza contra

la propia democracia

vierte cada vez más en una amenaza con-

tra la propia democracia, insertada en su mismo seno: el sistema democrático se

deslegitima con el mal comportamiento de los que lo gestionan.

Se podría pensar que estos son hechos puntuales e inevitables, y que una conve- niente represión sirve para su erradicación, a la vez que fortalece la misma democra- cia. Todo denota, no obstante, que los ca- sos de corrupción aquí y en todas partes no son meros accidentes, fácilmente sub- sanables.

Tenemos motivos para sospechar que estos hechos tienen un doble origen.

Por un lado, las conductas que tanto nos escandalizan están en conexión con la

propia esencia de la democracia represen- tativa y con su evolución hacia las formas oligárquicas imperantes hoy en las demo- cracias desarrolladas. Esta evolución ha

llevado a la progresiva privatización del po- der político y a mecanismos constituciona- les y legales que permiten a los políticos y a los gobiernos sustraerse en gran parte

8 - El Ciervo / Diciembre - 94

del control popular. En este sentido, y sin negar el evidente avance que supone la democracia liberal en la historia de la hu-

manidad, la realidad es que las democra- cias se han convertido en una especie de "despotismo tecnocràtico" que entronca perfectamente con la lógica del "despotis- mo ilustrado": hoy se continúa gobernando "para el pueblo" pero "sin el pueblo". Los ciudadanos no tienen ninguna capacidad de decisión sobre las políticas que les afectan; son sujetos de derechos, pero les falta poder real.

Por otro lado, los casos de corrupción obedecen a una lógica concreta que sus- tenta el modelo de sociedad en el que vivi- mos y que se ha constituido como domi- nante. Este modelo no hace sino preparar el terreno para que se propicien actitudes y se produzcan hechos como los citados aquí, al tiempo que dificulta su erradica- ción. Y es que estamos frente a socieda- des ofuscadas por un desarrollo egoísta, sociedades que viven ancladas en la cultu- ra del dinero y de la riqueza fácil, deslum- bradas por el éxito fulgurante y las aparien- cias.

La privatización del poder

La corrupción tiene mucho que ver con la llamada privatización del poder. Vivimos hoy cada vez más la instrumentalización de éste al servicio de fines particulares y corporativos, desdibujándose el interés ge- neral y el propio sentido de "bien común". A la vez se ha desfigurado la división de poderes y el control entre ellos, y se produ- ce una acentuación del Ejecutivo y una au- tonomización de la burocracia, de manera que el Gobierno-Administración se convier- te en el verdadero motor del Estado, en de- trimento de las instituciones representati- vas. Así, el Parlamento sufre el vaciado de contenido de sus principales funciones, como la representación y el control. Este desplazamiento de poder hacia el Ejecuti- vo, más difícil de controlar y más fácilmen- te permeable a la presión de los grupos de interés, especialmente económicos, hace que se gane en eficacia, pero a costa de un cierto estatismo autoritario. Los partidos han adquirido una importancia desmesura- da -monopolizan prácticamente de forma absoluta la representatividad social-, lo que lleva a entender la democracia como "partitocracia". Y "el economicismo", des- plazando los ideales y principios programá- ticos, se ha convertido en una de las notas características de la política actual, junto con el predominio de un pragmatismo tec- nocratizador de la actividad pública -que

se deja en manos de los expertos-, y con una profesionalización de los políticos, exi- gida por la complejidad de los retos actua- les.

Por lo que se refiere propiamente a la corrupción, hay que tener presente que ésta en gran medida es favorecida por los desequilibrios institucionales, que fomen- tan la concentración de poder y su opaci- dad. Y lo fundamental de estos desequili- brios es, precisamente, la invasión de las otras instituciones del Estado por el poder Ejecutivo, monopolizado por una oligarquía partidista que secuestra la voluntad popu- lar y que es imposible de controlar con efectividad, pues los mecanismos de "par- lamentarismo racionalizado" presentes en los textos constitucionales tienden clara-

mente a garantizar la estabilidad, imposibi- litando de hecho toda alternativa.

Todo esto, evidentemente, lleva a una progresiva falsificación de la democracia política y a la sustitución de una cultura participativa por una cultura de súbditos, cada vez más faltos de poder real, a pesar de que sean sujetos de derechos, tal como proclaman con énfasis los textos jurídicos. También genera la indiferencia de la socie- dad frente a los políticos y a la actividad pública, vista como propiedad-monopolio de una elite que hace de la política una profesión distanciada de la realidad, que busca la defensa corporativa de sus intere- ses.

Una democracia de estas características

muestra ampliamente su incapacidad para asumir las necesidades de todos los ciuda-

danos que pretende representar. No resul-

Estamos frente a sociedades ofuscadas por un desarrollo egoísta ancladas en la cultura

del dinero y la riqueza fácil

ta extraño, pues, que se pueda afirmar que los actuales regímenes democráticos se han convertido en gran medida en oligar- quías plutocráticas que explotan en benefi- cio propio el sistema.

La cultura del desarrollo egoísta

El mundo desarrollado, a pesar de las crisis económicas, vive instalado en la abundancia, inmerso en una ética del enri- quecimiento fácil que ha pasado a ser la suprema ética del Primer Mundo. La idola- tría del dinero, vivido como suprema fuente de felicidad, y un culto a la riqueza y a la ostentación están a la orden del día. El

mercado es visto como una especie de dios intocable y su lógica regula las relacio- nes sociales, invadiendo no sólo la esfera pública sino también la privada. El afán de beneficio se ha convertido en el principal motor de la producción de riqueza y la es- peculación ha quedado consagrada y valo-

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rada corno una loable forma de enriqueci- miento. Se estimula la demanda de pro- ductos por encima de las necesidades rea- les... Vivimos, en definitiva, en sociedades cuyos mecanismos de funcionamiento ope- ran a partir de unos principios fundamenta- dos en el tener y no en el ser, en socieda- des cautivas del consumo desordenado, que aliena al hombre.

Parece que la capacidad de utopía del ser humano, su capacidad de abrirse a ho- rizontes sin límites, se ha llenado con el consumo sin medida y con la búsqueda de comodidades supérfluas, contrastando esta realidad de forma patética con el he- cho que nuestro mundo sigue siendo un mundo de profundas diferencias. Y que las bolsas de pobreza y marginación y las si- tuaciones de precariedad segregadas por nuestro sistema producen víctimas que co- rremos el riesgo de olvidar a menos que su situación provoque conflictos sociales con- cretos.

La corrupción no se puede aislar del tipo de sociedad en la que nace; no es sólo un problema de la clase política, es un proble- ma de todos, de la sociedad entera. Y no hay que olvidar que no podemos abordar la corrupción sin plantear al mismo tiempo la cuestión de la moralidad privada. Porque es evidente que la ética pública y la ética privada no son dos realidades indepen- dientes sino que se hallan mutuamente im- plicadas. Y sería muy fácil cuestionar a nuestros políticos sin preguntarnos por nuestro estilo de vida, al que, tal vez, no estamos dispuestos a renunciar o a que sufra ciertas modificaciones, y que ayuda a crear una cultura que propicia y está en connivencia con la corrupción que tanto denostan.

Asumir un modelo social

El combate contra la corrupción debe te- ner respuesta desde diferentes frentes. Está claro que este fenómeno no es un he- cho concreto sino algo mucho más profun- do, que está en la base del propio modelo de sistema político y de sociedad dominan- tes en el mundo acomodado y en la lógica del dinero y el poder que impera en ellos. Y para terminar de verdad con esta situación hay que utilizar las medidas jurídicas que nos proporciona el Estado de Derecho, como la intensificación de los controles y de las medidas represivas. Pero con esto no es suficiente. La lucha contra la corrup- ción será estéril si no se empieza también a poner en cuestión la política que ha favo- recido su aparición y que alimenta las co- rruptelas a diferentes niveles.

La corrupción no es exclusiva ni de un partido ni de un gobierno determinado. Nin- gún sistema, persona o partido pueden considerarse invulnerables a esta realidad, pero es obvio que hay políticas que la pro- pician de manera especial. Este es el caso de toda aquella forma de hacer política -desgraciadamente demasiado usual hoy- que privilegia el dinero sobre el hombre y lo privado sobre lo público, con todas sus consecuencias. En realidad la corrupción es inherente a este tipo de política que, para perpetuarse, necesita una lógica que

ËI mercado es visto como un dios intocable

y su lógica regula las relaciones sociales:

la esfera pública y la privada

lleva en sus entrañas la raíz de la corrup- ción.

Por lo tanto, no debemos extrañarnos de lo que sucede y continuará sucediendo si no ponemos remedio y vamos a las ver- daderas causas de todos estos problemas. Es un contrasentido, por ejemplo, predicar solidaridad y, al mismo tiempo, valorar por encima de todo la competividad y la agresi- vidad de la persona hacia los demás. Ten- dríamos que ser conscientes.

Frente a todos aquéllos que nos quieren hacer creer que la política seguida es la única posible, y que no hay alternativas, hay que reivindicar la posibilidad de pensar críticamente y de ser creativos. Y si la pos- modernidad ha significado la caída del "dis- curso de las Mayúsculas", no se entiende por qué no se puede relativizar también lo que parece intocable, como et funciona- miento de las actuales relaciones económi- cas e, incluso, el mercado mismo, o los mecanismos de la democracia representa- tiva« con el fin de buscar nuevas y más adecuadas soluciones. ¡Hay que ser oorv secuentes!

Finalmente resulta obligatorio volver a recordar que con el problema de ia corrup- ción no valen sólo medidas jurídicas y polí- ticas, aunque son indispensables: se impo- ne una transformación ética y moral del individuo y, a partir de él, de la sociedad para que se pueda asumir un nuevo estilo de vivir.

Caminos de futuro

Los retos son grandes y hay que ser osados si queremos ir más allá de los bue-

La corrupción no se puede aislar del tipo de sociedad en la que nace; no es un problema de los políticos, sino de la sociedad entera

nos propósitos. Éstas nos parecen algunas ineludibles líneas de actuación:

- Ser críticos hacia las estructuras no

sólo económicas sino también políticas del Estado democrático. Ser conscientes que esta realidad es muy poco probable que pueda ser transformada eficazmente por quien tiene una parte importante de res- ponsabilidad en la raíz de la causas de la situación que sufrimos. Es necesario, por

lo tanto, que la ciudadanía recupere su protagonismo mediante una profundización de la democracia representativa que se muestra claramente insuficiente para afron- tar los nuevos problemas y retos de la so- ciedad post-industrial.

-Buscar otro modelo de desarrollo más conforme con nuestra realidad humana

más auténtica; un "desarrollo con justicia" que rompa la lógica del crecimiento sin lí- mite, desactivando la moral del dinero y del éxito, de la rentabilidad de los hombres y de las cosas como medida del valor de

cada uno; y que signifique a la vez el paso de un Estado del Bienestar a una Sociedad

del Bienestar, comprometida con su desa- rrollo y solidaria en sus planteamientos, con una solidaridad que tenga una pers- pectiva más amplia que el momento pre- sente.

-Esforzarse para que el discurso público se centre no tanto en cómo prevenir las la- cras que el desarrollo desordenado produ- ce -que es lo que está pasando hoy- como en hablar de la mala distribución que provoca desigualdad, entre nosotros y en las relaciones económicas internacionales.

-Hacer frente a la irresponsabilidad co- lectiva que supone seguir inmersos en esta espiral consumista. El hombre, alienado por el consumo, ha de recuperar la libertad perdida para poder ser verdaderamente ser humano. Pero para que esto pueda ser una realidad hay que vivir esta situación como real subjeción y sentirla como tal. Por lo tanto, de una parte nos es indispen- sable favorecer -y sentir como deseable- una cultura de la austeridad y de la sobrie- dad para ser más auténticos. Y, por otro lado, no podemos olvidar que la primera rebeldía contra toda subjeción arranca siempre de la disidencia intelectual contra los principios que la legitiman; de ahí la im- portancia de recuperar la figura del intelec- tual crítico.

En resumen, si realmente queremos ha- cer avanzar la historia hacia una sociedad

más humana y solidaria hay que atacar la raíz de la corrupción. Solamente de este modo, los propósitos de enmienda no que- darán exclusivamente como buenas inten- ciones*

M.a DOLORS OLLER Doctora en Derecho

por la Universidad de Barcelona

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Diciembre -94 / El Ciervo - 9

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Espejos y reflectores

"Los periodistas utilizan la libertad de expresión para insultar a los gobernantes

o tomarlos a broma."

José Luis L. Aranguren

Albert Sáez

mañanas coincido en el tren

Algunas con una multitud de jóvenes del Ga- rraf cuando se dirigen a las universi- dades barcelonesas. Periódicamente, me sorprenden organizando unas curiosas procesiones laicas. Al parecer, huyen de la amenaza que supone la presencia fiscali- zadora del interventor del tren. Un sexto

sentido les guía en su camino y se apresu- ran a alcanzar los siguientes vagones, elu- diendo de este modo el trágico encuentro entre un viajero sin billete y el empleado del ferrocarril. Presumo que sus padres les disponen puntualmente el dinero para com- prar el billete o el abono ferroviario que les permitiría viajar plácidamente hacia su lu- gar de estudio. Supongo que, haciendo gratis el trayecto, estos estudiantes consi- guen una pequeña suma de dinero extra, sisado del presupuesto familiar para trans- porte. Tal vez esté equivocado y se trate de una nueva especialidad de los popula- res deportes de aventura y pretenden con- vertir un rutinario viaje ferroviario en una ocasión propicia para conocer las emocio- nes del riesgo controlado.

Este cómico episodio se resuelve de manera diversa: en ocasiones los jóvenes se ven obligados a descender precipitada- mente en la próxima estación y, en conse- cuencia, llegan tarde a clase. Otras veces consiguen eludir la presencia del revisor escondiéndose en el único espacio privado del tren, el lavabo. A menudo, los jóvenes avistan el cartel de Barcelona-Sants cuan-

do el revisor no ha hecho más que pisarles los talones. Ya decía Aristóteles que "el acto de coger a escondidas no es en todos los casos un acto de robo, depende de la intención que se tenga de causar perjuicio y apropiarse del objeto que se ha cogido".

Me he preguntado sobre el probable destino de estas pequeñas comisiones conseguidas por los jóvenes universitarios. Las 6.000 u 8.000 pesetas extras pueden tener destinos tan diversos como la entra-

da semanal a la discoteca de moda, unas litronas de más en la próxima marcha noc- turna, la compra de libros o revistas (¿?) e incluso he pensado que sirven para finan- ciar las fotocopias de los apuntes que les faltan a consecuencia de algún novillo o de los retrasos ocasionados por la tensa per- secución del revisor.

Durante la primavera de 1994, he pre- senciado estas curiosas escenas mientras

leía en la prensa del día esperpénticos re-

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latos sobre los graves casos de corrupción que nuestro país ha descubierto en los últi- mos meses. He cedido a la tentación de

imaginar a don Luis Roldan, a don Mariano Rubio, a don Mario Conde o a don Jordi Planasdemunt recorriendo nerviosamente

los pasillos de los vagones de tren perse- guidos por mi estimado revisor.

El súbito enriquecimiento del hombre que manejaba la mayor parte de los fondos públicos reservados del control ciudadano, el descubrimiento de un fraude fiscal prota- gonizado por el mismísimo ex-gobemador del Banco de España, las prácticas de arti- ficios contables multimillonarios en conni-

vencia con ciertos círculos del poder políti- co o la inexistencia de la debida distancia

entre negocios públicos y privados apare- cían en la prensa de aquellos días como un totum revolutum de corrupción económi- ca, miseria moral y crisis política.

Los periódicos interpretaban aquellos acontecimientos de manera muy diferente en función de su sensibilidad política, de sus intereses multimedia o, incluso, de la ciudad en que se publicaban. La actitud de

Los 'periódicos-espejo' interpretaron la ola

de corrupción como un nuevo episodio del mal endémico de España

algunos diarios recordaba el trabajo del re- visor ferroviario. Colocaron bajo sospecha de corrupción a cualquier cargo político, especialmente a quienes llegaron a la es- cena política desde las filas del partido so- cialista. Los otros rotativos mantenían ha-

cia los corruptos una pasividad similar a la de la mayoría de mis compañeros del tren para con los viajeros sin billete: guardaban silencio, sonreían simpáticamente y, en al- gún que otro caso, disimulaban la frenética huida.

La metáfora de Gaziel

La metáfora en torno a la prensa y la co- rrupción trae a la memoria la distinción que hizo Gaziel de los periódicos de su época. Los dividía entre "aquellos que aspiran a ser reflectores y los que son espejos". Los primeros "condenados eternamente a ser órganos de pequeñas minorías, procuran adelantarse a su tiempo y marcar con sus

luces el camino que la sociedad debería, a juicio de ellos, seguir". Los periódicos que actuaron como revisores en la crisis espa- ñola del mes de mayo no justificaron su ac- titud desde este tipo de vanguardismo sino desde la suplencia. Uno de sus profesiona- les más destacados lo explicó así: "Ha sido precisamente la pasividad del Gobierno y de algunas instituciones ante casos evi- dentes de corrupción lo que ha dado a los periodistas un papel y un protagonismo que en realidad no les corresponde".

Los periódicos-espejo, aquéllos que en palabras de Gaziel "no pretenden más que reflejar en su seno la fisonomía de su tiem- po", ampararon su falta de entusiasmo en la denuncia de la corrupción acusando a los competidores de estar propagando in- formaciones conseguidas sirviendo al inte- rés particular de algunas fuentes y que, por tanto, no estaban guiadas por el interés ge- neral ni por "la búsqueda honesta de la verdad".

En este caso, parece claro que la aplica- ción de la doctrina Gaziel demuestra que los periódicos-espejo fueron aquellos que interpretaron la ola de corrupción como un nuevo episodio de este mal endémico de la sociedad española. Un mal que afecta en similar medida a la administración pública y a la privada, a los ministros y los presiden- tes de las comunidades de propietarios, a los funcionarios que llegan tarde al trabajo y a los oficinistas que nutren a toda su fa- milia de material de escritorio, a los policí- as que manejan fondos reservados y a los basureros que revenden el metal que reco- gen por la noche. Debe tener razón un sa- bio profesor de moral que sostiene una cu- riosa teoría sobre las diferencias que separan los criterios éticos en el norte y en el sur de Europa. "En el norte -dice mi mo- ralista particular- admiten pocas normas morales, pero las cumplen. En el sur, con- cluye, aceptamos muchas leyes éticas, sa- bedores que jamás las cumpliremos". Si- guiendo este razonamiento, los periódicos que actuaron en la crisis de mayo a modo de reflectores pretendían convertirse en los portavoces de una nueva ética colectiva que, tal vez, ni ellos mismos estarían en disposición de cumplir.

La polémica se inscribe dentro de una guerra comercial más amplia que sacude la industria de la comunicación española desde principios de la década de los 90. Pero se circunscribe también en un debate

de mayor calado sobre el papel que corres- ponde a la prensa y a la comunicación cuando se producen este tipo de crisis polí- ticas originadas por los casos de corrup- ción, la principal amenaza para la demo- cracia en el umbral del siglo XXI. Espejos y reflectores han corrido una suerte diversa

cuando la prensa europea, especialmente la mediterránea, se ha enfrentado a situa- ciones similares a la nuestra.

La prensa y el poder

En Francia, los medios reflectores llega- ron a cargar con el peso de un suicidio. "Nada justifica que el honor y la vida de un hombre puedan ser arrojados a los perros". Esta frase lapidaria fue pronunciada por

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François Mitterrand en el funeral del ex-pri- mer ministro galo Pierre Bérégovoy, quien se suicidó tras la debacle que sufrió el so- cialismo francés cuando se presentó a las elecciones bajo múltiples acusaciones de corrupción. Tal vez guiados por un gran sentimiento de impotencia, los políticos franceses optaron meses atrás por recono- cer públicamente que se habían cometido múltiples delitos en la financiación de los partidos a la par que se concedieron una solemne autoamnistía. La prensa tuvo que callar ante la decidida, y no por ello irrepro- chable, actuación de la clase política.

Italia ha sido otro de los países europe- os atenazados por los escándalos de co- rrupción. Allí fueron los jueces de Manos Limpias los abanderados de la cruzada an- ticorrupción. El resultado ha sido el maqui- llaje de la clase política tradicional para dar paso a un nuevo régimen que, como escri- bió un veterano periodista barcelonés, "está intentando inventar un país sin políti- cos". Allí sólo quedan empresarios que go- biernan, como el propio Berlusconi, perio- distas en la oposición como el maestro Indro Montanelli y jueces impolutos que preseleccionan quienes pueden sef candi- datos a gobernantes. La prensa, pues, está en el gobierno y en la oposición, lejos de los intereses puramente comunicativos.

Los conflictos entre prensa y poder cuando se trata ele denunciar la corrupción también ha sacudido a los mismísimos Es- tados Unidos, el país del Watergate. Un portavoz de la Casa Blanca aseguró el pa- sado junio que la prensa sensacionalista estaba cambiando la naturaleza de la in- formación" mientras acusaba a ciertos pe- riódicos de provocar una ola de "canibalis- mo político" f contra et presidente Bul Clinton. Todo ocurrió m el mismo lugar donde hace 20 años cayó un presidente acusado desde las páginas cte un periódi- co. Y el mismo país donde uno ele los ma~ yores imperios periodísticos, el de Ran- dolph Hearts, se construyó sobre esta máxima: "La noticia es algo que alguien no desea que usted publique".

Abordar el tema de la corrupción en Es- paña no puede ser únicamente objeto de lo que el periodista Francesc-Marc Alvaro ha llamado acertadamente duchas diarias de información. Nos convendría en este asun-

to de la corrupción social y política tomar un relajante baño en el conocimiento para darnos tiempo a la reflexión pausada. La corrupción ha sido durante los últimos me- ses un tema tan epidérmico en España que han sido frecuentes los comentarios firma-

dos por expertos y especialistas. La preo- cupación por este asunto también nos ha acompañado en las lecturas veraniegas. Con la ayuda de unos y de otras, se pue- den esbozar algunas conclusiones provi- sionales.

La corrupción generalizada

Así, hemos descubierto que Aristóteles aborda la cuestión en su Retórica. Sten-

dhal relata, sin darle mayor importancia, los negocios que el marqués de La Mole realizaba al amparo de la información privi- legiada. El mismísimo Napoleón asegura

que por cada servidor de la patria que sa- crificaría todo lo que tiene por el interés pú- blico podemos encontrar millares que sólo se ocupan de su vanidad. Los británicos sentencian la cuestión: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamen- te. Primera conclusión: no se puede afir- mar sin faltar a la verdad que la corrupción política es un mal que aqueja únicamente a la España democrática y mucho menos que haya nacido y crecido desde la llegada de los socialistas al poder. Los periódicos-

Los periódicos que actuaron a modo de reflectores pretendían convertirse

en los portavoces de una nueva ética colectiva

reflectores deberían escuchar en este pun- to al profesor Alcaide Inchausti cuando asegura que "hace muchos años que se pagan comisiones en .::if ffgtna, junque aho- ra el nivel de corrupll^ |a|p|terHidcf". - Por contra, los perio^^^^Eßee^tWv prestar atención a algunas voces como las de Miquel Sellares cuando asegura que la actual situación es la consecuencia de una

manera de actuar basada en esconder y mentir sistemáticamente a los ciudadanos sobre los costes reales de nuestras institu-

ciones democráticas*. Walter Lippman es- cribió que no puede haber libertad en una comunidad que no tiene; medios para de- tectar las mentiras. Y (aprensa no puf dê ; eludir sus responsabilidades en este cam- po. '" "*>' . / ;

Escuchando y leyendo reflexiones sobre la corrupción, se nos aparece una segunda conclusión: la corrupción en España no se puede circunscribir únicamente al poder político. Todos conocemos pequeñas o grandes corruptelas que se producen cons- tantemente a nuestro alrededor. Práctica-

mente podríamos asegurar, sin equivocar- nos demasiado, que amplias capas de la población en España se corrompen de ma- nera proporcional a la cuota de poder que ejercen.

El escritor Josep Maria Puigjaner escri- bió a este respecto que el primer paso para la lucha contra la corrupción sería "el de la responsabilidad social, que supone que el ciudadano de un país ha hecho suya la convicción de que el funcionamiento, bue- no o malo, de la sociedad también depen- de de él". Piero Rochini, psicólogo de la Cámara de Diputados de Italia, sentenció: "Las pequeñas corrupciones construyen la gran corrupción". Volviendo a las procesio- nes matutinas de mi tren, debería pensar que la mejor manera de evitar que tenga- mos otro Roldan es levantarme e impedir la huida de los viajeros sin billete, retenién- dolos hasta la llegada del revisor. A su vez, los periódicos-reflectores deberían denun- ciar no sólo la corrupción que pudiera pro- tagonizar el partido en el poder sino tam- bién la que podría correr a cargo de la oposición, de los bancos, del vecino del

tercero y de su propio editor. Paralelamen- te los periódicos-espejo deberían hacerse la misma pregunta que planteó Milan Kun- dera: "¿Es inocente el hombre cuando no sabe?".

Y la tercera conclusión: los periódicos no son más que mensajeros, es inútil ma- tarlos. La reacción de algunos políticos contra la actuación de la prensa frente a la corrupción revela grandes dosis de intole- rancia. Leopoldo Calvo-Sotelo, a pesar de perder las elecciones de 1982, aseguró por aquellas fechas que "la transición española no puede entenderse sin la función de la prensa". Ello no significa que los periódicos que aspiran a ser reflectores puedan asu- mir otras funciones que no les correspon- den. Cuando el sociólogo Amando de Mi- guel sentencia que "el periódico es ahora algo así como el juzgado de guardia" elude la sustancial diferencia semántica que exis- te entre vigilar y fiscalizar. Mientras, los pe- riódicos que pretenden ser espejos no pue- den olvidar la máxima de Carl Bernstein:

"Los periodistas deben intentar contar la finas aceptable versión de la verdad".

Espejos y reflectores. Resolver esta cuestión es una preocupación tan antigua como la misma prensa de masas. Espejos de una sociedad que incumple sistemática- mente las normas que se ha autoimpuesto. O reflectores de los deseos más nobles de

un país que aspira retornar a sus orígenes carolingios. Espejos que corren el riesgo de eternizar la belleza aparente de una so- ciedad también corrupta. O reflectores que se limitarán a promover un cambio de go- bierno para derrocarlo meses después y

Podríamos asegurar que amplias cspds de la

población se corrompen de manera proporcional a

la cuota de poder que ejercen

poner en peligro la estabilidad de la demo- cracia. Espejos de una realidad minuciosa- mente alterada por el trabajo de los gabi- netes de prensa y relaciones públicas actuando a modo de cristales correctores.

O reflectores de ideas y sospechas rara- mente sustentadas sobre la única base de la información: los hechos.

Existe un amplio consenso sobre la ne- cesidad de luchar activamente contra la co-

rrupción política, pero también social, en la España democrática. La prensa tiene una posición privilegiada para impulsar este proceso. Pero sólo lo conseguirá desde la independencia que supone mantenerse equidistante de los excesos que cometen espejos y reflectores. En el camino sempi- terno hacia esta utopía de nada sirve que los diversos medios se atrincheren en posi- ciones maximalistas alentando un enfrenta-

miento que cuestiona la propia labor profe- sional y democrática.

ALBERT SÁEZ I CASAS Profesor de la facultad

de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Ramon Llull

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