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ÑA

T iempo y escritura.El diario y los escritos autobiográficos de Luis OyarzúnOlga Grau DuhartSantiago, Editorial Universitaria, 2009.

POR LEONIDAS MORALES T.*

Antes de que T iempo y escritura. El diario y los escritos autobiográficos de Luis Oyarzún fuese el libro que hoy presentamos, fue una tesis de Doctorado que yo tuve la suerte de dirigir en la Universidad de Chile. Por lo mismo, no puedo leer este libro sin que su lectura se me dispare en muy variadas di-recciones de sentido, activadas tanto por la forma final de su escritura, la publicada, como también por la memoria de circunstancias y momentos asociados al curso de su producción. Desde luego, no voy a hacer aquí el mapa de esas múltiples direcciones. Sólo quiero limitarme a dos, comentán-dolas muy brevemente.

El haber sido originalmente, el libro de Olga Grau, una tesis doctoral en el campo de la lite-ratura, chilena en su caso, hacía previsible la presencia en sus páginas de constantes citas, además naturalmente de los textos de Oyarzún comprometidos en el corpus, de quienes han escrito sobre ellos, o de autores que, desde la filosofía, han reflexionado en torno al tiempo, ofreciendo imáge-nes o conceptos suyos, y, muy especialmente, citas de ensayistas que han participado en la elabo-ración contemporánea de la teoría de los géneros del discurso, y dentro de ellos, de los géneros de no ficción, o géneros “referenciales”, como profiero llamarlos, a los que pertenece, entre otros, el diario íntimo y la autobiografía. Tampoco debería sorprender que la mayoría de las citas de Olga * Presentación, 26 de noviembre, 2010.

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provenientes de la teoría del diario o de la autobiografía estén en su lengua original, el francés, por ejemplo. Es un buen indicio, por un lado, de lo relativamente reciente que es esta teoría, y, por otro, y mucho más importante, del estatuto de estos géneros, que a pesar de su ingreso como objeto de estudio en los ámbitos universitarios de todas partes, no tienen todavía la centralidad de los géneros de ficción como para que los textos de su teoría sean traducidos. De hecho, los dos libros más importantes sobre el género del diario íntimo, el de Alain Girard, Le journal intime, de 1963, y el de Béatrice Didier, también titulado Le journal intime, de 1976, siguen sin traducir, excepto algunos fragmentos.

En otras palabras, es imposible no tomar nota del caudal bibliográfico, teórico y crítico, del libro de Olga sobre Oyarzún. Y de aquí es de donde arranca la primera dirección de sentido de mi lectura. Este caudal bibliográfico no envanece el discurso ensayístico de Olga, no lo vuelve sobre sí mismo para exhibirse en un gesto de espectacularidad, tentaciones en las que con tanta frecuencia cae el discurso crítico en los medios académicos actuales, sobre todo en lo estudios llamados “cultu-rales”, agotando al lector con una jerga pseudotécnica que no es más que la proliferación de signos secos, medio muertos, inducidos por matrices y codificaciones construidas en la academia esta-dounidense, a la que nuestras academias se rinden con excesiva facilidad, como una suerte de fa-talidad del poder global. Por el contrario, el discurso de Olga, si bien muy informado, se mantiene lejos de tales tentaciones, atento sólo a su objeto, a los desafíos que éste le plantea, a las estrategias de análisis que mejor responden a la índole de los desafíos. Un discurso que fluye, sin aspavientos, riguroso en sus movimientos, de una estética confundida con la propiedad del uso de la palabra y con el orden del razonamiento. A Luis Oyarzún le hubiese gustado este discurso.

Cuando la reflexión crítica de Olga entra en lo que el título de su libro anuncia como su obje-to central, es decir, el de “tiempo y escritura” en Oyarzún, entramos también en una constelación de nudos temáticos que constituyen el corazón mismo del pensamiento de Oyarzún, fundamental-mente el pensamiento escrito de su Diario íntimo, una de las grandes obras de la cultura literaria chilena, lo he dicho antes y lo repito ahora. Hay un tiempo, el de la vida cotidiana moderna, la vida de los espacios urbanos, esa vida regida, decía Weber, por el principio de “racionalidad”, que es el principio del cálculo, de la programación, de los medios y de los fines. Si este es el tiempo de la modernidad, Oyarzún siempre fue “antimoderno”. Una vida auténtica, decía, no se programa,

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como la construcción de un puente, ni puede ser la vida de felicidad prometida por los economistas o los salvadores políticos. Si Oyarzún viviera, más terminante sería aún su condena del tiempo de nuestra cotidianidad posmoderna, que a falta de proyectos políticos utópicos, se nos presenta de la manera más menesterosa como el tiempo de la publicidad, es decir, el de la distancia entre el deseo y su satisfacción, quiero decir, entre la imagen y su consumo. El tiempo de la utopía “realizada” de Baudrillard.

No es este el tiempo que Oyarzún piensa, desea, imagina y de pronto entrevé como el tiempo en que el hombre es de verdad él mismo, en su singularidad esencial, tan efímera como inevitable, en la singularidad de su trascendencia, que es a la vez la singularidad de su inmanencia: la “tras-cendencia de la inmanencia”, dirá Deleuze. El acceso a la vivencia de ese tiempo pasa, en Oyarzún, por la negación del tiempo cotidiano como tiempo medido, lineal, racional. Olga explora las rela-ciones que el mismo pensamiento de Oyarzún establece, explícitamente, con otros pensamientos solidarios del suyo en la crítica al tiempo de la racionalidad lineal. Uno de ellos, el de Henri Bergson y su “vitalismo”. Oyarzún lo cita y lo celebra en la medida en que lo abre a una dimensión del tiempo despetrificada, a un tiempo como “flujo” imprevisible.

Pero más allá de estas relaciones de simpatía o identificación, que sugieren la dirección en que se mueve la concepción del tiempo de Oyarzún, como tiempo nutricio de la vida cotidiana, un tiempo de alguna manera emancipador, en las anotaciones de su Diario íntimo y de otros escritos autobiográficos o en ensayos suyos tan iluminadores como el dedicado a Leonardo da Vinci, Olga, en su lectura, detecta y organiza en una red de coherencia los signos que le permiten construir los escenarios donde el tiempo de Oyarzún encuentra finalmente su lugar. Para fundar conceptual-mente su construcción, Olga interroga todos los frentes que juzga implicados, desde la filosofía, la antigua, Heráclito por ejemplo, hasta los pensadores contemporáneos, como Deleuze y Agamben, o, en otro campo de nuestra contemporaneidad, hasta Freud y el psicoanálisis. El horizonte de al-gunos de esos escenarios de un tiempo devuelto a su propia esencia, queda sugerido o mostrado en su implicación, como ocurre con el escenario del juego, el de las experiencias místicas, el de la contemplación de la naturaleza, el del amor. Pero hay uno, con razón, de tratamiento privilegiado en el libro de Olga: el escenario de los sueños. El del mundo onírico, gobernado por otra lógica, distinta e irreductible a la lógica de la racionalización de la vida cotidiana moderna o burguesa. Un

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mundo que rompe con la linealidad del tiempo y en su lugar levanta el orden de un tiempo abierto, múltiple, entregado a la libertad de su propio devenir. Creo también que es aquí, en las páginas dedicadas al sueño como lugar del tiempo cuyo deseo recorre la escritura de Oyarzún, donde el discurso de Olga alcanza su propia altura, los mejores momentos del cumplimiento de la promesa que sostiene el movimiento de su discurso crítico.

Presentar el libro de Olga Grau y comentar algunas de sus propiedades, ha sido también mi contribución al recuerdo de la figura de Luis Oyarzún, ensayista, poeta, diarista excepcional, en este nuevo aniversario de su muerte, ocurrida en Valdivia el 26 de noviembre de 1972. No en cual-quier lugar, sino en Valdivia, una de las dos ciudades, junto con Valparaíso, más bellas de nuestro país, lugares privilegiados para vivir y también para morir.