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EL SAPO Los incas, veneraban las fuerzas de la naturaleza: el sol, la luna, la tierra, las estrellas, lagunas, cumbres, los animales: el puma, el cóndor, la serpiente, el sapo. Todo aquello que significaba, una bondad para ellos era motivo de adoración. En épocas en que existía la pugna y odio entre los incas y los españoles, ante la invasión de los hombre blancos venidas de tierras extrañas, que querían las riquezas de los incas. Entonces, conminaron a todos ellos a esconder sus tesoros e ídolos sagrados en lugares estratégicos. Fueron a las minas, donde escondieron sus dioses de oro y piedras preciosas, tapiaron las bocas de los socavones con piedras y escombros. Además provocaron derrumbes en las rutas peatonales y abrieron zanjas y brechas difíciles de cruzar, a fin de impedir que los españoles les quitaran sus riquezas. Es el caso de un minero con mucha experiencia en el laboreo en la mina, que iba de mal en peor. Pero su constancia y fuerza de voluntad le obligaba a continuar en el trabajo, confiaba en que de un momento a otro le iba a sonreír la suerte. Llegaron las vacaciones escolares de fin de año, entonces el hombre, aprovecho, estos meses para ordenar que toda la familia se fuera a la mina, así, la esposa y sus menores hijas se trasladaron junto al esposo. Al estar juntos, él trabajaba con más empeño. La mujer por las tardes también ayudaba en el trabajo. Procuraban ganar tiempo. En una de esas tantas veces la mujer escucho el croar de un sapo dentro de la mina, que le atemorizó hasta impedirle ingresar nuevamente al socavón, pero, haciendo fuerza y acopio de valor se dijo: he venido a dar la mano a mi esposo y un sapo no me va a asustar, dicho esto entró valientemente a la mina a sacar los escombros de tierra y piedras con mucha dificultad, su constancia logro limpiar la mayor parte del estorbo, con una pequeña pala. Le tocaba dar la última palada, cuando de pronto vio un objeto que brillaba entre las piedras y tierra. Casi cansada y sin aliento procuro remover las piedras y sacar el objeto con mucho esfuerzo. Salió de la mina, envolvió el objeto en su mandil y se fue al campamento; donde mostró el hallazgo con mucho entusiasmo y felicidad a su familia, a la luz de la tarde. Todos quedaron maravillados al ver que el objeto era un “sapo” de oro, reliquia escondida que para ellos era suerte.

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EL SAPO

Los incas, veneraban las fuerzas de la naturaleza: el sol, la luna, la tierra, las estrellas, lagunas, cumbres, los animales: el puma, el cóndor, la serpiente, el sapo. Todo aquello que significaba, una bondad para ellos era motivo de adoración.

En épocas en que existía la pugna y odio entre los incas y los españoles, ante la invasión de los hombre blancos venidas de tierras extrañas, que querían las riquezasde los incas. Entonces, conminaron a todos ellos a esconder sus tesoros e ídolos sagrados en lugares estratégicos. Fueron a las minas, donde escondieron sus dioses de oro y piedras preciosas, tapiaron las bocas de los socavones con piedras y escombros. Además provocaron derrumbes en las rutas peatonales y abrieron zanjas y brechas difíciles de cruzar, a fin de impedir que los españoles les quitaran sus riquezas.

Es el caso de un minero con mucha experiencia en el laboreo en la mina, que iba de mal en peor. Pero su constancia y fuerza de voluntad le obligaba a continuar en el trabajo, confiaba en que de un momento a otro le iba a sonreír la suerte. Llegaron las vacaciones escolares de fin de año, entonces el hombre, aprovecho, estos meses para ordenar que toda la familia se fuera a la mina, así, la esposa y sus menores hijas se trasladaron junto al esposo. Al estar juntos, él trabajaba con más empeño. La mujer por las tardes también ayudaba en el trabajo.

Procuraban ganar tiempo. En una de esas tantas veces la mujer escucho el croar de un sapo dentro de la mina, que le atemorizó hasta impedirle ingresar nuevamente al socavón, pero, haciendo fuerza y acopio de valor se dijo: he venido a dar la mano a mi esposo y un sapo no me va a asustar, dicho esto entró valientemente a la mina a sacar los escombros de tierra y piedras con mucha dificultad, su constancia logro limpiar la mayor parte del estorbo, con una pequeña pala. Le tocaba dar la última palada, cuando de pronto vio un objeto que brillaba entre las piedras y tierra. Casi cansada y sin aliento procuro remover las piedras y sacar el objeto con mucho esfuerzo. Salió de la mina, envolvió el objeto en su mandil y se fue al campamento; donde mostró el hallazgo con mucho entusiasmo y felicidad a su familia, a la luz de la tarde. Todos quedaron maravillados al ver que el objeto era un “sapo” de oro, reliquia escondida que para ellos era suerte.

Transcurrieron los meses de vacaciones y la familia tenía que regresar, especialmente las hijas que estudiaban en la escuela del pueblo. La esposa, que encontró el “sapo”, estaba intranquila, porque todas las tardes a partir de las seis, escuchaba el croar de un sapo, esto, la atormentaba hasta el extremo de provocarle debilidad generalizada y enfermedad crónica. Decía a sus familiares; diario escucho el croar de un sapo que me mortifica, me llega hasta las neuronas; cuando estoy sola veo saltar por el cuarto un batracio. Los familiares no le creían, y pensaban que era pura fantasía. La mujer cayóenferma y tuvo que guardar reposo; El minero con la venia de su esposa, mutilo las patas traseras del “sapo” para venderlas el oro, con el producto de ello la hizo curar, solo con curandero. Esta persona le dijo: es necesario que paguen a la santa tierra. Asílo hicieron y la mujer, se restableció ligeramente, solo que le dolían los pies.

En otra ocasión, cuando se encontraba sola, vio que un “sapo” entraba al cuarto saltando, observó que le faltaba las patas traseras, se acomodo junto a su cama y comenzó a croar con mucha fuerza, de tal manera que la mujer empezó a temblar de miedo por este acto inusual, no sabía qué hacer, hasta que felizmente entro unas de sus hijas y como por encanto desapareció el “sapo”.

La mujer siguió enferma, y la familia requería dinero para devolverle la salud perdida. Acordaron cortar las patas delanteras al “sapo”, y venderlas con este propósito. La curaron con intervención de un medico, pero siguió entre males y achaques, ahora solo escuchaba el croar del sapo, ya no veía, pero el croar era más constante, esto la volvía casi loca, ella sola escuchaba, la familia estaba tranquila, no veía ni escuchaba nada. Se quejaba de la desatención de sus seres queridos.

Un día amaneció muy mal, por más que tomaba medicamentos, seguía muy enferma. Entonces el hombre, hizo llamar al hermano de su mujer, que se encontraba en Lima, quien después de verla, aconsejo llevarla a Lima. Le hicieron caso, alistaron maletas para el viaje, pero les faltaba dinero. El minero y su esposa acordaron decapitar al “sapo”, para vender el oro. Antes del viaje la mujer enferma ocultó el cuerpo del “sapo”, sin la presencia de nadie, en un baúl pequeño, que escondió en el techo de la casa y se fueron a Lima, pensando que iba a sanar. Sin embargo en lugar de mejorar, su mal se agravó y después de varios meses murió con fuertes dolores de cabeza que ningún médico pudo controlar y curarla.

Transcurrieron los meses y el viudo regreso a su pueblo muy triste, por la muerte de su esposa, las huérfanas lloraban por su madre. Y acordaron seguir con las actividades cotidianas. Pasado el tiempo se acordaron del famoso “sapo” e iniciaron la búsqueda del mismo. Llamaron al hermano de su esposa. Buscaron de rincón enrincón; todas las habitaciones, casi se daban por vencidos, de pronto encontraron el baúl pequeño, y se dijeron: aquí está el “cuerpo del sapo”, dicho y hecho, lo hallaron.

Para librarse del embrujo comprobado con la muerte de su esposa, primero pagaronen un ritual a la santa tierra, luego la reliquia fue vendida a un buen precio, este dinero fue repartido entre los integrantes de la familia.

El sapo, dios inca de la fortuna al caer en manos de la mujer, se cobró este hecho con su vida. Dicen que el oro es cosa del diablo, que tan pronto nos da, y tan pronto nos lo quita. Lo peor es que siempre tiene que morir quien lo encuentra.

Por: Chambi Oscalla, Ronal Rubén