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1 ¡Si existes, hazme feliz! RELATO DE LA VOCACIÓN DE JAIME BONET Colección Cuadernos Patrimonio Fundacional VD

RELATO DE LA VOCACIÓN DE JAIME BONET · 2020-01-17 · experiencia vocacional siempre en contextos distintos, para personas distintas y en etapas diversas de su vida. Aunque Jaime

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¡Si existes, hazme feliz!

RELATO DE LA VOCACIÓN DE JAIME BONET

Colección Cuadernos

Patrimonio Fundacional VD

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¡Si existes, hazme feliz!

Índice

Presentación

1. Relato de la vocación de Jaime Bonet

2. Recordando la vocación

3. Llamada inicial, llamadas en el camino

4. Vocación de Jaime, germen del VD

5. La vocación según la Sagrada Escritura

6. Reflexiones de Jaime sobre la vocación

7. ¿Y tú?

Fuentes sobre la vocación de Jaime Bonet

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Edita: Antonio Velasco Jiménez

con la colaboración del Equipo de Patrimonio Fundacional Verbum Dei

y la participación de Margarita Sánchez

Fotografías: Archivo Verbum Dei

Textos: Archivo Patrimonio Fundacional Verbum Dei

Fraternidad Misionera Verbum Dei

Centro de Estudios Jaime Bonet

Ctra. Loeches-Velilla de San Antonio, Km. 3.5

28890 Loeches (Madrid)

Madrid 17 de enero 2020

Editorial Verbum Dei

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¡Si existes, hazme feliz!

Presentación

Jaime Bonet nace el 21 de mayo de 1926 en Alquería Blanca, un pueblo pequeño de la Isla de Mallorca, en España. En la preparación de las navidades de 1940, Jaime, a sus catorce años, vive unos ejercicios espirituales de adviento para los alumnos en el Colegio de La Salle de Palma de Mallorca. Los ejercicios alternaban unas meditaciones en la mañana dadas por algún Hermano de La Salle y el ritmo de clases con normalidad y la participación en la Eucaristía.

Queremos dedicar estas páginas a recoger el relato autobiográfico de Jaime de esta memorable experiencia de su vocación, cuyos frutos se prolongan en el tiempo.

Esta experiencia sencilla de fe se convierte para aquel adolescente en un momento de encuentro vivo y personal con Jesús que determinará toda su vida hasta su partida a la casa del Padre. En muchas predicaciones y coloquios con grupos, Jaime narra su vocación, con palabras diversas, pero contando siempre esos mismos momentos que se le grabaron tan hondo en su corazón, y que fueron el punto de partida, a la vez que cimiento firme de todo lo que vivió después, incluida la fundación del Verbum Dei.

De forma germinal, la experiencia de vocación de Jaime Bonet contiene los elementos fundamentales de lo que en el futuro sería el carisma Verbum Dei. Al mismo tiempo nos invita a cada uno de nosotros a recordar, reavivar y recrear nuestra propia

llamada de Dios y reconocer hoy lo que esto nos implica.

Este relato autobiográfico de Jaime es en realidad una compilación de varios textos de Jaime Bonet: manuscritos, homilías, entrevistas y coloquios donde Jaime ha relatado su experiencia vocacional siempre en contextos distintos, para personas distintas y en etapas diversas de su vida. Aunque Jaime siempre contaba lo mismo, lo hacía con acentos diversos. En el apartado 1 hemos puesto la síntesis de una gran variedad de narraciones que se enriquecen y complementan entre ellas. Esta sencilla biografía vocacional nos acerca a algunas de las fuentes de Jaime Bonet y del Verbum Dei que

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hemos citado en las notas a pie de página y en la bibliografía final.

En los demás apartados hemos realizado una reflexión sobre la riqueza tan inmensa que nace de escuchar, vivir, reavivar nuestra vocación en cada momento de nuestra existencia, como también la riqueza de narrar nuestra vocación y

reconocer que el Espíritu Santo va escribiendo en nuestras vidas una peculiar historia de salvación.

Hemos querido ofrecer este texto entrañable y emblemático de nuestro fundador, en la fiesta de la fundación del Verbum Dei, y en este año 2020, en el que Jaime Bonet celebra desde el cielo el 80 aniversario de su experiencia vocacional (adviento de 1940) y nosotros nos alegramos juntos buscando renovar nuestra llamada en este camino en el que Dios nos ha concedido ser compañeros en las alegrías y fatigas por el Evangelio (cf. 2 Co 1,7).

Antonio Velasco Jiménez, FMVD

Loeches (Madrid) 17 de enero 2020

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1. Relato de la vocación de Jaime Bonet

En el Colegio de La Salle

La fe de mis padres 1. Mi padre era un campesino con fe. Vivíamos en un caserío,

donde había unos veinte jóvenes. Mi padre, con lo que sabía, en las noches de invierno, cuyas veladas eran más largas, reunía a todos los jóvenes del caserío. Ellos tenían interés en que él les diera catecismo. Yo, que era muy niño, estaba con él y le ayudaba.

2. Él tenía mucha fe en la Vida eterna, ¡y vaya cómo era capaz de interesarse por cualquiera del caserío que no tuviera fe! ¡Él sí que se la comunicaba! Y también mi madre, que se valía de ayudas, de regalos, obsequios o lo que fuera, para trabar amistad y tener ocasión de contagiar su fe. Muchas preguntas

3. La persona, en algún momento de su vida, generalmente se para y se detiene ante la fe. Yo no me paré hasta los catorce años. Desde los 12 años estuve con muchas preguntas. En realidad, yo tenía un interrogante que me intranquilizaba mucho, porque no hacía caso de Dios, sino que hacía lo que a mí me interesaba. ¿Y si existiera?

4. Yo era muy feliz porque mis estudios iban muy bien, los deportes también, pero siempre uno puede ser más feliz y me decía: «¡Siempre se puede ser más feliz! ¡Si puedo tener dos carreras, mejor!». Sin embargo, me incordiaba siempre una misma idea, debido a la creencia de mis padres, a su fe.

Entonces, a los catorce años -estaba estudiando el bachillerato con los Hermanos de La Salle-, y pienso: «No. Yo no paso más adelante. Si Dios no existe, yo no quiero ir a la capilla ni a perder el tiempo. ¡No, no me interesa! Pero, ¿y si existiera? ¡Si existiera me conviene averiguarlo!».

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Después, he empleado este mismo argumento para mucha gente: «¿Y tú estás seguro de que no existe Dios? ¿Y si existiera…? ¿Y tú?». «Sí, ¡pero como no existe!». «Pero yo te digo: si existiera…». «¡Hombre, pero como no existe!». «Pero, si existiera, ¿qué?» «¿Y quién me lo va a decir? Si se lo pregunto al cura me dirá que sí existe. Si se lo pregunto a un ateo, de los que quemaban las Iglesias en aquellos tiempos, me dirá que no. Si tuviera ocasión de preguntárselo al Papa, me diría que sí». Pensé lo que me decía mi padre y mi madre: que Dios era muy bueno y nos amaba. Si es así, me contestará. Me dirigiré a Él porque, con este interrogante, no quiero vivir la única vida que tengo. Si existes hazme feliz

5. Entonces tomé en mi mano un crucifijo bastante grande que tenía cerca1. Era la primera vez que lo hacía con algo de interés. Lo besé. Ante este Cristo, marcado de llagas y sangre, roto, medio deshecho y digo: «¿Qué le voy a pedir?» Pues yo tenía siempre una respuesta cuando me preguntaban qué quería ser de mayor. Yo decía, «cualquier cosa menos cura o fraile». Entonces, yo pensé que ya solo faltaba que me pidiera esto. Para prevenirlo, yo le voy a pedir otra cosa: «¡Si existes, dame una felicidad mayor!» Porque yo estaba bien, con mis estudios, el deporte, etc. ¡Le seguía mirando muy fijamente, muy serio! Le dije: «Si existes, hazme feliz». Y esperé la respuesta. ¡Me dio tal alegría! Una alegría para mí desconocida, pero tan entusiasmante, que yo no podía aguantar tanta belleza y me dije: «Bueno, puede ser algo psicológico, algo sintomático». Pero me fue en aumento. Quisiera ser como Tú

6. Poco después, al ver al Cristo destrozado le digo: «¿Qué te ha pasado?» No tenía figura, aspecto, era como un Cristo leproso, monstruoso, como si allí recobrara el movimiento de sus venas y la vida, y hablaba como ser vivo. ¿Qué te ha pasado? Y Él me respondió en mi corazón: «Has pasado tú». Y yo le dije: «Tienes razón, porque llevo 14 años y

1 En un primer momento, Jaime está en su habitación y toma un Cristo ante el cual ora y experimenta su primer encuentro vivo y personal.

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no te he dicho nada, ni palabra, y Tú me has dado esta vida. Si yo hubiera pasado un día sin saludar a mi padre y a mi madre hubiera sido un disgusto y llevo 14 años sin decirte nada. Te he destrozado, te he despreciado; como si hubiera pasado una apisonadora por encima». Entonces le dije: «Mi vida es tuya. Mi vida es tuya». Le añadí: «Quisiera ser como Tú; por Ti hacer lo que Tú has hecho por mí. ¡Quisiera quedarme leproso! Me voy a una leprosería, porque Tú has cargado con mi pecado, con mi lepra y yo quiero ser leproso por Ti y por mis hermanos… Quisiera darte la misma prueba de amor. Tengo que devolverte este Amor». Por eso, ¡claro!, mi primera ilusión fue: «Me voy a una leprosería. Y si me contagio de la lepra por ayudar a los hermanos, seré feliz». ¿Cómo te pagaré todo el bien que me has hecho?

7. Y bien decidido, sin pensarlo más, al momento, como estaba yo estudiando con los Hermanos de La Salle pregunté a uno de ellos: «Hermano, ¿usted me daría una geografía de leproserías?». «Sí, nosotros tenemos muchas y hay Hermanos en ellas, ¿te interesa?». «Sí, sí». Y cuando la leí, digo: «¡Qué cantidad de leprosos! ¡Dios mío!». Entonces, le dije (a Jesús): «Yo quiero quedar como Tú. Tú has cargado con mi maldición, yo quiero cargar con la maldición de los otros, pues, Tú estás en ellos y dándome a ellos, me doy a Ti». El crucifijo me remitía a una leprosería, y ser leproso, con la ilusión de ser leproso por ellos2.

2 Jaime estuvo en una leprosería por primera vez en Manila, Filipinas, en el año 1981. Después del viaje comentó: “Yo nunca había visto aquello. Muchos años después, pude verlos en persona al vivo. Cuando asistí a una de aquellas leproserías de cinco mil hombres sin aspecto ni figura, abandonados, ¡leprosos!, que me recordaban mi primera experiencia cuando me encontré con el Crucifijo muerto por mí”.

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Me dio la impresión de que se me cayera encima. Lo vi muy abandonado, enfermo, postrado sobre mí para tomarme, al mismo tiempo que me decía, con gran confianza: «En tus manos está mi destino…»3. «¿Cómo pagaré yo a Dios todo el bien que me ha hecho?”» (Sal 116,12). Fue lo primero que se me ocurrió a mí decir a los catorce años: «¿Puedo yo pagar tanto bien, tanto perdón, tanto amor de Dios? Me ilusiona quedar como Tú en la cruz, sin figura. ¡Me encantaría! Te lo quiero pagar. ¡Te lo quiero pagar!». Antiguos amigos

8. Después tocaron para ir a la Capilla4, y al ver el Sagrario, aquel cajón que para mí antes no era nada, ahora era como si lo viera como una persona, no lo hubiera visto más claro, el Dios Eucaristía. Entonces, vino un diálogo, un diálogo muy familiar ya, íntimo, de tú a tú, como si fuéramos antiguos amigos. Tan amigos, que hasta me atreví a darle consejos a Jesús.

9. En aquel tiempo, durante la Guerra civil española se quemaron muchas iglesias, se profanaba la Eucaristía, se llevaba a Jesús a casas de prostitución, etc. Y recordándolo le dije:

- «¿Ves Jesús? ¡Esto no puede ser! Tú no debieras haberte quedado en el Sagrario así; “¿Por qué te has puesto así, en un pedacito de pan, indefenso?». «¿Quién te conoce, si eres el último del pueblo? Porque si Tú hubieras ido por las calles, si Tú hubieras hablado, si Tú, el más hermoso entre los hijos

3 “¡Cuánta confianza tiene Jesús en mí! Él me canta el salmo 31, que dice: «Yo confío en ti, mi Dios, […]. Está en tus manos mi destino, […], ¡sálvame, por tu amor!» (Sal 31,15-16). Pero Él me lo cambia así: «Yo confío en ti, Jaime, está en tus manos mi destino, sálvame por tu amor»”. 4 Este segundo momento del relato de su vocación es en la Capilla del Colegio, donde tenían un sagrario de madera, con la cita bíblica grabada: “El Señor está aquí y te llama”.

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de los hombres, hubieras aparecido como un joven de veintiún años, un joven con fuerza, todo esto se hubiera podido evitar».

- Pero Él me remitía a mí muy fuertemente diciéndome: «Jaime, y ¿tus pies?». «¿Te servirían, Jesús?». «Si tú quieres, serán los míos». «¡Pues, son tuyos!».

- «Jesús, porque si Tú anduvieras por las ciudades y hablaras a la gente, al mundo, tu atraerías a todo el mundo». Él me respondió en mi corazón: «¿Por qué no me llevas Tú?». «Tus labios son mis labios».

- «Y tú, ¿no puedes hablar, está muda tu boca?». «¿Te iría bien mi boca, mi lengua? Pues, ¡es tuya, Jesús!».

- Él seguía preguntándome: «¿Y tu cabeza?, ¿y tu cerebro?». «¡Es tuyo!».

10. Recuerdo una pregunta que le hice, que jamás la olvido:

- «Entonces, ¿te agradaría, Jesús, ir por aquí, por allá, por las ciudades y por el mundo?». La respuesta era: «¡Me encantaría!». «Pues, ¡irás!; Jesús, irás porque mi vida es tuya. ¡Irás!». «¡Contigo, Jesús!».

Lepra de vida eterna

11. Pero el hecho que no fuera a una leprosería como la del P. Damián de Molokai fue precisamente por el encuentro que tuve con Jesús en la Eucaristía. Entendí de Él: «¡No! Hay otra lepra. Hay una lepra peor, por la cual he dado la vida, que es la lepra de la vida eterna5. Yo no quiero que eternamente seas un leproso, yo te quiero perfecto y también a todos mis hijos. Luego, si quieres verme feliz, cúrame de esta lepra en mis hermanos». «¡Ah, perfecto! ¡Muy bien! ¿Qué tengo que hacer para eso?».

5 Se refiere a la lepra que viene de una ausencia de la vida eterna.

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¿Qué tengo que hacer? 12. Y sin esperarme dos horas ni una hora fui donde el Hermano

de La Salle y le pregunté:

- «¿Hermano, para llevar a Dios Eucaristía qué tengo que hacer?».

- «¡Yo no sé qué te pasa hoy!». «¡Yo tampoco lo sé! Pero quisiera ir a una leprosería».

- «Tú serías muy buen hermano de La Salle».

- «Pero, ahora resulta que Jesús me ha pedido esto, me dice esto. ¿Y qué hago?».

- «Ah, entonces, tendrás que ser sacerdote». Porque en aquellos tiempos, nadie podía tocar la Eucaristía. Si caía una Hostia, nadie la tocaba... iban a buscar al cura.

- «Entonces, tendrás que ir al seminario».

- «¿Seminario? ¿Ahí donde se fabrican los curas? ¿Y no hay otro camino?». «No, no». «Pues mira, conviene que, si tú quieres acompañarle y llevarle y tal... seas sacerdote». «¿Sacerdote? ¡Lo que nunca hubiera querido en mi vida!». Pues me voy allá, me voy allá en seguida».

Encuentro con el Rector del Seminario

No me haga demorar

13. Temía perder aquella llamada y por esto me fui al Seminario enseguida, aunque estábamos ya casi a final de curso. Yo estaba terminando el bachillerato6. Cuando llegué me preguntaron:

- «Muchacho, ¿a qué vienes?».

- Digo: «Por lo visto tengo que ser sacerdote».

- «Bien, pero ahora no, porque estamos a final de curso».

6 En aquel tiempo en España los estudios eran: la Primaria constaba de tres cursos, de los 6 a los 9 años de edad. A los 9 años se ingresaba al Bachiller. Cuatro años de Bachiller, examen de reválida, dos años más de Bachiller. Después era el curso de Preu (Preuniversitaria).

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- «¡Por favor, acéptenme, que, si no, voy a perder la vocación!».

- «Pero, ¿quieres o no quieres la vocación?».

- «Quiero. No es que me atraiga, pero la quiero».

El Rector estaba un poco desconcertado ante mi insistencia.

- Digo: «No me haga demorar porque si no, me pierdo».

- «No, vete a tu pueblo, pediremos informes a tu parroquia y en el Colegio de La Salle y luego, ya te llamaremos».

Pensé yo: «¿En mi parroquia? Si nunca he sido monaguillo. ¿Cómo podrán dar buenos informes de mí?».

Por eso les insistí: «Por favor, señor, usted arrégleme esto cuanto antes, porque yo no quisiera perder esto. ¡Mande la carta rápido!».

Sentía prisa; y entonces, cuando me vieron tan interesado me dijeron: «Bueno, miraremos nosotros y te escribiremos».

En el Santuario de la Consolación en Alquería

¡Guárdame, Madre!

14. En aquel tiempo los procesos eran muy lentos. Pero yo estaba tan “así”, tan interesado, que, al irme a mi pueblo, en vacaciones, en lugar de irme a mi casa, me fui a la Virgen, al Santuario de la Consolación y le dije: «¡Guárdame, guárdame, guárdame esto, que es un tesoro!... Guárdame esta vocación y haz que me llamen pronto, porque si no… Ayúdame, porque yo por mi cuenta y por mis fuerzas no aguantaré ni diez minutos, menos un día y mucho menos una semana, pero contigo todo es distinto».

Primeros pasos en su casa

Después de la llamada

15. Yo entendí que Cristo me necesitaba y me quería. Entonces me fui allá, al pueblo. Mi familia lo aceptó muy bien, mi madre y mi padre.

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Entre mis pecados y fallos vi mi vocación: enseguida se lo dije a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos que soltaron carcajadas al decirles: «Voy a ser cura», diciendo: «¿Tú, cura?» Si a mis 14 años mis padres se hubieran opuesto a mi vocación o me la hubieran demorado, aunque fuera medio año, tal vez yo no hubiera seguido este camino ni haría lo que hago. Pero mis padres me dijeron: «¡Adelante, hijo, adelante! ¡Lánzate! Son cosas con las que no se puede jugar, porque no eres propietario de tu vida ni de tu destino, ¡ni mucho menos!». ¿Lo has pensado bien?

16. ¡No hay que pensarlo mucho! Yo lo he recordado muchas veces. Si yo hubiera pensado mucho lo de seguir a Cristo, no lo hubiera seguido. «¿Lo has pensado?», me preguntaron una colección de tías muy devotas que tenía. Yo tenía tanta parentela y tantas tías que cuando oyeron: «Jaime parece que quiere ir al Seminario», se sorprendieron tanto que dijeron: «¡Qué va! De los setenta y tres primos, la mayoría son mejores que él». Por eso, me lo quisieron preguntar a mí directamente. «Tú, pregúntale -le dijeron todas a una de ellas, que era como la madre superiora del grupo-, ¡díselo tú!». Yo las veía venir. Entonces, empezaron diciendo:

- «Jaime, estamos muy preocupadas».

- «¿Sí?, ¿qué pasa?».

- «¿Tú has pensado bien esta vocación?».

- Digo: «¡No!».

- «¿Ves? ¿Ves? ¡Ni lo ha pensado, ni lo ha pensado! Y, ¿por qué no lo piensas?».

- Digo: «Porque si lo pienso, no lo seré. Porque ser sacerdote no me agrada nada. No me atrae nada».

- «¿Entonces?».

- «Entonces, me he encontrado con Cristo y he visto que ha dado la vida por mí. Y como me lo ha dado a entender, mi vida es suya. ¡Listo!».

También vosotros

17. Viendo yo dónde tenían el corazón mis padres, les pude decir con toda sinceridad: «Es imposible que conozcáis personalmente a Jesús, porque con lo que me amáis, si le conocierais me hubierais orientado hacia Él, en vez de dirigir mi mente y mi corazón tanto hacia los estudios. Estoy seguro que

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es por puro amor que lo hicisteis, pero veo que este amor está desviado y demuestra que no tenéis un conocimiento palpable y vivo de Jesús como Persona». Ante esto, se quedaron un poco sorprendidos: «Pero ¿qué dices?». «Sí, sí. Lo primero es Él. Después de haberme encontrado con Él, veo que conocerle es lo fundamental y es a vosotros, antes que a nadie, a quienes se lo he querido decir». En la misma conversación, sin tardar mucho, dicen: «Dinos cómo lo tenemos que hacer». Digo: «Tenéis que escucharle. Voy a buscar un buen director7 que os dé la Palabra y que os la aplique bien». Esto se lo decía yo cuando tenía catorce años. Después le dije a este director: «Mire, le mando a mis papás, apriételes al máximo, que son mis padres».

«Pon en tu vida alma y mano. Y aprieta, hasta sacar de lo humano, sobrehumano», decía Marquina, un poeta español.

¡Aprieta! Efectivamente, él les ayudó tanto que, luego, me dijeron mis padres: «Jaime, ¿por qué no nos dijiste esto antes?». Digo: «Es que os lo he dicho unas horas después de haber encontrado a Cristo». Ellos, inmediatamente pensaron en sus hijos y me dijeron: «Pues, ahora, también tus hermanos tienen que conocerlo. Lo tienen que conocer».

Primeros cursos en el seminario

Cristo me necesita

18. Yo pensaba: «¡Ay, Dios mío! porque solo falta un mes para acabar el curso en el Seminario, termina en junio». Era mayo y a final de mayo me llamaron. Yo me puse en el primer curso y como era un poquitín mayorcito, me examiné de este primer

7 Jaime, aquí, se refiere a un director espiritual para sus padres.

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curso. Me dieron muy buena nota y me dijeron: «Bueno, ahora tienes tres meses de vacaciones -como es costumbre en España, julio, agosto, septiembre- y en octubre entras definitivamente». Entonces, les pregunté: «Oigan, ¿no me dejarían hacer el segundo curso en verano, que son vacaciones?» Y dijeron: «Lo vamos a mirar». Lo miraron entre los superiores, los profesores y dijeron: «Sí, sí, puedes hacer el segundo curso». Me aprobaron el segundo curso en septiembre8. En La Sapiencia

19. En el Seminario, después de este primer curso, hubo Oposiciones para entrar en el Colegio de La Sapiencia. Era para siete u

ocho estudiantes seminaristas y todo era gratis. Me presenté y me aceptaron. Entonces, entré allí, y allí acabé mis estudios sacerdotales. Si me quisieras tú

20. En aquel tiempo no tenía novia, porque estaba estudiando, pero me cantaban y me silbaban. Era tremendo esto, a veces me gritaban y me recitaban: «Si me quisieras, te juro yo, esclava por siempre fuera prisionera de tu amor». Esto me lo cantaban viéndome pasar, aun siendo seminarista, ellas tocando el cristal de una tienda: «Si me quisieras, te juro yo…» y que tal y que cual... ¡Vendrán!

21. ¡Me gusta hablar a los jóvenes! Al llegar al pueblo, ya seminarista, yo tendría 14 o 15 años. Le dije al párroco:

- «Los chicos del pueblo tienen vacaciones, no hay clase; quiero darles unos ejercicios espirituales»

- «¡No! No van a ir de ejercicios espirituales», me dijo.

8 Jaime entró en el seminario menor de Palma de Mallorca en España cuando tenía catorce años de edad, en el año 1940. Más tarde, como parte de su formación para el sacerdocio, Jaime vivió con otros seminaristas en el colegio “La Sapiencia”, bajo la supervisión del obispo.

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- Pero Jesús me decía: «¡Sí!». Le dije: «¿Y si vienen?» «¡No vendrán! Porque son vacaciones». «¿Por qué no puedo darlos?»

- Y enfadado me contestó: «¡Contigo es inútil discutir!». Llamé a los amigos y les hablé y les dije: «Llamadme a uno por uno (a todos los jóvenes)». Vinieron prácticamente todos. Me aprendí muy bien la primera charla para que continuaran. Respondieron perfectamente. El párroco no sabía qué decir al ver a los chicos entusiasmados.

Lo que te digo transmítelo a otros 22. Yo tuve la libertad de poder ir a predicar a los ancianos de las

Hermanitas de los Pobres. Iba también a predicar a los gitanos los domingos. Era obligatorio salir los domingos. Todos teníamos que salir del colegio, pero yo elegí ir a dar catequesis, ir a predicar, a hacer apostolado. Realmente, si uno ora, se ve impulsado a tenerlo que dar y, a la vez, al tenerlo que dar, lo tiene que recibir. Es ahí donde uno ve sentido a la oración, donde Dios te dice: «Prepáralo bien, dalo bien. Lo que te digo, transmítelo a otros».

Siendo sacerdote y párroco en Mancor del Valle

Predicar a tiempo y a destiempo 23. El primer año de estar en la parroquia ya empecé a dar

Ejercicios. Es verdad que había que atender debidamente a los feligreses, pero no es difícil encontrar algún sacerdote que colabore con todo gusto. Le dije a uno, algo mayor y que tenía tiempo de sobra: «Mira, mientras yo predico en el Santuario (de Santa Lucía), ven tú al pueblo a celebrar la misa, los funerales y las bodas. Atiende tú al pueblo diariamente y yo vendré los domingos».

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Además, las mismas personas de la parroquia que hacían Ejercicios, viéndome tan ocupado en la predicación, empezaron a tomarse la responsabilidad de atender a todas las necesidades. Me decían, como pidiéndome un favor: «Permítanos encargarnos de la limpieza y de la organización de la Iglesia. Se lo solucionamos todo; pero usted no deje de predicar». Los que no podían predicar, atendían a todos estos quehaceres, mientras que todos los que podían se preparaban para predicar.

Siempre con María 24. En mi sacerdocio, María ha sido la Mamá querida,

imprescindible, como hijo querido de sus entrañas: en sus brazos y siempre con cuidado y mimo, llevándome de la mano con pulso firme y suave, acogedor y seguro. Mi sacerdocio y mi vida misionera son inseparables de María.

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2. Recordando la vocación

Pasaron los años, y periódicamente Jaime, recordando su vocación, comentaba expresiones llenas de agradecimiento:

«Gracias, mi Rey, Señor y Amigo. Pasaron cincuenta años desde que percibí tu mirada sobre mí. Gracias, infinitas gracias, por estas Bodas que en diciembre próximo podré renovar, reconstruir, consolidar, como alianza eterna. Feliz año jubilar para mí, de Bodas de Oro continuas.

Purifícame, más y más, en el crisol de la humillación, para que solo quedes tú en mí y seamos uno, como Tú eres uno con el Padre.

Gracias porque me mantienes la ilusión de aquella primera mirada recíproca, de aquel amor mutuo, de aquella alianza y entrega, que Tú has hecho irreversible y definitiva.

Gracias por la mayor conciencia de la vocación y de la misión, por el más vivo conocimiento de Ti y de mí; de mi nada y de tu Todo; de mi pecado y de tu Gracia, de mi miseria abundante y de tu misericordia que no tiene fin, y me supera y desborda.

Gracias sobre todo por la amistad creciente con la Trinidad y María». (25 noviembre 1990)

------------------ «¡Qué grande eres mi Señor, mi Amigo Jesús! En Ti quiero invertir9 toda mi vida y fundir mis horas del día y de la noche. Todo y solo para Ti. A tu gusto. Ya sabes, mi Jesús: ¡Cincuenta años que me miraste, que arrancaste de mis ojos, distraídos, perdidos entre las aspiraciones del mundo y la vanidad, una mirada fija en Ti! Y te comprendí. Y penetré con mi mirada hasta muy cerca de tu corazón. Diría que permití con fuerza el impulso fuerte de tu latido. Creo que repercutió en todo mi ser. Recuerdo que rompió totalmente la venda de mis ojos y la corteza de mi corazón y pude, sin intervención, entrar en contacto vivo con tu Amor. Todo fue Amor. Ni hubo coacción alguna, ni siquiera esfuerzo. Todo fue obra tuya, empeño tuyo. Quedé abierto ante Ti como en un quirófano, palpaste mis

9 Literalmente: «me quiero invertir».

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entrañas y yo puse gozosamente lo más íntimo de mi ser en tus manos. Hoy, a distancia de cincuenta años, con mayor experiencia de vida10 y penetrado por tu incisivo, agudo y desbordante Amor misericordioso, siento por Ti, mi Jesús, la misma gratitud. Perdón, Papá Dios, por tanta infidelidad por mi parte. ¡Cómo me dolió haber esperado tanto a acercarme a Ti: a los catorce años! Me duele hoy no haberte correspondido como era de esperar, como debía y como necesitaban tantos hermanos que observabas cariñosamente cuando me abrazabas con tus brazos sangrantes y me besabas con tus labios ardientes, con fiebre de Amor. Pero hoy, sí, mi Jesús. Sí a todo y para siempre. Mamá querida, es un «sí» el que se oye aún, cuando Tú me das el tono, para que yo corresponda a tanto Amor de la Trinidad. ¡Cuánto quiero corresponder a esa multitud de manos tendidas, de tantos hermanos que esperan y me reclaman al Dios que debía entregarles! Mi “sí” al Padre, a Ti, Papá, a Ti, Jesús y Espíritu de Amor, es un “sí” para multitudes. Gracias, Mamá querida».

(14 diciembre 1990. Siete Aguas)

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Carta a la Familia Verbum Dei11

«Quiero expresar... que a partir de los catorce años, mi vida, perteneció o pretendió ser de Otro, al servicio de Otro y a merced del gusto de Otro. Y así todo cuanto envolvió esta pobre existencia fue motivado por este Otro, a excepción de mis pecados y desaciertos, que no fueron pocos, que mi Buen Dios me perdona y olvida.

10 Literalmente: «con grande experiencia de vida». 11 En el umbral de su 70 aniversario, Jaime escribió una carta dirigida a la entera Familia Misionera Verbum Dei, de la cual tomamos algunos párrafos, en la que adelantaba su despedida

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Pido a todos os unáis a la actitud del Dios Bueno, como de buena gana me uno yo con respecto a todos vosotros y a cuantos traté en mi vida. Por lo que mi súplica es que al Buen Dios siempre miréis y a Él solo escuchéis, que no a mí ni a los hombres, sino en aquello que a Dios más os acerca, seduce y cautiva". Porque lo buenos que sois vosotros, esto sé no ser cosa mía. Pero sí, algo mío puede haber en lo poco malo que podáis descubrir en vuestro curriculum; en esto no dudo que algo pueda haber que sea pertenencia mía. Y esto poco o mucho que a mí corresponda, no grato a Dios ni a vosotros, ni a mí, esto sí que os pido, por la Misericordia de Dios, que no lo guardéis ni me lo devolváis, ni lo heredéis, y separadlo para siempre de vuestro corazón, como quiero yo también confesar ante Dios y ante vosotros hermanos, que ya solo el Amor de Dios, igual para todos, permanezca en mi corazón. Si os llegara a intimidar el proyecto que Dios nos ha confiado, hasta hacernos dudar, en lo más mínimo, situémonos muy junto a María. Ella escuchó del ángel: "No temas". Por esto, la Mamá, experta en tal acontecimiento, nos aprieta la mano que prende siempre de Ella, e inicia, sigue y remata nuestro sí, tal vez medio aturdido o torpe, tal vez medio drogado o esclavo de alguna creatura. Por esto nos unimos fraternalmente todos, para que nuestro FIAT, a veces medio confuso, quede envuelto y arropado en el canto festivo, con toda la familia en fiesta continua, aclamando con todo el cielo a la Trinidad y María. (…) Así que: carísimos en Jesús y María, Familia Verbum Dei: Matrimonios, Misioneros, Misioneras y todos los nuevos brotes y Ramas en que pueda multiplicarse esta joven y fecunda familia: abiertos al Espíritu de la mano de María, anfitriona de la Fiesta, participamos del convite de la Trinidad Santísima, preparado y servido para multitudes, en nuestro propio ser, en la persona de cada uno de nosotros. Así accedemos a la mejor Vida, de la que nada ni nadie nos puede privar ni discutir».

(Loeches, 22 de octubre 1995)

------------------ «Yo no le he sido fiel siempre, pero esto me conmueve tanto como hace 60 años. Cuando no puedo hablar, lo escribo. El amor es cantarín: “quisiera contigo ser uno, ser cuerda, ser

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nudo, unir los hermanos y hacer de mis manos tus lazos de amor, quisiera Señor, seguir como cordero, ir al degüello, dejando un reguero de sangre de amor. Quisiera, Señor, y cuánto te quiero, te quiero, mi amor”. Claro. Te cautiva Porque imaginaos quién es Dios, y qué eres tú, pecador, para ser su sacramento».

(Loeches, 2000)

3. Llamada y llamadas

La llamada de Dios no es algo estático, no es un momento puntual para recordar, sino más bien un dinamismo de amor y de vida, que va creciendo, profundizándose en cada etapa de la vida y en todas sus circunstancias.

En los momentos más importantes de su vida, san Pablo recurre al relato de su vocación12. Su vocación se convierte en cimiento, defensa, y en fundamento de posteriores discernimientos. De igual modo, Dios nos invita a construir nuestra respuesta desde opciones grandes y opciones pequeñas que van surgiendo en el camino. Por ello, siempre será vital ir al origen de nuestra vida y de nuestra llamada, que se convierte en una brújula para no vivir en la superficie.

Esa primera llamada y fundamento de nuestra vida, se va actualizando a través del discernimiento. Por ello, insiste el papa Francisco en la importancia del discernimiento:

El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves,

12 Cf. Hech 9, 1-19; Hech 22,4-21; Hech 26, 9-18. El mismo Pablo da razón de su llamado en Gálatas 1,11-25, “desde el seno de mi madre”.

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o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer.13

Jaime Bonet, movido por su amor a Cristo y a su Humanidad sufriente, introduce en su vida un criterio de discernimiento que siempre le lleva a más: es el criterio de la mayor eficacia apostólica, es decir el deseo de poder dar siempre un fruto abundante y un fruto que permanezca (cf. Jn 15,16).

En su experiencia personal y en la existencia del Verbum Dei vemos, así, cómo este amor actual a Cristo lleva a Jaime a nuevas o renovadas opciones: ir al seminario, proponer a sus compañeros de La Sapiencia la predicación entre ellos, su

dedicación a dar ejercicios espirituales siendo sacerdote, la fundación del Verbum Dei, la dedicación exclusiva a la Palabra de Dios; años después, salir de la isla y abrirse a evangelizar en los cinco continentes, construir los Centros, posteriormente salir de ellos e ir en medio de las ciudades, el camino de aprobación jurídica para defender una forma comunional única con varias ramas, su dimisión en el 2001 para dejar paso a nuevas generaciones…

La vida de Jaime Bonet es una peregrinación continua, o como Abraham, un continuo salir de su tierra e ir donde Dios le iba señalando.

13 Gaudete et esultate, 169. En diversos textos el Papa invita a vivir una vida en la vigilancia, en el combate espiritual, y desde el discernimiento: Evangelii gaudium 43, 45; 217-237; Gaudete et exultate 166-176; Christus vivit 250, 279-298, 43-48.

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Breve cronología de Jaime

Algunos momentos importantes en la vida de Jaime:

1926 Nacimiento de Jaime Bonet, el 21 de mayo, en Mallorca, España. Sus padres fueron Jaime y María.

1940 Experiencia de su vocación e ingresa en el seminario de Palma, Mallorca, con 14 años de edad.

Desde su permanencia en el seminario se dedica a predicar a jóvenes, a gitanos, ancianos… y nace en él una pasión por anunciar el evangelio a tiempo y destiempo.

1952 Es ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952. Su primer destino como sacerdote es párroco de Mancor del Valle y director del Santuario de Santa Lucía (Mallorca).

1959 Crea el Temario de vida y amor y da inicio al movimiento de Convivencias, desde las que se van gestando escuelas de apóstoles y un fuerte dinamismo apostólico en la isla y del que surgió el Verbum Dei.

1963 Jaime funda el Verbum Dei iniciando el 17 de enero con un grupo de mujeres. El 25 de marzo fueron aprobadas como Asociación Apostólica Laica de “Misioneras Diocesanas”.

1964 Jaime fue enviado a Roma por su obispo con el deseo de que se aprobara el primer “Breve ideal”. Se introdujo el nombre “Verbum Dei”.

1965 Primeros pasos en la fundación de la rama masculina de misioneros y la rama de matrimonios.

1966 En octubre, un grupo eclesial de misioneros fue a la misión en Perú. Las misioneras fueron enviadas a Roma para estudiar teología en el Instituto Regina Mundi.

1969 Aprobación como Pía unión del Verbum Dei con sus

tres ramas.

1971 Jaime solicita el traslado de la sede y la dirección del Instituto Apostólico Verbum Dei a Madrid, que sería reconocido por el Arzobispo de Madrid, Cardenal Vicente Enrique y Tarancón.

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1976 Inicia un gran crecimiento y expansión universal de la Fraternidad por los cinco continentes.

1977 Inicio de la creación de los Centros Misioneros de Evangelización

1993 Las ramas de misioneras y misioneros se erigen como Institutos religiosos, y días después, la Asociación Pública de fieles de los Matrimonios y otros Laicos Verbum Dei.

1994 Jaime Bonet participó como invitado especial en la IX Asamblea General del Sínodo de los Obispos (1994) dedicada a la Vida Consagrada.

1994 En este mismo año inicia a estructurar el Verbum Dei con la riqueza de la articulación de la Fraternidad Misionera y de la Familia Misionera con todas sus realidades.

2000 El papa Juan Pablo II, el 15 de abril declaró a la Fraternidad Misionera Verbum Dei como un Instituto de Vida Consagrada de derecho pontificio.

2017 Jaime Bonet, nuestro querido fundador, falleció en la provincia de Madrid el 25 de junio a sus 91 años de edad.

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4. Vocación de Jaime, germen del Verbum Dei

Como síntesis, podemos decir que la experiencia de vocación de Jaime Bonet, en forma germinal, contiene los elementos fundamentales de lo que en el futuro sería el carisma Verbum Dei:

Búsqueda de Dios: Jaime fue un gran buscador de Dios desde estos primeros años (“Si existes”) y un gran buscador de felicidad desde una actitud de autenticidad (“hazme feliz”). Jaime ya tenía fe, y vivía en un ambiente religioso familiar, sin embargo, no se contentaba con cualquier cosa, buscaba algo más…

Diálogo sencillo con Dios: Jaime aprende a reconocer personalmente a Jesús en la Eucaristía y ante la imagen del crucifijo. Es el fundamento de nuestra oración como descubrimiento del amor de Dios a través del encuentro personal y vivo, como viendo al invisible, cara a cara.

Conversión: descubrimiento del sufrimiento del Cristo Total y de la responsabilidad personal o repercusión de nuestra vida en su estado; dolor por el mal causado a Cristo (en su humanidad) por el propio pecado, por la indiferencia ante Jesús en la Eucaristía y Crucificado; momento de conversión personal. Toda nuestra vida lleva conlleva encuentro, conversión, ponernos en camino.

Gratitud y deseo de ayudar a Cristo: nace en él una profunda gratitud y el deseo de hacer lo mejor para sanar el Cuerpo Sufriente de Cristo: “quiero curar tu lepra”.

Búsqueda de la mayor eficacia: cuando percibe que la lepra es causada por la falta de amor, y que podría ser evitada, pregunta cómo llevar el amor de Dios a todas las gentes y entiende que es a través del sacerdocio. Posteriormente descubrirá el potencial de la predicación y siempre estará dispuesto a cambiar o realizar todo lo que le lleve a un encuentro más personal con Dios y a poderlo ofrecer a todos los hermanos.

Deseo universal y urgencia de llevar a todos los hombres el amor de Jesús: a los que están cerca (“quiero que esto lo conozcan mis padres”) y a los que están lejos, los más marginados (“estás leproso, quiero dedicarme a curar a los leprosos”). Su amor a Jesús a través del discernimiento, le llevó

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al deseo de rebasar los confines de la Isla de Mallorca y surcar los mares con espíritu misionero y viajar infatigablemente por el mundo entero sin más deseo que el de compartir su experiencia de Dios.

Respuesta pronta y total: El curso del seminario ya había iniciado, pero él quiere empezar inmediatamente. Sentía que era importante responder a Dios sin dilación ni excusas.

María: cuando regresó a su casa, pasó primero por el Santuario de la Virgen de la Consolación cercano a su pueblo. La presencia cercana de María es connatural en Jaime, desde el inicio de la vocación y como ofrenda de su vocación a la custodia de María.

Todos estos elementos expresan muy bien, en forma de semilla, lo esencial del carisma Verbum Dei: el diálogo vivo y personal con Dios; el deseo que surge de la oración de querer agradecer a Dios su amor con la propia vida y consagración dedicada a los hermanos; la sensibilidad y compasión por la Humanidad Sufriente de Cristo, el Cristo Total y el deseo de buscar los caminos mejores para poder edificar su Cuerpo; la percepción de la dedicación a anunciar su amor a todos los hombres y que estos puedan conocer el amor de Dios y seguir sus caminos, el deseo profundo de que cada uno pueda vivir la plenitud colaborando con Jesús en su misión.

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5. La vocación según la Sagrada Escritura14

“La razón más alta de la dignidad humana está en su vocación a la comunicación con Dios. El hombre está invitado, desde que nace, a un coloquio con Dios…” (G.S. 19). Esto afirma la Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II de todo hombre. Así pues, todos y cada uno de nosotros somos llamados a entrar en un diálogo con Dios, de modo que la vocación no es algo exclusivo de algunas personas sino de todo hombre.

Toda la historia de salvación es la historia de ese diálogo, muchas veces interrumpido por el hombre y siempre reiniciado por Dios. Sorprende ver el insistente deseo de Dios de comunicarse con el hombre; toda vocación responde a ese deseo, una y otra vez sale al paso del hombre para rescatarle de un camino que solo conduce a la muerte.

Por eso elige a un pueblo, el pueblo de Israel cuya razón de ser, su identidad más profunda en la que se reconoce, es su conciencia de ser un pueblo elegido por Dios. La elección y la llamada ponen al pueblo en una situación distinta a la de los demás, una forma de existencia aparte, estableciendo con él una alianza: Israel se siente llamado a “ser su pueblo” y tener a Dios como “su único Dios” (Ex 19,5-6). ¿Qué significaba esto? En un primer momento quizá solo algo muy concreto y terrenal: la promesa de llegar a ser un pueblo numeroso, que triunfa de sus enemigos y vive felizmente asentado en una tierra “que mana leche y miel”. Pero toda llamada de Dios es para una misión; la vocación, que Israel vive en muchos momentos de su historia como un privilegio exclusivista, se va abriendo poco a poco a la comprensión de una misión implícita en esa llamada, una misión universal: llevar a todos los pueblos el conocimiento de Dios.

Para ello Dios elige y llama a personas, a través de las cuales Él va conduciendo a Israel con la promesa de una salvación-liberación definitiva: Abrahán y los patriarcas, Moisés, los profetas… Dios llama porque quiere contar con el hombre para sus planes de salvación; pero su llamada siempre respeta la libertad: cada persona llamada es libre de aceptar o no la invitación de Dios. La vocación, que es siempre iniciativa divina, parte de una experiencia fuerte de encuentro con el Señor que

14 Texto elaborado por Margarita Sánchez, misionera Verbum Dei y profesora de Biblia en el ITVD- San Pablo apóstol.

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se manifiesta y manifiesta sus planes; lo normal es que estos planes cambien radicalmente la vida y proyectos de la persona, lo que se pone de relieve en la Biblia con el hecho de que Dios a veces les cambia el nombre; un nuevo nombre acorde con la nueva misión encomendada: Abran se llamará Abrahán que significa “padre de multitudes” (Gn 17,5); la mujer de Abrahán, Saray, se llamará Sara “princesa”; al hijo de Abrahán y Sara Dios le da el nombre antes de nacer, será Isaac que significa “Dios ha sonreído” o “ha sido propicio”. Esto mismo vemos en el Nuevo Testamento, cuando Dios pone el nombre antes de nacer a Juan el Bautista y a Jesús.

El primer gran relato de vocación en el Antiguo Testamento es el de Abrahán que será el padre del pueblo de Israel. Dios lo llama a salir de su tierra y a ponerse en camino sin ninguna seguridad, salvo su fe en la promesa divina de una descendencia numerosa y una tierra fértil donde asentarse (Gn 12,1-3); la respuesta de Abrahán es rápida y generosa: decide aceptar la invitación de Dios y comenzar un camino que le llevará a formar un pueblo en una tierra nueva; pueblo que sería el heredero de las promesas y canal de bendición para todas las naciones. Ni siquiera hay ninguna resistencia cuando Dios le pide sacrificar a su único hijo: sin entender nada, incluso cuando todo parece ilógico y absurdo siempre su respuesta sigue siendo la misma: “Heme aquí” (Gn 22,1).

En otras ocasiones las personas a las que Dios llama se han atrevido a expresar todas sus resistencias, como Moisés. Dios le pide enfrentarse al Faraón y sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto; Moisés pone numerosas excusas (Ex. 3-4) y finalmente, no sabiendo ya qué objeción poner, pide directamente a Dios que envíe a otro (Ex. 4,13).

Los profetas son hombres llamados por Dios para transmitir al pueblo un mensaje en su nombre. Isaías, tras tener la experiencia de la grandeza y gloria de Dios en el templo, se ofrece él mismo para la misión: “Heme aquí, envíame” (Is 6,1-10). En cambio, Jeremías se resiste: “Mira que no sé hablar… que soy un muchacho” (Jr 1,4-10); y Jonás quiere escapar lejos y no escuchar más la voz del Señor (Jon 1,3).

La llamada de Dios cambia también la vida tranquila de Amós, enviado a denunciar con fuertes palabras el pecado de Israel y de otras naciones: “Yo no era profeta ni hijo de profeta, yo era pastor y cultivador de higos. Pero Yavé me tomó de detrás del

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rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Am 7,14-15). Amós tiene que dar un mensaje muy impopular, pero obedece a pesar de los inconvenientes y las amenazas de que será objeto.

Para todos los llamados la vocación tiene que ver con tomar un camino un tanto desconocido en fe y esperanza. La respuesta a la llamada de Dios nunca es un camino visiblemente seguro: ante lo dificultoso de la tarea o ante las objeciones de los llamados, solo hay una respuesta por parte de Dios: “No temas. Yo estaré contigo”. No hay más garantía que la Palabra de Dios. Y es que las tareas encomendadas por Dios sobrepasan en mucho las posibilidades humanas del llamado; pero Dios lo sabe, conoce a cada persona, y solo le pide disponibilidad total, desprendimiento y una fe y confianza firmes e inquebrantables en Él.

Llegado el momento por Él fijado, Dios envía a su propio Hijo. Para este momento cumbre Dios llama a una mujer sencilla, de un pueblo desconocido, María de Nazaret. Ella, ante un desconcertante anuncio, se fía totalmente de Dios; su aceptación posibilita la encarnación del Hijo y el comienzo de una nueva etapa en las relaciones de Dios con el hombre: la nueva y definitiva alianza.

Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios, el cumplimiento de las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento; es un nuevo comienzo, comienzo de una humanidad nueva, de un mundo nuevo… Su vida y su palabra son una invitación a seguirle y a acoger los valores que él propone; hay unas condiciones (Mc 8,34ss.) que no todos están dispuestos a cumplir, como el joven rico (Mc 10,17-22), o los invitados al banquete de la parábola (Mt 22,1-4). Pero otros aceptan; con una llamada más concreta Jesús escoge a doce apóstoles que le acompañan desde el principio (Mc 3,13); son personas del pueblo, no son de la clase sacerdotal, ni expertos en la Ley…, son gente corriente ocupada en sus faenas de cada día, que le siguen enseguida, pero que tardarán mucho tiempo en comprenderle. A estos los envía después de su resurrección a anunciar por todo el mundo lo que han visto y oído.

También san Pablo tiene una experiencia que cambia su vida totalmente, un encuentro con Cristo Resucitado que le envía a anunciarle a los gentiles; Pablo se define a sí mismo como “apóstol por vocación” (Rm 1,1). Y en sus cartas dice a los

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cristianos de sus comunidades que son “elegidos y llamados” por Dios en Cristo (1 Ts 2,12; Gal 1,6; Rm 1,6-7), llamados por medio del evangelio y destinados por Dios “a su reino y gloria” (1Tes 2,12); elegidos “en él antes de la fundación del mundo… para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Ef 1, 4-5). En su primera carta a los Corintios se refiere a los casados y a los célibes, considerando cada estado de vida como una forma distinta de vocación y aconsejando que cada uno “permanezca en el estado en que fue llamado” (1Co 7,24).

Las cartas de Pablo y las demás cartas católicas del Nuevo Testamento nos permiten ver cómo esas primeras comunidades cristianas se entienden a sí mismas como llamadas por Dios, “para heredar la bendición” (1Pe 3,9), convocadas para formar el nuevo pueblo de Dios para “anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, vosotros que otro tiempo no erais pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios” (1Pe 2,9-10). Una vocación y elección que hay que ratificar mediante una vida acorde con el evangelio (2Pe 1, 5-10).

En ese nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, también Dios elige y llama a personas concretas para desempeñar diversas misiones: apóstoles, profetas, maestros, presbíteros responsables de las comunidades… san Pablo habla de dones o carismas “para provecho común” (1Co 12,7), “para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12).

A lo largo de la historia de la Iglesia Dios ha seguido y sigue llamando. Numerosos hombres y mujeres han escuchado esta llamada y han respondido: santos conocidos, mártires, doctores, fundadores de nuevas comunidades…, y tantos santos anónimos que desde sus vidas sencillas han sido testigos de Cristo, transmisores de su amor y su palabra, y han contribuido a transformar este mundo un poco más en el mundo soñado por Dios.

Cada uno de nosotros somos llamados a colaborar en esa tarea, cada uno tenemos una misión concreta, desde los talentos y capacidades que Dios nos ha regalado. Y Dios espera de nosotros hoy esa respuesta generosa y confiada como la de nuestra Madre, sabiendo que Él no nos defraudará nunca: cuenta conmigo, hágase en mí como tú quieras.

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6. Reflexiones de Jaime sobre la vocación

En el mes de ejercicios espirituales en Siete Aguas, en abril de 1980, Jaime desarrolló una rica reflexión sobre la vocación, de

la que hemos extraído algunos parágrafos significativos15:

«La formación se dirige a que la persona misionera se forme, se eduque, promocione y se perfeccione en función de la vocación a que ha sido llamada. Todo para la persona y la persona para Jesús (9-4-1980).

La mejor garantía de vocación, lo que da más paz y seguridad en el paso dado en pos de Jesús, es que no es decisión mía, ni de hombre alguno, no procede de carne ni de sangre. La iniciativa, la causa, el móvil de tal idea, no vienen de mi ni la desperté yo. No fue una corazonada mía, intuición o descubrimiento feliz fruto de mi pericia, coraje o afán de aventuras (10-4-80).

Tengo que iniciar mi respuesta, mi vocación desde donde estoy. Porque es Jesús quien me elige. Por eso mismo me puede elegir, me puede dirigir la vocación, la llamada, desde cualquier situación mía. “Porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1,37). Así, llama desde la oración y desde el pecado, desde la humildad y desde el orgullo, desde la mentira y desde la sinceridad, al sabio y al ignorante, al virtuoso y al vicioso, al hombre de buen corazón y al malo, perverso y ladrón. A su llamada puedo responder desde cualquier situación contando siempre con su gracia, que esta me basta y no falta. La gracia es su luz y su fuerza, van anejas a la llamada. Yo sin Él no puedo nada con respecto a mi vocación. Ni que Jesús es el señor puedo pronunciar si el Espíritu (1 Co12,8) (11-4-80).

Se iniciará la vocación cuando inicie el seguimiento de Jesús solo, a solas. Yo empiezo el seguimiento de Jesús cuando empiezo a gustar de Él. Esta comida desacostumbrada, insólita para mi corazón, tendrá que llegar a ser mi única comida. Hasta que como Pablo no viva ya de otro alimento. Y mi vivir sea Cristo (Flp 1,21) (11-4-80).

Mientras no se empiece a vivirla y practicarla, con toda la mente, corazón y fuerzas, la vocación no se conoce y por lo mismo uno no la puede estimar ni amarla. No se ama lo que no

15 Transcribimos estos textos tal como están en el cuaderno, sin edición.

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se conoce. Y va uno enfriándose en la vocación, apartándose, hasta olvidarse, despreciarla y aborrecerla en la misma medida en que uno deja de vivirla o no se entrega con lealtad y radicalidad a ella. En este campo de la vocación, el que no la ama, pronto la odia y el que no se pone a su favor, pronto está en contra de ella (12-4-80).

La vocación va siendo de parte del sujeto a medida que se va haciendo. La vocación se va conociendo, gustando, se la va queriendo y enamorándose de ella, a medida que se la vive y se avanza y profundiza en ella. Y es imposible que se viva si no se convive puesto que es vocación a dar Vida: “daréis fruto”. Justo es vida eterna (cf. Rm 6, 22). Y esta se va garantizando, asegurando la vocación a medida de la sinceridad, rectitud, juego limpio y radicalidad con que se vive y se practica. Pues la vocación particular, concreta, de tal o cual forma de vida, no es más que una forma de concretar y personalizar la vocación al seguimiento de Jesús. De tal manera que, si no se va realizando esta forma concreta, muy difícilmente sigue a Jesús en concreto y al no seguir a Jesús tampoco le conoce ni ama (No se deja amar, llamar por Él). (12-4-80).

La vocación, en efecto, no es algo que se viva ocultamente y que se esconda, algo que el sujeto pretenda vivir en su interior, desconectado del exterior, sería una ruptura y división del propio sujeto y un error o falso discípulo de Jesús, puesto que Jesús nos elige para que seamos discípulos suyos, testigos, signos y podernos enviar al mundo como el Padre le envió (Juan 20 ,21): ¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así os envío yo”. De tal forma que Jesús considera imposible que uno viva interiormente sin que se manifieste al exterior. Por esto dice que la luz no se puede esconder…(12-4-80).

La vocación llegará a ser para mi algo constitutivo de todo mi ser, vivir y actuar. El móvil de mis acciones internas y externas, la razón de mi existir personal y concreto; ya que la vocación es Cristo que condiciona, acapara y da todo el sentido y plenitud a mi vida de forma real, concreta, personal (13-4-80).

La vocación es fundamental y primariamente convivencia con Jesús y si no, no sería seguimiento de Cristo. Y esta convivencia con Cristo y en Cristo es convivencia igualmente con el Padre y el Espíritu con la asistencia de Nuestra Madre, la Virgen. Para que tal convivencia se dé, de verdad, y no sea

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una mera presencia corporal, como cuerpo presente, sino algo consciente, querido y celebrado, debe de ser aceptado por mí y responder con amor a Dios en Jesús, que me pide, me llama para tal convivencia. Si alguien me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada (Jn 14,23). Y en el versículo 21 anterior dice: “al que me ama, le amará mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21) (13-4-80).

La vocación pues es una llamada a vivir. Pero a vivir una vida que me viene directamente de Jesús, la vida misma de Dios en Cristo. De ahí que la vocación es convivencia con Dios o no es nada. Estaría en un error vital y pronto se sentiría frustrada la persona que no diera justo acceso a esta vida de Dios. Pues la vocación no es llamada a otra cosa que a la convivencia viva con Dios. Tal convivencia no es más que la participación de la misma vida de las Tres Personas Divinas. De este Dios que es esencialmente Amor, el Amor por esencia. Se comprende que esta convivencia a la que me llaman a participar y que es afectiva y efectiva, tiene capacidad y el deseo de conferirme esta capacidad de diálogo, actitud dialogante con Dios, de hacerme teólogo, seguidor de Dios en Jesús y como Jesús, Dios y hombre, con todo mi ser. Así pues, toda mi persona debe de entrar en coloquio vivo con Dios en Jesús si quiero seguir realmente a Jesús y que mi vocación sea efectiva en mí (13-4-80).

Esta elección de Jesús, la vocación, es una invitación a gustar del Amor de Dios, “gustad y ved cuán bueno es Dios” (Sal 34,8). Es Dios mismo quien quiere compartir con los hombres toda su riqueza, que es el mismo Dios que se quiere dar. Y este darse de Dios, es Vida, es la Vida eterna. Mas el don de Dios, dice Pablo, es la vía eterna con Cristo Jesús, Señor Nuestro (Ro 6,23) (13-4-80).

La fecundidad y eficacia de la vocación, su enraizamiento para un progresivo desarrollo hacia la perfección, dependen de la acogida que yo le dé. De las disposiciones y actitud de la tierra de mi corazón dependerá el que germine y vaya dando prontamente los frutos proporcionados a la llamada, cuidados y atención, mirada permanente de Jesús, si yo le miro a Él como Él me mira. Si yo acojo el amor con que me ama, si yo le sigo, con la radicalidad e ilusión con que Él me sigue y a sol y sombra se hace el encontradizo (14-4-80).

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No me conviene endurecer el oído haciéndome el desentendido al llamado de Jesús a la vocación que no cesa de llamar. Endurecer significa perder la sensibilidad, perder reflejos, agilidad, prontitud, ductilidad, arte, facilidad y alegría, atletismo, entusiasmo, vigor, vitalidad (14-4-80).

Seguir a Jesús crea y recrea sensibilidad, atención, agudeza y finura de oído. Capacita y adiestra para distinguir la llamada y orientarse desde cualquier situación y contratiempo. Sin pérdida de tiempo, sin confusiones ni dudas, sin demoras ni revoloteos inútiles de personas y cosas, capta uno la onda y establece rápido contacto, cuando cada día se va haciendo a la llamada, a la vocación de Jesús, que no cesa de llamar y dirigirme la mirada con amor (14-4-80).

Realizar, vivir la vocación es precisamente lo que está al alcance de todos, puesto que la vida, la existencia de la persona es para la vocación y no la vocación para la vida (14-4-80).

En la mente de Dios está la vocación a la que acepta toda la persona y circunstancias que acompañan en su vivir y morir. Todo coopera a la vocación. “Sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman, para bien de los que han sido llamados según un designio… conoció, predestinó, llamó… justificó, glorificó (Ro 8,28) (14-4-80).

El que no avanza en la vocación, retrocede; el que no gana terreno, lo pierde. A la mirada de Jesús, acompaña el amor. “Mirándole fijamente le amó”. Este amor de Jesús con que envuelve la vocación, la fecunda, y enriquece con toda clase de bienes, lo colma de bienes. Cada llamada, en efecto, implica una llamada múltiple y una repercusión a proporción del amor infinito de Dios, que irrumpe en la vocación, persona llamada, con el Espíritu Santo que se derrama y difunde en la medida que la vocación se abre a sus dones y frutos. En cierta manera la persona se encuentra desbordada por la invasión de todo un Dios que le envuelve y rodea por “detrás y por delante” y avance por donde avance, allí esta Dios. Algo así como Moisés ante la zarza ardiendo o como en la espesa nube del Sinaí, como Pablo a veces, como el Tabor o como la misteriosa oscuridad del Calvario, en la que se palpaba la fuerza del crucificado, la presencia de la Divinidad. Una impresión nueva, como es igual, invade a la persona, así a menudo

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desconcertada, como las personas de los casos de la Escritura igual que los discípulos de Jesús en sus apariciones después de la resurrección (14-4-80).

Jesús quiere revelarse, manifestarse… “Yo me manifestaré a él” (Juan 14) La persona que así se encuentra ante el misterio, como la Virgen, ante el anuncio o vocación, puede intimidarse, evadirse, cerrarse, o abrirse y entregarse por la fe como María. Otros sí descubren la grandeza de la vocación y no se fijan en el poder de Dios, “que nada es imposible para Dios”, lo consideran imposible, utopía, sueño. De estos, se proyecta una gama más o menos o menos a más de resistencia, demora, rechazo, desprecio por no creer, y apoyarse en sus fuerzas; Zacarías e Isabel, Moisés y los profetas y caudillos de Israel, Ananías con san Pablo, Abraham y Sara, Moisés y el agua de la roca. Y en este caso al parecer todos los grandes sacrificios de Moisés, por dudar de Dios, le impide el remate de la vocación… (14-4-80).

Porque más que hacer cosas y hacer hacer cosas, es dejarse llenar de Dios, ser transformados por Jesús y en Jesús por su amor gozado, saboreado en un convite, convivencia amorosa. La vocación se debe de seguir día a día. El no practicarla, vivirla, seria perderla, como el talento que no rinde y no da fruto, que hace calificar de inicuo e infiel por parte del Señor, al administrador. Somos administradores de la vocación que implica la vocación cristiana de muchos (14-4-80).

A la llamada de Jesús, en su seguimiento, yo debo de responder con la fe, no con la razón, por entender lo que me dicen; es a lo que me llaman, no por entender la vocación. La vocación la iré entendiendo, convenciendo, a medida que la viva por la fe, a medida que crea. Yo respondo por la fe, con la fe por entender Quién me llama. Y entonces creo, me adhiero a Él, le acojo no según mi inteligencia, razón, fuerza, ilusión, o amor, sino “según su palabra”, según sus designios, según sus pensamientos, saber, poder y amor. “Conforme a tu palabra concédele (a la Iglesia) la paz y la unidad”, decimos antes de la comunión, en la Eucaristía todos los días. “No mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia.” Creo por la autoridad del que se dirige a mí. Como creo, relativamente, al médico, al maestro, al abogado, etc. etc., cada cual en su terreno. A Jesús en todos los terrenos y en forma absoluta y definitiva, eterna. Porque Tú lo sabes todo, y sabes que te amo, le dice Pedro después de

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haberle negado, fiándose más de sí mismo que de Él. “Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan sus caminos a los nuestros y sus pensamientos a los nuestros” (Is 55,9). La única respuesta lógica, a cuanto me indique Jesús, yo creo que es Dios, es un sí. Por eso, se nos dice: “el justo vivirá por la fe” (Hab 2,4). Y un sí más de obras, que de palabras. La puerta, pues, por la que yo entro en el seguimiento de Jesús, es la fe. Así en el Bautismo y en la hora de la muerte: “la vela”, y corro, avanzo en la vocación por un camino de fe. Todo otro sistema, método, móvil, es inseguro, probablemente falso. La fe, mi fe en Jesús, establece la verdad, sinceridad en la vocación, y la eficacia, realización de la vocación. “Feliz tú porque has creído”, le dice Isabel a María, después que ambas recibieron la llamada de Dios. No aceptada en igual decisión. “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1 45) (15-4-80).

Quiere para mí, fiesta, convite, filiación, herencia. Y me llama en su seguimiento, seguimiento de toda mi persona en diálogo, cena en la que todo Jesús se me entrega, en comida de Amor. La vocación a participar y compartir en gozo (24-4-80).

Seguir a Jesús. ¿Cómo te puedo seguir, Jesús, si no te dirijo a Ti la mirada al inicio de mi jornada? ¿Cómo podré vivir mi vocación en tu seguimiento, si no me pongo en camino hacia Ti, cuando me levanto para emprender el camino? ¿Cómo podrías Tú ser para mí el Camino, la Verdad y la Vida, si mi mente, mi corazón y mis pies y manos emprenden otra ruta fuera de Ti? ¿En qué consistiría, entonces, mi seguimiento? ¿La respuesta a mi vocación? ¿Cómo te seguiría, Jesús, si tu persona no aparece ante mis ojos y no te saluda mi corazón y no se detiene ante Ti todo mi ser? ¿Qué significaría un seguimiento sin Ti? ¿Qué sería una vocación sin oírte, encontrarte y responderte? ¿Qué sería un día sin seguirte a Ti personalmente, dejando que mis ojos den contigo y que mi corazón perciba el fuego ardiente de tu corazón y el amor que te mueve a venir a mi encuentro?

Sí, muy de mañana, al canto de las estrellas aún muy de noche, en busca de Ti, solo de Ti, por donde te perdí muy cerca de mí. Madre, un sí es rio para todos. Comporta vida, abre camino. Me pone en contacto con el fruto de tu sí, Madre. Me descubre a Jesús. Me pone en diálogo con Él. Un sí introduce rápido a la amistad. Es un dar paso al amor, abrirle la puerta, aceptar la

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invitación, sentarme a la mesa. Comeremos todos juntos, en el convite de Vida. Los cojos, los paralíticos, los inválidos, inútiles, los perdidos y marginados, los que a sí mismos se dan asco y el mirarse les produce náuseas. Todos a la mesa, invitados a la cena. Me senté junto a ti, Madre, como furtivamente me colé y entré. Como escondido junto a ti. Como si tu presencia, tu amor y prestigio, me disimulara y atentos a ti todos, pasare yo desapercibido junto a ti. Como algo a ti anejo, como un hijo idiota o contrahecho al que la Madre ama y no le deja de su mano y de su corazón. Y nadie toma a mal tal cuidado, atención constante y mimo. Así pude gustar la cena. Quizás con más saboreo que otros porque, como a escondidas, inmerecidamente, Tú me conseguías el bocado; que te toleraban todos hasta con cierta simpatía por tu amor y ternura frente a mi invalidez e incapacidad casi total. Así pude gustar de la cena más allá de lo normal. Perdiste mucho tiempo conmigo, invertiste mucho amor. No te vi muchas más cosas que disgustos que tú disimulaste siempre con gusto y sabor de Madre. Cuando me enseñabas a propagar el amor que me caía de mis manos inválidas de paralitico crónico sin denotar mejoría. Cuando me ibas prodigando caricias y calor de Madre ante mis desprecios y rechazos de hijo groseramente caprichoso, indómito y provocativamente cruel. Más que a hijo de tus entrañas, me parecía a un feto informe como un monstruo degenerado. Solo tu amor paciente logró reservar del aborto y la cloaca lo que repugnaba mirar y acoger. Lo que no era, pudo ser por Ti. Lo informe y hasta deforme pudo tomar forma al calor siempre vivo de tus entrañas que jamás me rechazaron. Antes bien, me acogieron, revistieron y gestaron con toda su sangre y calor del corazón. a pesar de mi amor aún no ajustado al tuyo, siento en mi algo tuyo, que te pertenece, que no puedo vender ni echar en cualquier parte. Algo vivo que me invita a volver y a ponerme muy junto a ti en la cena. Sin ser para los demás un motivo de vergüenza o de lástima. Quisiera, junto a ti, hacer fuego con tu mirar limpio, con tu pensar dilatado, con tu amor profundo y extenso, con tu silencio que grita calor de Madre (26-4-80).

En realidad, la respuesta a la vocación conlleva todo un cambio radical de todo mi existir y vivir, hasta cambiar mi propia esencia, dejar de ser yo, llegar a ser otro, como el pan de esta patena, como el vino de esta copa (27-4-1980)»

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7. ¿Y tú?

El relato de la vocación de Jaime suscita en nuestra vida algunos cuestionamientos y pueden servirnos para construir nuestro propio relato de la vocación.

Preguntas para la reflexión:

¿Qué llamadas interiores he ido experimentando por parte de Dios en mi vida?

¿Qué realidades de nuestro mundo (del Cristo sufriente) me interpelan más en mi vida o me sensibilizan más?

¿Cómo ha ido Dios construyendo en mi vida un recorrido de llamadas y promesas?

¿Qué capacidades personales, dones, carismas personales siento que Dios me ha regalado?

¿Cómo percibo hoy que mi vida puede estar más unida a Dios y ser más eficaz para dar vida al Cuerpo Místico de Cristo? ¿Cómo está presente en mi vida mi urgencia misionera?

¿Siento en mi vida una alegría plena y estoy satisfecho de mi vida?

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Fuentes sobre la vocación de Jaime Bonet

El relato de la vocación y textos de agradecimientos están tomados de las siguientes fuentes:

1. AAVV, Actas de la Convención. Año jubilar VD 2012-2013,

Motril (Granada) 2012.

2. BONET J., Apuntes del Cuaderno de Jaime Bonet, 14 y 25 de noviembre 1990 (Archivo VD. No publicado).

3. ___, Carta de Jaime a la Fraternidad en su 70 aniversario,

Loeches, 22 octubre 1995 (Archivo VD).

4. ___, Ejercicios espirituales, julio 2001, Siete Aguas. (Archivo

VD. No publicado)

5. ___, Homilía en la celebración eucarística en Loeches

(Madrid), 21 mayo del 2006 (Archivo VD).

6. ___, Apuntes del Cuaderno de Jaime Bonet, Loeches 2000

(Archivo VD. No publicado).

7. FORNARI I. (Ed.), Familiares de Dios. Ejercicios predicados por Jaime Bonet, Palma de Mallorca 1999.

8. ___, Así será tu descendencia. Ejercicios espirituales

(1981), Madrid 2017.

9. ___, Añoro calor de hogar. Encuentro Rama de Matrimonios, Valencia 1999.

10. ___, A solas, Oraciones de un evangelizador, Palma de

Mallorca 2015.

11. GÓMEZ C., Entrevista a Jaime Bonet en Loeches (Madrid),

noviembre 2004 (Archivo VD. No publicado).

12. LÓPEZ FONSECA R., Entrevista a Jaime Bonet, Siete Aguas, 20 de abril del 2003. (Archivo VD. No publicado).