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II Encuentro del Seminario Interuniversitario de Investigadores del Fascismo: Fascismo y Modernismo. Regionalismos en tiempos de vanguardia. La arquitectura y el urbanismo de Regiones Devastadas en Belchite Nuevo (1940-1954) 1 REGIONALISMOS EN TIEMPOS DE VANGUARDIA. LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO DE REGIONES DEVASTADAS EN BELCHITE NUEVO (1940-1954) Amable García Enguita Raymond Lemaire International Centre for Conservation, Katholieke Universiteit Leuven (Bélgica) Autor de contacto: Amable García Enguita, [email protected] "El arquitecto no representa ni un estado dionisiaco ni un estado apolíneo: aquí los que demandan arte son el gran acto de voluntad, la voluntad que traslada montañas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombres más poderosos han inspirado siempre a los arquitectos; el arquitecto ha estado en todo momento bajo la sugestión del poder [...] La arquitectura es una especie de elocuencia del poder expresada en formas, elocuencia que unas veces persuade e incluso lisonjea y otras veces se limita a dictar órdenes." 1 Friedrich Nietzsche 1. Introducción: La arquitectura al servicio de los totalitarismos. Si hay algo que caracterice a la mayoría de las dictaduras es, precisamente, su febril actividad constructora: una consciente demostración de eficiencia que parece tratar de compensar y disimular desesperadamente sus limitaciones congénitas y miserias. Sería precisamente durante los principales conflictos políticos y sociales de la primera mitad del siglo XX, cuando los lenguajes arquitectónicos jugaran un rol esencial en la definición y representación de los regímenes totalitarios que llevarían, pocos años después, al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Un claro caso de arquitectura al servicio de los totalitarismos sería, por ejemplo, la promovida por Iósif Stalin a principios de los años 30 en la Rusia revolucionaria, y que surge de lo que él mismo entiende como la expresión ideal del triunfo del proletariado sobre la Rusia zarista. Sin embargo, ni siquiera una denominación tan benévola como la de "realismo socialista" lograría ocultar el artificio de un estilo de apariencia tan pretenciosa y ampulosa que sólo obedecía a los fines personalistas del propio Stalin, y que había desplazado completamente a los prometedores arquitectos revolucionarios, quienes habían empezado a proponer una arquitectura innovadora e inconformista, acorde con un momento histórico inédito y que fue injustamente tachada de aburguesada y contrarrevolucionaria. Respecto a los fascismos europeos, en el caso del nacionalsocialismo alemán la estética del Tercer Reich va a estar estrechamente relacionada con la figura del arquitecto, y Ministro de Armamento y Guerra, Albert Speer. Su interesantísima teoría del Ruinenwert o "valor de la ruina", que Hitler abrazaría con entusiasmo, defendía que los grandes edificios del régimen debían construirse con materiales nobles y atendiendo a ciertas leyes estructurales de forma que, cuando llegaran a su decadencia al cabo de miles de años, todavía fueran capaces de transmitir la grandeza del Tercer Reich, del mismo modo que las ruinas grecorromanas aún son símbolos del esplendor de la antigüedad clásica. De este modo, Speer desarrollaría una arquitectura megalómana e intimidante, de inspiración neoclásica y escala abrumadora que, al contrario de lo que pudieran pensar sus creadores, alcanzaría el estado de ruina de una forma trágicamente prematura. Figura 1. Pabellón de la Alemania nazi (izquierda) y de la Unión Soviética (derecha) a ambos lados de la torre Eiffel, en la Exposición Internacional de París de 1937. En un extremo diametralmente opuesto destaca la arquitectura del fascismo italiano, el conocido como ordine nuovo. Lejos de plantear un retorno a los sueños imperiales que siempre han caracterizado a este tipo de gobiernos, para el régimen de Mussolini la arquitectura imperial romana no constituía un fin en sí misma sino un punto de partida sobre el que desarrollar propuestas

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II Encuentro del Seminario Interuniversitario de Investigadores del Fascismo: Fascismo y Modernismo.

Regionalismos en tiempos de vanguardia. La arquitectura y el urbanismo de Regiones Devastadas en Belchite Nuevo (1940-1954)

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REGIONALISMOS EN TIEMPOS DE VANGUARDIA. LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO DE REGIONES DEVASTADAS EN BELCHITE NUEVO

(1940-1954)

Amable García Enguita

Raymond Lemaire International Centre for Conservation, Katholieke Universiteit Leuven (Bélgica)

Autor de contacto: Amable García Enguita, [email protected]

"El arquitecto no representa ni un estado dionisiaco ni un estado apolíneo: aquí los que demandan arte son el gran

acto de voluntad, la voluntad que traslada montañas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombres más poderosos

han inspirado siempre a los arquitectos; el arquitecto ha estado en todo momento bajo la sugestión del poder [...] La

arquitectura es una especie de elocuencia del poder expresada en formas, elocuencia que unas veces persuade e

incluso lisonjea y otras veces se limita a dictar órdenes."1

Friedrich Nietzsche

1. Introducción: La arquitectura al servicio

de los totalitarismos. Si hay algo que caracterice a la mayoría de las dictaduras es, precisamente, su febril actividad constructora: una consciente demostración de eficiencia que parece tratar de compensar y disimular desesperadamente sus limitaciones congénitas y miserias. Sería precisamente durante los principales conflictos políticos y sociales de la primera mitad del siglo XX, cuando los lenguajes arquitectónicos jugaran un rol esencial en la definición y representación de los regímenes totalitarios que llevarían, pocos años después, al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Un claro caso de arquitectura al servicio de los totalitarismos sería, por ejemplo, la promovida por Iósif Stalin a principios de los años 30 en la Rusia revolucionaria, y que surge de lo que él mismo entiende como la expresión ideal del triunfo del proletariado sobre la Rusia zarista. Sin embargo, ni siquiera una denominación tan benévola como la de "realismo socialista" lograría ocultar el artificio de un estilo de apariencia tan pretenciosa y ampulosa que sólo obedecía a los fines personalistas del propio Stalin, y que había desplazado completamente a los prometedores arquitectos revolucionarios, quienes habían empezado a proponer una arquitectura innovadora e inconformista, acorde con un momento histórico inédito y que fue injustamente tachada de aburguesada y contrarrevolucionaria. Respecto a los fascismos europeos, en el caso del nacionalsocialismo alemán la estética del Tercer Reich va a estar estrechamente relacionada con la figura del arquitecto, y Ministro de Armamento y Guerra, Albert Speer. Su interesantísima teoría del Ruinenwert o "valor de la ruina", que Hitler abrazaría con entusiasmo, defendía que los grandes edificios del régimen debían

construirse con materiales nobles y atendiendo a ciertas leyes estructurales de forma que, cuando llegaran a su decadencia al cabo de miles de años, todavía fueran capaces de transmitir la grandeza del Tercer Reich, del mismo modo que las ruinas grecorromanas aún son símbolos del esplendor de la antigüedad clásica. De este modo, Speer desarrollaría una arquitectura megalómana e intimidante, de inspiración neoclásica y escala abrumadora que, al contrario de lo que pudieran pensar sus creadores, alcanzaría el estado de ruina de una forma trágicamente prematura.

Figura 1. Pabellón de la Alemania nazi (izquierda) y de la Unión

Soviética (derecha) a ambos lados de la torre Eiffel, en la Exposición

Internacional de París de 1937. En un extremo diametralmente opuesto destaca la arquitectura del fascismo italiano, el conocido como ordine nuovo. Lejos de plantear un retorno a los sueños imperiales que siempre han caracterizado a este tipo de gobiernos, para el régimen de Mussolini la arquitectura imperial romana no constituía un fin en sí misma sino un punto de partida sobre el que desarrollar propuestas

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arquitectónicas que rompieran con la tradición y que persiguieran nuevas manifestaciones por medio de un lenguaje moderno. Debido en parte a la gran influencia previa del futurismo en el país, el fascismo italiano será el único gobierno totalitario que apostará por la arquitectura del Movimiento Moderno, dejándonos para la posteridad construcciones tan excepcionales como la Casa del Fascio de Giuseppe Terragni, entre otras. Sólo con la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial y tras los reveses militares y políticos de 1943, el estado fascista se volvería desesperadamente hacia una arquitectura de marcado carácter clásico, quizás en un intento por encontrar en esas formas eternas la estabilidad que le faltaba en el terreno del poder.

2. La búsqueda de la identidad

arquitectónica del franquismo. Al igual que el resto de fascismos europeos, el nuevo orden político que surgió en nuestro país como resultado de la guerra civil necesitaba encontrar una imagen arquitectónica que lo caracterizase y con el que pasar a la historia. Sin embargo, como se expondrá a continuación, la arquitectura franquista tutelada por Regiones Devastadas va a seguir un camino totalmente diferente a los tomados por los regímenes totalitarios que acabamos de mencionar. A diferencia de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, el Movimiento Nacional carecía de un soporte ideológico firme y definido, estando formado por coaliciones complejas y de gran heterogeneidad. Las diversas facciones ideológicas que en mayor medida habían apoyado la sublevación militar (el nacionalismo de la Falange, el tradicionalismo de un carlismo residual, el conservadurismo de la oligarquía terrateniente, el clericalismo de la Iglesia y el militarismo reaccionario) tan sólo compartían un único punto en común: un fuerte rechazo hacia todo aquello que supusiera una ruptura con el orden tradicional heredado de tiempos pretéritos y que estuviera asociado con el concepto de modernidad, tales como la pérdida del sentimiento de identidad nacional, de pertenencia a una comunidad, de significado y trascendencia. Si bien es cierto que el régimen de Franco compartió en sus inicios muchos aspectos con la Europa fascista representada por Alemania e Italia, también lo es el hecho de que, a partir de los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, dejó de tener un hoja de ruta auténticamente revolucionaria, pasando a convertirse en un estado autoritario sin ningún tipo de proyecto fascista revolucionario. La diferencia entre Franco y Hitler residía, principalmente, en que el primero no tenía inicialmente una visión ideológica del futuro, un gran programa para la Nueva España, sino que lo iría definiendo poco a poco a lo largo de los años. En definitiva, podríamos decir que se sabía lo que tenía que ser destruido pero no había una idea clara acerca de lo

debía construirse después. Al final, el tradicionalismo y el nacionalismo a ultranza terminarían por convertirse en los pilares ideológicos sobre los que se asentaría el nuevo régimen que iba a dirigir la vida de los españoles durante más de 30 años. Este es el motivo por el que, durante los primeros años de posguerra, no se sabía con certeza en qué consistiría exactamente la arquitectura del régimen franquista, aunque sí que había pleno consenso en cuanto a cómo no debía de ser. La arquitectura racionalista, asociada a la etapa republicana, se veía como un estilo importado, una imposición del gusto internacional de carácter homogeneizante que, en palabras del general Luis Bermúdez de Castro, director del Museo del Ejército, tenía la terrible tendencia a "unificar todos los países, desarraigando modos y costumbres, para establecer un patrón universal, utilitario, materialista, prosaico y opuesto al gusto español"2.

Figura 2. Réplica construida en Barcelona del Pabellón de la

República Española diseñado por Sert y Lacasa para la Exposición

Internacional de París de 1937. Recordemos que el Movimiento Moderno se había gestado durante las primeras décadas del siglo XX como reacción a los excesos de la libertad imaginativa y romántica de principios de siglo, a la imitación caprichosa y al "pastiche" de los estilos históricos, suponiendo una auténtica ruptura con la tradición artística y arquitectónica. Algunos arquitectos racionalistas como Le Corbusier compartían una visión maquinista de la arquitectura, sosteniendo que las viviendas tenían que ser concebidas y creadas como auténticas máquinas para habitar (machine à habiter). Aunque el arquitecto suizo no sólo ponía énfasis en el componente funcional de la vivienda sino en otros aspectos de carácter más metafísico como la belleza (aspecto que repercutía también en la forma de vida de los ocupantes), este funcionalismo fue duramente criticado por algunos sectores por tratarse de una tendencia maquinista y alienante, que dejaba fuera de la arquitectura todo valor estético y espiritual. Este rechazo de la época hacia la pobreza espiritual de la

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arquitectura moderna, su sensación de desarraigo, absurdo y futilidad, queda perfectamente plasmado en el virulento artículo editorial en el que la revista Reconstrucción presentaba una nueva sección titulada "Arquitectura popular española. Detalles arquitectónicos": "[...] Con teorías funcionalistas se envolvía en realidad lo que no era otra cosa que la falta de imaginación y espíritu rastrero y mezquino de los autores que lo proyectaron. Afortunadamente, el Movimiento Nacional barrió de una vez para siempre estas doctrinas que, carentes de sentido artístico, nos habían llegado del extranjero, y con la Victoria de Franco ha vuelto a entrar la Arquitectura española en los cauces de los que nunca debió de salir. Se ha vuelto a beber el agua cristalina y clara de nuestra tradición, y hoy día vemos cómo, poco a poco, van surgiendo ya los nuevos edificios, con un carácter digno de la historia ejemplar de nuestra Patria" Si además tenemos en cuenta el hecho de que el llamado "estilo internacional" todavía se relacionaba estrechamente con la extinta República, no es difícil de imaginar que el nuevo régimen se decantara por un camino totalmente distinto, apostando por una arquitectura revisionista considerada como más "autóctona" y dando lugar a la aparición de dos corrientes arquitectónicas que iban a ocupar por completo el panorama arquitectónico español: la historicista, inspirada en las grandes edificaciones imperialistas como el clasicismo de Villanueva, y el populismo de ambientación ruralista y regionalista.

Figura 3. Sede del antiguo Ministerio del Aire en Madrid, una

construcción de marcado estilo neoherreriano diseñada por Gutiérrez

Soto y terminada en 1958. 3. El discurso ruralista: la vuelta al campo. Durante los últimos años del conflicto pero sobre todo durante los primeros de la posguerra, la labor reconstructora de Regiones Devastadas estuvo muy relacionada con la capitalización agraria del país, con la

necesidad de reorganizar el capital sobre bases agrarias, de recuperar las áreas de cultivo abandonadas durante la guerra con motivo garantizar la subsistencia ante el cierre de los mercados exteriores y de emprender un proceso de agrarización del suelo español. Sobretodo, se trataba de evitar a toda costa que, en esos primeros meses de angustia, la gente del campo abandonase los pueblos, recogieran sus enseres y emigrasen a la ciudad. En palabras del propio José Moreno Torres, director general de Regiones Devastadas entre 1940 y 1950: "se activó todo lo posible la reconstrucción de esos núcleos, pues si no la gente, no pudiendo vivir allí, marcharía hacia la capital". No es de extrañar pues que durante la década de los cuarenta, un alto porcentaje del trabajo de reconstrucción se desarrollara precisamente en áreas rurales, en un intento por potenciar los núcleos agrarios que se encargaban de abastecer las ciudades. Esta necesidad de evitar un éxodo rural para no poner en entredicho la capacidad económica agraria de la España de la autarquía, se convertiría en uno de los principales objetivos de la retórica verbal de Regiones Devastadas. El franquismo de la inmediata posguerra iba a utilizar de forma recurrente la exaltación idílica del campesinado como ingrediente primordial del sustento de la Patria. Se idealizó el trabajo agrario y los vínculos rurales, hasta convertir a la agricultura en mucho más que una simple actividad económica, es decir, en una forma superior de existencia que custodiaba la esencia de las supuestas virtudes étnicas y nacionales de España. Un discurso que halagaba la "soberanía del campesinado" pero que de ningún modo era nuevo, si no que ya formaba parte del corpus doctrinal de los sindicatos católicos agrarios de finales del siglo XIX, por no mencionar hasta qué punto se sirvieron de él el fascismo italiano o, en especial, el nazismo alemán con su fórmula Blut und Boden ("Sangre y Tierra"). También durante la "Revolución Nacional" del mariscal Petain en la Francia colaboracionista se convirtió ese ruralismo en la ideología del régimen de Vichy. Bajo el lema "Trabajo, Familia, Patria" (Travail, Famille,

Patrie), y contradiciendo los principios de la Revolución Francesa, se reservaba a los campesinos un papel salvador frente a la perversión urbana infiltrada de subversión bolchevique. En España estuvo muy en boga, y era muy del agrado del régimen, esa estética ruralista que consideraba al campesino, por decirlo esta vez con palabras del escritor Dionisio Ridruejo, como el "macizo central de la raza española". No por casualidad, cuando la Academia Sueca concedió el premio Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez en 1956, la propaganda oficial del régimen pasó por alto su condición de exiliado político, señalando el bucolismo rural y un tanto dulzón de Platero y yo, obviando casi por completo el resto de la obra literaria del autor. Todo este ruralismo "autóctono", tradicional e "inequívocamente hispano", sería de utilidad también a partir de 1945 para alejar al discurso

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franquista del fantasma del nazismo juzgado en Nuremberg, alegando que "para el español no puede haber nada tan extraño y lejano como la doctrina racista, anticatólica y antihispánica" que estaba siendo juzgada en la célebre ciudad alemana.

Figura 4. Cuadro "Suelo alemán" de Werner Peiner (1933), un claro

ejemplo de las virtudes de la vida rural promovidas por la ideología

Blut und Boden. 4. La actividad reconstructora de la

Dirección General de Regiones Devastadas. Con motivo de aunar y controlar las distintas actuaciones inconexas que se estaban llevando a cabo tanto por las autoridades municipales como por el propio Estado para volver a la normalidad lo antes posible, el 30 de Enero de 1938 y todavía con más de un año de guerra por delante, el Gobierno de Burgos crea el Servicio de Regiones Devastadas y Reparaciones, tomando como modelo a otros organismos creados en Europa tras la Primera Guerra Mundial, y adoptando el mismo nombre que el Service des Régions Dévastées de Bélgica. Elevado a Dirección General en Agosto de 1939, el objetivo de Regiones Devastadas será la rápida reconstrucción del maltrecho patrimonio español, entendiendo como tal no sólo el patrimonio artístico y arquitectónico más relevante, sino también el patrimonio público, religioso e incluso el privado. Como cabe esperar, un organismo de estas características no se limitará a ceñirse exclusivamente a cuestiones constructivas, sino que será ampliamente utilizado como instrumento de propaganda de los valores que representa la Nueva España surgida del Alzamiento Nacional, y muy especialmente como exaltación de la figura de Franco, a quien se le atribuyen directamente todas las acciones encaminadas a la reconstrucción material y moral de España: el gran arquitecto cuya voluntad reconstructora es la antítesis de lo que se presentó como "la destructora horda marxista". Esta doble función constructora-propagandística de Regiones Devastadas queda claramente expuesta en el discurso que Serrano Suñer, ministro de Gobernación del que dependía la Dirección General de Regiones Devastadas, pronunció en la inauguración de la

Exposición de la Reconstrucción de España, que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de Madrid en junio de 1940: "A la obra del arquitecto seguirá la tarea patriótica y cristiana, [...] para llevar allí una idea mejor del hogar y una idea más alta de nuestra Patria; y para que cuantos reciban el beneficio de nuestra reconstrucción, por muchas que sean las comodidades que en las nuevas casas encuentren, nunca se embote su sensibilidad en términos que pudieran olvidar que las nuevas casas y los nuevos pueblos de España están cimentados sobre la lección ejemplar de aquellas piedras que la guerra removió"3. El campo de actuación de la Dirección General de Regiones Devastadas vendrá definido por un concreto marco legislativo: el Decreto del Ministerio de Gobernación del 23 de septiembre de 1939 sobre la "adopción" por parte del Jefe del Estado de las localidades dañadas por la guerra. La "adopción" de una localidad suponía que era el Estado, a través de la Dirección General de Regiones Devastadas, quien elaboraba un plan de reconstrucción general, haciendo especial hincapié en todo lo referente al saneamiento, a la mejora de la red viaria interior y a los futuros ensanches de expansión.

Figura 5. Cartel propagandístico del Ministerio de Vivienda sobre el

número de viviendas "adoptadas" para su reconstrucción hasta la

fecha. Maza y cincel esculpiendo el símbolo de la Victoria. Esta preocupación por la mejora de las condiciones de salubridad fue una constante en todos los planteamientos teóricos y prácticos de Regiones Devastadas, heredada, a su vez, de las iniciativas urbanísticas del período republicano, aunque asumidas ahora como exigencia ideológica del nuevo orden:

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"La adopción quiere decir tutela, patrocinio, y demuestra el vivo interés del Jefe de Estado por los pueblos y los hombres que sufrieron y el deseo de darles otra perspectiva moral y otros rumbos"4. Es importante destacar que, de todas las localidades adoptadas en toda España entre 1939 y 1957, las dos primeras en ser incluidas en dicha lista fueron Teruel y Belchite (Zaragoza), de la que hablaremos en detalle más adelante. Para este pueblo, la propaganda franquista crearía una ensordecedora mitología que lo convertiría en una auténtica alegoría nacional de la guerra y la consiguiente “Victoria”. Un mito que se serviría de las ruinas del pueblo para evocar y recordar por siempre a los derrotados la "inútil y caprichosa destrucción del comunismo”. Y es que en Belchite, al igual que en otras muchas localidades y regiones, las políticas de memoria supusieron desde el principio un nuevo elemento de control social de largo alcance. Se servía de la configuración de una memoria del terror y la devastación para edificar y legitimar políticamente la posguerra. Y más concretamente, elaboraba una radical y triste representaci ón del pasado bélico en términos de muerte y ruina bajo cuyo estruendo y peso quedaban aplastadas las imágenes y memorias alternativas de neutrales y, sobre todo, de vencidos. 5. Belchite como estandarte del proceso de

reconstrucción nacional. En agosto de 1937, Franco, ante la imposibilidad de romper la defensa de Madrid, continúa su conquista del norte del país. Bilbao ha caído ya en manos insurgentes, Santander se encuentra bajo duro asedio y la gente empieza a preocuparse acerca del incierto destino de Asturias. El aislamiento de los territorios gubernamentales junto al mar Cantábrico impide la llegada de cualquier apoyo externo y su capitulación es una cuestión de tiempo. En estas circunstancias, la autoridades republicanas trazan una estrategia que obligue a Franco dirigir su mirada a otros puntos del territorio y sirva para aliviar la presión en torno a Santander y reanimar la ya mermada moral republicana: una ofensiva sobre Zaragoza. De este modo, la noche del 24 de agosto, una de las secciones del recién creado Ejército del Este avanza hacia Zaragoza por el sur, tomando los pueblos de Codo, Quinto y Rodén, no sin encontrarse con una fuerte resistencia. Entre ellos y la capital aragonesa ya sólo se encuentra un obstáculo: Belchite. Lejos de modificar sus intenciones, y consciente del valor de conquistar el norte del país como requisito indispensable para la garantizar la victoria, Franco continúa su firme avance sobre Santander, que es finalmente tomado por las tropas insurgentes el 26 de agosto. Una vez perdido el elemento sorpresa en el frente de Aragón, hasta los reductos más pequeños resisten con ferocidad a la

ofensiva republicana, permitiendo la llegada de refuerzos a Belchite provenientes de la capital. Este pueblo de casi 4.000 habitantes antes de la guerra, se había convertido en un bastión leal a Franco que contaba con una guarnición de casi 6.000 hombres, parapetados en el angosto casco histórico del pueblo, situado en una posición elevada y coronado por los campanarios de varias iglesias, formando un reducto casi inexpugnable. Tras 10 días de intensos combates, del 28 de agosto al 6 de septiembre, la batalla de Belchite pasará a la historia por su extrema ferocidad y crudeza, en la que ambos bandos se batieron de forma incansable bajo el inclemente sol aragonés. El recuento final, pese a la victoria republicana, sería de lo más desolador: alrededor de 5.000 bajas entre ambos bandos, 2.400 prisioneros y la casi completa destrucción de un pueblo con una larga historia a sus espaldas y un rico patrimonio artístico y arquitectónico.

Figura 6. Estado del casco histórico de Belchite tras dos semanas de

duros combates, durante la ofensiva republicana del verano de 1937. Estratégicamente hablando Franco estaba en lo cierto, la ofensiva republicana no logró distraer su atención del frente de Santander y la férrea defensa de Belchite le permitió reforzar Zaragoza, cuya ofensiva sería finalmente abortada. A penas seis meses más tarde, el 10 de Marzo de 1938, Belchite es retomado por las tropas golpistas. Para la ocasión, Franco en persona se presenta en el pueblo y proclama ante las tropas que se congregan en la plaza mayor su famosa promesa de reconstrucción:

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"Soldados españoles, marroquíes [...] con vuestra sangre estáis forjando la España nueva, cuyo porvenir os pertenece, y yo os juro que acabada la guerra esa España será digna de vosotros, que a estos campos sedientos les llegará el agua que los fecunde para que no falte pan en ningún hogar, y que sobre estas ruinas de Belchite se edificará una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par"5.

Figura 7. Fotomontaje publicado en el primer número de la revista

Reconstrucción con Franco proclamando su famosa promesa y las

ruinas de Belchite al fondo. Sin embargo, pronto las autoridades franquistas caerán en la cuenta de las grandes posibilidades propagandísticas de las ruinas de Belchite. No sólo para garantizar la consolidación del régimen de Franco, sino para establecer nuevas coordenadas existenciales y valóricas: unas bases éticas, políticas y sociales para un orden que nada tenía que ver con su predecesor. A este respecto, Orlando, un clérigo natural de Belchite y fiel seguidor del nuevo régimen escribía en la prensa de la época: “Las ruinas de Belchite, escuela de patriotismo y virtudes cívicas. Si el tema de la destrucción de Belchite no fuera tan honradamente trágico, diríamos que las ruinas de esta población se prestan a ser lugar de turismo objetivo. Los españoles peregrinos, con el tiempo, habrán de venir al antiguo pueblo de Belchite como los verdaderos patriotas van a visitar las ruinas de Numancia. […] Cuando la guerra acabe se impondrá en las escuelas nacionales una obligada excursión de los

niños mayorcitos y una conferencia de sus maestros sobre el simbolismo de tan santas y preciosas ruinas. ¿Qué enseñanza mejor? No importa que la nueva ciudad no sea levantada sobre las ruinas, pues éstas debidamente cerradas con un muro circundante quedarían siempre para la posteridad, un monumento viviente de la raza”. Por ello, tan sólo dos meses después de la visita de Franco a Belchite, Serrano Suñer hace pública la intención de respetar las ruinas de Belchite y de construir un pueblo nuevo junto a ellas. El discurso oficial hablará de cómo el deseo del Jefe de Estado por conservar las ruinas de Belchite como vivo testimonio del heroísmo de los vencedores y de la terrible dureza de la batalla que allí tuvo lugar fue lo que descartó la construcción del nuevo pueblo sobre los escombros del anterior. Sin embargo, las razones políticas no fueron, con total seguridad, los únicos motivos. La reconstrucción del pueblo, con su sinuoso trazado de origen musulmán, la mayor parte de sus viviendas dañadas o destruidas y las calles cubiertas de escombros, resultaba más costoso que la construcción desde cero de un nuevo asentamiento. Además, incluso llevando a cabo el costoso desescombrado del pueblo, la superficie edificable resultante tan sólo hubiera sido el 40 por ciento de la requerida por una ciudad moderna con el mismo número de habitantes. Por eso no es de extrañar que, todos estos problemas de índole técnica y económica sumados al poderoso simbolismo de las ruinas para el Nuevo Régimen, llevaran a tomar la decisión de respetar los restos del pueblo viejo y emprender la búsqueda del emplazamiento más adecuado para el nuevo. Aún así, por si las ruinas del maltrecho Belchite no fueran suficientes para mostrar la naturaleza "bárbara y destructiva" del enemigo y justificar la necesidad del levantamiento armado como última oportunidad de detener el caos y la anarquía a la que el gobierno republicano estaba llevando al país entero, la construcción del pueblo nuevo no hará sino proyectar una cruel e injusta comparación: la de las dos Españas y sus correspondientes consecuencias. Por un lado, el resultado del afán destructivo de la extinta República, por el otro, la voluntad creativa y redentora de la nueva España de Franco. En el primer número de la revista Reconstrucción, esa curiosa mezcla de revista técnica y folletín propagandístico que hemos mencionado anteriormente, ya se explicaba ese fuerte simbolismo que pretendía imprimirse a los dos Belchites: “Junto a las piedras heroicas del viejo Belchite va a alzarse la traza cordial y acogedora del Belchite nuevo; junto a los escombros, la reconstrucción; junto al montón de ruinas que sembró el marxismo como huella inequívoca de su fugaz paso, el monumento alegre de la paz que la España de Franco edifica. Símbolos de dos épocas y dos sistemas, los dos Belchites hablan, con el

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lenguaje mudo de sus escombros y de sus blancas piedras, de barbarie y cultura, de miseria y de Imperio, de materia y de espíritu, de la Anti-España sojuzgada y la España vencedora y eterna. [...] Y cuando, en fecha breve, bajo el claro clamor de sus campanas, Belchite vuelva a ser la ciudad mansa y firme, cordial y laboriosa, pacífica y cristiana, ofrecerá a las gentes el símbolo magnífico de sus dos ciudades, tan distintas y opuestas como los dos sistemas que encendieran la guerra en nuestra España: el Belchite que el marxismo arrasó y el que la España de Franco construye”.

Figura 8. El Ministro de Interior, el Director General de Regiones

Devastadas y otras autoridades locales y provinciales durante la

visita al pueblo viejo de Belchite el 29 de Mayo de 1940. Por si fuera poco, la difícil situación de la España de la posguerra, un país sumido en la bancarrota y la devastación y con un sistema productivo prácticamente paralizado, iba a complicar extremadamente la ejecución de los trabajos de reconstrucción. El alto número de víctimas que se había cobrado el conflicto había dejado un gran agujero demográfico (muchos hombres estaban muertos, desaparecidos, en prisión o en el exilio), lo que sumado a la falta de apoyo por parte del Plan Marshall llevó a una alarmante falta de recursos materiales, pero sobre todo humanos, para llevar a cabo los trabajos de reconstrucción necesarios. Para resolver este problema el gobierno de Franco recurriría a un colectivo que estaba empezando a convertirse en un problema durante los últimos años de la contienda: los prisioneros de guerra republicanos. Esta explotación de la mano de obra reclusa se justificará de cara a las masas como un ejercicio de

"reparación moral" y "justicia histórica", una retorcida iniciativa por la cual se asignaba la reconstrucción material de España a aquellos que, según la versión oficial, habían participado en su destrucción. En estas circunstancias y bajo la atenta mirada de autoridades, trabajadores y curiosos, el 29 de Mayo de 1940 se inaugura oficialmente la construcción de Belchite Nuevo con la colocación de la primera piedra de su ayuntamiento. Pese a las opiniones más optimistas que afirman que el nuevo pueblo estará listo para finales del próximo año, la construcción de Belchite Nuevo se prolongará durante catorce largos años, hasta 1954, obligando a muchos de sus habitantes a vivir entre las ruinas del pueblo viejo hasta bien entrada la década de los 60. Como otros muchos proyectos ambiciosos de la época, el de Belchite llegaría tarde, incomodando a un franquismo que ya se encontraba en los últimos años de su autarquía y que estaba empezando a experimentar un tímido aperturismo en su economía y una disminución del intervencionismo del Estado. En este contexto, no es difícil de comprender por qué el discurso de Franco del 13 de Octubre de 1954, con motivo de la inauguración del pueblo nuevo, tenía un tono tan distinto a aquellos proclamados durante la década de los años 40: una proyecto con las connotaciones políticas de Belchite Nuevo y que había sido la piedra angular de la propaganda franquista durante la inmediata posguerra pertenecía a una época que el Gobierno de Franco, con la vista ya puesta en Europa, pretendía dejar atrás a toda costa. 6. Regionalismos en tiempos de vanguardia.

Ya hemos visto que uno de los objetivos primordiales de la propaganda de Regiones Devastadas fue la obsesión por reforzar la unificación nacional a través de la arquitectura, en medio de una "autarquía arquitectónica" marcada por el rechazo de las experiencias foráneas, particularmente de los estilos en boga en la Europa de las socialdemocracias. En este sentido, la reconstrucción de los pueblos mostraba, en el sentir de los responsables de Regiones Devastadas, los desvelos del régimen por sus campesinos, por unos labradores y colonos religiosos, patrióticos y ordenados que habían de ser el firme sostén del nacionalcatolicismo franquista. Debía levantarse, pues, una nueva arquitectura rural para unos nuevos campesinos, presentados de forma paternalista como sujetos pasivos a la espera del amparo del Caudillo, ese hombre irrepetible que al tiempo que mejoraba la vida de sus súbditos rurales engrandecía poderosamente la Patria.

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Es por ello que el estilo de la Dirección General de Regiones Devastadas se debate entre la unidad y homogeneidad exigida por un Estado de pensamiento único y la pluralidad regional de la arquitectura de las localidades en las que se debe realizar su actividad reconstructora. Por este motivo, a la hora de diseñar edificios oficiales en las grandes ciudades se recurrirá al historicismo, mientras que cuando se trate de intervenciones en el medio rural se decantará más por un populismo tradicionalista. Ambos estilos planteaban, a través de la arquitectura, la recuperación de un pasado mitificado que sirviera como fuente de legitimación de su proyecto de futuro, dotando a la sociedad española de una nueva espiritualidad y una nueva base de cohesión social. La propia estructura interna de Regiones Devastadas, organizada en oficinas comarcales, favoreció y fomentó la práctica regionalista como una muestra de la riqueza arquitectónica del país, tal como explica Bermúdez de Castro en su artículo "El estilo es el hombre. La arquitectura es el país": "El tono eminentemente español, atemperado a las provincias en que trabaja [la Dirección General de Regiones Devastadas], se amolda en cada región al estilo del país, como reflejado en un espejo".6 Para muchos arquitectos, trabajar en el medio rural supuso el descubrimiento de una arquitectura y unos modos de vida hasta entonces desconocidos, cuando no denostados. Pero no fue sólo ese contacto el que motivo

la adopción de un determinado modelo constructivo y estético, la precaria realidad económica de la posguerra fue otro factor determinante. La reivindicación de lo popular, lo tradicional y lo artesanal frente a lo estandarizado e industrial, el énfasis de la vuelta a la vida rural como parte de la identidad nacional y del modelo social a imitar, también se debía en gran parte al aislamiento económico y político del país. La imposibilidad de disponer de materiales de procedencia industrial, los altos costes de su transporte y la falta de mano de obra especializada obligaron a recurrir a sistemas de construcción tradicionales y a la utilización de los materiales que se podían encontrar o fabricar en la propia localidad, como la piedra, el adobe o la cal. Por otra parte el aislacionismo internacional, motivado por un primer momento por la guerra española y después por la europea, unido a la exaltación nacionalista, impidieron cualquier influjo del extranjero, favoreciendo la introversión sobre las formas de construir autóctonas y el desarrollo de una arquitectura un tanto endógena. La arquitectura practicada por la Dirección General de Regiones Devastadas en Aragón, si bien mantendrá, en términos generales, los mismos parámetros que en el resto de España, refleja una mayor intencionalidad a la hora de remarcar elementos y tipologías regionales. En realidad se está continuando con una corriente de recuperación histórica de la arquitectura del renacimiento aragonés, iniciada a finales de siglo en la

Figura 9. Mapa en el que aparecen representadas las distintas localidades "adoptadas" así como la región natural a la que pertenecen dentro del

territorio nacional.

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ciudad de Zaragoza por Ricardo Magdalena (Facultad del Medicina y Ciencias de 1892), y continuada por Félix Navarro, José de Yarza o Miguel Ángel Navarro. En la década de los 30 una nueva generación de arquitectos, representados por los hermanos Borobio, siguen profundizando en lo que significa la arquitectura local, pero reinterpretándola de acuerdo a las nuevas exigencias técnicas y estéticas del movimiento moderno. Con estos precedentes, comienzan a trabajar en Aragón los jóvenes arquitectos de Regiones Devastadas. Necesitados de puntos de referencia en un momento de aislamiento y de crítica conceptual y política de las vanguardias, la admiración por Ricardo Magdalena, los hermanos Borobio y cierta resistencia a admitir sin más el imperialismo herreriano propuesto desde Madrid, harán que la tendencia regionalista neorrenacentista se afiance en ellos con fuerza. Si por los nuevos condicionantes político-culturales había que elegir un estilo inspirado en los siglos del imperio, y su traza debía ser clásica, qué mejor para Aragón que reproducir su arquitectura palaciega y nobiliaria de los siglos XVI y XVIII. El modelo regionalista se empleó en edificaciones relevantes por su función y representatividad, como las casas consistoriales, los edificios religiosos, los de la administración pública y los grandes grupos escolares. Un claro ejemplo de esta tipología es el ayuntamiento de Belchite Nuevo, de marcada tendencia horizontal y composición tripartita: un primer nivel porticado realizado en piedra, una planta noble ejecutada en ladrillo caravista, con grandes huecos enmarcados y balcones, y una galería superior abierta que, sin embargo, carece de los tradicionales arquillos aragoneses. Todo ello rematado, por supuesto, con un generoso alero de madera labrada y una cubierta inclinada, con poca pendiente, realizada con teja árabe. En el caso de la iglesia, a su vez, se recurrirá a un estilo neo-románico de gran sencillez y sobriedad: una construcción de ladrillo y planta basilical con una sola nave, decorada de forma austera en su interior con pinturas y mosaicos con reminiscencias bizantinas y un singular campanario octogonal cuya esbelta figura, que domina la silueta urbana de Belchite, recuerda curiosamente a los minaretes musulmanes. La arquitectura populista de Belchite, por el contrario, combina diversos rasgos de la arquitectura rural, hasta lograr fachadas de cierta composición y de un aspecto no disonante con el contexto urbano en el que se sitúan. Es aquí donde abundan los porches de entrada a las edificaciones, arcos de medio punto, falsos contrafuertes, zócalos de mampostería rejuntada, muros encalados, aleros de madera, de yeso en cuarto de bocel o de teja y ladrillo, solanas, aplicación en la fachada de elementos cerámicos y de forja... Las cubiertas son siempre inclinadas y de teja curva, mostrando en algunas ocasiones su muro piñón en fachada. Sin

Figura 10. El ayuntamiento de Belchite Nuevo, un claro ejemplo de la

arquitectura historicista que toma como referencia los palacios

renacentistas aragoneses de los siglos XVI y XVII. embargo, esta búsqueda de una nueva arquitectura inspirada en la tradición como forma de superar de superar la anomia fruto de la modernidad se traduciría, en muchos casos, en la simplificación y reduccionismo de la arquitectura a unos elementos codificados y susceptibles de ser repetidos y copiados, en la creación de una estética perfectamente intercambiable de una región a otra de la España de secano. Este tipo de elementos estereotipados no sólo inducían al falso histórico, sino estas fachadas "tradicionales" entraban en contradicción con un interior diseñado siguiendo los criterios funcionalistas de higiene y confort que tanto recordaban al Movimiento Moderno rechazado por motivos políticos e ideológicos. Se trataba, pues, de un concepto desfasado de arquitectura reducida a una mera cáscara formal que poco o nada tenía que ver con la estructura y disposición racionalista que trataba de disimular, por mucho que algunos autores trataran de justificar como opciones perfectamente compatibles: "Hoy, tras el abandono apresurado del funcionalismo, los caminos que gozan de favor son la vuelta a lo nacional, a lo típicamente español, tanto en las formas como en el deseo de gracia y cierta fastuosidad, y el neoclásico en sus diferentes modalidades. En principio cabe afirmar que no existe ninguna imposibilidad de armonizar los deseos de las diferentes orientaciones y, por lo tanto, conviene preparar el terreno a una posible unidad arquitectónica que sea profundamente nacional, netamente funcional (englobando en las funciones las espirituales) y cuyo lenguaje sea el neoclásico como algo que no se inventa, sino que se hereda y se modifica insensiblemente".7 No faltaron críticos de este estilo, contextualizado en la proliferación de arquitecturas regionales del momento. Como el arquitecto Juan Zavala que, en la V Asamblea

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Nacional de Arquitectos celebrada en 1949, criticaba el excesivo formalismo y la falta de funcionalidad y sinceridad en el uso de los materiales y elementos arquitectónicos. Lo cierto era que, a pesar de la existencia de algunas edificaciones de interés, en general, todos esos elementos ornamentales, en otros tiempos lógicos, resultaban muy costosos e inadecuados para los sistemas constructivos utilizados. 7. La modernidad de los planteamientos

urbanísticos. En cuanto al urbanismo, aunque no podemos afirmar que la DGRD elaborara un teoría urbanística propia, sí encontramos en la práctica un serie de elementos comunes en todas sus realizaciones, consecuencia de unir las experiencias funcionalistas, que pretenden una ciudad saludable, adaptada al sistema productivo local y dotada de servicios que mejoren la calidad de vida de sus pobladores, con unas pretensiones redencionistas encaminadas a la consecución de un hombre y un orden nuevos, o recuperados, asentados en los valores tradicionales de las sociedades campesinas españolas. Es decir, un planteamiento que combinara las premisas higienistas del urbanismo más moderno con el establecimiento de unas mejores bases éticas y sociales para la vida humana, un propósito puramente fascista de forjar un "hombre nuevo" que, en el caso de España consistió más en regresar a coordenadas pre-modernas que en una auténtica búsqueda de nuevos valores. Las intervenciones urbanísticas en Aragón, y en general en todo el territorio español, podrían clasificarse en tres grupos: los planes de reforma interior (actuaciones en cascos históricos preexistentes y mejora de su red viaria, creación de sistemas de saneamiento, apertura de nuevos espacios públicos, etc.), los ensanches (creación de nuevos distritos sin una profunda modificación del trazado urbano original) y, el más radical de todos, la construcción de poblaciones de nueva planta. Este último caso tan sólo se adoptaba en aquellas

circunstancias en las que el estado de destrucción de la localidad fuera tan extremo que el coste de su reconstrucción fuera superior al de la construcción de un nuevo asentamiento, cuando los daños fueran tan grandes que reconstruir el pueblo en su estado original fuera imposible o, como en el caso de Belchite, cuando prevalecieran motivos de interés político. El proyecto para el pueblo nuevo de Belchite en concreto, diseñado para albergar a uno 3500 habitantes, se caracteriza por un trazado urbano de corte racionalista que contrasta fuertemente con una escenografía de fachadas y plazas de carácter tradicional y conservador, con resalte de elementos estilísticos regionales. Su estructura urbana consistía en una cuadrícula ortogonal con los extremos ligeramente curvados para romper la monotonía del sistema creando perspectivas cerradas y para protegerse del fuerte viento de la región, dando lugar a su característica planta almendrada. El resultado era una malla, más o menos regular, que dividía el territorio en diferentes parcelas que, en función de las posibilidades, podían utilizarse para la construcción de manzanas de viviendas, equipamientos públicos o espacios verdes. Una de las ventajas de este sistema era la posibilidad de tratar estas parcelas como unidades independientes que podían ser diseñadas por arquitectos diferentes, favoreciendo la diversidad tipológica y evitando caer en la monotonía y la repetición propias de un esquema tan geometrizado y ordenado. La acomodación al esquema ideológico del régimen franquista altera el aspecto de la ciudad a fin de adaptarla a su peculiar visión de la historia y de la sociedad. Así se tiende a establecer un ordenamiento urbano jerárquico, dedicando el centro de la población a las edificaciones civiles, políticas y religiosas rectoras de la vida local, como son la casa consistorial, la casa de la Falange y la iglesia, situadas en el cruce de dos de los ejes reguladores del pueblo. En torno a este centro cívico se disponen las áreas administrativas y comerciales, seguidas por las viviendas de los

Figura 11. Alzados norte y sur de la manzana nº39 de Belchite Nuevo, donde se observa la abundancia de elementos constructivos típicos de la

arquitectura tradicional: zócalos de mampostería, muros encalados, porches de entrada con arcos de medio punto, balcones y contraventanas de

madera, huecos para palomares, chimeneas escultóricas, aleros de madera, cubiertas de teja árabe, etc.

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Figura 12. Plano del diseño original de Belchite Nuevo, con su

característica silueta almendrada, en el que se aprecia claramente su

estructura urbana de corte racionalista y fuertemente jerarquizada. labradores más acomodados, que se emplazan en las zonas más abiertas, como las esquinas de las manzanas o los cruces de las principales calles. Las viviendas de los labradores más modestos y los jornaleros, de tamaño más reducido y adosadas unas a otras configurando manzanas cerradas, se disponen a lo largo del perímetro del pueblo, en la parte más alejada del centro. Otra de las principales preocupaciones de Regiones Devastadas era la visibilidad del pueblo desde la carretera o la vía férrea más próxima. En esa dirección solía orientarse la fachada principal para mantener al tanto al viajero de los trabajos de reconstrucción, con intervenciones incluso en la periferia para potenciar la imagen externa del pueblo, su fachada exterior, con intención de hacer propaganda de la labor de los organismos encargados de la reconstrucción. De ahí también la especial atención concedida a espadañas y campanarios, por su considerable influencia en la silueta general de la población y como símbolo de la supremacía de la Iglesia católica en la vida pública y privada de los españoles. Al final, las dificultades económicas y sociales de la posguerra ralentizaron o impidieron por completo la realización de muchos de estos ambiciosos proyectos urbanos. Tal es el caso de Brunete (Madrid), donde el ambicioso proyecto previsto para su reconstrucción tan

sólo se llevó a cabo de forma muy parcial, o Seseña (Toledo), donde la resistencia de sus habitantes a trasladarse del pueblo original al nuevo dio lugar a la existencia de dos asentamientos, situados a apenas unos kilómetros uno de otro, ambos habitados en la actualidad. Belchite, debido a su especial significado para el régimen, fue uno de los pocos proyectos que se llevaron a buen puerto, no sin los consiguientes cambios y modificaciones respecto al diseño original. Hoy en día, pese a haber sido eclipsado por la creciente atención acaparada por su homónimo, Belchite Nuevo es uno de los más completos y mejor conservados asentamientos realizados por Regiones Devastadas y una pieza clave de la propaganda franquista en la inmediata posguerra. 8. Conclusiones.

La Dirección General de Regiones Devastadas supervisaría y llevaría a cabo la enorme tarea reconstruir el país hasta su disolución el 25 de Febrero de 1957, modificando el paisaje y el patrimonio español para siempre y dejando una profunda huella que todavía es reconocible en muchos de nuestros pueblos y ciudades. Su arquitectura, pese a su aspecto ciertamente trasnochado, perseguía los objetivos de higiene, salubridad y confort que tanto tenían en común con los principios funcionalistas que el régimen franquista censuraba por su afinidad con el Movimiento Moderno y, por extensión, con la antigua República. Estas construcciones, y las modernas ordenaciones urbanísticas en las que se emplazaron, constituyen un fiel reflejo de una época, y del esfuerzo de un grupo de técnicos que, participes de esa sensación de comienzo promovida por el Alzamiento Nacional y sintiéndose en el umbral de una nueva era de la que ellos mismos eran los forjadores, intentaron, honestamente, enfrentarse al enorme problema de la reconstrucción del país, encontrándose con el obstáculo de una España aislada y sumida en la pobreza. Aun así, incluso en la situación de precariedad y falta de medios que caracterizó a la posguerra, estos jóvenes profesionales fueron capaces de proponer soluciones dignas y pragmáticas basadas en la arquitectura vernacular de cada región, y que han llegado hasta nuestros días en un estado de conservación digno de elogio. Tendrían que pasar una buena porción de años y producirse el retorno de algunos de los arquitectos exiliados, o los inicios profesionales de las jóvenes generaciones (Coderch, Cabrero, Fisac, etc.), para que se empezaran a plantear interesantes alternativas a esta arquitectura "ideológica" y se esforzara por resolver, desde la reflexión interna de la profesión, las dudas que emanaban de una propuesta contradictoria en su concepción. Dentro de este período, Belchite Nuevo constituye un caso ejemplar, casi didáctico, del urbanismo y la arquitectura practicado por Regiones Devastadas

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durante sus 18 años de actividad. Desafortunadamente, en los últimos años, tanto el público como las administraciones han dedicado toda su atención en Belchite Viejo, relegando a un segundo plano al pueblo nuevo y centrando todos sus esfuerzos exclusivamente a las ruinas del primero. Sin embargo, Belchite viejo es sólo uno de los dos protagonistas de esta historia. Porque si el pueblo viejo habla de las nefastas consecuencias de la guerra, la inútil pérdida de vidas humanas y la insensata destrucción del patrimonio, como bien explican los guías locales; el pueblo nuevo habla de vencedores y vencidos, de arquitectura al servicio de una dictadura y de los valores e ideales de un nuevo régimen que, pese a su nombre, seguía teniendo bastante de viejo.

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Figura 13. Vista aérea de Belchite Nuevo en la actualidad: posiblemente el asentamiento construido por la Dirección General de Regiones Devastadas

más completo y mejor conservado de todo el territorio nacional. Un caso ejemplar de la arquitectura y el urbanismo practicado por este organismo de

reconstrucción durante la inmediata posguerra y un elemento clave de la propaganda del primer franquismo.

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Notas aclaratorias 1 Friedrich NIETZSCHE: Crepúsculo de los ídolos, p.99. 2

Luis BERMÚDEZ DE CASTRO: "El estilo es el hombre. La arquitectura es el país", pp. 355-362. 3 Discurso publicado en la revista Reconstrucción nº III, junio de 1940. 4 Francisco CASARES: "El significado moral de la reconstrucción de España", La Vanguardia Española, 26 de julio de 1940. 5 Pedro GÓMEZ APARICIO: "El símbolo de los dos Belchites", Reconstrucción, nºI (abril de 1940), p.7. 6 Luis BERMÚDEZ DE CASTRO, "El estilo es el hombre. La arquitectura es el país", en Reconstrucción, nº XXXVII, noviembre 1943, pp. 355-362. 7 Pedro BIDAGOR: "Tendencias contemporáneas de la arquitectura española", Fondo y Forma, n. 1 (febrero 1944), pp. 8-12.