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Eduardo Antonio Téllez Ortega Reflexión sobre la historia de América El planeta Tierra tiene una superficie de unos 510 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales unos 150 son tierras emergidas, el resto son mares. Extensión aproximada de las principales masas de tierra y sus islas 1.- Eurasia: 55 millones de km2 2.- Africa: 30 3.- América: 42 4.- Oceanía: 9 5.- Antártida: 14 La distribución de estas tierras es desigual en la superficie terráquea. Prácticamente un hemisferio completo está cubierto por el océano Pacífico, mientras que todos los demás mares y tierras se hallan en el otro hemisferio. Convencionalmente agrupamos estas tierras en continentes, islas, archipiélagos, etc. Tres de los cinco continentes señalados en la tabla anterior se hallan unidos (por eso existe el nombre de euroasiático africano), mientras que los otros dos están separados del resto por el mar. América está muy cerca de Asia en el estrecho de Bering. Oceanía, por su parte, es más bien un gigantesco archipiélago que incluye a Australia y todas las islas del Pacífico Sur. El ser humano, probablemente originario de algún lugar de África o Asia, se diseminó por todas las tierras habitables. No sólo ocupó la totalidad de los continentes, sino que cruzó estrechos y mares para ocupar las islas, incluyendo las más alejadas, como Hawái o la isla de Pascua. Sólo la Antártida, totalmente inhóspita, no fue colonizada. Este hecho notable, la dispersión de la especie humana, nos habla del extraordinario pasado de nuestra especie, en ese enorme lapso de tiempo que llamamos prehistoria. Un

Reflexión sobre la historia del continente americano

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Reflexión sobre la historia del continente americano

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Eduardo Antonio Téllez Ortega

Reflexión sobre la historia de América

El planeta Tierra tiene una superficie de unos 510 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales unos 150 son tierras emergidas, el resto son mares.

Extensión aproximada de las principales masas de tierra y sus islas1.- Eurasia: 55 millones de km22.- Africa: 303.- América: 424.- Oceanía: 95.- Antártida: 14

La distribución de estas tierras es desigual en la superficie terráquea. Prácticamente un hemisferio completo está cubierto por el océano Pacífico, mientras que todos los demás mares y tierras se hallan en el otro hemisferio.

Convencionalmente agrupamos estas tierras en continentes, islas, archipiélagos, etc. Tres de los cinco continentes señalados en la tabla anterior se hallan unidos (por eso existe el nombre de euroasiático africano), mientras que los otros dos están separados del resto por el mar. América está muy cerca de Asia en el estrecho de Bering. Oceanía, por su parte, es más bien un gigantesco archipiélago que incluye a Australia y todas las islas del Pacífico Sur.

El ser humano, probablemente originario de algún lugar de África o Asia, se diseminó por todas las tierras habitables. No sólo ocupó la totalidad de los continentes, sino que cruzó estrechos y mares para ocupar las islas, incluyendo las más alejadas, como Hawái o la isla de Pascua. Sólo la Antártida, totalmente inhóspita, no fue colonizada.

Este hecho notable, la dispersión de la especie humana, nos habla del extraordinario pasado de nuestra especie, en ese enorme lapso de tiempo que llamamos prehistoria. Un hombre antiquísimo, desconocido para nosotros, marchó por todas las tierras unidas y luego, ante los océanos, construyó naves para cruzar enormes distancias.

En el caso de América, existe la teoría de que el hombre llegó marchando a través del estrecho de Bering, el cual, durante las glaciaciones y el consecuente descenso del nivel del mar, pudo ser un paso de tierra entre los dos continentes. Sin embargo, esta no es la única teoría al respecto. En realidad no sabemos con exactitud cuándo ni cómo llegó el hombre a América, y si lo hizo en una oleada o en varias. No obstante, parece casi seguro que el ser humano no es originario de estos territorios y que los ocupó en épocas geológicamente recientes, comparadas con aquéllas de los vestigios hallados en Eurasia y África.

En todo caso, hay que decir que el “Descubrimiento de América” de 1492 dio inicio a la última y más definitiva oleada de inmigrantes al continente, en el contexto de la cultura europea occidental.

El estado que guardaba el continente antes de 1492 y la historia de sus poblaciones es objeto de constantes investigaciones. Antes de que los europeos arribaran,

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los pueblos americanos se habían desarrollado, aparentemente, en un prolongado aislamiento del resto del mundo.

¿Cómo vivían los pueblos que por primera vez pisaron América? ¿En qué “momento civilizatorio” se encontraban? ¿Cómo fue que poblaron todo el continente?

Son estas interesantes preguntas que quizá no tengan contestación definitiva. Sin embargo, podemos suponer, según la discutida inmigración siberiana, que los grupos humanos avanzaron de norte a sur, entrando por Alaska y descendiendo hasta la Patagonia.

La forma del continente es caprichosa: dos grandes masas de tierra unidas por una estrecha faja, un arco de islas tropicales, altas montañas. Todas las latitudes. En América antigua existió un gran número de pueblos nativos, que van desde los esquimales en el Norte, los nómadas de las llanuras norteamericanas, las civilizaciones de Mesoamérica y la región inca hasta los amazónicos y los caribeños.

Estos pueblos, los más avanzados, poseían una cultura sedentaria, eran politeístas, levantaban templos y cultivaban la tierra. Se gobernaban teocráticamente. Lograron avances en el estudio de los cielos y en las matemáticas.

La llegada de las potencias marítimas europeas a América es un hecho de importancia capital en la historia. Sus implicaciones exceden los alcances de este escrito, que sin embargo, se centrará en lo ocurrido en América misma.

El choque cultural fue único en su tipo. Ambas partes ignoraban absolutamente la existencia de la otra. Los europeos sabían de Asia y África, y pensaban que entre la India y sus puertos había solamente océano. Los americanos no sabían que en el mundo existieran otros pueblos aparte de ellos mismos.

La concepción eurocéntrica común considera que los pueblos americanos estaban “atrasados” respecto a las naciones que llegaron a conquistarlos, por lo cual éstas pudieron vencerlos fácilmente y someterlos a su soberanía.

La misma concepción prevalece respecto de casi todos los pueblos que los navegantes europeos conocieron en otras regiones del mundo durante su expansión en la época moderna. Aunado a una evidente superioridad técnica y armamentística, el engreimiento de los conquistadores y colonizadores tendió a subestimar la grandeza cultural de muchos pueblos.

En todo caso, las poblaciones americanas ofrecieron poca resistencia al impulso de invasión de los recién llegados. La historia de América, entendida como parte de la historia universal moderna, comienza con la hazaña de Cristóbal Colón, puesto que este hecho la pone en relación con Europa, la civilización triunfante en el mundo occidental.

No obstante, muchas de las naciones americanas modernas cuentan con una población mestiza, mezcla de los indígenas y los europeos. Esta condición los obliga a la reconciliación con el pasado precolombino y les impone una compleja, conflictiva, composición social.

No sin razón al continente se le llama el “Nuevo Mundo”, en oposición al otro, que era conocido desde siempre, desde Egipto, desde el Edén, el “Viejo Mundo”. Fue nuevo para los descubridores, pero para los americanos fue, precisamente, el fin de su antiguo mundo.

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América era demasiado grande para que una sola potencia la conquistara en su totalidad. Fueron cuatro las naciones europeas que principalmente ocuparon el continente durante el llamado periodo colonial: España, Portugal, Francia e Inglaterra. La evolución americana haría ver para principios del s. XIX que sus dos grandes regiones, eran, por su cultura, la Norteamérica anglosajona y la Centrosuramérica ibérica, mejor conocida como Latinoamérica. Como sabemos, su límite en común es la frontera entre México y Estados Unidos.

Esquemáticamente, toda América fue colonizada por las potencias occidentales durante los siglos XVI y XVII, y se independizó de ellas en los siglos XVIII y XIX, estableciendo las tres grandes etapas de la historia continental: América antigua, colonial e independiente.

El establecimiento de las 13 colonias inglesas en América y su posterior destino hasta convertirse en los Estados Unidos que conocemos hoy es un hecho grandioso en la historia, y tan cercano y deslumbrante que apenas podemos juzgarlo en su correcta dimensión. Los logros estadounidenses son tan altos y su forma de vivir tan convincente, que uno se pregunta qué pasó exactamente en los primeros congresos de los fundadores de esta nación, de qué ideas se valieron, que les permitió echar las bases de tal grandeza.

Por supuesto que Estados Unidos lleva a cuestas montones de “crímenes” imperiales, muchos de los cuales moldean la opinión que tenemos los latinoamericanos –y muchos otros- de los “gringos”. No obstante, es claro que la historia moderna de América está determinada por el surgimiento y existencia de los Estados Unidos de América.

Durante los siglos de colonización, las colonias inglesas tuvieron importantísimas diferencias con las colonias españolas y portuguesas. La religión, la actitud con los indígenas, la geografía, las instituciones heredadas de sus metrópolis, su relación con ellas, etc., dieron como resultado mundos distintos, lo cual sería la fuente del drama americano.

Estados Unidos, de las 13 colonias al gran imperio mundial, ha considerado a América su natural región de influencia geopolítica. La famosa doctrina Monroe es el hecho más conocido de una política fundamental para esta nación.

El dominio estadounidense, su imperialismo capitalista y “neocolonial” es una efectiva mezcla de fuerza bruta y comercio a ultranza. Sus resultados son tan variopintos –van desde las intervenciones y guerras declaradas, hasta Walt Disney, Hollywood y McDonald’s- que es natural que las opiniones al respecto de los latinoamericanos vayan desde la devoción hasta el odio total.

El “hecho estadounidense” es la principal condición americana.La historia de los países americanos está determinada por su relación con Estados

Unidos.El imperialismo estadounidense incluye guerras e intervenciones, pero nunca el

ocupamiento permanente de otra nación. En realidad, el fundamento de su imperio es la industria y el comercio, la explotación de los recursos naturales de los países, el establecimiento de empresas privadas, el mantenimiento de mercados cautivos para sus

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exportaciones. Con este afán, EU ha intervenido siempre que lo ha necesitado en la política de las naciones americanas, lo cual generalmente cobraba la forma de entronizamiento de un líder poderoso y amigo de los embajadores estadounidenses, a través de golpes de estado y guerras civiles.

El rechazo de las poblaciones latinoamericanas a la presencia “gringa” en sus países no es debida a un celo patriótico o chauvinista, sino a hechos claros y esenciales: el liberalismo económico practicado por EU en la región trae consigo el deterioro del nivel de vida de las poblaciones y el aumento de la pobreza. El capitalismo es voraz y en este sentido Estados Unidos siempre ha formulado una doble moral, ya que el bienestar de su población ha sido conseguido a través del empobrecimiento de sus socios comerciales.

Sin embargo, y aun reconociendo la “maldad” imperial de Estados Unidos, los problemas de las naciones latinoamericanas están lejos de estar explicados sólo a través de ella. El rezago de Latinoamérica en el concierto internacional moderno incluye también la herencia hispánica, el mestizaje, la corrupción, entre muchas otras cosas que se podrían mencionar aquí.

Si bien para mediados del siglo XIX Estados Unidos era ya una potencia industrial, es tras la Segunda Guerra Mundial que se convierte en la superpotencia militar, el país más poderoso del mundo, líder de uno de los dos grandes bloques mundiales; sólo la URSS podía mirarlo frente a frente.

Durante la Guerra Fría, el mundo parecía bipolar, y tras la caída de la URSS en 1991, unipolar. El dominio estadounidense era ya global, aparentemente no quedaba ya una oposición poderosa al impulso de unificar el orbe bajo la égida de los Estados Unidos y la cultura atlántica.

Ahora sabemos que tal dominio global no es tan sólido. Un mundo multipolar, con Rusia, China e India como actores importantes, se dibuja en el horizonte. También Brasil.

El siglo XIX americano incluye la Guerra de Secesión estadounidense, así como múltiples revoluciones políticas en Latinoamérica. ¿A qué responde esta lucha continuada entre liberales y conservadores? ¿Qué relación guarda con la influencia de las antiguas metrópolis ibéricas y de la Iglesia de Roma? Además de diferencias técnicas entre modelos administrativos, ¿cuál es el verdadero significado del triunfo liberal en México, por ejemplo? A la distancia, difícilmente podemos negar el acuerdo del programa liberal mexicano con los Estados Unidos.

Estas cuestiones quizá tengan su repuesta es un tránsito de hegemonías. Es decir: una enorme región de países con poblaciones grandes pero gobiernos débiles, pasa del dominio de España y Portugal al de Estados Unidos. Tal es el sentido general de las independencias latinoamericanas.

Latinoamérica durante el siglo XX tiene una historia llena de revoluciones sociales. Estas revoluciones han tenido como objetivo liberar a los pueblos del dominio extranjero o de dinastías y gobiernos corruptos y abusivos, aspectos ambos que suelen ser las dos caras de una misma moneda. Por su necesidad de buscar nuevos modelos de sociedad, y en correspondencia con las ideologías que florecieron en sus tiempos, muchas luchas

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americanas llevaron la bandera del socialismo, y por ello fue que se insertaron en el contexto de la bipolaridad de la Guerra Fría.

Sin embargo, difícilmente puede decirse que el anhelo americano haya tenido algo que ver con la sociedad soviética de Rusia, o con el nacionalismo cultural chino. El socialismo de nuestra región es reflejo del engaño internacionalista del comunismo. En realidad, lo único que el “socialismo” americano ha querido es mejorar las condiciones de vida de los más pobres, reducir las brechas de desigualdad, generar gobiernos que defiendan los intereses de la población. La mirada ciega del capitalismo no podría traer democracia, por lo que fácilmente las protestas se deslizaban hacia el antiliberalismo.

El mundo multipolar que se anuncia deja ver también la fractura americana.El caso mexicano es emblemático de este reacomodo geopolítico. Durante los

recientes años noventa México se preguntaba: ¿somos norteamericanos o latinoamericanos? La tradición histórica, el idioma español, el catolicismo, la mismísima Revolución Mexicana, nos ponía del lado de Latinoamérica, pero Estados Unidos es nuestro principal socio comercial. El tratado de libre comercio de América del Norte y la conformación un bloque geográfico norteamericano llevaron a México a mirar hacia arriba.

Al mismo tiempo que las izquierdas regresaron a Suramérica en forma de democracias de economía mixta y altos niveles de crecimiento, México se plegó a Estados Unidos a través de la guerra contra el narcotráfico, el libre comercio y proyectos de seguridad compartidos.

Brasil encabeza una tendencia de integración económica suramericana que ya tiene expresión en el Mercosur y que anuncia la futura formación una posible Unión Suramericana, por lo que resulta claro que el destino de esta región no es la subordinación a Estados Unidos, sino una progresiva igualación. La unidad en Suramérica permitirá tratar con los otros polos de poder mundiales en condiciones más ventajosas.

Las recientes problemáticas entre Venezuela y Colombia son la expresión de la tensión creciente. Se trata de definir los límites entre los dos bloques americanos. Pareciera sensato que Colombia pase a ser parte del bloque sureño, pero Estados Unidos tiene intereses en ese país. Ya se habla de una “israelización” colombiana. Guardadas las proporciones, quizá en el futuro será Centroamérica el escenario de la lucha entre las regiones.