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Recopilación de cuentos

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  • 1. Recopilacin de cuentos

2. Hans Christian Andersen2 3. Abuelita Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, slo que mucho ms hermosos, pues su expresin es dulce, y da gusto mirarlos. Tambin sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchsimas cosas, pues viva ya mucho antes que pap y mam, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cnticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lgrimas a los ojos. Por qu abuelita mirar as la marchita rosa de su devocionario? No lo sabes? Cada vez que las lgrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, esplndido y verde, con los rayos del sol filtrndose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa ms lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonre pero ya no es la sonrisa de abuelita! - s, y vuelve a sonrer. Ahora se ha marchado l, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no est, la rosa yace en el libro de cnticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro. Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia. -Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueito. Se recost respirando suavemente, y qued dormida; pero el silencio se volva ms y ms profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habra dicho que lo baaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.3 4. La pusieron en el negro atad, envuelta en lienzos blancos. Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas haban desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cnticos bajo su cabeza, pues ella lo haba pedido as, con la rosa entre las pginas. Y as enterraron a abuelita. En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreci esplndidamente, y los ruiseores acudan a cantar all, y desde la iglesia el rgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba all; los nios podan ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho ms de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causara si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el fretro, y tierra dentro de l. El libro de cnticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo tambin. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseores, y enviando el rgano sus melodas. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros vern a abuelita, joven y hermosa como antao, cuando bes por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo. FIN4 5. Almendrita Captulo I El rapto Una viejita muy pobre y muy buena se encontraba sola en el mundo, pues se le haban muerto todos los parientes. Como ya no estaba en edad para casarse, le pregunt a una hechicera cmo tendra que hacer para conseguir una nia que la reconociese como madre. Y la hechicera la contest: - Aqu tienes un grano de cebada. Es de una clase especial que nada tiene que ver con la que cosechan nuestros agricultores. Simbralo en una maceta de flores y vers lo que sale. Despus de agradecer a la maga, la pobre mujer entr en su casa y plant el grano de cebada donde aqulla le haba dicho. No tard en brotar una linda y fragante flor parecida a un tulipn, pero completamente cerrada. Qu hermosa flor! - dijo la viejita, besando sus hojas coloradas y amarillas. Al contacto de los labios de la buena mujer, la flor se abri ruidosamente, tomando por completo la forma de un tulipn. En su fondo se poda ver a una nia muy pequeita, linda y delicada. Tan pequeita era, que su estatura no pasaba de la de una almendra. Por eso la llamaron Almendrita. La anciana le dio por cama una cscara de nuez, prolijamente barnizada a mueca. Por colchones tena pepitas de violeta, y por colcha, una hoja de rosa. Almendrita dorma all durante la noche, y las horas del da las pasaba jugando sobre la mesa, donde la viejita haba colocado un plato lleno de agua, rodeado por una corona de lindas flores. En el plato haba una hoja grande de tulipn, sobre la que se sentaba la nia con toda comodidad y navegaba de una orilla a otra con auxilio de dos pequeas agujas que le servan de remos. Era un lindo espectculo contemplarla. Y por si esto fuera poco, cantaba con voz tan dulce y afinada que pareca una caja de msica. Los pajaritos, y hasta las mismas moscas, dejaban de volar para orla. Pero una noche, mientras Almendrita dorma plcidamente, un sapo horrible5 6. entr en la pieza por un cristal roto y trep hasta donde estaba la cscara de nuez que serva de la cama a la nia. Maravillado qued el animal al verla. Y dijo:- No poda haber encontrado mejor esposa para mi hijo. Y sin perder ms tiempo, agarr la camita y saliendo por donde haba entrado, se llev a Almendrita al jardn, entre cuyas flores corra un pequeo arroyo que daba a un pantano en el que viva el sapo con su hijo, que era tan asqueroso como l. Lo cual, en verdad, ya es mucho decir. - Coac, coac, brequequequ! - grit, admirado, el sapito al ver a tan hermosa nia en la cscara de nuez. - Habla ms bajo- le dijo el padre; -no sea que despierte. Como es tan ligera como la pluma del cisne, a lo mejor se nos escapa. La colocaremos en una hoja ancha de higuera en medio del arroyo, para que viva all como en una isla. Por miedo de ahogarse, no se ir. Mientras tanto, nosotros prepararemos en el fondo del pantano el aposento en el cual viviris una vez casados. Y espero que t, hijo mo, seas el ms feliz de la familia. - Como para no serlo con semejante esposa- dijo el sapito. Inmediatamente, el sapo viejo salt al agua para elegir una hoja de higuera. Cuando hubo encontrado la que le pareci ms conveniente para el caso, la sujet a la orilla por el tallo y coloc en ella la cscara de nuez donde Almendrita dorma plcidamente.Captulo II La fuga A la maana siguiente la nia despert y al ver dnde se encontraba, se ech a llorar amargamente, pues comprob que el agua la rodeaba por completo, resultndole imposible volver a tierra. Mientras tanto el sapo viejo, despus de haber construido el aposento para los novios, adornndolo con rosas y florecitas amarillas, en compaa de su hijo se dirigi nadando hasta donde estaba Almendrita, para llevarse la nuez a la habitacin. Inclinndose cortsmente en el agua delante de ella, le dijo:6 7. - Te presento a mi hijo, a quien te he destinado por esposa. - Coac, coac, brequequequ! - canto el sapito, horrorizando con su voz y su aspecto a la pequea. Entre padre e hijo agarraron la linda camita barnizada a mueca y se la llevaron al aposento del fondo del pantano. Mientras tanto, Almendrita, sola en la hoja de higuera, lloraba de pena pensando en aquellos animaluchos tan feos y repugnantes y en el matrimonio que la esperaba con uno de ellos. Algunos pececitos que oyeron lo que dijo el sapo quisieron ver a la nia, y al comprobar que era linda, comprendieron que sera muy desdichada si se casaba con un animal tan horrendo, por lo que resolvieron desbaratar la boda. Se reunieron alrededor del tallo que retena la hoja y lo cortaron con los dientes. Inmediatamente la hoja fue arrastrada por las aguas y llev a la nia tan lejos que, aunque los sapos, al notarlo, se pusieron a nadar, no pudieron alcanzarla. Por el camino, una mariposa muy blanca, empez a revolotear a su alrededor, atrevindose al fin a posarse en la hoja, pues quera ver de cerca de la nia, que era ms pequea que ella. Contenta Almendrita por haberse librado de la terrible amenaza de casarse con aquel adefesio, se deleitaba contemplando el esplendor de la naturaleza. Aprovechando la compaa de la mariposa, desat su cinturn y despus de haberlo atado por un extremo al insecto y por el otro al tallo de la hoja, avanz por el arroyo a mayor velocidad de la que llevaba la corriente. En eso pas cerca de ella un escarabajo de alas azules, que al verla la agarr con una pato por su frgil talle y la subi a lo alto de un rbol, mientras la hoja de higuera continuaba navegando con la mariposa que segua tirando sin poderse desprender. Fue terrible el susto de la pobre nia al verse transportada por tan espantoso insecto. Igualmente sufra al pensar que la pobre mariposa blanca morira de hambre y fatiga por su culpa. El escarabajo la coloc sobre la hoja ms grande del rbol, le regal nctar de flores y le hizo mil cumplidos. Todos los escarabajos que habitaban en el rbol acudieron a visitarla. Ellos admiraban su hermosura, pero ellas - escarabajas-, moviendo las antenas, decan con desprecio:7 8. - Qu poquita cosa! No tiene ms que dos piernas y dos bracitos... Y no tiene ninguna antena. Y es delgada como un hombre. Valiente fenmeno! Almendrita, como ya hemos dicho, era encantadora, y aunque al escarabajo que la haba robado le pareca linda, al or expresarse tan despectivamente a las mujeres de su familia, termin por considerarla fea y la despreci. La bajaron del rbol y la colocaron sobre una margarita, con lo que le fue devuelta la libertad. Y, aunque la nia se alegr de verse libre de tan monstruosa compaa, le mortific haber sido expulsada por considerarla fea, pues estaba acostumbrada a or alabanzas sobre su hermosura.Captulo III La vida en el bosque Almendrita pas todo el verano solita en el bosque. Se hizo un lecho con pajitas y lo colg bajo una hoja de rbol para resguardarse de la lluvia. Se alimentaba con el nctar de las flores y aplacaba la sed bebiendo las gotitas de roco que por la maana se juntaban en el pasto. As pas tambin el otoo, pero al llegar el invierno empez a sufrir, pues haca mucho fro. Adems, todos los pajaritos que la haban entretenido con sus cantos se alejaron; los rboles se desprendieron de su follaje; las flores se marchitaron, y la hoja que le serva de techo y reparo, se arroll, se agriet y se redujo a un tallo seco y amarillo. La infeliz Almendrita sinti an ms los rigores de la estacin, porque sus livianos vestidos empezaron a caerse hechos jirones. Luego empezaron las nevadas, y cada copo que la tocaba le produca un efecto terrible. Aunque se envolva en una hoja seca, no lograba entrar en calor. Consideraba cercano el momento en que iba a morir de fro. Cerca del bosque donde estaba, haba un gran campo de trigo, del cual no se vea ms que el rastrojo sobre la tierra helada. A Almendrita le pareci tan grande como un bosque. Muerta de fro lleg a la cueva de una rata en la que se entraba por un agujero disimulado bajo la paja. El animalito que all viva gozaba de buena posicin, pues posea un granero repleto, una8 9. buena cocina y un amplio comedor. La nia llam a la puerta como si fuera una limosnera, suplicando que le dieran un grano de cebada, pues haca dos das que no coma. - Pobrecita! - respondi la rata, compadecida, pues tena buen corazn. - Ven a comer conmigo. De paso, te calentars, pues ests temblando. No tard el animalito en tomar cario a Almendrita y la invit a pasar con ella el invierno.Captulo IV En la cueva de la rata Al hacerle el ofrecimiento, le dijo la rata a Almendrita: - Puedes vivir aqu durante el invierno, pero a condicin de que arregles la casa y me cuentes algn cuento. La nia acept muy contenta y no tuvo de qu quejarse, pues la rata no era exigente y coma muy bien. Y un da le dijo a Almendrita: - Preprate, que un da de stos tendremos visita. Se trata de un vecino que acostumbra a venir una vez por semana. Es ms rico que yo; tiene una cueva con grandes y lujosos salones y viste una magnfica piel de terciopelo. Y luego agreg: - Sabes una cosa? - Qu, seora rata? - Que te he encontrado novio. - Es que yo no quiero casarme. - Una chica de tu edad y, sobre todo, estando sola en el mundo, debe tener un marido que la mantenga y la proteja. - Me basta con lo que usted me da a cambio de mi trabajo, y con su proteccin. - Pero yo soy muy vieja, Almendrita. Cuando yo me muera, qu ser de ti? - Entonces Dios dir; pero mientras tanto djeme estar a su lado.9 10. - De ninguna manera. Yo te quiero mucho y, precisamente porque te quiero, te he buscado un lindo novio. Y no me repliques, si no quieres que me enoje y te eche de mi casa. - Si me lo manda, bueno: me casar. Aunque me muera del disgusto. - No se trata de eso. Yo no quiero que te cases a disgusto. Te presento el novio, y si te gusta, os casis... - Y si no me gusta? - Ya te buscar otro. - Es que yo no quiero ninguno. - Pues a alguno tendrs que querer. Esto s que te lo impongo como obligacin. - Est bien. Y quin es ese primer novio que quiere presentarme? - El seor Comadreja. Esta noche vendr, y espero que seas amable con l. - Har todo lo posible.Captulo V El seor comadreja Efectivamente, aquella misma noche se present en la cueva de la Rata el seor Comadreja, atusndose los bigotes y moviendo orgullosamente la cola. Al serle presentada Almendrita por la duea de la casa, el visitante sonri mostrando unos dientes blancos y afilados que eran su orgullo. A la nia aquella sonrisa le hel el corazn. Le resultaba muy antiptica y le causaba un miedo feroz, tan feroz que la pobrecita no pudo menos de exclamar: - Uy, qu dientes tiene! - Son mis armas de combate, nena - contest el aludido- Gracias a mis dientes, procuro mi sustento y castigo a los que quieren mal. Usted me quiere mal? - No, yo no lo quiero ni bien ni mal. Simplemente, no lo quiero. - Ya me querr con el tiempo. Sobre todo cuando sepa que trata con el terror de los gallineros, a quien el mismo zorro teme.10 11. - Y qu hace en los gallineros? Vigila las gallinas? - S, las vigilo para podrmeles llevar los pollos y los huevos. Sobre todo, los huevos. Cmo me gustan! Y, al decir esto, se relama los bigotes en los que haban quedado partculas de su reciente comilona. - Y a quin le pide usted los pollos y los huevos? - A nadie! A quin se los voy a pedir? Voy, los agarro y me los llevo a mi casa, cuando no los despacho all mismo, si es que tengo mucha hambre, cosa que me ocurre una noche s y otra... tambin. - Jess! Entonces, usted es un ladrn. - Nia! -la reprendi doa Rata. - Djela, que tiene razn - intercedi el seor Comadreja-. Soy ladrn, es cierto. Y a mucha honra! - Entonces, no quiero saber nada con usted. - Pues tendrs que saber o de lo contrario... Al decir esto ltimo, hizo rechinar los dientes de una manera que Almendrita se puso a temblar. La conversacin haba tomado un cariz tal, que la misma rata se inquiet y busc un pretexto para dar por terminada la visita.Captulo VI El castigo Cuando quedaron solas la Rata y Almendrita, sta se ech en brazos de aqulla y le dijo, llorando: - Por compasin, seora! No me haga casar con un sujeto tan depravado. - No es lo que te imaginas - le contest la rata -. Es cierto que roba, pero lo hace como la cosa ms natural del mundo. Ladrones fueron sus padres y ladrn es l y ladrones sern sus hijos.11 12. - Qu horror! Hijos ladrones! - Para ellos ser ladrn es como para otros ser carpintero o escribano. Es su medio natural de vida, y lo consideran lgico y hasta legal. - Pero no me negar que es un bravucn. Ha visto qu alarde hace de sus dientes? - Ese s es un defecto, hija ma. No deba complacerse en asustar a las personas pacficas como t. Y lo peor es que se ha enamorado perdidamente y, valido de sus armas bucales, no estar dispuesto a largarte mientras le quede un solo diente. - Mientras le quede un solo diente? - S; mientras le quede un solo diente. - Entonces, ya estoy salvada. - Qu piensas hacer? - Ya lo ver usted. Cuando vuelva maana a visitarme, djelo por mi cuenta. - Est bien, hija. Y que Dios te ilumine. Almendrita y doa Rata se fueron a dormir, y cuando a la noche siguiente el seor Comadreja apareci con su acostumbrado aire de matn, la nia se apresur a atenderlo con una solicitud que contrastaba con el desdn miedoso del da anterior. Al poco rato de entablada, hizo derivar la conversacin a los gustos predilectos de su pretendiente: los pollos y los huevos. Y le dijo: - No ha visitado nunca el gallinero de la granja de los Cuatro Caminos? - No. Nunca me dio por rondar aquellos lugares, aunque algunos compaeros me han ponderado la calidad de sus productos. - Y no le han mentido. Las gallinas de all ponen los mejores huevos de la comarca. - De veras? - pregunt Comadreja, quien ya se le estaba haciendo la boca agua. - Y muy de veras! Con decirle que todos son de dos y hasta de tres yemas. - De tres yemas! - exclam el ladrn en el paroxismo de la gula. Pero al poco rato cambi de tono, como si le hubieran echado un balde de agua encima. Y dijo:12 13. - Qu hacemos con que haya huevos de tres yemas, si tienen all un mastn que no deja arrimar a nadie? - Es cierto. Pero tambin es cierto que esta noche no estar el mastn. - No estar el mastn, pero estar el granjero, que tiene una escopeta que no falla y una puntera que falla menos que la escopeta. - Tampoco estar l. Me he enterado que esta noche el granjero, la granjera y los granjeritos irn a velar a un pariente que se encuentra gravemente enfermo. Y como siempre que salen de noche se llevan al perro para que los ladrones no los asalten en el camino, en la granja no quedar ms alma viviente que la de las gallinas y los cerdos, suponiendo que cerdos y gallinas tengan alma. - Si es as, all voy ahora mismo. Y me dar un atracn de huevos de tres yemas en el mismo gallinero, pues se me ha abierto el apetito de par en par. - Vaya y que le haga buen provecho. El seor Comadreja sali a escape en direccin a la granja de los Cuatro Caminos. Se acerc con cuidado, por si no eran ciertos los informes de Almendrita. No tard en comprobar que la nia no haba mentido. En la finca reinaba el ms profundo de los silencios, y el mastn no daba seales de vida, pues aunque en ese momento pasaba un carro, no hizo notar su presencia con los cavernosos ladridos de costumbre. El taimado y precavido ladronzuelo se atrevi, cruz el patio, penetr en el gallinero sin hacer ruido y se dirigi al ponedero. Almendrita no lo haba engaado. Qu maravilla de huevos los que estaban all sobre la paja! Grandes, limpios y lustrosos como no haba visto otros en su vida. Sin poderse contener, se abalanz sobre el rico manjar que se le ofreca y le clav los dientes al que le pareci de tres yemas. Inmediatamente lanz un quejido y algo salt por los aires yendo a rebotar sobre las losas del piso, algo que no era precisamente la cscara del huevo de tres yemas, sino los dientes del seor Comadreja. Qu haba pasado? Casi nada!: que los huevos del ponedero13 14. no eran tales, sino simples imitaciones de duro mrmol, que la granjera colocaba all para invitar a las gallinas a poner. Adis, herramientas de trabajo y armas de defensa! No le qued al seor Comadreja un solo diente entero. Dolorido y derrotado, se fue a su madriguera, de la que sala de tarde en tarde sin hacerse ver de nadie, para alimentarse de yerbas y gusanos. Y Almendrita, que se haba puesto de acuerdo con la granjera para tenderle la trampa al ratero, se vio libre para siempre de tan temible y antiptico pretendiente.Captulo VII El caballero langosta Pero doa Rata quera casar a toda fuerza a Almendrita. Y una noche le dijo. - Sabes una cosa? Te he encontrado otro novio. - Quin es? - pregunt la nia, ahorrando las protestas y prefiriendo pensar en la manera de sacarse al festejante de encima. - Es el caballero Langosta. Un seor ceremonioso, de patas y brazos muy finos y que viste siempre de levita. Esta noche vendr a verte. Efectivamente, despus de cenar llamaron a la puerta y apareci el nuevo pretendiente de Almendrita. Esta lo observ bien. Como haba dicho la Rata, su porte era distinguido, y sus manos, aristocrticas; pero apenas le estrech la diestra, correspondiendo a su saludo, se lastim los dedos. Es que el visitante tena en sus brazos y piernas unos afilados serruchos. - Ay! Qu es eso? - pregunt la nia. - Eso lo tengo para saltar. - Cmo! Un seor tan serio salta? Y por qu salta? - Para ganar tiempo mientras voy comiendo todo lo que encuentro en mi camino. - Todo lo que encuentra?14 15. - S. Todo lo que encuentro. Siempre tengo hambre y nada me sacia. Ahora mismo te comera a ti. - Jess! - exclam Almendrita, echndose en brazos de la Rata. - No tengas miedo, que todo ha sido una broma - dijo el caballero Langosta. - S, pero bien que le he visto una bocaza con afilados dientes. Y vea: se le est cayendo la baba. - Pues es verdad - dijo el pretendiente, secndose los labios, visiblemente contrariado. - Por lo visto, se le haca agua la boca solamente de pensar que me iba a comer. - No seas tonta. Te digo fue una broma. Pero apenas hablo de comida me babeo como una criatura. - Pues, entonces, no ganar para comer. - No preciso ganar nada. Como todo lo que encuentro, sin necesidad de ganarlo. - Ay, seora! Otro ladrn!... Y Almendrita se volvi a echar llorando en brazos de la duea de casa. Esta procur abreviar la entrevista, y el caballero Langosta se retir, prometiendo regresar al da siguiente.Captulo VIII La muerte del ambicioso El da siguiente era vspera de San Juan, y desde la cueva de la Rata se vean, llegada la noche, las fogatas que haban encendido los chicos de las granjas vecinas. Almendrita contemplaba el fuego con melancola. De buena gana hubiera ido a saltar alrededor de las hogueras, en lugar de aguardar la visita del famlico pretendiente. Este no tard en aparecer, deshacindose en reverencias. - Te gusto o no te gusto? - le pregunt a la nia. - Le ser franca - contest sta -. Me gustara si en lugar de saltar, volara. Entonces s que me casara con usted.15 16. Se atrevi a lanzar esa afirmacin en la seguridad de que peda un imposible, ya que no le haba visto alas al caballero. - Entonces, sers ma - dijo Langostines, con vivo jbilo-. Inmediatamente me har volador. En efecto, como estaba en edad de pelechar, se sac su vestimenta de saltarn y pareci con unas largas y potentes alas transparentes. - Y puede volar con eso? - pregunt Almendrita, por decir algo. - Qu si puedo? Ahora vers. Y, elevndose hasta cerca del techo, gan la puerta de la cueva y sali al campo. All se encontr con lo inesperado: las fogatas de San Juan, que en distintos puntos elevaban sus lenguas de fuego. No pudieron resistir la atraccin de la luz, se dirigi volando a la que estaba ms cerca y pereci entre las llamas. Con lo que Almendrita se vio libre de otro pretendiente.Captulo IX El seor topo Todava no haba pasado una semana de la trgica muerte del caballero Langosta cuando doa Rata le dijo a Almendrita: - Preprate, que hoy tenemos la visita que un da te anunci. La del vecino ms rico que yo, ese que tiene una cueva con grandes y lujosos salones, y viste una magnfica piel de terciopelo. Si quisiera casarse contigo, estaras bien, pues no te tendra muy atada, ya que no ve ni ms ac ni ms all de sus narices. Cuntale las historias ms lindas que sepas y se divertir mucho. A pesar de las ventajas que destacaba la rata, Almendrita no tena ningn deseo de casarse con el vecino, que era un topo. Este no tard en presentarse. Su conversacin era montona y soolienta. No supo hablar de otro cosa que de sus riquezas y su instruccin, diciendo pestes del sol y de las flores, pues nunca los haba visto.16 17. La nia cant las mejores canciones que saba, y el topo, encantado, se apresur a pedirla en matrimonio. Interrogada Almendrita, manifest que lo iba a pensar. Deseando el topo resultar grato a sus vecinas, les dio permiso para que se pasearan por una gran bveda subterrnea que acababa de construir entre las dos viviendas, pero les advirti que no deban asustarse de un pjaro muerto que iban a encontrar y que haba quedado all enterrado cuando empez el invierno. El primer da que la Rata y Almendrita resolvieron corresponder al ofrecimiento del topo, ste las fue guiando por su largo corredor, llevando entre los dientes un pedazo de madera vieja que brillaba como un fsforo. Al llegar al lugar donde estaba el pjaro muerto, levant con su hocico una parte de la tierra del techo e hizo un agujero por el que penetr un rayo de sol, con lo que la nia pudo ver tendido en tierra el cuerpo yacente de una golondrina, espectculo que le dio mucha lstima. El topo empuj brutalmente con las patas el cuerpo del pjaro y dijo: - Ya no nos atormentar ms los odos. Estas criaturas, despus de cantar como locas en verano, se mueren de hambre en el invierno. Afortunadamente, ninguno de mis hijos tendr la desgracia de ser pjaro. - Muy bien dicho! - exclam la Rata-. Con el canto no se para la olla. Almendrita no dijo nada, pero en cuanto sus compaeros hubieron vuelto la espalda, se inclin sobre la golondrina yacente y, separando las plumas que le cubran la cabeza, le dio un beso en los ojos. - A lo mejor es ese pajarito que cantaba tan graciosamente para m este ltimo verano - pens -. Pobrecito!... Te compadezco de todo corazn. Una vez que hubo tapado el agujero, el topo obsequi a sus amigas con una merienda y luego las acompa a su casa.17 18. Captulo X La golondrina agradecidaAquella noche Almendrita no poda dormir, pensando en la golondrina muerta. Se levant y teji un lindo tapiz de pasto y se fue a la bveda del topo y cubri con l al pjaro yacente. Luego le puso a ambos lados un poco de algodn que haba encontrado en la casa de la Rata, para preservarlo del fro de la tierra. - Adis, pjaro lindo! - le dijo -. Te estoy agradecida por la hermosa cancin con que me divertas durante el verano, cuando yo poda calentarme al sol. Al decir esto, apoy la cabeza sobre al pecho de la golondrina y se levant asombrada al sentir una ligera palpitacin del corazn del pajarito, que en realidad no estaba muerto sino aterido de fro. El calor prodigado por la nia lo haba resucitado. Sabrn ustedes que durante el otoo las golondrinas emigran a los pases clidos y que si alguna se detiene en el camino el fro termina por voltearla como muerta. Comparada con ella, cuya altura no exceda de una pulgada, la golondrina pareca un ave monstruosa. Por ello se asust un poco al notarla con vida, pero la buena intencin le dio nimo, y apret el algodn alrededor del pjaro, fue a buscar una hoja de menta que ella usaba como sbana y se la puso sobre la cabeza. Cuando a la noche siguiente fue a ver a la golondrina, la encontr resucitada del todo, pero tan dbil que apenas pudo abrir los ojos para mirar a la nia. - A ti te debo la vida - le dijo la golondrina -, pues le has dado a mi cuerpo el calor que necesitaba. Dentro de poco habr recuperado las fuerzas, y podr reanudar el vuelo calentndome a los rayos del sol. - Por ahora no debes pensar en eso - le replic Almendrita-. Afuera hace mucho fro. Hasta que no venga la primavera, debes quedarte aqu. No te preocupes, que yo te cuidar. Como el pajarito le manifestara que tena sed, le llev agua en el ptalo de una flor. La enferma bebi y le cont que, habindose lastimado un ala en una planta espinosa, no haba18 19. podido seguir a sus compaeras a los pases de clima clido. Muerta de fatiga, haba rodado por tierra con el conocimiento perdido hasta que recibi la ayuda de la nia. Mientras dur el invierno y sin que la Rata ni el topo lo supieran. Almendrita atendi a la golondrina amorosamente. Y cuando lleg la primavera, el pjaro, que haba recuperado todas sus fuerzas, se despidi de la nia y sali por el agujero practicado por el topo en el techo, que Almendrita haba destapado. La golondrina, agradecida, le dijo a su bienhechora que la acompaase al bosque sentada sobre sus espaldas; pero la nia, considerando que su ausencia causara mucha pena a la rata, que tan bien se haba portado con ella, no acept el ofrecimiento. - Entonces, adis! - le dijo el pajarito, elevndose hacia el cielo. Y agreg cuando ya estaba fuera -: Cuenta con mi eterno agradecimiento. Almendrita se qued muy triste. Para colmo, no poda salir a calentarse al sol, porque el trigo brotaba alto sobre la casa de la rata, formando un bosque tupido e impenetrable. Y un da le dijo la duea de casa: - Conviene que vayas preparando tu ajuar. El seor Topo ha pedido tu mano y para casarte con l debes estar bien provista. La nia, resignada con su suerte, tom la rueca, y la rata contrat como obreras a cuatro araas, que eran grandes tejedoras. Todas las tardes el topo las visitaba y les hablaba del horror del verano, por lo que la boda no se realizara hasta bien entrado el otoo. Almendrita todos los das iba a presenciar la salida y la puesta del sol desde la puerta de la cueva, viendo el cielo a travs de las espigas que agitaba el viento. Admirando la naturaleza, pensaba mucho en la golondrina, pero deba de estar tan lejos, que posiblemente ya no la volvera a ver. Pasaron los meses, lleg el otoo y la nia vio terminado su ajuar. Y un da le dijo la rata: - Dentro de cuatro semanas te casars con el seor Topo. Almendrita llor, pues la asustaba aquel individuo tan fastidioso y aficionado a la oscuridad.19 20. - No te pongas as - le dijo la rata -. Considera que se trata de un buen partido. Si te afliges, me enojar y te dar un mordisco. La nia, atemorizada, contuvo su llanto. Y lleg el da de la boda. Se present el topo muy contento, dispuesto a llevarse a Almendrita bajo tierra, donde ya no vera nunca ms la luz del da, puesto que el que iba a ser su marido no poda soportar los rayos del sol. La nia, para despedirse de lo que ya no volvera a ver, sali afuera, donde ya haban cortado el trigo. - Ya no te ver ms, lindo sol - dijo, y abrazando una flor -: Adis, amiga ma! Si ves a la golondrina, saldala en mi nombre y dile que soy muy desgraciada. En aquel momento oy un cantito, levant la cabeza y vio pasar a su pjaro amigo. La golondrina manifest una inmensa alegra al verla y baj para hacerle mil caricias. La nia le cont que la queran casar con un seor muy feo que viva bajo tierra y que aquel mismo da deba celebrarse la boda a la que concurriran como testigos algunos sapos y lombrices. - Como se acerca el invierno - le dijo la golondrina -, debo irme a los pases clidos. Si quieres venir conmigo, puedes subir a mi espalda. Huiremos lejos, muy lejos de ese seor que odia al sol, all donde el verano y las flores son eternos. Ya que me salvaste la vida cuando yaca en el sombro corredor muerta de fro, yo te salvar ahora del peligro que te amenaza. Decdete, no seas tonta. - S, ir contigo! - le dijo Almendrita -. Es cierto que la rata me ha favorecido mucho, pero tambin es cierto que ahora quera obligarme a casar a disgusto. Se sent en la espalda de la golondrina atndose con su cinturn a una de las plumas ms fuertes, y enseguida se sinti llevada por encima de los bosques, del mar y de las montaas. Cuando senta fro, se acurrucaba bajo las plumas calientes del ave, sacando solamente la cabecita para admirar las bellezas del paisaje que se ofreca a sus pies. Y llegaron a los pases clidos donde la via brota en todos los surcos, donde hay bosques enteros de limoneros y naranjos y donde las ms maravillosas plantas exhalan embriagantes perfumes.20 21. Captulo XI El prncipe de las flores La golondrina se detuvo cerca de un lago azul en cuyas mrgenes se levantaba un castillo de mrmol con una cpula en la que haba gran cantidad de nidos. Uno de aqullos era la vivienda de la amiga de Almendrita. - Aqu tienes mi casa, que es la tuya -le dijo el pjaro -, pero no te recomiendo que vivas en ella pues hace mucho fro en invierno y mucho calor en verano. Mejor que elijas una linda flor. Te depositar en ella y har lo posible para que tu permanencia sea agradable. Flores coloradas, blancas y azules crecan entre los fragmentos de una columna en ruinas. La nia eligi una de ellas, y all la deposit la golondrina. La admiracin que senta Almendrita por las magnificencias que la rodeaban creci de punto al ver a un hombrecito blanco y transparente como el cristal, adornado con una diadema de oro y apenas de una pulgada de altura, que estaba sentado en la misma flor. En la mano llevaba un cetro de oro y piedras preciosas y de los hombros le salan unas alas resplandecientes. Aquel lindo personaje era el prncipe de las flores, que reinaba sobre todo al jardn. Lejos de asustarse por la aparicin, Almendrita se qued mirndolo con embeleso. Cuando el prncipe vio al ave gigantesca, se asust, pero se repuso al mirar a Almendrita, que le pareci la mujer ms linda del mundo. Le puso su corona en la cabeza y le pregunt si consenta en ser su esposa. Qu diferencia con el sapo asqueroso y el topo estpido! Aceptndolo sera la reina de las flores. Le dijo que s y no tard en recibir la visita de parejas compuestas por bizarros caballeros y hermosas damas, que salan de cada flor para ofrecerle lindos regalos. Entre stos, el que ms le agrad fue un par de alas transparentes que haban pertenecido a una gran mosca blanca. Tan pronto le fueron colocadas, pudo volar de flor en flor. La golondrina, desde el nido, haca or sus mejores canciones, aunque en el fondo de su corazn se senta21 22. triste por haberse tenido que separar de su bienhechora, a la que, sin embargo, visitaba frecuentemente. Y Almendrita vivi muy feliz con su esposo durante largusimos aos. Y tuvieron muchos hijos, tan pequeitos, que al nacer no eran ms grandes que un granito de ans; pero todos muy lindos e inteligentes.Captulo XII El fin del topo Mientras tanto, qu fue del Topo? Resulta que el da de la boda, cuando lleg la hora para su consagracin se present en la cueva de la rata. - Todava no est lista Almendrita? - pregunt. - Ay, seor Topo - le contest la rata -, qu desgracia tan grande! - Qu ha pasado? - Que la chica ha desaparecido. - La habr secuestrado algn rapaz del campo? - Temo algo ms desagradable para usted: que se haya fugado para no unir su vida a la tuya. - Dnde ha ido? Dgamelo en seguida. Donde sea ir, y la obligar a vivir conmigo, aunque sea a golpes. Y si, a pesar de eso, se resiste, la matar. - Yo lo s - exclam una lombriz que envidiaba la suerte de Almendrita. - Dnde? Dmelo pronto! - vocifer colrico el Topo. - Por all, en el lomo de un pajarito - contest la lombriz, sealando el firmamento en direccin al sol. El Topo, no acordndose del dao que le haca la luz, mir de frente al astro rey y los rayos de ste lo provocaron la muerte. Y as termin el mal sujeto que quera casar a Almendrita contra su voluntad. Fin22 23. El traje nuevo del emperador Hace muchos aos haba un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todas sus rentas en vestir con la mxima elegancia. No se interesaba por sus soldados, ni le atraa el teatro, ni le gustaba pasear en coche por el bosque, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tena un vestido distinto para cada hora del da, y de la misma manera que se dice de un rey que se encuentra en el Consejo, de l se deca siempre: -El Emperador est en el ropero. La gran ciudad en que viva estaba llena de entretenimientos y era visitada a diario por numerosos turistas. Un da se presentaron dos truhanes que se hacan pasar por tejedores, asegurando que saban tejer las telas ms maravillosas que pudiera imaginarse. No slo los colores y los dibujos eran de una inslita belleza, sino que las prendas con ellas confeccionadas posean la milagrosa virtud de convertirse en invisibles para todos aquellos que no fuesen merecedores de su cargo o que fueran irremediablemente estpidos. -Deben ser vestidos magnficos! -pens el Emperador-. Si los llevase, podra averiguar qu funcionarios del reino son indignos del cargo que desempean. Podra distinguir a los listos de los tontos. S debo encargar inmediatamente que me hagan un traje. Y entreg mucho dinero a los estafadores para que comenzasen su trabajo. Instalaron dos telares y simularon que trabajaban en ellos; aunque estaba totalmente vacos. Con toda urgencia, exigieron las sedas ms finas y el hilo de oro de la mejor calidad. Guardaron en sus alforjas todo esto y trabajaron en los telares vacos hasta muy entrada la noche. Me gustara saber lo que ha avanzado con la tela, pensaba el Emperador, pero se encontraba un poco confuso en su interior al pensar que el que fuese tonto o indigno de su cargo no podra ver lo que estaban tejiendo. No es que tuviera dudas sobre s mismo; pero, por si acaso, prefera enviar primero a otro, para ver cmo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban deseosos de ver lo tonto o intil que era su vecino.23 24. Enviar a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pens el Emperador-. Es un hombre honrado y el ms indicado para ver si el trabajo progresa, pues tiene buen juicio, y no hay quien desempee el cargo como l. El viejo y digno ministro se present, pues, en la sala ocupada por los dos pcaros, los cuales seguan trabajando en los telares vacos. Dios me guarde! -pens el viejo ministro, abriendo unos ojos como platos-. Pero si no veo nada!. Pero tuvo buen cuidado en no decirlo. Los dos estafadores le pidieron que se acercase y le preguntaron si no encontraba preciosos el color y el dibujo. Al decirlo, le sealaban el telar vaco, y el pobre ministro segua con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada haba. Dios mo! -pens-. Ser tonto acaso? Jams lo hubiera credo, y nadie tiene que saberlo. Es posible que sea intil para el cargo? No debo decir a nadie que no he visto la tela. -Qu? No decs nada del tejido? -pregunt uno de los pillos. -Oh, precioso, maravilloso! -respondi el viejo ministro mirando a travs de los lentes-. Qu dibujos y qu colores! Desde luego, dir al Emperador que me ha gustado extraordinariamente. -Cunto nos complace -dijeron los tejedores, dndole los nombres de los colores y describindole el raro dibujo. El viejo ministro tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y as lo hizo. Los estafadores volvieron a pedir ms dinero, ms seda y ms oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Lo almacenaron todo en sus alforjas, pues ni una hebra se emple en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en el telar vaco. Poco despus el Emperador envi a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado del tejido y a informarse de si el traje quedara pronto listo. Al segundo le ocurri lo que al primero; mir y remir, pero como en el telar no haba nada, nada pudo ver. -Precioso tejido, verdad? -preguntaron los dos tramposos, sealando y explicando el precioso dibujo que no exista.24 25. Yo no soy tonto -pens el funcionario-, luego, ser mi alto cargo el que no me merezco? Qu cosa ms extraa! Pero, es preciso que nadie se d cuenta. As es que elogi la tela que no vea, y les expres su satisfaccin por aquellos hermosos colores y aquel precioso dibujo. -Es digno de admiracin! -inform al Emperador. Todos hablaban en la ciudad de la esplndida tela, tanto que, el mismo Emperador quiso verla antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes distinguidos, entre los cuales figuraban los dos viejos y buenos funcionarios que haban ido antes, se encamin a la sala donde se encontraban los pcaros, los cuales continuaban tejiendo afanosamente, aunque sin hebra de hilo. -Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados funcionarios-. Fjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -, y sealaban el telar vaco, creyendo que los dems vean perfectamente la tela. Qu es esto? -pens el Emperador-. Yo no veo nada! Esto es terrible! Ser tonto? O es que no merezco ser emperador? Resultara espantoso que fuese as!. -Oh, es bellsima! -dijo en voz alta-. Tiene mi real aprobacin-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vaco, sin decir ni una palabra de que no vea nada. Todo el squito miraba y remiraba, pero ninguno vea absolutamente nada; no obstante, exclamaban, como el Emperador: -Oh, es bellsima!-, y le aconsejaron que se hiciese un traje con esa tela nueva y maravillosa, para estrenarlo en la procesin que deba celebrarse prximamente. -Es preciosa, elegantsima, estupenda!- corra de boca en boca, y todos estaban entusiasmados con ella. El Emperador concedi a cada uno de los dos bribones una Cruz de Caballero para que las llevaran en el ojal, y los nombr Caballeros Tejedores. Durante toda la noche que precedi al da de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con ms de diecisis lmparas encendidas. La gente pudo ver que trabajaban25 26. activamente en la confeccin del nuevo traje del Emperador. Simularon quitar la tela del telar, cortaron el aire con grandes tijeras y cosieron con agujas sin hebra de hilo; hasta que al fin, gritaron: -Mirad, el traje est listo! Lleg el Emperador en compaa de sus caballeros ms distinguidos, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron: -Estos son los pantalones! La casaca! El manto! ...Y as fueron nombrando todas las piezas del traje. Las prendas son ligeras como si fuesen una tela de araa. Se dira que no lleva nada en el cuerpo, pero esto es precisamente lo bueno de la tela. -En efecto! -asintieron todos los cortesanos, sin ver nada, porque no haba nada. -Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones-, para que podamos probarle los nuevos vestidos ante el gran espejo? El Emperador se despoj de todas sus prendas, y los pcaros simularon entregarle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendan haber terminado poco antes. Luego hicieron como si atasen algo a la cintura del Emperador: era la cola; y el Monarca se mova y contoneaba ante el espejo. -Dios, y qu bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaron todos-. Qu dibujos! Qu colores! Es un traje precioso! -El palio para la procesin os espera ya en la calle, Majestad -anunci el maestro de ceremonias. -S, estoy preparado! -dijo el Emperador-. Verdad que me sienta bien? -y de nuevo se mir al espejo, haciendo como si estuviera contemplando sus vestidos. Los chambelanes encargados de llevar la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y siguieron con las manos en alto como si estuvieran sosteniendo algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no vean nada. Y de este modo march el Emperador en la procesin bajo el esplndido palio, mientras que todas las gentes, en la calle y en las ventanas, decan:26 27. -Qu precioso es el nuevo traje del Emperador! Qu magnfica cola! Qu bien le sienta! nadie permita que los dems se diesen cuenta de que no vean nada, porque eso hubiera significado que eran indignos de su cargo o que eran tontos de remate. Ningn traje del Emperador haba tenido tanto xito como aqul. -Pero si no lleva nada! -exclam de pronto un nio. -Dios mo, escuchad la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo empez a cuchichear sobre lo que acababa de decir el pequeo. -Pero si no lleva nada puesto! Es un nio el que dice que no lleva nada puesto! -No lleva traje! -grit, al fin, todo el pueblo. Aquello inquiet al Emperador, porque pensaba que el pueblo tena razn; pero se dijo: -Hay que seguir en la procesin hasta el final. Y se irgui an con mayor arrogancia que antes; y los chambelanes continuaron portando la inexistente cola. Fin27 28. La familia feliz La hoja verde ms grande de nuestra tierra es seguramente la del lampazo. Si te la pones delante de la barriga, parece todo un delantal, y si en tiempo lluvioso te la colocas sobre la cabeza, es casi tan til como un paraguas; ya ves si es enorme. Un lampazo nunca crece solo. Donde hay uno, seguro que hay muchos ms. Es un goce para los ojos, y toda esta magnificencia es pasto de los caracoles, los grandes caracoles blancos, que en tiempos pasados, la gente distinguida haca cocer en estofado y, al comrselos, exclamaba: Aj, qu bien sabe!, persuadida de que realmente era apetitoso; pues, como digo, aquellos caracoles se nutran de hojas de lampazo, y por eso se sembraba la planta. Pues bien, haba una vieja casa solariega en la que ya no se coman caracoles. Estos animales se haban extinguido, aunque no los lampazos, que crecan en todos los caminos y bancales; una verdadera invasin. Era un autntico bosque de lampazos, con algn que otro manzano o ciruelo; por lo dems, nadie habra podido suponer que aquello haba sido antao un jardn. Todo eran lampazos, y entre ellos vivan los dos ltimos y matusalmicos caracoles. Ni ellos mismos saban lo viejos que eran, pero se acordaban perfectamente de que haban sido muchos ms, de que descendan de una familia oriunda de pases extranjeros, y de que todo aquel bosque haba sido plantado para ellos y los suyos. Nunca haban salido de sus lindes, pero no ignoraban que ms all haba otras cosas en el mundo, una, sobre todo, que se llamaba la casa seorial, donde ellos eran cocidos y, vueltos de color negro, colocados en una fuente de plata; pero no tenan idea de lo que ocurra despus. Por otra parte, no podan imaginarse qu impresin deba causar el ser cocido y colocado en una fuente de plata; pero seguramente sera delicioso, y distinguido por dems. Ni los abejorros, ni los sapos, ni la lombriz de tierra, a quienes haban preguntado, pudieron informarles; ninguno haba sido cocido ni puesto en una fuente de plata.28 29. Los viejos caracoles blancos eran los ms nobles del mundo, de eso s estaban seguros. El bosque estaba all para ellos, y la casa seorial, para que pudieran ser cocidos y depositados en una fuente de plata. Vivan muy solos y felices, y como no tenan descendencia, haban adoptado un caracolillo ordinario, al que educaban como si hubiese sido su propio hijo; pero el pequeo no creca, pues no pasaba de ser un caracol ordinario. Los viejos, particularmente la madre, la Madre Caracola, crey observar que se desarrollaba, y pidi al padre que se fijara tambin; si no poda verlo, al menos que palpara la pequea cscara; y l la palp y vio que la madre tena razn. Un da se puso a llover fuertemente. -Escucha el rampatapln de la lluvia sobre los lampazos -dijo el viejo. -S, y las gotas llegan hasta aqu -observ la madre-. Bajan por el tallo. Vers cmo esto se moja. Suerte que tenemos nuestra buena casa, y que el pequeo tiene tambin la suya. Salta a la vista que nos han tratado mejor que a todos los restantes seres vivos; que somos los reyes de la creacin, en una palabra. Poseemos una casa desde la hora en que nacemos, y para nuestro uso exclusivo plantaron un bosque de lampazos. Me gustara saber hasta dnde se extiende, y que hay ah afuera. -No hay nada fuera de aqu -respondi el padre-. Mejor que esto no puede haber nada, y yo no tengo nada que desear. -Pues a m -dijo la vieja- me gustara llegarme a la casa seorial, que me cocieran y me pusieran en una fuente de plata. Todos nuestros antepasados pasaron por ello y, creme, debe de ser algo excepcional. -Tal vez la casa est destruida -objet el caracol padre-, o quizs el bosque de lampazos la ha cubierto, y los hombres no pueden salir. Por lo dems, no corre prisa; t siempre te precipitas, y el pequeo sigue tu ejemplo. En tres das se ha subido a lo alto del tallo; realmente me da vrtigo, cuando levanto la cabeza para mirarlo.29 30. -No seas tan regan -dijo la madre-. El chiquillo trepa con mucho cuidado, y estoy segura de que an nos dar muchas alegras; al fin y a la postre, no tenemos ms que a l en la vida. Has pensado alguna vez en encontrarle esposa? No crees que si nos adentrsemos en la selva de lampazos, tal vez encontraramos a alguno de nuestra especie? -Seguramente habr por all caracoles negros -dijo el viejo- caracoles negros sin cscara; pero, son tan ordinarios!, y, sin embargo, son orgullosos. Pero podramos encargarlo a las hormigas, que siempre corren de un lado para otro, como si tuviesen mucho que hacer. Seguramente encontraran una mujer para nuestro pequeo. -Yo conozco a la ms hermosa de todas -dijo una de las hormigas-, pero me temo que no haya nada que hacer, pues se trata de una reina. -Y eso qu importa? -dijeron los viejos-. Tiene una casa? -Tiene un palacio! -exclam la hormiga-, un bellsimo palacio hormiguero, con setecientos corredores. -Muchas gracias -dijo la madre-. Nuestro hijo no va a ir a un nido de hormigas. Si no sabis otra cosa mejor, lo encargaremos a los mosquitos blancos, que vuelan a mucho mayor distancia, tanto si llueve como si hace sol, y conocen el bosque de lampazos por dentro y por fuera. -Tenemos esposa para l! -exclamaron los mosquitos-. A cien pasos de hombre en un zarzal, vive un caracolito con casa; es muy pequen, pero tiene la edad suficiente para casarse. Est a no ms de cien pasos de hombre de aqu. -Muy bien, pues que venga -dijeron los viejos-. l posee un bosque de lampazos, y ella, slo un zarzal. Y enviaron recado a la seorita caracola. Invirti ocho das en el viaje, pero ah estuvo precisamente la distincin; por ello pudo verse que perteneca a la especie apropiada. Y se celebr la boda. Seis lucirnagas alumbraron lo mejor que supieron; por lo dems, todo discurri sin alboroto, pues los viejos no soportaban francachelas ni bullicio. Pero Madre Caracola pronunci un hermoso discurso; el padre no pudo hablar, por causa de la emocin.30 31. Luego les dieron en herencia todo el bosque de lampazos y dijeron lo que haban dicho siempre, que era lo mejor del mundo, y que si vivan honradamente y como Dios manda, y se multiplicaban, ellos y sus hijos entraran algn da en la casa seorial, seran cocidos hasta quedar negros y los pondran en una fuente de plata. Terminado el discurso, los viejos se metieron en sus casas, de las cuales no volvieron ya a salir; se durmieron definitivamente. La joven pareja rein en el bosque y tuvo una numerosa descendencia; pero nadie los coci ni los puso en una fuente de plata, de lo cual dedujeron que la mansin seorial se haba hundido y que en el mundo se haba extinguido el gnero humano; y como nadie los contradijo, la cosa deba de ser verdad. La lluvia caa slo para ellos sobre las hojas de lampazo, con su rampatapln, y el sol brillaba nicamente para alumbrarles el bosque y fueron muy felices. Toda la familia fue muy feliz, de veras.FIN31 32. El patito feo Qu bien se estaba en el campo los das de verano! Qu bonito era ver el trigo amarillo, la avena verde y el heno amontonado en los verdes prados! La cigea, sobre sus largas patas rojas, andaba por all charlando en egipcio, idioma que haba aprendido de su madre. Circundaban los prados grandes bosques y, en medio de ellos, haba profundos lagos. Definitivamente, el campo era maravilloso! A pleno sol, se alzaba all una vieja casa seorial rodeada por profundos canales; desde lo alto del muro hasta el agua crecan grandes plantas de enormes hojas, tan altas que un nio pequeo podra meterse debajo de ellas de pie. Aquel lugar era tan salvaje y agreste como el ms espeso de los bosques, y all haba construido una pata su nido. Estaba empollando sus polluelos, pero ya empezaba a perder la paciencia, pues apenas reciba visitas despus de tanto tiempo como llevaba. Los dems patos preferan nadar en los canales antes que pararse a charlar con ella. Por fin, uno tras otro, fueron rompindose los huevos. Po, po! -decan los patitos a medida que asomaban sus cabezas por el cascarn. -Cuac, cuac! -dijo la mam pata, y entonces todos los patitos salieron correteando lo mejor que saban, y miraban por todas partes bajo las verdes hojas; la madre los dej mirar cuanto quisieron, porque el verde sienta bien a los ojos. -Qu grande es el mundo! -dijeron los pequeos. Naturalmente tenan ahora muchsimo ms espacio del que haban tenido dentro del huevo. -Creis, acaso, que esto es todo el mundo? -dijo su madre-. Pues debis de saber que se extiende ms all del jardn, hasta el campo del pastor; pero yo nunca he ido tan lejos. Bueno, ya estis todos! -aadi levantndose del nido. No, no los tengo todos! Ah est todava el huevo ms grande. Cunto tiempo va a tardar? Ya me estoy cansando! Y se sent de nuevo a empollar. -Bueno, cmo anda todo? -dijo una vieja pata, que vena de visita.32 33. -Falta un huevo, pero ya va tardando mucho -dijo la pata que empollaba-. No se rompe por nada, pero fjate en los otros. Son los patitos ms preciosos que he visto. Todos se parecen a su padre, el muy bribn, que ni siquiera ha venido a verme. -Djame ver el huevo que no se rompe -dijo la pata vieja-. Te apuesto a que es huevo de pava! A m tambin me engatusaron una vez y las pas canutas con los polluelos. Tenan miedo al agua, no te digo ms! De ninguna manera poda hacerlos entrar en el agua; yo graznaba y los agarraba, pero de nada serva. Djame que vea el huevo. Vaya, claro que es un huevo de pava! Djalo ah y ensea a nadar a los otros. -Voy a seguir empollndolo un rato -dijo la pata-. He estado tanto tiempo que bien puedo seguir un poco ms. -All t -dijo la vieja pata, y se march contonendose. Al fin se rompi el enorme huevo. Po, po!, dijo el polluelo y sali rodando. Era grande y muy feo, y la pata exclam: -Es un patito terriblemente grande! -dijo-. No se parece a ninguno de los otros. Pero no ser jams un pavito. Para saberlo..., al agua con l! Yo misma lo empujar si es necesario. El da siguiente fue esplndido; el sol luca en las verdes hojas gigantescas. La mam pata, con toda su familia, se acerc al foso y... Plum!, salt al agua: Cuac, cuac!, dijo, y todos los patitos saltaron al agua uno tras otro; el agua les cubri la cabeza, pero al instante volvieron a aparecer, flotando de maravilla. Las patas se movan por s mismas sin ninguna dificultad y todos, incluso el patito gordo y gris, salieron nadando. -No, no es un pavo! -dijo la pata-. No hay ms que ver con qu agilidad mueve las piernas, y lo derecho que se mantiene. No hay duda de que es uno de mis pequeos! Y, despus de todo, si se le mira con atencin, vemos que es bastante guapo. Cuac, cuac! Venid conmigo, que os ensee el mundo y os presente en el corral de los patos, pero estad siempre junto a m, para que nadie os pise; y tened mucho cuidado con el gato! Y as entraron en el corral de los patos. Se haba organizado un tremendo escndalo en l, porque dos familias se disputaban la cabeza de una anguila, que al final termin en el estmago del gato.33 34. -Ya veis, as anda el mundo! -dijo la madre de los patitos, relamindose el pico, porque tambin a ella le hubiera gustado llevarse la cabeza de la anguila-. Para qu tenis las piernas! -dijo-. Venga, vamos, y haced una reverencia al pasar ante la anciana pata, la ms distinguida de todos nosotros. Tiene sangre espaola, y por eso es tan rolliza. Y mirad: lleva una cinta roja en la pata! Es la distincin ms grande que puede mostrar un pato; significa que nadie piensa en quitarla de en medio y ser siempre respetada por todos, los animales y los hombres. Bien derechos, no doblis las piernas! Un patito bien educado separa bien los pies, como hacen pap y mam. Mirad: as! Haced una reverencia y decid: i Cuac! Y as lo hicieron; pero los patos que haba por all los miraron con desdn y dijeron en voz alta: -Vaya! Ahora tendremos tambin que aguantar a esta gentuza. Como si no fusemos ya suficientes! Qu horror, qu pinta tiene ese patito! A se no lo soportamos! Y al momento se le ech encima un pato y le picote en el cuello. -Djalo tranquilo! -dijo la madre-. No ha hecho dao a nadie! -S, pero es demasiado grande y raro -dijo el pato que le haba picado-, y habr que destriparlo. -Vaya preciosidad de criaturas que tiene la mam pata! -dijo la anciana con la cinta en la pierna-. Todos son preciosos excepto se, que ha salido algo raro. Me gustara que lo hiciese de nuevo. -No puede ser, seora -dijo la madre de los patitos-. No tiene buena presencia, pero tiene un carcter muy carioso, y nada tan bien como los otros, y me atrevera a decir que incluso mejor. Espero que cuando crezca mejore su aspecto y, con el tiempo, no se vea tan grande. Ha permanecido demasiado tiempo en el cascarn, por lo que no ha sacado la proporcin debida! Y entonces le acarici el cuello con el pico y le alis el plumn. Adems, es un pato macho -agreg-; as que no importa tanto que sea un poco feo. Espero que se haga muy fuerte, para que tenga xito en la vida. -Los otros patitos son encantadores -dijo la vieja-. Quiero que os sintais como en vuestra propia casa y, si encontris una cabeza de anguila, podis trarmela.34 35. Con estas palabras de la vieja pata, se consideraron como si fueran de la familia. Pero el pobre patito que haba salido el ltimo del huevo y que era tan feo, recibi picotazos, empujones y burlas, tanto por parte de los patos como de las gallinas. -Es demasiado grande y feo! -decan todos, y el pavo que haba nacido con espuelas, por lo que se crea un emperador, se infl como un barco a toda vela, se fue derecho hacia l y comenz a hacer glu-glu hasta que se puso rojo como un tomate. El pobre patito no se atreva ni a moverse; estaba muy triste de ser tan feo y de ser la burla de todo el corral. As pas el primer da. Despus las cosas fueron empeorando. El patito sufri la persecucin de todos, incluso sus hermanos se portaron muy mal con l y no paraban de decirle: -A ver si te agarra el gato, espantajo! Y su madre deca: -Qu lstima que no se pierda por el campo! Y los patos le picaban, las gallinas le picoteaban y la muchacha que traa de comer a los animales, un da incluso le dio un puntapi. Harto de todo el patito huy del corral. Salt revoloteando sobre el seto, y los pajarillos que estaban en los arbustos salieron volando espantados: -Es que soy tan feo! -pens el patito, y cerr los ojos, pero sin dejar de correr. De esta forma lleg al gran pantano, donde viven los patos salvajes. All pas toda la noche, abrumado de cansancio y pesadumbre. Por la maana alzaron el vuelo los patos silvestres y observaron al nuevo compaero: -Quin eres t? -preguntaron, y el patito hizo reverencias a todos lados y salud lo mejor que saba. -Qu feo eres! -dijeron los patos salvajes-. Pero a nosotros nos trae sin cuidado, con tal que no pretendas casarte con alguna de nuestras hermanas. Pobre patito! l no tena la ms mnima intencin de contraer matrimonio, a lo ms que aspiraba era a que le permitiesen reclinarse en los juncos y beber un poco de agua del pantano.35 36. All pas dos das enteros, hasta que lleg una pareja de gansos silvestres. No haca mucho que haban salido del cascarn, por lo que eran muy impulsivos. -Oye, compaero! -dijeron-. Eres tan feo que nos caes bien. Te vienes con nosotros a otras tierras? Aqu, en el pantano de al lado, viven unas preciosas gansas silvestres, todas solteras, que saben graznar esplndidamente. Es la ocasin para conseguir tu felicidad, por feo que seas. -Bang, bang! -retumb de pronto por encima de ellos, y los dos gansos silvestres cayeron muertos en los juncos, tiendo el agua con su sangre. Volvieron a retumbar en el aire nuevos disparos y bandadas de gansos salvajes se elevaron de los juncos. Era una cacera en toda regla; los cazadores rodeaban el pantano, incluso algunos se sentaban en las ramas de los rboles extendidas sobre los juncos. El humo azul se elevaba por entre los oscuros rboles y se mantena suspendido sobre el agua, como nubes. Por el lodo del pantano llegaron chapoteando los perros de caza. Juncos y caas se movan en todos los sentidos; fue espantoso para el pobre patito, que inclin la cabeza para meterla bajo el ala; pero, en ese preciso instante apareci junto a l un perro enorme y espantoso, con la lengua colgndole de la boca y los ojos terriblemente brillantes; acerc su hocico al patito, mostr sus agudos dientes y... clac!, se march otra vez sin tocarlo. -Uf, menos mal! -suspir el patito-. Soy tan feo que ni siquiera el perro tiene ganas de comerme! Y se estuvo muy quieto, mientras los perdigones silbaban entre los juncos y, uno tras otro, los disparos atronaban el aire. Hasta bien entrado el da no volvi a quedar todo en calma, pero el pobre polluelo no se atrevi a levantarse; esper varias horas an antes de salir del pantano con toda la rapidez que pudo. Corri por campos y prados; pero haca mucho viento, lo que le haca ms difcil la carrera. Hacia el anochecer lleg a una pobre casita de labradores; era tan miserable que ni siquiera saba de qu lado caerse, por lo que se mantena en pie. El viento silbaba tan ferozmente en36 37. torno al patito, que ste tuvo que sentarse sobre la cola para no ser arrastrado por el huracn, que soplaba cada vez con mayor fuerza. Entonces vio que la puerta se haba desprendido de una bisagra y colgaba tan torcida, que a travs de la abertura poda colarse en la cocina, y as lo hizo. Viva all una anciana con su gato y su gallina; el gato, al que llamaba Hijito, saba encorvar la espalda y ronronear, y hasta echaba chispas, si se le acariciaba a contrapelo; la gallina tena unas patas muy pequeas y cortas, por lo que la llamaban Gallinita Patas Cortas; pona buenos huevos y la vieja la quera como si fuera hija suya. Por la maana descubrieron sin tardanza al extrao patito y el gato comenz a ronronear y la gallina a cloquear. -Qu pasa? -exclam la mujer mirando a su alrededor, pero su vista no era buena, y as crey que el patito era una pata gorda que se haba extraviado. -Qu agradable sorpresa! -dijo-. Ahora podr tener huevos de pata, con tal de que no sea macho! Vamos a verlo. Y el patito fue admitido a prueba durante tres semanas, pero no hubo huevo alguno. Y el gato era el seor de la casa y la gallina era la seora, y solan decir: -Nosotros y el mundo -porque crean que ellos eran la mitad y la mejor parte. El patito pensaba de otra manera, pero la gallina no le permiti expresar su opinin. -Sabes poner huevos? -le pregunt la gallina. -No! -Entonces ser mejor que no abras la boca. Y el gato dijo: -Sabes encorvar el lomo, ronronear y echar chispas? -No! Entonces no tienes que opinar cuando habla la gente sensata. Y el patito se sent en un rincn, muy desanimado; entonces pens en el aire fresco y en la luz del sol; le acometi un extrao antojo de flotar en el agua, hasta que al fin no pudo ms y se lo cont a la gallina.37 38. -Qu es lo que te pasa? -pregunt ella-. No tienes nada que hacer, por eso te vienen esos caprichos. Pon huevos o ronronea, vers cmo se te quitan esas ideas. -Pero es muy agradable nadar -dijo el patito-. Es tan delicioso meter la cabeza y bucear hasta el fondo! -Pues s que debe ser divertido -dijo la gallina-. Vaya loco que ests hecho! Pregntale al gato, que es el ser ms listo que conozco, si le gusta flotar en el agua o bucear. Pregntale a nuestra ama, la vieja, que no hay nadie en el mundo ms listo que ella. Crees t que se le ocurre flotar en el agua y meter la cabeza? -No me comprendes! -dijo el patito. -Claro que no te comprendo, ni s quin te podr entender; no pretenders nunca ser ms listo que el gato y que la seora, por no hablar de m misma. No seas tonto, muchacho!, y da gracias por todas las cosas buenas que has conseguido hasta ahora. No te encuentras en un hogar clido y confortable y tienes buenos compaeros de los que algo podrs aprender? Pero veo que eres un tonto y no resulta divertido que permanezcas aqu. Puedes creerme que lo hago por tu bien; te digo cosas desagradables, pero slo los verdaderos amigos dicen las verdades, porque te quieren. Lo que has de hacer es poner huevos y aprender a ronronear y a echar chispas. -Creo que me ir al ancho mundo -dijo el patito. -Pues vete -dijo la gallina. Y el patito se march; se zambull en el agua, buce, pero los dems animales no le hacan caso por lo feo que era. Pronto lleg el otoo; en el bosque, las hojas se volvieron amarillas y rojas, el viento las arranc, y ellas danzaron en remolinos bajo el cielo fro; flotaban las nubes cargadas de granizo y de nieve, y sobre la cerca se posaba el cuervo y chillaba: Au, au!, del fro que tena. S, uno se quedaba helado si pensaba en ello; el pobre patito lo pasaba muy mal. Una tarde cuando el sol se pona plcidamente, sali de entre los arbustos toda una banda de hermosas y grandes aves. El patito nunca haba visto ninguna tan hermosa, de un blanco38 39. resplandeciente, con largos y flexibles cuellos. Eran cisnes, que, lanzando un grito fantstico, extendieron sus esplndidas y largas alas y escaparon volando de las tierras fras a los pases clidos, hacia el mar libre; se elevaron muy altos, muy altos y el patito feo se sinti extraamente inquieto. Gir en el agua como una rueda, levant el cuello en direccin a ellos y lanz un grito tan agudo y extrao que hasta l mismo se asust. Ah, jams podra olvidar a aquellos maravillosos y felices pjaros! En cuanto los perdi de vista, buce hasta el fondo y, cuando volvi a salir a la superficie, estaba como fuera de s. No saba cmo se llamaban los pjaros, ni hacia dnde volaban, pero les tena un afecto tal como no haba sentido antes por nadie. No les envidiaba, porque no poda permitirse desear para s semejante esplendor. Se hubiera dado por satisfecho con que los patos lo hubieran admitido con ellos. Pobre animal, feo y estrafalario! Y lleg el invierno, extremadamente fro; el patito se vea obligado a nadar para impedir que el agua se volviese hielo; pero cada noche el hueco en que nadaba se iba haciendo ms y ms pequeo; termin por helarse, por lo que se oa crujir la capa de hielo; el patito tena que mover constantemente las piernas para que el agua no se congelase; al final estaba tan fatigado que se tendi completamente inmvil sobre el hielo, esperando su final. A la maana siguiente, muy temprano, pas un campesino, que lo vio y, rompiendo el hielo con su zueco, lo recogi y se lo llev a su mujer. Entre los dos lo reanimaron. Los nios queran jugar con l, pero el patito feo crey que le iban a hacer dao y se meti, espantado, justo en el cntaro de leche, con lo que la leche se verti por la cocina. La mujer comenz a gritar alzando los brazos al cielo y, entonces vol a la artesa, donde estaba la mantequilla y despus al barril de la harina; cuando sali de l qu aspecto tena! La mujer chillaba y lo persegua con las tenazas de la lumbre, y los nios se empujaban unos a otros para atrapar al patito, riendo y gritando. Fue una suerte que la puerta estuviese abierta; escap por entre los arbustos a la nieve recin cada, y se tendi en ella como atontado. Pero resultara demasiado penoso enumerar todos los apuros y desdichas que tuvo que sufrir durante el duro invierno... Permaneca entre los juncos del pantano cuando el sol volvi a39 40. calentar de nuevo; las alondras cantaban; haba llegado la primavera. Entonces agit de golpe sus alas, resonaron estas ms fuertes que de costumbre y lo elevaron vigorosamente. Casi sin darse cuenta se encontr en un vasto jardn, donde los manzanos estaban en flor y las lilas exhalaban su aroma y colgaban de las largas y verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. Qu delicioso era disfrutar de este sitio lleno de la fragancia de la primavera! De pronto, justo enfrente de donde l se encontraba, salieron de la espesura tres magnficos cisnes blancos, con el plumaje inflado, y se deslizaron suavemente sobre el agua. El patito reconoci los esplndidos animales y se sinti sobrecogido por una extraa melancola. -Volar hacia esas regias aves! S que me matarn a picotazos, por atreverme, tan feo como soy, a acercarme a ellos. Pero qu importa! Prefiero que ellos me maten a que me picoteen los patos, me piquen las gallinas, me desprecie la moza que cuida del corral y tenga que sufrir los rigores del invierno! Y as, vol hasta el agua y nad en direccin a los esplndidos cisnes. stos le vieron y se lanzaron hacia l con las plumas erizadas. -Matadme, matadme si queris! -dijo el pobre animal, e inclin la cabeza sobre el agua a esperar la muerte. Pero qu es lo que vio en el agua transparente? Vio bajo l su propia imagen, pero ya no era un torpe pjaro gris oscuro, feo y repugnante: era un cisne. Poco importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de cisne! Se senta compensado de sobra por todas las penalidades y contratiempos que haba sufrido; pensaba slo en su felicidad, en toda la belleza y alegra que le esperaba. Y los grandes cisnes nadaban en torno suyo y lo acariciaban con el pico. Haban entrado en el jardn unos nios que echaron pan y trigo al agua, y el ms pequeo grit: -Hay un cisne nuevo! -y los otros nios exclamaron con gritos de jbilo: -S, ha venido uno nuevo! Y batieron palmas y bailaron alrededor. Fueron despus corriendo a buscar a sus padres, y echaron pan y galletas al agua y todos dijeron:40 41. -El nuevo es el ms hermoso! Tan joven y tan esbelto! Y los cisnes mayores se inclinaron ante l. Entonces sinti mucha vergenza y hundi la cabeza bajo las alas, no saba por qu; era inmensamente feliz, pero no senta ni pizca de orgullo, porque un buen corazn nunca se vuelve orgulloso; pens de qu manera haba sido perseguido y escarnecido y ahora oa a todos decir que era la ms esplndida de las aves, la ms hermosa. Y las lilas inclinaban sus ramas ante l hasta tocar el agua, y el sol brillaba clido y amable. Entonces ahuec sus plumas, irgui su esbelto cuello y se llen de gozo su corazn. -No so jams que una felicidad semejante fuera posible cuando slo era un patito feo.FIN41 42. La princesa y el guisante rase una vez un prncipe que quera casarse, pero tena que ser con una princesa de verdad. De modo que dio la vuelta al mundo para encontrar una que lo fuera; pero aunque en todas partes encontr no pocas princesas, que lo fueran de verdad era imposible de saber, porque siempre haba algo en ellas que no terminaba de convencerle. As es que regres muy desconsolado, por su gran deseo de casarse con una princesa autntica. Una noche estall una tempestad horrible, con rayos y truenos y lluvia a cntaros; era una noche, en verdad, espantosa. De pronto golpearon a la puerta del castillo, y el viejo rey fue a abrir. Afuera haba una princesa. Pero, Dios mo, qu aspecto presentaba con la lluvia y el mal tiempo! El agua le goteaba del pelo y de las ropas, le corra por la punta de los zapatos y le sala por el tacn y, sin embargo, deca que era una princesa autntica. Bueno, eso ya lo veremos, pens la vieja reina. Y sin decir palabra, fue a la alcoba, apart toda la ropa de la cama y puso un guisante en el fondo. Despus cogi veinte colchones y los puso sobre el guisante, y adems coloc veinte edredones sobre los colchones. La que deca ser princesa dormira all aquella noche. A la maana siguiente le preguntaron qu tal haba dormido. -Oh, terriblemente mal! -dijo la princesa-. Apenas si he pegado ojo en toda la noche. Sabe Dios lo que habra en la cama! He dormido sobre algo tan duro que tengo todo el cuerpo lleno de magulladuras. Ha sido horrible! As pudieron ver que era una princesa de verdad, porque a travs de veinte colchones y de veinte edredones haba notado el guisante. Slo una autntica princesa poda haber tenido una piel tan delicada. El prncipe la tom por esposa, porque ahora pudo estar seguro de que se casaba con una princesa autntica, y el guisante entr a formar parte de las joyas de la corona, donde todava puede verse, a no ser que alguien se lo haya comido. Como veris, ste s que fue un autntico cuento! FIN 42 43. El soldadito de plomo rase una vez veinticinco soldaditos de plomo, todos hermanos, ya que los haban fundido de la misma vieja cuchara. Armas al hombro y la mirada al frente, con sus bonitas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que oyeron en este mundo, cuando se levant la tapa de la caja en que venan, fue el grito: -Soldaditos de plomo!, que haba dado un nio pequeo batiendo palmas, pues se los haban regalado por su cumpleaos. Enseguida los puso de pie sobre la mesa. Cada soldadito era un vivo retrato de los otros; slo uno era un poco diferente a los dems. Tena una sola pierna, porque haba sido el ltimo en ser fundido y no qued plomo suficiente para terminarlo. Aun as, se mantena tan firme sobre su nica pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito precisamente de quien trata esta historia. En la mesa donde el nio los haba alineado haba otros muchos juguetes, pero el que ms llamaba la atencin era un magnfico castillo de papel. Por sus ventanitas se podan ver los salones que tena en su interior. Fuera haba unos arbolitos que rodeaban a un pequeo espejo que simulaba un lago, en el que se reflejaban y nadaban, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo ms precioso de todo era, sin embargo, una damita que estaba de pie a la puerta del castillo. Era tambin de papel recortado, pero llevaba un traje de la ms fina muselina, con una estrecha cinta azul sobre los hombros, como si fuera una banda, en la que luca una brillante lentejuela tan grande como su cara. La damita extenda los brazos en alto, pues era una bailarina, y levantaba tanto una de sus piernas que el soldadito de plomo no poda vrsela y crey que slo tena una, como l. sta es la mujer que podra ser mi esposa -pens-. Pero es muy distinguida y vive en un castillo! Yo, en cambio, slo tengo una caja de cartn donde somos veinticinco. No es lugar para ella! A pesar de todo voy a intentar conocerla. Y se tendi todo lo largo que era detrs de una caja de rap que haba en la mesa. Desde all podra contemplar a gusto a la elegante damita, que continuaba sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.43 44. Cuando se hizo de noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y los habitantes de la casa se fueron a la cama. En ese momento, los juguetes comenzaron sus juegos -haciendo visitas, luchando entre ellos, bailando-. Los soldaditos de plomo armaban ruido en la caja porque queran salir, pero no podan levantar la tapa. El cascanueces daba saltos mortales, y el pizarrn se diverta pintarrajeando en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se despert y comenz a cantar hasta en verso. Los nicos que no se movieron siquiera fueron el soldadito de plomo y la pequea bailarina. Ella se mantena erguida de puntillas y con los brazos en alto; l segua igualmente firme sobre su nica pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos. Cuando el reloj dio las doce -zas!-, se abri la tapa de la caja de rap; pero, piensan ustedes que haba tabaco en ella? Ni mucho menos!; lo que all haba era un duende negro, porque se trataba de una caja de bromas. -Soldadito de plomo! -grit el duende-. Quieres dejar de mirar lo que no te importa? Pero el soldadito de plomo se hizo el sordo. -Est bien, ya vers maana! -dijo el duende. Al da siguiente, cuando los nios se levantaron, alguien haba puesto al soldadito de plomo en la ventana; y bien fuese el duende, bien una corriente de aire, el caso es que la ventana se abri de golpe y el soldadito se precipit de cabeza desde el tercer piso. Fue una cada terrible. Qued con la pierna en alto, apoyado sobre el casco y con la bayoneta clavada en los adoquines. La criada y el nio bajaron apresuradamente a buscarlo; pero, aunque estuvieron a punto de pisarlo, no lo pudieron encontrar. Si el soldadito de plomo hubiera gritado: Aqu estoy!, seguro que lo habran visto; pero l crey que no estaba bien dar gritos yendo de uniforme. Entonces empez a llover, y cada vez lo haca con ms fuerza, hasta que se convirti en un aguacero torrencial. Cuando escamp, pasaron dos muchachos por la calle. -Mira -dijo uno-, un soldadito de plomo! Vamos a darle un paseo en barca.44 45. E hicieron un barco con un peridico, pusieron en l al soldadito de plomo, que se fue navegando arroyo abajo, mientras los dos muchachos corran a su lado dando palmadas. Santo cielo, qu olas las del arroyo y qu corriente! -desde luego que haba llovido con ganas!-. El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito de plomo senta vrtigos. Pero se mantena firme, sin inmutarse, vista al frente y el fusil al hombro. De pronto, una boca de alcantarilla, tan oscura como su propia caja de cartn, se trag al barquichuelo. Adnde ir a parar -pens-. Apostara a que el duende es el culpable. Si al menos la pequea bailarina estuviera conmigo en el barco, no me importara que fuese an ms oscuro. Al punto apareci una enorme rata de agua que viva en la alcantarilla. -Tienes el pasaporte? -pregunt la rata-. A ver, el pasaporte! Pero el soldadito de plomo no contest, y apret su fusil con ms fuerza que nunca. El barco se deslizaba vertiginosamente, seguido de cerca por la rata. Uy!, cmo rechinaba los dientes y chillaba el asqueroso animal. -Detenedle! Detenedle! No ha pagado el peaje! No ha enseado el pasaporte! Pero la corriente se haca cada vez ms rpida y el soldadito de plomo poda ya percibir la luz del da al fondo del tnel. Pero a la vez escuch un sonido atronador, capaz de horrorizar al ms pintado -imaginaos: al acabar la alcantarilla, la cloaca desembocaba en un gran canal-. Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros arriesgarnos a navegar por una gran catarata. Por entonces estaba ya tan cerca, que no poda detenerse. El barco iba como una bala, el pobre soldadito de plomo se mantuvo tan firme como pudo; nadie dira nunca de l que haba pestaeado siquiera. El barco dio tres o cuatro vueltas, llenndose de agua hasta el borde; estaba a punto de zozobrar; al soldadito le llegaba el agua al cuello y el barquito se hunda ms y ms; el papel, de tan empapado como estaba, comenzaba a deshacerse, hasta que el agua se cerr sobre la cabeza del soldadito de plomo,45 46. mientras que pensaba en la encantadora bailarina, a la que no vera ya nunca ms, y una antigua cancin reson en sus odos: Adelante, valiente guerrero! Que la muerte ser tu laurel! En aquel momento el papel acab de rasgarse y el soldadito se hundi, pero justo entonces se lo trag un gran pez. Oh, qu oscuridad haba all dentro! Era peor an que en la alcantarilla y, adems, ms estrecho e incmodo. Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, tendido cuan largo era. El pez se agitaba, haciendo las ms extraas contorsiones y dando unas vueltas terribles. Por fin se qued quieto y cruz por l como un rayo de luz. La luz brillaba mucho y alguien grit: Un soldadito de plomo! El pez haba sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la cocina, donde la sirvienta lo haba abierto con un gran cuchillo. Cogi con dos dedos al soldadito por la cintura y lo llev a la sala, donde todos queran ver a aquel personaje tan importante que haba viajado dentro de la barriga de un pez. Pero el soldadito no estaba orgulloso de aquello. Lo pusieron de pie sobre la mesa y all. en fin, las cosas que pasan! El soldadito de plomo se encontraba en el mismo saln donde haba estado antes. Vio a los mismos nios, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo precioso castillo con la encantadora y pequea bailarina, que se mantena todava sobre una sola pierna y la otra en el aire - ella haba estado tan firme como l-. Esto emocion tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lgrimas de plomo, pero no lo hizo porque no habra estado bien que un soldado llorase. Se content con mirarla y ella le mir tambin; pero nada se dijeron. En esto, uno de los nios cogi al soldadito de plomo y lo arroj a la chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, el duende de la caja el que tena la culpa. El soldadito de plomo se puso incandescente. Sinti un calor terrible, aunque no supo si era a causa del fuego o del amor. Perdi todos sus colores, sin que nadie pudiese decir si le haba ocurrido durante el viaje o a causa de sus sufrimientos. Mir a la bailarina, y ella lo mir, y el46 47. soldadito sinti que se funda, pero continu firme con su fusil al hombro. Entonces se abri una puerta y la corriente de aire se llev a la bailarina, que vol como una slfide para caer en la chimenea junto al soldadito de plomo; se produjo una llamarada y se consumi. Poco despus el soldadito de plomo se acab de fundir y, cuando a la maana siguiente la sirvienta removi las cenizas, lo encontr en forma de un pequeo corazn de plomo; pero de la bailarina slo quedaba la lentejuela, ahora negra como el carbn.FIN47 48. Los hermanos Grimm48 49. Hansel y Gretel Al lado de un frondoso bosque viva un pobre leador con su mujer y sus dos hijos: el nio se llamaba Hansel, y la nia, Gretel. Apenas tenan qu comer y, en una poca de escasez que sufri el pas, lleg un momento en que el hombre ni siquiera poda ganarse el pan de cada da. Estaba el leador una noche en la cama, sin que las preocupaciones le dejaran pegar ojo, cuando, desesperado, dijo a su mujer: -Qu va a ser de nosotros? Cmo daremos de comer a los pobres pequeos? Ya nada nos queda. -Se me ocurre una idea -respondi ella-. Maana, de madrugada, nos llevaremos a los nios a lo ms espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrn encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. -Por Dios, mujer! -replic el hombre-. Eso no lo hago yo. Cmo voy a abandonar a mis hijos en el bosque! No tardaran en ser destrozados por las fieras. -No seas necio! -exclam ella-. Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los atades! Y no ces de importunarle, hasta que el pobre leador accedi a lo que le propona su mujer. -Pero los pobres nios me dan mucha lstima -concluy el hombre. Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantena siempre desvelados, oyeron lo que la madrastra dijo a su padre. Gretel, entre amargas lgrimas, dijo a Hansel: -Ahora s que estamos perdidos! -No llores, Gretel -la consol el nio-, y no te aflijas, que yo me las arreglar para salir del paso. Cuando los viejos estuvieron dormidos, Hansel se levant, se puso la chaquetilla y, sigilosamente, abri la puerta y sali a la calle. Brillaba una luna esplndida, y los blancos 49 50. guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucan como monedas de plata. Hansel fue recogiendo piedras hasta que no le cupieron ms en los bolsillos de la chaquetilla. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: -Nada temas, hermanita, y duerme tranquila. Dios no nos abandonar. Y volvi a meterse en la cama. Con las primeras luces del da, antes aun de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los nios: -Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque a por lea. Y dando a cada uno un mendruguillo de pan, les advirti: -Aqu tenis esto para el almuerzo, pero no os lo vayis a comer antes, pues no os dar nada ms. Gretel recogi el pan en su delantal, puesto que Hansel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. De cuando en cuando, Hansel se detena para mirar hacia atrs en direccin a la casa. Entonces , le dijo el padre: -Hansel, no te quedes rezagado mirando para atrs. Vamos, camina! -Es que miro mi gatito blanco, que est en el tejado dicindome adis -respondi el nio. Y replic la mujer: -Tonto, no es el gato, sino el sol de la maana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba haciendo Hansel no era mirar al gato, sino ir arrojando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: -Ahora recoged lea, pequeos; os encender un fuego para que no tengis fro. Hansel y Gretel se pusieron a coger ramas secas hasta que reunieron un montoncito. Encendieron una hoguera y, cuando ya arda con viva llama, dijo la mujer: -Poneos ahora al lado del fuego, nios, y no os movis de aqu; nosotros vamos por el bosque a cortar lea. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros. Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego y, al medioda, cada uno se comi su mendruguillo de pan. Y, como oan el ruido de los hachazos, crean que su padre estaba cerca.50 51. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que l haba atado a un rbol seco, y que el viento haca chocar contra el tronco. Al cabo de mucho rato de estar all sentados, el cansancio les cerr los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron bien entrada la noche, en medio de una profunda oscuridad. -Cmo saldremos ahora del bosque? -exclam Gretel, rompiendo a llorar. Pero Hansel la consol: -Espera un poco a que salga la luna, que ya encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, Hansel, cogiendo de la mano a su hermanita, se fue guiando por las piedrecitas blancas que, brillando como monedas de plata, le indicaron el camino. Estuvieron andando toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abri la madrastra, que, al verlos, exclam: -Diablo de nios! Qu es eso de quedarse tantas horas en el bosque? Ya creamos que no pensabais regresar! Pero el padre se alegr de que hubieran vuelto, pues le remorda la conciencia por haberlos abandonado. Algn tiempo despus hubo otra poca de miseria en el pas que volvi a afectarles a ellos. Y los nios oyeron una noche cmo la madrastra, estando en la cama, deca a su marido: -Otra vez se ha terminado todo; slo nos queda media hogaza de pan. Tenemos que deshacernos de los nios. Los llevaremos ms adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvacin para nosotros. Al padre le dola mucho abandonar a los nios, y dijo: -Mejor haras compartiendo con tus hijos hasta el ltimo bocado. Pero la mujer no atenda a razones, y lo llen de reproches e improperios; de modo que el hombre no tuvo valor para negarse y hubo de ceder otra vez. Sin embargo los nios estaban an despiertos y oyeron la conversacin. Cuando los viejos se durmieron, Hansel se levant de la cama con intencin de salir a recoger guijarros como la vez anterior; pero no pudo51 52. hacerlo, pues la mujer haba cerrado la puerta. Dijo , no obstante, a su hermanita para consolarla: -No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios nos ayudar. A la maana siguiente se present la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, ms pequeo an que la vez anterior. Camino del bosque, Hansel iba desmigando el pan en el bolsillo y, detenindose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. -Hansel, por qu te paras a mirar atrs? -dijo el padre-. Vamos, no te entretengas! -Estoy mirando a mi palomita, que desde el tejado me dice adis. -Tarugo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la maana, que se refleja en la chimenea. Pero Hansel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los nios an ms adentro del bosque, a un lugar en el que nunca haba estado. De nuevo encendieron un gran fuego, y la mujer les dijo: -Quedaos aqu, pequeos, y si os cansis, podis dormir un poco. Nosotros vamos a por lea y, al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogeros. A medioda, Gretel reparti su pan con Hansel, ya que l haba esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscarlos; se despertaron cuando era ya noche cerrada. Hansel consol a Gretel dicindole: -Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he ido arrojando al suelo, y nos mostrarn el camino de vuelta. Cuando sali la luna se dispusieron a regresar, pero no encontraron ni una sola miga; se las haban comido los miles de pajarillos que volaban por el bosque. Hansel dijo entonces a Gretel: -Encontraremos el camino. Pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el da siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; adems estaban hambrientos, pues no haban52 53. comido ms que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentan tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, se echaron al pie de un rbol y se quedaron dormidos. Y amaneci el da tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se internaban ms profundamente en el bosque; si alguien no acuda pronto en su ayuda, moriran de hambre. Sin embargo, hacia el medioda, vieron un hermoso pajarillo blanco como la nieve, posado en la rama de un rbol; cantaba tan alegremente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado de cantar, abri sus alas y emprendi el vuelo; y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se pos; al acercarse, vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de chocolate, y las ventanas eran de puro azcar. -Vamos a por ella! -exclam Hansel-. Nos vamos a dar un buen banquete. Me comer un pedacito del tejado; t, Gretel, puedes probar la ventana, vers lo dulce que es. Hansel se encaram al tejado y parti un trocito para probar a qu saba, mientras Gretel mordisqueaba en la ventana. Entonces oyeron una fina voz que vena de la casa, pero siguieron comiendo sin dejarse intimidar. Hansel, a quien el tejado le haba gustado mucho, arranc un gran trozo y Gretel, tomando todo el cristal de una ventana, se sent en el suelo a saborearlo. Entonces se abri la puerta bruscamente y sali una mujer muy vieja, que caminaba apoyndose en un bastn. Los nios se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenan en las manos; pero la vieja, moviendo la cabeza, les dijo: -Hola, queridos nios!, quin os ha trado hasta aqu? Entrad y quedaos conmigo que no os har ningn dao. Y, cogindolos de la mano, los meti dentro de la casita, donde haba servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Despus los llev a dos camitas que estaban preparadas con preciosas sbanas blancas, y Hansel y Gretel se acostaron en ellas, creyndose en el cielo.53 54. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los nios para cazarlos, y haba construido la casita de pan con chocolate con el nico objeto de atraerlos. Cuando un nio caa en su poder, lo mataba, lo cocinaba y se lo coma; esto era para ella una gran fiesta. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy co