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1 Rebel.lió / Extinció XR-València MANIFIESTO ECOFEMINISTA 8 DE MARZO Somos mujeres con los pies en la Tierra Somos terrestres. Mujeres y hombres somos parte de la naturaleza, nuestra identidad existencial primera es física, biológica y ecológica, además de social y cultural. Pertenecemos al mundo viviente de la Tierra y del cosmos y por ello somos vulnerables y radicalmente ecodependientes. La Tierra es nuestro único y común hogar, no tenemos un planeta B. Dependemos de complejos metabolismos físicos, biológicos y ecológicos íntimamente relacionados que hacen posible el mantenimiento, la regeneración y el florecimiento de la vida desde tiempos inmemoriales, que los humanos no podemos sustituir ni crear. El patriarcado industrial en su historia ha desarrollado tecnologías y artefactos dotados de colosales poderes y capacidades transformación y destrucción del medio físico terrestre que hemos heredado evolutivamente, en cuyos delicados equilibrios gaianos han emergido los seres humanos como especie. Nuestra situación climática y ecológica es de emergencia planetaria por afectar dramáticamente al conjunto de los humanos y no humanos, por ello ha de ocupar el centro y la prioridad en todos los ámbitos de acción, individuales y colectivos, públicos, privados y comunitarios. El drama del cambio climático y la crisis ecológica global es ya parte de nuestra existencia presente. No podemos escapar de él ni tampoco existen soluciones individuales. No podemos defendernos individualmente ni podemos protegernos buscando nichos y refugios cada vez más menguantes y contaminados. Es urgente volver a enraizarnos en la Tierra y para ello es prioritaria la acción colectiva coordinada, local y transnacional, que implique a todos los gobiernos e instituciones, públicas, privadas, comunales y domésticas. Ya no valen las respuestas sectoriales, marginales y desconectadas al uso, como son las que demandan que las "soluciones" vengan de los expertos; de la gente; de la educación; del mercado, de las leyes; de los gobiernos o del Estado. Las metas y prioridades de gobiernos, instituciones y leyes de todo tipo han de reconocer con urgencia la incómoda verdad de la catástrofe ecológica y climática causada por el avance del patriarcado industrial expansionista y globalizado, tal y como informan los mejores informes científicos disponibles desde hace

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Rebel.lió / Extinció XR-València MANIFIESTO ECOFEMINISTA 8 DE MARZO

Somos mujeres con los pies en la Tierra

Somos terrestres. Mujeres y hombres somos parte de la naturaleza, nuestra identidad existencial primera es física, biológica y ecológica, además de social y cultural. Pertenecemos al mundo viviente de la Tierra y del cosmos y por ello somos vulnerables y radicalmente ecodependientes. La Tierra es nuestro único y común hogar, no tenemos un planeta B. Dependemos de complejos metabolismos físicos, biológicos y ecológicos íntimamente relacionados que hacen posible el mantenimiento, la regeneración y el florecimiento de la vida desde tiempos inmemoriales, que los humanos no podemos sustituir ni crear. El patriarcado industrial en su historia ha desarrollado tecnologías y artefactos dotados de colosales poderes y capacidades transformación y destrucción del medio físico terrestre que hemos heredado evolutivamente, en cuyos delicados equilibrios gaianos han emergido los seres humanos como especie. Nuestra situación climática y ecológica es de emergencia planetaria por afectar dramáticamente al conjunto de los humanos y no humanos, por ello ha de ocupar el centro y la prioridad en todos los ámbitos de acción, individuales y colectivos, públicos, privados y comunitarios. El drama del cambio climático y la crisis ecológica global es ya parte de nuestra existencia presente. No podemos escapar de él ni tampoco existen soluciones individuales. No podemos defendernos individualmente ni podemos protegernos buscando nichos y refugios cada vez más menguantes y contaminados. Es urgente volver a enraizarnos en la Tierra y para ello es prioritaria la acción colectiva coordinada, local y transnacional, que implique a todos los gobiernos e instituciones, públicas, privadas, comunales y domésticas. Ya no valen las respuestas sectoriales, marginales y desconectadas al uso, como son las que demandan que las "soluciones" vengan de los expertos; de la gente; de la educación; del mercado, de las leyes; de los gobiernos o del Estado. Las metas y prioridades de gobiernos, instituciones y leyes de todo tipo han de reconocer con urgencia la incómoda verdad de la catástrofe ecológica y climática causada por el avance del patriarcado industrial expansionista y globalizado, tal y como informan los mejores informes científicos disponibles desde hace

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décadas. Estas prioridades han de darse en todas las escalas de gobierno y regulación (municipal, autonómica, estatal, europea, internacional y transnacional). Estos cambios estructurales han de ser globalizadores y no solo parciales, han de abandonar las prioridades puestas en el mercado, la economía dineraria y el crecimiento de la producción y el consumo. Ya no son realistas ni realizables las metas de seguir creciendo en consumo y degradación de los recursos naturales finitos cada vez más escasos y maltrechos. La economía ha de someterse a los condicionantes de la biosfera para frenar los muchos daños ecológicos que hoy irradian todo el ciclo económico, desde la montaña y la extracción al residuo y el vertedero. La dominación de las mujeres y la naturaleza van juntas Las dominaciones de las mujeres y de la naturaleza parten del falso y arrogante supuesto superioridad y separación humana de los procesos naturales y sociales que constituyen el sustento imprescindible para la reproducción de la vida humana, su florecimiento y bienestar. En nuestra historia cultural los dualismos separadores de las percepciones y prejuicios androcéntricos y antropocéntricos están íntimamente asociados (mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer, razón/ emoción...). La dominación patriarcal y la industrialización moderna expansiva tienen la misma raíz imaginaria y simbólico cultural, ambas parten de mentalidades que dicotomizan, separan y simplifican la complejidad del mundo socionatural, que es dinámico, interconectado y multidimensional. Es artificial y arbitraria la jerárquica desconexión entre el mundo humano y el mundo natural. También los es la separación patriarcal entre el mundo doméstico y las relaciones del cuidado y cooperación que en él se dan, y el mundo público del egoísmo y la competencia individualista de la economía, el empleo y la política. Los límites físicos de la biosfera convierten en irrealizables las ilusiones modernas heredadas y sus promesas sobre una historia humana de creciente avance sin final en bienestar y en progreso humano y tecnológico. Dependemos de los bienes y servicios naturales y por ello no podemos someter el mundo natural a los intereses y libertades humanas sin límites. La dominación y violencia del industrialismo patriarcal se disemina ampliamente afectando conjuntamente a las mujeres, la naturaleza y los países más empobrecidos. Las alianzas entre las necesidades del mundo viviente, las mujeres y las sociedades más pobres han de romper con estas estrechas y dañinas formas de pensar y actuar en el mundo. La tragedia de la translimitación ecológica del patriarcado industrial La guerra humana contra la naturaleza, que hoy es ejercida por los gigantescos poderes industriales, científicos y tecnológicos, ha llegado hasta los límites extremos de estar dañando la capacidad autogeneradora de muchos de los ecosistemas vitales de la Tierra. Las incesantes demandas humanas que consumen y transforman los bienes naturales en desechos y contaminantes de todo tipo, están colapsando los metabolismos y las capacidades biogenerativas y depurativas del planeta. El legado histórico de una industrialización basada en la quema de combustibles fósiles hoy trae consigo un presente y un futuro con caos climático, extinciones y destrucción acelerada de ecosistemas globales y locales. Se empobrecen, enferman y dejan sin alimentos y sin recursos básicos a innumerables personas en el mundo al tiempo que se destruyen los nichos y refugios ambientales para los humanos y el resto de seres biodiversos. El modelo cultural y económico desarrollado a partir de la segunda revolución industrial se basa en un modelo uniformizador, centralizado y expansivo de producción de electricidad que explota el peligroso potencial atómico de la materia; de movilidad basada en el automóvil y en una cultura energética del despilfarro generada a partir de la quema de combustibles fósiles (petróleo, el gas y el carbón) y la extracción de todo tipo de materiales que abastecen el creciente metabolismo social humano. La actual globalización económica intensifica la destrucción ambiental planetaria y la contaminación atmosférica por emisiones de CO2 y de otros gases que contribuyen al calentamiento global, multiplicando la espiral de la extracción, los desechos y el movimiento de recursos ambientales que se dirigen a la producción y al consumo humano. A mayor integración en la economía neoliberal globalizada mayor es también la destrucción y el desarraigo ecológico, cultural y existencial.

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El rápido empeoramiento de la salud de la Tierra y de su atmósfera nos coloca ante un atolladero histórico sin precedentes. La supervivencia colectiva de humanos y no humanos, el bienestar, la justicia social y el mismo futuro están en juego. Sus causas últimas no son naturales sino humanas, están en nuestros valores y hábitos arraigados de abundancia y derroche; en nuestros errores de comprensión y creencias antropocéntricas de libertad y autonomía; en unas ciencias y tecnologías autolesionantes carentes de orientaciones éticas y de controles públicos y comunitarios; en nuestras ilusiones endiosadas sobre el futuro, el bienestar y los derechos exclusivamente dirigidos a los seres humanos y al presente. No queremos igualarnos en la destrucción patriarcal Sentimos un profundo dolor ante el actual avance de la muerte y deterioro de miles de especies vivas, ecosistemas y metabolismos de la Tierra. Como ecofeministas nos rebelamos contra las creencias faústicas que nos empujan al desacarrilamiento civilizatorio y del resto de seres y comunidades vivientes. Queremos revitalizar y crear nuevas naturo-culturas prácticas en favor de la vida y el buen vivir, más holísticas y encarnadas localmente en las necesidades básicas de la vida individual y colectiva, y en su satisfacción y renovación. Queremos la disolución del patriarcado, pero sabemos que la vida en el planeta no tendrá ninguna oportunidad si la igualdad entre mujeres y hombres no incorporara las exigencias de la sostenibilidad ecológica y social. Pertenecemos a la minoritaria población humana planetaria (1/5 de la población mundial) que sobreconsume la inmensa mayoría de los limitados bienes ecológicos, generando unas condiciones globales de crecientes injusticias, degradación y muerte ambiental. Puesto que el consumo de los países industrializados no puede mantenerse ni extenderse al resto de países sin que las capacidades bioproductivas de la Tierra se colapsen, son inevitables los giros radicales que reduzcan nuestro consumo y destrucción ambiental. Nos negamos a participar en la fiesta destructiva del desarrollo a través de nuestra incorporación en la producción, el consumo y los estilos de vida despilfarradores y extraterrestres. Optamos por la supervivencia y el disfrute de una vida larga y sana para el conjunto de la humanidad en un planeta limitado y herido, compartido con otras criaturas no humanas. Ante la certeza del desastre climático y ecológico colectivo, no se trata de descubrir un nuevo mundo sino de reencontrar y enraizarnos en la tierra que siempre ha estado bajo nuestros pies. Solo podemos sobrevivir dentro de los límites físicos de la biosfera. Es imposible y catastrófico continuar con el crecimiento ilimitado de la economía material y el mercado en un mundo finito en recursos materiales sin esquilmar muchos de los bienes biofísicos comunes más vitales para la humanidad. Las salidas de emergencia del patriarcado industrial globalizado pasan por el freno a la expansiva huella destructiva de la globalizada economía material dineraria. Las aspiraciones feministas no han de limitarse a copiar los modelos de bienestar basados en la expansión de la extracción y destrucción industrial de los bienes y servicios naturales. No son realizables las metas feministas de reparto equitativo en recursos, poder y derechos entre mujeres y hombres a costa de multiplicar la esquilmación de la diversidad de formas de vida. La conquista de derechos individuales y colectivos no ha de asociarse a una igualación imitativa de estilos de vida y consumo derrochadores y ambientalmente destructivos. No queremos una “igualdad de oportunidades” para participar en la destrucción del mundo viviente mediante una economía expansiva que explota la personas y los recursos de cualquier parte del planeta. Rechazamos las conquistas de esta efímera igualdad liberal que solo puede realizarse incrementando la enfermedad, la muerte y la extinción de multitudes de humanos y no humanos. Las demandas feministas de igualdad no han de encerrarse en el individualismo y la competitividad liberal de la “igualdad de oportunidades”. Estas metas liberales de acceso a los recursos de todo tipo se asientan en el crecimiento inacabable de la economía material, como si acaso el planeta tuviera recursos y bienes infinitos. La expansión material de la producción y el consumo que somete al conjunto de la humanidad y a los seres vivos nos lleva a un descarrilamiento terminal sin frenos de emergencia.

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El feminismo liberal propone una igualdad centrada en el mercado, se acopla bien al interés empresarial por la “diversidad”. Las aspiraciones del feminismo liberal, lejos de ser la solución son parte del problema. Al concentrarse en el Norte global se enfocan en la ruptura del “techo de cristal” y propician que un pequeño y selecto grupo de mujeres privilegiadas ascienda en la escala empresarial y en los puestos profesionales. Esto condena las discriminaciones que sufren las mujeres abogando por la “libertad de elección” individual. No hace frente a las restricciones socioeconómicas que levantan altos muros y hacen inaccesibles las libertades, las elecciones y el empoderamiento de la mayoría de mujeres. Su objetivo real no es en realidad la igualdad ni el abolir las jerarquías sociales sino el diversificarlas dando poder a algunas mujeres “talentosas” en la estructura de desigualdad individualizada y meritocrática. Busca que unas pocas mujeres privilegiadas puedan alcanzar posiciones y sueldos en igualdad con los hombres de su propia clase, sus beneficiarias son las mujeres que ya poseen ventajas sociales, culturales y económicas. Las demás quedan abandonadas. El feminismos liberal es compatible con las desigualdades sociales galopantes y también subcontrata la opresión de otras mujeres. En su romance individualista converge con los hábitos empresariales y sus corrientes neoliberales. Da coartada al neoliberalismo y a las fuerzas sociales que apoyan el dominio de la economía crematística expansiva y las finanzas globales, disimula estas políticas regresivas y trágicas con un aura de emancipación y un barniz de “progresistas”. Es el feminismo de las mujeres con poder. Confunde el feminismo con el ascenso de mujeres individuales. Convierte el feminismo en publicidad para la promoción individual, no para liberar a la mayoría sino para elevar a unas pocas mujeres, que cuando llegan a altos cargos directivos se apoya en mujeres subcontratadas para la prestación de cuidados y trabajo doméstico. El feminismo liberal, al unirse al elitismo y al individualismo del patriarcado industrial va contra la mayoría social, contra la mayoría de las mujeres y contra la Tierra. Carece de compromisos ante las desigualdades socioeconómicas de clase, culturales, racistas y ante las desigualdades en la distribución de lesiones y riesgos ambientales, y aísla a las mujeres de las luchas sociales contra ellas. No queremos romper los techos de cristal y dejar que la gran mayoría de las mujeres limpie los vidrios rotos. Las mujeres son víctimas ambientales Las consecuencias sociales del calentamiento global de la atmósfera y la destrucción de hábitats y ecosistemas son desastrosas para el conjunto de la humanidad y afectan diferencialmente a las mujeres del norte sobreconsumidor y a las mujeres del sur global. La marginación y desigualdad de las mujeres en nuestras sociedades patriarcales, la destrucción de la biodiversidad, y los dramáticos efectos naturales del calentamiento climático son procesos muy vinculados. Todas las mujeres somos víctimas ambientales del patriarcado industrial, más allá de las diferencias y desigualdades sociales existentes entre nosotras. Las mujeres son víctimas de las lesiones y amenazas ecológicas. Nuestras vidas y nuestros cuerpos están influidas por las condiciones sociales de división y desigualdad y por las condiciones ambientales.

En las sociedades de sobreconsumo las mujeres somos víctimas específicas en la distribución de daños y peligros medioambientales. Estos operan a partir de las diferencias de nuestra particular anatomía corporal sexuada y a partir las posiciones que ocupamos en la desigualdad económica, étnica, edad, enseñanza, empleo, ... Padecemos la espiral del daño ecológico que está presente en las formas patriarcales de la producción y el consumo, en los hogares y espacios domésticos de la economía de los cuidados, en los espacios públicos, privados y comunales. Esta feminización biocida se suma a las agresiones a la salud de la sobre-medicalización y el sobre-diagnóstico impulsado por las prácticas sanitarias y la industria farmacéutica.

Un ejército imperceptible de sustancias contaminantes y venenosas destiladas por los laboratorios industriales, las ciencias y tecnologías, la producción y el consumo, constituyen un cóctel que nos enferma y mata en los ambientes urbanos y rurales, sin apenas tener conocimiento ni defensa. Sus agentes destructivos se camuflan e invisibilizan adoptando numerosas formas, son químicos, atómicos, electromagnéticos, genéticos, y se reproducen, multiplican y mutan de maneras desconocidas e inciertas mediante infinidad de interacciones sinérgicas. Son parte cotidiana de unos contextos sociales y ambientales cada vez más artificializados, enfermos y peligrosos: domésticos, públicos, privados, comunitarios, laborales, urbanos, rurales. Estos enemigos tóxicos

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están presentes en los bienes más imprescindibles y valiosos, como son los alimentos, el agua, el aire, la tierra, los animales domésticos, los materiales, objetos y artefactos con los que nos relacionamos. También las vidas y economías de muchas mujeres y comunidades rurales del Sur global están amenazadas por la alteración climática y la pérdida de ecosistemas vitales, por depender directamente de los recursos biológicos locales para asegurar su sustento y bienestar. Los trabajos de las mujeres para generar medios de vida en las agriculturas de subsistencia dependen de la conservación de los recursos biológicos y su diversidad. Sus naturo-culturas están ancladas en el uso múltiple y la gestión inteligente acoplada a los ritmos de los sistemas ecológicos. Gestionan la biomasa para la obtención de bienes como forraje, abonos, alimentos y combustible. Se trata por tanto de actividades de gran importancia por su valor ecológico, económico, cultural y social. Por ello se puede decir que las mujeres son guardianas de la biodiversidad en muchas comunidades rurales. La protección de la biodiversidad, los bosques y los árboles, son una importante línea de defensa contra él desastre climático y la degradación ambiental. La pérdida y degradación de los ecosistemas comunales y la biodiversidad local en manos del extractivismo, la privatización y el mercado globalizado, dañan las fuentes de recursos naturales, de los que dependen directamente las mujeres, sus familias y comunidades en las economías rurales de subsistencia. Los riesgos climáticos y ecológicos son mayores para muchas mujeres pobres cuyos medios de vida y bienestar dependen del acceso a los recursos ambientales locales. A todo ello se suma el sometimiento y la discriminación patriarcal de costumbres y leyes que les deniegan las oportunidades y los derechos otorgados a los hombres, lo que les dificulta aún más el acceso a ayudas sociales y económicas en créditos y servicios. La capacidad general de mitigación y adaptación a los cambios climáticos depende del acceso a recursos naturales básicos, como son los derechos de propiedad sobre las tierras, el dinero, los créditos económicos, el nivel de autonomía, la buena salud, la libertad y movilidad personal, la propiedad de vivienda y tierras, la seguridad alimentaria. Puesto que las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las personas más pobres del mundo, con menos recursos y menos libertades y derechos, también son las más afectadas y en peligro ante las lesiones y amenazas climáticas. Las mujeres más pobres en países del sur pierden el sustento básico de ellas y de la familia a su cargo cuando desaparecen los recursos ambientales locales de los que directamente dependen, como son las fuentes de agua, las tierras fértiles, los bosques comunales, la leña, el forraje para animales, las plantas medicinales o el alimento. Se convierten así en primeras víctimas y refugiadas ambientales. El aumento de la escasez de agua, comida y tierras fértiles intensifica el resto de divisiones y desigualdades, favorece las hambrunas, las enfermedades y la muerte de multitudes y con ello se multiplican las tensiones y antagonismos sociales junto al aumento de los conflictos violentos. La destrucción ambiental de las mujeres de la clase consumidora del norte global En nuestras sociedades de consumo globalizado las mujeres somos a la vez víctimas y responsables. Son superfluas, dañinas y tóxicas para la Tierra y para nuestros cuerpos y vidas gran parte de las compras fomentadas e inculcadas por el cultura patriarcal de la expansión mercantil. Los habitantes del mundo sobredesarrollado, 1/5 de la población mundial junto a las élites de las sociedades del sur, mantenemos unos estilos de vida guiados por valores materiales de riqueza y bienestar asociados al despilfarro de los recursos ambientales escasos y esquilmados. Malgastamos energía, aniquilamos los espacios bioproductivos del resto de especies y biodiversidad, y contaminamos con basuras entrópicas y venenos nuestros lugares más preciados y el resto del planeta. En general ocurre que los mayores consumos de los recursos y servicios ambientales vienen de los grupos humanos con más ingresos económicos, más urbanos y con mayores niveles de enseñanza. Sus patrones de sobreconsumo son convertidos en modelo de referencia y aspiración emulativa para poblaciones humanas más desfavorecidas, y esto afecta tanto a mujeres como a hombres. Las mujeres sobreconsumidoras de Europea participamos en este saqueo de la naturaleza y de las sociedades del Sur global. Son muy grandes nuestros impactos sobre las mujeres del Sur debido a que los materiales y productos que compramos como consumidoras, proceden de ecosistemas y recursos naturales locales de los que dependen. Los habitats naturales locales de los que dependen, como son los bosques, las montañas, los ríos, el mar o las llanuras, son la fuente directa de sus medios de vida y de sus familias y comunidades rurales.

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La ciudad patriarcal mata Los proyectos de la expansión urbanística inacabable, con rascacielos, grandes urbanizaciones, ampliaciones de autovías y amputación de ecosistemas periurbanos singulares y tierras fértiles, atentan especialmente contra las mujeres y la vida. Este neodesarrollismo local de las infraestructuras de la globalización económica crea espacios públicos insípidos, hostiles, insalubres y peligrosos para las mujeres. En ellos se destruye la escala humana física y cultural que hace posible la vitalización de los espacios públicos, las relaciones comunitarias, la economía de los cuidados y la vida familiar, que son imprescindibles para el bienestar de la mayoría de las mujeres urbanas. Este avance del urbanismo fálico, agresivo y tóxico, es ajeno a las necesidades feministas de unos barrios abigarrados con diversos y vibrantes tejidos sociales comunitarios, pacificados, peatonales, dotados de muchos espacios públicos y comunitarios accesibles y seguros.

Para las mujeres el avance de la ciudad de los “no lugares”, donde dominan el cemento, el hormigón, los centros comerciales, las vías de tráfico denso, los humos y materiales tóxicos, las velocidades, tienen la trágica significación urbana, social y ambiental de más barreras, separación, división, aislamiento, anonimato, inseguridad, desafecto, fealdad, individualismo, indiferencia y miedo. La corrosiva cultura machista del coche Las mujeres son víctimas de unas ciudades dominadas por la dictadura del coche particular: “un coche, un hombre”. Los coches son máquinas con motores de combustión de gasolina y gasòil que enferman y contaminan el aire común, ocupan y degradan los espacios públicos, degradan y dificultan tremendamente la vida cotidiana de mujeres. Las mujeres utilizan el transporte publico más que los hombres y necesitan itinerarios peatonales seguros y salubres. La peatonalización, las restricciones al tráfico privado, la ampliación del espacio público, la mejora del transporte público, del bus, el metro, el tranvía y el tren convencional, favorecen especialmente a las mujeres y su salud. La publicidad machista mata La publicidad engañosa del mercado es una enfermedad de la mente que alimenta los delirios del crecimiento indefinido mediante cultura de la abundancia, el “usar y tirar” y el “todo siempre”. También esclaviza nuestros deseos y alimenta deseos y necesidades inacabables que empujan a las mujeres a un compulsivo consumo material de productos, a la vez que se ocultan las condiciones sociales y ambientales de su producción. La publicidad de la moda, los cosméticos, los productos de limpieza e higiene, los electrodomésticos, entre muchos otros productos, son nocivas muy para la mujeres y el planeta.

Hacer las paces con la Tierra, no la guerra Como ecofeministas nos sentimos comprometidas con la Tierra y con los seres y ecosistemas de la misma. Defendemos los valores y las políticas guiadas por los cuidados compartidos y las relaciones cooperativas hacia los humanos y hacia el resto de seres biodiversos. La acelerada degradación y contaminación de las fuentes y servicios vitales de la biosfera tienen como causa histórica principal el avance de un patriarcado industrial supremacista que coloca al hombre por encima de las mujeres y del mundo natural. Los valores antropocéntrismos y androcéntrismos históricamente entrelazados hoy nos empujan a una tragedia socioecológica de dimensiones dantescas y desconocidas en nuestra historia, sin vuelta atrás posible en degradación, extinciones masivas, colapso climático y enorme sufrimiento de seres humanos y no humanos. Ante la inmensidad de los daños diseminados espacial y temporalmente, el negacionismo práctico de las políticas de izquierdas y derechas sigue alimentando los mitos suicidas del crecimiento ilimitado. Sus recetas y

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falsas promesas buscan alargar los plazos del Titanic abandonando los problemas y retos ecológicos cada vez más percibidos. Resulta temible y moralmente repugnante este alargamiento temporal de las políticas de más crecimiento económico, más producción y más consumo de recursos ambientales de todo tipo. Las mujeres como la naturaleza son productoras y cuidadoras de vida. Necesitamos nuevos valores, saberes, tecnologías y maneras locales de organización, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo. Estas metas también han de ser una prioridad para las aspiraciones igualitarias de los feminismos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más cooperativas y simbióticas con los otros humanos y no humanos.

Muchas de los culturas y valores femeninos que a menudo han sido fruto y precipitado de las condiciones de dominación masculina pueden revalorizarse y ayudarnos colectivamente. Las culturas prácticas orientadas por los cuidados hacia los otros próximos, en la casa, la familia y la comunidad, hacia humanos, animales, plantas, objetos y artefactos, pueden servirnos para reciclar muchas de las erróneas y abstractas creencias modernas sobre el progreso material humano indefinido y sobre el individuo soberano, racional y omnipotente. Es decir, un sujeto humano ideado falsamente como aislado y desenraizado, sin ningún lugar ni atadura social, física y ecológica, sin ninguna constricción comunitaria y medioambiental. Muchas naturo-culturas femeninas renacen desde muy diferentes espacios sociales y culturales, revitalizan tácita o explícitamente los valores ambientales y actúan de obstáculo contra el individualismo posesivo dominante en los espacios públicos masculinos. Son microculturas resistentes de creación, cuidado y donación que a menudo surgen de valores y conocimientos prácticos que mezclan razón y emoción, cuerpo y contexto. Estas percepciones y aprendizajes naturo-sociales están depurados de abstracciones que separan, idealizan, jerarquizan y violentan nuestros substratos relacionales, biofísicos y emocionales, y son accesibles a mujeres y a hombres. Sus disposiciones cognitivas, morales, emocionales y sensitivas impulsan relaciones de solidaridad y de apoyo mutuo persiguiendo fines prácticos, resolviendo problemas desde lo concreto y local del vivir diario y desde las necesidades humanas más básicas y comunes, como pueden ser las de la nutrición, la higiene, el cuidado, el afecto, la seguridad, la salud, o la protección. Estas culturas femeninas alimentan muchas micro-relaciones prácticas orientadas bajo principios y valores muy diferentes: la compasión, el sacrificio, el amor, el reconocimiento y cuidado del otro. Se trata de ideas y saberes prácticos, percepciones, apreciaciones y sentimientos de empatía guiados por solidaridades, principios morales y métodos intuitivos de resolución de problemas cotidianos, bien alejados de principios y valores abstractos y universalistas. Son pautas propias de un "modelo femenino" de relacionarse con el mundo cercano, son producto de su encarnamiento social y cultural construido en los contextos de socialización diferencial patriarcal. Desde el compromiso con la biodiversidad, hemos de dejar espacio ecológico para la continuidad y salud de otras especies y ecosistemas, para otros seres humanos y generaciones futuras. Cualquier estrategia local para la mejora de cosechas y alimentos debería apoyarse en el protagonismo, los conocimientos, y las habilidades de las mujeres, ya que en la mayoría de las culturas y grupos humanos ellas han sido las guardianas de la biodiversidad y de sus fuentes regenerativas. Cuando se considera a la gente empobrecida que obtienen sus medios de subsistencia directamente de la naturaleza cercana, se tiende erróneamente a verlos como destructores del medio natural, y no como lo que fundamentalmente son: productores y conservadores del mismo. Ecologizar y feminizar el mundo El compromiso ambiental en todos los campos sociales exige derribar la rígida frontera patriarcal entre lo público y lo privado, por constituir un obstáculo para la sostenibilidad ecológica. Cambiar la esfera pública o cambiar la vida privada constituye una falsa elección, ni una ni otra por separado son suficientes ante la crisis ecológica global y el calentamiento climático. Por ello la agenda ambiental de cambios obliga a cambiar los supuestos productivistas y la misma frontera de separación patriarcal: no puede detenerse ante el mundo privado del consumo y la economía doméstica de los cuidados ni tampoco ante el mundo público de la economía globalizada del dinero, el individualismo posesivo y la política.

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Necesitamos nuevos saberes y valores más humildes y más cooperativos, en sintonía con las necesidades ecológicas del mundo, y esto también ha de ser una prioridad para las metas igualitarias de los feminismos. Son posibles nuevos aprendizajes de formas de relación más simbióticas con los otros humanos y no humanos.

Desde sus diferentes lugares sociales, las mujeres desarrollan prácticas alternativas a las formas de interacción impersonal y jerárquica de las organizaciones burocráticas y la racionalidad instrumental depurada de valores substantivos y tan presente en el mercado, el trabajo, y las instituciones públicas y privadas. Muchos aprendizajes prácticos que son fruto de la socialización diferencial ejercida de las mujeres en sociedades patriarcales, hoy tienen un alto valor estratégico en el terreno ecológico si se extendieran a los hombres en los espacios domésticos y en los públicos y privados, como el gobierno, la economía y las ciencias. Rechazamos los estándares imitativos y ecológicamente suicidas de los valores modernos del crecimiento. Queremos librarnos de la dependencia y la colonización mental, emocional, cultural, y económica, apostamos por estrategias no emulativas de transdesarrollo autocentrado. Ante los desastres ecológicos y climáticos no hay otro futuro posible que el de una metamorfosis social fundada a la vez en la suficiencia, la equidad y el respeto de los límites ecológicos, donde sea posible el cuidado reparador e igualador hacia los otros seres humanos y no humanos. Este reto no solo afecta al presente de la humanidad en su conjunto, también atañe a nuestra responsabilidad hacia los seres del futuro, humanos y no humanos. Las generaciones no nacidas sufrirán las consecuencias de nuestros comportamientos de hoy y padecerán descuentos en sus oportunidades de bienestar y vida. El decrecimiento, la suficiencia y la relocalización material de la economía son los antídotos contra la racionalidad patriarcal moderna, conquistadora, individualista y mecanicista, desencarnada de nuestra identidad terrestre y de nuestros vínculos medioambientales inevitables. Para poder afrontar las dinámicas expansivas exterministas de la globalización y la privatización, un pre-requisito de la localización es la pre-distribución local de la fuentes de riqueza y regeneración. Mediante la implicación de la gente, como parte de los comunes y de lo público, este requisito de la pre-distribución de la propiedad (que no venga de las empresas centralizadas globales) obliga a interrogarnos de donde vienen los productos del mercado, como se han procesado y sobre el acceso redistribuido y equitativo. En la localización y la descentralización participativa de los medios de producción pueden darse muchas formas posibles de hibridación entre lo público, lo comunal, lo privado y la economía doméstica de los cuidados. Lo más importante por hacer no es la redistribución social de las rentas económicas mediante impuestos y los servicios públicos. Lo prioritario es la pre-distribución de la fuentes de riqueza y su regeneración, lo que a su vez posibilita la descentralización y la localización de la economía social y material. Esto puede suceder cuando se cambian las estructuras de propiedad, participación y acceso para permitir una mayor implicación de las personas en la economía. Los políticos de cualquier tinte ideológico suelen hablar de impuestos y redistribución de los ingresos del Estado, pero no hablan de la pre-distribución, de cambiar las estructuras de conocimiento, las ciencias, la producción y la propiedad. El acceso al conocimiento es el acceso a los medios de creación de riqueza, a la capacidad de compartir y remezclar, y en el proceso podemos crear nuevos conocimientos y percepciones colectivas. No solo somos propietarios de las ideas, las heredamos, las compartimos y mezclamos, y en el proceso, colectivamente creamos nuevas ideas. No dejar privatizar e impedir los candados al acceso libre de los conocimientos y las tecnologías mediante las patentes y el copyright, hoy son maneras de facilitar la pre-distribución de la riqueza.

El conocimiento, las ideas y las tecnologías han de estar distribuidos en origen mediante el acceso abierto, lo que a su vez puede ser un pre-requisito de una mayor descentralización, localización y reducción de la escala física de recursos materiales, energía y organización. Las formas de propiedad participadas, autogestionadas y descentralizadas suelen ser menos extractivas de recursos ambientales y más participativas.

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