Ratzinger, Joseph - Mi Vida _ Recuerdos 1927_1977.doc

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Mi Vida

Joseph Ratzinger

Mi Vida

Joseph Ratzinger

2INTRODUCCIN

21. Un hijo genuino del catlico pueblo bvaro

32. Un mtodo de pensamiento

4a) Cultura: conexin intrnseca entre Revelacin e historia

4b) La gnesis de un mtodo: mirar a Cristo

5c) El criterio de verificacin: la Iglesia como mbito de experiencia

73. Abanderado del reto conciliar

10INFANCIA ENTRE EL INN Y EL SALZACH

12LOS PRIMEROS AOS ESCOLARES EN EL PUEBLO DE ASCHAU. A LA SOMBRA DEL TERCER REICH

15AOS DE BACHILLERATO EN TRAUNSTEIN

19SERVICIO MILITAR Y PRISIN

23EN EL SEMINARIO DE FRISINGA

25ESTUDIOS DE TEOLOGA EN MUNICH

31ORDENACIN SACERDOTAL - LABOR PASTORAL - DOCTORADO

33EL DRAMA DE LA LIBRE DOCENCIA Y LOS AOS DE FRISINGA

38PROFESOR EN BONN

40EL COMIENZO DEL CONCILIO Y EL TRASLADO A MNSTER

44MUNSTER Y TUBINGA

47LOS AOS DE RATISBONA

52ARZOBISPO DE MUNICH Y FRISINGA

INTRODUCCIN

1. Un hijo genuino del catlico pueblo bvaro

La primera vez que vi al cardenal Ratzinger fue en 1971. Era Cuaresma. El recuerdo de aquel encuentro se ha ido enriqueciendo de matices que mi memoria ha reelaborado, inevitablemente, en ocasin del setenta cumpleaos del cardenal.

Un joven profesor de derecho cannico, dos sacerdotes estudiantes de teologa, que por aquel entonces no haban cumplido los 30 aos, y un joven editor estaban sentados alrededor de una mesa, invitados por el profesor Ratzinger, en un tpico restaurante a orillas del Danubio que, en Ratisbona, discurre ni demasiado lento ni demasiado impetuoso, lo que todava permite pensar en el hermoso Danubio azul. La invitacin la haba procurado von Balthasar con la intencin de discutir la posibilidad de hacer la edicin italiana de una revista -que ms tarde sera Communio-. Balthasar saba arriesgar. Los mismos hombres que se sentaban a la mesa de aquel tpico mesn bvaro, unas semanas antes haban perturbado su quietud de Basilea, con un cierto atrevimiento, pues no le conocan. Lo haban hecho inmediatamente despus de leer una breve noticia aparecida en Le Monde en la que se informaba del fracaso de una reunin de telogos, que haban sido expertos en el Concilio, celebrada en Pars con el objeto de dar vida a una nueva revista. Le dijimos a Balthasar: Tenemos que hacerla, nosotros haremos la edicin italiana. Balthasar no descart de inmediato la hiptesis, no slo porque le cogimos un poco por sorpresa y por su buena educacin, sino porque entre nosotros estaba un pequeo editor -Balthasar era tambin editor- y tena un sexto sentido para percibir si una publicacin poda o no tirar bien. Al final, con un tono entre prudente y escptico, Balthasar dijo: En todo caso, yo no puedo decidir nada solo. Hay que contar con los alemanes...; los aspectos tcnicos dependen de Greiner. Adems, est el problema de la teologa. (Si bien nosotros tenamos en nuestro equipo algn que otro nombre ce buenos telogos italianos). Me acuerdo bien de su cara en aquel momento. La he visto despus en otras ocasiones; cuando tena que tomar una decisin arriesgada: callaba durante un tiempo que siempre pareca excesivo al interlocutor, con el rostro marcado por una mueca escptica que no haca presagiar consensos. Despus, con una sonrisa comedida y con su tono de voz un poco jovial formulaba su propuesta en breves palabras. As, al terminar nuestro coloquio, dijo: Ratzinger, tenis que hablar con Ratzinger. Es l el hombre decisivo hoy para la teologa de Communio. Es la clave de la redaccin alemana. De Lubac y yo somos viejos id a ver a Ratzinger.. Si l est de acuerdo.... De esta forma se repeta para nosotros, en pocas semanas, una experiencia estimulante. Nos habamos atrevido a hablar con Balthasar, una personalidad famosa antes conocida slo por los libros, encarando el asunto con una mezcla de temor y provocacin; ahora nos esperaba otro telogo bastante ms joven pero tambin igualmente afamado, que discuta con Rahner y Kng y que divida -lo hablamos a fondo durante el viaje de Friburgo a Ratisbona- no slo nuestras opiniones, sino tambin nuestros nimos. Estbamos enfrentados dos a dos: dos a favor y dos en contra. Con su trato delicado, los gestos medidos y los ojos que no dejaban de moverse, Ratzinger nos explicaba la carta: una larga secuencia de suculentos platos bvaros... Pareca conocerlo bien, sin lugar a dudas era un habitu del restaurante. Nosotros, superado el primer embarazo, como buenos latinos y, adems, jvenes, nos lanzamos a hacer comparaciones entre mens bvaros y lombardos. Alguno de nosotros haba pasado suficiente tiempo en Alemania como para permitirse disertar sobre los tipos y las marcas de cervezas. Recuerdo bien que pregunt a nuestro anfitrin qu nos aconsejaba: pacientemente empez a ilustrarnos de nuevo sobre cada plato de la lista, animndonos a probar ms de uno para que nos hicisemos una idea de la cocina bvara. Desde haca un rato el camarero esperaba respetuoso junto a la mesa. No sin desorden y aumentando progresivamente el tono de nuestra conversacin hasta el punto de hacer que algn comensal se volviese a mirarnos, terminamos, bajo los ojos benvolos y la sonrisa, . quizs un poco impaciente, de nuestro anfitrin, por escoger una amplia y exagerada variedad de platos. Ratzinger devolvi la carta diciendo al camarero algo as como: para m, lo de siempre. El camarero nos sirvi antes a todos nosotros, con meticulosidad alemana, y al final llev al conocido telogo un sndwich y una especie de limonada.

Nuestra sorpresa rayaba en la vergenza. Con una sonrisa, esta vez verdaderamente amplia y benvola, el cardenal nos liber diciendo: Vosotros estis de viaje... Si yo como demasiado, cmo voy a poder estudiar despus?. Comentando el episodio, de vuelta en el coche, nos dimos cuenta de lo que el cardenal haba dicho al camarero: lo de siempre.

No me he alargado en este pequeo y personal recuerdo para aadir el rasgo hagiogrfico de la sobriedad a la biografa del cardenal. Sobre todo porque todava no es tiempo de panegricos! Lo he hecho slo porque, incluso despus de haberle conocido ms profundamente, aquel episodio me parece que habla de su estilo, y el estilo, ya se sabe, es el hombre.

El cardenal es un verdadero catlico bvaro: capaz de gozar y de hacer gozar la vida (las pginas sobre Baviera del volumen Mi vida son, en algunos pasajes, verdadera poesa). Su secreto es que la afronta como tarea. Amante de la persona en cuanto participa de la vida del pueblo por el que es natural consumirse totalmente, es capaz de una abnegacin cotidiana tenaz, nunca llamativa. La ascesis, la tica y el gobierno no son en l fines, sino medios: fin es el bienestar de la persona y de la comunidad, podramos decir, como en la Edad Media, la conveniencia del yo y del nosotros con una vida plenamente realizada.

Sus intereses teolgicos, por ejemplo la vida eterna (escatologa), la revelacin en la historia, el nuevo pueblo de Dios, la liturgia, no seran adecuadamente comprendidos sin entender el orgullo apasionado por su pertenencia al pueblo catlico bvaro, al que caracteriza una alegre participacin en cualquier aspecto humano y un pertinaz sentido de la tarea. De igual modo haba tenido cuidado ce que sus jvenes huspedes, despus de haber admirado la belleza de los campos de lpulo en la autopista que va ce Munich a Ratisbona y haber escuchado el vals a la orilla del Danubio, pudisemos gozar tambin de los frutos de su tierra en la acogedora Gasttte con su rico codillo, la variedad de los Wrstel y la Fastenibier(cerveza negra de Cuaresma). Al mismo tiempo, sin afectacin, intentaba mantener su ritmo habitual de vida y trabajo.

2. Un mtodo de pensamiento

'Suficiente' slo es la realidad de Cristo. Esta afirmacin ce Ratzinger referida al problema teolgico, todava abierto, de la suficiencia material de la Sagrada Escritura, expresa el convencimiento profundo que atraviesa toda la obra de nuestro autor. En efecto, todo su itinerario eclesial y teolgico es una afirmacin enrgica de Jesucristo como la realidad que acontece en la revelacin cristiana. l es el unicum verdaderamente suficiente, capaz de dar satisfaccin ltima a la mirada que indaga crticamente la realidad. Ya desde los tiempos de su tesis de habilitacin sobre san Buenaventura, Ratzinger madura con claridad la idea de que la revelacin no se puede separar del Dios vivo, y que interpela siempre a la persona viva a la que alcanza. Por eso, del concepto de `revelacin' forma siempre parte el sujeto receptor: donde nadie percibe la revelacin, all no se ha producido ninguna revelacin, porque all nada se ha desvelado. La idea misma de revelacin implica un alguien que entre en su posesin. De este ncleo central brota una continua atencin a la Iglesia, entendida como organismo vivo que obra en la historia de los hombres y de los pueblos. Una peculiar e intrnseca conexin entre Revelacin e historia, experimentada desde nio en la fe de la familia y de la iglesia popular ce Baviera, constituye, a mi juicio, la caracterstica metodolgica que hace de hilo de Ariadna a travs de todos los escritos de Joseph Ratzinger y termina por caracterizar, a lo largo de los aos, al joven estudioso, al profesor, al pastor y al prefecto de la Congregacin para la Doctrina de la Fe. Aqu reside, si estoy en lo cierto, el origen de la continuidad y de la evolucin de su pensamiento.

Me gustara intentar identificar ahora alguno de los factores que constituyen esta particular sensibilidad metodolgica, ya que resulta imposible presentar, aunque sea slo sucintamente, los mltiples temas que han ocupado al cardenal Ratzinger y menos an confrontarlos con el panorama teolgico-cultural de los ltimos decenios.

a) Cultura: conexin intrnseca entre Revelacin e historia

El primero de estos factores es cmo Ratzinger propone, con un lenguaje accesible al hombre de hoy, el ncleo central de la fe sin abandonar el dato dogmtico. Tal factor se basa, sobre todo, en una concepcin del dogma entendido como una realidad capaz de infundir fuerza en la construccin de la teologa y no, sobre todo, como vnculo, como negacin y lmite extremo. La dimensin cultural propia del hecho cristiano no se concibe, por tanto, como una mediacin entre Revelacin e historia sino que, respetando las debidas distinciones, es intrnseca al movimiento con el que el acontecimiento de Cristo, al comunicarse en la realidad, interpela al hombre y a la historia. De este modo, la teologa no es algo desencarnado: He tratado, todo lo que me ha sido posible, de poner claramente en relacin lo que enseaba con el presente y con nuestro esfuerzo personal. Esta actitud lleva a Ratzinger a exponerse para ponderar crticamente el presente de la Iglesia y de la sociedad, pero no quita carcter cientfico a su trabajo teolgico. Al contrario, lo llena de inters para el lector no especialista. Tambin por esto Ratzinger figura entre los catlicos ms ledos en los crculos culturales laicos. Un buen ejemplo de esta sensibilidad es la intervencin que tuvo el cardenal el 5 de mayo de 1997 en la baslica de San Juan de Letrn en Roma, en el contexto de la misin ciudadana para la preparacin al Gran jubileo. Recorriendo la narracin de las tentaciones de Jess, tuvo que explicar en un determinado momento la relacionada con el hambre. Por una parte, Ratzinger tom muy en serio el hambre de Jess y el problema del hambre en el mundo. Sin falsos espiritualismos, abandonando los tpicos de la homiltica clsica, Ratzinger afirm: Puede haber algo ms trgico, algo que contradiga ms la fe en un Dios bueno y la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? Por otra, la respuesta final a este tremendo problema no temi exponerse a la impopularidad y Ratzinger la formul con las palabras del jesuita alemn Alfred Delp, asesinado por los nazis: El pan es importante, la libertad es an ms importante, pero lo ms importante de todo es la adoracin Jesucristo vuelve a aparecer como el unicum sufficiens.

b) La gnesis de un mtodo: mirar a Cristo

El segundo factor caracterstico de la sensibilidad metodolgica de nuestro autor representa, en cierto sentido, la gnesis de ese mtodo. Dicho factor se encuentra, a mi juicio, en un principio asctico entendido como principio sinttico de la existencia. He pensado muy a menudo -no s si digo bien-, fijndome en el cardenal, que para l la ascesis, es decir, la mirada y la interaccin con la realidad, consiste en un trabajo de ensimismamiento con el misterio de Jesucristo. Una confirmacin de esto que digo me parece que se encuentra en sus obras sobre la oracin, sobre la liturgia, sobre el mirar a Cristo y al Crucifijo. En el libro La sal de la tierra se encuentra esta afirmacin: Tener trato con Dios es para m una necesidad. Tan necesario como respirar todos los das... Si Dios no estuviese aqu presente, yo ya no podra respirar de manera adecuada Me parece que este ensimismamiento, que en sentido lato todo cristiano prueba, lo persigue de forma concreta y sistemtica. Su fruto es un distanciamiento de los resultados que nunca pierde la alegra (frente al estereotipo del pesimismo del cardenal) y se introduce cada vez ms en el misterio de Cristo que se ofrece, sacramental mente, a travs de la trama de las circunstancias y las relaciones cotidianas. Y lo que es ms importante, esta actitud no apaga nunca la pregunta que, agustinianamente, es dramtica, pero est llena de deseo.

Ms an, todos sus escritos, su misma concepcin de la teologa, estn marcados por la pregunta. Hablando de su profesor de filosofa, Arnold Wilmsen, quien, en el seminario de Frisinga, presentaba un tomismo neoescolstico que para m estaba sencillamente demasiado lejano de mis interrogantes personales., el cardenal afirma: Nos impresionaban profundamente su entusiasmo y su profunda conviccin, pero ahora no pareca ser alguien que se planteara preguntas, sino alguien que defenda con pasin, frente a cualquier interrogante, lo que ha encontrado. Como jvenes, nosotros ramos precisamente personas que plantebamos preguntas .

A Ratzinger, por eso, le apasiona el tema, tambin muy querido para Balthasar, del nexo entre teologa y santidad. La teologa ha alcanzado sus cimas en la historia cuando ha sabido abrevar en la fuente de la santidad: Antonio-Atanasio-Benito-Gregorio Magno-Francisco-Buenaventura-Domingo-Toms. De este modo, por ejemplo, la cuestin soteriolgica no consiste, principalmente, en reflexionar sobre las condiciones de posibilidad del recorrido histrico a travs del cual el Dios Trinitario ha salvado a la humanidad, sino hablar de nuestra salvacin. Hablar de gracia no es, sobre todo, profundizar la condicin trascendental de posibilidad de un existencial sobrenatural, sino mirar a Cristo. Desde el momento en que asumi nuestra naturaleza humana, est presente en la carne humana y nosotros estamos presentes en l, el Hijo

c) El criterio de verificacin: la Iglesia como mbito de experiencia

Si la gnesis del mtodo de Ratzinger se encuentra en el ensimismamiento personal con Jesucristo como principio asctico concreto, el sentido de la Iglesia representa, quizs, dentro de este mtodo, el criterio para verificarla validez del pensamiento y de la accin. La Iglesia misma se entiende como el lugar de un acontecimiento que se realiza en la historia: La memoria de la Iglesia, la Iglesia corno memoria es el lugar de toda fe. Resiste todos los tiempos, ya sea creciendo o tambin desfalleciendo, pero siempre como comn espacio de la fe. En este sentido la Iglesia no es una agregacin de hambres, que tiene como pretexto el pasado. Pertenece, a su modo, al acontecimiento mismo de la Revelacin. Es, como est implcito en la expresin paulina cuerpo de Cristo la comunin de los fieles y representa en este mundo la presencia de Cristo. De este modo Cristo convoca a los hombres y los rene en un pueblo, hacindoles partcipes de su poder redentor.

Cmo esta nocin de Iglesia, constantemente retomada y enriquecida por los estudios del cardenal que a menudo vuelve sobre las nociones de pueblo de Dios, de nuevo pueblo de Dios y de Cuerpo de Cristo (la ltima y estimulante profundizacin se encuentra precisamente en La sal de la tierra, se convierte en criterio de verificacin de su mtodo de pensamiento y de accin? En mi opinin, a travs de la categora de experiencia. Ratzinger habla de la lglesia como mbito de experiencia. A partir del estudio de los grandes padres y doctores de la Iglesia, el cardenal elabora un concepto de experiencia (experiencia del pueblo de Dios) que afina al confrontarlo con filsofos y telogos contemporneos (Gadamer, Kolakowski, Mouroux, Balthasar), y que lleva consigo, sobre todo, una atencin continua al modo en que se plantean los problemas, las cuestiones, las preguntas, las ansias, las urgencias, las esperanzas y las angustias del hombre en la concreta situacin en la que se encuentra. En segundo lugar, afirma que, en la Iglesia, a esta experiencia vivida le corresponde una cierta primaca respecto a las instituciones y preceptos. Esta concepcin de la iglesia como mbito de experiencia la convierte, segn Ratzinger, en sujeto que acta en la historia y en prueba de la bondad de toda prctica y pensamiento cristianos. Me parece que en este contexto se puede situar otra constante del pensamiento del cardenal. Me refiero al peso de la eucarista en su reflexin eclesiolgica. La celebracin eucarstica nos hace intuir con ms precisin la naturaleza del cristianismo, la cual, como el genio catlico no deja de recordarlo desde hace dos mil aos, se encuentra completamente en la nocin de sacramento. Precisamente porque la experiencia eclesial es una experiencia sacramental, el pro semper del acontecimiento de Cristo se encuentra, hoy, con el hombre. La Iglesia encuentra en el septenario sacramental la realizacin completa de la lgica de la encarnacin y, al mismo tiempo, su renacer continuo en el corazn de la persona. En el sacramento se da, en efecto, la contemporaneidad entre la verdad eterna que es Dios y la naturaleza dramtica; es decir, finita pero capaz de infinito, que es el hombre. En cada momento de la historia la verdad cristiana es contempornea de la libertad del hombre a la que se propone. sta es la razn por la que la fe no se experimenta nunca como algo extrao al hombre, de cualquier tiempo Slo donde se d una reduccin de la esencia del cristianismo es posible el divorcio entre los dos polos.

De este modo nace en Ratzinger la conciencia del carcter definitivo del acontecimiento de Cristo y de su capacidad de juzgar la totalidad. La expresin cientficamente madura de esta posicin viene representada por el tratado sobre la escatologa. Esta capacidad de juicio proyecta una luz nueva sobre la concepcin de la cultura caracterstica de Ratzinger, como fruto del impacto del sujeto eclesial, que vive incorporado por el bautismo a Jesucristo, con la realidad. En esta visin de la cultura, contenidos y sujeto adquieren toda su relevancia precisamente en la experiencia: es posible que los contenidos se transmitan adecuadamente cuando el sujeto que comunica los vive. En este sentido la comunicacin se convierte en una invitacin a una comunin personal: se comunica cuando se comparte la experiencia, cuyo horizonte es la realidad entera sin censura alguna. La invitacin real de experiencia a experiencia y no otra cosa fue, humanamente hablando, la fuerza misionera de la antigua Iglesia. Esta posicin determina la concepcin que Ratzinger tiene del lugar central que ocupa la catequesis y de su importancia cultural. La catequesis promueve la razn en la fe, aspecto ms necesario que nunca en el actual panorama socio-cultural puesto a prueba por el nihilismo. La visin misma de la relacin existente entre fe, historia y cultura est presente en las intervenciones del cardenal acerca de distintos aspectos de la ciencia, la poltica y la economa.

3. Abanderado del reto conciliar

Esta sensibilidad metodolgica, fuertemente unitaria y articulada al mismo tiempo, capaz de sntesis pero tambin de subrayar los mnimos matices de un fenmeno histrico o de un aspecto del pensamiento, es comn a todas las etapas del itinerario de Ratzinger. Constituye el factor de continuidad de su obra. Esto nos obliga, en cierto sentido, a deshacer un primer tpico que ha surgido en torno al pensamiento de Ratzinger. Me refiero al supuesto paso de telogo progresista, en fases sucesivas, a prefecto restaurador. Para una persona que posee un principio sinttico vital, en nuestro caso una experiencia de fe vinculada a una comunidad en camino, el desarrollo de su pensamiento, no falto, obviamente, de correccin y clarificacin, lejos de ser prueba de discontinuidad, muestra la riqueza y la madurez del mismo. La afirmacin de una supuesta ruptura en el pensamiento de Ratzinger debe atribuirse al prejuicio ideolgico, hoy demasiado presente incluso entre cristianos, que aplica el modelo conservadores/progresistas a la Iglesia, tanto a sus expresiones orgnicas como a sus hombres.

Otro tpico que desaparece con facilidad, apenas se conoce a la persona, es el de prefecto de hierro, que nos hara pensar, antes que en una rigidez de pensamiento, en una persona dura en su trato con los dems. Es suficiente hablar una vez con el cardenal para percibir su exquisita humanidad.

Existe, no obstante, un dato ms objetivo, ligado al ejercicio de su tarea como Prefecto de la Congregacin para la Doctrina de la Fe, ayuda a comprender la debilidad de estos tpicos. Ratzinger ha tenido que asumir este grave servicio en una comprometida etapa de transicin en la Iglesia. Se puede percibir la extrema delicadeza de esta etapa si se piensa en el hecho de que la autoconciencia doctrinal de la iglesia ha profundizado, clarificndola, la nocin de Revelacin presente en la Dei Filius (Vaticano I) a travs de la Dei Verbum. Segn De Lubac, el concilio Vaticano II sustituye una idea de verdad abstracta con la idea de una verdad lo ms concreta posible: es decir, la idea de la verdad personal, aparecida en la historia, operante en la historia y capaz de sostener; desde el seno mismo de la historia, toda la .historia, la idea de esta verdad en persona que es Jess de Nazaret, plenitud de la Revelacin Los textos de Ratzinger, desde la tesis de habilitacin de Buenaventura hasta las recientsimas pginas contenidas en Mi vida, no dejan de volver con puntos de vista siempre ms estimulantes sobre este inagotable tema.

La profundizacin de la autoconciencia de la Iglesia sobre la Revelacin ha comportado un desplazamiento de lenguaje a muchos niveles: de la liturgia a la catequesis, de la teologa a las declaraciones del Magisterio. Siendo extremadamente sinttico, se puede decir que el lenguaje eclesial, teniendo que aceptar este reto, se ha transformado de conceptualista en simblico,.. Reto al que no se ha sustrado el mismo Magisterio, sobre todo el de Juan Pablo II, como se ve en el lenguaje pastoral de sus declaraciones magisteriales. Est claro que la calificacin de pastoral no implica oposicin alguna a la de doctrinal. Es ms, si se comprende adecuadamente, aqulla valora todo el rigor de la formulacin doctrinal. El mismo Ratzinger nos ilumina acerca de esta evolucin del lenguaje cuando dice de s: Yo opinaba que la teologa escolstica, tal como estaba, haba dejado de ser un buen instrumento para un posible dilogo entre la fe y nuestro tiempo. En aquella situacin, la fe tena que abandonar el viejo Panzer y, hablar un lenguaje ms adecuado a nuestros das Es Ratzinger mismo quien se ha confrontado, con estima, con esta teologa escolstica. No conviene perder de vista, a tal propsito, la interesante anotacin sobre el inicio de los trabajos conciliares: El cardenal Frings recibi los esquemas preparatorios (`Schemata'), que deban presentarse a los padres l me envi estos textos regular-mente para que le diese mi parecer y las propuestas de mejora. Obviamente, tena alguna observacin que hacer sobre diferentes puntos, pero no encontraba ninguna razn para rechazarlos por completo como despus, durante el Concilio, machos reclamaron y, finalmente, consiguieron

Redescubrir la tradicin a la hora de presentar la nocin de Revelacin, con todas sus delicadas implicaciones, tanto de contenido como de mtodo, es uno de los factores, si no el factor decisivo, que permite a Ratzinger el original ejercicio de su molesto ministerio en la Iglesia, La persona, la competencia y el mtodo teolgico de Ratzinger estn favoreciendo el delicado trabajo de la Congregacin. De este trabajo resulta ms evidente su tarea de promocin de la doctrina de la fe. inseparable de la de defensa de la misma.

De esta forma la personalidad del cardenal no sobresale respecto a su ministerio y, al mismo tiempo, la obediencia a la tarea que le ha sido encomendada no cesa de perfilar los rasgos de su personalidad. Lo que sorprende, cuando se tiene la oportunidad de escucharle y de dialogar con l sobre los problemas ms diversos, es que te comunica siempre un matiz ms, algo nuevo, te abre siempre a algo que t no habas visto antes,

El ministerio de Juan Pablo II y el desarrollo del magisterio pontificio de estos ltimos veinte aos, como autntica interpretacin del concilio Vaticano II en continuidad con toda la Tradicin, ha encontrado un colaborador original y fiel en este genuino hijo del pueblo bvaro.

+ Angelo Scola

Rector de la Pontificia Universidad Lateranense

Roma

INFANCIA ENTRE EL INN Y EL SALZACH

No es fcil afirmar cul es realmente mi patria chica. Mi padre, que era gendarme, deba mudarse con frecuencia de un lugar a otro; as que tuvimos que estar constantemente de traslado. Esta peregrinacin continua concluy en el ao 1937 cuando, cumplidos los sesenta aos de edad, se jubil. Nos establecimos entonces en una casa en Hufschlag, junto al Traunstein, que se convirti en ese momento en nuestro verdadero hogar. El anterior peregrinaje constante qued reducido a un radio limitado: el que comprende el rea del tringulo de tierra entre el Inn y el Salzach, cuyo paisaje e historia impregnaron profundamente mi juventud. Se trata de una tierra de antiguos asentamientos celtas, que despus form parte de la provincia romana de Rezia y que siempre ha permanecido orgullosa de esta doble raz cultural. Hallazgos arqueolgicos clticos nos retrotraen a un pasado lejano y nos unen a la historia del mundo cltico de Galia y Britania. Se conservan todava fragmentos de calzadas romanas, y no son pocas las localidades que pueden exhibir, con el orgullo de su larga historia, su antiguo nombre latino. El cristianismo lleg a estas tierras antes del perodo constantiniano trado por soldados romanos y, aunque fue sacudido por los tumultos y disturbios de las invasiones germnicas, se salvaron algunos retazos de creyentes. A stos podemos unir los misioneros llegados de Galia, Irlanda e Inglaterra; algunos creen descubrir tambin influencias bizantinas. Salzburgo -la Iuvavum romana- se convirti en una metrpolis cristiana que model la historia cultural ce esta tierra hasta la era napolenica. Virgilio, el extraordinariamente indmito y obstinado obispo, se convirti en una figura determinante. Ms importante todava es la figura de Ruperto, venido de la Galia, cuya veneracin se mantiene an ms viva que la de Corbiniano, fundador de la dicesis de Frisinga. puesto que slo tras las revueltas del perodo napolenico pudo unirse esta tierra a la nueva dicesis de Munich y Frisinga. Obviamente, al recordar la antigua historia cristiana de esta zona no podemos dejar de mencionar la figura del anglosajn Bonifacio, al que corresponde el Mrito de ser el creador de la organizacin eclesistica en el territorio bvaro de aquel entonces.

Nac el 16 de abril de 1927. Sbado Santo, en Marktl, junto al Inn. El hecho de que el da de mi nacimiento fuera el ltimo de la Semana Santa y fuese la vspera ce la noche de Pascua de Resurreccin ha sido frecuentemente recordado por mi familia; y ms an que fuese bautizado al da siguiente de mi nacimiento, con el agua apenas bendecida de la noche pascual -que entonces se celebraba por la maana-. ser el primer bautizado con la nueva agua se consideraba como un importante signo premonitorio. Siempre ha sido muy grato para m el hecho que, de este modo, mi vida estuviese ya desde un principio inmersa en el misterio pascual, lo que no poda ser ms que un signo de bendicin. Indudablemente no era el domingo de Pascua, sino exactamente el Sbado Santo. No obstante. cuanto ms lo pienso, tanto ms me parece la caracterstica esencial de nuestra existencia humana: esperar todava la Pascua y no estar an en la luz plena, pero encaminarnos confiadamente hacia ella.

Dado que, a los dos aos de mi nacimiento, en 1929. tuvimos que abandonar ya Marktl, no conservo ningn recuerdo propio del lugar, slo lo que mis padres y mis hermanos me contaron. Me hablaron de la nieve alta y del punzante fro en el da de mi nacimiento, tanto que mis dos hermanos mayores, con gran pesar suyo, no pudieron asistir a mi bautizo por el riesgo de coger un resfriado. Aquel perodo transcurrido por mi familia en Marktl no fue ni mucho menos una etapa fcil: dominaba el paro, las indemnizaciones de guerra gravaban la economa alemana, la lucha de partidos enfrentaba los unos a los otros, las enfermedades causaban estragos en nuestra familia. Pero quedan tambin muy bellos recuerdos de amistad y de ayuda mutua, de pequeas fiestas en familia y de vida eclesial. No puedo olvidarme de sealar que Marktl se encuentra muy cerca de Alttting, el antiguo y venerable santuario mariano sobresaliente ya en la poca carolingia. que a partir de la Edad Media tarda se convirti en un lugar de grandes peregrinaciones hacia Baviera y la Austria occidental. Precisamente en aquellos aos. Alttting empezaba a recobrar un nuevo esplendor: Conrado de Parzham, el santo hermano portero, fue beatificado primero y despus canonizado. En este hombre humilde v bondadoso veamos nosotros encarnado lo mejor de nuestra gente, guiada por la fe en la realizacin de sus ms bellas posibilidades. Ms tarde, he reflexionado a menudo sobre esta extraordinaria circunstancia por la cual la iglesia, en el siglo del progreso y de la fe en las ciencias, se ha visto representada en lo mejor de s misma en personas muy sencillas como Bernadette de Lourdes o, concretamente, en el hermano Conrado, a los que apenas parecen afectarles las corrientes de la historia: ;es tal vez esto una seal de que la iglesia ha perdido su capacidad de incidir en la cultura y slo consigue tomar asiento fuera del autntico flujo de la historia? O es un signo de que la capacidad de acoger con inmediatez lo que en verdad importa se da todava hoy a los ms pequeos, a quienes se les ha concedido una mirada que, en cambio, tan a menudo les falta a los sabios e inteligentes. (cf. Mt 11,25)? Estoy efectivamente convencido de que estos -pequeos santos son precisamente una gran seal para nuestro tiempo: un tiempo que me conmueve tanto ms profundamente cuanto ms vivo en l y con l.

Pero volvamos a mi infancia. La segunda etapa de nuestro peregrinaje fue Tittmoning, la pequea ciudad sobre el Salzach, cuyo puente forma al mismo tiempo frontera con Austria. Tittmoning, cuya arquitectura es tan marcadamente salzburguesa, ha permanecido como el pas de los sueos de mi infancia. Veo todava la plaza de la ciudad, en su mayesttica grandeza, con sus nobles fuentes, delimitada por las puertas de Laufen y de Burghausen, y totalmente rodeada por antiguas y soberbias casas burguesas: una plaza que hara honor a cualquier gran ciudad. Sobre todo los escaparates iluminados de las tiendas en el perodo navideo han quedado grabados en mi memoria como una maravillosa promesa. En Tittmoning, en la poca de la Guerra de los Treinta Aos, Bartolomeo Holzhauser haba redactado por escrito sus visiones apocalpticas. Pero su mrito principal fue el haber continuado y renovado la vida comunitaria del clero secular, segn una idea que se remonta a Eusebio di Vercelli y a san Agustn. Permanecan todava los ttulos del captulo cannico fundado por l en la pequea ciudad sobre el Salzach: el prroco era llamado decano y los coadjutores cannigos. Como conviene a una iglesia canonical, el Santsimo era conservado en una capilla sacramental propia y no en el tabernculo del altar mayor. Por eso tenamos la impresin de que nuestra pequea ciudad posea a todas luces algo verdaderamente especial: tambin la iglesia parroquial se alzaba alta, como un pequeo castillo, por encima de la ciudad. Pero lo que ms ambamos sobre todo era la hermosa y antigua iglesia monacal barroca, que antao haba pertenecido a los cannigos agustinos y que entonces estaba al cuidado amoroso de las Damas inglesas. En los antiguos edificios monsticos se encontraban la Escuela de Seoritas y el entonces Instituto para la Formacin del Nio, llamado Jardn de Infancia. Ha quedado particularmente grabado en mi memoria el recuerdo del Santo Sepulcro, con muchas flores y luces de colores, que se eriga entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua y que nos ayudaba a sentir prximo el misterio de la Muerte y la Resurreccin, a percibirlo con nuestros sentidos internos y externos, mucho antes que cualquier intento de comprensin racional.

Con todo esto, estoy plenamente convencido de no haber agotado todas las peculiaridades que hacan tan querida nuestra ciudad y de las cuales estbamos tan orgullosos. Subiendo por la colina que se alzaba sobre el valle del Salzach, se llegaba a la capilla de Ponlach, un querido santuario barroco. totalmente rodeado ce bosque: cerca susurran todava, descendiendo hacia el valle, las claras aguas del Ponlach. Con frecuencia bamos en peregrinacin los tres hermanos con nuestra madre hasta all y disfrutbamos de la paz que reina en ese lugar. Y no puedo olvidar mencionar tambin, claro est, la potente mole de la fortaleza que se eleva sobre la ciudad y que nos habla de su pasada grandeza. El edificio ce la gendarmera y nuestra vivienda estaban unidos y era una de las casas ms bellas construidas en la plaza mayor de la ciudad: durante un tiempo haba pertenecido al Captulo de los cannigos. Por cierto que la belleza ce la fachada no garantiza que una vivienda sea confortable. El pavimento era penoso, las escaleras empinadas y las habitaciones asimtricas. La cocina y las habitaciones eran estrechas, pero, en compensacin, el dormitorio estaba situado en la antigua Sala Capitular, lo que, por otro lado, no resultaba realmente cmodo. Para nosotros, nios, todo esto era absolutamente misterioso y excitante, pero para mi madre; sobre la cual recaa el peso de las labores domsticas, era motivo de gran fatiga. Por eso, a ella le alegraba mucho ms que a nosotros salir a dar un paseo juntos. Estbamos a pocos pasos de la vecina Austria. Era un sentimiento nico encontrarse, en pocos metros. en el extranjero, donde, no obstante, se hablaba la misma lengua y, con pequeas diferencias, tambin el mismo dialecto que hablbamos nosotros. En otoo buscbamos en los campos la lechuga silvestre y, sobre los prados alrededor del Salzach, bajo la direccin de mi madre, diversas cosas tiles para nuestro querido Portal de Beln. Entre nuestros ms bellos recuerdos se encuentran las visitas que hacamos a una anciana seora durante los das de Navidad: su Beln era tan grande que llenaba casi la casa entera. Me viene tambin a la memoria la buhardilla donde un amigo organizaba para nosotros un teatrillo de marionetas, cuyas figuras hacan volar nuestra fantasa.

A pesar de todo, percibamos que nuestro apacible mundo infantil no era precisamente lo que podamos con siderar un paraso. Tras aquellas hermosas fachadas se esconda una gran pobreza. La crisis econmica haba afectado muy seriamente a nuestra pequea ciudad fronteriza, olvidada por el progreso. El clima poltico se intensificaba de un modo creciente. Aunque no comprenda del todo lo que en aquellos tiempos estaba sucediendo, en mi memoria han permanecido claramente impresos los llamativos carteles electorales v las constantes luchas polticas a que hacan referencia. La incapacidad de la repblica de entonces de garantizar la estabilidad poltica y de tomar iniciativas polticas convincentes era ms que evidente en esta exasperante lucha de partidos, perceptible incluso para un nio. El partido nazi era el que jugaba su papel con ms fuerza, presentndose como la nica alternativa clara en el caos reinante. Cuando Hitler fracas en su intento de ser elegido a la presidencia del Reich, mi padre y mi madre se sintieron algo ms tranquilos, pero no eran demasiado entusiastas del presidente electo Hindenburg, porque no vean en l ninguna garanta segura contra el avance de los camisas pardas. En las reuniones pblicas mi padre deba intervenir siempre ms de lo deseable contra la violencia de los nazis. Percibamos con mucha claridad la enorme preocupacin que le embargaba y que no era capaz de quitarse de encima ni siquiera en los pequeos gestos cotidianos.

LOS PRIMEROS AOS ESCOLARES EN EL PUEBLO DE ASCHAU. A LA SOMBRA DEL TERCER REICH

A finales de 1932 mi padre decidi que nos trasladramos nuevamente ce lugar. puesto que en Tittmoning se haba arriesgado demasiado contra los nazis. En diciembre, poco antes de Navidad, nos instalamos en nuestro nuevo hogar de Aschau junto al Inn, un prspero pueblo campesino con grandes y vistosas granjas. Mi madre qued agradablemente sorprendida de la nueva y preciosa casa que nos correspondi. Un agricultor haba construido una pequea casa de campo con terraza y balcones que, para los criterios de entonces, era muy moderna, alquilndola despus a la gendarmera. La oficina y la vivienda del segundo gendarme estaban situadas en la planta baja. Para nosotros estaba destinado el primer piso, el cual era un confortable hogar. Formaba parte de la casa un pequeo jardn delantero con un bello crucifijo que ciaba al camino y un gran prado en el que haba un estanque con carpas, donde yo una vez, mientras jugaba, estuve a punto de ahogarme. En medio de la aldea, como es frecuente en Baviera, haba una gran fbrica ce cerveza. La cervecera de la fbrica era el punto de encuentro de los hombres todos los domingos; la verdadera plaza del pueblo se encontraba al otro lado de la aldea, con otra gran cervecera, la iglesia y la escuela.

Naturalmente, para nosotros, nios. faltaba la grandiosidad de la pequea ciudad de la que habamos venido y de la que estbamos tan orgullosos. La graciosa iglesita neogtica del pueblo no poda resistir la comparacin con la que estbamos habituados en Tittmoning. Las tiendas eran sencillas y el dialecto demasiado rudo, de tal modo que al principio no entendamos algunas palabras. No obstante, muy pronto empezamos a amar a nuestro pueblo y a valorar sus bellezas propias. Pero nos cay encima la gran historia. Habamos llegado all en diciembre de 1932 y ya el 30 de enero de 1933 Hindenburg confi a Hitler el cargo de canciller del Reich; lo que en el lenguaje del partido nazi se llam toma del poder, lo fue efectivamente. Se practic la fuerza del poder desde el primer momento. No recuerdo nada de aquel da lluvioso, pero mis hermanos me han contado que la escuela tuvo que realizar una marcha a travs del pueblo que se convirti en un zapateo sobre el barro y bajo la lluvia y que no despert entusiasmo alguno. De todos modos, siempre haba habido en el pueblo nazis declarados y nazis ocultos. Todos ellos vieron que por fin sus das haban llegado y que de repente podan sacar, para terror de muchos, sus oscuros uniformes del armario. Fueron implantadas la Hitlerjugend. (Juventudes hitlerianas) y la Bund deutscher Mdchen (Liga de muchachas alemanas), asociadas a la escuela, de tal modo que mi hermano y mi hermana tuvieron que tomar parte en sus manifestaciones. Mi padre sufra mucho por el hecho de estar al servicio de un poder estatal a cuyos representantes consideraba unos criminales, si bien, gracias a Dios, en aquel tiempo su trabajo en el pueblo apenas se vio afectado. En los cuatro aos que nosotros pasamos en Aschau, por lo que puedo recordar, el nuevo rgimen se dedic slo a espiar y tener bajo control a los sacerdotes que tenan una conducta hostil al Reich; se comprende fcilmente que mi padre no slo no colabor en ello, sino que, por el contrario, protegi y ayud a los sacerdotes que saba que corran peligro.

Por lo dems, el nacionalsocialismo slo pudo cambiar la vida de la pequea aldea muy lentamente. Al principio, el maestro, como es costumbre en Baviera, sigui ejerciendo de organista y director del coro de la iglesia y continu dando las clases de Biblia, mientras el catecismo le corresponda al prroco. Al principio pareca que esto poda ser garantizado por el Concordato, pero bien pronto se pudo comprobar que para los nuevos patrones la fidelidad a los convenios no contaba para nada. Primero se produjo la lucha contra la escuela confesional: haca falta liquidar el todava existente vnculo entre iglesia y escuela y que el fundamento espiritual de esta ltima no fuera la fe cristiana, sino la ideologa del Fhrer. Los obispos llevaron a cabo con dureza la lucha en defensa de la escuela confesional, la lucha por la observancia del Concordato: han quedado muy grabadas en mi memoria las cartas pastorales sobre este asunto que el prroco lea durante las celebraciones dominicales. Ya entonces empec a darme cuenta de que con la lucha en defensa de las instituciones desconocan en parte la realidad. Porque, en efecto, la sola garanta institucional no sirve para nada, si no existen las personas que la sostengan con sus propias convicciones personales. Esto, por el contrario, se daba slo en parte; ciertamente, entre los profesores ms ancianos y tambin entre los ms jvenes, haba algunos que estaban profundamente convencidos y eran conscientes de su fe, para los que la fe cristiana era el ms autntico fundamento de nuestra cultura y, por ello, tambin de su labor de educadores. Pero entre los docentes ms viejos haba un resentimiento anticlerical que, si se piensa en la vigilancia que el clero ejerca entonces sobre la escuela, no estaba falto de razn. En las jvenes generaciones haba nazis convencidos. Tanto en un caso como en otro, la insistencia sobre las garantas institucionales del cristianismo caa en el vaco. Los profesores que tuve durante mi perodo escolar de cuatro aos en Aschau no eran ciertamente unos cristianos convencidos, pero trataban de mantener las distancias con el nuevo movimiento. Dado que la iglesia era el centro del pueblo, no slo arquitectnicamente sino sobre todo en el modo de sentir y vivir de la gente, hubiera sido poco prudente ponerse demasiado en contra de ella: al nuevo rgimen esto slo le hubiera procurado enemigos.

Haba un joven profesor -hombre de mucho talentoque estaba entusiasmado con las nuevas ideas. Intent abrir 1|una brecha en la estable unin de la vida de la aldea. toda ella impregnada por los tiempos litrgicos de la iglesia. Con gran pompa hizo que se levantara un rbol de mayo y compuso una especie de plegaria como smbolo de la fuerza vital que constantemente se renueva. Aquel rbol deba representar el inicio de la restauracin de la religin germnica, contribuyendo a reprimir el cristianismo y a denunciarlo como elemento de alienacin de la gran cultura germnica. Con la misma intencin, organiz adems las fiestas del solsticio de verano, siempre como retorno a la santa naturaleza y a los orgenes propios y en polmica con las ideas de pecado y redencin que, como sabamos. haban sido introducidas e impuestas por las creencias extranjeras ce judos y romanos. Hoy; cuando escucho cmo en muchas partes del mundo se hace una crtica del cristianismo como destruccin ce los valores culturales autctonos e imposicin de los valores europeos y occidentales. me sorprendo de la analoga de estos tipos de argumentacin con los que se empleaban en aquel entonces y de lo tristemente familiares que me resultan ciertas expresiones retricas. Por fortuna, semejantes eslganes no producan demasiado efecto en la sobria mentalidad de los campesinos bvaros. Los chavalotes se interesaban ms por las salchichas que colgaban del rbol y que acababan en los bolsillos de los ms rpidos en trepar para cogerlas que en los altisonantes discursos del maestro de escuela.

Otro signo inquietante de los nuevos tiempos fue el faro construido con celeridad sobre el Winterberg, una de las colinas que circundan el pueblo. De noche; cuando parta el cielo con su luz deslumbrante, apareca como el relampaguear de un peligro, que no sabamos entonces cmo llamar. Se deca que as podan divisarse los aviones enemigos. Pero sobre el cielo ce Aschau no haba aviones y mucho menos enemigos. En lo ms ntimo sabamos que se estaba preparando alguna cosa que poda slo ser motivo de profunda inquietud pero ninguno alcanzaba a creer que estuviese ocurriendo algo abominable en aquel mundo, entonces tan aparentemente apacible. Cuando nos marchamos de all, en 1937, supimos que se haba proyectado la construccin de unas instalaciones que se levantaron -con inusitada rapidez- cuidadosamente ocultas entre los rboles del bosque. Se trataba de una fbrica de municiones que no poda ser divisada desde el aire; lo que nos esperaba empezaba a adquirir una forma clara y terrible.

Pero, como queda dicho, todo aquello no lo vivimos en primera persona. En aquel intervalo de tiempo, la vida cotidiana en el pueblo fue, en lneas generales, la de siempre. En primer lugar, mi hermano se hizo monaguillo; despus, en 1937, cuando entr en el Instituto de Bachillerato de Traunstein y en el seminario del Colegio Arzobispal de all, yo segu sus pasos, aun cuando no poda compararme con el en empeo y capacidad. Mi hermana comenz a acudir a la Escuela Media Femenina de Au sobre el Inn a partir de aquel mismo ao. La escuela estaba dirigida por hermanas franciscanas en un antiguo complejo monstico de los cannigos agustinos que comprenda tambin una de las ms bellas iglesias barrocas de nuestra regin bvara. En lneas generales, la Iglesia continuaba, al menos por el momento, dando su impronta en la formacin escolar, si bien la escuela de Au se hallaba ya expuesta a algunas vejaciones. La vida campesina tambin permaneca fuertemente unida en una simbiosis estable con la fe de la Iglesia: nacimiento y muerte, matrimonio y enfermedad, siembra y cosecha..., todo estaba comprendido en la fe. Aunque el modo de vivir y pensar de cada persona en particular no siempre corresponda a la fe de la Iglesia, ninguno poda imaginar morir sin el consuelo de la iglesia o vivir sin su compaa otros grandes acontecimientos de la vida. La vida, sencillamente, se habra perdido en el vaco, habra perdido el lugar que la sostena y le daba sentido. No se iba tan habitualmente como hoy a comulgar, pero haba das fijos para recibir el sacramento, que casi nadie dejaba pasar; si alguien no poda mostrar la hojita que atestiguaba la confesin pascual, era considerado un asocial. Hoy, cuando escucho decir que todo esto era muy externo y superficial, reconozco ciertamente que la mayora lo hacan ms por obligacin social que por conviccin interior. No obstante, no careca del todo de significado el hecho de que en Pascua tambin los grandes campesinos, que eran los verdaderos propietarios de la tierra, se arrodillaran humildemente en el confesionario para confesar sus pecados igual que lo hacan sus criadas y criados, que eran, todava entonces, muy numerosos. Este momento de humillacin personal, en el que las diferencias de clase social no existan, no dejaba de tener consecuencias.

El ao litrgico daba al tiempo su ritmo y yo lo percib ya de nio, es ms, precisamente por ser nio, con gran alegra y agradecimiento. En el tiempo de Adviento, por la maana temprano, se celebraban con gran solemnidad las misas Rorate en la iglesia an a oscuras, slo iluminada por la luz ce las velas. La espera gozosa de la Navidad daba a aquellos das melanclicos un sello muy especial. Cada ao, nuestro Nacimiento aumentaba con alguna figura y era siempre motivo de gran alegra ir con mi padre al bosque a coger musgo, enebro y ramitas de abeto. Los jueves de Cuaresma se organizaban unos momentos de adoracin llamados del Huerto de los Olivos, con una seriedad y una fe que siempre me conmovan profundamente. Particularmente impresionante era la celebracin de la Resurreccin, la noche del Sbado Santo. Durante toda la Semana Santa las ventanas de la iglesia se cubran de cortinas negras, de modo que el ambiente, aun a pleno da, resultaba inmerso en una oscuridad densa de misterio. Pero apenas el prroco cantaba el versculo que anunciaba Cristo ha resucitado!, se abran de repente las cortinas de las ventanas y una luz radiante irrumpa en todo el espacio de la iglesia: era la ms impresionante representacin de la Resurreccin de Cristo que yo consigo imaginarme. El movimiento litrgico, que haba llegado entonces a su punto ms alto, haba alcanzado a nuestro pueblo. El prroco organizaba misas comunitarias para los escolares en las que se lean los textos del Schott y las respuestas se recitaban en comn.

Qu era el Schott? A fines del siglo pasado, Anselm Schott, abad del monasterio benedictino de Beuron, haba traducido el misal al alemn. Haba ediciones slo en len gua alemana; otras tenan parte del texto de la misa en latn y parte en alemn; otras, en fin, en que todo el texto era en latn y al lado el texto alemn traducido. Un prroco muy abierto haba regalado a mis padres con ocasin de su boda el Schott en 1920; por eso, aquel libro de oracin estuvo siempre presente en nuestra familia. Nuestros padres nos ayudaron desde muy pequeos en la comprensin y entendimiento de la liturgia: era un libro de oracin para los nios inspirado en el misal; en l, el desarrollo de la accin litrgica iba ilustrado con imgenes para que se pudiese seguir bien lo que suceda: adems, presentaba de vez en cuando una breve plegaria que sintetizaba lo principal de las distintas partes de la liturgia, hacindola accesible para el rezo de los nios. Como paso siguiente recib un Schott para nios en el que estaban ya expuestas las partes esenciales de la liturgia: despus recib el Schott dominical, donde se expona ntegramente la liturgia del domingo y de los das festivos, y, finalmente, todo el misal completo. Cada nuevo paso que me haca profundizar ms en la liturgia era para m un gran acontecimiento. Cada librito litrgico que reciba era algo precioso, algo que no poda soar ms bello. Era una aventura fascinante entrar poco a poco en el misterioso mundo de la liturgia que se desarrollaba all, en el altar, ante nosotros y para nosotros. Cada vez se me haca ms claro que en ella yo encontraba una realidad que no haba sido inventada por nadie, que no era creacin de una autoridad cualquiera, ni de una gran personalidad en particular. Este misterioso entretejido de textos y acciones se haba desarrollado en el curso de los siglos a travs de la fe de la Iglesia. Llevaba en s el peso de toda la historia y era, al mismo tiempo, mucho ms que un producto de la historia humana. Cada siglo haba dejado sus huellas. Las introducciones nos permitan ver lo que proceda de la Iglesia primitiva, lo proveniente del Medievo y lo que se origin en la poca moderna. No todo era lgico, muchas cosas eran complejas y no era siempre fcil orientarse. Pero, precisamente por esto, el edificio era maravilloso y era como mi hogar. Naturalmente, como nio no comprenda cada uno de los detalles, pero mi camino con la liturgia era un proceso de continuo crecimiento en una gran realidad que superaba todas las individualidades y las generaciones, que se converta en ocasin de asombro y descubrimientos siempre nuevos. La inagotable realidad de la liturgia catlica me ha acompaado a lo largo de todas las etapas de mi vida; por este motivo, no puedo dejar de hablar continuamente de ella.

AOS DE BACHILLERATO EN TRAUNSTEIN

En aquel tiempo, a causa de las exigentes prestaciones fsicas a que les obligaba su trabajo, los gendarmes se jubilaban a la edad de sesenta aos, Mi padre esperaba con impaciencia aquel da. Los numerosos turnos nocturnos de vigilancia que acarreaba su cargo le sometan a una dura prueba; pero ms an le pesaba la situacin poltica en que deba desarrollar su misin. Durante un largo perodo vacacional a causa de una convalecencia por enfermedad, realizaba frecuentes caminatas conmigo y me contaba cosas de su vida. Por fin, el da 6 de marzo de 1937, lleg su sexagsimo cumpleaos. Ya en el ao 1933 mis padres haban podido adquirir, a bajo precio, una vieja casa ce campo del ao 1726 (as estaba impreso, si mal no recuerdo, sobre una viga del tejado) en la periferia de Traunstein. Los anteriores propietarios haban malvendido sus terrenos; por eso, a la casa slo le perteneca ya un gran prado, en el que se levantaban dos grandes cerezos, manzanos; perales y ciruelos. El terreno estaba delimitado por un bosque de encinas, del cual nos separaban slo unos pocos pasos, y que luego ceda su lugar a un bosque de conferas que se extenda a lo largo de varias horas de camino. La propiedad estaba construida en el estilo alpino tpico de la zona de Salzburgo; el granero y el establo unidos a la vivienda bajo un mismo tejado. El tejado de los establos y del granero estaba cubierto de tablitas de criadera, protegidas contra el viento por el peso aadido de piedras. No haba agua corriente, pero, en compensacin, delante de la casa discurra una fuentecilla que daba un agua fresca y deliciosa. Ms tarde, cuando cerca de nuestra casa se construyeron otras con fuentes, la nuestra acababa por secarse en tiempos de sequa. Las ventanas del dormitorio donde dormamos los dos hermanos varones daban al sur. Por la maana, cuando descorramos las cortinas, veamos delante nuestro el Hochfellen y el Hochgern, las dos -montaas domsticas de Traunstein, tan cercanas que pareca que podamos tocarlas. Con el paso de los aos, nuestra madre acab por transformar aquella casa inicialmente un poco en ruinas y que mi padre haba hecho restaurar, en un esplndido hogar. Delante de las ventanas coloc jardineras de flores; en el terreno plant dos huertos, en donde creca todo tipo de cultivos para el sustento y que estaban completamente rodeados de flores. Las condiciones en que habamos encontrado la casa fueron motivo de no pocas preocupaciones para mi padre; pero para nosotros, nios, era un verdadero paraso de ensueo. Haba amplios cobertizos llenos de misterio, adems de una estancia semioscura de tejer, en la que haca tiempo sus propietarios haban ejercido este oficio manual. A ello hay que aadir el prado, la fuente, los rboles, el bosque... Despus de mucho peregrinar, habamos encontrado aqu, al fin, un lugar que sentamos como nuestro hogar, al que mi recuerdo retorna constantemente con agradecimiento. Guardo en mi memoria una inolvidable primera impresin: el camin con nuestros enseres nos haba precedido; llegamos con el coche de la duea de la casa de Aschau y lo primero que vimos fue el prado cubierto de flores primaverales. Era el comienzo del mes de abril.

Con la mudanza a Traunsten empez para m un nuevo perodo importante y difcil. Pocos das despus de nuestra llegada, la escuela abri sus puertas: empec entonces en el primer curso del Bachillerato humanstico, que corresponde actualmente al -Bachiller de lenguas clsicas. Para llegar a la escuela deba caminar cerca de media hora, tiempo suficiente para contemplar los alrededores y reflexionar, pero tambin para repetir lo que haba aprendido en clase. En la escuela primaria de Aschau haba aprendido y me haban exigido poco en general; ahora, por el contrario, deba estudiar una nueva materia y hacer frente a exigencias de estudio mucho mayores, tanto ms porque era el ms joven de la clase. El latn era la asignatura base de toda la enseanza escolar y se estudiaba con gran severidad y rigor, cosa que luego he agradecido toda mi vida. Cmo telogo no he tenido nunca dificultad para estudiar las antiguas fuentes en latn y griego y, en Roma, durante el Concilio, consegu ambientarme rpidamente en el latn teolgico hablado en aquella circunstancia, pese a no haber seguido jams cursos universitarios de esta lengua.

Por otro lado, en el Instituto de Traunstein, el nacionalsocialismo haba logrado, por el momento, cambiar pocas cosas. Ningn docente de latn y griego de la vieja guardia se haba adherido al partido, pese a la considerable presin ejercida sobre los funcionarios. Poco despus de mi ingreso en el Instituto. el subdirector de la escuela fue expulsado por no ser favorable a los nuevos patronos. Rememorando aquellos aos de estudio, encuentro que la formacin cultural basada en el espritu de la antigedad griega y latina creaba una actitud espiritual que se opona a la seduccin ejercida por la ideologa totalitaria. Hojeando el libro de canciones entonces en uso en la escuela, que contena al lado de una valiosa seleccin de textos antiguos, canciones nazis o cantos reelaborados con la introduccin de consignas nazis, me di cuenta que nuestro profesor de msica, catlico convencido, haba hecho suprimir con ingenio la expresin Juda den Tod (Muerte al judo!), sustituyndola por Wende die Not (Haz de la necesidad virtud) en un evidente juego rtmico de sonido que anulaba la consigna racista. Pero ya un ao despus de mi ingreso en el bachillerato lleg una reforma escolar radicalmente renovadora. Hasta entonces, el Instituto y la Escuela Real coexistan separadas con orientaciones cientficas distintas. Ahora vinieron a fusionarse en un nuevo modelo escolar: el de la denominada -Escuela Superior. En ella desapareci completamente la enseanza del griego, el latn qued considerablemente reducido -comenzaba en el tercer curso y fue sustituido por las lenguas modernas, especialmente el ingls- y adquirieron gran relieve las ciencias naturales. Con el nuevo modelo de escuela lleg tambin una nueva generacin de profesores ms joven, en la que haba algunos ciertamente muy preparados, pero tambin, al mismo tiempo, muchos acrrimos defensores del nuevo rgimen. Tres aos ms tarde fue desterrada la asignatura de religin. mientras se aumentaban las horas dedicadas a la actividad deportiva. Gracias a Dios, a quienes haban comenzado con el modelo viejo de bachillerato se les concedi terminarlo en su antigua forma, hasta su progresiva y total extincin.

Entretanto se dejaban sentir cada vez ms el bronco rumor ce la historia mundial. A principios del ao 1938 no podamos dejar de advertir los movimientos de tropas: se hablaba de guerra contra Austria, hasta que un da se anunci el avance de la Wehrmacht v la anexin de Austria al deutsche Reich, que desde aquel momento se llam la Gran Alemania. Para nosotros la toma del poder de los camisas pardas en Austria tuvo, no obstante, su lacio positivo: las fronteras del pas vecino haban sido cerradas por Hitler. Recuerdo que una vez hicimos una excursin desde Aschau a la amada Tittmoning. pero el puente sobre el Salzach, que habamos atravesado tantas veces de nios, estaba cerrado: no haba puente, sino una frontera. Ahora Austria estaba abierta ce nuevo, aunque, sin duda, a un alto precio. A partir de entonces nos acercbamos con ms frecuencia a la vecina Salzburgo con mis padres; siempre que bamos, hacamos peregrinaciones a Maria Plain, visitando sus luminosas iglesias y dejndonos inundar por la atmsfera de esta ciudad nica. Pronto, mi hermano tom una feliz iniciativa que nos hizo conocer otra dimensin ce Salzburgo: la guerra haba excluido a gran parte del pblico internacional de los festivales musicales de Salzburgo, as que era posible conseguir buenas entradas para los conciertos a bajo precio. As pudimos escuchar, por ejemplo, la Novena Sinfona de Beethoven, dirigida por Knappertsbusch, la Misa en do menor de Mozart, un Concierto de los Pequeos Cantores de la Catedral de Ratisbona y muchos otros inolvidables conciertos.

En ese tiempo se estaba operando otro decisivo cambio en mi vida. Durante dos aos acud a la escuela a pie, da tras da, con gran ilusin, pero el prroco insisti en que yo entrase en el seminario menor para poder ser introducido de manera sistemtica en la vida eclesistica. Para mi padre, cuya pensin era verdaderamente exigua, se trataba de un gran sacrificio. De todos modos, mi hermana, despus de haber superado el examen final de la Escuela Media Cientfica y haber prestado en 1939 el ao de servicio agrario obligatorio para las mujeres, haba encontrado un puesto de trabajo como empleada en un gran comercio de Traunstein, aligerando por este motivo el presupuesto familiar. Se tom, pues, la decisin y, por la Pascua de 1939, entr en el seminario, feliz y lleno de expectativas porque mi hermano me haba hablado estupendamente de l y porque yo tena ptimas relaciones con los seminaristas de mi clase. Pero soy de esa clase de personas que no estn hechas para la vida en un internado. En casa haba vivido y estudiado en gran libertad, tal como me gustaba, y pude construir mi propio mundo infantil. Ahora, encontrarme metido en una sala de estudio, con cerca de sesenta compaeros ms; era para m una tortura; me pareca casi imposible estudiar, algo que antes me haba resultado muy sencillo. Lo que me fastidiaba ms era que -en honor a una idea moderna de educacin- estaban previstas cada da dos horas de deporte en el amplio campo deportivo de la casa. Esta circunstancia lleg a ser para m un verdadero suplicio, ya que no estoy lo que se dice especialmente dotado para el deporte y adems era, para mi mayor infortunio, el ms pequeo entre mis compaeros de estudio, que eran hasta tres aos mayores que yo, lo que haca que mi fuerza fsica fuera netamente inferior a la de casi todos ellos. Tengo que decir, no obstante, que mis compaeros eran muy tolerantes conmigo, pero a la larga no es agradable tener que vivir de la tolerancia de los dems y saber que, para el equipo del que formas parte, no eres ms que una carga.

Mientras tanto, el drama de la historia iba acentundose cada vez ms a causa de los actos de violencia del Tercer Reich. La crisis de los Sudetes se desencaden y atiz con una maquinaria de mentira que hasta un ciego podra haber visto. Estaba claro que el acuerdo de Munich del otoo de 1938, que sancion la anexin del territorio de los Sudetes al Tercer Reich. era slo un aplazamiento, pero no una solucin del problema. Mi padre no acertaba a entender que los franceses, a los que l tena en alta consideracin, aceptasen al parecer, como casi normal, una violacin tras otra del derecho. A comienzos de 1939 se produjo la ocupacin de Checoslovaquia y, el 1 de septiembre de aquel mismo ao, tras una nueva campaa contra Polonia orquestada en un estilo parecido, estall la guerra. La guerra estaba en aquel momento lejos de nosotros, pero el futuro se presentaba ante nosotros inquietante, amenazador e impenetrable. Una consecuencia inmediata del estallido de la guerra fue que nuestro seminario fue requisado para hospital militar. Como consecuencia de ello, mi hermano y yo pudimos ir otra vez juntos a la escuela desde nuestra casa. Pero el director encontr unos alojamientos provisionales, primero en el centro termal de la ciudad (que por deseo del prroco Kneipp debiera haber sido un gran Centro de Salud Kneipp). despus en el Colegio Femenino de las Damas Inglesas en Sparz, en lo alto de la ciudad. La casa estaba completamente vaca, ya que los nazis haban cerrado todas las escuelas religiosas, de modo que los seminaristas y el cuerpo docente pudimos encontrar alojamiento. Pero no haba un campo deportivo y, en lugar de deporte, caminbamos juntos por las tardes por los bosques de los alrededores y jugbamos en el cercano lago de montaa. Se construan pequeas presas, se cogan peces... Verdaderamente era una vida feliz para un muchacho. Me reconcili con el seminario y viv un perodo muy bello. Tuve que aprender a adaptarme a la vida en comn, a salir de m mismo y a formar una comunidad con los dems, hecha de dar y recibir: estoy muy agradecido a esta experiencia que ha sido importante para mi vida.

Al principio la guerra pareca casi irreal. Despus de que Hitler haba machacado brutalmente a Polonia, en colaboracin con la Unin Sovitica de Stalin, la situacin pareci serenarse de modo imprevisto. Las potencias occidentales parecan indecisas y en el frente francs no suceda prcticamente nada. El ao 1940 fue el ao de los grandes triunfos de Hitler: ocupacin de Dinamarca y Noruega; Holanda, Blgica, Luxemburgo y Francia fueron sometidas en poco tiempo. Incluso personas que haban sido contrarias al nacionalsocialismo experimentaban una especie de satisfaccin patritica. El gran historiador de los Concilios; Hubert Jedin, ms tarde colega mo de enseanza en Bonn, tuvo que abandonar Alemania por su origen hebreo y pasar los aos del poder hitleriano en exilio involuntario en el Vaticano. En sus memorias ha descrito con palabras penetrantes la extraa escisin de sentimientos que le produjeron los acontecimientos de aquel ao. Mi padre vea con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sera una victoria de Alemania, sino del Anticristo, y que era el comienzo de los tiempos apocalpticos para todos los creyentes. Y no slo para ellos.

La guerra prosegua su curso inexorable. La etapa siguiente fue la sumisin de los Balcanes. El hecho de que la invasin de Gran Bretaa, tantas veces anunciada, continuase retrasndose, haca crecer la duda y la inquietud. No puedo olvidarme nunca de un soleado domingo del ao 1941 en el que nos lleg la noticia de que Alemania, juntamente con sus aliados, se haba lanzado al ataque de la Unin Sovitica en un frente que iba del Cabo Norte al Mar Negro. Aquel da, mi clase haba organizado un paseo en barca por uno de los lagos vecinos. El viaje fue muy bonito, pero la noticia de la prolongacin de la guerra gravitaba sobre nosotros como una pesadilla y paralizaba nuestra alegra. Aquello no poda marchar bien. Pensbamos en Napolen; pensbamos en las inmensas estepas rusas donde el ataque alemn habra acabado por perderse. Las consecuencias pudieron verse enseguida: interminables columnas de camionetas de auxilio desfilaban con soldados horriblemente heridos; se necesitaba todo el espacio posible para organizar hospitales militares. Todas las casas disponibles, tambin la de Sparz, fueron confiscadas. Los seminaristas que venan de fuera (prcticamente todos) deban buscar alojamiento en habitaciones privadas. Mi hermano y yo volvimos esta vez definitivamente a casa. Estaba ahora claro que la guerra se prolongara todava mucho, y as se presentaba cada vez ms amenazante en nuestras vidas. Mi hermano tena diecisiete aos; yo, catorce. Tal vez a m me dejaran en paz. Pero estaba claro que mi hermano no podra escaparse. Efectivamente, en el verano de 1942 tuvo que entrar en el llamado Servicio laboral del Reich, en otoo lo llamaron a filas en las Fuerzas Armadas, donde fue destinado en el Servicio Militar de las Comunicaciones como radiotelegrafista. Despus de algunas permanencias en Francia, Holanda y Checoslovaquia, en el ao 1944 le destinaron al frente italiano. All fue herido y enviado afortunadamente, de manera sorprendente, al seminario de Traunstein -habilitado como hospital militar-, el lugar de tantas gozosas experiencias. Pero, apenas reestablecido, fue nuevamente enviado al frente italiano.

A pesar de la grave oscuridad del cuadro histrico, ante m haba por delante un bonito ao en casa y en el Instituto de Traunstein. Me entusiasmaban los clsicos griegos y latinos; tambin me haban empezado a gustar las matemticas. Descubr sobre todo la literatura. Estudiaba con avidez historia de la literatura, lea a Goethe con entusiasmo. Schiller me pareca un poco demasiado moralista y me gustaban especialmente los escritores del siglo XIX: Eichendorff, Mrike, Storm, Stifter, mientras que otros como Raabe y Kleist me parecan ms lejanos. Naturalmente empec yo mismo a componer poesas con entusiasmo y me sumerg con renovado placer en los textos litrgicos, que intentaba traducir yo mismo de los textos originales de la mejor y ms viva manera. Fue un tiempo rico e intenso, lleno de esperanza en la grandeza que se me abra cada vez ms en el ilimitado mundo del espritu. Pero al lado de esto, todos los das se publicaba en el peridico la lista de los cados; casi todos los das haba una misa por algn joven soldado muerto. Los nombres eran, cada vez ms, de personas prximas a nosotros. Cada vez con ms frecuencia eran estudiantes de nuestro instituto, jvenes llenos de alegra de vivir y de confianza, que habamos conocido personalmente y que hasta haca poco tiempo haban vivido cerca de nosotros.

SERVICIO MILITAR Y PRISIN

En vista de la creciente carencia de personal militar, los hombres del rgimen idearon en 1943 una solucin. Dado que los estudiantes de los internados deban vivir juntos en comunidad, lejos de casa, no haba ningn obstculo para trasladar de lugar sus colegios, colocndolos prximos a las bateras antiareas. Por otro lado, como evidentemente no podan estudiar todo el da, pareca del todo normal que utilizasen su tiempo libre en servicios de defensa de los ataques areos enemigos. De hecho, yo no estaba en el internado desde haca mucho tiempo, pero desde el punto de vista jurdico s formaba parte todava del seminario de Traunstein. As, el pequeo grupo de seminaristas de mi clase -de los nacidos entre 1926 y 1927- fue llamado a los servicios antiareos de Munich. A los diecisis aos tuve que aceptar un tipo muy particular de internado. Habitbamos en barracones como los soldados regulares, que eran obviamente una minora, usbamos los mismos uniformes y. en lo esencial, debamos llevar a cabo los mismos servicios, con la sola diferencia que a nosotros se nos permita asistir a un nmero reducido de clases, impartidas por los profesores del renombrado instituto Maximiliano de Munich. Fue una experiencia interesante desde muchos puntos de vista. Formbamos una nica clase con los estudiantes de este instituto, llamados a su vez a prestar servicio en las bases antiareas, y para nosotros fue el encuentro con un nuevo mundo. Nosotros, los que procedamos de Traunstein, ramos mejores en latn y en griego, pero notbamos que, al fin y al cabo, habamos vivido en la provincia y que la metrpolis, con sus mltiples ofertas culturales, haba abierto nuevos horizontes a nuestros compaeros. Al principio hubo algn que otro roce, pero despus formamos un grupo verdaderamente unido. Nuestro primer puesto de destino fue Ludwigsfeld, al norte de Munich, donde estbamos encargados de proteger una sucursal de la BMW (Bayerische Motorenwerke), en donde se fabricaban motores de avin. A continuacin nos destinaron a Unterfhrin, al nordeste de Munich y, durante un breve perodo de tiempo, a Innsbruck, donde haba sido destruida la estacin y pareca necesario reforzar las defensas. Cuando cesaron los ataques en esta ciudad, fuimos finalmente destinados a Gilching, al norte del Ammersee, con una doble misin: debamos defender las instalaciones de la Dornier, de donde despegaban los primeros aviones a reaccin y, de modo muy genrico, `debamos impedir las operaciones de aviones aliados que se concentraban en esta zona antes de atacar Munich.

Es casi superfluo sealar que el perodo transcurrido en la base antiarea trajo consigo situaciones embarazosas, sobre todo para una persona tan poco inclinada a la vida militar como soy yo. Pero de Gilching conservo un bellsimo recuerdo. Estuve destinado en el servicio telefnico y el suboficial del que dependamos defendi con firmeza la autonoma del grupo. Estbamos dispensados de todos los ejercicios militares y nadie osaba inmiscuirse en nuestro pequeo mundo. La autonoma alcanz su mximo punto cuando me fue designado un alojamiento cercano a la batera vecina y, por razones inexplicables, tuve a mi disposi cin todo un local para m solo, una verdadera, aunque p. maria, habitacin particular. Fuera de mis horas de servid Poda hacer lo que quisiera y dedicarme, sin grandes ob, tculos a mis intereses. Adems, sorprendentemente, haba un gran grupo de catlicos comprometidos que consiguie ron organizar hasta lecciones de religin y que pudieramos frecuentar ocasionalmente la iglesia. Ese verano, paradjicamente, ha quedado grabado en mi recuerdo como un perodo esplndido, en el que pude llevar una existencia bastante independiente.

Pero, desde luego, las circunstancias histricas generales no eran lo que se dice alentadoras. A comienzos de ao; nuestra batera fue atacada con el resultado de un muerto y varios heridos. En verano comenzaron los ataques areos sobre Munich de manera sistemtica. Tres veces a la semana podamos ir a la ciudad para asistir a las clases del instituto Maximiliano, pero era terrible tener que constatar cada vez nuevas destrucciones y experimentar cmo la ciudad iba convirtindose en ruinas piedra a piedra. La atmsfera se llenaba cada vez ms de humo y olor a quemado. En un determinado momento no fue posible mantener con regularidad las lneas frreas. En esta situacin, la mayor parte de nosotros vea como una esperanza la invasin de Francia por parte de los aliados, que haba comenzado finalmente en julio: haba en el fondo una gran confianza en las potencias occidentales y la esperanza de que su sentido de la justicia ayudara tambin a Alemania a una nueva existencia pacfica. Pero. quin de nosotros vivira todo esto? Nadie poda estar seguro de salir vivo de aquel infierno.

El 10 de septiembre de 1944, en el perodo de edad del servicio militar, nos licenciaron del servicio antiareo en el que habamos prestado servicio desde que ramos estudiantes. Cuando volv a casa, sobre la mesa estaba ya la llamada para el servicio laboral del Reich. El 20 de septiembre, un viaje interminable me llev a Burgenland, donde -con muchos amigos del instituto de Traunsteinme asignaron a un campamento situado en el ngulo del territorio en el que Austria limita con Hungra y Checoslovaquia. Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedan, en gran parte, de la denominada .Legin Austraca. Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos, que haban sido encarcelados bajo el canciller DollfuB, fanticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chandal. Un oficial de las SS nos llam uno a uno fuera de la fila y trat de inducirnos a enrolarnos como voluntarios en el cuerpo de las SS, aprovechndose de nuestro cansancio y comprometindonos delante del grupo reunido. Un gran nmero de camaradas de carcter bondadoso fueron enrolados de este modo en este cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tena la intencin de ser sacerdote catlico. Fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabamos que nos librbamos de la amenaza de este enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias.

A continuacin fuimos adiestrados segn el ritual ideado en los aos treinta, que prevea una especie de culto a la azada y, de este modo, al trabajo como fuerza liberadora. Aprendimos a coger, dejar y llevar sobre la espalda la azada con ceremoniosa disciplina militar; la limpieza de la azada, en la que no poda quedar ni la ms mnima motita de polvo, era uno de los elementos esenciales de esta seudoliturgia. Este mundo de apariencias se resquebraj de un da para otro cuando, en octubre, la vecina Hungra, en cuya frontera nos habamos instalado, capitul ante los--rusos, que haban penetrado hasta las regiones ms internas del pas. Nos pareca or a lo lejos el estruendo de la artillera; el frente se haca cada vez ms cercano. Ya haban llegado a su trmino los rituales de la azada; da tras da debamos salir para levantar la denominada muralla sudeste: barreras anticarros y trincheras, que debamos colocar en medio de los frtiles terrenos arcillosos del Burgenland, junto con un ejrcito de presuntos voluntarios provenientes de todos los pases de Europa. Cuando volvamos cansados a casa, las azadas, sobre las que no debera haber ni un granito de polvo, quedaban apoyadas contra la pared, llenas de gruesos grumos de barro: nadie nos deca nunca nada. justamente esta cada del objeto de culto a banal instrumento cotidiano nos hizo percibir la verdadera consistencia del derrumbamiento que estaba entonces en marcha. Toda una liturgia y el mundo que tras ella se levantaba se revelaban como una mentira.

Era costumbre que aquellos que prestaban servicio laboral. con el acercamiento del frente, fuesen enrolados en el ejrcito. Con ello contbamos nosotros. Pero, para nuestra agradable sorpresa, sucedi algo muy distinto. Los trabajos de la muralla sudeste fueron suspendidos y nosotros, sin ningn destino inmediato, nos quedamos en nuestro campamento, en donde los gritos de las rdenes haban enmudecido y reinaba un extrao y sombro silencio. El 20 de noviembre recibimos nuestras maletas con nuestras ropas civiles y fuimos transportados a un tren que nos llev a casa, en un viaje continuamente interrumpido por las alarmas areas. Viena, que en septiembre no haba sido todava tocada por los acontecimientos de la guerra, mostraba ahora las heridas de los bombardeos. An ms impresin me caus la visin de la amada Salzburgo: la estacin haba quedado reducida a un cmulo de escombros y el smbolo de la ciudad -la grandiosa catedral renacentista- se haba visto gravemente afectada; si mal no recuerdo, la cpula se haba derrumbado. Como el tren transitaba por Traunstein sin hacer paradas, a causa ce las amenazas de los ataques areos, no hubo ms remedio que saltar del tren en marcha. Era un encantador da de otoo: sobre los rboles haba un poco de escarcha, las montaas resplandecan luminosas en el sol del atardecer: raramente he sentido tan intensamente la belleza de mi tierra como en este retorno a casa desde un mundo desfigurado por la ideologa y el odio.

Sorprendentemente, sobre la mesa no haba ninguna llamada a filas, como era de esperar. Me fueron as concedidas casi tres semanas de regeneracin, fsica y espiritual. Despus nos convocaron a Munich y nos distribuyeron hacia los diversos destinos. El oficial competente tena una actitud claramente distante de la guerra y del sistema hitleriano. Mostraba mucha comprensin hacia nosotros y buscaba lo mejor para cada uno, asignndonos lo que le pareca que soportaramos ms fcilmente. Me destin as al cuartel de infantera de Traunstein y me alent con paterna benevolencia a cogerme un par de das libres en casa y no tomarme la cosa con mucha prisa. El clima que encontr en el cuartel era agradablemente distinto del que haba en el servicio laboral. Es verdad que el comandante de la compaa era un vocinglero y mostraba claramente creer todava en el nazismo. Pero nuestros instructores eran hombres expertos que haban probado sobre su propia carne los horrores de la guerra en el frente y no queran hacer las cosas ms difciles de lo que ya de por s eran. Con humor deprimido, celebramos la Navidad en nuestro barracn. Con nosotros, los jvenes, prestaban servicio en el mismo batalln numerosos padres de familia que frisaban la edad de cuarenta aos y que, pese a sus problemas de salud, haban sido llamados al servicio de las armas justo en el ltimo ao de la guerra. Su nostalgia de sus mujeres e hijos me toc profundamente el corazn. Prescindiendo de esto, ya era bastante difcil para ellos verse sometidos a la disciplina militar como si fueran chavales, junto a nosotros que tenamos veinte aos menos. A mediados de enero, concluido el curso de adiestramiento, fuimos constantemente trasladados a diversas localidades de los alrededores de Traunstein, si bien, desde comienzos de febrero, en muchas ocasiones fui rebajado de servicio por enfermedad. Sorprendentemente no fuimos llamados al frente, cada vez ms cercano. Recibimos, no obstante, nuevos uniformes y tenamos que marchar por Traunstein cantando canciones de guerra, quizs para mostrar a la poblacin civil que el Fhrer dispona todava de soldados jvenes y recin instruidos. La muerte de Hitler reforz la esperanza que el fin estuviese prximo. e a lentitud con la que los americanos procedan en su avance haca que el da de la liberacin se retrasara. A fines de abril o primeros de mayo -no recuerdo con toda precisin- tom la decisin de marcharme a casa. Saba que la ciudad estaba rodeada de soldados que tenan la orden de fusilar en el acto a los desertores. Por eso tom, para salir de la ciudad, un camino secundario, con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de un tnel estaban apostados dos soldados y, por un momento, la situacin pareci sumamente crtica para m. Por fortuna, eran de aquellos que estaban hartos de guerra y no queran transformarse en asesinos. Obviamente deban buscar una excusa para dejarme pasar. Debido a una lesin, llevaba el brazo vendado y enlazado al cuello. Entonces dijeron: Camarada, ests herido. Pasa pues! De este modo consegu llegar a casa inclume. Sentadas a la mesa haba algunas religiosas ce las Damas Inglesas, con las que mi hermana estaba muy unida. Estudiaban un mapa e intentaban saber cundo se podra contar, por fin, con la llegada de los americanos. Cuando entr; pensaron que la llegada de un soldado supona la defensa segura de la casa; sin embargo, se trataba justamente de lo contrario. En el curso de los siguientes das vino a alojarse con nosotros un sargento primero de la Luftwaffe, un simptico catlico berlins, que, sorprendentemente, con una lgica inexplicable para nosotros, continuaba creyendo en la victoria final del Reich alemn. Mi padre, que discuti ampliamente con l sobre ello, logr al fin convencerle de lo contrario. Despus se alojaron en nuestra casa dos miembros de las SS y nuestra situacin se hizo as doblemente peligrosa. No podan dejar de advertir que yo estaba en la edad militar y, de hecho, empezaron a hacerme preguntas sobre mi situacin. Era sabido que miembros de las SS haban ahorcado a varios soldados que se haban apartado de su tropa. Por otro lado, mi padre no lograba evitar verter sobre ellos toda su ira hacia Hitler, lo que normalmente hubiera equivalido a una condena a muerte. Pero pareca que un ngel especial velaba por nosotros. Porque ambos desaparecieron al da siguiente, sin ocasionarnos desgracia alguna.

Finalmente entraron los americanos en nuestro pueblo. A pesar de que nuestra casa careca de confort, la eligieron como su cuartel general. Se me identific como soldado, tuve que ponerme nuevamente el uniforme que haba guardado haca tiempo, alzar las manos y colocarme entre los prisioneros de guerra que, cada vez ms numerosos. fueron acuartelados en nuestro prado. Mi madre sufri profundamente, sobre todo al ver a su hijo y aquellos restos del destrozado ejrcito permanecer all, sin certeza alguna, vigilados por soldados americanos armados hasta los dientes. Esperbamos ser liberados pronto, pero mi padre y mi madre consiguieron procurarme todo tipo de cosas tiles para los das de camino que me esperaban y yo mismo met en el bolsillo un gran cuaderno y un lpiz -una eleccin aparentemente poco prctica. pero, en realidad, ese cuaderno se convirti en un compaero maravilloso, porque da a da fui escribiendo en l pensamientos y reflexiones de todo tipo; incluso llegu a intentar hacer composiciones en hexmetros griegos-.

Marchamos durante tres das por la desierta autova hasta Bad Aibling en una fila que iba poco a poco aumentando hasta llegar a ser interminable. Los soldados americanos nos fotografiaban sobre todo a nosotros, los ms jvenes, y a los ancianos para llevarse a casa el recuerdo del ejrcito derrotado y de la desolada condicin de quienes lo formaban. Despus permanecimos un par de das en campo abierto junto al aeropuerto militar de Bad Aibling hasta que nos transportaron a un extenso terreno agrcola; all fuimos acuartelados cerca de 50 000 prisioneros. Evidentemente, estas dimensiones creaban dificultades tambin para los americanos. Permanecimos al aire libre hasta el fin de nuestro cautiverio. El sustento consista en un cucharn de sopa y un trozo de pan por da. Algunos afortunados haban trado consigo una tienda. Cuando, despus de un largo perodo de buen tiempo, comenz a llover, se formaron grupos para buscar un miserable refugio frente a las inclemencias del tiempo. Ante nosotros, recortndose sobre el horizonte, se vea la majestuosa construccin de la cated ral de Ulm cuya vista se converta para m da tras da en un consolador anuncio de la perenne humanidad de la fe. Pero tambin en el mismo campamento florecan cada vez ms iniciativas caritativas. Haba all algunos sacerdotes, que todos los das celebraban la Santa Misa al aire libre, a la que asista un grupo de participantes no especialmente numeroso, pero s agradecido. Se congregaban estudiantes de teologa de los ltimos semestres, pero tambin licenciados y universitarios de origen diverso -juristas, historiadores del arte, filsofos-, de modo que pudo desarrollarse un rico programa de conferencias que daba una cierta consistencia a nuestras vacas jornadas, proporcionaba conocimiento y haca nacer poco a poco amistades que traspasaban los muros de los bloques de viviendas del campo de concentracin. Vivamos sin reloj, sin calendario. sin peridico: slo a travs ce rumores, a menudo confusos y fragmentarios, llegbamos a saber algo de lo que suceda en el exterior de nuestro mundo, protegido de alambrada de espino. A comienzos de junio -si mal no recuerdo- empezaron las excarcelaciones, y cada hueco que se produca en nuestras filas era una seal de esperanza para todos. Se procedi por estamentos sociales: primero fueron liberados los agricultores; los ltimos, los estudiantes y escolares, porque eran considerados los menos tiles en aquellas circunstancias. Como se puede comprender, muchos licenciados se declaraban en aquella situacin agricultores, acordndose de cualquier pariente o conocido lejano que residiera en Baviera para ser enviados precisamente a esa regin, dado que la zona de ocupacin americana era considerada la ms segura y rica en esperanzas. Al fin lleg tambin mi turno.

El 19 de junio de 1945 tuve que pasar diversos controles y reconocimientos hasta que, loco de alegra, me encontr en mis manos con la hoja de libertad: el fin de la guerra se haca tambin realidad para m. Fuimos llevados en camiones americanos hasta la frontera septentrional de la ciudad de Munich: despus cada uno tena que ver el modo de llegar a su casa. Me un a un joven de Trostberg, originario, por tanto. de las proximidades de Traunstein, para hacer el viaje juntos. Esperbamos recorrer en tres das los 120 kilmetros que nos separaban de casa. Por el camino pensbamos poder encontrar alojamiento para la noche y comida entre los campesinos. Habamos pasado apenas Ottobrun, cuando nos pas un camin de leche que funcionaba con gas. Ninguno de los dos nos atrevimos a pararlo, pero el conductor se detuvo y nos pregunt dnde queramos ir. Cuando le dijimos que nuestro destino era Traunstein, se ech a rer porque trabajaba en una lechera de Traunstein y volva a casa. As. llegu inesperadamente a mi ciudad antes del ocaso: la Jerusaln celestial no me hubiera parecido ms bella en esos momentos. En la iglesia se oa cantar y rezar, era la noche del viernes del Sagrado Corazn. No quise molestar y, por eso, no entr, sino que me dirig todo lo rpido que pude a casa. Al verme de repente vivo delante de l, mi padre estaba fuera de s de la alegra. Mi madre y mi hermana estaban en la iglesia. De regreso, supieron que haba llegado por chicas que me haban visto corriendo hacia casa. Nunca en mi vida he comido una comida con tanto gusto como el almuerzo que prepar mi madre aquella vez con los productos de nuestro huerto.

Para que nuestra alegra fuese completa faltaba todava, no obstante, algo. Desde comienzos de abril no habamos tenido ninguna noticia de mi hermano. En nuestra casa reinaba, pues, una silenciosa preocupacin. Por eso, puede imaginarse nuestra alegra cuando en un caluroso da de julio se oyeron pasos y apareci en medio de nosotros el que haba desaparecido haca tanto tiempo, tostado por el sol de Italia. Se sent al piano y se puso a entonar agradecido y liberado GroBer Gott, wir lobee dich (Gran Dios, te alabamos).

Los meses siguientes, en los que gustamos de la reencontrada libertad, que aprendimos ahora a apreciar tanto, pertenecen a los ms bellos recuerdos de mi vida. Poco a poco, los dispersados se reunieron nuevamente. Nos visitbamos recprocamente. intercambiamos nuestros recuerdos y proyectos para la nueva vida. Mi hermano y yo trabajamos con todas nuestras fuerzas, junto con otros muchos repatriados, en el seminario semidestruido -que haba sido habilitado como hospital militar durante seis aos- para volverlo nuevamente utilizable para su finalidad propia. No era posible adquirir libros en la destruida y econmicamente arruinada Alemania. Pero podamos conseguir algunos en prstamo, tanto del prroco como en el seminario, y as intentamos dar los primeros pasos sobre el terreno desconocido de la filoso 1 y de la teologa. Mi hermano se dedicaba apasiona amente a la msica, que es su particular carisma. Durante las fiestas de Navidad logramos organizar un encuentro entre nuestros compaeros de clase: muchos haban cado y los repatriados, con mayor razn, estaban agradecidos por el don de la vida y por la esperanza que renaca aun en medio de todas las destrucciones.

EN EL SEMINARIO DE FRISINGA

Dado que el seminario de Frisinga, al cual habamos sido destinados, serva como hospital militar para prisioneros de guerra extranjeros que estaban all convalecientes, a la espera de su regreso a la patria, sus puertas no podan ser abiertas tan rpidamente. Un pequeo grupo de seminaristas de los ltimos cursos haba podido entrar en noviembre de 1945 en los pocos espacios libres que haban quedado. Durante las Navidades se haban creado ya las condiciones para que pudiesen ser hospedados los otros aspirantes, pese a que gran parte de la vivienda deba todava ser habilitada para otras tareas. Era un grupo variopinto los que nos reunimos en Frisinga -aproximadamente unos 120 seminaristas- para encaminarnos por la senda del sace