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Ramón Teja, "FEMINISMO, RELIGIÓN Y POLÍTICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA"

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Ramón Teja, "FEMINISMO, RELIGIÓN Y POLÍTICA EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA" en Emperadores, obispos, monjes y mujeres. Protagonistas del cristianismo antiguo, Editorial Trota, pp. 215-231.

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    FEMINISMO, RELIGIN Y POLTICA EN LA ANTIGEDAD TARDA

    El feminismo es un tema recurrente que emerge y desaparece a lo largo de la historia de Roma. As, S. Mazzarino pudo escribir que la primera poca imperial es poca de feminismo, para repetir un poco ms adelante:

    Pero en el siglo ni reaparecen aquellas tendencias feministas y aquel poder de los libertos que haban caracterizado los primeros tiempos del Imperio... En la poca de los Severos encontramos un autntico feminismo, desenvuelto y audaz1. Con mucho ms motivo, creemos que estas afirmaciones pueden aplicarse a la Antigedad tarda y, en especial, a la poca de la dinasta teodosiana, tanto en el Oriente como en el Occidente del imperio. Quiz tengamos en este aparecer y desaparecer del tema feminista una manifestacin ms de la radical discontinuidad de los procesos histricos que, segn A. Giardi- na, constituye uno de los aspectos clave de la visin de la historia que caracteriz a la obra de Mazzarino2. Pero, al hablar de feminismo en la Antigedad, hay que evitar el peligro de caer en ideas y conceptos modernizantes, como creo que ha sucedido con muchos estudios iniciados en la dcada de los sesenta en los pases anglosajones por iniciativa especialmente de mujeres, que han hecho de las historias de la mujer en los orgenes cristianos el punto de partida de una teologa feminista y han dado lugar a una produccin historiogrfica tumultuosa y plagada de puntos de partida previamente tomados3.

    1. S. Mazzarino, La fine del m ondo antico, pp. 134 y 136. Cito por la reedicin de Rjzzoli, Milano, 1988.

    2. A. Giardina, Santo Mazzarino: Gnomom 62 (1990), p. 337.3. Vase la crtica de M. Alexandrc, Imagine di donne ai primi tempi cristiani, en

    P. Schmitt Pamel (ed.), Storia delle donne. Antiquit, Bari, 1990, p. 472.

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    Con conclusiones a veces opuestas, es el mismo punto de partida de la teologa feminista de la Iglesia catlica que ha llevado a afirmar, sin ninguna base histrica, que desde sus mismos orgenes el cristianismo se constituy en patrn y defensor de la dignidad de la mujer4 5. Ms bien, al hablar de feminismo en la Antigedad, conviene referirse a aquellas realidades espirituales revolucionarias, segn concepto tan querido de S. Mazzarino, que haban hecho que mujeres y libertas ocupasen en ciertos momentos el primer plano de la vida poltica del Imperio.

    Al plantearse la condicin de la mujer en la Antigedad tarda, resulta inevitable, por tanto, la referencia a otro fenmeno revolucionario emergente, el cristianismo. Resulta indudable qut. las mujeres alcanzan en esta poca un protagonismo en la vida poltica, social y religiosa que no se haba conocido en ningn otro momento del Mundo Antiguo. Acaso este protagonismo femenino significa, precisamente, que la Antigedad en este momento ya haba quedado atrs?

    1. Los lmites del feminismo cristiano: mujer, teologa y poltica

    A finales del siglo iv se est desarrollando en Roma el ultimo gran combate entre paganismo y cristianismo en el que las mujeres de la aristocracia senatorial juegan un papel de protagonistas'. Pero este debate paganismo-cristianismo coincide con otro debate social y teolgico, no menos apasionante, centrado en la condicin y la posicin de la mujer en la nueva sociedad cristiana. Es la poca en que joviniano, monje clibe, llegado a Roma procedente de Miln, expone sus teoras de la no superioridad de la virgo sobre la mujer casada. Sus ideas alcanzaron enorme popularidad en los ambientes cristianos de la Italia de la poca. La indignada reaccin de Jernimo da lugar a su condena en Roma en el 390 por el papa Siricio y poco despus en Miln por Ambrosio6. Al mismo tiempo que Jovi-

    4. As, por ejemplo, Juan Iablo 11 en la encclica Mulieris dignitatem de 1988.5. Vase, en ltima instancia, la monografa de M. Marcos, Las mujeres de la aristo

    cracia senatorial en la Roma del Bajo Imperto (312-410) (tesis en microficha, Universidad de Cantabria), Santander, 1990. Un amplio tratamiento con rica bibliografa y fuentes sobre la mujer en la religin pagana y cristiana, en L. Gracco Ruggini, La donna e il sacro, tra paganesimo e cristianesimo, en Atti III Convegno Nazionale di Studi su Im Donna nel Mondo Aulico (7urn, 18-20 de abril de 1988), pp. 243-275.

    6. Las obras de Joviniano no se han conservado. Conocemos su pensamiento por las refutaciones a que dio lugar, especialmente por parte de san Jernimo en su tratado Adversus lovinianum (PL 23, 21 1-238). Las condenas de Siricio en Epstola 7 y la de Ambrosio en Epstolas 41-42.

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    ni.ino predica en Roma, en la parte mas occidental tlel Imperio est en pleno auge -el priscilianismo, movimiento asctico en el que las mujeres tienen tambin un marcado protagonismo, baste recordar los nombres de Agape, quaedam non ignobilis mulier, a quien Sulpi- cio Severo presenta como maestra del propio Prisciliano7. En Burdeos, Prisciliano es defendido por Eucrocia y Prcula, esposa e hija del rtor Delfidio, amigo de Ausonio. La primera ser ejecutada en Trveris. La tambin burdigalense Urbica, seguramente hija de otro colega de Ausonio, Urbicus, es lapidada per seditionem vulgi despus de las sentencias a muerte de Trveris8 9.

    Seguramente no es una casualidad que la predicacin de Prisciliano yjoviniano coincida con la proliferacin de la legislacin anti- maniquea en la dcada de los ochenta del siglo iv conservada en el libro XVI del Cdigo teodosiano. Si el motivo aducido para condenar a muerte a Prisciliano y sus seguidores fue la acusacin de magia y maniquesmo, el priscilianismo y el maniquesmo, como ha puesto de relieve un estudio reciente, son suficientes para explicar histricamente a Joviniano''. Sus teoras habran surgido como una reaccin al maniquesmo que invada las ideas ascticas de la poca y su gran error tctico habra consistido en acusar de maniquesmo a Dmaso y Ambrosio, los dos eclesisticos ms poderosos de aquel momento.

    El debate del maniquesmo es, pues, una consecuencia del debate sobre el sexo y la mujer. En el momento en que Joviniano era condenado, en Apulia naca Juliano, hijo de un obispo de una ciudad desconocida, que el 416 fue tambin consagrado obispo de Ae- clanum (Eclana). Juliano de Eclana se adhiri a las enseanzas de Pelagio y, desarrollando las doctrinas de ste, lleg a la conclusin de que la concupiscencia era un bien natural, que slo era mala en sus excesos, y no un desorilen que el hombre hereda del jiecado original. Juliano encontr la inmediata rplica de Agustn, como la haba encontrado su maestro Pelagio, y se entabl un vivo debate entre ambos. Juliano insiste en acusar a Agustn de dar nueva vida al maniquesmo con su concepcin del pecado original y trata de de

    7. Chronica 11, 46, 2.8. Prspero de Aquitania, Epitome. Chron. adan . 385 (= Chron. Min. I, 462). Sobre

    1 risciliano y el movimiento priscilianista, cf. la reciente, y en muchos aspectos innovadora obra de M. Victoria Escribano, Iglesia y Estado en el certamen priscilianista. Causa ecclesiae y iudicium publicum (Monografas de Historia Antigua, Universidad de Zaragoza), Zaragoza, 1988. Sobre el protagonismo que Jernimo atribuye a las mujeres en la secta, cf. Epstola 133, 4 e infra.

    9. David (i. Hunrer, Resistance to the Virginal Ideal in tile Late-Fourth-Century Rome: The Case of Joviman: Theological Studies 48 (1987), pp. 45-64.

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    mostrar las consecuencias que se siguen de sus teoras para la concepcin del matrimonio, que, lejos de ser un bien, quedaba reducido a un simple medio para transmitir el pecado original. Juliano termin siendo condenado como hereje y Agustn tuvo la ocasin de desarrollar las teoras sobre la sexualidad y el matrimonio que se convertirn en la base de la doctrina oficial de la Iglesia hasta nuestrosdas10 11. .

    Las doctrinas de Joviniano, de Prisciliano, de Juliano de Lclana y las respuestas de sus adversarios son slo algunos ejemplos del gran debate sobre la mujer, la sexualidad y el matrimonio que se desarrolla en el cristianismo de finales del siglo v y del siglo v. El desarrollo del debate da lugar a la elaboracin de modelos ideales de mujer que encarnan las doctrinas que los opositores de estos herejes intentan implantar. Es el caso de Helena, madre de Constantino y de Mara, madre de Jess. El xito histrico de Helena es enigmtico y creemos que encuentra su explicacin en el marco de estos debates sobre la mujer que se desarrollan a finales del siglo v. Casi olvidada por los autores cristianos cuando viva, especialmente por Eusebio de Cesrea, en esta poca su personalidad experimenta un renacimiento estrechamente relacionado con las leyendas so bre su protagonismo en la inventio crucis y la construccin de baslicas de Tierra Santa en los lugares relacionados con los acontecimientos del nacimiento y la muerte de Cristo. Estas leyendas, que surgieron en mbito palestino en la segunda mitad del siglo i\, en contraron una rpida difusin en Occidente gracias a la accin pro-

    I pagandstica de algunos autores como Rufino de Aquileya y Ambros io de Miln". Especial importancia histrica reviste a este respecto

    la oracin fnebre de 1 codosio I, el De obitu 7 eodosii, pronuncia da por Ambrosio el 395, donde el obispo de Miln desarrolla toda una teologa poltica que hace de Helena una figura central del nuevo orden poltico que se instaura con el cristianismo12. Presentada como una nueva Mara, la promocin de su figura est estrecha

    10 La obra de Juliano de F.clana slo se nos ha conservado en fragmentos citados por Agustn en sus refutaciones; cf. la relacin de las obras de Juliano y Agustn en Patrologa III,BAC, Madrid, 1981, pp. 587 ss. . .

    11 Sobre la historia y la leyenda de Helena, cf. E. D. Hunt, Ho/y Mnd I ilgnmage m he Later Romn Empire AD 312-460 , Oxford, 1984, pp. 28-49; Jan W. Drijvers, HelenaAugusta, Leidcn, 1992. . _ . ,

    12. Cf. especialmente F. F.. Consolino, II significato dellInvenno Crucis nel De obitu Theodosii: Annali Facolt di Le itere e Filosofa (Universit di Siena) 5 (1984), pp. 161-180; M. Sordi, La concezione poltica di Ambrogio, en G. Bonamentc y A. Nestori (cds.), 1 cristiani e l lm pero nel iv secolo. Atti del Coiwegno Macerata 17-18 dic. 1987, Maccrata, 1988, pp. 143-154.

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    mente relacionada con la promocin de la imagen de las mujeres de la familia teodosiana y del culto a la virgen Mara.

    La figura de la virgen Mara haba ocupado hasta este momento un lugar muy secundario en el pensamiento de los telogos cristianos. El debate sobre la virginidad y el matrimonio, sobre la mujer en definitiva, inevitablemente desemboc en el debate sobre Mara. Basta tener en cuenta que si Joviniano defendi el principio de que virgo concepit, sed non virgo generavit (concibi virgen, pero no engendr virgen), pocos aos antes, en la misma Roma, otro pensador, el laico Helvidio, haba osado defender que Mara haba tenido hijos con Jos tras el nacimiento de Jess13 14 15.

    La contestacin a estas doctrinas llevar pocos aos despus, en torno al concilio de feso del 431, a los debates sobre la Theotokos (la madre de Dios). Con ello la Iglesia hace de Mara el modelo en quien aplicar las teoras que sus pensadores estaban desarrollando sobre la mujer. La condicin de la mujer en el seno del cristianismo, y Por extensin en la cultura occidental, queda fijada para siempre. Es sta la poca de los grandes concilios ecumnicos: Constantino- pla, feso, Calcedonia. En todos ellos las mujeres de la familia teodosiana tendrn un gran protagonismo. Un siglo antes, Porfirio acusaba al cristianismo de estar dominado por las mujeres, segn recuerda Jernimo:

    Vigilemos a fin de que las matronas y las mujeres no sean, como 1 querra el impo Porfirio, nuestro senado, y no dominen en las igle- ' sias; estemos atentos a fin de que no sea el favor de las mujeres el que decida sobre los rangos sacerdotalesu.

    Ahora estas acusaciones se pueden constatar con toda crudeza. Antes del concilio de Constantinopla, la esposa de Teodosio, Elia I lacila, de quien, en palabras de F. E. Consolino, Gregorio de Nisa hizo en su oracin fnebre el primer retrato de emperatriz cristiana a todos los efectos1', influy decisivamente sobre su esposo, segn Sozomeno, evitando que el emperador accediera a escuchar a Euno- mio de Ccico, temerosa de que pudiese ser convencido por ste16.

    13. Al igual que en el caso de Joviniano, el pensamiento de Helvidio slo se conoce a travs de su refutacin por Jernimo en Adversus Helvidium o De perpetua virvinitate bea- tae Martae (PL 23, 183-206).

    14. Jernimo,Commentarium n Esaiam 3 ,2 = Porfirio, Fragmento 97 (ed. Harnack); cf J. M. Demarolle, Les femmes ehrtiennes vues par Porphyre: Jahrbucb f. Antike u. Christentum 13 (1970), pp. 42-47.

    15. Modelli di comportamento e modi di santificazionc per laristocracia femminile ((Occidente, en A. Giardina (ed.), Societ romana e impero tardo-antico I, Roma-Bari,1988, p. 305.

    16. Historia eclesistica 6, 7.

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    Cuando, antes del concilio de feso, Cirilo de Alejandra trata de atraerse a su bando al dbil Teodosio II, escribe a su esposa Eudocia y a su hermana Pulquera. De modo similar, despus del latrocinio de feso, cuando el papa Len Magno pide a Teodosio II la convocatoria de un nuevo concilio, hace que su demanda sea apoyada por Pulquera, Eudocia y Gala Placidia. El protagonismo en la convocatoria y desarrollo del concilio de Calcedonia lo tuvo la enrgica Pulquera, que se cas con Marciano. Por ello, cuando el 25 de octubre del 451 se aprob el nuevo smbolo de fe que sustitua al del latrocinio de feso, obispos y pueblo aclamaron a la pareja imperial con gritos como: Marciano, nuevo Constantino!, I ulquena, nueva Helena!17 18 19.

    Eudocia y Pulquera representan en Oriente el contrapunto del protagonismo que desempe en Occidente Cala Placidia. 1 lacidia no fue ajena a ninguno de los conflictos religiosos de su tiempo, en especial al debate pelagianista. Bien conocida es tambin su intervencin en el cisma que dividi a la Iglesia de Roma en el 4 1 9 entre los dos candidatos, Bonifacio y Eulalio. Las cartas que dirigi a diversos obispos exhortndoles a acudir al snodo de Espoleto que deba poner fin a la divisin, a pesar de llevar el sello de la cancillera imperial, representan uno de los raros testimonios directos de su pensamiento'*.

    Pero no fueron slo las emperatrices las que ejercieron una influencia decisiva en los debates teolgicos y eclesisticos. Baste recordar que su bigrafo Gcroncio ensalza a Melania la joven por su actividad durante su estancia en Constantinopla en contra de la doctrina de Ncstorio:

    Tambin muchas mujeres de senadores y de hombres entre los ms distinguidos por su instruccin, venan a discutir con nuestra santa madre sobre la fe ortodoxa. Y sta, en la que habitaba el Espritu Santo, no cesaba de la maana a la noche de hablar de teologa, reconduciendo a muchos extraviados a la fe ortodoxa, apoyando a otros que dudaban, ayudando, en una palabra, con su enseanza inspirada por Dios a todos aquellos que venan a buscarla1'.

    j Excluidas de los oficios eclesisticos, las mujeres se sirven de su | influencia social para intervenir en la poltica eclesistica, como de- \ plora Juan Crisstomo:

    17. Sobre el papel poltico y religioso de las emperatrices de la familia teodosiana, ct. K. H. Holum, Theodosian Empresses. XVornen and Imperial Dominion in iMte Antiquity, University of California Press, Berkeley, 1982.

    18. Collectio Avellana, documentos 25, 26, 27, 28, 35.19. Vida de Melania 54.

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    I.a ley divina las ha apartado de los cargos eclesisticos, pero ellas se esfuerzan por ir ms all y, puesto que no tienen un poder reconocido, hacen todo mediante personas interpuestas. Cuentan ahora con un poder tal que hacen elegir o rechazar entre los sacerdotes a aquellos que desean. Todo est ahora subvertido...; aquellos que estn sometidos a la autoridad mandan a aquellos que la poseen y ojal fuesen varones y no aquellas a quienes no ha sido confiada la enseanza. Qu digo la enseanza? El beato Pablo no les ha permitido ni siquiera hablar en la asamblea. He odo decir a algunos que se han permitido una tal libertad (Jparrhesia) que les hablan a ellos de modo ms spero que los dueos a sus esclavos20.

    Estas crticas de Juan Crisstomo en su poca antioquena se podran relacionar con sus conflictos posteriores en Constantinopla con la emperatriz Eudoxia y otras poderosas viudas que desemboca- I ron en su deposicin y exilio, aunque el propio Crisstomo no du- ! dar en recurrir al apoyo de Olimpia y de otras muchas aristcratas* orientales y occidentales para llevar adelante su poltica eclesistica2. La influencia femenina en la vida de la Iglesia era un hecho consolidado e inevitable, aunque ciertas diatribas de tono tradicio- nalista puedan dar la impresin contraria.

    La promocin de Helena, de las emperatrices teodosianas y de otras muchas aristcratas es el rebultado del gran debate sobre la condicin de la mujer que se desarrolla en la poca. Un debate que no tiene un alcance puramente religioso, pues detrs de l se oculta una concepcin fundamental sobre la posicin de la mujer en la sociedad. Como ha visto bien J. Scheid, a propsito de la exclusin de la mujer en la religin romana, las funciones religiosas de las mujeres constituyen un corolario de su situacin en la sociedad en general y la incapacidad sacrificial de la mujer es, de hecho, otro aspecto de su incapacidad general de representar a los otros22. Y tampoco es un debate que afecte slo a los cristianos. Se vive con una intensidad similar, aunque lo conozcamos peor, en los ambientes paganos. Se explica as el papel central de la mujer, al que aludamos al principio, en el gran debate paganismo-cristianismo que caracteriza el final de la Antigedad.

    20. Sobre el sacerdocio 3, 9.21. Cf. Ch. Pictri, Esquissc de conclusin. Laristocratie chretienne entre Jean de

    Constantinoplc et Augusrin dHippone, en Ch. Kanncngiesscr (ed.), Jean Chrysostomc et Auguslm. Actes du colloque de Cbantilly, 22-24 de septiembre de 1974, Pars, 1975, pp. 283 ss.

    22. J. Schcid, Indispcnsabili straniere. I ruoli religiosi delle donne a Rome, en Storia delle donne I, cit., pp. 458 y 459.

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    2. La condicin femenina en el debate cristianismo-paganismo

    Por una parte, en ciertos ambientes paganos se desarrolla una polmica antifeminista, que si hunda sus races en viejas concepciones romanas que hacan a las mujeres responsables de todas las desviaciones en las prcticas y el pensamiento religiosos2' y justificaba las acusaciones de Porfirio, se acenta ahora por la difusin de los ideales ascticos entre los miembros de la ms alta aristocracia de lo que los paganos hacan responsables a las mujeres. En la lnea del pensamiento de Porfirio, Juliano, en el Misopogon, reprocha a los miembros de la curia de Antioqua el que tolerasen que sus esposas apoyasen a los galileos aportando ingentes ayudas econmicas a los pobres23 24 25 26 al tiempo que en la epstola a Arsacio critica con dureza el importante papel de las mujeres en la difusin del cristianismo . Sozomeno recuerda que el mismo emperador deploraba la conversin al cristianismo de muchas esposas de sacerdotes paganos-. He manera similar, Libamo echa en cara a los antioquenos cultos el que en materia de religin prefiriesen los consejos de la madre, de la esposa, de la despensera o de la cocinera a las enseanzas de 1 latn o Pitgoras27. Estos motivos antifeministas en las fuentes paganas prueban que el proselitismo religioso femenino era a finales del siglo iv una pujante realidad social, y M. Eorlin Patrucco ha visto bien que este fenmeno no es exclusivamente cristiano y no est sin relacin con el ms incisivo papel que parecen haber desempeado en general las mujeres en la vida social, econmica y, sobre todo, cultural de este momento en ambientes tanto paganos como cristianos, en una lnea en la cual se incluyen quiz ya las poderosas empe-

    i ratrices de poca severiana y la palmirena Zenobia y mucho ms tarde las filsofas paganas Sospatra e Hipazia28.

    En este contexto adquiere todo su significado la intuicin de F. E. Consolino de que el trasfondo del encarnizamiento de Jernimo contra el ilustre senador Vettio Agorio Pretextato, el pagano ms religioso de su poca, era en realidad un problema de competencia. Por una parte, seala Consolino que achacar slo a animosidad la polmica contra Pretextato significa no tener en cuenta su prestigio

    23. J. Scheid, op. cit., p. 424.24. Misopogon 35 (363A).25. Epstola 84 (430AB).26. Historia eclesistica 5, 16.27. Oratio XVI, 47-48.28. M. Forlin Patrucco, Aspctti di vita familiare negli scritti dei Padri Cappadoci, en

    R. Cantalamcssa (ed.), Etica sessuale e matrimonio nel cristianesimo delle origini, Milano, 1976, pp. 176-177.

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    en el plano cultural y religioso. Pretextato se caracterizaba por una religiosidad interiorizada y personal, con adhesin a un misticismo neoplatonizante que tena como objetivo la salvacin ultratcrrena del alma inmortal. Jernimo se enfrenta a estas convicciones religiosas declarndolas sin fundamento y contraponindolas a su propia verdad en un tono que no admite rplicas. Por ello, para quien intentase recoger nuevas adhesiones al cristianismo en las filas de la aristocracia senatorial, Pretextato se presentaba como un enemigo especialmente peligroso, porque su mundo espiritual, culturalmente sofisticado, poda resultar incluso ms atractivo que el cristiano y responder magnficamente a las ansias de salvacin que estaban ampliamente difundidas entre los intelectuales de la poca. Pero hay un segundo aspecto que seala F. E. Consolino, ms importante an, que aumentaba la peligrosidad de Pretextato para los cristianos: el atractivo que la vida y la religiosidad de su esposa Paulina poda ofrecer para las mujeres de su poca, en concurrencia con el modelo que el cristianismo ofreca para sus mujeres:

    Como si esto no fuese suficiente, Pretextato tena a su lado una mujer a la que no haba confinado a las tareas domsticas, sino que la haba hecho partcipe de sus iniciaciones en los misterios y de su cultura teosficas. Tambin desde este punto de vista las creencias de esta pareja podan plantear competencia a la participacin en el culto prevista para las mujeres de la Iglesia. Adems, Paulina, matrona casta que haba logrado alcanzar una alta espiritualidad dentro del matrimonio, pona de manifiesto que era posible conciliar una religiosidad profunda con los tradicionales cometidos de la materfamiliaslv.

    As, pues, Jernimo se opuso al pagano Pretextato con el mismo encarnizamiento que al monje Joviniano por los peligros que sus teoras representaban para alterar la funcin y la situacin de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. En la iglesia de la poca estaban 1 ya consolidados los principios que haban establecido una clara je- | rarqua de status entre la mujer virgen, la viuda y la casada29 30. Al I romper con esta jerarqua, el modelo de mujer cristiana que defen- 1 da Joviniano resultaba difcil de distinguir del que en el campo pagano representaba Paulina. Esto no slo significaba admitir una competencia abierta para el proselitismo cristiano, sino tambin subvertir uno de los pilares bsicos en el que se apoyaba la Iglesia institucio

    29. Modelli di comportamiento, cit., pp. 283-284.30. Cf. k. Gianarelli, La tipologa femminile mella biografa e nell'autobiografia cristia

    na del ivsecla, Roma, 1980.

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    nalizada: la renuncia al sexo y, por tanto, al matrimonio, permita a las mujeres emancipadas mediante el ejercicio de la virginidad crear una espesa red de patronato y evergetismo bajo la nueva frmula de la caridad cristiana que constitua uno de los ms importantes soportes econmicos de la Iglesia y motivo de atractivo para el proselitismo cristiano^'.

    Tambin en este campo se produjo una abierta competencia entre paganismo y cristianismo. Y tambin aqu la polmica era antigua. En su Discurso contra los cristianos Porfirio atacaba tambin la facilidad con que las ricas mujeres cristianas entregaban sus bienes a los pobres:

    Es un hecho de ayer, y no de hace mucho tiempo, que aquellos, recordando a las mujeres de elevada condicin el Vende lo que tienes, da su producto a los pobres y tendrs un tesoro en los cielos, las han persuadido a distribuir a los pobres todos los bienes y propiedades que ellas tenan y, reducidas a la miseria, dedicarse a mendigar31 32.

    Un siglo despus, Juliano se esforzar en demostrar que la phi- lantropia era una virtud propia del helenismo, anterior y autnoma respecto al cristianismo, y estimular entre los sacerdotes paganos una actividad filantrpica que hiciese frente a la de los cristianos33. Se explica as que, al margen de los efmeros intentos de Juliano, la Iglesia y el Estado cristiano se esforzasen en esta poca, con intereses a veces contrapuestos, en controlar estas nuevas formas de euer- guesia por parte de las ricas herederas cristianas que ponan en peligro la cohesin de la aristocracia romana y todo el sistema social en el que actuaban, como han analizado bien, recientemente, A. Giar- dina y R. Lizzi34.

    No pensamos que sea casual que toda la abundante literatura de la poca sobre la virginidad35 * vaya dirigida a mujeres, especialmente

    31. F. E. Consolino, Sante o Parronc? Le aristocratiche tardo antiche e ii potere dell carita: Studi Sturici 4 (1989), pp. 969 ss.

    32. Fragmento 58 (ed. Harnack).33. Juliano, loe. cit.\cf. J. Kabierch, Untersuchungen zum Begriffder Philanthropia bei

    dem Kaiser Julin, Wiesbaden, 1960.34. A. Giardina, Carita cvcrsiva: le donazioni di Melania la giovane e gli equilibri

    della socict tardoromana: Studi Stortci 29 (1989), pp. 127 ss.; R. Lizzi, Una societ esortata allascctismo: misure legislative e motivazioni cconomiche ncl iv-v secolo d.C.: Studi Storici 30 (1989), pp. 129 ss.; cf. tambin F. Brown, Dalla Plebs romana alia Plebsdei: aspetti delta cristiamzzazione di Roma, en P. Brown, L. Cracco Ruggini y M. Mazza, Govemattti e intellettuali. Popolo di Roma e popolo di Dio, Torino, 1982, pp. 123 ss.

    35. Cf. relacin exhaustiva en Th. Camelot, Les traites De virginitate au iv sicle:tudcs Carmtitanes 31 (1952), pp. 273-292.

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  • de la alta aristocracia (la nica excepcin es el De virginitate de Gregorio de Nisa dirigido preferentemente a hombres), y que estas obras proliferen en el momento en que la Iglesia trata de consolidarse como un poder social y econmico en el seno del Imperio. Como i tampoco debe resultar casual que esta exhortacin a la virginidad entre las mujeres de la alta sociedad romana coincida en el tiempo con el acentuarse de la normativa sobre el celibato de los clrigos en la Iglesia occidental, a partir de Dmaso y Siricio como principales impulsores36. Resulta significativo que, cuando siglos despus el papa Gregorio VII (1073-1085) emprenda la tarea de restaurar la disciplina eclesistica, comience por exigir la observancia del celibato y haga circular una carta del papa Pelagio (555-560) en la que ste expona sus objeciones a confiar el obispado de Siracusa a un hombre con esposa e hijos por medio de los cuales suelen correr peligro los bienes eclesisticos37.

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    3. Las limitaciones de la liberacin femenina:la mujer virgen al servicio de la promocin masculina

    No es ste el lugar para analizar si la accin de la Iglesia y de la doctrina cristiana represent un avance real en la condicin social de la mujer en la Antigedad y el inicio de un movimiento de liberacin tal como se entiende en nuestros das, tema que ha dado y sigue dando lugar a profundas controversias y visiones contrapuestas^. Nos limitaremos a plantear algunas consideraciones.

    Resulta indudable que en el ejercicio de la caridad y del ascetismo encontraron muchas de las mujeres aristocrticas de los siglos iv y v un medio de promocin social y una fuente de prestigio pues el cristianismo les abri un campo de actuacin en la vida pblica que les haba estado cerrado por su exclusin de la vida poltica. Quiz / ningn otro autor como Jernimo acert a realizar la sntesis conceptual entre el componente femenino y aristocrtico a que dio lugar el movimiento asctico: Santa Melania, la verdadera nobleza

    36. Cf. Ch. Pietri, Roma Cristiana I, Roma, 1976, pp. 684 ss.37. Cf. J. Gaudcmet, Le clibat ecclcsiastique. Le droic et la pratique du XI au xm

    siclcs; Zeitschrift d. Savigny-Stiftung f. Rechtsgeschichte 68 (1982), especialmente pp. 10- 38

    38. Para una valoracin global negativa, cf. R. 1 eja, La mujer en el mundo antiguo: sntesis histrica y balance de la investigacin reciente, en La mujer en el Mundo antiguo. Actas de las Quintas Jom adas de investigacin interdisciplinaria, Seminario de Estudios de la Mujer (Universidad Autnoma), Madrid, 1986, especialmente pp. 27-28; E. Cantarella, La vita dclle donne, en Stona di Roma IV, Einaudi, Torino, 1989, especialmente pp. 57.5 ss.

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  • M U J E R E S

    de nuestra poca entre los cristianos, dir de Melania snior''*. Fue un proceso paralelo a la fama que proporcion a muchos hombres, antes desconocidos, el ejercicio del ascetismo, empezando por Antonio biografiado por Atanasio, o a la nueva nobilitus que rtobiles de nacimiento como Ambrosio adquirieron mediante el ejercicio del episcopado. Pero hay una diferencia fundamental entre la experiencia masculina y la femenina. La actividad de las mujeres permaneci, por principio, subordinada a la de los hombres y se puso al servicio de stos, especialmente de los obispos, pero tambin de los laicos.

    El cristianismo contribuy, por ello, de manera definitiva a consolidar y perpetuar la idea, profundamente arraigada en la sociedad greco-romana, de la inferioridad fundamental de la mujer. Se manifiesta en el hecho de que, desde el momento en que el mensaje cristiano tom cuerpo en una Iglesia institucionalizada, modelada sobre las instituciones civiles helenstico-romanas, la mujer fue excluida de los oficios eclesisticos. Se advierte claramente en el siglo li, poca clave en que se consolida la Gran Iglesia en lucha contra herejas como el montaismo o el gnosticismo que proporcionaban un amplio margen de participacin a las mujeres. A finales del siglo se adoptar, como principio prctico para distinguir la hereja de la ortodoxia, la participacin o no de las mujeres en el ministerio sacerdotal, de acuerdo con la norma establecida por Tertuliano: No est permitido que una mujer hable en la Iglesia, ni le est permitido ensear, ni bautizar, ni ofrecer lia eucarista], ni reclamar para s una participacin en las funciones masculinas, y mucho menos en el sacerdo- c\oA0. Y este principio no ser nunca abandonado. Baste recordar la enumeracin satrica que proporciona Jernimo de las mujerzuelas pecadoras (mulierculae oneratae peccatis) que acompaaron o apoyaron a herejes desde Simn Mago hasta Prisciliano39 40 41 42.

    Soy de la opinin de que un elemento decisivo para condenar el priscilianismo fue el protagonismo que las mujeres tuvieron en este

    (movimiento asctico. Resulta significativa, a este respecto, la evolucin de Jernimo, quien, despus de haber hablado en trminos respetuosos de Prisciliano en el De viris illustribus42 del 393, aos despus no dudar en recurrir al tpico de denostar su compaa de mujeres:

    39. Epstola 39.40. Sobre el velo de las vrgenes 9, tratado que, a pesar de todo, corresponde a su

    poca montaista; cf. E. Pagcls, Los evangelios gnsticos, Barcelona, 1982, especialmente caps. 2 y 3; M. Alcxandre, Imagini di donne, cit., pp. 484 ss.

    41. Epstola 133 ,4 .42. De viris illustribus, C X XI, CXX11 y CXX1I1.

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  • Kn Espaa, gape gui a Elpidio, una mujer a un hombre y una ciega llev a un ciego a la hoya. Sucesor suyo fue Prisciliano, estudiossimo del mago Zoroastro, que de mago fue hecho obispo y al que se junt Gala, no de nacin sino de nombre. sta dej heredera de otra hereja semejante a una hermana que corra de un lado para otro'*3.

    El desprecio que provocaba esta presencia femenina en la secta priscilianista se hace patente tambin en la descripcin que de ella hace Sulpicio Severo, sirvindose de un vocabulario eclesistico, fiel reflejo de la herencia clsica romana, como ha puesto de relieve J. Fontaine. Sulpicio Severo, cuando se refiere al papel de las mujeres, utiliza un lenguaje peyorativo, sntesis de recursos estilsticos cristianos, salustianos y ciceronianos. As, cuando describe la afluencia al grupo de mujeres ansiosas de cambios, de fe dbil y espritu curioso, las asimila a las miilierculae que actuaban en los medios catilinarios: Adems, las mujeres, vidas de novedad, indecisas en la fe y con curiosidad por todo, afluan a l en masa43 44 45 46. La secta es presentada con una capacidad de disolucin del ordenamiento establecido similar a la de las facciones tardo-republicanas y su efecto se vea incrementado por su arraigo en los dos extremos del eje social y su peligro se acentuaba por la presencia de mujeres en ambos extremos4". Nos encontramos, pues, aqu ante un caso evidente de asimilacin entre vocabulario clsico y eclesistico que intenta perpetuar la vieja escala de valores. Se trata de la misma mentalidad clsica y tradicionalista que ha sealado R. Lizzi en Gregorio de Nacianzo cuando al presentar a los elementos que le provocaron disturbios en Constantinopla, los engloba en el despreciable conglomerado de monjes, mendigos y mujeres4*.

    Partiendo de esta idea de inferioridad fundamental, se explica que los lmites de la promocin de la mujer en la teora y en la praxis de la Iglesia, y por extensin de la sociedad tardo-antigua, se siten all donde la mujer no sobrepasa la frontera de la subordinacin. F. E. Consolino ha visto bien cmo los hombres supieron utilizar a la

    43. Epstola 133, 4.44. Chronica, II, 46, 6.45. J. Fontaine, L aairc Priscillicn ou icrc des nouvcaux Catilina. Observations sur

    le sallustianisme de Sulpicie Scvre, en Classica et Ibrica. Festschrift J. M. F. Manque, Worcester, Mass., 1975, pp. 355 ss.; c. M. V. Escribano, Iglesia y Estado, cit., pp. 208 ss.

    46. Monaci, nicndicanti e donne nella geografa monstica di alcuni regioni orien- tali, en Atti Istituto Veneto di Scienze (I.cttcre ed Arti 140), 1981-1982, pp. 341 ss. Sobre el pensamiento de Gregorio de Nacianzo y otros padres orientales sobre la mujer, cf. J. M. Torres, La mujer en la epistolografa griega cristiana, ss. IV-v (tesis en microficha, Universidad de Cantabria), Santander, 1990.

    F E M I N I S M O , R E L I G I N Y P O L I T I C A EN L A A N T I G E D A D T A R D A

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    mujer santa como instrumento para realzar su propia gloria y la de sus parientes. Es el caso de Paulino de ola cuando se enorgullece de su parentesco con Melania snior, una mujer que, inferior por el sexo, combate por Cristo con las virtudes de Martn y que noble por sus antepasados cnsules se hizo ms noble por el desprecio de la nobleza terrena4 , o el del filsofo neoplatnico y poltico milans Manilo 1 eodoro, que obtuvo sepultura para su hermana Manlia Daedalia en la capilla de San Stiro en Miln: el epigrama que hizo grabar en su tumba resalta conjuntamente los mritos cristianos de esta virgo sucratu dco y sus nobles orgenes familiares: d u ra genus, censu pollens et m ater egentum (ilustre por su origen, rica por el censo, madre de los necesitados). Pero para que la publicidad que le viene de la colocacin del epgrafe, visible por todos aquellos que acudan a rendir homenaje al santo, repercuta tambin en el hermano, pone de relieve su relacin con la difunta con la mencin de que es, precisamente, su hermano y heredero Teodoro quien hace la dedicatoria47 48 49. As, pues, Teodoro une a su propia nobleza y orgenes ilustres la santidad de su hermana para transmitir a la posteridad su propia fama continuando una prctica aristocrtica que se remonta a los Escipiones, a saber, la utilizacin del epigrama fnebre como medio para inmortalizarse a s mismo y a la propia gens*1*.

    Pero fueron los obispos quienes mejor supieron servirse de la mujer santa o de la mujer consagrada para, ponindola a su servicio, resaltar su propio prestigio y utilizarla como instrumento de poder. R. Lizzi ha llamado la atencin sobre la importancia de un episodio de la vida de Ambrosio narrado por su bigrafo Paulino. Cuando Ambrosio se traslad a Sirmio para imponer como obispo niceno a Antemio, la parte arriana utiliz a las vrgenes del lugar para oponerse de forma violenta al obispo milans, quien estuvo a punto de perder la vida a manos de estas vrgenes exaltadas50 51. Esta amarga

    f experiencia fue aprovechada por Ambrosio, quien, de vuelta a Miln, se rode de un amplio grupo de vrgenes como instrumento de poder y de prestigio5'. En la Iglesia posteonstantiniana se generalizan los coros de mujeres consagradas que realzan el esplendor de las ceremonias litrgicas y rodean al obispo cumpliendo una funcin similar al del comitatus imperial en las ceremonias de la corte. Lo expresa muy bien Agustn cuando, en una frmula concisa, describe

    47. Paulino de ola, Epstola 29, 6.48. Haec germana, tib Theodorus frater et heresl quae relegant olitn saecula futura,

    dedi... (1LC V, 1700 = CE 1434).49. F. E. Consolino, M odelli di com portam ento , cit., pp. 289-291.50. Paulino, Vita Ambrosii 11.51. R. Lizzi, Una societ esorlata al ascetismo, cit., pp. 137-138.

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  • los signos externos que realzan la dignidad de los obispos y provocan su vanagloria, el trono en medio del bside elevado y rodeado de gradas y los coros de vrgenes que cantan en su honor52 53.

    Agustn presenta aqu una prctica generalizada que recuerda las acusaciones de que fue objeto el obispo de Anrioqua Pablo de Samosata por el snodo que lo depuso en el 268: disponer de un trono demasiado elevado y rodearse de mujeres que cantaban salmos en su honor33. Gregorio de Nacianzo, en una de sus inventivas contra el emperador Juliano, recuerda que uno de los temas de la polmica anticristiana era la acusacin a los cristianos de reunirse en las iglesias con las mujeres para cantar juntos los salmos54 55. El propio Juliano, que, como hemos visto, fue uno de los principales impulsores de la polmica antifeminista en los ambientes paganos de la segunda mitad del siglo iv, es acusado por Amiano Marcelino de suplantar a los sacerdotes en los cultos y rodearse en ellos de mujeres llevado de su afn de ostentacin: Y en esto las acusaciones estaban fundadas pues por simple ostentacin y sin pudor le gustaba transportar, rodeado de una corte de mujerzuelas, los objetos del culto sustituyendo en esta funcin a los sacerdotes33. Como puede observarse, el tono despectivo (mulierctilae) hacia las mujeres es el mismo en los autores paganos y en los cristianos. Cabe preguntarse si Juliano, que en tantos aspectos trat de imitar la organizacin de la Iglesia cristiana, no tom tambin de sta la costumbre de rodearse de mujeres en los actos litrgicos.

    Las mujeres que hacan el coro a los obispos eran generalmente vrgenes. Lo eran tambin las de Juliano? En un ensayo reciente56 he sugerido la idea de que esta asociacin estrecha entre las vrgenes y el poder episcopal no sea ajena a la enorme importancia que en esta i misma poca adquieren los eunucos en la corte imperial: el poder sagrado de los obispos y de los emperadores gusta de rodearse de seres asexuados (virgines, eunuchi) y, de manera similar, en la corte ce- ' lestial que ahora se configura siguiendo el modelo de la corte imperial, Dios es representado rodeado de ngeles, tambin asexuados. Parece que en todos los casos existe un hilo conductor comn: la idea de que el sexo no cuadra bien con lo sagrado, con la divinidad.

    f e m i n i s m o . R E L I G I N Y P O L I T I C A e n l a a n t i g e d a d t a r d a

    52. Epstola 23, 3.53. Eusebio, Historia eclesistica Vil, 30.54. Gregorio de Nacianzo, Oratio V, 25, 1.55. Res (Lstae XXII, 14 ,3 ; cf. tambin Gregorio de Nacianzo, Oratio V, 22,1, donde

    habla despectivamente de viejas con las que Juliano rivalizaba en soplar para encender el fuego del altar.

    56. R. Teja, II ceremoniale, en Storia di Roma III/l, Einaudi, Torino, 1993, especialmente pp. 337-339, recogido en esta misma obra.

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  • M U J E R E S

    4. Una conclusin pesimista

    Es el momento de las conclusiones. La experiencia de Juliano y la de los pensadores y obispos cristianos contemporneos pone de relieve las paradojas de una poca en que los hombres siguen anclados en las viejas ideas de la inferioridad fundamental de la mujer, y las mujeres, aun aceptando estas ideas, alcanzan un protagonismo desconocido hasta entonces en la Antigedad al que los hombres no pueden oponerse y permanecer ajenos. Como sugiere el mismo ttulo de un conocido artculo de Elizabeth A. Clark57 58, el protagonismo femenino iba estrechamente unido al ascetismo, aunque la paradoja es menor si se tiene en cuenta que el ascetismo femenino significaba la renuncia al sexo, la virilizacin, es decir, la equiparacin con el varn, como dijera con orgullo Paulino de ola de su pariente Melania: si feminam dici possit, tam viriliter christianamss. E. A. Clark pone de relieve que estas mujeres nobles cristianas disfrutaron gracias al ascetismo de mucha mayor libertad de movimientos y de actuacin que sus contemporneas paganas de su mismo rango social. La Iglesia ofreci a estas mujeres, que en el ambiente domstico habran llevado una existencia oscura, una libertad personal para expresarse pblicamente y para controlar personalmente su poder

    aristocrtico, su riqueza y su piedad. Y concluye sealando que el ascetismo de estas mujeres tuvo como resultado para ellas el sentirse tiles socialmente y una personal liberation.

    Es indudable que muchas mujeres cristianas alcanzaron una fama a la que las paganas contemporneas no tuvieron acceso y pudieron descubrir, cuando abandonaron los palacios de sus progenitores, que el palacio celestial les ofreca una mayor libertad. Pero puede hablarse realmente de promocin y liberacin femeninas, al menos tal como hoy lo entendemos? Al margen de que todo lo dicho hasta ahora es aplicable slo a un nmero muy restringido de mujeres de la alta aristocracia y que permanece en la oscuridad la gran masa de

    57. Ascetic Renunciation and Feminist Advancement: A Paradox of Late Ancient Christianity: Anglican Theological Review 63 (1981), pp. 240-257.

    58. Epstola 29, 6. El tema religioso de \a.mulier virilis que tanta importancia adquiere en el cristianismo antiguo (cf. E. Gianarelli, La tipologa femminile, cit., pp. 16 ss.) posiblemente sea tambin una herencia pagana. Me lo sugieren las ideas expuestas por J. Scheid sobre las vestales: Las Vestales, dice, no son matronas, pero tampoco son nias... De hecho, eran al mismo tiempo matronas y nias, m ejor an, eran tambin hombres (la cursiva es ma) por toda una serie de privilegios legales de los que las nias y las matronas estaban excluidas... En otras palabras, el estatuto sexual de las Vestales era ambiguo, intersticial, como la naturaleza del fuego de Vesta que representaban. Se comprende as fcilmente por qu las Vestales podan detentar ciertos poderes religiosos tradicionalmente reservados a los hombres, Indispensabili Straniere, cit., p. 432.

  • F E M I N I S M O . R E L I G I N Y P O L T I C A EN L A A N T I G E D A D T A R D A

    mujeres silenciosas de que hablaba M. Finley, que no cont con panegiristas o bigrafos, se impone una consideracin fundamental La promocin de la mujer en las sociedades occidentales modernas se ha basado en dos factores: la liberacin econmica y la liberacin sexual. Al final de la Antigedad un cierto nmero de mujeres de la alta sociedad alcanz la libertad econmica, pero no la sexual La gran mayora no alcanzaron ni una ni otra. En el bloqueo de la liberacin sexual la influencia de la doctrina cristiana fue decisiva al hacer suyos, con nuevos y poderosos argumentos, viejas ideas y representaciones antifemeninas de origen helenstico, judo y romano Lo ha expresado bien E. Pagels:

    Pero cmo se formaron los modelos de conducta que configuran las relaciones de gnero y de sexo, roles tan obvios y naturales para cuantos los han aceptado que parecen haber sido conformados por la misma naturaleza? En el intento de encontrar una respuesta, pronto me di cuenta de que las normas sexuales que nosotros relacionamos con la tradicin cristiana surgieron en la cultura occidental en un momento bien preciso, a saber, en los primeros cuatro siglos de la era cristiana, cuando el movimiento cristiano, que haba nacido como una secta rebelde, termin por transformarse en la religin del Imperio romano5''.

    De los cuatro primeros siglos de la era cristiana, el ltimo fue quiz el decisivo, pues represent el momento en que el debate sobre el sexo y la mujer alcanz su punto culminante y el pensamiento cristiano qued fijado de una forma definitiva hasta nuestros das.

    59. E. Pagels, Adam, Eve, and the Serpent, London, 1988. Cito por la edicin de Penguin Books, 1990, Introd., p. XVII.

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