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Resulta relevante que el alumno sea una parte activa en su aprendizaje, pero ¿Hasta donde?
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CULTURA ESCOLAR Y APRENDIZAJE ORGANIZATIVO
¿QUIÉN DEBE EXPLICAR EN CLASE DE PRIMER SEMESTRE?
Reflexión:
Hoy 30 de septiembre de 2013, llegué al CESE 20 minutos antes de las 5
de la tarde; llegué con la emoción del primer día de clase, con el entusiasmo de un
chiquillo ante la agitación de encontrar algo nuevo, con la idea de integrarme a un
grupo proactivo, con la expectativa de encontrar un docente preparado y dispuesto
a ofrecernos diversas experiencias de aprendizaje. Y así fue.
En la primera parte de la sesión la Doctora Esther nos presentó todo lo
referente al curso, Mientras que en el segundo segmento fuimos presentándonos
cada uno de los participantes. En cierta parte, correspondiente a la primera mitad,
la doctora refirió que, el líder en el salón es quien debe trabajar menos. Esto me
remite a la siguiente pregunta obligada: ¿Quién debe explicar los fundamentos
básicos de una disciplina, cuando se trabaja con estudiantes de primer semestre?
Para contestarme el cuestionamiento anterior, supuse que el docente
puede inducir a sus alumnos para que lean, indaguen y construyan proyectos
relacionados con la materia que imparte, con el contexto de la carrera, y con la
trama social prevaleciente. Todo lo anterior, obviamente, sin caer en actitudes
paternalistas que en última instancia limitan el desarrollo del discente. De este
modo, el líder busca, propone y motiva diversas experiencias de aprendizaje en
las cuales cada miembro del grupo se involucra de una manera natural, con
interés legítimo y con el deseo de aprehender la experiencia del aprendizaje. Todo
esto, se resume en la frase siguiente: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo,
involúcrame y lo aprendo”.
¡Si efectivamente, es la máxima pronunciada por Benjamín Franklin¡ y que
ahora el CESE lo toma como lema. Sin embargo, no resulta fácil lograr que los
estudiantes se comprometan con su propio aprendizaje. Muchos alumnos esperan
que el docente les explique de manera muy amena y accesible los elementos
complejos y profundos de su asignatura, pues son producto de una sociedad
consumista que no les incita a la acción, ni a la creación, y mucho menos a la
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reflexión, y si al consumo de diversos productos que cambian la felicidad por cierta
“comodidad”; también pretende cambiar la satisfacción del esfuerzo realizado, por
la adquisición de vágatelas. De este modo, la frase por excelencia que define una
sociedad derrochadora es: ¡Compro, luego existo¡ Así, la adquisición precede al
ser. Luego entonces ¿Cómo cambiar esta absurda realidad?
A partir de los años sesenta los nuevos medios de comunicación
comenzaron a influir en toda la sociedad trastocando los límites de la educación,
llegando a constituir en la actualidad un poderoso aparato educativo. Hoy por hoy,
en las escuelas ya no se preparan a los alumnos para que puedan convertirse en
ciudadanos, sino que el aparato educativo ha sido subyugado y derrotado por una
nueva fuerza tecnológica e ideológica que sólo producirá compradores de
mercancías.
Los últimos años han estado caracterizados por una gradual pérdida de
afición por la lectura, y paralelamente, por un aumento inusitado del consumo
televisivo, y de otros productos visuales. A éste creciente cambio se le asocia un
paulatino empobrecimiento de la capacidad de entender, dado que, a diferencia de
la palabra escrita, la televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este
modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad
de entender. Es decir que, el homo sapiens está al borde de ser suplantado por el
homo videns, que no sería ya portador de pensamiento, sino de “post-
pensamiento” (Simone, 2000: 87-88).
Hoy, sabemos muchísimas cosas que nunca hemos leído en ninguna parte,
y mucho menos en libros: las hemos podido simplemente “ver“– en la televisión,
en el cine, o quizá las hayamos “leído” en un periódico, en un soporte impreso, o
en la pantalla de un ordenador. También las hemos podido “escuchar”, de la radio,
o a través de un amplificador que “lee” señales en un soporte de cualquier
naturaleza (CD, memoria, cinta o memoria magnética). Todo esto, no se trata de
“ligeros cambios”, sino de las señales de una profunda transformación cultural.
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Así, los jóvenes ya no reciben todos los conocimientos académicos o
científicos por medio de la escuela; sus cerebros han aprendido a interpretar la
sintaxis visual (cine-televisión) antes que la lingüística; los programas infantiles
ofrecen conocimientos antes que la escuela primaria; el teléfono móvil y sus
mensajes enseñan una forma abreviada y poco conceptual de escribir que tiende a
convertirse en la única expresión escrita personal.
Ciertamente, se trata de la aparición del Homo videns de la sociedad
teledirigida, de Giovanni Sartori, en donde los niños de hoy se encuentran
destinados a desarrollarse en un mundo principalmente mediático, se encuentran
aprendiendo a interpretar sintaxis visuales antes que lingüísticas, saltándose de
esta manera el fundamento de la evolución intelectual de la existencia humana
(Gómez, 2003:12, 33).
El hombre actual al vivir en una sociedad hedonista donde se rinde culto a
sí mismo, ha optado por seguir la ley del menor esfuerzo. El “esfuerzo de leer” no
puede competir con la “facilidad de mirar”. De esta manera, lo visual y la visión se
han convertido realmente, como ha sostenido Popper (1995) en “ladrones del
tiempo”, pues han robado atención y esfuerzo a otras formas de adquisición del
conocimiento. De lo que se trata ahora es de poner la información visual y todos
los medios de comunicación al servicio de la creación y de la vivencia de otra
racionalidad, y de otra cultura.
No obstante, en la comunidad virtual la participación se reduce a simple
pasividad del copy page, es decir a una hipnotización que da la ilusión de
integrarse a la efervescencia del mundo globalizado. En el pasado la opinión del
hombre que sólo refería un solo libro, resultaba pobre. En la actualidad no se dan
referencias, pues el conocimiento surge de mirar la televisión o la pantalla de una
computadora personal (PC). El contenido de todo programa queda limitado a su
creador, y no existe un deseo de ampliarlo o corroborarlo, por parte del
espectador, que generalmente muestra una gran pasividad.
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Es posible mirar colectivamente, pero se lee en soledad. Esta diferencia
puede incluso llegar a crear situaciones paradójicas: él que está acostumbrado a
usar la lectura como principal medio para adquirir información, también tenderá a
estar en silencio mientras mira la pantalla de cine, o la televisión; por el contrario,
quien no está acostumbrado a las reglas de la lectura tiende a socializar y, por
tanto, resulta ruidoso en los lugares donde tendría que estar en silencio. Por ese
motivo, el lector a menudo es considerado por el no-lector como una persona
lenta, solitaria y poco parlante.
Mientras tanto, el entramado mediático ha logrado presentarse en la
actividad educativa bajo el aspecto de fiel escudero del profesor y de la educación
en general. Sin embargo, las posibilidades perceptivas y cognoscitivas que abren
estas herramientas de la reciente hornada tecnológica suponen mucho más que
un simple apoyo a la labor educativa, parecen conformar una visión y una
compresión distintas de la realidad. Sus implicaciones cognoscitivas son fáciles de
entender: como los conocimientos científicos están al alcance del sillón y del
televisor, se ha formado una nueva escuela pasiva, al creer que con ver un
documental ya sabemos, veo luego sé.
El saber implica más, es relacionar ese tema y otros; requiere intelección,
comprensión, no mera recepción. Esto sin considerar la veracidad y rigor del
documental. Por otra parte, el alumno busca que los contenidos de las lecciones
resulten de tan brevísima elocuencia como los comerciales televisivos, y que las
tareas escolares resulten tan complejas como el “corta” y “pega” de Internet.
Así pues, la escuela con su trabajo monótono, constante, “casi propio de la
esclavitud”, vuelve a encontrarse en desventaja frente al deslumbrante mundo
creado fuera de ella para el estudiante. Con lo que se nulifica en gran parte el
esfuerzo docente y casi cualquier técnica pedagógica. Y esto ocurre, sin que sea
posible buscar responsables de éste desastre social, donde el educando se pasa
los días contemplando diversas pantallas de la casa, de la escuela, del ordenador,
de las “maquinitas”, cuando su naturaleza propia de niño le exige ejercitar sus
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músculos, indagar su mundo, y relacionarse con otras personas de su edad; o de
joven jugar a la seducción real (Gómez, 2003:59-65).
Por considerar a la TV como un referente informativo, no resulta raro que en
el salón de clase, un alumno, sonriendo, diga tras la explicación del académico: “Es
verdad; lo vi en la tele”. Por lo que, tampoco resulta extraño que surja la siguiente
pregunta obligada: ¿Dónde ha quedado el antiguo prestigio de la escuela como el
Templo del saber?
Además, tanto niños como jóvenes de México, durante sus horas de
esparcimiento y descanso frente al televisor, no sólo son motivados a consumir de
manera irreflexiva productos chatarra que en muy poco o nada los beneficia, sino
que aprenden la violencia y el hedonismo de las series y películas gringas, ya sin
mencionar que también se ilustran con actos reales de falsedad, impunidad, y
corrupción por parte de nuestros “servidores públicos”. Así formamos a las nuevas
generaciones en nuestro país.
En la TV ya desde los ochenta, con tal de obtener enormes raitings y
vender, se presenta la violencia temática, el consumo exacerbado, la invasión de
la privacidad, la banalización de la realidad, la información alarmante, incompleta,
frívola, morbosa y sensacionalista, la imposición mental del principio de la máxima
ganancia a toda costa, el entretenimiento vulgar y estrafalario, la cosmovisión
hollywodense de la vida, en detrimento de la presencia de los contenidos
estratégicos que requerimos producir para transformar nuestras conciencias y,
sobrevivir y convivir como pueblo y civilización.
Resulta insultante para las clases desfavorecidas la publicidad transmitida
por los medios, principalmente por la televisión, donde se les ofrece todo lo que la
realidad les niega; con lo que la TV nos denota dos realidades: 1) quien no compra
no existe, 2) unos pocos viven en el lujo mientras que el resto está condenado a la
pobreza y la opresión. Se trata de una cultura que manda consumir y una realidad
que lo prohíbe.
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La aplicación mayoritaria de toda esta cultura, ha generado en la sociedad
mexicana un fuerte desorden informativo, producido silenciosamente una anarquía
cultural al permitir que estemos altamente informados sobre lo secundario y no
sobre lo fundamental. La sociedad contemporánea, trata a los niños ricos como si
fueran oro, a los pobres como si fueran basura, y a los niños de la clase media los
tiene “atrapados” en la pantalla del televisor. Cada vez sabemos más del gran
mundo comercial externo y cada día menos de nosotros como Nación, como
comunidades y como personas (Granados, 2006: 140).
Todas estas situaciones, nos ha generado una enorme crisis cultural, nos
ha llevado a privilegiar lo superfluo por sobre lo básico, el espectáculo por sobre el
pensamiento profundo, la evasión de la realidad por sobre el incremento de
nuestros niveles de conciencia, la incitación al consumo por sobre la participación
ciudadana, el financiamiento de los proyectos eminentemente lucrativos por sobre
los humanistas, la homogeneización mental por sobre la diferenciación cultural,
entre otras.
Carlos Castilla del Pino, en su obra La incomunicación (1990: 19-52), nos refiere
el estado de anomia que prevalece en nuestros días:
el hombre actual, vive una paradoja, pues pese a que cuenta con
medios de comunicación inimaginables hace años, sostiene una
incomunicación fáctica con el resto de sus semejantes.
Lo anterior es consecuencia de que cada estructura social habla sólo de
aquello que se le permite entender, sin hacer ningún esfuerzo por
comprender aquello que se escapa de esta esfera. Esta estructura
genera dos grupos, el de los dirigentes que permiten hablar de tal o cual
cosa a otros, y el de los dirigidos que es el grupo que se obliga a hablar
sólo de lo permitido.
Dentro de la anomia cada uno de los grupos oprimidos prefiere luchar
desde sus propias aspiraciones no para conseguir la superación de la
estructura anómica en su conjunto, sino para obtener, para ellos
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mismos, un puesto entre los grupos opresores. Esta es la razón por la
que las clases sometidas soportan al sistema.
En la anomia nadie se liga profundamente a nadie, porque en último
término es un potencial competidor. Por tanto, no se da la politización,
ni la conciencia de la alineación en cada elemento de la sociedad. Así
las formas de lucha por la existencia hoy implican mayor
deshumanización.
Las pautas de conducta de un individuo son procesos que se producen
en él, pero que proceden de los esquemas que rigen como pautas
sociales. En este sentido, la conducta anómica es la forma final de un
proceso competitivo que se inicia por fuera del sujeto y que éste se ve
obligado a aceptar, a sabiendas o sin saberlo, como forma única de
supervivir en el sistema, es decir adaptándose al sistema.
Nuestro futuro se presenta no solo impreciso, sino amenazador lo que
nos impulsa como sujetos a incorporarnos al grupo dominante.
La publicidad por su parte, se encarga de presentarnos diversos
objetos, como accesibles, susceptibles de ser poseídos, como objetos
valiosos, no sólo para uno mismo, sino en la comunidad. El valor se
convierte en una mera atribución (valor ilusorio), y no en una verdadera
cualidad del objeto.
De esta manera, dentro de nuestra sociedad anómica, el principio rector
es la competencia por la adquisición de objetos, es decir de poder. La
única comunicación posible es aquella que se verifica al servicio de la
posesión. Lo que ha originado una sociedad hedonista, egoísta y
superficial.
El desarrollo de las comunicaciones, sin lugar a dudas, podría dar lugar a un
intercambio creciente produciendo un mayor acercamiento entre toda la
humanidad. Sin embargo, éste desarrollo no está concebido para ello, sino para
alcanzar la máxima ganancia. Las campañas televisivas, sean de “oportunidades”
del Teletón o la que sea, venden la idea de que los pobres no tienen medios ni
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voluntad, poder ni cultura y que todos debemos de ayudarles, con lo que se
marginan aun más en la mediocridad.
Todo lo referido con anterioridad, se ha reflejado en la falta de competitividad
de México en los escenarios mundiales. Además existe una severa bancarrota
ético-moral que está produciendo el proceso de decadencia de nuestra República
como pocas veces se ha presentado en toda la historia de nuestro país. Y sin
embargo, dentro de esta realidad “sísmica”, no se señala la posibilidad o
necesidad de cambios profundos de las formas dominantes, sino la intensificación
de la competencia para triunfar sobre otros y las conocidas características de tal
estructura social.
Por su parte, los gobiernos en turno, atienden de manera única la funciones
que les asignó la globalidad (cuidar la moneda nacional; privatizar y vender el
patrimonio del pueblo; y reprimir a sus opositores), descuidando todo lo demás (el
campo, la seguridad y la educación entre otros). El sistema educativo ha quedado
rezagado por falta de voluntad política, por falta de compromiso, de tecnología, de
incentivos, de apoyo en general.
Mientras tanto, los maestros “armados”, con un pintarrón amarillo, no han
podido competir con la labor anti-educativa de los medios electrónicos. No hemos
podido encarar el reto de educar para la democracia, bajo principios y valores
opuestos a los presentados en las diversas pantallas. De esta manera, los medios
electrónicos han desplazado al sistema educativo en su antigua hegemonía de
producir el tipo de persona que requiere la sociedad.
Y como si fuera poco, en medio de este ambiente desfavorable para la
educación, se presenta la mal llamada reforma educativa, como una forma de
conseguir equidad y calidad en materia educativa en México. Cuando la calidad en
las aulas, no es cuestión de modas, es un reclamo social cada vez más intenso
porque la escuela no satisface las expectativas de la sociedad en este mundo
cambiante.
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Ante esta realidad, no se debe considerar a los políticos como propietarios de
la verdad educativa que anuncian desde sus curules. Los medios y la tecnología
ahí están, no se puede negar su comprobada capacidad de enseñar; entonces la
escuela debe ser, tal como lo plantea Francesco Tonucci (2013), el lugar donde se
aprenda a manejar y aplicar bien esta tecnología, donde se trasmita un método de
trabajo e investigación científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a
cooperar y trabajar en equipo.
Se debe pugnar por una educación científica, participativa, por una escuela
placentera. Si el alumno aprende a callar, se calla para toda su vida, perdiendo
curiosidad y actitud crítica. Cuando el docente se interesa en las necesidades
cognitivas y afectivas, cuando considera lo que piensan sus alumnos, facilita en
esa medida una estancia escolar más agradable y fructífera. Todo esto, sin
apartarse de los objetivos de la materia en turno.
Regresando a la pregunta que dio origen a esta reflexión: ¿Quién debe
explicar los fundamentos básicos de una disciplina, cuando se trabaja con
estudiantes de primer semestre? Pues, supongo, se debe optar por un cierto
equilibrio gradual, entre las exposiciones del docente y las participaciones de los
educandos. De esta manera, se podrá ir cambiando las concepciones del
aprendizaje en el grupo, sin que, deserten en el camino de hacerse responsables
de su propio aprendizaje. También resulta conveniente considerar la obra de
Edgar Morin: Los siete puntos negros de la educación.
FUENTES:
Castilla del Pino, Carlos, La incomunicación, Península, Barcelona, segunda edición, 1990.
Gómez Segura Eugenio, Educar en la era mediática, una realidad virtual, Bellaterra, España, 2003.
Granados Hernández, Fernando, Investigación y guión cinematográfico: “Pancho Contreras”, FCPyS, UNAM, 2006.
Mtro. en C. Fernando A. Granados Hernández9
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Popper Karl, La responsabilidad de vivir. Escritos sobre política, historia y conocimiento, Paidós, Barcelona, 1995
Rafáele Simone, La Tercera Fase, Taurus, México, 2000.
Tonucci Francesco, La misión principal de la escuela ya no es enseñar cosas, en El periódico del magisterio, México, 2013.
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