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Quentin Skinner
Los Fundamentos del Pensamiento Político Moderno
I. El Renacimiento
Primera Parte
Los Orígenes del Renacimiento
I. El Ideal de Libertad
Las Ciudades-Repúblicas y el Imperio
“Ya a mediados del siglo XII, el historiados alemán Otón de Fresinga reconoció que en el norte de
Italia había surgido una nueva y sorprendente forma de organización social y política. Una peculiaridad
que notó fue que, al parecer, la sociedad italiana había perdido su carácter feudal (...)” 23.
“(...) en las ciudades había evolucionado una forma de vida política enteramente opuesta a la
suposición previa de que la monarquía hereditaria constituía la única forma sana de gobierno. Se había
vuelto “tan deseosa de libertad” que se habían convertido en Repúblicas independientes, gobernada
cada una “por la voluntad de los cónsules, antes que de los gobernantes”, a los que “cambiaban casi
cada año” para asegurarse de que su “afán de poder” fuera contenido (...)” 23.
“El primer caso conocido de una ciudad italiana [de estas características] ocurrió en Pisa en 1085 (…)
En adelante, el sistema empezó a difundirse con rapidez por la Lombardía así como por la Toscana:
regímenes similares aparecieron en Milán en 1097, en Arezzo al año siguiente, y en Lucca, Bolonia y
Siena en 1125 (...)” 23.
“(...) Durante la segunda parte del siglo ocurrió un segundo acontecimiento importante. El gobierno de
los cónsules llegó a ser suplantado por una forma más estable de gobierno electivo, centrado en un
funcionario llamado podestá, conocido así porque estaba investido con el poder supremo o podestas
sobre la ciudad. El podestá normalmente era un ciudadano de otra ciudad, convención destinada a
asegurarse de que ningunos vínculos o lealtades locales coartaran su imparcialidad administración dela
justicia. Era elegido por mandato popular, y generalmente gobernaba asesorado por dos concejos
principales (…)” 23.
“(...) El podestá disfrutaba de facultades vastas, pues se esperaba que actuara como supremo
funcionario judicial así como administrador de la ciudad, y que sirviera como destacado portavoz en
sus diversas embajadas. Pero el rasgo decisivo del sistema era que su categoría siempre fuera la de un
funcionario asalariado, nunca de un gobernante con independencia. El término de su cargo
habitualmente se reducía a seis meses, y durante todo ese tiempo era responsable ante el cuerpo de
ciudadanos que lo habían elegido. No tenía autoridad para iniciar decisiones políticas, y al término de
su gestión se le requería someterse a un escrutinio en toda forma de sus cuentas y juicios, antes de
obtener autorización para irse de la ciudad que le había empleado (...)” 23-24.
“Al término del siglo XII, esta nueva forma de autogobierno [podestá] republicano había llegado a ser
adoptada casi universalmente entre las principales ciudades del norte de Italia (…) Aunque esto trajo
consigo cierta medida de independencia de facto, sin embargo siguieron siendo, de iure, vasallas del
Sacro Romano Imperio. Las pretensiones jurídicas de los emperadores alemanes sobre Italia se
remontaban a la época de Carlo Magno, cuyo Imperio había unido Alemania y el norte de Italia a
comienzos del siglo IX (...)” 24.
“(...) Para cuando Federico Barbarroja subió al trono imperial a mediados del siglo XII, los
emperadores habían llegado a tener dos razones especiales para insistir una vez más sobre la verdadera
situación del Regnum de Italia del norte como simple provincia del Imperio. Una era el hecho de que
(…) las ciudades habían empezado a sacudirse la autoridad del Emperador y a “recibirlo de manera
hostil cuando debieran aceptarlo como su propio gracioso príncipe”. La otra razón (…) era que si el
Emperador lograba subyugar todo el norte de Italia, esto le convertiría en amo de un “verdadero jardín
de las delicias”, ya que para entonces las ciudades de la llanura lombarda habían llegado a “sobrepasar
a todos los demás estados del mundo en riqueza y poder” (…) El resultado de añadir esta esperanza de
tesoros inmediatos a las venerables pretensiones de la jurisdicción imperial fue que una sucesión de
emperadores alemanes, a partir de la primera expedición de Federico Barbarroja a Italia en 1154, se
esforzaron durante casi dos siglos por imponer su dominio al Regnum Italicum, mientras que las
ciudades principales del Regnum luchaban, con no menor determinación, por afirmar su
independencia”. 24-25.
“El siguiente emperador que intentó realizar la idea del Sacro Romano Imperio tratando de reimponer
su dominio al Regnum Italicum fue Federico II, quien anunció este gran designio ante la Dieta General
de Placencia en 1235, llamando en términos conminatorios a los italianos a “volver a la unidad del
Imperio” (…) el Emperador al principio logró imponer su voluntad a las ciudades (…) a finales de
1237 infligió una aplastante derrota a los ejércitos de la renovada Liga Lombarda en Cortenuova (…)
Sin embargo (…) la escala de sus victorias sirvió para reunir a sus enemigos, bajo la guía de los
siempre hostiles milaneses (…) Recuperaron Ferrara en 1239, se apoderaron del puerto imperial de
Ravena en el mismo año, y llevaron la guerra por toda la Toscana así como por la Lombardía durante la
siguiente década (…) Aunque sufrieron buen número de reveses, a la postre lograron dar un fin
ignominioso a los sueños de los imperiales: en 1248, el Emperador perdió todo su tesoro en la toma de
Vittoria; en 1249, su hijo fue tomado prisionero, cuando las fuerzas de la Liga recuperaron Módena; y a
fines del año siguiente murió el propio Federico (...)” 25.
“Los comienzos del siglo XIV presenciaron otros dos esfuerzos de los emperadores alemanes por hacer
efectiva su pretensión de convertirse en soberanos legales del Regnum Italicum. El primero fue
encabezado por el héroe de Dante, Enrique de Luxemburgo, quien llegó a Italia en 1310 (…) Como sus
predecesores, empezó victoriosamente, sofocando rebeliones en Cremona y en Lodi y poniendo sitio a
Brescia en 1311, antes de seguir hacia Roma, a ser coronado por el Papa en 1312 (…) Pero una vez
más, su triunfo movió a sus enemigos a unirse, encabezados esta ves por Florencia, principal defensora
de las libertades republicanas desde que los milaneses habían sucumbido al despotismo de los Visconti
en la generación anterior (…) Una vez más, los resultados fueron desastrosos para la causa imperial:
después de esperar refuerzos durante casi un año, antes de volver a atacar Florencia, el Emperador
falleció al término de su campaña, y sus ejércitos inmediatamente se dispersaron (…) Para entonces ya
era claro que Italia nunca se sometería al régimen imperial, de modo que el intento final de Luis de
Baviera en 1327 por proclamar sus derechos imperiales fue un abyecto fracaso (...)” 26.