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OP-308 Marzo de 2019 Copyright © 2019 IESE. Última edición: 6/3/19 Qué necesita ser regenerado en la vida política ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial, Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa, IESE Resumen Hoy en día, se escucha en muchos lugares un clamor, a veces confuso, pero extendido entre personas de distintas ideologías, clases y convicciones políticas, que reclama una regeneración de la vida política. Este documento trata de explicar por qué se produce ese clamor, cuáles son sus causas subyacentes, más allá de las discusiones ocasionales en un país o en un momento determinado, y qué puede hacerse para regenerar esa vida política. Palabras clave: política; sociedad; ética política

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OP-308 Marzo de 2019

Copyright © 2019 IESE. Última edición: 6/3/19

Qué necesita ser regenerado en la vida política

ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial,

Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa, IESE

Resumen

Hoy en día, se escucha en muchos lugares un clamor, a veces confuso, pero extendido entre personas de distintas ideologías, clases y convicciones políticas, que reclama una regeneración de la vida política. Este documento trata de explicar por qué se produce ese clamor, cuáles son sus causas subyacentes, más allá de las discusiones ocasionales en un país o en un momento determinado, y qué puede hacerse para regenerar esa vida política.

Palabras clave: política; sociedad; ética política

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OP-308 Qué necesita ser regenerado en la vida política

2 IESE Business School-University of Navarra

Índice

Introducción ....................................................................................................................................... 3

La política y sus protagonistas ........................................................................................................... 4

La ética política ................................................................................................................................... 4

Qué es lo que necesita regeneración ................................................................................................. 6

La sociedad ......................................................................................................................................... 7

La ética ............................................................................................................................................... 8

La política ........................................................................................................................................... 9

Cómo podemos regenerar la vida política ......................................................................................... 9

El contenido de la política ........................................................................................................... 10

Los agentes de la política ............................................................................................................ 11

Conclusión ........................................................................................................................................ 13

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Introducción1

Hoy en día, se escucha en muchos lugares un clamor, a veces confuso, pero extendido entre personas de distintas ideologías, clases y convicciones políticas, que reclama una regeneración de la vida política. Las razones próximas a ese clamor son muchas: la evidencia de numerosas actuaciones corruptas, la insatisfacción por la gestión de la reciente crisis financiera, la ausencia de líderes que merezcan confianza, el auge de los populismos de distinto signo, el brexit, etc. Detrás de esas razones, están otras más profundas: el temor a la pérdida de la calidad y del nivel de vida, para uno mismo y para sus hijos, con la sensación de inseguridad que esto crea; la desconfianza en las élites políticas y económicas, y en los expertos; la sospecha de que el poder es manipulado por “otros”; el temor difuso a un cambio tecnológico, que puede dar al traste con nuestra manera de vivir; la presencia de “extraños”, sobre todo inmigrantes, que pueden “robar” nuestros puestos de trabajo y poner en peligro la coherencia de nuestras comunidades...

Se trata de problemas muy distintos, algunos debidos a errores u omisiones de los políticos, otros causados por nuestros conciudadanos, por extranjeros o incluso por fuerzas naturales. En todo caso, la ciudadanía parece esperar una respuesta por parte de la clase política: una expectativa no siempre justificada, al menos, en lo que puede suponer de falta de virtudes de los ciudadanos, que trasladan al Estado lo que, en definitiva, es responsabilidad de las personas2. En todo caso, esta insatisfacción es un hecho, y de ese hecho partimos en este trabajo, para reflexionar sobre la posible degeneración de la actividad política y sobre sus soluciones.

Pero ¿qué queremos decir cuando hablamos de regenerar la vida política? ¿Qué es esa vida política, por qué hay que regenerarla, con qué dificultades nos encontraremos al intentarlo y quién debe llevarla a cabo? Estas son algunas de las preguntas que irán apareciendo en las páginas que siguen. Nuestra tesis es que esa regeneración tiene que venir de la ética y, en concreto, de la ética política, porque los problemas no son solo ni principalmente técnicos, sino morales. Para lo cual tenemos que precisar, primero, cuál es el ámbito de la política y qué es la ética política. Luego discutiremos qué es lo que necesita regeneración, y acabaremos con algunas recomendaciones.

¿Estamos ante un caso de manzanas podridas que han caído en un cesto con otras en buen estado? ¿O es el cesto el que pudre las manzanas? ¿Basta con apartar a los malos políticos, o hay que tomar medidas de mayor calado? Veremos cómo en la política, al igual que en casi todas las actividades humanas, hay personas inmorales, pero también que el cesto de la política puede cambiar a peor las conductas de los que a ella se dedican. Y, además, la política se ve influida por el entorno de toda la sociedad: el almacén en el que están los cestos también contribuye a la degradación de las frutas.

El presente artículo empieza con una reflexión sobre la política y sus protagonistas, y la ética política, para presentar a continuación brevemente algunos de los argumentos sobre lo que está pasando, continuar con algunas ideas sobre lo que se puede hacer para regenerar la política y acabar con las conclusiones.

1 Se publicará una versión abreviada de este documento en la revista Temes d’Avui. 2 Un chiste italiano de hace muchos años refleja esa actitud de los ciudadanos: una persona sale a la calle, ve que está lloviendo, y exclama: “Piove, ¡porco Governo!” (“Llueve, ¡maldito Gobierno!”).

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La política y sus protagonistas

En toda reflexión sobre la ética, el primer nivel de análisis es el de las personas que llevan a cabo acciones, provocan consecuencias y reciben las consecuencias de sus propias acciones y de las de otros. Pero las personas no están solas, sino que interactúan con otras. A menudo, esas interrelaciones adquieren una cierta formalidad, dando lugar a organizaciones o comunidades intermedias; unas son naturales, como la familia; y otras son voluntarias, como empresas, clubes, asociaciones, instituciones con fines sociales y muchas otras. Esas organizaciones persiguen fines que no son del todo coincidentes con los de las personas que las integran: aquí aparece la ética de la organización, que tiene que estar presente en sus objetivos, estructura y actividades, y que no coincide con la ética de la persona, aunque no se opone a ella3. La sociedad es el conjunto de relaciones entre personas y entre comunidades intermedias. Cuando esa sociedad se organiza de alguna manera para conseguir sus objetivos específicos, constituye una comunidad política; el Estado es la forma concreta de organización de esa comunidad en un momento y un lugar determinados, estableciendo quién tiene el poder, en qué se basa ese poder y cómo se ejerce4.

Por tanto, la política es una actividad humana que trata de conciliar la diversidad de intereses de una comunidad mediante el ejercicio del poder (o, como dicen algunos manuales, desde la perspectiva del “nosotros”). La referencia al poder se justifica porque, de otro modo, el ámbito de lo político sería demasiado amplio, y llegaría a incluir todo aquello que se ordena a la organización de la vida comunitaria, lo que supondría una politización de la vida privada, de la que tenemos ejemplos en algunos regímenes totalitarios.

Los agentes políticos son las personas que participan en los procesos de organización y gobierno de la sociedad: políticos, gobernantes, legisladores, jueces, administradores, asesores, expertos, etc., que actúan individualmente o a través de partidos, asociaciones, lobbies, grupos de poder, empresas… También son agentes políticos los ciudadanos, al menos, cuando ejercen sus derechos y deberes a la hora de formar sus opiniones, de elegir a sus representantes, de votar y evaluar o de censurar las decisiones de estos últimos.

Cuando hablamos de regenerar la vida política, tenemos por delante todo el panorama de la acción política, ejercida por esos agentes a lo largo del tiempo. O sea, regenerar la vida política quiere decir regenerar un amplio espectro de actividades de la sociedad.

La ética política

De una manera, quizá, poco precisa, podemos definir la ética personal como el conjunto de reglas, valores y prácticas que gobiernan las acciones y conductas humanas para que sean conformes con la recta razón5. Es normativa, no descriptiva: no explica lo que hacen las personas, sino qué deberían hacer –aunque, naturalmente, su punto de partida es el

3 Por ejemplo, un directivo o un empleado de una empresa tiene los deberes propios de cualquier persona, ciudadano, padre o madre de familia, vecino, aficionado a un deporte, etc., y otros específicos como directivo o empleado: por ejemplo, el deber de guardar el secreto profesional. 4 Esta distinción entre la sociedad y la comunidad política no la reconocen muchos manuales de ciencia política, pero nos parece importante para marcar el papel de la libertad de las personas y, consiguientemente, los límites de la interferencia de la política, no solo en la vida privada, sino también en las relaciones sociales no políticas. 5 Esta definición no satisfará a algunos expertos, pero puede ser comprendida y compartida por muchas personas, para las que ser ético supone actuar de acuerdo con determinados principios, normas o reglas; o tratar de imitar a unos modelos o ejemplares, etc.

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conocimiento de lo que hacen, de la realidad–: por ejemplo, el que se mueve en un entorno corrupto debe conocer la existencia de esas prácticas, cómo se difunden, por qué son rechazables, etc., y tenerlas en cuenta en sus actuaciones.

Si, como ya explicamos, algunas actividades reciben el adjetivo de “políticas”, debe haber una ética política, un conjunto de valores, reglas, prácticas y recomendaciones normativas sobre cómo actuar de manera correcta en esas actividades. Habrá, pues, una ética política personal, la de los agentes que actúan, no como personas privadas, sino por sus implicaciones para la política y para las organizaciones (partidos, lobbies, administraciones públicas, etc.)6, una ética de las organizaciones políticas y una ética de la sociedad política.

Ahora bien, no hay acuerdo acerca de en qué consiste esa “manera correcta” de actuar en política. Para muchos expertos7 y políticos, esa manera correcta consiste en poseer, ejercer y controlar el poder. Desde este punto de vista, la acción política es autónoma respecto de la ética; lo que cuenta en ella es el cálculo relativo al éxito, en términos de poder8. Esta manera de pensar, muy extendida hoy en día, aísla la política de la ética, bien porque la considera una actividad neutra, sin significación moral, bien porque elabora ella misma sus propias reglas morales, que serán cambiantes y no generalizables. En todo caso, la acción orientada al poder no tiene respuesta para las cuestiones sobre lo que es bueno o malo, más allá de lo que permite conquistar, mantener y disfrutar del poder.

Pero, si esto es así, no tiene sentido preguntarnos por la regeneración moral de la vida política: si esta es autónoma, los problemas que se presenten serán siempre de naturaleza técnica y se podrán solucionar con medidas técnicas. Pero hemos dicho antes que hay un clamor muy amplio sobre la necesidad de esa regeneración, debido a que la actividad política ha quedado reducida a algo meramente estratégico, para acceder al poder y mantenerlo.

Por tanto, más allá de las discusiones de escuela, debe haber una ética política, de carácter normativo, que no puede ser definida por la misma política, ni dictada por los que tienen el poder, o los que lo desean. Una ética que imponga restricciones intrínsecas a las acciones (por ejemplo: no es lícito matar al inocente, ni mentir, ni traicionar), antes del cálculo de consecuencias (lo que validaría la tesis de que el fin justifica los medios), pero que tenga en cuenta no solo unos principios, sino también las circunstancias y las consecuencias. Una ética que tome como punto de partida lo que es genuinamente político de la acción humana, lo que la ordena a la convivencia pública. Una ética que parta, como hemos dicho antes, primero de las personas que participan en la política –y hay muchas maneras distintas de esa participación–, desde el ciudadano que forma su criterio, reflexiona y vota, hasta el asesor, el político que toma decisiones, el administrador que las ejecuta, el que cuida de las relaciones públicas, el supervisor o controlador y el magistrado que juzga sobre esas acciones. Y que inspire, en segundo lugar, las administraciones e instituciones, que objetive las actuaciones, más allá de las que lleva a cabo

6 Por ejemplo, la conducta sexual de una persona que ostenta un cargo político pertenece a su ética personal, pero también puede tener que ver con la ética política, en cuanto puede afectar, por ejemplo, a la confianza de sus electores o a su dedicación al cargo que ocupa. 7 El origen de esta concepción está en Nicolás de Maquiavelo (1469-1527). 8 Para Max Weber (1864-1920), el político no puede permitirse el lujo de actuar de acuerdo con sus convicciones, sino que debe tener en cuenta las consecuencias que se derivan de su acción. La ética política consistirá, principalmente, en actuar buscando el bien político: “Quien busca la salvación de su alma y la de los demás, que no la busque en el camino de la política, cuyas tareas, que son muy otras, solo pueden ser cumplidas mediante la fuerza” (Weber, M. (1979), “La política como vocación”, El político y el científico, Madrid, pp. 173-174).

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cada agente, y que imponga un criterio coactivo, para evitar que alguien atente contra el orden de la sociedad.

Y todo esto referido a una sociedad plural, en la que no hay un acuerdo sobre los fines: por tanto, una sociedad que deja un amplio margen de libertad a sus ciudadanos, para que cada uno busque sus propios fines, pero que establece unas metas colectivas, por mínimas que sean, y los principios en los que se basa la vida común. Es verdad que el diálogo sobre principios puede resultar muy difícil, pero es necesario, ya que nadie puede tomar decisiones sobre sus acciones si no conoce el criterio de verdad contenido en las mismas.

Qué es lo que necesita regeneración

¿Por qué se quejan los ciudadanos de la pérdida de calidad de la vida política? Hay tres maneras de responder a esta pregunta. Una es elaborando un elenco de los temas sobre los que versa la política, tal como los tratan los manuales de ciencia política: los regímenes (democracia, autoritarismo, totalitarismo, república, monarquía), los derechos de los ciudadanos (vida, seguridad, dignidad, igualdad, pobreza, libertad religiosa, vivienda, empleo, educación, inmigración, minorías, discriminación), las instituciones (familia, matrimonio, mercado, contratos), la convivencia ciudadana (derechos políticos, regímenes electorales, representación, conflictos), la Administración Pública, las relaciones internacionales y otros muchos. Irían apareciendo así posibles motivos para el disgusto de los ciudadanos, cuando las decisiones políticas no coinciden con sus preferencias personales o de grupo.

Pero esto no respondería a la pregunta que nos hemos hecho más arriba: los distintos puntos de vista que podemos tener sobre la estructura de la ley electoral, la legislación sobre el aborto o la proliferación de partidos populistas no son, por sí mismos, muestra de una degeneración de la política, sino de la pluralidad de posiciones de los ciudadanos sobre las decisiones políticas. Y esto nos llevaría más lejos, a preguntarnos cuáles serán las consecuencias de discrepancias profundas y qué tipo de convivencia se puede organizar en esa sociedad, de modo que sea dinámicamente estable a lo largo del tiempo.

La segunda manera sería revisar los temas que aparecen continuamente en los medios de comunicación: corrupción, clientelismo, nepotismo, falta de transparencia, manipulación de votos, incumplimiento de leyes, mala gestión y muchos más. Este listado sí nos pondría sobre la pista de los motivos de desagrado de los ciudadanos, pero aún necesitaríamos un paso más, la tercera manera de enfocar el análisis, que es la que presentamos aquí: un conjunto de reflexiones sobre lo que es la política y la ética política hoy, en la teoría y en la práctica, y sobre las razones que las amparan. Porque, en última instancia, es en este nivel donde descubriremos las causas profundas del malestar ciudadano.

En lo que sigue haremos algunas reflexiones sobre la sociedad actual, la ética y la política, referidas, sobre todo, a las sociedades occidentales avanzadas. Estas afirmaciones no se pueden aplicar a todos los ciudadanos ni a todas las circunstancias, pero el lector encontrará, probablemente, muchas referencias a su experiencia en la política, en los medios de comunicación, en la academia y en la vida cotidiana. Las tesis que se derivan de esto son, principalmente, dos: 1) los problemas éticos de la política se remiten a los problemas éticos, antropológicos y sociales de la sociedad actual: son un subconjunto de estos últimos, pero se desprenden de ellos, y 2) esos problemas presentarán también rasgos propios, por las reglas, incentivos y condicionantes diferenciales que se dan en cada circunscripción.

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La sociedad

La sociedad moderna y posmoderna es, desde muchos puntos de vista, individualista, al menos, en comparación con la de hace unas décadas. Los ciudadanos actúan de acuerdo con sus preferencias personales, que se presentan como éticamente neutras (en el sentido de que, siendo personales, no importa de dónde proceden9, y nadie tiene derecho a juzgarlas). Esas preferencias son subjetivas (no tienen por qué ser válidas para otras personas), cambiantes y relativas; por tanto, no pueden ser invocadas fuera de la vida privada, porque supondrían una injerencia inaceptable en los demás. Es más: tener unas preferencias sólidas puede ser una forma de fundamentalismo, incompatible con una auténtica democracia: el relativismo en los valores se funda en la ausencia de una verdad objetiva, negada por la supuesta autonomía de la persona.

Si las preferencias son privadas, no tiene por qué haber bienes comunes compartidos; a lo sumo, habrá intereses participados, que dan lugar a acuerdos más o menos transitorios y cambiantes. Se esfuma así la utopía de una sociedad justa: quizá se habla de ella, pero en la cultura popular predominan los códigos privados10.

En todo caso, en esa sociedad, los ciudadanos no se sienten responsables de objetivos sociales compartidos: quizá “todos somos responsables de todo”, según la conocida propuesta de Hans Jonas, pero cada uno piensa que su colaboración es mínima, y que la culpa debe ser de otro: se abre, de este modo, una brecha entre la vida privada y la pública.

Esta solidaridad colectiva tiene un marcado carácter emotivista: la respuesta ética a las cuestiones morales es, a menudo, emocional. El juicio ético se acaba, a menudo, en el “Me gusta” (Like) o “No me gusta”, en el marco de unas redes sociales en las que uno necesita integrarse en la manera de pensar de su colectivo, que será distinta de la de otro colectivo, probablemente, sin fundamento racional: es el mundo de lo políticamente correcto, que lleva, en el límite, a negar el derecho a hablar al que piensa de otro modo. En definitiva, si cada uno tiene derecho a pensar como quiera y si sobre los valores no cabe una discusión racional, porque son subjetivos, la reacción más común ante la persona que piensa de manera distinta es negar el diálogo, y, cuando el tema es importante, considerarlo como un enemigo.

El pluralismo de los valores se acentúa con el multiculturalismo, que se convierte en relativismo cultural, y este, en relativismo moral. Las preferencias individuales tienden a convertirse en derechos, con la pretensión de que sean reconocidos como universales. La fuente de estos derechos, relativos y cambiantes, no es la ética, sino la ley: las mayorías –reales o supuestas– parlamentarias o en las redes sociales se convierten en creadoras de moralidad.

9 Esta es la teoría vigente en nuestra sociedad posmoderna; otra cosa es que, en la práctica, a menudo, se rechacen, a veces violentamente, las preferencias de otras personas por su significación ideológica o por su base religiosa. 10 Es interesante observar cómo en las sociedades occidentales, también en la española, la existencia de unos objetivos sociales ampliamente compartidos se ha ido difuminando, desde los años de la posguerra y el hambre, pasando por los de la emigración, el crecimiento y la creación de oportunidades, la democratización de la vida pública, el desarrollo del estado del bienestar, la integración en Europa y la consolidación de una sociedad de derechos, hasta los años de la crisis financiera, en los que, en el imaginario colectivo, aparecen muchos objetivos no generalizados, limitados –a menudo, abstractos–, defendidos por grupos particulares y carentes de capacidad de catalización colectiva.

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La ética

La ética dice relación con la verdad: con la verdad de las personas y de las cosas. Pero la verdad no se reconoce hoy: pretender defender “la verdad” es una forma de autoritarismo, incompatible con la autonomía de la persona. Un ejemplo de la ruptura entre la ética y la verdad son las fake news, donde lo importante es el mensaje que la noticia lleva consigo, no que sea verdadera11. Tomar decisiones sobre la base de una información falsa no es importante, porque la ética –o mejor, las éticas, la que cada uno tenga– se valoran por sus resultados (consecuencialismo): el fin justifica los medios. Esto sería correcto si todos los resultados que se contemplasen –los presentes y los futuros– sobre todos los interesados, y, especialmente, sobre el propio agente, en todas las facetas de su vida. Pero, en la práctica, los resultados que cuentan son unos pocos: la conquista y la conservación del poder, el éxito económico, el cumplimiento de unas metas cortoplacistas, etc.

La ética tiene tres dimensiones, todas ellas relevantes: normas que hay que cumplir, bienes que el agente busca y virtudes que practica. Primero, las normas, que señalan mínimos, porque no pueden contemplar todos los casos y situaciones posibles: una ética solo de normas corre el peligro de convertirse en algo rígido, pesado. Pero es fácil de juzgar: por eso, el tratamiento de una acción en los medios de comunicación se fija, casi exclusivamente, en la existencia de una norma (a veces, de un principio abstracto), para ver si el agente la cumplió o no12.

Segundo, la ética incluye bienes, porque lo que busca es la acción buena, no solo evitar la mala: su calidad moral depende, principalmente, del bien que trata de conseguir, que está, sobre todo, en la intención de la persona –algo difícil de valorar desde fuera–: por eso, la ética racional habla en primera persona, porque tiene en cuenta su carácter, sus intenciones y motivaciones, y sus condicionantes, mientras que la ética posmoderna es, frecuentemente, de la tercera persona: la que percibe un observador imparcial.

Y, tercero, la ética racional se interesa, sobre todo, por el impacto que las acciones tienen en el agente, en sus aprendizajes morales: las virtudes o los vicios13. Entre las consecuencias que tiene en cuenta la ética posmoderna, no suelen aparecer esos aprendizajes, es decir, el progreso (o deterioro) que la persona se produce a sí misma como consecuencia de sus decisiones, que le facilitará (o dificultará) poder tomar buenas decisiones futuras y ejercer una influencia positiva en otras personas. En otras palabras: en nuestra sociedad, se valora éticamente cada decisión como si fuese independiente del carácter de la persona, y, por tanto, se tenderá también a no valorar las influencias externas: por ejemplo, en la política, la cultura desarrollada en la sociedad, la ideología del partido, los objetivos y la estructura de la oficina o del departamento en que trabaja, y los incentivos, presiones y oportunidades que se le ofrecen.

11 Esto es una versión moderna de la “razón de Estado” que ha llevado, en el pasado, a tomar muchas decisiones discutibles, y que fue, en ocasiones, una vía para el totalitarismo. Las fake news y otras muchas prácticas actuales son una “razón de partido”, o de ideología, o de intereses particulares. 12 Una ética racional tendrá en cuenta otras variables, como el fin o la intención perseguidos por el agente, la cualidad de la acción y sus circunstancias. La sociedad moderna se preocupa del aspecto formal, pero estará dispuesta a moderar su juicio con factores subjetivos, como la situación del presunto culpable (pobreza, exclusión social, discriminación), es decir, aspectos emocionales ya mencionados anteriormente. 13 Las virtudes son importantes porque ayudan a detectar los problemas éticos en cada situación, a identificar sus causas, a elaborar alternativas para la solución del problema, a ampliar el punto de vista de la decisión y a mover al agente a actuar, superando la tentación de hacer lo que es más fácil o lo que reporta más ventajas a corto plazo.

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La política

Se supone que los proyectos políticos están orientados a fines racionales y universales (libertad, justicia, bienestar); por tanto, la política solo debe cuidarse de la racionalización de los medios: es un ámbito técnico, con sus propias normas: la ética política no es necesaria.

Hoy en día, se afirma que, para que la política funcione, basta un marco legal e institucional adecuado14, un buen diseño técnico, incentivos (principalmente, económicos) para que los que la tengan que aplicar lo hagan, y medidas de supervisión y control. En el plano social, esto “debe” funcionar, aunque los ciudadanos no sean honrados; en el terreno institucional, tampoco hace falta que los gestores sean honrados si los incentivos están bien elaborados y los controles se aplican adecuadamente. Por ejemplo, se considera que la causa de la corrupción es un fallo de incentivos (la oportunidad de un enriquecimiento injusto, su cuantía y el riesgo de ser detectado) o de controles (la ocultación de información y la desidia de los supervisores y jueces): por eso causa tanta irritación, porque el sistema “debería” controlarla; si no lo hace, se supone que es por incompetencia o mala voluntad –y la solución que se pide suelen ser más leyes, controles y castigos15–.

Esto significa que, cuando las cosas no funcionan, “alguien” no está cumpliendo con sus deberes (técnicos, aunque revestidos, a menudo, de prestigio moral: la obligación de proteger, de atender a las necesidades de los ciudadanos, etc.). Esto genera desencanto con la política y desconfianza en los medios de representación tradicionales (partidos, sindicatos, etc.), desplazados por nuevos “representantes”, como las redes sociales.

Y esto lleva a la pérdida de confianza en las instituciones, en las leyes y en los organismos políticos, con lo que llegamos al estado presente, en el que el ciudadano reclama la regeneración de la función pública. Esto resulta paradójico, porque, precisamente, se minimizó el papel de la ética, que se suponía light, variable, discutible y poco efectiva, para sustituirlo por el de la ley, la regulación y la supervisión, más hard, pero que no han funcionado, porque la confianza se basa en tres pilares: confío en alguien, primero, porque sabe hacer lo que promete y puede hacerlo (capacidad); segundo, porque quiere hacerlo (honestidad); y tercero, porque, en caso de conflicto, pondrá mis intereses por delante de los suyos (benevolencia). La ley puede garantizar el primer pilar16, pero el segundo y, sobre todo, el tercero, pertenecen a la ética. Por eso dijimos que la regeneración de la política era una cuestión ética.

Cómo podemos regenerar la vida política

Regenerar la vida política implica reconstruir sus fundamentos éticos y su aplicación, además del adecuado desarrollo de sus aspectos técnicos. A esto se dirigen los párrafos siguientes que, en todo caso, son muy limitados, porque no pueden tener en cuenta la variedad de contenidos de las políticas concretas. Lo que importa, en cada caso, es que el decisor (político, gobernante,

14 El marco legal e institucional en el que se desarrolla la política es muy importante, porque es el que señala los límites de las actuaciones permitidas. 15 Leonardo Polo señala cuatro consecuencias de la aplicación de soluciones técnicas a problemas humanos: 1) segmentación, porque falta visión de conjunto; 2) efectos perversos, cuando los incentivos fomentan conductas inadecuadas, en ausencia de principios incondicionados que ordenen la acción práctica; 3) anomia, el desánimo que tiene lugar cuando las decisiones responden a estímulos, no a reglas, y 4) entropía social, porque las instituciones pierden su función (Polo, L. [1996], Sobre la existencia cristiana, Eunsa, Pamplona). 16 Y no siempre: por ejemplo, en un mundo de cambio tecnológico que altere las competencias necesarias.

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experto, ciudadano, etc.) utilice estos argumentos para evaluar las decisiones que debe defender, aprobar, ejecutar o evaluar. Y ello exige actuar con ética.

El contenido de la política

Hay que revisar el contrato social vigente. El ciudadano tiende a comparar lo que “da” con lo que “recibe”, no solo desde el punto de vista económico (impuestos y gasto público), sino también desde el punto de vista moral, y no solo para él mismo, teniendo en cuenta, asimismo, a los demás. Lo que aporta ¿guarda una proporción justa con lo que recibe? ¿Quiénes son los beneficiarios, actuales o potenciales, de su aportación? ¿Sus hijos, los más vulnerables, una élite manipuladora…? ¿Cómo funciona la Seguridad Social? ¿Son justos los impuestos? ¿Es justa la distribución intergeneracional de la renta y la riqueza? ¿Fomenta el gasto público la dependencia de los ciudadanos o favorece su responsabilidad? Y otras muchas. Como muestran estas preguntas, el criterio principal a la hora de evaluar el contrato social vigente será el de la justicia, principalmente distributiva y social, pero también aparecen otros criterios, como los de eficiencia, transparencia, objetividad, etc.

Toda política debe estar orientada a las personas, también, por ejemplo, las aparentemente ordenadas a las cosas (medioambiente, territorio, urbanismo, etc.). Y las personas, como seres relacionales, con “cara y nombre”, no como individuos aislados; por tanto, teniéndose en cuenta el ámbito en el que se mueven (comunidades locales, asociaciones, instituciones). Aunque las políticas se ocupan de problemas colectivos, los ciudadanos deben poder ver que están dirigidas a ellos.

Ese concepto de persona debe ser amplio, incluyendo su dimensión trascendente, y debe respetar su dignidad y libertad (y la de los grupos intermedios: familias, asociaciones, empresas, etc., en sus ámbitos respectivos).

Las políticas deben ser inclusivas, de modo que tengan en cuenta sus consecuencias sobre otros sujetos y el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, un programa de actuación en un territorio debe poder mostrar su coherencia con otras actuaciones.

Deben basarse en un diálogo (que no tiene por qué ser necesariamente una negociación) con los implicados, ya sea a través de los mecanismos políticos ordinarios, ya sea mediante consultas específicas, etc.

El análisis en que se basa esa política debe ser, en la medida de lo posible, multidisciplinar, con participación de expertos, de políticos y de administradores de los distintos aspectos considerados.

Su objetivo debe ser el bien común, que no es un simple interés compartido. El bien común está ausente en la gran mayoría de teorías políticas; se confunde con un impreciso interés general, con el interés de la mayoría o con la conveniencia de tener en cuenta las consecuencias de las decisiones personales sobre otros posibles implicados. El concepto de bien común que propone la doctrina social de la Iglesia es “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”17. Por tanto, tiene una

17 Cf. Concilio Vaticano II (1966), Constitución pastoral Gaudium et spes, 26; cf. Pontificio Consejo “Justicia y Paz” (2004), Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 164.

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referencia directa a la persona: es una contribución a la perfección de la persona humana.

El Estado es un medio, no un fin. Por tanto, no debe ser tratado como un absoluto. De ahí que el objetivo de conseguir o de retener el poder no puede ser el objetivo del Estado.

Las normas (leyes, reglamentos y también las normas sociales) deben marcar claramente las líneas rojas que no deben traspasarse; y, si admiten excepciones, conviene que se señalen las razones, y, sobre todo, los procesos para decidirlas.

Al valorar una decisión política, hay que identificar qué bienes persigue, quiénes son sus beneficiarios y los posibles perjudicados, y cómo se reparten esos costes y beneficios18, incluyendo la identificación de los incentivos, positivos o negativos, que crea esta política, así como de sus posibles efectos colaterales.

Una buena política se apoya en la participación de los ciudadanos y de sus asociaciones, siempre que sea posible, tanto en las fases de elaboración como en la de puesta en práctica y evaluación, contando no solo con los expertos, legisladores y administradores, sino también con los grupos de interés afectados.

Se debe evitar que los beneficiados se conviertan en dependientes (por ejemplo, en las políticas de subvenciones o ayudas), procurando también su participación en el diseño, la implementación y la valoración de la política.

Conviene que, siempre que sea posible, la política se aplique (y, si conviene, se diseñe) en los niveles próximos a las personas afectadas19, y que se cuente con la colaboración público-privada.

Los agentes de la política

El trabajo de los agentes políticos (gobernantes, legisladores, jueces, políticos y funcionarios) está sujeto a las mismas reglas éticas que el de otros ciudadanos, aunque debe tener una dimensión de servicio más directa y una conexión más inmediata con el bien común al que la política debe servir. Ello implica algunos deberes más estrictos en cuanto a objetividad, imparcialidad, honestidad, evitar conflictos de intereses, transparencia y rendición de cuentas, confidencialidad, etc.

También conviene destacar los deberes relacionados con la profesionalidad de los políticos, gobernantes y funcionarios, evitando lo que pueda interpretarse como privilegios indebidos y aplicando el principio de que la ley obliga a todos, sin excepción.

18 Aunque el criterio último no puede ser un mero análisis coste-beneficio. 19 Esta es una variante del principio de subsidiaridad: que no haga el superior lo que pueda hacer el inferior. Hay, en esta recomendación, un criterio práctico, de proximidad al problema y a sus circunstancias, pero también otro de respeto de la iniciativa de los que trabajan en los niveles inferiores de la Administración, etc.

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En una sociedad plural, las posturas políticas no se deben argumentar en términos religiosos, sino de acuerdo con los fundamentos filosóficos y antropológicos20.

Los ciudadanos también son sujetos políticos, al menos, en cuanto que actúan dentro de la ordenación dictada por las autoridades y ejercen sus deberes y derechos. Por tanto, tienen el deber de formarse un criterio sobre las decisiones políticas y ejercer su derecho al voto.

Los ciudadanos deben participar en las actividades que les competen, de acuerdo con sus capacidades y conocimientos, ya sea directamente, ya sea a través de partidos políticos, organizaciones profesionales, asociaciones, etc. Esta es una forma muy directa de contribuir a la regeneración de la vida política.

El cumplimiento de la ley, especialmente de la ley fiscal y de las regulaciones que afectan cada día a los ciudadanos, es una magnífica contribución a la regeneración de la política, que está al alcance de todos y que puede contribuir a crear una atmósfera de colaboración, de serenidad y de sentido de comunidad. No tiene sentido que un ciudadano critique la corrupción de los políticos e incumpla sus deberes fiscales.

En definitiva, la regeneración de la política se conseguirá cuando el administrador que se encuentra ante una política que tiene que aplicar, o el legislador ante una propuesta que tiene que aprobar, o el experto ante un proyecto que tiene que redactar se pregunten si esa acción concreta responde a las indicaciones dadas, es decir, si tiene en cuenta a las personas como su objetivo último, si contempla todas las dimensiones relevantes del problema, si se basa en el diálogo con los interesados o, al menos, está abierta a ese diálogo, etc. A menudo, la respuesta no será clara, porque la medida de la que se trate admita varias interpretaciones o tenga aspectos positivos y negativos que haya que valorar: la decisión será, habitualmente, un ejercicio de la virtud de la prudencia. En todo caso, nos parece que, si los ciudadanos están de acuerdo en que los políticos actúan de esa manera, podrá recuperarse la confianza en la política.

20 Las recomendaciones que hemos hecho antes son todas compatibles con la doctrina social de la Iglesia y, de hecho, se inspiran en ella, pero las hemos presentado como lo que son: propuestas que puede aceptar cualquier persona de buena voluntad. La doctrina social se basa en una concepción del hombre y de la sociedad recibida a partir de la Sagrada Escritura y de la Tradición, pero elaborada de acuerdo con las ciencias sociales. No hace falta ser católico para defender la prioridad de la persona, la importancia del bien común o la conveniencia de que las decisiones se tomen, en cada caso, al nivel más bajo posible de la estructura social. Eso no significa que la doctrina social sea una ciencia social más o, como se ha propuesto a veces, una “tercera vía” para la solución de los problemas sociales; tiene otra dimensión: la de anuncio de una realidad sobrenatural.

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Conclusión

La regeneración de la política no vendrá de desarrollos técnicos y científicos, que son necesarios, sino de la confianza en los que la elaboran, la proponen, la aprueban, la aplican y la juzgan –o sea, una confianza creada en el conjunto de la sociedad, pero, sobre todo, en la que son los protagonistas directos de la acción política–. Como explicamos antes, esa confianza tiene, al menos, tres dimensiones: la capacidad de la persona o de la organización en la que se confía, su honestidad y su benevolencia, poniendo los intereses legítimos de los ciudadanos por delante de los suyos o de los de su entorno familiar, de su partido, etc. Las crisis, también la crisis política a la que nos hemos referido en este artículo, las solucionan las personas, usando medios técnicos, pero, sobre todo, medios éticos.