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EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor Tomo II 3ª edic., corregida y aumentada / Agosto, 2000 / Lima • Perú Alfonso Klauer www.nuevahistoria.com [email protected] © El mundo pre-inka: Los abismos del cóndor Alfonso Klauer, Lima, 2000 ISBN (Obra completa): 9972-817-02-4 ISBN (Tomo II): 9972-817-04-0 Depósito Legal: 2000-2712 © www.nuevahistoria.com Alfonso Klauer, Lima, 2000 Reservados todos los derechos Alfonso Klauer LOS ABISMOS DEL CONDOR El MUNDO PRE-INKA

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EL MUNDO PRE-INKA:

Los abismos del cóndor

Tomo II3ª edic., corregida y aumentada / Agosto, 2000 / Lima • Perú

Alfonso Klauer

[email protected]

© El mundo pre-inka: Los abismos del cóndorAlfonso Klauer, Lima, 2000ISBN (Obra completa): 9972-817-02-4ISBN (Tomo II): 9972-817-04-0Depósito Legal: 2000-2712

© www.nuevahistoria.comAlfonso Klauer, Lima, 2000

Reservados todos los derechos

Alfonso Klauer

LOSABISMOSDEL CONDOR

El MUNDO

PRE-INKA

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ÍNDICE

TOMO II

• El Imperio Wari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189El comercio: vehículo pacífico de expansión cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193El comercio: puente entre Chavín - Tiahuanaco y Wari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195Estratificación e invasión: correlación de fuerzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

• Consolidación de las naciones andinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211La importancia de la riqueza agrícola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213El pueblo tallán: condicionamientos histórico-geográficos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216La nación chimú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220

De Sechín a Chimú: la historia vs. la Historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224El Imperio Chimú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227

La nación lima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232Los pueblos Cañete y Yauyos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234La nación ica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240

El hombre tras la huella del agua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241Mercaderes, conquistadores nativos y toponimia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247La toponimia andina y los conquistadores españoles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250Chinchas, los primeros aliados de los inkas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253Chincha y sus mercaderes: la historia vs. la Historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254Chincha: el subjetivismo en la Historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257Chincha: el pueblo y la élite hegemónica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258Chincha: la aparición de la “propiedad privada” en los Andes . . . . . . . . . . . . . 259Chincha y su población: enjuiciamiento a la crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262El Estado y el dilema consumo - inversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265

El extremo sur: una historia sin Historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273La nación kolla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284

Las colonias kollas fuera del Altiplano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287Las chullpas: sepulcros de inversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291

La nación chanka . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293

• Colofón: reeditemos la historia andina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295

Notas bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 308

Índice de cuadros, gráficos, ilustraciones, mapas y anexos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 316

Bibliografía citada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 318

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Los hombres de Pacaicasa, según las evi-dencias conocidas hasta hoy, habrían sido losiniciadores de la Cultura Andina –como afir-ma Del Busto 1–.

Los vestigios de estos primitivos y peque-ños grupos de recolectores–cazadores quehabitaron la cueva de Pikimachay, en Huan-ta, 20 Kms. al norte de la ciudad de Ayacu-cho, serían los más antiguos del territorioandino. Datarían del año 20 000 aC 2.

El área cordillerana de Ayacucho resultólo suficientemente benigna a los pocosrecolectores–cazadores que empezaron a po-blarla, como para asegurar su subsistencia,multiplicación y pervivencia a partir de en-tonces. El hombre dispuso allí de protección,agua dulce y alimentación.

Sólo así puede explicarse que la cueva dePikimachay fuera reiteradamente ocupadapor más de cien siglos.

Además del hombre de Pacaicasa, en lacueva de Pikimachay, en efecto, han dejadotestimonio sucesivo y superpuesto otros gru-pos a los que la arqueología reconoce con o-tros tantos nombres: Hombre de Ayacucho(16 000 – 12 000 aC); Hombre de Huanta (11000 – 8 000 aC); Hombres de Puente y Jaywa(8 000 – 6 000 aC); Hombre de Piki (6 000 –4 000 aC); Hombres de Chihua y Cachi (4000 – 2 000 aC) 3.

Todos esos testimonios prueban el prolífi-co y exitoso poblamiento de esa parte de lacordillera. Población que, como pocas en elextenso territorio andino, fue acumulando deesa manera una larga y riquísima tradición.

Tradición a la que sin duda pertenecentambién, aunque de datación más reciente,los vestigios de la Cultura Chupas (600 aC),cuya población probablemente alcanzó a caerbajo la hegemonía de chavín. Y a la que des-pués corresponden las evidencias de la de-nominada Cultura Rancha (500 – 100 aC),encontradas en el área de la actual ciudad deAyacucho. Y tradición histórica a la que co-rresponden, además, los testimonios de laCultura Huarpa (0 – 400 dC), cuyos creado-res fueron pues contemporáneos de moches ymochicas, nazcas y kollas.

Y tradición a la que finalmente pertene-cen además los protagonistas del segundoimperio de los Andes: Wari, cuyo despegueprobablemente se concretó en torno al 800dC.

Como vinos antes para el caso del Im-perio Chavín, también en este caso gran partede la historiografía tradicional ha optado porla mimetización del Imperio Wari bajo elneutro e impoluto nombre de “CulturaHuari” 4. A lo sumo como hace Del Busto, sehabla de un “posible” y de un “presunto” im-perio 5 (aun cuando en su texto proporciona

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El Imperio Wari

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evidencias incontrastables de conquistas mi-litares y sojuzgamiento imperialista).

Pues bien, hablando sucesivamente de lasculturas Chupas, Rancha, Huarpa y Huari, ytratándolas en general como compartimentosestancos –casi sin vinculación entre sí y me-nos con los remotos habitantes de la cueva dePikimachay–, la historiografía tradicional halogrado soslayar la responsabilidad de definirqué pueblo –o pueblos– habrían sido los pro-tagonistas de aquéllas.

Así –en lo que nos parece una penosísimaconsecuencia– se ha logrado, por añadidura,desvincular en los textos de historia a losayacuchanos de hoy con la más remota yprolongada historia de los Andes que, sinduda, les es propia e inalienable.

Del Busto, hablando de la Cultura Huar-pa, la predecesora inmediata de Wari, nomi-na a sus protagonistas como “huarpas” 6. Pe-ro luego, hablando de la Cultura Huari, atri-buye su autoría a unos genéricos e impreci-sos “guerreros de Huari” 7. ¿Por que, enton-ces, no llama “waris” o “huaris” a éstos? Masnominarlos “waris” no es la única ni pareceser la mejor alternativa. Veamos.

El propio Inca Garcilaso de la Vega, en elsiglo XVI, reconoció que en área ayacuchana

fue a la “nación chanca” 8 a la que vencierony conquistaron los inkas. ¿De dónde pueshabía surgido esa nación? ¿Y cuándo y cómose apoderó ella precisamente y nada menosque del territorio desde donde se había ex-pandido y adquirido forma el Imperio Wari?

Pues será el propio Del Busto –paradóji-camente, diremos–, quien nos dé el derrotero.Dice en efecto, hablando de los chankas, que“su país [fue] la hoya del río Pampas” 9, estoes precisamos, el centro de gravedad del te-rritorio ayacuchano (como bien puede apre-ciarse en el Mapa N° 16). Y dice también quelos susodichos chankas, a través de sus le-yendas, se reputaban originarios de la lagunade Choclococha, allí donde justamente naceel caudaloso río Pampas.

¿Y qué tan antiguo habría sido ese asen-tamiento de los chankas en torno a las már-genes del Pampas? Según Julio C. Tello –elllamado padre de la arqueología peruana–, ysegún Rafael Larco Hoyle –citados ambospor Del Busto–, se “encuentra en los chancasuna vinculación con Paracas...” 10.

Siendo que esta cultura fue contempo-ránea de Chavín, los chankas, entonces, te-nían un milenario asentamiento en los vallesayacuchanos. Hay pues razones absoluta-mente suficientes para considerar que la na-

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Mantaro

Uru

bam

ba

Ene

Pisco

Pampas

Huarpa

YucayCachi

Lircay

HuatataPachachaca

Apurímac

LagunaChoclococha

Pacaicasa

Wari

Paracas(a)

(b)

(c)(d)

(e)

(f)

(g)

(h)

(i)

Huancas

Icas

InkasIn

kas

(j)

Nazcas

Cañetes

Limas

Mapa Nº 16Territorios ancestrales de la nación chanka

Mantaro2

4

6

WariParacas

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ción chanka que conquistaron los inkas fue lamisma que siglos antes, por intermedio de losdistintos grupos humanos que contribuyerona formarla, fue la protagonista de las culturasChupas, Rancha y Huarpa, y luego la queformó y hegemonizó en el Imperio Wari (talcomo presentamos más adelante en el MapaN° 17).

La historiografía tradicional, sin embar-go, no razona en los mismos términos. Así,Del Busto, el mismo que nos ha permitidoconocer cuán antiguo fue el asentamientochanka en el territorio ayacuchano, como porencanto los hace desaparecer durante elimperio Wari para colocar en su lugar a esosimprecisos y desconocidos “guerreros Hua-ri”. Para luego –en lamentable absurdo yconfusión, que ha confundido a muchos–hacerlos aparecer otra vez, pero como “inva-sores bárbaros” y nada menos que propinan-do el “golpe de gracia” 11 al Imperio Wari.

Sin dudas, reconozcamos pues comochanka a la más remota y longeva nación delos Andes. Por lo demás, un solvente lin-güista como Torero, reconoce también gené-ricamente con ese nombre a los pobladoresdel área ayacuchana 12.

Como muestra el mapa, los distintos ay-llus de la nación chanka ocupaban el áreacordillerana formada por la pronunciadacurva del Mantaro y las caudalosas aguas desus tributarios los ríos Pampas, Pachachaca yApurímac. Esto es, una diversidad de vallesinterandinos entre los que sobresale el delHuarpa. Precisamente en éste los chankasforjarían las culturas Rancha y Huarpa. Mástarde fue en sus inmediaciones que se eri-gieron primero Ñawinpuquio y luego la granciudad de Wari (y hoy está asentada allí laciudad de Ayacucho o Huamanga).

Desde ese territorio 13 central, de casi 20000 Km2, alcanzaron a afianzar su dominio

territorial sobre el área que incluye la ca-becera del río Pisco y gran parte de los depar-tamentos de Huancavelica y Ayacucho y laprovincia de Andahuaylas, es decir, sobre untotal 14 de algo más de 50 000 Km2.

Más tarde, entre los siglos IX y X, en cla-ra hegemonía imperialista, la nación chankadesde su sede central en la ciudad de Wari,conquistó una vastísima extensión del territo-rio andino.

Como muestra el gráfico del Mapa N° 16,la mayor parte del territorio ayacuchano estáentre los 2 700 y 3 500 metros sobre el niveldel mar. Así, es obvio que el chanka era y esun pueblo eminentemente cordillerano. Co-mo también lo fueron los protagonistas cen-trales del Imperio Chavín, asentados sobrelos 3 000 m.s.n.m. Y como también lo seríanlos gestores del posterior Imperio Inka, cuyacapital, el Cusco, está a 3 400 m.s.n.m.

¿Puede considerarse una simple casualidad quelos tres únicos imperios de amplitud panandina de lahistoria peruana, hayan tenido su sede en la cordillera,y no en la costa? Quizá sea en efecto una simple coin-cidencia.

¿Qué impide, sin embargo, postular una o más hi-pótesis alternativas, cuyas respuestas podrían ayudar acomprender mejor nuestra historia, y a proyectarnos apartir de ella con más probabilidades de éxito en elfuturo?

Una primera, que la ciencia médica bien puedecontribuir a deslindar definitivamente, es que, genéri-camente, parece más fácil al hombre cordillerano des-envolverse en la costa, que al costeño desenvolverseen las alturas. Así, pero ya específicamente, el gue-rrero cordillerano en la costa sería más eficiente que elsoldado costeño en las alturas o laderas cordilleranas.¿No contribuiría ello a explicar, en principio, el coin-cidente mayor éxito histórico–militar de los puebloscordilleranos?

Complementariamente, y aunque asome tambiéncomo de perogrullo, todo parece indicar que los ata-ques militares –aunque también las defensas– son másexitosos cuando se acometen “de arriba hacia abajo”

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que a la inversa. Ello también coadyuvaría a entenderel coincidente éxito histórico–militar de chavines,chankas e inkas.

¿Será acaso que porque estas hipótesis asomancomo tan simples y obvias, es que la historiografíatradicional no las ha planteado nunca? ¿Asume en-tonces ésta, que por obvias y simples, aquéllas estánsólida y firmemente instaladas en la mente de los pe-ruanos? ¿Y que por simples y obvias son leccionesque la historiografía no explicita para no ofender lainteligencia de los peruanos?

Pues bien, si todo ello es claro y nítido, ¿cómoexplica entonces la historiografía tradicional que enlos casi doscientos años de nuestra historia republi-cana, estructural y sistemáticamente se venga come-tiendo el monumental error de tener y mantener lainmensa mayoría de nuestras costosísimas infraestruc-turas militares y no menos costosas fuerzas armadasen la costa y no en la cordillera? ¿Acaso porque lo queparecía obvio en realidad no lo era? ¿O acaso porquelos que más y mejor debieron aprenderlas son los úni-cos que no han aprendido las lecciones implícitas de lahistoria –ni los aprensivos silencios de la historio-grafía–?

¿No es monumentalmente suficiente este ejemplopara concluir que hasta lo que parece más simple yobvio de la historia hay que explicitarlo? Porque siem-pre serán menos costosas las cuatro líneas de su pre-sunto exceso de palabras, que los miles de millones dedólares de mal gasto militar acumulado en doscientosaños.

Pues bien, herederos de esa rica tradiciónfueron también, aunque posteriormente, en elsiglo XVI –según refiere Garcilaso 15, los ay-llus de los hancohuallus (a), los utunsullas(b), y los urumarcas (c), que compartían elvalle del río Pampas; los vilcas (d), de lameseta que está sobre la orilla izquierda delmismo río Pampas; los pocras (e), de los va-lles que circundan la actual ciudad de Aya-cucho; los iquichanos (f), de las montañas deHuanta, al norte de Ayacucho; los morochu-cos (g), de Cangallo, sobre las nacientes delPampas; los chankas (h) de Andahuaylas; ylos tacmanes y quiñuallas (i) asentados entreAbancay y la cordillera nevada. Y cierta-mente y entre otros muchos, los lucanas (j),

de la margen derecha del Pampas y vecinosde los nazcas (ver sus correspondientes ubi-caciones en el Mapa N° 16).

Disponiendo desde antiguo de agua y tie-rras, se dieron entonces condiciones suficien-tes para el trabajo agrícola. Sin embargo, elperfil topográfico en la zona es tan agresteque reduce drásticamente los valles a estre-chas y en algunos casos insignificantes fran-jas de tierra. Así, al cabo de miles de años delento proceso de poblamiento, esos reducidosespacios fértiles quedaron plenamente ocu-pados.

En adelante fue pues inevitable incorpo-rar a la agricultura laderas y pendientes, cadavez más pronunciadas, cada vez menos fér-tiles. La tarea agrícola constituyó, pues, untitánico desafío. En respuesta, varios siglosantes del inicio de nuestra era, ya los gestoresde la cultura Rancha, como también hicieronsus similares de otros rincones de los Andes,resolvieron parte de la demanda alimenticiamediante la esforzada construcción de toscosandenes 16. Ello constituyó una trascendentalmodalidad de ampliación de la frontera agrí-cola andina.

Los andenes significaron, además, y par-ticularmente en las zonas de pendiente máspronunciada, una adecuada solución contra elcarácter erosivo de las lluvias; permitieron elmáximo aprovechamiento agrícola del agua,y atenuaron los huaicos –la acción aluvionaly destructiva de las lluvias torrenciales–.

También aquí debe observarse que sonsólidas las evidencias de una muy viejaandenería chanka, muchos siglos anterior alImperio Inka.

No obstante, deformándose una vez másla historia, y usurpando indebidamente ahoraa otro pueblo una de sus conquistas másnotables, la historiografía tradicional ha sem-

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brado empecinadamente en la mente de losperuanos el falso dato de que fue mérito delImperio Inka la difusión de la andenería.

Algunos siglos después, durante la fasecultural Huarpa, se prosiguió en la titánicaconstrucción de andenes, y se construyó los

primeros canales, como el de Racay Pampa.Y reservorios, depósitos y graneros como losde Quicapata. Mas había también un templopiramidal, mansiones, recintos públicos, asícomo plazas y patios 17.

El tesonero esfuerzo, la habilidad agríco-la y la abundancia de agua, permitieron cose-chas que, sin duda, facilitaron y propiciaronel crecimiento poblacional.

Entre los años 200 y 400 dC, cuando elpueblo chanka seguía todavía forjando puesla cultura Huarpa, la población debió alcan-zar una cifra relativamente alta, a juzgar porla presencia de casi trescientas pequeñas al-deas 18 desperdigadas en el territorio.

Habida cuenta de una presumible grandensidad poblacional, la existencia de de-pósitos y graneros advierte sin duda entoncesde la existencia de una gran producción agrí-cola, capaz de generar incluso pues una pro-ducción transitoriamente almacenable. Perola existencia de depósitos y graneros permitesaber también que los chankas tuvieron con-ducta previsora.

Los chankas, hace casi dos mil años, te-nían cabal conocimiento de la irregularidadde los ciclos pluviales: lluvia – sequía, y susconsecuencias.

Con una permanencia tan prolongada co-mo la que tenían en ese territorio, habían ex-perimentado, además, las desastrosas y ham-breadoras consecuencias de las episódicas –pe-ro también reiterativas– situaciones extre-mas: sobreabundancia de agua – sequía grave.

La previsión de almacenar era, pues, elresultado de un adecuado conocimiento delos ciclos de la naturaleza. Previsoramente sealmacenaba los excedentes cosechados du-rante la temporada de abundancia para con-sumirlos así en los de escasez.

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Ilustración Nº 22Corte transversal de un andén

Fuente:– En Del Busto, Perú Incaico, p. 140.

Ilustración Nº 23Andenería

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El comercio:vehículo pacíficode expansión cultural

Pero generar excedente agrícola suponía,además, contar con producción intercambi-able. Ello permite explicar por qué loschankas mantuvieron, desde muy antiguo,estrecha relación con sus vecinos, de los querecibieron aquello que a éstos, a su vez, re-sultaba excedentario.

Quizá en su origen ese intercambio co-mercial haya sido sólo de comestibles. Siglosmás tarde el trueque se amplió haciéndoseextensivo a muchos otros bienes, incluyendopor cierto alimentos preparados y bebidas. Yjunto con estos últimos pasaron de un puebloa otro, quizá involuntaria pero irremediable-mente, los recipientes de cerámica que lascontenían. Después, sin duda, la propia vaji-lla de cerámica fue objeto de ese comercio.

En los primeros y viejos tiempos de agri-cultura inicial, el intercambio de alimentosno supuso sino la diversificación del consu-mo alimenticio de los pueblos involucrados.Pero el trueque permitió a los pueblos rom-per la monotonía de la producción local y pa-sar a consumir lo que la naturaleza ofrecía endistintos pisos ecológicos y en variadas lati-tudes.

Imperceptiblemente, sin embargo, el pro-ceso era más complejo. De ello vinieron adarse cuenta, muchos siglos después, cuandorepararon en que con los productos alimenti-cios que intercambiaban llegaba también unarica y variaba información: clima y tipo desuelo en que ese alimento podía ser cosecha-do, cantidad de agua que requería para pro-ducirse, etc. Inclusive muchos productoseran, o portaban dentro de sí, la semilla nece-saria para su reproducción. Es decir, el inter-

cambio propiciaba un lento pero riquísimoproceso de diversificación dentro de cadapueblo e, inadvertida y simultáneamente, dehomogenización cultural entre los pueblos.

La difusión cultural se amplió con elintercambio de productos elaborados. Losalfareros de un pueblo, por ejemplo, obteníanvaliosísima información cada vez que llegabaa sus manos un ceramio extranjero. Resca-taban de cada nueva pieza todo aquel datoque les permitía mejorar su propia produc-ción. Ensayando, observando, estudiando einnovando habían dado los pasos iniciales desu trabajo productivo, mas el trueque facilitóque, alternativa o complementariamente, losespecialistas recurrieran también a imitar ocopiar.

Siendo fronterizos, los pueblos chanka eica establecieron, desde períodos muy remo-tos, un fructífero intercambio. Ese truequecomercial permite entender la similitud entrelas cerámicas de las culturas Chupas y Pa-racas Cavernas 19, elaboradas entre los años700 y 600 aC. Explica también que más tar-de, entre los años 500 y 100 aC, se siguieradando semejanza entre las alfarerías de esospueblos en sus versiones Rancha y ParacasNecrópolis 20. Y, por último, da cuenta de lassimilitudes que, entre los años 100 y 400 dC,se dieron entre las cerámicas de las versionesculturales Huarpa y Nazca 21.

Esa manifestación nazquense en Ayacu-cho corresponde al período en que se diogran beligerancia entre las naciones andinas.Sin embargo contra lo que podría imaginar-se–, esa presencia de la cultura Nazca en va-lles de la cordillera presuntamente no signi-ficó que la nación ica (nazca) hubiera invadi-do el territorio ayacuchano. No hay indi-cadores de ocupación nazquense allí –afirmacategóricamente Lumbreras 22. Pero, pacífi-camente, a través del comercio que llegabaprincipalmente de la costa pero también des-

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de el Altiplano en ese período, la influencia ylos consecuentes beneficios que iba obte-niendo el pueblo chanka eran ostensibles eincuestionables.

Desde muy antiguo, los artesanos se lasingenieron para decorar vasijas y tejidos. Elconjunto de imágenes con las que se ador-naron los objetos, es decir, su iconografía,era también un retrato del mundo, un eficazvehículo de información y de difusión entrelos pueblos. A través de esa parte del trabajode los artesanos, los pueblos ofrecían el testi-monio de su flora, fauna y riqueza natural.Pero también de sus usos y costumbres. Y desus héroes, mitos y sus dioses.

Variada y rica información fluía con y enlos objetos, aun cuando el intercambio seconcretara sólo en la frontera. No obstante,no siempre era así. En múltiples ocasiones, yen muchos casos, en efecto, los propios co-merciantes cruzabas las líneas divisorias yllegaban al pueblo anfitrión portando su mer-cancía.

En el peor de los casos, con señas y otrosingeniosos modos se superaban las barrerasidiomáticas. En otros, los comerciantes de-mostraban sus eficaz bilingüismo. Y en elmejor de los casos, los dos pueblos hablabanel mismo idioma, o variantes idiomáticasque, con la frecuente interacción que promo-vía el comercio, se hacían, precisamente, ca-da vez más inteligibles.

Todo ello permitía reforzar, incluso comoargumento que incentivaba aún más el inter-cambio, toda aquella información de la queimplícitamente era portador el objeto: usos,técnicas de confección, representación ico-nográfica, etc. Los tratantes, en el resto desus conversaciones, dejaban otro cúmulo deinformación: costumbres, tradiciones, reli-gión, idioma. Y quizá, a instancias de algu-nos de sus interlocutores, aquella otra referi-

da al territorio de donde provenían, sus ri-quezas disponibles, organización, ejército,defensas, etc. Y también, involuntaria o deli-beradamente, viendo y oyendo, recogían otrotanto del pueblo anfitrión.

Así, más allá de su voluntad –e, inclusoen muchos ocasiones, a pesar de ella–, loscomerciantes se constituyeron pues quizá enlos más importantes protagonistas de la di-fusión cultural, y, claro está, del espionaje. Yasea relacionando directamente, de maneraintensa y permanente, a pueblos aledaños; o,a manera de puente, vinculando indirecta,tenue y esporádicamente a pueblos no fron-terizos.

Así, el intercambio habría permitido alpueblo ica, durante la cultura Paracas, con-vertirse en el puente que vinculó los pueblosubicados al norte de su territorio con los queestaban al sur y sureste del mismo. Así, porejemplo, por mediación de los paracas, ha-brían llegado a construirse templos de lejanoparentesco chavinoide en Ayacucho 23.

El comercio:puente entre Chavín,Tiahuanaco y Wari

Simultáneamente al comercio con lacosta, los chankas tenían establecida unafuerte y también antigua relación de inter-cambio con sus vecinos del sureste: los habi-tantes del área del Cusco e, incluso más allá,con los pobladores de Tiahuanaco en la zonaaltiplánica lacustre.

A través del comercio, icas, chankas einkas fueron intermediarios, en el espacio yen el tiempo, entre los pueblos chavín y ko-lla, o, si se prefiere, entre las culturas Chavín

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y Tiahuanaco. A la postre, no sólo influyeronen ellos, sino hasta los catapultaron.

Es así que la iconografía chavín, ilustran-do los famosos mantos paracas, pasando pormanos de los chankas e inkas, debió llegar alas orillas del Titicaca. Allí fueron acogidoscalurosamente los dioses y/o los mitológicospersonajes chavín. Primero bajo la culturaPukara, en estatuillas y adornando su cerámi-ca. Y luego, con la cultura Tiahuanaco, per-petuando el principal personaje mitológicochavín en el elemento iconográfico central dela denominada Puerta del Sol 24. De todo ellodan perfecta cuenta las Ilustraciones N°24,25 y 26 (en la página siguiente).

Siglos después, en camino de regreso, esemismo motivo iconográfico adornaría la ce-rámica Wari, y la de los pueblos a los que asu vez ésta influyó posteriormente (nazcasincluidos).

Con Tiahuanaco, la culminante y porten-sosa creación de la nación kolla, ésta habríaadquirido, frente a sus asombrados vecinos,las características de “minoría creadora” de

que habla Toynbee. Sin duda, el descubri-miento del bronce 25 les resultó trascendental.Se le utilizó incluso como grapas que, unien-do entre sí grandes piedras, elevaron notable-mente la consistencia de los muros –comoacaba de mostrarlo Bill Collins 26. Se habríarepetido así, como puede suponerse, el fenó-meno que ya se había dado antes con chavín.

De allí que en este período la nación kollase comportó como colonizadora 27. Y el co-mercio, sin duda, facilitó la penetración cul-tural kolla con la que fueron impactados tan-to los ayllus inkas asentados en el área delCusco como, más hacia el norte, los ayllusdel pueblo chanka.

Durante el esplendor de Tiahuanaco, lainfluencia kolla se hizo presente con gransuceso en todas las manifestaciones de la vi-da del pueblo chanka. El estilo cerámicoConchopata, materializado en Ayacucho enesta etapa, resultaría así el más viejo y direc-to vínculo de Wari con Tiahuanaco 28.

Estando el pueblo inka a mitad de caminoentre Tiahuanaco y la tierra de los chankas, si

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0

(1 200)

( 800)

( 400)

400

800

Chavínde Huántar

Pachacámac

Paracas

Cahuachi

Tiahuanaco

WariÑawinpuquio

Pukara

Sedes nacionales en distintos tiempos

Poblados importantes NaciónChimú

NaciónChavín

NaciónLima

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

Imperio Chavín

Tiahuanaco

El pueblo inkay sus culturasinvolucradasen el proceso:

(a) Marcavalle(b) Chanapata

(b)

(a)

Imperio Wari

Cusco

ParacasNecrópolis

ParacasCavernas

Nazca

Chupas

Rancha

Huarpa

Wari

Pukara

Ica

Chincha

Gráfico Nº 38Puentes territorial y temporal entre

Chavín – Nazca – Tiahuanaco – Wari

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aquél impactó poderosa y sistemáticamenteen éstos, otro tanto o incluso más debió ocu-rrir entonces con aquéllos. Y así como se haencontrado evidencias de lo uno, bien debe-ría haber testimonios de esto otro.

Mal se puede desconocer sin embargoque, siglos después, el desarrollo material delCusco imperial fue extraordinario. Y en elproceso debió destruirse innumerables evi-dencias. Mas –como aún ocurre en las gran-des ciudades del mundo–, es probable que bajolos grandes muros del Cusco estén todavíaguardadas muchas pruebas de la enorme in-fluencia kolla sobre los inkas preimperiales.

En el ámbito religioso, siglos después dehaber pasado hacia el Altiplano como dioschavín, en camino de regreso, la macrocéfaladivinidad Tiahuanaco se convirtió en onmi-presente elemento decorativo en la cerámicay en la textilería chanka.

Durante la vigencia de la cultura Huarpa,esto es, a lo largo de los primeros cinco si-glos de nuestra era, el pueblo chanka recibió

pues, sistemática e intensamente, la influen-cia tanto del pueblo ica, como del kolla. Esdecir, tanto de la cultura Nazca como de Tia-huanaco.

Ese influjo cultural Nazca y Tiahuanacotuvo gran significación en la historia del pue-blo chanka. Representó, sin duda alguna,trascendentales aportes.

Con influencias de uno y otro lado, elmestizaje en la cerámica fue sólo una de lasmodalidades en que ello se puso de mani-fiesto. Los chankas quizá también asimilaronde la costa avanzados conocimientos astro-nómicos y técnicas que contribuyeron a repo-tenciar su ya bien desarrollada productividadagrícola. Del Altiplano incorporaron ademásprácticas ganaderas que les permitiron mejo-rar la dieta alimenticia. Pero de allí mismoasimilaron la metalurgia del bronce, de e-norme significación en la actividad bélica.

La obtención de considerables excedentesagrícolas y ganaderos permitió también quela población chanka dispusiera de mayor

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 197

Ilustraciones Nº 24 - 25 - 26Influencia Chavín en Tiahuanaco, Wari y Nazca

Divinidad Chavínen la Estela de Chavín

Divinidad Tiahuanacoen la Portada del Sol

Divinidad Warien un ceramio Nazca

Fuente:

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tiempo libre susceptible de ser dedicado aactividades no agropecuarias, de carácterintrínsecamente urbano. Así, la textilería, laalfarería y la joyería tuvieron auge precisa-mente en este período. A ello contribuyó lapropia tierra ayacuchana, que era generosa enlas materias primas que esas actividadesdemandaban.

Tejedores, ceramistas y joyeros hicieroncrecer los centros poblados chankas y, enparticular, Wari, que terminó así desplazandoen importancia a Ñawinpuquio.

Ya casi no deberíamos dudar de que elrelevo de ésta por aquélla fue el resultado deuna disputa por la hegemonía del pueblochanka.

Wari albergó al nuevo grupo dirigente y ala cada vez más nutrida población de espe-cialistas productivos de que se rodeó. En ellaresidieron además los especialistas militares,cuyo surgimiento fue también una conse-cuencia de la acumulación de excedentes.Habiendo excedentes quedaba en evidenciael sobrante de fuerza de trabajo en esas áreasproductivas. Y, por cierto, se hizo necesarioadoptar medidas de protección para garanti-zar la posesión de esas riquezas.

Dirigentes, especialistas y militares sefueron congregando cada vez en mayornúmero en Wari. Con ella el pueblo chankaexperimentó quizá el primer fenómeno deexplosión urbana de los Andes: su capital es-taba en camino de constituirse en el primergran centro urbano en la historia andina.

Así, con el aporte de las singulares inno-vaciones que captó de sus vecinos, impregna-do de matices nazquenses y tiahuanaquen-ses 29, y en trance de urbanización, el pueblochanka emprendió su máxima expansión ydesarrollo.

Ello se consiguió, sin embargo, cuandoprobablemente entre los kollas se producía–como había ocurrido antes con chavín– latransformación de la “minoría creadora” en“minoría dominante”. Y cuando al oeste, enla nación ica hegemonizada por los nazcas,se daba un cuadro de profunda división so-cial.

Es decir, el pueblo chanka alcanzó sumomento de máximo poder autónomo, pre-cisamente cuando las dos grandes nacionesque lo flanqueaban –y lo habían catapultado–habían ingresado en proceso de franco dete-rioro y decadencia. ¿Tuvo algo que ver la na-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 198

Cahuachi

Tiahuanaco

Ñawinpuquio

CuscoWari

Influencia de la Cultura NazcaInfluencia de la Cultura Tiahuanaco

NaciónChimú

NaciónChavín

NaciónLima

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

Imperio Chavín

Imperio Wari

(1 200)

( 800)

( 400)

0

400

800Cultura

TiahuanacoCulturaNazca

Siglos II a VII dC

Gráfico Nº 39Influencia sobre los chankas:

perspectiva geográfica y perspectiva cronológica

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turaleza en la declinación de la fuerza de u-nos y otros?

En ese contexto, entre los años 700–800dC, el pueblo chanka, premunido de un ca-rácter aguerrido muy notable, estaba ya lan-zado en vertiginosa carrera de conquistasmilitares. Entre kollas, a un lado, que man-tenían aún dominio sobre la meseta altipláni-ca e influencia sobre el área cusqueña; e icas,del otro lado, todavía hegemonizados desdeNazca, los estrategas chankas decidieron en-frentar primero al que apreciaron más débil.

Así, “el ejército, poderoso a más no po-der” –como textualmente asegura Del Busto30– descendió hacia el mar y sojuzgó a la na-ción ica (Nazca, Ica, Paracas y Chincha).

Inmediatamente después arremetieroncontra Cañete, y luego con Pachacámac yLima, y no detuvieron su marcha sino enChavín de Huántar. En una segunda arremeti-da –como sigue diciendo Del Busto–, lle-

garon por el sur hasta el valle del río Sihuas;y en su nueva acometida al norte el ejércitoconquistador “aniquila a los hombres de laCultura Mochica” 31.

“Aniquilar” es “reducir a la nada”, “destruir porentero” 32. ¿Por aniquilación de los hombres debemosentender de los varones o de toda la población? ¿Sig-nifica esa ambigua expresión que el naciente ImperioWari exterminó a la población moche de los valles deLa Libertad? ¿Debemos tomar en sentido textual laexpresión del historiador?

No, el contexto circunstancial en el que aparece ladiscutible expresión no necesariamente lo permite. Pe-ro el contexto general de su libro sí, como en efectohabremos de ver más adelante, cuando liquidado elImperio Wari, sobre el mismo territorio de los moche,y virtualmente sin ninguna explicación, el historiador“hace aparecer” otro pueblo.

Es difícil sostener que las sucesivas yarrolladoras conquistas chankas estuvieronsólo sustentadas en argumentos de estrategia,táctica y fuerza militar. Proponemos, pues,que sus éxitos militares se vieron significati-vamente facilitados por la marcada estratifi-cación y profunda división interna en que losgrupos dominantes habían fracturado sus co-rrespondientes naciones.

Estratificación e invasión:correlación de fuerzas

En efecto, para los sectores esclavizadospor los moches, que no podían estar identifi-cados con sus dominadores, la conquista porlos chankas quizá no significaba deterioroalguno: ya no podían estar peor. Hasta cabíala posibilidad de algún tipo de mejora. Es-peranzados en ello –como ocurrió despuésante la invasión española–, muy probable-mente, no sólo no actuaron en defensa de susdominadores, sino que quizá hasta se com-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 199

Sede imperial

Principales centrosadministrativos

Cerro Baúl

San Nicolás

Cajamarquilla

Pikillacta

PacatnamúOtuzco

Wari

Mapa Nº 17El Imperio Wari

HoncopampaWilkawaín

Wiracochapampa

Warivilca

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EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 200

Gráfico Nº 40Fuerzas sociales y evolución de la correlación de fuerzas

F1

F2

F3

F4

FR

F1

F2

F3

F4

FR

F1

F2

F3

F4

FR

F5

F1

F2

F3

F4

FR

F5

F1

F2

F3

F4

F5

FR

M1 M2 M3 M4 M5

Fuer

zas

“–”

Fuer

zas

“+”

Fenómeno del “péndulo” político

tiempo

Tiempo

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portaron como aliados implícitos de los inva-sores.

Con los grupos regionales dominados porlos nazcas, esto es, con el resto de la naciónica, se dio, quizá, una conducta parecida. Así,en revancha contra sus dominadores, loscampesinos icas y chinchas pudieron haberseconducido, deliberadamente, de modo pasivofrente a la invasión chanka. Así, se habríancomportado, aunque de modo seguramenteimplícito, como aliados tácitos de los con-quistadores.

Objetivamente, por lo menos en aparien-cia, chankas e icas poseían recursos equi-parables: territorio, población, recursos natu-rales, desarrollo técnico, etc. Fue, entonces,un factor distinto a los mencionados el queinclinó de manera irreversible la correlaciónde fuerzas en favor de los primeros.

¿Acaso un ejército significativamentemás poderoso? ¿Quizá una estrategia militarmejor elaborada?

¿El hecho de que los chankas “caían”arrollando desde la cordillera? ¿O la ya men-cionada división social de la nación ica?

Con recursos equiparables a los de ésta,¿cómo habrían podido montar los chankas unejército bastante más poderoso? Por otro la-do, estrategias mejor diseñadas y la privile-giada posición geográfica explicarían, sí, vic-torias pasajeras. Pero difícilmente dan cuen-ta de un proceso de dominación que a la pos-tre duraría varios siglos.

Así, el fraccionamiento social interno,con las consecuencias de sensible debilita-miento que genera, es el factor que explica,con más consistencia, la derrota militar de lanación ica y la caída y virtual exterminio delgrupo dominante nazca; así como la derrotade moches y mochicas y el también probable

exterminio de sus élites ante el naciente yarrollador imperio.

Tanto en la nación ica como en la naciónmoche–mochica (chimú) habían estado ac-tuando por lo menos cuatro grupos sociales,cuatro grandes estratos, cuatro fuerzas so-ciales significativas (como las que se ilustraen el Gráfico N° 40, en la página anterior).

La mayor (F1) –como pretendemos sólosugerir en el gráfico, porque sería absurdopretender insinuar algún tipo de cuantifica-ción– correspondía al grupo hegemónico, algrupo social privilegiado. Y porque sus inte-reses estaban estrechamente ligados a los deéstos, incluía además a los especialistas.

Una segunda fuerza (F2) agrupaba a otrospobladores urbanos y a los pobladores rura-les que pertenecían a la misma región que losgrupos hegemónicos: nazcas y moches, res-pectivamente.

La tercera fuerza (F3) nucleaba a los gru-pos regionales sojuzgados: chinchas, icas ypiscos, dominados por los nazcas; pescado-res de Casma y Huarmey, y probablementeincluso mochicas lambayecanos, dominadospor los moches; y a otros pequeños pueblosque esas naciones mantenían dominados.

Y la cuarta fuerza (F4) estaba compuestapor el conjunto esclavizado de mitimaes yyanaconas que los grupos hegemónicos ha-bían colocado a su servicio.

Cada una de esas fuerzas aportaba unafracción de la fuerza social resultante (FR) decada una de esas naciones. Fuerza resultanteque, por lo demás, estaba orientada a alcan-zar, principalmente, los objetivos del corres-pondiente grupo hegemónico. Es decir, esaresultante era la fuerza social que –en la prác-tica– estaba materializando el proyecto delgrupo dominante.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 201

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Catalizado por la invasión chanka, dentrode cada una de las grandes naciones invadi-das se operó un cambio muy importante. Porlo menos una de las fuerzas cambió, em-pezando a actuar en sentido contrario, en a-lianza tácita con los invasores. Ninguna másprobable que la de los más descontentos: lostrabajadores esclavizados. Eso fue suficientepara que, sin aparecer ni desaparecer fuerzaalguna, es decir, manteniéndose el mismo es-pectro inicial de fuerzas, la resultante –la co-rrelación final– cambiara.

En efecto, durante un determinado perío-do (M1) el sector esclavizado (F4) –mitimaesy yanaconas–, había estado contribuyendo ahacer efectivo el esplendor material de lospoblados de Nazca y Moche. Construían y,por consiguiente, actuaban en el mismo sen-tido de los objetivos que perseguían sus opre-sores.

Es presumible, sin embargo, que, incenti-vados por la inminente invasión chanka, apartir de allí (M2) pasaran de constructores asaboteadores. Su fuerza siguió siendo la mis-ma, pero empezó a actuar en sentido con-trario. Así, el simple cambio de dirección deuna de las fuerzas alteró la magnitud de lafuerza resultante: FR(M1) > FR(M2).

Los estrategas políticos y los estrategasmilitares de todos los pueblos entendieron laenorme importancia de este hecho. De allíque siempre dedicaron tiempo y recursos aincentivar y desarrollar, desde el exterior, ac-tividades que minaran la fuerza resultante delas naciones enemigas. Se alentaba el sabota-je, la subversión, el terrorismo, el magnici-dio, el descontento, la deserción, el desa-catamiento a la leva, etc. ¿No lo hemos vistoacaso en toda la historia de Occidente?

Actuando en simultaneidad con sus “alia-dos” en el territorio invadido, la presenciachanka (F5) terminó a la postre (M5) por

cambiar completamente el valor y la direc-ción de la fuerza resultante. Mas, como sevio en las primeras páginas, muy probable-mente la naturaleza, a través del fenómenoocéano–atmosférico del Pacífico Sur, diotambién su cuota en el proceso expansivochanka al debilitar las fuerzas y economía demoche (chimú), pero quizá también de losnazcas.

Con la nueva correlación de fuerzas nece-sariamente entraba en vigor un nuevo pro-yecto. Así, en los territorios conquistados, losproyectos de las élites dominantes en las na-ciones ica y moche (chimú) –o en su defectolos proyectos nacionales, como en el caso delpueblo cañete, por ejemplo–, quedaron susti-tuidos por el proyecto imperial Wari.

La expansión inicial del Imperio Warifortaleció la economía y reforzó el poderíomilitar de los chankas. Los botines de guerracapturados permitieron gratificar a los com-batientes y solventar la actuación de huestescada vez más numerosas. A tal efecto, lospueblos sometidos engrosaron los ejércitoscon reclutamiento forzoso.

Puestos luego en dirección sureste, losejércitos chankas atravesaron los valles deApurímac y Cusco, llegaron al Titicaca e in-cursionaron en Tiahuanaco. Todo pareceindicar, no obstante, que los invasores final-mente decidieron no ocupar militarmente niconquistar el Altiplano. ¿Qué los neutralizó oqué los disuadió? No se sabe.

Mas, en coherencia con la hipótesis deKolata –que hemos presentado en el TomoI–, puede presumirse que la gravísima sequíapor la que atravesaba entonces el Altiplanoahuyentó forzosamente a los conquistadores.

En todo caso, después de destruir el cen-tro urbano se retiraron –según refiere Lum-breras 33–. Pero previamente capturaron ar-

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quitectos, constructores y labradores depiedra que fueron llevados a Wari para erigiredificios 34.

El Imperio Wari alcanzó a extender susdominios luego hasta Cajamarca 35 y Lamba-yeque 36, por el norte, y hasta Arequipa, Cus-co y Sicuani 37, por el sur.

Es decir, además de la nación ica hege-monizada desde Nazca; de los cañete y li-mas; en la costa central; sucumbieron los mo-ches y mochicas, en la costa norte; los re-cuay, conchucos y cajamarcas, en la cordi-llera norte; así como los huancas, tarmas yyauyos en los Andes centrales; el puebloinka, en los valles de Apurímac y Cusco; ylas colonias kollas de Arequipa, Moquegua yTacna.

Como está dicho, presumiblemente lasélites más poderosas, nazcas, moches y mo-chicas, habrían perdido ya gran parte de supoder, inmediatamente antes del aluviónchanka, en el contexto de un grave y enormeevento climático.

En ese vasto territorio 38, de aproximada-mente 600 000 Km2, quizá llegaron a sersometidas cuatro millones de personas, sobrealgo más de cinco millones y medio que po-blaron los Andes durante el apogeo del se-gundo imperio andino.

La nación chanka difícilmente superabael 10% de esta cifra. Es decir, hacia el año1000 dC, su población habría sido del ordende 550 000 personas.

La rápida expansión militar se vio tam-bién facilitada por la extensa red de caminosque los pueblos y naciones habían construidoen los Andes, para su propio uso y para faci-litar el tránsito comercial.

Los dirigentes del Imperio Wari, sin em-bargo, prestaron singular importancia a me-jorar la calidad de tales vías. Así, en el apo-geo del imperio de los chankas, la populosaciudad Wari estaba enlazada por anchos ybien trazados caminos 39 con todas las áreaspobladas importantes de los Andes: Cusco,Puno, Nazca, Huancayo, Arequipa, Lunahua-ná, Pachacámac, Huamachuco, Cajamarca,Trujillo, Lambayeque, etc.

En el esplendor del Imperio Wari, Cha-kipampa y Ñawinpuquio, los dos centros po-

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Año Población Tasa de crec.aC (miles) por siglo

600 3 611 10,99700 3 990 10,50800 4 422 11,00900 4 483 12,51

1 000 5 537 11,12

Cuadro Nº 4Población andina 600 - 1 000

Tumbes Vías principales / comerciales

Vías de expansiónPiura

SipánSipán

Moche

Cajamarca

CasmaCh. Huántar

SupeTarma

LimaPachacámac

Huancayo

Cañete

Huancavelica

Chincha

Nazca

Camaná

Wari

Cusco

Juliaca

Tiahuanaco

Arequipa

Ica

Mapa Nº 18Red vial andina (siglo IX)

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blados ayacuchanos que en los siglos ante-riores habían tenido importancia, fueron a-bandonados 40 y desplazados por Wari. Quizáello refleje que, en la disputa inter élites, lade Wari alcanzó finalmente a hegemonizar.

Wari –también llamada Viñaque, la ciu-dad chanka más importante 41–, asentada enlas inmediaciones de la pampa de La Quinua,22 Kms. al noreste de la ciudad de Ayacucho,llegó a albergar, en sus 2 000 hectáreas deextensión, hasta 50 000 personas 42, entre je-rarcas, funcionarios, militares, sacerdotes ymultitud de especialistas. Y ciertamente al-bergó también a prisioneros de guerra pues-tos al servicio de la élite chanka.

¿Cómo se ha calculado que la ciudad de Warihabría llegado a tener 50 000 habitantes como indicaDel Busto? ¿Y cómo se ha estimado el tan distintodato de “casi 100 000 habitantes” del que habla el ca-tedrático ayacuchano Mario Benavides 43? ¿Cómo seexplica que la historiografía dé cifras tan significativa-mente disímiles? No lo sabemos, pero parece más sen-sata la cifra que acoge el doctor Del Busto.

Obsérvese que en el Cuadro N° 4 –uno de losapriorísticamente descalificados por la crítica–, postu-lamos que en torno al año 1000 dC, el territorio andi-no habría tenido 5,5 millones de habitantes.

¿Parece razonable que la población de la capitaldel Imperio Wari –incluidos los extranjeros allí lleva-dos compulsivamente– hubiera concentrado el equi-valente a casi el 1% (uno por ciento) de la poblacióntotal del territorio peruano de entonces? Sí, pareceabsolutamente razonable. Baste tener como referenciaque, siete siglos más tarde, esto es, cuando la tenden-cia de urbanización necesariamente había arreciado, lacapital del Virreinato (a 165 años de su fundaciónespañola) apenas concentraba el 3% de la poblacióndel territorio peruano 44.

Así, pues, si la relación porcentual –casi 1 %–resulta sensatamente verosímil, y la presunta po-blación de la ciudad Wari inobjetable –50 000 habi-tantes–, aritméticamente no existe otra alternativa quereconocer que la también presunta población total delos Andes que se ha postulado 5 550 000 personas esigualmente sensata y verosímil. ¿Por qué, pues, pre-juiciosa y gratuitamente fue descalificada?

¿Debe de este último cálculo colegirse que nues-tra hipótesis demográfica está probada? Ni conmucho. Asoma cada vez más verosímil, pero no estáprobada. Siempre serán los especialistas los que ten-gan la última palabra (pero con razones y demostra-ciones, no apriorísticamente).

Esos prisioneros de guerra asumieron dis-tintas funciones. Unos, como los alarifes ypicapedreros llevados desde Tiahuanaco,quedaron convertidos en mitimaes urbanos,especialistas en obras de ingeniería. Otra mo-dalidad de mitimaes urbanos la constituyeronlos maestros de orfebrería, llevados desde elCallejón de Huaylas y Cajamarca, que bienpudieron haber conformado también uni-dades militares especiales –como sostieneKauffmann 45–.

Es posible además que, entre los chankas,imitando lo que vieron de nazcas y moches-mochicas (chimú), algunos prisioneros deguerra quedaran destinados, en condición deyanaconas urbanos, al servicio personal de laélite dirigente en Wari.

Esa suerte pudo corresponder, entre otros,a aquellos que fueron obligados a cargar lasandas o literas 46 en que empezaron a movi-lizarse los miembros de la cúspide jerárquicachanka (copiando una tradición que –comose vio en el Tomo I– ya habían instauradosiglos atrás los moches).

La administración y control del territorioobligó a que parte de la población chankadejara sus tradicionales ocupaciones agríco-las y ganaderas. Así, muchos campesinoschankas fueron llevados a la ciudad de Wario a algunos de los lejanos territorios conquis-tados para asumir obligaciones administrati-vas, organizativas y militares.

En su reemplazo, las tierras de las inme-diaciones de la sede imperial empezaron aser trabajadas por extranjeros, trabajadoresde los pueblos conquistados. Inicialmente,

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quizá por prisioneros de guerra. Más tarde,por los típicos mitimaes rurales, grupos com-pletos de familias que, desarraigados de sutierra, fueron compulsivamente llevados acultivar las tierras ayacuchanas.

Abandonar sus propios campos para re-poblarlos con campesinos extranjeros, sig-nificaba para los chankas un riesgo enorme.

El estratégico abastecimiento alimenticio,puesto en manos de mitimaes extranjeros,significaba, de hecho, pasar a depender, nimás ni menos, que de los propios enemigosdel Imperio Wari. Ya antes, el Imperio Cha-vín –como el Imperio Romano en el ViejoMundo– habían incurrido en el mismo gra-vísimo error.

Estos mitimaes, por lo demás, fueronobligados a rendir elevada productividad.Mas es presumible que en los reiterativos pe-ríodos secos de menor producción, debieronsacrificar buena parte de su propia ali-mentación para asegurar los grandes volú-menes de alimento que demandaba la nu-merosa población urbana de Wari.

Los chankas, para la administración ycontrol de los territorios conquistados, desti-naron ingentes recursos para la construccióny mantenimiento de múltiples centros urba-nos y sus correspondientes destacamentosmilitares de ocupación. Pachacámac, al surde Lima, mantuvo y hasta acrecentó su im-portancia 47.

Se erigió nuevas ciudades: Pikillacta, a 27Kms. al sureste de la ciudad del Cusco;Cajamarquilla (o Jicamarca), en las proximi-dades de Lima; San Nicolás, en Supe, al nor-te de Lima; Pacatnamú, en el valle de Jeque-tepeque; Honcopampa y Wilkawaín, cerca deHuaraz; Warivilca, en Huancayo; Wiracocha-pampa, en Huamachuco; Otuzco, en Caja-marca 48; Sonay, en Camaná 49; y Cerro Baúl,

en Moquegua 50 (ver las ubicaciones corres-pondientes en el Mapa N° 17).

Wiracochapampa, Pikillacta y CerroBaúl, en los extremos del imperio, se eri-gieron “calcando” a Wari 51. En casi todas lasciudades, el diseño amurallado –indica Kauff-mann 52–, dotado de un cauteloso sistema deprotección militar, que a veces incluía unasola puerta de acceso y otra de salida –ase-gura Lumbreras 53–, es una buena prueba delambiente belicista y violento que reinó du-rante la expansión y consolidación del Im-perio Wari.

Y así como surgieron prósperos nuevoscentros urbanos, vinieron a menos, en cam-bio –y no por simple casualidad–, Moche yCahuachi, las sedes de residencia de las vir-tualmente liquidades élites moche (chimú) ynazca.

La estrategia de los chankas fue, proba-blemente –y según puede sospecharse de lasevidencias observadas–, debilitar al máximoa nazcas, limas, moches–mochicas, las tresmás importantes entre las sociedades con-quistadas. Para ello desarrollaron ciudades,centros alternativos de poder, en las que con-juntamente con los militares chankas desta-cados a someter, administrar y colonizar, re-sidían grupos locales distintos –y eventual-mente hasta opuestos– a los que habían esta-do hegemonizando en dichas sociedades an-tes de la conquista chanka.

Los hallazgos arqueológicos permitenconcluir que el proyecto imperial implícitode la élite chanka privilegió pues el desarro-llo urbano. Y, a fin de dar coherencia al pro-yecto, se puso énfasis en el mejoramiento yampliación de la red vial, que resultaba indis-pensable para el control del territorio, el a-bastecimiento de los centros urbanos admi-nistrativos y militares, y la comunicación conla sede central.

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Ese desarrollo infraestructural, vial y ur-bano, así como el abastecimiento de unaenorme población militar y administrativa, yla satisfacción de sinnúmero de privilegios,sólo fue posible porque el grupo hegemónicopudo disponer sistemáticamente de grandesvolúmenes de excedentes generados por lostrabajadores de los pueblos sojuzgados.

Una parte, pues, permitió solventar el es-fuerzo de trabajadores esclavizados y de mi-tayos que levantaron ciudades fortificadas yampliaron y mejoraron la red vial. Otra frac-ción del excedente permitió alimentar, vestiry renovar el armamento de las huestes deocupación. Y otra parte de ese excedente fuea parar, en las ciudades, y en particular enWari, durante siglos, para financiar los privi-legios de la élite imperial.

Tributos llevados desde lejanas comarcasestaban destinados –afirma Lumbreras 54– asatisfacer las apetencias de lujo de la élitechanka. De allí que, entre otras evidencias –ycomo avala Del Busto– “nace una industriasuntuaria que gira en torno a las joyas” 55.

Privilegiando el desarrollo urbano y elconsumo suntuario, también citadido, el Im-perio Wari concretó la transferencia de gran-des cantidades de riqueza, desde la periferiahacia el centro: Wari. O, si se prefiere, granparte del excedente generado fluyó desde lospueblos sometidos a las manos del grupo he-gemónico del pueblo chanka.

Los pueblos y naciones conquistadorassiempre tuvieron muchísimo cuidado enapropiarse, para luego potenciar en su propiobeneficio, las mejores conquistas tecnológi-cas de los pueblos a los que sometieron. Co-mo se ha visto, también lo hicieron los chan-kas llevando a la sede imperial los mejoresarquitectos y picapedreros de Tiahuanaco, ylos más calificados metalurgistas y orfebresmoches y mochicas.

No lograron sin embargo arrebatar a losparacas ni a los nazcas los secretos de laincipiente escritura que éstos tomaron de a-quéllos y que posiblemente en uno y otropueblos se había seguido desarrollando. ¿Noalcanzaron a entender el significado y poten-cialidad de esa conquista, que además ha-brían estado desarrollando también los mo-ches? ¿Se habrían percatado de su gravísimoerror cuando ya era tarde, cuando ya habíanexterminado a los miembros de las élites quedominaban ese crucial conocimiento? Quizánunca lo sabremos. Pero sí debe endosarse alimperialismo Wari la total frustración de eseimportantísimo avance cultural que había es-tado incubándose en la costa peruana.

El proyecto imperial chanka estuvo envigencia entre finales del siglo VI y los al-bores del siglo XI –según Lumbreras 56–. DelBusto en cambio postula que desde alrededordel siglo IX y los siglos XII o XIII 57. Decualquier forma, aunque no deja de sorpren-der la significativa diferencia entre una y otraversión, fue –como asegura Lumbreras 58–,tiempo suficiente para lograr una cierta ho-mogenización de los patrones de vida en granparte del territorio andino.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 206

Wari(o Viñaque)

Gráfico Nº 41Imperio Wari:

Flujo de excedentesa la sede imperial

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La declinación y caída del Imperio Warifue el resultado de sus propias contradiccio-nes –afirma Lumbreras 59–.

Algunas de ellas, quizá las más impor-tantes –según creemos– fueron:

• entregar el abastecimiento alimenticiode Wari a sus enemigos;

• alentar el gasto en desarrollo urbanoen desmedro de la inversión que ase-gurara e incrementara la producciónalimenticia básica;

• alentar la formación de centros depoder que progresivamente habríanido adquiriendo mayor autonomía re-lativa;

• sustentar la expansión física y materi-al del imperio en la sobreexplotaciónde yanaconas, mitimaes y, en general,de los pueblos dominados;

• trasladar y concentrar en la capital, aexpensas del empobrecimiento deinmensas áreas rurales, casi el íntegrode la riqueza producida en el territo-rio, e;

• implementar un modelo económicoque, privilegiando el gasto, terminódegenerando en consumo ostentoso yocio, en detrimento de la capacidad deinversión reproductiva, así como de lacapacidad de creación, administracióny control.

Una a una, en un proceso largo y pausa-do, que quizá durante mucho tiempo fueimperceptible para la élite chanka, las con-tradicciones fueron debilitando cada vez másal imperio. Quizá sólo a la postre, cuando elproceso era ya irreversible, fueron absoluta-mente evidentes. Mas ya era muy tarde.

La sobreexplotación de los pueblos do-minados exacerbó la animadversión contralos chankas en el vasto territorio del imperio.Ello podría haber sido aún más acusado, deconfirmarse la hipótesis de una gravísima se-quía planetaria en torno al siglo X –como yase mencionó–.

La sobreexplotación habría facilitado yalentado que, al interior de las naciones ica ymoche–mochica (chimú), y del resto de lospueblos sojuzgados, lograran reconstituirsegrupos dirigentes independentistas, A éstostocaría la responsabilidad de liderar el proce-

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MoyobambaChachapoyas

NaciónChimú

NaciónChavín

NaciónLima

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

Imperio Chavín

Imperio Wari

(1 200)

( 800)

( 400)

0

400

800

1 200

Gráfico Nº 42Cerco finalcontra Wari

y huida

Wari

Gráfico Nº 43Detalle cronológico: (1 500) - 1 300

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so de liberación del yugo chanka 60. En loscentros urbanos periféricos, a su vez, arrecia-ron, probablemente también, los afanes au-tonomistas.

De otro lado, sólo era cuestión de tiempopara que la naturaleza contribuyera con losuyo para que quedara en evidencia que ha-ber dejado el abastecimiento alimenticio dela capital Wari a sus enemigos era un peli-grosísimo bumerán.

La desertificación 61 del territorio centralde los chankas –que según Lumbreras siguióa la caída del Imperio Wari–, da pie para esti-mar que, efectivamente, una nueva, grave yprolongada sequía ocurrió en la zona. Sinembargo, la imprecisión de las fechas sobrela vigencia del Imperio Wari, hacen muy difí-cil concluir rotundamente si la grave y pro-longada sequía se inició antes o después de lacaída de Wari.

Aquí, ateniéndonos a la propuesta deLinares Málaga, que define la caída del Im-perio Wari en torno a 1200 dC, estamos puesconsiderando esta fecha como el centro másprobable del lapso dentro del cual habría o-currido el suceso.

Pues bien, hoy se sabe –como se ha ade-lantado hablando del Fenómeno océano–at-mosférico del Pacífico Sur– que una “pe-queña edad glacial” habría afectado todo elglobo con sequías y procesos de desertifi-cación. El proceso, científicamente compro-bado, se inició en 1240 dC con anomalíasclimáticas notorias y llegó a su clímax hacia1270 dC.

Con evidencias de desertificación en Aya-cucho, y “simultáneas” evidencias de sequíasy desertificación en Europa, es pues muyprobable que la “pequeña edad glacial” afec-tara íntegramente a todo el globo. Y muyprobable también entonces que fuera ésta la

circunstancia que desencadenó una gravísi-ma crisis de producción alimentaria en losAndes.

En ese contexto, cualquier acción de sa-botaje de los yanaconas esclavizados que re-sidían en Wari, y de los mitimaes de los pue-blos sojuzgados que en torno a la ciudad es-taban encargados del abastecimiento alimen-ticio de la misma, tuvo, necesariamente, con-secuencias catastróficas para el poder impe-rial. Máxime cuando, como debió ocurrir yaen ese momento, los recompuestos ejércitosde las naciones ica y moche–mochica (chi-mú), además de los ejércitos huancas, inkas yde otros pueblos, tenían virtualmente cerca-dos y desabastecidos a los chankas.

La desertificación de las tierras ayacu-chanas probaría, también, que los mitimaeslas abandonaron presurosos durante el cercoque los pueblos seguramente tendieron aWari. Con ello pusieron de manifiesto quehabía estado allí descontentos, contra su vo-luntad. Desertaron reincorporándose en masaal seno de sus pueblos.

Los ejércitos del Imperio Wari, que aglu-tinaban a muchos soldados de los pueblosdominados, se hicieron también, muy proba-blemente, eco de la rebelión que se genera-lizó contra el dominador. Tal como lo hi-cieron los yanaconas y mitimaes, también lossoldados desertaron, debilitando al ejércitoimperial y, en cambio, fortaleciendo propor-cionalmente a las huestes rebeldes.

Minimizado el ejército imperial, el ejérci-to Wari, compuesto ahora sólo por chankas,fue incapaz de soportar la arremetida conjun-ta de todos sus enemigos. El Imperio Warifue liquidado y los chankas cayeron final-mente derrotados.

De los pobladores urbanos de la capitalWari, es posible que la mayoría fuera exter-

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minada y que sólo unos pocos sobrevivientesalcanzaran a huir apresuradamente refugián-dose en lejanos parajes.

Quizá ese fue el contexto en el que un nu-meroso grupo de la élite chanka, por la únicavía que les quedaba libre (la cara este de lacordillera oriental de los Andes), emprendióla fuga hacia el norte.

Esa sería la causa y origen del sucesoque, rodeado de gran imprecisión cronológi-ca y de matices mitológicos, la historiografíaclásica –desde los cronistas–, conoce como la“retirada a Moyobamba”, que explicaría laocupación y posterior desarrollo de ésta y desu vecina Chachapoyas (ver ubicación en elGráfico N° 42, pág. 207), donde habrían sidolos constructores, entre otras, de la gran ytodavía semioculta fortaleza de Kuélap.

La metrópoli Wari, saqueada, se convirtióen un fantasma: caídas sus estatuas de piedra,sus muros enterrados, sin agua, sin vida –a-firma Lumbreras– 62.

Necesariamente el deterioro, el colapso yla caída final del Imperio Wari fue un proce-so. Todos los antecedentes históricos –perotambién el sentido común– permiten plantearesa hipótesis. Y permiten plantear tambiénque fue un proceso en sí mismo coherente yexplicable. Sin embargo, por ahora casi nohay forma de probar cuán largo y penoso fue.

¿Acaso de siglos, como podrían dejar en-trever las imprecisiones en las que incurre elhistoriador Del Busto, que en un lado afirmaque la ciudad Wari “conoció su fin hacia elaño 1000 dC”, para luego (cuatro páginasdespués) afirmar que la capital “languidece ymuchos de sus habitantes la abandonan (...)en el siglo XII o XIII dC” 63.

¿En base a qué indicios o a qué evidencias, puesno las explicita, Del Busto sostiene que Wari conociósu fin hacia el año 1000 dC, “en que pueblos invasores

la redujeron a estado ruinoso”? ¿Y en base a qué, cua-tro páginas después, resulta que cien o doscientos añosmás tarde “una nación serrana, acaso la de losChancas (...) le da el golpe de gracia”? ¿Insinúa elperíodo entre el primer golpe y el de gracia, efectiva-mente un tránsito largo y penoso como el queseguimos suponiendo? Claro que lo insinúa, mas noofrece seguridad porque no sabemos si la diferencia defechas no es más que un error historiográfico.

Por otro lado, ¿qué le permite a Del Busto, sinhaber ofrecido el más mínimo antecedente, afirmarque “pueblos invasores” fueron los que redujeron laciudad Wari?

¿Qué pueblos anónimos habrían sido aquellos?¿Dónde habían estado durante el apogeo imperial?¿Cómo adquirieron tanta fuerza como para atravesarbuena parte del territorio imperial sin ser detenidos yllegar hasta la capital y saquearla?

¿Por qué luego abandoraron el territorio saquea-do, cuando bien pudieron quedarse en esas tierras quedurante siglos habían alimentado a cientos de miles dehabitantes?

¿Y qué fue de esos poderosos pero anónimosinvasores después de su destructiva acción? ¿Cómo sepodría explicar que al cabo de tan protagónica tareavolvieran sin más al más absoluto anonimato?

Por su parte, y si los primeros invasores no fueronlos de esa “nación serrana de los chancas” –de la quehabla Del Busto–, ¿dónde habría estado entonces éstadurante el apogeo Wari? ¿Y no deberíamos hacernostambién para ésta las restantes preguntas precedentes?

Como en el caso de Chavín, aquí también, pues, lacasi unánimemente sacralizada hipótesis de los “pue-blos invasores” no resiste el más mínimo análisis. Perono obstante gratuita, insustancial y artificiosa, se harecurrido a ella para llenar ni más ni menos que uno delos acontecimientos más importantes de la historiaandina, esto es, en palabras del propio Del Busto: la“muerte del Horizonte Medio”.

Mas, ¿cómo llegó ésta, además de llegar, según lahistoriografía tradicional, de la mano de “invasores”?Pues dice textualmente Del Busto: “...era de espe-rarl[a] –no en vano han transcurrido muchos años–surge la decadencia, empieza la desintegración”.

Es decir, la historiografía tradicional no tieneningún reparo en afirmar –en la pluma de unos– y de

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aceptar –con el silencio de los más– que se habríatratado de un asunto pura y simplemente mecanicista:decadencia y desintegración inexorables a cargo deltiempo, y sólo de él.

Resulta obvio que con ese prosaico mecanicismo,con la gratuita invención de los “invasores anónimos”,y recurriendo además a términos tan anodinos como“Horizonte Medio”, se logra disimular y encubrir dosaspectos históricamente sustantivos e íntimamenterelacionados:

a) la suma de desaciertos y crímenes de la élitey de buena parte de la nación imperial, y;

b) las luchas, acciones independentistas y gue-rras de liberación de los pueblos sojuzgados.

No deja de resultar curioso que, contradiciéndosecon su implícita hipótesis mecanicista, Del Busto ad-mita que, aunque sólo tras el golpe de gracia, “el pre-sunto Imperio se desploma. Entonces las nacionessojuzgadas se emancipan... –afirma 64–.

Pues bien, admitiendo él sin ambages que hubonaciones sojuzgadas, qué otras condiciones –que noexplicita– se habría requerido para hubiese dejado dehablar de un “presunto imperio” y lo admitiera ca-tegóricamente?

¿Por qué no se explicita esas razones? ¿Es queacaso la diferencia entre “imperio” y “presunto impe-rio” es anecdótica e irrelevante?

¿En qué sustenta la historiografía tradicionaltamaña laxitud en sus premisas y vacíos? ¿Y tamañaorfandad e incongruencia en sus conclusiones? Cadavez es más evidente, pues, que hay varios y muyimportantes capítulos de la historia andina que mere-cen ser íntegra y seriamente reformulados.

Pues bien, la caída del segundo imperiode los Andes, como había ocurrido despuésde la debacle del Imperio Chavín, significó elresurgimiento autónomo de pueblos y na-ciones en el espacio andino.

El grueso del propio pueblo ckanka, esdecir, la numerosa y pobre población ruralque no conoció los beneficios del imperio,inició también, dispersa y estigmatizada, una

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nueva etapa. En el nuevo contexto, cadapueblo ensayaría, una vez más, la aplicaciónde su propio proyecto nacional.

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Algunos pueblos como los tallanes dePiura y Tumbes, protegidos por el vasto, hos-til y tórrido desierto de Sechura; y pequeñaspoblaciones norcordilleranas que luego se-rían denominadas como bracamoros, enJaén, y chachapoyas, en Chachapoyas; asícomo los desperdigados antis en la amazo-nía, los huancavilcas, cañaris, y cayambis deEcuador, no llegaron a ser incorporados alproyecto imperial Wari. Durante esos siglosfueron llevando a cabo su proyecto nacional.

No obstante esa privilegiada situación,aun cuando no vieron mermados sus recursoshumanos, ni se vieron en la obligación detrasladar excedente a conquistador alguno,ninguno de ellos alcanzó a registrar gran des-arrollo material ni cultural. Es pues tambiénimportante tratar de entender las razones detan singular historia.

El desarrollo material es, sin duda, sólouna parte de la creación cultural de los pue-blos. Intuitivamente todos aspiran a él y losdirigentes siempre han sido concientes deello. En ese contexto, lenta y progresiva-mente, los pueblos han ido resolviento susproblemas de alimentación, vestido y vivien-da. Poco a poco, para resolver esas necesi-dades, se fueron explotando más recursos:fauna terrestre, aves, bancos de peces, bos-ques, tierra agrícola, canteras, minas, etc., asícomo desarrollando las técnicas más adecua-das para su explotación.

Se daba, además, una estrecha relaciónentre el desarrollo de las técnicas necesariaspara disponer de un recurso y la posesión delmismo. Los pueblos asentados a orillas demares y lagos desarrollaron habilidad pes-quera, que no ponían tener los que se halla-ban en la cordillera. Quienes poseían can-teras de piedra devinieron en flamantes cons-tructores, fortuna a la que no podían aspiraraquellos que habitaban zonas arenosas. Losque poseían vetas y minas desarrollaron laminería y metalurgia, que estaban condena-dos a desconocer los pescadores.

Por otro lado, como no hubo posibilidadni oportunidad de avistar primero todo el es-pacio andino para luego escoger una ubica-ción, la localización final de los pueblos fueun hecho fortuito, completamente azaroso.

En virtud de ello, no todos los habitantesde la costa, por ejemplo, tuvieron igual fortu-na. Para algunos, como los de las áreas cen-tral y sur de la costa, el mar resultó pródigoen peces y mariscos, mientras que a otros, losde la costa norte, les fue más aparente para lanavegación. La fría temperatura del mar en elcaso de aquellos, les proveyó de gran riquezapesquera; y, por el contrario, la cálida tem-peratura de las aguas en el caso de éstos, se lanegó.

En la cordillera, a flor de tierra, a unos seles ofreció grandes canteras de piedra apa-

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Consolidación de las naciones andinas

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rente para la construcción mientras que a o-tros les fue negada esa fortuna. Disponer deamplios territorios y de grandes volúmenesde agua no significó necesariamente un granresultado agrícola, como ocurrió a los antisde la Amazonía.

Y por el contrario, con sólo una fraccióninfinitesimal del territorio y del agua de laAmazonía, los valles de la costa resultaban,en proporción, agrícolamente mucho más ri-cos.

A su turno, un pequeño y homogéneobosque maderero, como el de algarrobos enla costa norte, resultaba también mejor fortu-na que un gigantesco, variadísino y tropicalbosque de aguajales en la Amazonía.

Sin embargo, superada la fase de recolec-ción y caza, la inmensa mayoría de pueblosponderó, por sobre todos los demás recursos,el de la tierra, o, mejor, el de la tierra agríco-la. Los espacios generosos en frutos recolec-tables no eran siempre los mejores en térmi-nos agronómicos. Se abandonaron entoncesaquéllos para establecerse definitivamente enéstos.

Ese limitadísimo derecho a escoger, entrepocas y físicamente cercanas opciones, lo pu-dieron ejercer quizá sólo algunos entre me-nos de los 100 000 habitantes de los remotos5 000 aC. Difícilmente ello pudo ocurrir alcabo de varios milenios. Y menos aún, porejemplo, cuando en el siglo X dC hegemo-nizaba el segundo imperio de los Andes.

Para esa fecha todos los valles naturalesdel territorio andino estaban centenariamenteocupados y la posesión de cada uno de ellosestaba claramente definida entre los pueblos.

En ese sentido puede afirmarse que vir-tualmente para todos y cada uno de los pue-blos y naciones, la suerte estaba ya echada.

Unos –como puede apreciarse en el mapa–habían resultado asentados en valles pequeños,estrechos y poco fértiles como el del ríoChotano (1) en la cordillera norte, o el del ríoOsmore o Ilo (2) en la costa sur, por ejemplo.

Otros, con mejor fortuna, estaban pose-sionados de valles más grandes y produc-tivos, como es del Urubamba (3) en la cor-dillera y el del Chicama (4) en la costa.

Por último, con gran suerte, algunos pue-blos resultaron trabajando ubérrimos y másextensos valles como el del Mantaro (5) en lacordillera y el de Cañete (6) en la costa, porejemplo.

No todos los pueblos, pues, estaban enigualdad de condiciones respecto de la pose-sión del fundamental recurso agrícola.

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Valles de recienteexplotación

Valles de antiguaocupación

Tumbes

Chira

Piura

Huancabamba

Chotano

Jaén

BaguaMayo

HuayagaCentral

Huayabamba

AltoHuayaga

1

2

3

4

5

6

La Leche

RequeZaña

Jequetepeque

Chicama

Moche

Santa

Virú

Nepeña

Pativilca

Casma

CulebrasHuarmey

Cañete

Mala

RímacChillón

Lurín Cieneguilla

Omas

ChinchaPisco

SupeHuauraChancay

Ica

Nazca

CamanáSihuas

Ocoña

Acarí

YaucaChaparra

Atico

Tambo

MoqueguaCaplina

Locumba

Sama

MajesColca

Chili

Cajamarca

Condebamba

C. deHuaylas

Mantaro

Huarpa

PachachacaPachachaca

LaConvención

Lares

Urubamba

Cosñipata

MarcapataTambopata

Oxapampa

Chanchamayo

SatipoEne

Mapa Nº 19Los valles del territorio peruano

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La importanciade la riqueza agrícola

Antes de empezar a ser trabajados, al-gunos valles eran, potencialmente, muchosmás ricos que otros –los gráficos del Anexo 3(en el Tomo I) y del Anexo 10 (en éste) resul-tan a este respecto muy elocuentes–.

En extensión, gradiente, calidad delsuelo, disponibilidad de agua, etc., la natu-raleza había dotado a unos del doble, quíntu-ple o muchísima más riqueza explotable encomparación con otros.

A efectos de alimentar a la población,poco importaba de cuánto espacio total sedisponía. Mucho más importante era, en cam-

bio, contar con mayor área aparente para usoagrícola y con mayor disponibilidad de aguapara fertilizarla.

Sin duda, pues –y más allá de su volun-tad–, unos pueblos resultaron significativa-mente más afortunados que otros.

Esa diferencia de base –quizá hasta de-beríamos hablar de distintas posiciones de la“línea de partida”–, objetiva y cuantificable,necesariamente habría de ponerse de mani-fiesto en la diferencia de objetivos que ha-brían de alcanzar los pueblos en la historia.

Quienes disponían de la mejor combi-nación de riqueza agrícola e hidrológicatenían más posibilidades de llegar tanto máslejos en sus objetivos de desarrollo económi-co y social y, en definitiva, cultural.

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Perú

ImperioChavín

Anexo Nº 8Chavín - Perú / Egipto

Egipto, en un solo valle,tiene más tierras agrícolas

que el Perú en todos sus valles.

Egipto

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En los casos de pueblos que, como losmoches y los limas, controlaron varios valles,por obvio que resulte decirlo, fue la suma dela riqueza potencial, agronómica e hidrológi-ca la que en definitiva contó. La significativamayor riqueza agrícola de que dispusieron yexplotaron aquéllos, explica suficientementeporqué pudieron concretar obras mucho másgrandes y espectaculares que éstos.

Quizá debe reclamarse a la historiografía tradi-cional que poco o casi ningún énfasis haya puesto enese sustantivo aspecto de la historia de los pueblos.Virtualmente nunca se ha explicitado qué condicionesobjetivas permitieron a un pueblo alcanzar ésto y aotro sólo aquéllo. ¿Acaso para los períodos de la his-toria que venimos revisando no hay explicaciones ob-jetivas, o hipótesis verosímiles que expliquen los dis-tintos niveles de desarrollo que se alcanzaron en unmismo período en las diversas porciones del territorio–andino y mundial–?

¿No es razonable suponer que si un pueblo dispu-so del doble de tierra agrícolas que otro, tenía mayoresposibilidades de desarrollo que éste, no sólo porquepodía alimentar al doble de población, sino porquepodía también duplicar el excedente con el cual finan-ciar la construcción de infraestructura?

Quizá – aunque parezca tardío presentarlo aquí–la comparación entre Chavín y Egipto sea una magní-fica base para la formulación de la hipótesis que ve-nimos planteando.

Los jóvenes y adultos de hoy estudian su propiahistoria y la de otros pueblos. Así, los peruanos estu-diamos las historias de Chavín y Egipto. ¿Pero se nosha dicho alguna vez en algún texto cómo se explicaque, siendo ambas culturas largamente coetáneas,mientras Egipto ha dejado innumerables y gigantescasobras materiales regadas en un amplísimo territorio,Chavín sólo dejó un castillo cuyas dimensiones em-palidecen frente a aquéllas? Sin duda podrá formular-se un cúmulo de razones. Pero una de ellas, y quizá laprimera y más importante, es la enorme diferencia deriquezas agrícolas de que dispuso Egipto en compara-ción con Chavín.

A efectos de ilustrar cabalmente esta afirmación–y como claramente se insinúa en los gráficos de lapágina anterior– considérese los siguientes datos:

Egipto Perú Relac.(a) (b) (a / b)

Territorio (Km2) 1 001 449 1 285 216 0,78Área cultivada (Km2) 55 000 19 000 2,89% área cult. / territorio 5,5 1,5 3,70

Egipto, con menor territorio (78 % del Perú), dis-pone de casi tres veces más (2,89) tierras cultivadas. Y,si se acepta el ratio o relación matemática final, puedeafirmarse que, “agrícolamente”, Egipto es casi cuatroveces más (3,70) rico. Si además se considera la cali-dad del suelo, la ventaja aumenta. Debe reconocersetambién que gran parte de las tierras agrícolas perua-nas, para disponer de agua de riego, han demandadoconstruir infinidad de kilómetros de canales y ace-quias, mientras que en Egipto eso lo hace el Nilo que,casi sin intervención del hombre, inunda y fertiliza loscampos. Es posible afirmar, pues, que la ventaja “a-gronómica” de Egipto es aun mucho mayor.

Tómese en cuenta además que, en el caso deEgipto, el área agrícola está reunida en uno solo yenorme valle, íntegramente vertebrado por el Nilo,que permite una amplísima comunicación; y, en el ca-so del Perú, está atomizada, constituida por infinidadde pequeñas y pequeñísimas fracciones, separadas porobstáculos naturales difíciles de superar (desiertos,altas montañas, profundas quebradas, ríos no navega-bles pero muy torrentosos, etc.). En síntesis, la poten-cialidad agrícola es abrumadoramente mayor en E-gipto que en el Peru.

Si la comparación se hace entre los imperiosChavín y Egipto, las cifras (tentativa e hipotética-mente ajustadas) proporcionan diferencias aún mássaltantes.

Egipto Perú Relac.(a) (b) (a / b)

Territorio (Km2) 1 000 000 300 000 3,33Área cultivada (Km2) 30 000 2 000 15,00% área cult. / territorio 3,00 0,66 4,5

Para la época en que coexistieron ambos imperios,la agricultura era prácticamente el único sector pro-ductivo capaz de generar los grandes excedentes quepermitían dinamizar al resto de las actividades pro-ductivas, pero, en particular, a la construcción.

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Con las cifras mostradas, sin contar la mayor pro-ductividad del suelo, ni las otras condiciones favo-rables mencionadas, el Imperio Egipcio disponía dequince veces más producto agrícola que Chavín. Yasumiendo que los egipcios hubieran sido tres vecesmás numerosos (hoy Egipto tiene el doble de po-blación que el Perú), el producto agrícola seguía sien-do cinco veces mayor.

En esas condiciones, no es difícil imaginar que elImperio Egipcio dispusiese de un excedente abru-madoramente mayor del que dispuso Chavín. En todocaso –repetimos– el norte de África alberga los mo-numentos suficientes como para dar testimonio de lagigantesca diferencia de riqueza de que dispusieronuno y otro imperio.

El tiempo de ocupación de un territorioagrícolamente trabajado era, no obstante, unfactor compensatorio, por lo menos parcial.Así, un valle pequeño y poco fértil, trabajadopor espacio de miles de años, rendía quizátantos frutos como uno más amplio y fértilpero en manos de un pueblo con menor tiem-po de experiencia agrícola.

Es decir, independientemente de la volun-tad de los grupos humanos, la naturaleza seconstituyó pues en importantísimo factor li-mitante para el desarrollo de unos pueblos, yuna fantástica catapulta para el despegue deotros.

Para los pueblos, la riqueza agrícola era elmás preciado de todos los intereses ajenos alhombre mismo. No sólo porque tenía que verdirectamente con la alimentación y, por con-siguiente, con la supervivencia; o, si se pre-fiere, no sólo porque permitía garantizar elprimero y más importante de todos los intere-ses propios del hombre: la vida. Sino, funda-mentalmente, porque fue el primer sectorproductivo capaz de generar grandes vo-lúmenes de excedente socialmente utilizable.

Desde muy antiguo, casi todos los sec-tores productivos fueron capaces de generarun abastecimiento mayor que el que deman-

daban las poblaciones. Sin embargo, no to-dos esos excedentes generables podían ser degran magnitud. Las limitaciones técnicas, porejemplo, impedían almacenar grandes volú-menes de pescado o de carnes rojas. Rápi-damente se descomponían. Era inútil, pues,que, aun cuando pudieran hacerlo, porquehabía los recursos suficientes, los pescadoresse esmeraran en generar grandes excedentesde captura.

Por otra parte, era difícil acarrear grandesvolúmenes de excedentes forestales o mine-ros y, más aún, la producción excedente delas canteras de piedra o arcilla. Y, aunque hu-biera sido posible movilizar esos sobrantes,era muy poco práctico durante las mitas re-tribuir el trabajo de las cuadrillas de trabaja-dores con excedentes de madera, metal o pie-dra. Sí, en cambio, con excedentes agrícolas.

El excedente agrícola, por el peso y ta-maño de los productos, representaba gransimplificación para el almacenamiento. Porsu composición química, ofrecía mayor to-lerancia y mejor resistencia para su conser-vación. Y por su uso, tenía demanda perma-nente. Por todas esas razones, el excedenteagrícola se convirtió en el más importanteagente de dinaminación de las sociedades.

Disponiendo de grandes excedentes agrí-colas los pueblos tenían cómo solventar mi-tas, no sólo masivas sino también prolon-gadas. Con ellas se emprendió, precisamente,la construcción de centros cívico–religiosos,palacios, plazas y jardines, pistas y veredas;en fin, ciudades. Con las mitas de hizo tam-bién caminos, puentes, canales, bocatomas,derivaciones, andenes, reservorios, etc.

Disponiendo de grandes excedentes, laagricultura liberaba, además, fuerza de traba-jo que, con el sustento alimenticio asegurado,quedaba disponible para otras actividades:artesanía, textilería, alfarería, arquitectura,

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ingeniería, astronomía, hidráulica, medicina.Solo disponiendo de estos especialistas, emi-nentemente urbanos, pudieron los grupos al-canzar el desarrollo material y cultural.

En síntesis, a partir del desarrollo de laagricultura, la materialización del proyectonacional de los pueblos estaba muy estre-chamente relacionado con la disponibilidad–o no– de excedentes agrícolas y con la mag-nitud que de éstos se obtenía.

Por cierto, las guerras de conquista, o eluso improductivo de los recursos, hicieronvariar el resultado. Pero en condiciones deautonomía y paz la concretización de mayo-res objetivos como parte del proyecto na-cional estaba supeditada a la existencia de losexcedentes agrícolas. Y objetivamente ellodependía de la disponibilidad real de riquezaagronómica: valles con adecuada disponibi-lidad de agua y climas templados.

Pues bien, tanto los tallanes en Piura yTumbes; como los bracamoros en Jaén; loschachapoyas en Chachapoyas; los antis en laAmazonía; los huancavilcas, cañaris, ca-yambis y otros más en la zona ecuatorial, auncuando no sufrieron la conquista chanka, ypudieron por consiguiente avanzar duranteesos siglos en su proyecto nacional, carecie-ron, sin embargo, de la insustituible riquezaagronómica que les hubiera permitido la ma-terialización de grandes culturas 65.

No hay en todo caso evidencias de ungran desarrollo agrícola entre esos pueblos.Lo que además, excepción hecha de los talla-nes, en los demás se explicaría también por latardía ocupación y explotación de sus respec-tivos territorios.

Con dicha enorme limitación, ésos y o-tros pueblos, debieron aceptar que los obje-tivos susceptibles de ser alcanzados sólo eranmás bien discretos. En efecto, y en razón de

tal restricción, esos pueblos asomaron alsiglo XI con un desarrollo material muy li-mitado.

El pueblo tallán:condicionamientoshistórico–geográficos

El sur del extenso y tórrido desierto deSechura (de casi 200 Kms. de largo), habíamarcado el límite norte del territorio quealcanzó a tener el Imperio Wari.

Quizá para las poco numerosas huestes devanguardia de los ejércitos chankas que lle-garon hasta esos confines era demasiado ries-goso –y muy poco rentable– internarse enterritorio tan hostil.

Al norte del desierto, los tallanes estabanposesionados de los valles de Tumbes, Chiray Piura, cuyos ríos suman probablementemás descarga que todo el restante conjuntode los ríos de la costa peruana.

El primero es de una exhuberancia tropi-cal poco apropiada para la agricultura, peoraún entonces. Pero la enorme potencialidadde los dos últimos podría haber sustentado undesarrollo enorme. ¿Qué lo impidió?

Que se sepa, no hay investigación empíri-ca que proporcione datos para una respuestaconcluyente. Sólo cabe suponer que los ta-llanes, en el “ojo de la tormenta” periódicadel fenómeno océano–atmosférico del Pací-fico Sur, no habrían podido superar sus rei-terativos embates, tanto en sus versiones deinundaciones como de sequías.

Ningún otro pueblo sufrió como él inten-samente todos y cada uno de los eventos

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 216

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climáticos de los que se ha hablado en elTomo I de este libro.

No obstante, los tallanes alcanzaron sumayor desarrollo durante la Cultura Vicús, enAyabaca (Frías) y Morropón (Vicús). Es de-cir, aparentemente no por una simple casua-lidad, algo menos expuestos a las inunda-ciones, sólo en una parte alta del valle delPiura, entre 2 000 – 3 000 msnm. El precio dela protección fue sin embargo ocupar una delas partes más estrechas y de grandes pendien-tes del largo valle, de proporcionalmente bajaproductividad agronómica.

Según parece más probable, esa culturase habría extendido entre el 1000 aC y el 600dC. Habría sido entonces –como hemos afir-mado antes–, contemporáneamente influiday luego víctima de Chavín. Libre de éste, ha-bría alcanzado su apogeo siglos más tarde,entre el 500 aC y el 300 dC 66.

Sorprendentemente, tanto el fin del apo-geo de la cultura como el fin de la culturamisma, coinciden en el tiempo con las fechasdadas por Kaulicke 67 para dos grandes y muydestructivos períodos de eventos océano-atmosféricos.

Quizá fue pues a raíz de las catástrofesdel 250–300 dC que la cultura Vicús sufríoun gravísimo debilitamiento que facilitó suconquista por los moches–mochicas –del quesurge el estilo cerámico tallán–mochica–. Yque luego, conquistadores y conquistados su-frieran los embates de la naturaleza del perío-do 550–600 dC., que los colocó a expensasdel Imperio Wari (véase Gráfico N° 46).

Con el pueblo tallán estamos ante unnuevo caso de imprecisión historiográfica.En efecto nunca se ha dicho claramente quépueblo fue el protagonista de la Cultura Vi-cús 68. Ni se nos dice a qué pueblo dominaronmás tarde los moches–mochicas, primero, y a

qué pueblo conquistaron en Piura los chimú,después 69. Ni, por último, a qué pueblo so-juzgaron los inkas en “Ayabaca y la comarcapiurana” –en palabras de Del Busto 70–. Ob-sérvese sin embargo que, mil años despuésde Vicus, Ayabaca aún seguía ocupada.

En la historiografía tradicional, reciénnos son formalmente presentados los tallanespara el siglo XVI, durante la conquista es-pañola. Y entonces, de sopetón, haciéndosereferencia al primer viaje de Pizarro en 1528,se nos habla de “una gran población con mu-rallas almenadas y torreones cuadrados. EraTumbes, la ciudad buscada. Coronaba a todala urbe una imponente fortaleza”. Era –comoprecisará Del Busto líneas después– “la granpoblación de los tallanes tumbesinos” 71,“compatriotas” de los “tallanes piuranos” 72.

¿Cómo y cuándo apareció de improvisoesa gran población, tan bien equipada y gua-recida? ¿Por qué recién resultan compatriotaslos tallanes tumbesinos y piuranos? ¿No re-sulta entonces razonable que, en salvaguardadel principio de continuidad histórico–geo-gráfica subyacente, reconozcamos como ta-llanes a los viejos creadores de la CulturaVicús, y de allí en adelante a todos los po-bladores de los territorios de Piura y Tumbes?

Pues bien, fue en ese primer viaje de Pizarro quese capturó en el mar a los “tres indiezuelos tallanes” 73

que habrían de ser llevados hasta España, y rápida-mente castellanizados para que, a la vuelta, desde1531, sirvieran de intérpretes. Del Busto, refiriéndoseal más conocido de ellos, hasta en tres ocasiones repe-tirá “Felipillo, el tallán perverso” 74 ¿Cuál fue la per-versidad de Felipe, el joven intérprete tallán que, porel oficio para el que se le raptó y entrenó, asistió aljuicio en el que se condenó a Atahualpa?

Las deformaciones de la historiografía han sidotales, que buen tiempo se descargó a Pizarro y al impe-rialismo español, de la responsabilidad de la muertedel Inka, endosándosela a “Felipillo”, que supuesta-mente habría tergiversado frases de aquél –como bienrecuerda John Hemming 75–.

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A partir de allí, sibilinamente, la historiografía hasembrado –con eficiencia digna de mejores causas– lainfeliz asociación:

Felipillo = tallán perverso = traidor

(tan equívoca como la que en la Historia de Méxicoidentifica “Malinche” con “traidora”). Repetida la pon-zoñosa frase por décadas y décadas, sin tregua, ¿quiénpodría hoy en el Perú sensatamente identificarse comotallán? ¿Se excluirá también la historiografía tradi-cional de este atentado innoble contra la identidad le-gítima de un pueblo al que hoy pertenecen cientos demiles de peruanos?

En el apogeo de Vicús, los tallanes alcan-zaron un gran desarrollo en la metalurgia deloro, logrando esculturas antropomorfas conláminas de oro soldadas. Quizá su mejor tes-timonio lo constituye la famosa estatuilla a laque se ha denominado la “Venus de Frías”.Pero se postula que incluso conocieron unaaleación dura de cobre, oro y plata 76.

Vicús muestra además una hermosa ce-rámica en la que sorprendentemente estánuna y otra vez presentes distintos tipos deinstrumentos musicales: antaras, tambores ytrompetas. Por cierto se ha encontrado tam-bién tejidos, agujas, depiladores y cascabe-les. Pero además cinceles y cetros, así comoarmas: porras, hachas y petos protectores.

Como está dicho, mientras su sede princi-pal fuera el valle alto de Piura, sus posibili-dades de desarrollo agrícola era muy escasas.Así, no es de extrañar que, muchos siglosmás tarde, el núcleo poblacional más impor-tante de los tallanes se hubiera desplazado ala costa, y a otra actividad para la que, porazar, estaban magníficamente bien ubicados,y a la que si podían en cambio dedicar los do-ce meses del año: el comercio internacional.

¿Fue una conquista propia? ¿Fue precipi-tada después por la conquista moche–mochi-ca? ¿La desarrollaron luego y mientras todoel sur de los Andes estuvo bajo hegemoníachanka? O, finalmente, ¿fue inducida o exi-

gida por los conquistadores chimú, y/o porlos ulteriores conquistadores inkas?

Nada hay que permita una ofrecer unarespuesta empíricamente convalidada. Noobstante, ni la gran ciudad que “buscaban”los conquistadores españoles, ni el magníficodesarrollo náutico–comercial que encon-traron los inkas y aquéllos, eran el fruto depocas décadas, sino de siglos de desarrollo.

En todo caso, puede pensarse que la for-tificación de Tumbes se habría iniciado yadurante el período de autonomía que vivieronlos tallanes durante el Imperio Wari, y paradefenderse no tanto quizá de éste, del que losseparaba el largo y tórrido desierto, sino desus vecinos del norte: los isleños punás (IslaPuná), los costeños hualcavilcas (en torno aGuayaquil) y hasta los cordilleranos cañarisde Cuenca (véase los Mapas N° 20 y 25).

Estaban pues asentados en un especialísi-mo vértice de la geografía americana. Ocu-

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Buenaventura

EsmeraldasPasto

Quito

Cuenca

Tumbes

PaitaPiura

Chan Chan

PanamáCostaRica

Lago deMaracaibo

Bosqueamazónico

Líneaecuatorial

I. Puná

Guayaquil

Mapa Nº 20Ubicación estratégica de Tumbes

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paban, en efecto, parte de aquel singular te-rritorio que divide las calurosas áreas septen-trionales del trópico sudamericano, Centroa-mérica y el Caribe, de las templadas y fríasáreas meridionales. Hacia el este, el densobosque amazónico era una barrera muy difí-cil de flanquear. Así, el punto de paso obli-gado, entre el norte tropical y el sur andino,era la tierra tallán.

Todos los pueblos, sin embargo, limitancon otros por el norte y por el sur. Y comer-cian con cada uno de ellos. E, incluso, sirvende puente entre sus vecinos. Hasta allí no sedaba ninguna diferencia entre la situación delos tallanes en las costas de Piura y Tumbes,y, por ejemplo, la de las colonias lupacas enlas costas de Moquegua y Tacna.

La importancia de la ubicación geográfi-ca de los tallanes –a diferencia de la de loslupacas, por ejemplo– residía en que la pro-pia naturaleza determinó que, en el tropical yenorme espacio al norte de su territorio, laproducción pesquera, pecuaria, agrícola yminera fuese completamente distinta de laque se daba en el templado y frío territorioandino del sur. Y, a partir de ello, la produc-ción artesanal o manufacturera era, también,muy distinta.

Esas grandes disimilitudes alentaban elintercambio. Y los tallanes ocupaban, preci-samente, el territorio puente.

Los tallanes, pues, estaban asentados enun territorio–bisagra de gran importancia. Suventaja comparativa natural, era, sin duda,comercial. Máxime –como está dicho– antelas graves y reiterativas agresiones de la na-turaleza contra la producción agrícola.

En razón de ello, los tallanes, libres de lahegemonía chanka, habrían adquirido duran-te ese prolongado período una mayor espe-cialización en el comercio que en otras ac-

tividades productivas. Así, mantuvieron in-tenso intercambio con los pobladores de laisla Puná, en el Golfo de Guayaquil, conquienes además se vieron envueltos en cons-tantes conflictos (como constataron los con-quistadores españoles al conocerlos). ¿Even-tualmente y por encima de todo por rivalidadcomercial? Quizá.

Pero hay además múltiples y sólidas evi-dencias de comercio con la costa de Colom-bia, el istmo de Panamá y, en América Cen-tral, con Costa Rica y Oaxaca (México) –co-mo específicamente asume Hernán Buse 77–.Y acaso –como como también podría des-prenderse de lo que recientemente ha de-mostrado Del Busto 78–, navegaron hasta laslejanas islas Galápagos e, incluso, hasta laremota Oceanía (Melanesia y Polinesia), re-tornando por la Isla de Pascua.

Mal podría sorprendernos este último iti-nerario, si como bien se conoce hoy, los vien-tos alisios que vienen del sur toman precisa-

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Buena-ventura

Esmeraldas

Pasto

Quito

Guayaquil

Tumbes

PaitaPiura

Chan Chan

PanamáCostaRica

IslasGalápagos

I. Puná Cuenca

Desiertode Sechura

Mapa Nº 21Tumbes - Galápagos - Chan Chan

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mente la dirección hacia el oeste frente a lascostas de Piura y Tumbes (como se vio en elGráfico N° 4 –Tomo I–)

Más que canjear con sus propios produc-tos –que poco podían ofrecer a este respec-to–, navegando en infinidad de balsas de ve-la, y cuando correspondía por vía terrestreacarreando “caravanas de auquénidos” 79 seconstituyeron entonces en intermediariosentre los pueblos tropicales situados al nortey noreste de Tumbes y los pueblos y nacionessubtropicales y andinas que ocupaban el sury sureste del desierto de Sechura.

Hacia Centroamérica eran llevadas múlti-ples y voluminosas variedades de tejidos deuso masivo y espejos de obsidiana, así comocacabeles y sartales de chaquira. Pero tam-bién armaduras, petos y tenazas de metal. Asícomo productos de mayor valor como perlasnegras de Sechura y nacarinas de La Li-bertad. Pero sus productos más preciados,que atravesando el istmo de Panamá habríanllegado incluso hasta las playas e islas delCaribe, serían las coronas y diademas de oroy plata, y costosas y muy apreciadas vasijasde oro.

Desde el norte, a cambio, traían hacia elmundo andino central, perlas desde Panamá;esmeraldas, de las costas de Ecuador y Co-lombia; y, desde Oaxaca y Panamá, spondy-lus victorum y strombus galeatus, las céle-bres conchas míticas que, desde Chavín, tu-vieron un enorme valor místico–religioso(pero también de predicción meteorológica–como ya se ha postulado–). Lo cierto esque, para muchas de las élites de los Andes,aquéllas valían “más que el oro y la plata”–como textualmente asegura Buse 80–.

Así, desenvolviéndose fundamentalmen-te como comerciantes, pero por sobre todocomo grandes navegantes, los tallanes arri-baron al siglo XIII, en que –como veremos

más adelante–, cambiaría radicalmente suhistoria. Fueron primero conquistados porlos chimú y, sin solución de continuidad, porlos inkas y luego por los conquistadores es-pañoles (y hoy forman parte del Perú domi-nado desde Lima).

La nación chimú

Un caso muy especial habría de con-sumarse al sur del desierto de Sechura donde,tras la hegemonía Wari, surgiría definitiva-mente consolidada la nación chimú, con elaporte directo de mochicas de Lambayeque ymoches de La Libertad.

Asentados en territorios equidistantes ypróximos a Paiján (que hemos destacado en

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 220

Río Jequetepeque

Río Chicama

Río Moche

Río Virú

Río Santa

Cordillera O

ccidental

MOCHICAS

MOCHES

Desiertode Sechura

Río Túcume(o Salas)

Río LambayequeBatan Grande

ÍllimoTúcume

Río Reque

Río Zaña

Chongoyape

Sipán

Pacatnamú

Stgo. de Cao

Paiján

El Brujo

Chan ChanMoche

Huancaco

NepeñaRío Nepeña

Río SechínSechín

Lamba-yeque

LaLibertad

Murallas defensivasde Chan Chan

Mapa Nº 22Territorios Mochica y Moche / Chimú

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círculo blanco casi en el centro del mapa),resulta bastante razonable considerar a unosy otros como descendientes de aquéllos vie-jos recolectores–cazadores.

El tiempo, la posesión de distintos territo-rios y la disputa de los territorios fronterizos,daría sin embargo curso a dos historias dife-rentes, a dos identidades distintas, en suma, ados pueblos: mochicas y moches, que, no obs-tante –y para lo que habremos de encontraruna explicación–, terminaron comunicándo-se en dialectos del mismo idioma: el que lahistoria a la postre reconocería como muchik.

Miles de años después de la ocupacióninicial de Paiján, tras derrotar y liquidar elpoder militar de los sechín, y tras sojuzgarpor siglos a moches y mochicas, la hegemo-nía chavín dio origen a dos sucesos con losque las historias de dichos pueblos empe-zarían a converger nuevamente:

a) los derrotados –pero asombrosos– perso-najes sechín (desde su ubicación inicial,que ha sido destacada en círculo azul enla parte inferior del mapa), muy presumi-blemente habrían huido en gran númerohacia el norte, incorporándose y –con eltiempo– confundiéndose étnica y cultural-mente tanto con moches como con mochi-cas.

Innumerables indicios permiten concluirque los sechín –inadvertida, pero inexo-rablemente– no sólo difundieron entre mo-ches y mochicas sus leyendas, idioma yotros elementos culturales, sino que ter-minaron imponiendo muchos de ellos,que –como se vio en la Ilustración N° 6–Tomo I–)–, habrían de mantenerse y ma-nifestarse durante muchísimos siglos.

b) por su parte, reforzando de hecho aunqueinvoluntariamente la integración étnico-cultural sechín-moche-mochica que había

empezado a darse, la milenaria hegemo-nía chavín contribuyó decididamente alproceso de homogenización entremochi-cas de Lambayeque y moches de La Li-bertad, hasta hacer virtualmente indistin-guibles sus diferencias.

Debe destacarse sin embargo que, aunquelarguísima y geográficamente muy próxima,la dominación chavín no logró imponer supropio idioma (el proto–quechua) entre mo-ches y mochicas, ni erradicar el idioma quefinalmente éstos terminaron creando con elaporte de los sechín: elmuchik., aunque sinduda el idioma de la nación hegemónica loimpactó fuertemente. La lingüística, en todocaso, tiene allí grandes secretos que desen-trañar.

Pero debe destacarse además que –comoseguiremos viendo más adelante–, la domi-nación chavín tampoco logró borrar de laconciencia de mochicas y moches los viejosmitos y leyendas fundacionales –que lograríarescatar la Historia para la posteridad–, queasumieron en el mestizaje con los sechín.

Mas –como se ha visto en el Tomo I–, trasla caída de Chavín, y sin poder disimular susgrandes similitudes, mochicas y moches em-prendieron otra vez, y durante casi un mile-nio, desarrollos autónomos.

Muy probablemente porque la guerra deindependencia contra Chavín la concretaron,bajo su propio liderazgo, primero los mochi-cas lambayecanos, más alejados del centrohegemónico; y, con otros líderes, poco mástarde los moches. Así, aquéllos, sobre losvalles de Túcume, La Leche, Reque y Zaña,plasmaron la Cultura Lambayeque. Y éstos,posesionados de los valles de Jequetepeque,Chicama, Moche y Virú, la Cultura Moche.

Unos y otros sin embargo –como se havisto en el primer capítulo de este Tomo–

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 221

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sufrieron luego la conquista y hegemonía deWari. Fueron largos y nuevos quinientos añosde muy violento sojuzgamiento que tuvieronun desenlace especialísimo.

Un indicio importante permite presumirque los conquistadores chankas (y quechuahablantes) habrían sido incapaces de recono-cer diferencias entre mochicas y moches quehablaban el mismo idioma, se vestían y ata-viaban de manera casi idéntica, sus comidasy bebidas eran prácticamente las mismas,pues sus territorios eran climática y ecológi-camente idénticos, dominaban casi las mis-mas técnicas, etc.

Así, los habrían tratado como si fuerangrupos de una sola nación.

Asumir que los chankas habrían incurrido en unerror como ése –que a la larga habría de tener signi-ficativas consecuencias– no es forzado y menos gra-tuito. Hay en efecto en la historia andina clarísimosantecedentes que permiten postular dicha hipótesis.

Se sabe, por ejemplo, que los conquistadores es-pañoles tardaron bastante en reconocer las diferenciasque había entre inkas y chankas, entre kollas y lu-pacas, y, entre otras, entre chimú y chinchas, o, mejor,entre todos y cada uno de ellos.

Y, a la inversa, los pueblos andinos tardaron mu-chísimo en reconocer las diferencias entre castellanos,andaluces, catalanes, gallegos, vascos, moros e inclu-so los griegos y judíos que llegaron a la conquista delos Andes.

Es muy probable entonces que, a partir desu inadvertido error, los chankas decidierancontrolar militarmente y administrar desdeun mismo y equidistante punto, Pacatnamú(destacado en círculo amarillo en el Mapa N°22, pág. 220), el conjunto de los valles sobrelos que se asentaban mochicas y moches.

Desde allí, y a la postre mezclándolos–uniformizándolos étnico–culturalmente–, sehabrían constituido brigadas comunes de mi-

tayos y mitimaes mochica–moches con dis-tintos propósitos: trabajar las tierras de losconquistadores, construir viviendas y pobla-ciones, ampliar caminos, erigir fortificacio-nes. Habrían sido también comunes (o mixtasy fusionadas) las levas destinadas a reforzar yrenovar las huestes de los ejércitos impe-riales, etc.

Así, en quinientos años, miles de mileshabrían sido los casos de mestizos de padrechanka, madre mochica y abuela moche (y/oa la inversa).

Es decir, el Imperio Wari, también inad-vertidamente, habría terminado por convertirentonces en una sola nación, chimú, a mochi-cas y moches.

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Tras la liquidación del Imperio Wari, seconsolidó en el valle de Moche, y específica-mente en Chan Chan, un solo gran centroadministrativo, militar y religioso. Ello per-mite afianzar aún más nuestra hipótesis sobrela filiación etnohistórico–cultural de mochi-cas, moches y chimú.

Mas no puede concluirse que esa conso-lidación habría sido política y socialmentesimple, ni necesariamente pacífica y consen-sual. Porque ciertamente hay hasta dos im-

Valles de Lambayeque Valles de La Libertad

homogenización étnico-cultural y unificación demochicas y moches sometidos

CulturaLambayeque–mochicas–

CulturaMoche

–moches–

–chimús–

Territorios

Imperio Wari

800

1 200 Cultura e Imperio Chimú

Gráfico Nº 44Mochicas + Moches ––> Chimús

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portantes indicios que permiten asumir que,tras la derrota de Wari, la nación chimú ha-bría asistido a una cruenta lucha por la he-gemonía interna. Y Chan Chan habría sido elexitoso resultado final de la misma.

En efecto, un primer indicio lo provee lalegendaria tradición chimú. De ella puedepresumirse que no necesariamente los héroesde la epopeya independentista contra el Im-perio Wari hubieran sido nativos de exclusivoorigen étnico chimú. Bien pudo ocurrir que elliderazgo antiimperialista estuvo en manosde mestizos (y/o “criollos” de origenchanka), por cuyas venas corría tanta sangrecordillerana como chimú. Y eventualmentehasta pudieron ser los últimos jefes políti-cos–militares del destacamento de Pacatna-mú quienes impulsaron y lideraron la auto-nomía e independencia del territorio que con-trolaban.

Esta conjetura, no por sorprendente, dejade ser verosímil. Porque –según registra DelBusto–, el primer gran líder chimú del que setiene noticias se llamó nada menos que Ta-caynamo 81. ¿No hay acaso una enorme fi-liación fonética entre “Pacatnamu” y “Tacay-namo”? ¿No parece este nombre una defor-mación de aquél? ¿Y no resulta claramenteinsinuante del muy probable origen mestizochanka de Tacaynamo, el hecho de que suhijo tuviera un nombre de inocultable apa-riencia quechua: Guacri–Caur 82?

¿No hemos visto siglos más tarde, cómode similar manera oficiales realistas cumplie-ron destacadísimo papel como patriotas enlas guerras de la Independencia contra Es-paña, incluido el propio don José de SanMartín? ¿Fue quizá Tacaynamo un símil deéste, así como de Pumacahua y del mariscalGamarra?

Es quizá imposible que algún día se logreprobar esta última hipótesis específica. Por-

que ni chankas ni chimú dejaron testimoniosescritos. Pero la importancia de plantearlaestriba en mostrar cuán verosímilmente pare-cidos a sucesos que sí se conoce bien, pu-dieron haber sido muchos de los de la antiguahistoria andina. Con lo que ésta tendría bas-tante menos de la inútil y artificiosa origina-lidad que gratuita e innecesariamente le haconcedido la historiografía tradicional. Ybastante más coherencia lógica y explicabili-dad que las casi insondables y enigmáticasversiones a que nos tiene mal acostumbradosaquélla.

No es difícil imaginar que estando Pacat-namú harto distante de Wari, sus guarnicio-nes se relevaran con mucha menos frecuenciaque otras más próximas a la sede imperial. Nique –como ocurrió entre los romanos, y co-mo también se vería después entre los inkas–fueran destacados –y exiliados– allí los ge-nerales menos afines con el entorno imperialWari.

Y, por último, que habiendo entrado encrisis el imperio se hubiera dejado de hacerrelevos, con lo que se habrían sucedido va-rias generaciones de familias de oficialeschankas sin moverse de Pacatnamú. Así, va-rias generaciones de “criollos chankas” sehabrían casado con mujeres del territorio do-minado e, inadvertidamente, habrían idoidentificándose cada vez más con la po-blación chimú, y cada vez menos con la éliteimperial chanka de la lejana Wari, que muyprobablemente al final los abandonó a susuerte.

Pues bien, el segundo indicio nos lo o-frece un “detalle” mostrado en el Mapa N°22. Allí, en efecto, hemos destacado (conleyenda en la parte inferior izquierda), la ubi-cación de las únicas dos grandes murallasdefensivas que están en las inmediaciones deChan Chan 83: extraña y coincidentementeambas de cara al norte de la ciudad.

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Del Busto, que habla con bastante detallede las interioridades de Chan Chan, apenasprecisa que las dos murallas daban frente alnoreste 84. ¿Es que un despliegue defensivo,económico y material de tanta envergadurano amerita siquiera un mínimo análisis? ¿Porqué al norte y no en otra ubicación geográfi-ca, al sur por ejemplo? ¿Los pueblos decidenla ubicación de sus sistemas defensivos demanera arbitraria y azarosa?

¿Cómo entender pues que la élite que tu-vo a Chan Chan como su centro urbano, ad-ministrativo, militar y religioso más impor-tante, identificara que las mayores acechan-zas llegaban desde el norte? ¿Quién o quié-nes podían amenazar a Chan Chan desde esadirección? Había muy pocas posibilidades.

¿Acaso de Pacatnamú y/o desde Lamba-yeque, los únicos centros amenazantes en losque cabría pensar para aquella época? Sí, lahipótesis es también verosímil.

En efecto, la posición norte del gran sis-tema defensivo externo de Chan Chan, y elhecho de que efectivamente ésta fuera a lapostre el centro de poder de la nación chimú,sugieren la posibilidad de que con posterio-ridad a la independencia de Wari, se hubieradado una cruenta lucha por el poder al inte-rior de la nación chimú, entre las fuerzas entorno a Pacatnamú y/o los herederos de losmochicas lambayecanos, contra los here-deros de los moches, de la que éstos últimoshabrían resultado en definitiva victoriosos.

Si la triunfante élite moche–chimú estabaya emplazada en la misma ubicación actualde Chan Chan durante esos enfrentamientos,o se optó por su construcción y la de las mu-rallas defensivas posteriormente, es un asun-to de menor importancia que, en todo caso,debe cronológicamente definir la arqueolo-gía. Al fin y al cabo muchas murallas se cons-truyen en el interín de diferentes guerras.

Mas no podemos negar que la hipótesisde una cruenta lucha por el poder entre loschimú después de su independencia de Wari,ha sido fácilmente imaginable a partir de laconciencia de las igualmente cruentas y pro-longadísimas guerras intestinas que se dieronen el Perú tras la Independencia de España. Ylas murallas de Chan Chan han sido un buenasidero.

De Sechín a Chimú:la historia vs. la Historia

La historiografía tradicional reconoce unánime-mente que en gran parte de la costa norte, en el perío-do 1000 – 1400 dC, floreció la “Cultura Chimú”, quehabría alcanzado su apogeo muy probablemente a par-tir del 1200 dC. Por lo demás, le atribuye ciertamentela autoría a los “chimú” o “chimúes”.

Este es, sin embargo, uno de los capítulos en losque –a nuestro juicio– más gravemente se confunde yyerra la historiografía tradicional. Veámoslo revisandouna vez más la paradigmática versión tradicional queproporciona el historiador Del Busto.

“Los chimús –inicia diciendo en el capítulo corres-pondiente 85– (...) florecieron (...) al agonizar eseHorizonte Medio” que acabó con la cultura de loshabitantes de los valles de Virú, Moche, Chicama yJequetepeque. Ese horizonte –decimos– no fue otroque el Imperio Wari. Mas, como destacamos en pági-nas anteriores, queda todavía pendiente de saber sipara nuestro historiador el Imperio Wari, además deacabar con la cultura de esos pueblos, los “aniquiló” oexterminó.

Dice Del Busto líneas más adelante: “...Tacay-namo (...) fue el verdadero fundador de la nación delos chimús”. ¿Fue? ¿Así de categórico? Quizá no debadudarse que Tacaynamo arbitrariamente se autoatri-buyó también ese portento (al fin y al cabo ¡la “His-toria” la escriben los vencedores!). ¿Pero significa esoque la ciencia debe también tragarse tamaña piedra demolino, en la que un hombre, por sí y ante sí, se pre-tende resumen y síntesis de una historia milenaria?¿Puede seria y científicamente hablarse de “funda-dores de naciones”? No.

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Las leyendas y las tradiciones de los pueblostienen todo el derecho de sostener y mantener esos yotros mitos. La ciencia no. Ésta debe reconocer y pon-derar cabalmente los hechos objetivos. Si Tacaynamofue un héroe, no debe recortársele ese reconocimiento,pero tampoco adicionársele gratuitamente frutos ve-leidosos de la imaginación. ¿O debemos también re-conocer a San Martín y Bolívar el mérito de haber fun-dado la nación peruana?

Pero tan o más importante es destacar que, siendoque Tacaynamo no aparece en lo más mínimo en laversión que Del Busto da de la historia de los moche,debe colegirse, necesariamente, que para él, en efecto,moches y chimú habrían sido, pues, dos naciones opueblos distintos, con historias distintas y, sobre todo,sin vínculos que las unan.

En abundamiento agrega que a Tacaynamo: “Se lehacía llegado en una flota de balsas...”. ¿Llegado dedónde y cuándo? –nos preguntamos–, dado que DelBusto no lo hace. ¿Cómo si se ha podido guardar elnombre del personaje no ha quedado el nombre dellugar de procedencia, ni el momento del suceso, quepara la Historia habrían sido datos tan o más rele-vantes? Tampoco él se hace estas interrogantes.

¿Los llegados en balsas encontraron el territoriobaldío y desocupado? ¿O conquistaron a sus ocu-pantes? ¿Y quiénes entonces habrían sido éstos?

Nada. Sin preguntas ni respuestas Del Busto dis-curre hablando del “fundador” y de su hijo Gua-cri–Caur, y de su nieto Ñancen–Pinco... y así ocho pá-ginas sin mostrarnos el más mínimo antecedente his-tórico de los chimú. Nos los muestra así, a todas luces,como un pueblo sin ninguna relación histórica conquienes habían ocupado antes, y por milenios, los mis-mos valles.

Del Busto, pues, se hace bastante eco de la tradi-ción chimú. Muy extrañamente, sin embargo, y aun-que sin asomo de sorpresa ni explicación, observanuestro historiador que a Tacaynamo “la tradiciónchimú identifica” con Naylamp (esto es, el personajede leyenda que habría también llegado en balsas peroa fundar el pueblo mochica lambayecano).

¿No podría tratarse –como creemos– eventual-mente de la misma leyenda, recreada en distintas cir-cunstancias, y en distintos espacios, por distintas éli-tes? O, en su defecto, ¿cómo explicar entonces que loschimú tuvieran una leyenda tan extraordinariamente

parecida a la de Naylamp? ¿Acaso una simple coinci-dencia irrelevante? No, creemos que sí hay expli-cación.

Nada hay en la cultura chimú que permita rela-cionarla directamente con algún remoto origen geo-gráfico desde el que se hubiera llegado en balsas.Tampoco en las culturas mochica ni moche. Aquélla,sin embargo, tuvo y mantuvo la leyenda de Naylamp.Y ésta tuvo un notable desarrollo naval (que como di-jimos antes quizá tuvo su punto de partida en el mismohecho que dio lugar a la citada y famosa leyenda).

Sería pues mucho más remoto –como se vio bas-tante atrás– el origen de la leyenda náutica que reivin-dicaban los chimú. Y se remontaría tan atrás como elepisodio que explica el extraordinario parecido entrelos monolitos olmeca y sechín, que hemos atribuidohipotéticamente al probable origen centroamericanode estos últimos, que llegando en balsas dieron origena la leyenda náutica.

Podemos pues volver a plantear nuestra hipótesissobre el viejísimo vínculo de filiación que uniría a losolmecas y sechín con mochicas y moches y, en defi-nitiva, con los chimú (véase a este efecto el Anexo N°9 en la página siguiente).

Volvamos sin embargo sobre el texto de DelBusto, que sin haber explicitado en lo más mínimoalguna probable relación histórica entre moches ychimú, de repente, otra vez de sopetón, tras un largodesarrollo sobre detalles de la Cultura Chimú, nos sor-prende afirmando: “Los chimús se expresaron en lalengua de sus antecesores los [moches–mochicas]”.“Antecesor” significa “anterior en el tiempo” y nonecesariamente denota antecedente filial o ancestro.Pero en este caso sí significa esto último. De lo con-trario no se podría explicar que los nuevos ocupantes,los chimú, tuvieran el mismo idioma que sus predece-sores, los moches–mochicas. Éstos, pues, necesaria-mente fueron sus padres y quienes les enseñaron elidioma.

Así, los moches, que según Del Busto habían sido“aniquilados” por los ejércitos de Wari (Perú Pre-incaico, p. 278) ahora nos son presentados como “an-tecesores” de los chimú (idem, p. 293), y sus maestrosdel idioma. No habrían sido entonces aniquilados.

Mas queda una posibilidad lógica para salvar laaparente inconsistencia: que, en represalia por su re-sistencia a la conquista, el Imperio Wari hubiera ani-

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quilado sólo a la población masculina de los moche oa la población masculina adulta. No es tampoco forza-do plantear esa posibilidad porque bien se sabe que,siglos más tarde, los ejércitos imperiales inkas come-tieron ese tipo de genocidio en más de una ocasión.

Si así hubiera ocurrido, los enigmáticos balseroschimú, con Tacaynamo en proa, habrían llegado puesa un territorio mestizo chanka–moche y lo habríanconquistado. Pero ahora cómo explicar entonces elhecho absolutamente insólito de que los conquista-dores terminaran hablando el idioma del pueblo con-quistado? Y más aún, en un período tan breve.

¿Podemos explicarnos cómo y por qué en estecaso –aunque también en muchos otros– la historio-grafía tradicional llega a tan lamentables enredos, in-congruencias e inconsistencias?

A nuestro juicio es bastante más simple de lo queparece. Todo parte del hecho de que arbitraria y anti-históricamente las versiones clásicas de Historia seniegan a admitir explícita y claramente que los mo-ches, conjuntamente con otros pueblos, en guerra deliberación, liquidaron al Imperio Wari. Pero como éstehabía liquidado a la élite moche a la que derrotó, fueuna nueva, a su turno, la que llevó a cabo la guerra

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Anexo N° 9Hipótesis: Presencia Sechín en Moche-Mochica y Chimú

¿Olmecas?

Verosímil viaje en balsas desde Centroamérica(origen previsible de leyenda náutica)

Sechínen la costa norte-centro del Perú (Casma)

(¿2000–2500 aC?)

Moches(La Libertad)

Gran desarrollonáutico

¿sin leyenda?

Mochicas(Lambayeque)

Leyenda náuticade Naylamp

Chimús(La Libertad y Lambayeque) / (1000 - 1400 dC)

sede central: Chan Chan (La Libertad)

Leyenda náutica de Tacaynamo

(incorporación y mestizaje étnico y cultural)

(similitud fonética de los gentilicios, similitud étnica y cultural, y mismo idioma)

vecindad geográficamismo idioma,

similitud cultural(0 - 800 dC)

Inicio de la hegemonía Chavín(derrota y diáspora de los sechín)

(¿1200 aC?)

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antiimperialista y, obviamente también, la reconstruc-ción de su propia historia.

Así la historia tiene la continuidad, coherencia yverosimilitud que le ha quitado la historiografía tradi-cional (al presentándonosla en compartimentos estan-cos –”culturas” y “horizontes”– sin relación filial ehistórica entre antecesores y herederos). Así no esnecesario apelar al “languidecimiento” de las culturas(Del Busto, p. 222). Ni a la “muerte” de los horizontes(idem, p. 118, p. 279). Y menos a sacar de la manga,aquí y allá, “invasiones bárbaras”.

Y para terminar esta larga digresión, ¿cómo ex-plicar que los gentilicios “moche” y “mochica” fueranfinalmente sustituidos por “chimú”? Tal parece quelos “chimú” –que conocieron primero los inkas y lue-go los españoles– llamaban “Chimor” a su valle másimportante, o, más probablemente, a todo el territorioque dominaban. Posiblemente, pues, en el quechua delos inkas que los conquistaron en el siglo XV, el so-nido fue convertido en “chimós”, vocablo que a suturno los conquistadores y cronistas españoles enten-dieron como “chimús”.

Desde la caída del Imperio Wari hasta suconquista por el Imperio Inkas, la nación chi-mú tuvo un desarrollo extraordinario. Másaún, alcanzó a constituirse en la protagonistadel único imperio exclusivamente costeñoque se conoció en los Andes.

El Imperio Chimú

El Imperio Chimú –como veremos– fuesin duda el caso paradigmático de un modelode desarrollo eminentemente oligárquico, de-spótico, centralista y urbano.

Chan Chan fue convertida en “ciudad deciudadelas” –a decir de Kauffmann 86–. Lamayor ciudad del mundo andino –como re-fiere Del Busto 87–, fue dotada de belleza in-creíble –según afirma Lumbreras 88–. En susdieciocho kilómetros cuadrados pudo darcabida a 75 000 o 100 000 habitantes 89.

Gigantescos palacios, anchas y largas a-venidas, plazas, jardines, templos, edificiospúblicos, viviendas, reservorios y acueduc-tos, almacenes y depósitos, talleres, cemente-rios, todo, Chan Chan exhibía todo lo mejordel desarrollo urbano alcanzado en los An-des. Los palacios, en particular, lucían vis-tosos estucados en altorrelieve, así como pin-turas murales y hornacinas. Chan Chan lucióesplendorosa en su época, y fue vista congran deleite –como, por cierto es vista tam-bién en nuestra época, como acertadamenteanota Porras Barrenechea 90–.

Pero las ostentosas construcciones deChan Chan, y la recargada y sofisticada indu-mentaria de la élite chimú, pusieron de relie-ve otro aspecto importante a considerar.

En efecto, quedó de manifiesto que tantoel uso directo como el indirecto del exceden-te podía tener forma sencilla, discreta –comoen Tumbes y Piura o en Lima y Cañete–; o,en su defecto, como había ocurrido entremochicas y moches, y como ocurrió en ChanChan, hacer alarde de ostentación y derroche.

Coincidentemente, en la zona surcordillerana, enel valle del Cusco, al interior del pueblo inka, se veníaponiendo en práctica una parecida política económica–de derroche–.

La ponderación y discreción observada en unospueblos, ¿era necesariamente el resultado de una ge-neración de excedentes de menor cuantía? El caso deCañete –como veremos–, mostraría que no: su valleera riquísimo; tanto o más que el conjunto de los cua-tro valles que explotaron los mochicas en Lambaye-que, por ejemplo. ¿Era ésta quizá la excepción queconfirma la regla? Y el derroche de otros, ¿necesaria-mente el resultado de haber dispuesto objetivamentede una gran riqueza, como en el caso de Chavín, Wari,Tiahuanaco y Chimú, y como luego harían los inkas?¿Era esta la regla?

¿La mayor riqueza disponible daba necesaria-mente lugar al desarrollo de modelos oligárquicos,consumistas, centralistas y urbanos, a la postre intrín-secamente débiles y de vida cada vez más efímera? Es

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difícil dar respuesta a esas preguntas. Menos aúnrespuestas concluyentes, por lo menos por ahora.Quizá con el concurso de estas hipótesis una investi-gación multidisciplinaria logre encontrar indicios yeventualmente pruebas suficientes.

El proceso político–social que se habíaestado dando en los Andes era, sin duda,complejo y dinámico. En ese contexto, enalgún momento la situación empezó nueva-mente a violentarse. El desarrollo material sevio reflejado en incremento poblacional. Su-puso entonces mayor demanda de alimentos.Mas este crecimiento del consumo debiógenerar una disminución equivalente en elexcedente. Con ello disminuyó la posibilidadde consumo suntuario de las élites dirigentes.

Las demandas alimenticias de la pobla-ción y de consumo suntuario de las élitesfueron quizá los factores que más empujarona los pueblos, nuevamente, a la guerra. Noobstante, no era ésa, por supuesto, la únicaalternativa.

Pudo emprenderse el camino pacífico deincrementar la producción, aumentando laproductividad. Ello, sin embargo, significabainvertir en infraestructura agrícola. Es decir,desplazar excedente que se destinaba al con-sumo suntuario de la élite y aplicarlo a inver-sión en más andenería, canales, bocatomas,caminos, etc. Esta solución aseguraba los in-tereses de toda la población en el largo plazo.Pero, en lo inmediato, atentaba contra los in-tereses suntuarios de las élites.

La guerra de agresión, por el contrario,atentaba contra los intereses inmediatos de lamayoría de la población que, así como podíaperder la vida en las batallas, o caer prisio-nera, podía perder la guerra y, con ella, granparte de sus intereses. Por eso los campesinosno iban de buen grado a la guerra. El rechazode los trabajadores del campo se expresabaen huidas masivas de la leva –como se ates-tiguaría durante el Imperio Inka 91–.

Las élites dirigentes, en la disyuntiva deatentar contra sus propios intereses inme-diatos o atentar contra los intereses del restode la población, optaron, lógicamente, poresto último. Lanzaron así a sus pueblos onaciones a las guerras de agresión y de con-quista.

La élite de la nación chimú emprendió yconcretó la conquista de los pueblos vecinos.Por el norte sometió a los a los tallanes dePiura y Tumbes. Por el sur expandió sus te-rritorios conquistando primero a los pueblospescadores del Santa y luego a los cam-pesinos de la costa de Ancash y llegandoluego hasta el valle del Chillón 92, arrebatan-do así parte de su territorio al pueblo lima.Con ello, a partir del siglo XIII, la élite chimúacabó encaramada en la cima de un novísimoimperio andino: el Imperio Chimú.

Durante gran parte de los siglos XIV yXV, esos territorios y pueblos conquistadosestuvieron sometidos por completo a la do-

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18

Tumbes

Tumibamba(Cuenca)

Pachacámac

ChinchaCusco

Paramonga

ChanChan

1

2

3

45

6

7 8

9

11

10

14

1213

15

16

17

3

Pueblos conquistadospor los chimúTallanes 1Casmas 2Limas (norte y centro) 3

Pueblos independientesPunás y Huancavilcas 4Cañaris 5Bracamoros 6Cajamarcas 7Chachapoyas 8Chavines 9Tarmas 10Limas (sur) 11Cañetes y Lunahuaná 12Yauyos 13Huancas 14Icas 15Chankas 16Inkas (en expansión) 17Kollas 18

Mapa Nº 23El Imperio Chimú (siglo XIII)

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minación chimú. Además, en los siglos pre-cedentes, el intercambio comercial había si-do intenso entre esos mismos pueblos cos-teños. Ambos hechos permiten pues entenderque la lengua muchik de los dominadoreschimú –que los cronistas españoles rebauti-zaron como yunga–, se hablara, aparente-mente en varias versiones dialectales, en elvasto territorio comprendido entre Guayaquily Lima 93.

En el extremo norte se hablaba el dialec-to tallán. El sec en algunas partes de Piura,pero, según parece, también en Lambayeque.Los chimú lambayecanos hablaban tanto enmuchik como en quignam –según refierePorras Barrenechea 94–.

Eventualmente, sec y quignam no seríansino diferentes nombres de un mismo dialec-to, que bien pudo ser, incluso el idioma ori-ginal de los sechín. Cierto y definitivo es, encambio, que la última persona que habló secmurió en Lambayeque en la década del 70 deeste siglo.

Del muchik se conserva la “Gramática dela lengua mochica”, trabajada en 1644 porfray Fernando de la Carrera 95, cuando eseidioma era todavía hablado por 40 000 per-sonas –afirma a su turno Del Busto 96–.

Esta última cifra es absolutamente discutible yprobablemente constituye un error muy serio (un “ce-ro” de menos en estos menesteres es bastante signi-ficativo). En efecto, con una población en todo el te-rritorio de algo más de nueve millones hacia 1400 dC,puede asumirse que tanto como tres millones habita-ban en el territorio dominado por los chimú.

Hacia 1644, esto es, a un siglo de iniciada la con-quista española, la población andina efectivamente sehabía reducido casi a la décima parte de la que encon-traron los conquistadores europeos. Pero no fue pre-cisamente la costa norte sino el área surcordillerana laque llevó la peor parte del monstruoso genocidio. Pue-de entonces asumirse que tanto como 400 a 500 milpersonas hablaban todavía muchik para esa época.

No obstante, no deja de parecer extraño que elmuchik desapareciera, aparentemente al menos, antesincluso que el sec. Podría sin embargo explicarse lapervivencia de éste a la muy especialísima devociónde un grupo, luego una familia y al final un individuo.No obstante, la desaparición de un idioma tan masiva-mente hablado en la costa, como el muchik, demandaun análisis exhaustivo. Nuestras hipótesis a ese res-pecto aparecen en En las garras del imperio, porque laresponsabilidad de la final desaparición de ese idiomase concretó en el contexto del dominio imperial es-pañol.

De entre los pueblos que estuvieronsometidos a la dominación chimú, puede pre-sumirse que ninguno sufrió cambio tan drás-tico como el pueblo tallán de Tumbes.

En efecto –como se adelantó en la Nota45 del Tomo I–, a la llegada de los primerosconquistadores europeos a Tumbes, esto es,pocas décadas después de la caída del Im-perio Chimú (y en consecuencia también delImperio Inkas que había conquistado a éste ytodos sus dominios), el valle de Tumbes teníaya tanto como 114 000 hectáreas cultivadas.

Es decir, durante la prolongada domi-nación Chimú (porque la dominación inkassobre Tumbes fue comparativamente muycorta), el pueblo tallán habría experimentadoun extraordinario e inusitado crecimiento dela actividad agrícola: el territorio cultivado sehabía multiplicado varias veces. ¿Acaso poruna repentina gran vocación agrícola de lostallanes tumbesinos?

No, más verosímil es que los conquista-dores chimú hubieran alejado a miles de a-quéllos de su actividad ancestral, el comer-cio, y en particular el marítimo internacional,orientándolos compulsivamente hacia la a-gricultura. ¿Por qué? Porque el comercio ma-rítimo internacional que realizaban los ta-llanes no sólo era una actividad muy lucrati-va y estratégica, sino que rivalizaba con la delos propios y al fin y al cabo buenos nave-gantes chimú. Casi con seguridad, fue la con-

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quista de los inkas mediterráneos y cordille-ranos, la que devolvió a gran parte de los ta-llanes a su ancestral oficio mercantil.

La conquista de todos esos pueblos y te-rritorios, de casi 150 000 Km2 97, que a finesdel siglo XIII habría albergado a tanto comotres millones de personas, permitió a la élite,pero también a la nación chimú, incrementarsignificativamente sus intereses: más fuerzade trabajo disponible, mayor variedad de re-cursos, y eventualmente incluso nuevas tec-nologías, etc.–.

Las guerras de este período, tanto desdelas perspectiva de los agresores como de lospueblos que se veían amenazados, pusieronde manifiesto la necesidad de modificar sig-nificativamente la importancia de algunos delos rubros a que se destinaba el excedente.Así, habrían crecido los presupuestos de lasfuerzas armadas (instalaciones, armas, avi-tuallamiento, etc.), inteligencia y relacionesinternacionales.

Si cada élite, en función de sus interesesy para alcanzar sus objetivos, era capaz delanzar a su nación a la guerra, era entoncestambien conciente –o intuía– que de otro tan-to eran capaces las élites vecinas. Había puesque cuidarse estudiando los intereses y obje-tivos de los vecinos, así como sus fortalezasy debilidades, tanto políticas y militares co-mo económicas y sociales.

La inteligencia estratégica –que no otracosa era aquello– y el espionaje, permitíanadvertir las probables acciones futuras de losvecinos. Y permitía también diseñar accionesde manipulación y zapa, en unas circunstan-cias, y alentar alianzas tácticas y estratégicasen otras.

Clara y nítidamente apareció esto último,por ejemplo, cuando más tarde, ante la ame-naza inkas (que ostensiblemente recurría a

acciones de manipulación diplomática, y a-medrentamiento y zapa), los chimú pactaronalianza con los cajamarcas, con quienes lu-charon juntos contra el ejército imperialinkas –como reconoce Del Busto 98–.

Para los chimú, pues, ya no eran sufi-cientes las dos grandes murallas que prote-gían a Chan Chan de cualquier amenaza quepudiera llegar desde el norte. Conforme fue-ron avanzando hacia el sur fueron destinandograndes sumas y esfuerzos (de los pueblosconquistados) para consolidar militarmentela ampliación de sus territorios.

Así se explica la construcción de la gi-gantesca muralla del Santa o “Mayao”, de 66kilómetros de largo y con una altura prome-

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Fuente:– Kauffmann, Manual..., p. 478.

Ilustración Nº 27Fortaleza de Paramonga

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dio de 3 mts. y las catorce fortificaciones deque está acompañada 99; así como la cons-trucción de la gran la fortaleza de Paramon-ga, al norte de Lima (que habría de servirles,décadas más tarde, para detener por algúntiempo a los ejércitos imperiales inkas 100).

El novísimo Imperio Chimú hizo puescrecer significativamente su territorio. Cap-turó nuevas tierras, cursos de agua, bancos depeces y canteras, acrecentando la producciónagrícola, ganadera, pesquera y minera de quedispuso. Y asimismo capturó gran número deprisioneros de guerra –el más antiguo tipo demitimaes–, que quedaron convertidos enyanaconas 101, al servicio personal de la élitedominante. En Chan Chan, por ejemplo, unaamplia zona de casas modestas –“la barria-da” 102–, albergó a miles de esos yanaconas.

En resumen, todo muestra que el proyec-to nacional que emprendieron los chimú traslibrarse del yugo Wari, había quedado susti-tuido, en los albores del siglo XV, por unproyecto de grupo: el de la élite. Élite que, enesas circunstancias, dejó de ser dirigente paraconvertirse en dominante e imperialista.

El proyecto de grupo de la élite domi-nante chimú fue equivalente a aquel otro quehabía imperado siglos atrás entre los moche.

Fue, efectivamente, consumista, porqueprivilegió el consumo; centralista, porquehizo confluir una cantidad extraordinaria deriqueza desde todo el territorio imperial hastael valle de Moche; urbano, con Chan Chancomo el mejor testimonio; ostentoso, porquedio énfasis al consumo suntuario; oligár-quico, porque la élite dirigente acaparando elpoder acaparó los beneficios y privilegios;despótico, porque prescindió de considerarlos intereses y objetivos del resto de la po-blación; e imperial, porque se impuso por lafuerza sojuzgando a otros pueblos y nacionesandinas.

El existencia de Chan Chan como elúnico centro urbano altamente desarrollado eimplementado en el vasto territorio imperial,pone de manifiesto cuán castrante y frus-trante resulta el modelo imperialista para lospueblos sojuzgados. Ninguno de éstos alcan-za a lucir sino el más pobre subdesarrollomaterial e infraestructural de su época.

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TumbesTumibamba

(Cuenca)

Pachacámac

Paramonga

ChanChan

1

2

6

7

3

4

5

Gráfico Nº 45Imperio Chimú:

Flujo deexcedentes

a la sede imperial

Por el contrario, y para demostrarlo unavez más, resulta suficiente el hecho de queallí donde los pueblos pudieron seguir te-niendo un desarrollo autónomo, dieronmuestras de una mayor y propia capitaliza-ción “descentralizada”.

Fue el caso, en las áreas cordilleranasnorte y central, de los pueblos que dejaronlos testimonios arqueológicos de Collur y lasVentanitas de Otuzco, en Cajamarca (1);Marcahuamachuco, en Huamachuco (2);Tantamayo, en Huánuco (3); Hatunmarca, enJauja (4); Vinchos y Korivinchos, en el valledel Mantaro (5); Kuelap”, en Chachapoyas(6), y; Pajatén (7) 103 y la recientemente des-cubierta “ciudad perdida” de Conturmarca 104,en provincia de Mariscal Cáceres en el de-partamento de San Martín.

Es decir, estamos hablando pues de loscajamarcas, huamachucos, huánucos, tar-

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mas, huancas ychachapoyas, que pugnaban–cada uno, e independientemente del resto–,por materializar su propio proyecto.

Pues bien, hacia el año 1400 dC, la so-ciedad que albergaba el Imperio Chimú lucíamarcadamente estratificada. Al poderosogrupo dominante sucedían el conjunto de es-pecialistas que habitaban Chan Chan y, ro-deados de algunos privilegios, los dirigentessumisos de los pueblos conquistados. A éstosseguían la población campesina chimú y lue-go las poblaciones campesinas de los pueblossometidos. Y, finalmente, los esclavizadosmitimaes y yanaconas de esos pueblos sojuz-gados.

Cada estrato, ya fuera explícita o quizásólo implícitamente, reivindicaba para sí suspropios intereses y objetivos. Éstos no sola-mente eran distintos entre cada estrato, sinoque incluso, y aunque por lo general de ma-nera encubierta, muy propablemente eran

mutuamente opuestos y contradictorios. Ellosería particularmente obvio en el caso de laconfrontación entre la élite y los yanaconas ymitimaes esclavizados por aquélla.

A la postre, como había ocurrido ya enmúltiples ocasiones anteriores, ese profundoagrietamiento y división de los grupos so-ciales del imperio, tendría gravísimas conse-cuencias: era su más ostensible fuente dedebilidad. En particular y dramáticamente,cuando, amenazándolos por igual a todos,cayeron sobre la costa los ejércitos impe-riales inkas, Éstos, sin pena ni gloria, casi deun plumazo, terminaron conquistando alImperio Chimú y a los pueblos que éste habíamantenido sojuzgados.

La nación lima

Inmediatamente al sur, pero ya en la costacentral del territorio andino, ocupando unafranja desértica de 250 Kms. de largo, inte-rrumpida por los estrechos valles de Huaura,Chancay, Chillón, Rímac y Lurín, los distin-tos grupos del pueblo lima materializaron eneste período las que se ha dado en llamar“Cultura Chancay” 105 y “Cultura Ichma”.

Su actividad principal, como en el caso delos chimú, fue la agrícola. No obstante, elcarácter marcadamente estacional en la va-riación del volumen de todos esos cursos deagua, pero sobre todo la pobreza de las des-cargas anuales de los ríos de los valles deLima, fue siempre una gran limitación. Elexcedente producido nunca fue por eso degran magnitud.

La pluralidad de valles y su equivalenciaagronómica fue el signo distintivo de estaparte de la costa andina. De allí quizá que, enel área, ninguna de las respectivas fracciones

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“El Niño” (550-600 dC)

“El Niño” (250-300 dC)

NaciónChimú

NaciónChavín

NaciónLima

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

Imperio Chavín

Imperio Wari

(1 200)

( 800)

( 400)

0

400

800

1 200

Imp. Chimú

Gráfico Nº 46Detalle cronológico: (1 500) - 1 400

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de población alcanzara a predominar, prolon-gada y significativamente, sobre las otras. Esprobable que ese condicionamiento de la na-turaleza explique la ausencia de una gran ciu-dad en la costa central de los Andes y, encambio, sí la presencia de varios pequeñospoblados.

Cajamarquilla, el más grande de todos loscentros urbanos del área, a orillas del Rímac,floreció bajo el Imperio Wari. Albergó a losrepresentantes del poder central, a las huestesmilitares y mitimaes chankas que llegarondestinados a sojuzgar y administrar esa partedel territorio y, seguramente, a sectores delpueblo lima más sumisos a los conquista-dores.

Es de suponer que, por esa razón, fuerondrásticas en Cajamarquilla las consecuenciasde la guerra de liberación contra los chankas,al cabo de la cual fue abandonada 106 comotestimonio y símbolo de la debacle del Im-perio Wari.

Abandonada Cajamarquilla, y quizá hastasaqueada, en este período de autonomía com-partieron importancia diversos pequeñoscentros poblados entre los lima: Chancay,Zapallal, Mangomarca, Lurigancho, Huay-cán, Limatambo, Maranga, Carabayllo, Ma-teo Salado, Pucllana y Armatambo, princi-palmente.

Dentro de los dominios del pueblo lima,aunque quizá como tierra santa neutral, Pa-chacámac logró mantener su condición degran centro religioso.

Siguió concitando la atención de muchospueblos de la costa norte y sur y de diversospueblos de la cordillera. Incluso –como estádicho– de gentes que llegaban desde la lejanazona ecuatorial 107. Mas, como todo el restodel territorio andino, cayó en el siglo XVbajo la férula de los inkas.

Pachacámac era en verdad un pueblo cons-truido de adobe –como la mayor parte de lasedificaciones costeñas–.

Era, pues, altamente vulnerable a los rei-terativos aunque episódicos temblores y te-rremotos que asolan con frecuencia al áreasur de la costa. Al fin y al cabo, el territoriode Lima, después del de Ica –y más específi-camente del de Nazca–, es el más próximo ala “placa tectónica de Nazca”, y próximotambién a la zona más densamente volcánicadel territorio andino.

Así, los derrumbes producidos por losmovimientos sísmicos obligaban a un trabajode refacción constante y oneroso.

En irrepetible coincidencia, durante su primera yfugaz “visita” a Pachacámac, en 1533, el conquistadorespañol Hernando de Soto y sus acompañantes fuerontestigos de excepción de un temblor de tierra y susdestructivas consecuencias 108.

El gran templo, no obstante, fue durantemuchísimos siglos el edificio más importantedel pueblo lima –y de toda la zona central dela costa peruana–.

Esta mezquita [está] entre tierras muypobladas y ricas...,

dijo al conocerla el veedor y cronista españolMiguel Estete, precisamente uno de los pri-vilegiados acompañantes de De Soto.

Y no se equivocó Estete en cuanto a la densidaddemográfica. Pero tampoco en cuanto a la riqueza deldel territorio “visitado”: no por simple casualidad ésay la que fue con destino al Cusco, fueron las únicasexpediciones que envió Pizarro para apresurar lacobranza del “rescate” de Atahualpa.

¿Se desilucionaría De Soto de recoger en Pa-chacámac sólo el 7 % de lo que fue el total del“rescate”? El hecho es que reunió tanto como 90 000pesos de la época 109. ¿Mucho? ¿Poco? Pues dependede cuánto se considere que son 407 kilos de oro, que–según calculamos–, es su equivalente actual másprobable 110.

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Al cabo de siglos de acumulación de“ofrendas”, el templo–oráculo de Pachacá-mac –como había ocurrido con el de Delfosen la Grecia antigua–, había logrado reuniruna gran riqueza.

Los postes que soportaban los techos es-taban “guarnecidos de hoja de oro y plata”–afirmó Estete 111–, que también vio por lomenos una puerta tejida “de corales y turque-sas y cristales y otras cosas”, y, en torno al“ídolo” de madera mal tallada que tanto losdesilucionó, vio “cosillas de oro y de plata” .

Dicho sea de paso, De Soto y sus compañeros nodejaron ni el santo ni la limosna. Resultó una buenacosecha para venticinco días de “trabajo”.

En otro orden de cosas, vale la pena recordar queel “sacerdote mayor del santuario costeño” –como lollama Del Busto 112–, estando con Atahualpa en Ca-jamarca a la llegada de Pizarro, fue precisamente co-misionado por el Inka para guiar y asegurar la rápidallegada de De Soto y su pelotón hasta Pachacámac (yel pronto acopio del “rescate”.

¿Cómo entender que el “obispo” de Pachacámac–como lo titularon los primeros cronistas–, estuvieraen plena guerra fratricida imperial al lado de Atahual-pa? Aparentemente al menos, él no podía haber estadoallí, como su par de Chincha, por razones comerciales.¿O sí?

Si se revisa otra vez el Mapa N° 15 (Tomo I), seobservará claramente la ubicación de Cajamarca (6),Chincha (15), Pachacámac muy cerca al norte de ésta,y Cusco (17).

Es decir, como Chincha, también el célebre san-tuario estaba más cerca del Cusco que de Cajamarca.¿No parecería así más razonable que tanto el altísimofuncionario religioso panandino como el gran kurakade Chincha fueran aliados de Huáscar, y no de Ata-hualpa?

Por lo demás, mientras a la élite tradicional inkadel Cusco la conocían bien ambos altos dignatarios, laque desde Quito quebrantaba gravemente el orden im-perial debía resultarles completamente desconocida.Aún más extraño el asunto entonces. Sin embargo,como el análisis atañe también al comportamiento del

gran kuraka mercader de Chincha, dejaremos elcomún análisis para más adelante, cuando hablemosde la nación ica y su élite chinchana.

Los pueblos Cañete y Yauyos

En la vecindad, al sur de Lima, estuvoasentado el pueblo cañete que dio intensaexplotación agrícola al valle regado por el ríodel mismo nombre.

Su historia –como veremos– es quizá unade las más sugerentes y diríase que hasta pa-radigmáticas del mundo andino. Extraña ysorprendentemente, debe no obstante contar-se sin embargo entre las menos conocidas ydifundidas.

¿Quiénes y cuándo se establecieron allí,que ciertamente no era un valle común de lacosta peruana?

¿Qué explica que la historiografía le hayaprestado tan poca atención a este singularpueblo, que estando tan cerca de los lima, nose le puede incluir como parte de ellos; y tancerca de la nación ica, tampoco formó partede la misma? ¿Y que ni siquiera el tiempopermitiera que se fundieran con los luna-huaná, sus inmediatos vecinos del este, sien-do que entre sus centros poblados más im-portantes hay apenas 40 kilómetros de dis-tancia?

Más hacia el este, posesionados de lascabeceras de los ríos Mala y Cañete, se ubi-caban los yauyos, cuyo mayor centro pobla-do está a 140 kilómetros de la costa siguien-do el curso del río Cañete. Al norte, con-trolando la faja costera de los valles del Malay Asia, se ubicaban los malas. Tampoco éstosentre sí, ni con aquéllos, habían logrado inte-grarse en un solo gran pueblo. ¿Cómo expli-car su terco, vehemente y centenario aisla-

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La terminación “ec”, también en Huañec–y acaso además en el original de los em-blemáticos y geográficamente cercanos Pa-chacámac y Rímac–. La terminación “pe”, enTupe y Sunampe. La terminación “an”, unavez más en Huantán, pero también en Pacarán.

En relación con la terminación “que”, esimposible dejar de asociar, tanto en sus gra-fías como sonidos, Viñac con Viñaque, de-nominación ésta con la que –como está di-cho– se nombraba también a la célebre capi-tal del Imperio Wari.

Y, por último, Quilmaná –como Camaná,que veremos más adelante– tiene presumible-mente también las mismas raíces ancestralescentroamericanas. Pero como ellos, muchosotros nombres que no hemos registrado en elmapa, como Ayauca, Huampara, Huangáscar,Quinches y Quinocay, por ejemplo.

Todo pues sugiere que el área involucradahabría sido también un importante y mile-nario refugio final de parte de los derrotadoscampesinos y guerreros sechín.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 235

(A)

(B)

(E)

(C)

(D)

CañeteLunahuaná

Catahuasi

Tupe / Viñac

Yauyos

Huancaya

Huancayo

Huarochirís

Limas

Pachacámac

R. Mala

R. Asia

R. CañeteCañeteLunahuaná

Yauyos

Tupe

Lincha

Viñac

Huantán

HuancayaHuañec

Ayaviri

Mala

Chilca

Calango

Coayllo

Omas

Pacarán

Chocos

IcasChincha

SunampeFortalezas delsistema defensivode Cañete

C. Chiome

Catahuasi

Quilmaná

NaciónChimú

NaciónChavín

NaciónLima

CañeteYauyos

NaciónIca

NaciónCkanka

NaciónInka

NaciónKolla

ImperioChavín

Imperio Wari

(1 200)

( 800)

( 400)

0

400

800

1 200

Mapa Nº 24Cañete y Yauyos

cionismo, aún cuando en conjunto ocupabanmenos del 1 % del territorio andino, en el queestaban pues tan cerca unos de otros?

La interrogante es aún más acuciante si sepone atención a los nombres de las distintaslocalidades incluidas en el mapa. Recuérdesea este efecto el análisis que se hizo anterior-mente de la toponimia que seguimos presu-miendo es de origen sechín y a la postre cen-troamericana.

En este caso, la “ch” está presente con in-sistencia en Pachacámac, Huarochirí, Chilca,Chiome, Lincha, Chocos y Chincha.

La partícula “hua”, en Huarochirí nueva-mente, pero además en Huañec, Huantán,Catahuasi, Lunahuaná y Huancaya –que nodebe sorprendernos tiene como vecina pre-cisamente a Huancayo, pero al otro lado de lacordillera, como se ve en la ilustración deperfil–.

A su turno, la sílaba “ya”, estando enHuancaya, está también en Ayaviri y Yauyos.

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Mas –para el período que venimos ana-lizando, “E” en la representación cronológicade la página anterior–, habían ya transcu-rrido tanto como 2 500 años desde la trau-mática derrota de los sechín de manos de Cha-vín. Cien generaciones habían pasado puesbautizando, en su propio idioma, los distintosespacios que ocupaban.

Entre tanto –recordamos–, siglos despuésde haber sido inicialmente derrotados y di-seminados (en torno al 1200 aC, “A” en lacronología), el Imperio Chavín, en su fasemilitarista, volvió a caer sobre ellos (quizáalrededor del 700 aC, “B”), pues se proyectóhasta más de doscientos kilómetros al sur deCañete –como se mostró en el Mapa N° 12,Tomo I–.

Así, la que quizá fue persivida como unapersecusión implacable, habría exacerbado ladiáspora sechín en el territorio que estamosanalizando, de allí topónimos de ancentrocentroamericano en recónditos espacios delterritorio cordillerano al este de Cañete.

Siglos más tarde llegarían dominándolosdesde el sureste los ejércitos del ImperioWari (“D”).

Muy probablemente para atenuar las con-secuencias de esta nueva traumática expe-riencia, los descendientes de los inmigrantesoriginales se desperdigaron aún más profusa-mente en el territorio, en porciones cada vezmás altas, estrechas y pobres de los valles.

Quizá todo ello contribuya a explicar, a suvez, el enraizado y empecinado aislamientomutuo, y la sensible ausencia de integraciónentre los distintos pequeños pueblos del área.

El área total del territorio dominado pormalas, cañetes, lunahuanás y yauyos es sólode 10 000 Km2. Sin embargo, las estribacio-nes de la cordillera que llegan hasta la costa,

apenas dejan de aquél un 1 % de área cul-tivable, esto es, no más de 10 000 hectáreas.

Asumiendo una población total de 72 000habitantes para el siglo XIII 113, cada familia,en promedio, vivía entonces de la producciónde 0,7 hectáreas, aunque con hasta dos cam-pañas agrícolas por año, pero en tierras que,en promedio, eran de escasa productividad.Era, pues, a duras penas, una economía desubsistencia mínima, virtualmente sin posi-bilidades de capitalización de excedentes.

La situación sin embargo –como de algu-na manera insinúa el Mapa N° 24–, no erasimilar para todos los pueblos citados. Lar-gamente muy por encima del promedio esta-ban los cañete, asentados en la parte másbaja, de menor pendiente, más ancha y desuelos más fértiles de, por añadidura, uno delos mejores valles de toda la costa peruana.

Con casi 250 kilómetros de curso y variospequeños tributarios, el Cañete es uno de lospocos ríos costeros que cuenta con abundanteagua todo el año, a diferencia de los prolon-gados períodos secos que tienen los ríos Ma-la y Asia, con descargas anuales por lo demásmuy pobres. El de Cañete, pues, era un em-porio agrícola, si se le compara con los mí-seros valles que explotaban los malas, luna-huanás y yauyos. Éstos, pues, tenían razonesobjetivas y suficientes para envidiar y ambi-cionar la suerte de los cañete.

Según refiere María Rostworowski, entorno al siglo XIII –y muy probablementedesde antiguo– las ubérrimas tierras de Ca-ñete y su abundancia de agua atraían a susvecinos 114, entre los que ciertamente debeincluirse a los ricos y poderosos chinchas deentonces.

Puede suponerse pues que, para entonces,el único vínculo entre todos esos pueblos erael idioma, habiéndose perdido a través de los

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siglos, del aislamiento defensivo y las dis-putas territoriales, todos los sentimientos derelación filial que podían derivarse de sueventual común origen mestizo.

Los enormes excedentes generados en elvalle del Cañete, permitieron a sus habitantessolventar un modelo de desarrollo muy espe-cial de inversión y defensa. Concretaron enefecto valiosas inversiones agrícolas, entrelas que destacan los canales de riego Chiomey Chumbe 115. Pero simultáneamente sevieron obligados a destinar una proporciónmuy alta del excedente a la construcción deun costoso, descentralizado y eficaz sistemadefensivo, que sin duda alcanzó su máximodesarrollo en este período de autonomía quesiguió a la caída del Imperio Wari.

Todo parece indicar que en los siglos deautonomía, en que Cañete no formó parte nidel Imperio Chavín ni del Wari, ese pueblono pudo ser conquistado nunca por ningunode sus vecinos, aun cuando los intentos de-bieron ser sistemáticos. Los cañete –comoafirma la etnohistoriadora María Rostwo-rowski 116–, estaban acostumbrados a defen-der sus tierras de las pretensiones vecinas,habiendo sostenido diversas guerras 117, pu-diendo presumirse que específicamente conlos chinchas del sur y los yauyos del este.

Para hacerles frente erigieron en CerroAzul una fortaleza costera destinada a repe-ler los ataques de las flotillas de balsas envi-adas desde Chincha 118. Hacia el este levan-taron la fortaleza de Canchari, para controlarlos intentos de invasión de los yauyos y paradefender sus inversiones en canales de riego119. La tercera, y más impresionante de lasfortalezas, fue la de Ungará, para la defensadel inicio del sistema hidráulico de todo elvalle 120. El sistema defensivo incluía una mu-ralla de grandes proporciones, que envolvíacon sus enormes paredes los campos y pobla-dos del valle 121.

Ningún otro pueblo en el territorio andinorealizó pues, proporcionalmente, tanto es-fuerzo y gasto en defender sus intereses. Y nosólo en términos proporcionales. También,respecto de otros, en términos absolutos. Enla nación ica, por ejemplo, asentada no enuno sino en cinco valles, y con una poblaciónsignificativamente mayor, la suma de todassus realizaciones materiales es quizá de me-nor cuantía que la de los cañete.

Ciertamente tenían mucho que defender.Y lo hicieron con éxito durante siglos. Fue-ron ciertamente combativos 122. Mas nada su-giere que se les pueda caracterizar como a-gresores. Por el contrario, los cañete de-mostraron hasta la saciedad, con el vastoconjunto de sus construcciones militares, unaactitud y una conducta eminentemente defen-sivas.

No obstante, ni su presunto remoto origenguerrero, ni la necesidad de defender susgrandes intereses, son suficientes para ex-plicar su carácter tan aguerrido y el sostenidoy consistente gran esfuerzo defensivo quemantuvieron durante su historia. En efecto,otros pueblos, con similar ancestro y conequiparables intereses, no los defendieron, nitanto ni con tanto éxito.

Las cuantiosas y titánicas construccionespermiten reconocer que los cañete tuvieronuna eficaz estructura jerarquizada que faci-litó la administración, la toma de decisionesproductivas y las acciones militares de defen-sa. Sin embargo, no es ostensible la presenciade un gran centro urbano, ni de palacios ygrandes centros ceremoniales que, por logeneral, reflejan la existencia de una éliteprivilegiada. Ello sugiere, pues, la existenciade una sociedad poco estratificada, y de ca-rácter más bien democrático.

Frente a estos importantes indicios, esposible, entonces, registrar que el modelo de

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desarrollo nacional que puso en práctica elpueblo cañete era descentralista, rural, noostentoso y democrático.

En el “Diagrama desarrollado de alterna-tivas y opciones de consumo e inversión”(Gráfico Nº 52 que se muestra más adelante)ésa bien podría corresponder a una soluciónfinal como la “32” –que destacamos en él–.

Ese proyecto nacional consolidó unasociedad internamente homogénea. Sin fisu-ras. Compacta, y, por ende, sólida. De pe-queñas dimensiones territoriales y reducidapoblación –quizá no más de 60 000 habi-tantes–, pero con la convicción, en cambio,de que la gran riqueza era de toda la po-blación. Y, en consecuencia, fue defendidapor toda la población. Allí habría residido sufuerza extraordinaria. Ninguno de sus pares,los pueblos o naciones vecinas, pudo por esodoblegar a los cañete.

Sólo pudieron ser conquistados –comoocurrió con muchísimos otros pueblos–, porlos tres más grandes imperios andinos: Cha-vín, Wari e Inka.

A este último sin embargo, según se hapodido conocer, la conquista de los cañete lesupuso una guerra de casi tres años –comoprecisa María Rostworowski 123–. Es decir, unasedio y esfuerzo muchísimo más dilatado yoneroso que la conquista del enorme perosocialmente fraccionado Imperio Chimú.Nada como esa dilatada y tenaz resistenciaexplica que la represalia inka –como vere-mos– fuera tan violenta. Y a su turno –insis-timos–, nada explica mejor esa inusitada ges-ta heroica, que la composición homogénea ydemocrática de la población cañete.

Arqueológicamente ha sido poco estudia-do el territorio de los yauyos. No obstante,puede presumirse que, aunque en un contex-to de abrumadora precariedad económica y

militar, fuera también una sociedad homo-génea y democrática. Eso explicaría tambiénla no menos heroica resistencia de por lomenos algunos de sus poblados a la acometi-da imperialista inka. Porque –como tambiénveremos–, hay indicios que advierten queigualmente sufrieron durísimas represalias.

No se conoce el topónimo original deCañete. Parece haber sido bautizada como talpoco después de 1556, a raíz de la llegada deltercer virrey del Perú, Andrés Hurtado deMendoza 124. Quizá –como veremos– ese te-rritorio de la cercanía de Chincha pudo lla-marse “Asto”.

En algunos textos, desde los cronistasespañoles, a los cañetes se les denomina“guarcos” o “huarcos” 125. Éste, sin embargoy aunque sin duda de manera inadvertida, esun tratamiento historiográfico inadecuado,por despectivo y ofensivo. Como lo registrala etnohistoriadora María Rostworowski 126,de acuerdo al Lexicón de Domingo de SantoTomás, “guarco” en quechua equivaldría a“ahorcado”.

Así, podemos presumir que Guarco, o“pueblo de ahorcados”, fue la agraviante yamedrentadora denominación dada por losinkas tras la terrible represalia de que fueobjeto Cañete por su heroica resistencia mi-litar. El castigo habría consistido pues en elahorcamiento masivo de la población mas-culina adulta. Como veremos después, hayindicios suficientes para creer que el presun-to y cruel genocidio efectivamente se habríallevado a cabo, afectando también a algunaspoblaciones de yauyos.

Los cronistas Diego Ortega y Morejón yfray Cristóval de Castro 127 hacen referencia...

a un asiento llamado Asto, ocho leguasde [Chincha], que era cárcel del inca, ymandó encarcelar allí a todos los cura-

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cas y hijos de curacas, de diez años arri-ba, y sin dejar ninguno los mandó des-peñar desde una peña de donde todos sehicieron pedazos.

Tal parece, pues, que Asto habría sidoefectivamente la que hoy conocemos comoCañete.

María Rostworowski, en Guarco y Luna-huaná, dos señoríos prehispánicos de lacosta sur central del Perú 128, afirma que en elcenso español de 1577 esto es, poco antes decumplirse medio siglo de la conquistaespañola–, la población de ese pueblo secomponía de:

Homb. Muj. Muj.Censo Censo Hipót.

Tributarios / Mujeres adultas 740 – 1 067

Viejos / Viejas 89 – 178

Niños / Niñas 601 – 601

Mujeres de toda edad – 1 846 –

Total 1 430 1 846 1 846

Resulta impensable que todo el valle deCañete tuviera en aquella fecha sólo 3 266habitantes. Ésta era quizá la población delcentro poblado más importante del valle. Noobstante, se desprende del cuadro que, pocomás de un siglo después del presunto geno-cidio inka, la población femenina cañete eratodavía 29 % más numerosa que la masculina.

Sin embargo, un análisis más exhaustivoda resultados todavía más convincentes. Enefecto, asumiendo conservadoramente que lapoblación infantil femenina fuera la mismaque la masculina (601 niñas) 129, y que el por-centaje de mujeres ancianas fuera el dobleque el de ancianos, dado que la matanzahabría sido de hombres, la población femeni-na adulta sería entonces 43 % mayor que lade varones adultos: prueba irrecusable de unacatástrofe demográfica exprofesamente se-lectiva.

Tal parece pues que el ahorcamientomasivo de los hombres adultos de Cañete noforma parte de la leyenda sino de la historia.

María Rostworowski refiere que los pobladoresde Huarochirí y Yauyos se declararon desde el princi-pio como aliados de los conquistadores inkas 130. Malpodrían haber podido sufrir entonces cualquier tipo derepresalia.

Sin embargo, un valioso y muy reciente reportajeperiodístico deja entrever una conclusión diametral-mente distinta, por lo menos y específicamente para elcaso de los yauyos del pueblo de Tupe que, aparente-mente al menos, habrían sufrido también el genocidiode su población masculina adulta.

En El último bastión jacaru, la periodista DorisBayly 131 hace en efecto un hermoso y encomiable re-portaje a Tupe, un recóndito y pequeñísimo pobladode yauyos de apenas 600 habitantes. Tupe –como se hadestacado en amarillo en el Mapa N° 24–. se haya enla cabecera de uno de los tributarios del río Cañete.Está pues a no más de 125 kilómetros de la costa –y asólo 270 kilómetros de Lima–.

No obstante, objetivamente Tupe ha quedado in-movilizado en el siglo XV. Mas, en términos relativos,ha regresionado quizá hasta el siglo I de nuestra era:no cuenta con energía eléctrica, ni con agua potable nisistemas de alcantarillado; no tiene posta médica y suescuela no merece siquiera ese nombre. Sin caminocarrozable que lo una siquiera al deplorable afirmadoque desde Lunahuaná llega a Yauyos, los yauyos tupi-nos tardan hoy en día 6 horas en llegar a pie a Cata-huasi, distante apenas a 25 kilómetros.

Los yauyos tupinos no saben que el nombre de supueblo –como también ocurre con Motupe, Mocupe,Úcupe, Chacupe, Supe, el Sunampe de su cercanía, yel lejano Chacacupe cusqueño–, tiene un origen carac-terísticamente sechín–moche–mochica de ancestrocentroamericano. Como también presumiblemente lotiene jacaru, la voz con la que hoy identifican a sulengua los yauyos tupinos, y que –según refiere DorisBayly–, sólo significa “idioma de la gente” o, simple-mente, “idioma”.

Éstos, pues, probablemente sean entonces los úni-cos habitantes del Perú que todavía hablan –aunquequizá enormemente deformado–, el que habría sido elviejo idioma de los sechín y que, pasando por Chimú,se habría mantenido masivamente usado hasta bien

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entrado el período republicano. Así, la importanciaextraordinaria de rescatar y estudiar el jacaru no essólo lingüística o paleolingüística, sino eminentemen-te histórica.

Pues bien, Tupe –nos dice Doris Bayly– es “unpueblo sostenido por la fuerza de sus mujeres extraor-dinarias...”. “Son la fuerza productiva de la comu-nidad” –nos refiere más adelante–. “Son tan fuertesque levantan un saco de papas a la espalda y lo car-gan” con la misma resistencia que los hombres.

Durante siglos las mujeres de Tupe asumieron lastareas del “riego, cultivo, deshierbe, cosecha y trilla,además de las labores propias del hogar”. Para másseñas, “los tupinos son independientes y agresivos”–como señala la lingüista Martha Hardmann 132–. Másque los hombres, las tupinas “son las que conservan latradición” –precisa a su turno Rosina Ávalos en elmismo reportaje–.

¿Cuál podría ser el sustento objetivo y relevantede tan acusadas e insólitas características de las mu-jeres de Tupe, que Doris Bayly no ha dudado en cali-ficar además como “indomables”? Ella no plantea nin-guna hipótesis. Mas proporciona un nuevo valiosodato. Porque refiere en efecto que durante el fenó-meno terrorista que sacudió el Perú durante el período1980–95, abandonado durante muchos años el pueblo,“fueron las mujeres las que volvieron. Muchas de ellasse habían casado con hombres de otros pueblos”.

¿Puede colegirse de ello que había originalmentemás mujeres que varones? Sí, aunque no necesaria-mente. Pero si además se relaciona esa hipótesis contodas y cada una de las características anotadas, seestá entonces sin duda frente a un cuadro sico–socio-lógico muy especial.

¿No asoma pues la posibilidad de un espírituaguerrido curtido por el sufrimiento, la constanteadversidad y el heroísmo? ¿Es acaso inverosímil quelas mujeres de Tupe –como ocurrió con las de Cañete–desde su ancestro sechín hayan sufrido reiterativa-mente el drama heroico del sacrificio masivo de susesposos, por ejemplo durante los imperialismos Cha-vín, Wari e Inka –y recientemente durante el terroris-mo de nuestras últimas décadas–?

Hay pues aún muchísimo por desentrañar en lasexcepcionales historias de Cañete y Tupe. Mas de todolo antedicho, resulta virtualmente inaudito conjeturarque las mujeres de Tupe habrían aceptado una vergon-

zante claudicación de sus esposos frente a los ejércitosinkas. Porque son las mismas que orgullosas reivindicanque “tampoco fueron sometidas a la hacienda feudal delos españoles” –como refiere Martha Hardmann–.

Por lo demás, nunca será muy difícil demostrar, ala luz de la historia, que los caracteres indómitos yaguerridos que con legítimo orgullo exhiben algunospueblos del planeta, son el resultado de siglos y siglosde forja continua e indesmayable, y siempre en con-textos muy específicos de lucha, en sucesivas perohonorables derrotas, y en continuas pero honrosas vic-torias.

Pero siempre además en el seno de poblacionessocialmente homogéneas y políticamente democráti-cas. De allí que esos espíritus singulares y admirablesno aparecen de la noche a la mañana, ni simplementepor azar. Se crean y cultivan. Terca y tenazmente,aunque quizá muchas veces los propios protagonistasno sean concientes de ello.

Todo parece indicar pues que, tanto la poblaciónde Cañete como la de su vecina y ancestralmente fi-lial Tupe, fueron portadoras de ese espíritu indómito yaguerrido. No obstante, hoy son dos pueblos sustan-cialmente distintos.

A partir de la conquista española, la posicióncosteña, proximidad a Lima y riqueza agronómica deCañete exacerbaron allí un intensísimo proceso demestizaje, urbanización y aculturación en el que, alcabo de siglos, virtualmente ha desaparecido todo ras-tro de su enaltecedora cultura original. Y, sin que lamayoría de su población actual lo sepa, sólo queda deella, como mudo y pobremente estudiado testimonio,el amplio abanico de sus ancestrales topónimos.

Tupe, en cambio, sin ninguna riqueza que ofrecer aOccidente, lleva cinco siglos física y culturalmente casiaislado, y casi congelado en el tiempo. Así, hoy, a laspuertas de Lima, es una reliquia viviente del siglo XV.

La nación ica

En la vecindad sur de los cañete, la de-rrota chanka y consiguiente liquidación delImperio Wari, representó un cambio muyimportante en la historia de la nación ica.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 240

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Ésta venía ocupando, secularmente, unafranja costera de 250 Kms. de largo, de ca-racterísticas típicamente desérticas. En ella,comportándose como oasis, los valles deChincha, Pisco, Ica, Palpa, El Ingenio, Aja,Nazca y Grande interrumpen a duras penas ladrástica sequedad del suelo.

Pero no obstante que históricamente suactividad más importante había sido siemprela agricultura, en ninguno de esos valles se dionunca un desarrollo agro–económico extraor-dinario. Lo impidió siempre la pobre descargaanual de sus ríos y, en definitiva, la relativa-mente pequeña dimensión de los valles.

Durante la mayor parte del año, los cincoúltimos de los ríos nombrados, recortando lasdimensiones naturales del abanicado gran va-lle de Nazca, tras reunirse, se secan en el de-sierto antes de llegar al océano. Y otro tantoocurre en el caso del río Ica.

El hombre tras la huella del agua

Hoy las ciudades de Ica y Nazca –y si-glos atrás Cahuachi–, en la costa central del

Perú, están desusadamente ubicadas a 50kilómetros del mar. No son pues ciudadescosteras sino típicamente mediterráneas.

¿Cómo explicar una ubicación como ésa,que asoma antojadiza y errática, e incluso ab-surda, siendo que, aparentemente al menos,bien habrían podido estar asentadas a in-mediaciones del océano?

No son sin embargo las únicas excep-ciones en la costa peruana. Otro tanto ocurreen efecto con Piura y Lambayeque, en el nor-te; y con Moquegua y Tacna, en el sur. Sontambién entonces mediterráneas. A diferen-cia de ellas, el restante 80 % de las ciudadesgrandes de la costa están virtualmente a ori-llas del Pacífico. Son, pues, típicamente cos-teras.

El asunto, como podría parecer a primeravista, no es una simple trivialidad. Por el con-trario, reviste singular importancia y tras-cendencia. Porque –como veremos–, una yotra solución revelan cuán coherentementeracional es la conducta colectiva de los pue-blos –sobre todo cuando son conjuntos so-ciales homogéneos y democráticos–. En nin-

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Wari2

4

6

CañeteChincha

Wari

Pisco

Nazca

Ica

Acarí

Paracas

Lunahuaná Huancavelica

Abancay

Palpa

Castrovirreyna

Lucanas

Puquio

(1 200)

( 800)

( 400)

0

400

800

1 200

Chinchas Paracas Icas Nazcas

Imperio Chavín

Imperio Wari

Hegemonía nazca

Hegemonía chincha

Predominancia cultural paracas

Imperio Inka

Cahuachi

Ocucaje

Sunampe

Guadalupe

HumayHuancano

AquijeTate

Huaytará

Changuillo

Huac-Huas

Ocoyo

Chavincha

Hualhua

Huanca

Yauca

Jaqui

Andahuaylas

Mapa N° 25Territorios de la nación ica

Gráfico Nº 47Detalle cronológico: Nación Ica

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gún caso la ubicación definitiva de una ciu-dad ha sido el resultado de un capricho ab-surdo de un supuesto “fundador”. Y cuandoello ha ocurrido, los pueblos se han dadosiempre maña para enmendar el entuerto.

¿Qué tienen pues en común las viejísimasciudades de Piura y Lambayeque, Ica y Naz-ca, y Moquegua y Tacna, que explique sucomún condición de mediterráneas? Puessimple y llanamente la escasez relativa deagua dulce. Ello es absolutamente claro en elcaso de las cinco últimas. Los correspon-dientes ríos que las proveen del indispensa-ble e insustituible agua dulce, durante la ma-yor parte del año son cursos secos en lostramos finales de sus respectivos valles.

En todos ellos, sin duda, la primera loca-lización naturalmente elegida por el hombrefue próxima a la costa, allí donde general-mente el río desemboca en el mar. Pero tanpronto como apareció la primera sequía, y lospobladores descubrieron que el río se secaba,debieron liar sus bártulos y remontarlo hastaencontrar agua dulce nuevamente. Allí vol-vieron a asentarse, “refundando” su centropoblado.

En los casos que estamos revisando, rei-terativas y más graves sequías, habrían obli-gado a los pueblos a remontar cada vez mássus ríos, hasta finalmente afincarse en unpunto en el que el abastecimiento de aguadulce estuviera asegurado, sin excepción, pa-ra todos y cada uno de los días del año. Deese modo Ica y Nazca –y antes Cahuachi–,terminaron a 50 kilómetros de la que sin du-da fue su posición costeña inicial.

El río Piura tiene en cambio un curso muyregular casi todo el año, y enormes picos deaforo en los meses de avenida. Teóricamente,pues, no habría sido aquélla la causa de sumediterraneidad. No obstante, también lo es.Porque recordemos que en 1883 se registró

en dicho valle una sequía tal, que el cauce delrío se secó antes de que sus aguas alcanzarana llegar a la ubicación en la que actualmentese encuentra la ciudad.

Mal podemos suponer que aquél fue elúnico fenómeno de esa naturaleza en milesde años de historia. Por el contrario, debióocurrir tantas veces como para explicar quelos pobladores que inicialmente se habríanasentado en el costero poblado de Sechura,terminaran en la mediterránea Piura, también50 kilómetros río arriba.

El asunto, pues, resulta simple de explicar y deentender. Sin embargo no aparece en absolutamenteningún Atlas ni texto de Geografía e Historia del Perú.Así, en ausencia de información, no hay conocimien-to; y en ausencia de éste no hay conciencia.

El Perú actual –conjunto social absolutamente he-terogéneo y básicamente no democrático– debe con-tarse entre los países del mundo con menor concienciasobre la importancia del agua dulce para la vida –hu-mana, animal y vegetal–; sobre la ignominia que re-presenta desperdiciarla en las ciudades o dejarla dis-currir al mar en los valles; y sobre la gravedad delasunto cuando la escasez relativa es extrema, o, peor,cuando la escasez llega a ser absoluta.

Entre gobernantes y gobernados, nuestra incon-ciencia histórica sobre la importancia del agua dulcepara la vida es tal que, en el extremo del absurdo, ve-nimos dándonos el lujo de crear artificial e irrespon-sablemente una cada vez mayor escasez relativa dedicho elemento. Porque no otra cosa representa elhasta suicida crecimiento macromegálico de Lima. Enese contexto, cada vez es más escasa el agua potable.Y cada vez son muchísimo más costosas las deriva-ciones de aguas cordilleranas al Rímac, para satisfa-cer la sed de los millones de habitantes que se con-centran en la ciudad, y que representan ya el 32 % dela población peruana.

Todo ello fomentado en los últimos doscientosaños por un deliberado centralismo, seudo–paterna-lista, autocrático y demagógico. Y, por lo demás, seríaingenuo desconocer los mezquinos y corruptos intere-ses que merodean siempre en torno a las grandes ymillonarias construcciones públicas, en este caso dederivación de aguas cordilleranas, ampliación de tron-

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cales, ampliación de redes de agua potable, y sus equi-valentes de alcantarillado.

Entre tanto, campea en los valles agrícolas el másabsoluto desorden y displicencia en torno al uso delagua de riego. Nadie paga además un centavo por suuso. Nunca se ha castigado el dispendio. Nunca se hapremiado el ahorro. Nunca se ha estimulado el uso desistemas tecnificados de riego, con el agravante decontarse con millones de hectáreas costeras que, sibien desérticas, harto han probado su bondad agrícolaen presencia de agua. Cómo soslayar, pues, la enormeresponsabilidad que en todo esto tienen la Geografía yla Historia.

Si siquiera mostraran cuán pernicioso es a todosestos respectos el centralismo. Si siquiera mostrarancuántas ventajas en esto y en todo ofrece la descen-tralización. Pero cómo van a mostrárnoslas si ni si-quiera han “descubierto” todavía las maldades de a-quél y las bondades de ésta.

Los pueblos que ocuparon el territorio delactual departamente de Ica vieron alternarsea lo largo de su historia –como muestra el delGráfico N° 47–, a distintos grupos domi-nantes y/o culturalmente más destacados .

Primero, contemporáneos e incluso so-metidos por los chavín, destacaron amplia-mente los paracas, asentados en el valle dePisco. Después, en el período de desarrolloautónomo que siguió al Imperio Chavín,dominaron los nazcas, que fueron los queprecisamente cayeron derrotados por loschankas. Y en los siglos que sucedieron a lacaída del Imperio Wari, y hasta caer bajo lahegemonía inkas, la nación ica fue dominadapor los chinchas.

El Mapa N° 25 –por otro lado– nos en-frenta una vez más a una realidad insoslaya-ble: está también atiborrado de nombres demuy probable y remoto ancestro centroame-ricano.

He ahí Chincha, Cahuachi, Chavincha yChanguillo, en primer lugar. Pero tambiénSunampe y Guadalupe; Huaytará, Huancano,

Huac-Huas, Hualhua y Huanca; Ocoyo yYauca; Ocucaje, Aquije y Jaqui. Y eventual-mente quizá además lo sean Ica, Nazca, A-carí, Palpa y Tate.

No se sabe de ninguna leyenda inmigra-cionista referida al remoto período en el quedominaron los paracas. Ni de ninguna quecorresponda a aquel en el que hegemoni-zaron los nazcas.

Sin embargo, durante la hegemonía de loschinchas, éstos orgullosamente se proclama-ban hijos de una remota migración. Dice aeste respecto Garcilaso 133, cuya versión eneste caso resulta inobjetable:

los naturales de Chincha se preciaban dehaber venido sus antepasados de lejanastierras, aunque no dicen de dónde.

Como ya se dijo, fue el antropólogoalemán Friedrich Max Uhle quien postuló lahipótesis de una migración centroamericanaque habría llegado precisamente a algún pun-to de la costa de la nación ica. A la luz de losextraordinarios efectos que habría tenido esamigración centroamericana en los Andes–que consistente y reiteradamente venimosmostrando–, resulta irrelevante discutir sihubo un único ingreso por Ica, Casma, Mo-che o Lambayeque; o por dos, tres o todosesos puntos de la costa, y en uno, dos o másmomentos distintos.

La hipótesis de una migración múltiple,tanto en el espacio como en el tiempo, con-tribuiría a explicar, por ejemplo, ese vasto ymasivo impacto en la toponimia andina quehemos mostrado en diversos mapas y sec-ciones del texto. Mas obligaría a admitir quela presencia física de migrantes centroameri-canos fue numerosísima.

Pero ello a su turno, paradójicamente,dificultaría seriamente explicar cómo enton-

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ces no se consolidó un vasto y sólido “hori-zonte cultural centroamericano” en los An-des; o, como también podríamos denominarla,una gran “civilización sechín”; o, por último,un gran y eventual “Imperio Sechín”, en elentendido de que los migrantes eran aguerri-dos y bien equipados soldados–agricultores.

Más aún, sería casi imposible explicarcómo entonces “desapareció” esa culturaque, hacia el 1500 aC, era sensiblemente másavanzada que cualquiera de sus contempo-ráneas de los Andes.

Por los múltiples aspectos que hemosvenido analizando hasta aquí, nos resulta másverosímil la hipótesis de una remota y origi-naria migración sechín que finalmente recalóy se afincó en Casma, allí donde han queda-do los célebres monolitos de ese pueblo. Ydesde donde, al cabo del triunfo definitivo deChavín, se habría iniciado la gigantesca diás-pora de refugio por los Andes.

Así, para el caso de la costa sur, los remo-tos y casi primitivos pobladores agrícolas chin-chas, paracas, icas y nazcas, habrían por igualrecibido también a los pequeños grupos de a-sombrosos y adelantados refugiados sechín.

Éstos, aun cuando numéricamente mino-ritarios, en mérito a los notables avances tec-nológicos con los que llegaron, presumible-mente habrían alcanzado un rápido y sólidoascendiente dentro del seno de las pobla-ciones que los recibieron.

Así, al cabo de siglos, y antes de que loschinchas, paracas e icas cayeran bajo lahegemonía de la fase militarista de Chavín,habrían impuesto su acreditado idioma, porejemplo, en la definición de la toponimia delterritorio que los albergaba.

¿Acaso no lograron lo mismo los también poconumerosos fenicios en casi toda la cuenca del gigan-tesco Mediterráneo? ¿Debemos por lo demás creer

que el éxito de los extranjeros en el seno de sus pue-blos anfitriones fue un fenómeno privativo de la Eu-ropa antigua y de la América moderna?

Por las mismas razones habrían logradotambién imponer la práctica del atavío per-sonal con cabezas–trofeo, de la que profusa-mente hacen gala los afamados mantos para-cas, icas y nazcas. Y habrían concretado lainclusión de su fenotipo facial tanto en man-tos como en cerámica y orfebrería.

Por lo demás, a lo largo de siglos habríansembrado y mezclado su sangre con la de susviejos anfitriones, con lo que habrían dejadode ser extranjeros. Y hasta habrían obtenidoentonces que aquél que ahora era “su” propiopueblo, asuma como genuinamente origina-les y comunes a todos sus miembros las le-yendas y tradiciones de los migrantes ini-ciales –como aquella a la que hace referenciaGarcilaso–.

Así, al cabo de siglos de asentamiento ymestizaje, los herederos de los primeros refu-giados sechín eran ya chinchas y paracasaquí, icas allá y nazcas acullá. Pero laimpronta común había quedado marcada entodo el territorio de la nación.

A la caída del Imperio Wari, desdeChincha se alcanzó a administrar y dominarun territorio de casi 45 000 Km2, comprendi-do entre Chincha y Yauca 134, incluyendo enlas alturas del sureste –según parece domina-dos desde la hegemonía nazca– a los pobla-dores de Puquio y Lucanas, con una pobla-ción total del orden de 500 000 habitantes.

Pero hay razones para suponer que, enalgún momento de su máximo apogeo, laélite chincha haya alcanzado a dominar tam-bién una parte del pueblo lima, imponiendonormas que se hicieron efectivas incluso enHuaura 135 (150 Kms. al norte de Lima), encuyo caso sus predios aumentaron otros 15000 Km2.

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Todo parece indicar, sin embargo, que elvecino valle de Cañete, larga e intensamenteambicionado, no llegó a ser conquistado.Habría quedado así, como un bolsón, ence-rrado dentro de los dominios que controlabael grupo dirigente en Chincha. Las flotasnavieras de ésta permitían sortear eficaz-mente el escollo terrestre de los cañete.

La hegemonía del Imperio Wari habíarepresentado la liquidación del poder de laélite dominante nazca, con lo que quedó mi-nada la importancia de su centro urbano másimportante: Cahuachi.

Pero, muy probablemente, fueron razonesde índole estrictamente económicas –aunquederivadas de decisiones políticas imperiales–las que terminaron por restar toda importan-cia a la ciudad de los nazcas.

En efecto, durante la vigencia del ImperioWari, la tecnología, así como la riqueza agrí-cola, textil y minero–metalúrgica de los pue-blos dominados, estaba concentrada en ma-nos de cañetes, limas, moches y mochicas. Esdecir, en el amplio territorio al norte del vallede Chincha.

De allí que seguramente el mayor tráficoeconómico y poblacional desde el área nortedel imperio hacia Wari, y viceversa, se fuedando por la ruta Cañete–Lunahuaná–Huan-cavelica–Wari (destacada en el Mapa N° 25,pág. 241).

Bajo esas circunstancias, la urbe nazca, a250 Kms. al sur de dicha ruta, fuera del cir-cuito comercial, fue languideciendo paulati-namente.

A la caída del Imperio Wari, el surgimien-to de un nuevo núcleo urbano de poder, estavez en el valle de Chincha, hace suponer queel grupo allí residente fue el que encabezó ytriunfó en su guerra de liberación contra los

chankas. A partir de entonces, la élite chin-cha ejerció dominio sobre el resto de lanación ica.

Se requiere sin embargo entender más ymejor cómo habría alcanzado esa élite a tenerpoder suficiente para llegar a enfrentar alpoder hegemónico Wari, físicamente tan pró-ximo. Veamos.

La ruta Wari–Castrovirreyna–Pisco era lavía más corta entre el enorme mercado de laciudad Wari y la costa adyacente. Los pobla-dos costeños de Pisco y Chincha tenían queser pues los proveedores naturales de produc-tos del mar que constante e insistentementedemandó ese mercado. Ello permitiríaexplicar la presencia entre los chinchas deuna población desproporcionadamente nu-merosa de pescadores 136.

Mas Wari demandaba también muchísi-mos productos que sólo se ofrecían en le-janos territorios. De allí entonces también lapresencia en Chincha de grandes flotas debalsas, sobre las que se concretaba el tráficomarítimo internacional. Los marinos mer-cantes chinchas, también desde el lejanonorte ecuatorial, traían el preciado mullu 137, yse estima que por el sur llegaron comercian-do hasta las australes costas de Valdivia, enChile 138.

Así, a instancias de la hegemonía Wari,los chinchas habrían experimentado un cam-bio significativo en su estructura ocupacionaly productiva: habían sido probablemente im-pelidos a dejar casi íntegramente la agricul-tura para reorientarse preferentemente a lapesca, el comercio marítimo y el acarreo te-rrestre de mercancías.

Así, miles de hombres dejaron la agricul-tura para constituirse en el numeroso contin-gente de la actividad mercantil y de trans-porte. Navegando en numerosas y grandes

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balsas movilizaban significativos volúmenesde mercadería. Y tanto la que llegaba a lacosta para ser exportada, como la que veníadel exterior, eran transportadas en miles deauquénidos por cientos de arrieros.

Si bien corresponde al período inmediata-mente siguiente (esto es, directamente incen-tivado por el Imperio Inka), una pauta de laenorme actividad comercial que Wari habíagestado en Chincha es la cifra de 6 000 mer-caderes que reporta María Rostworowski pa-ra el siglo XVI 139.

El cronista Pedro Pizarro, por su parte,afirmó que oyó decir al Inka Atahualpa (en1532, por consiguiente) que en Chinchahabía 100 000 balsas 140. La cifra como re-conoce Torero, siendo sumamente exageradae inverosímil, insinúa un orden de magnitudque no deja de llamar la atención.

Considérese además lo siguiente: asu-miendo que las llamas pueden transportar, enpromedio, 35 kg., y que la capacidad de lasbalsas era de 20 ton., cada una de éstas podíaacarrear lo que transportaba una tropilla de600 a 700 llamas 141. Así, cientos de hombresy miles y miles de animales cumplían organi-zadamente la tarea del acarreo terrestre degrandes volúmenes desde Chincha a Wari.

Es por último también indiciario el hechode que en el siglo XVI todavía uno de cadatres adultos tributarios era pescador enChincha –según se puede colegir de las cifrasque ofreció el cronista Lizárraga 142–.

Bajo la hegemonía Wari la economía dela nación ica sufrió pues grandes transforma-ciones. Ya sea desde la perspectiva de losnazcas, que virtualmente lo perdieron todo, ode los chinchas, que resultaron inopinada yextraordinariamente fortalecidos. El ImperioWari pues, inadvertidamente, tras liquidar elpoder de los nazcas, había terminado por

desarrollar el poderoso núcleo organiza-cional, político y eminentemente comercialde Chincha que, paradójicamente, fue el quelideró la guerra de independencia de la na-ción ica contra él.

Pero no puede soslayarse que, a la som-bra de la dominación Wari, la economía de lanación ica se había convertido en altamentedependiente: tres de sus más importantes ac-tividades productivas y, por consiguiente lamayoría de su población trabajadora, fun-cionaban a exigencia de los requerimientosde un mercado extranjero: Wari.

Si Wari aumentaba en población y/o encapacidad de consumo, los pescadores de-bían incrementar la captura, y por su parte loscomerciantes y transportistas asegurar mayorabastecimiento. Así, Chincha floreció mien-tras floreció Wari. La relación de dependen-cia era muy evidente. Pero tan obviamenteevidente como intrínsecamente peligrosa.

La liberación del Imperio Wari represen-tó que el excedente que antes fluía a Wariquedaba en la nación costera. Pero, a dife-rencia de otras naciones, la nación ica nopodía beneficiarse mucho con retener en susuelo todos los excedentes que había estadogenerando. Ello sólo era posible con el ge-nerado en el sector agrícola: podía ser alma-cenado y destinado luego al consumo; o, através de la mita, permitía solventar algunasinversiones.

No pudo sin embargo ocurrir lo mismocon la producción pesquera, ni con el comer-cio. La captura pesquera que se había estadollevando a la capital ayacuchana tuvo queeliminarse drásticamente. Y durante el pro-longado período de guerra de liberación, yquizá durante muchos años después también,se vio interrumpida la ruta comercial quepasando por Wari llegaba a Abancay, Cusco yal Altiplano. La pesca y el comercio de

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Chincha sufrieron pues una gravísima mermacomo consecuencia de la caída de Wari.

Es decir, para gran parte de la nación ica,la independencia tuvo un paradójico per-juicio inmediato. Era consecuencia inevi-table de la situación de dependencia eco-nómica que se había establecido en relacióncon el liquidado imperio.

En el nuevo contexto, la nación ica, hege-monizada por los chinchas, debió lanzarseentonces a resolver sus grandes baches eco-nómicos, y a recomponer su estructura pro-ductivo–poblacional. Por un lado, buscar eintegrar muchísimos nuevos pequeños ymedianos mercados que pudieran absorber elvolumen de pesca que permitía su enormecapacidad de captura. Y colocar en ellos larestante y variadísima demanda de otros pro-ductos que había estado consumiendo Wari.

A la postre lo lograron, y con extraordi-nario éxito. No obstante, tuvieron que pagarun precio altísimo por ello –si así puede con-siderársele–. En efecto, su fama, o la imagenque de ellos se tuvo en los Andes, fue muyespecial –para llamarlo de alguna manera–.

Los términos del intercambio, o, si se pre-fiere, los precios, estaban estrechamente rela-cionados con la mayor o menor disponibili-dad circunstancial de bienes, esto es, con laoferta y la demanda.

Así, en el trueque de carne de auquénicopor maíz, los kollas altiplánicos daban “una”llama a cambio de “tres” fanegas de maíz queentregaban los yungas (nombre que genérica-mente daban los pueblos cordilleranos a loscosteños, en este caso a los chinchas). Mas,cuando las sequías y heladas afectaban laproducción agrícola del Altiplano, es decir,cuando en torno al Titicaca la demanda dealimentos superaba a la oferta, los yungasaprovechaban las circunstancias y obligaban

a los kollas a “pagar” el doble: “dos” llamas,por las mismas “tres” fanegas de maíz –re-fiere el cronista Diez de San Miguel– 143.

Si bien esta información está referida ahechos registrados por los cronistas a partirdel siglo XVI, presumimos –como hemos he-cho en múltiples casos anteriores–, que esasreglas de intercambio eran muy antiguas.¿Hay alguna razón para presumir que esasprácticas se estrenaron sólo con la presenciade los conquistadores europeos? Ninguna.

Este ventajismo, que quizá ejercitaron losyungas en muchas ocasiones, les reportó fa-ma de comerciantes inescrupulosos.

Según refiere Torero 144, el estereotipo delos comerciantes yungas queda de manifiestoen las palabras con que Manco Inca increpóa los conquistadores españoles:

...peores sois que los yungas, los cualespor un poquillo de plata matarán a supadre y negarán todo lo del mundo.

Es presumible sin embargo que, cuandolas circunstancias se invertían, los yungas(chinchas) costeños, en situación de escasez,tuvieran que dar el doble de guano de islas ode maíz o pescado por las misma cantidad deauquénidos, por ejemplo.

Pues bien, los mercaderes chinchas sur-caron incesantemente muchísimas vías. Y alcabo de varios siglos de recorrer caminos ypueblos, debieron alcanzar la privilegiada si-tuación de conocer en profundidad gran partede la sinuosa y complicada red vial de losAndes.

Mercaderes,conquistadores nativos y toponimia

Todo parece indicar que, luego de la caídadel Imperio Wari, el chincha se convirtió en

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el más grande e importante de los pueblosenimentemente comerciales de los Andes. Enrigor, el más grande de los pueblos comer-cial–itinerantes.

Porque, como se vio, los tallanes tambiéneran grandes comerciantes. Mas casi no hayindicios de que transitaran por todo el territo-rio andino comerciando con lo que traían delextranjero, por ejemplo. Todo parece indicarque ese intercambio se hacía fundamental-mente en su propio territorio. No eran pues,dentro del territorio andino, comerciantesviajeros. Quizá podría tipificárseles comocomerciantes–importadores.

A su turno, el rol comercial–itinerante delos moches y mochicas, primero, y de los chi-mú, después, fue importante, pero casi exclu-sivamente en el norte costeño y cordillerano.Por lo demás, parece que nunca fue por-centualmente grande la cantidad de moches,mochicas y chimú que se dedicaron al co-mercio itinerante. En el conjunto de la eco-nomía de cada uno de esos pueblos, el co-mercio fue una actividad secundaria.

Habrían sido los chinchas, pues, el únicopueblo en el que casi toda la estructura eco-nómico–productiva giraba en torno al comer-cio, que, incluso dentro de los Andes, erapues comercio internacional itinerante. Unos,como comerciantes marítimos en las rutasdel norte y del sur. Otros, como comerciantesterrestres, seguidos de multitud de arrieros ysus tropillas de auquénidos cargados, reco-rriendo de cabo a rabo todo el territorio andi-no. Y otros, por último, mayormente los pes-cadores, proveyendo a los comerciantes ma-rítimos y terrestres.

En el comercio marítimo internacionalcompitieron con los chimú y tallanes, y segu-ramente también con los comerciantes huan-cavilcas y punás, así como con colombianosy centroamericanos. Nada permite deducir

que los chinchas hubieran tenido hegemoníaabsoluta en ese medio.

En cambio, en el comercio terrestre inter-nacional dentro de los Andes peruanos, lo-graron hegemonía absoluta e indiscutida.Alcanzaron entonces aquí, durante los siglosXIII y XIV, lo que en la antigüedad de Á-frica, Medio Oriente y Europa lograron losfenicios, en la ribera sur del mar Mediterrá-neo, y lo que luego consiguieron los griegosen la costa norte del mismo.

Es decir, y entre otros resultados, termi-naron fonéticamente transformando y endefinitiva bautizando y rebautizando losnombres de los territorios extranjeros pordonde sistemáticamente transitaban. De esemodo regaron en su idioma –de raíces cen-troamericanas–, un amplio espectro de to-pónimos en el territorio andino.

Como los moches, mochicas y chimú,pero también los lima, hicieron otro tanto enel norte –en el mismo idioma de raíces cen-troamericanas–, se explica, por ejemplo, quenombres tan extraordinariamente parecidoscomo Chacupe y Checacupe estén, aquél enel norte, en las inmediaciones de Lamba-yeque, y éste en el sureste, en las inmedia-ciones del Cusco –como puede verse en elgráfico del Anexo N° 4–. O Cajamarca, en lacordillera norte, y Cajamarquilla, cerca a Li-ma, a 500 Kms. de distancia una de la otra.

O Chuquitanta, en Lima, y Chuquibamba,en el valle de Majes, también a 500 Kms. dedistancia entre sí. O, Chucuito, en Lima (Ca-llao), y Chucuito, en el Altiplano, con más de1 500 Kms. de separación. Chilcal, en Paita,y, a 1 200 kilómetros, Chilca, en Lima, .

Y, para terminar con nuestros ejemplos, elmuy emblemático Chan Chan, en el valle deMoche, y Chen Chen, en el del río Tambo(Arequipa), a 1 200 Kms. de separación.

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Probablemente muchas de esas reitera-ciones tengan mucho que ver con los tras-plantes poblacionales –mitimaes– que reali-zaron tanto el Imperio Wari como el Inka. Noobstante, difícilmente lo explica en todos loscasos. Mas una y otra posibilidad merecenser seriamente más estudiadas.

En el siglo siguiente los conquistadoresinkas, pronunciando a su manera los nombresoriginales de esos y muchos otros lugares,volvieron a transformarlos fonéticamente.

Así, en el siglo XVI los conquistadores ycronistas españoles se encontraron con soni-dos y pronunciaciones distintas para cadanombre y a las que, necesariamente, les die-ron entonces grafías distintas, quedando co-mo dos, tres y hasta más voces, la que enprincipio teóricamente era sólo una.

Garcilaso, por ejemplo, refiriéndose aNazca, la llamaba Nanasca 146; y Anello Olivaparece referirse a ella como Hascala 147.

A ese respecto, aunque para un ámbitotan reducido como el entorno del valle deCamaná, el cuadro siguiente resulta muyilustrativo 145.

Nombre Otras versionesactual (¿Nazca, Inka, Kolla?)

Camaná Camata *, Camaña, Cabanas, Ccmera, Camanay 5Ocoña Ucuña *, Ucunna, Ocuña, Acoña 4Quilca Quellca *, Quelca, Qquellco 3Atiquipa Atiquipa *, Atiqquepay, Aliquipa 3Pucchún Pujchuna, Pajchana 2Acarí Hacarí * 1Atico Aticu * 1

Quizá nunca sepamos los nombres origi-nales que a cada uno de esos pequeños territo-rios les pusieron sus más remotos ocupantes,que quizá fueron sencillos y primitivos pes-cadores y recolectores–cazadores que remota-mente llegaron probablemente desde la lejanaOceanía.

Pero muy presumiblemente fueron loscomerciantes viajeros nazcas, cuando hege-monizaban en el sur del Perú, quienes rebau-tizaron a todos esos pobladores como chan-gos (denominación que todavía se da hoy alos solitarios y trashumantes recolectores deconchas de las playas de Ocoña, Camaná yQuilca).

Y respecto de ésa –cuando menos extra-ña, pero harto sugerente denominación–, có-mo no recordar aquí que chango es un sus-tantivo de inocultable procedencia mexicana:tanto “chango” como “chavo”, equivalen a“muchacho” –hoy mismo en México–.

Los hegemónicos comerciantes viajerosnazcas habrían cumplido pues, exitosa e in-advertidamente, una gran tarea toponímicaen todo el sur del Perú: hacia el norte hastaChincha; hacia el sur hasta Moquegua, pa-sando por Camaná; hacia el noreste hastaAyacucho, la tierra de los chankas –gentilicioque a su vez es difícil dejar de asociar conchangos–; y hacia el sureste hasta Tiahua-naco –que luego difundiría muchos de esosnombres en dirección al Cusco–.

A su turno, los viejos topónimos nazcasfueron recreados por los chinchas. Porque,aún cuando hablaban el mismo idioma, entrela hegemonía de unos y otros no habían pasa-do en balde tanto como 800 años. Necesaria-mente, pues, impusieron variantes.

De la misma manera que puede demostrarse nota-bles diferencias entre el castellano de Cervantes y elde nuestros días. Así y todo nos resulta fácil entenderque éste, diciendo “fermosa”, estaba diciendo “her-mosa”.

Y es que, casi invariablemente, las raíces o losradicales sustantivos originales por lo general se con-servan o resultan nítidamente identificables, ya por símismas o por su contexto. Así, por ejemplo, fuera deél, nos sería difícil desentrañar qué representaba o sig-nifica para los primeros cronistas, “cháraca”. Mascuando Diego de Ortega Morejón y Fray Cristóval de

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Castro dicen “las chácaras que se labraban y rega-ban...” 148, toda incógnita queda ya despejada.

El contexto pues, más allá de la recreación odeformación del vocablo, ha ayudado entonces a “des-cubrir” su contenido. Pero en ausencia de fuentesescritas de su época, nada nos permite conocer cómoy cuáles habrían sido las recreaciones o deforma-ciones que, dentro del mismo idioma, introdujeron loschinchas a los topónimos creados o impuestos por suspredecesores nazcas. Pero de que los deformaron nodebe cabernos la más mínima duda.

Con nazcas y chinchas, durante siglos, yen gran parte del territorio surandino, secruzaron en el camino los comerciantes yarrieros kollas. Así, con el concurso delaymara, empezaron a aparecer versionesfonéticas distintas para un mismo nombre. Yen el siglo XV, la conquista inka, por inter-medio del quechua, hizo aún más complejoel panorama toponímico. Poco fue sin embar-go lo que lograron. Su hegemonía de sólo unsiglo no fue suficiente para imponer todo loque seguramente quisieron. No obstante, consu intervención se concretaron, en muchoscasos, varias versiones para un mismo nom-bre –como se ha visto en el cuadro–.

Ese cuadro precedente ofrece los casos delas variantes idiomáticas conocidas de sólosiete poblaciones. Entre las primeras, aque-llas que aparecen con un asterisco (*) corres-ponden a Garcilaso 149. Si bien numérica-mente la muestra no parece pues muy repre-sentativa, cualitativamente, en cambio, sísugiere serlo. Y permite ensayar una hipóte-sis. ¿Por qué en algunos casos, como en el deCamaná, hay hasta cinco versiones, en otroscuatro o tres y en otros sólo una? El númerode variantes parece estar en razón directa dela importancia objetiva que, a lo largo deltiempo, han tenido los distintos gruposhumanos y/o los territorios que ocupaban.

En medio del pobre desarrollo económi-co–cultural que en los siglos anteriores hantenido dichos siete espacios, es imposible

dejar de reconocer que el valle de Camaná esmás grande e importante que el de Ocoña, yambos muchísimo más grandes que el puertode Quilca. A su turno, las lomas de Atiquipasólo florecen cuatro meses del año. Acarí esun valle insignificante. Y Atico una humildecaleta, hoy casi sin abastecimiento de aguadulce.

En tal virtud, las dimensiones pobla-cionales, debieron ser pues también directa-mente proporcionales. Así, Camaná habríasido por siglos un mercado y/o proveedormucho más importante que Atico. Y, en con-secuencia, Camaná mucho más visitada,nombrada y fonéticamente deformada queAtico, por nazcas, chinchas, kollas e inkas.Con ello, resultaron más variantes fonéticaspara aquél que para éste.

De la misma manera que hoy, Miami, sólo con“Maiami” y “Mayami”, tiene seguramente más va-riantes que Sebastopol. O que “peruano”, que con porlo menos el anglófono “perruano”, el nipófono “per-guano” y el francófono “peguano”, seguramente tienemás variantes que “piurano”, por ejemplo.

La toponimia andinay los conquistadores españoles

En algunos casos, apelando a su idioma y/o a suhistoria, los comerciantes o los conquistadores termi-nan imponiéndoles a otros un nombre absolutamentenuevo. Fue el caso de los conquistadores españolescuando, por ejemplo, impusieron Cañete y cañetes ensustitución de un topónimo que no conocemos a cien-cia cierta. O cuando impusieron Trujillo por Moche oChan Chan, en homenaje a la tierra natal del jefe de laconquista.

O cuando bautizaron como Perú –aunque se pre-sume derivaría de Birú, Pirú y eventualmente hasta deChimú– a esta parte de los Andes, que sólo un siglo ytransitoriamente tuvo un nombre: Tahuantinsuyo; ycomo peruanos a sus habitantes que, como conjunto,nunca habían tenido gentilicio.

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Es decir, cambios radicales equivalentes a los que,miles de años antes, habían hecho los cretenses bauti-zando a los comerciantes del extremo este del Medi-terráneo como fenicios. O como hicieron los romanosrebautizando como griegos a los helenos. O, por últi-mo, como presumiblemente hicieron los fenicios bau-tizando como conejos –“keltoi”– a los primeros habi-tantes que encontraron en la península ibérica.

Allí donde no hubo radical cambio de nombre, hasido la deformación fonética del nombre original, atri-buible por lo general a los comerciantes hegemónicoso los conquistadores, la que termina imponiéndose.De la misma manera que el fonema fenicio “keltoi”,por deformación fonética, derivó en “celtas”; y de lamisma manera que el “span” de los celtas, por defor-mación fonética de los romanos, derivó en “hispania”;que a su vez, por deformación de los visigodos, derivófinalmente en “España” y “españoles” 150.

Nombres tan emblemáticos como el del Inka Ata-hualpa, y el del lugar de su captura y ejecución hantenido varias versiones en manos de los cronistas es-pañoles: Atagualpa (J. de Betanzos), Atahuallpa y Ata-hualpa (P. Cieza de León), Atabalipa (D. de Ortega yC. de Castro), Atabaliba (B. de las Casas). Y Caja-marca: Caxamarca y Caitamarca (Cieza de León) 151.Mas, en cada caso, es relativamente fácil asociar todassus variantes fonéticas.

Estos últimos casos de deformación de nombres ytopónimos nos prueban, fehacientemente, que inclusousando el mismo idioma diferentes personas puedenoír, entender y escribir un mismo nombre de variasdistintas maneras. Y, más todavía, una misma persona–como en el caso de Cieza de León– puede dar dos yeventualmente hasta más versiones, dependiendo decuántas distintas fuentes orales haya escuchado.

Puede también constatarse que otro tipo de defor-mación o alteración de un topónimo, y el gentiliciocorrespondiente, se genera por transposición de sí-labas. Es el caso del topónimo que hoy se conocecomo Poechos, pero que Cieza de León escribíaPocheos 152. ¿Cuál de las dos versiones habrá repro-ducido más fielmente el nombre original? Es muy difí-cil saberlo. Pero sin duda ambas tienen mucho de él. Yen tanto en este caso específico no hay homonimia, esfácil concluir que una y otra variante, por el contextoen que aparecen, se refieren al mismo lugar.

En nuestro caso y hasta la fecha, como es obvio,son la fonética y grafía de los conquistadores espa-

ñoles las que finalmente se impusieron y venimos uti-lizando. Pocos pero significativos ejemplos hemosdado de cómo ni siquiera han sido siempre las ver-siones de Garcilaso las que terminaron imponiéndose.No obstante todas las deformaciones, en la inmensamayoría de los casos puede reconocerse raícescomunes. Y eso es, finalmente, lo que importa y facili-ta el rastreo en busca de su remoto origen geográficoy cultural más probable.

Desde 1492 –oficialmente al menos–, esto es,desde cuarenta años antes de la conquista del Perú,cronistas y conquistadores españoles se estuvieronfamiliarizando con los nombres de los territorios ygentilicios de los pueblos que fueron conquistando enAmérica.

En 1502 Colón, y en 1505 Yáñez Pinzón, inicia-ron el reconocimiento de las costas de Guatemala,Nicaragua, Honduras y México hasta Tampico, casi enel centro del Golfo de México. En 1502 se había ini-ciado también el descubrimiento y poblamiento de lacosta caribeña de Panamá, a la que Francisco Pizarrollegó el año siguiente. En 1508 se funda la gober-nación de Castilla del Oro o Veraguas, para adminis-trar Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Así, en 1511 ya estaban confeccionados los pri-meros mapas de las costas de México 153 (seguramentecon innumerables nombres nativos, como algunos delos mencionados). En 1513, con el descubrimiento delPacífico –al que Pizarro asistió como lugarteniente deNúñez de Balboa–, se inicia la explotación de suscostas. En 1519 Hernán Cortés, por su parte, inició laconquista de México desde la desembocadura del ríoPánuco, desde donde nuevos mapas fueron elaboradoscon la ayuda de los nativos del lugar 154.

Después de residir nueve años entre Nicaragua yPanamá, Pascual de Andagoya realizó en 1523 el pri-mer viaje exploratorio que llegó al extremo norte delPerú. En muy extraña coincidencia, al año siguientePizarro y Almagro se asocian para la conquista delPerú. Mas sólo en 1528, pero cuando ya tenía ven-ticinco años en el istmo, acopiando invariablementeuna gran experiencia e información, Pizarro llegaríaen su primer viaje exploratorio hasta la desembocadu-ra del río Santa (500 kilómetros al norte de Chincha).Pasó pues de ida y vuelta reconociendo detenidamentetoda la costa norte del Perú y muchos de sus centrospoblados, entre ellos por cierto Tumbes y Chan Chan,confirmando los gentilicios ya conocidos de algunasde sus gentes: tallanes y chimú.

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Y es que, uno y otro, residiendo en Panamá, ha-bían tenido allí la experiencia de toparse, centenaresde veces, con los mercaderes tallanes, chimú y chin-chas que llegaban hasta allí –y por los que se enteró dela existencia e importancia de Chincha sin conocerla–.Aquéllos, concientemente o no, dejaban una valiosainformación geográfica, política, social, económica ymilitar sobre el mundo andino, y harto reiteradamenterepetían los nombres de muchos pueblos andinos.

Por lo demás, todos de los cronistas españoles quecoadyuvaron a definir la versión final de los topóni-mos andinos, antes de llegar al Perú, habían estado enfamiliarizándose con las voces nativas en Panamá. Ymás de uno, además, en otros rincones de América.Pedro Sarmiento de Gamboa, por ejemplo, había esta-do antes en México. Y Pedro Cieza de León en Ecua-dor y Colombia.

En definitiva, nuestra hipótesis en esta parte esque los conquistadores y cronistas españoles estu-vieron harto familiarizados, aunque unos más queotros, a muchos topónimos y gentilicios nativos deMéxico, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, ylas costas caribeñas de Colombia y Venezuela, antesde llegar al Perú. Ello, por un simple azar de la histo-ria, habría permitido pues que las deformaciones, quea pesar de todo introdujeron a los nombres andinos, nofueran tan grandes como para que dejaran de tenerrelación fonética alguna con los vocablos nativos.

Y ello, a su vez, permite reconocer entonces quemuchas raíces idiomáticas centroamericanas –nece-sariamente más antiguas que las andinas– estén archi-presentes en muchísimos topónimos del Perú.

Como acabamos de ver una vez más, es el caso dela partícula “gua” –o “hua”–, quizá la más socorridade cuantas existían en la antigua América del Nortepróxima al golfo de México, y existían y existen enCentroamérica, el Caribe y los Andes.

Estaba ya en Guanahaní (hoy Watling), el célebreprimer punto que tocó Colón. Está en Guáimaro deCuba. En Guajataca de Puerto Rico. Estaba en Guas-co, Coligua y Guasili, inmediatamente en torno a lapenínsula de la Florida 155.

En el territorio continental puede además ser ras-treada desde Chihuahua, al norte de México; pasandopor Guatemala y Nicaragua; el antiguo Veraguas y elactual Gualaca de Panamá; Guapá y Guáitara en eloeste de Colombia; Guayaquil, Gualaceo, Gualaquiza

y Guamote, en Ecuador; e innumerables topónimosdel Perú, como Huaraz, Huántar, Huánuco y Mo-quegua; hasta Pisagua, Rancagua y Guaitecas, en elnorte, centro y sur de Chile, respectivamente.

¿Equivaldría acaso el nativo “gua” o “hua” al“land” del inglés?

Por lo demás, y como últimos ejemplos, Huánuco,el nombre de una de las más importantes ciudadescordilleranas del Perú, además de “Hua” tiene lamisma terminación que Pánuco, el nombre del célebrepuerto donde inició Cortés la conquista de México; ylas islas Guaitecas, al sur de Chile, comparten “Gua”con “tecas”, reiterada raíz de innumerables genticilioscentroamericanos: olmecas, zapotecas, toltecas, azte-cas, etc. ¿Puede considerarse que todo ello son sim-ples coincidencias?

Eventualmente, la o las partículas originales delas que derivaron “gua” y “hua”, que nunca sabremoscuál o cuáles fueron exactamente, fueron confundidase identificadas, sobre todo por el españoles del sur ycentro de la península, con aquella –de probable ori-gen árabe– a la cual estaban tan acostumbrados, y queestá presente en: Gua–dalquivir, Gua–dajoz, Gua-diana y Gua–daira; como en Gua–dalajara, Gua-dalupe, Gua–darrama y Gua–diz, por ejemplo.

En España, sin embargo, casi no hay ningunaescrita con “h”. En fin, los lingüistas tienen la palabrasobre qué espacio y cultura influyó sobre cuál o cuálesotras?

No obstante, transitoriamente al menos, y concargo a las precisiones que haga la lingüística, asomamás verosímil y consistente la hipótesis de una vieja,sólida y remota influencia centroamericana en la his-toria antigua del Perú y de gran parte de la AméricaMeridional.

La historiografía tradicional ha rastreado con grandetalle las influencias culturales que habrían dado ori-gen a la expansión de la agricultura, la cerámica, latextilería, el comercio y, entre otras, la metalurgia.Mas ha obviado el hecho de que el ser humano, mu-chísimo antes de todas y cada una de esas conquistasculturales materiales, era poseedor de un lenguaje quefue, a fin de cuentas, lo primero que podía expandirsey así debió ocurrir.

Habiendo desaparecido virtualmente todos losidiomas primitivos, allí están los topónimos para ras-

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trear su origen, y las direcciones y formas de expan-sión como se regaron por el mapa americano.

Pues bien, durante los siglos XIII y XIVla presencia de los mercaderes y transportis-tas chinchas debió resultar familiar a todoslos pueblos andinos con los cuales comercia-ban. En ese sentido habían quedado, de he-cho, convertidos en buenos mediadores ymejores guías 156 e intérpretes.

Chinchas,los primeros aliados de los inkas

Ello podría contribuir a explicar que, aunque cier-tamente más tarde, fuese precisamente el kuraka deChincha uno de los grandes acompañantes del InkasAtahualpa en Cajamarca, cuando se produjo eltrascendental encuentro de éste con los conquistadoresespañoles. Otro de los testigos de excepción fue elsumo sacerdote de Pachacámac.

El kuraka de Chincha, según todo lo indica, ya noestuvo en Cajamarca cuando, meses después de lacaptura, se enjuició y sentenció al Inka. Qué dudapuede caber de que, como buen y pragmático comer-ciante, de manera expeditiva y resuelta hizo saber a losespañoles que estaba de su lado. De haberse quedado,pudo eventualmente haberle sido de alguna utilidad alInka. Porque mientras Felipe, el traductor e intérpretetallán, daba cuenta a Pizarro de las expresiones deAtahualpa, el kuraka de Chincha habría podido con-firmarlas y hasta corregirlas con su prolijo bilingüis-mo. Poco probable era, en cambio, que el “obispo” dePachacámac fuera bilingüe.

Por la cercanía geográfica de sus sedes centrales,parecería más razonable que el kuraka de Chinchafuera aliado de Huáscar y no, sorprendentemente, deAtahualpa. Asoman pues dos primeras posibilidades:a) el gran kuraka de Chincha fue capturado y man-tenido como rehén mientras comerciaba en el lejanonorte norcordillerano; y b) efectivamente su poder eratal que, como en el caso del “obispo” de Pachacámac,Atahualpa había hecho lo indecible por atraerlos comoaliados o como informantes: nadie como ellos podíaponerlo al tanto de cuanto ocurría al sur, en el territo-rio dominado por Huáscar.

La primera hipótesis avalaría el extraordinariodesarrollo comercial al que habían llegado los chin-chas. Y la segunda confirmaría el enorme poder efec-tivo que reportaba el comercio terrestre internacionalque monopolizaba Chincha en los Andes, y el nomenos poderoso rol del santuario de Pachacámac. Entodo caso, es presumible que tanto el desarrollo mer-cantil de Chincha, como el poder de ésta y Pacha-cámac, se hubiesen reafirmado durante los siglos deautonomía que estamos revisando, y no tanto duranteel breve siglo de hegemonía imperial inka –que sinduda también los catapultó–.

Una tercera hipótesis tiene en todo caso repercu-siones históricas más trascendentes. Porque en efecto,permitiría presumir que, mucho antes de que pueblosandinos supieran de la llegada de los conquistadoresespañoles, ya importantes élites de importantes pue-blos y naciones andinas habrían tomado partido en lasuicida guerra civil imperial. Así, las de las nacionesica y lima, por mediación del kuraka de Chincha y el“obispo” de Pachacámac, deliberada y voluntaria-mente, se habrían colocado del lado de Atahualpa, aúncuando les era casi absolutamente un desconocido.Quizá habrían razonado que resultaba preferible “ma-lo por conocer que pésimo conocido”.

Y si efectivamente ésa fue una decisión previa yconciente, cuánto más sencillo –podemos imaginar–les habría resultado poco más tarde redefinirse y ali-nearse del lado de quienes habían inutilizado suprimera opción. La debacle del Imperio Inka –como ladel Azteca– no resulta pues tan enigmática e inexpli-cable como siguen diciendo cientos de textos. Pizarroy Cortés, cada uno desde el primer día, contaron conenormes e importantísimos aliados en sus conquistas.

Recordemos no obstante, antes de continuar, alpropio Garcilaso de la Vega cuando relata la conquistainka de Chincha, que habiendo tenido algo de violen-cia, fue casi tan fácil y sencilla como hemos adelanta-do: pudiendo haberles hecho la guerra a fuego y san-gre, la había hecho con mucha mansedumbre.

A sólo algunas semanas de estar rodeados por elejército imperial fue el curaca, acompañado de susdeudos y otros nobles, a besar las manos del Inca y adarle la obediencia personalmente 157.

¿Por que no entraron a sangre y fuego a Chinchalos ejércitos inkas? Porque no les convenía aniquilar alos dueños de los secretos del comercio ultramarino.¿Por qué éstos manifestaron tamaña obsecuencia?

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Porque tenían mucho que perder: se les estropearíansus privilegiados y exclusivos viajes marítimos al tró-pico centroamericano y sur de Chile, y sus intercam-bios con el Altiplano –como afirma acertadamenteMaría Rostworowski 158–.

En el mar los chinchas llegaron a dominar las co-rrientes marinas de las costas sudamericanas, y a co-nocer sus islas, penínsulas y bahías. De hecho, hanquedado evidencias del enorme prestigio de que go-zaba Chincha en rincones tan distantes como el istmode Panamá y buena parte de la costa oriental cen-troamericana. Prestigio bien ganado que, como se havisto, se habría labrado desde la época de la domi-nación Wari, o quizá incluso desde antes.

Chincha y sus mercaderes:la historia vs. la Historia

El renombre internacional ultramarino que ter-minó alcanzando el emporio comercial–naviero deChincha fue enorme. Tanto que, en 1529, es decir, dosaños antes de iniciar la conquista del Perú, Pizarro, sinconocerla –como nos lo recuerda el cronista Cieza deLeón 159–, solicitó al rey Carlos V, que incluyera a esaciudad como parte de los territorios que anhelaba con-quistar, explotar y gobernar. La denominada “Capitu-lación de Toledo”, esto es, el plan de conquista que elrey aprobó a su representante expedicionario, aprobóen efecto ese pedido.

Por lo demás, y ratificando su nombradía, elprimer mapa que incluía a una buena parte del Perú,elaborado en el mismo 1529 por el cosmógrafo Diegode Ribero, mostraba a Chincha, pero no incluía elCusco 160. Chincha, pues, en los tiempos en que sólopodía hablarse del “proyecto imperial español para losAndes”, esto es, cuando recién se estaba en los prepa-rativos de la conquista, ya formaba parte de la imagi-nada Nueva Castilla. No así el Cusco.

La existencia del Cusco, la esplendorosa sede dela hegemonía inka, era pues aún desconocida porquienes se preparaban a conquistar los Andes. La noinclusión del Cusco en la “Capitulación de Toledo”, ysu inexistencia en el mapa de Diego de Ribero, no re-presentaron ciertamente poca cosa. Porque cuando losconquistadores peninsulares la conocieron, la defini-ción de su pertenencia acarreó –como se sabe–, cruen-

tos enfrentamientos militares entre pizarristas y alma-gristas, de los que salieron sin vida ambos socios yjefes expedicionarios.

¿Cómo entender que en 1529, tras un siglo detotal y absoluta hegemonía inka, se conociera enPanamá y con altísima reputación la existencia deChincha y no la del Cusco, ni la del Imperio Inka dela que aquélla formaba parte?

Nuestra primera conjetura es que, en los siglos deactividad comercial autónoma del período que esta-mos analizando (entre la caída de Wari y el surgimien-to del Imperio Inka), los chinchas habrían autoestimu-lado, reforzado y vendido legítimamente su propiaimagen, la única que por lo demás podían vender. Yluego, conquistados por los inkas, aunque sin ningunaviolencia –en mérito a una sagaz negociación típica-mente comercial–, soslayando su dependencia respec-to de aquéllos, siguieron presentándose en Centroa-mérica sólo como chinchas, y sin informar a nadie dela existencia de un poder mayor que el de ellos. Se-guramente intuían que, de hacerlo, sus interlocutoreshabrían querido conocer a los nuevos poderosos per-sonajes, con el riesgo para los chinchas de ser dejadosde lado.

Esta hipótesis, sin embargo, valdría también puespara el caso de los comerciantes tallanes y para quie-nes posteriormente los conquistaron y sustituyeron:los chimú. Éstos y aquéllos, pues, también habríancallado en todos los idiomas, en las costas del nortesudamericano y de Centroamérica, la existencia delImperio Inka del que eran súbditos. Cuán consistentescon sus propios intereses, y cuán homogéneas parecenhaber sido pues las actitudes y conductas de los co-merciantes andinos, pero, en particular, la de esosmercaderes marítimos internacionales.

Hablándose de tallanes, chimú y chinchas, se estáhablando de tres de los grandes pueblos conquistadosque formaron parte del “gran imperio inka” –comocon fruición gusta seguir diciendo la historiografíatradicional 161; o, si se prefiere, se está hablando, detres de los grandes pueblos que asistieron como testi-gos de excepción de la “gran expansión incaica”–como elíptica y encubridoramente se dice en otrostextos recientes 162–.

Así, la muestra –como se diría hoy en estadísti-ca–, resulta altamente representativa. Porque, llegadoel momento de la verdad, unos y otros tallanes, chimúy chinchas –por igual–, se pusieron del lado de los

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españoles. Como también lo hicieron, con pocasexcepciones, casi todos los restantes pueblos delmundo andino. Aquí damos cuenta del hecho incon-trovertible. En Tahuantinsuyo, el cóndor herido demuerte analizaremos sin embargo en detalle las causasmás probables de esa conducta que, por lo demás,tiene tantos antecedentes y equivalentes en toda la his-toria de Occidente.

Basta recordar cuántos pueblos de los Alpes y delas Galias se pusieron del lado de los conquistadoresromanos en su tiempo. O, siglos más tarde, cuántospueblos de España se aliaron con los árabes cuandoingresaron a conquistar la península. Y, en nuestraAmérica, cuántos pueblos de México facilitaron latarea de Hernán Cortés contra los aztecas.

Entre tanto, interesa aquí constatar que, antes dedevenir aliados de los conquistadores españoles, ta-llanes, chimú y chinchas, por igual, tres y más vecesnegaron en el Caribe, con su pragmático silencio,pertenecer a un “gran imperio”. ¿Sería acaso –comopostula Del Busto– porque ésas y otras muchas na-ciones del imperio “carecieron de conciencia impe-rial...” 163. No, no hay que dejar llegar tan lejos la de-formación historicista.

No es necesario llegar a conjeturas tan bárbarascomo ésa. ¿Algún pueblo conquistado y sojuzgado hatenido en la historia de la humanidad “concienciaimperial”? ¿Uno, siquiera uno? ¿Acaso la tuvieron losfranceses, españoles, suizos, judíos o egipcios duranteel Imperio Romano? ¿La tuvieron los distintos pue-blos españoles mientras estuvieron conquistados porlos moros? ¿Los belgas y holandeses, o los peruanosy mexicanos durante el imperio de Carlos V? No,“conciencia imperial” sólo han tenido y tienen lasélites de las naciones imperialistas –y sus correspon-dientes socios en las naciones dominadas–. Por lodemás, casi no ha habido pueblo que no se arrepin-tiera, más temprano o más tarde, de su alianza tácticainicial con algún conquistador.

Así, la conducta de tallanes, chimú y chinchas enel Caribe fue, simplemente, pragmática y ventajista.En el más puro y legítimo estilo del hombre que de-fiende sus intereses, sin sentirse obligado a defenderlos de otros, y, menos aún, los de aquel que le harecortado su libertad, conquistándolo, humillándolo ysojuzgándolo.

En otro orden de cosas, fue decisivo, sin duda, elpapel que cupo a Chincha –y en particular, a sus co-

merciantes terrestres–, en la difusión del quechua enel vasto territorio andino –conforme lo consigna Tore-ro 164–. Pero cuidado –decimos–, no porque fuera suidioma materno, que no lo era, sino porque loconocían de antiguo: desde la época del esplendorNazca. Lo cultivaron aún más durante la dominaciónWari. Y creció su conocimiento de esa lengua durantela hegemonía imperial inka, período en el que, ade-más, era nada menos que el idioma hegemónico.

Como es lógico entender, en el contexto de la his-toria de la humanidad los comerciantes no aprendenidiomas extranjeros por deleite cultural. Sino porquelo necesitan para acrecentar la rentabilidad de susactividades de intermediación. El bilingüismo, y mástodavia el multilingüismo, les permite acceder máseficientemente a más mercados de proveedores y amás mercados de consumidores.

O, si se prefiere, les facilita conseguir productosde mejor calidad, a más bajo precio; y les permitevender productos de menor calidad al más alto precio.Los comerciantes, políglotas por antonomasia, son,con todo derecho, la quintaesencia del pragmatismo.He ahí a los muy pragmáticos comerciantes fenicios ygriegos en el Mediterráneo hablando tres, cuatro yhasta siete idiomas.

Así, los comerciantes políglotas generalmente secuentan entre los primeros en aprender, asimilar ydifundir las “lenguas” de las “naciones” hegemónicas.Porque, en todos los tiempos y en todos los espaciosdel orbe, son aquéllas las portadoras de los nuevos ymejores conocimientos; y éstas las proveedoras de losnuevos y mejores productos, de las nuevas y mejorestécnicas, y de las nuevas y más sofisticadas tecno-logías.

Son las naciones hegemónicas las que imponenlas modas e innovaciones, y, en consecuencia, las queincentivan la demanda en los territorios que dominany en aquellos donde más influyen. Y, entonces, son lasque acrecientan el trabajo –y los beneficios que éstereporta– a los comerciantes. Éstos, intuitivamente–pero también por estímulo y refuerzo–, lo han apren-dido bien: mientras más difunden el idioma hege-mónico más venden... y más ganan. Cómo entonces noaprenderlo y difundirlo. Hoy, por ejemplo, son loscomerciantes, y esta vez a través de los medios decomunicación masiva, quienes más y mejor difundenel inglés. Ello pues, en su tiempo, y en los Andes,hicieron también los chinchas –como seguramentetambién los tallanes y chimú– con el quechua.

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Pues bien, conjuntamente con la agricul-tura, la pesca y el comercio, aunque en unaescala económica de menor significación, lospobladores de la nación ica, hegemonizadadesde Chincha, realizaron otras actividadesproductivas como la minería, y metalurgia, yla textilería y cerámica.

La minería quizá se desarrolló en las zo-nas altas, en las proximidades del territorioayacuchano, en Acarí y otras áreas donde lasminas y canteras son abundantes. Quizá du-rante el Imperio Wari los mineros y metalur-gistas icas aprendieron mucho de sus domi-nadores chankas. Trabajaron el oro, la plata,el cobre y el bronce. Con este último confec-cionaron adornos, herramientas y armas 165.

Durante la dominación Chincha, los hi-landeros y tejedores icas, herederos de quie-nes habían confeccionado los afamados man-tos paracas e icas, no eran, por cierto, menosdiestros.

Auténticas muestras las ofrecen los teji-dos en que emplearon hasta 398 hilos porpulgada lineal 166. Obra sin par que –comoafirma Rafael Larco Hoyle– pone de mani-fiesto una destreza extraordinaria 167. La pre-sencia remota del algodón en el área; su viejaescuela hilandero–textil; y la singular calidadde confección que se mantuvo por siglos; su-gieren pues que la población ica tuvo en eserubro una amplia ventaja comparativa sobreotros pueblos andinos.

En cerámica no mostraron el virtuosismode que hicieron gala en los tejidos. Sin em-bargo, en los vasos, jarras, platos, vasijas ycántaros confeccionados para el uso cotidi-ano en comidas y bebidas, estuvieron signi-ficativa y preponderantemente presentes imá-genes textiles y de la actividad pesquera.

Con dichos motivos, en efecto, están de-corados muchos utensilios se tales géneros. A

su vez, muchos remos de pesca, fueron talla-dos con trazos textiles 168.

¿Cómo entender esa obsesiva mezcla eidentificación de la textilería con la alfareríay la pesca? ¿Por qué esa mutua devoción?

La hipótesis implícita –harto discutiblecomo veremos–, y a la que ha dado curso lahistoriografía tradicional, es que entre loschinchas, a pesar de cuanto se ha dicho hastaaquí, no se habría dado en el fondo un fenó-meno de división del trabajo tan pronunciadocomo en otras naciones del área andina.

Así, muchos de ellos, o eventualmentetodos, alternaban sus actividades agrícolasestacionales con la pesca y el comercio marí-timo, complementándolas con trabajo textil yalfarería. Todos, pues, habrían hecho de todo.

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Fuente:– Del Busto, Perú Preincaico, p. 315.

Ilustración Nº 28Ceramio chincha con motivo textil

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Multifacéticos, no habrían sido entonces es-pecialistas en nada.

Chincha:el subjetivismo en la Historia

Los resultados de esa presunta menorespecialización –que Del Busto supone quequeda en evidencia en muchos testimoniosarqueológicos de Chincha–, dan pie para queesa sociedad, comparada con la chimú, seacalificada por él y otros historiadores tradi-cionales como “organización inferior” 169.

A la luz de ese epidérmico, insustancial yestrecho criterio, aún “más inferior” que lachincha habrían sido entonces las sociedadesde Cañete y Tupe, pobladas casi exclusiva-mente por rústicos soldados–agricultores.

La historia sin embargo atestigua, sin á-pice de duda, que la relativamente “inferior”sociedad chincha no pudo conquistar nunca ala relativamente “más inferior” sociedad ca-ñete. Y atestigua también que mientras la“ultra superior” sociedad inka conquistóChincha casi sólo con el aliento, y al “supe-rior” y enorme Imperio Chimú en sólo unosmeses, tardó en cambio largos tres años enconquistar al “más inferior” pueblo cañete.

Así, la conceptualmente pobre hipótesistermina dando contraproducentes resultadoscomo estos:

Sociedad “Calificativo” Resistencia ante el agresor

Cañete “más inferior” 1 000 díasChincha “inferior” 150 díasChimú “superior” 90 díasInka “ultra superior” 2 días

Es decir, la teóricamente pobre conjeturatermina “probando” exactamente lo contrario

de lo que sus mentores imaginaban (y subje-tiva y sesgadamente esperaban): mientrasmás “simple” socialmente es un pueblo –o, sise prefiere, mientras más homogéneo–, másintrínsecamente poderoso.

¿No lo demuestran hoy, por ejemplo, casi todoslos pueblos de Europa pero también Japón, por igual“poco” jerarquizados socialmente; por igual homogé-neos étnicamente; y en los que a los extremos so-cio–económicos sólo pertenecen núcleos poblacio-nales numéricamente marginales, perteneciendo lasinmensas mayorías a una sólida “clase media”?

Pero aún cuando ello es abrumadoramente evi-denciable hoy –y a lo largo de la historia–, igual se harendido –y sigue rindiendo– la historiografía tradi-cional ante la “magnificencia de los imperios” que, sinembargo, siempre muestran precisamente todo lo con-trario: múltiples escalones en la jerarquía social; com-plejísimos archipiélagos étnicos; y extremos de ri-queza inverosímiles, donde el 1 % de la poblaciónconcentra el 90 % de la riqueza, y el 90 % de aquellael 1 % de ésta. De allí que todos, sin excepción, hayansiempre terminado derrumbándose con estrépito.

A despecho de las deleznables hipótesis implíci-tas de la historiografía tradicional, ningún pueblo haadmirado jamás a los “grandes imperios” que lo sojuz-garon. Admiración y pleitesía ha habido, sí, pero demanos de las élites de las naciones sojuzgadas. Lo hanhecho, siguen y seguirán haciéndolo, con alboroso,desbordante simpatía e inocultable identificación,pero no siempre por devoción, pero sí siempre porinterés.

Ello convalida la hipótesis más general de estelibro: cada individuo, cada grupo y cada nación de-fiende y tiene legítimo derecho a defender sus intere-ses: económicos, materiales, familiares, étnicos, sim-patías, aficiones, valores ideológicos y estéticos, etc.Nadie pues podrá negar nunca a las élites hegemóni-cas y a las élites dominadas el derecho a defender losuyo, en este caso, sus intereses económicos, políti-cos, sociales y su espíritu imperial e imperialista, ex-cluyente y segregacionista. A lo que no tienen ningúnderecho es a mentir y a divulgar groseramente que elimperialismo es bueno para todos, cuando en verdadsólo lo es para ellos.

Bajo el mismo principio, nadie puede negar en-tonces tampoco a los pueblos el derecho a luchar por

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su libertad y autonomía, y a aborrecer a todos losnefastos imperialismos que los sojuzgan y les ex-propian la riqueza. Y, por añadidura, nadie puede tam-poco negar a los pueblos el derecho a apreciar y esti-mar los más genuinos espíritus democráticos y liber-tarios.

Y, finalmente, a lo que tampoco tiene derecho lahistoriografía tradicional, escudándose en un presuntoy hasta hoy nunca probado carácter científico y obje-tivo–, es a pretender y seguir machacando tozuda-mente que “su versión de la historia” –elitista y enconsecuencia subjetiva e interesada– “es la verda-dera”, la única, la que los pueblos deben aceptar arajatabla y como válida 170.

Chincha:el pueblo y la élite hegemónica

Pues bien, muy extraña y sospechosa-mente, la cerámica ica durante el período dehegemonía chincha no refleja que ese pueblofuera uno de los grandes adalides del comer-cio internacional.

¿Por qué ese sesgo? ¿Qué lectura pode-mos hacer de esa omisión? ¿Es de verdad re-levante la pregunta? Sí: parece develar inti-midades y debilidades que no muestran ex-plícita ni directamente la forma, ni el color,ni la técnica de producción de la cerámica, encuya auscultación tanto énfasis ha puesto lahistoriografía tradicional, y a pesar de lo cualha llegado a conclusiones tan insustancialesy erróneas.

Veamos entonces nuestra hipótesis, ate-niéndonos a dos hechos concluyentes e in-controvertibles: a) Chincha fue durante si-glos la mayor sociedad marítimo–comercialde la costa surandina –aún más renombrada yprestigiada internacionalmente que la norte-ña Chimú–, y; b) sus “textos” –es decir, sucerámica, textilería y otras artesanías–, para-dójicamente no reflejan aquello.

¿Por qué decimos “paradójicamente”?Pues porque apriorísticamente hay derecho asuponer que el pueblo ica –durante la “Cul-tura Chincha”– debió expresar y exteriorizar,de todas las formas a su alcance, un legítimoorgullo por el enorme desarrollo comercialinternacional, marítimo y terrestre. ¿Por quéno lo hicieron?, cabe entonces preguntarse.

En respuesta, nuestra hipótesis es que lasociedad ica durante la hegemonía chincha síhabría tenido una profunda división y espe-cialización del trabajo, pero muy sui géneris.Así, sólo dos grandes grupos sociales y eco-nómico–productivos asomaban dentro deella.

Uno era el de los altamente especializa-dos y grandes comerciantes internacionales,que además de dominar el mar y sus corrien-tes, sus flotas, tripulaciones y puertos; y elamplio territorio andino y sus vericuetos geo-gráficos, y sus grandes tropas de auquénidos;dominaban grandes mercados; así como pro-ductos y precios mil, y prestigiosos e impor-tantes contactos comerciales internacionalese idiomas.

Pero también –como refiere Del Busto–,dominaban “la balanza y un completo sis-tema de pesas y medidas” 171.

Y el otro sector, por cierto, era pues el delos multifacéticos agricultores–ceramistas-pescadores–textiles.

Uno era pues el grupo de la élite y el otroentonces el de la gran masa de trabajadoresde la sociedad ica. Casi podría hablarse hastade castas. Porque difícilmente los integrantesde la masa tenían cómo acceder socialmentea las posiciones de la élite.

Con un lenguaje y enfoque distinto, DelBusto llega a este respecto sin embargo aidéntica e importantísima conclusión. Dice

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en efecto que la élite chincha, creó “unpoderoso sistema monárquico – burocrático– teológico [...que...], impedía el ascenso so-cial a la masa” 172.

Chincha:aparición de la “propiedad privada”en los Andes

Mas la especificidad de esta originalísimadivisión económico social del trabajo no erasólo su dicotomía extrema. Sino que ponía enevidencia, además, que la sociedad ica fue laprimera y única gran nación en los Andes enla que su élite, la élite chincha, fue eminente-mente comercial. La diferencia con lasociedad de los tallanes fue que en ésta casitodo el conjunto de la sociedad habría estadofundamentalmente orientado al comercio, yno sólo entonces la élite.

Pues bien, el monopolio comercial de laélite chincha representó pues que ella domi-naba:

a) una actividad económica de servicios yproductiva;

b) una actividad económica no agrícola y/oganadera;

c) una actividad económica no asociativa;

d) la actividad económica técnica y tecno-lógicamente de vanguardia, y;

e) la tuvo y controló directamente en susmanos.

Pero, no por simple casualidad, era pre-cisamente el sector económico–productivomás rentable y prestigiado y, lo que es másimportante, era, para entonces, el sector pro-ductivo más moderno, el tecnológicamentede vanguardia.

En el resto de las sociedades e imperiosandinos, tanto el conjunto social como lasélites fueron eminentemente agrícolas. O ga-naderas, como en el caso de las sociedadesaltiplánicas; salvo Tiahuanaco, donde la agri-cultura alcanzó un desarrollo extraordinario,aunque históricamente efímero.

No obstante, ya desde Chavín las élites delas grandes naciones e imperios habían deja-do de tener directamente en sus manoscualquiera de las grandes actividades produc-tivas asociativas de sus sociedades. Se habíanreservado actividades de servicios no produc-tivos, aunque siempre las más prestigiadas y,a la postre, las más remunerativas. En defini-tiva, las que aseguraban la mayor cuota delpoder.

La de Chavín lo hizo controlando en suprimera fase el aparato buro–teocrático; y enla segunda el aparato burocrático político-militar. Las de Wari e Inka, monopolizandoel control de los aparatos burocrático–admi-nistrativo y político–militar. Y otro tanto ha-bría ocurrido en Chimú. Las élites de loslimas, cajamarcas, huancas, cañetes, etc.monopolizando sus correspondientes peque-ños aparatos burocrático–administrativos.

Es decir, salvo en el caso de Chincha, entodas las demás sociedades andinas, las éli-tes, fueran nacionales o imperiales, dirigien-do, organizando y administrando la agricul-tura y/o la ganadería, controlaban sectoresproductivos intrínsecamente asociativos,porque, dadas las limitaciones técnicas y tec-nológicas de su tiempo, eran actividades pro-ductivas todavía intrínsecamente estacio-nales: sólo se podía sembrar en una estación,y sólo en ella; y sólo se debía cosechar enotra, y sólo en ella.

Y otro tanto ocurría en el caso de la ga-nadería: tanto la saca –sacrificio y/o ventamasiva de animales–, como la esquila, sólo

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podían hacerse en temporadas específicas, ycasi exclusivamente sólo en ellas. Así, masi-vamente pues, o si se prefiere, asociativa-mente, tenían que realizarse ésta y aquélla.

Las implicancias del carácter estacional yeconómicamente asociativo de la agriculturay ganadería de entonces –y en gran medidatodavía de hoy en los países subdesarrolla-dos– resultaban –y resultan– enormes. Ellorepresentaba, en definitiva, que también eraasociativa, social o colectiva la generacióndel excedente económico que se producía.Por lo demás, de una u otra manera, antes odespués, todo el conjunto social era testigode cuánto excedente había sido finalmentegenerado.

La generación colectiva del excedenteobtenido implicaba, pues, que la apropiacióny usufructo de la riqueza producida “debían ypodían” también ser colectivos o asociativos.De hecho, toda la sociedad, implícicamenteal menos, tenía el legítimo derecho a velarporque así fuera.

Pero –como veremos más adelante–,salvo el idealismo y la fantasía, nada impli-caba que la apropiación y usufructo del exce-dente “tenían”, necesaria e invariablemente,que ser colectivos. De hecho, también en losAndes se dio la apropiación y usufructo eli-tista y excluyente de la riqueza colectiva-mente generada. Mas, a su turno, esa ex-propiación no implicaba que los demás per-dieran el derecho implícito de enjuiciar, pro-testar y hasta de rebelarse contra aquéllapráctica marginatoria y lesiva.

Por otro lado, a diferencia de la agricul-tura y la ganadería, el comercio no ha sidonunca una actividad productiva intrínseca-mente estacional. Y menos aún cuando, co-mo en el tiempo de la élite chincha, se con-trolaba y actuaba en infinidad de mercados:cuando unos estaban vendiendo otros estaban

comprando, y cuando éstos vendían aquélloscompraban; si en un espacio el fenómenoocéano–atmosférico del Pacífico Sur desatabagraves crísis económico–productivas, en otrosdesataba auges comerciales; así, lo que dejabade venderse a aquéllos lo compraban éstos.

Pero, a su vez, el comercio tampoco hasido nunca una actividad necesaria e intrínse-camente colectiva o asociativa. Ha sido y es,por lo general, una actividad productiva gru-pal y hasta individual. Así, el excedente ge-nerado fue también grupal o individual, se-gún los casos. Y, entonces, el derecho implí-cito a la apropiación y usufructo del mismoera también grupal o individual. Nadie mástenía derecho, ni explícito ni implícito sobreél. Había aparecido, pues, la legítima apro-piación grupal y privada del excedente.

Por lo demás, en el comercio, siendo unaactividad productiva pero no necesariamentecolectiva, nadie más que el protagonista eratestigo de sus éxitos, o de sus fracasos. Ya seaque fueran individuales o grupales. En ausen-cia de testigos, muy rápidamente, la expe-riencia le mostró al comerciante que siempreera más ventajoso dejar de reconocer sus éxi-tos, porque despertaban envidia; y dejar dereconocer sus fracasos, porque acarreabanmofa y descrédito. Así, en función de suslegítimos intereses, el comerciante hizo de la“mentira” una práctica indispensable y unapolítica consuetudinaria.

Así –como los fenicios y griegos en elmar Mediterráneo–, los comerciantes chin-chas se ganaron también aquí –como muyilustrativamente se ha visto–, mala fama ydesprecio generalizados. Mas, para su fortu-na –como también aquéllos–, habían alcan-zado la excepcional condición de “indispen-sables”.

Resta sin embargo aclarar que, ya desdelos siglos IX o X, el comercio internacional,

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pero por sobremanera el ultramarino, se ha-bía convertido en la actividad productiva másmoderna, aquélla que dominaba las técnicasy tecnologías de vanguardia de su tiempo.

Tal como tres o cuatro mil años antes había ocu-rrido en el Viejo Mundo, primero con los fenicios,luego con los cretenses y más tarde con los griegos.

Es decir, la principal actividad económi-co–productiva de los chinchas era pues pre-cisamente aquella que había pasado a ser larelativamente más eficiente y rentable. Y, enconsecuencia, la que generaba a sus protago-nistas los mayores excedentes privada –y le-gítimamente– apropiables.

Culturalmente formados en un mundo a-grícola y mediterráneo, los conquistadorescordilleranos chankas, primero, y sus parien-tes y vecinos inkas, más tarde, fueron inca-paces de percibir el carácter técnica y tecno-lógicamente vanguardista y altamente renta-ble del comercio marítimo internacional. Así,con inadvertida ceguera, los primeros casiexpresamente fomentaron el despegue y con-solidación comercial de la élite chincha; y losúltimos sólo atinaron a seguir dejando esaactividad en aquellas manos extrañas.

Ninguna de ambas élites imperiales, ni ensiglos la chanka ni en décadas la inka, al-canzó a tener conciencia lúcida de su gravísi-mo error. Quizá sólo cuando agonizaban sehabrían percatado de que habían criado loscuervos que contribuyeron a sacarles losojos. Ya era muy tarde cuando repararon enque, en grave error, habían incubado el ger-men de la “traición” final de los chinchas.

Para terminar, mencionemos pues –por-que habremos de desarrollarla más adelante–la que creemos era la última implicancia dela apropiación privada de la riqueza generadapor la actividad comercial: virtualmente cre-aba la imposibilidad de financiar grandes mi-tas masivas para grandes obras públicas, ya

fuera del tipo “gasto” (G) y/o del tipo “inver-sión” (I).

Así, los siguientes cuadros parecen seruna buen extracto de lo que en este acápitehemos venido expresando:

Actividades productivas en Proyectos Nacionales

Agricult. Ganad. Com.

Producción Social Social SocialGeneración de excedentes Social Social SocialDerecho sobre los excedentes Social Social SocialUsufructo de los excedentes Social Social SocialUso de los excedentes I > G I > G I > GEjemplo en los Andes Cañete Pukará Tallán

Actividades productivas en Proyectos Imperiales

Agricult. Ganad. Com.

Producción Social Social Priv.Generación de excedentes Social Social Priv.Derecho sobre los excedentes Social Social Priv.Usufructo de los excedentes Social Social Priv.Uso de los excedentes G > I G > I G > IEjemplo en los Andes Chavín Tiahuanaco Chincha

Entre tanto, pues, la élite chincha habíadejado el resto de las “bagatelas productivas”en manos del “populacho”. Es probable en-tonces que fuera esa discriminación la quediera origen a que los versátiles artesanosicas, en réplica, como reacción de rechazo aese injusto modelo societal, se negaran a de-jar a la posteridad el “retrato cerámico y/otextil” de los exitosos negocios de quieneslos dominaban y excluían.

Era entonces precisamente ese injusto or-den social la razón de la debilidad intrínsecade la sociedad chincha. La élite comercialintuía que, llegada una prueba de fuego, lagran masa de la población la abandonaría asu suerte, para que defendiera, por sí misma,los privilegios exclusivos que había acapara-do en esta etapa de su historia. De allí que,cuando efectivamente más tarde se presentóen toda su crudeza la amenaza inka, “en-viaron sus embajadores suplicando al Incalos perdonase y recibiese por súbditos...”–como nos ha dicho ya Garcilaso– 173.

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La patética escena se repetiría, casi idén-tica, un siglo más tarde ante los conquista-dores españoles en Pachacámac.

En efecto, cuando De Soto llegó a ésta yordenó que se apersonaran con oro y plata loskurakas de los pueblos del entorno, llegandouno en representación de Mala, otro por Yau-yos, un tercero por Cañete, etc., destacó elhecho de que el gran kuraka de Chincha –quenadie atina a decir cómo y cuándo dejó a susuerte al Inka rehén–, se presentó nada me-nos que “acompañado por diez principales”–como precisa Del Busto recogiendo al cro-nista Estete 174–.

Como para que ni De Soto, Estete, y lue-go Pizarro, ni nadie, dudara de nada. Y comopara que la señal se esparciera como reguerode pólvora por todos los Andes. “¡He ahí elaliado!”, resultó siendo entonces la señalimplícita, aunque categórica.

Pues bien, nuestra hipótesis sobre la ori-ginal división social del trabajo en Chincha,conduce a un nuevo y probablemente tam-bién sui géneris fenómeno en los Andes. Enefecto, hasta entonces el grueso de los exce-dentes en las sociedades andinas era de ori-gen agropecuario. Con él se solventaba en elresto del territorio las jornadas de trabajomasivo –mitas– con las que se ejecutarongrandes construcciones.

El excedente del comercio marítimo in-ternacional de Chincha era, en cambio, abso-lutamente distinto: productos raros y cos-tosos para los que en esta etapa prácticamen-te no había mercados tras la caída de Wari.

Larga y muy lenta debió ser pues la recu-peración de los mercados que habrían de sus-tituir a Wari. Entre tanto, y durante buentiempo, los excedentes obtenidos no eransino proporcionalmente magros. Y, como seha visto, no eran susceptibles de usufructo

colectivo sino privado. De allí que Chinchano pudo exhibir las grandes realizaciones ma-teriales colectivas con que, por ejemplo, des-lumbraron los chimú en igual espacio de tiem-po –desde su común liberación de Wari–.

No obstante, la comercial élite de merca-deres de este período concentró en su sedecentral en Chincha (Tambo de Mora) la ma-yor proporción del discreto excedente totalque logró materializarse en la nación.

Resulta sin embargo lógico presumir quebuena parte de los excedentes no materializa-dos en el territorio, eran atesorados por laélite bajo la forma de joyas, perlas y utensi-lios de oro y plata.

Así, mucho de lo acumulado hasta el si-glo XV, habría formado parte del botín deguerra que tomaron los sorpresivos conquis-tadores inkas. Y mucho de lo que –sin duda aespaldas de éstos– atesoró la élite chinchadurante la vigencia del Tahuantinsuyo, vía lacolecta de Pachacámac, y en manos de DeSoto, terminó en la fundición de los 5 993kilos de oro que logró reunir Pizarro en Ca-jamarca –y mucho más que eso, en los saque-os posteriores–.

Chincha y su población:enjuiciamiento a la crítica

Hacia el siglo XV, en el valle de Chinchahabría residido una población de algo más de100 000 habitantes, cuya distribución hipo-tética mostramos en el Cuadro N° 6 (en lapágina siguiente).

En su época el cronista Lizárraga reportó100 mil personas 175; y Torero habla de 100 a150 mil habitantes 176. Las cifras son puesrazonablemente consistentes, pero hemospreferido optar por las más discretas.

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La anotada población urbana del valle deChincha, concentrada mayoritariamente enTambo de Mora, pero también en pequeñospoblados como Pozuelo, Sunampe y Taca-raca, habría representado aproximadamenteun 38 % del total. Del Busto menciona 30000 habitantes en Tambo de Mora 177. Haypues también una razonable consistencia.

La historiadora peruana Liliana Regalado –comose vio en páginas anteriores–, se sorprendió ingrata-mente de nuestras cifras demográficas, expresando notener “idea de dónde se ha obtenido cálculos tan pre-cisos...” –según dijo–.

No era difícil tener una idea de cuál había sidonuestro recorrido para llegar a ellas: a) los totales fi-guraban desde décadas y hasta siglos en los libros; b)varios importantes datos parciales, también –en elcuadro se anota escrupulosamente las fuentes–; c) eldato de la población urbana de Tambo de Mora lohabía proporcionado Del Busto desde tiempo atrás, yen este caso, dadas las características especialísimasde la actividad urbano–comercial de Chincha, era ra-zonablemente consistente con el total general que si-glos atrás había registrado el cronista Lizárraga, y; d)

nuestra única hipótesis fue que la distribución por gru-pos de edad de Chincha fue la misma del Perú subde-sarrollado de la mitad de este siglo. Las demás cifrasno son, pues, sino simples deducciones aritméticas,cuya mayor sofisticación fue aplicar simples reglas detres.

La absurda, injustificada y desproporcionadacrítica contra nuestras cifras debió ser, entonces, unaaireada y justificada autocrítica profesional: “¡¿porqué no hicimos esos mismos cálculos antes, si era tansencillo?!”. Todavía hay tiempo de hacerlo. No sólopara revisar, afinar y eventualmente corregir esascifras, sino porque miles de datos cuantitativos estánaún escondidos entre los más viejos textos de Historia,en espera de ser rescatados (cuando los historiadorestradicionales le pierdan el “temor” a los números y/ocuando descarten del todo su anticientífica fobia con-tra ellos, y/o cuando se tenga conciencia de que locuantitativo ayuda profundamente a la comprensiónde lo cualitativo).

Mas, como en los restantes valles domi-nados por los chinchas la población era casiexclusivamente rural, la de sus centros pobla-dos era pues virtualmente toda la poblaciónurbana de la nación ica de entonces. Asu-miendo que en el resto de la nación se dabanlas mismas proporciones por grupos de edady sexo, la población total de la nación ica,que asumimos en no más de 500 mil per-sonas, habría estado compuesta entoncescomo se indica en el cuadro siguiente.

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Composición Urbana Rural Total

Niños y jóvenes 16 000 26 200 43 200

Hombres 29 000Pescadores 10 000 a/Agricultores 12 000 b/Mercaderes 6 000 b/, c/Otros 1 000

Mujeres 11 000 18 000 29 000

Ancianos 2 000 3 300 5 300

Total 40 000 65 500 105 500

Cuadro Nº 5Población chincha

Elaboración propia.Fuentes:

a/ Kauffmann, Manual..., p. 519.b/ Rostworowski, Mercaderes... (separata citada).c/ Si se incluyeran –con sus esposas e hijos– como

parte de la población urbana, ésta se habría elevadohasta 61 800 habitantes, cifra difícilmente aceptable.

Composición Urbana Rural Total

Niños y jóvenes 16 000 184 000 200 000

Hombres 11 000 126 500 137 500

Mujeres 11 000 126 500 137 500

Ancianos 2 000 23 000 25 000

Total 40 000 460 000 500 000

Cuadro Nº 6Población total de la nación ica

Elaboración propia. El valor de las cifras debe considerarseen orden de magnitud.

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Así, siempre en el siglo XV, la poblaciónurbana total de la nación ica habría sido del 8% de la misma (cifra que es consistente conla que resulta de comparar la población esti-mada de Chan Chan –100 mil habitantes–con la población total estimada de la naciónchimú –1 500 000 personas–).

El cuadro sin embargo muestra tambiénque el contingente máximo de posibles mi-tayos –hombres adultos– de que podía dis-poner la élite chincha era del orden de 137500 personas (27,5 % del total de la po-blación de la nación). Ese conjunto sí era sig-nificativamente menor que el que –aplicandoel mismo porcentaje–, podia disponer la élitechimú al interior de su propia nación, esto es,antes de emprender sus conquistas: algo másde 400 000 varones adultos.

Es decir, la élite dirigente de la nación icasólo podía disponer de un tercio de la capaci-dad de trabajo físico de que disponía su ho-móloga chimú. Más aún: el limitado volumende excedente de que era capaz la economíaica impedía movilizar esos brazos tanto co-mo seguramente hubiera querido hacerlo laélite dirigente.

Todo ello permite entender por qué en esaárea de la costa sur no se dio el fenómeno deconcentración materializada de excedente, enuna magnitud tan grande como la que se dioen el valle de Moche, y cuya mejor evidenciaes Chan Chan.

Los “números”, pues, aunque sólo fuera a títulode simple conjetura o hipótesis, permiten llenar vacíosmuy grandes. Y, tanto o más importante, ayudan a lapostre a enriquecer el análisis y a llegar a conclusionesmás solventes.

El complejo arquitectónico de Tambo deMora, que incluye el “Centinela”, la “Cum-be” y las “Huacas”, no resiste comparacióncon Chan Chan. En dimensiones y en acaba-dos, Chan Chan es el resultado de una con-

centración de esfuerzo y riqueza de magnitudinmensamente mayor, dada la mayor capaci-dad de generación excedente y la mucho ma-yor cantidad de brazos de que pudo disponerla élite chimú.

Tambo de Mora, como Chan Chan, son,sin embargo, las únicas grandes realizacionesurbanas en sus respectivas naciones. Es decir,a cada una de estas naciones correspondió unsólo centro al que convergía la riqueza que secreaba en el resto del territorio. Centro queen ambos casos corresponde, no por simplecasualidad, al lugar de residencia del grupode poder.

En Tambo de Mora destaca la presenciade palacios, fortalezas y templos 178. Ellomuestra que el comparativamente magro ex-cedente generado en la nación ica fue admi-nistrado por la élite de Chincha, preferente-mente, también con criterio consumista, cen-tralista, urbano, ostentoso y oligárquico.

Ha quedado sin embargo, aunque apa-rentemente como el único ejemplo de inver-sión en el área, un gran sistema de irrigaciónen la parte alta del valle de Pisco 179, a más de40 kilómetros de Chincha y separado de éstapor una franja desértica.

¿Por qué en el valle de Pisco y no en el deChincha? ¿Quién y cuándo ejecutó esa valio-sísima inversión? ¿Acaso el propio pueblopisqueño, antes de que cayera bajo la hege-monía de Chincha? ¿No resulta coherenteesta conjetura? Porque nada sugiere que laélite urbana y marítimo–comercial de Chin-cha hubiera volteado algún día a atender lasexpectativas e intereses de los agricultores dePisco, Ica, Palpa, ni de Nazca, y acaso ni delpropio valle de Chincha. No obstante, la obraha quedado como evidencia rotunda de laconciencia en los pueblos de alternativas másproductivas que la del despilfarro en la uti-lización del excedente.

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Así, puede sostenerse que de una u otramanera, con mayores o menores niveles deconciencia, virtualmente todos los años al fi-nal de cada cosecha, todos los pueblos advir-tieron de la necesidad de decidir sobre el des-tino del excedente: consumo y/o inversión.

El Estadoy el dilema consumo – inversión

Los grupos y naciones tenían poblaciónnumerosa. Dispersa en territorios más o me-nos grandes, en muchas de cuyas distintasporciones existían serios problemas de acce-so. Esos factores atentaban contra la adop-ción de formas deliberantes y plebiscitariaspara decidir el uso del excedente. No todoslos habitantes, pues, tenían posibilidad efec-tiva de participar en las decisiones.

Los pueblos, sin embargo, desde muchossiglos atrás, conocían mecanismos de dele-gación del poder: estaban organizados jerár-quicamente. Era a los dirigentes, entonces, aquienes correspondía decidir sobre el uso delexcedente, en representación del conjunto desu sociedad.

La relación “kuraka – resto del pueblo”no era igual en todo el espacio andino. Enalgunos pueblos, en efecto, el kuraka era“uno más” de los habitantes. Es decir, habíauna relación igualitaria, simétrica, entre él yaquellos a quienes lideraba y representaba.En estos casos se daba una típica configu-ración social homogénea en la que, por logeneral, el kurakazgo era rotativo. Un ejemp-lo paradigmático y especialísimo de este ti-po fue quizá el del pueblo cañete.

En los pueblos y naciones más numerosasla situación era casi siempre distinta a la des-crita. La cúspide del poder la ocupaba ya nouna persona, sino un grupo: la élite dirigente,

en cuyo más alto sitial se ubicaba un grankuraka.

De la historia de la élite dirigente deChincha se dice que el kuraka gobernante almomento de la conquista inka habría sidoGuavia Rucana –según refiere Del Busto 180–.Ese nombre, como se sabe, provino de ver-siones orales recopiladas por los cronistasespañoles.

Mas entre éstas y el momento en que sehabía producido la conquista inka de loschinchas habían pasado tanto como 120 años.Se interponían, pues, no sólo el tiempo, sinola influencia de los usos y costumbres inkasy su idioma, y las distorsiones fonéticas enlas que seguramente incurrieron los propioscronistas y los intérpretes nativos a los querecurrieron.

“Rucana” no es sino una deformación de“lucanas”, gentilicio del pueblo –hoy ayacu-chano– de las alturas al este de Nazca (véaseel Mapa N° 25, pág. 241). Es pues muy pocoprobable que un lucanas, cordillerano medi-terráneo, haya llegado a ser el gran kurakade los chinchas durante el apogeo marítimo-comercial de éstos. Parece entonces un datopoco confiable. Más probable es, en cambio,que Guavia Rucana hubiera sido kuraka delos nazcas, por ejemplo.

En las grandes naciones los máximosgobernantes de este período muy probable-mente ya no tenían carácter rotativo. Es másverosímil que fueran vitalicios y hereditarios.

Desde muy antiguo se había establecidouna relación asimétrica, inequitativa, entrelas élites y el resto de los pobladores de cadanación. Era el caso de las sociedades confi-guradas en estratos. En ellas se marcaba yreconocía con claridad las diferencias de de-rechos y obligaciones de los miembros de losdiversos estratos.

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Eran sociedades jerarquizadas en las quela inequidad se reflejaba, precisamente, a lahora de administrar el excedente generadopor toda la sociedad. El caso de la sociedadchimú fue quizá el más representativo de estegénero.

La división social en estratos implicaba,entre otras cosas, insistimos, que cada uno delos grupos o estratos tenía, objetiva y nece-sariamente, un conjunto de intereses distintode otro: IK ≠ IE ≠ IC. Además, el conjunto deintereses del grupo dirigente era, siempre,mayor que los conjuntos de intereses de losgrupos dirigidos: IK > IE > IC.

Con intereses distintos cada grupo tenía,entonces, conjuntos distintos de objetivos:OK ≠ OE ≠ OC. Sus respectivas aspiracionesno eran pues las mismas y menos idénticas.

Así, cada vez que había que decidir el usode la producción excedente, se estaba, invo-luntaria pero ineludiblemente, frente a por lo

menos dos disyuntivas sucesivas: a) consu-mo vs. inversión –con infinidad de solu-ciones alternativas–, dependiendo de cuántose destinaba a ésta y/o a aquél, y; b) alcanzarlos objetivos del grupo dirigente, o, en sudefecto –y también con todas sus variantesposibles– los objetivos de todos o algunos delos otros grupos sociales.

La decisión final aparecía después deenfrentar hasta dos series de respuestas alter-nativas –en típicos árboles de decisión–. Porlo general eran procesos casi mecánicos. Nosiempre los protagonistas eran concientes dela racionalidad con que actuaban cada vezque tomaban una decisión.

A la postre, concientemente o no, los diri-gentes resolvían sus disyuntivas siguiendo unesquema lógico como el que se presenta en elGráfico N° 49.

• Dado que el excedente sólo puede tenerdos usos –y nada más que dos–: consumo

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 266

Kuraka / Grupo dominante de la nación hegemónica

Int. Obj. Int. Obj.

I k O kEspecialistas de la nación hegemónica y

grupos dominantes de los pueblos conquistados

Población / Campesinos de la nación hegemónica

Campesinos de lospueblos conquistados

Mitimaes y yanaconasprisioneros de guerra

Especialistas de los pueblos conquistados

I E O E

I C O C

I c O c

I m O m

I e O e

I p O p

I K O K

Sociedad poco estratificada Sociedad muy estratificada

Gráfico Nº 48Intereses y objetivos en la estratificación social

Page 81: Pulsando aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en

(C) o inversión (I), la primera disyuntivaera definir en qué proporción se usaba elexcedente disponible para cada uno de e-sos propósitos: ¿todo a consumo?, o,¿cuánto a éste y cuánto a inversión?

• Y luego –a través del destino específicodel excedente–, quedaba definido qué gru-po (o grupos) resultaban finalmente bene-ficiarios: la élite dirigente (“e”), ella yotro grupo, o toda la sociedad (“T”).

Es decir, implícita pero indefectible-mente, se tenía que optar entre alcanzar losobjetivos de unos, otros o todos los miem-bros de la sociedad. Muy difícilmente –quizásólo por excepción– se daban solucionestransaccionales, de concertación. Así, aunqueinadvertidamente, cada vez que se tomó unadecisión se adoptó por una de entre no menosde diez soluciones posibles.

Una de ellas, por ejemplo, era la soluciónfinal “3”: destinar la mayor proporción delexcedente a consumo (C > I). Piénsese en loscasos en que, al finalizar la temporada agrí-cola, se tomaba la decisión de destinar el 70% del excedente a solventar la construcciónde un nuevo palacio para el kuraka (consumoindirecto ostentoso), y el restante 30 % dedi-carlo, por ejemplo, a concretar la construc-ción de andenes o canales de riego.

En esas circunstancias, y a menos que sereconsiderara la decisión adoptada, habíanquedado efectivamente desechadas nueveposibles soluciones, entre ellas, por ejemplo,la solución “8”: aquella en que, para benefi-cio democrático de toda la población (T), elexcedente se destinaba más a inversión re-productiva (andenes, canales de irrigación,etc.) que a consumo improductivo (I > C).

Es decir, considerando sólo tres variables–uso, proporcionalidad de la distribución ybeneficiarios–, la utilización del excedentetenía un amplio espectro de soluciones posi-bles, y no sólo las diez que esquemática-mente hemos presentado. De hecho, muchasde las “soluciones básicas” encierran un con-junto de matices.

Así, en la solución “8”, si bien se da énfa-sis a la inversión sobre el consumo en be-neficio de toda la población, no se obtendríanlos mismos resultados destinando al consu-mo el 40 % del excedente que, por ejemplo,destinando sólo el 5 %.

De allí que, en ese sentido, cualquiersolución que se adoptara no fue nunca laúnica disponible. Y, menos aún, la “decisiónnatural” –como implícitamente dejan entre-ver generalmente los textos de Historia,cuando presentan las realizaciones ostentosasde muchas civilizaciones, como si hubieransido las únicas posibilidades de destino delos excedentes generados por sus pueblos.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 267

Exc. Uso Proporc. Benef. Soluc.

5

6

3

4

1

2

7

8

9

10

e

TC = 100%

e

TC > I

e

TC = I

e

TI > C

e

TI = 100%

C y/o I

C y/o I

C y/o I

C y/o I

C y/o I

$

Gráfico Nº 49Diagrama básico de alternativas

y opciones de consumo e inversión

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En los Andes –como muestra el GráficoN° 50–, los distintos usos que se dio a losexcedentes tuvieron muy diversos destinos,ya fuera como consumo o como inversión.

Mas a diferencia de lo que había ocurridoen los períodos de dominación imperial–Chavín y Wari–, en los períodos de auto-nomía, cualesquiera fueran las combinacio-nes consumo–inversión que se adoptase, to-das tenían un importante común denomi-nador: el excedente, al fin y al cabo, se uti-lizaba dentro del propio territorio del puebloo de la nación en cuestión.

Haciendo uso interno del excedente, lospueblos fueron alcanzando mayor desarrollo

material. Y la población andina creció hastallegar posiblemente a más de siete millonesde habitantes en los albores del siglo XIII–según presentamos en el Cuadro N° 7–.

Éste es el primer cuadro en el que, para efectoscomparativos, hemos podido incorporar la poblaciónde Europa (que presumiblemente era sólo la de Euro-pa Occidental) 181.

No debe extrañarnos la gran similitud en la formade las curvas que grafican la evolución de las tasaspromedio de crecimiento y decrecimiento por siglo delas poblaciones. Al fin y al cabo –como se ha dichobastante atrás–, la curva de evolución de la poblaciónandina ha sido construida a partir de la correspondien-te de la población mundial.

La brecha entre las curvas, o si se prefiere lasmayores tasas de crecimiento en Europa, reflejan el

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 268

Gráfico Nº 50Alternativas tradicionales de consumo e inversión en los Andes

Excedente Uso Beneficiarios Casos típicos

festividades

alimentos, vestidos, joyas

templos, plazas públicas,sistemas defensivos

palacios, ciudadelas

andenes, canales, caminos

Pueblo

Élite

Pueblo

Élite

Inversión

Consumo

Consumo

Uso directo

Uso indirecto

Excedente

Pueblo y/o élite

Año Población Tasa prom.aC (millones) crec. / siglo

Perú Europa Perú Europa

1 000 5,5 42,01 100 6,2 48,0 12,7 14,3

1 200 7,3 61,0 17,7 27,1

1 300 8,2 73,0 12,3 19,7

1 400 9,2

Cuadro Nº 7Población 1 000 - 1 400 : Perú - Europa

10

15

20

25

1100 1200 1300

Europa

Perú

Tasa promedio de crecim. / siglo30

Page 83: Pulsando aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en

significativo mayor avance en alimentación, higiene ymedicina que hacia esos siglos había alcanzado Euro-pa en comparación con el mundo andino.

Como también se ha visto antes –cuando ha-blábamos del Fenómeno océano–atmosférico del Pa-cífico Sur, y cuando hablábamos de la caída del Im-perio Wari–, la caída de la población europea en elsiglo XIII –entre 1200–1300 dC–, habría estado rela-cionada con graves alteraciones climáticas que, enaquella área del planeta, habrían empezado a manifes-tarse desde 1240.

Si el fenómeno –como bien puede presumirse–,fue de alcances planetarios, también entonces la po-blación andina habría comprensiblemente decrecido.Así, tendría pues asidero objetivo asumir que efectiva-mente ese descenso poblacional se produjo también enlos Andes, como lo señalan las cifras y la curva.

El avance técnico que se acumuló en agri-cultura, ganadería, pesca y minería durantelos siglos XI y XII permitió que, cada vez enmenos tiempo, o con la participación de me-nos trabajadores, pudiese extraerse o pro-ducirse todo lo que la población y los merca-dos de trueque demandaban. Cada vez fuemayor el tiempo de ocio y creciente el nú-mero de trabajadores, días y horas de que po-dían disponer los kurakas y las élites para laejecución de obras.

El trabajador desruralizado se hizo citadi-no, ya sea como artesano o como constructor.Y sin participar más en el proceso de pro-ducción de alimentos, tenía garantizado elsustento con el excedente agrícola o ganade-ro que generaban los productores rurales.

Los constructores, como los soldados, o-ficiales, sacerdotes y otros especialistas, for-maban ahora parte del aparato estatal que dehecho había quedado formado.

De manera imperceptible se había estadoconcretando pues otro cambio en la sociedad:la vieja y primigenia relación “familia–jefe-familia” había pasado por “pueblo–kura-ka–pueblo”, y, al cabo de muchos siglos,

devino en “nación–kuraka–nación”, para ter-minar en una relación “nación–Estado-nación”.

Mas el tránsito “jefe de familia –> kuraka–> grupo dirigente –> Estado” no fue un pro-ceso de simple y caótica agregación de gen-tes y de responsabilidades. Mucho tiempoatrás, el kuraka había organizado, a partir deél y en torno a él, al grupo dirigente. Y, de lamisma manera, a lo largo de siglos, el grupodirigente organizó en torno a sí el aparatoestatal.

En éste el kuraka ocupaba la posiciónmás alta. Sus allegados, relacionados fami-liarmente, desempeñaban los puestos demayor jeraquía. Y conforme decrecían lasresponsabilidades, decrecía el estrato socialal que pertenecían los componentes del apa-rato estatal. Es decir, y como no podía ser deotra manera, el Estado reproducía la estratifi-cación que se daba en el conjunto de toda lasociedad.

Resultaban remotos los tiempos en que elsustento y los pequeños privilegios del kura-ka del ayllu representaba sólo una fracciónpequeñísima del excedente que creaba unpueblo. El Estado, en cambio, para el susten-to de sus numerosos componentes, absorbíaahora porcentajes cada vez mayores de recur-sos económicos. Y con eso quedaba asegura-do que, por lo menos en la fracción corres-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 269

Gráfico Nº 51Sociedad y Estado

Sociedad

Estado

Page 84: Pulsando aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en

pondiente al sustento de los gastos del Esta-do, gran parte del excedente tendría como finel consumo, en detrimento cada vez mayorde las disponibilidades para inversión.

En las nuevas circunstancias, era pues elaparato estatal el que decidía, en nombre delconjunto de la sociedad, el uso del excedente.Y en ese naciente Estado, la responsabilidaddecisoria más importante recaía a su vez en elgrupo dirigente, con el kuraka a la cabeza.

Así, la responsabilidad y los derechos co-lectivos habían quedado finalmente indivi-dualizados: el Estado decidía en nombre detoda la Sociedad; la élite en nombre del Esta-do; y, en definitiva, el kuraka en nombre de laélite.

A la postre, pues, el kuraka –con a losumo su entorno inmediato (no siempre ho-nesto, no siempre sensato, no siempre objeti-vo)– decidía en nombre de toda la Sociedad.Cómo negar que en dicha presunta “repre-sentación” o “delegación de funciones” esta-ba la esencia misma de cuantas sesgadas,arbitrarias y privilegiantes decisiones se to-maban –y toman–.

Era esa élite la que decidía las distintasmodalidades de uso directo (o consumo pro-piamente dicho), al cual destinar una partedel excedente: consumiendo alimentos ybebidas en festividades públicas; proporcio-nando vestidos y otras prendas finas traba-jadas por artesanos estatales; y produciendojoyas por mediación de mineros, metalurgis-tas y orfebres estatales, o adquiriéndolas defuera. En todos los casos, para el uso de laélite y el kuraka.

En nombre del Estado, el mismo grupodirigente decidía, además, las formas de usoindirecto del excedente. Ya sea disponiendola construcción de obras que a la postre sig-nificaban formas indirectas de consumo,

público o privado, como los templos, pala-cios o fortalezas. O decidiendo la materia-lización de inversiones, es decir de obras quepotencialmente eran capaces de generar otravez excedente: andenes, canales de riego ocaminos por ejemplo.

Definiendo los diversos usos y las pro-porciones de excedente que se destinaba acada uno de ellos, el kuraka y el grupo diri-gente estaban también decidiendo de hecho–y aunque no necesariamente de modo ex-plícito–, quiénes iban a ser los beneficiarios.O –reiteramos–, cuál o cuáles iban a ser losgrupos cuyos objetivos habían sido implícita-mente privilegiados.

La ubicación geográfica de las obras teníagran implicancia en los pueblos y naciones:beneficiaba directamente a los pobladoresdel área circundante a donde se materializa-ban, y, de manera indirecta –o, simple y lla-namente, no los beneficiaba–, a los de lasáreas alejadas.

Esa localización de las obras podía ha-cerse dando énfasis a la dispersión en el te-rritorio o a la concentración en un área deter-minada. Mas no era suficiente hacer la dis-criminación geográfica. Escogida la locali-zación era necesario decidir si la obra se ubi-caría en el ámbito rural o en el urbano del te-rritorio seleccionado. Sólo después quedabadefinido –de hecho– qué grupo de la pobla-ción sería, directa y finalmente, beneficiariode la obra.

La incorporación de estas dos nuevasvariables –localización (dispersa o concen-trada) y el ámbito (rural o urbano)– aproximacada vez más el “Diagrama de alternativas yopciones de consumo e inversión” a su ver-sión más verosímil.

Así, las que en la versión original (Grá-fico Nº 49, pág. 267) eran diez soluciones

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 270

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posibles, resultan entonces en no menos decuarenta posibilidades, por cada una de lascuales realmente podía optarse.

Si se optaba por ejemplo por construir unreservorio de agua en el centro geográfico dela nación, en esa ubicación, la obra no cum-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 271

Gráfico Nº 52Diagrama desarrollado de alternativas y opciones de consumo e inversión

Excedente Uso Proporc. Localizac. Ámbito Benef. Soluc.

$

uc

R

uD

R

uc

R

uD

R

uc

R

uD

R

uc

R

uD

R

uc

R

uD

R

e 1T 2e 3T 4e 5T 6e 7T 8

e 9T 10e 11T 12e 13T 14e 15T 16

e 17T 18e 19T 20e 21T 22e 23T 24

e 25T 26e 27T 28e 29T 30e 31T 32

e 33T 34e 35T 36e 37T 38e 39T 40

C = 100%

C > I

C = I

I > C

I = 100%

C y/o I

C y/o I

C y/o I

C y/o I

C y/o I

Page 86: Pulsando aquí puede acceder al texto completo del Tomo II en

plía el mismo objetivo si se erigía en el ám-bito rural, con fines agrícolas, o si se cons-truía en el ámbito urbano. Y si se optaba poresto último, los beneficiarios no serían losmismos si el reservorio se destinaba paraabastecer de agua a la élite o, en vez de ello,al resto de la población citadina.

Para la construcción de una vía o de unedificio se seguían, aunque no deliberada-mente –insistimos–, los mismos pasos. Alfinal, la vía podía servir a toda la sociedad osólo a un grupo de ella. Si se emprendía laconstrucción de un palacio, era evidente queéste iba a servir sólo y directamente al kura-ka y al grupo que lo rodeaba. El resto de lapoblación sólo podía resignarse a “usufruc-tuar” del prestigio que la magnitud de la obraeventualmente reportaba en comparación conlas de los pueblos vecinos.

Cuando el Estado, a través de la élite quelo controlaba, decidía qué construir, estabapues decidiendo acercar o no a los distintosgrupos de su sociedad, a la materialización opostergación de sus objetivos. Y así, de ma-nera generalmente sutil, muchas veces rodea-do de discursos engorrosos y encubridores,estaba decidiendo qué grupo o grupos obten-drían mayores beneficios, y cuáles quedabanpostergados.

Cada vez que el naciente Estado optó poruna obra, estuvo beneficiendo más a ungrupo que a otro. O beneficiendo a un grupoy perjudicando a otro u otros. Ello era objeti-vamente así, independientemente de si loskurakas y el resto del grupo dirigente eran ono conscientes de ello.

Frente a un espectro tan amplio de dis-yuntivas como las que muestra el último“Diagrama desarrollado de alternativas yopciones de consumo e inversión” (GráficoNº 52), ¿optaron de manera azarosa, unas ve-ces por una solución y otras por una muy dis-

tinta? ¿O, por el contrario, fueron consis-tentes y recurrentemente adoptaron siemprela misma solución o el mismo conjunto bási-co de soluciones?

¿Actuaban de manera arbitraria, de modotal que los beneficios que se alcanzaban enunas ocasiones quedaban neutralizados conlos perjuicios o postergaciones en otras? ¿O,por el contrario, fueron coherentes y adop-taron soluciones de las que al menos un gru-po obtenía siempre beneficio?

De hecho, fueron consistentes y cohe-rentes. Mas, ¿a la luz de qué criterio las deci-siones que cotidianamente se tomaron a lolargo de esos siglos fueron consistentes ycoherentes?

En condiciones de libertad o autonomíanacional, las élites dirigentes, como cual-quier otro grupo humano, decidían y actua-ban en función de sus intereses y objetivos.Cada vez que estaban frente a una disyuntiva,optaban pues de manera tal que quedaranprotegidos “sus” intereses y pudieran alcan-zar “sus” objetivos.

Así, coherentes y consistentes consigomismas –aunque siempre en la miope pers-pectiva del corto plazo–, las élites se benefi-ciaron, larga y sistemáticamente, por encimadel resto de sus sociedades.

De ese modo, hacia el siglo XII dC mu-chos dirigentes pertenecían a minorías quecada vez se diferenciaban más del resto desus respectivas naciones, acentuando su ca-rácter urbano. Sus intereses eran discrimina-toria y eminentemente citadinos. Y, por con-siguiente, sus objetivos eran tambièn segre-gacionistamente urbanos.

En la disyuntiva consumo / inversión, losgrupos dirigentes –ahora entendemos bien por-qué–, por lo general optaron, reiterativamen-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 272

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te, por una fórmula que dio énfasis al con-sumo, geográficamente concentrado, de ca-rácter urbano, y dirigido, fundamentalmente,en beneficio de sí mismos. Esto es, por laopción “9” que se ha destacado en el GráficoN° 52.

Las viejas experiencias de Chavín, Mo-che, Nazca, Tiahuanaco y Wari; y las de Chi-mú y Chincha en la etapa de la historia quevenimos analizando, son concluyentes. Maslos emperadores inkas harían también lo pro-pio –como a su turno lo harían los virreyes yla Corona de España, y la aristocracia, la oli-garquía y, hoy, la presunta “tecnocracia” re-publicana.

ruano occidental, costeño y cordillerano. Co-rrespondía, nada menos, que al área de lo quehoy son los departamentos de Arequipa, Mo-quegua y Tacna, que, en conjunto, consti-tuyen –hoy– la segunda área económico-social más importante del Perú, después deLima. Pero que, en el pasado, no fueron cunade ninguna de las más grandes civilizacionesandinas.

Nuestros propósitos, aquí, serán: a)mostrar cuán rica ha sido por el contrario lahistoria de esa gran porción del territorio pe-ruano, aun cuando en efecto no logró incubary desarrollar ninguna gran civilización, y; b)tratar de desentrañar las causas objetivas deese fenómeno histórico–social tan especial.Esto último en particular porque, descuidadacompletamente su atención por la historio-grafía tradicional, sigue siendo un enormevacío en la conciencia histórico-social de losperuanos.

Ateniéndonos a las fuentes más conoci-das y divulgadas de la historiografía tradi-cional, poco o nada podía decirse de eseamplio espacio. Su historia antigua casi noaparece en esos textos. En muchos de loscuales ni siquiera se cita una sola vez eseespacio. Y en otros no merece siquiera unsubtítulo para referirse a los pueblos que allíhabitaron 182.

¿Fueron verdaderamente Arequipa, Mo-quegua y Tacna tierras sin historia? ¿O esmás bien una historia sin Historia? Ni lo unoni lo otro. Ahí están, entre otras, las extensasy meticulosas versiones de Eloy Linares Má-laga y de José María Morante, a las que yahemos citados varias veces.

El territorio del extremo suroccidentalperuano –entre los valles de Yauca y Caplina(véase el Mapa N° 19, pág. 212)–, es sin du-da muy especial. Es quizá, el área de más fre-cuentes y violentos movimientos terráqueos

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 273

Gráfico Nº 53Excedente, Nación, Estado

Estado Generación Decisión Ejecución Usufructodel Exc. de Uso

Democrático Todos Dirigentes Constructores Todos

Oligárquico Nación Estado Estado Élite

Así, en el período de consolidación de lasnaciones andinas, los pueblos asistieron a laprofusión de Estados oligárquicos. Sólo ex-cepcionalmente, confirmando la regla, sedieron Estados democráticos: el de Cañetehabría sido el mejor ejemplo. Y todo pareceindicar que otro tanto habría ocurrido en losvalles de Lima, pero también en el extremonorte, entre los tallanes.

El extremo sur:una historia sin Historia

En la primera edición de Los abismos delcóndor, buena parte de nuestros mapas deja-ban un extraño vacío en el territorio surpe-

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de los Andes. Sean de origen tectónico, porsu cercanía a la placa de Nazca; o de origenvolcánico. Sus temblores de tierra resultanabsolutamente incontables. Ocurren, sobretodo en Arequipa, casi diariamente –paradecirlo con buena dosis de patetismo, aunquerigurosamente no exento de verdad–.

Sus destructivos terremotos, aunque notan frecuentes, lo son lo suficiente para quese le considere el área sísmica más activa delPerú y quizá de toda América. Desde que haytestimonios escritos –o modernas investiga-ciones–, y hasta la primera década del sigloXX se han registrado, cuando menos, en losaños 1300, 1582, 1599, 1600, 1604, 1687,1725, 1784, 1802, 1821 y 1903 183.

Algunos de ellos, como los de 1599, 1604y 1868, originados quizá en las profundi-dades del océano, dieron origen además amuy destructivos maremotos que asolaronsus costas.

Y otros han sido un subproducto de vio-lentísimas erupciones volcánicas. Como la de1300, que asoló totalmente una enorme por-ción del territorio sur peruano. O los de 1600y 1802, a consecuencia de las erupciones delTutupaca, en la zona cordillerana de Tacna, yel Huaynaputina, en Omate, el área cordiller-ana de Moquegua.

La más antigua referencia a una catástrofede origen volcánico está contenida en Otoya ylos gigantes, una poco conocida leyenda re-cogida por el jesuita y cronista español AnelloOliva 184. Allí se refiere que sobre Ocoña –a laque identifica como Otoya–...

llovió copos de fuego, de manera queconsumió y abrasó a todos sus habi-tantes.

Como todos esos desastres naturales de-bieron ocurrir también en la más remota an-

tigüedad, puede presumirse que esa sis-temática, impredecible y destructiva violen-cia de la naturaleza ahuyentó al hombre du-rante muchísimo tiempo en ese espacio delos Andes. No obstante –como se ha visto enel Mapa N° 7–, hay evidencias de ocupaciónmuy remota en el área.

Quizá haya sido la violencia de la forma-ción geológica del área, la que le ha dado a lacosta del extremo sur una configuración to-pográfica sumamente distinta a las del centroy norte peruano, por ejemplo.

Cualquiera de nuestras representacionesgráficas completas del Perú –como el citadoMapa N° 7–, muestra que es en el extremosur donde más retirada de la ribera oceánicase encuentra la línea de las cumbres de lacordillera Occidental. Ello podría hacer pen-sar que esa costa es entonces amplísima.

Paradójicamente no sólo no es así. Sinoque casi podría decirse que el sur peruano notiene costa. Las estribaciones cordilleranasllegan, en la mayor parte de ella, hasta elborde mismo del océano.

Así, sin excepción, desde que nacen hastasu desembocadura en el mar, sus muy diver-sos valles son estrechísimos. Algunos de e-llos, flanqueados por montañas hasta sumisma desembocadura en el océano, como elYauca, Sihuas y Ocoña –que, como parte desu recorrido de 270 kilómetros, forma en suparte alta el famoso y más profundo cañóndel mundo, el de Cotahuasi–, se ensanchanapenas uno a dos kilómetros cuando sólorestan cuatro o cinco para llegar al mar. Re-sultan, pues, valles minúsculos, incapaces deasentar grandes poblaciones y, menos, de sol-ventar el desarrollo de grandes culturas.

Dicho territorio, sin embargo, alberga aotro de los ríos más largos de la costa perua-na, y de mayor descarga anual: el Colca-

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 274

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Majes–Camaná, de 210 kilómetros de reco-rrido. Y es, además, uno de los pocos de lacuenca del Pacífico con agua todo el año. Enlos meses de sequía arroja al mar 30–40m3/seg. Y en los meses de avenida tanto omás que 1 000 m3/seg. Podría entonces pen-sarse que, cuando menos en torno a él, habríapodido formarse y sustentarse una civili-zación importante.

Mas ello tampoco fue posible. Como to-dos los del extremo sur, corre encajonadodurante el 95 % de su recorrido.

En las alturas cordilleranas, forma elcélebre Cañón del Colca. En su penúltimotramo, forma un pequeño valle de llanuraalta, en Majes, y vuelve a circular encerrado.Finalmente, alcanza a abrirse nuevamente, aescasos kilómetros del océano, dando formaal amplio abanico del valle de Camaná que,

siendo el más grande de la costa sur, no al-canzó nunca a ser un gran centro agrícola.

Y es que dos fueron todavía sus adicio-nales agravantes restricciones. De un lado, elhecho absolutamente inusual de que el ríollega a la costa paralelo a ella y, tras estre-llarse en la montaña norte del valle final,desemboca en la planicie de Camaná.

Así, en los períodos de avenida, nuncafue precisamente una bendición: sus aguasrompientes salían despedidas en todas direc-ciones, inundando íntegramente el pequeñogran valle, y formando un complejo delta conlagunas y zonas húmedas y pantanosas casipermanentes –de allí el carácter palúdico yinsalubre que insistentemente le atribuyeronlos conquistadores españoles; tradición yconcepto que ha estado presente hasta bienentrado el siglo XX–.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 275

Chivay3 630 msnm

Estribacionesde la cordillera

Mollendo Mejía

cultivosde secano

Colca Arequipa

cultivosbajo riego

cultivosde secano

Majes

cultivosbajo riego

Quilca

cultivosbajo riego

Camaná

cultivosbajo riego

Huaca-puy

totoralespantanos

cultivosde secano

cultivosde secano

Camaná (4)

Characta600 msnm

Huacapuy (1)

Dehesa

Chule (3)

Pucchún (2)

La Punta

Cerrillos

Valle antiguo

Totorales y zona pantanosa

Moderna expansión agrícola

Playas

Estribaciones de la cordillera

4-5 Kms.2 Kms.1 Km.

Gráficos no están a escala

Aplao620msnm

Valle deMajes

Quilca

Valle deColca

Aplao620

msnmValle de

Arequipa2 330 msnm

R. Chili

Quilca80

msnm

Arequipa2 330 msnm

Anexo N° 10Los ríos del surperuano: grandes limitaciones para la agricultura

R. Camaná

Lagunas

Valle deQuilca

R. Sihuas

R. Vítor

R. Colca

R. Camaná

R. Majes

R. Tambo

Valle deCamaná

5 - 6 Kms.

(1)

(4)

(2)(3)

Canco3 630msnm

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Y, de otro lado, cuando no era el río, eraentonces el mar el que inundaba con ciertafrecuencia el valle, además de los terriblesmaremotos a los que ya hemos aludido. Muyprobablemente esas fueron las razones porlas que, salvo Chule, remoto pueblo de pes-cadores, las otras dos ocupaciones más an-tiguas de Camaná, Huacapuy y Pucchún, seubicaron en partes altas –como se apreciacon claridad en el detalle del gráfico–.

Tras la prolongada ocupación de los másremotos y escasos pobladores originales, secree que aparecieron los changos, cohabitan-do con aquéllos en playas, lomas y valles–excepción hecha probablemente del de Ca-maná, por su insalubridad–.

Dice Morante que habrían sido tambiénrecolectores–cazadores. Y que la tradiciónlos reputa descendientes de “gigantes” 185.Quizá ha dado pie a esa versión, la ya citadaleyenda recogida por Anello Oliva 186, que ha-bla precisamente de seres excepcionales. Así,refiere de la llegada a Ocoña –57 kilómetrosal norte de Camaná–, de...

unos gigantes tan disformes y temerariosen el aspecto, cuanto crueles en las o-bras; éstos tiranizaron la tierra y se hi-cieron señores de todos...

Esos presuntos gigantes changos, comolos moches y mochicas del norte, construíanligeras embarcaciones de pesca “caballitosde totora”, con los arbustos de las lagunas ydemás zonas húmedas próximas a las desem-bocaduras de los ríos. No resulta extraño porello que, en el área de la llanura de Majes,hayan sido encontrados además petroglifosantropomorfos de gran parecido con los deAlto de las Guitarras, en el principal valle delos moches: Chicama 187.

Por lo demás, Morante sugiere que, en suorigen, los changos podrían tener algunarelación con la misma enigmática migración

que en el norte pasando por moches y mochi-cas, habría derivado finalmente en la forma-ción de la Cultura Chimú, y en el sur pasan-do por paracas y nazcas, en la de Chincha 188.

Una vez más, entonces, estamos ante lasombra de sechín:

a) la reiterada versión historiográfica deuna nunca bien precisada “enigmáticamigración”;

b) “changos”, gentilicio de irrecusable o-rigen mexicano;

c) “gigantes”, como los de la tradición deCajamarca;

d) “crueles”, como se mostraron los se-chín en sus monolitos;

e) “caballitos de totora” y “petroglifos an-tropomorfos”, como los de los moche.

Por añadidura, Ca–maná, el nombre másimportante de esa larga costa, parece tenertambién inocultables raíces centroamerica-nas. Él –y el ya visto Quil–maná de Cañete–,tienen la misma terminación que Cu–maná,un célebre poblado antiguo de Guatemala 189.

Y asimismo, las mismas poco frecuentessílabas iniciales de Cama–guey y Cama-juaní, en Cuba; y Cama–guán, en Venezuela.Por transposición de sílabas, tiene una tam-bién inocultable filiación fonética nada me-nos que con Pa–namá. Y eventualmente hastatiene filiación con el Ata–cama de Chile.

A su vez, los otros tres más antiguostopónimos del valle de Camaná: Hua–capuy,por la partícula “hua”, y Puc–chún y Chu–le,por la “ch”, sugieren otro tanto. Mas, comotambién se ha advertido en páginas prece-dentes, Chule parece ser una deformación delChu–lec original, cuya terminación “ec” esirrecusablemente de origen centroamericano.

Por último, del entorno cercano a Cama-ná, Yauca, Otoya –hoy Ocoña–, Chira, Quil-

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ca, Sihuas, Majes, Cahuacho, Chala, Chá-parra, Huanuhuanu, Jaqui, Quicacha, y mu-chos otros en las zonas altas de los valles,podrían tener esa misma procedencia.

De lo dicho hasta aquí, hasta tres asuntosameritan investigaciones futuras más exhaus-tivas. En primer lugar, si como presumimos,muchos changos habrían sido la oleada másaustral de la diáspora sechín, ¿cómo entenderque se los defina como recolectores-cazadores, siendo que al iniciar su búsquedade refugio estaban ya en un avanzado estadiode agricultura?

Asoma como hipótesis provisional quequienes, dejando atrás Nazca, escogieronrefundirse en el poco habitado extremo surdel Perú, habrían sufrido una sensible involu-ción en su desarrollo cultural. Y es que, comose ha visto, el territorio no sólo era muy po-bre en términos agronómicos, y por añadidu-ra enfermizo, sino que las estribaciones cor-dilleranas, dificultando enormemente lascomunicaciones, conducían al aislamiento yestancamiento.

En segundo lugar, con el concurso de laarqueología, la antropología y la medicina,amerita ser estudiado el probable trasfondoobjetivo de la recurrente versión sobre gi-gantes en la remota historia peruana. Debetenerse presente que hasta los propios cro-nistas se vieron tentados a ver gigantes, porejemplo, y muy significativamente, en Tia-huanaco. Así, Cieza de León 190, comentandounas figuras humanas en piedras de esa cul-tura, dice:

son tan grandes, que parecen pequeñosgigantes...

Si, como seguimos presumiendo, esos“gigantes” habrían sido los derrotados se-chín, y/o las primeras generaciones de susdescendientes, más de un elemento de juiciopermite dar entonces verosimilitud a esa

repetida imagen de gigantismo. Nuestras hi-pótesis específicas son:

1) proviniendo de territorios mucho menosaccidentado que el andino, como son lascostas centroamericana y norperuana,tendrían columna erguida, lo que daríacuenta de una probable mayor estatura;

2) habrían llegado tras haber acumuladocenturias de desarrollo agrícola, congrandes cosechas de maíz, esto es, más ymejor alimentados que sus involuntariosanfitriones andinos, y;

3) no puede considerarse una simple casua-lidad que hallan hablado de “gigantes”precisamente pobladores andinos del áreacordillerana –como Cajamarca, por ejem-plo–, y de los valles costeros más pobres–como Ocoña–: unos y otros necesaria-mente de baja estatura.

Porque además del encorvamiento de lacolumna, los primeros, muy probable-mente en los tiempos de la dispersiónsechín –1200 aC aprox.–, todos esos cir-cunstanciales anfitriones, predominante-mente pre–agrícolas, aún no empezabanpues a superar la precaria calidad de sudieta alimenticia.

¿Habrá todavía forma de medir y com-probar estadísticamente que (1) los anti-guos pobladores de México, (2) los sec-hín y (3) las primeras generaciones dedescendientes de éstos, eran en promediopor ejemplo 10–15 cms. más altos que losviejos cajamarcas y/o los que por aquellaépoca eran todavía recolectores–cazado-res en el surperuano?

Y en tercer lugar, merece un mayor estu-dio aquella insólita referencia que hemossubrayado sobre la disformidad o deforma-ción de los gigantes que habrían tiranizadoOcoña –y seguramente también Yauca, A-tico, Quilca, etc.–.

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José María Morante, en su Monografía deCamaná, refiere que, hasta hace pocos años,era frecuente ver en Camaná individuos connotorias deformaciones físicas, como secuela–afirma–, de la picadura de una pequeña es-pecie de arácnidos del valle.

¿Ha sido efectivamente confirmada esahipótesis médica? ¿Habrá forma de probarque los changos sufrieron en los valles delextremo sur graves deformaciones físicas?¿De probar que la causa fue precisamenteaquella que reporta Morante? ¿Y de probarque al inicio de su asentamiento en dicho te-rritorio los changos eran bastante vulnerablesa los agentes patógenos que encontraron?

Sin duda alguna, la dilucidación final deestas dos últimas cuestiones puede contribuira sumar o, eventualmente por el contrario, arestar validez a las hipótesis sobre el proba-ble origen centroamericano de los sechín, ysu presunta diáspora y gran influencia ulte-rior en el mundo cultural andino.

A despecho de aquello de lo que dancuenta las versiones historiográficas másdifundidas (recogidas en el Mapa N° 7), elhistoriador arequipeño Eloy Linares Málagamuestra que son 33 los sitios en el departa-mento de Arequipa en los que hay vestigiosde ocupación humana remota, de tanto como8000 a 10 000 años de antigüedad.

Él afirma que, en las provincias costeras,han sido encontrados en: Yauca, en el valledel mismo nombre, que, como está dicho, po-dría ser además el sitio de ocupación humanamás antigua del Perú.

Asimismo en Puyenca o Pollenka, en elvalle de Atico; en Quebrada de la Huaca, co-nocida hoy como Puerto Inka, cerca a Chala;y Chaviña, en el valle de Acarí; todos ellos enla provincia de Caravelí. Asimismo, en Pam-pa Colorada, Playa Chira, Quilca y Quebrada

Jaway, en la provincia de Camaná. Y Ca-tarindo, Mollendito, Punta Islay, Matarani,Pascana y Corio, en la de Islay.

Y en las provincias cordilleranas, en:Gentilar, Charcana y Huaucarama, en LaUnión; Arcata–Cayrarani y Pintasayoc, enCondesuyos; Querullpa Chico, Punta Colo-rada, Qollpa Viraco y Yana Orco, en Castilla;Viscachani, Pillones, Mollepunco, Q’ellcata-ni, Aquelata y Huambo, en Cailloma; y, porúltimo, en Qollpa–Sumbay, Quebrada Hon-da, Wanaqueros y Siguas, en Arequipa.

En su vasto y minucioso trabajo, Pre-Historia de Arequipa, Linares Málaga hareunido información de 189 sitios arqueo-lógicos distintos, sólo en ese territorio.Siendo que algunos de ellos han sido ocupa-dos más de una vez, aunque no siempre suce-siva, dan cuenta de un total de 223 ocupa-ciones humanas en distintos momentos de lahistoria.

Asumimos que esa exhaustiva recopi-lación resulta absolutamente representativade la historia antigua de Arequipa. Así, esimprobable que en ese territorio estén to-davía ocultas las evidencias de alguna grancivilización que haga alterar sustancialmentela imagen que se tiene de la historia de eseespecialísimo espacio de los Andes.

Pues bien, consistente con la precariahospitalidad que habría tenido la costa are-quipeña en la antigüedad, fue el valle mediodel río Sihuas, a 1 300 msnm, el único sitiocon ocupación continua desde el 8000 aChasta y durante el Imperio Inka 191. Y, a pesarde su presunta insalubridad, consistente conlas mayores dimensiones del valle, fue Hua-capuy, en el valle de Camaná, el único concuatro ocupaciones físicas continuas. Mas nopor simples casualidades, sólo a partir del200 dC, y a buenos metros por encima delnivel del valle.

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Es decir, como parece evidente, Camanásólo habría sido ocupada cuando la satura-ción poblacional del resto de los valles ylomas del área no dejaron otra alternativa deexpansión.

Pero, con sensatez, advertidos quizá alcabo de múltiples y nefastas experiencias,sus primeros pobladores permanentes se asen-taron fuera del alcance destructivo de las a-venidas del río y de los maretazos.

Del total de sitios arqueológicos de Are-quipa a los que hace referencia Linares Má-laga, que estimamos una muestra absoluta-mente representativa de esa realidad históri-co–social pre–inka, 137 se ubican en las pro-vincias cordilleranas y 52 en las costeras.

En ausencia de grandes ciudades antiguasen el área, podemos presumir además que eraentonces característica una ocupación predo-minantemente rural, con muchos y pequeñoscentros poblados demográficamente equiva-lentes.

De allí que puede asumirse que cada unade esas cantidades de centros poblados es u-na buena referencia de sus correspondientestotales de población. Puede entonces consis-tentemente relacionarse una cifra con la otra.Así, la resultante aritmética (137÷52 = 2,6)muestra que el área cordillerana era casi tresveces más poblada que la costera.

A su turno, la relación aritmética entre elárea geográfica de las provincias cordillera-nas (41 760 Km2) y su correspondiente de lascosteras (21 580 Km2) es 1,9.

Finalmente, la relación entre ambos ratios(2,6÷1,9 = 1,36) evidencia una significativamayor densidad poblacional de casi 40 % endicha área cordillerana, respecto de su corre-spondiente costera, e –insistimos–, en el pe-ríodo pre–inka.

Hasta aquí pues, sin ser definitivas –y concargo a estudiar si hay diferencia, y cuánta,en la relación entre área cultivable vs. áreatotal, tanto en los territorios de costa como enlos de cordillera–, adquieren provisionalmen-te cierta validez: a) las conjeturas y versionessobre la hostil insalubridad de la faja costeraarequipeña en el pasado, y en particular de suvalle más grande y potencialmente más rico:Camaná; y b) la presunción de la escasa po-tencialidad agrícola de ése y los otros vallesdel área.

Habida cuenta de las características geo-morfológicas casi insalvables de la gran ma-yoría de los valles cordilleranos del sur pe-ruano –muy estrechos y sinuosos, de erosivasaltas pendientes, de delgada capa de tierraagronómicamente útil, y escaso e irregularvolumen efectivo de agua aprovechable (vé-ase los Anexos N° 3 y 5, y el Gráfico N° 19,en el Tomo I)–, no resulta nada comprometi-do asumir entonces que era bajísima la pro-ductividad agrícola–ganadera de esos densa-mente poblados valles altos de Arequipa.

Así, la producción era casi exclusiva-mente para autoconsumo. Y los excedentesde producción, entonces, casi insignificantes.En ningún caso suficientes para solventarmitas masivas, que las reducidas magnitudesdemográficas tampoco permitían.

Por lo demás, la fuerza de trabajo poten-cial, dividida en minúsculos pueblos con ri-validades entre sí –como también se pretendeinsinuar en el Gráfico N° 19 (extremo infe-rior derecho)–, minimizaba las posibilidadesde emprender obras conjuntas de envergadu-ra. Con esas saltantes y objetivas restriccio-nes, los resultados no podían ser otros que:

a) Sólo podía realizarse elementales y rudi-mentarias obras hidráulicas para am-pliación de la frontera agrícola bajo riego,que, por lo demás, era factible en pocas y

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pequeñas áreas. En todos los casos, desdeantiguo y durante siglos, la expansión delárea agrícola se concretó con la titánica,lenta y costosísima construcción de an-denes.

Mas, por lo general, eran sólo tierras desecano. Esto es, de cultivos que iban a serfertilizados sólo con las aguas de las llu-vias. Cada vez a mayor altura respecto delvalle, y a mayor altitud sobre el nivel delmar. O, si se prefiere, con productividadcada vez más decreciente, pero, pa-radójicamente, con costos cada vez másaltos.

b) No podía emprenderse la construcción debuenas vías de comunicación. Así, el ais-lamiento era muy severo, y sin duda agra-vantemente restrictivo.

c) En razón de la casi ausencia de exce-dentes intercambiables y del aislamiento,el trueque comercial resultaba limitadísi-mo, limitándose a su turno las posibili-dades de aprender de otros pueblos.

d) Con reducida población, deficiente ali-mentación y ausencia de estímulos, erancasi nulas las posibilidades de surgimien-to de la inventiva. Y sin excedentes nohabía tampoco posibilidad de solventar eltrabajo de especialistas.

Agréguese a todo ello las siempre impre-decibles e implacables agresiones de la natu-raleza –terremotos episódicos, temblores fre-cuentes y, sobre todo, huaicos e inundacionescasi todos los años–. Ellas, de manera inde-fectible, impusieron innumerables reposi-ciones del escaso capital invertido.

Así, de modo sistemático se difería larealización de nuevos proyectos. Siempreresultaba más apremiante rehacer las vivien-das, centros comunales, obras hidráulicas yandenes destruidos, y desbloquear los ca-minos y reconstruir los puentes. Así, cíclica y

reiteradamente se estaba siempre “partiendode cero”. En tanto otros pueblos acumulabansin cesar.

Resulta, pues, harto comprensible que laabrupta área cordillerana suroccidental de losAndes, y su agrícolamente pobre e insalubrecosta adyacente, no pudieran engendrar unagran civilización en la antigüedad. Y ni si-quiera una cultura que merezca la atenciónde los textos más difundidos.

No obstante, para abundar en la búsquedade explicaciones objetivas que nos ayuden aentender más y mejor ese especialísimo fenó-meno histórico–social, habremos de apelar ainformación que, siendo más fresca, puedeayudarnos a entender el pasado e incluso“acercarnos” a él.

De los diez departamentos peruanos ba-ñados por el Pacífico, sólo Tumbes es exclu-sivamente costeño. Todos los demás tienenbuena parte de su territorio en área cordille-rana. Pero en sólo tres de ellos – Ancash, LaLibertad y Arequipa–, el área cordillerana essignificativamente más grande que la coste-ña. En Ancash es el 71 %, en tanto que en LaLibertad y Arequipa son 66 y 55 por ciento,respectivamente. Es decir, a este respecto, LaLibertad y Arequipa resultan topográfica-mente muy homogéneos–.

No obstante, para los análisis que siguen,debe tenerse siempre presente el hecho deque La Libertad fue precisamente la cuna dela cultura Moche, y luego el centro de la cul-tura e Imperio Chimú.

En números redondos, las extensiones geo-gráficas de ambos departamentos son muydisímiles: 25 600 Km2, La Libertad; y 63 400Km2, Arequipa. Es decir, Arequipa es 2,5veces más extensa que La Libertad. Pero supoblación (940 000 hab.), es sólo 0,7 veces lade aquélla (1 290 000 hab.). De ello resulta

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que La Libertad es tres veces más densa-mente poblada que Arequipa.

Si así hubiera sido la realidad demográficadel pasado, sólo la mayor población y la ma-yor densidad poblacional serían razones abso-lutamente suficientes para explicar sus sendasdiferencias de historia. ¿Pero fue así en el pa-sado? ¿Tenemos alguna otra forma de “acer-carnos” aún más a él? Como veremos, pareceque sí.

Como se aprecia en la parte superior delcuadro –en la que se incluye íntegra la po-blación del censo de 1993 en ambos departa-

cia demográfica de las capitales parece dis-torsionar seriamente la realidad.

De allí pues que en la mitad inferior delcuadro hemos prescindido de ambas pobla-ciones metropolitanas. Ello con el objeto deque, en ausencia de “grandes ciudades”, cua-litativamente nos “acercamos” al pasadoremoto, en las –como Wari o Chan Chan– lasgrandes concentraciones poblacionales seconcretaron sólo en contados espacios delterritorio andino. El mundo antiguo, sín ápicede duda, era eminentemente rural y descen-tralizado.

Los impactos de la sustracción no puedenser más sorprendentes. La densidad de lapoblación cordillerana del departamento deArequipa baja de 19,1 a sólo 4,4 hab./Km2. Yla de la población costeña de La Libertad de69,7 a 30,7 hab./ Km2.

Ello demuestra, de manera patética y ostensible,cuán desahitado se encuentra –hoy–, en el departa-mento de Arequipa, el conjunto de sus espacios cor-dilleranos; y cuán deshabitados en La Libertad sus co-rrespondientes espacios costeños.

Mas para aquello que nos interesa especí-ficamente aquí, obsérvese que, prescindiendode la población de la ciudad de Arequipa, pa-sa a ser, aunque por poco, más densamentepoblado que el cordillerano el territorio cos-teño del departamente: 5,6 > 4,4.

Si así hubiese dado en el pasado –comopresumimos que efectivamente ocurrió–, lascifras demostrarían que, a pesar de su extra-ordinaria precariedad económica, incapaz desolventar el desarrollo de una gran cultura, lacosta arequipeña, por unidad de superficie,tenía incluso mayor capacidad de albergarpoblación que el área cordillerana.

Es decir, habida cuenta de las extraordi-narias limitaciones agro–económicas a las

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Elaboración propia. Fuente: Censo Nacional 1993.

Incluyendo la población de la capital departamental

Anexo N° 11Arequipa - La Libertad:

poblaciones actuales

% de poblac. Dens. demogr.Costa Cordill. Costa Cordill.

Arequipa 13 87 5,6 19,1La Libertad 70 30 69,7 24,3

% de poblac. Dens. demogr.Costa Cordill. Costa Cordill.

Arequipa 39 61 5,6 4,4La Libertad 50 50 30,7 24,3

Excluyendo la población de la capital departamental

mentos–, mientras en Arequipa el 87 % de supoblación está en el área cordillerana, en LaLibertad el 70 % está en el área costeña 192. Esdecir, mientras aquélla es fundamentalmentecordillerana, ésta es fundamentalmente cos-teña.

No obstante, dentro del acusado centralis-mo peruano –severamente agudizado en lasegunda mitad del siglo que acaba de termi-nar–, y que se reproduce internamente encada uno de los departamentos, la importan-

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que hemos hecho referencia, la costa arequi-peña era, a pesar de todo, intrínsecamentemás “rica” que la cordillerana. Ello, pues,abunda en la sospecha de cuán ostensible-mente “pobres” eran los valles interandinosde Arequipa. Y cuán deficitarios e insolven-tes para generar los excedentes necesariospara la gestación de una gran civilización.

Pero tanto o más destacable en el cuadrode la página precedente –siempre prescin-diendo de las poblaciones metropolitanas–,es el hecho de que tanto la densidad pobla-cional del espacio costeño de La Libertad,como de su espacio cordillerano, “habríansido”, y muy significativamente, más densa-mente poblados que los de sus correspon-dientes de Arequipa: 30,7 > 5,6 y 24,3 > 4,4.

Si la hipótesis es válida, quizá algún díalogre demostrarse, de manera fehaciente,que, efectivamente, en la antigüedad, el terri-torio de La Libertad fue inmensamente másrico que el de Arequipa (porque de otro modono podría explicarse tan notoria mayor densi-dad poblacional).

Y habría sido tanto más rico que los exce-dentes agrícolas generados en él le permi-tieron, en efecto, ser sede de dos de las gran-des culturas de las que se precia el Perú: Mo-che y Chimú.

Y el territorio de Arequipa, tan agrícola-mente pobre, que a duras penas permitió lasubsistencia de sus numéricamente escasospobladores. De allí, en definitiva, que el te-rritorio suroccidental del Perú no dio a luzninguna gran civilización en el pasado.

Así –nos atrevemos a decir–, para lospueblos de la antigüedad, el valle de Chi-cama, en La Libertad, fue al de Camaná, enArequipa, por ejemplo, como el del Nilo alconjunto del territorio agrícola que alcanzó adominar Chavín.

No obstante, con la riquísima informa-ción de base de la que venimos contando pa-ra este capítulo, pueden emprenderse másanálisis y extraerse más e igualmente impor-tantes conclusiones. Véase a este efecto elgráfico y el cuadro siguientes, en el que parala cronología utilizamos los conceptos y fe-chas proporcionados por Linares Málaga.

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20

40

60

80

Lítica8 000 aC

Arcaica3 000 aC

Formativa1 200 aC

Des. Reg.200 dC

Wari800 dC

Gob. Loc1 200 dC

3326

113

133

2011

3324

6860

4542

A B DC

Elaboración propia. Fuente: Linares Málaga, Pre-Historia...

Evolución del númerode ocupaciones

Sitios ocupadosuna sola vez

Anexo N° 12Arequipa: sitios arqueológicos

Pues bien, del total de 223 ocupacionesfísicas referidas por Linares Málaga –líneaverde en el gráfico–, un insospechado yaltísimo 76 % corresponde a sitios ocupadosuna sola vez –línea roja–, y luego abandona-dos, en algún período dentro de los 10 000años comprendidos.

Ese porcentaje, visto como conjunto, su-giere ser –como primera impresión–, una os-tensible muestra de cuán sistemáticamentehostil resultaba el territorio. Muchos sitios,sin duda, fueron abandonados porque habíansido drásticamente afectados por algún even-to telúrico. O por una inundación provocadapor la inopinada crecida del río, o por el re-pentino surgimiento de un nuevo curso deagua –de cuya evidencia está atiborrada esaparte de los Andes–. O, por el contrario, por

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una grave y prolongada sequía que anuló lasposibilidades de recolección vegetal y ahu-yentó a los animales objetos de caza.

Esa explicación resulta particularmenteválida para el largo período que va del 8000al 3000 aC –tramo “A” en las curvas–. De los33 sitios más remotamente ocupados, 26fueron abandonados para siempre y nuncavueltos a ocupar. Y de los siete restantes,Yauca; Chaviña, de Caravelí; Querullpa Chi-co; y Gentilar, de La Unión, fueron losmenos acogedores: fueron ocupados sólo unavez más; y de ellos, sólo Yauca en el períodoinmediatamente siguiente. Charcana y laQuebrada de la Huaca, otras dos veces. Y,como está dicho, el valle medio de la llanurade Sihuas estuvo más bien permanentementeocupado: era el más hospitalario de todos.

El hecho de que, de los 33 sitios ocupa-dos en el 8000 aC, sólo Yauca y Sihuas si-guieran estando ocupados en el 3000 aC, ra-tifica cuán azarosa, desprotegida y precariaera la vida humana en ese espacio de los An-des en aquellos tiempos remotos. No puedeafirmarse sin embargo que los habitantes delos 31 sitios abandonados fueran invariable-mente exterminados por la naturaleza. Mu-chos quizá lograron escapar de sus rigores yafincarse en otros espacios, dentro del terri-torio de Arequipa o fuera de él, en Nazca,Moquegua o Ayacucho, por ejemplo.

Pero no puede menos que sorprender queen ese vasto territorio 193, el hombre tardara 3800 años –tramo “B” en las curvas– paraalcanzar tantas ocupaciones como las 33 ini-ciales. Parece una prueba suficiente de cuánlento y difícil resultó al hombre conocer, a-daptarse y “dominar” a ese complejo y agre-sivo medio geográfico.

De otro lado, es notorio el brusco saltoexperimentado en el número de ocupacionesdurante el Imperio Wari: de 33 a 68 –tramo

“C”–. ¿Acaso necesariamente porque sehabría alcanzado un mayor y gran dominiosobre la naturaleza? Tal parece que no. Por-que también es igualmente brusco el salto, de24 a 60, en el número de sitios ocupados unasola vez, y luego abandonados tras el colap-so imperial.

Así, a título de hipótesis, conjeturamosque uno y otro sustanciales incrementos re-flejarían que los conquistadores chankas ha-brían puesto en práctica una compulsiva po-lítica de traslados poblacionales –mitimaes–,hacia espacios cada más hostiles y menosproductivos. Pero, no obstante, con el pro-pósito de explorar y explotar nuevos espa-cios con miras a incrementar el área agrícola,acrecentar la producción, y, en definitiva,asegurar un mayor volumen de excedentescon destino a Wari.

Así, tras la caída del imperio, esas for-zadas, precarias e improductivas ocupacio-nes territoriales, fueron precipitadamente a-bandonadas.

Ello a su vez explica que, sólo al cabo delos 200 años del período siguiente –tramo“D”–, de “Gobiernos locales” –como lo tipi-fica Linares Málaga–, se alcanzara el mismonúmero de ocupaciones territoriales que elque se hubiese logrado de haberse seguido latendencia histórica acumulada hasta el iniciodel segundo imperio de los Andes –y cuyaproyección representan las líneas punteadasdel gráfico–.

Tres de esas nuevas ocupaciones fueronlas de Tres Cruces, Gloria y Cerro Juli, en elvalle del río Chili, a las faldas del Misti. Esdecir, en el valle interior más grande del te-rritorio de Arequipa –donde a la postre que-daría asentada la gran ciudad colonial y re-publicana de ese nombre–. Sorprendente-mente, a sólo unos pocos kilómetros al surhabía estado, miles de años atrás, el asen-

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tamiento de recolectores–cazadores de Wa-naqueros, en Yarabamba.

El valle del Chili ha resultado con eltiempo, además, el “más grande y económi-camente más importante del Perú” 194. Es de-cir, desde tiempos remotos sus posibilidadesagronómicas, y de generación de excedentes,por consiguiente, eran pues enormes.

Así, a menos que investigaciones ulte-riores lo rectifiquen –porque bajo los cimien-tos de la ciudad podría haber más de una sor-presa, de origen Wari, por ejemplo–, puedepensarse entre tanto que la actividad telúricadel volcán Misti, como quizá también la delChachani y el Pichupichu que lo flanquean,habría ahuyentado al hombre durante milesde años.

¿Qué otra explicación podría encontrarsea tan gigantesco desperdicio histórico, por lomenos mientras no se descubran evidenciasimportantes de ocupación intermedia?

El Imperio Wari –como se vio en el MapaN° 17–, sojuzgó íntegramente el territorio deArequipa. Bajo sus dominios estuvo en-tonces el potencialmente rico valle del Chili.Así, es muy poco probable que dejaran detrasladar allí fuerza de trabajo dominada, conel propósito de explotar ese prometedor terri-torio. Las evidencias, sin embargo, eventual-mente están por encontrarse.

Lo cierto es que en el período interimpe-rial 1200–1400 aC –o de “Gobiernos Lo-cales”, como lo llama Linares Málaga–, elvalle del Chili fue sede del más importantedesarrollo cultural que se dio en la historiaantigua del departamento de Arequipa: Chu-rajón o Juli 195. Mas ésta, no obstante, fuemuy poca significativa. Pero además comoveremos más adelante, la cultura Churajón oJuli pertenece en verdad más a la historia delpueblo kolla.

La nación kolla

En el Altiplano, las extensas tierras queparten desde las orillas del lago Titicacaalbergaban desde tiempos remotos a los di-versos grupos étnicos de la nación kolla. Sumás remoto antecesor conocido, el “Hombrede Viscachani”, residió en las proximidadesdel lago 10 000 años aC 196.

Hacia el siglo XII dC, aunque libres de ladominación Wari, eran tres los grupos étnicosmás numerosos: los kollas propiamentedichos, asentados en la porción al norte dellago (1); los lupaca, en la parte occidental(2); y los pacaje, en la área sureste (3).

Colindantes, compartían bonanzas y ca-rencias. Las periódicas sequías, tan dañinasen esta zona agrícolamente tan pobre, exa-cerbaban las disputas y conflictos por aguas,pastos y rebaños, enfrentando a las distintasetnias en sucesivas guerras 197.

Nunca lograron unificarse. Pero tampoconinguna alcanzó a imponer su hegemoníasobre las otras. Si eventualmente ello ocurrióalguna vez, durante el esplendor de Tiahua-naco por ejemplo, no se tiene idea exacta desi fueron los lupaqa o los pacajes quienespredominaron.

La altiplanicie del Titicaca, a 3 800 me-tros sobre el nivel del mar, fue siempre ungran reto para el hombre. Allí, como en otrasáreas de los Andes con similar altitud, el airecontiene menor proporción de oxígeno, porlo que la respiración se hace más costosa quea nivel del mar.

Por su altitud y latitud la meseta del Co-llao sería un páramo helado y deshabitado 198.No obstante, en azarosa compensación, lagran masa de agua salobre del lago 199, de 8300 Km2 de superficie, impide que las tem-

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peraturas lleguen a ser extremadamente frías.Ese providencial elemento termorreguladorbrinda, pues, por lo menos, mínimas condi-ciones climáticas de habitabilidad 200.

Por la baja productividad del terreno 201 yla escasez de agua de uso agrícola, el territo-rio altiplánico ha sido siempre agronómica-mente pobre. Sin embargo, a pesar de todasesas precarias y desafiantes condiciones, sedio actividad agrícola, extrayéndose del sue-lo, principalmente, tubérculos: papa, olluco,oca, etc.

Para los primeros europeos que llegaronal Altiplano, esos tubérculos “apenas si[fueron] considerados como comida” 202. Noobstante, sin ellos la ocupación humana de lazona sería imposible sostiene John Murra 203.

Para superar sus muy posibles estreche-cez alimentarias, los pueblos altiplánicos sepropusieron el objetivo de mejorar la calidadagrícola del suelo de que disponían. Así, deli-beradamente abonaron las tierras con estiér-

col de auquénido e, incluso con guano de is-las traído desde las distantes costas del Pací-fico 204. Pese a todo ello, la agricultura al-canzó muy limitado desarrollo, tanto en ex-tensión como en productividad. Agrícola-mente las posibilidades de generación deexcedente en el Altiplano eran pues casinulas.

Pero el suelo altiplánico, en cambio,ofrece generosamente extensos pastizales deichu. Esa gramínea silvestre, aun cuando deescaso valor nutritivo, es, sin embargo, labase alimenticia de los camélidos sudameri-canos: llama, guanaco, alpaca y vicuña. Es-pecies éstas, oriundas precisamente de losAndes, que encuentran su hábitat más favo-rable en esas rigurosas condiciones.

Es harto explicable, pues, que para losdistintos grupos de la nación kolla la activi-dad productiva más importante fuera, ances-tralmente, la ganadería. Ella los proveía decharqui –carne seca y salada– y de carnefresca. Ésta, a diferencia de los tubérculos –y

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 285

R. Tambo

Moquegua

Majes R. Chili

OcoñaCamaná

Quilca

ChuquibambaR. Colca

Arequipa

Mollendo

Locumba

Sihuas

R. Cotahuasi

Loa

Lago Poopo3 686 msnm

Salar deAtacama

Desiertode Atacama

Quillagua

Collaguas

Tarata

Sicuani

1

Oruro

Potosí

Desaguadero

Inkas

Chankas

Icas

LagoRogagua

LagoTiticaca3 809 msnm

Juliaca

Juli2

3

Tacna Poblaciones m.s.n.m.

5 Huancané 3 8426 Ananea (Bolivia) 5 0007 Matagua (Bolivia) 1 000

Poblaciones m.s.n.m.

1 Ilo 252 Moquegua 1 4123 Omate 2 1824 Puno 3 830

1 2 3 4 5 6 7

2

4

6

L. Titicaca

Los nombres de las poblaciones no necesariamente corresponden (co-mo en el caso de Ilo, y probablemente también Ananea, por ejemplo)a las poblaciones kollas de entonces, pero sí pertenecieron a ellas losterritorios en las que están asentadas.

Mapa Nº 26Territorios y expansión (horizontal y vertical) de la nación kolla

Elaboración propia.

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a decir de Cieza de León 205–, fue bien pon-derada por los primeros europeos:

...los corderos son mejores y de mássabor que los de España.

Constituyó pues una importantísimafuente de alimento cotidiano, e invalorablereserva en las temporadas de heladas, sequíasu otras calamidades 206. Les suministraba ade-más lana y era también fuente para la con-fección de cuerdas y abrigo, propósitos porlos que anualmente se hacía (y hace) la es-quila del ganado adulto.

Precisamente –por añadidura–, el mani-puleo de los animales durante la esquila per-mitía actualizar los registros censales del ga-nado, así como discriminar entre los ani-males del rebaño propio y aquellos que ina-dvertidamente se habían filtrado. El censoanual permitía llevar estadísticas muy exac-tas, tanto de incrementos –sea por reproduc-ción, mezcla involuntaria o captura–, o debajas –sea por muerte, sacrificio, intercam-bio, filtración o abigeato (robo)–.

En ausencia de cercos, los desplazamien-tos de los animales en busca de alimento yagua, y sus correrías durante el celo de lashembras, dieron origen, secularmente, a múl-tiples disputas entre pastores y, en el extremo,entre etnias y pueblos. De hecho, inadvertida-mente los animales violaban las fronteras en-tre los hatos, alterando la magnitud que im-ponían los pastores al tamaño de los mismos.

Sin embargo, desde muy antiguo lospobladores del Altiplano resolvieron el pro-blema, por lo menos en parte, distinguiendosus rebaños con particulares combinacionesde vistosas cintas de color que ataban a lasorejas de los animales.

Pero además de proveer de alimento,cuerdas y abrigo, los auquénidos, mediante

su excremento, fueron siempre una fuenteinagotable de abono y combustible.

Por último, y especialmente las llamas,fueron utilizadas también como animales decarga, aunque con muy poca capacidad pues,con un máximo de 35 kg. de carga por ejem-plar, nunca fueron aptas para transportar pie-dras ni troncos y tampoco a un hombre adul-to. Ni pudieron tampoco cumplir funcionesde tracción, jalando, por ejemplo, arados (omás tarde carretas). No obstante, tropillas decientos y hasta de miles de llamas 207 facilita-ban el tráfico de tubérculos, chuño, charqui,maíz, coca, guano, lana y otros productos.

Los andinos –pero hasta donde se sabe tambiénlos centroamericanos– deben contarse entre los pocospueblos del planeta que tuvieron esa grave limitacióntécnica, tanto motriz como de transporte. Esta sí fue,objetivamente, una de las grandes diferencias entrenuestras culturas y, en particular, las del norte deÁfrica, Mesopotamia, Asia y Europa. Pero fue unalimitación que impuso la naturaleza (técnicamenteirresoluble por entonces), ante la no disponibilidad deequinos y vacunos.

Por lo demás, en sus condiciones climáti-cas normales, esto es, en el contexto de pre-cariedad agrícola, las grandes poblaciones deauquénidos resultaban la única fuente de in-tercambio que siempre pudieron ofrecer loskollas lacustres a otros pueblos, incluidos porcierto los lejanos chinchas que –como se hadicho– los proveían de maíz, casi fundamen-talmente.

Pero además de tubérculos y chuño (hari-na de papa seca), de carne fresca de auqué-nidos, y del charqui, los pobladores de la alti-planicie se alimentaron de una gran variedadde “truchas” y otros peces del Titicaca, y dela costa.

He aquí, pues, que corresponde traer la crítica alsegundo de nuestros supuestos “monumentales” erro-res, acusiosamente advertido y develado por el histo-riador Manuel Burga. Dice así, al cabo de destacarlo

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bajo el subtítulo “La trucha de los lupaqa”: “Es parasonreír y recordar a Gabriel García Márquez (...)Klauer, llevado por la lógica y fantasía general queinvade su libro, hace comer truchas a los lupaqa antesde que éstos peces hayan llegado a las regiones andi-nas...” 208.

A ver si nos entendemos. Habría sido monumen-tal, sin duda, afirmar que los kollas, lupacas y pacajesse alimentaban, por ejemplo, de las mitológicas har-pías, ¿verdad? ¿Pero utilizar el nombre más conocidoy socorrido de los distintos tipos de peces que existenhoy en el Titicaca? No, ese tampoco es un error monu-mental. Lo habría sido en el contexto de un libro deHistoria de la pesquería lacustre en el Perú, o en unode taxonomía ictiológica. Pero bien se sabe que estetexto no es ni lo uno ni lo otro (como también se sabe–digámoslo de paso–, que las truchas no “llegaron” alTiticaca, sino que fueron deliberadamente “llevadas”allí y “sembradas” para enriquecer la población icti-ológica del lago).

Las colonias kollas fuera del Altiplano

La dieta altiplánica típica de los kollas re-sultaba monótona y desbalanceada. La ma-yoría de los pueblos andinos podía usufruc-tuar, dentro de su propio territorio, con áreasen pisos ecológicos muy variados. De 0 a 5000 metros sobre el nivel del mar, en el casode los costeños icas, por ejemplo. O de 1 000a 5 000 metros sobre el nivel del mar, en elcaso de los cordilleranos chankas. El Alti-plano habitable de la nación kolla, en cam-bio, sólo fluctúa básicamente entre casi 4 000y 5 000 metros sobre el nivel del mar –comose vio en el Mapa N° 26–.

Aquéllos pudieron disponer entonces deuna amplia gama de alimentos vegetales yanimales. Frente a la misma necesidad, enausencia de un abanico equivalente de pisosecológicos, los kollas se vieron impelidosentonces, desde muy antiguo, a buscar y ocu-par territorios que se lo proporcionaran, a finde poder contar con una variedad más ampliade nutrientes e insumos.

En El control vertical de un máximo depisos ecológicos en la economía de las socie-dades andinas 209, John Murra desarrollaextensamente esta tesis, tanto para el caso delos kollas como de otros pueblos andinos.Debemos, sin embargo, observar lo siguien-te. La historiografía tradicional, que incurreen tantos y tan graves defectos por omisión,incurre también en defectos por exceso: porejemplo cuando se atribuye “gratuitamente”méritos extraordinarios.

Y este es precisamente el caso de lo queha ocurrido a partir de la tesis de Murra sobrela expansión y control kolla, y de otros pue-blos andinos, sobre variados pisos ecológicos.

¿Corresponde acaso a ese tipo de expan-sión un mérito extraordinario –como el queexplícitamente se concede en muchos tex-tos–? ¿De qué otro modo sino verticalmente–hacia pisos ecológicos más altos y/o másbajos– podían expandirse los pueblos quehabitaban la cordillera de los Andes?

Era, pues, su única alternativa de expan-sión agrícola–geográfica. Como la horizontalresultaba la natural para los pueblos de lasplanicies. Una y otra no eran más que con-ductas sensatas (y punto). El Gráfico N° 19,en el Tomo I, y el Mapa N° 26, que acabamosde mostrar, son muy elocuentes a estos res-pectos.

Frente a tan natural exigencia de diversi-ficación alimenticia, los kollas se encon-traron con que, al occidente de su territorio,había uno de características muy especiales:el territorio cordillerano y costeño de Are-quipa, que acaba de ser ampliamente des-crito.

Sin embargo, desde la perspectiva einterés de los kollas, aquél tenía una carac-terística única y especialísima. Y que, paraese estadio de la historia andina, era excep-

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cional: era un territorio prácticamente des-ocupado, sin un gran dueño que lo reivin-dique como propio y lo defienda de incur-siones extranjeras. Era, pues, virtualmente,de libre disponibilidad.

En el amplio territorio al oeste de losgrandes volcanes de Arequipa, sus ocupantesnativos no pasaban de ser grupos pequeñísi-mos y completamente aislados en sus minús-culos valles, separados entre sí por los desier-tos y las estribaciones de la cordillera que lle-gan hasta el mar.

Así, según se cree, incluso desde antesdel 200 dC, habían ya empezado a ocupar laspartes altas de los valles de la vertiente delPacífico. Durante tanto como cinco siglosfueron explotando y abandonando uno trasotro pequeños valles muy poco productivos,pero que cumplían cuando menos un mínimode exigencias de diversificación alimenticia.

Puede suponerse –como hemos dicho an-teriormente– que durante el esplendor de Tia-huanaco podría haberse producido un granrepliegue hacia el Altiplano, en mérito a losgrandes excedentes que allí se obtuvieron.Aunque muy rápidamente, quizá, se dio mar-cha atrás, y volvieron a ser ocupados losespacios que precipitadamente habían sidoabandonados.

Porque el esplendor agrícola tiahuana-quense sólo les garantizaba abundancia den-tro de la monotonía alimenticia. La diversifi-cación sólo podía asegurarse tras la cordilleraOccidental. Así, de veinte sitios arqueológi-cos que en el territorio de Arequipa corres-ponden en el tiempo al esplendor de Tiahua-naco, en la inmensa mayoría de ellos hay evi-dencias de la presencia de pobladores de esacultura.

El colapso de Tiahuanaco debió dar ori-gen a grandes hambrunas en el Altiplano. Las

necesidades de proveerse desde espacios dis-tintos debieron entonces incrementarse. Massobrevino inmediatamente el expansionismoWari, que, precisamente, pasó a dominar, en-tre otros, los territorios de las viejas coloniaskollas de Arequipa. No hay evidencias de sifueron sojuzgados en ellas o expulsados. Esobvio, sin embargo, que difícilmente pu-dieron seguir abasteciendo de nada al Alti-plano.

Es muy probable entonces que, en esecontexto, los kollas volcaran su atenciónsobre la Amazonía, y aquellos otros espaciosdel sur de los Andes –Arica y Antofagasta, enel norte de Chile; el sur de Bolivia; y elnoroeste de Argentina 210, a donde por ciertono llegaba ni llegó la dominación Wari.

Hacia 1200 dC, tras la caída de Wari, vol-vieron pues a darse las condiciones parareocupar libremente sus viejas colonias occi-dentales. Mas esta vez las necesidades habíanquedado exacerbadas por la gravísima sequíaque se dio en el Altiplano a partir de esa mis-ma fecha, eventualmente en el contexto de la“pequeña era glacial” que reiteradamente seha mencionado.

Así, kollas y lupacas 211, pero tambiénpacajes 212, volvieron a establecer en los va-lles costeños y cordilleranos de Arequipa,Moquegua y Tacna, verdaderos enclaves po-blacionales, trasladando grupos de colonosmitimaes de las propias etnias a muy diver-sos espacios.

La exploración del territorio fue vehe-mente. Diríase que hasta desesperada. Unaidea de ello la da el hecho de que, de 68 sitiosarqueológicamente estudiados, correspon-dientes al período 1200–1400 dC, 60 de ellostuvieron, aparentemente, ocupación efímera.A menos que el abandono se explique porquela dominación inka que sobrevino inmediata-mente después, dispusiera un uso completa-

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mente distinto del espacio. Mas sobre ello nohay información específica.

John Murra 213 presume que las distintasetnias kollas lograron disponer sus respecti-vas colonias, simultánea y paralelamente in-tercaladas, unas al lado de otras, constituyen-do verdaderos archipiélagos étnicos.

Murra supone que estos sugerentes “ar-chipiélagos étnicos” que formaron las distin-tas etnias aymaras (o kollas) en torno alAltiplano, podrían haberse dado también enlos demás pueblos del resto de los Andes. Sieso fuera así –dice Murra– “el mapa étnicode la región andina debe dibujarse con múlti-ples pinceles y con criterios distintos a losque se usan en otros continentes, donde et-nias y territorios suelen coincidir...” 214.

Sin embargo, y a menos que las investi-gaciones posteriores den finalmente la razóna Murra, todo parece indicar que tales archi-piélagos étnicos deliberados y pacíficos só-lo se dieron entre los kollas, que compar-tieron sus territorios periféricos de la mismamanera que compartieron, aunque con ten-siones y pugnas, las tierras del Altiplano. Y,más aún, las aguas y riqueza del lago.

En el resto de los Andes, en cambio –co-mo en otros espacios del planeta–, las cor-dilleras, los ríos, los desiertos, etc., marcaronpor lo general, y nítidamente, las fronteras(naturales y/o artificiales) de los pueblos,haciendo así coincidir etnias con territorios–como lo vienen mostrando hasta la saciedadnuestros gráficos–.

No puede desconocerse, sin embargo, quedurante muchísimos siglos el territorio andi-no fue, efectivamente, un “archipiélago étni-co” como el que describe Murra (como rei-teradamente se ha mostrado en este texto enmúltiples mapas). Mas ello se dio no sólo porla existencia de múltiples pueblos y naciones.

Sino además como resultado del forzadotraslado de mitimaes que durante siglos prac-ticaron los cuatro grandes imperios de losAndes: Chavín, Wari, Chimú e Inka.

Muchas de esas poblaciones compulsiva-mente transplantadas, sobre todo probable-mente aquellas de más larga data de asen-tamiento, jamás regresaron a sus tierras deorigen. La toponimia de muchísimos de lospequeños centros poblados de los Andes hoyes una prueba irrefutable de ello.

A través de esas colonias pudieron en-tonces abastecer al Altiplano de diversos pro-ductos marinos, así como de maíz, algodón,guano de las islas del Pacífico, y madera ycoca de la Amazonía 215.

Según refiere Linares Málaga, de las in-numerables colonias kollas en el vasto terri-torio de Arequipa, alcanzó ligeramente a des-tacar Chuquibamba, en la vertiente izquierday alta del río Majes. Mas no sería una simplecoincidencia que ese pequeño valle, así comoel de Chaupimiq’o, en las pobrísimas alturasdel Colca; y Huacapuy, en el insalubre vallede Camaná, fueran los únicos que veníansiendo cultivados desde la dominación Wari.

Chuquibamba tenía pues, como aquéllos,siglos de explotación. Pero, sin duda, mayorproductividad. Quizá esas fueron pues la ra-zones por las que destacó. Pero si la anti-güedad en producción y la productividad fue-ran las únicas razones, quedaría por desen-trañar el enigma de por qué Sihuas, que eraaún muchísimo más antigua, no destacó en-tonces aún más. ¿Acaso porque la domina-ción Wari la desbarató? Es posible.

Complementariamente, la ocupación ko-lla del valle del Chili merece un análisis muyespecial. Entre otras razones, porque fue lasede la cultura Churajón o Juli, la única queen verdad se dio en el vasto territorio com-

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prendido por los actuales departamentos deArequipa, Moquegua y Tacna. Pero que, nopuede desconocerse, fue en realidad una sub-cultura kolla.

El valle del Chili, está dicho, era poten-cialmente muy rico. Sin embargo, para con-cretar un gran desarrollo cultural, debia reu-nirse en él, necesariamente, un conjunto po-blacional muy grande. Mas, en un plazo tanbreve como ése, de 200 años hasta la caídabajo dominación inka, era imposible que ungrupo humano numeroso se concretara sólocon el crecimiento demográfico de los pri-meros migrantes que se asentaron allí tras lacaída de Wari, y ni siquiera con el aportedemográfico de los que –seguimos presu-miendo– habrían sido trasladados a él por losdominadores chankas.

Libre de la dominación Wari, el valle deArequipa o del Chili podía haber sido puesescenario del asentamiento de oleadas nu-merosísimas de kollas. Oleadas hubo, perosólo en tránsito. Su destino eran las tierrasmás alejadas: las llanuras bajas de La Joya,Majes y Sihuas, y los valles costeños de Yau-ca, Atico, Atiquipa, Quebrada de la Huaca,Ocoña, Camaná y Quilca. Sus antepasados–como está dicho– habían estado en esos te-rritorios desde antes del esplendor de Tia-huanaco.

La a todas luces repentina y explosivareinmigración kolla, y su paso por el valle deArequipa sobre el Chili, resulta una buenaevidencia de que algo lo había estado impi-diendo en el período anterior. Sólo habríapodido ser la dominación Wari. Y, además,sólo porque ésta, por medio de mitimaes depueblos dominados, lo habría estado ex-plotando. Hay, pues, buenas razones paraseguir presumiendo que bajo los cimientosde Arequipa colonial, y/o bajo los escombrosde la precedente dominación inka, estaríanaún enterradas las pruebas de ello.

Definitivo es, en cambio, que el mayorporcentaje de migrantes hacia la costa estuvoaportado por las etnias de la margen occiden-tal del lago: los kollas propiamente dichos, ylos lupacas. Aquéllos salieron desde el áreanorte del Titicaca, en torno a donde hoy seasienta la ciudad de Juliaca; y éstos de lazona suroccidental, y en particular desde elentorno de Juli (véase el Mapa N° 26).

De allí que Linares Málaga sostenga queel nombre correcto de la cultura que se desa-rrolló en el valle del Chili sea precisamente“Juli” –que no por simple casualidad está enambos topónimos–.

El hecho de que los kollas, una vez másdesaprovecharan la ocasión de un numerosoafincamiento en el riquísimo valle de Are-quipa, y su consiguiente explotación agríco-la, resulta una clara demostración de cuántemido era todavía el asentamiento en él. Allíse estaba, pero sólo en tránsito. O, bajo féru-la imperial, a fuerza de sojuzgamiento y vio-lencia. No voluntariamente. Los tembloresde la tierra seguían ahuyentando a la inmen-sa mayoría de la gente.

Así, la población estable en el asenta-miento de Cerro Juli o Arequipa debió serescasa. En su mayoría debió ser poblaciónflotante: arrieros en tránsito, desde y hacialos extremos del territorio kolla. Mal podíaser entonces una gran ciudad. Nadie teníainterés en que lo fuera. Cerro Juli debió serapenas una posta de intercambio. Pero deintercambio físico, no comercial.

Como está dicho, las colonias agrícolaskollas en territorios “ajenos”, tenían básica-mente como propósito abastecer a las pobla-ciones altiplánicas de aquella producción queno podía obtenerse en el entorno agrícola-mente pobre del lago. De haberse podidoalcanzar buenos o grandes excedentes en lascolonias, habrían sido sólo éstos los que se

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habría movilizado en dirección al centro de lanación kolla. Sin embargo, como se hamostrado, dadas las enormes limitacionesagrícolas de los pequeñísimos valles coste-ros, las colonias en ellos establecidas nopodían garantizar sino el autoconsumo.

En ausencia de excedentes –tanto en elAltiplano como en las colonias costeñas–,teóricamente no había posibilidades de inter-cambio. No obstante, se dio dentro de lapropia producción de autoconsumo. Y nece-sariamente fue incesante. De éstas subían alTiticaca productos costeros, y del Altiplanobajaban a la costa tubérculos propios a losque estaban acostumbrados los kollas que,por encargo de sus pueblos, explotaban lascolonias occidentales.

El valle de Arequipa era precisamente elpunto de intercambio. Los arrieros que llega-ban allí con sus productos desde el Altiplano,emprendían el retorno con lo que sus paresde la costa habían a su turno llevado allí mis-mo; y viceversa. Quizá sólo en ocasionesexcepcionales se hacía viajes directos de unoa otro extremo.

Mucho se ha discutido sobre el posiblesignificado del nombre “Arequipa”. Sin em-bargo, en el contexto que se acaba de desa-rrollar, ninguna apreciación parece tan válidacomo la de Alberto Cuentas Zavala. Él afirmaque “Arequipa” proviene del vocablo ay-mara “Alquipa”, que significa “lugar de cam-bio, de permuta, entre los productos quevienen del Altiplano y los que llegaban deCamaná” 216.

Pues bien, queda claro entonces que nohabía trueque comercial. Sino sólo intercam-bio físico entre grupos de un mismo puebloque, por necesidad, explotaban territoriosdistintos para hacer más variada su produc-ción de autoconsumo, y más rica su dieta ali-menticia. Así, en ausencia de comercio, tam-

poco había por ese lado posibilidades de ge-neración de excedentes y, en consecuencia,de acumulación e inversión, desarrollo mate-rial y progreso.

De allí que la subcultura kolla Churajón oJuli, la única en el Perú que podría tipificarsecomo administrativo–logística, dejara tandiscretas evidencias materiales de su existen-cia.

Los norteños vecinos chinchas, habiendoalcanzado un extraordinario desarrollo co-mercial, poco pudieron comerciar con lascolonias kollas. Éstas no tenían excedentescon qué adquirir los sofisticados productosextranjeros que ofrecían aquéllos. De allí quehaya sido excepcional la presencia terrestrechincha en el extremo suroccidental del Perú.

Y, sin que deje de ser una gran sorpresa,nada se sabe del intercambio que, por míni-mo que fuera, eventualmente hubo entre lascolonias kollas de Arequipa y sus vecinos deleste: los inkas. El vacío es tanto más asom-broso desde que, precisamente en estos siglosXIII y XIV, fermentaba ya la eclosión inkassobre los Andes.

Las chullpas: sepulcros de inversión

La ganadería de la época –de tipo exten-sivo se diría hoy– a diferencia de la agricul-tura, no tiene carácter estacional: los hatosrequieren cuidado permanente. Pero además,la habitual escasa densidad de pasto obliga ala máxima dispersión del ganado en el terri-torio. Esto explica el carácter eminentementerural de la población altiplánica.

Una y otra razón abundan para reconocerque, en condiciones climáticas normales, ladisponibilidad de fuerza de trabajo en el Al-tiplano para mitas masivas era restringida.

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Peor aún en los períodos de extrema sequíaque cada cierto número de años asolaba laregión.

Como había estado sucediendo por espa-cio de milenios, entre 1200–1400 dC, cíclica,aunque irregularmente, se dieron también al-gunas condiciones climáticas favorables –yaprovechables–. Unas más benéficas queotras, pero sin que volviera a repetirse elboom de Tiahuanaco.

Así, episódicas pero discretamente ge-nerosas lluvias cargaron los cinco ríos queaportan sus aguas al lago y, por supuestotambién, al curso del Desaguadero que eva-cúa las aguas del Titicaca.

En esos períodos la agricultura adquiriócierto auge, y los pastos se incrementaronpermitiendo mayor densidad de animales.

Sólo en esas fortuitas y pasajeras circuns-tancias fue posible generar ciertos volúme-nes de excedente –agrícola y pecuario–, y or-ganizar mitas con las cuales se emprendieronalgunas construcciones, muchas de las cualestodavía quedan en pie.

Con población dispersa, de vida eminen-temente rural, sólo un reducido porcentaje dela población vivía en pequeños centros ur-banos. En ellos residían los poco numerososgrupos de poder, sus yanaconas y algunosespecialistas 217.

A diferencia de la mayor parte de suscoetáneos en este período de la historia andi-na, los pueblos del Altiplano no materiali-zaron bajo la forma de centros poblados losvolúmenes de excedente que fueron capacesde crear. Éstos tuvieron fundamentalmenteotros dos destinos, aunque impregnados am-bos de un gran espíritu religioso, y siemprecomo modalidad de gasto, pues mal puedeconsiderárseles como inversión.

En efecto, costosos hatos de quinientosanimales o más se sacrificaban anualmenteen fiestas y celebraciones de carácter reli-gioso 218. Y el resto, es decir, buena parte delpobre excedente acumulado, fue gastado, bá-sicamente, a través de una singular modali-dad de consumo indirecto: la construcción desus famosas torres funerarias chullpas, en lasque se presume eran enterrados los jefes ko-llas 219.

Gran número de chullpas ha quedado enpie en Sillustani (en la laguna Umayo, árealímite entre las etnias kolla y lupaca), a 20kilómetros al noroeste del lago Titicaca. U-nas, de piedras toscas, poco trabajadas; yotras, de piezas magníficamente pulidas yensambladas; han permitido suponer que setrató de entierros correspondientes a indivi-duos de distinto rango. Es posible.

Alternativamente, sin embargo, parecemás verosímil –en este caso específico delAltiplano– presumir que sean la evidencia deque la erección de aquéllas ocurrió en perío-dos de sequía y la de éstas en períodos deabundancia. Durante las sequías, máxime sise prolongaban más de un año, era, en efec-

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Fuente:– En Del Busto, Perú Preincaico, p. 268.

Ilustración Nº 29Chullpas kollas

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to, virtualmente imposible disponer de mu-chos hombres durante mucho tiempo para larealización de esas obras. De allí chullpastoscas, poco trabajadas, precipitadamente a-cabadas. Sobraban brazos, en cambio, en losperíodos de abundancia. De allí las otras.

En ambos casos, sin embargo, la cons-trucción de las chullpas prueba que los pue-blos kollas y/o sus grupos dirigentes, privile-giaron, sobre otras posibilidades, destinar susprecarios excedentes a financiar miles dehoras–hombre de trabajo para construccionesno productivas.

En resumen, la nación kolla enfrentógrave limitación en la disponibilidad derecursos materiales dando, como agravante,un uso improductivo al escaso excedente quefue capaz de generar. Es decir, y desde elpunto de vista de la disponibilidad de recur-sos materiales, un exitoso proyecto nacionalkolla resultaba poco factible.

Pero la nación kolla –insistimos–, no fuecapaz de lograr su unificación, con la quehabría reunido fuerza suficiente para alcan-zar mayores objetivos. Es decir, y en estecaso desde el punto de vista de la acumu-lación de fuerzas sociales, la nación kollanunca pudo además reunir fuerzas suficientespara concretar un proyecto nacional viable.Así, siendo numerosísimos, poco despuésserían presa fácil del expansionismo inka.

Hacia el siglo XV, en el Altiplano se ha-blaba mayoritariamente aymara. No eran nu-méricamente despreciables, sin embargo, lossectores de la población que hablaban pu-quina. Es probable, incluso, que hubiera gru-pos quechua parlantes –probablemente rema-nentes de grupos inkas que no retornaron alCusco después de su experiencia en Tiahua-naco–. Y, por cierto, no puede descartarse laposibilidad de distintas combinaciones de bi-lingüismo 220. ¿La existencia simultánea de

varias lenguas fue acaso una de las impor-tantes condiciones de la división interna delpueblo kolla, o una de las mayores limita-ciones para su unificación?

La nación chanka

Por su parte, durante este período de losaños 1200 a 1400 dC, el pueblo chanka, lentay costosamente, fue recomponiéndose. Ladestrucción del Imperio Wari había significa-do, casi con seguridad, el exterminio de laélite imperial chanka y quizá también la li-quidación de muchos de los funcionarios yespecialistas que habitaron la saqueada ciu-dad Wari.

Habrían caído también exterminados losadministradores, destacamentos militares ymitimaes chankas que desperdigó el poderimperial en los territorios conquistados. Ymiles de campesinos chankas debieron morirocupando diversas responsabilidades en elaparato estatal imperial.

Pero la cruenta guerra de liberación quehabían librado los pueblos contra el ImperioWari no supuso sin embargo el exterminiodel pueblo chanka, como sibilinamente dejanentrever muchos textos.

Tratemos de entender y explicar el graveerror en el que han caído muchos historia-dores: si inadvertidamente se identifica –ypor consiguiente se confunde– la “ciudad”con el “pueblo” –en este caso la “ciudad”Wari con la “nación” chanka–, es lógico quefrente a la destrucción total de la “ciudad” sehaya concluido que también el “pueblo” fueliquidado.

Sin embargo, los habitantes de la “ciu-dad” (Wari), más aún en aquellos momentos

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de la historia andina, eran sólo una porción, yla más pequeña, de los habitantes del “pue-blo” o de la “nación” (chanka). El resto, esdecir, la mayoría, eran habitantes rurales. Aestos chankas rurales, cuya inmensa mayoríasobrevivió a la hecatombe del Imperio Wari,al vérseles siglos más tarde actuar nueva-mente de manera protagónica en escena, seles ha calificado, errónea e injustamente co-mo “bárbaros”.

Si casi 6 millones de habitantes ocupabanlos Andes en momentos de la caída del Im-perio Wari, razonablemente hemos supuestoya que habrían pertenecido a la nación chan-ka imperial un conjunto de aproximadamente550 000 personas o más.

Es posible que ante la inminencia de lasinvasiones de represalia contra la ciudad, mu-chos habitantes de Wari alcanzaron a huir, re-fugiándose en aislados, deshabitados, altos yfrígidos rincones cordilleranos del propio te-rritorio chanka. O en las bajas tierras selváti-cas inmediatamente adyacentes del mismo. Y–como se presume y se ha dicho antes–, quehuyeran además a lejanas tierras de refugio, enel área norcordillerana, que habrían conocidoen los tiempos de apogeo del imperio 221.

Es pues verosímil que muchos habitantesde la ciudad terminaran refugiados y cobija-dos en el seno de remotos y dispersos aylluschankas rurales de donde, al fin y al cabo,eran originarios. De una u otra forma, ésahabría sido la suerte final de muchos de los50 000 habitantes de la capital imperial alcabo de su destrucción.

Difícilmente la hecatombe del ImperioWari representó entonces también el exter-minio del resto de aproximadamente 400 000campesinos chankas que siempre estuvierondesperdigados en cientos de ayllus de remo-tas y poco accesibles laderas y pequeñas pla-nicies de la cordillera ayacuchana. Debe pre-

sumirse pues que sobrevivieron miles defamilias.

Es decir, quedaron para mantener la postade la larguísima y milenaria tradición delpueblo chanka aquellos que habían ocupadoel último peldaño en la pirámide de estratifi-cación social del derruido imperio. Aquellosque, residiento en recónditos y fríos parajesde la cordillera, a varias jornadas de Wari, noconocieron, ni remotamente, el esplendorimperial.

Aquellos para quienes el proyecto impe-rial no significó sino permanecer en condi-ciones de mala alimentación, pobre vestua-rio, y precarias viviendas con equipamientodoméstico primitivo. Debe no obstantereconocerse que es muy poco, casi nada, loque se sabe del mundo inmediato que rodea-ba a la inmensa mayoría de la población ruralde aquellos momentos (ni la historiografía nila etnografía proporcionan mayor informa-ción).

Mayoritariamente, pues, habrían sobre-vivido quienes tenían la típica cultura ruralandina, tan distante de la cultura urbana de laque se enorgulleció la élite chanka. Así, a lacaída del Imperio Wari, la región ayacuchana“volvió a formas de organización económicapre–urbanas” –según acertadamente refiereAlfredo Torero 222–.

Esos miles de sobrevivientes debieron su-perar muchos obstáculos. Primero, la expli-cable estigmatización con que los rechazarony agredieron los pueblos que habían estadosometidos por el imperio. Para minimizarlas,los chankas quizá debieron recurrir, en se-gundo lugar, a recluirse durante décadas sinconcretar intercambio con ningún otro pue-blo. Con ello las carencias materiales –ali-mento variado y abrigo, en particular– quizállegaron a extremos gravísimos. Más aún, entercer término, si se recuerda que uno de los

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factores que eventualmente facilitó la caídadel imperio habría sido, precisamente, laocurrencia de una severa sequía.

Es decir, por todo ello, y en terrible pa-radoja, la gran mayoría de los campesinoschankas sobrevivientes soportó muchas delas represalias y de las penosas consecuen-cias de la liquidación del imperio, sin habergozado de ninguno de sus beneficios.

Desestructurada la nación, eliminados losniveles jerárquicos, rotos los vínculos de or-ganización, casi en completa autonomía,cada ayllu continuó así el trabajo directo dela tierra. Cultivaron pendientes cada vez másaltas y empinadas, emprendiendo quizá laconstrución de estrechos y cortos canales deriego y todavía más costosos andenes.

Al cabo de décadas, ese aislamiento fuepaulatinamente rompiéndose. Los propiosayllus chankas fueron vinculándose unos conotros. Y, conjuntamente, enlazaron sus aldeaspara facilitar el intercambio. Y cuando el re-sentimiento de los vecinos hubo amainado,quedaron nuevamente entablecidos vínculoscomerciales con huancas, al noroeste; chin-chas (icas), al oeste; e inkas, al sureste (véaseel Mapa N° 16, pág. 190).

A su turno, la naturaleza, completando elciclo que recurrente ofrece desde siempre,habría trocado finalmente la feroz sequía congenerosas temporadas de lluvias y bonanza.Ello habría permitido al pueblo chanka ad-quirir mayor desarrollo material. La pobla-ción creció. Se establecieron otra vez formasde organización nacional y se tejieron nuevasredes jerárquicas.

En ese contexto de recuperación, y en ra-zón a los hechos que sobrevinieron, puedepresumirse que alcanzaron a dirigir en elpueblo chanka quienes tenían como objetivoreverdecer, por lo menos en parte, el poder

–si no el esplendor–, que generaciones atráshabía tenido el Imperio Wari.

Rodeados de huancas, icas e inkas,debieron aquilatar entonces el orden a seguirpara las conquistas militares que aparente-mente se habían propuesto.

En la muy semejante circunstancia ante-rior (en el siglo IX dC), entre sus vecinos, loshuancas quedaban suficientemente protegi-dos con estar en la margen opuesta del cau-daloso río Mantaro. En otra dirección apare-ció como más fuerte la nación kolla de Tia-huanaco (que hegemonizaba incluso sobre elterritorio de los inkas). Y, hacia el oeste, eva-luaron como más débil la nación ica domina-da por los nazcas.

Así, el Imperio Wari, en efecto –y comoestá dicho–, empezó a formarse con la con-quista de los nazcas y del resto de la naciónica, en la costa.

En cambio, en la nueva coyuntura que sepresentó en el siglo XV, a ojos de los nuevosestrategas chankas apareció más fuerte la na-ción ica, hegemonizada desde Chincha. Elterritorio huanca, por su parte, seguía prote-gido tras el caudaloso y torrentoso curso delMantaro. Así, enemigo aparentemente más dé-bil fue quizá considerado el pueblo inka. Arre-metieron entonces primero contra él.

La historia de los Andes transcurría, du-rante ese episodio, por el año 1438 dC 223.Contraproducente y paradójicamente, a partirde esa incursión guerrera quedó sellado paralos chankas, los inkas y para todos los pue-blos y naciones del territorio andino el co-mienzo de una nueva era: el Imperio Inka.

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Son muchísimos e inmensos los vacíosque aún quedan por llenar en la historia an-dina preinkas. Sólo en este texto hemos plan-teado innumerables interrogantes que a nues-tro juicio ameritan respuesta.

Tiempo no ha faltado para que ésas ymuchísimas otras preguntas estuvieran yaresueltas. La historiografía andina, a fin decuentas, se remonta hasta las primerasdécadas del siglo XVI, cuando los primeroscronistas hispanos iniciaron sus escritos;cuando hicieron lo propio los dos primeros ygrandes cronistas andinos: Garcilaso de laVega y Huamán Poma de Ayala, mestizoinkas él y mestizo chanka éste.

Tiempo ha habido también desde que, enlas primeras décadas del siglo XIX científi-cos europeos como Raimondi y Humboldtempezaran a hacerse preguntas trascenden-tales, en la mira de encontrar mayor consis-tencia a la Historia peruana. Y desde que, aprincipios de este siglo, comenzaran a cons-truirse, en términos modernos y científicos,las versiones historiográficas que aún hoypredominan en la inmensa mayoría de lostextos, sean o no especializados.

Tiempo pues no ha hecho falta. Sí encambio una perspectiva multidisciplinaria, dela que sólo se ha venido a tomar concienciaen las últimas décadas. La mayor dedicacióny la mayor buena voluntad de los histori-

adores, arqueólogos y etnohistoriadores noha sido suficiente para suplir el insustituibleconcurso de muchas otras disciplinas: eco-nomía, ingeniería, arquitectura, agronomía,ingeniería agrícola e hidráulica, zootecnia,genética, edafología, topografía y geodesia,sociología, sicología social y, de enorme des-arrollo hoy, informática y tecnología sate-lital.

No obstante, la participación de unas,algunas o todas ellas no será por sí mismagarantía de éxito. Por lo menos mientras sesigue enfrentando el o los problemas queplantea la historia andina:

a) con el concurso de los mismos factoresdistorsionantes de que hablamos en la In-troducción en este libro, y;

b) con las mismas graves deficiencias me-todológicas en las que generalmente seviene incurriendo aún, donde –comoseguiremos viendo más adelante– pre-dominan largamente los prejuicios y de-formaciones (que podemos denominarideológicas) sobre las hipótesis y demos-traciones científicas.

Todos debemos internalizar, en primerlugar, que ningún objetivo específico es hoytan importante para la Historia como entregara un pueblo una visión de su pasado que lepermita:

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Colofón:reeditemos la historia andina

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1) comprender cabalmente cómo es que hallegado a la situación en que se encuentra,y;

2) le muestre qué derroteros tomar para –co-mo en el caso del Perú de hoy–, empren-der por fin y definitivamente el caminodel desarrollo, con cabal y genuina inde-pendencia, en el insoslayable contexto deglobalización actual.

No puede seguir imponiéndose por mástiempo el prurito de la erudición por sí mis-ma. Y menos todavía cuando los conocimien-tos reunidos con ella –como dice con bastanteconocimiento de causa Pablo Macera– “sonvaciedades, pequeñeces, distracciones ovulgaridades” 224. La Historia debe pasar aser, por sobre todo, explicativa y proyectiva.

Y, en segundo lugar, en perspectiva me-todológica, todas las investigaciones históric-as deben acometerse con hipótesis generalesy/o específicas en el punto de partida; o conpreguntas relevantes cada vez que nos encon-tremos frente a un hallazgo. De lo contrario,como hemos mostrado para el caso de los re-cientes descubrimientos en el centro arqueo-lógico El Brujo (Ilustración N° 14), seguire-mos acopiando presunciones y respuestas in-sustanciales, cuando no francamente fanta-siosas e inútiles.

La historiografía tradicional andina,debemos admitirlo con objetividad e hidal-guía, ha concentrado virtualmente el íntegrode sus esfuerzos en torno a dos extremos: laapariencia más obvia de los restos arqueo-lógicos (arquitectura y urbanismo, y expre-siones artísticas en piedras, huacos y tejidos),y los aspectos místico–religiosos, casi in-sondables de la ideología de los pueblos an-dinos. Eran, sin duda, una base fundamental.Hoy sin embargo resultan notoriamente insu-ficientes.

Entre uno y otro extremos han quedadovacíos abrumadores, que, por lo general, vie-nen siendo llenados con mitos y falacias acual más grande. A ese respecto, además delos enjuiciamientos que ya hemos realizado,obsérvese también los siguientes.

a) Habiéndose medido escrupulosamentelas dimensiones de grandes construccio-nes y de muchas ciudades en los Andes, ycontado el número de edificios con-tenidos en ellas, y habiéndose registradocon gran meticulosidad la cuantía de losejércitos, por ejemplo; no se ha presenta-do casi nunca en cambio las dimensionesdel área agrícola explotada, su probableproducción total, y la probable magnitudde los excedentes generados.

La combinación de unos datos y otrospuede aproximarnos a saber cuánto de eseexcedente se destinó a gasto y cuánto ainversión. Para luego definir cuán pro-clives a uno y otro uso fueron nuestrosantepasados, y, en función de ello, es-clarecer cuán intrínsecamente sólidas ofrágiles, y duraderas o efímeras fueronesas sociedades.

Porque –insistimos– resulta imperiosa lanecesidad de llegar a saber lo más clara-mente posible por qué sucumbieron cul-turas, civilizaciones e imperios. Cuálesfueron sus errores y cuáles sus mayoresdebilidades. Para finalmente saber cuáles,por desconocimiento de aquéllos y éstas,seguimos absurdamente cometiendo ymanteniendo.

Porque es muy probable que la relaciónproporcional “consumo / inversión” ten-ga muchísimo que decir al respecto. ¿Noes acaso una verdad meridiana hoy que lainversión y no el consumo es el secretoeconómico del desarrollo?

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b) Pero, independientemente de ello, debe-mos reconocer que la visión del mundoandino antiguo que tenemos es recortada,parcial. Bástenos el siguiente ejemplo. Lahistoria inka, que desde Garcilaso, Hua-mán Poma de Ayala y los cronistas espa-ñoles es la que más y “mejor” se conoce,muestra que en el Imperio Inkas sedieron, entre muchos otros, además de losque están más divulgados, los siguientestipos de hechos:

1) Traiciones, 2) corruptelas, 3) magni-cidios, 4) atroces genocidios, 5) ambi-ciones y pugnas por el poder, 6) golpes deestado, 7) guerras civiles, 8) poligamia ysodomia, 9) parricidios, 10) robo, 11)castración y uso de eunucos, 12) cuasi es-clavitud de jóvenes mujeres, 13) poli-gamia extrema, 14) espionaje, 15) cárce-les y prisioneros. Y, en otro sentido, hubo:16) maestros, 17) escuelas, 18) médicos,19) festividades, 20) teatro y poesía, 21)música y bailes, 22) deportes, 23) pre-mios y estímulos, etc. Y, por cierto, tam-bién, 24) odios, pasiones y amores; penasy alegrías.

Pues bien, sobre esos no menos impor-tantes aspectos de la vida de los pueblosno puede decirse sino muy poco en la his-toria del larguísimo y complejo períodopreinka. Y todo ello, qué duda cabe, debiódarse sin embargo también en la anti-güedad. Porque nada, absolutamentenada hay que nos sugiera que las pobla-ciones conquistadas por el Imperio Inkasufrieron una transformación extraordi-naria que los habría conducido a compor-tarse en éste de modo sustantivamentedistinto a como se comportaban antes desu sometimiento al imperio.

¿La ausencia de fuentes escritas es unobstáculo que cierra definitivamente laspuertas para acceder a ese conocimiento?

No, no necesariamente. Puede y debe ha-cerse sin documentos escritos si éstos noexisten, asegura Lucien Febvre, uno delos grandes historiadores franceses deeste siglo 225.

Más de una muestra se ha dado aquí, porejemplo, de que la misma arquitectura,los mismos murales, las mismas piedrasgrabadas, los mismos tejidos y la mismacerámica, que tan escrupulosamente hansido auscultadas por la historiografíatradicional, pueden dar lugar a otra uotras razonables lecturas que llenen va-cíos, aclaren perspectivas y alcancen adar mayor consistencia y verosimilitud ala historia andina.

Para ello, sin embargo, como bien sesabe, no será suficiente volver a observarlos testimonios arqueológicos. Es funda-mental hacerlo de la mano de conjeturas ehipótesis previas, destinadas a su apro-bación o rechazo, porque tanto en unocomo en otro caso crece y/o se hace mássólido el conocimiento.

c) Con empecinamiento digno de mejorescausas, y haciéndole un flaco favor a nues-tros pueblos, la historiografía tradicionalha logrado que cale hondo la idea de la“originalidad” de la historia andina. Nadamás falso. Esa presunta y prejuiciosa “o-riginalidad” es absurdamente encubridoray anticientífica.

Falso porque, entre lo efectivamente rele-vante en la vida de los pueblos, muy pocoo casi nada hay en la historia andina quela distinga realmente de la del resto de lospueblos del mundo. Hoy el cine y la tele-visión –cumpliendo un rol que debiócumplir la Historia (en lo que a la difu-sión y conciencia de la historia compara-da se refiere)–, muestran claramente porejemplo que, como en la nuestra, en la

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historia de muchos pueblos de la Tierra seencuentran:

1) hermosas piedras grabadas y gigan-tescos monolitos; 2) magníficas construc-ciones de piedras perfectamente ensam-bladas; 3) pirámides de piedra o adobe; 4)terrazas o andenes; 5) complejas obras hi-dráulicas; 6) complejos sistemas viales ypuentes; 7) enormes figuras en el suelo–geoglifos–, y; 8) magníficas ciudades yciudadelas. Pero también: 9) sistemas decuentas; 10) correo de postas; 11) siste-mas de señales a distancia; 12) sistemasde pesas y medidas; y 13) calendarios.

Y se practicó: 14) medicina y cirugía; 15)sofisticados enterramientos; y, 16) elabo-radas prácticas religiosas. Pero asimismo:17) traslados forzosos y masivos de po-blación (mitimaes); 18) prácticas comuni-tarias de trabajo (ayni); 19) organizaciónde trabajo masivo para el Estado (mita);20) conquistas por medios diplomáticos;y, para concluir con esta incompleta re-lación, 21) capturas de rehenes para ga-rantizar sumisión, etc.

Ciertamente, en cada cultura, fuera en losAndes, Mesopotamia, Egipto, Creta, Gre-cia o Roma, cada uno de esos asuntostenía un nombre y una apariencia externadistinta que en las otras. Y cada solucióntenía aspectos o matices distintos aquíque allá.

Pero, en esencia, cada solución en todoslos casos era la misma, cumplía el mismoobjetivo: ya fuera vestir, guarecer, ali-mentar, almacenar, transportar, cocinar,distraer, adornar, conocer la naturaleza,enterrar a los muertos, etc. Sí, las increí-bles variedades de vestuario que entre síhan hecho gala los múltiples pueblos delplaneta, por ejemplo, no cambiaban unápice el objetivo final de todas y cada una

de ellas: cubrir el cuerpo y abrigar. Puesotro tanto ha ocurrido siempre con lasdistintas soluciones dadas a los múltiplesaunque comunes problemas de todos losseres humanos.

Vistas las cosas de esta manera, el con-junto de todas las soluciones, esto es, la“cultura”, es sustancialmente una sola: la“cultura humana”. Pero como la historio-grafía tradicional ha puesto todo el énfa-sis en la diversidad de las apariencias, enla variedad de las manifestaciones exter-nas y visibles, resultan entonces múltiples“culturas”, todas distintas, todas “origi-nales”. Pero la historiografía andina haido incluso más allá: la sembrado la ideade que nuestra “originalidad” era aún más“original” que las del resto de los pueblosdel planeta.

Y es además absurdamente encubridora yanticientífica porque mientras se siga cre-yendo y diciendo que cada cultura es “o-riginal” –y que la nuestra lo es más–, seseguirá postergando indefinidamente labúsqueda de los patrones, reglas o leyescomunes de la “cultura humana”, o pos-tergando la confirmación de su existen-cia.

¿Acaso no nos insinúa la existencia depatrones comunes el hecho de que, porejemplo, sin contacto entre sí, ni en eltiempo ni en el espacio, el Imperio Ro-mano y el Imperio Inka tuvieran tantas ytan notables similitudes –como en exten-sión podrá verse en la edición corregida yaumentada de Tahuantinsuyo: el cóndorherido de muerte–?

Entre tanto, mientras se siga dilatando laconfrontación de ésa y otras muchas hi-pótesis, la Historia seguirá difiriendotambién sus posibilidades de convertirseen una ciencia, analítica y proyectiva.

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d) Entre la artificiosa originalidad que lahistoriografía tradicional ha otorgado aculturas, civilizaciones e imperios en losAndes, y su mitificación e idealización,no habia sino un pequeñísimo salto. Yclaro, ese paso ya se dio hace bastantetiempo. Ésa y no otra es la razón por laque en el Perú, por ejemplo, se admira alImperio Inka, y se admira el conjunto dela historia de Chavín, siendo que la se-gunda etapa de ésta fue también imperia-lista. Ello no es sino una secuela de lanefasta y científicamente insustentable eideológica admiración por el Imperio Ro-mano ha sembrado en Occidente la histo-riografía clásica.

La historiografía tradicional más divulga-da, aquella que más ha calado en las men-tes de los pueblos, no ha logrado discri-minar y distinguir adecuadamente cuán-do, cómo y por qué prácticamente todaslas grandes y admirables civilizaciones–como la egipcia, la greco–romana, lachavín o la inka–, en un paso adicional,quedaron convertidas en nefastos y repu-diables imperios, brutales y avasalladorescomo todos, intrínsecamente débiles co-mo todos, y de vida cada vez más efímera(conforme nos acercanos al presente ensu revisión).

Sospechamos que más temprano que tar-de habrá de probarse concluyentementela hipotesis de que, a fin de cuentas, losimperios sólo agitan, enervan y envene-nan, de manera absurda y contraprodu-cente –en suicida vorágine que terminasiempre en decadencia y oscurantismo–,las relaciones de vecindad, intercambio yde comunicación, que son las que, aunquede forma lenta pero sólida y segura, im-pulsan el desarrollo de los pueblos y suscreaciones culturales. La arqueología y lahistoriografía andina, por ejemplo, danmuestras irrecusables de no haber asumi-

do nunca sus investigaciones de cara aprobar o rechazar una hipótesis como ésau otra equivalente y alternativa.

El Perú, qué duda cabe, es uno de lospaíses del mundo con los más ricos, bellos yvariados testimonios arqueológicos. Fueronel resultado irrefutable del milenario esfuer-zo de múltiples naciones. Y no sólo de una.

Chan Chan, de los chimú, Chavín deHuántar, de los chavín, las Líneas de Nazca,de los nazcas, Tiahuanaco de los kollas, yMachu Picchu, de los inkas, para citar sólo alos más afamados, fueron labradas a pulsopor cinco distintas naciones (tan distintas en-tre sí en idioma, territorio, costumbres, etc.,como lo son hoy España, Francia, Inglaterra,Italia, Suiza y Alemania; ni más ni menos).Todas, sin embargo, igualmente respetables ydignas. Y no sólo una.

Digamos –esta vez a manera de parénte-sis– que la existencia actual (aunque en rui-nosa condición en su inmensa mayoría) deinfinidad de restos arqueológicos en el Perú,no es sólo la prueba de una larga ocupaciónen el territorio y de la presencia de una po-blación cada vez más numerosa. No. Es tam-bién –y muy lamentablemente– una buenaprueba de nuestro subdesarrollo económico ymaterial.

¿Puede alguien creer que el Viejo Mundoeuropeo no tuvo también –y en muchísimamayor densidad, siendo que fue el doble depoblado–, miles y miles de construccionesequivalentes? Ciertamente. Si subsisten po-cas, no es sino porque la inmensa mayoría hasido barrida en el larguísimo proceso de ex-pansión urbana, industrial y vial de los últi-mos cinco siglos. Algunas sin embargo, ya-cen aún por descubrirse, como lo demuestranlos constantes hallazgos en la construcciónde metros subterráneos, por ejemplo. Nopuede obviarse sin embargo el rol destructivo

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que han jugado en Europa cientos de prolon-gadas y devastadoras conflagraciones.

Así, el pobrísimo desarrollo urbano, in-dustrial y vial del Perú en los últimos siglos(pero también la ausencia de grandes gue-rras), ha dejado a salvo –paradójicamente–innumerables vestigios arqueológicos. Algúndía tomaremos conciencia de que, tambiénparadójicamente, esa enorme riqueza arqueo-lógica (en algún momento técnica y adecua-damente remozada) debe constituirse en unode los puntales de nuestro desarrollo. Porque,en efecto, a diferencia de otras, ésa sí es unaventaja comparativa absoluta (por lo menosmientras los gigantescos negocios transna-cionales no hagan una réplica de Machu Pic-chu, Chan Chan, etc., al lado de Epcot, porejemplo. Mas siempre les será difícil repro-ducir el contexto).

Pues bien, a pesar de esa indiscutible ri-queza histórica, y del legítimo orgullo quelogramos sentir por ella, esa historia es quizálo que menos y peor conocemos. Por asom-broso y extraño que parezca. Si no fuera realy patéticamente así, nunca alcanzaríamos acomprender la angustia –profundamente crí-tica y autocrítica, sincera y objetiva, y en-trañablemente cargada de amor por el Perú–del historiador y catedrático universitarioFernando Silva Santisteban, cuando hace po-co expresó: ...me preocupa el enormedesconocimiento de nuestro pasado... 226. Yotro tanto admite el propio historiador PabloMacera. Ha dicho él, en efecto, que esparadójico que la cultura andina donde esmenos conocida es en el propio Perú y poraquellos que antes la hicieron 227.

¿Cómo, si no fuera así, entender entoncesque, con esos monumentales testimonios decreatividad y esfuerzo, la mayoría de losestudiantes peruanos cree que somos un paíssubdesarrollado y pobre porque “somos ocio-sos”?

Ello, en efecto, cruda y patéticamentemostró una encuesta cuyos resultados se di-fundieron por televisión, muy significativa-mente, un día de aniversario de la Indepen-dencia Nacional 228. ¿Cómo ha podido la his-toriografía tradicional contribuir a inoculartamaña alienación? ¿O se cree que ella notiene ninguna responsabilidad al respecto?Claro que la tiene. Y muy grande.

Y es que los hechos de la historia, tanabrumadoramente cargados de racionalidaden su inmensa mayoría, han sido volcados enel discurso de la Historia tradicional en ver-siones más bien repletas de arbitrariedad,inconsistencia e incoherencia, plagadas desubjetivismo y de distorsiones. A la postre,resultan lecturas aburridas, sin sentido e inin-teligibles –como todavía seguiremos vien-do–.

Nuestros estudiantes, pues, no tienen otraalternativa que memorizarla de paporretahoy, para de ella no recordar nada mañana.Así, la Historia tradicional, cómplice de factode la desconcertante alienación, ha servidode muy poco a la población adulta y sirveotro tanto a la población estudiantil. En todocaso, no precisamente para explicarles cómo,de esos tan admirados y trabajadores abuelosprehispánicos, hemos llegado al mundo sus“zánganos” tataranietos de hoy. Y, menosentonces, para sugerirles cómo remontar ydeshacernos de ese presunto y penoso lastre.

¿Dudaría alguien que de lo poco que losestudiantes peruanos conocen de nuestro pa-sado, entre la preinka y la del Tahuantinsuyoes precisamente ésta la historia que “más co-nocen”? No, no debe haber duda de ello. Éstaes una, la otra muy diversa. Ésta se presentacomo una unidad, la otra en un sinnúmero decompartimentos estancos. Ésta, sustentada enmil y una fuentes escritas, asoma certera eirrecusable; aquélla, a partir de mudos testi-monios arqueológicos, es apenas presunta.

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Hay pues, aparentemente al menos, sólidasrazones para que la Historia del Imperio Inkaaparezca más inteligible y, así, más asimi-lable y mejor comprendida.

Mas todo ello, desgraciadamente y comopasaremos rápidamente a revisar, no es másque un débil castillo de naipes. ¿Cómo sepuede alcanzar a comprender una Historiainka plagada de los gravísimos errores que lahistoriografía tradicional tercamente siguesosteniendo a pie firme? Veamos.

1) Las más de las veces, las mistificacionese idealizaciones de los imperios, se sus-tentan en grotescas falsedades y distor-siones. Obsérvese esta joya de recientísi-mo tallado: “A diferencia de otros pue-blos de la antigüedad, el incario no tuvocontactos con las culturas de otras lati-tudes” 229.

Dos gravísimos errores en apenas doslíneas de texto. En efecto, en primer tér-mino: ¿el contacto con qué gran civili-zación catapultó al Imperio Antiguo deEgipto? ¿Y cuál a los pueblos antiguos deMesopotamia? ¿Y cual a los Mayas? ¿Ycuál a China o a Japón?

Todas ellas, pues, desde esa miope yerrónea presunción de “aislamiento”,igualmente habrían surgido sin contactocon “nadie”. La inka, entonces, no habríasido la única.

Pero, en segundo término: ¿Acaso el pue-blo inka no tuvo real y efectivamente“contactos” directos y estrechísimos conTiahuanaco y el Imperio Wari, que lo do-minaron e influenciaron política, econó-mica, militar, cultural e incluso en reli-gión y leyendas; e indirectos con Chavínque culturalmente alimentó a aquéllos?Por cierto éstas no fueron culturas de“otras latitudes”. ¿Pero acaso ello cambia

lo sustantivo?

¿O se pretende que las contemporáneasde otras latitudes eran intrínseca y nece-sariamente mejores, y que por ello –cuan-do entraran en contacto– habrían tenidoun “mejor” impacto en el pueblo y en elImperio Inka? Pero, curiosamente, ¿nofue acaso que, paradójica y patéticamen-te, al primer contacto con una “cultura deotra latitud” el Imperio Inka sucumbiócomo un castillo de arena?

Mas véase esta otra perla (del mismo pá-rrafo): “Por eso es mucho más admirableque (...) haya logrado dominar la natu-raleza...”. ¿Acaso no lo habían hechotambién, y antes, Chavín y el ImperioWari, los moches y los nazcas, los chan-kas y los kollas? ¿Acaso –como ocurriócon algunos de aquéllos– no dominarontambién su propia geografía y hasta laajena los egipcios, asirios y babilonios,griegos, cartagineses y romanos, mayas yaztecas, chinos y kmer?

¿Cuál, entonces, el sustento de la ad-miración, si cada pueblo, sin excepción,hizo lo propio? A menos que no repare-mos en que si admiramos todo, en reali-dad ya no estamos admirando nada.

Cierto es que los dos frescos párrafos quehemos transcrito son de un periodista (e-logiando la producción televisiva e “his-tórica” de un colega suyo). Ni éste ni a-quél son pues historiadores. ¿Exime ellode responsabilidad a quienes lo son? Nien lo más mínimo. Uno y otro periodista(genuina y típicamente irreflexivos y pa-porreteros, como el promedio de los estu-diantes, trabajadores y profesionales pe-ruanos), no han hecho sino recoger y re-producir los más socorridos lugares co-munes construidos por la historiografíatradicional.

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2) Es absolutamente falso, arbitrario y ex-propiatoriamente injusto que la historio-grafía tradicional siga atribuyendo alpueblo y al Imperio Inka, méritos que, sindejar de corresponderle en parte, le co-rresponden también, aunque con más de-recho, al conjunto de todos y cada uno delos pueblos y naciones que, antes que losinkas, paso a paso, en miles de años, cons-truyeron la enorme escalera de la culturaandina: todas y cada una de las conquis-tas técnicas, organizativas, políticas o so-ciales que se ha enumerado en el acápite(c) precedente, habían sido dominadaspor prácticamente todas las grandes na-ciones preinkas.

En su apogeo en el Cusco, antes de suexpansión imperial del siglo XV, el pue-blo inka contribuyó colocando el últimopeldaño autóctono de la cultura andina.¿Qué razón, qué derecho y con qué crite-rio se ha endosado virtualmente todas e-sas conquistas culturales al Imperio Inka,menoscabándose así sibilinamente un a-porte múltiple y milenario? ¿Puede algúnhistoriador serio y responsable mostraruno, aunque fuera sólo un trascendentalaporte original inka a la cultura andina?

3) En todo caso, resulta de veraz patéticoque, al cabo de montar ese mitológicogigante, la historiografía tradicional notenga hasta ahora una respuesta solventeque explique cómo, cuándo y por qué leaparecieron los pies de barro que lo des-plomaron. Y así, sin pena ni gloria, per-mitió que todos los tesoros de los Andescayeran precipitada y fácilmente en lasgarras del imperialismo español.

No deja de ser paradójico que, a estosrespectos, la moderna historiografía espa-ñola 230 –más allá de los gravísimos erro-res que también encierra (como podráverse en En las garras del imperio)– sea

largamente más objetiva, lúcida y consis-tente que la peruana.

4) Harto reveladora de la pobre eficacia pe-dagógica de la historiografía tradicionalandina, es la comprobación cotidiana deque no ha logrado hasta ahora difundirbien ni siquiera los parámetros más ele-mentales del Tahuantinsuyo. Apreciemosen primer lugar, aunque una vez más, elejemplo del recientemente difundido do-cumental de la televisión peruana “Cus-co: ombligo del mundo” 231.

En él, a pesar de una acreditada asesoríahistoriográfica, se ha reiterado garrafaleserrores como: los orígenes del Tahuantin-suyo se pierden en la leyenda. Bien de-beríamos saber hace tiempo todos que esaletanía es falsa en extremo. Se pierden enel tiempo los orígenes mitológicos delpueblo inka, mas no sus orígenes históri-cos. Y mucho menos los orígenes delTahuantinsuyo o Imperio Inka.

Éste, al concretarse las primeras conquis-tas militares de Pachacútec sobre otrasnaciones andinas, surgió en las primerasdécadas del siglo XV dC. El acreditadohistoriador peruano Federico Kauffmann–ya hace más de quince años– ha precisa-do incluso que ese suceso puede fecharseen 1438 dC 232.

Ese dato –muchísimo más trascendenteque las fechas de cientos de irrelevantesepisodios–, es, no obstante, casi descono-cido. De allí que, habiendo tenido elImperio Inka a lo sumo entonces 87 añosde existencia, no debe extrañar que losmenos letrados de los peruanos le atri-buyan miles de años de historia. Pero síextraña, y sobremanera, que en Mi Tierra,Perú se haya afirmado en estos días que elImperio Inka “tuvo en realidad sólo 250años de vida” 233.

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Y conste que el editor general del libro,Alejandro Miro Quesada, se precia de o-frecer “los más rigurosos datos”, y de quela obra es el “fruto de la labor colectiva dediversos especialistas” 234. Entre éstos,como podemos presumir, hubo cuandomenos un historiador. Por todo ello, y enotro buen indicio de cuán poco sabemoslos peruanos del Imperio Inka, no debeextrañarnos que el laureado escritor pe-ruano Alfredo Bryce Echenique, afirmeque ese texto, “sin duda alguna (...) es,hasta el día de hoy, el más importante en-tre aquéllos que han querido darnos unavisión total del Perú” 235 .

5) Esencialmente es sin embargo muchísimomás grave que, acto seguido, en el mismo“riguroso” y elogiado texto, se diga que elImperio Inka “se consolidó como una delas organizaciones estatales más efi-cientes y sorprendentes de América” 236.Ello, como extensamente veremos enTahuantinsuyo: el cóndor herido demuerte, no sólo es también falso en todossus extremos. Sino que, una vez mássibilinamente, con el atributo de “eficien-cia”, se soslaya y encubre a uno de losmás despiadados, nefastos y efímeros im-perialismos del mundo.

Convengamos en todo caso que, con unmínimo de rigor, es bastante endeble sos-tener que fue “eficiente” aquello que ape-nas alcanzó a ser “efímero”. Si debemosutilizar el calificativo de “eficiente”, ten-drá que ser para definir la enorme capaci-dad que mostró el Imperio Inka paraganarse el odio y la animadversión de lainmensa mayoría de los pueblos a los quesojuzgó.

Éstos, bien se sabe, a la hora de la verdad,sin el más mínimo reparo, lo abando-naron a su suerte, colocándose incluso lamayor parte de ellos como aliados de los

nuevos conquistadores. Pero también ten-drá que usarse “eficiente” para definir laasombrosa capacidad de desatar tanprontamente las desproporcionadas ambi-ciones que lo llevaron a la guerra civil.

¿No fueron una y otra acaso sus endeblespiernas de barro? ¿Cuándo estarán esasverdades meridianas en todos los textosde Historia –tanto en la erudita como enla de divulgación–, con la misma natura-lidad y reiteración con que se habla de“axiomas” en la Matemática, de “gra-vedad” en la Física, o de “huacos” en laHistoria tradicional?

6) Ya no debe extrañarnos entonces que, enel mismo sentido, uno de los más difun-didos textos de secundaria (nada menosque un Atlas universal y del Perú), afirme–en su escuetísima versión del Tahuan-tinsuyo– que éste “extendió su poder aamplios espacios del continente sudame-ricano” 237.

¿Su poder? ¿Poder patriarcal? ¿Poder e-clesiástico? ¿Poder político? ¿Qué poder?¿Es lo mismo hablar del ascendiente ypoder que otorga la hegemonía tecnoló-gica –como las que en algún momentohabrían tenido Chavín y Nazca–, por e-jemplo; que hablar con total y negligenteimprecisión de “su poder”, a secas, ob-viando que ese poder se sustentó en unavasallamiento militar, típicamente impe-rialista?

7) Dejemos de lado los textos escolares y lasligeras versiones periodísticas que pro-palan los medios masivos de comunica-ción. Hablemos pues de las “sólidas ver-dades” que sostienen los mejores espe-cialistas. En efecto, cuarenticinco recono-cidos historiadores peruanos, bajo la di-rección del quizá más reputado historia-dor del Inkario, Franklin Pease, elabo-

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raron recientemente la más novísima ver-sión de la Gran Historia del Perú.

Se sostiene allí –¡como en los textos es-colares!– que “el Tahuantinsuyo (...) cons-tituyó el más importante y poderosoEstado que existió en los Andes...” 238.

¿Importante? Quizá, pero a condición deque nos refiramos a la gran extensióngeográfica que controló y a la numerosapoblación que mantuvo sojuzgada. ¿Po-deroso? Sí, pero sólo en relación con lospueblos y naciones que sojuzgó. Pero noen relación con el primero de sus “pares”que, desde “otras latitudes”, asomó lasnarices en los Andes. ¿Estado? Sí, peroEstado imperial, que no es lo mismo. ¿Noreconocen tampoco los especialistas ladiferencia entre nación y nación imperia-lista, ni entre Estado nacional y Estadoimperial?

8) Dicen también nuestros eruditos en laGran Historia del Perú: “los incas lle-garon al Cuzco alrededor del siglo XIIIdC” 239. ¿Del siglo XIII dC? Viniendo dequienes viene, aceptemos entonces por uninstante tan insólito dato –aunque no pasede ser un monumental disparate–. Razo-nemos entonces:

a) Si fueron pocos cuando llegaron, ¿có-mo pudieron crecer poblacionalmentetanto (hasta probablemente más de500 000 personas) en sólo dos siglos,batiendo todos los récords de tasas decrecimiento de la época?

b) Si eran muchos cuando llegaron, ¿có-mo atravesaron el territorio andino sindejar rastro ni huella?

c) ¿En sólo doscientos años impusieronsu lengua en su entorno inmediato yluego en menos de cien años la im-pusieron a casi todo el territorio andi-

no? ¿Cómo pudieron lograr ese por-tento que nunca ha ocurrido en ningúnotro espacio en la historia de la hu-manidad?

¿Acaso no consta a todos que, con laayuda de más modernos métodos dedivulgación, e incluso masivos hoy,esa inaudita hazaña aún no la logra elcastellano en cinco siglos, ni el inglésen su “patio trasero” en estos dos últi-mos siglos? Sí, pues, la penosa y “eru-dita” afirmación no resiste el más mí-nimo análisis.

9) Por lo demás, ¿de dónde llegaron? ¿Pue-de reputarse como científicamente seriala imprecisa afirmación que dan más ade-lante nuestros “eruditos”, cuando afirmanque los inkas llegaron al Cusco al cabo de“su recorrido por el sur andino” 240.

No, no es una tomadura de pelo (eso no estáen el talante de nuestros historiadores).

¿Por el sur andino? ¿Acaso desde el nortedel Cusco, por ejemplo desde Ayacucho,que también es parte del sur andino?¿Desde el este, allende el territorio quehoy ocupa Machu Picchu? ¿Desde el oes-te, acaso desde las faldas de Misti arequi-peño? ¿Desde el sur, acaso desde el lagoPoopo, en el sur de Bolivia?

No, en alarde de exactitud y escrupulosi-dad, en líneas anteriores, ya habían expre-sado sus asombrosas precisiones: “Ha-brían pasado por distintos lugares comoPacaritambo, Guaiacancha y Guanacaure,y dominado, a su paso, territorios y po-blaciones” 241. ¡Pero si esos puntos no es-tán sino a 30 kilómetros de la ciudad delCusco!

¿Y no habría podido ser, alternativa y máscoherentemente entonces, desde el alti-plano kolla –como hemos postulado–?

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¿Qué impide a los “investigadores” plan-tearse, discutir y debatir esa hipótesis?¿No hay acaso conciencia de que la ver-sión historiográfica clásica del trascen-dental episodio de la “aparición” del pue-blo inka en el Cusco, no sólo no aclaracon solvencia nada sino que con impreci-siones y ambigüedades lo confunde todo?

¿Es ése el “lenguaje claro y comprensi-ble” del que se precia el filósofo peruanoFrancisco Miro Quesada Cantuarias en elprólogo de la Gran Historia del Perú 242?¿Qué pueden aprender realmente los es-tudiantes peruanos de ese atroz desagui-sado, en el que están ausentes la refle-xión, la lógica y hasta el sentido común?Sólo les corresponde aprenderlo de me-moria, aunque no sirva de nada.

10)Una vez más tenemos entonces derecho apreguntar: ¿qué constriñe a los historia-dores, impidiéndoles formular hipótesiscomo esa última que hemos formulado?

¿Acaso el temor a equivocarse? Pero sipor eso es sólo hipótesis: está sujeta a larefutación o a la convalidación científi-cas. Por lo demás, ¿puede negarse que larefutación de innumerables y hasta céle-bres hipótesis erróneas –como la de laTierra plana, o aquella otra que planteabaque todo el universo giraba en torno anuestro planeta, o más recientemente ladel Big Bang– ha contribuido a construirpaulatinamente las teorías en casi todaslas ciencias?

¿Hay acaso hoy una Inquisición que ame-drente a los émulos de Galileo o que cal-cine a los de Giordano Bruno? En el mun-do académico de la historiografía andina,¿es intocable e irrevisable la versión delos “clásicos”? ¿Es la palabra de las “va-cas sagradas” un suedáneo moderno de laInquisición?

¿No resulta más comprensible ahora, có-mo en ausencia de una versión clara yverosímil, hasta los “eruditos” han tenidoque optar por esa fantasía que a la postreha conducido a la mitificación delImperio Inka?

Sí, en ausencia de racionalidad, ha termi-nado por imponerse la idealización. Asíse explica que en 1985 –como puso enevidencia Gonzalo Portocarrero–, el 67%de los estudiantes expresara una imagen“positiva” del Imperio Inka: lo recono-cían “justo, feliz, armónico” 243.

¿Cuánto han cambiado a la fecha las co-sas? Nada 244. Por todos lados se nos bom-bardea con la misma monserga. ¿Acasoun erudito enciclopedista de la historiamundial como Geoffrey Barracloughharto reproducido en el Perú, no hablatambién del “gran imperio del Tahuan-tinsuyo” 245?

Es absolutamente incongruente con nues-tro dramático presente, esa interminable su-cesión de idealizaciones sobre la “grandezade nuestro pasado” 246: la “grandeza delImperio Inka”, la “magnífica herencia que, apesar de todo, nos dejaron la Conquista y elVirreinato”, y las “inacabables grandezas denuestros gobernantes republicanos”. Si todonuestro decurso histórico fue ininterrumpida-mente feliz, justo y armónico, tenemos puesderecho a hacernos también la célebre pre-gunta que puso Mario Vargas Llosa en bocade uno de sus personajes: ¿cuándo entoncesse jodió el Perú?

Bien ha dicho el notable historiador fran-cés Marc Bloch, “la incomprensión del pre-sente nace fatalmente de la ignorancia delpasado...” 247.

Ciertamente, que nos consideremos “o-ciosos” es una clamorosa demostración de

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que no comprendemos y distorsionamos nues-tro angustiante presente. Y ello, a su turno,porque ignoramos nuestro pasado, nuestrahistoria.

Mas no porque no la abordemos, que har-tísimas horas se dedica en la escuela a ella.Sino porque no logramos entender un ápicede lo que nos dicen los textos. No es pues quehayamos olvidado nuestra historia. Es, sim-ple y llamanente, que nunca hemos logradoconocerla (porque es ininteligible e irrecono-cible la que habitualmente se nos presenta).

Pero muy difícilmente habrá de ser con lahistoriografía tradicional como la conozca-mos. Podemos y tenemos la obligación de,con criterios científicos, reconstruirla ínte-

gramente y reeditarla por completo. Recién apartir de allí el pueblo peruano tendrá posi-bilidades de observar, autocrítica y desapa-cionadamente, cuán graves errores comete,por ejemplo, al endosar ciega y reiterativa-mente toda su fe en falsos mesías (antide-mocráticos, legicidas, corruptos, hipercen-tralistas, autócratas, falsos y cínicos, etc.).

Y recién a partir de entonces compren-derá también que, para alcanzar el desarrollo,es insustituible –además de revertir y/o des-terrar, según corresponda, esas nefastas ten-dencias, y superar otros muchos obstáculos–,desatar una enorme proclividad a la inver-sión, y que todos participemos del esfuerzo,y que todos participemos de las decisiones, yno sólo uno.

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Notas bibliográficas y aclaratorias

1 Del Busto, Perú preincaico, p. 51.

2 Este fechaje proporcionado por Richard S. Macneish en 1970 está sin embargo en revisión (en Kauffmann,Manual..., p. 116) / La confiabilidad del testimonio que probaría la ocupación de la cueva con esaantigüedad no es compartida por algunos especialistas./ Véase Augusto Cardich. Civilización andina: suformación. CONCYTEC, Lima 1988.

Sin embargo, como está dicho, la ciencia debe definir con exactitud si los restos encontrados en Yauca–costa norte de Arequipa– son o no más antiguos.

3 En Kauffmann, Manual..., p. 116.

4 Véase por ejemplo Del Busto, Perú Preincaico, pp. 271–281.

5 Del Busto, Perú Preincaico, p. 271 y p. 279.

6 Del Busto, Perú Preincaico, p. 249.

7 Del Busto, Perú Preincaico, p. 277.

8 Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios reales de los incas, UNMSM, Lima, 1960, Tomo II, p. 127.

9 Del Busto, Perú Preincaico, p. 329.

10 Del Busto, Perú Preincaico, p. 330.

11 Del Busto, Perú Preincaico, p. 330 y p. 279.

12 Torero, El quechua..., pp. 128 129. Torero, como Del Busto y otros autores, escribe “chanca”. Murra,entre otros, escribe “chanka” (John Murra. Formaciones económicas y políticas del mundo andino, IEP,Lima 1985, p. 158).

13 Tan grande como Israel.

14 Tan grande como Costa Rica.

15 En Rostworowski, Historia..., p. 46.

16 Lumbreras, Los orígenes..., p. 64.

17 Del Busto, Perú preincaico, p. 249.

18 Del Busto, Perú preincaico, p. 249.

19 Cáceres, Las culturas..., 38.

20 Cáceres, Las culturas..., 50.

21 Del Busto, Peru preincaico, p. 249.

22 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

23 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

24 Alternativamente, Torero (El quechua..., p.. 122) se pregunta “no habría sido llevado el culto (el dios)Huari desde Chavín hasta el Collao, no por acción de los ‘sacerdotes–mercaderes’ (...) sino, más lenta-mente, paso a paso, por los pastores de la puna, quienes, llegada su hora, lo hicieron florecer con renova-do vigor en Tiahuanaco varios siglos después, y luego, desde Tiahuanaco (...) tornaron a difundirlo, estavez hacia el norte...”. Según Torero, Huari, Inti, etc., es el dios Sol (El quechua..., p. 117).

25 Lumbreras, Los orígenes..., p. 89.

26 Collins, Mitos..., documental citado.

27 Lumbreras, Los orígenes..., p. 89.

28 Lumbreras. En Del Busto, Perú preincaico, p. 271.

29 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

30 Del Busto, Perú preincaico, p. 277.

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31 Del Busto, Perú preincaico, p. 278. La cursiva es nuestra.

32 Larousse..., p. 71.

33 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

34 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

35 Kauffmann, Manual..., p. 451.

36 Lumbreras, Los orígenes..., p. 97.

37 Kauffmann, Manual..., p. 451.

38 Tan grande como España o Suecia / Benavides (Carácter..., p. 115), habla, sin embargo, de aproximada-mente un millón de kilómetros cuadrados.

39 Lumbreras, Los orígenes..., p. 99.

40 Kauffmann, Manual..., p. 445.

41 Wari, según Pablo Macera, habría sido “más ciudad” que la que llegaron a ser posteriormente Chan Chany el Cusco.

42 Del Busto, Perú preincaico, pp. 272–275.

43 Benavides, Carácter..., p. 19.

44 Por si fueran útiles, recordamos al lector estas dos conocidas e importantes referencias:

La población capitalina de Alemania, hoy, es apenas el 4% de la población total de ese desarrollado paíseuropeo, y;

– La población capitalina de Nigeria, hoy, es apenas el 1,5 % de la población total de ese subdesarrolladopaís de África.

En todo caso, a nadie escapará que la realidad demográfica de los Andes, en la época del Imperio Wari,debió ser comparativamente mucho más próxima, cualitativa y cuantitativamente, a la de la Nigeria sub-desarrollada de hoy que a la Alemania superdesarrollada que se conoce.

45 Kauffmann, Manual..., p. 452.

46 Lumbreras, Orígenes..., p. 97.

47 Lumbreras, El Perú..., p. 28.

48 Del Busto, Perú preincaico, p. 278.

49 Según aparece en el Museo Arqueológio de El Cardo, Camaná.

50 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

51 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

52 Kauffmann, Manual..., p. 457.

53 Lumbreras, Los orígenes..., p. 99.

54 Lumbreras, Origen... (manuscrito citado).

55 Del Busto, Perú preincaico, p. 277.

56 Lumbreras, El Perú..., p. 27.

57 Del Busto, Perú Preincaico, p. 277 y p. 279.

58 Lumbreras, El Perú..., pp. 27 28.

59 Lumbreras, El Perú..., p. 28.

60 Lumbreras, El Perú..., p. 28.

61 Lumbreras, El Perú..., p. 28.

62 Lumbreras, Los orígenes..., p. 102. Seiscientos años más tarde, agudizados los signos de destrucción yabandono, los conquistadores españoles sólo encontrarían “grandes y muy antiquísimos edificios (...), gas-

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tados y ruinados” según atestiguó Cieza de León a mediados del siglo XVI (Cieza de León, La Cró-nica..., p. 207).

63 Del Busto, Perú Preincaico, p. 275 y p. 279.

64 Del Busto, Perú Preincaico, p. 279. Los textos en cursiva son nuestros.

65 El desarrollo de nueva tecnología agrícola, la relación con lejanos mercados, etc., permitieron, sólo en losúltimos siglos, que valles como el Chira y Piura, con gran disponibilidad de agua, pero muy calurosos,sean convertidos en generosos aunque tardíos grandes productores agrícolas.

66 Del Busto (en Perú Preincaico, p. 155) presenta dos fechaciones entre las que discrepan los especialistas:1000 aC – 300 dC y 500 aC – 600 dC.

67 En Macharé & Ortlieb, Registros del Fenómeno..., p. 41.

68 Véase Del Busto, Perú Preincaico, “La Cultura Vicús”, pp. 149–155.

69 Véase Del Busto, Perú Preincaico, “La Cultura Chimú”, pp. 285–310.

70 Del Busto Perú Incaico, p. 58. El reconocimiento de que en Piura y Tumbes los inkas conquistaron a lostallanes recién lo hace Del Busto en La Conquista del Perú (Edit. Studium, Lima, 1984, 3ª edic., p. 252).Textos especializados hablan de un estilo cerámico “tallán” para el Intermedio Tardío (poco antes de laconquista inka, y quizá poco antes de la dominación chimú de los tallanes).

71 Del Busto, La conquista..., p. 46 y p. 49.

72 Del Busto, La conquista..., p. 71.

73 Del Busto, La conquista..., p. 54. Debemos suponer que Del Busto cree que su condición de historiadorle da licencia para reiteradamente utilizar términos despectivos en referencia a muchos antiguos peruanos.

74 Del Busto, La conquista..., p. 112, p. 142 y p. 150.

75 John Hemming, La conquista de los incas, FCE, México, 1982, pp. 90–91.

76 Leonor Cisneros, en Del Busto, Perú Preincaico, p. 155.

77 Hernán Buse, en Del Busto, Perú Incaico, p. 264.

78 Del Busto, Perú preincaico, pp. 58–61 / Rostworowski, Historia..., p 113. Las pruebas más contundentesde un presunto viaje del Inka Túpac Yupanqui, y de posibles posteriores expediciones inkas llevadas pornavegantes de la costa norte al lejano y extenso Pacífico Surecuatorial, han sido difundidas recientementepor Del Busto en Conversando con A. Cisneros, Cable Canal de Noticias, Lima, Enero del 2000.

El patético e inadmisible error de Del Busto, es endosar al Inka Túpac Yupanqui un mérito que en verdadcorresponde a los anónimos navegantes que lo habrían llevado: conocían a la perfección la ruta desdemuchísimo tiempo atrás (de lo contrario el emperador no se habría embarcado, si en verdad lo hizo).

79 Del Busto, Perú Incaico, p. 264.

80 Hernán Buse, en Del Busto, Perú Incaico, p. 264.

81 Del Busto, Perú Preincaico, p. 286.

82 Del Busto, Perú Preincaico, p. 286.

83 Kauffmann, Manual..., p. 470. Véase también el mapa que ofrece Del Busto en Perú Preincaico, p. 291.

84 Del Busto, Perú Preincaico, p. 289.

85 Del Busto, Perú Preincaico, p. 285.

86 Kauffmann, Manual..., p. 469.

87 Del Busto, Perú preincaico, p. 289.

88 Lumbreras, Los orígenes..., p. 108.

89 Kauffmann, Manual..., p 469. / Del Busto, Perú preincaico, p. 289. / Lumbreras, Los orígenes..., p. 108.

90 Raúl Porras Barrenechea. Fuentes históricas peruanas, Mejía Baca y Villanueva, Lima, 1954, p. 66.

91 Lumbreras, El Perú..., p. 31.

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92 Lumbreras, El Perú..., p. 31.

93 Porras, Fuentes..., p. 45.

94 Porras, Fuentes..., p. 45.

95 Bonilla Amado, Perú colonial, Edic. Kúntur, Lima, 1988, p. 117.

96 Del Busto, Perú Preincaico, p. 194.

97 Tan grande como Nicaragua.

98 Del Busto, Perú Preincaico, p. 310.

99 Kauffmann, Manual..., p. 470.

100 Del Busto, Perú Preincaico, p. 309.

101 Lumbreras, Los orígenes..., p. 108.

102 Kauffmann, Manual..., p. 472.

103 Véase Kauffmann, Manual..., pp. 523–533.

104 El explorador norteamericano Gene Savoy reportó recientemente el descubrimiento de ese “importantehallazgo arqueológico [que] sería mucho más trascendental que el del Gran Pajatén”. “El Comercio”,Lima, 23–09–99.

105 Véase Kauffmann, Manual..., p. 504 516.

106 Kauffmann (Manual..., p. 411), afirma “acaso fue abandonada en el Intermedio Tardío, luego de su esplen-dor alcanzado durante el período Horizonte Medio (Tiahuanaco Huari)”.

107 Kauffmann, Manual..., p. 511.

108 En Del Busto, La conquista..., p. 104.

109 En Del Busto, La conquista..., p. 104.

110 Ya se verá en En las garras del imperio cómo se llega a esa equivalencia.

111 En Del Busto, La conquista..., p. 105.

112 Del Busto, La conquista..., p. 102.

113 Torero (en El quechua..., p. 130) refiere que Cañete habría tenido en el siglo XIII una población de entre100 000 y 150 000 habitantes. Y como tal recogimos el dato en nuestra primera edición de este texto.Ahora parece claro sin embargo que dicha población habría sido, en todo caso, la del conjunto de cañetes,lunahuanás, malas y yauyos. Considerando que la población actual del Perú es tanto como 2,5 veces la deentonces, y que la actual es de dicho grupo de pueblos es de 180 000 habitantes, deducimos pues que a losumo habría sido en el siglo XIII de 72 000 personas.

114 Rostworowski, Historia..., p. 106.

115 Rostworowski, Historia..., p. 107.

116 Rostworowski, Historia..., p. 107.

117 Rostworowski, Historia..., p. 106.

118 Rostworowski, Historia..., p. 106.

119 Rostworowski, Historia..., p. 107.

120 Rostworowski, Historia..., p. 107.

121 Larrabure y Unanue. En Rostworowski, Historia..., p. 107.

122 Rostworowski, Historia..., p. 105 y p. 106.

123 Rostworowski, Historia..., p. 107.

124 “Cañete” devendría del título de Andrés Hurtado de Mendoza, marqués (del valle) de Cañete (en Cuenca,España), tercer virrey del Perú. Éste, en 1555, destacó a su hijo, García Hurtado de Mendoza, como go-bernador de Chile. De allí que, muy probablemente, hay hasta dos ciudades de nombre “Cañete” en Chile.

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125 Cieza de León, en Carrillo, Cronistas..., p. 41.

126 Rostworowski, Historia..., pp. 99 100.

127 Ortega y Castro, en Carrillo, Cronistas..., p. 187.

128 María Rostworowski. Guarco y Lunahuaná, dos señoríos prehispánicos de la costa sur del Perú,Separata del tomo XLIV (1978–1980), Revista del Museo Nacional, Lima, s/f., p. 190.

129 Podría considerarse una población infantil femenina significativamente menor que la de niños. Porque laciencia ha demostrado que, tras catástrofes demográficas como las de las guerras, se incrementa sensible-mente la población masculina.

130 Rostworowski, Historia..., p. 104.

131 Doris Bayly, El último bastión jacaru, “El Comercio”, Lima, Revista Somos, N° 689, 19–02–2000, pp. 44–47.

132 Martha Hardmann, en Jaqaru, compendio de estructura, fonología y morfología, citada en Bayly, Elúltimo...

133 Garcilaso, Comentarios..., T. II, p. 189.

134 Tan grande como Dinamarca o Suiza.

135 Véase Torero, El quechua..., pp. 140–141.

136 Kauffmann, Manual..., p. 519.

137 Rostworowski, Historia..., p. 103.

138 Del Busto, Perú preincaico, p. 317.

139 María Rostworowski, Mercaderes del valle de Chincha en la época prehispánica, en Murra,Formaciones..., p. 263. / También en Torero, El quechua..., p. 85.

140 En Torero, El quechua..., p. 100.

141 En Torero, El quechua..., p. 82 y p. 101.

142 En Kauffmann, Manual..., p. 519.

143 En Murra, Formaciones..., p. 133. /La fanega (o fanegada) equivale a 55 litros, es decir, a algo más queel quintal de 46 kilos.

144 Cieza de León, en Torero, El quechua..., p. 86.

145 Garcilaso, Comentarios..., Tomo I, p. 260.

146 En Carrillo, Cronistas..., p. 173.

147 Extraídos de la Monografía de Camaná de J. M. Morante, ob. cit.

148 En Carrillo, Cronistas..., p. 190.

149 Garcilaso, Comentarios..., Tomo I, p. 260.

150 Frederic Andre Engel, España, del Oriente hacie el Occidente, Edit. El Virrey, Lima, 1987, p. 36.

151 En Carrillo, Cronistas..., ob. cit.; y en Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción delas Indias, SARPE, Madrid, 1985.

152 Cieza, La crónica..., p. 156.

153 Gran atlas del mundo, The Times – El Comercio, Lima, 1996, p. 57.

154 Gran atlas..., p. 58.

155 Véase, Gran atlas..., p. 59.

156 Rostworowski, Historia..., p. 173.

157 Garcilaso, Comentarios..., p. 192.

158 Véase Rostworowski, Historia..., p. 103.

159 Cieza, en Carrillo, Cronistas..., p. 41.

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 312

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160 Torero, El quechua..., p. 98.

161 De entre lo más reciente, véase, por ejemplo, Mi Tierra, Perú, p. 126.

162 Véase, por ejemplo, Gran Historia del Perú, Libris – El Comercio, Lima, 1995, p. 44

163 Del Busto, La conquista..., p. 263.

164 Torero, El quechua..., p. 102.

165 Del Busto, Perú preincaico, p. 314.

166 Del Busto, Perú preincaico, p. 314.

167 En Del Busto, Perú preincaico, p. 314.

168 Del Busto, Perú preincaico, p. 314.

169 Véase Del Busto, Perú preincaico, p. 311.

170 Pero si es así, podría con todo derecho preguntarse un lector: ¿por qué entonces recurrir a fuentes como lade Garcilaso, que propala la primera, directa y más extensa versión de la élite inka de la historia andina?Pues porque ésa y otras fuentes proveen muchas veces datos que –como los que utilizamos en este texto–,contrastados con otros, o ubicados en un contexto adecuado, permiten finalmente apreciaciones consis-tentes y coherentes, y en consecuencia útiles para la Historia. Si se quiere, metodológicamente de lo quese trata es de acometer las fuentes premunidos de hipótesis que permitan seleccionar y discriminar ade-cuada y objetivamente los datos, vengan de donde vengan.

171 Del Busto, Perú preincaico, p. 317.

172 Del Busto, Perú preincaico, p. 317. Habría sido más adecuado decir “teocrático”, en lugar de “teológi-co”.

173 Garcilaso, Comentarios..., p. 192.

174 Del Busto, La conquista..., p. 106.

175 En Kauffmann, Manual..., p. 519.

176 Torero, El quechua..., p. 130.

177 Del Busto, Perú preincaico, p. 317.

178 Del Busto, Perú preincaico, p. 311.

179 Kauffmann, Manual..., p. 522.

180 Del Busto, Perú preincaico, p. 317 / Diego de Ortega y Morejón y Fray Cristóval de Castro, en Carrillo,Crónicas..., p. 183.

181 Cifras en millones de K. Bennett, en Flórez, La Europa feudal..., en Calderón y otros, Sociedad y cam-bio..., p. 47.

182 Véase, por ejemplo, Del Busto, Perú preincaico, ob. cit.

183 En Morante, Monografía..., ob. cit.

184 Anello Oliva, en Carrillo, Cronistas..., p. 173.

185 Linares, Pre–Historia..., T. II, p. 155.

186 Oliva, en Carrillo, Cronistas..., p. 173. Las cursivas son nuestras.

187 Linares, Pre–Historia..., T. II, p. 236.

188 Morante, Monografía..., p. 67. Morante indica que una migración de origen desconocido habría dado ori-gen a las culturas Chimú y Chincha. Eso es hoy insostenible. Bastantes evidencias hay de que habría ocu-rrido en un tiempo mucho más remoto.

189 Cumaná fue la célebre colonización agrícola de fray Bartolomé de las Casas en Guatemala. VéaseCristóbal Colón y otros, Cronistas de Indias, antología, El Áncora Edit., Bogotá, 1982, p. 136.

190 Cieza, en Carrillo, Cronistas..., p. 54.

191 Linares, Pre–Historia, T. II, p. 150.

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192 Debemos reconocer que, por simplificación aunque no por ello muy alejados de la verdad–, hemos con-siderado “costeñas” a las provincias de Chepén, Pacasmayo, Ascope, Trujillo y Virú, en La Libertad; yCaravelí, Camaná e Islay, en Arequipa.

193 Casi tan grande como Austria.

194 Atlas universal..., Bruño, p. 86.

195 Linares Málaga insiste en que “Juli” es el nombre correcto.

196 Lumbreras, Los orígenes..., p. 15.

197 Lumbreras, Los orígenes..., p. 116.

198 Juan Augusto Benavides Estrada, Compedio de la Geografía del Perú, Edit. Escuela Nueva, Lima, 1988,p. 73.

199 Simone Waisbard. Tiahuanaco, Edit. Diana, México, 1987, p. 24. / Benavides, Compendio..., p. 73.

200 Excepción hecha de las frígidas punas cordilleranas, sólo la ciudad andina de Cerro de Pasco, a 4 400m.s.n.m., ofrece condiciones de habitabilidad más hostiles.

201 Hoy se considera que las tierras que rodean el lago, por su capacidad de uso, son “moderadamente buenaspara cultivos intensivos y otros usos”. En Atlas histórico, geográfico y de paisajes peruanos, INP, Lima,1970, p. 187.

202 En Murra, Formaciones..., p. 214.

203 Murra, Formaciones..., p. 46.

204 Murra, Formaciones..., p. 79.

205 En Valcárcel, Historia..., T. 2, p. 13.

206 Murra, Formaciones..., p. 203.

207 Zárate. En Murra, Formaciones..., p. 140.

208 Burga, Los abismos..., artículo citado.

209 Murra, Formaciones..., pp. 59 115.

210 Lumbreras, Los orígenes..., pp. 119–120.

211 Murra, Formaciones..., p. 73.

212 Lumbreras, Los orígenes..., p. 119.

213 Murra, Formaciones..., p. 76.

214 Murra, Formaciones..., p. 79.

215 Murra, Formaciones..., pp. 71 80.

216 En Morante, Monografía..., p. 676.

217 Véase Lumbreras, Los orígenes..., p. 119.

218 En Murra, Formaciones..., p. 134.

219 Kauffmann, Manual..., p. 535.

220 Véase Torero, El quechua..., p. 115.

221 Torero, El quechua..., p. 129.

222 Torero, El quechua..., p. 85.

223 Kauffmann, Manual..., p. 563.

224 Macera, Las furias..., p. 29.

225 Citado por Franklin Pease G.Y., en La historia y sus fuentes, Gran Historia..., p. 4.

226 Silva Santisteban, Fernando. Me preocupa el desconocimiento de nuestro pasado, entrevista de ManuelCisneros Milla. En “El Dominical”, suplemento de “El Comercio”, Lima, 27–7–1997.

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227 Macera, Las furias..., p. 35.

228 En “La Revista Dominical”, programa político dominical ya desaparecido de América Televisión, 28 dejulio de 1996.

229 Alfredo Kato. El ombligo del mundo: la historia es entretenida. “El Comercio”, Lima, 11 de febrero del2000, p. C7. Escribimos esta observación el mismo día de publicación del elogioso comentario de A. Kato.

230 Véase, por ejemplo, María Luisa Laviana Cuetos, La América española, 1492–1898. De las indias anuestra América, Edic. Temas de Hoy, Madrid, 1996, Tomo 16.

231 Cusco: ombligo del mundo (producido por el periodista peruano Alejandro Guerrero), es un costoso do-cumental que en estos días (febrero 2000) acaba de empezar a difundir Panamericana Televisión, uno delos dos más importantes canales de la televisión peruana

232 Kauffmann, Manual..., pp. 565– 567.

233 Mi tierra, Perú, p. 184.

234 Alejandro Miro Quesada Garland. Lo nuestro tal cual es, Introducción de Mi tierra, Perú, p. 3.

235 Bryce, Un agudo repaso..., p. 15.

236 Mi tierra, Perú, p. 184. La cursiva es nuestra.

237 Atlas universal..., Bruño, p. 33. La cursiva es nuestra.

238 Gran Historia..., p. 41. La cursiva es nuestra.

239 Gran Historia..., p. 44.

240 Gran Historia..., p. 44. La cursiva es nuestra.

241 Gran Historia..., p. 41.

242 Francisco Miro Quesada Cantuarias, El Perú en su historia, Prólogo de Gran Historia..., p. 3.

243 Gonzalo Portocarrero, investigador de la Universidad Católica de Lima. En Flores Galindo, Alberto.Buscando un inca..., pp. 20–21.

244 En el contexto de las absolutamente antidemocráticas elecciones generales del 2000 –grotesca y abusiva-mente manipuladas por el gobierno del presidente Fujimori–, diversos intelectuales y políticos, entre losque puede destacarse al ex canciller Francisco Tudela, han exteriorizado su admiración por el “gran impe-rio inka”.

245 Barraclough, Atlas de la historia..., p. 172.

246 Miro Quesada, Gran Historia..., p. 3.

247 En Gran Historia..., p. 3. Las cursivas son nuestras.

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Indice de cuadros, gráficos, ilustraciones, mapas y anexos

Cuadros Pág.

4 Población andina 600 –1 000 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203s/n Población cañete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2395 Población chincha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2636 Población total de la nación ica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2637 Población 1 000 – 1 400: Perú – Europa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 268

GráficosDetalle cronológico

43 Detalle cronológico ( 1 500) – 1 300 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20746 Detalle cronológico ( 1 500) – 1 400 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23247 Detalle cronológico: Nación Ica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241

Ilustraciones geográficas38 Puentes territorial y temporal entre Chavín – Nazca – Tiahuanaco – Wari . . . . . . . . . . . . . . . 19639 Influencia sobre los chankas: perspectiva geográfica y perspectiva cronológica . . . . . . . . . . . 19840 Fuerzas sociales y evolución de la correlación de fuerzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20041 Imperio Wari: Flujo de excedentes a la sede imperial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20642 Cerco final contra Wari y huida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20745 Imperio Chimú: flujo de excedentes a la sede imperial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231

Pirámides sociales48 Intereses y objetivos en la estratificación social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266

Otros44 Mochicas + Moches –> Chimús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22249 Diagrama básico de alternativas y opciones de consumo e inversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26750 Alternativas tradicionales de consumo e inversión en los Andes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26851 Sociedad y Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26952 Diagrama desarrollado de alternativas y opciones de consumo e inversión . . . . . . . . . . . . . . 27153 Excedente, Nación, Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

Ilustraciones22 Corte transversal de un andén . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19323 Andenería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193

24–25–26 Influencia Chavín en Tiahuanaco, Wari y Nazca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19727 Fortaleza de Paramonga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23028 Ceramio chincha con motivo textil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25629 Chullpas kollas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292

Mapas16 Territorios ancestrales de la nación chanka . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19017 El Imperio Wari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19918 Red vial andina (siglo IX) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20319 Los valles del territorio peruano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21220 Estratégica ubicación de Tumbes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21821 Tumbes – Galápagos – Chan Chan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21922 Territorios Mochica y Moche / Chimú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22023 El Imperio Chimú (siglo XIII) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22024 Cañete y Yauyos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22825 Territorios de la nación ica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23526 Territorios y expansión (horizontal y vertical) de la nación kolla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285

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Anexos8 Chavín – Perú / Egipto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2139 Hipótesis: Presencia Sechín en Moche – Mochica y Chimú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226

10 Los ríos del sur peruano: grandes limitaciones para la agricultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27511 Arequipa – La Libertad: poblaciones modernas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28112 Arequipa: sitios arqueológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282

EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 317

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EL MUNDO PRE-INKA: Los abismos del cóndor • Alfonso Klauer 321