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MEDIOS DE COMUNICACIÓN, SOCIEDAD Y CULTURA Por Mauro Cerbino * Las reflexiones que siguen tienen que ver con una posible discusión en torno al papel de los medios en relación a temas específicos que tienen relevancia en la sociedad y en la cultura. No obstante estas reflexiones se produzcan específicamente para una columna de una revista de cultura y actualidad (El Búho) que se publica en Ecuador, creo que sus contenidos e ideas pueden contribuir al amplio debate sobre las relaciones entre los medios de comunicación y el ejercicio de la ciudadanía en los diversos ámbitos de la vida cotidiana. 1. VIOLENCIAS MEDIÁTICAS Cuando se habla del papel que cumplen los medios de comunicación en la sociedad dos son las alternativas que se mencionan. Los medios como reflejo de la realidad o, al contrario, como generadores de realidad. Muchas veces, sin embargo, ambas posturas coinciden en un punto: en la satanización de los medios. Una actitud que desconoce que, cualquiera sea su papel, los medios son parte constitutiva del tejido social y de la construcción de los imaginarios ciudadanos. En material mediático nos bañamos todos los días, incluso si decidiéramos voluntariamente no ver la televisión, escuchar la radio, leer el periódico o estar conectados a Internet. Con los contenidos que generan los medios tenemos que hacer las cuentas, queramos o no, dado que una parte importante de lo que, por ejemplo conversamos, proviene de una u otra forma de lo que dicen (o dejan de decir) los medios. Ubicado así el asunto, se demuestra infructuoso aquello de que, dada la mala calidad de cierta producción televisiva, deberíamos botar la televisión por la ventana, salvo tal vez, que lo hiciéramos todos. Pero, aún así, en tiempos de globalización, deberíamos pedir que hagan lo mismo toda la gente que vive en este planeta, algo que ciertamente no cabe.

Pub_169 Violencia Mediática

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MEDIOS DE COMUNICACIÓN, SOCIEDAD Y CULTURA

Por Mauro Cerbino*

Las reflexiones que siguen tienen que ver con una posible discusión en torno al

papel de los medios en relación a temas específicos que tienen relevancia en la

sociedad y en la cultura. No obstante estas reflexiones se produzcan

específicamente para una columna de una revista de cultura y actualidad (El

Búho) que se publica en Ecuador, creo que sus contenidos e ideas pueden

contribuir al amplio debate sobre las relaciones entre los medios de

comunicación y el ejercicio de la ciudadanía en los diversos ámbitos de la vida

cotidiana.

1. VIOLENCIAS MEDIÁTICAS

Cuando se habla del papel que cumplen los medios de comunicación en la

sociedad dos son las alternativas que se mencionan.

Los medios como reflejo de la realidad o, al contrario, como generadores de

realidad. Muchas veces, sin embargo, ambas posturas coinciden en un punto:

en la satanización de los medios. Una actitud que desconoce que, cualquiera

sea su papel, los medios son parte constitutiva del tejido social y de la

construcción de los imaginarios ciudadanos. En material mediático nos

bañamos todos los días, incluso si decidiéramos voluntariamente no ver la

televisión, escuchar la radio, leer el periódico o estar conectados a Internet.

Con los contenidos que generan los medios tenemos que hacer las cuentas,

queramos o no, dado que una parte importante de lo que, por ejemplo

conversamos, proviene de una u otra forma de lo que dicen (o dejan de decir)

los medios. Ubicado así el asunto, se demuestra infructuoso aquello de que,

dada la mala calidad de cierta producción televisiva, deberíamos botar la

televisión por la ventana, salvo tal vez, que lo hiciéramos todos. Pero, aún así,

en tiempos de globalización, deberíamos pedir que hagan lo mismo toda la

gente que vive en este planeta, algo que ciertamente no cabe.

Lo que debemos es definir cómo tener una posición crítica, de sana resistencia

y reflexividad frente a la producción mediática sobre todo en aquellos casos de

comprobada mala calidad en el tratamiento de temas que directa o

indirectamente afectan nuestras vidas. Uno de estos casos es, sin duda alguna,

el tema de la violencia.

Voy a referirme en particular al manejo televisivo de este fenómeno, porque

creo que es el que de manera especial amerita nuestra atención analítica.

Los medios televisivos, en Ecuador como en muchos otros países, han hecho

de las violencias un género para el negocio comercial. Convencidos de la

enorme aceptación, medida con el rating, los productores de los canales de

televisión llenan los noticieros de imágenes cruentas y crean programas ad hoc

basándose en la espectacularización de las violencias para justificar de esta

forma los rendimientos publicitarios. Es probable, en este sentido, que la mayor

o menor noticiabilidad esté concebida vinculándola directamente a la presencia

o menos de algún crimen. De ahí, se llega a distorsionar tanto los criterios que,

hay quienes, en la televisión nacional, no duda en afirmar que siempre habrá

nuevos capítulos de la vida real porque nunca desaparecen asesinatos, robos

o violaciones. Este tipo de consideraciones contribuye a explicar el constante

incremento del recurso televisivo del directo.

La televisión, que es impensable sin imágenes, se afana por generarlas

estando presente en el momento preciso en el que se producen los hechos.

Es probablemente su mayor obsesión, que consiste en querer “mostrarlo todo”,

presentar lo “autentico” en su inmediata manifestación y máxima visualización

sin ninguna mediación (comentario o análisis) por parte del periodista.

El objetivo es presentar la verdad a través de imágenes que lo “dicen todo” y a

partir de las cuales no queda más que creer en lo que se ve. Sobre esto se

basa la producción espectacular de las violencias mediáticas, sobre una

especie de pornografización de las imágenes que combina exhibición y

voyerismo y tiende a crear en los televidentes simplemente una fascinación por

lo que ven. Esta fascinación por las imágenes tiende a inhibir o reducir el deseo

de saber que es lo que garantiza y se traduce en la demanda y búsqueda de

información adicional sobre los fenómenos mostrados. Ello supone un trabajo

activo de parte del televidente por mantener abierta la tensión entre el creer en

lo que ve y la duda que alimenta la articulación del saber en torno a lo

observado. La proliferación, que se da también en nuestro país, de programas

de reality show como son el “Gran Hermano” o aquellos en los que se exhibe el

mundo privado normalmente de los sectores marginales de la población, es la

muestra de una televisión que apunta a “transparentar” la vida en su “real”, a

desnudarla, sin ningún tipo de mediaciones reflexivas y de análisis por parte de

los periodistas. Esta ausencia significa la reproducción del estereotipo con el

que se tratan por ejemplo temas como la desocialización, la pobreza o la

seguridad, algo que limita ciertamente tener enfoques distintos y nuevos

planteamientos sobre estos temas.

Hay que aclarar que no se trata de pedirles a los periodistas que cumplan con

una función educadora como a veces se reclama, sino que asuman en primera

persona la responsabilidad sobre los contenidos que producen en el sentido de

comprometerse con las consecuencias que éstos provocan en la vida de todos.

Y del lado de los ciudadanos, en vez de pensar sobre la utilidad o no de

deshacerse de la televisión, sería mucho más efectivo organizarse para la

vigilancia crítica, para demandar más calidad y rendición de cuenta de los

medios de comunicación. Sería una manera para deshacerse del engaño de

los rating que es la justificación que los medios aducen para construir la falsa

alternativa entre lo que aburre y lo que entretiene.

2. GUERRAS DE MEDIOS

La última guerra en el golfo pérsico ha sido el escenario para volver a pensar el

papel de los medios de comunicación en acontecimientos bélicos. El título de

este artículo hace referencia a al menos dos ámbitos de relación entre guerras

y medios de comunicación. El primero tiene que ver con la guerra narrada,

presentada o representada y puesta en escena por los medios, lo que hace que

haya tantas guerras cuantos modos de narrarlas y el segundo, consecuencia

del primero, es lo que se refiere la guerra informativa que los mismos medios

libran basándose en la competencia para acaparrar la atención del público y

garantizarse el mejor rating.

A partir de estas consideraciones pierde valor la afirmación, de muchas partes

formulada, de que la primera víctima de una guerra es la verdad. Es necesario

darse cuenta de que los diferentes modos de in-formar, es decir de poner en

forma lo que no la tendría sin ese particular modo, conduce a hablar de

verdades particulares que dependen en última instancia de cómo se percibe y

se da sentido no solo a los hechos de la guerra sino a la guerra como tal.

En la agresión militar de EEUU a Irak hubo, a diferencia de la primera guerra

del golfo, un despliegue plural de medios de comunicación que permitían, de

algún modo, acceder a distintas “verdades” sobre lo que iba ocurriendo; al

menos para aquellos (tal vez una minoría) que podían tener acceso a una

información diversificada. Sin embargo, creo que pensar en el papel de los

medios en tiempos de guerras nos brinda la posibilidad de ir más allá de la

categoría de “verdad informativa” y, por un lado, plantear la importancia de

mantener una postura de vigilancia y relativa capacidad de dudar de la

información mediática y, por el otro, afirmar que es imprescindible dedicarse a

fortalecer una actitud crítica en relación a la pluralidad de opiniones que es lo

que en el fondo sustenta la producción informativa en general.

Ante el obvio alineamiento de los medios con las posturas y estrategias de los

gobiernos comprometidos directa o indirectamente en un determinado conflicto

armado (se piense en el comportamiento absolutamente consonante, salvo

raras excepciones, de la prensa ecuatoriana con el gubernamental y folklórico

“ni un paso atrás” en el conflicto con Perú del 95) el desafío no es demandar

buena y confiable información, sino incrementar nuestra capacidad de lectura

de los acontecimientos con argumentos sostenidos en el análisis y la reflexión

a fondo. Si hemos asumido que en ocasiones de guerra los medios precipitan

en una especie de desinformacia, es decir un régimen noticioso basado en el

control ad hoc de la información por parte de la oficialidad, la única manera

para evitar que “los acontecimientos entren en huelga” (Baudrillard) como

consecuencia de ese control, es buscando otros mecanismos que permitan la

construcción del sentido de los acontecimientos de un modo más contrastativo

basado en el ejercicio del discernimiento incluso de tipo especulativo.

Hoy, en cierta medida, Internet representa un escenario potencial de circulación

de material reflexivo e interpretativo generados por personas desplegadas

desde distintos lugares geográficos y epistémicos que animan el debate y

complejizan la podredumbre de la producción noticiosa mediática sobre todo la

televisiva. Por su parte, los periódicos impresos, muchos de los cuales también

son disponibles en la Internet, por su especifica tendencia editorializante, de

mezcla de noticias y opiniones, contribuyen a fomentar en los ciudadanos-

lectores la búsqueda de profundidad crítica en torno al acontecer noticioso.

Algo que permite alejarse del doble riesgo de tener a un consumidor de medios

que cae o en la pasividad de un creer incuestionado e irreflexivo o en el

escepticismo radical que lo empuje al quemeimportismo o peor a una actitud

cínica frente a los temas tratados por los medios.

La guerra en Irak, además de representar un triste capítulo en la historia

contemporánea, ha sido la ocasión para poner en tela de juicio al tratamiento y

quehacer periodístico e incluso su credibilidad que se muestra descendente.

Pero también ha permitido el aparecimiento de una opinión pública mundial

que, junto con el repudio de la guerra, ha cuestionado y rechazado la labor de

los medios, especialmente aquellos televisivos, que intentaron hacer del

espectáculo de la guerra un asunto comercial más.

3. REALIDAD DE REALITY SHOW

Parece ser que de reality en reality la mayoría de la televisión ecuatoriana

queda atrapada en este formato televisivo. Esto revela una incapacidad de

poder producir algo alejado de modelos importados y de franquicias.

El intento de estas pocas notas es intentar definir qué realidad está en juego o

esta siendo despachada por este tipo de programa que pretende asumir un

estatuto de verdad atribuyéndole una semejanza con el realismo.

Distinguiéndome de la postura de los defensores del reality, ubico en ella dos

consideraciones fundamentales que justificarían esta propuesta mediática. La

primera es que lo que se pretendería es generar un reflejo de la sociedad en el

que estarían presentes actores, roles y relaciones propias de ella. La segunda

es la afirmación de un supuesto devenir público de lo privado, que se vuelve

posible por la aparición y visibilización de sujetos normalmente anónimos en los

dispositivos de lo público. El sustento sociológico para estas dos

consideraciones es que este tipo de programa muestra protagonistas reales

viviendo una existencia auténtica en tanto que su desenvolvimiento se daría a

partir de sus particularidades caracteriales o comportamentales. En este

sentido los participantes son el retrato de una intimismo psicológico y la

realidad social también es mostrada en base a este psicologismo. El

desenvolvimiento de los participantes, en la competencia lúdica, se asume

como una no-actuación, una no ficción y como tal una no representación. Son

estas negaciones que a viabilizar la producción de realidad, de verdad y

autenticidad.

Lo que esta en juego, en cambio, es el ocultamiento de la artificialidad de la

representación, de sus mecanismos de construcción, queriendo sugerir que la

“realidad” o la “vida en directo” no tiene relación con la escena significante

mediatizada que esta dada por la presencia de cámaras y, de algún modo, por

un “guión” establecido. Sin embargo, los defensores del reality se olvidan de

que, en la vida social, toda acción o actuación es comprensible a partir de la

relación que ésta mantiene con una escena que funge como marco de

contextualización. Por otro lado, parecería existir una conexión directa entre

mediocridad de los personajes (encarnados por esos “actores de la calle”) y

expresada en el despliegue de lugares comunes y estereotipos, y lo

”verdadero” y “realista” de la escena mostrada. Es posible incluso hipotetizar la

existencia de una relación proporcional: ¡a más mediocridad correspondería

mayor realismo!

En el ocultamiento de la artificialidad de la representación lo que se negaría es

el hecho de que nos encontramos ante la producción de un efecto de realidad y

no la realidad en sí misma, lo que influencia y encausa la fruición de los

televidentes de este tipo de programa. Producir un efecto de realidad permite

crear la ilusión de entrar en contacto con las personas en la escena, de

poderlas conocer de manera profunda y familiarizarse con ellas a través del

desciframiento simple de sus características humanas. Esto se ve claramente

cuando los televidentes afirman que un participante es de un cierto modo y

tiene una cierta personalidad. Son estos juicios los que están a la base y

motivan el tipo de sanción, rígidamente binario, de aprobación o desaprobación

de su conducta. En términos sociológicos no podemos no notar que nos

encontramos frente a un radical reduccionismo, el que asume que los valores

sociales son el producto de la circulación de sentimientos individuales.

La complejidad de la realidad social es reducida a un único criterio de verdad

que mide la sociedad en términos psicologistas, y la consecuencia más

relevante de ello es la intención implícita de hacer creer que en el espacio

social la conflictividad se limita a expresiones comportamentales y no a

aquellas producidas a partir del disenso y de las diferencias ideológicas.

Todo esto tiene consecuencias en el ámbito de la reflexión sobre el devenir

público de lo privado y finalmente sobre un posible papel de la televisión en

este campo. Creo que el reality no pone en escena lo privado con la finalidad

de establecer una relación reciproca con lo público. No tiende a difuminar las

fronteras entre las dos esferas; al contrario exagera lo privado exaltando los

ingredientes tradicionales (a los que se ha hecho referencia aquí) de lo privado.

De ahí que más bien lo peligroso resida en una corrosión del espacio público

por parte de un privado representado de forma espectacular. Aún así, podría

haber quienes consideren esto como una especie de triunfo de la vida privada y

ordinaria. Visto desde otra perspectiva me parece que, al contrario, existe el

riesgo de pensar la vida desde las únicas dimensiones de la privatización y

personalización de ella.

Tomando en cuenta las tendencias en las producciones televisivas nacionales

e internacionales el reality es solo un anillo más de una cadena de

degradaciones progresivas de estas producciones.

4. MEDIOS E INTERNET

La cumbre mundial de la sociedad de la información que se realizó en Ginebra

en diciembre del año pasado, bajo el auspicio de la UIT (Unión Internacional de

las telecomunicaciones), pasó casi desapercibida en Ecuador. Es probable

que los medios de comunicación la consideraran como un tema “sofisticado” y

poco interesante, en línea con el muy escaso debate que en el país se ha dado

sobre las implicaciones sociales, culturales y políticas de esta cumbre, cuyo

objetivo declarado era tratar el problema de la brecha digital existente entre

aquellos países que tienen un alto desarrollo de las TIC (nuevas tecnologías de

la información y comunicación) y otros que se encuentran apenas entrando en

la “era de Internet”. Más que hacer un balance de los resultados de la cumbre,

hacia los cuales de todos modos parece unánime el juicio de un rotundo

fracaso, es tal vez útil referirse a algunos de los temas que la definición de

sociedad de la información convoca para la discusión. ¿Por qué la información

sería la característica o el puntal más importante de una noción de sociedad

que tradicionalmente se ha resistido a cualquier adjetivación? ¿Y cuál es la

relación entre las TIC, en particular Internet, y la información?

Sin entrar a discutir directamente qué significa informar, o informarse, existe la

convicción generalizada de que la dotación de la nueva infraestructura

tecnológica, en primer lugar de Internet, garantizaría per sé la producción,

circulación y consumo de información. En contra de esta convicción se han

movilizado la mayoría de los representantes de la sociedad civil presentes en la

cumbre de Ginebra. Lo han hecho cuestionando incluso la decisión de la ONU

de asignar a la UIT la organización del evento, dado que se trata de una

entidad eminentemente de regulación tecnológica en el campo de las

telecomunicaciones, como si, y es éste el mayor argumento para el

cuestionamiento, la información fuera un asunto exclusivamente de

incumbencia tecnológica. Considero que un cuestionamiento de esta

naturaleza es posible en la medida en que se sostiene que la tecnología tiene

que ver simplemente con medios materiales e instrumentos para la

información, así como de objetos de uso mecánico. El equivoco está en no

considerar que la técnica (o la tecnología) establece con la cultura una relación

indisociable, que es necesario pensar en el interfaz entre el dispositivo técnico

y el dispositivo semiótico que asigna sentido al primero en el uso y apropiación

de éste. Así, el mundo de la técnica no está separado de la praxis social, como

tampoco lo están las formas tecnológicas de las formas simbólicas.

Sin embargo, creo que alrededor de la cumbre de Ginebra es otra la

preocupación que merece ser señalada. Se trata, por decirlo rápidamente, del

sentido que Internet puede adquirir en lo político. Que la sociedad de la

información no se debe exclusivamente a la presencia de Internet es un hecho

incuestionable si pensamos que la mayor parte de la información sigue

generándose y circulando en la sociedad gracias a los medios de comunicación

de masas. Lo que está en juego, me parece, es el significado político de la

información precisamente en una sociedad ampliamente mediatizada. Es

innegable que los medios masivos han ido consolidando un enorme poder por

la puesta en circulación de contenidos y formas simbólicas que alimentan la

construcción de los imaginarios de los ciudadanos. Estos, en su mayoría, se

han visto abocados a ser “simples” consumidores de noticias con muy pocas

posibilidades de participación efectiva en la producción de la información.

La utilización democrática de Internet, sustentada por una consistente

capacidad cultural de uso y apropiación, podría significar revertir o cuanto

menos innovar la dinámica actual de la información. Internet podría pensarse

como un medio de comunicación capaz de transformar a los lectores en

productores de información, sobretodo a través de la construcción de redes en

las que el intercambio es constante en términos de mailing, de chat, o de

acceso a y generación de sitios web. A esto se suma la posibilidad de procesar

y organizar la información, de modo que adquiera relevancia para un sujeto

particular, y siendo esta una de las condiciones necesarias para el

aparecimiento de nuevos actores sociales y políticos en la actualidad. En el

Ecuador, por ejemplo, el movimiento indígena ha obtenido su legitimidad como

sujeto activo de la política ecuatoriana gracias también a un uso estratégico del

Internet y al establecimiento de redes internacionales, a través de las cuales ha

recibido apoyo y reconocimiento. El desafío entonces, que puede transformarse

en una verdadera oposición, reside en cómo evitar que Internet se vaya

constituyendo en un nuevo mercado en el que los internautas se vean

reducidos a meros consumidores. Junto con esta amenaza, enmarcada en el

ámbito económico, es necesario discutir otra de tipo político: el control de

Internet o lo que los especialistas llaman la e-gobernancia. Efectivamente, ya

existe una entidad de control, la ICANN (Corporación de Internet para la

Asignación de Nombres y Números de Dominio), que es una organización

privada con sede en los EEUU. El anuncio de esta corporación, realizado en la

cumbre de Ginebra, de querer abrir oficinas regionales en todo el mundo, es un

asunto que debe ser debatido y reflexionado partiendo de la pregunta: ¿por qué

se plantea la necesidad del control privado de Internet y qué consecuencias

puede tener?, ¿será que las grandes corporaciones que controlan las más

importantes cadenas de medios de comunicación del mundo se ven

amenazadas por las potencialidades que demostraría tener el medio de los

medios que es Internet ? Ahí aparece el riesgo de que, en lugar de crear las

condiciones para democratizar una sociedad de la información, se consoliden

los mecanismos de control de la información.

5. LA MARCA MEDIÁTICA DEL TERRORISMO

Los acontecimientos violentos ocurridos en España con el saldo de casi

doscientas personas muertas y más de mil heridos, vuelven a plantear el

problema del modo como los medios tratan realidades de esta naturaleza.

Intentaré establecer tres escenarios. El primero se refiere a la relación de los

medios con el poder político. El segundo tiene que ver con el modo en el que

los medios retratan las reacciones de la opinión pública y de la ciudadanía; y,

finalmente, el tipo de representación periodística que se hace de los

acontecimientos.

Del primero, creo que quedó bastante al descubierto, al menos en el primer

momento, la posición acrítica asumida por los medios en transmitir las

versiones oficiales dadas en los círculos de gobierno. Es como si, frente a la

gravedad de ciertos sucesos que conmocionan la opinión pública y que afectan

los intereses de la nación, la actitud de los medios no puede no ser de total

incondicionalidad con las reacciones y el discurso de las autoridades que como

ya sabemos, en casos como estos, se enmarcan en lógicas de exorcismo y

represalia plasmadas en frases rimbombantes del tipo: “el terrorismo no nos va

a amedrentar”, “la nación sabrá cómo destruirlo”, etc. Lo contrario, es decir

establecer un compás analítico enmarcado en la necesidad de pensar

críticamente los hechos, e incluso manejar la “sana duda” de quienes no

pueden quedar satisfechos con las retóricas gubernamentales, corre el riesgo,

sobre todo en esta vuelta a tiempos maniqueos, de ser considerada como

traición a la patria o cuanto menos como expresión de insensibilidad frente a la

tragedia. Partiendo de consideraciones de esta naturaleza, según las cuales de

lo que se trata es de estar unidos y compactos en el repudio general al

terrorismo, venga de donde venga, los medios se prestan de algún modo a

decir lo que es conveniente no para el conjunto de la población, sino para los

poderes oficiales constituidos.

La paradoja es flagrante: la actitud de “responsabilidad con el valor universal de

la nación” de los medios tiende a hacer el juego del gobierno de turno

ocultando el interés particular desde donde se establece lo que se puede o no

decir ante lo sucedido. Y es en este punto donde se da paso al segundo

escenario.

Partamos de una premisa necesaria: nadie puede permitirse especular y

mucho menos instrumentalizar sobre el dolor de los que sufrieron en carne

propia los atentados de Madrid; hay que reconocerles plenamente el derecho al

silencio y al espacio digno del duelo personal. Los medios españoles

demostraron, esta vez, haberlo entendido, produciendo la información sin

recurrir a las tradicionales imágenes desgarradoras de llantos y sufrimientos.

Sin embargo, creo que los medios no han podido ir más allá de dar cuenta de

las manifestaciones de luto nacional, limitándose así a retratar una estética del

duelo como si de lo que se tratara fuese del modo social de manifestar una

“muerte cualquiera”. ¿Hay, en el plano de lo público, una diferencia entre una

muerte accidental y una por manos de terroristas? La respuesta, ciertamente

muy difícil de formular para aquellas personas directamente afectadas, se

vuelve sin embargo más clara para el resto de ciudadanos. Esto obviamente no

quiere decir de ninguna manera buscar razones o posibles justificaciones al

terrorismo, significa que de todos modos no se debe perder la capacidad de

interrogación en torno a lo que acontece, intentando ir más allá de la seguridad

y la inmediata certeza con que se afirma categóricamente desde donde viene el

terrorismo, basándose en una pura lógica de división entre culpables e

inocentes. ¿Cuántas veces se justifica el asesinato de inocentes, lo que otros,

cínicamente, llaman “fatal error”, con el pretexto de que es necesario asesinar a

culpables?

Entonces, si bien nadie puede dudar del horror que significa el terrorismo,

venga de donde venga, sí es nuestra obligación intentar decir algo más sobre

las lógicas que lo alimentan y también sobre una semántica que tiende a

encerrar su significado cosificándolo. A todo esto contribuyen, cuando no son

directamente los artífices, los medios de comunicación que se hacen eco de

discursos y posturas irreflexivas, marcadas a veces por la emotividad y a veces

por la manipulación. Y tengo la sospecha que puede haber más en este

sentido. Ya en el caso de los atentados a las torres gemelas de Nueva York, se

acuñó un nombre propio para nombrar los sucesos: 11-S. Se trata de una

construcción metonímica que pretende, a través de la designación del tiempo

(con la fecha), crear inmediatamente la asociación evocativa con lo acontecido.

En otras palabras, cada vez que nombramos “11-S” rápidamente sabemos a

que nos referimos. Ese nombre es la identidad imaginaria e inmediatamente

reconocible del terrorismo. El 11-M, creado por los medios españoles es la

reafirmación icónica de esa identidad, es su marca, su logotipo, en el sentido

propio de la publicidad. Como toda marca, cumple con el objetivo de crear

recordación en los públicos en torno a un determinado producto, que en este

caso es el terrorismo. Es así que lo medios, con la invención de su marca,

tienden a hacer del terrorismo un producto consumible que queda posicionado

en las mentes de los ciudadanos de modo irreflexivo. Algo que se parece

mucho al mismo objetivo del terrorismo: creando el pánico, impedir que los

sujetos puedan pensar críticamente, es decir de modo plural, en torno al

pretendido nombre propio y singular del terrorismo.

6. LA VIOLENCIA EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Uno de los temas recurrentes y controversiales cuando se habla de violencia* e

inseguridad ciudadana es el papel que cumplen los medios de comunicación de

masas en el modo en el que cubren la ocurrencia de hechos delictivos y

criminales. Existe mucha literatura de estudios teóricos que intenta establecer

qué relación existe entre generación noticiosa y percepción ciudadana de la

inseguridad y el temor, sin embargo es notable la escasez de análisis

empíricos que puedan dar razones y argumentos más concretos sobre el tema.

Sobre todo en cuanto a la real influencia que ejercerían los medios en la

construcción y consolidación de los imaginarios urbanos alrededor de la

problemática de la inseguridad. Sobre estos temas se ha discutido durante dos

días del mes de agosto, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,

en ocasión de un seminario internacional llamado “la violencia en los medios de

comunicación”. El seminario, concebido como un espacio para discutir,

reflexionar y proponer alternativas en torno a la relación medios y violencia, ha

* Al decir violencia de modo singular se comete indudablemente un error grave de definición, sin embargo en este artículo me refiero a la violencia exclusivamente en el sentido de delincuencia y criminalidad. Se trata de una aclaración necesaria que los medios no siempre tienen en cuenta, dado que pueden tratar de la misma manera acontecimientos muy disímiles como son por ejemplo: un asalto a un banco y una manifestación de protesta callejera.

congregado algunos investigadores y académicos extranjeros provenientes de

Chile y Colombia y otros nacionales e, incluyendo a algunos periodistas, ha

querido crear un momento de intercambio de experiencias e ideas entre los

profesionales del periodismo y los miembros de la academia. Son algunos los

temas que han salido de la discusión. En primer lugar, en base a una

investigación recientemente realizada en Chile, es posible afirmar que existe un

desnivel e incluso una franca contradicción entre los índices de victimización,

que se refieren a encuestas que registran las afirmaciones de los ciudadanos

que dicen haber sido víctima de al menos un delito, y las percepciones de un

constante “vivir con miedo” que otras encuestas registran entre la ciudadanía.

Los unos mucho más bajos que las otras. Ciertamente es complejo explicar

esta brecha. Sin embargo, debemos preguntarnos, ¿De donde los ciudadanos

adquieren el conocimiento necesario para comprender la realidad y tener algún

tipo de juicio sobre ella? En primer lugar en las interacciones cotidianas con

vecinos, amigos, colegas de trabajo, en la escuela, etc., para las cuales

contarán mucho factores y condiciones como son la edad, el genero, la

condición socio económica entre otras. No debemos olvidarnos de que nuestra

vida se desenvuelve de una manera más articulada de lo que piensan los que

sostienen que los medios influencian de modo directo nuestro comportamiento,

como si se tratara de un impacto. El asunto es otro: los medios generan

información y otros tipos de materiales simbólicos que entran en circulación por

las continuas mediaciones sociales y que entonces se vuelven patrimonio

común mucho más de lo que uno se imagina. Pero hay más. Los medios

contribuyen a sostener o incluso a generar lo que podríamos llamar “emociones

vicarias” en relación a ciertas experiencias cotidianas. Se trata de emociones

percibidas por un “efecto de contagio”: uno puede tener miedo de lanzarse

desde un puente con un elástico y sin embargo vivir una emoción “similar” y

vicaria con el solo hecho de observarlo hacer, sea “realmente” o viéndolo en

una película. Es muy probable que los medios, del tipo que sean, escrito,

televisivo o radial, generen un temor vicario que llamaríamos precisamente

mediático debido al modo como retratan, describen, representan los hechos de

violencia y de crónica roja. Porque los medios, al igual de lo que nos sucede en

la experiencia de la vida cotidiana, recortan determinados fragmentos de la

realidad y los devuelven a través de un cierto formato y un modo de

presentarlos. El problema reside aquí: es indudable la propensión que tienen

los medios a banalizar y muchas veces a espectacularizar los hechos violentos

y a retratar de modo “violento” a la criminalidad, y aunque no se trate de

considerar a los medios como los únicos responsables de los niveles de

sensibilidad respecto al temor ciudadano hacia la delincuencia, es innegable

que la ciudadanía se alimenta de estas fuentes informativas para elaborar un

sentido en torno a la inseguridad y a la violencia urbana.

Otro importante tema que se ha discutido en el seminario fue el relacionado

con la responsabilidad social de los medios en el cubrimiento de

acontecimientos violentos. Muchas veces en este cubrimiento se tiende a

reproducir simplemente la lógica maniquea de buenos versus malos y por

consecuente de inocentes contrapuestos a culpables. De esta manera la

prensa se arroga el derecho de ser justiciera asignando culpabilidad de un

modo irresponsable dado que los “procesos” con los que cumple son someros

y a menudo influenciados por prejuicios y condiciones ideológicas del

periodista. Esta práctica tiene repercusiones evidentes en los juicios que la

opinión pública tiene y expresa sobre un particular acontecimiento y que

además se transforman en una guía para los ciudadanos y sus acciones en la

vida cotidiana. Por ejemplo: cuando la prensa insiste en el uso de ciertos

términos genéricos como: “la banda de asaltantes estaba liderada por un sujeto

colombiano”, o “los colombianos vuelven más sofisticado el crimen” es muy

probable que muchos ciudadanos frente a la presencia de una persona de esa

nacionalidad, de manera mecánica, lo asocien con esas imágenes mediáticas.

El modo justiciero de la cobertura periodística es posible en la medida en que

los medios tienden a personalizar el acontecimiento asignando roles o

simplemente “dejando hablar” a cada uno de los supuestos actores y

protagonistas de la noticia y relatando los hechos como una actuación de

personajes singulares. Es a partir de este momento que la audiencia, lectores,

televidentes o radioescuchas, a través de simples procesos identificatorios,

puede sostener y reproducir la asignación de culpabilidad estableciendo una

escena de tipo emocional en la que prima la contraposición maniquea (de la

que hemos hablado), que finalmente abona a la generación de estigmas y a la

consolidación de estereotipos.

Hablar de responsabilidad social de los medios significa entonces el poder

asumir, por parte tanto de los directivos como de los periodistas, de que es

necesario repensar las agendas temáticas que subyacen al cubrimiento

periodístico de la violencia reflexionando sobre los discursos que lo sostienen,

y de ahí además, revisar permanentemente los criterios de noticiabilidad en

relación con las ocurrencias criminales.

7. EL QUINTO PODER Y LOS MEDIOS

Hace unos meses, por invitación de la Universidad Central de Colombia y la

Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social

(FELAFACS), estuve en Bogotá para tener un debate con Ignacio Ramonet,

director de Le Monde Diplomatique, quien llevaba al encuentro una propuesta

muy polémica sobre el papel actual de los medios de comunicación. Su

argumento en resumidas cuenta es el siguiente: los medios han ido perdiendo

su calidad de fiscalizadores de los poderes formales, (lo que les había

merecido la denominación de “cuarto poder”), y ello se ha producido

fundamentalmente por el “giro” que han dado agrupándose en grandes

corporaciones transnacionales, que no solo ha significado aniquilar la

posibilidad de tener un filo crítico, sino que los ha convertido, ellos mismos, en

un poder formal omnímodo y sin contrapeso ni control social. De ahí, que se

hace necesario plantear la construcción de un nuevo poder (el “quinto”) que

sea capaz de ejercer un efectiva vigilancia ciudadana a la producción

“manipulatoria” y “asfixiante” de los medios de comunicación, especialmente de

las grandes cadenas mundiales de televisión. Ese “quinto poder” se articularía

alrededor del funcionamiento de múltiples observatorios de medios. Hasta aquí

Ramonet.

Propongo de mi parte algunos temas que puedan contribuir a la discusión en

torno a su propuesta. En primer lugar habría que preguntarse, no tanto si en el

pasado los medios han configurado realmente ese “cuarto poder”, sino sobre la

naturaleza de ese poder, al menos en los términos planteados por Ramonet de

un “poder ciudadano”. Pienso que la reflexión alrededor de esta pregunta nos

remite al análisis de la efectiva participación de los ciudadanos en la

elaboración de las agendas de los medios o a los debates que estos generan

públicamente. ¿Se puede afirmar que en el pasado los ciudadanos han tenido,

de algún modo, una interlocución con los medios que ha hecho que estos

pudieron representar los intereses de aquellos?

La relación entre medios y esfera pública, esta última definida por Habermas

como el espacio intermedio entre la sociedad civil y el Estado, ha sido un

escenario importante en aquellos países con fuertes tradiciones liberales y en

los que los medios han contribuido a apuntalar y ampliar la esfera pública con

un periodismo volcado a sostener interesantes debates por ejemplo en el

campo de la política. Ciertamente lo mismo no ha sucedido con los medios de

los países latinoamericanos. En un país como el Ecuador, por ejemplo, salvo

algunas excepciones, los medios no han contribuido a crear las condiciones

para la circulación de ideas y contenidos de relevancia pública. De espaldas a

los ciudadanos, su única preocupación, en relación a estos, ha sido el frío

cálculo de una aceptación (muy poco estudiada a fondo) medida a través de los

rating. Este problema se hace más acuciante si se tiene en cuenta que, según

los resultados de una investigación realizada recientemente (con el nombre de

“auditoría de la democracia”), dos de tres ecuatorianos coinciden en afirmar

que la institución en la que más confían, después de la iglesia, son los medios

de comunicación. Ahora bien, está claro, que esa credibilidad habría que

definirla más bien como una creencia (¿un acto de fe?) que los ecuatorianos

expresan hacia los medios de comunicación. Y esto sí es realmente

preocupante. En cuanto creo que, con los medios, no habría que establecer

una relación de esta naturaleza, y la ciudadanía debería pensar en la

información más como un ámbito para enriquecer sus marcos cognitivos sobre

la “realidad”, que una “verdad” en la que creer. ¿Cómo cambiamos este estado

de cosas? La solución de Ramonet es instituir observatorios de medios, lo que

aparece como una iniciativa interesante (que en FLACSO también estamos

adoptando) pero que sin embargo, al menos en la concepción de Ramonet, no

podrá resolver el problema que hemos señalado.

Si algún poder debemos poner en práctica, como ciudadanos, es aquel de

“obligar a los medios” a discutir y analizar a fondo los contenidos mediáticos y

su influencia para el funcionamiento de la esfera pública. El análisis debería

permitir rastrear por ejemplo: ¿desde qué discursividades hablan los

periodistas o los medios?; cuáles son las dimensiones ideológicas y axiológicas

que subyacen a la generación de los mensajes?; ¿qué tipo de lenguajes usan

para plasmarlas? Para que esto se de, es necesario sin embargo, cumplir con

algo fundamental: que pensemos en cómo crear las condiciones para que la

ciudadanía pueda formarse en lo que podemos definir como “alfabetización y

lectura crítica de medios”. De esta formación, estoy seguro, se pueden

beneficiar los mismos medios y sobretodo los periodistas (al menos los que no

operan abiertamente en base a la manipulación), porque a la larga la actitud

crítica de la ciudadanía se revierte en una mejora de la calidad de la

información y en la oportunidad de que medios y ciudadanía puedan establecer

un lazo social más estrecho y útil.

8. LOS MEDIOS Y LA POLÍTICA

En los primeros cuatro meses del año, el país ha vivido una constante agitación

social debido a la agudización de una crisis que, en tanto que institucional y

política, ha puesto de manifiesto la necesidad de repensar a fondo la relación

entre los distintos ejercicios de ciudadanía (incluyendo la rendición de cuenta) y

la representación de los poderes formales para la conducción del estado. En

este contexto, se han suscitado dos hechos que han tenido la fuerza de sacudir

el ya inestable tablero político ecuatoriano: el regreso de Bucarám y las

jornadas de abril que han llevado, de alguna manera, al derrocamiento del

coronel Gutiérrez. Muchos analistas han visto entre estos dos hechos una

conexión significativa en el sentido de que sería posible establecer una

causalidad con la que producido el primero (el regreso de Bucarám) el segundo

(la caída de Gutiérrez) adviene como su consecuencia directa. En este artículo

voy a referirme al papel que han tenido los medios de comunicación

(especialmente televisivos) en relación a los modos con los que han cubierto

estos dos hechos significativos para la vida del país. Interpretar ese papel nos

permite articular algunas hipótesis sobre el significado que la presencia de los

medios tiene en el escenario de la acción política.

Empecemos por el regreso de Bucaram. Es conocido que televisivamente este

hecho compitió con otro acontecimiento muy significativo como fue la muerte

del papa Woityla, aunque también es conocido que gano esta competencia: la

cobertura televisada de la concentración en la 9 de octubre en Guayaquil de

miles de simpatizantes que esperaban el líder del PRE y sucesivamente su

discurso desde la tarima, ha ciertamente oscurecido lo que ocurría en Roma.

Se trató de una verdadera y propia especie de “cadena nacional” con todos los

canales transmitiendo en vivo desde la simbólica calle de Guayaquil. ¿Por qué?

La respuesta más obvia es que Bucaram, sobre todo cuando regresa al país,

luego de un ulterior exilio y en helicóptero, como ya de costumbre y al mejor

estilo mesiánico, es siempre noticia porque asegura un buen porcentaje de

rating y porque hacer lo contrario, es decir no cubrir el hecho, seguramente le

significaría a cualquier canal una debacle precisamente en cuanto a rating.

Más allá de preguntarse por qué Bucarám atrae tanto a los ecuatorianos

(incluso a sus no partidarios) es necesario hacerse otra pregunta, ¿es solo la

“dictadura del rating” que “obliga” a los canales a entregar cámara y micrófono

al show bucaramista? Talvez parte de la respuesta está en que de lo que se

trata es de representar precisamente un espectáculo, no importa de qué tipo

sea ni que reacciones pueda suscitar en los televidentes. Los medios asumen

de entrada que la política es todo aquello que se refiere a lo frívolo o al drama,

a la violencia verbal o física, a los actos de corrupción ejemplares o al

escándalo, a los rumores o a las primicias, en síntesis a todo lo que puede ser

espectáculo, que alimente cualquier tipo de sensación de preocupación o

esperanza, de angustia o fascinación, dado que en definitiva poco importan los

matices. En la cobertura del regreso de Bucarám no ha habido ningún

comentario por parte de los periodistas ahí presentes. Diríamos que no hubo

ninguna mediación que, como sabemos, es la única que garantiza un mínimo

de enlace no simplemente emocional, sino de invitación reflexiva, de la

información con la audiencia.

El otro hecho, las manifestaciones de abril, ha recibido otro tratamiento

periodístico. Ahí prevaleció, al menos en un primer momento, es decir hasta la

caída de Gutiérrez, una especie de autocensura impuesta por los mismos

medios para no darle cámara ni micrófono a los denominados “forajidos”.

Y ello a pesar de que, desde una lógica televisiva, en esas manifestaciones

también estaba presente el espectáculo: no solo expresiones estéticas y

corporales protagonizadas por familias enteras, jóvenes, niños, ancianos

mujeres, sino escenas de violencia de los policías, todas ellas habrían podido

ofrecer un “interesante” espectáculo para el ojo del televidente. ¿Por qué la

diferencia con el tratamiento mediático del otro hecho? Porque si bien los

medios reproducen y reafirman constantemente el significado de que la política

es espectáculo, hay veces, como en el caso de las manifestaciones de abril,

que este “espectáculo” preocupa a los medios dado que no se trata

simplemente de representar imágenes “inocuas” o en todo caso “folklóricas”

como en el caso del regreso de Bucarám, sino que el impacto en las

consciencias de los ciudadanos es mayor e impredecible, y podría abrir en ellos

la posibilidad de desarrollo de un sentido crítico frente a los acontecimientos.

Es posible que haya otras explicaciones, como la que apunta a señalar el

interés que tienen los medios de “pescar a río revuelto” y hacer suculentos

negocios aprovechando aquellos momentos de aguda crisis política.

Sin embargo, me atrevo a esbozar una hipótesis más, que los medios de

comunicación, por su bajo compromiso con el papel de fomentar la discusión a

través de una información profunda y documentada, tienden a reproducir la

miseria o el vacío de contenidos, el oportunismo y el personalismo que son

características de la política ecuatoriana. En este sentido existe la seria

sospecha que éste sea el real interés que los medios tienen respecto de la

política: el de empobrecerla, reducirla aún más a algo fatuo, para que nada

cambie de modo profundo y que los televidentes sigan siendo simples

consumidores de cuñas publicitarias y no ciudadanos.

9. MIRADA MEDIÁTICA DE PANDILLAS JUVENILES

Ante al papel jugado por los medios de comunicación en su relación con los

jóvenes o con las pandillas juveniles, existe un carácter que podríamos definir

como esquizoide. Por un lado, no es pensable la constitución del sujeto juvenil

actual sin la mediación y la influencia de la cultura audiovisual producida y

puesta en circulación por las industrias culturales globalizadas. Los medios

contribuyen sustancialmente a la generación de nuevas sensibilidades, modas

y estilos de vida, valores y conflictos dado que forman parte del tejido social en

el que ponen a circular signos, sueños y mercancías visuales de gran

influencia.

Sin embargo, por el otro lado, se asiste también -sobre todo en el Ecuador- al

despliegue de una mirada mediática tendiente a estigmatizar a los jóvenes en

general y a las pandillas en particular†. Cuando los jóvenes están presentes en

los medios es para llenar la sección de crónica roja o, a lo mejor, la de

deportes. En ambos casos lo que no muestran es todo “lo otro”: sus

representaciones, expresiones y prácticas culturales, los complejos procesos

de construcciones identitarias a los que precisamente contribuyen los medios

de comunicación y las nuevas gramáticas audiovisuales generadas en escala

planetaria por las industrias de la cultura. En una reciente investigación que

realizamos sobre el tipo de adjetivos empleados por un diario de Quito en la

redacción de noticias o información referente a jóvenes, se pudo determinar

que los adjetivos “pandilleros”, “violentos”, “delincuentes” y “en riesgo” son los

de más alta frecuencia. Y, por otro lado, los términos más utilizados para

nombrar a la acción de las pandillas resultaron ser “delincuencia”, “violencia”,

“asesinatos” y “drogadicción”.

La mirada de la mayoría de los medios es alarmista y escandalosa, reproduce

o contribuye a crear estereotipos y lugares comunes al servicio de unas

“verdades oficiales” que sancionan sin tener en cuenta otros y complejos

factores. Los medios tienden a exagerar y espectacularizar el “mal” a la manera

de una novela policial, donde de antemano se reconocen los personajes

“malos” y los “buenos”, el todo empaquetado con los ingredientes “justos” para

que el televidente o el lector no tenga que hacer ningún esfuerzo analítico para

emitir su juicio. La operación más común en la cobertura mediática de las

prácticas pandilleras es, por lo tanto, reducir al mínimo la tarea de

contextualizar y profundizar, con el único objetivo de explotar de modo

sensacionalista los hechos que ven involucrados –presuntamente o no - a los

pandilleros, y perjudicar así otro tipo de aproximación al fenómeno basado en

una comprensión más detenida y reflexiva. La justificación que muchos

periodistas expresan por la reducción de su papel de mediación es que, debido

a la radicalidad y el carácter sanguinario de la acción pandillera – como en el

caso de asesinatos - no se puede tener ninguna condescendencia al juzgar

esos actos. Sin embargo, el problema que plantea esta justificación es que los

medios olvidan que su papel no es el de “hacer justicia” y sancionar o emitir

sentencias sobre ciertos hechos, sino el de proporcionar a la opinión pública

claves de lecturas analíticas que puedan significar el desarrollo de

herramientas críticas por parte de las audiencias. No obstante, la práctica del

sensacionalismo puede ser un negocio atractivo en la medida en que responde

(cuando los medios quedan atrapados en la simple lógica de medición del

rating) a una demanda (que se dice tacita) de noticias “fascinantes” de parte de

los consumidores, de noticias cuya intención es producir un “efecto de realidad”

que deja a los públicos anonadados y “adheridos” a la información que

perciben sin que se produzca distancia crítica alguna. Además, están presentes

en esta relación, algunos elementos indispensables del marketing

sensacionalista como son el tratamiento estético de la pobreza y su directa e

incuestionada asociación con la delincuencia.

La construcción de los reportajes y las notas periodísticas se realiza juntando

tres matices discursivas principales: junto al sensacionalismo existe el matiz de

la criminalización y el de la banalización de la acción pandillera.

El sensacionalismo se presenta en el uso de dos recursos: el “dramatizado”

con el cual se pretende narrar “hechos” y crear de este modo un efecto de

realidad-verdad; y el de la proliferación de imágenes y afirmaciones que

alimentan el miedo en la ciudadanía con respecto a la acción pandillera, prueba

de ello son las repetidas referencias a que el fenómeno representa “una

amenaza nueva e impredecible” y sin embargo muy preocupante por “todo lo

que va a pasar a futuro” dado que es “en constante aumento” y que “se

extiende sin control en todo el país”.

El discurso de la criminalización se descifra sobretodo a partir del uso de un

vocabulario que de modo enfático asocia acción pandillera con algunos tipos de

delito que corresponden más bien al modus operandi de bandas de

profesionales del crimen o incluso de terroristas.

Junto con el sensacionalismo y la criminalización, los medios casi de manera

paradójica recurren a veces al recurso de la banalización de las prácticas

pandilleras cuando, empleando un tono burlón se refieren a los códigos usados

por los miembros de las pandillas, como las señas de manos, las distinciones

indumentarias o los collares. Un modo que no toma en serio la producción

simbólica pandillera, que la desvaloriza, probablemente por no entender a

cabalidad los sentidos que expresa, y que manifiesta el claro propósito de

mostrar su total inconsistencia.

10. LOS JÓVENES LATINOAMERICANOS Y LA PRENSA ESPAÑOLA

En una breve estancia en Barcelona, entre septiembre y diciembre del 2005,

me encontré con un impresionante montaje mediático sobre los “violentos

jóvenes latinoamericanos” que intentaba convertirlos en una de las

preocupaciones más acuciantes de la “pacifica y pujante vida española”. Este

contraste entre violencia y pujanza procura sin duda un material bastante

atractivo para el ojo sensacionalista de una buena parte de los medios

españoles, que se ocupan de este tema utilizando los mismos esquemas

simplistas con los que tratan la crónica roja de lo cotidiano que inunda los

informativos más populares. En este contexto de alarmismo mediático (que se

parece esto sí de modo impresionante al que caracteriza los medios en

Ecuador), el tema de las pandillas (“bandas”, como las denomina la prensa

utilizando un significante con una connotación negativa) tiene dos filones:

cumple tanto con la noticia inmediata de un asesinato o robo, así como también

es capaz de prolongarse en el tiempo como una novela policial, alimentada de

la opinión de especialistas o de testimonios de los mismos jóvenes, de

reportajes sobre el origen, formas y estéticas que caracterizan y distinguen a

diversas agrupaciones juveniles. Los especialistas se convierten en especie de

epidemiólogos, que tienen que diagnosticar la expansión y el alcance de un

brote que crece a medida que la “estética latina” o “estética a lo ancho” (de

pantalones y camisetas; aretes, pañuelos, gorras y zapatos) se toma los

parques y otros espacios públicos. Así como la proliferación de pintadas y

grafitos, que se disputan la pared con colectivos “autóctonos”, que hacen revivir

viejos síntomas de un malestar atribuible a una supuesta “malcurada” relación

entre españoles y latinoamericanos. La reproducción estereotípica de esta

forma de oposición produce entonces un nuevo miedo: el contagio. Los

periodistas (muchos de los cuales son “expertos interpretes” del miedo

ciudadano), con tono obsesivo y fatalista, repiten la pregunta a los especialistas

convertidos en epidemiólogos: “y esto - ¿va para más?”; talvez con la extraña y

“noticiosa” esperanza de que la respuesta sea afirmativa.

Con el tratamiento periodístico de hechos relacionados con la acción de las

“bandas juveniles” de origen latinoamericano, los medios han contribuido a

crear un retrato general de la juventud latinoamericana cuyos contornos, directa

o indirectamente, han estado relacionados con hechos de carácter criminal. Si

se revisan las notas periodísticas aparecidas en diarios y televisiones en los

últimos dos años (desde el asesinato del joven colombiano Ronny Tapias en un

barrio de Barcelona y en cuyo juicio nunca se pudo probar la acción de una

“banda juvenil”), salta a la vista que la mayoría de ellas, al referirse a jóvenes

latinoamericanos, lo hace relacionándolos con acciones violentas. No solo, se

hace alusión al tema de las “bandas latinas” también cuando la noticia tiene

que ver con algún hecho delincuencial o criminal cuyos presuntos responsables

son otros sujetos. Por lo tanto, la expresión “banda latina” adquiere la cualidad

de un significante metonímico que los medios utilizan para con él nombrar el

universo del crimen. Está claro que, si bien no necesariamente sea de

incumbencia de los medios generar las denominadas “noticias positivas”, el

hecho de que prácticamente cada vez que se ocupan de jóvenes latinos lo

hacen relacionándolos a la supuesta acción de las bandas delictivas, termina

por generar un estigma de estos jóvenes. Si a esto se añade que, en los

imaginarios sociales, los procesos migratorios son asociados de modo directo

con la marginalidad y la pobreza y por ende con la peligrosidad social (de la

que serían portadores cuasi naturales los inmigrantes especialmente si

jóvenes), el resultado que se obtiene es una absurda y nociva generalización

que impide ver la complejidad de la migración como un fenómeno social de

gran calado en los actuales momentos históricos.

Participando como moderador en una mesa redonda en la que ocho periodistas

explicaban cómo hacen su trabajo diario, pude comprobar con tristeza el

enorme vacío de criterios que guía su actuación: a la pregunta por la

responsabilidad ante sus públicos de los contenidos que ponen en circulación

la respuesta unánime fue la evasiva afirmación que no pueden sentirse

responsables de una realidad que no construyen.

11. LA EMIGRACION COMO CASO ES SIEMPRE UN DRAMA El observatorio de análisis e interpretación del discurso de los medios de

comunicación que funciona en FLACSO y que se ocupa de los fenómenos

más acuciantes para la sociedad ecuatoriana, ha llevado a cabo en los meses

de agosto hasta diciembre del año pasado un trabajo de observación sobre el

fenómeno de la emigración. Cabe recordar que este observatorio que

anteriormente se había ocupado de analizar el modo periodístico de cubrir y

representar a las violencias urbanas, tiene entre sus objetivos el de producir

informes periódicos cuyos resultados sirvan como insumos para entablar una

discusión crítica con los periodistas de los distintos medios nacionales. No es

menester del observatorio indicar a los periodistas cómo deben cubrir o generar

la información que se pone a circular en el país. Más bien el observatorio

quiere ser un espacio para la reflexión en el que académicos y periodistas

juntos discuten en torno a las lecturas que los investigadores realizan

empleando una metodología que tiene en cuenta una base empírica: los

lenguajes utilizados, las estructuras narrativas, la parte grafica, y otros más

elementos que componen los distintos textos periodísticos.

¿Qué hemos encontrado en relación a cómo los medios han retratado el

fenómeno de la emigración? La observación empezó a funcionar poco después

de que se produjera el hundimiento de un barco cargado con personas que se

dirigían hacia los EEUU. No podíamos dejar pasar la oportunidad de aplicar

nuestro análisis a la copiosa cobertura que los diarios y los informativos

radiales y televisivos habían dedicado a este hecho. Por ello decidimos dividir

la observación en dos partes. La primera que pudiera registrar los significados

que la prensa sostuvo en relación a la tragedia del hundimiento y, la segunda,

hacer seguimiento de la cobertura periodística posterior a ese hecho poniendo

énfasis en la búsqueda de una continuidad informativa sobre emigración más

allá de esa coyuntura trágica. Los resultados del análisis y la interpretación

apuntan hacia la constatación de que los medios operan, en buena medida, de

modo reactivo a los acontecimientos que surgen, reproduciendo

constantemente un especie de periodismo o información de casos, en donde

prima una visión cortoplacista marcada de fatalismo. De este modo la prensa

nacional se limita a registrar, sin dar mayores explicaciones, hechos que

podrían ser tratados de modo más profundo si solo se los ubicara en contextos

más amplios más allá de lo accidental que fuesen. Sin querer negar el carácter

de imprevisto, resulta sorprendente que un fenómeno tan complejo como la

emigración, que tiene aristas en distintos ámbitos, como son el económico,

cultural y social y en donde se cruzan variables de naturaleza personal con

otras más estructurales, deba ser tratado periodísticamente como un conjunto

de casos, de modo fragmentado y solo cuando la sed de dramatismo lo

amerite. Se trata de un “vicio” del periodismo nacional que encontramos

también en la cobertura de otros temas o fenómenos: en el modo como se

cubren las violencias urbanas, las protestas sociales o las problemáticas en

torno a la juventud y muchos otros más. Para todos, de lo que se trata es de

usar siempre titulares con tonos impactantes, reiterar terminología moralista, o

imágenes que muestran la intensidad de dramas que deben inquietar a las

audiencias y no ponerlos a pensar.

Ante ello, se plantea una vez más el problema de la carencia de una agenda

propia de los medios de comunicación para articular una información que

basada en la investigación sea más rigurosa, profunda y continuativa.

Junto con la dramatización, la prensa representa a la emigración por medio de

una visión justicialista que imprime la marca de “ilegales” o “indocumentados”

incluso a aquellos ciudadanos que demuestren ser claramente ecuatorianos.

De este modo, la nacionalidad y mucho más la dimensión de ser persona pasa

a ser, para la información periodística, una variable de segundo orden frente al

apelativo de “ilegal” que tiende a asumir una primacía estigmatizante cuando

además permite proyectar una imagen de los emigrantes como potenciales

delincuentes. Una imagen que creada fundamentalmente en los países de

destino, se puede convertir aquí en un sentimiento de vergüenza hacia aquellos

connacionales que deciden emigrar.

* Antropólogo, coordinador del Programa de Comunicación de FLACSO sede Ecuador, [email protected]