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Primavera eterna-1 1/9/10 22:33 Página 2 - Maldoror …maldororediciones.eu/pdfs/maldororediciones_bunin_primavera.pdf · IVAN BUNIN PRIMAVERA ETERNA Traducción: ... viola derechos

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Primavera_eterna-1 1/9/10 22:33 Página 2

IVAN BUNIN

PRIMAVERA ETERNATraducción:

Jorge SEGOVIA y Violetta BECK

MALDOROR ediciones

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La reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por los editores, viola derechos de copyright.

Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Título de la edición original:

Nesrochnaia vesnaRipol Klassik, 1999

© Primera edición: 2010© Maldoror ediciones

© Traducción: Jorge Segovia y Violetta Beck

ISBN 13: 978-84-96817-82-1

MALDOROR ediciones, [email protected]

www.maldororediciones.eu

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PRIMAVERA ETERNA

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... Y después, querido amigo, meocurrió un acontecimiento queacabó por marcarme profundamente:en el mes de junio, fui a provin-cias con el fin de visitar a unade mis amistades que vive en elcampo. No ha mucho, aún lo recuer-do, era frecuente viajar de estamanera, y supongo que ocurre lomismo entre vosotros, en Europa.¿Pero para qué comparar?Actualmente, en Rusia, es una ver-dadera hazaña recorrer doscientaso trescientas verstas: la menordistancia parece infranqueable,como en tiempos de Moscovia, y loshumildes de Moscú, de escasosmedios, apenas pueden ya viajar.En efecto, han aflojado las clavi-jas y ahora disponemos de todaclase de libertades nuevas quejamás hubiésemos podido soñar;pero no olvides que todo esto esmuy reciente. En una palabra, un buen día volvía sentir algo que hacía muchotiempo no experimentaba: tomé unfiacre para ir a la estación. En

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una de tus cartas, me has hechocomprender entre líneas que habí-as encontrado “acongojante” elespectáculo que ofrece actualmen-te la ciudad de Moscú. Pues sí,Moscú se ha vuelto muy fea –medecía–, mientras rodábamos haciala estación en aquel fiacre sali-do del fondo del tiempo; además,me cobraron una suma astronómicapor una carrera que antaño hubie-ra costado veinte kopeks; yoobservaba las calles con la mira-da limpia del viajero que ha par-tido a la aventura.¡Qué invasiónde gente de rasgos orientales!Cuánto trapicheo en las aceras, aescape –un verdadero “desmadre”,para emplear ese lenguaje horteraque, en este momento, está tan demoda entre nosotros. ¡Cuántascasas demolidas y calles socava-das! Algunos árboles todavíaenhiestos se obstinan en crecer.Las plazas ante las estaciones sonun inmenso bazar donde alguiencompra o vende algo; atraen a ungentío marginal de especuladores,

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de ladrones, de putas, de figone-ros ambulantes que venden cual-quier porquería. En las estacio-nes, se restablecieron las dife-rentes clases para los buffets ylas salas de espera, pero esoslugares de acogida son, por ahora,infectos cuchitriles. Hay empujo-nes por todas partes,¡se ven tanpocos trenes! Procurarse un bille-te es una ardua tarea llena deformalidades y minucias, y cuandofinalmente se trata de subir altren –un viejo tren botijo conruedas carcomidas por la herrum-bre–, eso puede considerarse ver-daderamente como una proeza. Así,pues, son muchos los viajeros quesitian la estación la noche de lavíspera para estar al pie delcañón.Por mi parte, llegué sólo doshoras antes de la salida del tren,lo cual era muy imprudente porqueestuve a punto de quedarme sinbillete. Finalmente la situaciónse desbloqueó mal que bien(mediando una propina, por supues-

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to); pude conseguir mi billete,subir al tren e incluso encontrarun sitio en un banco y no en elsuelo. El tren arrancó, Moscú des-apareció en la lejanía detrás demí, y vi desfilar los paisajes quehabía olvidado: campos, bosques,pueblos que recuperan su humildevida de antaño tras la loca y rui-nosa orgía que Rusia se ha ofreci-do. Pronto los ojos comenzaron aparpadear, las cabezas a mecerse,y los mozos que poco antes habíavisto subir al asalto del vagónestaban ahora casi todos roncando,con la boca abierta. Frente a míiba un campesino de deslucido pelocastaño, alto, muy seguro de símismo. Al principio, fumaba yescupía sin pausa en el suelo,aplastando sus escupitajos con lapunta de su bota y haciéndola cru-jir. Después sacó del bolsillo desu gabán una botella de leche quese puso a beber a grandes tragos,interrumpiéndose sólo para respi-rar. Tras vaciar la botella, seretrepó en su asiento y, echado

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contra el duro respaldo, se pusotambién a roncar; el hedor que sedesprendía de toda su persona mevolvió como loco. No pudiendosoportarlo, abandoné mi sitio parapermanecer de pie en la platafor-ma del vagón. Me encontré allí conalguien a quien no veía desdehacía cuatro años: un viejo profe-sor de universidad, antaño muyrico; le costaba guardar el equi-librio, a causa de las sacudidasdel tren; apenas pude reconocerle,tanto había envejecido; podríamosdecir un anciano en peregrinaje alos lugares santos. Sus zapatos,su abrigo, su sombrero estaban aúnmás deslucidos que los míos. No sehabía afeitado desde hacía lustrosy sus gríseos cabellos caían sobresus hombros en mechones sueltos;llevaba en la mano una bolsa detela gruesa, una segunda bolsaestaba posada a sus pies. “Vuelvoa mi casa, al campo –me explicó–,me han concedido una parcela en miantiguo dominio, y ahora, sabe, yame he acostumbrado a vivir con

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poco, como el amigo moscovita alque usted va a ver; trabajo conmis manos para asegurar mi susten-to, pero cuando tengo un momentolibre lo dedico a ese gran traba-jo de historiador que no ha muchohabía emprendido y que debería,creo, abrir nuevas perspectivas ala investigación histórica...” Eldisco argentado del sol discurríabajo, tras los troncos, tras elbosque. Al cabo de una media horami historiador descendió en unapequeña estación, y pude ver cómose alejaba renqueando con sus bol-sas a lo largo del paseo de verdi-nosos abedules, en el aire frescodel crepúsculo. Yo llegué a midestino a la caída de la noche,pasadas las diez. Y como el trenllegó con retraso, el campesinoque había venido a buscarme sevolvió a marchar tras habermeesperado en vano. ¿Qué hacer?¿Pasar la noche en la estación?Era inútil pensar en eso, puesechan el cierre; de todas formas,abierta o cerrada, carece de ban-

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cos y asientos –”¡ahora, querido,ya no hay señores!”– y es pocoagradable dormir en el sueloincluso para un ciudadano “sovié-tico”. En cuanto a encontrar allía un campesino disponible, esactualmente un intento que estácondenado al fracaso. Charlédurante un rato con un mujik queestaba sentado cerca de la puertade la estación, que esperaba conun aire moroso e indiferente eltren nocturno para Moscú. Hizo ungesto desilusionado con la mano.– ¡Quién se atreve ahora a aventu-rarse por los caminos! Ya no haycaballos, ni personal... Sólo lasruedas, y eso cuesta una fortuna,es horrible...Le pregunté:– ¿Y si fuese a pie?– ¿Va lejos?Le di el nombre del lugar.– Desde aquí –dijo– hay que contaruna veintena de verstas, no más.Se puede intentar.– ¿Eso cree? –protesté; ¿a pie, através del bosque?

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– ¡Claro que sí! ¡Por supuesto quese puede hacer!Y se puso a contarme que la pri-mavera última dos viajeros habíanalquilado en el pueblo los servi-cios de un campesino y que todoshabían desaparecido sin dejarr a s t r o :– No encontraron nada: ni a losviajeros, ni al campesino, ni alcaballo, ni el carruaje... Y nuncase supo quién dio el golpe...Ahora, ¡ya nada es como antes!Evidentemente, después de eserelato, se me habían quitado lasganas de pasar la noche en cami-no. Decidí esperar hasta la maña-na y buscar un alojamiento nolejos de la estación, en unaposada –“hay dos”, había precisa-do el mujik. Pero ninguna mequiso alojar. “Té, todo el quequiera”, me respondieron en unade las posadas. Así, pues, metomé el té, una especie de tisanarepugnante, sin apurar el tiempo,en una pieza miserablemente ilu-minada. Insistí de nuevo:

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– Déjeme al menos pasar la nocheen la escalinata.– Ni lo piense, ¡es poco conforta-ble!– ¡Eso será mejor que aventurarmeal camino!– ¿Está armado?– ¡Puede cachearme, si quiere! Ydi vuelta a mis bolsillos y des-abroché todos mis botones.– Bueno, está bien; si se lo pideel corazón, puede quedarse en laescalinata. Desde luego, a estahora, nadie en el pueblo le abri-rá la puerta, y además todo elmundo duerme...Salí y me senté en la escalinata;pronto las luces se apagaron–hacía tiempo que la posada conti-gua estaba sumida en la oscuridad–y se hizo noche cerrada, y conella llegó el silencio y elsueño... Pero a mí que no podíadormir, ¡qué larga me parecióaquella noche! En la lejaníaceleste, la media luna veladacomenzaba a descender tras losnegros contornos del bosque. Acabó

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por desaparecer, y en el espacioque había abandonado temblabaahora el destello de un relámpagode calor... De vez en cuando, invadido por elcansancio de aquella postura –puesestaba sentado–, iba a desentume-cer las piernas por el camino queblanqueaba vagamente ante la esca-linata; después volvía a sentarmey fumaba tabaco fuerte, tenía elestómago vacío... Eran cerca delas dos cuando oí en el camino unchirrido de ruedas, un choque decubos contra los ejes: un carrua-je se acercó a la posada contigua,se detuvo; alguien comenzó a gol-pear en el cristal con pequeñostoques furtivos y convenidos. Elpatrón, descalzo, arriesgó unamirada por la puerta entreabiertaantes de sacar con precaución laespeluznante cabeza; reconocíentonces al anciano que, por lanoche, me había negado el aloja-miento con una increíble brutali-dad; dio comienzo entonces un trá-fico misterioso e interminable;

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arrastraban fardos por el suelo–me parecieron pieles de cordero–que no tardaban en apilar en elcarruaje del visitante; la escenaestaba iluminada por relámpagoscada vez más violentos que abarca-ban el bosque, las isbas, el cami-no. Soplaba un viento fresco y seoían rodar en la lejanía los ame-nazadores truenos. Yo permanecíallí, sentado, maravillado.¿Recuerdas las tormentas nocturnasque teníamos en Vassilievskoie?¿Recuerdasdas cómo asustaban atoda la gente de casa? Pues bien,imagínate que ahora no me dan nin-gún miedo, y hasta te diré que esanoche, en la escalinata, contem-plaba con una jubilosa fascinaciónaquella reluciente tormenta secaque no llegaba a estallar.Finalmente, me sentí a pesar detodo terriblemente cansado poraquella larga vigilia, y mi exal-tación comenzó a decaer: ¡cierta-mente no me veía recorriendo vein-te verstas a pie tras una nochesin dormir!

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