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PREGON DE LA SEMANA SANTA DE CUENCA 2017
Agua lenta del dolor / monte arriba, penitente. / Y en hombros de la corriente /
crucificado, el Amor. / Dime, chopo soñador, / nazareno de la orilla / ¿a dónde lleva
Castilla / su dolor peregrinando? / El chopo tiembla… / ¡Temblando, Señor / doblo la
rodilla.
Buenas noches.
Quería comenzar con este verso de Federico Muelas, pregonero por antonomasia de
nuestra Semana Santa, de quien aprendí a valorar el amor a esta ciudad de las maravillas
que es Cuenca.
Junto a la talla del Ecce-Homo de San Miguel, traído por sus banceros en sencilla y
silenciosa procesión de vísperas de Viernes de Dolores, de trazado estrecho y sinuoso,
se encuentran los guiones de las Hermandades del Santísimo Cristo de la Agonía, a la
que pertenezco; de la Junta de Cofradías, además del Guión del Ecce-Homo, aunque
hoy estas enseñas representan a todas las Hermandades, incluida la de San Isidro de
Arriba, de la que soy secretario.
Gracias Heli Pérez por tus palabras y original presentación. Me siento feliz que un
amigo y compañero de estudios de mis hijos, y en alguna etapa, compañero mío en las
lídes periodísticas, y también amigo, haya hecho esta función con tanto desparpajo,
naturalidad y saber estar. Enhorabuena.
Dignísimas autoridades ya mencionadas por el presentador, miembros de la Junta de
Cofradías y representantes de las distintas Hermandades de nuestra Semana Santa;
nazarenas, nazarenos y componentes del Grupo Turbas; pueblo de Cuenca y
espectadores del otro lado que me escucháis o me veis a través de los medios
informativos y de las redes sociales de este mundo global, desde una ciudad global
como Cuenca.
Vayan mis saludos desde esta antigua iglesia de San Miguel de Cuenca, ciudad
Patrimonio de la Humanidad, sala de conciertos de las Semana de Música Religiosa.
Expreso mi agradecimiento de nuevo por haber sido designado Pregonero y asumo la
alta responsabilidad adquirida, tras haber pregonado otras señaladas fiestas de la ciudad.
Quiero dedicar este Pregón a mi madre Encarna, que seguro está al lado de nuestro
Ecce-Homo de San Miguel, en las cumbres celestes; a mi esposa Isabel, fiel compañera
a la que todo debo; a mis hijos Diego, David y Verónica, y a mis nietos, Laura, David,
Carla y Sergio, que viviendo en Segurilla y Leganés, son nazarenos de Cuenca.
En el año 1986, Rafael Pérez Rodríguez me llamó para que le corrigiese su Pregón, que
terminaba con un relato estremecedor que él titulaba “La otra gran semana”, paralela a
nuestra Semana Santa. Evocaba que “allá, en el azul de las estrellas... allá donde está el
Padre, también hay procesión: la de las entrañables familias de Cuenca, desaparecidas
de mi ciudad, de mis gentes conquenses y enconquensadas que, de una u otra forma,
con tremendo esfuerzo, sembraron semilla para el logro de una Semana Santa mejor”.
En esta rememoración pasional de 2017, que hoy anunciamos a la rosa de los vientos,
en esta tarde abrileña, su hijo Rafael Pérez Caballero refleja en el cartel anunciador –
como homenaje a su padre-- esa otra “Gran semana” en el cielo, con tres banceros en
primer plano, como turno de nazarenos que se van relevando y que denominé como “el
cartel eterno”.
Por ello, el preludio de este Pregón alude a esa otra “Gran Semana” del Cielo a la que
en las últimas fechas se han ido iconos nazarenos como Aurelio Cabañas, testigo de la
anterior y la recuperada Semana Santa, que lo dio todo en la Junta de Cofradías durante
varios lustros; hace un par de años me dijo cogiéndome del brazo: “no me quiero morir
sin escuchar tu pregón”… Manuel Calzada, que también dedicó su tiempo como
tesorero y presidente de la Junta de Cofradías, además de pregonero; Agustín Carretero,
artesano dorado de la Pasión; pregoneros como el asesor-religioso José Antonio
Navarro Saugar; el archivero diocesano Dimas Pérez Ramírez y el escritor Antonio
Castro Villacañas; también se nos fueron el sacerdote Teodoro Rubio, con su capa
pluvial de Viernes Santo…
Leonor Culebras con sus carteles y dibujos semanasanteros y su gran amor a Cuenca;
Gregorio Cubillo, con sus fotos y sus vídeos, siempre presto a realzar la fiesta del alma
nazarena; Carlos Albendea, el fotógrafo de los Retratos de la Pasión, que nos mostró en
un hermoso libro la Catedral a “ojo de pez”. Antonio Mateo, portador del Guión del
Ecce-Homo de San Miguel, este año con crespón negro; Eusebio Domínguez, Arsenio
Lara Pardo, y tantos nazaren@s anónimos que dejaron su quehacer voluntario a través
de sus hermandades y hoy aquí recordamos de manera entrañable con emoción y
respeto.
Y aún nos estremece la reciente muerte de Paloma Gómez Borrero, nuestra pregonera
de 2014, cuya voz aún resuena aquí cuando ocupaba este lugar: “Cuan hermoso es
ensalzar la semana más santa y más bella, y heme aquí, en Cuenca, venida de Roma, de
la ciudad de las siete colinas, del centro de la cristiandad, a esta ciudad del rey Alfonso
VIII donde las casas son esculturas talladas en la roca, asomándose al río como si
estuvieran dispuestas a echarse a volar”.
Evocamos, en suma, la memoria de tantas personas que año tras año nos precedieron, y
nos dejaron y legaron esta gran Semana Santa que hoy tenemos y escenificamos por las
calles de Cuenca, la Jerusalén viviente, que ensambla fervor con paisaje. Para todos,
nuestro permanente recuerdo en el descanso eterno. Y hoy, que en Cuenca el silencio es
sinónimo de procesión, pido el aplauso cerrado para todos los que se fueron y dejaron
su huella nazarena.
EL NIÑO DE LAS MISERICORDIAS
En la tarde sabatina del 12 de noviembre pasado, con ocasión de los cultos de Clausura
del Año de la Misericordia, se celebró en nuestra Catedral un emotivo concierto-oración
con la presencia excepcional de las imágenes del Santísimo Cristo de las Misericordias,
que preside la antiquísima procesión de “Paz y Caridad” de Jueves Santo, y de Nuestra
Señora la Virgen de la Misericordia, Patrona de Puebla de Almenara.
Escuchando el Miserere al órgano, por el Coro de la Catedral, el pregonero que les
habla, ya nominado, embargaba emociones contenidas, entre los guiones y estandartes
nazarenos que acompañaban aquella sencilla como grandiosa procesión, que desfilaba
por las naves catedralicias, por las que entraba la refulgente luz de las vidrieras en tarde
otoñal.
Caían lágrimas de emotivo recuerdo en quien les habla, porque ese Cristillo de las
Misericordias era la primera imagen que el pregonero entonces niño, residente en la
Casa de Beneficencia (la “casa de la misericordia” para el vulgo), había visto en la
Semana Santa de 1957, con seis años; mes y medio después, la Virgen de la
Misericordia puebleña llegaba a Cuenca para acompañar en su Coronación del 31 de
mayo a la Virgen de las Angustias del Santuario, junto a más de un centenar de
imágenes de la provincia.
El niño tocó el manto de la Virgen misericordiosa que le acercó su madre, y se sintió
feliz, como en una nube celestial, rodeado en el campo de La Fuensanta de las imágenes
de la comarca de Tarancón. Casi sesenta años después, el Cristillo de las Misericordias
y la Virgen de la Misericordia, evocaban recuerdos imborrables en el altar mayor de la
Catedral de Cuenca, en broche de oro de la infinita misericordia. Y mi madre, en el
Cielo…junto a su Patrona puebleña.
¡Mamá!, dice sor Concepción que nos van a poner ceniza en la frente porque empieza la
cuaresma, que son días de oración, ayuno y abstinencia, y que los viernes no se puede
comer carne, porque hay que guardar la vigilia. ¡Pero si no comemos carne casi nunca!
¡Calla y da gracias! Recuerdo de niño que la Semana Santa, que apenas la conocíamos,
llegaba cuando veíamos en la iglesia que “los santos” eran cubiertos de tela morada
tapando las hornacinas. Y el niño preguntaba, a la mamá, “¿es que van a pintar la
iglesia?”. Y mamá recordaba que ya empezaba la cuaresma que duraba cuarenta días.
Cuaresma, cuarenta... ¡Que lío! Y entonces el sacerdote, don Martín Garcés, que sería
luego asesor-religioso de la Junta de Cofradías, con bonete y estola morada, empezaba
el Vía-Crucis de catorce estaciones, con tres caídas, cantando un “Perdona-a-tu-
pueblo-Señooooor”, que ponía el cabello de punta, sobre todo cuando en la segunda
estrofa canturreaba: “…no-estés-eternamente-enojaaadoooo- “no-estés-eternamente-
enojadoooo-¡¡Perdónales-Señor!”. ¿Y por qué había que estar eternamente enojado?,
si Él nos perdonaba.
Pasaban los días de la cuaresma y una semana antes, en la hora del recreo, los niños
contemplábamos sin pestañear cómo “los obreros del Ayuntamiento”, según nos decían,
levantaban las tres cruces del Calvario en el Cerro de la Majestad. Aquellas miradas al
montículo, desde la alta azotea de la Casa Cuna y Maternidad Provincial, en la calle de
Colón, edificio adosado al actual de la UNED, observando cómo los enormes blancos
maderos iban tomando forma de cruz, tenían toda la infantil expresión de que asistíamos
a una puesta en escena tan singular como única.
“¡Ya han puesto la primera! Los niños asomados a la balaustrada, mirábamos con
atención y ojos de plato cómo se levantaban aquellas cruces que teníamos tan de frente
y casi tan cerca. Pasábamos el tiempo observando el trabajo de aquellos hombres de
monos azules que parecían monigotes sobre el cerro, y sor Rosario, la maestra, ampliaba
la hora del recreo, pues estábamos todos callados observando cómo se montaba ese
Calvario.
Y al final, el griterío infantil a coro: ¡Ya han puesto las tres cruces!”. ¡Ya han puesto el
Calvario! Y hacíamos nuestra procesión infantil por la balaustrada de la azotea,
colocando en fila frascos de penicilina vacíos que recogíamos de la cercana Maternidad,
con tapones de colores de goma, pues así imaginábamos a los nazarenos, y con una cruz
hecha con palos de escoba de caña, atada con bramantes. Javier “el mudo” abría marcha
aquella procesioncilla de parvulitos, mientras por la calle de Colón, otros niños más
mayores pasaban con andas de cajas de madera, con tambores de latas de escabeche.
¡Porrompón! La Maxi, compañera de mi madre en Maternidad cantaba “están clavadas
dos cruces, en el monte del olvido…” y ya no sabíamos si eran dos o las tres que
veíamos. Sor maestra nos lo aclaró: “Es el Gólgota”.
Esos días éramos más felices porque según la mamá y las monjas, hijas de la Caridad,
íbamos a estrenar algo el Domingo de Ramos “para no quedarnos sin pies y sin manos”.
Quizá unos calcetines blancos, o una corbatilla de colores con goma al cuello. O un
jersey arco-iris…que la mamá tricotaba con largas agujas, tirando de varios ovillos de
lana.
Desde aquella alta azotea que daba a la calle de Colón, insisto, escuchábamos los
sonidos de los tambores y de las trompetas del Domingo de Ramos, pero no veíamos a
Jesús en la borriquilla ni a los “capuchinos”. Ta, tararí, tati, tará… Y en la noche
silenciosa, desde la cama del amplio dormitorio, observando por el ventanal las cruces
iluminadas, y la luna llena, oíamos como zumbidos, trompetas y tambores tan lejanos
como cercanos.
Imaginábamos los nazarenos y las imágenes que habíamos visto en la revista “Medalla
de Medallas” y en algún programita que nos enseñaban. ¿Cómo será la Semana Santa?
Aquellos sonidos nos martilleaban entre sueños: ¡Tatararí, tati, tara, tarara, tarara,
tararari, ¡pom, porrompon, pon… pon…! Y nos dormíamos estremecidos, soñando
con las procesiones imaginarias.
Y llegaba el jueves Santo por la mañana. Unos familiares músicos, Graciano y José,
componentes de la Banda de Música de Puebla de Almenara, agrupación musical que
había venido a la Semana Santa de Cuenca ocho veces entre 1947 y 1958, y que años
más tarde repetiría, venían a vernos cada año al recibidor de la Casa de Beneficencia,
con un paquete bajo el brazo: “Este presente os lo mandan la Lourdes y la Meli”.
Miraba con admiración los trajes de los músicos con sus botones dorados y el escudo de
la lira en la gorra de plato. ¿Me la puedo poner? “¡Abre la caja, José, que te queda muy
bien la gorra!” Era una caja de cartón de los zapatos, con papel de periódico cubriendo
el interior, y al abrirla, ¡ooohhh! ¡rosquillas fritas y azucaradas de Puebla de Almenara!.
Y el niño decía, ahora convencido: “¡Mamá, ya es Semana Santa!”. Y se comía media
rosquilla para que durasen más tiempo, más días…
Y por la tarde, en la puerta de Caquito, junto al Puente de San Antón, con los coches
parados haciendo fila en la calle de Colón, con matrículas de toda España, veíamos la
procesión por primera vez, y los sonidos de los tambores y las cornetas los
comprendíamos mejor. ¡Tatararí, tati, tara…! ¡Ahora sí
¡Y las cruces del Calvario, que veíamos desde arriba, casi de frente, nos parecían más
pequeñas desde abajo. El sonido de la campana del Jueves Santo, era como un toque de
lamento. Faltaban ojos para mirar porque queríamos verlo todo y escucharlo. La tarde
estaba nublada, aunque sor Concepción nos había dicho que había tres jueves en el año
que relumbraban más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión.
Ese jueves estaba nulo, por éstas que son cruces. Claro, no comprendíamos el sentido de
la frase.
La primera imagen que venía era la del Huerto de los Olivos, con Jesús de rodillas con
túnica aterciopelada morada y a su lado el ángel del cáliz; después, Jesús atado a la
Columna al que según sor Concepción le azotaba un fiero judío de malvada mirada, que
salía por primera vez… (esa noche no conciliábamos el sueño recordando al sayón con
su látigo al que parecía que se le salían los ojos de las órbitas)…
Jesús con la Caña, de manos atadas, y su corona de espinas, con capa roja que nos
llamaba mucho la atención (No se dice capa, se llama clámide, nos corregía la buena
monja guipuzcoana que todo lo sabía). Seguía en la procesión, que venía por el puente,
una cara de Cristo de medio cuerpo al que llamaban Ecce-Homo, con dos romanos de
florido plumaje que contrataba el médico de la Casa, José Martino. ¡Son lictores! ¡Ah!
¿Y qué leen? ¿Y por qué le han cortado medio cuerpo a Jesús? “Callad y santiaguaros
cuando pasen las imágenes”
Los niños preguntábamos y recordábamos la primera caída del Vía Crucis, con Jesús y
la Verónica. A Jesús Nazareno de la cruz a cuestas le llamaban del Puente y nos
conmovía su rodilla ensangrentada. El Cristillo pequeño que habíamos visto en la
Revista nos llamaba la atención, entre tantas imágenes mayores. Son “pasos” y andas,
nos decían. Claro, por eso andan despacio, paso a paso…
A la Virgen de la Soledad, entonces sin palio, también le llamaban del Puente, y
mirábamos al río Júcar buscando una explicación. Nos había dicho don Martín que la
Virgen del Puente era la de la Luz, la morenita, la que nos llevaba Nielfa en una
estampa y a la que cantaban “no te extrañe, no te extrañe… A nosotros nos extrañaba
todo.
La música y el golpe de las horquillas en el pavimento, al mismo tiempo, nos dejaron
boquiabiertos. Ya sabíamos cómo era una procesión de Semana Santa, con sus “santos”
y sus sonidos, y los “capuchinos” con sus capirotes puntiagudos. A nuestro lado, los
chicos mayores de la Casa y músicos de la Banda Provincial, cantaban el Miserere, con
el maestro Daniel Muñoz a la batuta.
Por fin aquel niño, hoy pregonero, veía su primera procesión de Semana Santa. Pero
había más. El Viernes Santo, a mediodía, nos llevaban hasta el puente de la Trinidad,
para ver la que llamaban “procesión de las once”, la de los colores, que pasaba por allí
sobre las dos y media de la tarde, que marcaba la torre de Mangana, subiendo por el
puente hacia la Plaza Mayor. Ya habíamos comido y hecho guardia por la mañana ante
el Monumento de la capilla, con muchas velas encendidas.
Radiante sol el de aquel Viernes Santo 19 de abril de 1957; de nuevo nos faltaban ojos
para ver tantas novedades. Los colores de los capuces y las túnicas: marrones, amarillos,
granates, morados, negros y azules, algunas con cola que arrastraban. Y las músicas que
marcaban el paso de los nazarenos que llevaban las andas. “Son banceros”, nos corrigió
una señora atenta a todo que, al vernos en grupo, nos dio diez pesetas, para que
comprásemos dulces en la cercana pastelería de Arrazola. “¡Y no las malgastéis!”,
advirtió. “¡Torrijas y resoli¡, típicos de Semana Santa”, se leía en el cartel. Pedimos una
bandeja de resoli y torrijas por dos duros, pero la pastelera nos conformó con unos
bollos suizos y chocolatinas. “¡Mira que pedir una bandeja de resoli”! ¡Señora, lo que
ponía en el cartel!
Los “pasos” nos parecían muy altos y voluminosos. El primero era “el de las sogas”
que levantaban la cruz; “fijaros en la cara de los judíos”, nos decía sor Rosario, pues las
tenéis que dibujar en la escuela; luego Cristo de la Agonía en la Cruz, con San Juan, la
Virgen y la Magdalena que volvía la cara. Es la “hora nona”, decía la sor, pero no lo
entendíamos, porque además tampoco teníamos reloj.
¡¡Ya viene el del caballo!!, comentábamos en susurros; Longinos pinchaba con la lanza
el costado de Cristo y aquello no nos parecía bien; seguía la procesión con el Cristo de
los cristales, que era el de los Espejos. ¿Por qué lleva espejos la cruz? “Porque vuestros
ojos son el espejo del alma, que se refleja en el bendito madero”, nos decía sor maestra,
que ya nos había explicado quién era José de Arimatea, que venía en el siguiente paso,
que nos parecía el más alto de todos. Para nosotros era el “paso” de la escalera.
Y al final, la Virgen de las Angustias, que habíamos visto algunas veces en su altar de
San Antón. “¡Oh Virgen de las Angustias!, rosa que hirió la aflicción”, empezábamos
a canturrear en voz baja como ensayo de la inminente coronación. “¡No, esa Virgen de
las Angustias es la otra que está en el Santuario, que ya la conoceréis”, pues nunca la
habíamos visto. ¿Y por qué había dos vírgenes de las Angustias, nos preguntábamos un
tanto angustiados. (Sesenta años después nuestra Señora de las Angustias, la del
mediodía en El Calvario va a ser coronada).
Y con esa procesión terminaba mi primera Semana Santa de la niñez, porque para la del
Santo Entierro ya estábamos acostados, aunque relatando y comentando, en voz baja,
las procesiones de nuestra primera luminosa y grandiosa Semana de Pasión. El Sábado
Santo, en la Vigilia Pascual, este pregonero que era monaguillo, tocaba la campanilla de
cuatro sonidos, moviendo con fuerza la mano, cuando don Martín encendía el cirio
pascual a oscuras y me tenía que empinar para tirar de una cuerda que descorría la tela
morada que tapaba a la Virgen Milagrosa que presidía el altar mayor y se encendían las
luces. Luego quitábamos la tela que cubría a San José y San Vicente de Paúl, mis
santos. Se encendían las luces y entonábamos el ¡aleluya!, ¡aleluya!
Ya sabíamos lo que era la Semana Santa de Cuenca y la ilusión que nos hacía que
llegase cuanto antes la siguiente primavera para ver de nuevo colocadas las cruces del
Calvario y escuchar los sonidos de los tambores y las cornetas. Nos llevaban a la
parroquia de El Salvador para preparar la confirmación, y allí estaban las imágenes que
no habíamos visto nunca: San Juan Bautista, señalando con el dedo; otro San Juan y la
Virgen de la Amargura, Jesús Nazareno (el de las Seis), (¡será el de las tres!, por las tres
caídas! “No, es que sale de madrugada, a las seis”, nos explicaba el catequista), San
Juan el de la palma, la Soledad de San Agustín con su cara de lágrimas de pena, y Cristo
muerto… “¡Se dice Yacente!, José Vicente”!.
Le decía el catequista a don Martín: “Estos chicos están muy atentos, no faltan ningún
día”. Claro, pasábamos el tiempo mirando los santos de la Semana Santa que allí
estaban en sus capillas. El obispo Inocencio nos dio un cariñoso cachete en la
confirmación y ya no volvimos a ver aquellas imágenes en El Salvador, que es lo que
queríamos.
Esa anual esperanza nazarena colmó todas las ilusiones cuando de mozalbetes nos
llamaron para cantar el miserere en un coro mixto. Íbamos a conocer la Semana Santa
de verdad, entonando ese cántico que ensayábamos en la parroquia de San Esteban,
instalada de manera provisional en la antigua zona militar, pues la piqueta había
derribado la iglesia de San Francisco, formando parte de la lista irrecuperable de nobles
edificios desaparecidos de la urbe callejera conquense.
Un coro de niños y mayores, con instrumentos musicales de la propia Banda de Música
de Cuenca, que participaba en los desfiles, cantábamos el Miserere entre los años 1962
a 1964, manteniendo una añeja costumbre. Aquel grupo de cantores lo formaban Miguel
Ortega, conocido como “Fleta” por su potente voz; Sebastián Nielfa, funcionario
municipal y fiel devoto de la Virgen de la Luz; José Lavara, sacristán de San Esteban,
de ronca voz, que solía dirigir; los músicos Dámaso Urango, con su bombardino; Matías
Aguirre Belmar, con el saxofón y Anselmo con el bajo. Los niños cantores eran Vicente
Moraga, Pedrín Rubio, Eladio Brande Muñoz, hermano mellizo de mi esposa Isabel y
quien les habla.
Este coro tan genuino cantaba el Miserere el Martes y Miércoles Santo, en la bajada de
las procesiones del Perdón y el Silencio, en las escalerillas de acceso al Hospital de
Santiago, y el Viernes a mediodía. El Jueves Santo en la esquina de la calle Colón,
durante la salida de la procesión de Paz y Caridad; en la Puerta de Valencia y en la
entonces denominada Plaza de Cánovas, hoy de la Constitución, en la que desde 2006
figura la escultura de los nazarenos de Cuenca, de José Barrios, donde cada Domingo de
Gloria se ofrenda un ramo de flores.
Y es que en verdad, el Miserere forma parte de la esencia de las procesiones de nuestra
Semana Santa. Es cántico de oración en el silencio, lamento y quejido de dolor pidiendo
misericordia. “El Miserere de Cuenca escapa de las hoces y se reintegra en las hoces, es
aullido de clemencia, de tormento”, afirmaba Pedro de Lorenzo y “único, electrizante,
lívido y quejumbroso hasta el fondo del alma y de los huesos”, pregonaba Joaquín
Benítez Lumbreras.
Generaciones de conquenses han cantado el Miserere y cantan el "Miserere, mei
deus…”. En los comienzos del siglo XX el coro de la Sociedad Obrera “La Fraternal”
interpretaba el Miserere, ya desde 1904.
Como hecho excepcional, y según informaba el diario “Abc”, en su edición del 23 de
marzo, en la Semana Santa de 1940, la primera celebrada tras el paréntesis de la guerra
incivil, durante el Santo Entierro, “al llegar esta procesión a las cercanías de la prisión
del Seminario, un orfeón integrado por reclusos de este establecimiento penitenciario
entonó un “Miserere” y varias composiciones religiosas”.
Y fue en esa reconstrucción de la Semana Santa, a partir de 1942, cuando Carlos
Albendea, primer presidente de la Junta de Cofradías, se dirige a la Casa de
Beneficencia para que un grupo de niños y mayores, entonasen el Miserere
acompañados de instrumentos musicales de la Banda de Música Provincial, radicada en
la propia Casa. En aquel coro destacaban, entre otros, Ángel Martínez Soriano (que fue
secretario de la Junta de Cofradías y pregonero aquí en 1981), Ángel García, Juan
Crespo, Lorenzo Pérez, José Atienza y el refuerzo del tenor Adolfo Bravo.
Continuaron con la tradición los Padres Paúles de San Pablo, con una entonación más
monacal, bajo la dirección del famoso musicólogo vicenciano padre José María Alcacer
y la Schola Cantorum del Seminario de San Julián; también la Masa Coral de Cuenca,
dirigida por el organista Miguel Martínez Millán entonó el Miserere del pueblo e
incluso se utilizaron altavoces en alguna ocasión.
Posteriormente, y tras oportunos llamamientos para no perder la tradición, el Miserere
fue cantado durante varios años por un grupo de niños y mayores dirigidos por Alberto
Vera, que realizaba un gran esfuerzo dada su minusvalía. El propio Vera me comentaba
en 1974, en una entrevista, como responsable del grupo denominado “Amigos-Pro-
Miserere” que “me parecía importante resurgir esta tradición dentro de la Semana Santa
y por ello he llamado a algunos amigos componentes de la desaparecida Coral de
Cuenca y otras personas que se han brindado para cantar el Miserere”.
Se eligió entonces la escalinata de San Felipe para entonar ese cántico de lamento que
nuestro Federico Muelas definió “como el aullido largo del perro que la muerte
escalofría. Como ese temblor hondo al enterrar al héroe o a la madre; como la queja
oscura del ciprés derribado del agua”.
En mis retransmisiones en Tele-Cuenca he podido escuchar desde las alturas del
Carmen, el Miserere de San Felipe en noches de Perdón, Silencio y Entierro, y he
notado ese escalofrío de hondo temblor, mientras al fondo, por las curvas del Escardillo,
resonaban tambores en la lejanía.
Misereres de Paz y Caridad en la tarde-noche nazarena, “con la conjunción del
chisporroteo de los cirios y el ulular del viento”, como escribía Pedro de Lorenzo, y
cántico de quebrada emotividad hacia la Madre, de la Esperanza y la Amargura, de las
Soledades y de las Angustias, con el Stabat Mater de doloroso drama.
Desde 1979, lo viene interpretando el Coro del Conservatorio Provincial de Música de
Cuenca, con gran brillantez y emotividad, de manera especial en la procesión “Camino
del Calvario”, con la última nota rota por el sonido de las turbas, como una aportación
más desgarradora que produce escalofríos, en esa genuina procesión.
Fortunato Saiz de la Iglesia fue el primer director de este Coro y en la actualidad la
dirección corre a cargo de Pablo Morante, nieto por cierto del maestro Calleja. Sigue la
tradición. El Miserere procesional, de autor anónimo, aunque atribuido a Pradas, es
realmente el canto del pueblo y se ha ido transmitiendo de generación en generación.
Miserere de Cuenca, hecho verso de lamento y dolor emocional por Cándido Pérez
Gasión, que fue archivero municipal del Ayuntamiento de Cuenca y director del
semanario La Republica, publicado en 1951 en “Ofensiva”, dedicado a su madre, hoy a
la mía y, en suma, a todas las madres que se nos fueron y las tenemos en el corazón:
¡Miserere!... ¡Miserere!...
acerbo canto de amor,
saeta que el alma hiere
con angustioso dolor.
Canto que clama de hinojos
el olvido y el perdón;
y pone llanto en los ojos
y luto en el corazón.
¿Por quién, Miserere imploras
con honda melancolía?...
¡Ya lo sé! Tú también lloras
como yo, a la madre mía.
La mujer que en su regazo
me dio el ser y me hizo hombre;
¡qué dulce siempre su abrazo!...
¡qué sacrosanto su nombre!
¡Qué pasión en su caricia!...
¡Qué calor el de su beso!...
¡Qué emoción y qué delicia,
sentirme en su brazo preso!
Besos que ya en la agonía
dabas con tristes fervores;
parecías ¡madre mía!
la Virgen de los Dolores.
¡Adiós abrazos!... ¡Dulzura!...
¡Amor que el alma conmueve!...
Sólo queda la ternura
de llorarte el Miserere”.
CELEBRACIÓN DE SIGLOS
Los orígenes de la Semana Santa de Cuenca, según un amplio estudio del profesor
Pedro José Miguel Ibáñez Martín se remontan a finales del Siglo XVI con la procesión
del Jueves Santo, del Cabildo de la Vera Cruz, cuyo testigo recogió la Archicofradía de
Paz y Caridad. El Cabildo de Nuestra Señora de la Soledad, para la procesión del Santo
Entierro, y desde 1616, la procesión de los Nazarenos, el Camino del Calvario, de la que
el pasado año celebramos el cuarto centenario, desde el Convento de San Agustín, sito
en la calle de la Cantería, ayer Plaza de Cánovas y hoy Plaza de la Constitución, y del
“nazareno” vox populi, donde cada Domingo de Gloria se produce el esperado
Encuentro.
Muchos datos se han perdido entre las diferentes guerras que asolaron el país en estos
cuatrocientos años, pero poco a poco van apareciendo en los archivos diferentes
documentos que van tejiendo la historia nazarena conquense, bien a través de legajos o
de notas de prensa. Han sido muchos los libros, cuadernos y otras publicaciones las que
han dado luz a nuestra historia, y seguirá la investigación para engrosar la Hemeroteca.
Tenía el dato del periódico “El Heraldo de Madrid” del 26 de marzo de 1845 en el que
se publicaba que “las procesiones de Semana Santa salieron según antigua costumbre,
excepto la del jueves, que no pudo verificarlo por la nieve y granizo que cayó aquella
tarde; y en ellas no ha ocurrido cosa notable. En cuanto a los monumentos, han estado
bastante bien iluminados y concurridos, a pesar de la crudeza del tiempo”.
Pues bien, en estos días de elaboración del Pregón he podido encontrar una información
del periódico “El Corresponsal”, de Madrid, de 1844. Hay que destacar que en los días
previos a la Semana Santa había regresado a España Su Majestad la Reina Madre
(María Cristina), pues su hija Isabel II, que iba a reinar, era adolescente. La comitiva
real, procedente de San Clemente, paró en la venta de Jábaga para seguir viaje a Madrid,
quedando en Cuenca el comandante de Caballería José Roncal, con parte del
Regimiento.
Publicaba “El Corresponsal” que “las funciones de Semana Santa se han celebrado en
esta capital con el mayor orden, imitando todos las doctrinas de sus antecesores,
asistiendo a ellas el comandante general, las autoridades, jefes y oficiales del provincial
de Ciudad Real, como igualmente a la procesión del Viernes Santo la música del
expresado cuerpo”.
Termina la crónica señalando que el Domingo de Resurrección (7 de abril, tal como
hoy) se celebró un Te Deum con misa y sermón en la Catedral por el feliz regreso a la
Corte de la Reina Madre, al que concurrió la mayor parte del vecindario y las
autoridades. Por la tarde hubo vaquillas enmaromadas en la Plaza Mayor y por la noche
iluminación, estando abiertas las casas consistoriales con los retratos de Sus Majestades
para que los ciudadanos supiesen cómo eran.
GONZALEZ BLANCO Y GARCIA LORCA
Es obligado citar precisamente al escritor Andrés González Blanco, nacido
accidentalmente en Cuenca en 1886, que aquí vivió su infancia, conocido como el
“poeta de la provincia”, y como tal reconocido por Octavio Paz en su “Cuatrivium”. Su
relato en la novela “Amor de provincia”, que sitúa en Episcópolis, o sea Cuenca,
publicada en 1908, es una pieza impagable ante la falta de datos más sucintos de finales
del siglo Diecinueve de lo que era o podía ser la Semana Santa.
Fue Florencio Martínez quien rescató la figura olvidada de González Blanco para la
Cuenca cultural y nazarena, amén de un posterior libro de Ángel Luis Mota y Carmen
Utanda, abundando en ello. A modo autobiográfico, el escritor conquense-asturiano,
fallecido con 38 años, dedicaba un amplio capítulo a la anual celebración nazarena de
Cuenca que extractamos brevemente:
“Venía luego la Semana Santa con sus festividades religiosas y severas, más
concordantes con el ambiente severo de la ciudad…”. “Y era el Jueves Santo, la
solemnidad de los Oficios… La del Jueves era para González Blanco la procesión de
los Pasos con sus innumerables cofradías… “Ese día mamá nos ponía majos, pues había
que visitar los monumentos y el recorrido era fatigante para visitar los veintiséis
edificios religiosos”.
“El día de Viernes Santo era acaso el día del año más rico en emociones. Mamá nos
llamaba a las cinco; nos despertábamos refunfuñando y medio en sueños; nos lavábamos
en la galería, que daba a la parte de atrás de la casa, oteando incesantemente una parte de
la población llamada “las cocheras”, que daba a la iglesia pontificia del Salvador, por
donde sabíamos que asomaba la procesión “de las seis”. Era una procesión singular,
escribe González Blanco.
“De la iglesia de San Esteban, de corte románico y un aire desmantelado que le daba
gran prestigio histórico, salía un Jesús caído, con la Verónica enjugándole las lágrimas
sangrientas y un Cirineo ayudándole a soportar el peso de la Cruz. Esta procesión a
medias, formada sólo de devotas y presbíteros, iba callada por la calle Estrecha,
turbando con sus pisadas el profundo silencio matinal”.
Tras hablar del clima fresquito de las mañanas marceras o abrileñas de Viernes Santo,
González Blanco continúa relatando sus vivencia nazarenas de la niñez: “Al encuentro
de esta procesión pacata y fría, en la cual no se oía sino el susurro sibilante de los rezos,
avanzaba saliendo de la parroquia de San Pedro, otra procesión estruendosa, formada
por una comitiva irreverente, voceadora y bestial (…) Eran nazarenos revestidos con
ropas lúgubres que llevaban en andas una Dolorosa compungida y romántica, con el
supremo gesto del amor maternal y exacerbado…”
“Ambas procesiones, se encontraban en la Plaza Mayor, junto a la Catedral, y González
Blanco relataba que “era éste el momento culminante de la extraña fiesta, más profana
que religiosa”. Y añadía: “por incomprensible complacencia tradicional, a pesar del
escándalo anualmente renovado, la devota y ascética Episcópolis toleraba este
espectáculo nada edificante”.
“Los cofrades de moradas túnicas avanzaban a los redobles de los tambores velados,
cuyos sones lúgubres y opacos turbaban la calma de la ciudad dormida, hasta darse de
bruces con la vanguardia de la otra procesión”. (…) “Ya unidas las dos partes del
cuerpo procesional, los tunicados, con enormes trompetas, hacían retemblar los ecos de
la calle, soltando al rostro del divino Jesús resoplidos gigantescos que parecían
deshacerse en flatos de rabia…”
En el libro “En España con García Lorca” del embajador chileno Carlos Morla Lynch,
en once impagables páginas, con el ladillo “Semana Santa en Cuenca (en tres jornadas)
relata esos tres días del Miércoles al Viernes Santo “en la ciudad enclavada en la Sierra
a plomo sobre el río Júcar”.
Escribía en la tribuna abierta de “Abc” el Miércoles Santo 11 de abril de 1990, el crítico
literario Martínez Ruiz, una página con el título “García Lorca en la Semana Santa de
Cuenca”, que “hay un poeta deslumbrado por la liturgia católica y este es Federico
García Lorca. Lo ha referido –y confirmado— el cardenal-arzobispo de Toledo,
monseñor González Martín, apuntaba Florencio, para proclamar urbi-et orbi en tan
relevante medio nacional:
“Cuenca es, en este aspecto, un filón inexplorado que guarda muchas sorpresas, a poco
que los investigadores achiquen sus tiros sobre la influencia que la Semana Santa de la
ibérica ciudad ejerció en la lírica lorquiana de oros y cuchillos, de silencios y fervores”.
“La crónica de Morla Lynch es la historia de unas almas más o menos perdidas que
buscan en Cuenca su “karma” personal, una salida a la angustia. “Las páginas de Morla,
aunque escasamente divulgadas hasta entonces, son de lo más expresivo que se ha
escrito sobre Cuenca en sus fechas pasionales”, apuntaba Florencio, pregonero aquí en
San Miguel en 1989.
Dejó escrito el diplomático chileno: “Muy de noche ya, entre pinares sombríos, se
divisan luminarias, abajo y arriba. Hemos llegado a Cuenca en los instantes en que
desciende de alturas umbrosas la procesión del Miércoles Santo, llamada también del
Silencio. Pasa lejana entre cánticos que se esfuman y un gran zumbido de abejas... que
son plegarias”.
“Nos lanzamos en busca de la procesión y, subiendo por viejas escalinatas de piedra y
penetrando en callejas tortuosas, desembocamos en la Plaza Mayor, en la que se hallan
estacionados diversos “pasos” que pronto habrán de ponerse en marcha. El escenario es
incomparable y lleno de misterio”. El relato de Carlos Morla adquiere una tremenda
dimensión. El embajador chileno ha captado el verdadero espíritu de la Semana Santa
de Cuenca, que en esos primeros años de principios de los treinta se encuentra en todo
su esplendor. Le llama la atención la manera de llevar los “pasos”:
“Las andas, rutilantes de luces, hasta aquí inmóviles, adquieren vida, vacilan un
instante, titubean, se estremecen, vibran y, por fin, se ponen en marcha lentamente.
Federico, Rafael y yo, cada cual con un cirio en la mano y la boina en la otra, nos
incorporamos al cortejo detrás del “paso” de la Virgen de la Amargura, que, entre
fanales iluminados y llena de majestad en su amplio vestido de terciopelo negro
recamado de plata, dirige su mirada dolorosa, invadida de lágrimas, al cielo. Sobre los
hombros robustos de los encapuchados, avanza y se balancea como un barco, en medio
de un rumor de cristales y de collares de perlas que se entrechocan”.
Federico, Carlos y Rafael pasan una plácida mañana de Jueves Santo en Cuenca. Por la
tarde se dirigen a Palomera y allí se impresionan con la procesión sencilla de la tarde de
Jueves Santo. Les llama la atención la presencia en la puerta de la iglesia del “pobre
inocente de la aldea, semiparalítico y torcido sobre sus muletas, que sonríe
beatíficamente creyéndose dichoso”.
Regresan a Cuenca cuando la procesión de Paz y Caridad desfila por Carretería: “He
aquí la Procesión de Jueves Santo, que avanza solemnemente al son de las trompetas
seguida de los encapuchados, que arrastran sus colas largas en el polvo; esa atmósfera
de penitencia y de plegarias convulsiona los más hondos repliegues de mi ser. ¿A quién
puede dejar indiferente la imagen de esa anciana que camina tras el “paso” del Ecce-
Homo, inclinada y descalza sobre las piedras que la noche ha helado?”.
“Las andas giran ahora lentamente, se detienen, descienden hasta posarse en tierra y, por
último, se inmovilizan frente a una mansión en cuyo balcón corrido todo el mundo se
arrodilla. Alguien me explica entonces “que en ese hogar hay un niño que agoniza”.
Y es entonces cuando el escritor chileno reflexiona, pues los vientos que soplan en esa
época no son los más propicios y con el paso del tiempo adquiere mayor valor el
comentario escrito en 1932, incluso hoy en día, cuando salen a la luz carnavalera
televisiva los tontos de capirote:
Reflexionaba Morla: “A pesar del vendaval que pretende exterminar las creencias
humanas, a pesar de la época disolvente en que vivimos, que intenta aniquilar todas las
tradiciones sacrosantas, no hay poderío capaz de detener la fuerza sin armas que encarna
ese cortejo que pasa, ni argumento que pueda desviar la ruta que siguen ese chaval con
cruz al hombro y esa viejecita descalza en la noche helada”.
Descansan del largo ajetreo. Es Viernes Santo. Carlos Morla comienza así el relato de la
tercera jornada en Cuenca: “Amanece. De la calle asciende un clamor extraño: lamentos
y alaridos; trompetazos de Juicio Final. Esta bullanga es lúgubre, torturadora,
apocalíptica, trágica. Simboliza en esa forma demoníaca la desolación de la muerte de
Cristo en la Cruz. Y diríase que el drama acaba de ocurrir. Me asomo al balcón. En la
madrugada que apenas se inicia, advierto la presencia de enmascarados de aspectos
diabólicos que gesticulan al tiempo que lanzan gemidos espeluznantes. Magnífico...,
pero pagano”.
Federico García Lorca, Carlos Morla, el ensayista Rafael Martínez y Ángel Vegué
Goldoni, se van en busca de Juan Giménez de Aguilar, el cronista de Cuenca. Se
asoman a las Hoces, y presencian las procesiones en El Calvario y el Santo Entierro,
con sus tres Heraldos de la Fama. Carlos Morla relata en el libro: “Mi última noche
conquense transcurre cruzada de pesadillas. Por encima de mi cabeza, pasan y pasan
procesiones interminables y, con asombro, advierto que nos hemos transformado en los
tres soldados que llevaban casco de cartón plateado y barbas de crin. Federico es el del
centro, montado en el caballo blanco; Rafael y yo los otros dos que cabalgan en corceles
negros. Ha terminado la tercera jornada de nuestra Semana Santa en Cuenca”.
Esa Semana Santa de 1932, transcurrida del 20 al 27 de marzo, el Cabildo Catedral, por
iniciativa del obispo Cruz Laplana, inauguró en el primer templo conquense una
Exposición de tapices, joyas y ornamentos sagrados, que fue visitadísima, según recogía
la prensa nacional.
El Siglo Futuro publicó el 15 de abril de 1933: “A las seis de la mañana de ayer salió la
procesión titulada “Camino del Calvario”, en la que figuran los “pasos” de Jesús
Nazareno, Jesús Caído y la Verónica, San Juan y La Soledad, y en la que toman parte
las tradicionales turbas con clarines y tambores y los soldados romanos. Presidían el
clero parroquial y las Comisiones de las cofradías”. “Contribuyeron a dar mayor
esplendor a la procesión los músicos de la Banda Provincial, que actuaron vestidos de
paisano, con gran satisfacción del público”.
Se hacía necesario una amplia referencia a la Semana Santa de esos años que van desde
1930 a 1936, pues ya tenemos a Marco Pérez en todo su esplendor con el “paso” de la
Santa Cena, sin policromar, que sale por vez primera el Jueves Santo de 1930, para
pasar posteriormente al miércoles.
El escritor cubano Alejo Carpentier, viajero por Cuenca en 1935, que repetiría visitas en
la década de los setenta, se asombra en su artículo “En la ciudad de las Casas
Colgadas”, publicado en la revista Carteles de La Habana, el 29 de diciembre, y en el
libro “Bajo el signo de Cibeles”. No sólo queda extasiado de la belleza de Cuenca, sino
que se asombra cuando pasa “a la interesante iglesia de San Antón, consagrada a la
Virgen de la Luz, Patrona de la ciudad:
“En ella he visto Vírgenes erguidas sobre pedestales de cabezas cortadas (se refería a la
Oración del Huerto). Cuadros formados por combinaciones de papeles de colores,
reconstituyendo escenas de la Pasión. Y, sobre todo, una Cena fabulosa, con personajes
de tamaño real, tallada de una sola pieza en el tronco de una encina gigantesca. Sobre la
mesa, ante Cristo, el Iscariote y los apóstoles; el autor de la escultura ha colocado
mendrugos de pan, cincelados en madera negra, que el visitante puede desplazar a
voluntad…. ¡Hasta dónde llega el suprarrealismo de las iglesias españolas!...”, afirmaba
Carpentier.
Esa Cena fabulosa fue el primer paso de la que sería ingente obra imaginera de nuestro
Marco Pérez, que ya en 1926 había ganado la Primera Medalla de las Bellas Artes por
su escultura de El Hombre de la Sierra.
El escultor realiza El Descendido para la procesión en El Calvario y una nueva imagen
de Jesús con la Caña, bendecida en 1936, pues el año anterior la talla había sufrido un
accidente. Estaba la Semana Santa en todo su esplendor, e incluso en 1935 fue noticia
en “ABC” la colocación, por primera vez, del Calvario en el Cerro de la Majestad,
iluminado por tres potentes focos.
Pocos años antes, en 1929, el cronista Otero ya comentaba en la prensa local que sería
muy oportuno colocar un Calvario, y para ello proponía como lugar apropiado el Cerro
del Socorro, en el lugar donde hubo una ermita de esa advocación, y desde el 14 de julio
de 1957, tenemos la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
La de 1936 fue la última Semana Santa desde aquella reorganización de 1902 y la
incorporación, tres años después, de la procesión del Silencio. Vientos de guerra
fratricida asolaron nuestro país. Dolor y destrucción. Paz… y “perdona a tu pueblo,
Señor”...
Evocamos la procesión en la sombra de Federico Muelas, de su pregón poético:
¿Llora el viento? ¿Llora el río?
¿Quién llora en la noche santa?
Decidme: ¿De qué garganta
fluye este rumor sombrío?
No es tu dolor ni es el mío,
que es la entraña del dolor.
Es madre mía, el amor
de Cuenca, que lloró tanto,
que está modelada en llanto
a imagen del Redentor.
LA RECONSTRUCCIÓN
A partir de 1940, la Semana Santa conquense inicia una obligada nueva etapa, desfilando
con dolor y esperanza con el mutilado Nazareno de la Roldana, traído desde Sisante.
Todos los esfuerzos son pocos para poner en la calle, en breve espacio de tiempo, pasos y
procesiones. Cabañas reparte tela blanca para la Hermandad del Beso de Judas, pero la
necesidad hace que algunos hermanos las conviertan en sábanas. La Cuenca nazarena
resurge de sus cenizas porque la esencia se mantiene. ¡Qué gran labor llevaron a cabo
aquellos entusiastas conquenses como Carlos Albendea, el primer presidente de la Junta
de Cofradías; Emilio Saiz, Juan Ramón de Luz, Manuel Saiz Abad –al que entrevisté
varias veces—y otros entusiastas conquenses que hicieron verbenas y teatros y hasta
subastaron mulas para recaudar fondos! Más adelante les sucedieron el recordado
Cabañas, Eduardo Fernández Palomo, José López Moya (luchando estos días ante la
enfermedad que le aflige) y tantos otros directivos de interminable lista. Vital fue el apoyo
del Ayuntamiento y la Diputación para sufragar gastos en tiempos de penurias.
Ellos entendieron que la Semana Santa forma parte de las raíces de nuestra ciudad,
legada de nuestros ancestros, que se ha ido pasando de padre a hijos, de abuelos a
nietos, resurgida entre gremios y oficios. Y trabajaron codo con codo, creando una
Junta de Cofradías que fue canalizando todo el esfuerzo de las hermandades. Y ahí
estaba nuestro escultor imaginero Luis Marco Pérez para aportar su obra, su imaginería,
sus pasos.
Y con el laureado Marco, de Fuentelespino de Moya, escultores de la talla de Federico
Coullaut-Valera Mendigutía, José Capuz y nuestro otro paisano de Pajaroncillo,
Leonardo Martínez Bueno. Y con ellos, los artesanos Pérez del Moral, el taller de
Apolonio Pérez y Cecilio Hidalgo y más recientemente el de Esteban Soria, que se nos
fue al cielo llevando a la Milagrosa por el Cristo del Amparo.
No sólo se restauró con brillo la Semana Santa de Cuenca en pocos años, sino que se
fue ampliando en los días procesionales, con ese entusiasmo capaz de vencer
dificultades que tenían el magistral Aristeo del Rey Palomero, Martín Garcés Masegoso,
Ángel Martínez Soriano… y tantos más. La procesión del Marte Santo, con nombre del
Perdón, para la reflexión, a partir de 1951, ya completa desde 1954 con la presidencia
de San Juan Bautista, que pasó del Silencio al Perdón.
Y un año después, Jesús entrando en Jerusalén con su borriquilla y posteriormente
Cristo Resucitado para el Domingo de Gloria. Costó adaptar procesiones y recorridos en
tiempos de crisis, pero se acertó, y en cincuenta años se pudo celebrar, en 1990, aquel
Cincuentenario del esfuerzo y la dedicación nazarena de miles de personas, de hombres
y mujeres de esta tierra, empeñados en mantener y ampliar esa Pasión según Cuenca, en
un Lunes Santo para la historia, con el Cristo del Amparo, el Ecce-Homo de la Catedral
y la Soledad de Sotos. Un Cincuentenario marcado también por la pequeña tragedia de
la caída masiva de turbos en la salida de la procesión Camino del Calvario, en la
plazoleta de El Salvador, que fue un aviso futuro para delimitar tan apretado espacio.
Sería prolijo enumerar nombres que están en la memoria colectiva nazarena, pero es
que tras esos cincuenta años de celebración de la reconstrucción de nuestra Semana
Santa, y pese a la recomendación de la pregonera Acacia Uceta, de 1971, de “no la
toquéis más”, pero había que completarla, nuestro Vía Crucis anual por esta Jerusalén
viviente que es Cuenca ha ido cubriendo días como lo ha sido la Penitencial Vera Cruz
para el Lunes Santo, y ya va para veintiún años, y aún se nos anuncia para la venidera
Semana Santa de 2018 la procesión del Sábado Santo, con Nuestra Señora de los
Dolores y las Santas Marías.
Se recuperaron o ampliaron imágenes en distintas procesiones, con tallas de otro
escultor conquense como Vicente Marín: El Descendido, El Encuentro y la Negación; la
ansiada Santa Cena de Octavio Vicent; el Bautismo, de Dubé de Luque y el Auxilio de
Nuestro Señor Jesucristo, de Hernández Navarro.
MARCO PÉREZ, IMAGINERO DE CUENCA PARA EL MUNDO
Pero es justo reivindicar, una vez más, la figura de nuestro Luis Marco Pérez, el escultor
e imaginero por antonomasia de la Semana Santa de Cuenca (y de otras muchas de
España). Son 19 “pasos” salidos de su gubia los que desfilan en nuestras calles, pero son
veinticinco obras las que salieron de su taller para Cuenca, incluyendo la Santa Cena, El
Descendido y Jesús con la Caña, de la década de los treinta.
Si hablar de la Semana Santa de Murcia es hacerlo de Salzillo, o de Gregorio Fernández
en Valladolid, hacerlo de Marco Pérez, el imaginero serrano, es hacerlo de Cuenca,
como uno de los grandes escultores del Siglo XX. Tanto por su obra religiosa como por
su obra civil. En Cuenca tenemos claros ejemplos en calles y parques, con esculturas
que son primeros premios en Bellas Artes.
Este humilde pregonero tuvo la fortuna de conocer al maestro Don Luis Marco Pérez,
que entonces tenía 78 años. Qué sencillez la de un artista tan grande. Hacía tres semanas
que había fallecido su esposa, María Sevillano. Don Luis no podía evitar la emoción y
las lágrimas afloraban por sus mejillas a cada instante, mientras intentaba fumarse un
cigarrillo que calmase su pena. Me impresionó aquella entrevista con el escultor, por su
sencillez y tremenda sensibilidad.
Me pareció tan gran artista como persona tan cercana. Recuerdo que Marco Pérez vestía
un traje gris oscuro de rayas, llevaba corbata negra y unas gafas de montura negra que
marcaban su rostro. Estábamos en el salón inglés del Torremangana entrevistándole
para “Diario de Cuenca” y la revista “El Banzo”, con Juan Ruiz Garro y José Luis
Pinós, que inmortalizó las fotos, que quizá son las últimas que se le hicieron en Cuenca
A pesar del estado anímico en que le encontré, Marco Pérez tenía muy buenos recuerdos
de sus comienzos, pues yo tenía entonces 25 años y me interesaba mucho conocer cosas
de él. Le llamaba ¡maestro! Cuando le pregunté que cuál era su primera escultura más
importante me dijo: ”La de El Pastor de las Huesas del Vasallo, que la hice en el año 30
y con ella gané la Medalla de Oro de la Exposición Nacional; tal galardón sólo lo había
obtenido hasta entonces Mariano Benlliure y para mí resultó una satisfacción enorme,
porque en realidad yo era un crío”, comentaba.
A Luis Marco Pérez le encantaba hablar de la Semana Santa y sobre todo de las
imágenes que había realizado. Mientras apuraba el pitillo, iba nombrando sus tallas: “El
Amarrado, Jesús de las Seis, San Juan Bautista, la Soledad del Puente, San Pedro
Apóstol, San Juan Evangelista, La Exaltación, El Descendimiento, en fin, que ya no me
acuerdo de todos, mi querido amigo, dándome una palmada. “Lo que sí le puedo decir
es que la Semana Santa está como en sus mejores tiempos”, apuntó Marco.
¿Maestro, y cuál es su talla predilecta? “Para mí todas son iguales de queridas, pues son
como los hijos que no tengo. No hay total predilección, pero creo que a San Juan le
llaman “El Guapo”, y tengo devoción a la Virgen de las Angustias, San Pedro que lo
voy a restaurar… Estoy muy satisfecho porque además siempre me he mantenido en
una línea y he tenido mi propio estilo. Claro, que alguna vez he hecho abstracto, pero no
me iba. Yo sigo en mi concepto artístico”.
En aquella entrevista hacía hincapié en agradecer a Manuel Osuna y Francisco Suay
que se dedicara una Sala en el Museo de Cuenca a su obra con estas palabras, pues el
Museo se había inaugurado en marzo de ese año 1975: “Lo que más me satisface es que
este Museo sea el de Cuenca, porque recalcaba, Cuenca lo es todo para mí. Mi esposa
era valenciana y se enamoró de Cuenca. Ella fue quien ideó muchas de mis obras”.
Podemos recordar, desde esta ventana al mundo que hoy tenemos desde San Miguel,
que en el Museo de la Semana Santa, que va a cumplir diez años en mayo, se puede
contemplar una interesante muestra de su obra, en el conocido Espacio Marco Pérez.
El escultor de Fuentelespino dejó multitud de obras en nuestro país y en el extranjero,
sobre todo en Bogotá. Una veintena de “pasos” desfilan en distintas procesiones
españolas, seis de ellos en Ciudad Real y tres en Mota del Cuervo, además de la Virgen
de las Angustias en Albacete y de manera especial el Jesús Caído de Avilés, conocido
como “Jesusín de Galiana”, que tiene esta leyenda popular: “¿Dónde tú me viste que
tan bien me hiciste?”, pregunta Jesús al escultor que modeló la sagrada imagen de
“Jesús de Galiana”. Tenía que ser nuestro Marco Pérez.
Parecía que los “pasos” de Cuenca estaban concebidos para esta ciudad vertical,
inverosímil, de calles estrechas, de cuestas y curvas que embellecen el recorrido
procesional y le dan sentido. Pero cuando nuestras imágenes han salido fuera, a otros
lugares públicos, han dado la talla, y nunca mejor dicho. En enero de 2006 se celebró en
Sevilla “Munarco”, la llamada feria del arte sacro, en la que Cuenca tuvo un especial
protagonismo en la décima edición.
Dos imágenes de Luis Marco Pérez, la Virgen de las Angustias y el Prendimiento de
Jesús (Beso de Judas) causaron sensación en la Catedral de Sevilla, ante un público
mayoritario acostumbrado a contemplar imágenes vestidas con rico vestuario, palios y
muchas flores y velas. Noticias nos llegaban desde esta Sevilla de Pasión del impacto
causado por la imagen de la Virgen de las Angustias, situada en la nave central
catedralicia, además de las dos figuras del Beso de Judas. Un telediario de TVE, en hora
punta, cerró la edición, tras un repaso visual de la Macarena, otras imágenes y las
Angustias de Cuenca, con los títulos de crédito sobre la talla del Beso de Judas, en
Sevilla, ¡oiga,! que además fue portada del ABC sevillano.
(Y abro paréntesis para decirles a ustedes que el citado periódico de la ciudad de la
Giralda publicaba en 2014 un artículo de Juan José Borrego con este titular: “La
Semana de un señor de Cuenca”. Leemos: “Ocurrió el Lunes en el Museo. Dos señoras
discutían sobre el itinerario de la hermandad cuando un señor terció: -La Hermandad da
la vuelta y sigue por Alfonso XII. Es curioso que siendo ustedes de aquí tenga que venir
a explicarles esto un señor de Cuenca, dijo sonriendo. Una de las señoras respondió: -Lo
peor no es que seamos de aquí, sino que vivimos dos calles más arriba.
El resto de la conversación desveló que el señor de Cuenca es otro enamorado de la
Semana Santa de Sevilla y tanto le impactó, que ya no tiene secretos para él. Cómo
impactaron las imágenes de Marco Pérez en la catedral hispalense para que el cámara
sevillano de TVE quedase prendido del Prendimiento de Jesús (Beso de Judas) y poner
el mejor broche al telediario).
Y aún recordamos el Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 en
Madrid, con la presencia del majestuoso grupo escultórico del Cristo de la Salud, El
Descendimiento, en la decimosegunda estación. La primera conexión en directo de
Tele-Madrid, a las siete menos cuarto de la tarde, ya nos dio el primer aviso de la
emoción que íbamos a sentir los conquenses, pues la imagen inicial, con la voz de la
periodista María Pelayo fue un primer plano de la cara del Cristo de la Salud, que se fue
abriendo hacia el conjunto escultórico en veinticinco impagables segundos. De los
quince “pasos” expuestos para procesionar fue el del Descendimiento el elegido por el
realizador y ahí quedaba por tanto la maestría imaginera castellana de Marco Pérez al
lado de la Cibeles. Vamos, de Madrid al Cielo con pasaporte conquense.
Los banceros que pudisteis llevar el “paso” por el Paseo de Recoletos, desde Colón
hasta Cibeles, aún debéis sentir aquella emoción de desfilar a golpe de horquilla, junto a
otros pasos de la Semana Santa española, entre ellos el Santísimo Cristo de la Buena
Muerte de Málaga, de Francisco Palma, por delante, y La Quinta Angustia de
Valladolid, por detrás, talla de Gregorio Fernández, de 1625.
En Cuenca era San Julián, con su tarde de toros, pero pendientes de la televisión para
ver desfilar al Descendimiento, mientras en Madrid, se celebraba ese Vía Crucis con la
presencia del Papa Benedicto XVI en tarde nazarena, con acento de banceros
conquenses. Era tarde-noche de aplausos, entre golpes de horquilla y marchas
interpretadas por la Banda de la Escuela Municipal de Música de las Mesas, dirigida por
Fernando Ugeda, más que brillante en su acompañamiento. En ese Vía Crucis estaba, en
esencia, la Semana Santa de Cuenca, que transmitió sensaciones a flor de piel.
Emoción callada y de sentimiento luego, a las cuatro de la madrugada madrileña, según
me comentaba el presidente de la Junta, Jorge Sánchez Albendea, cuando los banceros
de Cuenca desfilaban sigilosos, pero emocionados, con el Descendimiento por los
Jerónimos, delante del Congreso de los Diputados para dejar el “paso” en el vehículo de
transporte camino de Cuenca. Los leones de las Cortes quedaron petrificados. Y en
Cuenca, el “paso” de Marco Pérez recibido en loor de multitud nazarena en San Esteban
al día siguiente.
Si Portela y Bonet en su libro “Luis Marco Pérez. Escultor e imaginero”, publicado en
1999, concluían con esta frase final de “un escultor de Cuenca para España entera”, este
Pregonero la hace suya, no corregida, sino aumentada por la ingente obra como escultor
e imaginero, que este CONQUENSE, con mayúsculas, ha dejado para “su Cuenca” y
para el mundo, creando su propio estilo. Honor para Marco Pérez, que reposa
eternamente en el camposanto de Personalidades Conquenses de San Isidro, de tantas
resonancias nazarenas.
Y recuerdo, cómo no, para Leonardo Martínez Bueno, al que conocí un mes antes que a
Don Luis. Se han cumplido cuarenta años de su muerte y en Cuenca ha dejado su obra
también como escultor e imaginero. Me decía que él había roto los moldes de sus tallas,
para que fuesen exprofeso para Cuenca, y aún tenía la idea de colocar un ángel junto a
Cristo Resucitado. Se emocionaba contemplando a su Esperanza en actitud de anhelo y
él anhelaba con haber hecho algún “paso” más, con la misma ilusión que hizo su última
hechura: Jesús Caído y la Verónica de Jueves Santo, en el que quería aportar un estilo
propio de esa época post-conciliar del Vaticano II. La Semana Santa de Cuenca, me
decía Leonardo, “debería tener el carácter que nos está pidiendo sus calles y por tanto
tenía que ser muy sobria”.
Qué suerte hemos tenido en Cuenca de contar con escultores de la categoría de Federico
Coullaut-Valera, que nos dejó cuatro tallas memorables como nuestro Ecce-Homo de
San Miguel; mi Cristo de la Agonía, de mis hijos y nietos; Nuestro Padre Jesús con la
Caña y la Oración del Huerto de San Antón, este año cincuentenaria.
Tenemos a otro escultor conquense, de voz callada, pero con una obra que habla y
transmite, como lo es Vicente Marín, en lo que podíamos denominar la nueva Semana
Santa de la década de los ochenta-noventa con sus “pasos” de El Encuentro, El
Descendido y La Negación de San Pedro, además del primer Bautismo, que se venera
en San Román.
Y qué decir de José Capuz, con ese Jesús del Puente, de bodas de platino, restaurado
igualmente, que nos ha tenido en vilo, con el recuperado gris-violeta de su túnica. Nos
ha recordado estos días la Hermandad del Nazareno del Puente un pasaje del discurso de
nuestro universal artista Gustavo Torner, de su entrada en la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando de 1993, citando al escultor José Capuz, que incluyo en el
Pregón por mi admiración hacia Don Gustavo, al que llegué a emocionar con mis
retransmisiones de Semana Santa según me dice cuando nos saludamos:
“El anterior titular a D. Federico Marés en este mismo sillón, el escultor D. José Capuz,
fue autor de la primera escultura “actual” –actual de los años cuarenta—que vi al
“natural” y me conmovió y me sigue conmoviendo. Era, y es, el Jesús del Puente, que
talló para la procesión de Semana Santa de Cuenca en sustitución de la perdida en la
guerra, y que a todos, en aquel momento, nos produjo una profunda impresión por la
innovación insólita en aquellos años, con su conseguido equilibrio entre una intensa
simplificación de la figura, con tendencia a la geometría, con el resto de los trazos de
gubia en la sobria túnica gris-violeta, y la extraordinaria delicadeza del moldeado de la
cabeza y de las manos, que hace sorprendente su visión en medio del barroquismo algo
templado de la procesión castellana.
Su aparición todavía ahora, sigue siendo profundamente seria y emocionante”. Palabras
que dichas en la Academia de Bellas Artes de San Fernando trascienden a valorar el arte
imaginero que tenemos en Cuenca.
ARTE Y CULTURA EN NUESTRA SEMANA SANTA
Y de arte seguimos hablando en esta ciudad que es Arte y Naturaleza, esculpida por el
agua y el viento. De arte en una Semana Santa que como decía Gustavo Torner está
llena de matices. Las primeras pinturas de la Pasión conquense nos llevan hasta José
Gutiérrez Solana con su “Procesión de Cuenca” de 1918, que participó en la Exposición
Nacional de Bellas Artes de 1920.
Pero antes de hablar de ello vamos a retroceder a la Semana Santa de principios del
Siglo XX. El famoso pintor Manuel Domínguez Sánchez, autor entre otras obras de “La
muerte de Séneca”, que se encuentra en el Museo del Prado, presenció la Semana Santa
de Cuenca de 1906, invitado por Mariano Catalina y José Cobo, dos prohombres de
gran influencia en la vida conquense, que además tienen calle en nuestra ciudad. Ambos
propiciaron la puesta en marcha de la procesión del Silencio, regalando algunas de las
imágenes, entre ellas la Negación de San Pedro que desfiló ese año.
Manuel Domínguez, que había pintado dos frescos de la iglesia panteón de Molinos de
Papel, además de las grandes pinturas de San Francisco El Grande y el Ministerio de
Fomento, era un enamorado de Cuenca, y ese acendrado deseo de Catalina y Cobo hacia
el engrandecimiento de la Semana Santa era quizá motivo para que el pintor madrileño
pudiese reflejar en algún cuadro su visión nazarena. Una afección gripal motivó la
repentina muerte del notable pintor en casa de José Cobo, el 15 de abril, Domingo de
Resurrección. Manuel Domínguez Sánchez fue enterrado en un escultórico panteón que
hizo Mariano Benlliure, en el cementerio del Cristo del Perdón, y aquí descansa para
siempre. Su última visión fue la Semana Santa de Cuenca.
Aquella Semana Santa que años después llevó a sus cuadros Gutiérrez Solana, uno de
los grandes pintores del siglo XX, que supo dejar en sus lienzos las costumbres
populares y religiosas, sobre todo la Semana Santa, con raíces en la pintura negra de
Goya. De Gutiérrez Solana hay tres obras que tienen como referencia a Cuenca y su
Pasión. Uno de sus cuadros más conocidos es el citado anteriormente, “Procesión en
Cuenca”, con encapuchados vestidos de blanco, y la Virgen –que empieza a ser novedad
en su obra-- con el Nazareno con un fondo de casas tomadas del natural, escribe el
académico José María Blázquez. En ese cuadro Gutiérrez Solana realiza una
composición en la que muestra una vista de la Hoz del Huécar, con las Casas Colgadas
y la procesión, y algún papista de nuestra ciudad se atrevió a publicar este “poemilla
satírico” en el periódico “Ofensiva” veinticinco años después, aunque ya Anselmo Sanz
lo había criticado en su tiempo, según recoge Pedro Miguel Ibáñez, en ambos casos:
“Arribó en cierta ocasión
a Cuenca un pintor artista
que en un cuadro realista,
pintó nuestra procesión.
Y fue tal el desconcierto
de este pintor de primera,
que en la Hoz de Palomera,
puso la Oración del Huerto”.
Claro que este atrevido poeta, pese a su gracieta en el ripio, no debió tener en cuenta
otras opiniones de críticos literarios de mayor enjundia como el citado Blázquez o
Martínez Ruiz analizando la pintura de Gutiérrez Solana sobre Cuenca: “Si en las
celebraciones de Semana Santa Solana reina por derecho propio, nuestra ciudad está en
la raíz misma de su alucinante visión artística. Esos dos cuadros: “Procesión en Cuenca”
y “Semana en Cuenca son un punto de partida, el eje en torno a los cuales la fe íbera --
expuesta en el ara del riquero calvario conquense— deja sus huellas tétrica y trágicas en
la pinacoteca religiosa”.
Y qué decir de aquellos que llamaron “merienda de los negritos” a la fabulosa Santa
Cena de Marco Pérez, sin policromar, a los que el cronista de Cuenca y experto en arte
religioso, Juan Giménez de Aguilar, tuvo que salir al paso para decirle a Marco entre
líneas, “perdónales, que no saben lo que dicen”.
Pintura y fotografía, dibujo y diseño. Entre finales de los cuarenta y principios de los
cincuenta descubrieron Cuenca Lorenzo Goñi, Manuel Aristizábal, el pintor Martínez
Novillo y el gran fotógrafo Nicolás Muller. Unieron su arte en una exposición histórica
en el salón rojo de la Diputación en plena Semana Santa. Y de ahí, de aquella Semana
Santa de 1950, salió esa gran colección de fotografías del húngaro Muller, expuestas
recientemente en Madrid y en Cuenca en la Cuaresma de 2016.
El cartel de la Semana Santa de 1951, con una fotografía del referido Muller, en la que
aparece un hermano mayor con centro y capa, con los rascacielos de San Martín como
fondo, se ha revalorizado en el tiempo, pues aquella imagen del reconocido fotógrafo
que retrató la Semana Santa de Cuenca y la coronación de la Virgen de la Luz está
depositada en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia, desde el año 2009, junto a
otra fotografía titulada “Procesión en Cuenca”, de 1948.
¡Qué les puedo decir de otro genial dibujante como lo fue Lorenzo Goñi!, con su
Cuenca mágica, sus brujas, gatos y tejados, y sobre todo su Semana Santa, tanto en la
prensa local como en la nacional. Amplia galería de dibujos para ilustrar pregones y
artículos sobre la Pasión según Cuenca. El trazo nazareno de Goñi lo decía todo.
Impresionante su dibujo en color publicado el Domingo de Ramos 8 de abril de 1979 en
“la ventana de Goñi”, titulado Procesión de las Turbas de Cuenca, del suplemento “los
domingos de Abc” en su página cinco.
Y qué decirles de Miguel Zapata, nuestro genial pintor-escultor que nos ha dejado su
escenografía pasional en las puertas de la iglesia de El Salvador, gracias a la Hermandad
de Jesús Nazareno, y su obra laboriosa en el Museo de la Semana Santa, además de su
Calvario en el cartel de 2006, hecho vidriera en la ermita de San Isidro, junto al
cementerio lírico y nazareno en el que descansan Marco Pérez, Federico Muelas, Zóbel,
Saura, Cecilio Albendea, Zapata, Bonifacio, Florencio Martínez, Lucas Aledón, y
Alejandro de la Cruz, entre otros.
Miguel Zapata escuchaba marchas semanasanteras allá en Estados Unidos, mientras
trabajaba en los días sacros en los que añoraba su tierra. Algún correo me envió gracias
a Antonio Garrote, con este texto de 2009: “Una vez más, desde América tan lejana,
siento la proximidad de esos días cargados de emotividad y sentimientos. Preparo mi
próxima exposición en el museo de Pensacola, donde me han invitado con motivo del
cuatrocientos cincuenta aniversario de la fundación de la ciudad por los españoles; y
desde aquí, cerrando los ojos, oiré la abigarrada algarabía de tambores y clarines; veré
con las primeras luces aparecer el Jesús bajo el arco del Salvador y me sentiré, otra vez,
inundado por esas emociones antiguas que nos identifican como conquenses”.
Zapata fue amortajado con la túnica de Jesús del Puente y en su eterna morada isidril,
con un plafón de sus puertas de El Salvador, fue colocado un brazalete morado de turbo,
y dos clarines desafinados evocaban su recuerdo.
¿Qué tiene la Semana Santa de Cuenca para que un artista venido de Filipinas como
Fernando Zóbel se enamore de la ciudad y de su celebración anual primaveral? El
Domingo de Ramos de 1964, un 22 de marzo de paraguas, ramos y olivos, y niños
vestidos a la usanza hebrea, Fernando Zóbel descubría la sencillez de un desfile
procesional, que abría la Semana Santa de Cuenca, ya por entonces con predicada fama
a nivel nacional.
Zóbel, acompañado de Mompó, dibujó en su libreta aquellos niños ataviados de hebreos
y pequeños nazarenos vestidos de blanca túnica y rojo capuz; palmas amarillas y ramas
de la verde oliva. Y se vistió de nazareno en alguna tarde de Jueves Santo,
acompañando a la imagen de Jesús con la Caña, con la familia de los Pérez Madero.
Tan fuerte le prendió a Zóbel la Pasión según Cuenca que encargó al valenciano Manuel
Hernández Mompó, el pintor de la luz, el cuadro “Semana Santa de Cuenca”, dos años
antes de abrir el Museo. Juan Manuel Bonet escribió que Mompó reflejó “la Semana
Santa contemplada con ojos de niño asombrado, como juego de luces, como suma de
pequeños acontecimientos dispersos”.
Fernando Zóbel unía así la Semana Santa de Cuenca al Museo de Arte Abstracto desde
el primer momento de su inauguración y cincuenta años después, la Junta de Cofradías
tuvo el acierto de incluir una obra de Zóbel, cedida por la Fundación Juan March, en el
cincuentenario del Museo. Cartel que llevó la Semana Santa de Cuenca a importantes
pinacotecas del mundo.
Un Museo en el que tenemos pinceladas naif nazarenas de Antonia Soria, la obra gráfica
original con 41 fotografías de los hermanos Jaime y Jorge Blassi, (que asombraron con
algunas grandes fotografías en “Diario de Cuenca”), que dan pie para el ensayo sobre la
Semana Santa de Cuenca de 1971, de Rafael Pérez-Madero, autor a su vez de la primera
película de nuestra Semana Santa en 1975.
Y es que los artistas han estado desde el primer momento con la Semana Santa
Conquense, como bien rezaba una gran Exposición del año 2000, aportando incluso
fondos para la Junta de Cofradías, como lo está ahora en la magna Exposición de
Turbas. La pintura y la fotografía en los carteles que desde 1941 han ido anunciando la
Pasión según Cuenca avalan esa larga nómina de artistas que, bien por concurso, o por
encargo, han enriquecido la pinacoteca nazarena, no sólo con carteles, sino con una
amplia obra:
Gregorio Álvaro, Alfonso Cabañas, Luis Roibal, Antonio Texeda, Santy García,
Amancio Contreras, los hermanos Culebras, Grupo Delta, Jesús Millán, Ángel del Pozo,
Pedro Romero, Ramón Herraiz, Óscar Pinar, Antonio Saura, Grau Santos, Gustavo
Torner, Cruz Novillo, José María Lillo, Nicolás Mateo Sahuquillo, Zapata, Emilio
Morales, Moset, Aurelio Cabañas, Pedro Mercedes, El Manchas, Carlos Codes, Barrios,
Muro, Tomás Bux, el joven fotógrafo Luis Miguel Caballero y un largo etcétera que
harían interminable esta relación entre artistas y la Semana Santa, incluidos fotógrafos
que dejaron huella como Campos, Luis Pascual y Julián Martínez Pérez, y
especialmente la faceta de José Luis Pinós como fotógrafo de prensa y comentarista
radiofónico de la procesión de la madrugada, codo a codo conmigo.
Jóvenes fotógrafos de prensa, profesionales y aficionados de gran valía conforman la
amplia nómina de la generación actual que nos ofrecen otra visión, siempre interesante,
de la Semana Santa, gracias a las nuevas tecnologías.
Punto y aparte para Luis Calvo, voz de la Pasión, autor de los libros “Cincuenta años y
un día de la Semana Santa” y “El rito de Las Turbas”; cartelista y pregonero, nazareno y
turbo, con quien compartí el programa “A golpe de horquilla”, en Radio 5, junto al
buenazo de Luis Enrique Buendía, narrador nazareno de la capital y de la provincia,
además de una mañana en directo con Luis del Olmo en su programa “Protagonistas” de
Radio Nacional, en la procesión Camino del Calvario.
LA MÚSICA DE PROCESIÓN
Destaca en nuestros desfiles el arte musical, que queremos centrar en nuestra Banda de
Música, que nació como municipal y mantiene su relación con el Ayuntamiento
mediante una cooperativa. Se cumplen 120 años de la primera vez que nuestra Banda
desfiló en la Semana Santa de Cuenca. Fue el 15 de abril de 1897 cuando por vez
primera salió la recién creada agrupación musical dirigida por el maestro Arturo García
Agúndez, “que puede competir con las mejores de España”, se escribía En El Imparcial
madrileño, resaltando que tanto las músicas provincial y municipal han dado gran
esplendor a una Semana Santa celebrada con inusitada animación y esplendor
extraordinario”.
Banda reorganizada a partir de 1922 por el admirado maestro y compositor Nicolás
Cabañas, que entre su densa producción musical nos dejó el “San Juan” que ha cerrado
esta actuación de la Banda que dirige el maestro Aguilar Arias. Una marcha con
noventa años de historia, pues se estrenó en 1927 y está considerada como el himno de
nuestra Semana Santa. Cabañas dirigió las dos Bandas, la municipal y la provincial,
ambas omnipresentes en los desfiles de las cuatro primeras décadas del siglo XX.
Sería prolijo enumeras directores y compositores, pero es obligado citar al maestro
Jesús Calleja, a Aurelio Fernández Cabrera y al actual, Juan Carlos Aguilar, todos ellos
además compositores de marchas de un gran nivel; y claro, hablando de músicos y
compositores, nuestro gran José López Calvo, que un Jueves Santo nos trajo a Cuenca a
la Banda del Rey, que él dirigía; su hermano Julián, Alfonso Cabañas con su “Marco
Pérez ha muerto” y el otro Julián, el trompetista Aguirre, con una veintena de marchas a
nuestras hermandades. La semilla musical brotó en nuevos compositores de Cuenca que
han ampliado el repertorio de lo que podíamos denominar como “marchas conquenses”
de gran factura musical.
Sin olvidarnos de las Bandas de Música de nuestra provincia, tan ligadas a nuestra
Semana Santa. Y entre ellas mencionaré la excepción de un músico que ya es historia,
como lo fue Superancio Martínez Córdoba, que ya desfilaba en nuestras procesiones
cuando tenía diez años, junto a su padre, según me confesaba en una entrañable
entrevista de las varias que le hice. Fue el director de la Banda de Horcajo de Santiago
desde 1956, pero también dirigió las de Puebla de Almenara y Villanueva de Alcardete,
desfilando en las procesiones de Cuenca. En él quiero reflejar a tantos músicos y
directores de la provincia.
Como también es justo resaltar, de manera especial, que la primera mujer que se
incorporó a la Banda de Música de Cuenca, además en la Semana Santa de 1979,
tocando el oboe, fue Encarni Quejido Ávila, entonces con 15 años, lo que era todo un
hito. Eran tiempos en los que la mujer estaban nutriendo las filas nazarenas. Hoy la
Banda de Música cuenta con 17 mujeres
LA HEMEROTECA NAZARENA
¿Qué dicen de nosotros?, de nuestra Semana Santa. Ya hemos hablado de González
Lorca y de Morla Lynh con sus publicaciones. La hemeroteca nazarena es tan amplia
que nos llevaría para varios pregones y todos ellos, desde 1945, ya forman parte de lo
que sería un gran Volumen. Luis Calvo publicó el primero, hasta 1990. Hay que pensar
en el segundo. La fraseología nazarena nos habla del paisaje de la ciudad en simbiosis
con el fervor, el respeto y la calidad de la imaginería. Citaremos algunos ejemplos:
Hace casi un siglo que Luis Martínez Kleiser escribía en la prensa nacional “que de todo
el vivir provinciano de la ciudad de Cuenca, destaca vigorosamente como algo genérico
y privado que tiene matiz y fisonomía propia, su Semana Mayor. Y añadía: “Constituye
la nota característica de nuestras procesiones la absorción total de la vida y las
preocupaciones del vecindario, que durante esos días no habla y no quiere enterarse de
otra cosa que de las procesiones”.
César González Ruano dejó su sello: “Lo que más me impresiona de la Semana Santa
en Cuenca es la expresiva participación de su paisaje y de su entraña urbana con el
espectáculo y la predisposición natural de sus gentes a lo patético”. “Yo que sólo he
visto una Semana Santa en Cuenca, no la he confundido jamás con otras. Aquí esa
grandiosa y solemne celebración religiosa tiene un tono y un tino inconfundibles. Lo
que en Cuenca ocurre y cómo ocurre, no podía suceder igual en otro sitio”.
Camilo José Cela, que vino a Cuenca en la Semana Santa de 1949, junto a Ruano,
Eugenio Montes y Federico Muelas, y aquí tiene Mirador en la Ronda del Júcar, dejó en
su “Cuenca de Pasión” una gran pieza literaria: “Esta Cuenca de hoy –Cuenca invernal,
Cuenca litúrgica, Cuenca blanca y morada— cobra las duras, las amorosas sonrisas que
atenazan los termómetros, agarrotan el gallito de hierro de las veletas y dibujan largas
letanías espirituales por las concretas lindes de las hoces. (…)
Sueltan los ríos su lagrimal, arde –helada— en los montes la tierra roja, se espantan
nuevas piedras en cada nuevo cimiento, y Cuenca –¿la habíamos llamado abstracta y
gentil?— busca su salvación en el pez procesional que se muerde la cola, arriba y abajo,
subiendo y bajando la ruta conocida, el paciente y previsto camino. Que en Cuenca –esa
ciudad sin romántica melena— nada se ignora”.
Francisco Umbral, que me dijo en una entrevista que “Cuenca es una ciudad
provinciana, que es más del cielo que de la tierra”, escribía en La Vanguardia el 7 de
abril de 1974, sobre el éxodo vacacional de los días santos. Lo hacía desde Ibiza: “He
sacado la capucha de penitente, que la tenía en el armario con naftalina, me la he puesto
y me he sentado con ella a escribir artículos a la máquina. “Una vez que, efectivamente
pude pasar la Semana Santa junto al mar, me salió un trabajo muy bonito sobre la
Semana Santa de Cuenca. Nunca he escrito un artículo con más fervor”.
Pedro de Lorenzo, en su “Relicario de Cuenca”: “En la noche profunda, las procesiones
de Cuenca no pretenden el esplendor, sino el recogimiento. Rasgan las cholvas el toldo
de los cielos”. Carlos de la Rica el sacerdote-poeta, expresa todos sus sentimientos: “La
ciudad se resquebraja en cada esquina o portalón, y desde ese cuello o garganta, sale su
miserere, su chillido o aullido de dolor. O rompe su orgasmo de clarines la turbamulta
incontenida, acaudillada por el desorden ordenado, la disciplina anárquica que es
estallido del fondo ancestral de sus entrañas, modeladas por el capricho y el cuchillo de
las aguas y el viento.
Citas de escritores conquenses por el mundo: Raúl del Pozo, en su columna un Jueves
Santo: “Recuerdo los dientes de madera de haya de las carracas, la torrija de resoli, las
turbas, las mujeres descalzas, los canónigos encarnados, las damas con mantilla, los
alcaldes con la vara, los nazarenos tambaleantes por las calles enrevesadas (…) “las
yemas subían a las gargantas cuando escuchabas el miserere con los espectros de los inquisidores que se unían a la procesión”.
Raúl Torres, nazareno de la escritura afirma: “Sé que el recuerdo es vida. Sé que todos
los conquenses vivimos dos semanas santas; la del pasado arropada por el abrigo cálido
de la nostalgia, cribada por el cedazo del tiempo, y la cotidiana, año a año con renovada
ilusión, en esta Cuenca, Jerusalén Ibérica por unos días de intenso ambiente, de intensa
espiritualidad”.
Y cómo no, Enrique Domínguez Millán, impenitente pregonero con cuatro piezas
literarias, además de su esposa Acacia Uceta, la primera mujer que pregonó la Pasión de
Cuenca, entonces en la Casa de Cultura, y su hijo Enrique. Familia de pregoneros y de
conquenses de pro. Hace pocos días hablaba con Enrique, recordando sus textos
literarios nazarenos en revistas y pregones radiofónicos o de cara al público, o guiones
para el No-Do, dejando una frase que otros compañeros también han citado, por esa
fuerza de expresividad que tiene y que pone escalofríos al escucharla sesenta años
después:
“Cuenca está encarnada en carne nazarena, que es carne de tortura, de sufrimiento y de
martirio. Y comprenderéis entonces que ninguna ciudad como esta puede servir de
escenario a la tortura de Cristo, al sufrimiento de Cristo, al martirio de Cristo, al divino
misterio de su Muerte y Pasión”.
“A los conquenses --pregonaba el admirado crítico literario Florencio Martínez Ruiz,
que me animaba a publicar libros— la Semana Santa nos determina y nos identifica en
lo más profundo de nuestra intimidad”, y con el lenguaje de las piedras Florencio
proclamaba que “esta es tierra de revelaciones. Y la Semana Santa es la demostración,
más la prueba explícita, de la palingenesia (nacimiento, existencia, muerte y
reencarnación), de la total integración de Cuenca en los misterios. Los conquenses
somos y estamos”.
Y además se nos espera por Semana Santa… añado yo.
Enrique de la Hoz, el gran musicólogo conquense, autor del “mayo” de Cuenca, otro
ciudadano del mundo como su hermano Miguel María, (que dirigió “Ofensiva” y lo
tuve como director de “Diario de Cuenca”), residió durante unos años en Colombia
trabajando con orquestas y para la radio. Su conquensismo nazareno le llevó a pregonar
la Semana Santa en Bogotá, donde vivían siete conquenses, y en una actuación
teatralizada y memorable, con un coro que interpretó el Miserere, les contó a los
colombianos el Martes Santo de 1951, cómo era nuestra Semana Santa y la propia
ciudad de Cuenca a través de la primera emisora colombiana.
Y es que cuando estamos fuera nos sale el pálpito nazareno. Vean por ejemplo cómo
Aparicio Espinosa Martínez, nacido en Cuenca en 1942, ha sentado cátedra
semanasantera en Ibiza. El diario ibicenco lo sintetiza con este titular: “La Cruz desnuda
que vino de Cuenca”. Aparicio se apuntó a la Hermandad de San Juan Evangelista
cuando era un niño, sin que lo supieran sus padres, y ello le valió algún cachete porque
había que pagar la cuota. El Domingo de Resurrección de 1962, como tantos
conquenses en aquella época, emigró a la isla ibicenca, donde vive desde entonces.
Publicaba el diario de Ibiza que “inquieto y manitas, se embarcó Aparicio en la
construcción de un paso de Semana Santa que es muy conocido en las procesiones de
Cuenca: “La Cruz Desnuda”. Explicaba el emigrante conquense que «este paso
representa el momento después del descenso de Cristo de la cruz tras la crucifixión y
suele acompañar al Yacente, por lo menos en mi tierra». Desde hace tres años, la Cruz
Desnuda “made in conquense” (eso sí de PVC imitando el nogal) desfila el Jueves y
Viernes Santo en la Cofradía del Cristo de la Oración de Ibiza.
¡Ciudadanos del mundo!, conquenses de la diáspora, yo proclamo desde San Miguel,
uniendo mi voz al llamamiento de mi admirado compañero de la palabra nazarena (y sin
embargo amigo), José Miguel Carretero, que “ya están en ruta los que vuelven a su
tierra para la cita del alma y del ancestro. Sintiendo Cuenca, oliendo Cuenca, la diáspora
retorna por la rosa de los vientos de Castilla…. Es la alegría del reencuentro y la
gratitud de oír esa muda fidelidad de nuestras cosas quietas. Gracias a Dios todo está en
su sitio: la roca, el muro, el farol…”, apuntaba Carretero. (Y las obras municipales,
como cada año, para dejar la ciudad como el jaspe)
Y nosotros, los hijos de Cuenca, los ciudadanos, los inmigrantes que han elegido esta
ciudad… y los hijos de nuestros hijos, que son los nietos, que van a estrenar la túnica o
quizá los más crecidos se pongan la del hermano o la del abuelo, de terciopelo,
guardada en el arca del corazón nazareno. Porque aquí cuando nacen nuestros hijos o
nietos, antes de ir al Registro nos vamos a la cofradía a darles de alta de nuestra
hermandad, aunque en mi caso mi compadre José González “Pepillo”, bancero del
“cartel eterno” de Rafa Pérez, apuntó a mis hijos, nietos y a mis nueras a su Verónica
del Jueves, como buen padrino, antes que yo lo hiciese en el Cristo de la Agonía. Mi
Verónica nació en Jueves Santo, qué le vamos a hacer.
Pasión conquense, pasión de amigo, que es familiar. ¡Ay “Pepillo”! si vieras a los
chicos (que los ves desde Arriba), a tus nietos y a los míos, desfilar el Jueves de morado
y beig. Y así podía contar otros muchos ejemplos en familias conquenses.
Pero lo que si se ha contado, año tras año, ha sido la Semana Santa desde los medios
locales. El “Extra” nazareno ha sido siempre el número más cuidado y preciado por
parte de la prensa conquense, sobre todo a partir de 1950, que fueron los años en los que
“Ofensiva”/”Diario de Cuenca” fue dando a conocer los primeros números con portadas
de artistas de la pintura o de la fotografía: Roibal, Segundo Manzanet, Tejeda,
Albendea, Grau Santos, Tony…
En los quince años en los que pertenecí al “Diario de Cuenca” colaboré en esos
números extraordinarios al igual que en “El Banzo”, “Gaceta Conquense”, e incluso en
“Cuenca Agraria”, con tres extras de la Semana Santa de la capital y de la provincia.
Es justo valorar la labor hacia la Semana Santa que se hizo en el Grupo “El Día” a
través del periódico y la televisión, con los Extras, la retransmisión de las procesiones y
el programa de “Banzos y Capirotes”, además de “El Día Nazareno” dominical de todo
el año, con una joven y ya experta semanasantera, Berta López, amiga y compañera y la
siempre dispuesta Pilar Olivares.
Este pregonero, prescindiendo de su labor periodística, quiere resaltar la labor de todos
los medios locales, regionales, nacionales e incluso internaciones en pro de la Semana
Santa, tanto de radio con sus tertulias, prensa, televisión, digitales, e incluso gráficos,
que además publican revistas de calidad. Adelante compañeros, porque aquí hay tarea
como para escribir una enciclopedia…
LA PRESENCIA DE LA MUJER Y EL ESFUERZO DE LOS BANCEROS
Para los que no conocen nuestra Semana Santa, que vengan, que van a poder presenciar
el Drama de “Cuencalvario”, con procesiones en las que el sentimiento se pone a flor de
piel, de constante emoción, pues para los conquenses es una celebración heredada desde
la cuna, y por tanto forma parte de la vida de la ciudad. Y cuando hablamos de la
familia, es obligado destacar el papel de la mujer en la Semana Santa, que se ganó su
puesto con no pocas dificultades.
Recuerdo que en esos años de la década de los 60 y 70, con crisis de nazarenos en las
filas, que parecían más alargadas con la túnica de cola, preguntaba a los responsables de
la Junta de Cofradías, que cuál era el papel de la mujer en la Semana Santa. La
respuesta, en 1973 y algún año más, era la siguiente: “No debemos hacer ninguna
discriminación, tanto en la iglesia como en las cofradías. A las hermandades pueden
pertenecer todos… pero… “a la hora de la procesión parece ser que hay unas normas en
el Reglamento por las cuales las mujeres tienen su sitio: detrás del paso”.
Bajo el capuz todos somos iguales y la entrada de la mujer, poco a poco, paso a paso,
dio brillo a los desfiles. No debía haber discriminación. El papel de la mujer en estas
últimas décadas ha sido más que importante, ocupando puestos de hermanas mayores,
banceras, formando parte de las turbas y de las directivas de hermandades.
Bajo el capuz, insisto, todos somos nazarenos y bien recuerdo en mis primeros desfiles
observar desde la fila, con esos ojos de penitente convencido, ojos de admiración y ojos
lacrimosos a veces, las miradas de las gentes de las aceras a las imágenes, a la
procesión, escuchar los comentarios, los bisbiseos, cómo algunas personas se
santiguaban mientras seguía la marcha portando la tulipa con la vela derretida en la
procesión ya vespertina; otros pasaban el tiempo comiendo pipas y algunos hacían fotos
hasta que el carrete se agotaba. (Hoy los móviles parecen insustituibles, pero prefiero a
los nazarenos con tulipa y calzado oscuro y las fotos desde las aceras).
Y observaba a través de los misteriosos ojos del capuz a los banceros, cómo caminaban
al compás de la marcha o el golpe del tambor, y de qué manera colocaban las horquillas
para descansar breves minutos ante la mirada del capataz. Hombro con hombro, paso
adelante y hacia atrás en esa forma de desfilar a golpe de horquilla tan genuina de
Cuenca, con la marcha musical. Cuesta arriba o cuesta abajo, entre curvas, calles
estrechas y calles anchas.
Banceros de carga y quebranto les llamó Antonio Virtudes en su “Martes del Perdón”.
Banceros de la Pasión de Cuenca, que pagan con orgullo, y con el sudor de su frente,
por “llevar el santo”. Como lo hicieron sus abuelos y compartiendo incluso banzo con
sus padres y hermanos. Banceros de Cuenca que van a desfilar con las imágenes de su
cofradía, arrimando el hombro, compartiendo la solidaridad del esfuerzo unido
“Las calles van, suben, vuelven, se estrechan aún más; angustiadas se alivian en
plazuelas, se adornan con yedra; en la del Peso los desfiles procesionales, por su
irregular trazado, marcan la medida exacta de los pasos y la bajada de San Andrés es
ciertamente “de peldaño en peldaño fugitiva”, pregonaba Julia Sarro con el guiño
poético de Federico. Calle del Peso Real a dedos de andas y banzos. Ya sé que estáis
esperando mi frase de las retransmisiones televisivas:
“Por la calle del Peso, el “paso” pasa, con qué peso, y a qué paso en rítmica pisada a
golpe de horquilla, con los esforzados banceros pasando de pasada, midiendo andas y
banzos entre paredes recortadas y piedras, que si hablaran, lo harían de procesiones.
Porque la especial configuración de la Ciudad Alta de Cuenca y su centro urbano, nos
ofrecen el mejor paisaje y el recorrido tan sinuoso como serpenteante para que el cortejo
en la calle sea como un espectáculo teatral andante, como un museo ambulante de
imágenes, como una procesión de fe, de sentimiento, de escalofríos, de silencio sobre el
silencio.
La ciudad ofrece distintas panorámicas procesionales, nocturnas, de madrugada, de
mediodía o vespertinas, con todo su colorido del día y de la noche. Cuenca no es para
ciegos, pero los ciegos la sienten. Espero que con mis palabras “vean” la Semana Santa
que yo la descubrí de niño sin verla, a través de los sonidos.
Un día me contaba un nazareno de Cuenca que subió hasta el Cerro del Socorro sólo por
escuchar desde allí el sonido de turbas en la madrugada del Viernes Santo y poder
contemplar, con las bendiciones del Corazón de Jesús, esta procesión tan característica
de Cuenca. Le pudo tanto la emoción que al año siguiente subió hasta el Cerro de la
Majestad para ver salir la procesión del Jueves Santo, al lado de las tres cruces del
Calvario conquense y escuchar el volteo de las campanas de la iglesia de la Virgen de la
Luz, en la tarde nazarena en la que la Patrona de Cuenca se queda sola, junto al San
Antón y San Roque de Fausto Culebras, despidiendo, pero esperando, a las imágenes de
Paz y Caridad.
Yo he visto esa salida procesional desde los miradores de Mangana, cruzando el puente,
entre sonidos que se lleva el viento y resulta realmente conmovedor. Sonidos de
tambores y trompetas lejanos, y sin embargo cercanos, de nuestra espectacular Banda de
la Junta de Cofradías. Qué gran acierto con su creación, que ya va para doce años.
MI BANZO TELEVISIVO
Les he hablado de pintura, fotografía, de música y literatura en nuestra Semana Santa,
sin olvidarme del testimonio del cine y de la televisión. Las primeras imágenes nos
llevan hasta 1927 con la grabación de cuatro minutos del alcarreño Tomás Camarillo. El
documento cinematográfico de la Fox del Miércoles y Jueves Santo de 1932,
proyectadas en los cines españoles, y que algún día habrá que recuperar; las imágenes
de Barrachina de 1933; los cuatro documentales del No-Do, la película “Cuenca” de
Carlos Saura, y los reportajes televisivos de las televisiones francesa y alemana. Y
naturalmente, la televisión, nacional, regional y local, casi presente, y este año más.
La retransmisión de la Semana Santa a través de Tele-Cuenca, entre 1995 y 2006, fue
para mí una experiencia muy gratificante, a pesar de las dificultades que ello entrañaba,
sobre todo de cansancio y con temperaturas de abrigo y bufanda. Era mi banzo para la
Semana Santa de Cuenca, que dedicaba a mi ciudad y provincia, pero de manera muy
especial a los enfermos e impedidos y personas de mayor edad que no podían asistir a
los desfiles en la calle.
En directo o en diferido, el esfuerzo era grande para todo el joven equipo de aquella
incipiente televisión local, y de manera especial para quien les habla; unas veces lo
hacía bajo la luz de las estrellas de frías noches y aire que removía los papeles, y otras
en locales con la calefacción apagada o el techo hundido, una estufa y algún ratoncillo
temeroso del ruido de tambores nocturnos.
Podía enumerar muchos testimonios de personas que, gracias a la televisión, habían
vuelto a ver su Semana Santa, a sus pasos y hermandades, que no contemplaban desde
hacía mucho tiempo y en algunos casos casi desde un cuarto de siglo, como el
periodista Jesús Sotos, que no salía a la calle. Hay quien me pidió algunas cintas para
tener contenta y entretenida a su suegra no sólo esos días, sino todo el año.
Alguna vez me pudo el cansancio de toda una semana, en algunos casos con dos horas
de retransmisión, como aquella noche y madrugada del martes al miércoles santo, con
los desfiles conjuntos del Perdón y del Silencio. O el Viernes Santo con sus tres
procesiones, terminando en la del Santo Entierro con una caída en las escaleras de la
Catedral que me produjo un esguince de tobillo, que se hizo notar al terminar la
narración. Me llevaron a urgencias y allí estaban la televisión encendida con la
procesión grabada de El Calvario. Las enfermeras de guardia se hacían cruces, pero el
calvario lo tenía yo. Me vendaron el tobillo y a casa con un esguince de segundo grado.
Quedaba por retransmitir la procesión del Encuentro. Les di a los compañeros los
nombres de varias personas para que acudiesen a la Plaza de la Constitución, donde
solía estar yo, bien en un balcón o en la furgoneta con un monitor, como bien sabe
Carretero. “Problema solucionado”, me dijeron Sebas y Juanra, ahora director de cine,
que espero pueda dirigir algún día una película con tema nazareno. “¿Cómo que
solucionado?”
Me llevaron a casa la cinta editada con las imágenes, la enchufaron del video a la
televisión, y yo con el pie en alto sobre una almohada en una silla, tuve que poner voz a
esa procesión del Encuentro de 1998, que fue esa Semana Santa en la que la lluvia y la
nieve dejaron imágenes para la historia el Jueves y el Viernes Santo. Pero a mis
telespectadores no les faltó la retransmisión pese al mal tiempo y el esguince de tobillo.
Ese año Televisión Española ofreció en directo los Santos Oficios desde la Catedral de,
lo que supuso una gran difusión de la ciudad y de nuestra Santa Iglesia Catedral
Basílica. Además, estaba previsto ofrecer en directo la procesión del Jueves en el
descenso desde la Plaza Mayor. La lluvia se encargó de echarnos ese jarro de agua fría a
una retransmisión nacional e internacional muy esperada.
Sin embargo, a nivel local, desde Tele-Cuenca pudimos grabar y emitir esa procesión de
Paz y Caridad, que había salido desde la parroquia de la Virgen de la Luz. El cortejo
desfilaba por la calle de Palafox en el ascenso y cuando Jesús con la Caña marchaba por
la mitad de esa calle y el Amarrado por la Audiencia, comenzó un fuerte viento seguido
de lluvia y granizo. Impactante momento con la capa de Jesús casi al vuelo y banceros y
nazarenos tapando las imágenes.
Había que aligerar la marcha y como se pudo se fue capeando el temporal, arreciando la
lluvia y el granizo cuando la Soledad del Puente llegaba hasta el punto donde teníamos
las cámaras y en un santiamén fue portada hacia Santo Domingo, para entrar la Virgen
con su palio en la sede que se acababa de bendecir pocos días antes.
Pasado el tiempo quedan esas imágenes para la historia, como han quedado las de la
procesión En El Calvario, que se vio sometida a las condiciones meteorológicas cuando
llegó a la Plaza Mayor. Descendía mermado el cortejo, mirando los hermanos al cielo y
buscando la calle del Peso para acortar el recorrido, en caso de que volviese a llover.
Redoblaban los tambores de la Unidad Militar y descendían con emocionante orden
procesional los Cristos del mediodía…
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando la nieve cubría los rostros del Cristo del
Perdón, del Cristo de la Agonía, del Cristo de la Luz, el de los Espejos, del Cristo de la
Salud… Era una cortina de nieve continua que evocaba el Monte del Calvario, y entre
las hiedras de Alfonso VIII parecía que la lanzada de Longinos hacía correr el agua en
el costado de Cristo…
Y detrás, cuando había escampado, la cofradía de la Virgen de las Angustias, con el
Descendido y su imagen titular, la Madre con el Hijo muerto. Y presidiendo aquella
procesión para la historia, nuestro don Teodoro Rubio de cada Viernes Santo. Otra
procesión para la historia, que aquellas retransmisiones televisivas nos han dejado.
Pero hay testimonios que te hacen meditar y valorar el trabajo que hacíamos entonces y
entre ellos está el de Pedro Martinez Cañas “Bulili”, que vino a visitarme a la Jefatura
de Tráfico pocas fechas después de la Semana Santa de 2000, celebrada del 16 al 23 de
abril, que habíamos ofrecido en directo. Le habían intervenido quirúrgicamente y
apenas podía hablar. Me hizo una seña y pensé que me iba a consultar algo sobre el
carnet de conducir. Quería que tomásemos un café y charlar unos minutos lejos del
mundanal ruido, porque además le costaba hablar.
Me comentó que había estado toda la Semana Santa en el hospital debido a una
operación muy delicada, y que durante ese tiempo había visto las procesiones por
televisión desde la cama. Me agarró fuerte del brazo, emocionado, y me vino a decir:
“Llevaba muchos años sin ver la Semana Santa; ya no salía en las turbas ni con mi
hermandad de San Juan de la mañana, ni con mi hermano y mis hijos. En el hospital me
has hecho llorar de emoción; he visto a mi San Juan Evangelista, al Jesús de las Seis y a
los turbos, y a muchos ya ni les conocía, pero era mi Cuenca y mi Semana Santa, que la
he recuperado, y vengo a darte las gracias”.
Nos abrazamos y creo que lloramos los dos por esa emoción que a él le embargaba de
haber vuelto a ver su Semana Santa, aunque fuese en la cama del hospital “Virgen de la
Luz”. Me entraron escalofríos y quedamos para otro día, eso sí, con un café con churros.
Semanas más tarde me dieron la terrible noticia de que Pedro Martínez Cañas había
fallecido el 8 de julio, con 60 años de edad. El impacto fue tremendo y tras la serena
reflexión me quedó la tranquilidad y el sosiego de que al menos Pedro se había ido
recordando “su” semana de pasión buscando a su San Juan Evangelista a esa otra “Gran
Semana” la del azul de las estrellas del tantas veces citado “cartel eterno”, con tantos
amigos y turbos que le precedieron.
¿Qué tiene la Semana Santa de Cuenca?, que nos conmueve, nos emociona, nos
acongoja, nos produce escalofríos, nos une bajo el banzo y en el rosario de filas de
tulipas. ¿Qué tiene para los niños que hacen sus andas y desfilan por los barrios? O que
salen en procesión formada como final de curso de la Escuela Nazarena, que este año
hemos visto con entusiasmo y respeto por parte de los pequeños, tanto de banceros
como acompañantes de filas.
¿Que tiene la Semana Santa de Cuenca?... Javi, con dos años, se sabía al dedillo todos
los pasos y hermandades. Manejaba los recortes de papel de las imágenes como si
fuesen cromos. Le preguntabas y te respondía con todas las letras: “Nuestro Padre Jesús
Orando en el Huerto, de San Esteban; el Santísimo Cristo de la Luz (Vulgo de los
Espejos), con la Lanzada y la Magdalena”. Sus juguetes de reyes eran revistas nazarenas
y su cruz de madera para desfilar por casa escuchando una marcha.
En una mañana sanjulianera de agosto de 2004 su madre llevó a Javi en brazos dormido
a mi casa, porque tenía que irse con la Banda de Música a tocar la diana. Con el golpe
de la puerta al cerrarse, el niño despertó y se puso a llorar y comenzó la diana de verdad,
con sonidos repetidos de ¡¡mama!!, ¡¡mama!! de voz continuada. Le cogí en brazos
para tranquilizarle, pero los lloros desafinaban más que los clarines de turbas. Ni
dibujos animados, ni el Gordo y el Flaco, ni Tin-Tin, calmaron los lloriqueos de “el
niño que se sabía la Semana Santa”.
¿Qué hago, Señor?, ilumíname. ¡Mira qué barraquera! ha cogido el crío. Del armariete
de cintas con la estampa del Cristo de la Agonía, cogí la primera casete que tenía a
mano, la puse en el reproductor, y empezó a sonar una marcha de Semana Santa… Los
lloros bajaban de tono… ¡mama, mami… y la música seguía con sus compases…
silencio… y entonces, el niño dijo entre sollozos apagados: “¡Entre banzos!”. ¡Se sabía
la marcha que había compuesto su tío! y a la que yo di título… Sonaba como música
celestial…. Y nos dormimos los dos…
Cuando desperté, se escuchaba el “San Juan” y desde la calle venían unos sonidos de
dulzaina y tamboril… Eran los gigantes y cabezudos de San Julián que bajaban en
procesión festiva por Alfonso VIII… pero Javi seguía con su sueño vencido por su nana
semanasantera, escuchando ahora semidespierto “la pajarera”, o sea, “Nuestro Padre
Jesús”, la marcha que compuso Cebrián en Jaén, y que adaptaron nuestras hermandades
conquenses para llevar mejor el “paso”. Y es que hay marchas que parecen universales
Mi querido Javi venció su sueño con “Entre banzos”, pero a este pregonero le sucedió lo
más insólito narrando en directo por Tele-Cuenca la procesión en “El Calvario”.
Previamente había avisado a los directores de las Bandas de Música de Tarancón y de
Las Mesas, Chaves y Ugeda, para que cuando bajasen por El Escardillo interpretasen
una marcha, dado que las procesiones ya se veían en directo en la provincia, y que yo
guardaría silencio para que la música y el “paso procesional” resultasen más lucidos de
cara al telespectador.
Y claro que me callé, me quedé traspuesto unos minutos. Con “Banceros de la Pasión”
me desperté cuando la Banda ya estaba en la curva de la Audiencia. Imaginad el
sobresalto, aunque llegué a pensar que nadie se había enterado, dado el buen sonido de
la Banda que dirigía Isabelo Chaves, pero la sirena de una ambulancia se metió en el
sonido de la televisión y algunos pensaron, incluida mi madre a la que llamó una vecina,
que algo me había pasado. No era yo el de la ambulancia, sino una embarazada, feliz de
dar a luz en Viernes Santo.
¿Qué tendrá nuestra Semana Santa?, y ese Viernes Santo de tantos contrastes de fe,
sentimiento y tradición, que hace pocos años el helicóptero Pegasus, de la DGT, se dio
una vuelta por nuestra provincia para vigilar que esa otra procesión de la carretera de
cada Semana Santa transcurra con fluidez y sin accidentes. Al divisar la ciudad de
Cuenca el piloto se vio atraído, no sólo por su singular paisaje, cosa natural, sino por la
masa de turbos y nazarenos de la procesión Camino del Calvario, que ascendía al Casco
Antiguo y pudo grabar durante unos minutos esa impresionante entrada de los “pasos” a
la Plaza Mayor, acercando el objetivo a las imágenes allí reunidas. Impresionante el
documento e impresionados los pilotos que siguieron ese otro “camino del calvario” de
la carretera con feliz regreso. La Semana Santa de Cuenca vista desde los cielos…
ANIVERSARIOS
Hemos celebrado los 400 años del Camino del Calvario, con diversos actos durante el
año, y en esta Cuaresma se han sucedido las celebraciones. Se cumple el 75 Aniversario
de la Hermandad de Jesús Caído y la Verónica y de las tallas de San Juan Bautista, el
Huerto de San Esteban, el Prendimiento de Jesús (Beso de Judas), la Virgen de la
Amargura con San Juan, Jesús del Puente, de la imagen de Nuestra Señora de la
Soledad del Puente (en procesión), y del Santísimo Cristo de las Misericordias.
Los Cincuenta años del Huerto de San Antón, de Coullaut Valera, celebrado en la
Catedral con la presencia del “paso” anterior, que procesiona en San Clemente.
Cincuentenario también, aunque desapercibido, del Santísimo Cristo del Largo Padecer,
talla del laureado escultor Víctor de los Ríos, que preside el altar mayor de la octogonal
iglesia de San Pedro, acompañado por el Cristo de la Vera Cruz y el Cristo de los
Almendrones. En 1967, los conquenses de la diáspora, encabezados por Federico
Muelas, intentaron que el Cristo del Largo Padecer desfilara el Lunes Santo, en una
hermandad que constituirían los paisanos emigrados, pues entendían que para ellos era
un “largo padecer” estar todo el año fuera de Cuenca, incluso en Semana Santa.
Víctor de los Ríos pronunció una conferencia en la Casa de Cultura, Federico habló de
sus sueños nazarenos, pero la idea no cuajó pese a que la imagen del Cristo fue portada
del Extra de Semana Santa de “Diario de Cuenca” de hace cincuenta años. La talla al
menos la tenemos en San Pedro.
Igualmente se cumplen cincuenta años de la sede de la Junta de Cofradías en la calle de
Solera y algo muy importante: la declaración de la Semana Santa de Cuenca y de la
Semana de Música Religiosa como de Interés Turístico, con Resolución del 25 de junio
de 1966, que publicó el BOE el 18 de agosto. Catorce años después, el 18 de enero de
1980 se dictó la Resolución de la reclasificación de las fiestas de España, en tres
categorías: de Interés Internacional la Semana Santa de Cuenca y la Semana de Música
Religiosa, además de otras importantes celebraciones festivas, en total 16. Otras tantas
pasaron a categoría nacional y el resto quedaron como estaban, de interés turístico,
hasta que con las competencias autonómicas pasaron a denominarse de interés Regional.
Veinte años del primer desfile la Negación de San Pedro y 25 de la Hermandad, y otros
veinte de la salida inicial del Auxilio de Nuestro Señor Jesucristo.
Y si aún no se han apagado los ecos de los Veinte años de la Declaración de Cuenca
como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, con ese logo de la “C” colorista de Cruz
Novillo, no podemos pasar por alto que se acaban de cumplir veinte años de aquel 28 de
marzo de 1997, Viernes Santo, en el que Federico Mayor Zaragoza, a la sazón director
general de la UNESCO, vino a nuestra ciudad a entregarnos el Título en acto solemne
celebrado en el Palacio de la Diputación. En el día álgido por excelencia de la Semana
Santa de Cuenca, se producía esa simbiosis entre la Ciudad Patrimonio y la Semana
Santa Internacional, incluida la música sacra.
Dijo el director general de la UNESCO en su sentido discurso de emocionado homenaje
de respeto a Cuenca, que sobre todo “hay un patrimonio formidable que salvaguardar, la
vida humana”. Tuve ocasión de cambiar impresiones con Mayor Zaragoza aquella
tarde-noche previa a la salida de la procesión del Santo Entierro en la que desfiló como
invitado, y en sus palabras, que transmití por Tele-Cuenca, resaltaba que además de la
belleza conquense, como elemento propio para declararla Patrimonio de la Humanidad,
el mejor patrimonio que tenía la ciudad eran los propios conquenses, luchadores
incansables de su destino, firmes y talantes como las propias rocas”.
Pues bien, este pregonero viene a proclamar a la Semana Santa de Cuenca Patrimonio
espiritual nazareno del orbe cristiano y espera que las importantes celebraciones
nazarenas españolas aúnen esfuerzos –bajo el banzo de la unidad solidaria—para
conseguir que la UNESCO las reconozca en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial
de la Humanidad.
LA NOVENA SINFONÍA PROCESIONAL
Ciudadanos del mundo, venid a Cuenca, ciudad de la Semana Santa, ciudad Patrimonio
de la Humanidad, ciudad de la belleza y de la buena gastronomía. Ciudad en la que
nadie se siente forastero, ciudad de la tolerancia, que lucha por su futuro. Ciudad única e
inverosímil, nido de sorpresas y encantamientos, ciudad de museos y para la música;
ciudad encantada, abstracta, realista y Natural, bañada por el Júcar y paseada por el
Huécar. Ciudad para rememorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en nueve
procesiones, en sinfonía procesional que se resume en una palabra: “Cuencalvario”.
La procesión del Hosanna inicia la Semana Santa el Domingo de Ramos, con el orden
cronológico del propio Vía-Crucis. La talla de Jesús entrando en Jerusalén, acompañado
de Nuestra Señora de la Esperanza, representa la llegada triunfante a la Cuencatedral.
La Escolanía Ciudad de Cuenca y el Ensemble de la Academia de la SMS, acompañan
con sus voces a la procesión en las Concepcionistas de la Puerta de Valencia. Bendición
de palmas en San Felipe, ante la multitud que mueve palmas y ramos en señal de júbilo.
Los niños están felices en su procesión. En la Plaza Mayor se repite el flamear de ramos
de olivos y palmas de amarillo fulgor, con el Dulce Jesús y la Borriquilla. La Semana
Santa ha comenzado.
Cuenca recuperó la procesión penitencial del Santísimo Cristo de la Vera Cruz con el
doble objetivo de rescatar la hermandad antigua, desaparecida en 1810, que desfilaba el
Jueves Santo y de cubrir el hueco del Lunes, que parecía insalvable. Puede parecer
extraño que una imagen de Jesucristo en la cruz salga el Lunes Santo si tenemos en
cuenta la característica que se da en nuestra ciudad de seguir el orden cronológico de la
Pasión, Muerte y Resurrección, pero la Redención ha comenzado. Procesión de las Siete
Palabras, a ritmo de tambor, y de los cantos gregorianos del Coro Alonso Lobo,
La procesión del Perdón del Martes Santo tiene dos partes, con distintas salidas. Se
inicia desde El Salvador con San Juan Bautista, y sus trompetas heráldicas, y detrás,
María Magdalena, de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Luz, única cofradía que
desfila dos días. De San Andrés sale entre cánticos de Avemaría, María Santísima de la
Esperanza. En San Felipe espera la venerada imagen de Jesús de Medinaceli, que cada
primer viernes de marzo protagoniza multitudinario besapié.
Desde San Pedro inicia su salida el Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo. El descenso
por esta calle resulta conmovedor. El cortejo del Perdón completo desciende por
Alfonso VIII, con este orden procesional:
San Juan Bautista, portentosa imagen de Marco Pérez, es una talla de un verdadero y
acabado estudio anatómico.
El Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo recoge en su conjunto el Bautismo del
Salvador en el Jordán, con la novedad de las andas ya terminadas en madera de cedro
real tallado de un sobrio barroquismo muy al hilo con las talla de Joaquín Dubé de
Luque.
La talla de Santa María Magdalena representa a una joven y bella mujer; luce corona de
metal plateado y repujado y en su mano derecha porta un esenciero con el perfume de
nardo. Vestida siempre con sencillez y galanura.
La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli, de Marco Pérez, mantiene
la túnica que bordó Encarnación Román. La talla, de candelero, representa a Jesús
coronado de espinas ante el pueblo. La peluca es de pelo natural muy en el estilo de la
iconografía de esta advocación.
Cierra el martes del Perdón María Santísima de la Esperanza, obra de Leonardo
Martínez Bueno. La talla tiene la mirada elevada al frente y sus manos están en actitud
de anhelo, expectantes. El espectacular manto de terciopelo verde bordado en oro es
diseño de Carrasquilla.
La procesión del Silencio del miércoles también tiene una primera parte, con salida de
los siete pasos que la integran desde tres iglesias distintas y la Catedral.
Se inicia en San Esteban con las tallas de Jesús Orando en el Huerto y el Prendimiento
(Beso de Judas). Asciende hacia el Casco Antiguo, y tras llegar a El Salvador se
incorpora Nuestra Señora de la Amargura con San Juan. Las tres imágenes hacen
estación en la Plaza Mayor, y desde la Catedral los banceros sacan a brazo el
voluminoso paso de la Santa Cena, que iniciará el descenso al completo.
Desde San Pedro descienden en corta, pero intensa procesión organizada, los grupos
escultóricos de San Pedro Apóstol, La Negación de San Pedro y el Ecce-Homo de San
Miguel. Federico Muelas, en bronce, desde San Pantaleón, observa el severo paso
procesional por la calle de rancio abolengo.
El cortejo del Silencio, ya completo, camina cuesta abajo, bajo la luz de la Luna de
Parasceve como una impresionante serpiente de luciérnagas a modo de tulipas y de
incontables capuces blancos y olivos en las andas.
La Santa Cena, con su “barco de luces” en la alta mar de piedra que es San Felipe, se
perfila para el primer miserere del Silencio. El grupo escultórico de Octavio Vicent es
uno de los pasos más voluminosos y recoge el momento evangélico en el que Jesús
vaticina que va a ser entregado por uno de los suyos.
Otro paso grandioso es el de Jesús Orando en el Huerto (de San Esteban), que
representa la agonía de Jesús en Getsemaní. Es obra de Luis Marco Pérez, con las
imágenes de Jesús y el Ángel y las tallas de los apóstoles durmientes, Pedro, Juan y
Santiago, junto al olivo.
La noche de los capuces blancos tiene su punto culminante con el paso de “El
Prendimiento de Jesús”, también de Marco, que representa el momento de la traición de
Judas en el Huerto de los Olivos.
La excepción de la noche blanca la pone la Hermandad de San Pedro Apóstol con sus
capirotes encarnados y hachón de tulipa. Este grupo escultórico del escultor de
Fuentelespino de Moya sintetiza el verdadero prendimiento de Jesús. Consta de cinco
imágenes de tamaño natural. Contrasta la energía del Apóstol con la dulzura del rostro
del Salvador que quiere impedir la escena.
La Negación de San Pedro, recuperada hace veinte años, es obra de Vicente Marín.
Representa el momento en que la portera, dentro del patio de la casa de Caifás, denuncia
a Pedro como uno de los seguidores del Nazareno, mientras él lo niega.
El Ecce-Homo de San Miguel, que aquí tenemos presidiendo este Pregón, es una
magnífica imagen, cargada de patetismo, del Señor Doliente presentado al pueblo por el
procurador Pilatos. Una talla de Coullaut-Valera, que tiene réplica en la vizcaína
Balmaseda. El Señor de San Miguel.
Cierra el largo cortejo la Virgen de la Amargura con San Juan. El conjunto ofrece un
momento de diálogo entre la Virgen y el Evangelista al pie de la Cruz y es obra de
Marco Pérez. El manto es azul marino bordado en oro y San Juan viste túnica de
terciopelo verde bordada en oro con capa roja.
La procesión de “Paz y Caridad” de Jueves Santo, nombre genérico que se daba a las
hermandades que acompañaban a los ajusticiados, tiene su única salida de la iglesia
patronal de la Virgen de la Luz, entre sonidos de campanas y el murmurio del Júcar,
organizada por la Archicofradía de Paz y Caridad.
Abre paso el Santísimo Cristo de Las Misericordias, imagen de Marco Pérez con rostro
de gran patetismo de la que se hicieron miles de medallas para toda España. El Cristillo,
como popularmente se le conoce, es todo un estudio anatómico notable del Señor
muerto en la Cruz.
El “paso” de Jesús Orando en el Huerto de San Antón, magnífica talla esculpida por
Federico Coullaut-Valera, cumple su Cincuentenario, tras suplir a las imágenes de
Ricardo Font, que desfilan en San Clemente. Forma un conjunto de gran serenidad:
Jesús, arrodillado sobre la roca ora al Padre. Detrás, el ángel le observa mientras ofrece
al Señor el Cáliz de la Pasión.
Continúa el recorrido procesional con Nuestro Padre Jesús Amarrado a la Columna,
azotado por el sayón, imagen de Marco Pérez, que esculpió una talla similar para la
Semana Santa de Elche, lo que motivó que en 2001 la cofradía de Cuenca se hermanase
con la Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Flagelación y Gloria
ilicitana. El “Amarrado”, como se le conoce popularmente, muestra su espalda para
recibir los azotes del sayón. La imagen desfila por las calles de San Antón en el Vía
Crucis del primer viernes de Cuaresma, si el tiempo no lo impide como este año.
La impresionante talla de Jesús con la Caña fue realizada con aspecto de respeto,
cubierta por la clámide granate, y por cetro, una caña. Otra de las grandes obras de
Coullaut-Valera. Entre los estudiosos de esta Hermandad destacó el gran orador y
erudito Manuel González Francés, nacido en esta antigua iglesia de San Miguel, pues su
padre era el sacristán. Comparte su nombre con la calle de las Tablas y en Córdoba su
calle es Magistral González Francés.
El Ecce-Homo de San Gil, de San Andrés o de San Antón, suplió a la famosa talla de
medio busto del Ecce-Homo de José Torres. Luis Marco Pérez esculpió la imagen actual
utilizando el modelo iconográfico del desaparecido de los Pedraza. Lleva cruzadas las
manos al pecho y alza la vista al cielo incrementando así su patetismo.
El grupo escultórico de Nuestro Padre Jesús Caído y la Verónica, realizado por
Leonardo Martínez Bueno, consta de tres imágenes: Jesús con la cruz a cuestas, rodilla
en tierra, es ayudado por el Cirineo; tras él, quedando al frente, la imagen de la
Verónica que muestra el lienzo sagrado.
Desde el año 1997 desfila delante de Jesús del Puente el paso del Auxilio en la Caída,
del murciano José Hernández Navarro. La escena se compone en torno a la figura de
Cristo caído; tras Él, la imagen de Simón de Cirene sujetando el madero de la cruz.
Desde un extremo vemos a Rufo, hijo del Cirineo, figura en la que parece clavarse la
mirada de Jesús.
El octavo “paso” de esta procesión de Paz y Caridad es el de Nuestro Padre Jesús
Nazareno (del Puente), una impresionante talla del valenciano José Capuz, de quien se
expone obra en el Museo de Semana Santa. Jesús con la Cruz a cuestas, con túnica que
se rasga sobre el hombro bajo la cruz y sobre la rodilla izquierda, dejando de esta forma
al aire las carnaduras.
Cierra el cortejo de la tarde nazarena Nuestra Señora de la Soledad del Puente, obra de
Marco Pérez, que se corresponde al modelo clásico de Dolorosa con un estilo
claramente barroco castellano. La Virgen entrelaza sus manos ante el pecho, en el que
porta un corazón atravesado por siete dagas. Desde 1972 desfila bajo palio con un
fastuoso manto de terciopelo azul.
Tras el descanso en Plaza Mayor se inicia el descenso por Alfonso VIII, con parada en
San Felipe para la interpretación del Miserere y el Stabat Mater a la Soledad, siguiendo
el recorrido por la Puerta de San Juan y Palafox, y recalar en la iglesia de la Virgen de la
Luz en la medianoche, con la imagen de Cuenca iluminada al fondo desde el puente de
San Antón.
El Viernes Santo es el día de los contrastes y de las encontradas emociones, el día que
se rompe con el estruendo de tambores y clarines en el alba acompañando al Nazareno;
que se torna triste en la hora nona de los Cristos por la antigua Correduría de Alfonso
VIII y Carretería y se apaga con el entierro de Cristo por la calle del Agua y de los
Tintes, en la tenue luz de la plaza de El Salvador, cita procesional de la Pasión de
Cuenca, que espera esperanzada su Domingo de Gloria.
Roncos tambores y clarines destemplados en las puertas de El Salvador, que a las cinco
y media de la madrugada abre sus puertas, tras la tensa espera de la turba, que aguarda
impaciente la salida de Jesús de las Seis en la procesión Camino del Calvario. Es el
sonido característico de la madrugada del Viernes Santo que tiene en vilo a la ciudad.
La imagen del Nazareno de la madrugada representa a Jesús llevando la Cruz sobre el
hombro izquierdo, casi erguido, a pesar de que ya el Cirineo sujeta con sus dos manos el
otro extremo de la Cruz. En cada curva, los tambores remiten su sonido y los clarines
desafinados lanzan alfilerazos al viento.
En ese Camino del Calvario, la estampa de Jesús Caído y la Verónica incide en la
peculiaridad de esta procesión conquense. Ambas tallas, de Marco Pérez, como Jesús de
las Seis, representan el momento en el que Verónica enjuga con un paño el sudor de
Cristo, agobiado por el peso de la Cruz.
San Juan Apóstol Evangelista sigue la estela del Maestro a los acordes de la marcha del
maestro Cabañas, himno diríamos oficial de la Semana Santa. La imagen va vestida con
túnica rojo escarlata y manto verde, de 1913. San Juan, con los bucles ondeando sobre
su frente juvenil, sujeta con su mano izquierda la palma, y con la derecha apunta hacia
Jesús, indicando a la Madre el camino a seguir.
De la turbamulta al silencio doloroso de la Madre, de la Hermandad de la Soledad de
San Agustín, con dos “pasos”. El primero es El Encuentro de Jesús y la Virgen Camino
del Calvario, obra de Vicente Marín. Dos imágenes forman la escenografía: Jesús, con
túnica parda y la Cruz al hombro, desvía su mirada para clavarla en el rostro de la
Madre.
El segundo es la imagen titular de la Soledad de San Agustín, de Federico Coullaut
Valera. Bajo una nube blanca de gladiolos y claveles la Madre camina hacia el Calvario
siguiendo los pasos de su Hijo. Desfila en la aurora, vestida precisamente por Aurora
Garrote, en estado de buena esperanza, pues si hablamos de los que se nos van
esperamos con alborozo a los que han de venir.
En la salida desde El Salvador, y ya en la puerta de Valencia, los herreros golpean el
yunque al paso procesional de la Virgen y encienden sus fraguas para que la Madre no
pase frío. Se escuchan en silencio estremecedor los motetes de la herrería cuando el
rosicler del alba se divisa desde la Puerta de Valencia en el horizonte de las Hoces, con
los primeros rayos del día. El año pasado resultó espectacular en la retransmisión
televisiva regional, digna de un cuadro de Botticelli.
La procesión recorre la parte moderna de la ciudad para ascender a la Plaza Mayor por
el Puente de la Trinidad, precedida por la abigarrada turba que camina sin prisa pero sin
pausa de rítmico y ensordecedor sonido de tambores velados y clarinás desafinadas
delante del Jesús y del monumento de Turbas de José Luis Martínez, en Palafox. La
entrada en la Plaza Mayor es fulgurante, con la turbamulta, que hace silencio ante la
llegada de la Virgen.
En el descenso, las turbas callan para el Miserere en San Felipe, abarrotado de gentes
ávidas de emociones y sentimientos. El silencio corta la respiración y eriza el vello,
entre trinos que salen de las hiedras de Andrés de Cabrera. La última nota del Miserere
se interrumpe por los clarinazos y palillás de los turbos. No hay palabras para
explicarlo, pero sí imágenes para verlo y sentirlo. Realmente emotivo
Es el contraste de la procesión por antonomasia de Cuenca, que tiene en El Salvador el
momento culminante de la despedida, tan tumultuosa como finalmente callada.
Seguid en Cuenca, bienvenidos visitantes, en este Viernes intenso, pues finalizada la
procesión de la madrugada, en el mediodía toma el relevo el desfile en El Calvario, con
salidas desde San Esteban, las Concepcionistas y la Puerta de Valencia. Es la procesión
de los Cristos de la Hora nona, con una amalgama de colores en túnicas y capuces como
el mismo cromatismo de las fachadas de la ciudad amurallada por la que cuelga la
hiedra que brota entre la piedra.
De San Esteban salen los grandiosos pasos de La Exaltación y el
Descendimiento. Colores tierra y negro ante la angustia de la Muerte. En la Puerta de
Valencia, en el Convento de las Concepcionistas, se unen al desfile los pasos de Cristo
Descendido y Nuestra Señora de las Angustias. La plaza de El Salvador, repleta de
nazarenos de colores amarillos, granates y morados. Es la iglesia matriz de la que parte
ya completa y organizada la procesión En El Calvario.
La Exaltación, con la Banda de la Junta de Cofradías delante, se sitúa en primer
lugar. De El Salvador salen el Cristillo de Marfil y el Cristo de la Agonía. Detrás, el
Cristo de los Espejos y La Lanzada, a los que se unen los pasos que ascienden por
Alonso de Ojeda: Descendimiento, Descendido y las Angustias.
El vistoso cortejo, tras coronar la calle del Peso y sus estrechuras, asciende a la
Plaza Mayor, auténtico Calvario de Cristos frente a la Catedral.
En la primera hora de la tarde, el cortejo en El Calvario inicia su descenso. El
Santísimo Cristo del Perdón (La Exaltación), de Marco Pérez, con siete figuras, es uno
de los más voluminosos. En el centro de la composición, Cristo, que acaba de ser
clavado a la cruz, es izado por dos sayones. La Virgen clava su mirada en el rostro del
Hijo, San Juan se reclina sobre el madero y un último sayón apoya en la Cruz una
escalera.
La Hermandad del Santísimo Cristo de la Agonía, con sus dos imágenes desciende en el
despacioso caminar de marcha procesional y miserere compartido. El Cristillo de Marfil
es la única talla de siglos anteriores. Impresionante la imagen del Cristo de la Agonía,
de Federico Coullaut-Valera, formando conjunto con la Virgen y San Juan.
Tras la Agonía, el paso de La Lanzada, de Martínez Bueno, con imágenes vestidas,
muy realzadas. Es un conjunto escultórico con cinco figuras de composición piramidal,
en la cual Cristo recibe la lanzada de costado. A su derecha, Longinos, con capa roja y
rostro descompuesto. Completan la escena San Juan, María Magdalena y la Madre.
Cristo de los Espejos de Cuenca. En la talla de Marco Pérez, Jesús clavado en la cruz de
espejos aparece con la cabeza reclinada hacia el lado derecho; acaba de expirar. Preside
la procesión, pues en siglos pasados salía en solitario por el Postigo.
De vivos colores al negro de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud (El
Descendimiento), otro impresionante paso de Marco Pérez, ya resaltado. Seis tallas
conforman el conjunto, también de composición piramidal: los santos varones, José de
Arimatea y Nicodemo, comienzan a bajarlo de la Cruz, ayudados por San Juan, ante la
mirada de María y la Magdalena.
Cierra el cortejo en El Calvario la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, la más
numerosa de la Semana Santa, también con dos pasos. El primero, Cristo Descendido,
de Vicente Marín, reclinado sobre sudario, que sujeta San Juan. La Madre, arrodillada,
mira directamente el rostro del Hijo y María Magdalena se mantiene en segundo plano.
La imagen de la Virgen de las Angustias, de San Antón, es una talla de cuerpo entero
que responde al tema de la Piedad, de Marco Pérez, que dejó otras dos esculturas en
Ciudad Real y Albacete. María, sentada al pie de la cruz, con el cuerpo de su Hijo
muerto sobre su regazo. El próximo 7 de mayo será coronada canónicamente, lo que
constituirá un hecho histórico para el mundo nazareno.
En el Viernes Santo procesional por excelencia y lleno de contrastes, la procesión del
Santo Entierro, tiene su presidencia ejecutiva en la Congregación de Nuestra Señora de
la Soledad y de la Cruz, del Muy Ilustre Cabildo de Caballeros y Escuderos de la
Ciudad de Cuenca.
La última procesión pasional, que se inicia en el interior de la Catedral desde la Girola,
parte a las nueve de la noche, encabezada por la Banda de Tambores y Trompetas de la
Junta de Cofradías, a la que siguen los guiones y estandartes de todas las hermandades y
filas de nazarenos con sus tulipas y cetros. Se trata del entierro de Cristo con la
presencia de pueblo y autoridades.
La Cruz Desnuda de Jerusalén, con hábito francisco, abre el cortejo entre un silencio
estremecedor en todo el recorrido. Las horquillas enmudecen. Es el único paso alegórico
de la Semana Santa de Cuenca.
Con la Congregación desfila el Muy Ilustre Cabildo de Caballeros y Escuderos de
Cuenca. Se remonta al siglo XVI. La imagen de Cristo Yacente es otra de las grandes
obras de Luis Marco Pérez. Cristo, con los ojos semiabiertos, apoyado sobre un lecho de
piedra que levanta su torso, reclina su cabeza sobre el lado derecho, mientras deposita
levemente su mano sobre el vientre desnudo, y cubre su zona pélvica con un extremo
del sudario.
El Miserere del Yacente, es cómo un quejido de lamento y de dolor.
Acompañan a Nuestra Señora de la Soledad las Damas de la Congregación con mantilla
de luto. La Virgen llorosa con la manos entrecruzadas, cubierta por completo de negro,
arrodillada al pie de la Cruz.
Se cierra con las presidencias eclesiásticas y civiles de las distintas representaciones de
la ciudad de Cuenca, y la Banda de Música, en un desfile de silencios que tras pasar por
Calderón de la Barca sigue por la calle del Agua y la de los Tintes, recuperada la para la
Semana Santa.
Viernes Santo de cuarta procesión espontánea, la de la interminable hilera de fieles que
caminan pausadamente, suben o bajan, desde la hoz del Júcar o desde la calle de Pilares,
hasta la ermita santuario de la Virgen de las Angustias, que tiene sus dos grandes citas
en el año: la de este Viernes de Dolores y el Viernes Santo. Tradición secular de pésame
a la Madre, bajada de su camarín y besapié a Cristo muerto. La Congregación de
Esclavos de las Angustias del Santuario de la Hoz del Júcar se remonta al 13 de abril de
1597, es decir, a 420 años. Cuenca camina y se postra ante la Virgen de las Angustias,
Patrona de la Diócesis y de la Provincia.
El domingo ha amanecido. Es de Resurrección. Ruedan los aguacantos, dice alborozado
José Miguel Carretero, cofrade de la palabra sabia. “Campanas de Cuenca al aire se
voltean (…) Resuenan alegres, repican a gloria, saltan y brincan con algarabía de nube
en nube con sus ecos”, exclamaba gozoso el poeta nazareno Lucas Aledón, que se nos
fue con las palomas hechas de nieve. En San Isidro dialoga ahora con Marco y Federico.
La Procesión del Encuentro sale en el domingo gozoso desde San Andrés, la antigua
iglesia que no quiere perder su esencia nazarena y ahora belenística. Tambores y
trompetas, guiones y estandartes de Cristos acompañan al Resucitado por la puerta de
San Juan.
La talla de la Virgen del Amparo, de autor anónimo, precedida por guiones y
estandartes de imágenes marianas, toma el camino de la Puerta de Valencia por Solera.
Con su manto de luto recorre la calle de los Tintes de todos los colores, a los acordes de
la Banda de Música.
La imagen de Jesús Resucitado, de dulce serenidad, es de Leonardo Martínez Bueno.
Aparece con un paño de pureza y representa el triunfo de la Vida sobre la Muerte.
El Encuentro en la Plaza de la Constitución, junto al monumento al nazareno, se
produce entre clamores, suelta de palomas y baile gozoso de los “`pasos”, que ya
unidos, forman una única procesión que, desde Carretería continúa por la Puerta de
Valencia, hasta San Andrés, con la apoteosis final de la Resurrección.
Y aquí debiera terminar, pero justo y obligado es decir, que Cuenca celebra dos grandes
Semanas en una, y ambas de interés internacional.
Bajo el lema jerónimo que adoptó Manuel de Falla de “Sólo a Dios el Honor y la gloria”
(al pie de un Cruz tenue) se abrió el 17 de abril de 1962 la I Semana de Música
Religiosa, recordaba Jesús María Muneta. Las Semanas cumplen este año su edición
número 56. El pregonero recuerda entrevistas con Antonio Iglesias, su primer director, o
con críticos de prestigio como Juana Espinós y el portugués Joly Braga Santos, además
de nuestro paisano de Puebla de Almenara, Antonio del Moral, que la elevó en su
prestigio.
Semana Santa y Semana de Música sacra. No podemos olvidar las palabras de Yehudi
Menuhin, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1997, tras dirigir en el Teatro
Auditorio de Cuenca “La Creación”, de Haydn, en la Semana de Música Religiosa de
1995. Le comentó a María Jesús Serrano, para “El Día”, que había dirigido en uno de
los lugares más bellos del mundo: “He tenido la oportunidad de encontrarme con
Cuenca viniendo a este reconocido festival”, señaló el mítico director, fallecido cuatro
años después.
Palabras finales para las Hermandades de la Semana Santa y por ende para la Junta de
Cofradías. Seguid trabajando por la esencia de la Pasión según Cuenca, redoblad
esfuerzos como redoblan los tambores. La semilla de los últimos lustros ha germinado y
aquí tenemos 45.000 hermanos, a 1.400 banceros, que van a totalizar casi veinticinco
kilómetros de recorrido en nueve procesiones.
Que sepa el mundo, que las hermandades de Cuenca no sólo cumplen con sus estatutos
de procesionar y rendir culto a sus imágenes y de cumplir como cristianos, y por ello, se
preocupan –nos preocupamos-- de las miserias que azotan este planeta; colaboran con
Cáritas, Seminario, ONGs y bancos de alimentos. La solidaridad es su norte y guía.
Todo el año trabajando en pro de Cuenca, de su Semana Santa, y de una sociedad más
justa. Cristo nos enseñó a redimir.
La Junta de Cofradías debe tener voz y presencia en el quehacer cotidiano de la ciudad,
y además de la gran tarea de organizar la Semana Santa, que no es poco, presentada con
acierto en el Museo de Arte Thyssen-Bornemisaza el 17 de marzo, se preocupa de la
procesión del Señor, la del Corpus Christi, con sus altares cofrades, y la Ruta de los
Belenes gozosamente ampliada y del Museo de Semana Santa, que hay que visitar.
Este año, las hermandades van a protagonizar más de 300 actos, y sólo desde el 18 de
enero, fecha de la presentación de cartelista y pregonero, son 183 los que se van a vivir
hasta el domingo de Gloria, según me apunta Javier Caruda, entre funciones, juntas y
subastas de banzos, conciertos, exposiciones, aniversarios y hasta tertulias de bares, que
todo cuenta.
El pregonero aún abunda en señalar a las entusiastas hermandades que si alguna otra vez
llegasen momentos de espinas como antaño, ya superados, que no olviden que en
Cuenca tenemos la procesión de la otra mejilla del Evangelio, la del Perdón.
Por tanto, alzamos el imaginario telón morado de San Miguel para iniciar la Semana
Santa 2017 en la que todo está preparado para que Cuenca vuelva a brillar con fe,
esperanza y caridad en el orbe nazareno, en sus calles y a través de la televisión, que
este año tendremos en directo para el mundo, con el fin de expandir la gran noticia de
que en esta ciudad del Arte y la Naturaleza y Única en su conjunto, se va a vivir con
fervor y sentimiento, como cada primavera, la Pasión, Muerte y Resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo. Amén, Jesús.
Cuenca, 7 de abril de 2017. José Vicente AVILA