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1 PorLlanosyMontañas ********** Abrirlabrecha Género:Testimonio Autores:JorgeLuisBetancourtHerrera. RafaelaBlancoAlvarez.

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Por Llanos y Montañas

**********Abrir la brecha

Género: TestimonioAutores: Jorge Luis Betancourt Herrera.Rafaela Blanco Alvarez.

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Dedicatoria:A Conrado Benítez García y Manuel AscunceDomenech, vilmente torturados y asesinadospor bandidos contrarrevolucionarios –sicariosde la CIA y el imperio yanqui- en los lomeríosdel Escambray (entonces en Villa Clara).A los caídos por hacer realidad aquella victoriasobre la ignorancia secular, impulso decisivopara concretar los postulados presentes en ladefensa de Fidel en el juicio por los sucesos delasalto al cuartel Moncada.A los que de una forma u otra participaron en esaépica, hermosa y humanitaria misión (ancianos yniños, mujeres y hombres) en todo el país.A los integrantes de la Brigada “Manuel AscunceDomenech”, que en años posteriores fueron alibrar esa batalla en Nicaragua, Panamá y laRepública Popular de Angola.A los maestros y especialistas que recientementeFueron a Venezuela, Bolivia, Ecuador; Nicaragua,-y algunas zonas de México- mediante el MétodoCubano Yo, si puedo (y ahora, para alcanzar elsexto grado con el Si, puedo seguir), humanitarialabor aplicada en países de Africa y Oceanía (TimorLeste),y localidades de España, en Europa.A los jóvenes que en esta época, estudian, trabajan,defienden la Patria e impulsan nuevas tareas, deacuerdo al momento histórico en que viven (comohicieron abuelos y padres), y el desarrollo educacional,cultural, científico, técnico, económico y social deCuba.

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IntroducciónAl venir a la tierra todo hombretiene derecho a que se le eduque,y después, en pago, el deber decontribuir a la educación de losdemás.

José Martí.Cuando al atardecer del 3 de enero de 1961 doce jóvenes pisaban lasblancas arenas de Cayo Coco, frente a la costa norte de Morón, antiguaprovincia de Camagüey –hoy perteneciente a la de Ciego de Avila-, establecíanlas premisas de la batalla que, de mediados de abril a diciembre de ese año,erradicaría de Cuba el analfabetismo.

Sacar al pueblo de la ignorancia de cuatro siglos era objetivo primordial dela Revolución Cubana. Ello propiciaría el acceso a la educación del pueblo, suasimilación de los adelantos de la ciencia y la técnica, vital para cambiar lasestructuras socio-económicas vigentes y dejar atrás el subdesarrolloeconómico y social del país.

Este hecho de cultura, cuya magnitud futura era imprevisible, en cuanto alproceso de transformaciones que desencadenaría –como diría el destacadointelectual cubano Juan Marinillo Vidaurreta-, convertiría en realidad los sueñoshumanistas de nuestros predecesores, desde el presbítero Félix Varela y otrosfilósofos y educadores, hasta nuestros días.

De ellos precisa hacer mención especial al camagüeyano Joaquín deAgüero, uno de nuestros protomártires, que fundó en Guáimaro una escuelitapara niños humildes (en 1843 manumitió a sus pocos esclavos), y en 1851 fuefusilado con varios compañeros por alzarse arma en mano contra el coloniajeespañol.

Durante la guerra por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868,a Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien enseñaba a leer y aescribir a los hijos de campesinos; Ignacio Agramonte Loynaz, “El Mayor”;Rafael Morales (“Moralitos”) y su Cartilla Mambisa, y otros patriotas quienesenseñaban a escribir sobre las yaguas de la palma real.

José Martí, Héroe Nacional de Cuba y gestor de la lucha independentistareiniciada en 1895, predicaría: “A un pueblo ignorante puede engañárselecon la superstición, y hacérsele servil. El pueblo más feliz es el que tengamejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en ladirección de los sentimientos”.

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Estos preceptos, presentes posteriormente en el Programa del Moncada,como precisaría Fidel Castro Ruz, comenzarían a aplicarse durante la lucharevolucionaria en la Sierra Maestra, donde Ernesto Che Guevara y otroscombatientes impartían clases en la escuela creada por orientación del lídercubano, como harían después por instrucciones del comandante Raúl CastroRuz en el II Frente Oriental “Frank País”, la escuela de reclutas del EjércitoRebelde en Minas de Frío, y la de Caballete de Casa, Villa Clara, en loslomeríos del Escambray, a instancias del Che.

Al triunfo de la Revolución Cubana, la tarea de enseñar a leer y escribir alos iletrados fue una prioridad. Pero la labor de los maestros voluntarios FrankPaís, de los llamados “emergentes” y otros, era insuficiente y debía convertirseen una gran cruzada de pueblo. Fidel convocó a vencer esta humanitariamisión, después de proclamar en la Organización de Naciones Unidas (ONU),en septiembre de 1960, que en 1961 Cuba sería el primer país de AméricaLatina libre de analfabetismo.

El 22 de diciembre de 1961, se hizo realidad lo que para muchos fuera “…afirmación temeraria, un imposible”, como indicara ese día Fidel en la Plaza dela Revolución José Martí, en La Habana, ante cientos de miles de jóvenes,mujeres y hombres, que integraron las brigadas de alfabetización ConradoBenítez y Patria o Muerte, y otra gran parte del pueblo que en ciudades,poblados y bateyes impartió clases a iletrados, o apoyó la hermosa misión:“Cuba se convirtió en territorio libre de analfabetismo”.El 3 de febrero de 1999, en el Aula Magna de la Universidad de Venezuela, elComandante en Jefe de la Revolución Cubana, refiriéndose a aquella hermosabatalla, resaltó que:

…(el) pueblo que comenzó una revolución profundacuando era prácticamente analfabeto, cuando un 30%de los adultos no sabían leer ni escribir y cuando quizásun 50% adicional no hubiese llegado al quinto grado.Tal vez menos (…) con una población de casi 7 millonesde habitantes, aquellos que habían rebasado el quintogrado posiblemente no ascendían a más de 250 000personas…Apenas dos años después del triunfo, en 1961, logramosalfabetizar alrededor de un millón de personas, con elapoyo de jóvenes estudiantes que se convirtieron enmaestros, fueron a los campos, a las montañas, a loslugares más apartados, y allí enseñaron a leer y aescribir hasta a personas que tenían 80 años. Despuésse realizaron los cursos de seguimiento y se dieron lospasos necesarios, en incesante esfuerzo, para alcanzarlo que tenemos hoy. Una revolución solo puede ser hijade la cultura y las ideas.

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La divisa martiana: “Ser cultos para ser libres”, pudo hacerse concreta,tangible, con la creación de los planes de becas, donde decenas de miles dejóvenes estudiarían, formándose como profesionales, científicos y técnicos,esos que hoy constituyen la espina dorsal de la base y superestructuraeconómica y social del país.

Paralelo a ello se realizaron cursos para que gran parte de aquellos cubanosalfabetizados alcanzaran primero el sexto grado de escolaridad, después elnoveno y, más tarde, asistir a la Facultad Obrero Campesina (grado doce),dándoles posibilidad de cursar estudios universitarios.

La experiencia cubana contribuiría posteriormente a los planes de laUNESCO para combatir el analfabetismo en otras partes del mundo, y tambiénjóvenes y maestros cubanos darían su aporte solidario en Panamá, Nicaraguay la República Popular de Angola, en la ayuda a esos pueblos para erradicar laignorancia; como también hacen hoy con su asesoría especialistas delMinisterio de Educación de Cuba en diferentes naciones del mundo, fieles allegado martiano de solidaridad e internacionalismo, basado en esa hermosafrase, que sintetiza un profundo y amplio concepto y guía al pueblo cubano ensu quehacer cotidiano en cualquier esfera de su vida: “Patria es Humanidad.”Al rememorarse el medio siglo de la épica gesta alfabetizadora cubana, y pocodespués de discurrir el primer decenio del siglo, gracias a la utilización delmétodo cubano de alfabetización “Yo sí Puedo”, que más de cinco millones depersonas de diferentes naciones en el mundo aprendieron a leer y escribir ydejaron detrás el nocivo lastre de siglos de ignorancia.

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CAPITULO I: DOCE A CAYO COCOHay que acabar con el analfabetismo de raíz,para que todo el mundo sepa y conozca susderechos; y sobre todo porque el que nosabe leer y escribir, ¿quién es?, el hombrepobre, el hombre humilde, el hombre quemás necesita de la Revolución.Fidel Castro Ruz.Bajan de la lancha al muelle. Miran azorados la playa, de arena blanquísima, elmar rizado y la vegetación con ojos de descubridores, como si trataran degrabar en su memoria la hermosura del paisaje que les rodea.Atardece en Cayo Coco, el 3 de enero de 1961. Mochila al hombro, maletinesen mano, los doce jóvenes, entre trece y dieciocho años de edad, se acercan alcampesino que les espera, ahuyentando jejenes y mosquitos con un gajo demangle.

Un hombre joven, al frente del grupo, se presenta: Eduardo García. Estaes la brigada de estudiantes que viene a enseñar a leer y a escribir a loshabitantes del cayo.

Santiago Sánchez no sabe qué responder. Luego, con el dejo característico delespañol naturalizado, dice:

Nadie sabía que venían alfabetizadores. En el cayo lo único que hacemos estrabajar desde el amanecer hasta el anochecer con el ganado, o día y noche enel corte de mangle y otras maderas para hacer carbón. Eso con la plagaencima.

Las condiciones de vida son duras. Cualquiera de ustedes puede enfermary eso es un problema serio porque solo en lancha o patana se puede salir, si eltiempo lo permite, o cuando vienen a cargar los sacos de carbón y dejarprovisiones cada quince días –La Gertrudis, barco de Caibarién, o La Rosa,desde Punta Alegre-. La comida tampoco es buena.

Los jóvenes sostienen que eso no importa, que vienen dispuestos a enfrentarcualquier dificultad, a comer lo que haya, a compartir la vida de loshabitantes del cayo, e irán para el lugar que les indiquen a enseñar a leer y aescribir a los analfabetos.

Santiago les guía a su casa para que pasen la noche. Llama a MagdalenaMárquez, su esposa: “Malengo, hay que preparar comida”. Va al corral, escogeun carnero y lo sacrifica.

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Mientras comen, les habla de las características del cayo, su fauna, sushabitantes (la mayoría carboneros y algunos pescadores). Después del café,Santiago, en unión de Eduardo, distribuye a los jóvenes, por zonas y en gruposde dos o tres. A los más fuertes físicamente los ubican en los lugares máslejanos, o con los de menor fortaleza. Partirán a la mañana siguiente.

Antes de acostarse, los jóvenes preparan sus cosas para el próximo viaje.En sus mentes están las imágenes de punta San Juan y el viejo muelle degrandes y añejos maderos oscuros, curados por el salitre, desde dondepartieron, cercano al central Punta Alegre, de Morón, en plena zafra.

También el mar verde amarillento, de poco calado, la cayería, los grandesmanglares, los canalizos de poca profundidad, donde incluso encallaron y huboque lanzarse al agua, y con ella a la cintura, empujar la embarcación hastaliberarla del fango y la arena, para proseguir viaje.

Sara, Pino y Orlando rememoran aquella tarde en que Marcelo García vino abuscarlos a la Ciudad Escolar “Ignacio Agramonte Loynaz (antiguoRegimiento Militar Número 2, ahora centro docente inaugurado por laRevolución el 27 de noviembre de 1959), de Camagüey.

Estaban sentados en un banco del parque, bajo los laureles del antiguo cuartelmilitar convertido en escuela. Desde un bar cercano les llega la canción“El Pájaro Chogüi”, interpretada por el venezolano Mario Suárez.Corrían los últimos meses de 1960, año lleno de hechos definitorios en los queparticipó todo el pueblo, sobre todo los jóvenes, con su incorporación a lasmilicias obreras o estudiantiles y a la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).

Ellos, en su escuela secundaria básica “Esteban Borrero Echevarría” (aglutinalas antiguas superiores 4, 5 y 7), han creado la milicia estudiantil “CamiloCienfuegos”, primera de su tipo en Cuba, en homenaje al heroico comandanteguerrillero desaparecido casi un año antes, el 28 de octubre de 1959.

Las Asociaciones de Estudiantes han sido desarticuladas (por ser nido de“niños bitongos”, enemigos de la Revolución) y tras la contundente respuesta ala “gusanera” en la Escuela de Comercio, el Instituto Pre Universitario y el TenCent, merman los escritos de “Abajo el Comunismo” y “Muera Fidel” en lasparedes de los servicios sanitarios o en los respaldos de los pupitres. Lascalles de Camagüey pertenecen a los revolucionarios.

En las montañas del Escambray, en Las Villas, tropas del Ejército Rebeldey las Milicias efectúan la primer “limpia” a las bandas contrarrevolucionarias.Los periódicos exhortan al pueblo y a la juventud a incorporarse a la campañade alfabetización que se avecina: ¡SI SABES: ENSEÑA: SI NO SABES:APRENDE!

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A Marcelo, pedagogo y periodista, no le basta hablar por Radio CadenaAgramonte en su programa “Alfabetización es Justicia” o escribir en la sección“Por la Provincia”, del periódico Adelante, donde exhorta al pueblo a donarlibretas y lápices, a los iletrados a aprender a leer y a escribir, a la juventud aalfabetizar.

Ni marchar con los muchachos que ha nucleado a su alrededor, para que loayuden, a censar analfabetos en las zonas rurales, o hablar en mítines en lasescuelas, el Parque Agramonte o la Plaza San Francisco (hoy de la Juventud).Dos hechos lo motivan: cuando en la villa “Massía Rafols”, a la entrada deCamagüey, el 4 de enero de 1959, Fidel Castro Ruz hacía un breve descansoantes de continuar su viaje hacia La Habana, en la Caravana de la Victoria,contestó una de sus preguntas diciéndole: “!Quiero que manden maestros parala Sierra! ¡Quiero que me ayudan en eso!”; y la reciente intervención delComandante en Jefe en la ONU, donde menciona que en 1961 Cuba libraráuna batalla contra el analfabetismo.

Ahora llega y saluda a los jóvenes, impacientes por su demora, quienesmontan en su automóvil. Camino a la ciudad con su acostumbrado entusiasmo–es algo hiperquinético- les anuncia: “!Debemos crear una brigada, un grupoque dé el primer paso. La juventud camagüeyana, fiel heredera del Mayor debeser la avanzara en esta hermosa batalla que se avecina!”“¡Sí, pero hay que ir a un lugar lejano, inhóspito, intrincado como la SierraMaestra, los cayos de las Doce Leguas o la Ciénaga de Zapata!”, exclamanellos.

En la mente de Marcelo está la conversación con Raúl Ferrer, poeta y dirigentenacional del Ministerio de Educación (MINED), quien recorre las provincias enlos preparativos de la campaña, y orienta crear colectivos para realizarla.

Años más tarde, Ferrer, le diría al periodista: “Solo una persona decidida yoptimista como Marcelo tomó esta idea con su iniciativa de siempre y larealizó”.Días después, en una reunión en el Teatro Principal de Camagüey, en la queestán los presidentes de la Asociación de Estudiantes de los diferentes centrosdocentes, Marcelo se pone de pie y rápido de palabra, elocuente tribuno,ademanes enérgicos, llama al estudiantado a incorporarse a la brigada que secreará para alfabetizar:

“¡La provincia de Camagüey –exhorta- debe abrir brecha y ser pionera en estahermosa cruzada que se avecina!”Los muchachos lo aplauden, los gritos de aprobación llenan el ambiente alegrey juvenil, expanden su eco en las anchas y elevadas paredes del viejo teatro.Estudiantes de distintos centros se le acercan al finalizar la reunión y le pidenser parte de la brigada.

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Pasan varios días durante los cuales se dedican a perfilar la idea, a determinara qué sitio irán y quiénes compondrán el grupo.

En aras de la unidad tratan de que vaya un dirigente de cada centro, incluido elpreuniversitario Alvaro Morell Alvarez, y la Escuela de Comercio CándidoGonzález Morales. Buscan que, siguiendo este ejemplo, el estudiantado seincorpore masivamente a la campaña de alfabetización.

Doce jóvenes integran la brigada: Sara Ramos Riverón, George GonzálezAlvarez, Roberto García Pino, Pedro Pino Estévez y Orlando RodríguezMartínez, de la secundaria básica Esteban Borrero Echeverría; ArnaldoGuerrero Pérez, María Arnaíz Barceló. Rafaela Varona Surís, René Sarosa

Sariego y Manuel García, de La Avellaneda; Eliécer Pérez Díaz, de la AnaBetancourt; y Julio Rodríguez, de la Escuela de Comercio.

En su gran mayoría son dirigentes de dicha Asociación de EstudiantesSecundarios (AES) y la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR). “Acordamosser doce como los sobrevivientes del desembarco del yate Granma”, recuerdaGeorge.

La casa de Sara es el sitio de reunión. Allí conversan y discuten. Buscanen un mapa los lugares más alejados e intrincados, o sitios con pocapoblación… “¡Me acabaron con los sillones!”, recordaría su madre.George, añade: Marcelo nos citaba y el grupo lo esperaba. Muchas veces nosveíamos de madrugada. En una ocasión, como a las tres, cuando yaestábamos rendidos y cansados, llegó. Pensamos que iba a hablar de nuestrosplanes, pero dijo: !Cubanos, la juventud se impone! ¡Estoy cansado! ¡Nosvemos mañana!, y salió. Yo quise decirle cuatro cosas, por el embarque, y nodio tiempo a nada. Se perdió con cuatro zancadas rumbo a su casa en elreparto Boves”.Eliécer va con Marcelo el 25 de diciembre a Santa Cruz del Sur a coordinar laposible ida a los cayos de Las Doce leguas. Allí les explican que lospescadores no permanecen en esa zona, sino que van por unos días yregresan a puerto a entregar la captura de langosta, camarón, escama y otrossurtidos marinos.

Entonces Marcelo habla con unos parientes de Punta Alegre, Morón, ysoluciona la ida a Cayo Coco.

Acuerdan ir vestidos con ropa verde olivo. No es fácil conseguirla y algunostienen que usar el uniforme de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR),a la cual pertenecen (otra parte la consigue Ned Quevedo, del MININT).

Roselina Álvarez, madre de George, confecciona el monograma ideado porellos: un tinajón (símbolo del Camagüey legendario), rojo con ribetes negros,los colores del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, que dice: “BrigadaEstudiantil de Alfabetización”.

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Marcelo, nombrado Responsable de Alfabetización y EducaciónFundamental en la provincia va a La Habana, encargado de traer las cartillasVenceremos y el manual Alfabeticemos. Los muchachos lo esperan cerca delcine Encanto. No llega y entran a ver la película El joven Rebelde. Es la tardedel 30 de diciembre.

Marcelo: Permanecí en La Habana para participar en la cena gigante que seofreció a los educadores la noche del 31 de diciembre en la Ciudad EscolarLibertad, antiguo Cuartel Columbia. En la madrugada del primero de enero,Fidel anunció al mundo y al pueblo cubano el inicio del “Año de la Educación”, yproclamó a la isla en estado de alerta ante la amenaza de invasión, proferidapor John F. Kennedy al asumir la presidencia de los Estados Unidos deNorteamérica.

Desde horas tempranas de la noche del 31 de diciembre los jóvenescomienzan a llegar a la casa de Sara, sita en calle Medio número 53, entreCarmen y San Miguel. Algunos padres y otros familiares los acompañan. Reinala alegría del fin de año y participan en una fiesta en una calle vecina.Cantan el Himno Nacional a las doce de la noche. Se felicitan por el nuevoaño. Entre besos y abrazos, se oye la voz de Sara: “Ya que algunos de ustedesno tienen a sus padres aquí en este momento, vamos a darle un beso a lamadre de todos”. Toma la bandera cubana, la abre y la besan emocionados.Aliento, consejos, firmeza y cuidado solicitan los familiares al despedirse. “!Cumplan y no se rajen!”, precisa uno. Hay lágrimas, pues es la primera vez quese separan.

Arístides Yabor (dirigente del MINED): No era fácil entonces convencer a lospadres para dejar ir a sus hijos, muchachos y muchachas, a una empresacomo esa, lejos del hogar, entre tantos peligros (en especial de los enemigosde la Revolución), y más con tantos prejuicios existentes.Pese a ello y a la amenaza de agresión yanqui los padres estuvieron deacuerdo y firmaron la planilla que los autorizaba a participar en ese loableempeño.

Antes de partir envían un telegrama a Fidel en el cual le explican que ese día,primero de enero de 1961, se dirigen rumbo a Cayo Coco para alfabetizar.El camión demora y esto los llena de ansiedad y desasosiego. RolandoRamírez Hernández, enlace de Alfabetización por el MR-26-7 en Camagüey, logestiona. Un rato después llega con Eduardo García, encargado de llevarlos.

Parten poco antes del amanecer formando un grupo compacto, para darsecalor y mitigar el aire gélido que se cuela entre la ropa.

En Ciego de Ávila recogen lápices y libretas, la cartilla y el manual, queademás de ser guía para enseñar informa acerca de la obra de la Revolución ysus propósitos. Arriban a Chambas de tarde, toman café y descansan un ratoen casa de una hermana de Orlando. Parten hacia Punta Alegre, para dirigirsea Punta San Juan y de allí en barco hasta Cayo Coco.

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Es un sitio pintoresco, con una fila de matas de coco junto al mar, desde el queven ponerse el sol, en un cielo azul claro, manchado de nubes. Pasan la nocheen la casa del administrador del central. De mañana se reúnen con el capitánjefe del puerto. Les explica que hay órdenes de no autorizar la salida de ningúnbarco porque el país está en estado de alerta ante la amenaza de invasiónnorteamericana.

Roberto García Pino responde airado: “Qué usted dice? ¡Nosotros vamos parael cayo de todas formas!”El militar no cede. Resulta peligroso. Cayo Coco se sitúa en las inmediacionesdel Canal Viejo de Las Bahamas, ruta internacional de navegación, cercano aCayo Hueso, territorio norteamericano, desde donde parten grupos deapátridas, y cualquier lancha pirata puede atacarlos.

Se acaloran y optan por irse de allí. Acampan en una edificación sin paredes,con techo de guano, a unos metros del mar, y recogen la comida y el dineroque trae cada uno. Esperan el regreso de Eduardo, que en Camagüey, con elcomandante Jorge Serguera, jefe militar de la provincia, gestiona el permisopara ir al cayo.

Estela Más y Mario Cao (residentes en Punta Alegre): Más tarde durmieronaquí, en el suelo o en hamacas. Se les hizo una buena comida: carne conpapas, arroz, “tachinos” (plátano verde aplastado y frito) y pescado asado.Estaban muy tristes cuando les dijeron que no iban al cayo.

No saben qué hacer. Eduardo demora en llegar. Están ansiosos,desesperados. Se sienten incomprendidos, minimizados respecto a su actitud.Están dispuestos a todo. ¡Qué les importan los yanquis! Si vienen, combatiráncon fusiles, palos y piedras, ahora lo que les interesa es cumplir su compromisocon Fidel.

Eduardo: Me presenté en la comandancia pedí hablar con el comandanteSerguera. Dijeron que andaba de recorrido. Decidí esperar, no sin antesexplicar que era urgente. Accedieron a tratar de localizarlo.

Llegó horas más tarde y me indicó que la amenaza de invasión era grande,peligrosa para los muchachos. Después llamó por teléfono, consultó con ladirección política de la provincia, y se autorizó el viaje, lo que comunicó alpuesto de Punta Alegre. Cuando regresé y di la noticia no sabían qué hacer, sigritar o llorar de alegría.

Estela Más: Formaron tremenda algarabía. “!Vieja, vamos al cayo!”. Al otro día,por La Pesquera, viejo muelle cercano al central, partieron hacia Cayo Coco.

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Capítulo II: En el cayoHabían encontrado huellas en la playa de PuertoCoco y registrado los mangles con el chinchorro.Había algunos sitios muy adecuados para que seescondiera un bote tortuguero.Pero no encontraron nada y las turbonadasvinieron temprano, con una lluvia tan fuerte queparecía como si el mar saltara al aire en blancoschorros.Thomas Hudson había recorrido la playa y sehabía metido tierra adentro, detrás de la laguna.Había encontrado el lugar al que venían losflamencos con la marea alta y había visto muchosibis de bosque, los cocos que daban su nombreal lugar.

Ernest Hemingway, Islas en el golfo.Ahora, poco después de aclarar el día, caminan junto a Santiago hacia loslugares donde impartirán clases. Van por sendas y veredas, trochas abiertaspor carboneros y por el ganado, trillos de tronconeras y piedras entre el montefirme.

Caminan alegres, bromeando entre sí, seguros de alcanzar su propósito,mientras avanzan por sobre el “diente de perro”. De vez en cuando tropiezan ycaen al topar sus botas con un tronco que muestra huellas de hacha, o alenredarse o con la bejuquera. Otros tienen tiempo de agarrarse de algunarama de baría o del brazo amigo que va delante.

“¡Mira qué clase de boniato sacaste!”, exclama Roberto García Pino,chanceándose, pero también tropieza con un tocón y cae. Todos se ríen, ledicen de “baina” y come mierda para arriba para “pincharlo” en su amor propio,y mientras se levanta trabajosamente les mira airado. Después, suelta surisotada, su gran carcajada de siempre, y exclama: “Qué bobos, creían que mehabía berreado!”La mayor parte del grupo se queda en la zona norte, y el resto en el sur.Realizan un largo recorrido a pie, de un extremo al otro del cayo (de unas diezo doce leguas de largo y cuyas partes más anchas son de cuatro o cincokilómetros), a veces por la orilla del mar. Para evitar que puedan perderse sideciden regresar solos en alguna ocasión, Santiago deja marcas en los árbolespor la senda en que avanzan.

La mayoría es ubicada en casas con buena situación económica. El resto, juntoa carboneros gallegos o isleños, cuya labor es dura como su vida, en el cortede madera o la vela del horno, día y noche, y la plaga de mosquitos, jejenes ycoracís encima.

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George: A María, Rafaela y Eliécer los ubicaron en casa de Santiago, enembarcadero, un sitio conocido por La Jaula. Pino, su primo “Pinito” (PedroPino Estévez) y Manuel, en la del gallego Alejo. Orlando y yo en la vivienda deTito y Tomasa. Arnaldo y Julio en la llamada Ensenada de Batista (que ellos lepusieron “de Fidel”, y Sara y Sarosa en Hato Estero.Sarosa: El viejito de la casa creyó que éramos marido y mujer y preparó unacama camera para los dos. Al darse cuenta, ella me llamó. Apenados fuimos aver al anciano, hablamos con él y todo se solucionó.

El diario Adelante en la sección “Por la Provincia, publica el 10 de enero unareseña de la llegada del grupo a Cayo Coco. Ofrece sus nombres y añade:El gran ejemplo lo han dado estos muchachos al serLos primeros en la República que cruzaron las playas para llegar allí a cumplirla patriótica labor de enseñar al que no sabe en 1961, ni temieron el peligroinminente de la patria, ni dudaron siquiera un instante. La decisión fue tomaday el bloque monolítico dijo ante los obstáculos: presente.Pino: Sara, Arnaldo y George pasaron hambre. Los carboneros les dieron un”pase” de calabaza violento.Sarosa: Donde Estaban Arnaldo y Julio vivían españoles ya viejos, pocohabladores y muy respetuosos. Un hábito nos chocó: solo se bañaban yafeitaban los domingos. Preguntamos por qué los hacían y dijeron que bañarsetodos los días aflojaba para el trabajo. Es el conocido dicho: “La cáscaraguarda el palo”.José Campos (Cheo, residente del cayo): Se bañaban de domingo endomingo. Tomaban mucho ron. Era lo único que podían hacer aquí, tan lejos deuna población. Vivían en grupos, hacinados en bohíos. Era la vida de uncarbonero: trabajar, comer, echarse en un catre o en la hamaca a dormir, paraganar unos pesos. Recuerdo, por ejemplo, que “Caballo” (uno de ellos), hacíapotaje para una semana.

¿Qué otra cosa podían hacer si vivían esclavos (ir hacha al hombro casi todoslos días hasta el sitio escogido para el corte de los árboles –yana, yaiti,baría, granadillo,,, picar sus ramas y troncos, acarrear esa madera hacia ellimpio preparado de antemano para levantar el horno.

Y, después de esto, “velarlo” día y noche, para evitar que se le hiciera una“pitera” (un agujero o hueco, con el riesgo de perder toda -o parte- de su difícily ardua labor), ennegrecidos por el hollín, cara o ropa tiznada, barbudos, elsombrero de guano hasta los ojos, el sudor perenne en el cuerpo, hasta dar fintras varias jornadas, o una semana, a esta faena, cansados, hambrientos y losjejenes y mosquitos picándoles a toda hora, incluso bajo el mosquitero?

Era –aún es- un trabajo infernal. Y, más tarde, “ensacar” el producto final, esepreciado carbón vegetal, y echárselo al hombro hasta el sitio de cargue ytransporte final…

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María: Un día caminamos como seis o siete kilómetros y me entró mucha sed.Pedí agua a unos carboneros y por poco me muero al darme cuenta de queestaba tomando en un jarro sucio, lleno de sarro, con el borde verde. Fíjate enque condiciones vivían los pobres. En mi caso –sonríe, la mirada perdida en elrecuerdo-, después tomé hasta agua estancada de casimba.Al principio les es difícil dar clases. Pasan varios días tratando de hacerlo,pero la mayoría de los habitantes no quiere alfabetizarse. Se justifican diciendoque son muy viejos para aprender y se muestran reacios.

Eliécer: Beceiro, uno de mis alumnos, decía: “No sé para que vienes a darmeclases, si yo ya estoy viejo. No tengo edad para aprender a leer y escribir, solopara trabajar, atender el horno, mandar el dinero a la mujer y los hijos”..Analizan esta situación y, por iniciativa propia, deciden trabajar con loscarboneros y durante los descansos interesarlos mediante la lectura deperiódicos, revistas y algunas lecciones de la cartilla.

Roberto García Pino: Tú me enseñas a realizar tu trabajo y yo te enseño aleer y escribir, les decíamos. Así fue como logramos convencerlos. Eliminamosademás su desconfianza natural hacia nosotros, gente extraña, desconocida, ysu pensamiento o criterio de que veníamos a comernos su comida. Paranosotros esta fue una experiencia grande y decisiva. De lo contrario nohubiéramos podido lograr nuestro empeño.

Pero no todo fue a pedir de boca…Sara: Encontramos dificultades para darles clases. La falta de hábito, latosquedad de las manos, llenas de callos y cicatrices, por la ruda labor quehacían, hacha o machete en mano para cortar madera, y otros trabajos, lesentorpecía utilizar el lápiz.

No sabían tomarlo en una posición adecuada para escribir, y hubo queenseñarlos. Para que pudieran trazar las letras debíamos guiar su mano con lanuestra. Salían trazos irregulares, garabatos. Poco a poco, con muchapaciencia y cariño, pudimos habituarlos hasta que escribieron las primerasletras.

Para mí esto fue una experiencia inolvidable. Me sensibilizó ver esas manostemblorosas, el esfuerzo que hacían por aprender esos hombres ya viejos.

Orlando: El humo de los hornos y el uso de las “chismosas”, además de suavanzada edad, había desgastado su vista.

De noche, la poca luz y el humillo aquel, irritante para los ojos, que ponía lascaras negras de hollín, hacían insoportable la labor de darles clases.Los ojos se me enrojecían y dolían, como a ellos.

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Era algo inaguantable, pero me esforzaba por ayudarles, viendo que, pese aestar cansados de trabajar, luchaban contra el sueño y, aunque adormilados,con el buche de café en el jarro y el cigarro “rompe pecho”, Trinidad yHermano, entre los labios, continuaban escribiendo trabajosamente.

Esta experiencia contribuyó después al uso de faroles chinos (aunque la“chismosa”, quinqué artesanal con mecha y petróleo en una botella, se utilizaraa menudo, al romperse la “camiseta” de los faroles y no haber repuesto), y aque les revisaran la vista –pruebas de optometría- a los analfabetos yrecibieran espejuelos gratis los que los necesitaran.

Sara: Al principio estaban renuentes a aprender, pero se interesaron enhacerlo, en especial a escribir sus nombres y apellidos (en vez de firmar conuna cruz o imprimir sus huellas dactilares). Nota: Manera de identificación delos iletrados para percibir su salario, un documento u otras gestiones legales).

Logrado esto, además de poder leer y escribir algunas palabras querían ir másaprisa de lo que podían en su afán de conocer.

Nosotros recibimos más del cayo y sus habitantes que lo que fuimos capacesde dar. Aprendimos y nos hermanamos mucho más con su causa, al conocersu mísera vida, y entendimos mejor el por qué del ataque al Cuartel Moncada yla lucha en la sierra y el llano, la cual no fue solo para derrocar a un tirano.

Orlando: Dentro de las cosas que más me impactaron a mí que no soy delcampo, de una colonia cañera cerca de Punta Alegre, fue que existiera tantapobreza, ignorancia y oscurantismo en los sitios en que estuve ubicado. Nuncahubiera imaginado esta situación, si no la hubiera visto con mis propios ojos.

Por ejemplo, en Cayo Coco conocí a un muchacho de unos veinte años oquenunca había ido a un poblado y, además, no conocía el nombre de los colores.Nos esforzamos en explicarle “esta hoja es verde, estas rayas son azules, lasotras dos blancas y el triángulo rojo”, hasta que fue diferenciándolos.El contaba que había visto una vez un avión, al cual identificó como un pájarogrande que brillaba y salió corriendo a esconderse en el monte. Miraba mucholas ilustraciones de los libros, era inteligente y aprendió rápido.

George: Al conocer el contenido de los libros, no se limitaban a lo oqueleíamos acerca de la Ley de Reforma Agraria, las cooperativas, los postuladosdel Moncada, la Historia me Absolverá y otros temas, sino que preguntabanmucho, con deseos de profundizar.

Esto motivó –fue una sugerencia nuestra- que después a los brigadistas“Conrado Benítez” se les entregaran libros, materiales didácticos, e impartieranconferencias para ampliar sus conocimientos (la mayoría de nosotros dabaclases por primera vez, con un séptimo u octavo grado de escolaridadaprobado) y satisfacer el ansia de saber de los alumnos.

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María: Pese a la forma de vida que llevaban las mujeres, atadas a losquehaceres de la casa, eran las más esforzadas por estudiar. Incluso viejitas,pese a su avanzada edad, se preocupaban mucho por aprender.Impartíamos clase y también ayudábamos a cocinar y a picar leña a una familiade pescadores oque vivía en el Embarcadero, en un bote en el cual dormían,comían y pescaban.

Pedro Guerra: Tengo 86 años y con anzuelitos crié a todos mis hijos, siete entotal, en esa “cachucha”. Durante las tres lunas de lisa estábamos allí“enrranchaos” en la pesca y sale de lisa. Los maestros fueron muy buenos ypreocupados por enseñarnos. “Pelencho”, mi hijo, regresaba con ellos cuandoviraban de ir a buscar la leche.

El 15 de enero, se publica en la sección “Por la Provincia”, del periódicoAdelante, una carta enviada por Roberto García Pino, donde da a conocer queel grupo se encuentra bien y, entre otras cosas, refiere: “Las clases que lesdamos duran dos horas y media y en los ratos libres les ayudamos en susrudas tareas del campo”.Dan clases después del trabajo, de día y de noche, aunque a veces debensuspenderlas y dedicarse a cortar mangle y otras maderas, “burrearlas” (alhombro) y llevarlas al sitio donde se fabricará el horno. También buscan hierba,arena de la playa y lo tapan. Posteriormente lo cuidan para evitar que se“vuele”. Organizan guardias en el muelle, previendo cualquier asomo enemigo.

Orlando: Era un trillito oscuro, entre sacos de carbón. Cuidábamos con unopedazo de palo. María tenía temor a hacer guardia en esa oscuridad.

Roberto García Pino: Una madrugada desperté a Pinito, mi primo, y memandó para el carajo:”!Déjame dormir y no jodas más, no voy a hacer ningunaguardia!”Orlando: Ibamos a trabajar con los carboneros en la quema de los hornos, acuidarlos. Eso era un infierno: el calor, el humo asfixiante se te metía en losojos, irritándolos. A George se le quemó un horno, se le hizo una “pitera”,porque se quedó dormido.

Arnaldo: Después de “tirar” una jornada de esas, uno se sentía con el cuerpomolido, derrengado. Al terminar de dar hacha y cortar madera, tenías lasmanos adoloridas, llenas de ampollas, así como los hombros pelados de tantoecharse troncos encima. Caíamos en la hamaca o el camastro “hechos leña”.Alotro día costaba mucho trabajo levantarse. Esa labor es agotadora, parahombres. Siendo unos muchachos, nos “pegamos” y la hicimos. Así ganamosel respeto y cariño de los carboneros.

Manuel Martín (carbonero del cayo): Vivíamos en ranchos de guano, en “varaen tierra”. Cuando el monte se alejaba un poco, al año o año y medio detrabajar allí, nos mudábamos para el nuevo lugar en el que haríamos carbón.Cortábamos la leña y con “burros” de madera la cargábamos por encima detoda la tronconera.

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Parábamos hornos enormes que daban entre setecientos y ochocientos sacos.Cortábamos la hierba y los forrábamos. Encima les echábamos tierra o arena.Después nos pasábamos doce o quince días velándolos para que no fueran adar un “cañonazo” (abrirse un agujero) y “volarse”.El saco lo pagaban a $1.25 primero. Luego, a $2.76. Al mes podíamos hacerdos hornos grandes y sacar entre $1 300 o $1 400 pesos para el grupo. Nota:Esto ocurrió tiempo después, al crearse cooperativas por el Estado.

Arnaldo: Se encasquetaban una especie de frontil, un saco de paja atrás, y seechaban mazos ala espalda. Subían loma arriba entre la tronconera como sinada, hasta el sitio del horno.

George: Contaban los sacos de una manera muy curiosa: a cada saco leextraían un carboncito y, al concluir de llenarlos, sumaban los carboncitos.Utilizaban unos viejos camiones comando, de esos de la Segunda GuerraMundial, para sacarlos hasta el embarcadero.

Roberto García Pino: Cuando llegó el barco La Gertrudis, de Caibarién, huboque llevar los sacos con el agua a la cintura, hasta la patana, y después losmarineros la halaron mediante una soga hasta la embarcación, situada a unosdoscientos metros de distancia.

Sara: El pobrecito George, tan chiquito y flaquito, con el saco de carbón a laespalda, doblándose por su peso, metido en el agua hasta la cintura, dabalástima. Pero sacaba fuerzas de voluntad y los cargaba.

Roberto García Pino: Montamos en la patana y fuimos al barco. Mientrasdescargaban nos tirábamos al agua desde arriba de su caseta. En una de esasocasiones en que “Pinito” se iba a lanzar, estaba arqueado y casi en el aire, nose cómo se las arregló para mantener el equilibrio y volver atrás. “¿Qué tepasa?” “Mira… me asomé y vi pasar la aleta del tiburón enhiesta, comocuchillo, hendiendo el agua”. ¡Si se lanza, queda!George: El saco de carbón lo pagaban los particulares a 66 centavos y loscarboneros debían pagar 10 centavos por la tapa, la baliza y el saco vacío. Leescribimos al Che y le explicamos la situación de explotación en que vivíanesos trabajadores. Después de irnos enviaron una comisión a revisar esosprecios y más tarde aumentaron el valor de cada saco a peso y pico.

El 20 de enero se publica en el diario Adelante una nota con el título“Juventud Estudiantil en los cayos”, en la cual se informa:El próximo 28 de enero estarán en Camagüey los jóvenes estudiantescamagüeyanos que forman la primera brigada estudiantil alfabetizadora, y queactúa en Cayo Coco, costa norte de Morón.

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Duermen en camastros hechos con hierbas y sacos. La comida de loscarboneros es variada, aunque no igual en las diferentes zonas: sopa,calabaza, frijoles blancos, carne salada, garbanzos, queso y potajes, según losønortes” permitan la entrada o no de embarcaciones con mercancías y otrasprovisiones.Arnaldo: A eso de las nueve de la mañana desayunábamos en el Corte demadera o junto al horno: consistía en un litro de café con leche y galletascarboneras, que eran como del tamaño de un pastel de esos de guayaba, ydentro ponían media libra de tocino frito o cocido, con guayaba en conserva. Aesto le llamaban “el chico carbonero”.María y Rafaela, entretanto, imparten clases y ayudan en los quehaceres de lascasas en que viven, como cocinar, limpiar y buscar leña o sacar agua de lascasimbas.

Roberto García Pino: A veces nos reuníamos e íbamos a caminar por la orilladel mar. Lo hacíamos cuando la calma “chicha” lo permitía, pues la plaga eramucha, violenta. A la gente del cayo no les molestaba. Las vacas tenían queentrarse hasta el cuello en el agua y ellos como si nada. Del tiro aprendimos afumar los cigarrones aquellos, Trinidad y Hermano, conocidos por “rompepecho”, para alejar un poco los mosquitos.María: La arena era blanca y fina y el mar azul y clarito. Recogíamos caracolesmuy lindos de color carmelita que parecían de marfil. Con ellos y los huesosredondeados de la columna vertebral de los tiburones hacíamos collares.

Sara: En ocasiones había discusiones porque algunos le cogían a otro uncobo, esos caracoles grandes. Nosotros los amarrábamos a una pata delcamastro. George la cayó atrás a Orlando un día porque le llevó uno. Si noandamos rápido se entran a golpes.

Arnaldo: Mientras nos bañábamos en el mar, Julio, el más serio y responsabledel grupo, y el único con un arma, un revólver calibre 45 de dos o tres balas,cuidaba desde encima de un montículo de arena por si aparecía un tiburón.

Eliécer: También nos poníamos a mirar a las iguanas cogiendo sol, las bandasde palomas torcazas (moradas, con la cabeza blanca) los pericos y cateyes, ya los flamencos con ese hermoso color rosáceo claro –había por centenares-, yperseguíamos a los majaes. Cogí un día una rama para matar uno y amanecíhinchado. El palo era de guao de costa, yo no lo sabía. Me curé con baños demar.

Pino: A George la pasó algo peor. Un día fue a hacer una necesidad y pordesconocimiento agarró unas hojas de una mata llamada “pendejera” y selimpió. Esa noche tuve que pasarme un buen rato sacándole los pinchitos delas nalgas y él gritando: “¡Cuidado, coño, que me duele!”

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Sarosa: Un amanecer Arnaldo me despertó y me dijo: “!No te muevas!”. Mequedé tranquilito. “¡Mira lo que hay allí!”, y señalaba la punta de la cama. Habíauna culebra enroscada, dormida.

Asustado me fui rodando, bajé de la cama y salí corriendo. Entonces se formóuna entrada de machete del carajo, rompimos el mosquitero y formamos un líomuy grande hasta que uno de los carboneros gritó: “!Aguanten, coño, se van adar un machetazo ustedes mismos!”Orlando: Un día fuimos a pescar pargos del alto en el Canal Viejo de LasBahamas, donde había hasta doscientas brazas de profundidad, con unpescador a quien le faltaba un pie, por la mordida de un tiburón. Pasamos unsusto grande, pues el bote se viraba a uno y otro lado, por el viento quesoplaba y hacía inclinarse la vela. Pensé que nos íbamos a volcar.

Sara: Arnaldo y George fueron a visitarnos, como a cada rato, y a George leempezaron fiebres muy altas. Se puso verde, amarillo, con temblores. Le dimoscocimientos de yerbas y raíces. Orlando, Arnaldo y yo lo envolvimos en unafrazada y nos abrazamos a él para darle calor, hasta que sudara y se le quitarala fiebre. Estuvo así dos o tres días.

Sarosa: Estando Arnaldo y yo una noche en la casa, allá en Punta Guillermo,donde vivíamos con nueve carboneros a los que dábamos clases, escuchamosladridos de perros. “! Qué raro que ande alguien por aquí de noche y con el“norte” que hace !” Nos preocupamos.Un rato después sentimos pasos y nos pusimos nerviosos, cogimos miedo.Pensamos que habían desembarcado los americanos o algunos infiltrados.Tocaron a la puerta y no sabíamos qué hacer, si abrir o no, hasta que nosdecidimos.

Era el viejo Pablo, un carbonero de unos sesenta años. “?Qué vendrá adecirnos?”, “?Habrá pasado algo?”. Explicó que había llegado un batallón demilicianos a “peinar” el cayo, en busca infiltrados o gente que estuvieraescondida para irse clandestinamente del país.

Días después el grupo se reunió y fue a visitar a María y Rafaela, en casa deSantiago. Al regreso Sara venía a caballo y se adelantó mucho a los demás. Alir a pasar un canalizo, un joven campesino de apellido Márquez le pidió que lopasara a la grupa del animal, para no mojarse.

Sara: “¡Está bien, sube!”, dije, y de un salto lo hizo, pero a mitad del cruce seme abrazó, apretándome por la cintura, intentando abusar de mí el muymaricón. De momento no supe qué hacer, pero recordé que traía un cuchillo yforcejeando con el tipo, lo saqué rápido y tiré a picarlo o pincharlo. Lo único quesé es que reaccionó muy rápido. Me soltó y brincó del caballo al agua, saliófuera y se metió en el monte.

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Yo, temblando de miedo, -trece años-, cogí por otro lado y me interné por unatrocha carbonera. No sé cuánto tiempo corrí, pero cuando vine a darme cuentaestaba perdida y no sabía cómo encontrar el camino de regreso, pues era denoche.

Cogí temor de esa oscuridad, de tanto bicho gritando, de los aullidos de losperros jíbaros. Me ataqué de los nervios, aunque cuando recordé que traía elrevólver de Julio me calmé algo. Después de dar veinte vueltas, asustada y sinver la luz de alguna casa o “vara en tierra”, subí a una mata, dispuesta a dormirallí.

Rato después me puse a mirar a todas partes y vi a lo lejos una luz. Aunque nosabía cómo llegar a ella bajé del árbol, monté en el caballo, y le solté lasriendas. Al rato estaba ante la puerta de la cada de Santiago. Me tuvieron quebajar porque no podía, las piernas me temblaban. Me dio por llorar y gritar.

Arnaldo: Llegamos a casa de Tito, pensando que Sara estaba allí.Preguntamos y nos dimos cuenta: andaba perdida. Salí a buscarla y tambiénme extravié. De contra, se me cayó la botella de agua que llevaba y se rompió.De noche, muerto de sed, con frío; la plaga de jejenes y mosquitosacosándome; hambriento y asustado por cualquier ruido; los jíbaros aullando,pensé que moriría. Estar solo entre el monte oscuro es algo que no le deseo anadie. Yo tenía un miedo del carajo, hasta creí que podía salirme un muerto,como en los tantos cuentos campesinos.

No supe qué hacer. Al rato de encontrarme en esta situación, recordé unapelícula del oeste. Déjame probar si es verdad, pensé, y le solté las riendas alcaballo. Fue así como llegué a la vivienda, por el instinto del animal, o suhábito.

Estuve tres días enfermo y con fiebre alta. Todavía me acuerdo y me erizo.

Roberto García Pino: Los varones del grupo nos pusimos de acuerdo parahacerle una encerrona al tipo ese. Cortamos unos buenos trozos de mangle ylos enterramos en la arena, por el camino que debía coger para ir a su casa,pero no apareció. Parece que sus familiares, gente guapetona del cayo, loescondieron. No lo vimos más: ¡Se salvó de una buena tunda de palos!

La sección “Por la Provincia”, del diario Adelante, el 24 de enero, publica unafoto del grupo al partir hacia Cayo Coco, da sus nombres y el de los milicianosque los acompañaron. Marcelo García –de pie, detrás con sombrero, refierequeen Punta Alegre:

El jefe del puesto, Aramis de la Torre, y el soldado Heliodoro Escobarofrecieron facilidades a los alfabetizadotes. En Cayo Coco el señor SantiagoSánchez y la señora Magdalena Márquez ofrecieron también facilidades a lajuventud estudiantil revolucionaria.

Con tanto trillo y vereda como había no era raro que a cada rato alguno seperdiera. A Sarosa le pasó algo parecido.

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Sarosa: Después de ver a Sara, quien ahora estaba con George y Orlando, ypese a los carboneros decirme que no saliera, pues me iba a coger la noche,me dirigí al atardecer rumbo a mi casa. Al rato estaba oscuro y el puñeteroanimal se cansó y se paró junto a la Aguada de Pedro, a unos cinco kilómetrosdel Jato, donde yo vivía.

Por mucho que le hinqué las espuelas no quiso caminar. No tuve más remedioque quedarme allí, no a dormir, pues nadie duerme tranquilo en una situaciónasí. Hasta los gritos de las lechuzas me asustaban.

Esperé hasta que aclaró y salí en el caballo. Al poco rato el animal regresó almismo lugar. Me hizo esto varias veces. Entonces me guié por el sol, que nacíadetrás de la casa en que vivía, y por la loma de Cunagua, y dirigí el caballohacia allí, pero se hundió hasta la barriga en una tembladera.

Después de tratar de sacarlo, metido en el fango hasta el pecho, salí a piehasta llegar a la casa. Al otro día el campesino fue a buscarlo y lo encontrómuerto. Parece que la plaga acabó con él. Desde ese día no me prestaron másun caballo.

En la cartilla hay una lección que habla de las cooperativas. Una tarde,mientras descansan uno rato, sentados bajo la sombra de unos árboles, cercadel horno que cuidan, los brigadistas la leyeron a los carboneros y estos seinteresaron mucho, preguntaron cómo era eso de las cooperativas.

Con los pocos conocimientos que tenían trataron de explicarles sus ventajas,entre ellas la mejora salarial, el trabajo colectivo, y hablaron de crear una, porlo que se convocó a una reunión.

Roberto García Pino: Esa noche, después de mostrarles cuáles eran lasventajas de las cooperativas y el beneficio que recibirían, la gran mayoríaestuvo de acuerdo en constituir una, pero hubo quienes se opusieron, como losMárquez, quienes se creían dueños de diferentes zonas del cayo y veíanafectados sus intereses.

Profirieron amenazas e incluso hablaron de halar por sus machetes cuando losánimos se caldearon.

Entonces les pedí la propiedad de esos terrenos y cerraron la boca. Expliquéque los cayos no pertenecían a nadie en particular sino a la Revolución, alGobierno Revolucionario, representante de todo el pueblo. La mayoría de loscarboneros aprobó mi proposición de que la cooperativa se llamara JulioAntonio Mella, en honor de quien había caído luchando por defender a losobreros, campesinos y estudiantes, el pueblo humilde.

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Manuel Martín (carbonero del cayo): Los maestros hablaron de crear unacooperativa y hubo una reunión. Allí los Márquez, que controlaban la mejor fajade monte, se opusieron, pero nosotros éramos más y acordamos crearla, perono llegó a formarse. Años después los Márquez se fueron del país.

Los muchachos continúan sus labores de alfabetizar y trabajar hasta que todoel grupo se reúne en casa de Tito, para esperar a Marcelo que iba a buscarlos,pues hablarán en Camagüey el 28 de enero, natalicio de José Martí, en un actoen la Plaza de San Francisco (hoy de la Juventud).

Orlando: Los últimos días vivimos en un barracón al que le pusimos LaChusmita. Dormíamos en camastros hechos de paja y sacos. Con lajas depiedra hicimos mesas. Allí Pino –Roberto- escribió su “Diario de Cayo Coco”.George: Nuestra diversión era pulsear y halar sogas, como prueba de fuerza.Cuatro de nosotros no podíamos con Tito. Tenía catorce años, seis pies deestatura y era un mulo.

El barco en el que viene Marcelo a buscarlos sale el 27 por la madrugada.Con el van Arístides Yabor y varios muchachos de Morón a relevar a los docecamagüeyanos, pero la embarcación tiene un accidente y se incendia.

Arístides Yabor: Partimos de Punta Alegre hacia el cayo como a las cuatro dela madrugada en un barco de la administración del central, cuyo patrón noquiso ir y entonces lo hizo un joven pescador.

Poco más de una milla llevábamos recorrida cuando el motor se paró y noquería arrancar de ninguna manera, hasta que en el instante en que el joventrataba de que lo hiciera, el carburador produjo una chispa y la gasolina seincendió y le chamuscó la cara a él y a uno de los muchachos del relevo.

La embarcación enseguida se llenó de llamas, la gasolina prendió fuego a loscolchoncitos de las literas del camarote. La candela se extendió de un lado aotro y no había equipos de extinción. Entonces nos situamos en ambosextremos, a proa y a popa.

El calor era intenso yo había peligro de que estallaran los dos tanques degasolina que traía el barco. El desconocimiento me hizo coger un botellón deagua, de esos de cinco galones, y echársela a la gasolina, para tratar deapagarla, con lo cual se propagó más y el botellón se me rompió en las manos.

No me herí por casualidad.

Los muchachos se pusieron histéricos. Se perdió el tino y la serenidad.Comenzaron los gritos de ¡Ay, mi madre… No sé nadar… Yo no me quieroquemar!” Alguien le dice a los milicianos que nos acompañan:”! Disparen al airecon sus fusiles, para pedir auxilio !”, y lo hacen varias veces.

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¡Aquí sucede algo imprevisto para nosotros: los milicianos que cuidaban lacosta, pensando que el barco incendiado se debía al ataque de una lanchapirata, comenzaron a disparar con armas de todos los calibres hacia dondeestábamos nosotros. Sabíamos que era en dirección a nuestra embarcaciónpor la luz de los fogonazos.

¡Qué clase de susto! Yo pensé: aquí morimos o quemados, ahogados o de losdisparos. El pescador ordenó que nadie se tirara al agua, porque se quemaríaal estallar los tanques y regarse la gasolina en el mar. No obstante, en estasituación casi desesperada, me quité la ropa para si era preciso lanzarme ynadar, tratando de aguantar hasta encontrar un sitio donde encaramarme o deque llegara alguien a salvarnos.

En esos instantes comienza a proyectarse una luz en dirección a nosotros, enforma oscilante. Pensé que nos estaban localizando para dispararnos, hastaque me di cuenta de que un remolcador venía a auxiliarnos. La casualidadquiso que sus tripulantes, cansados, se quedaran a dormir por allí en vez de ira Chicola, su puerto de resguardo.

Mientras el remolcador se acercaba, buscando atracar junto a la proa denuestra embarcación, Marcelo se lanzó al agua, y nadó hacia ella. Los gritos deaviso le hicieron regresar. Iba hacia la propela, la cual lo hubiera succionado ydespedazado. Los tripulantes del remolcador, con extinguidotes, sofocaronrápidamente el incendio.

Regresamos a Punta Alegre y esa tarde, en una patana de cargar ganado,fuimos hacia Cayo Coco, al cual llegamos a eso de las ocho de la noche.Dormimos allí después de conversar un rato con los muchachos y de mañanapartimos hacia Camagüey.

La partida es triste. Los carboneros y campesinos, pese al poco tiempo deestancia allí, lamentan la marcha de los muchachos, a quienes han tomadocariño y sienten como parte del cayo. Hay lágrimas y abrazos, palabras dereconocimiento. Les piden que escriban y regresen pronto.

Roberto García Pino: Uno de los campesinos que era analfabeto nosimprovisó una décima, de la cual recuerdo la última estrofa:

Ya la brigada en cuestiónha cumplido su destinoy yo le pido al divinoque todo lo puede hacermucha salud pa´ Fidelen nombre del campesino.

“Los Coquitos”, como nos denominara después el poeta Raúl Ferrer, dirigentenacional de la Campaña de Alfabetización, regresaban sucios, desgreñados,algunos con barba y largos collares de caracoles, conchas y huesos de tiburón.

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Aunque el mar esta picado y la patana oscila de un lado a otro, con elconsiguiente mareo de algunos, vuelven alegres y orgullosos, cantando himnosrevolucionarios. Son la avanzada de la próxima gesta alfabetizadora, a la cualtambién definiría Raúl Ferrer, como “la primera experiencia social de laRevolución en la que participó masivamente la juventud”.Después de seis horas y pico de camino arriban a Punta San Juan. Visitan lacasa de Estela Más y Mario Cao, sitio en el cual habían comido y dormidoaquella noche en que esperaban ansiosos, apesadumbrados, el regreso deEduardo con la buena o mala noticia de su ida o no a Cayo Coco.

Estela: Cuando me vieron, me abrazaron felices, contentos, por habercumplido con Fidel. Me trajeron collares de conchas, los cuales guardo y miro acada rato. Eran muy buenos y cariñosos.

Eliécer: Yo venía mareado del viaje en la patana, pues el mar estabainsoportable, con un “norte” violento, y aquí me tomé dos jarros de guarapo yme emborraché.

Se despiden y parten en auto hacia Camagüey. Marcelo aprovecha la llegada aChambas y a Morón para llamar a los transeúntes y decirles, orgulloso:“!Mírenlos, estos son los muchachos alfabetizadotes de Cayo Coco!”Roberto García Pino: El dando sus mítines y arengas y nosotros cansados,locos por llegar a Camagüey y ver a nuestros familiares.

Continúan el viaje en ómnibus, pues Marcelo sigue para Esmeralda, a unareunión referente a la alfabetización y sus preparativos.

Eliécer: El chofer y el conductor accedieron a llevarnos por el pago de mediopasaje, porque no teníamos dinero suficiente para todos.

Cuando van por la Carretera Central rumbo a Camagüey, después de salir deCiego de Ávila, oyen el discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz enel acto por el 28 de enero, natalicio de José Martí, Héroe Nacional de Cuba, yescuchan la triste noticia del asesinato el 5 de enero del joven maestrovoluntario Conrado Benítez García, a manos de contrarrevolucionarios.

Y Fidel dice: “Era pobre, negro y maestro. He aquí las tres razones por lascuales los agentes del imperialismo lo asesinaron”.Y proclama después que en su honor, en su memoria, las brigadas de jóvenesalfabetizadotes por crearse llevarán su nombre.

El grupo calla. La alegría por el regreso se transforma en tristeza, ira y odio, yen una mayor decisión de seguir adelante por el camino emprendido.

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Capítulo III: LAS BRIGADAS PILOTOAnda, brigadista mío,por las cumbres más remotas;Vete a bautizar las botascon la niebla y el rocío;Aprende a cruzar el río,a salvar monte y pantano,que así, llevando en la manola luz que tu bien reparte,vas a enseñar y a graduarte:¡A graduarte de cubano!

Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí.

Días después de arribar a Camagüey, descansar y compartir con susfamiliares, los jóvenes participan en reuniones, en las cuales narran susexperiencias a estudiantes de toda la provincia y les llaman a incorporarse a lavenidera campaña para erradicar la ignorancia. Intervienen en programasradiales y de televisión, en una activa labor de agitación y propaganda.

Cientos de jóvenes de secundaria básica y preuniversitario dan su disposiciónpara alfabetizar, imbuidos por el ejemplo del grupo. A través de laAsociación de Jóvenes Rebeldes llenan las planillas para brindar su aporte enel combate educacional que se avecina, y en mítines y manifestaciones,prosigue la recogida de lápices y libretas que dona el pueblo.

El grupo asiste a una reunión con Raúl Ferrer, quien les orienta que vayan a LaHabana a ofrecer sus experiencias.

En su viaje a la capital los acompaña la madre de María Arnaiz. Se hospedanen el hotel Deauville, cercano al Malecón. Desde allí observan el mar alromperse en olas contra los viejos muros y el ødiente de perro”; ven entrar osalir a los buques por la entrada de la bahía junto al Castillo del Morro.

María: En Ciudad Libertad nos entrevistamos con Raúl Ferrer, Rondón, MarioDíaz y Armando Hart, Ministro de Educación, y se mostraron muy interesadospor nuestros criterios y vivencias de la estancia en Cayo Coco.

Allí nos entregaron los sellos blancos, con la “a” de color negro, en fondoblanco, distintivo que diferenciaría a los brigadista pilotos del resto de losalfabetizadores.

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Sara: Participaron también jóvenes de La Habana, que posteriormente fueronubicados en la Ciénaga de Zapata, a quienes explicamos cómo vincularse alcampesino e hicimos énfasis en que para ganarse su afecto y confianza debíantrabajar con ellos y compartir su vida.

Nuestra función en Cayo Coco no era en específico la de alfabetizar –aunquelo hicimos-, debido al corto tiempo de permanencia, pues solo estuvimos 24días, sino la recogida de experiencias que sirvieran para aplicar y desarrollardurante la campaña de alfabetización.

Servir de ejemplo también al resto de los jóvenes para su posteriorincorporación a la campaña, fue la prueba de que los jóvenes podíamossepararnos de los familiares e ir a lugares lejanos e intrincados, adaptarnosperfectamente al medio en que estábamos, vencer cualquier dificultad, cumplircualquier tarea encomendada por la Revolución, y familiarizar poco a poco alcampesino, al carbonero, al pescador, con la alfabetización.

María: Entre las experiencias que recogimos y se aplicaron más tarde estabanlas de que las muchachas debían vestir lo más sencillo posible, sin ostentaciónni mucha pintura en los labios o colorete en la cara, e ir enseñando poco apoco a las mujeres y muchachas campesinas a pintarse y vestirse bien.

George: También lo referente a las normas de educación e higiene, comosaludar y despedirse, el uso de letrinas, el baño cada día, lavarse los dientes,la cara y las manos antes de almorzar y comer, y andar aseados y con ropalimpia por las tardes.

Roberto García Pino: Otra sugerencia fue la de ponerle bolsillos grandes a loslados de los pantalones, cómodos para portar libretas y folletos, lápices, elmanual y la cartilla, y para otros usos como llevar naranjas, mandarinas…Orlando: Respecto a las “chismosas“ se orientó el uso de faroles chinos yquinqués, y se revisó la visión a los iletrados, entregándose gratis espejuelos aquienes los necesitaran.

Roberto García Pino: Se demostró que no era posible hacer centros oconcentrados de alfabetización, especie de albergues colectivos para losbrigadistas, sino que estos debían convivir en la casa de los campesinos,carboneros yo pescadores, trabajar junto a ellos, compartir su vida y comida,adaptar el horario y las clases a las características de su labor.

Arnaldo: Ello permitió que más tarde los brigadistas “Conrado Benítez” y los“Patria o Muerte” realizaran mejor su misión de alfabetizar, al ganarse contrabajo, abnegación y perseverancia el aprecio de estos hombres y mujeres, yel de sus hijos, a los cuales el capitalismo había mantenido en la miseria, elhambre y la ignorancia.

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Orlando: A La Habana fuimos diez del grupo, pues Rafaela y Eliécer sequedaron en Camagüey. Fela se incorporó al Contingente de MaestrosVoluntarios “Frank País”, y Eliécer continuó sus labores en la Asociación deJóvenes Rebeldes.

Regresan a Camagüey con la orientación de organizar brigadas pilotos, gruposde siete a diez jóvenes, en su mayoría estudiantes, al frente de los cuales vauno o dos de ellos. Se distribuyen por municipios, en sitios difíciles y apartadosde la antigua provincia de Camagüey –incluida la actual de Ciego de Ávila y elhoy municipio de Jatibonico, perteneciente a la de Sancti Spíritus. En esos díasJulio Rodríguez, se incorpora a las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

María: Nueve estudiantes, Manuel y yo, estuvimos en Playa Florida, en laCooperativa Pesquera “Heriberto Martín Guzmán”, desde mediados de febreroa finales de abril. Costó mucho trabajo alfabetizar, pues los pescadorespermanecían varios días en el mar y, a su regreso, se dedicaban a tomar ron yjugar dominó y no querían recibir clases.

La administración de la cooperativa, el jefe de la milicia y el sindicato ayudarona resolver esta situación: suprimieron la venta de bebidas alcohólicas los díasde semana, excepto el domingo. Enviamos brigadistas a los barcos que iban depesca; daban clases y trabajaban con ellos. El resto, enseñaba a las amas decasa y bajaba cajas de pescado, escogía camarón…Roberto García Pino: Mi primo Pinito y yo estuvimos con ocho estudiantes enla Cooperativa Cañera “Juan Valcárcel, en Ciego de Avila. Allí hicimos mapasde los caseríos de la zona y censamos a los analfabetos. Tratamos dealfabetizar a los haitianos, pero no pudimos. Fue difícil de lograr, por el idioma yporque la mayoría rebasaba los sesenta años.

Orlando: Junto a estudiantes de Sibanicú, Cascorro, Camagüey y Guáimaro,trece en total, fui para el barrio de Tropezón, allá en Camalote, Santa Lucía.Tuvimos buena acogida por parte de los campesinos. El censo permitióconocer la existencia de unos noventa analfabetos en la zona y coloniascercanas a Manatí.

En esos dos meses ayudamos a los campesinos en el corte de caña y de jata,una especie de palma, cuyas hojas sirven para hacer sombreros y escobas, yel tronco para cercas y horcones de casas. Dimos clases y cuidamos loscañaverales, para evitar que la contrarrevolución los quemara. Eso fue hastadespués de la invasión de Playa Girón.

Arnaldo: Con la decisión de ramificar a la brigada de Cayo Coco, para aportarsus experiencias en diferentes partes de la provincia, además de enseñar,asesorar y dirigir a estudiantes en la labor alfabetizadota, a mí me designaronpara ir a Jatibonico.

Trabajaba una maestra, Mirtha Ríos, un maestro voluntario, un miliciano, unjoven “cinco picos” (subían ese número de veces el Pico Turquino) y yo.

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Comenzamos a dar reuniones con los estudiantes para captar un grupo e iraalfabetizar a Las Vegas, zona casi colindante con Sancti Spíritus, por LosJíbaros, lugares en los cuales merodeaban bandas de alzados enemigos de laRevolución, pero hubo cierto rechazo, cierto miedo en los familiares, a dejar ir asus hijos a enseñar a sitios tan peligrosos.

A una reunión asistió la mayoría de los alumnos y sus padres. Explicamos laimportancia de la campaña de alfabetización, pero estos manifestaron sudesacuerdo en dejarlos ir y plantearon su preocupación por lo que pudierapasarse a sus muchachos.

Esa noche hablé más que un cao (ave negra de mediano tamaño, oriunda delos campos de Cuba). Sirvió mucho mi experiencia como presidente de unaAsociación de Estudiantes durante cuatro años, desde la época de la luchaclandestina contra el dictador Fulgencio Batista. Dije que mis padres tambiénme querían y, en cambio, habían respondido al llamado de la patria, dejándomeir a alfabetizar a Cayo Coco y ahora en su territorio. Esto los conmovió ylogramos la incorporación de un grupo de jóvenes.

En Las Vegas vivimos en un barracón y dormíamos en hamacas. Teníamostres fusiles R-2 y una metralleta, para protegernos cuando íbamos a impartirclases a los campesinos y hacer guardias por las noches, porque “el dadoestaba malo”.Durante el tiempo que estuvimos allí hubo gran apoyo de la dirección políticadel municipio y la población de Jatibonico. Enviaron alimentos, los padres delos muchachos nos visitaban y los estudiantes de la secundaria básicaescribieron cientos de cartas.

Sara: George y yo fuimos ubicados en Marroquí, Morón. Con nosotros ibandiez estudiantes de la secundaria de ese municipio y uno del internado deMorón. Nos distribuimos por casa de compañeros revolucionarios, milicianosmiembros del Partido Socialista Popular. “!Deben tener mucho cuidado, pues lazona está llena de alzados! ¡Eviten salir de noche y estén temprano en lascasas!”, fueron las recomendaciones que recibimos.

En esos años en la zona de Tamarindo y Florencia, sus lomeríos, cercanos alas estribaciones montañosas del Escambray, entonces provincia de Las Villas,pululaban bandas de alzados, como la de Mario Bravo, las cuales cometierondistintos desmanes y asesinatos y mantenían atemorizada a la poblacióncampesina.

George: Distribuimos el grupo en las zonas de Las Grullas, Cienaguita, Patria,Los Laureles… Cuando Sara y yo nos dirigíamos a Cienaguita, sitio donde ellaiba a alfabetizar, Manuel Pérez de Corcho, un campesino que venía por elcamino, dijo que no siguiéramos pues la escuelita la habían quemado losalzados.

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Sara: Entonces yo iba allí todos los días a dar clases y regresaba por lastardes, hasta que la cosa se puso mala. Los alzados quemaron otra escuela yle dieron un tiro a Manuel Pérez de Corcho. Decidieron mudarnos de lugar,porque los contrarrevolucionarios estaban girados para nosotros.

George: Una noche, cuando íbamos a acostarnos, llegó gente a caballo y gritó:“¡Venimos a buscar a los brigadistas!” Paco Vargas, el campesino en cuya casavivíamos, les dijo que no, pues de noche no podíamos salir, y que él nosllevaría por la mañana al cuartel.

Apenas pudimos dormir en nuestras camas. Cuchicheábamos en plenaoscuridad, inquietos, pensando que en cualquier momento llegarían de nuevolos alzados, tratarían de entrar a cogernos por las malas o quemar el bohío. Elsueño nos venció muy avanzada la madrugada. Por la mañana fuimosevacuados para residir en el poblado de Marroquí.

Aunque estuvimos poco tiempo, aprendimos a escoger tabaco y cortamos cañaen Falla. Censamos a los iletrados visitamos a los alfabetizadores y dimosclases.

Nos incorporamos también a la milicia e hicimos guardias con fusiles crake,Garands, Springfield y escopetas calibre 12 y 16. Cuando el ataque a PlayaGirón participamos en la captura de los desafectos a la Revolución en la zona ylos vigilamos en la valla de gallos, sitio donde estuvieron retenidos.

Arnaldo: Regresé a Camagüey el día de a invasión mercenaria a Playa Girón,el 17 de abril. Me incorporé a la recogida de la “gusanera” y la “limpia en lasescuelas. En mayo empecé a dar viajes a Varadero, a llevar a los futurosbrigadistas “Conrado Benítez”, quienes iban a aprender el uso e la cartilla, elmanual, el farol, y a relacionarse con sus futuros alumnos.

Después trabajé de día y, de noche, terminé la secundaria, y continué elentrenamiento como atleta, hasta noviembre, pues me llegó la beca para laEscuela de Profesores de Educación Física “Manuel Fajardo”, en La Habana.Roberto García Pino: Nos mandaron a buscar a Varadero, para quedescansáramos y pasar unos cursillos. Varios días después planteamos a loscompañeros dirigentes de la campaña que queríamos continuar alfabetizandoen los lugares donde hiciera más falta.

Orlando: Explicaron que había sitios difíciles, sin brigadistas, en la SierraMaestra y la Ciénaga de Zapata. Preguntamos cuál era el que consideraban elde condiciones más duras. “!La Ciénaga de Zapata”, contestaron. “¡Pues parallí mismo vamos!”, respondió Sara.Salvo Sarosa, quien quedó alfabetizando en Santa Cruz del Sur, municipio deCamagüey, los seis restantes arribaron a la Ciénaga de Zapata en los primerosdías de mayo.

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Capítulo IV: EN LA CIÉNAGADESPERTAR¡Cuántas cosas ya puedo decirteporque al fin he aprendido a escribirahora puedo decir que te quieroAhora sí te lo puedo decir.En las quietas arenas del ríoEn el tronco de aquel framboyánVoy poniendo tu nombre y el míoque enlazados por siempre estarán.Yo sabía leer en tus ojosLo que tu alma me quería decir;ahora puedo leerlo en tus cartas,ahora empiezo, mi amor, a vivir.Ya la Patria me ha dado un tesoro:He aprendido a leer y a escribir.

Eduardo Saborit“¡Allá va Fidel!”, dijo Ezequiel, el viejo chofer que los conducía hacia JagüeyGrande, al observar a lo lejos una caravana de vehículos, poco antes de llegara la Laguna del Tesoro. “!Apúrese, Ezequiel, alcáncelos!”, pidieron los seisbrigadistas.

Cercanos a Playa Larga, se acercaron al grupo de vehículos. Al observarlos, elComandante en Jefe ordenó detenerse. Sonriente bajó y conversó con ellos.Estos le pusieron al cuello los collares, hechos con conchas, y caracoles,recuerdo de Cayo Coco. Fidel dijo que estaba muy bien que alfabetizaran y lesdeseó éxitos.

Esa noche los jóvenes recuerdan su encuentro con el líder de laRevolución, cuyas imágenes aparecen en sus mentes nítidas e imborrables,para dejar paso a la quietud de sus cuerpos, agotados por el viaje desdeVaradero.

El día que se avecina iniciará una nueva página en el cumplimiento de sudeber, como las escritas en Cayo Coco y después al frente de brigadas pilotoen la provincia de Camagüey.

Acumulan varios meses de experiencia, desde inicios de enero de 1961, en labatalla que ahora libra el pueblo contra la ignorancia, el atraso y la incultura, enpos de su futuro desarrollo económico, político y social.

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De mañana, al partir hacia su ubicación, resaltan sus uniformes: pantalón verdeolivo, de anchos bolsillos, camisa gris con hombreras, en la cual resaltadoblado un quepis verde. Rematando la manga corta, una lista de igual colorque el pantalón.

Sara y María quedan en el batey Cocodrila. Orlando, George, RobertoGarcía Pino y Pinito, su primo, y Oscar, este integrante de una de las brigadaspilotos de Camagüey, unido a ellos, se dirigen a Maneadero, sitio alejado eintrincado de la zona pantanosa, a varias horas de camino a pie, entretremedales cenagosos en los cuales abundan los cocodrilos.

Orlando: Nos llevaron hasta Casablanca, batey de dos o tres casas, cerca deCocodrilo, donde esperamos al campesino que nos serviría de guía. Llegó unrato después, explicó que debíamos seguirlo en fila india, sin apartarnos de él,y comenzó a cortar algunas varas finas, alargadas.

“Esto es por si aparece un cocodrilo y va hacia ustedes” Con ella alejada delsitio en el cual están, golpeen el agua para que el animal ataque en dirección alchapoteo, y después lo hacen hacia otro lado… y así repetidas veces hastaque se canse y se marche”, indicó.Mientras él decía esto nosotros pensábamos en el cocodrilo, la varita y la bulla;imaginándonos dentro del agua con el bicho ese yendo para arriba de uno.¡Qué va, ese chance no se lo doy!, pensé, pero aunque preocupados, mejordecir cagados de miedo, hicimos el viaje sin contratiempos.

Desde entonces siempre que salíamos por la ciénaga, íbamos vigilantes, ycuando a lo lejos veíamos un cocodrilo, nos parábamos quietecitos yesperábamos que se fuera.

Roberto García Pino: Cuando llegamos al macío, parte totalmente cenagosa,llena de tembladeras, decidimos descansar un rato en un sitio alto, de pocoagua. Veníamos cansados de tanto chapotear, hundirnos en el cieno hasta lasrodillas o la cintura, caernos en el agua al resbalar en aquel fondo fangoso, ode apartar la hierba.

Uno de nosotros recostó su mochila a un tronco entre la hierba y fue asentarse, pero este empezó a moverse. Se armó tremendo corre-corre. ¡Buensusto nos io ese cocodrilo! Aunque después fue mucho el bonche que learmamos al dueño de la mochila (no diré su nombre).

Orlando: El viaje por esa senda o trocha duraba casi medio día. La mayorparte del trayecto era pantanosa, con una capa de fango de un pie o más deprofundidad, debajo del agua de color rojizo, mientras la plaga de jejenes ymosquitos picaba, sin dejarnos tranquilos un momento.

Un olor especial, delicioso, nos llamó la atención. Inundaba el ambiente,haciéndonos olvidas por un momento el cansancio. Al observar, vimos pordoquier orquídeas silvestres, de todos los colores. Nunca olvidaré ese olor ni labelleza del lugar.

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Tampoco a cientos de manjuaríes que nadaban delante o detrás de nosotros,pasaban por nuestro lado, como si nos custodiaran. Era un espectáculomaravilloso, nunca antes visto, el que impresionó a todos. Después al verlosnos producía alegría y confianza, porque aprendimos que por donde merodeancocodrilos no andan manjuaríes.

María: A George, Orlando y los Pino, los ubicaron en Maneadero, a un montónde kilómetros de distancia, entre manglares y pantanos. Era preciso atravesaruna zona malísima para llegar allá. Muchas veces tuvimos que caminaragarrados a las matas para no caer en las tembladeras.

George: Maneadero era lo último en la ciénaga. Había que entrar a pie y con elagua al pecho en muchos lugares. Los campesinos vivían en una pobreza muygrande. Cazaban cocodrilos o hacían carbón, siempre rodeados de jejenes ymosquitos.

Roberto García Pino: Cuando llegamos, encontramos a un alfabetizador, unmuchachito con los pies podridos por los hongos. Le dije que debía irse, puesasí no podía continuar allí. Hubo que sacarlo a la fuerza, casi obligado, porquedecía que no era rajao, y no quería ir a curarse. Me impresionó su estoicismo,su gran voluntad para seguir impartiendo clases.

Orlando: Fui ubicado en casa de Juan Santamaría, campesino que sededicaba a la captura de cocodrilos durante la época de lluvia y al corte depostes de cercas y polines para vías férreas en tiempo de sequía. Además deimpartir clases trabajé con ellos y llegué a sacar su norma diaria: cortar y labrarsiete polines de vía estrecha y cuatro de ancha, y unos veinte postes.

Roberto García Pino: A ninguno nos llevaron a cazar cocodrilos porque esmuy peligros –aunque en la película El brigadista se muestre. Ese oficio es demucho riesgo, pues un cocodrilo puede matar a cualquiera de un coletazo oarrancarle un brazo o una pierna de una dentellada. Muchos de estos hombrestenían su cicatriz como recuerdo del encuentro con uno de estos animales.

Orlando: Yo daba clases a cuatro campesinos, a los cuales alfabeticé despuésdel trabajo, temprano en la noche, entre ellos al viejo Morejón, cocodrilerofamoso. El me contaba que echaban competencias entre ellos para ver quiéncogía cocodrilos a mano.

Explicó que cuando la canoa iba paralela al cocodrilo, a su lado, se lanzabanencima de este, “enhorquetados”, y le cogían las patas delanteras y se lasechaban hacia atrás, impidiendo su movimiento. “Ni con la boca o la cola, conla que tiran machetazos, te pueden hacer nada”, decía mientras yo, admirado,miraba sus cicatrices.

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Roberto García Pino: Existía un atraso terrible y la comida era poca. Soloalmorzábamos, y mal: arroz, potaje, y a veces manjuaríes, jutías y jicoteas. ElManjuarí, ese pez fósil, tiene una carne blanca muy rica. Es agresivo si se lemolesta. Para cogerlos utilizábamos un palo largo con un lazo de alambre en lapunta. Le fajaba al palo cuando lo cuqueábamos. Si metía la cabeza dentro dellazo, halábamos y a preparar la comida.

Orlando: Las condiciones eran muy malas, aunque los bohíos estaban bienhechos, sobre pilotes, por lo de la ciénaga y la subida de la marea. Si salíasfuera te pasabas el noventa por ciento del tiempo metido en el agua. En lapelícula El brigadista hubo mucha ficción y poca realidad. Eso lo decimosnosotros que estuvimos en Maneadero.

Tampoco por ahí había alzados, aunque por la fecha en que llegamos síaparecía de vez en cuando algún invasor de cuando el ataque a Playa Girón,perdido en la ciénaga y capturado muerto de hambre. A otros se los comieronlos cocodrilos. Aún en casa tengo un pedazo de paracaídas “guarabeao” deaquellos que vinieron creyendo sería un paseo la derrota de la Revolución…La comida diaria consistía en sopa de jicotea, más lo que caía de vez encuando, con excepción del domingo, que el menú era arroz con jicotea.

George: En casa del campesino donde estaba parando, este capturaba lasjicoteas y no las preparaba como nosotros, rompiéndoles a machetazos elcaparazón y extrayéndoles después la carne de las patas y el cuello. Les metíaun alambre grueso por detrás, extraía los intestinos y otras partes comestibles–según él- y procedía a poner aquel carapacho entero encima de la candela…Al rato, la peste era insoportable. Cuando creía que aquello estaba cocinado, loextraía y abría, y a comer… aquella carne aún sanguinolenta.Del tiro le cogí un asco del carajo y cuando iba al pueblo más cercano,compraba algunas latas de carne rusa, galletas y leche condensada. Y esa fuemi comida durante bastante tiempo.

PRESENCIA DE FIDEL A CADA RATOGeorge: En una oportunidad, Fidel se apareció con una delegación yanqui, esaque vino a tratar el cambio de los mercenarios por compotas, a la cual llevó derecorrido para que vieran la destrucción ocasionada por los apátridas y laaviación norteamericana durante sus ataques a Playa Girón, y preguntó cómoandaba la campaña, qué hacíamos y a cuántos campesinos y carbonerosdábamos clases.

Orlando: Fidel llegó cuando tomábamos refrescos de limón en una cafetería.“¿Ustedes qué hacen aquí, vagueando?”, preguntó y averiguó dóndealfabetizábamos y si trabajábamos con los campesinos. Jaraneó sobre si sehabían rajado muchos muchachos e hizo infinidad de preguntas, y al irse dijo:“¡El refresco va por mí, no lo paguen!”

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Sara: Estando en Cocodrila, María y yo fuimos a tomar batidos y llegó,acompañado por Celia Sánchez. Lo saludamos y preguntó: “¿Y aquí no haydónde pagarle el refresco y los caramelos? “!Sí, Fidel, allá adelante!”, dijimos.Fuimos y compró cariocas y se puso a comerse una y se le quedó un pedacitode papel pegado a la barba. María se lo dijo y contestó: “Quítamelo”. DespuésMaría no quería lavarse las manos. Antes de irse se retrataron con nosotras.

EL SAPO REYMaría: En Cocodrila, en una vereda o camino, debajo de una piedra medianade tamaño, vivía un gran sapo, al que los pobladores llamaban el Sapo Rey, yle pedían remedios o que bendiciera a alguien enfermo para que se curara.

Eran muy supersticiosos (animismo: prácticas de adoración a animales, notadel autor). Un día, el Sapo Rey amaneció muerto y nos miraban recelosos,creyendo que nosotras lo habíamos matado. A poco se calmaron los ánimos.

Hoy pienso que esto ocurrió porque se enteraron que Sara y yo salíamos aveces de noche con el farol encendido y un cubo a cazar rana toros. Siemprecogíamos algunas, porque la luz del farol, de una linterna o una lámpara decarburo, las deja lelas, quietecitas. Las cogíamos, y al cubo.

La mujer de la casa donde parábamos, peleaba mucho y nos mandaba a fregarbien el cubo o los platos, porque les tenía asco a las ranas toros.

Sara: Por la mañana procedíamos a matarlas, les cortábamos las ancas, lesechábamos sal y limón y ¡a freír! Es un plato exquisito…Sara: Cierto tiempo después pidieron un brigadista para alfabetizar a la familiaque vivía en el criadero de manatíes. Me brindé y vinieron a buscarme en unalancha. No observé tierra en todo el camino y al llegar paré en una casa enmedio de la desembocadura del río Hatiguanico, sobre pilotes altos de maderagruesa. Fidel visitaba mucho ese lugar, acompañado por Celia Sánchez.

Un día temprano, Orlando y Oscar, joven de Sibanicú, Camagüey, salieronrombo a Casablanca, para ir a una reunión. Llegaron al “macío”, zona detembladeras de más de un kilómetro cuadrado de extensión, y en vez de seguirla senda habitual de los campesinos, cogieron a la inversa, porque les habíandicho que por allí el camino era más corto , y se perdieron.

Orlando: Buscando la salida de aquel sitio, donde no había un árbol parasubirse, y en muchas partes el agua daba al pecho, como la hierba esa alta,llena de fango y apestosa, que impedía el avance, llegamos a meternos en loshuecos o sendas hechas por los cocodrilos, arrastrándonos por debajo de lahierba, con un miedo de carajo a que apareciera alguno de esos bichos.

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Estábamos roncos de gritas pidiendo ayuda; empapados de agua y fango,agotados del dificultoso avance por el pantano y angustiados porque despuésde dar veinte vueltas creyendo que íbamos a salir de allí, volvíamos al mismolugar, y Oscar decía llorando: “!Coño, Orlando, no veré más a mi hijita! ¡Aquínos coge la noche, y nos comen los cocodrilos o nos mata la plaga!”Como a las seis y pico de la tarde encontramos la vereda con marcas en losmangles, hechas por los campesinos para orientarse.

Habíamos atravesado el “macío” y salido bastante cerca de Casablanca.Nunca olvidaré esas casi tres horas –paras nosotros fueron años- queestuvimos perdidos, cagados del miedo. Ese ha sido el momento más difícil demi vida.

Sara: En la desembocadura del Hatiguanico tuve ocho alumnos: el más viejode la casa, su mujer, el hijo mayor y varios niños. Las clases, por el exceso deplaga, las daba al mediodía, de tarde o al caer la noche. El viejo no queríaaprender, pues le era difícil coger al lápiz. Debí llevar su mano con la mía hastahabituarlo. Afrontaba problemas visuales y lo llevé a Güines con un oculista y lerecetó espejuelos. Tenía la vista acabada por la poca luz y el humo irritante delas “chismosas”.Sus manos eran ásperas y le temblaban mucho al coger el lápiz. Iban a haceruna “A” y salía cuadrada. Cada vez que iban a escribir apretaban el lápiz y lerompían la punta. El viejo decía entonces: “¡Mal rayo me parta” Pasaron muchotrabajo hasta coger soltura. Entonces aprendieron más rápido. Me sentí feliz eldía que le escribieron la carta a Fidel diciéndole que sabían leer y escribir.

Orlando: Me trasladé temporalmente a alfabetizar a unos hacheros queenviaron a cortar madera en una zona situada de Maniadero para adentro, enla pura ciénaga. Cortamos pencas de guano e hicimos “vara en tierra”.Vivíamos allí y dábamos las clases al mediodía porque a las cinco de la tarde,por la plaga, había que meterse debajo del mosquitero.

La comida era buena y mejoraba con los puercos j¡baros que cazábamos. Amis ocho alumnos los entregué alfabetizados porque venían adelantados por elmaestro que les había dado clase en La Ceiba, lugar donde vivían. Estuve allídesde fines de julio hasta noviembre, mes en que me mandaron para Girón.

Sara: En el estuario del Hatiguanico me entretenía yéndome de tardecita apasear en bote. Llegaba a un lugar y clavaba la vara en el fondo y estaba unrato tranquila, lejos de la plaga. Tenía un jamo y cogía pececitos que pasabanjunto a la casa. Les mordía la cola y cuando volvía a atraparlos, veía la marca,reconocía que eran míos y los soltaba. Era la forma de entretenerme y combatirla nostalgia por mi familia y mis compañeros.

En ocasiones, con mis alumnos, salía a capturar manatíes. Ese animal, no sé sien noche oscura o con luna llena, emite fosforescencias color verde, lo quepermite detectarlo. Los arponeaban por la cola, en forma de aleta ovalada, lacual puede partir un bote en dos, y los arrastraban hasta que se cansaban.

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Entonces los metían en el corral, sitio del criadero.El manatí se alimenta de zargazo en el agua salada, y vive en agua dulce, en elestuario de los ríos. Parece una palma barrigona dentro del agua y su cabezaes como la de un puerco o un perro. No muerde, sino tritura la hierba con lasencías, pues no tiene dientes. Son tan mansos que llegaron a comer en mismanos.

Terminándose la campaña me evacuaron debido a la amenaza de un ciclón, yal regresar de Camagüey, pues fui de permiso, no hubo en qué llevarme, y tuveque quedarme en Jagüey Grande. Igual le sucedió a un muchacho que dabaclases en el plan de carbón de un gallego, cercano a donde yo estaba.

Uno de esos días fuimos a pasear a Guamá y encontramos a Fidel. Preguntóqué hacíamos allí y por qué no estábamos alfabetizando. Le explicamos y seextrañó de que hubieran enviado a una mujer tan lejos.

Contesté: “Yo fui voluntaria, Fidel”; averiguó qué quería estudiar y le dije: piloto.Sonrió y exclamó: “¡Bueno, pero para estudiar esa carrera tendrás que esperarmuchos años. Aquí todavía no tenemos mujeres aviadores!”Al retirarse nos llamó: “!Estén mañana temprano en el central Australia. Lesenviaré un helicóptero para que los lleve a donde están alfabetizando!”El aparato nos recogió y al llegar al lugar donde estaba ubicado el muchacho,bajó la escalerilla, porque no podía aterrizar y tuvo que tirarse. “!Dime tú –pensé-, detrás me toca a mí y tendré que lanzarme aunque me reciente,porque no puedo quedar mal con Fidel!” Me entraron unos temblores de madrey las piernas no me aguantaban.

El helicóptero llegó sobre la casa y dio varias vueltas, haciendo señas, hastaque la gente salió. Me asomé y abajo pude ver al viejo y a su hijo en el bote.En sus intentos de descender lo más posible para que yo pudiera tirarme, elaparato le dio a un mangle y se averió una de las aspas.

Bajé por esa escalerilla suelta, en el aire, con los ojos cerrados y temblando,pensando que iba a matarme, hasta que me llené de valor y me lancé, pero envez de caer sobre el bote, fui a parar al agua y me clavé en el fondo. No mepasó nada, salvo el susto y la “empapazón”. Nunca, ni entonces ni después, hepasado tanto miedo.

George: Al mes de estar en Maneadero me enfermé con dermatitis y regresé aCamagüey. Eso fue después del simulacro de invasión a Playa Girón, en elcual participaron cientos de brigadistas, armados con grandes lápices, cartillasy manuales de cartón, y banderas cubanas, como símbolo de la guerra quelibraba Cuba contra la ignorancia. Terminé la campaña trabajando enpropaganda y atendiendo a las Brigadas Obreras de Alfabetización “Patria oMuerte”.

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Roberto García Pino: Pinito y yo, a solicitud de Arnaldo Robot, responsable dela campaña en Camagüey, regresamos y nos enviaron al barrio San Pedro, enSanta Cruz del Sur, donde había problemas de enamoramientos entrebrigadista y campesinos. Estuve en la zona del Alazán, La Lima (arroceras).

Por allá me encontré a Sarosa- Terminé allí la alfabetización. Enseñé a leer y aescribir a dos campesinos.

María: En la Ciénaga de Zapata la vida era muy atrasada. No había caminos nimédicos. A los enfermos los sacaban por el río hasta el mar y los llevaban enchalanas a Batabanó. El viaje duraba horas y el enfermo que iba muy mal semoría en el camino.

Jacinta, mi alumna, contaba que a los diez o doce años, la muchachascomenzaban a trabajar en el cargue y saque de leña del pantano, metidas enaquella podredumbre, sin zapatos. Por suerte la Revolución eliminó esa vida,ese atraso terrible.

Algo que me sorprendió fue que no conocían lo que era una muñeca. A pocode estar en su casa, debido a la picadura de los mosquitos y jejenes, meempezaron a salir ñáñaras (llagas) y, al rascarme, de ellas brotaba pus.Cuando fui al hospital me pusieron un plan de medicamentos y un permiso paraque hiciera el tratamiento en mi casa, donde estuve como un mes.

Al estar bien e ir a regresar a Cocodrila, recordé lo dicho por Jacinta, y llevé lauñera que me habían regalado por mis quince años, que decía “Mamá”. Al írlase asustaron mucho, pese a mis explicaciones. Prevalecía en ellos la gnoranciay la superstición. Varios días más tarde, al regresar de una reunión, ual nosería mi sorpresa: encontré despanzurrada la muñeca. ¡La habían esbaratadobuscando conocer de dónde salía la vocecita de “Mamá”!Años después de concluida la campaña de alfabetización, Jacinta me escribióontándome que al fin su sueño era realidad: en Cocodrila, Maneadero y otrositios había carreteras y existían poblados, calles, policlínicos, luz eléctrica y trascomodidades.

Orlando: Existía mucho oscurantismo. Los campesinos decían que en una ranCeiba cercana salían luces de noche y si ibas a medianoche y dabas una ueltacompleta al tronco aparecía uno hombre vestido de blanco. Muchas oches,cuando había brisa, lo que alejaba la plaga, fuimos a cantar debajo de afamosa Ceiba, quizás la misma que aparece en la película El brigadista.María: Tuve ocho alumnos: dos aprendieron a leer y a escribir bien y los otrosegular, entre ellos René y su mujer, en cuya casa estuve ubicada. A él le eramy difícil aprender y a cada rato decía: “!Coño, maestra, qué bruto soy”.

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Sara: Salimos para Jagüey Grande, donde nos juntamos María y yo, puesOrlando estaba en Playa Girón. María estaba enferma, “volada” en fiebre, por apicada de los mosquitos, que le producían granos en el cuerpo, los cuales se ellenaban de pus o materia y le sangraban.

María era una muchacha débil, la niñita mimada de su casa. Pese a ello estuvon Cayo Coco, las brigadas piloto de Camagüey y en la Ciénaga de Zapata. Y llí,aunque le hacían daño los mosquitos, estuvo varios meses y aguantó asta elfinal. Es digna de admiración.

Orlando: En Girón alfabeticé a campesinos presos por unirse a los ercenarioscuando la invasión. Vivíamos en las casas del centro turístico. Por a mañanalos alumnos llegaban a las aulas cantando la Marcha del 26 de Julio el Himnode las Brigadas “Conrado Benítez”. Eran gente humilde, con randes deseos deaprender a leer y a escribir.

María, Sara y yo concluimos la campaña en la Ciénaga de Zapata después deizarse la hermosa bandera roja con letras blancas y el lema que declaraba a seterritorio Libre de Analfabetismo.

Parten hacia La Habana en vagones halados por viejas locomotoras, las cualesdaban la impresión de querer desarmarse cada vez que lanzaban suprolongado silbido de vapor, mientras el canto de las ruedas sobre el raílpasaba de lo novedoso al monótono tacatatáááá… que se pierde en la lejanía.De toda la isla regresan y, en carros-jaula cuyo techo ha sido habilitado conpencas de guano o coco, se dirigen a la cita, calados por el frío que les azota,pese a ir arrebujados en abrigos, colchas, toallas y frazadas; unos acostadossobre las tablas, que, a manera de asientos, situaron en esos vagones detransportar caña, y en otros en hamacas, colgadas de uno a otro extremo delcarro-jaula.

Milicianos cuidan los puentes y pasos a nivel, para impedir que el enemigointente hacerles daño y, en cada población, el pueblo, en especial lasfederadas, los reciben cariñosos, dando muestras de júbilo y les brindancomida, dulces, refrescos y batidos, o agua fría.

Llegan los trenes, uno a uno, a la terminal de La Habana. En fila, mochila alhombro, sacos o maletines en mano, suben a los ómnibus que los esperanpara trasladarlos al Centro Gallego, y distribuirlos en albergues, centrosescolares y hogares de miles de hospitalarios habaneros. Cerca, enfrente, alcruzar la ancha avenida, la estatua de Martí parece sonreír al ver a ese ejércitode jóvenes.

Y el 22 de diciembre es el gran día en la Plaza de la Revolución José Martí,ante la mirada pétrea del Maestro, y los inquietos ojos de Fidel, realizador delos sueños martianos de la república nueva.

El jefe de la Revolución dialoga con los miles de jóvenes allí reunidos, y con loshombres y mujeres que participaron en esa hermosa batalla educacional.Anuncia al mundo que Cuba es Territorio Libre de Analfabetismo.

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El grito multiplicado: “!Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer!”,inunda la plaza, choca con los grandes edificios cercanos, como testimonio dela decisión de continuar adelante, vencer cualquier escollo, en las trincheras deltrabajo, el estudio o fusil en mano.

Fidel les llama a estudiar, a formarse como técnicos y profesionales y acapacitarse para las grandes tareas que se avecinan, en las cuales ocuparánun lugar de honor, el privilegio no deparado a sus abuelos y padres: edificaruna sociedad independiente y soberana, libre, plena y sin cadenas en lomaterial y espiritual como soñaron sus próceres durante más de un siglo.

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TestimoniantesSara Ramos Riverón. Licenciada en Periodismo.Roberto García Pino. Licenciado en Educación. Poeta. Labora en un grupode trabajo político ideológico en la Escuela Vocacional de Ciencias Exactas“Máximo Gómez Báez”, de Camagüey.María Arnaiz Barceló. Licenciada en Periodismo. Jubilada del MININT.Orlando Rodríguez Martínez. Jubilado del sector de la Construcción.George González Alvarez. Labora en Geología.Pedro Pino Estévez. Doctor en Ciencias Pedagógicas. Es profesorConsultante en la Universidad Pedagógica José Martí, de Camagüey.Eliécer Pérez Díaz. Laboraba en la EMPI, de Camagüey, Jubilado.Rafaela Varona Surí. Enfermera en Camagüey.Arnaldo Guerrero Pérez. Licenciado en Cultura Física. Falleció cuando erasubdirector de Actividades Deportivas en el INDER provincial de Camagüey.Oscar Sarosa Sariego. Laboró en la termo eléctrica Manuel Julién, enCamagüey. (fallecido).Marcelo García Rodríguez. Doctor en Pedagogía y periodista. Fallecido.Eduardo García Mora. Fue profesor del Instituto Politécnico Alvaro BarbaMachado, de Camagüey. Jubilado.Arístides Yabor Hernández. Era administrador del Instituto de SuperaciónEducacional (ISE). Jubilado.Rolando Ramírez Hernández. Licenciado en Periodismo. Era director de laAIN provincial de Camagüey. Fallecido.Pedro Guerra y Gumancia Castillo pescador y su esposa.José Campos y Esther Rodríguez: Vivían Cayo Coco.Santiago Sánchez y Magdalena Márquez. Residían en Cayo Coco.Manuel Martín. Carbonero. Vivía en Cayo Coco.Estela Más. Residente en Punta Alegre, Chambas, provincia de Ciego deAvila.Raúl Ferrer. Dirigente nacional del Ministerio de Educación (MINED). Poeta.Fallecido.

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BibliografíaAmaya, Margot. “Cuba, territorio libre de analfabetismo”. Revista Trabajo, LaHabana, p. 8. diciembre, 1961.Castro Ruz, Fidel. “Discurso del 28 de enero de 1961”. Periódico Adelante,Camagüey, pp. 1-5, domingo 29 de enero de 1961.--------------- “Discurso del 22 de diciembre de 1961”, periódico Adelante,Camagüey, pp. 1-3, sábado 23 de diciembre de 1961.--------------- Discursos ante la Asamblea General de la ONU, 26 Sep. 1960 y enMelena de Sur, 8 de noviembre de 1960.Sección “Por la provincia”, periódico Adelante, Camagüey. P. 5 martes 10 deenero de 1959.“Desde Cayo Coco” (carta de Roberto García Pino), sección “Por la Provincia”,periódico, Adelante, Camagüey, p. 4, domingo 15 de enero de 1961.Ferrer, Raúl. “Esquema de una epopeya“Esquema de una epopeya”, boletínUNESCO. La Habana, septiembre-octubre 1968.García Galló, Gaspar Jorge: “Bosquejo general del desarrollo de la Educaciónen Cuba, Editorial MINED. La Habana (S, A.).Hemingway, Ernest. Islas en el Golfo. Editorial Huracán, tomo II, La Habana,1981. pp. 278-279.“Informe sobre los métodos utilizados en Cuba para eliminar el analfabetismo”.Revista UNESCO, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1970, p. 79.“Juventud estudiantil en los cayos”, sección “Por la Provincia”, periódicoAdelante, Camagüey, p. 5, vienes 20 de enero de 1961.Martí, José. Obras completas, t. 19. Editorial Nacional de Cuba. La Habana,1964, pp. 375-376.Marinello Vidaurreta, Juan: Prólogo. En: Educación en Revolución, InstitutoCubano del Libro, La Habana, 1975.Resillez, Antonio: “En el segundo aniversario de la Campaña de Alfabetización:Recuento Histórico”. Bohemia, La habana no. 51, 20 de diciembre de1963.

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Datos de los autores.Jorge Luis Betancourt Herrera: Camagüey, 1942. Alfabetizador“Conrado Benítez”.Licenciado en Periodismo. Ha publicado loslibros Historia de la Trocha Militar de Júcaro a Morón y Ceballos,Historia de una colonia norteamericana, ambos por la EditorialOriente (en 1984 y 1985), Por Llanos y montañas (2001,) y Sagade una Victoria (2004), por Ácana, Camagüey y Victoria sobre unatraición, por Abril, Ciudad de La habana (2010).Desde su graduación en 1972 hasta su jubilación en el 2006 laboróen el periódico Adelante, de Camagüey. Pertenece a la UPEC, laUNEAC y la UNHIC.

Rafaela Blanco Álvarez: Camagüey, 1947. Alfabetizadora“Conrado Benítez”. Licenciada en Biología en el Pedagógico“Enrique José Varona” en 1967. Laboró posteriormente en ladirección provincial del MINED en Camagüey, fue Jefe de Cátedrade Biología en la Escuela Vocacional “Máximo Gómez”,subdirectora docente en el Ballet de Camagüey, y en la EscuelaMedia Profesional de Arte y hasta su jubilación en el 2003,Profesora de Apreciación Artística (Artes Plásticas) en elDepartamento de Arte del Instituto Superior Pedagógico “JoséMartí”, en dicha provincia. Laboró con Jorge Luis Betancourt eh laredacción del libro Por llanos y Montañas.Ambos poseen distintas distinciones otorgadas por el Consejo de Estado de laRepública de Cuba, entre ellas las Medallas por el XXV Aniversario de laCampaña de Alfabetización y XL Aniversario de las Fuerzas ArmadasRevolucionarias.

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Nota: Este libro, con el título “ABRIR LA BRECHA”, obtuvo Premioen 1981 en el Género Testimonio en el Concurso Nacional por elXX Aniversario de la Campaña de Alfabetización, auspiciado enMelena del Sur, Primer Municipio de Cuba declarado Libre deAnalfabetismo (Jurado: Salvador Morales, Daura Olema e IrisDávila). Dos trabajos periodísticos sobre estos estudiantes quetrazaron una senda de ejemplo para los del resto del país en 1961alcanzaron Premio en el concurso “Raúl Gómez García”, delSindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura (SNTC) en 1981y 1982, con los títulos La Primera Lección y Brigadistas en laCiénaga.Después de distintos avatares, se publicó por la Editorial Ácana,de Camagüey, en 2001, con el título Por llanos y Montañas