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Jorge Ibargüengoitia: la burla en primera persona por Gustavo García Jorge Ibargüengoitia Las dificultades para hablar de una literatura satírica como la mexicana empieza en su escasa produc- ción,. que la hacen un género apenas advertible, insignificante. Haciendo a un lado a los retruecanis· tas, recluidos casi todos en el periodismo desde hace décadas aunque de vez en cuando formen un libro, los casos de escritores que asuman los riesgos y beneficios de la burla, la parodia y la ironía como arma literaria son tan pocos (Uzardi, ocasionalmen- te Riva Palacios, Salvador Novo, Renato Leduc) que es imposible establecer ya no tendencias o escuelas, sino· simples constantes que aclaren el fenómeno del "humorismo a la mexicana", si es que existe. Si no hay obras, es inútil también auxiliarse del antiguo culto a Coaht1icue, la conquista, la Malin- che, la espada toledana y los cristos sangrantes; en todo caso, esas imágenes indicarían que no hay literatura humorística porque a México no le ha ido muy bien en su historia. Aceptemos (y partamos de) el hecho de la excepcionalidad de- la literatura satírica mexicana: por un lado, cualquier intento popular por reflejar o proyectar su burla o su picardía en los libros, se frustra por el analfabetismo (o casi) de sus autores y la endémica falta de canales de expresión adecuados, en un país donde hasta a los escritores de cierta importancia se les dificulta ver impresa su obra; por otro, la sátira es vista, por los autores profesionales, no como un tabú sino como un terreno de difícil acceso y tránsito, sembrado con los riesgos de no ser gracioso o no ser tomado en serio üespués. Si hay burla o ironía en las obras de los escritores mexicanos, se da sangran- te, dolida, muy deprimente. No deja de ser sintomático que, de toda la generación que se desarrolló en torno a la Revista Mexicana de Literatura y la Revista de la Universi- dad de principios de los sesenta, con todo su ánimo actualizante y crítico, impulsadas por el triunfo de la revolución cubana y la difusión de la nueva ola cinematográfica y la antinovela franceses, sólo Jorge Ibargüengoitia (yen un tono muy menor, Luisa Josefma Hernández con La plaza de' Puerto Santo) acertara a ver las posibilidades desmitificadoras o críticas del humorismo. Esa generación expresó, con métodos renovadores y más apropiados, el ambiente de las burguesías alta y pequefia ilustradas y ya firmemente afmcadas y tipificadas. A la luz de los cuentos de Carlos Fuentes y Juan García Ponce, los que incluye Ibargüengoitia en La ley de Herodes (especialmente los de amor y desamor: La mujer que no, What became of Pampa Hash?, ¿Quién se lleva a Blan- ca?) se pueden leer como versiones antitrágicas de Las dos Elenas o Un alma pura de Fuentes o Tajimara, Amelia y La cabaña de García Ponce, del mismo modo que La revolución en el jardín (1965) es complemento y antítesis de La primera batalla de Luisa. J. Hernández. Por supuesto, este tipo de relaciones sólo funcionan en un grado de equivalen- 19 cias, de ambientación cultural, de ubicación genera- cional (¿pero se puede hablar de una "generación"?). Los cuentos de La ley de Herodes no son parodias de sus contemporáne.os, sino la vertiente satírica y burlona de un conjunto de obras caracterizado por el dramatismo desaforado. La burla de Ibargüengoitia nace de un horror visceral por las mezquinas manifestaciones culturales y morales de una sociedad que se proyecta y refleja en su eternamente provinciana clase gobernante. Por extensión, incluye en su desprecio (que oculta siem- pre una poderosa fascinación) las expresiones apa- rentes originadas en el subdesarrollo continental. Con más intuición que intención, los personajes de Ibargüengoitia son los equivalentes precisos de los ya más que típicos, clásicos schlemiehl de la literatura judía occidental (Scholem Alejem, Saul Bellow, Philip Roth), los pobres diablos empefiosos y negados para el triunfo. Si de la literatura alemana (Kafka, Musil) pasaron naturalmente a la norteame- ricana, en México estaban inéditos, cuando el más elemental respeto a la realidad nacional debió haber- los incorporado como personajes infaltables de toda la cultura. El gran problema de estos personajes es que no son básicamente graciosos, por cuanto que aparecen derrotados y sólo excepcional y difícilmen- .te triunfan; el humor se ampara en la desproporción entre 10 que los personajes son y a lo que aspiran, entre su insignificancia y la gran magnitud de los problemas en que se meten, en la rapidez con que fortuna y desgracia se alternan en el desarrollo del argumento (si Crimen y castigo o El proceso no pueden ser humorísticas es por que el ambiente está cerrado a cualquier cambio en la suerte de los individuos). El universo de Ibargüengoitia es el de las pequefias frustraciones, el de los actos irreflexivos o malogrados; que de ahí salgan piezas humorísticas es algo que deber ser analizado de modo más amplio, especialmente si se advierte que sus temas no sólo no son (o no deberían ser) graciosos (revoluciones, atentados, crímenes comunes, engafios y fraudes) sino que han sido copiosamente abordados por otros escritores. Los instrumentos con que trabaja son delicados y muchas veces los logros fmales son terriblemente desiguales. Es el caso, por ejemplo, del cuento El episodio cinematográfico: contra situaciones exce- lentemente planteadas (las condiciones bajo las que se debe escribir el argumento que ha sido encargado al autor y dos compafieros) y desarrolladas hasta el absurdo (el proyecto en que están involucradas ya es en sí absurdo), se oponen fmales que pretenden demoler el carácter de los personajes y reforzar 10 ridículo de la anécdota (el autor, molesto con sus colaboradores, se levanta, va a la cocina y se prepara un huevo frito), pero que no dejan de ser buenas ideas mal planteadas, muy inferiores a toda la estructura argumental que las sustentan. Y si no funcionan bien al principio, su repetición sólo logra Gustavo García (México, 1954) colabora en varias revistas y suplementoS! culturales del país. Actualmente prepara un libro sobre "El cine y el estado".

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Jorge Ibargüengoitia:la burla en primera personapor Gustavo García

Jorge Ibargüengoitia

Las dificultades para hablar de una literatura satíricacomo la mexicana empieza en su escasa produc­ción,. que la hacen un género apenas advertible,insignificante. Haciendo a un lado a los retruecanis·tas, recluidos casi todos en el periodismo desde hacedécadas aunque de vez en cuando formen un libro,los casos de escritores que asuman los riesgos ybeneficios de la burla, la parodia y la ironía comoarma literaria son tan pocos (Uzardi, ocasionalmen­te Riva Palacios, Salvador Novo, Renato Leduc) quees imposible establecer ya no tendencias o escuelas,sino· simples constantes que aclaren el fenómeno del"humorismo a la mexicana", si es que existe.

Si no hay obras, es inútil también auxiliarse delantiguo culto a Coaht1icue, la conquista, la Malin­che, la espada toledana y los cristos sangrantes; entodo caso, esas imágenes indicarían que no hayliteratura humorística porque a México no le ha idomuy bien en su historia. Aceptemos (y partamos de)el hecho de la excepcionalidad de- la literaturasatírica mexicana: por un lado, cualquier intentopopular por reflejar o proyectar su burla o supicardía en los libros, se frustra por el analfabetismo(o casi) de sus autores y la endémica falta decanales de expresión adecuados, en un país dondehasta a los escritores de cierta importancia se lesdificulta ver impresa su obra; por otro, la sátira esvista, por los autores profesionales, no como un tabúsino como un terreno de difícil acceso y tránsito,sembrado con los riesgos de no ser gracioso o no sertomado en serio üespués. Si hay burla o ironía enlas obras de los escritores mexicanos, se da sangran­te, dolida, muy deprimente.

No deja de ser sintomático que, de toda lageneración que se desarrolló en torno a la RevistaMexicana de Literatura y la Revista de la Universi­dad de principios de los sesenta, con todo su ánimoactualizante y crítico, impulsadas por el triunfo dela revolución cubana y la difusión de la nueva olacinematográfica y la antinovela franceses, sólo JorgeIbargüengoitia (yen un tono muy menor, LuisaJosefma Hernández con La plaza de' Puerto Santo)acertara a ver las posibilidades desmitificadoras ocríticas del humorismo.

Esa generación expresó, con métodos renovadoresy más apropiados, el ambiente de las burguesías altay pequefia ilustradas y ya firmemente afmcadas ytipificadas. A la luz de los cuentos de CarlosFuentes y Juan García Ponce, los que incluyeIbargüengoitia en La ley de Herodes (especialmentelos de amor y desamor: La mujer que no, Whatbecame of Pampa Hash?, ¿Quién se lleva a Blan­ca?) se pueden leer como versiones antitrágicas deLas dos Elenas o Un alma pura de Fuentes oTajimara, Amelia y La cabaña de García Ponce, delmismo modo que La revolución en el jardín (1965)es complemento y antítesis de La primera batalla deLuisa. J. Hernández. Por supuesto, este tipo derelaciones sólo funcionan en un grado de equivalen-

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cias, de ambientación cultural, de ubicación genera­cional (¿pero se puede hablar realme~te de una"generación"?). Los cuentos de La ley de Herodesno son parodias de sus contemporáne.os, sino lavertiente satírica y burlona de un conjunto de obrascaracterizado por el dramatismo desaforado.

La burla de Ibargüengoitia nace de un horrorvisceral por las mezquinas manifestaciones culturalesy morales de una sociedad que se proyecta y reflejaen su eternamente provinciana clase gobernante. Porextensión, incluye en su desprecio (que oculta siem­pre una poderosa fascinación) las expresiones apa­rentes originadas en el subdesarrollo continental.

Con más intuición que intención, los personajesde Ibargüengoitia son los equivalentes precisos delos ya más que típicos, clásicos schlemiehl de laliteratura judía occidental (Scholem Alejem, SaulBellow, Philip Roth), los pobres diablos empefiososy negados para el triunfo. Si de la literatura alemana(Kafka, Musil) pasaron naturalmente a la norteame­ricana, en México estaban inéditos, cuando el máselemental respeto a la realidad nacional debió haber­los incorporado como personajes infaltables de todala cultura. El gran problema de estos personajes esque no son básicamente graciosos, por cuanto queaparecen derrotados y sólo excepcional y difícilmen­

.te triunfan; el humor se ampara en la desproporciónentre 10 que los personajes son y a lo que aspiran,entre su insignificancia y la gran magnitud de losproblemas en que se meten, en la rapidez con quefortuna y desgracia se alternan en el desarrollo delargumento (si Crimen y castigo o El proceso nopueden ser humorísticas es por que el ambiente estácerrado a cualquier cambio en la suerte de losindividuos). El universo de Ibargüengoitia es el de laspequefias frustraciones, el de los actos irreflexivos omalogrados; que de ahí salgan piezas humorísticas esalgo que deber ser analizado de modo más amplio,especialmente si se advierte que sus temas no sólono son (o no deberían ser) graciosos (revoluciones,atentados, crímenes comunes, engafios y fraudes)sino que han sido copiosamente abordados por otrosescritores.

Los instrumentos con que trabaja son delicados ymuchas veces los logros fmales son terriblementedesiguales. Es el caso, por ejemplo, del cuento Elepisodio cinematográfico: contra situaciones exce­lentemente planteadas (las condiciones bajo las quese debe escribir el argumento que ha sido encargadoal autor y dos compafieros) y desarrolladas hasta elabsurdo (el proyecto en que están involucradas yaes en sí absurdo), se oponen fmales que pretendendemoler el carácter de los personajes y reforzar 10ridículo de la anécdota (el autor, molesto con suscolaboradores, se levanta, va a la cocina y se preparaun huevo frito), pero que no dejan de ser buenasideas mal planteadas, muy inferiores a toda laestructura argumental que las sustentan. Y si nofuncionan bien al principio, su repetición sólo logra

Gustavo García (México, 1954) colabora en varias revistas ysuplementoS! culturales del país. Actualmente prepara unlibro sobre "El cine y el estado".

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resultados aún más disminuidos Qos compañeros semolestan con él y van a la cocina a hacerse huevosfritos).

y es que no es en ese tipo de extravagancias,berrinches y actos "demasiado" pueriles, donde setiene que apoyar la desmitificación o la burla, sinoen los actos que, dentro de la lógica general de laidea, conducen a resultados contraproducentes onaturalmente sorprendentes: en el mismo cuento,uno de los colaboradores, en un ataque de sinceri­dad, confiesa a Ibargüengoitia que quiere dejar todoel proyecto; éste se le anticipa y huye con quinien­tos pesos que le dieron para comprar una botella deron. Pero el mejor ejemplo'es el cuento Falta deespíritu .scout, una pequeña obra maestra de, preci­samente, el intercambio de roles entre vencedores yvencidos.

Puede ser casualidad, pero cualquier tipificaciónde los recursos técnicos de Ibargüengoitia coincidecon la hecha, en 1927, por Américo Castro a las

novelas picarescas en un prólogo a la Historia de lavida del Buscón: usa la técnica naturalista, el carác­ter autobiográfico y "gusta la vida con mal sabor deboca". Naturalismo, autobiografía y desventura sólopueden funcionar literariamente si se refieren a unpobre diablo (aunque esté en el poder) en unambiente lo más cercano a la realidad posible,reflejado con una meticulosidad documental. Eldetallismo hace verosímiles las descripciones y refe­rencias a personas, fechas y lugares reales y lasdesventuras de esa primera persona narradora, anti­mítica, siempre derrotada o humillada; el sarcasmoo la ironía de los retratos es demoledor, así, Fernan­do Benítez es un orgiástico miembro del jurado dela Casa de las Américas, que ante la vista de lascubanas tiene que exclamar" ¡Mira qué mujer! .."¡Mira nomás que culos! " (Revolu i6n en el jar­dín) y Manuel Felguérez y el propio Ibargüeng itiason unos inesperados Hermanos Marx del e ultismen Falta de espíritu scout.

El dominio de las convencione de la autobi gra­fía y la memoria, tan manejado ya en sus cuent s,logró los mejores resultados en la novela Los relám­pagos de agosto (1964). Aquí, el tilo y loobjetivos del autor s n casi subver iv s en u upaci·dad de parodiar; sus pobres diabl ya n s n losburócratas o los intelectuales pequef'loburguese , si·no los militares revolucionario del n rte que, altriunfo del carrancismo, se afmcaron como Úl clasegobernante, los próceres oficiales.

Ibargüengoitia reelaboró memorias del tipo deOcho mil kilómetros en campaffa de Alvaro Obregóno la semblanza de Pancho Villa hecha por Marte R.Gómez para devolver a su ridícula dimensión origi­nal los actos de unos caudillos mediana o nulamenteilustrados, que repentinamente se veían en posesiónde todo un país, presionados por sus iguales deotros bandos, por quienes esperaban ver cumplidaslas promesas por las que se lanzaron a la lucha ypor Estados Unidos, que daba y quitaba su favor alos grupos a su antojo. Dice el héroe, José Guadalu­pe Arroyo, general de división, en el prólogo:"Sirva, sin embargo, el cartapacio que esto prologa,para deshacer algunos malentendidos, confundir aalgunos calumniadores, y poner los puntos sobre lasíes sobre lo que piensan de mí los que hayan leídolas Memorias del Gordo Artajo, las declaracionesque hizo al Heraldo de Nuevo León el malagradeci­do de Germán Trenza, y sobre todo, la NefastaLeyenda que acerca de la Revolución del Veintinue­ve tejió, con lo que se dice ahora muy mala leche,el desgraciado de Vidal Sánchez" (p. 9).

Los méritos de Ibargüengoitia se multiplican des­de el momento en que logra una excelente noveladescodificando el lenguaje, la historia y las conven­ciones retóricas de un género; no se toca el corazónpara pintar a los primeros gobiernos posrevolucio­narios como un refugio de ladrones, cínicos, oportu­nistas e impulsivos, más ambiciosos que triunfantes,

20 Fernando Sampietro, Collages

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siempre sujetos a una suerte cambiante y desmedida,metafísica y poderosa. El general Arroyo, al saberque ha sido designado secretario particular del presi­dente electo, apunta: "...me despedí inmediata­mente de los brazos de mi señora esposa, dije adiósa la prole, dejé la paz hogareña y me dirigí alCasino a festejar" (p. 12). Muerto el presidenteelecto, los frustrados futuros miembros del gabineteplanean incluso modificar la Constitución para man­tener sus puestos. Uno de ellos advierte que esopodría alarmar a la opinión pública, pero "Aquíintervino Trenza, que después de todo era el Héroede Salamanca, ~l Defensor de Parral y el Batidor delTurco Godínez, para decir por qué parte del cuerpose pasaba a la opinión pública" (p. 25).

El argumento tiene muchos puntos de contactocon la rebelión de Adolfo de la Huerta de 1923,contra Obregón y Elías Calles, aunque al estarubicado en 1929 se le puede emparentar con losmovimientos en la cumbre del gobierno que, en

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1927, terminaron en la matanza de jefes militares deHuitzilac. Durante ésta, un grupo de sublevados sereunió en Cuernavaca, donde fueron aprehendidos;el capítulo IX de la novela reproduce con todaminuciosidad y "mala leche" esa junta. El episodiodel ultimátum del cónsul norteamericano en Paco­tas ("Si cae una bala de aquel lado del río. .. elGobierno de los Estados Unidos le declara la guerraa México", p. 91) y el plan de atacar Pacotas conun vagón de ferrocarril lleno de dinamita, es muyparecido a uno real, sucedido en el levantamientodelahuertista.

El ambiente de intrigas, verdades a medias ytraiciones que han caracterizado al gobierno posre­volucionario es bien propicio a la actitud degradato­ria de Ibargüengoitia; la operación no puede ser mássaludable y necesaria, especialmente cuando se havisto que tomar en serio una situación de por sídeprimente como es el mecanismo interno del po­der, sólo conduce a una nueva mitificación (de Lasombra del caudillo a La cabeza de la hidra). Elsistema autoritario absolutista se presta a todos losexcesos, desfigura a quienes acceden a él. ParaIbargüengoitia, sus miembros no son distintos al mástorpe de los ciudadanos, pero el poder les magnificasu torpeza. En Los relámpagos de agosto la despro­porción entre los hombres y sus empresas hace quela fatalidad se afmque como fenómeno omnipresen­te y todopoderoso, por única vez en la obra ibar­güengoitiana; dentro de la mejor tradición de Kafka,los personajes (especialmente el general Arroyo)sufren por causas indirectas (olvidos, chismes, enga­ños, muerte de terceros).

La .-éosmovisión del autor es tan hilarante comopesifuista; si exceptuamos el ya mencionado relatoFalta de espíritu scout, sus héroes jamás alcanzan lavictoria. En el mejor de los casos, sus padecimientosno pasan a mayores y, aunque no ganan nada,tampoco pierden. Su siguiente novela, Maten al león(1969) es la gran pieza de la ironía de la literaturamexicana, comparable a El halcón maltés o Hender­son, rey de la lluvia, donde nadie logra plenamentesus objetivos pero todo termina paradójicamentebien. En Maten al león se revisa la figura deldictador patriarcal latinoamericano, cuya sombra seextiende desde Tirano Banderas hasta La muerte deArtemio Cruz, pasando por La sombra del caudilloy Pedro Páramo (y El recurso del método y Elotoño del patriarca, hechas después de la novela deIbargüengoitia).

El dictador de la isla de Arena, Manuel Belaunza­rán, "el Héroe Niño de las Guerras de Independen­cia" es, más que un Porfirio Díaz antillano, unMussolini americano, que apresa la silla presidencialpor medio de desplantes físicos, leyendas constante­mente revividas para mantener la veneración popu­lar, como la celebración del aniversario de la "tomadel -Pedernal", en la que Belaunzarán nada hasta elislote del Pedernal con un machete entre los dientes

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tras gritar" ¡Voy por la gloria! ¡El que la quiera,que me siga! ". Un dictador primitivo, matón, po­pulachero, que ha sobrevivido y perdurado gracias asu mano fuerte y la apabullante mediocridad aníriü­ca de sus súbditos, tiene como lógica contraparte unambiente monótono y miserable. Ahí, " .. .la tomade la casa de doña Faustina, la de San Cristóbalnúmero 3, el burdel más caro de Puerto Alegre(capital de Arena) formará, en adelante, parte de lamitología arepana" (p. 13).

El subdesarrollo como provincianismo o vicever­sa: el panorama local es siempre una imagen delambiente general, para el subdesarrollo, todo anhelocosmopolita será imitación servil, importación dócil,impostura que pretenda negar, cubrir, la miseriainterna. Eso ya lo había apuntado Leopoldo Alas alretratar a España en sus excelentes piezas de provin­cia Su único hijo y La regenta (que, por cierto,prologó Ibargüengoitia para Porrúa) y, de algúnmodo, también lo han hecho los escritores mexica-

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nos (Al filo del agua de Yáñez, Pedro Páramo), perosólo en Rulfo e Ibargüengoitia se dan los alcancesnacionales de la mezquindad con toda precisión. Deahí que los atentados que intentan los burgueses dela isla contra el tirano, tienen el carácter desmedidoe idealizado de los folletines por entregas en losque, supuestamente, se han nutrido (el complot paramatarlo con un alfller envenenado durante un baile,es por otro lado, el clímax de la novela y el mejorepisodio). Por demás está decir que todo falla y elgran héroe de la burguesía, el aviador Cussirat, elmejor partido de Arepa, tiene que huir en un barco.Es el pobre maestro Pereira, un personaje secundariohundido en la miseria, quien aniquila al dictador abalazos, impulsivamente y de frente. Pero no hayvictoria, Pereira es fusilado.

Los relámpagos de agosto y Maten al león apoyanbuena parte de su enorme importancia en la capaci­dad de revelar las ab urdas pcculiaridadc resultantesde vivir bajo esquemas mentales incom patibles conla realidad, de enfrentar lo deseos con la impoten­cia (de gobernar un pafs, de derrocar a un presiden­te, de alcanzar el m s mínimo fin) y configurartodo eso como un m d de vida universal.

En siguiente n vela, Estas ruinas que ves (l975)es mucho meno ambi io que sus predecesoras,aunque lo devuelv al tono aut biográfico (Maten alleón está en tercera persona) y al intimismo de suscuentos. Son obvias las semejanzas entre el Guana­juato natal del autor y I ciudad de uévano, capitalde plan de Abajo ( uévano e menciona, circunstan­cialmente, en Los relámpagos . ..), pero lo que podíahaber dado material para un buen cuento sobre laprovincia moderna (el amor ¡¡!atónico del profesoruniversitario Francisco Aldebarán por su alumnaGloria, quien, según el historiador Isidro Malagón,sufre una inflamación cardiaca que !a llevará a latumba en cuanto tenga su primer orgasmo) aquí seprolonga innecesariamente con insistentes borrache­ras del cuerpo docente de la universidad local y laconflictiva relación amorosa entre Alderabán y Sari­ta, esposa del profesor Espinoza.

Aunque el ambiente y, más o menos, la ideabásica estaba apuntada ya en breve episodio teatral,Amor de Santa y el profesor Rocafuerte (Revista dela Universidad, julio de 1961) y nuevamente apareceel problema del objeto deseado y nunca alcanzado(en este caso Gloria), el buen resultado general dellibro se tambalea por una serie de buenas ideas,ocurrencias en torno a la falsa respetabilidad de losprofesores universitarios que no pasan del vacile y elchoteo. Basar una novela en la obsesión sexual delos maestros (lo que permite el excelente capítulode la pintura de murales en "La flor de Cuévano",donde todos se dedican a ver las nalgas desnudas deSarita) y en la espectativa de que la casadera yseducible Gloria no se case, exige un rigor y unasencillez que, extrañamente, no siempre tiene elautor. Aun el complicado sistema de equívocos que

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conducen a la total frustración de Alderabán (Saritarompe con él, Gloria no está enferma) está apoyadoen bases tan falsas y previsibles (lo de Gloria loinventó Malagón en una borrachera) que el lectorjamás participa del todo en los empeños del profe­sor, pues sabe más que él. Con todo, Estas ruinasque ves no es solamente una obra extraordinaria·mente divertida (aunque poco ambiciosa, ciertamen­te) sino que recupera la figura de un autor conmagnífica intuición para la literatura erótica, comoya se veía en sus primeros cuentos.

El proyecto de Las muertas (1977) se remonta amucho tiempo atrás; ya en la novela anterior semencionaba el caso de "Las Poquianchis", rebautiza­das por Ibargüengoitia comq las hermanas Baladro.La novela se basa en la investigación hemerográficade lo mucho que se publicó, a principios de lossesenta, sobre las macabras actividades de unastratantes de blancas que operaron en varios estadosdel centro del país, donde tenías varios burdeles

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para refugiarse cuando eran corridas de algún pue­blo.

Esta es la primera aproximación total de Ibar­güengoitia al mundo de la miseria económica, de lanecesidad de vender a las hijas y éstas de vender sucuerpo para sobrevivir. El resultado es tan desigualcomo en su novela previa, pues lo que cuenta no es,en lo absoluto, gracioso, es dificilísimo ver conligereza a la prostitución, más aun cuando se ejerceentre castigos corporales y amenazas de muerte.Para salvar la imagen, el autor ha enfatizado 10singular de algunos personajes y situaciones (tansingulares como el modo de actuar de estas audacesrnadrotas). lbargüengoitia se siente fascinado por laosauía de las regenteadoras, que cumplen sus viejosrencores con balaceras bestiales, que dependen delpoder que les da poseer la vida de varias mujeres yla fuerza de las armas para ganar su impunidad antelas autoridades, que ven a sus trabajadoras comomeras esclavas, incluso estorbosas en cierto mamen·too Son las patronas perfectas del capitalismo, conlas agravantes del subdesarrollo y que comercianabiertamente con seres humanos. Amparado en se­ñoras tan llamativas, se mueve un mundo ya máscercano a las constantes ibargüengoitianas de lasbuenas intenciones aniquiladas por la estupidez.

Tacho, el coime de las Baladro, sufre así suenorme fuerza: "Una tarde le di un abrazo a unamigo y cuando lo solté se cayó al piso... Por esome llevaron a la cárcel" (p. 180). En consecuencia,Arcángela Baladro lo contrata: "Eres muy grandote,te ves muy feo y pareces muy bruto. Voy a darteun trabajo que te va a gustar" (p. 181). La muertede las rameras, que da el título a! libro, sigue elmismo rumbo del equívoco: la Calavera int~ntaaliviar de un doloroso aborto a Blanca, pero leprovoca la inmediata defunción; Teófilo, cuñado delas Baladro, está encargado de vigilar en su rancho avarias prostitutas castigadas, cuando éstas intentanhuir, él usa la escopeta tirando a matar, acertandoen dos, pues teme la ira de sus cuñadas si dejaba ira las mujeres. Para colmo, se gana un regaño de laspatronas ¡lar enredar la situación.

En ~oda la obra d~ Ibargüengoitia, sus personajesno entIenden de térmmos medios, sus decisiones sondefmitivas, fallidas o contraproducentes. Participa deuna, ac~i~ud desencanta,da por el mundo en que letoco VIVIr, por un paIS tan insignificante cultura!­me~t~, sometido a una oligarquía tan ignorante yestupIda que reduce a su semejanza a sus sometidos.Un a~biente de falsas espectativas, gesticulante ygrandilocuente en su vacuidad, sólo 'se presta a ladesesperanza o la burla. Dolorosamente, desde loscuentos de La ley de Herodes (o aún antes desdes~s reseñas teatra~es) hast~ Las muertas, IbargÜengoi­tia entrega parodIaS que SIempre son copias fieles dela realidad. Que él (y, sus ~ectores) se puedan reír deeso puede ser un smtoma de cinismo o de saludmental.