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Y a desde lejos se oía ese ruido que sólo pueden hacer las grandes ciudades, un sonido que se com- pone de todos los sonidos al mismo tiempo, de una confusión de voces y gritos de animales, de repicar de campanas y tintinear de dinero, risas de niño y marti- llazos, entrechocar de cubiertos y portazos de miles de puertas, nacimientos y muertes simultáneas... Un mur- mullo grandioso, producido por la vida misma. Como si tiraran de mí, avancé hacia la ciudad. Primero despacio, todavía un poco temeroso, y luego cada vez más deprisa, hasta que empecé a correr. Atlántida pare- cía tener una atracción magnética; cuanto más crecía el rugido de la ciudad, más ansioso estaba de saber quién o qué lo provocaba. Finalmente estuve sin aliento ante la puerta de entrada (que, como supe más adelante, sólo era una de las muchas puertas). Por lo menos a veinte metros se alzaban dos columnas de mármol negro con una inscripción cincelada: 485

pone de todos los sonidos al mismo tiempo, de una ... · Ésa es la razón de que enanos, demonios, trolls, brujas y otras formas de vida no humanas se encuentren sólo escondidas

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Ya desde lejos se oía ese ruido que sólo puedenhacer las grandes ciudades, un sonido que se com-pone de todos los sonidos al mismo tiempo, de una

confusión de voces y gritos de animales, de repicar decampanas y tintinear de dinero, risas de niño y marti-llazos, entrechocar de cubiertos y portazos de miles depuertas, nacimientos y muertes simultáneas... Un mur-mullo grandioso, producido por la vida misma.

Como si tiraran de mí, avancé hacia la ciudad. Primerodespacio, todavía un poco temeroso, y luego cada vezmás deprisa, hasta que empecé a correr. Atlántida pare-cía tener una atracción magnética; cuanto más crecía elrugido de la ciudad, más ansioso estaba de saber quiéno qué lo provocaba.

Finalmente estuve sin aliento ante la puerta de entrada(que, como supe más adelante, sólo era una de las muchaspuertas). Por lo menos a veinte metros se alzaban doscolumnas de mármol negro con una inscripción cincelada:

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En medio de las dos columnas había una figura impre-sionante, tres veces mayor que yo y con tres veces másde pelo, el doble de dientes y ojos rojos y vidriosos. Teníaen la mano una herramienta para hacer todo lo imagi-nable y llevaba en la cabeza una gorra de vidrio soplado,de aspecto militar. En aquel momento no lo sabía aún,pero era un miembro de la guardia municipal, una tropaque, tradicionalmente, se componía sólo de yetis. El yetime miró torvamente de arriba abajo y se dio con laherramienta en la gorra, lo que produjo un «pling» claroy cristalino.

–¡Buenos días! ¿Eres alguien emparentado directa-mente con otra persona o buen amigo de ella, o de algúnotro modo entroncado, financieramente dependiente orománticamente involucrado? –me preguntó.

–No –respondí yo–. Soy Osoazul.–Eso se ve. No soy imbécil. Tengo que interrogarte por-

que es mi trabajo. ¡Bienvenido a Atlántida, la ciudad delfuturo! ¿Ves ese grifo allí arriba en el alminar?

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Me señaló con su herramienta la punta de un alminarque se alzaba hacia el cielo detrás de él. En la balaustradasuperior había un imponente grifo.

–Sí –respondí.–Es un grifo auténtico. ¿Sabes lo que eso significa?–No –dije yo.–Significa que es un grifo auténtico.Me dirigió todavía otra mirada larga y difícil de des-

cifrar. Luego me hizo gesto de que pasara. Cuando medeslicé por su lado con la cabeza baja, el suelo tembló depronto. Fue sólo una ligera sacudida y el yeti y yo nosbamboleamos un poco, pero enseguida pasó.

–¿Qué era eso? –pregunté.–Un terremoto. Los tenemos con frecuencia. Son ino-

fensivos. Bienvenido a Atlántida.

Del«Diccionario de prodigios, formas de vida yfenómenos de Zamonia y sus alrededores

que requieren explicación»por el Prof. Dr. Abdul Ruyseñor

Atlántida: Capital y sede del gobierno del continente deZamonia, de categoría megaciudad (más de 100 millones de habi-tantes). Atlántida se dividide en cinco distritos administrativos,que en realidad son otros tantos reinos: Nastaltis, Siynalta,Titalans, Tatilans y...

Gracias, lo sabemos. Atlántida, en el momento en quellegué allí, era por decirlo así el centro de la Tierra paraformas de vida no humanas o semihumanas. Los sereshumanos, lisa y llanamente, no eran admitidos enAtlántida, lo que era consecuencia de las luchas suce-sorias de Zamonia.

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Originalmente, la población de Atlántida se compo-nía de un tercio de seres humanos, hasta que entre losnattifftoffes y ellos se produjo un enfrentamiento, cuyo ori-gen fueron las aspiraciones a la alcaldía de Atlántida, lo queen la práctica significaba el dominio total sobre Zamonia.La alcaldía estaba desde hacía varias generaciones enmanos de los nattifftoffes, lo que un día denunciaron losseres humanos como nepotismo, reclamando eleccioneslibres. Se produjeron disputas encarnizadas, que al principiofueron sólo verbales, pero luego llegaron a las manos.

Las disputas sucesorias

En una trifulca masiva durante un debate en el ayun-tamiento superior de Atlántida entre políticos humanosy nattifftoffes, un nattifftoffe fue defenestrado en eltumulto general, partiéndose una oreja (los nattifftoffes tie-nen orejas muy complicadas, de sistema óseo afiligranado).

Los nattifftoffes, de forma diplomáticamente hábil, lotomaron como pretexto para concertar una alianza concasi todas las formas de vida no humanas o semihuma-nas, consiguiendo así una especie de proscripción básicade los seres humanos en Zamonia. Los seres humanos,ofendidos, emigraron a otros continentes y fundaron–por así decirlo, por despecho– capitales mundiales comoRoma, Constantinopla o Londres, en las que, a su vez, lasformas de vida no humanas o semihumanas estabanproscritas, especialmente los nattifftoffes.

La proscripción de los seres humanos

De esa forma se produjo una separación entre huma-nos, semihumanos e inhumanos que perdura hasta hoy.

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Ésa es la razón de que enanos, demonios, trolls, brujas yotras formas de vida no humanas se encuentren sóloescondidas en la proximidad de los seres humanos. Undestino parecido comparten los escasos seres humanosque, sin embargo, permanecieron en Zamonia, se man-tuvieron lejos de Atlántida o se dirigieron al desierto,como los que yo había conocido en el Tornado.

Nattifftoffes

Así pues, en Atlántida había nattifftoffes, contempo-ráneos no especialmente agradables cuyos orígenes esta-ban al parecer en Noruega o tal vez incluso en Islandia.Se decía que, en otro tiempo, se habían agarrado a escon-didas a los barcos de los vikingos para llegar a Atlántida;una leyenda quizá, pero que dice mucho al menos sobresu capacidad de aguante.

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Eran alces que caminaban erguidos, de cuerpo humanoy orejas muy largas, proyectadas hacia fuera y sensi-bles. Era difícil decir qué era lo que hacía de los nattiff-toffes unos políticos tan extraordinarios, tal vez su oídosupersensible. Un proverbio de Atlántida dice que unnattifftoffe sabe que el viento está girando antes de queel propio viento lo sepa.

Kluddos, brujas-avellana, fossegrims y otros habitantes de Atlántida

Había además kluddos de Florinto, que eran comoperros-murciélago, grandes, de piel negra y con alas,pero muy sociables; había duendes domésticos negros,brujas-avellana del estrecho de Gral, gütlos de la Zamo-nia septentrional, kiyamattöras de Trigueros, fossegrimscuyos antepasados venían de Groenlandia, hombres defuego del Valle del Agua y hordas nómadas de hombre-cillos fénix que, originalmente, procedían de Silesia.

La mayoría de los habitantes de Zamonia venían deotros continentes. Estaban las gallinas de tierra italianas,una extraña mezcla de hombre y gallina, exteriormentepequeños volátiles totalmente normales que, sin embargo,advertían sobre todo, con voz humana de bajo, de lasdesgracias que se avecinaban.

Bajo los numerosos puentes de la ciudad vivían ener-banskos de Heligolandia, gnomos serviciales, simpáticosy tímidos, que, sin que se les pidiera y en secreto, saca-ban de noche la basura. También junto al agua habitabanen chozas de hojalata los seres salvajes, una multitud fas-cinante de seres híbridos, a veces medio hombres ymedio peces, y otras medio cabras y medio insectos, a losque gustaba permanecer juntos, lo que en general era muybien acogido.

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Sapos y morcillones

En las esquinas de las calles había sapos musicalesde Portugal, que cantaban canciones melancólicas deamores perdidos y otras iniquidades; los aterradoresmorcillones (por arriba osos hirsutos de piel negra yenormes dientes salientes, pero del vientre hacia abajohombres huesudos de piel rojo sangre y pies sensacio-nalmente grandes, de talla 50 o superior) solían abor-dar a los transeúntes pidiéndoles unas monedas. A losmorcillones se los encontraba siempre donde habíaque hacer el bestia.

Wolpertingos

Los wolpertingos zamónicos eran respetados portodos y también un tanto temidos, porque les gustabahacer exhibiciones de lucha en las que entrechocaban suscuernos. Sus antepasados venían de Baviera, parecían casiperros normales, pero tenían tres metros de talla y cami-naban erguidos. Trabajaban principalmente como guar-daespaldas o matones.

Sammlasams

Los sammlasams hacían bollitos de levadura enhogueras de hierba y los vendían tan baratos que losbollitos se habían convertido prácticamente en un ali-mento básico. Los sammlasams eran muy pequeños yredondos como una bola, y estaban totalmente cubier-tos de piel. Eran de origen puramente zamónico y,según una leyenda, procedían de los pantanos-cemen-terio de Dull.

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Demonios-ricksha

Del transporte se encargaban demonios-ricksha chinos,unos tipos enormes y feos, con pantorrillas más enormesaún. Dejaban simplemente que uno se sentara en sujoroba, cualquiera que fuera su peso, y salían zumbando,veloces como el viento.

Gnomos de cañaveral

Los t’hut’hus africanos eran gnomos de cañaveral,no mucho mayores que niños de tres años, pero enor-memente rápidos, fuertes y pendencieros. Los druidas

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irlandeses, en cambio, eran pacíficos pero no dejaban deser peligrosos, porque, al parecer, podían convertirlo a unoen abeto o picaporte, si ofendía a su patria.

Derviches

Un tanto molestos pero inofensivos eran los derviches tri-llizos de la India central, que naturalmente aparecían siem-pre de tres en tres y repartían confusos panfletos filosóficos.

Espectros del mediodía

Los espectros del mediodía procedían del espacioasiático y solían hacer sus fechorías sobre todo a esa hora.Parecían recortados en papel. Nadie sabía muy biencómo tratarlos, porque cuando un espectro se aparecedurante el día no resulta muy impresionante, ya quetodo su horrible aspecto desaparece. Realmente tener aun espectro en casa en pleno día sólo resulta molesto. Losespectros del mediodía no se dejaban desconcertar porello y realizaban sus números aunque uno estuvieracomiendo y no se dejara impresionar.

Draks

Divertidos eran los draks, minidragones de la familia delos duendes, espíritus domésticos bondadosos y de buenasintenciones. No tenían nada en común con los grandes dra-gones que escupen fuego, salvo su aspecto físico. Lo mismoque un delfín no es al fin y al cabo un pez, sino un mamí-fero, los draks no eran dragones, sino, bueno, algo distinto.Los draks incluso traían suerte si se los trataba con respeto...

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y para un drak respeto quería decir sobre todo una ali-mentación ejemplar. Pero con los draks pasaba algo parecidoa lo que pasa hoy con la lotería. Podía ocurrir que se atibo-rrara a uno de ellos durante años sin que sucediera nada,mientras que alguien invitaba un día a un drak a comery al día siguiente encontraba un cubo lleno de oro bajo laescalera del sótano. Además, los draks tenían la curiosacualidad de convertirse por corto tiempo en perros moja-dos, lo que les gustaba hacer sobre todo los días de fiesta.

Gusanos mordedores

Los gusanos mordedores figuraban en los escalonesmás bajos de la escala social. Oriundos de los Alpes báva-ros, estaban un tanto desplazados en la gran ciudad y, porsu comportamiento sumiso y servil, resultaban repulsivospara cualquier temperamento estable. Sin embargo, a losmorcillones les gustaba tenerlos como animales domésti-cos a sueldo y hacían que les trajeran el periódico.

Grifos

Los grifos, seres híbridos de león y águila impresionan-temente hermosos, dotados de gigantescas alas negras deángel de la muerte, eran algo así como la policía no autori-zada de Atlántida y la razón principal de que en una ciudadgigantesca tan caótica todo fuera relativamente pacífico.Todos respetaban a los grifos, no sólo por su superioridadfísica, sino, sobre todo, por su integridad salomónica y sudeportiva imparcialidad. Se sentaban en la punta de losrascacielos, alminares y pirámides de la ciudad, como sím-bolos de la Justicia tallados en granito, y paseaban su miradaaguda y despierta por el hervidero de las calles. Hay que

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haber presenciado la aparición de un grifo para saber quéaspecto tiene la autoridad. Sus alas causaban al aterrizar másruido y remolinos que un helicóptero, y cuando las garrasdel grifo se clavaban en el suelo, abría su poderoso pico ysurgía de él el rugido de una manada de leones, uno se que-daba inmóvil, estuviera haciendo lo que estuviera haciendo.

Gárguilas

Sus ayudantes eran las gárguilas, una especie de gnomosalados, de aspecto muy variado. Eso se debía a que enAtlántida había diversas gárguilas de los más diversos con-tinentes, que con el paso de los siglos se habían mezclado.

Las había de cuerpo de enano jorobado y rostro casihumano, algunas con cola de saurio y cabeza de dragóny otras con pies de pato y rostro de gnomo, pero todastenían unas alitas como de cuero. Se ocupaban de losasuntos de poca importancia para los grifos, infraccionesde tráfico, raterías en comercios, perturbaciones de la paznocturna, etc., en los que la intervención de un grifohubiera parecido desproporcionada.

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Su aspecto un tanto siniestro y sus modales bastantebruscos eran la causa de las tasas de delincuencia sor-prendentemente bajas de Atlántida. En algunas grandesciudades de hoy se ven aún gárguilas esculpidas en pie-dra, en iglesias o antiguos rascacielos, transmitidas porescultores humanos que en otro tiempo vivieron enAtlántida.

Abubillas

También las abubillas tenían alas, pero eran muchomenos respetadas. Al contrario, casi todo el mundo las per-seguía porque corría el rumor de que sus alas traían feli-cidad en el amor, lo que a su vez hacía que las abubillas sólose sintieran semiseguras cerca de los grifos. Allí donde habíaun grifo, no sólo revoloteaban alrededor las gárguilashabituales, sino que en algún lado se apretujaba tambiénuna espesa bandada de abubillas sobre algún canalón.

Bertas de pies grandes

Las bertas de pies grandes eran medio patos mediobrujas de la maleza; mejor dicho, por arriba mujeres conpico de pato y por abajo patos con pies de mujer muygrandes. Eran absolutamente inofensivas, aunque mal-dijeran de todo lo que se cruzara en su camino. Graz-nando y chillando, vagaban sin descanso por los barriosde Atlántida, siempre solas, y sin duda hay que consideraruna bendición que nadie, salvo las propias bertas, com-prendiera su idioma. Sus maldiciones se hacían real-mente espectaculares cuando se encontraban casual-mente dos de ellas. Si eso ocurría de noche, no se podíapensar ya en dormir en un radio de tres kilómetros.

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Dragones

Naturalmente había dragones, al parecer unos 500ejemplares en toda Atlántida..., pero nunca se veía a nin-guno. Vivían en la parte subterránea de la ciudad (de la quese hablará después), porque en realidad pertenecían a lafamilia de los gusanos con escamas, que, por su alta pre-sión arterial, prefieren vivir en condiciones frescas, húme-das y sin estrés. Sobre los dragones, baste decir demomento sólo esto: sí, realmente pueden escupir fuego; no,no raptan doncellas; sí, tienen voz humana (por lo menosel que yo conocí) y sííí, pueden ser muy, muy malos si unose tropieza con ellos en un momento inoportuno.

Doblenanos

Los doblenanos se paseaban por todas partes, peleán-dose consigo mismos. Eran criaturas dignas de lástima del

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género de los seres dúplices, que se componían de unacabeza parlante y un estómago parlante, en realidadsiempre en desacuerdo sobre lo que fuera.

Pesadillas

Las pesadillas eran sumamente molestas e impopu-lares. Procedían de la familia de los espíritus opresivosdominantes y, con ayuda de sus alas de murciélago,podían introducirse de noche en cualquier alcoba parasentarse sobre el pecho de quien durmiera, lo que hacíaque el afectado tuviera malos sueños. Con eso no salíaganando nadie, ni siquiera las pesadillas, de maneraque los nattifftoffes (con el consentimiento implícitode los grifos) las declararon fuera de la ley, lo cual, sinembargo, sólo hizo que las pesadillas escondieran aúnmás sus lugares para dormir y reproducirse, para lo queAtlántida ofrecía abundantes posibilidades. Se murmu-raba incluso que las pesadillas habían descubierto lasentradas secretas de las pirámides de Atlántida, esta-bleciendo en ellas su morada.

Poppelas

Un espléndido negocio hacían las poppelas, duendesdel bosque manualmente dotados, que fabricaban estre-llas de bruja de marquetería. Las estrellas de bruja, cuandoestaban bien hechas, se consideraban el único remedio efi-caz contra las pesadillas. Al parecer, sólo las poppelassabían serrar una estrella como era debido. En la práctica,en casi todos los hogares de Atlántida colgaba al menosuna estrella, y a pesar de ello había una y otra vez malossueños provocados por las pesadillas, lo que dio a las

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poppelas fama no sólo de trabajar en ocasiones chapu-ceramente, sino de estar conchabadas con las pesadillas.

Vampiros

Los vampiros eran un capítulo aparte. Atlántida estabaplagada de vampiros y realmente no habría que meter-los a todos en el mismo saco. En primer lugar, habría quetener en cuenta de qué se alimentaban, y sólo una mino-ría lo hacía de sangre. Los que lo hacían eran, desdeluego, criaturas desagradables, que vivían sobre todo enruinas de catedrales italianas que nadie en su sano juiciofrecuentaba después de la puesta de sol. En contra detodas las descripciones actuales, los vampiros chupa-sangre tenían aspecto de grandes gatos de pelo oscuro conrostro de babuino y alitas de murciélago cortas y comode cuero. Además, también en contra de todas las leyen-das, eran muy capaces de alimentarse de forma normal,sin depender necesariamente de la sangre. Cuando seponían a ello, hasta podían alimentarse sólo de desechos.

También había vampiros chupasangre que conseguíansu principal alimento por medios legales. Compraban lasangre en las innumerables casas de empeño de Atlántida.Entre esos vampiros estaban los dwerrogs (seres pareci-dos a turones, con dientes salientes y buenos modales),los sorbesangres yhôllicos (gordos demonios de montañade dos caras) y los hombres-lobo procedentes de Tran-silvania, que se dedicaban tradicionalmente a toda clasede préstamos.

Olfatillos

Los demás vampiros, básicamente inofensivos, sedividían en vampiros de olores, de sentimientos y de

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ruidos. Vampiros de olores eran, por ejemplo, lossumamente delgados olfatillos, de aproximadamentemedio metro de largo, que tenían hasta quince narices.Se alimentaban exclusivamente de olores corporales detodo tipo. Lo que a primera vista suena un poco asque-roso, era algo evidentemente práctico: cuando, despuésde alguna actividad deportiva, se olía fuertemente asudor, bastaba con que un olfatillo se arrimara a uno unossegundos e inhalara el olor a sudor con sus numerosasnarices, y el olor desagradable desaparecía por completo.

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Había una clase de olfatillos poco simpáticos y bastantemás pequeños, de sólo cuatro narices pero con ochopatas, que estaban especializados en el mal aliento y denoche trepaban a los rostros de los que dormían paraabsorber el mal olor de su boca. Podía ser traumático des-pertarse por la noche y encontrarse con un pequeñoolfatillo jadeante sobre el rostro.

Orejitos

Vampiros todavía más inofensivos y de parecida utili-dad social eran los vampiros de ruidos, llamados popu-larmente orejitos, que vivían de la cháchara. Eran apenasmayores que perros tejoneros, pero tenían unas orejasde las que no se avergonzaría un elefantito. Por lo gene-

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ral estaban sencillamente echados en lugares públicoscon una oreja levantada, lo que resultaba muy gracioso.

Los orejitos podían almacenar lo que habían oído durantemeses y repetirlo antes de haberlo digerido por completo,lo que los hacía muy solicitados como transmisores ambu-lantes de noticias o testigos de trifulcas verbales. Se irrita-ban fácilmente si se abría y cerraba la boca haciendo comosi se estuviera hablando. Entonces daban saltos comolocos de un lado a otro, tratando de captar con sus orejaslas palabras que supuestamente se les habían escapado.

Pixis

Los pixis o elfos no eran tan amables y, sobre todo, notan bonitos e inocentes como su fama actual quiere hacercreer. Eran más bien como insectos muy desagradables; pordecirlo así, avispas de gran inteligencia. Los obsesionaba todolo dulce y por eso no se podía comer en toda Atlántida untrozo de tarta sin compartirla con un elfo al menos. No sepodía matar a los pixis porque no sólo traía mala suerte, sinoque, al parecer, ello acarrearía el hundimiento de Atlántida.Ese rumor era tan aceptado por todos que nadie podíarecordar ya de dónde procedía, pero yo tenía la secreta sos-pecha de que venía de los propios elfos, aquellos bichitosastutos, que probablemente se lo susurraban al oído denoche, una y otra vez, a los habitantes de la ciudad.

Bocazas

Los bocazas, ah, ¡ésos sí que eran verdaderamente desa-gradables! En realidad los bocazas eran demonios del bos-que procedentes de las espesuras que había en la periferiade la ciudad y a los que no se les había perdido nada en

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un gran asentamiento civilizado, pero de vez en cuandoalguna tropa borracha de ellos se desviaba hacia Atlán-tida y no podía ser rechazada en las puertas por losyetis, porque no había ninguna prohibición expresa de supresencia en Atlántida.

Los nattifftoffes se ocupaban de la cuestión desde hacíaaños, pero al parecer les resultaba especialmente difícil por-que estaban lejanamente emparentados con ellos. Losbocazas eran exteriormente parecidos a los nattifftoffes,salvo por su tamaño y sus orejas humanas aplastadas.

Aquellos gamberros eran muy grandes, incluso paraAtlántida, hasta de diez metros. Se presentaban siempreen grupos de por lo menos 150 o 200, y la fuerza des-tructiva de una de esas tropas correspondía a la de unbologg de tamaño medio. Una banda de bocazas enAtlántida significaba antes o después una bronca. Lamayoría de las veces era con los morcillones con los queandaban a la greña o, curiosamente, con los diminutost’hut’hus, que no permitían que nadie les dijera nada. Cadavez hacía falta una docena de grifos para calmar la situa-ción y echar cortésmente de la ciudad a los aguafiestas.

Fhernhaches

Los fhernhaches eran muy distintos, queridos portodos, de corazón blando, militantemente románticos ysiempre con un cumplido en la boca.

Los llamaban también zalameros, porque ininte-rrumpida y espontáneamente se dedicaban a alabar aalguien, darle coba, admirar su trabajo o su aspecto físicoy entusiasmarse por todo... sin recompensa. Cuandouno estaba un tanto deprimido, lo mejor que podía hacerera ir a ver a un fhernhache, que lo animaba sin lugar adudas.

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Los fhernhaches procedían de Fhernhachingen, en elsudoeste de Zamonia, una tierra separada del continentepor una larga grieta. Dice la leyenda que Wotan, un diosde poca comprensión por la bondad, se encolerizó tantoun día por la amabilidad de los fhernhaches que, con suhacha gigante, separó Fhernhachingen de Zamonia. Sinembargo, se trataba probablemente de un antiguo canalque construyeron los primeros venecianitos de Zamonia.

Mandrágoras

Las mandrágoras que había eran solanáceas griegas yseres vegetales semihumanos bastante apegados, de bra-zos y piernas semejantes a raíces con los que podían aga-rrarse a todo. Y lo hacían siempre, porque era lo único quesabían hacer. Para ellas era un enigma eterno que no selas recompensara generosamente como en su patria, endonde era corriente pagar a las mandrágoras por adhe-rirse, ya que al parecer eso traía suerte al labrar la tierra.

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Ménades furiosas

También de Grecia, pero de carácter muy distinto, eranlas ménades furiosas, adeptas del dios Dioniso, quesolían vestirse de pieles de animales y bailaban en lascalles hasta desmayarse. Tenían cuerpo de mujer yrostro de gato montés. Iban acompañadas siempre de untropel de sátiros, flautistas inspirados y bebedores de vinode rasgos humanos y fuertes patas de chivo. Los vene-cianitos eran trolls mineros de Toscana, muy trabajado-res y cantarines, pero también orgullosos, vengativos y,sobre todo, casi siempre en huelga.

Cerdovivos

Si se buscaban desafíos intelectuales, se iba a los cer-dovivos ágiles. Eran semicerdos muy delgados y detalento filosófico, con tendencia marcada al ascetismo:se alimentaban exclusivamente de té, papilla lacteada ydiscusiones. Siempre había dos o tres de ellos en cual-quier salón de té de Atlántida y era un juego de niños

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arrastrarlos a un debate filosófico. Un cerdovivo, dis-cutiendo, podía quitarle a uno la silla de debajo del tra-sero y sentarse en ella si no se tenía cuidado. Sólo hacíafalta lanzar alguna afirmación gratuita en la sala para quealgún cerdovivo sostuviera exactamente lo contrario. Sinembargo, había que conocer los límites, porque un cer-dovivo estaba siempre dispuesto a batirse en duelo porsu opinión. Y eran asombrosamente diestros con laespada.

Serpientes del Midgard y twerpes

De vez en cuando se daba un garbeo por las callesalguna de las vistosas serpientes del Midgard, tan grandey larga como una locomotora con diez vagones, pero taninofensiva como una ardilla. Detrás de ella se afanabangrupos de twerpes, que recogían la huella viscosa de laserpiente en cubos para hacer con ella una sopa que, alparecer, daba la inmortalidad. (Lo que nunca pudo pro-barse porque los twerpes se la comían ellos mismos y, detodas formas, vivían al menos mil años.)

Gusanillos de Baalbek

Los gusanillos de Baalbek no lo eran, quiero decirque no eran gusanillos, ni siquiera gusanos, sino grandesgallinas granujientas de cabeza de toro y tres brazosmusculosos. Nadie sabía de dónde les venía el nombre,porque no tenían el más mínimo parecido con gusanosy no venían de Baalbek, sino de la Isla de Pascua. Teníanbuenos modales, pero hábitos peculiares, por ejemplo elde enterrarse hasta las caderas en suelos de arena suelta,murmurando oraciones incomprensibles.

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Es imposible enumerar todas las formas de vida quepoblaban Atlántida. Entre otros muchos grupos y fami-lias estaban aún la dunenfolk danesa, los hombrecitossemihechos de Nueva Zelanda, los frates del hielo deAntártida, los hombrecitos-bonsai del Japón, las terne-ras-monje, los melusinos, los ghorks, la gente olvidadizadel musgo, los alcaudones, los hombrecitos de patí-bulo, los triches del Elba, las nornas, los lémures, hoa-wifos, roepiedras, rúmpeles-tíjeles, almocafres, som-breritos, cabezas de perro, espíritus del centeno,hombres-pasto, gusanos del paraíso, bucentauros, wol-terkos, gigantes del éter, semimumios, pretses, volti-gorkos, hombres de canela, mujeres-tallo, chochas deviento, lémures-ternera, juanpepinos, zantalfigores,yines de agua, sombras pigmeas, haluhatses, orkos de pan-tano, pelúos de nieve, gnomos del bosque, brujas de laturba y todo un ejército de minigrupúsculos difícilmenteclasificables y de individuos aislados de toda clase.Hasta se admitía en Atlántida a los bologgs, aunquesólo a los de menos de quince metros y con cabeza.

Un oso azul no llamaba la atención.

La gente invisible

Bueno, para no dejar nada: finalmente estaba tambiénla llamada gente invisible, marginados de la sociedad,pasotas radicales que se habían retirado al antiguo alcan-tarillado abandonado de Atlántida. Nunca se dejabanver de día en las calles, sólo de noche (e incluso enton-ces muy raras veces) salían de sus sombras al aire libre y

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hacían las pocas cosas realmente necesarias que los obli-gaban a mantener el contacto con el mundo superior.

Incluso corría el rumor de que los que se mostraban enla superficie no eran la gente realmente invisible, sino susintermediarios y cómplices. La auténtica gente invisibleera al parecer efectivamente invisible y no de aquel mundo.Eso al menos contaban los padres a sus hijos desobedien-tes, no sin añadir la amenaza de que a la gente invisible legustaba llevarse a sus catacumbas a los niños rebeldes.

La gente que vivía bajo las calles era algo así como lasvacas sagradas de Atlántida. No hacía nada por el biencomún, pero los habitantes de la ciudad sentían un res-peto natural por ella, en parte por miedo y en parte porsuperstición; pero en cualquier caso era costumbre inva-riable en Atlántida tirar a los agujeros del antiguo alcan-tarillado sacrificios para los que vivían en la oscuridad.Entonces se oían crujidos de actividad en lo hondo y lasdádivas desaparecían.

Y ésa era también la razón de que en Atlántida nohubiera mendigos, personas sin hogar ni realmentepobres, al menos que fueran visibles. Quien no sabía arre-glárselas en el mundo superior desaparecía en el antiguoalcantarillado y no se le volvía a ver.

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La arquitectura de Atlántida

En la ciudad había arquitecturas de todas las formasque cabe imaginar y algunas más. Cada país del mundo quealguna vez había surcado en barco los océanos había llegadoalguna vez a Atlántida, dejando allí su huella arquitectónica.

Descendientes de piratas egipcios habían construido hacíamuchos años –como les gusta hacer a los egipcios– gigan-tescas pirámides de arenisca, cuyas entradas se seguían bus-cando cuando llegué a Atlántida. Al parecer, en su interiorestaban habitadas por muertos que llevaban una vida total-mente normal. Esos rumores terroríficos, sin embargo, nodisuadían a los atlantes de utilizar para picnics, en los días her-mosos de verano, sus terrazas, casi totalmente cubiertas dehierba y plantas trepadoras. Es verdad que de noche, cuandose oía rascar y gemir en las pirámides y salía de ellas unaextraña música de campanas, preferían mantenerse lejos.

Los árabes habían levantado alminares y casbahs labe-rínticamente intrincadas de edificios chatos blanquea-dos, y a ellos se debían también los barrios de la ciudad,que se componían casi exclusivamente de tiendas decampaña. Los italianos habían construido grandes cate-drales, adornadas con un derroche de pinturas, y gigan-tescas estatuas suntuosas, pero preferían vivir en casas deenlucido desconchado situadas en callejas estrechas sobrelas que colgaban la ropa lavada. Además, les gustaban lasruinas, por lo que demolían enseguida parcialmente susmagníficas construcciones y las dejaban invadir por

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las vides silvestres y las malas hierbas. Lo que hacía taninteresantes aquellos edificios en escombros, después dehaberlos mordido el tiempo, era que se trataba de ruinasde ruinas... Su arquitectura no podía ser más decadente.

Los gnomos de los menhires de Normandía aprovecha-ban cualquier lugar suficientemente grande para llenarlo depiedras irregulares y abrir a su alrededor pequeños negociosen los que servían un café fuerte que se subía a la cabeza sino se estaba acostumbrado. Por la noche venían los enanosdel granito del sur de Inglaterra, enemigos de los gnomos delos menhires, para derribar las piedras o cubrirlas de dibujosestrafalarios. Uno de los enigmas no resueltos de Atlántidaera de dónde sacaban sus fuerzas aquellos pequeños seres.

Los edificios a primera vista más primitivos de Atlántida,pero impresionantes por su monstruoso tamaño, los habíanlevantado los hombres-hormiga australianos. Eran hormi-gueros de dimensiones monstruosas y algunas de sus torrestenían varios kilómetros de altura. Los hombres-hormiga, porabajo humanos pero en su parte superior hormigas, eranhabitantes de la ciudad respetados por su diligencia. Mediantesu recogida permanente de basuras cuidaban gratis de tenerlas calles relucientes e incorporaban la basura a sus torres,

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de forma que éstas no eran realmente más que montones debasura consolidada que crecían incesantemente.

La fuerza física de los hombres-hormiga era impresio-nante: podían transportar cien veces su propio peso; en cam-bio no estaban tan dotados de inteligencia. Salvo sobre eli-minación de basuras y construcción de hormigueros, no sepodía hablar de nada con ellos, e incluso eso sólo medianteun lenguaje de signos para el que, en realidad, se necesita-ban dos antenas en la cabeza (sin embargo, funcionabatambién si se metían los puños en las orejas y se movía elíndice, aunque, como queda dicho, no valía la pena).

De la India procedían la mayoría de los templos de la ciu-dad, pero también los muchos comedores de arroz quehabía en las aceras, a cargo de semielefantes. Los semiele-fantes eran en su mayor parte humanos, pero con unacabeza de elefante de color azul celeste y seis brazos, lo quelos hacía especialmente dotados para atender a una cocinarápida, todavía más que los hoawifos de cuatro brazos (aun-que éstos cocinaban mejor). Como además podían utilizanla trompa como brazo, estaban en condiciones de sacudirpucheros, revolver sartenes, preparar platos, cortar cebolla,lavar arroz, fregar vajilla y cobrar la cuenta al mismo tiempo.Sus curris sabían maravillosamente, pero todos igual.

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Los hombrecitos-bonsai del Japón vivían en el barriomás pequeño de Atlántida, una plantación de bonsais, detodas formas gigantesca a su juicio, de unos veintemetros cuadrados. El barrio de bonsais y sus vecinosapenas mayores de un centímetro pasaban por ser una delas mayores atracciones turísticas de Atlántida y estabanespecialmente protegidos. El barrio estaba rodeado de unafuerte valla de hierro, sólo podía admirarse desde fueray estaba vigilado además por una impresionante tropa deyetis. Un techo de cristal lo protegía de la lluvia, porqueuna sola gota podía matar a un hombrecito-bonsai.

De los piratas sarracenos procedían los castillos de are-nisca del tamaño de rascacielos y aspecto bélico, con cien-tos de aspilleras, que servían ahora, sobre todo, comodepósitos de cachivaches. En ellos se multiplicaban,según se decía, las sumamente impopulares cucarratas,de las que se hablará después.

Había barrios enteros de la ciudad cuyos constructoreshabían desaparecido sin dejar huella, torres y naves cons-truidas con materiales que normalmente no se encontra-ban en Zamonia, materias sintéticas y metales de duraciónsensacional. La mayoría de esos edificios eran de un mate-rial de construcción que recordaba el cobre pulido, pero

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mucho más duro y resistente. Al parecer existían desdehacía miles de años, pero ninguna lluvia persistente ode meteoritos había podido apagar su brillo ni arañarlos.Tenían por ventanas gigantescos cristales redondos demuchos colores, que concentraban la luz del sol de formasumamente económica y la repartían por los espaciosinteriores. Los suelos y techos eran de una sustancia pare-cida al cristal, que en la oscuridad daba una luz verde yparecía respirar. En las plazas de esos barrios de la ciudadse alzaban estatuas monstruosas, cinco veces mayores quelas de los italianos, reproducciones de seres que no se pare-cían a nada de lo que existía en Zamonia o en otras par-tes del mundo. Sorprendentemente, las estatuas erande madera pulida, aunque de una especie de árboles demadera tan dura y duradera como el acero templado.

En algunas de esas casas imperaban las leyes natura-les más extrañas: el agua corría hacia arriba y, además,había toda clase de apariciones. De noche, hablaban alparecer los muebles, si es que podía calificarse de mue-bles a los extraños objetos que sobresalían de paredes,suelos y techos. Ni siquiera los habitantes más duros depelar de Atlántida se atrevían a vivir en aquellos edificios,aunque todas sus puertas estaban abiertas. Se cuchi-

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cheaba a hurtadillas que habían sido morada de la genteinvisible, antes de que ésta se retirase al alcantarillado.

Pagodas de cien pisos eran herencia de los chinos. Porrazones inexplicables, éstos habían tratado de dividir laciudad por su centro con una gran muralla, pero poralguna razón habían perdido el interés, de forma que sehabía quedado en una murallita de medio metro dealtura, veinte kilómetros de largo y, entre tanto, rota enmuchos lugares. Los vikingos habían dejados cientos decasas de madera muy alargadas, que ahora utilizaban losenanos smorgord. Fuegos perennes hervían agua paraobtener vapor, la gente se solía reunir allí en los días fríospara sudar, y los enanos la azotaban con juncos, lo que,según ellos, era bueno para la salud. Siguiendo el pro-verbio que dice que cuando dos holandeses se encuen-tran construyen un invernadero, los neerlandeses habíancubierto de cristal barrios enteros de la ciudad, dondeespíritus del centeno de origen celta cultivaban tomatesgigantes.

Medios de transporte

Los venecianitos, por nostalgia de su país, habían lle-nado toda la ciudad de canales artificiales, por los que lesgustaba deslizarse en su tiempo libre sobre góndolas deespléndido colorido, mientras cantaban arias sentimen-tales. Por esos canales se podía llegar a casi todas partes,siempre que se tuviera una embarcación y se conociera elcamino. Otros medios de transporte eran las vagonetassubterráneas, los ya mencionados demonios-ricksha, lasserpientes domesticadas del Midgard, los románticospero lentos coches tirados por caracoles gigantes, una mul-titud de dirigibles cautivos y una versión zamónica deltranvía, impulsada por motores-hormiga ruyseñóricos.

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El tren de vagonetas

El tren de vagonetas era una red muy ramificada devías férreas, recorrida por vagonetas abiertas de los ena-nos mineros y que utilizaba el principio de la pendiente.Se descendía en algún punto de la ciudad al subsuelo yse entraba en una de las vagonetas, la mayoría de lasveces enganchadas de diez en diez, luego un enanominero soplaba un cuerno en la vagoneta delantera, sol-taba los frenos y el tren descendía a una velocidad endia-blada por las galerías iluminadas con antorchas.

El desplazamiento en tren de vagonetas era más bienpara espíritus aventureros. Se iba del punto A al punto Bsiempre bajando, y la única fuerza propulsora era lapendiente y el peso de las vagonetas y sus pasajeros. Enalgunos puntos se alcanzaban ampliamente los cien kiló-metros por hora y, sobre todo en las curvas, saltaban chis-pas de forma impresionante y, de vez en cuando, tambiénalgunas vagonetas de la vía.

En el punto B se bajaba uno del tren con las rodillastemblorosas y subía a la luz del día por una larga escalerade caracol. Las vagonetas eran izadas entonces con maro-mas a otras vías orientadas en muchas direcciones. Si setenía valor para ello, se podía llegar, mediante múltiplescambios de vagoneta, a casi todos los puntos de Atlántida.

Dirigibles cautivos

Por todas partes sobre la ciudad había cables tensadosen altos mástiles, por los que se desplazaban dirigibles cau-tivos. De esa forma se conseguía que los dirigibles, dota-dos en su mayoría de amplias barquillas colectivas, nodependieran demasiado del viento. Cuando no se dabanlas condiciones necesarias de corrientes de aire favorables,

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los propios pasajeros podían arrimar el hombro y pro-pulsar la aeronave con una gran hélice. Para ello había unalarga manivela que recorría la barquilla entera y podía seragarrada cómodamente desde todos los asientos. Lostranvías eran un servicio municipal que se financiabacon los impuestos, y podían utilizarse gratuitamente.Eran impulsados por hombres-hormiga, que lógicamenteeran los que más entendían de motores-hormiga.

La Ilstatna

Atravesaba toda Atlántida una gran calle espléndida,la Ilstatna, sólo de negocios y tiendas, en la que habíatodas las mercancías y servicios de aquel mundo y, paracada nacionalidad y paladar extravagante, el restauranteadecuado y algunas cosas más.

Los wolpertingos jugaban muy bien al ajedrez y habíanhecho de ello una profesión en las tascas de ajedrezwolpertingas, en donde, mientras se comía y bebía cer-veza fuerte, se podía perder al ajedrez contra un wol-

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pertingo (nadie había vencido nunca a un wolpertingo alajedrez..., quizá porque nadie se atrevía).

Los peinaderos de pieles eran frecuentados sobre todo,naturalmente, por los seres peludos, y estaban a cargo delos melusinos, un tipo de enanos sin pelo con tendenciaal chismorreo y habilidades francamente artísticas concepillos, tijeras y peines. Yo iba allí una vez por semanaal menos, pasando por panaderías de ajo, sastreríastwerpes, lavanderías chinas, sacamuelerías (a cargo demorcillones), carpas de adivinos en las que gallinas de tie-rra italianas predecían desgracias, despachos de apuestas,consultorios de podología, salones de tisana, agenciasde maldiciones (en donde, previo pago, se podía hacer quechamanes maldijeran a otras personas), palacios de ladanza, librerías secretas (en las que sólo había librosencontrados en Atlántida escritos en lenguajes todavía nodescifrados), salones de escupir (donde informalmente, porun pequeño precio, se podía escupir a un suelo cubiertode virutas de madera), puestos de briquetas, freidurías dejamón, cafés-pastelerías, casetas de boxeo, chiringuitos yotras formas de la actividad comercial atlante.

Otros seres, otras costumbres

Los habitantes de Atlántida tenían necesidades que ibanmucho más allá de las humanas. Los gnomos, por ejem-plo, cualquiera que fuera su procedencia, sólo con difi-cultad podían resistirse al calzado de junco. Por eso habíainnumerables zapaterías en las que se vendían zapatos gro-tescos de junco trenzado. Eran tiendas junto a las que

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pasaban los que no eran gnomos sacudiendo la cabeza, peroque estaban llenas de gnomos consumistas que se pro-baban un par de zapatos tras otro. Los druidas irlandeses,en cambio, tenían tendencia a la sobriedad, que se mani-festaba también en sus tiendas. Es difícil imaginarse algomás desolado que la tienda de un druida: la mayoría delas veces sólo había algunas estanterías desvencijadascon piedras musgosas, ramas secas y anormalmente retor-cidas, y húmedos maderos flotantes. Sin embargo, los drui-das se apretaban ante esas estanterías, en las horas de másafluencia, como si fueran las joyas de la corona de Ornia.Los cocederos de rumores, que hoy se han convertido enfrase hecha, existían realmente en Atlántida. Eran peque-ños establecimientos, a cargo de sapos de las dunas órni-cas, en los que se podían degustar rumores. Los rumoresse «cocían» en grandes mesas redondas de madera a lasque se sentaban los sapos, fumando con ahínco y cuchi-cheando. Así surgían de las murmuraciones, pequeñascalumnias y afirmaciones indemostrables, algún rumorinteresante, que se podía coger al vuelo, llevarse a casa ypropalar; por ejemplo, que el alcalde de Atlántida, denoche, comía a escondidas en los toneles de basura.

Las sacudidurías de piel eran pequeños establecimien-tos oscuros, casi siempre subterráneos, en los que dervichesyhôllicos sacudían la piel a la gente con pesadas palmetasde hierro, interpretando mientras tanto melancólicos can-tos de su pueblo. Lo que eso suponía sólo lo sabían los quellevaban sus pieles a esos establecimientos y se dejabansacudir (pero guardaban un silencio tozudo al respecto).

Ése era quizá todo el secreto de la sociedad atlante:nadie se ocupaba de lo que hacía el otro, siempre que aél lo dejaran en paz.