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765 Poesía, crítica y folletín en Carolina FERNANDO MANSO AMARILLO Doctor en Filología Románica A pesar de que en esta última década se han publicado varias investiga- ciones sobre la vida y la obra de la escritora extremeña Carolina Coronado 1 , aún persisten los errores que sobre ella han extendido los historiadores de la literatura. Basta para comprobarlo abrir una enciclopedia o consultar un ma- nual de literatura. Y desde los errores de fechas de nacimiento, hasta citar siempre los mismos textos que ya se publicaban en los años cincuenta y sesen- ta del siglo pasado, la obra caroliniana es aún desconocida en los medios aca- démicos; así, por ejemplo, la Comisión de Coordinación de la Selectividad actua1 no ha tenido la valentía de incluir, en el tema dos de literatura y junto a Rosalía de Castro, a nuestra poetisa. Carolina Coronado es una escritora romántica que vivió un dilatado pe- ríodo de la historia de España con una intensidad social extraordinaria. Nació en Almendralejo el 12 de diciembre de 1820, en el seno de una familia nume- rosa. Como las jóvenes de su época, dedicaba su tiempo a las faenas domésti- cas, entre las cuales hay que destacar la ayuda a su madre en la educación de su 1 Entre las que merecen citarse: Carolina Coronado (Del romanticismo a la crisis fin de siglo), Badajoz, 1999, de Isabel M.ª PÉREZ; las ediciones de Gregorio TORRES NEBRERA, Carolina Coronado. Obra poética, Mérida, 1993; y Carolina Coronado. Obra en prosa, Mérida 1999; y Jarilla, edición de Monroe Z. Hafter, Badajoz, 2001. Se presenta a través de textos, la lucha de Carolina Coronado por lograr una formación cultural que no le estaba permitido a la mujer decimonónica. Cabeza de una pléyade de escritoras que expresan sus inquietudes en las primeras revistas femeninas. En los análisis que la autora hace de textos de poetisas contemporáneas muestra su sensibilidad crítica al intuir el desdobla- miento del autor en el acto creador, y al descubrir el poder creacionista de la palabra. Finalmente, se reproducen algunos capítulos de sus folletines más interesantes, en los que la escritora muestra su predilección por la prensa periódica como divulgadora de cultura, y formadora de lectores.

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Poesía, crítica y folletín en Carolina

FERNANDO MANSO AMARILLO

Doctor en Filología Románica

A pesar de que en esta última década se han publicado varias investiga-ciones sobre la vida y la obra de la escritora extremeña Carolina Coronado1,aún persisten los errores que sobre ella han extendido los historiadores de laliteratura. Basta para comprobarlo abrir una enciclopedia o consultar un ma-nual de literatura. Y desde los errores de fechas de nacimiento, hasta citarsiempre los mismos textos que ya se publicaban en los años cincuenta y sesen-ta del siglo pasado, la obra caroliniana es aún desconocida en los medios aca-démicos; así, por ejemplo, la Comisión de Coordinación de la Selectividadactua1 no ha tenido la valentía de incluir, en el tema dos de literatura y junto aRosalía de Castro, a nuestra poetisa.

Carolina Coronado es una escritora romántica que vivió un dilatado pe-ríodo de la historia de España con una intensidad social extraordinaria. Nacióen Almendralejo el 12 de diciembre de 1820, en el seno de una familia nume-rosa. Como las jóvenes de su época, dedicaba su tiempo a las faenas domésti-cas, entre las cuales hay que destacar la ayuda a su madre en la educación de su

1 Entre las que merecen citarse: Carolina Coronado (Del romanticismo a la crisis fin de siglo),Badajoz, 1999, de Isabel M.ª PÉREZ; las ediciones de Gregorio TORRES NEBRERA,Carolina Coronado. Obra poética, Mérida, 1993; y Carolina Coronado. Obra en prosa,Mérida 1999; y Jarilla, edición de Monroe Z. Hafter, Badajoz, 2001.

Se presenta a través de textos, la lucha de Carolina Coronado por lograruna formación cultural que no le estaba permitido a la mujer decimonónica.Cabeza de una pléyade de escritoras que expresan sus inquietudes en lasprimeras revistas femeninas. En los análisis que la autora hace de textos depoetisas contemporáneas muestra su sensibilidad crítica al intuir el desdobla-miento del autor en el acto creador, y al descubrir el poder creacionista de lapalabra. Finalmente, se reproducen algunos capítulos de sus folletines másinteresantes, en los que la escritora muestra su predilección por la prensaperiódica como divulgadora de cultura, y formadora de lectores.

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hermano menor Emilio, a quien dedica doce de los primeros poemas que pu-blicó. De ellos merece ser conocido el siguiente:

La luz de la primavera

Ya el almendro de flor está cubierto,Ya he visto a la primera golondrinaDe su antigua morada tras la ruinaCruzar por mi ventana en vuelo incierto,Ya ha brotado en el cesped de mi huertoUna temprana, roja clavellina,Y ya tremola, como blanca enseñaSus alas, en la torre, la cigüeña..............................................¡Luz nada más! ¡Luz!... es sed ansiosaQue seca ya los ojos abrasados,Que tiene entre sus sombras sepultadosOscurísima niebla pavorosa,Ni otro consuelo que la luz hermosaTiene mi corazón, ni otros cuidadosQue impaciente aguardarla en su venidaY lamentar con lágrimas su huida.

¡Ven primavera! Tu beldad gozosaDome los irritados elementos,En medio a sus combates turbulentosÁlzate sobre el trono majestuosa,Cese en ti la lluvia tenebrosa,Callen ahogados ante ti los vientos,Y huyan por los espacios los nublados.Como bandos de cuervos espantados....................................................Y yo en el viento oiré su voz amante,Y mi voz de sus trinos compañeraComo la luz y el aire por la esferaVolarán confundidos un instante,Y entrambos con el seno palpitante,Embriagados de amor por la riberaCantaremos del cielo la hermosuraAdorando en la luz nuestra ventura.

Ermita de Bótoa, 1845.

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También le dedica uno de los numerosos artículos que publicó, posible-mente el primero, es un artículo de viaje, tan en boga a mediados del sigloXIX, Un paseo desde el Tajo al Rhin2, donde escribe:

A mi hermano Emilio

Voy, Emilio, a emprender un viaje al que llamo paseo, porque en unaépoca de movimiento, como la nuestra, en que se va a San Petersburgo comoantes se iba a Carabanchel para tomar el fresco; en una época en que seembarca para la China un aficionado al buen té por el solo capricho de beberuna taza con su aroma primitivo, sería pomposo el título de viaje, auncuando me propusiera recorrer toda la Europa.

Ni este paseo la escribiría tampoco, si no pensara dedicártelo a ti, paraquien tiene únicamente importancia que yo cruce el Tajo, el Duero, el Ebro.El Adour, el Garona, el Sena, el Támesis y el Rhin en tanto que túpermaneces inmóvil a las orillas del Guadiana. Todo el mundo va a Francia,a Inglaterra, a Bélgica, a Alemania, y maldita la novedad que tiene hablarde sus capitales; pero tú, Emilio, no has visto sino Badajoz y Bótoa, y debesoír con interés la descripción de estos países. Tal vez algún día los recorras,y entonces volverás a leer mis cartas, y recordarás mis impresiones y lasrenovarás en tu corazón. Aún no sé cómo van a ser estas impresiones.. .¡Dios quiera que no las tenga tan tristes que me hagan lamentar el haberabandonado nuestro sencillo país!

Carolina había nacido en el seno de una familia liberal, comprometidacon sus ideas. Su padre y algunos de sus hermanos intervinieron en intensasactividades sociales y culturales. Su abuelo paterno, según los biógrafos de laescritora, de talante liberal, como su padre, fue perseguido por los absolutistas,que lo ejecutaron. Hecho que aún no se ha podido comprobar; pero sí parececierto que su padre fue hecho prisionero por sus ideas liberales. La poetisaagradece su liberación en el poema A S. M. la Reina Madre Doña MaríaCristina de Borbón, 1852. Del que merece conocerse las estrofas siguientes:

Aquel nombre primeroQue bendijo mi labio balbuciente,Después que prisioneroVi a mi padre inocente,Fue, Señora, tu nombre reverente.........................................................

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2 Publicado en La Ilustración. Periódico Universal, septiembre y octubre de 1851, y enero yfebrero de 1852.

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La primera alegríaQue de mi triste infancia en los alboresRecuerda el alma mía,Brotó con tus favoresComo al rayo del sol brotan las flores.........................................................De tu dulce amnistíaA la sombra feliz hemos crecido,Las que niñas un díaTanto habemos sufridoQue sin ti fuera triste haber nacido.................................................Luz trajo tu venida,Luz tu sonrisa, luz es tu mirada,Y a tu luz atraída,Ave desorientada,Yo te vine a buscar triste y cansada.

No cabe duda de la actitud liberal que siempre tuvo la poetisa extremeñadurante toda su vida. Así se expresa en una carta a Hartzenbusch3 :

¡Qué le parecería a V. el mensajero de mis poesías! Es tipo del Extre-meño; come a dos carrillos, dicen que roncan durmiendo, sé que pasea enburro, es pescador de caña y se pone la pluma en la oreja cuando descansade escribir. De historia sabe que hubo Napoleón y que el vulgo llamaba aFernando narizotas. De política sabe pronunciar la palabra despotismo yaplicarle el adjetivo bárbaro – bárbaro- despotismo... Tanto sabe.

Carolina Coronado había nacido en el seno de una familia preocupadapor la educación de sus hijos, o mejor dicho, por la educación que en aquellostiempos se consideraba adecuada a los niños, y que no era la misma que debíadarse a las niñas. Para hacerse una idea de aquella realidad hay que leer lo que

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3 En la Biblioteca Nacional se conservan las 32 cartas manuscritas y autógrafas que Carolinaescribió a Hartzenbusch en la década 1840-1850. Ms. 20.806/195-230. Los subrayados son dela escritora.

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al respecto pensaban los hombres. Así se expresaba uno, por ejemplo, en ElVergel de Andalucía, 11 de diciembre de 1845:

La mujer erudita

El gran talento de Molière ha pintado con caracteres indelebles estecarácter: y ¿qué podría yo añadir, dice Saint Ange, al cuadro tan perfecto ycómico que hace Crisale de las mujeres eruditas? Sus divinos versos nopueden ser bien traducidos, y remito al que desee admirarlos a la comediade aquel gran ingenio que tiene el mismo título, es decir: Las mujeres eru-ditas.

No entraré en la cuestión, tan largo tiempo ventilada por algunosautores, de si las mujeres son o no a propósito para las ciencias. Pero lo queme parece cierto es que el estudio filosófico no añade nada a su amabilidad.Las reflexiones profundas graban en el rostro un carácter severo que noconviene a las gracias. Si una mujer maneja el pincel o la lira, o como otraSafo canta sus amores, no hay duda que aumenta los atractivos de suhermosura; pero no me agrada que una joven me hable de física o degeometría, ni que me cite los autores griegos y latinos; prefiero que no sepasino amor.

El hombre que quiera cultivar a la presumida de sabia ha de dedicarsecomo ella al estudio de las ciencias; y si las poseyese profundamente, seofrecerá a enseñárselas con la mayor complacencia: si las ignora procuraráque ella se las explique; y éste será, a mi entender, el mejor medio para queconsiga ser amado, porque podrá al mismo tiempo hablarle de su amor yhacer en él más progresos que en las ciencias.

Teniendo esto en cuenta, por una parte, y por otra, la persistencia de lapoetisa extremeña en estudiar, en escribir, e intervenir en la educación, comolo hacían los hombres, se comprenderá el sufrimiento de aquella extremeña ensu lucha denodada contra el olvido educacional en que tenía postergada a lamujer aquella sociedad decimonónica. Dolida de ello, se lo manifestó una yotra vez a su amigo y maestro Hartzenbusch en algunas de las cartas que leescribió, así se expresa en una de ellas:

Nada más opuesto a la educación literaria que el pueblo en donde yorecibí mi educación literaria, nada más opuesto a la poesía que la capital endonde vivo. Mi pueblo opone una vigorosa resistencia a toda innovación enlas ocupaciones de las jóvenes, que después de terminar sus laboresdomésticas, deben retirarse a murmurar con las amigas y no a leer libros quecompone la juventud, La capital ha dado un paso más, pero tan tímido y

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vacilante que sólo concede a las mujeres la lectura de alguna novela pordistracción, y todavía las madres, como instigadas, por su concienciareprehenden a las muchachas por entregarse a un ejercicio que a ellas no lesfue permitido. Los hombres mismos, a quien la voz progreso entusiasma enpolítica, arrugan el entrecejo si ven a sus hijas dejar un instante la monótonacalceta para leer el folletín de un periódico...

El señor Tejado me dio algunas lecciones de literatura, pero mislabores domésticas son muchas, suspenderlas para concurrir a un paseo, auna sociedad es cosa que autorizan las costumbres extremeñas, perosuspenderlas para estudiar cuando una mujer no ha de ser catedrática, seríaun hecho ridículamente escandaloso. Una mujer teme de la opinión de cadauno porque ha nacido para temer siempre: por evitar el ridículo suspendí mislecciones y concreté mi estudio a leer las horas dedicadas al sueño. Pero estodebilitó mi salud y mi familia celosa de ella me prohibió continuar... Peroel pensamiento no puede sufrir tanta esclavitud; el poeta no puede vivir así,y mi escaso numen está ya medio sofocado

Pero se rebeló contra aquella situación, y con una tenacidad extraordina-ria leyó y estudió mucho más de lo que sus biógrafos han comentado, y de losque ella misma vislumbra en otra carta a Hartzenbusch:

También celebraría se sirviese V. indicarme la clase de estudio quedebo hacer, los poetas a que puedo atenerme para adquirir algunas fuerzas:cuando trato de asegurar que mí instrucción es muy limitada, no lo digo porun exceso de modestia. Dedicada hasta ahora poco a las ocupacionesdomésticas, no conocía más que la lectura de unas cuantas novelas bienescritas y tal cual libro de poesías: siempre me había resistido a emplear mitiempo en tareas, que me parecían extrañas a mi sexo, sacrificando midecidida voluntad por la literatura. Hace poco más de un año que, atrope-llando todos los inconvenientes, hice mis primeros ensayos, exponiéndomea la crítica de mis conocidos; en esta población, tan vergonzosamenteatrasada, fue un acontecimiento extraordinario el que una mujer hicieseversos, y el que los versos se pudiesen hacer sin maestros; los hombres loshan graduado de copias y las mujeres, sin comprenderlo siquiera, me hanconsagrado por ellos todo el resentimiento de su envidia. Esto, aunque muydoloroso para mí, no me ha hecho sin embargo renunciar a unas distraccio-nes que proporcionan muchos placeres a mi vida. Sin conocer el castellano,aprendí, sola, el francés y el italiano, y subí de un vuelo a leer el Tasso,Petrarca, y Lamartine.

Y comenzó a preocuparse desde muy joven por el papel que debe des-empeñar la mujer en la sociedad, e intervino activamente en las primeras revis-

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tas femeninas que aparecieron en España. Así lo expresan Isabel Segura í Mar-ta Selva, en Revistes de dones, 1846-1935:

Aparició de les primeres revistes (1846-1859). Durant la dècada delanys quarenta del segle passat es publicaren les primeres revistes adreçadesa les dones.

La primera de que van tenir referéncia es Pensil del Bello Sexo.Colección de poesías, novelitas, biografías, artículos, etc., escrita por lasseñoras Dª. Carolina Coronado, Dª. Amalia Fenollosa, Dª. ManuelaCambronero, Dª. Josefina Massanés, Dª. Ángela Grassi y Dª. Victoria Peña,bajo la dirección de D. Víctor Balaguer (1845. Imprenta de J. M. de Grau.Basca, 10. Barcelona).

Carolina luchó siempre por la dignificación de la mujer, a la que consi-deraba encadenada por su condición. Las costumbres exigían a la mujer queestuviera apartada de las tareas sociales y de las actividades intelectuales, peroen la primera mitad del siglo XIX surge un grupo de mujeres escritoras, entrelas que destaca la poetisa extremeña, que a través de sus escritos piden mayorrelevancia de la mujer en la sociedad. La poetisa escribe, en 1845, en el Defen-sor del Bello Sexo, y en el Vergel de Andalucía:

¡Error, mísero error!, Claudia; si dicen los hombres que son justos, nos mintieron; no hay leyes que sus yugos autoricen.

¿Es justa esclavitud la que nos dieron? ¿Justo el olvido ingrato en que nos tienen?¿Justo que nuestras vidas martiricen?

Mal sus hechos tiránicos se avienenCon las altas virtudes que atrevidosEn tribunas y púlpitos sostienen.

....................................................

Claudia, en nuestra niñez siempre olvidadas,En juventud por la beldad queridas,Somos en la vejez muy desdichadas.Paréceme que miran nuestras vidasComo a plantas de inútiles follajesQue valen sólo cuando están floridas

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La familia de Carolina vive con frecuencia en la finca de Bótoa, situadaa pocos kilómetros de Badajoz, cuyos paisajes canta en emotivos poemas. Enuno de ellos, La encina de Bótoa (1845), extenso romance en el que intercalaalgunas quintillas, describe, por una parte los hermosos paisajes de Bótoa a lasorillas del río Gévora; y por otra, narra la leyenda de la virgen. Reproducimosa continuación las últimas quintillas del poema:

Y vio la santa figuraDe una virgen de maderaQue la blanca vestidura,A medias por la hendidura,Del trono mostraba fuera,

Y vio el misterioso altarQue su esposa ha hecho adornarDe las más hermosas flores,A donde vienen a orarPor la tarde los pastores.

Y allí cayó de rodillas.La luna que alumbra en tantoSus facciones amarillasDejó ver en sus mejillasDos tristes gotas de llanto.

La encina desde aquel díaMuestra en su copa sombríaCada bellota sagradaCon la imagen de MaríaEn su corteza grabada

Todas las publicaciones de esta escritora, desde sus poemas hasta susnovelas y artículos periodísticos, fueron leídas, comentadas y controvertidaspor un público heterogéneo. Público que durante una dilatada época le instócon frecuencia a seguir escribiendo. Así, su primera composición poética pu-blicada, A la palma, que apareció en El Piloto, 1839, tuvo una calurosa acogi-da por los escritores coetáneos de la poetisa y, entre estos, Espronceda, que le

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compuso por ello un poema en el que le daba la bienvenida al parnaso español;Hartzenbusch, en sus contestaciones a las numerosas cartas que Carolina leescribió desde Extremadura, la animó siempre a seguir creando; uno de susartículos periodísticos, Que en España se adelanta los mismo viajando envapor que viajando en camello, La Ilustración. Periódico Universal4 , dondedescribe satíricamente un viaje por ferrocarril de Madrid a Aranjuez, en el quela avería de la locomotora en medio del camino obliga a los pasajeros, entre losque se encontraba Carolina, a permanecer en el campo durante varias horas,que aprovecha la escritora para recrear la situación que viven los viajeros du-rante este tiempo, no sólo fue bien acogido por los lectores, sino que uno deellos, El Dotrino, publicó en el mismo periódico un artículo dirigido a la escri-tora en el que, entre otra cosas, le dice:

mi objeto sólo es rogar a V. escriba otra carta tan graciosa como la primera,a ver si los directores de esta empresa que tienen fama de galantes hacen máscaso de las insinuaciones de una dama que de las quejas del público

También ocurrió este hecho con su Oda a Lincoln, publicada en LaAmérica. Crónica Hispanoamericana, 1861, que también tuvo muy buena aco-gida por los lectores del mencionado periódico, particularmente por los catala-nes, quienes, en número respetable, le dirigieron a la autora de la oda una cartaa través de La Regeneración, 1864, en la que le pedían que escribiese un librosobre la esclavitud, y a la que le contestó Carolina, como solía hacer, que notenía méritos para escribirlo y que razones de peso la mantenían alejada de laliteratura; muchos de sus poemas, que aparecieron en colecciones y en periódi-cos y revistas de las más diversas ideologías y creencias, eran solicitados enmuchas ocasiones por los lectores y por los mismos editores, y así aparecían endistintas periódicos y revistas una y otra vez; su novela Jarilla, prohibida porLa Censura, 1853, se reeditó en varías ocasiones: en 1857 fue traducida alportugués por F. P. Da Costa Gonsalves y publicada en Lisboa el mismo año;en 1873 apareció una nueva edición; en 1920 aparece resumida en la serieNovela corta junto a novelas de Baroja; y en 1943 la publica la editorialMontaner y Simón S. A. La Sigea apareció publicada por entregas en el Sema-nario Pintoresco Español, en 1851, y, traducida al francés por J. Martín, se

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4 Hace referencia a uno de los primeros viajes por ferrocarril que se realizaron en España. Laprimera línea, Barcelona-Mataró se había inaugurado en 1848; y esta segunda línea, Madrid-Aranjuez se inauguró en 1851, año en que se publica el mencionado artículo.

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publica en el folletín de L’Espagne Nouvelle, 1872, ya la había editado íntegra,en 1854, Anselmo Santa Coloma, en dos volúmenes, en el último de los cualesaparece una lista de doscientas cinco personas que estaban subscritas a lasobras de Carolina y entre las cuales figuran: la familia real, Ventura de la Vega,El Duque de Rivas, Antonio Ferrer del Río, Ros de Olano, Agustín Durán,Bretón de los Herreros, José Selga, Manuel Tamayo y Baus, etc. Todo estodemuestra que Carolina Coronado tuvo siempre un público lector de sus obras,y que entre ese público se encontraban escritores relevantes. Fue conocida yleída desde Cádiz a San Sebastián, de Extremadura a Cataluña, celebrada yquerida en Madrid. No se puede olvidar que sin público no tiene razón de ser laliteratura, como escribe el profesor Senabre: La literatura sólo existe como talen cuanto alcanza a su destinatario: el público. Así pues, el público lector dela obra caroliniana era muy numeroso y muy heterogéneo. La producción lite-raria de la escritora extremeña se encuentra publicada en gran número de pe-riódicos y de revistas del siglo XIX español.

Merece atención la intensa vida social que llevó en Madrid. Fue recibidaen el Liceo por Nicolás Gallego, Quintana, el marqués de Molins, Bretón delos Herreros, Nicomedes Pastor Díaz, Juan Eugenio Hartzenbusch, entre otros,y allí la coronó Zorrilla; posiblemente en el mismo Liceo conociera a la reinaIsabel II con quien más tarde mantendría relaciones amistosas. Su casamientocon el secretario de la Legación Norteamericana, Horacio Justo Perry Apragne,en 1852, facilitó y aumentó las relaciones sociales de Carolina. Su casa deAlcalá 43 fue centro de reuniones literarias, sociales y políticas5 . La muerte desu hija María Carolina, en 1873, marca el final de esta etapa de su vida. Esemismo año se retiró a Portugal donde murió en 1911.

Hay que afirmar que las circunstancias familiares y sociales le fueronhostiles, y aquellos primeros anhelos que tuvo de escribir y, sobre todo, deescribir literariamente, fueron casi ahogados de tal forma, que la Carolina quemás interesa a las investigaciones críticas y literarias es la de la década de losaños cuarenta, pues es la Carolina que tuvo mayores inquietudes y mayoresanhelos por hacer literatura. Después su lira sonó de cuando en cuando impre-sionada por algún acontecimiento de trascendencia, como por ejemplo la subi-da a la presencia de Lincoln; o la invención del submarino por Peral; o la

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5 Cabe citarse aquí un artículo poco conocido de la escritora, España y Napoleón, 1961. Dondeexpresa sus ideas sobre Napoleón III. Un texto original se encuentra en la Biblioteca del RealMonasterio de Guadalupe.

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celebración del bicentenario de la muerte de Calderón; o el traslado de losrestos mortales de Espronceda al panteón de hombres ilustres del siglo XIX,etc. A estas circunstancias hostiles hay que añadir el hecho de ser mujer, que enel fondo era la principal causa de toda hostilidad, por una parte; por otra, laexcesiva humildad hacia el fenómeno literario; y la conciencia que tuvo de sulimitado dominio de la lengua, por otra parte, fueron los determinantes funda-mentales de la escasa literariedad de la obra caroliniana, particularmente en laprosa. Esto no justifica en modo alguno el olvido en que ha estado postergada.Con esta publicación, en ciertos aspectos antológica, se pretende romper unalanza en favor de la obra de esta escritora extremeña.

Carolina vivió intensa y dilatadamente el romanticismo. La melancolía yla muerte fueron sus eternas compañeras, ambas forjaron la personalidad de laescritora y matizaron su concepción del mundo y de la sociedad. Quiso tomarlos conocimientos más que de los libros, de la naturaleza, a la que cantó ensencillos y bellos poemas que hicieron estremecer a muchos poetas, entre ellosa Gerardo Diego, que así lo manifiesta en el hermoso artículo que le dedica,Primavera de Carolina Coronado, BBMP 1962. En él afirma que siendoalumno de Narciso Alonso Cortés sobrevino la muerte de Carolina, y que laspalabras que le dedicó su profesor y la lectura que el poeta hizo de algunascomposiciones corolinianas le pusieron en contacto con una de las más altascumbres de la poesía romántica. Cabe citar aquí un texto recogido por el pro-fesor J. Bernardo Pérez en Fases de la poesía creacionista de Gerardo Diego,1989:

No valía la pena seguir ensayando novedades, que no lo eran sino paranuestra inexperiencia . Sobrevino entonces el momento de la crisis... Yo aciegas andaba creándome una nueva libertad técnica y un desconocidohorizonte espiritual que escrutar. El año 1919 señala en mí la solución de lacrisis, el nacimiento de una nueva fe absoluta.

¿Qué le había ocurrido a Gerardo Diego en 1919? Aparte de su conoci-miento de Huidobro, el poeta santanderino se preocupaba por aquellos años-1911, muerte de Carolina, y 1919- por los escritos de la poetisa extremeña,como confiesa en el artículo citado, donde afirma lo siguiente:

Mucho, me gustaría ahora, para alivio de mi prosa , presentar algúnpárrafo de la suya en trance de primavera. Podría ser alguna descripciónpaisajística de su novela de la sierra, Jarilla, o bien, si no se hubiera perdido,al menos para mi pesquisa, cierto capítulo de Musiña. Escuchad, es unapágina de La Sigea: No sé sí habréis leído otras novelas en las cuales he

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descrito los jardines de Portugal, pero si las leisteis, ahorradme el trabajo deuna nueva descripción, recordando aquélla, y si ni las habéis leído, tomaosla molestia de buscar el capítulo 3º de Musiña, donde agoté mí vena poéticahaciendo brotar con profusión toda clase de árboles y de flores, de cascadasy de fuentes. Nada vuelvo yo a escribir tan fresco y tan florido como aquelcapítulo de pura vegetación, en el que cada palabra es una rama de sauce ode naranjo, y cada letra, una hoja de nardo o de jazmín. Es un capítulo aquélque copiaría de buena gana introduciéndolo en esta novela, si no fueseporque es ya propiedad del editor portugués, que perseguirá ante la ley alque lo reimprima.

Diego no encontró Musiña, tampoco creemos que la conociera VicenteHuidobro, aún no la hemos encontrado en Portugal, a pesar de nuestras indaga-ciones. Pero, sí creemos que Huidobro conoció La Sigea, hay que tener encuenta también que esta obra aparece publicada en el Semanario PintorescoEspañol, 1851, donde muy posiblemente leería el texto anterior. El poeta chi-leno, en 1916, escribía en su poema Arte poética:

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!Hacedla florecer en el poema.

Sea como fuere, Carolina escribe estos albores creacionistas en 1851.Creemos pues, que el texto citado por Gerardo Diego debe ser tenido en cuen-ta por los estudiosos del creacionismo.

Los manuales y las antologías literarias citan la vida y la obra de estaescritora con escasez de datos y con numerosos errores. Casi todos reproducenlos mismos textos. No se conocen muchos de sus poemas de amor, entre losque destaca A Horacio, publicado en La América. Crónica Hispanoamerica-na, 1859, dedicado al que fue padre de sus hijos y compañero durante más detreinta y ocho años, en él la poetisa extremeña evoca una primavera y unaausencia amorosa muy similar a la que se produce en el poema machadiano AJosé María Palacio, donde se puede apreciar la huella del poema caroliniano6.He aquí algunas de sus estrofas:

Todavía en el alma doloridaQue la desgracia fatigó constante.Tímida, melancólica, escondida,

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6 Vid. Fernando MANSO: Huellas de Carolina en la poesía de Antonio Machado, págs. 169-179.

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Hay una voz dulcísima y amante.Todavía la lunza bella y cercanaDe la marchita primavera mía,Alumbra con su rayo esta mañanaE ilumina mi pálida poesía.

Todavía del Gévora sonoroLa solitaria sombra desterradaPuede exhalar entre su amargo lloroLa trova a tu memoria consagrada.

Esa estrella también hoy te ha llevadoA la comarca donde yo he nacido,Al propio templo donde yo he rezado,Al propio valle donde yo he vivido.

Tú cruzarás viajero indiferente,Aquellos para ti campos extraños,Sin conocer el árbol ni la fuenteQue yo cantaba en mis primeros años.

Cuando el aire aterido de CastillaSecos tiene los álamos del prado,¿No es verdad que en el valle de JarillaLa flor de mis almendros ha brotado?

Y ¡qué verde estará bajo la encinaDel Gévora a la orilla caldeada,Aquella yerba reluciente y finaDonde escribía yo tan sosegada!Ya la garza tendrá su nido hechoEn el ramaje que el arroyo toca,Y sobre el agua en el colgante lechoEstará columpiándose la loca.

Ya el arroyo estará de flores lleno,Que a lo lejos espuma nos parece,Porque todo temprano allí floreceY se convierte en flores hasta el cieno.

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Tampoco se conoce el texto que compone en Cádiz en 1848, y que publi-ca en Poesías, 1852, donde evoca la figura de Alberto, verdadera musa deCarolina en su época de fertilidad creadora, década de 1843-1852, fechas de laprimera y la segunda edición de sus poemas:

NADA RESTA DE TI

Nada resta de ti... te hundió el abismo...Te tragaron los monstruos de los mares.No quedan en los fúnebres lugaresNi los huesos siquiera de ti mismo. Fácil de comprender, amante Alberto,Es que perdieras en el mar la vida,Mas no comprende el alma doloridaCómo yo vivo cuando tú ya has muerto. Darnos la vida a mí y a ti la muerte,Darnos a ti la paz y a mí la guerra,Dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra¡Es la crueldad más grande de la suerte!

Y, desconocidos también son sus artículos periodísticos presentando aotras poetisas. Por su valor crítico merece citarse Galería de poetisas españo-las contemporáneas. Doña Josefa Massanés, publicado en La América. Cró-nica Hispanoamericana, 1860, donde aparece el texto siguiente:

Es que el dolor verdadero es reservado y púdico. Los dolores imaginarios,los artísticos, son los que el poeta entrega a la celebridad, porque como nole lastiman el corazón no teme verlos reproducidos en sus obras, ni lemortifica que vuelen en alas de la fama. La realidad de los dolores obligasiempre al ser humano a lanzar su fantasía donde halle reposo. La realidadde los goces trae consigo el vago deseo de fingir padeceres.

Compárese con el que escribe T. S. Eliot en El bosque sagrado, 1920:

pero cuanto más perfecto es el artista, más completamente separado estaráen él, el hombre que sufre y la mente que crea; más perfectamente asimilaráy transformará las pasiones que son su material.

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Y con el poema Autopsicografía, 1932, de Fernando Pessoa:

El poeta es un fingidor.Finge tan completamenteque llega a fingir que es dolorel dolor que de veras siente.

Y los que leen lo que escribe,en el dolor leído perciben,no los dos que él tuvomas sólo el que ellos no tienen.

Y así en los raílesgira, entreteniendo la razón,ese tren de cuerdaque se llama corazón.

Puede observarse en el texto caroliniano la intuición crítica que la es-critora extremeña tenía sobre el acto creador.

Sus novelas, reeditadas en varias ocasiones en el siglo XIX, son desco-nocidas en la actualidad; menos aún se conoce su teatro, casi olvidado, y delque merece citarse su obra El cuadro de la esperanza, cuya representación enel Liceo de Madrid fue anunciada en El heraldo, 1849, y a cuyo acto asistió lareina. Para el estudioso e investigador de la evolución de los gustos estéticos yde los movimientos literarios, es imprescindible el conocimiento de estas obraspara explicar por qué gustó La Sigea, Paquita, Adoración, La rueda de ladesgracia, Luz o El pagaré. Hoy no resulta fácil demostrar dónde reside lasugestividad de estas obras, sobre todo si tenemos en cuenta su literariedad.Sin embargo, son más interesantes para las teorías de la recepción, que centrasus análisis en la presencia del lector en la obra literaria, y porque su estudioconduce a un mejor conocimiento de los denominados géneros mayores, comola novela.

Además de las causas ya señaladas de la escasez estética de la prosacaroliniana, habría que tener en cuenta también la predisposición natural quetenía para hacer versos. La Carolina poetisa es mucho más interesante que lanovelista o que la dramaturga. Sin embargo hay que decir que Jarilla tienefragmentos atractivos y de cierta poeticidad, es un canto a la naturaleza y a los

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amores de Jarilla, personaje roussonino, y Román, cristiano renegado que sehace mahometano. En su dedicatoria, la escritora advierte:

He personificado los montes de la Jarilla y del Regío, y sus cerrosBarbellido y el Morro, y he conservado los nombres de sus arroyos y de susfuentes

Montes que forman parte del paisaje de Salvaleón, localidad situada alsur de Badajoz. En su capítulo VII escribe:

Al mediodía volvió a la gruta con la esperanza pintada en el rostro, yacomodó su asiento de yerbas detrás de la madreselva, por cuyo verdeenrejado se veía gran parte del valle. Un fresno, nacido en medio de lafuente, había crecido y ensanchándose con tanta profusión y lozanía dehojas, que abarcaba con sus ramas colgantes todo el círculo de la fuente, ylas zarzas floridas entrelazadas a ellas, subiendo a la corona del árbol ydesmayándose hasta hundirse en la superficie cristalina, perfeccionaban laobra de una gruta sombría, húmeda y deliciosa, que resonaba con el cantode las tórtolas anidadas en ella. Jarilla se sentó allí, miró el agua, miró laverde bóveda, y tendió los brazos hacia las ramas de donde salían losarrullos. Agitó varias veces con sus preciosas manos el cristal de la fuente,y después de una dulce contemplación, exclamó con balbucientes palabras:¡Román! ¡Román! ¡Ven! ¡Ven!

Sus otras novelas no tienen la coherencia estructural de ésta ni tampocoel atractivo.. Esto perece que ocurre también con La Siega, Luz, La rueda dela desgracia y El pagaré: su escasa sugestividad puede quedar compensada siel lector se sitúa en el contexto histórico-social de la España de los cuarenta yde La Restauración, tiempos en que se escribieron y se publicaron.

Carolina sigue los gustos literarios en boga de la sociedad de su época.Cuando estuvo en auge la novela histórica escribió Jarilla y cuando los escri-tores se valen de los periódicos para publicar folletín, Carolina publica poreste medio La Sigea, Luz, La rueda de la desgracia, y más tarde El pagaré.La escritora extremeña más que como literata se comporta como periodista.Hay que tener en cuenta lo que escribe Nicomedes Pastor Díaz en su Cuader-no autógrafo:

La novela moderna no es la obra literaria, es el periodismo aplicadoa los sentimientos, a las pasiones, a las intrigas de la vida, con muchossupuestos a veces no más que disfrazados. El novelista no es un literato, esun periodista. Por eso se ha hecho folletín.

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No se puede olvidar que gran parte de la obra literaria, de Carolina, fuepublicada en periódicos y revistas; y que, cuando en 1902 Antonio Arqueros lepropuso a la escritora su intención de publicar las obras de extremeños ilus-tres, entre los que consideraba que estaba, ella le contestó:

Veo con gratitud que no olvidan mi nombre, y siento no podercorresponder a su amable invitación para inaugurar la obra que se proponepublicar. La impresión de un libro de poesías es un lujo en esta época deprosa, que no es permitido al autor, sino contando con sobrante de intereses,o admitiendo subvención como lo han hecho algunos poetas. Yo no estoyen uno ni en otro caso; y me limito a copiar mis versos en la prensa periódica,que por la incansable actividad con que procura difundir la ilustración ennuestro país, tiene derecho a nuestro tributo. Usted también es periodistalaborioso y ha de hallar razonable mi procedimiento.

En los folletines no sólo se publicaban novelas, sino crímenes reales, ycon el paso del tiempo se publicaron también pastorales de obispos, encíclicas,etc. La iglesia ya había olvidado la prohibición que pesaba sobre el folletín enLa Censura, 1844:

Mas luego que se quitó a la imprenta todo freno, tradujéronse adestajo los producciones de los novelistas franceses más señalados por sulibertinaje e impiedad, y con pretexto de poner estos libros al alcance detodas las fortunas (como se dice en la germanía corriente) se publicaron porentregas, facilitando así su expedición y la introducción de la ponzoña enmuchas familias que de otro modo no se hubieran contagiado.

Cuando Carolina publica Luz en El Clamor Público, el folletín aparececuando termina La buenaventura de Eugenio Súe. Cabe aquí recordar que lapoetisa extremeña leyó muchas obras del escritor francés. Incluso alguna leentusiasmó tanto que le dedicó una oda que no conocemos. Como La Censurade diciembre de 1844 publica la prohibición de El judío errante, Carolina,temerosa, le escribe a Hartzenbusch una carta , donde, entre otras cosas, le diceal maestro:

Borre V.: la dedicatoria que lleva al frente la Virgen de Murillo porrazones especiales y en la oda a Súe quite la añadidura “por su obra El judíoerrante”.

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Se convierte pues el folletín, a mediados del siglo XIX, en un géneroperiodístico que acapara la atención del público7. Recuérdese lo que al respec-to escribe Pastor Díaz en El Conservador, 1841, con motivo de la publicaciónde la novela Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda:

Dígase lo que se quiera de la influencia de las novelas en lascostumbres, las novelas son actualmente una necesidad, y una necesidadmuy general y muy viva.

Y esto después de afirmar la pobreza de aquella narrativa española quesólo se alimentaba de las traducciones de los grandes narradores europeos.Este folletín tan necesario a aquella sociedad es el que inicia la carrera de lanarrativa del siglo XIX español, que culminará en las novelas de Valera y deGaldós.

Estas novelas expresan y reflejan las intrigas de aquella época y repro-ducen con bastante verosimilitud personajes y situaciones de aquella realidadhistórica. El folletín no sólo divulgó ideas y comunicó noticias de importanciasocial, sino que fomentó una afición por la lectura en las masas populares, esdecir, que preparó al futuro lector de novelas. En los folletines aprenden gran-des escritores que llevan la descripción y la narración a las formas más bellasde expresión. El método de atraer al lector, haciendo interesante el final decada capítulo, es utilizado hoy en las publicaciones por fascículos y en losseriales televisivos, algo perdura de aquel subgénero.

Carolina comenzó a escribir La Sigea8 en 1849, y comienza a publicarseen el Semanario Pintoresco Español, en 1851, de donde reproducimos el pri-mer capítulo, publicado el 14 de abril:

LA SIGEA

NOVELA ORIGINAL

A LA SEÑORITA DOÑA NATALIA FALCÓN

Prima mía: desde que tengo la dicha de poseer tu cariño, todos mis pensamien-tos van unidos a tu memoria. Por eso alguna veces has de leer tu nombre al frente de

FERNANDO MANSO AMARILLO

7 Vid. Antonio SALVADOR PLANS: Baroja y la novela del folletín, págs. 15-37.8 Vid. G. TORRE NEBRERA: OBRA EN PROSA, t. I, págs. 29-44.

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mis escritos, porque quiero que nuestros nombres firmen el mismo lazo que firmannuestras almas.

Carolina Coronado

El amante de la estatua

Permitidme que vuelva mis ojos amorosamente a Portugal siquiera porque enél se halla hoy primero de mayo de 1550 una española célebre.

Dos meses hace que pasó de Toledo a Lisboa acompañada de su anciano padrela escritora Luisa Sigea, y uno que la recibió a su servicio la princesa doña María, hijadel rey D. Manuel. Todavía los cortesanos no conocen a la nueva dama, y esperanimpacientes el día del besamanos para ver si la belleza corresponde a la fama que le hadado su país.

Muy fea será preciso que se presente la literata tolentina si ha de parecerlo a lajuventud portuguesa, para quien la sola prenda de ser española constituye la primerabelleza de una mujer.

Infinitas damas hay en palacio, hermosas como la luz, pero todas tienen undefecto capital para los galanes de Lisboa: son portuguesas. La princesa misma nopuede evitar que sus encantos aparezcan nublados a los ojos de los nobles, por másque los rayos de sus brillantes den esplendor a su juvenil fisonomía. Ninguno hallaexpresión en la dulzura de sus ojos negriazules, ni gracia en la sonrisa de su preciosaboca. La dama española debe de mirar con más fuego y sonreír con más amor. La damaespañola es la que desean ver.

Generosos con nosotras solamente los patrióticos lusitanos, nada hallan en elextranjero superior a las cosas de su reino, ni clima ni ejércitos, ni bajeles, sino lasdamas españolas. Porque su sol les parece el más brillante que alumbra la tierra, cuen-tan por cabezas la extranjera caballería, y la suya por pies para que resulte la mismacuenta, y llaman a sus barquichuelos terror d’os mares.

Pero ante nosotros se despeja el ceño de su orgullo nacional, su lengua enfáticase hace humilde, y los enemigos de los castellanos se postran a nuestras plantas, comolos indios que adoraban a Colón.

Si ha de acontecer por dicha que en los venideros siglos se una a la grandeEspaña el pequeño Portugal, no creáis que esto se verifique por la contienda de lasarmas, sino por los lazos del amor. La fuerza de atracción que tiene España para absor-ber al fin a su vecino, no es la del acero, es la de la belleza. Dios ha puesto en elcorazón de los portugueses una irresistible simpatía que los impulsa a buscar en Espa-ña su felicidad.

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En un principio no querrán ceder en su patriotismo, y robarán a las españolaspara identificarlas a su país. Luego se conformarán con vivir en España siguiendo lascostumbres de su pueblo, y más tarde adoptarán nuestras costumbres y se confundiránlas españolas que van con los portugueses que vienen. Lo que no alcanzaron las bata-llas de tan denodados guerreros, lo alcanzarán las sonrisas de las tímidas mujeres, yantes de muchos siglos España y Portugal no formarán sino una sola familia.

Pero estamos en 1550 y todavía no es tiempo de discurrir de este modo, sino decontinuar sencillamente la relación de unos hechos que nada tienen que ver con launión de España y Portugal.

Hoy es el cumpleaños de la princesa doña María, y hay besamanos al que nopuede menos de concurrir la dama española.

Los jóvenes de quince a veinte años estiran sus bigotes cuanto puede consen-tirlo el flexible bozo que apenas sombrea el labio. Los de veinticinco a treinta recortanel mostacho para suavizar la densa sombra de las ásperas cerdas. Los hombres decuarenta a cincuenta se empolvan la peluca.

Uno solo entre los cortesanos permanece inactivo en medio de la vanidosafaena. Ni siquiera piensa en asistir al besamanos. Y es joven, gallardo, enamorado ypresumido. Y sabe por tradición que es hermosa la Sigea. Pero con una palabra seexplica su indiferencia, su apatía. Este caballero es español y no puede ofrecerle nove-dad la vista de una española.

No sé si habréis leído otras novelas en las cuales, he descrito los jardines dePortugal, pero si las leísteis, ahorradme el trabajo de una nueva descripción recordan-do aquella, y si no las habéis leído, tomaos la molestia de buscar el capítulo 3º deMusiña, donde agoté mi vena poética haciendo brotar con profusión toda clase deárboles y de flores y de cascadas y de fuentes. Nada vuelvo yo a escribir tan floridocomo aquel capítulo de pura vegetación, en el cual cada palabra es una rama de sauceo de naranjo, y cada letra una hoja de nardo o de jazmín. Es un capítulo aquel quecopiaría de buena gana introduciéndolo en esta novela si no fuese porque es ya propie-dad del editor portugués, que perseguirá ante la ley al que lo reimprima.

Digo todo esto porque las ventanas del pabellón que habita la escritora deToledo dan sobre el jardín real, y mis lectores naturalmente querrán saber cómo es estejardín. Esto es muy justo. Desde que el primer escritor dio a su lector el adjetivo decurioso, ha sido curioso siempre y seguirá siéndolo mientras haya escritores. Yo com-prendo bien la curiosidad que tendrá ahora por saber cómo era el real jardín. Perorepito que nada vuelvo a escribir como el capítulo 3º de Musiña.

Basta para dar una idea del jardín real con el silbido de los portugueses, queponderan así su magnificencia como si las palabras no fueran suficientemente expre-sivas para hacer su elogio.

Todas las mañanas pasean entre los árboles multitud de jóvenes que espían elmomento de ver a la Sigea asomada a sus ventanas. Pero inútilmente, porque ella

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permanece oculta en el fondo de su habitación todo el tiempo que la dejan libre sustareas en el cuarto de la princesa.

La sombra de la arboleda empieza a dibujarse en el suelo, cuando el caballerode Castilla, no con objeto de ver a la española, sino con otro que no ha querido decir-me, ni yo me atreveré a preguntar, se ha detenido cerca de una Venus de Carrara, quepor un capricho de su escultor arroja dos caños de purísima agua por cada uno de sushermosos pechos. Parece aquella Venus la nodriza de todas las flores que se alimentanen el jardín con su abundante jugo.

El caballero español cruzado de brazos contemplaba estático la escultura, cuan-do uno de los cortesanos portugueses, que hablaba nuestro idioma, se acercó y le dijodándole un golpe en la espalda.

-¡Ya estamos! ¡Deus , tú te hallas enamorado de esa piedra!Riose el español, y contestó volviendo la cabeza, pero sin apartar los ojos de la

estatua:-¡Mira qué hermosa!-Pero de piedra. ¡Hermosa la menina española! La he visto ayer por la espalda al

pasar a la sala de guardia, y...-No será como ésta.-Ainda mais.-¿Qué sabes si no la has visto más que por la espalda?-Pero soy un lince: se me traslucen las cabezas bellas aunque las vea por el

revés. ¿Vendrás al besamanos?-No. Respondió el español sentándose enfrente de la estatua.-¡Deus! vas a perder el juicio. Mariano, con esa regadera d’os jardines.Retiróse el portugués y se unió a los otros compañeros, que se alejaron riendo

de la extravagancia del castellano. Un instante después de haber desaparecido ellos,asomó a una de las ventanas que daba sobre la fuente la linda cabeza de la tolentina.

Los reflejos todavía pálidos del sol de primavera esmaltaban la blanca frente delespañol, haciéndola lucir como si fuese de plata. Su bigote castaño, ensortijadograciosamente, se unía por las extremidades a los grupos de sus cabellos, que avanza-ban hasta las mejillas, envolviendo el óvalo de su rostro en una sombra como la quedan a sus cuadros los pintores de la escuela de Ribera. Tenía el caballero apoyada lacabeza en la mano izquierda, el codo en le relieve de una columna, y los piesindolentemente cruzados. El traje de terciopelo negro con los vistosos greguescos ylucidos oropeles de la corte de D. Manuel, favorecían al joven lo bastante para quepareciese más bello y más gallardo de lo que era. Porque en realidad su rostro y su talleestaban muy lejos de ser perfectos. Tenía facciones irregulares y el cuerpo algo encor-vado. Pero en estos momentos el sol, el terciopelo y su actitud lo embellecían con unatriple ventaja.

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La mirada de la escritora se detuvo en él primero con indiferencia, despuéscon curiosidad, y por último con interés. -¿Qué contempla? Se preguntó para sí. -Es laestatua, se respondió a sí misma. -Un ocioso, pensó después haciendo un gesto dedesdén; ¿por qué no llevará un libro al jardín?

Separóse de la ventana y se sentó cerca de una mesa donde se veía un granpliego con párrafos escritos en distintos idiomas. El primero en latín, el segundo engriego, y el tercero se puso a continuarlo en hebreo.

Escribió tranquilamente algunas líneas, y se levantó varias veces para hojearpergaminos y registrar diccionarios.

Una hora trabajaría, y sofocada se acercó a la ventana para respirar el airefresco, sin acordarse ya del caballero que estaba en la fuente. Pero al verlo todavía enla misma postura se sorprendió y volvió de nuevo a examinarlo.

-¡Es mucha ociosidad! -Exclamó-. Este hombre es español indudablemente.Continuemos mi carta.

El cuarto párrafo de esta carta había de ir escrito en siriaco, y aún faltaba elpárrafo quinto que iría en arábigo.

La Sigea escribió con ardor dos horas más. Concluyó, cerró su carta y le pusola dirección:

Al Pontífice Paulo III.

Vistióse luego de ceremonia y se dirigió al salón de la princesa.

Los cortesanos formados en hileras aguardaban la hora del besamanos. El másimpaciente era aquel portugués que habló en la fuente con el amante de la estatua.Presentóse por fin doña María seguida de sus damas, entre las que se vio aparecer a laescritora tolentina . Pero las risueñas esperanzas de los jóvenes quedaron defraudadascon su presencia. En vez de una andaluza salada, vivaracha, incitadora, se hallaron elporte de una inglesa.

La Sigea tenía la frente noble y suave, hermosos ojos, mejillas de virgen, re-dondas y puras, y una boca de expresión inocente. El talle de la Sigea era delicado ymajestuoso...

-¡Ah! Exclamó en voz baja aquel portugués que la aguardaba ansioso, creí queá menina española sería mais sandunguera.

La Sigea dirigió una mirada investigadora en torno de sí y volvió a bajar losojos sin haber visto al español.

Otros españoles concurrieron al besamanos más gallardos ciertamente que elamante de la estatua, pero la dama no fijó su atención en ellos.

Concluido el besamanos, quiso la princesa bajar a los jardines y eligió paraque le acompañasen a la duquesa de Alencastre, a la condesa de Almeida y a la escri-tora de Toledo.

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Tímida la Sigea para aceptar un honor que no creía merecer todavía en palacio,dejó marchar delante a las ilustres damas, y las acompañó a una distancia respetuosa.Atravesaron gran parte del jardín y doña María se detuvo junto a la fuente, donde seelevaba la Venus.

La Sigea se detuvo también.

Pero, ¡cosa extraña! En vez de sentir un placer artístico, en la contemplaciónde la hermosa estatua, sintió un secreto disgusto que al pronto no se supo explicar. Suprimer impulso fue cubrir con su velo aquellas desnudas formas. El agua cristalina queemanaban sus pechos le producía con el rumor de su caída una angustia dolorosa, y nopudo marcar la perfección de aquella torneada pierna, sin experimentar un sacudi-miento en todas sus fibras. La duquesa de Alencastre vino a dar más energía a estasensación diciendo en inglés.

-¿Cómo no estará por aquí ese tonto de Mariano?

-El loco, no el tonto, repuso la princesa.

-Tonto loco, añadió la condesa de Almeida.

-Tonto no, volvió a corregir doña María.

Y luego repitió en voz baja. –“Será preciso hacer pedazos la estatua”.

La princesa no quiso ya pasear y se retiró del jardín silenciosamente.

La Sigea volvió a su habitación melancólica y disgustada.

Despojóse del traje de ceremonia y se puso a escribir sobre la influencia de laescultura en los sentidos . Buscó en sus libros las noticias de los mejores escultores yse ensañó con Praxíteles.

Un trozo de este libro debe existir entre los manuscritos de la autora que dice losiguiente, traducido del latín.

“La influencia de la escultura es muchas veces perniciosa al desarrollo de laspasiones. La juventud se fija más en las formas de una estatua, que en el estudio delarte; y atribuyo en gran manera el relajamiento de la sociedad griega a la profusión dehermosas estatuas que adornaban sus plazas y sus paseos. Es cierto que este artepuede servir en beneficio de la filosofía y de la religión, inspirando a la escultura lafisonomía de personajes históricos o de imágenes piadosas; pero los mejores esculto-res se han dedicado principalmente a copiar la belleza. ¡Esas Venus! Esas Venus son elcebo del sensualismo, y Praxíteles la perdición de la juventud. ¿Por qué no dar al artela severa expresión de la virtud, aunque no tengan las formas esa perfecta armonía?¡Ah! ¡La belleza! ¡Siempre la belleza de las formas! ¡Siempre la forma nunca la esen-cia...!

Detúvose la escritora al llegar aquí, agitada por una austera indignación y le-vantando la cabeza, con la pluma en la mano, se vio retratada por la pequeña cornuco-pia que tenía enfrente. ¡Original, por cierto, era el contraste que ofrecía lo que acaba

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de escribir y la imagen que se reproducía en el cristal. Cuando estaba tronando contrala hermosura, se veía ella misma más hermosa que nunca por el carmín que cubría surostro y el noble fuego que animaba sus ojos. La sectaria de la escuela espiritualista seolvidaba a sí misma y combatía su propio mérito por sacar ventaja en su doctrina.

Pero no pudo menos de conocer la gracia del contraste y se sonrió.

-O Ilmo. Senhor don Mariano Enriquez, anunció desde la puerta un paje de ladama.

Soltó ésta la pluma, volvió a mirarse al espejo; echó sobre sus hombros unmanto azul, y salió a la sala inmediata.

-Ilustre dama, dijo el español haciendo una refinada cortesía. Un servidor míoque ha llegado a Toledo, me trae la orden de que os presente mis servicios en nombredel más apasionado de vuestros amigos.

-Es mucha honra para mí, contestó la escritora medio confusa con aquellainesperada visita.

-Este favor de nuestro amigo -prosiguió el joven con galantería cortesana, perocon una frialdad que se echaba de ver en lo apagado de sus ojos- me evitó buscar unpretexto para rendir a vuestro mérito el culto que rinde toda España.

-Caballero como vos –tornó a responder la tolentina- no han menester reco-mendación para ser bien recibidos.

-El nombre de mi protector con vuestra persona –continuó el joven dando a lavoz de protector un tono de la más hipócrita cortesanía- es el marqué de Villena.

-El noble marqués no podía haber elegido persona más digna para enviarmesus favores.

Ni una letra más añadió el español, y después de una breve pausa, cuando nohabía hecho sino tocar el asiento, como si estuviese erizado de espinas, se levantó yse despidió haciendo otra profunda cortesía.

La escritora quedó reflexionando unos instantes.

Se retiró a sus aposentos, tiró del cordón de una gaveta, y sacó tres pequeñoslienzos sujetos con marcos de ébano.

Mirólos con una sonrisa amarga y dijo apoyando su frente en la palma de sumano izquierda.

-Remedios contra el amor. ¡Julio! ¡Félix! ¡León! Seres ingratos a quienes sa-crifiqué los más bellos días de mi juventud. ¡Corazones vulgares! ¡Espíritus ignoran-tes, a quienes regalé tantas armonías! Pobres sordos, pobres mudos, pobres ciegos,que no podíais ni oírme, ni responderme, ni comprender mi poética pasión.

Representaba el primer lienzo una figura muy gallada, pero cuyo gesto irónicoy duro robaba el interés a su fisonomía. El segundo representaba a un joven de noble

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aspecto, pero de mirada recelosa y altiva. La imagen del tercer lienzo era insignifi-cante, y sólo podría llamar la atención aquel retrato, por la elegancia y lujo de suropaje.

¡Necios! Prosiguió la escritora, sin dejar de sonreír; necios que combatisteismi virtud para quedar vencidos; ¿qué quieren decir esas miradas que me lanzáisporque os he reunido a los tres? ¿No sois dignos compañeros unos de otros, puestoque los tres me ofendisteis y que a los tres os desprecio?

Dormid como cadáveres, bajo esta losa, añadió la escritora, colocándolos denuevo en la gaveta, y dejando caer la tapa de su escritorio; dormid bajo esta losa,sobre la cual escribo todos los días el epitafio de la mísera humanidad. ¡No másamores, Dios mío! Concluyó la Sigea, alzando al cielo los ojos: guardad lo que haquedado de este desgraciado corazón para vuestra gloria solamente...9

En aquel instante los golpes de un martillo resonaron en el jardín

Se oyó el estallido que hace al saltar la piedra, y luego un ruido, como de unaroca que se desploma, estremeció las paredes.

Asomóse la Sigea y vio rodar la estatua de Venus partida en dos pedazos.

-¡Ay! -Exclamó con alegría,- ¡han destruido la estatua!-¡Malvado! -Gritó al mismo tiempo el caballero español apareciendo al fin de la

arboleda-, ¿qué hacéis? Y tiró de la espada.Adelantóse el jardinero mayor hacia el amante de la estatua, y respondió:-Cumplir la órdenes de S.A.Guardó la espada Enríquez y se acercó a la estatua; cruzó los brazos y miró

dolorosamente.La Sigea creyó distinguir dos gruesa lágrimas que rodaron por las mejillas del

caballero y se consumieron en su bigote.-¡Es muy extraño! ¡Es muy extraño esto que sucede, -repitió la Sigea-, ese joven

llora por una estatua... y yo lloro... porque llora él!

Más tarde, en 1853, ya casada y nacida su primera hija, la poetisa escribeuna advertencia en la novela que ya se publica completa en 1854:

La primera parte de esta novela empecé a escribirla en 1849. Lasegunda la concluyo en 1853. En el transcurso de estos cuatro años han

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9 Estos párrafos marcados, comprendidos entre “Pero no pudo menos de conocer la gracia delcontraste y se sonrió” y “este desgraciado corazón para vuestra gloria solamente” no aparecenen la edición de 1854.

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sucedido en el mundo grandes cosas: han caído tronos, han pasado repúbli-cas, se han levantado imperios, y se han puesto en comunicación las gentesde los dos polos por medio de unos alambres. Y si los pueblos, que necesitancasi siempre siglos para verificar sus revoluciones, han sufrido estoscambios, ¿qué no sufrirán los individuos para quienes un nuevo día traesiempre una idea nueva?

Yo he leído con sorpresa la primera parte de mi novela, sin poderreconocer a la autora de ella, y juzgándola como si el yo de entonces fueseenteramente distinto del yo de ahora, mi deseo (lo confieso) hubiera sidodestruir lo empezado y no darle conclusión; porque antes para escribir meinspiraba audacia el saber que sólo el público indiferente había de leer misescritos; pero ahora me acobarda la idea de que más tarde haya de leerlos mihija.

Pero esta advertencia hará conocer al lector las dificultades con quehe tenido que luchar en la novela, para dar unidad a sus dos mitadesconstruidas en distintas épocas.

Hay que observar la persistencia del lector en el acto creador. Carolinalo tiene muy en cuenta siempre. La existencia ya de su primera hija y futuralectora, explica, según la poetisa, los cambios que introduce en la edición com-pleta de 1854.

Mientras se publicaba la primera parte de La Sigea, la poetisa escribíaotro folletín, Luz. Esta obra nació en la mente de Carolina con el nombre deLos dos rivales, así se anunció en El Clamor Público del 1 de enero de 1851:

Tan pronto como se concluya la novela de Eugenio Súe que estamospublicando, traducida del francés empezaremos la que ha compuesto paranuestro periódico la señorita doña Carolina Coronado con el título de LOSDOS RIVALES.

El día 15 de julio del mismo año aparecía en el folletín de El ClamorPúblico la siguiente advertencia:

Para cumplir el compromiso que tenemos con nuestros lectores,empezaremos a publicar desde mañana la primera parte de la novela quebajo el título de Luz ha escrito la señorita doña Carolina Coronado para elClamor.

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Al día siguiente aparecía el capítulo primero de la novela con una cartade la escritora al director del periódico:

Muy señor mío: La novela que remito a usted no es la que usted sesirvió anunciar con el títulos de Los dos rivales. Es otra que estoy escribien-do con el título de Luz. Si a usted le es indiferente el cambio, puede ocuparcon esta el folletín.

¿Son dos novelas diferentes? Creemos que no. Carolina escribía muyposiblemente la novela bajo el título primero. Basta que el lector lea con aten-ción para que se dé cuenta de las frecuentes alusiones que hace la escritora altérmino «rival» para señalar a los antagonistas masculinos, Marqués / Alberto,y a los femeninos, Baronesa / Luz; su tema es el duelo entre dos rivales. PeroCarolina, muy, probablemente, al ir escribiendo le fue cogiendo cariño a unode los personajes, Luz, su alter ego, por el que habla la misma escritora y alque suceden hechos que le ocurren a la misma autora. Luz es el símbolo delsaber y de la libertad que tanto anheló Carolina, es la antítesis de sombra,imagen obsesiva que pesa en su mente y la que usa con mayor frecuencia entodas sus creaciones literarias, como sostenemos en nuestra Tesis, la obra lite-raria de Carolina Coronado. El personaje Luz no es otro que la misma Caroli-na, enamorada de Alberto, que pinta y escribe y que al fin se va a Madrid, «esegran sepulcro» que encerraba al Alberto de la realidad, según palabras de lapropia escritora en una carta a Hartzenbusch:

Hace poco tiempo, cuando Madrid no había enterrado el corazón aquien yo he consagrado tanto cariño, Madrid tenía para mí otros encantos.Pero ahora me recordaría la pérdida de un amigo que murió ahí... Pero siMadrid, como dice Larra, es un cementerio, temo ver el nicho que le en-cierra.

Esta identificación entre personaje y autor llevaría a la escritora a prefe-rir el título de Luz. Además, al final del último capítulo hay una frase quedelata esa identificación: A Luz aguarda el amor, siempre el amor por Alberto.Este amor fue el soporte inspirador de gran parte de su obra literaria, nos refe-rimos a los escritos anteriores al 6 de julio de 1852, fecha de su boda.

Esta novela fue escrita en el primer invierno que la escritora pasaba enMadrid. En el primer capítulo y en la dedicatoria que hace a una amiga, expre-sa su tenacidad por escribir novelas, a pesar de que su amiga valore más suspinturas y sus bordados. Los personajes de esta novela están tomados de lasociedad contemporánea de la escritora. Pertenecen a clases sociales bien dife-

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renciadas: la baronesa y el marqués, a la alta sociedad; Luz y Alberto, a laburguesía; Jerónima y Marcelo, a la servidumbre. Como en otros folletines, nohay matizaciones en las caracterizaciones de los personajes: humilde y virtuo-sa, Luz; rica y orgullosa, la baronesa; sin configuración personal, Jerónima yMarcelo.

La presencia del lector en la mente creadora es una constante que nosrecuerda con frecuencia la autora, y que puede observarse en sus novelas, asípor ejemplo, en el capítulo I de Luz:

Los lectores pueden figurarse el rostro de la baronesa, según agradenlos rasgos característicos, así no me expongo a disgustarlos, diciendo quetiene ojos negros, cuando habrá quien guste de los azules, ni pardos, cuandohabrá quien guste de los verdes.

La novela está escrita en un lenguaje directo, poco manipulado, con es-casas figuras literarias. El tema de Luz, puede tener una base real. Esta novelase sitúa en Andalucía, donde Carolina pasó largas temporadas en casa de su tíoManuel Romero, Presidente de la Audiencia de Sevilla. Así lo expresaba lapoetisa en una carta que escribe a Hartzenbusch en 1847:

El médico me ordena variar inmediatamente de clima y pasadomañana salgo para Sevilla, donde puede Vd. mandarme cuanto gustedirigiendo sus cartas a casa de D. Manuel Romero, Presidente de laAudiencia... En el campo de Andalucía voy a escribir muchos versos.

Tanto por el tema como por la verosimilitud de las acciones, Carolina seacerca en Luz, La rueda de la desgracia y El pagaré, a la realidad históricaen que fueron escritas y publicadas.

La primera parte de Luz está formada por dos tomos de diez capítuloscada uno, que fueron publicados en el folletín de El Clamor Público en losmeses de julio, agosto y principios de septiembre de 1851. Se trata de unanovela inacabada. La causa pudo ser el conocimiento de Carolina y HoracioPerry en otoño de 1851 y su casamiento posterior en julio de 1852. Ha sidopublicada por Torres Nebrera en OBRA EN PROSA. Carolina Coronado,1999.

En esta edición faltan algunos fragmentos del texto original, que señala-mos en notas a pie de página, pues el ejemplar de El Clamor Público quenosotros hemos consultado está bien conservado.

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Los textos que se reproducen en este artículo , capítulos 1 y 8 de la pri-mera parte, y 3, 6 y 10 de la segunda, se tomaron del ejemplar que puso anuestra disposición la Hemeroteca Municipal de Madrid, a cuya directora ex-presamos nuestro agradecimiento.

LUZ. TOMO I

Muy señor mío: La novela que remito a usted no es la que usted se sirvió anun-ciar con el título de LOS DOS RIVALES. Es otra que estoy escribiendo con el títulode LUZ. Si a usted le es indiferente el cambio, puede ocupar con ésta el folletín.

De S.S.Q.B.S.M.

Carolina Coronado

A Milady etc...

Tres años hace, amiga mía, que te ofrecí dedicarte uno de mis ensayos de nove-la. Recuerdo que fue en la bahía de Cádiz y a bordo del vapor que iba a separarnos talvez para siempre. Hoy, lejos de aquel hermoso océano que contemplábamos juntas a lasalida del sol, a la caída de la tarde, en las noches de luna, cuando estaba sereno ycuando levantaba embravecido sus montañas de espuma que iban a estrellarse en elmuro, hoy, lejos de aquellos sitios que podían recordarme tu memoria, he escrito conel corazón doliente estas páginas para ti.

Son los días tristes de Madrid. Tristes para mi alma. El cielo está sombrío, losárboles secos, Guadarrama cubierto de nieve. Yo, por la vez primera, paso el inviernoen Castilla, lejos de mi madre, sin ver mi huerto que aún en enero ostenta grato verdory sin oír sus aves que jamás emigran. Por la vez primera, escribo desde estos gabinetesdonde no penetra el sol, y entre el estruendo continuo de los carruajes; sólo por lainspiración de tu amistad. Bien sé que te agradan mis miniaturas, mis dibujos a laaguada y mis bordados más que mis escritos. Literata inglesa, inteligente, ilustrada, nopuedes sufrir la rudeza de estas obras que brotan y crecen como los árboles de nuestrosbosques extremeños. Por eso me dices que Jarilla es una novela salvaje. Por eso meruegas que el libro que te dedique sea más civilizado. Bien, amiga mía, yo te dedico noese libro sino cien folletines. El Correo de España te llevará casi todos los días minovela unida a un pedazo de civilización. Ya no hablo de selvas, de castillos, de caba-lleros de la Edad Media, de tradiciones; ya, siguiendo tu consejo, hablo de nuestraactual sociedad. Pero como he vivido en el campo más que en las poblaciones, comomi inclinación me ha llevado a estudiar la naturaleza más que las costumbres, como noconozco bien la sociedad, temo describirla tan mal que excite la crítica de los que melean, si acontece que llego a tener lectores. En este caso, defiéndeme tú. Responde a

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cuanto digan. Refiere mi vida campestre, alega mi falta de saber, explica mis simpa-tías, y declara que he escrito esta novela guiada por tus consejos. Firma luego con turespetable nombre y sálvame del ridículo, que, como aquella espada que cuentan lashistorias griegas, está pendiente siempre sobre la cabeza de la escritora española.

Carolina CoronadoMadrid, 1 de enero de 1851.

CAPÍTULO 1

La baronesa de Patria10

¡Oh qué hermosos son los jardines del Alcázar de Sevilla! La escarcha blanqueala copa de los árboles, y a pesar de eso se respira siempre allí un aire tibio como en laprimavera. Cerrados al norte, resguardados al levante, abiertos al mediodía, nunca elviento que hiela las plantas ha penetrado por la cadena circular de naranjos chinos quelas protegen, ni por los muros de boj que las aprisionan. Allí es donde en diciembrerompen su grueso y redondo botón las magníficas camelias y las soberbias dalias demúltiples hojas.

Allí es solamente donde florecen las lilas en el mes de enero, y donde algunavez una perezosa golondrina, por fenómeno, se resuelve a pasar el invierno fuera delos trópicos en el clima de España. Y si es en la primavera cuando vamos a visitar losjardines del Alcázar, nos sentimos embriagados por aquella atmósfera cargada de tan-tos aromas distintos, de tan distintas flores, y se deslumbra nuestra vista por el resplan-dor de aquella luz tan viva que reverbera en las plantas vestidas de blanquísimos rami-lletes. Nuestra alfombra son hojas de rosa, hojas de azahar, pasionarios azules, y jaz-mines dobles que caen a nuestros pies, como una lluvia para dar lugar a la nuevaproducción que se sucede todos los días por la prodigiosa fecundidad de aquellasmadres plantas.

Allí es donde el ánimo se dilata, se desanubla el ceño del hombre adusto y sesiente que es grata la vida, aunque el infortunio nos aguarde a la salida del Alcázar.Todas las penas se olvidan allí bajo aquel cielo tan diáfano, con aquel sol tan vivificante,entre aquella vegetación tan vaporosa, junto a aquellos manantiales tan calientes.

Allí es donde la juventud de Sevilla, poética, enamorada, perezosa, acudía en1836 a respirar las auras del mes de abril, y a dar una expansión a sus amores.

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10 A pie de página del folletín aparece la nota siguiente: “Patria. De la provincia de Cádiz:célebre por sus recuerdos históricos”.

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No había joven alguno, aunque fuese pobre o feo, que no obtuviese una citapara los jardines del Alcázar, abiertos al público los domingos y los jueves, y en loscuales, a pesar de la severa vigilancia de las mamás y de las abuelas, se hallaba siempreocasión de decir a una morena «te amo» o a una rubia «te adoro», y a una de melenacastaña «te idolatro». Solamente no había ocasión para decir ternezas a las que teníanblanco el cabello. Al menos, jamás se dijo que los jóvenes andaluces hubiesen come-tido semejante descortesía en unos jardines llenos de la memoria del rey don Pedroque también respetó mucho a las ancianas.

Allí, si hemos de decir verdad, nunca tuvo una abuela por qué sonrojarse delatrevimiento de un amante; pero en cambio las nietas volvían del paseo encendidas yconfusas por una mirada indiscreta, por una palabra o un billete, sorprendidas en unacalle de árboles o a orillas de una fuente.

Una mañana, jóvenes y viejos fueron detenidos al entrar en el Alcázar por eladministrador del edificio que les dijo: «Ya no se puede pasear en los jardines, porqueestá arrendado el Alcázar».

-¿Quién lo ha tomado? -preguntó una vieja.-La señora baronesa de Patria.Un murmullo general de descontento se esparció en el concurso al oír estas

palabras, y hubo unos instantes en que todos permanecieron agrupados como si fuesenuna misma familia herida de un golpe que destruyese sus intereses.

Pero pronto se deshizo el grupo y se fueron las gentes esparciendo por la Plazade Armas, tomando cada cual su dirección.

Dos jóvenes solos quedaron delante del Alcázar entretenidos con el siguientediálogo:

-¿Quién es esa baronesa que nunca he oído nombrar?-Hombre, la hija del barón de Patria, amigo íntimo de Fernando VII, brigadier

de marina... ¿No te acuerdas el año que estuvimos en la Carraca... un hombre cano... ygrave?

-Sí, sí, viudo de la Camila, aquella princesa italiana tan coqueta que murió en ElPuerto.

-La misma.-¡Ya!-Sabes que a él lo arrastraron en Cádiz porque quiso resistir al movimiento del

pueblo.-¿Y qué tal es la hija?-¡Oh!-¿Es guapa?-Te diré cómo la vi este verano en los baños de Cádiz. Estaba yo en el muelle

cuando veo llegar un carruaje magnífico. Me echo el lente y distingo a una mujer

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vestida de negro. Al bajar del carruaje se le engancha el vestido... y, chico, le veoperfectamente el pie...

-¿Como el de Julia?-Más bonito, mucho más bonito. Me decido a seguirla, se dirige al embarcadero

acompañada de un aya y dos lacayos y se entra en el vapor para El Puerto. Yo tras ella.-¡Bravo!

-Tenía echado el velo, pero al través de él descubrí su hermosura: poco feme-nil, es verdad, pero soberbia. ¡Qué ojos!

-¿Y ella te miró?

-Ni una vez siquiera. Yo saqué mi cartera y mi lápiz para figurar que bosqueja-ba una marina, o que escribía versos. Yo me puse a mirar al cielo. Yo hablé inglés conel capitán. Nada. Ya por fin, viendo que llegábamos a El Puerto, aproveché un momen-to en que ella apoyó la cabeza para preguntarle: -Señorita, ¿se ha mareado Vd?

-No, gracias -me respondió sin mirarme.

-Llegamos a El Puerto. Me saludó con la cabeza y entró en un carruaje que laesperaba.

-¿Y qué hiciste?

-La seguí. Se alojó en una fonda. Yo también. Su cuarto y el mío estaban con-tiguos. Se asomaba al balcón y me asomaba yo. Iba a paseo, yo tras ella.

-¿Y nunca te miró?

-Nunca. Había enfrente de la fonda un balcón lleno de macetas. Tenía una deellas una hermosísima camelia blanca, y oigo a mi bella incógnita que dice a su dama:

-¡Qué linda flor!

-Espero a que anochezca, trepo al balcón, corto la camelia, llego al cuarto demi vecina, llamo y pido permiso para presentarle una flor.

-¿Y te lo concedió?

-Salió el aya a decirme que la baronesa no gustaba de las flores. Insisto en quees una camelia cuya hermosura ha ponderado ella misma; y me responde que fue uncapricho, y que no la quiere ya. Desde mi balcón hago caer en el suyo la malograda flory espero a que se asome por la mañana. Se asomó en efecto y pisó la camelia sinmirarla.

-¡Qué diablo!

-Ocho días estuve en El Puerto, y en los ocho días no conseguí fijar su aten-ción ni por un momento. Tomó el vapor, y yo tras ella. Llegamos a Cádiz sin haberhablado una sola palabra. Allí la vi varias veces en algunas sociedades, pero siempre

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sus ojos parecieron de cristal y sus labios de piedra. Dicen que nunca ha tenido amo-res, que si le dirigen una galantería, o se hace la sorda o se sonríe con desprecio...

En esto estaban de su diálogo los dos andaluces, cuando los interrumpió lallegada de un carruaje que se detuvo a la puerta del Alcázar.

-Ella es -exclamó el joven viendo aparecer a una dama como de veinte años,vestida de negro y cubierto el rostro con una ligera gasa. Seguida de un caballero, desu aya y de dos lacayos, entró en el Alcázar y subió a la sala cuadrilonga donde tuvo sulecho don Pedro el Cruel: lecho de fierro, cuyos pies han dejado en el pavimento unahuella tan marcada como su cetro en la humanidad11.

Sentóse la dama, levantóse el velo, y se pudo ver, al sol del mediodía que baña-ba de lleno la estancia, un rostro más bello que el de doña Blanca, y más bello que elde la Padilla, salvo el parecer de los poetas que han cantado a las dos en malísimosversos. Yo no haré una descripción mejor de la belleza; pero tampoco la haré peor,porque no haré ninguna. Los lectores pueden figurarse el rostro de la baronesa, segúnles agraden los rasgos característicos, y así no me expongo a disgustarlos, diciendoque tiene ojos negros, cuando habrá quien guste de los azules, ni pardos cuando habráquien guste de los verdes. Únicamente diré que en Cádiz, donde las mujeres estáncansadas de ser bellas, porque la belleza es allí una dote muy general, causaba pasmoel rostro de la baronesa.

Pocas frentes pudieran, en efecto, resistir la luz investigadora del sol de abrilque resplandece ahora en su frente precisamente, cuando el caballero, que la acompa-ña y que ha permanecido delante de ella con el sombrero en la mano, el talle inclinadoy los ojos fijos, la contempla absorto.

Pero esto duró un instante. La baronesa se había distraído mirando al jardín, yaquel hombre había aprovechado con avidez su distracción para mirarla. Tan prontocomo alzó los ojos hacia él, cambió la fisonomía y la actitud del caballero, de quien noquisiera hablar en este capítulo, si no me obligasen a ello los celos del lector, porqueasí como el lector es curioso, es también celoso, y por curiosidad y por celos debenaturalmente desear que se le diga quien es este hombre que se atreve a ser su rival,dando por supuesto que el lector está ya enamorado de la baronesa.

Aunque hemos dicho antes que es un joven , también podíamos decir que es unniño y que es un viejo, porque su rostro tiene la energía de la juventud, el candor de la

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11 Aparecerán en esta novela varias alusiones a este rey y su actitud con su mujer, doña Blancade Borbón y su amante, doña María de Padilla. Los malos tratos infligidos por los hombres asus respectivas mujeres es un tema recurrente en la obra de Carolina. Por ejemplo, en “Elmarido verdugo”, uno de sus primeros poemas, escribe: Nunca el verdugo de inocente esposa/Con noble lauro coronó su frente...

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niñez y la gravedad de la edad madura. Si sonríe, tiene quince años; si mira a unamujer hermosa, veinticinco; si medita, cincuenta. Sólo en el siglo XIX brotan y crecenestas plantas de triple vegetación, donde se ven a un mismo tiempo botones, flores ycabos desnudos. La fecunda tierra de Andalucía le había dado ser; el sol de la libertad,dasarrollo; pero la había regado la sangre de las revoluciones, y empezaba a agostarse.

No nos hemos detenido a examinar las facciones de este niño, joven y viejo,porque no en las formas sino en la expresión general del semblante hemos de buscar elreflejo del alma. La suya debe ser poética y sublime, porque en el brillo de sus mira-das, en la noble serenidad de su frente, en la vaga sonrisa de su boca, en su actitud, ensus movimientos, se advierte cierta singularidad que distingue a los hombres de geniosuperior del vulgo de los hombres. Es como una atmósfera que los rodea y que nadierespira sino ellos. Éste a que nos referimos, a pesar de tener un rostro tan juvenil,impone por su mirada, por su voz y hasta por su paso. Aunque está vestido con unasencillez humilde, tiene la majestad y la elegancia de los príncipes del talento. Nadiese atrevería a interrumpirle cuando discurre con aire sombrío a las orillas del Guadal-quivir, fijando sus grandes ojos meridionales en el curso de las aguas o en la extensióndel horizonte. Parece que sus recuerdos infantiles de ayer, sus pasiones ardientes dehoy y sus presentimientos amargos de mañana, se mezclan y se confunden para hacerlemás bella la contemplación de la naturaleza.

¿Quién es este ser que en la edad más lozana y bajo el alegre cielo de Sevilla noes feliz como todos sus compañeros?

Llámase Alberto Heredia. Es hijo de un pobre hidalgo del Coronil, sobrino deun canónigo muy rico de la catedral, goza de la reputación de poeta, y vive de darlecciones de italiano y de francés. Pero el número de estas lecciones se va de día en díadisminuyendo, por una causa ciertamente muy peregrina. Todas las discípulas se ena-moran del poeta; todos los discípulos le tienen por su rival.

CAPÍTULO 8

El paseo nocturno

La hermosísima luna de Andalucía que no es la misma luna que brilla en otraspartes, porque Andalucía tiene un sol y una luna exclusivamente para su cielo, derra-maba esta noche sobre el Guadalquivir torrentes de claridad. Los palos y el cordaje delos infinitos barcos amarrados a la orilla se dibujaban con fantásticas sombras sobrelas tersas aguas como telégrafos movidos por la ondulación del río. Se oía, aunquelejanamente, el ruido de Triana confundido con el que hacían los marineros en el mue-lle, y de las gentes que atravesaban el puente de barcas. Se oía el canto triste y armo-nioso de las playeras repetido por las muchachas y por los niños y las sonoras músicasde algunos barcos que cruzaban el Guadalquivir. Una de ellas, empavesada y cubiertade luces, conducía a la joven baronesa de Patria y a su amiga la vizcondesa, que ibancomo otras muchas gentes a disfrutar de la belleza del río en medio de la noche.

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Cuatro personas se hallaron reunidas junto a la Torre del Oro. León, CarlosFélix y los dos padrinos. Saludáronse y siguieron la orilla arriba del Guadalquivirconversando amigablemente.

-Deliciosa noche, marqués -dijo León.

-Muy bella, León. Más bella para meterse en una barca como ha hecho labaronesa y adormirse con las suaves notas de la música, que para venir a romperse lacabeza.

-Conforme se halle dispuesto el ánimo, marqués -repitió León-. Yo prefiero enesta noche el ruido de una bala a todas las melodías de Rossini.

Alberto se había distraído hablando en voz baja con Mariano, cuando oyó elnombre de la baronesa pronunciado por el marqués. Echó una mirada al río y distin-guió en efecto su barca. Entonces volvió a sentir con más violencia la lucha de afectosque le agitaban desde el día anterior. El marqués parece que lo advirtió todo en sumirada, porque siguió hablando con León siempre de la música, de las barcas y de lasintenciones que tenía de entrar en una de ellas así que terminase el duelo.

-Sí -dijo-, es preciso embarcarse esta noche, León; mis sentidos reclaman aguay música. Señores, después del desafío nos embarcaremos los cuatro.

-No creo, marqués -replicó León-, que puedan ser cuatro los que se embar-quen, a no ser que los tres quieran disfrutar de la compañía de un muerto.

Esta reflexión hecha con serenidad y calma se impuso a todos de un modosolemne. Alberto, a quien ningún resentimiento animaba hacia León, meditó triste-mente en la fatalidad que le conducía a este duelo, tan grato para él, si fuese el marquéssu adversario. Mariano se estremeció con la idea de que pudiese sucumbir su amigo; yel marqués sintió cierto gozo con el pensamiento de que muriese Alberto, quedando éllibre del rival que había osado disputarle su dama y su candidatura.

Preocupados de este modo, llegaron junto a la noria y se prepararon al duelo.

-Caballero -dijo el marqués a Mariano presentándole las pistolas-. ExamínelasVd., a mí me parecen buenas.

Examinó Mariano las pistolas prolija y rigurosamente, y quedó satisfecho deellas. Las cargaron con todas las precauciones y requisitos que los padrinos observanen estos casos y... Pero nos asustan los duelos: no podemos oír la detonación de unapistola sin experimentar terribles convulsiones, y huimos de este sitio para disfrutar enel Guadalquivir de la música de las barcas, con tanto más motivo cuanto que son taninteresantes las personas que van en una de ellas, y a quienes podemos reconocer porsu conversación, así que nos trasportaremos a su lado con este privilegio que tiene elnovelista de penetrar en todas partes y oírlo todo, como un ser invisible. Así hablaban:

-Victoria, si no tienes inconveniente en ello, voy a decir a los remeros queboguen hacia la izquierda.

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-Como gustes, Lucía.

-Y te advierto que no te asustes si oyes pistoletazos.

-¡Pistoletazos!

-Sí, tengo curiosidad por saber el resultado de un duelo que se verifica estanoche.

-¿Entre quiénes?

-No lo sé, pero uno de los padrinos es el marqués de la Laguna.

-¡Ya! Y por eso me instabas esta noche para que viniese al río.

-Ciertamente, me muero por estos espectáculos. Me dijo el marqués que elduelo sería junto a la noria, y que después que se terminara vendría a acompañarnos...Voy a decir que acerquen la barca todavía más.

Hallábanse frente a frente de la noria, y las dos amigas hicieron cesar la músicapara poder oír el ruido. La baronesa estaba melancólica y distraída contemplando laluna y el agua; pero Lucía se hallaba impaciente por oír los pistoletazos que tanto leagradaban cuando era por efecto de un desafío. ¿Qué importaba que cayera un hombrea los pies de otro bañado en su sangre y que expirase tal vez? El corazón de la vizcondesaera de la misma materia que sus zarcillos: de diamante bien bruñido.

Todo estaba silencioso por aquella parte del Guadalquivir. Las barcas pescado-ras se dejaban ver inmóviles con sus dos luces en la quilla como dos ojos que acecha-ban a los peces. El bosque de naranjos que se extiende a lo largo del Guadalquivirproyectaba en la orilla una medrosa sombra... En aquel momento resonaron dospistoletazos, que retumbaron en las aguas, repitiéndose de ola en ola hasta la barca dela baronesa. Ésta se estremeció y por un movimiento instintivo lanzó un ¡ay! arrancadode lo íntimo del alma. Por más que quisiéramos dar explicación a este dolor singularque experimentó la baronesa hacia el ser desconocido que en aquellos momentos caía,tal vez envuelto en su sangre, no nos atrevemos a hacerlo, porque teníamos que cono-cer los secretos del presentimiento o las relaciones misteriosas del espíritu. Éranosforzoso penetrar en lo más recóndito de la existencia para saber adivinar cómo a vecessentimos sin darnos cuenta de ello; cómo sin el influjo de la idea se agita el corazón ysufre; cómo una desgracia nos afecta antes de que la comprendamos. Este análisis decausas y de efectos es harto grave para una escritora, y nos limitaremos a llamar laatención sobre la inexplicable y extraordinaria pena de la baronesa, que al parecer sincausa alguna, la oprimió el corazón haciéndola derramar lágrimas. ¡Ciegos de noso-tros que no vemos jamás los hilos imperceptibles que unen nuestro ser a los demásseres! ¡Cuántas veces creemos despreciar al que amamos y querer al que aborrecemos,engañados siempre por la torpeza de los sentidos! ¡Cuántas veces estamos padeciendopor el mismo a quien nos parece haber olvidado! ¡Cuántas veces aquellos de quienesnos acordamos están lejos de nuestro corazón! Estos son nuestro errores, nuestrossueños, y así soñaba la baronesa a quien despertó el ruido del pistoletazo haciéndola

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sentir involuntariamente un hondo pesar por la desgracia de la víctima del duelo. Noera un sentimiento piadoso, era la inquietud, la angustia de un interés amante, tantomás cuando recaía sobre un incógnito.

La vizcondesa por el contrario, sintió el placer de la novelería al oír las detona-ciones, y dijo con mucha gracia:

-¡Jesús María! , ¿si habrán caído los dos?

-¿Pero no has podido saber quienes eran?

-No, el marqués se obstinó en callarlo.

-¿Y dices que vendrá luego el marqués?

-Así me lo ofreció.

-No sé por qué tengo una tristeza y un miedo..., que desearía volver a casa...

-Volvamos cuando quieras.

-Pero entonces no nos hallará el marqués.

-¿Sabes Victoria, que te vas interesando mucho por el marqués?

-Deseo verle esta noche; pero no es por verle, sino por preguntarle si ha muer-to alguno de los duelistas.

-¡Oh! Brava disculpa das al afán con que deseas verle.

-No lo creas.

-¿Qué te importan los duelistas?

-¡Qué sé yo!

-A ti te afectan los duelos como a mí. Recuerda aquel que se verificó en Cádizpor causa tuya.

-No tengo presente...

-El de los marinos. Ni siquiera te dignaste preguntar por el herido.

-Fue una imprudencia disputarse la flor del ramillete que dejé caer en el baile,y yo debía mostrarme dura con ambos.

-Dura sí, pero no inhumana.

-Como gustes.

-Por eso esta noche me sorprende tu aflicción. La verdad, ¿temes que el mar-qués se halle comprometido en este lance?

-Te juro que no me he inquietado por el marqués.

-¿Pues por quién?

-Te repito que lo ignoro.

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-Capricho singular. ¿Quieres que vayamos a mi casa y que desde allí envíe abuscar al marqués?

-Puede que no se le halle. Me parece que lo mejor será esperarle.

-Entonces le esperaremos en el muelle.

Una hora esperaron en el muelle las dos amigas, y el marqués no aparecía. Labaronesa estaba sombría y como aterrada. La vizcondesa risueña y jovial se puso arepetir una copla andaluza que cantaba con toda la expresión meridional:

«Ya se murió mi marío¡Ay! ........................”

-Cállate, Lucía -dijo la baronesa-. Me hace daño esa música.

-¿Sabes, mi amada Victoria -respondió la baronesa remedando el acento lán-guido de su amiga-, sabes que estás insufrible esta noche? Deseando estoy que vengael marqués a ver si te anima.

Pero el marqués no aparecía.

Por fin vieron desprenderse una barca de la orilla y bogar hacia ellas condu-ciendo al marqués.

-¿Qué es eso, marqués? -exclamó la vizcondesa cuando éste hubo entrado enla barca-. Trae Vd. el brazo vendado, ¿le han herido a Vd?, ¿es grave?

-No señora, la bala pasó rozando y no se ha llevado ningún hueso.

-¡Jesús! ¿Con qué frescura lo dice Vd?

-¿Ha sido con Vd. el desafío? -preguntó tímidamente Victoria.

-Vd. me dijo que eran otros -añadió la vizcondesa.

-Sí, amiga, conociendo la exquisita sensibilidad de Vd. y el interés que tiene labondad de tomarse por mí, no quise decirle que era yo uno de los duelistas.

¿Y el otro?

-León Herrera.

-¡El novio de Luz! ¿Y por qué se ha batido Vd?

-No puedo decirlo.

El marqués apoyó el brazo penosamente sobre el costado de la barca, junto alhombro de la baronesa y dio muestras de fatiga y de languidez. Estaba tan interesantea la luz de la luna, en aquella actitud, y después de haberse batido al parecer con tantovalor y tanta serenidad, que la vizcondesa se enorgulleció de ser su querida y la baro-nesa de ser su amada. Por lo que hace a la novelista, confiesa que no conoció nuncahombre tan embustero como el marqués de su novela, y que protesta desde luegocontra la posibilidad de que haya en el mundo marqueses semejantes.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-Esta noche -repuso el marqués lentamente y con un acento lleno de ternura-ha sido fatal para mí: hubiera querido que la bala se anticipase para que no me robarala dicha de pasear con Vd. Yo no sé por qué esta noche me parece tan solemne. Creoque de estos instantes depende mi suerte futura.

Dicho esto acercó más su brazo herido al hombro de la baronesa e inclinó sucabeza para que resonase más cerca de su oído el suspiro que de allí a un instante seproponía exhalar.

La baronesa sintió en su hombro la opresión del brazo y percibió luego elaliento abrasado del suspiro. Su corazón estaba esta noche predispuesto a las sensacio-nes. Ella misma no comprendía lo que amaba, pero indudablemente amaba algunacosa de un modo nuevo para su alma.

El paseo en la barca, la belleza de la noche, el influjo de la luna, el ruido y lahumedad del agua conmovieron todas sus fibras. Se agitó primero con los pistoletazos,se afligió luego por la víctima, y cuando vio al marqués herido, todas estas emocionesrefluyeron en su favor, despertando en ella un amor de actualidad.

Bien comprendía el marqués las ventajas de aquella situación que él mismohabía preparado y así se apresuró a sacar partido de ella.

-Victoria -le dijo en voz baja-, esta mañana fui el más feliz de los hombresporque creí comprender en usted un sentimiento benigno hacia mi amor. Pero despuéshe vuelto a dudar de mi fortuna. ¡Decida usted esta noche de mi suerte, de mi vida...!

Hablaba tan bajo el marqués que para ser oído tenía que tocar con su boca elcabello de la baronesa. Siempre es esto peligroso tratándose de una joven nerviosa;pero en aquellos momentos el riesgo era inminente.

Sucedió lo que no podía menos de suceder, que Victoria aplicó todo lo queaquella noche experimentaba a una pasión por el marqués.

Es tan general en las mujeres engañarse a sí mismas, que puede asegurarse quecasi todas mienten de buena fe. Por eso cuando sienten un afecto no debían jamáslocalizarlo, no decir a persona determinada «yo le amo a usted», sino «yo amo a algu-no», y que los hombres adivinaran quién es el «alguno», cosa muy fácil para los hom-bres que saben tanto del corazón, porque estudian ideología, fisiología y anatomía.

Sin estudiar nada de esto sabía el marqués que la baronesa amaba aquella nochea “alguno”12, y como la suerte está en aprovecharse de esta confusión en que se halla

POESÍA, CRÍTICA Y FOLLETÍN EN CAROLINA

12 En la edición citada de TORRES NEBRERA: OBRA EN PROSA, T. II, pág. 90, no se hareproducido el texto siguiente: cosa muy fácil para los hombres, que saben tanto del corazón,porque estudian fisiología y anatomía.

Sin estudiar nada de esto, sabía el marqués que la baronesa amaba aquella noche a‘alguno’. Que aparece en la quinta columna del folletín de El Clamor Público del 14 de agostode 1851.

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casi siempre la mujer respecto a sus afectos, el marqués atrajo hacia sí el que guardabala baronesa en el fondo de su alma.

Mucho hablaron en voz baja; y por último venció el marqués. Victoria le dio elprimer sí que había salido de sus labios, y que en una dama de su calidad y juicio eracomo una promesa formal de casamiento.

TOMOII

CAPÍTULO 3

La vocación de diputado

Apenas había empezado Alberto a arengar a los labradores, cuando llamaron ala puerta de la casa con desaforados golpes. Era Lucas, el sacristán y cocinero delcanónigo don Fabricio, que venía con una comisión importante para su señorito.Introdujéronle en el cuarto y después de manifestar a Alberto la pena que le habíacausado el verlo salir de casa a la manera de José y de otros personajes de la Biblia(que Lucas conocía muy bien como sacristán instruido que era) pasó a exponerle elobjeto de su visita.

-Señorito -dijo con voz solemne-, su tío de usted está muy malo, muy malo, semuere.

-¡Dios mío!

-Sí señor, hoy no ha querido el chocolate -y al decir esto el sacristán se limpiólos ojos.

-¿Pero qué le ha dado, Lucas?

-Señorito, la política, la maldita política le mata. Desde que se puso esa...maldecida... no ha vuelto a echar luz. Luego al ver las herejías que se están cometiendo... vamos, lo de los conventos no lo ha podido resistir. Y para rematarle vino la conde-nada diputación...

-Pero señor, ¿es posible que mi tío tome las cosas de ese modo?

-Señorito, las toma tan a pecho que mañana va a hacer testamento y lo deshe-reda a Vd.

-Mi tío es dueño de hacer lo que quiera.

-Es decir, lo deshereda a Vd. si Vd. quiere, porque hay un medio de evitarlo.

-¿Qué medio?

-Renuncie Vd. a ser diputado, y su tío de Vd. se lo deja todo.

-No quiero sus bienes con semejante condición.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-Pero señorito, ¿es posible que el demonio se haya ganado a Vd. tan de firme?¿Qué piensa Vd. que es un diputado? Pues señor, un diputado es un lacayo de unpueblo a quien ni siquiera se le paga en dinero sino en votos. Las gentes tienen nego-cios en las cortes y mandan a Vd.: «Vaya Vd. a ver al ministro que para eso le di a Vd.mi voto; promueva Vd. una cuestión sobre bienes nacionales que yo tengo que com-prar una dehesa, y para eso le he dado mi voto; sáqueme Vd. un empleo que para esole di mi voto...» ¡Señorito!, ¿dónde se va Vd. a meter? Mejor sería yo rapa que diputa-do. ¡Vaya una vocación que tenéis!

-Cada uno, Lucas, ve las cosas a su manera.

-¡Mal haya la ceguedad de Vd! Cuánto mejor le vendría renunciar a eso yvolverse con nosotros. Su tío de Vd. ha sabido su desgracia, y me ha dicho que siquiere Vd. venirse que le dará a Vd. otro cuarto mejor que el de antes, cama y alimentomientras Vd. esté enfermo.

-Le doy muchísimas gracias.

-Y que el testamento se hará a favor de Vd.

-No puedo aceptar las bondades de mi tío.

-Más me dijo: Lucas, si se resiste, dile que además de las fincas tengo algunasalhajas y algún dinero que he podido ahorrar de las ventillas. Si renuncia a su maníatodo será para él.

-Mi tío me confunde con su generosidad, pero yo no puedo aceptar nada.

-¡Jesús María y José! ¡Don Alberto de mi alma! ¿Qué locura de diputación sele ha encajado a Vd. en la cabeza? Antes todo el mundo quería ser inquisidor; ahoratodo el mundo quiere ser diputado. Lo de inquisidor vaya... era en provecho de laSanta Iglesia; ¡pero lo de diputado!... vamos. Tenga usted juicio y véngase conmigo.

-Lucas, no puede ser.

-¡Mire Vd. que su tío no le deja un real!

-Bien.

-¿Con qué va usted a vivir?

-Con lo que he vivido hasta hoy.

-¡Eh!, al menos tenía Vd. cuarto.

Alberto se sonrió amargamente.

-Es verdad que el cuarto era malo; pero al fin no estaba Vd. de limosna comoahora. ¡Ni sé como Vd., siendo tan delicado, no le escuece el estar así! En fin, ¿quédetermina Vd?

-Que no renuncio.

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-Bien -exclamó el sacristán levantándose con despecho-, que se lo lleven a Vd.dos mil de a caballo. Algún día se arrepentirá Vd. de ello. Más quisiera verle a Vd. conun cordel que siendo diputado, porque de ahí se va a ministro.

-Amigos -dijo Carlos Félix a los labradores que habían estado escuchando ensilencio el diálogo de los dos-, trabajad por mí que yo os prometo ser un buen diputa-do.

Lucas salió furioso de la casa del señor Pascual y se dirigió hacia el Alcázardonde tenía que dar otro recado a la baronesa.

Estaba ésta respirando los perfumes del jardín en el mismo balcón en que otradama ilustre había gemido tanto por la infidelidad de su dueño, cuando apareció Lucascomo uno de esos aviones que a la hora del crepúsculo atraviesan a nuestro lado distra-yendo nuestra meditación.

La que absorbía a la baronesa en aquel instante era profunda. Estaba sentadacon los brazos cruzados y apoyando la cabeza en la esquina de la puerta. Cómo podíaresistir aquella cabeza delicada su duro filo, no se comprende, sino habiendo dichoantes que su meditación era profunda.

Lucas no pudo sacarla de su éxtasis con el primer saludo, y repitió:

-Buenas noches, señora.

-¿Quién es?

-Soy yo, Lucas.

-¿Qué Lucas?

-El sacristán, señora...

-¡No recuerdo!

-El servidor de don Fabricio, del canónigo...

-¡Ah, sí! ¿Qué quieres?

-Usía mandó un recado ayer acerca de...

-Sí.

-Y vengo a decir a usía de parte del señor canónigo que no puede asistir a laceremonia porque está enfermo de gravedad.

-¡Pobre capellán! Lo siento mucho.

-Si usía gusta de que se avise a otro...

-Gracias, Lucas, yo tengo gusto en que sea el capellán de mi padre el que mebendiga en un acto tan solemne y esperaré a que se alivie.

-¡Ay señora! No lo espere usía. Mi amo está muy decaído: hoy no ha queridotomar ni siquiera un pocillo...

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-¿Pero qué le ha dado?

-Lo principal que tiene, señora, es la pesadumbre por el sobrino.

-¿Por Alberto? ¿Sabe ya..?

-Sí señora, todo.

-¿Y no se lo lleva a casa?

-Si él no quiere ceder.

-¿No quiere ir a casa de su tío?

-¿No ve usía que esa maldecida... lo tiene loco? Esa es la que ha perdido amuchos.

-Lucas, no ofendas a nadie.-Ya sé, señora, que no están las cosas para que uno hable: por eso no la nom-

bro.-¿Pero qué pruebas tienes tú?-¿Qué pruebas? Que él mismo me lo ha confesado.-¿El te lo ha confesado?-Sí señora.-¿Cuándo?-Hace diez minutos.¡Ah!-El señor don Fabricio me mandó para que le dijera que si no renunciaba lo iba

a desheredar, y ha respondido que puede hacer lo que guste.-¡Tanto la quiere!-Yo le he hecho todos los cargos. Le he dicho: señorito, se va Vd. a sacrificar...-¡Quién sabe! Acaso sea feliz.-Imposible, señora; si no tiene ni siquiera con qué mantenerse aquí, ¿cómo ha

de vivir en la corte?-¿Conque piensa marcharse?-¿Qué ha de hacer?-Bien, cada uno es dueño de su voluntad.-Señora, si usía pudiera...-¿Qué?-Quitárselo de la cabeza...-¡Yo!-La tiene a usía tanto respeto.

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-Yo no me mezclo en esos asuntos, Lucas. Además tú dices que le has dichocuanto hay que decir.

-Sí, señora, pero está ciego.-Pues si está ciego que Dios le dé la Luz deseada13.

La baronesa acompañó este equívoco, que ella sola entendía, con una sonrisairónica y amarga, y volvió por un instante a reclinar su cabeza contra la pared. Luegodijo de repente:

-¿Dices que el capellán está muy malo y que será difícil que pueda venir enmucho tiempo?

-Sí, señora.-En ese caso yo no puedo dilatar tanto este asunto. Es preciso que avises a otro.-¿A quién quiere usía?-A cualquiera; me es indiferente.-¿Y para cuándo, señora?-Para el domingo al anochecer.-Está bien. Buenas noches, señora.-Adiós Lucas, que se alivie el capellán.-Dios la oiga a usía.Apenas había salido Lucas, cuando la baronesa se levantó precipitadamente y

llamó a Jerónima.-Mañana -dijo con cierto acento de cólera reprimida- hay que empezar a hacer

algunas reformas en el adorno de las habitaciones. Que se empiece por ésta. La silleríapuede quedar, pero esos cuadros hay que mudarlos todos.

-¿Pues no son los que pintó para usía la señorita Luz?-¿Y bien?-Nada, señora.-Aunque los haya hecho una amiga no por eso dejan de ser malas pinturas.

Quiero poner otras mejores. Éstas se quitan mañana.-¿Y a dónde las traslado?-Allá... donde no estorben... en un cuarto desocupado.-¿Quiere usía que se pongan en las galerías?

FERNANDO MANSO AMARILLO

13 La escritora crea un diálogo ambiguo con matices irónicos. Carolina usa con mucha frecuenciaambos recursos. Sería interesante un estudio sobre la ironía y el humor en la obra caroliniana.

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-Para lucirlas mejor, ¿no es eso? Cada día me entiendes menos.-¡Señora!-Llévalas donde no se vean.-Bien, señora, ¿conque así que vengan los otros cuadros quito estos?-¿Qué otros?-¿Pues ha de quedar la sala sin cuadros?

-Sin cuadros, hasta que disponga otras cosa.

-Bien, pero se dejará el retrato de usía.

-Tampoco.

-¡Qué lástima! ¡Un retrato tan hermoso!

-¿Qué entiendes tú?

-Todo el mundo ha dicho que es muy bueno.

-¿Sí?

-Sí señora.

-Pues quítalo también.

-¡Jesús! Señora, qué le ha hecho a Vd. la pobre señorita Luz para...

-¡Jerónima! -exclamó la baronesa golpeando con el pie el pavimento en unacceso de ira-. Eres estúpida.

-Perdone usía -respondió Jerónima echándose a llorar.

La baronesa se avergonzó de su debilidad, y añadió: -vete.

La tempestad que rugía en el alma de la baronesa había estallado por fin. Estamujer altiva sentía por primera vez la pasión de los celos, y se irritaba consigo mismade que no hubiera podido dominar su corazón.

La baronesa recordaba la escena de la víspera. Los cuidados de Luz, su largavisita y las palabras que esta noche había pronunciado Lucas acababa de aclarar loshechos.

Alberto estaba loco por Luz. ¿Pero qué le importaba a la baronesa? ¿No lohabía despreciado ella antes? ¡Oh! Lo que una mujer desprecia primero es lo que amadespués. Ahora empezó a recordar con angustia sus lecciones de italiano: la elocuen-cia de Alberto, su gracia, su bondad, su gallardía. Y no pudiendo sufrir estos recuerdosy queriendo borrarlos de su mente se apretó las sienes con ambas manos. Pero el malno estaba en la cabeza, estaba en el corazón.

Sus esfuerzos para calmarse fueron inútiles y prorrumpió en sollozos. Parecíaaquella mujer hermosa, llorando a la luz de la luna, la aparición de doña Blanca, queen aquel mismo aposento había llorado tantas veces las infidelidades de su regio espo-

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so. Pero doña Blanca lloraba por un soberano; y la baronesa, que tenía más orgullo queuna reina, lloraba por un pobre joven, oscuro, insignificante, que no tenía ni siquierahogar. Y a pesar de eso la pena era la misma. Todas las mujeres se asimilan en el llanto.Ora lloren por un rey, ora por un mendigo, sus lágrimas corren con igual ardor. Sí, labaronesa amaba a Alberto, pero su orgullo y la fatalidad la conducían a casarse conotro.

Ésta era la primera vez que recordaba haber llorado después de la muerte de supadre. Poco a poco la acritud de su celoso sentimiento se fue dulcificando, y se recogióa descansar, decidida a lanzar de su alma aquella memoria importuna, acelerando suboda con el marqués. Pero no bien había empezado a dormitar cuando vino a interrum-pirla la voz de la vizcondesa.

-¡Ya estás en la cama! -decía sorprendida.

-Sí, me duele la cabeza. ¿Cómo es que tú has venido tan tarde?

-Porque hasta ahora no he podido salir sin que me vea Julián.

-¿Y a qué este misterio?

-Quiere que nos marchemos mañana, y vengo para que intrigues.

-Cuenta conmigo.

-Es preciso hacerle marchar solo.

-¿Cómo?

-¿No he empeñado contigo la palabra de ser madrina de tu boda? Sí.

-Julián tiene precisión de marchar al instante; hay crisis. Si yo rehuso acompa-ñarle desconfiará de mí. Tú eres la que debe reclamar de él que me deje hasta que severifique la boda, y luego, como el marqués saldrá diputado y tendrás que ir con él aMadrid, me acompañaréis.

-Bien, ¿y cuándo le hablo?

-Escríbele ahora mismo.

La vizcondesa se acercó rápidamente al escritorio, tomó papel y tintero conuna mano, asió con otra el candelabro e hizo escribir a su amiga sobre la almohada unbillete que ella misma dictó.

Después salió precipitadamente sin despedirse apenas de Victoria.

-¡Ah! -exclamó volviendo-, que te alivies... ¿Pero sabes que me ocurre unadificultad?

-¿Cuál?

-Julián no querrá que me quede sola...

-Te vienes conmigo.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-Pónselo aquí en posdata.

La baronesa tornó a escribir lo que quería su amiga, y ésta le dio un beso en lafrente.

¡Era tan noble la vizcondesa que cómo se le había de negar gracia alguna! Suapellido era uno de los más antiguos de España; ponía corona en las tarjetas.

CAPÍTULO 6

León

El día que siguió a la noche en que Luz trabajó en el cuadro de San Vicenteamaneció con un celaje de nubes rojas que daba un tinte siniestro a todos los objetos.La atmósfera estaba pesada, las aves no remontaban su vuelo y los pescadores habíanretirado sus barcas. Luz, a cuya organización nerviosa se comunicaba la electricidadde las nubes antes de que apareciesen en el horizonte, despertó con el pecho oprimido,con los dedos crispados, y con los labios áridos. El trabajo que había hecho la vísperatenía fatigados sus ojos, de modo que ni la luz podía resistir y quiso hacer esfuerzospara levantarse, pero conoció que eran inútiles, y resolvió permanecer en el lechoaquel día.

A las siete fue Lucas a recoger el cuadro de San Vicente y quedó satisfecho dela obra. Al saber la indisposición de Luz, manifestó su piedad asegurando que con unpar de velas que se pusiesen al monumento de San Vicente se aliviaría, y que por unpoco de cera no debía descuidar su salud. La artista le dio permiso para que desquitaraun duro de su trabajo en el cuadro a beneficio del santo, y Lucas salió en el convenci-miento de que había nacido para sacristán según el celo con que miraba por los intere-ses de la iglesia.

Luz continuó en el lecho, sintiendo poco a poco el ardor de la fiebre que discu-rría por sus venas irse aumentando hasta que la abrasaba todo el cuerpo. Los doloresfísicos son el reposo del alma. Luz pensaba en su amor como en un vago recuerdo, ylos celos no la mortificaban ya. Tan entorpecidos se hallaban sus sentidos que ni per-cibían la voz de su doncella que le decía:

-Señorita, el señor León pide permiso para entrar.

-¿Qué dices? -preguntó con voz débil.

-El señor León, que quiere ver a usted.

-Bien... que entre... abre un poco más la ventana... pero no, ciérrala: me lasti-ma la luz.

Penetró León por aquellas tinieblas, y se acercó a la cabecera del lecho.

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-Siéntate, León -dijo Luz.

-No, no quiero molestarte, Luz. Mi visita será breve. ¿Puedes oírme dos pala-bras?

-Habla lo que quieras.-Luz, acabo de ganar el pleito, y ya soy barón de Somosierra. Vengo a ofrecerte

mi título y mi mano, satisfaciendo así el agravio que te hice la otra noche. Ignoro elsignificado de aquella escena en la escalera de Pilatos, y no puedo adivinar por quéestaba allí Carlos Félix; pero, pasado el primer ímpetu, he conocido que tú no podíasfaltar a la lealtad engañándome.

-Gracias, León.

-No te pido explicaciones. Sea lo que quiera, yo tengo fe en tu virtud y tereitero mi oferta: ¿Quieres ser compañera mía?

El noble joven inclinó la cabeza sobre el rostro de Luz para oír más pronto larespuesta de sus labios; pero se asustó al percibir su respiración fatigosa y su aliento defuego.

-¡Luz! -exclamó-, ¡tú estás muy mala!

-No -respondió Luz-, me encuentro bien, León. He oído todo lo que has dichoy voy a responderte; pero acerca una silla.

Sentóse León, y Luz habló así, con voz entrecortada y deteniéndose por ins-tantes:

-León, yo no puedo aceptar tu mano. Hace mucho, mucho tiempo que amo aotro, y ése es Alberto; pero sabe que él me ha olvidado ya, y sabe que él ama a otra, yque yo, débil criatura, no desisto de mi empeño en amarle... La noche que nos hallasteen la escalera de Pilatos no le había yo dado una cita... una cita justificaría mi presen-cia allí... yo estaba esperando a que bajara, como una mendiga se pone al paso del Reypara recoger una limosna... Las palabras que oíste eran las quejas que le daba yo por-que me olvidaba... Después he estado a verle... Tuvo un duelo y salió herido... sedesmayó por el exceso de sus dolores y yo levanté su cabeza... le hice respirar unespíritu... La baronesa estaba allí y la rechacé... Cuando volvió en sí me miró con ira yllamó a la baronesa... Yo entonces me eché a llorar y me vine a casa loca, desespera-da... ¡Mi enfermedad es ésta! Cuánto sufro es por él. ¿Ahora quieres mi mano?

Calló Luz fatigada, y León guardó silencio por algunos minutos. Luego dijoéste con voz sombría:

-Luz, eres lo que yo había creído siempre, una mujer grande, una mujer dignade que yo me sacrifique por ella. La revelación que me has hecho me quita hasta laúltima esperanza de felicidad; pero ya no hay que pensar en mi felicidad, sino en tuinfortunio. Busquemos el medio de salvarte de esa fatal pasión. Luz, por lo mismo queyo también amo con tanto frenesí, puedo comprenderte. Es verdad que soy un conseje-ro muy joven; pero mi cariño me inspirará la prudencia necesaria para servirte de guía.¿Crees tú, Luz, que huyendo de Alberto, transportándote a otro clima, viendo objetos

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diferentes, respirando otra atmósfera, se calmaría un poco tu afán? Acepta mi mano,vamos al extranjero. Soy libre y rico, y puedo hacer edificar tu morada en el sitio quetú elijas. Y no temas que me anime el egoísmo de verte. Si tú lo exiges, viviremosapartados el uno del otro; pero que tenga yo el derecho de suavizar tu suerte. Tú, hijamía, eres muy delicada; el trabajo de la pintura te destruye; más que del amor es efectode las tareas esa fiebre que te consume. Abandona los pinceles y déjate conducir porhermosos campos a otros países nuevos que te distraigan de ese dolor. Iremos a Roma.Allí puedes estudiar tu arte favorito sin fatigar tus ojos con el mecánico trabajo de lamezquina copia; allí admirarás las grandes obras de los primeros genios cristianos, yquién sabe si al contemplar la cúpula de San Pedro, se eleve tanto tu alma sublime, quedesdeñe luego todo otro amor que el de la gloria...

León había tomado entre las suyas la mano ardiente de Luz y la estrechaba convehemencia.

-Habla -prosiguió con ansiedad-, repóndeme, hermana mía; lanza de tu cora-zón ese amor desagraciado, y vamos a conquistar la gloria para ti...

-Es tarde -respondió Luz con amarga sonrisa-. Es tarde para todo, León; yoconozco que es imposible arrancar de mi alma esta memoria.

¡Ah! -exclamó León soltando la mano con desaliento-. ¡Tanto le amas!14

-Es tarde -repitió Luz- para que huya de él: yo no puedo vivir sin verle. Seacualquiera mi suerte, necesito vivir cerca de él. Sin él aborrezco la vida; sin él nocomprendo ni la gloria...

-Basta -gritó León levantándose-, basta, Luz. No hagas de mí una fiera repi-tiendo esas palabras; no me precipites para que vaya a arrancarle el corazón, porque detodo soy capaz... ¡Oh, maldita sea la bala que no se lo atravesó aquella noche!

-¡Dios mío! ¿Fuiste tú y no fue el marqués de la Laguna como me habíandicho? ¿Fuiste tú el que le causó la herida...?

-Sí, yo, yo fui.-¡Cruel! -murmuró Luz-. ¡Y vienes a ofrecerme tu mano! Aléjate de mí, y bus-

ca en esos países a donde querías llevarme un asilo que te esconda para siempre de mivista!

Pronunció estas palabras Luz con una expresión tan solemne que León quedóaterrado.

POESÍA, CRÍTICA Y FOLLETÍN EN CAROLINA

14 En la edición citada de Torres Nebrera, pág. 140, falta el texto siguiente: -Es tarde -respondióLuz con amarga sonrisa-. Es tarde para todo, León; yo conozco que es imposible arrancar demi alma esta memoria.

-¡Ah! -exclamó León soltando la mano con desaliento-. ¡Tanto le amas!, que se encuentraen la columna segunda del folletín citado, del 25 de agosto de 1851.

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-Luz -dijo luego con amargura-, eres injusta conmigo. Yo me batí como hom-bre de honor, y la casualidad hizo que le hiriera. Tú no tienes derecho para mirarmecon desdén, ni con rencor, sino con lástima. Luz, yo amo tanto como amas tú; he dichomal, yo amo más todavía. Perdóname por este amor cuanto he podido ofenderte y meiré a esos países remotos que eliges para mí solo. ¡Perdóname y adiós por última vez!

Al decir esto se arrodilló León delante del lecho. Luz, arrepentida de su durezay penetrada del dolor que sentía aquel magnánimo corazón, le tendió la mano y rompióen lágrimas.

-¡Adiós! -volvió a exclamar León con voz ahogada-. Voy a poner entre nosotrostodo el Atlántico. ¡Voy a buscar el olvido o la muerte! ¡Dios vele por ti!

Salió León precipitadamente, y Luz sintió una angustia indefinible, era el gritode su conciencia que le hacía conocer la injusticia de su corazón. El corazón es unaparte rebelde que se emancipa del individuo y obra siempre por sí. En vano nuestrarazón conoce cuando late desacertadamente; él siempre indómito sigue sus instintos yjamás cede en sus pasiones. Los filósofos dicen que se puede dominar el corazón, perolos filósofos no son voto en esto, porque los filósofos tienen el corazón muerto. Losfilósofos son una prueba de que el corazón no se domina, se le mata. El corazón odomina a la razón o muere bajo el peso de ella. Lo que queda en el pecho de losfilósofos es el cadáver del corazón. Sigue el impulso que le ha dado la vida, como larueda de un reloj. Sigue moviéndose unos instantes después de habérsele concluido lacuerda.

Sí, los filósofos son unas preciosas máquinas que valen todavía más que lasfabricadas en Londres. Lo filósofos andan, hablan y escriben sin estar vivos. La ruedaque llevan dentro de sí gira por más espacio que la de los relojes. Hay filósofo que vivecien años.

Luz no era filósofa. Es verdad que en nuestra tierra no hay por fortuna esaespecie de mujeres que se pueden llamar así, y sobre todo es difícil hallarlas en Anda-lucía. Luz amaba con el corazón vivificado por el sol del Mediodía, y apenas teníanoticia de aquellas filosofías griegas que se hicieron tan famosas por no amar.

Tampoco la filosofía aprovechaba más a León, que salió ciego de la casa deLuz; cualquiera diría que se hallaba animado por el genio de la venganza cuando se levio dirigirse a la casa que habitaba Alberto; cualquiera hubiese temido por el rivaldoliente.

El mismo señor Pascual, viéndole con el rostro desencajado, estuvo algo remisoen dejarle entrar en la alcoba; pero Carlos Félix, así que oyó la voz de su enemigo, lollamó desde el lecho y ambos quedaron solos.

-Alberto -dijo León con acento ahogado-, vengo de ver a Luz que está enferma.

-Lo siento mucho -respondió Carlos Félix con tibieza.

-He ido a poner a sus pies el título que acabo de ganar ante los tribunales.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-¿Y habrá aceptado?

-No.

-Ha hecho mal.

-Ha hecho bien, Luz no me ama; Luz te ama a ti.

-¿Lo ha dicho ella?

-Lo he adivinado yo.

-¡Y bien!...

-Luz es una santa.

-Sí.

-Luz merece ser dichosa.-Cierto.-Y es preciso que lo sea.-¿Qué quieres decir, León?-Que mi fortuna y mi amor no han conseguido la gloria que tú puedes conse-

guir.-Yo no conseguiré nada, porque nada solicitaré.-No me has comprendido.-Explícate.

-Luz es una mujer sublime a quien el vulgo no puede nunca comprender y queestá destinada por lo mismo a sufrir las injusticias de los hombres. Luz necesita de unapoyo en el mundo y yo he querido serlo. Pero yo no he valido a sus ojos lo bastantepara que me conceda el derecho de velar por ella.

En vano estuve un año entero estudiando su carácter, adivinando sus gustos, ydándole muestras de mi profundo cariño. Luz no me amaba. Me irrité, tuve celos,espié sus pasos, os creí sorprender en una cita, y nos batimos. Los celos me quitaron larazón, y no pude apreciar el valor del hecho que los causaba.

¿Qué importaba el hecho? La verdad es que Luz te amaba. Una vez persuadidode esto yo no debía pensar ya en mi felicidad sino en la suya. Si una reina eligiese paraguardar su trono otro caballero que a mí, yo cedería mi puesto respetuosamente. Luz esla reina de la virtud. Su virtud vale más que un trono, y ha elegido a otro para que laguarde. Cualquiera que éste sea, es digno de ella, porque ella lo ha elegido y, si escaballero, no debe resistir a su voluntad.

Muchos habrá que, como yo, sufran sus desdenes y se sacrifiquen por ella;pero los genios como Luz tienen el privilegio de escoger y despreciar; porque veintehombres desgraciados no valemos lo que vale un instante de su dicha. Si para uniros

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necesitáis una fortuna, yo os cedo la mitad de la mía. Era toda de Luz; dándoos lamitad, aún os soy deudor.

Atento estuvo Alberto a las palabras de León; y diversos pensamientos cruza-ron por su mente; su carácter altivo se resintió de aquella propuesta, y el recuerdo delas humillaciones sufridas con la baronesa y el marqués vinieron a exasperarle.

-Gracias -contestó con esa risa gutural que tanto desgarraba su propio cora-zón-, gracias señor feudal. Cualqiera que sea mi pobreza, no tiene Vd. derecho parainsultarme; ni Luz ha menester de protector.

-Desgraciado -exclamó León-, no me has comprendido... Acaso sospechas demi noble interés y me supones proyectos bastardos. A la palabra «protector» has unidoel pensamiento de deshonra... ¡Ay!, has herido mortalmente mi alma. Mira -continuócon amargura mostrándole un pliego sellado.

-Tu licencia para las Indias.

-Sí, para el país que hay más lejano de Luz. Ya ves -añadió sonriéndose-, yo noquería ser su protector para verla.

-¿Y cómo la pediste sin saber si aceptaba o no tu mano?

-Porque presentía mi desgracia; pero aún quería luchar con la suerte... Ya nadame detiene... Mañana parto.

-León -repuso Alberto-, vales mil veces más que yo.

-No -contestó tristemente León-, tú eres bueno y no hubieras desconfiado demí sin el maldito título que acabo de heredar. Tú eres de aquellos fanáticos que nocreen hallar virtudes sino en la democracia, y para quienes es un crimen el ser príncipe.Si el hijo de Pascual hubiera venido a darte la muestra de abnegación que yo te hedado, lo declararías héroe; pero te acordaste de que yo era barón, y me declarastevillano. ¡Oh!, no te olvides de este consejo, porque vas a ser representante de lospueblos y necesitas ser justo. No juzgues al individuo por la clase. No aborrezcas alhombre de bien porque es conde, ni ames al hombre inmoral15 porque es artesano. Eneste río caudaloso de la civilización suben arriba muchas impurezas que forman laespuma; pero quedan abajo muchas impurezas que son el cieno. Si quieres beber enese río el agua cristalina, toma la de en medio.

-León -replicó Alberto cada vez más conmovido-, no te vayas, te necesito a milado.

-Imposible, mañana me embarco para Cádiz, y de allí al Celeste Imperio.

FERNANDO MANSO AMARILLO

15 En la edición de Torres Nebrera, pág. 144, no se reproduce la siguiente frase: de bien porquees conde, ni ames al hombre inmoral , del texto original, quinta columna del folletín citado deldía 25 de agosto de 1851.

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-¿Qué quieres hacer allá?

-Estudiar a los chinos. Quiero ver si los hombres son más felices haciendofiguras de marfil que grabando letras. Quiero ver si me embrutezco hasta el punto deparecer chino.

-¡Ah! León, empiezo a comprenderte y estimarte cuando te pierdo.

-Eso sucede siempre, Alberto. La verdad no se deja ver sino instantáneamentepara advertirnos nuestros errores y desaparecer al poseerla.

-León, escríbeme..¿Para qué?-Quiero saber de ti.-Adiós, Alberto, perdóname tu herida y cuídate mucho.-León, dame los brazos.-Adiós otra vez, Alberto.-¡Adiós!, León.

CAPÍTULO 10

A Madrid

Entre tanto se habían verificado también las bodas de Alberto y Luz.

No bien habían recibido las bendiciones cuando se despidió Alberto de Luz. Y,acompañado del cura y del señor Pascual, se dirigió a la posta que había de trasladarloa la corte.

Luz quedó sola. Al principio no pudo darse cuenta de lo que pasaba y perma-neció de pie, en el mismo sitio en que la dejó Alberto, inmóvil, creyendo oír aún laspalabras del sacerdote y creyendo ver la figura de Alberto. Pero cuando volvió en sí,cuando se convenció de que estaba sola, cuando meditó en que Alberto la había dejadotal vez para siempre, Luz se llevó ambas manos a la cabeza y gritó como una loca,¡Alberto!

Y, al ver que nadie la respondía se echó a llorar. Daba pena ver aquella noviadesconsolada, con su vestido blanco y su ramo de flores, sola en aquella habitaciónalumbrada por una escasa luz que apenas resistía la claridad de la luna que penetrabaen la estancia. Daba pena ver cómo se desesperaba, ya cayendo de rodillas al pie de losasientos donde ocultaba su rostro, ya levantándose y vagando de un extremo a otro delgabinete. Por fin se detuvo y pareció reflexionar. Luego, como si hubiera tomado unaresolución firme, llamó a un antiguo criado de su padre, y le dijo:

-Trae la caja grande de las pinturas; coloca en ella todos los lienzos y los pin-celes, y ve después a tomar un billete para la primera diligencia de Madrid.

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-Señorita, ¿va Vd. a marcharse?

-Sí, Marcelo.

-¿Vd. sola?

-Yo sola.

-¿Y yo, señorita?

-Tú te quedas cuidando de la casa hasta que yo vuelva.

-Pero señorita...

-Basta, haz lo que te he dicho.

Obedeció Marcelo, y Luz más tranquila empezó a registrar los lienzos y aseparar los que juzgaba mejores. Marcelo trajo la caja y los fue colocando silenciosa-mente pero sin dejar de suspirar.

-¿Va con Vd. el señor don Alberto? -se atrevió al fin a preguntar.

-No.

A este no tan seco no había réplica posible, y Marcelo se abstuvo de añadirotra palabra. Guardó los lienzos y después fue a buscar el billete.

En este momento entró una persona de quien ya no me acordaba yo, no porquedeje de ser una niña interesante, sino porque me propuse no volver a ponerla en escenadesde que tan afligida la dejamos por la muerte de Mariano, el hijo del señor Pascual.

-María -exclamó Luz al verla-, vienes precisamente a despedirme.

-A despedirte no, a despedirme de ti.

-Pues, ¿a dónde vas?

-A encerrarme en las Descalzas.

-¡María!

-He conseguido al fin de mi padre que me permita vivir allí.

¡Pobre amiga!

-Después de la desgracia que he sufrido, el mundo, Luz, me es insoportable.

-Te comprendo.

-¿Y tú dónde vas?

-Me he desposado con Alberto.

-Y te marchas con él...

-No, él se ha marchado ya. Yo voy sola.

-¿Sin que él lo sepa?

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-Voy, María, a donde vaya él, para verle, para oírle sin que él me vea ni meoiga. Voy a seguirle como una sombra16.

-¡Oh!, a mucho te atreves, Luz. Vivir sola en la corte.-Mi escudo es mi pasión. ¿Qué ha de sucederme, María?-¡Quién sabe, Luz! ¡Conocemos tan poco el mundo! Y luego, ¿con qué vas a

sostenerte?-Llevo mis cuadros.-¿Y si no te los compran?Luz quedó suspensa. No había pensado en esto.-¿Crees que puede suceder?-Sí, Luz, puede suceder que no te los compren.-Estudiaré más; pintaré otros mejores, y es imposible, María, que los rechacen.-Dios lo quiera.-Yo he de gastar poco. Pienso tomar un cuartito muy reducido, y estarme todo

el día trabajando; menos aquellos en que haya Congreso y pueda ver a Alberto. ¡Quéquieres, María! Yo sin verle no podría vivir aquí. Estoy sintiendo ahora mismo un fríoen mi corazón como si fuera a morirme, y apenas estamos separados todavía. Es paramí Alberto lo que es el sol en el invierno para las plantas, lo que es la sombra en elestío. Me hielo y me vivifico, me agosto o me reanimo con sus miradas, con su presen-cia. ¿Qué había yo de hacer aquí sola, María, un día y otro sin saber siquiera de él?Cuando estaba aquí, aunque yo no le viera, le presentía, respiraba el mismo aire, bebíala misma agua, pisaba la misma tierra. Pero ahora ver un cielo que no ve Alberto, oír elcanto de unas aves que él no oye... Además puede caer enfermo, María; puede morirsey yo necesito estar cerca, muy cerca de él para salvarlo, para cuidarlo y para expirar enel momento que él expire. ¿No ves, María, que sería horrible el que yo ignorase sudesgracia, y por ignorarla le sobreviviese? No, yo tengo que seguirle en este mundo yen el otro...

-Dichosa tú, Luz, que tienes la seguridad de no sobrevivir a tu amado. ¡Dicho-sa tú! ¡Yo, más débil, no he tenido valor para suicidarme!

-Yo tampoco me suicidaré. María, si me suicidase, le perdería en el cielo y tehe dicho que quiero seguirle a la gloria, porque él irá a la gloria. Yo, si muriese, no mesuicidaría, pero como mi alma es un átomo de la suya, la absorbería y volaría con él alcielo...

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16 El término sombra es la imagen más repetida en la obra caroliniana, se trata de una imagenobsesiva. Vid. Fernando Manso, Carolina Coronado. Su obra literaria, págs. 125-140, yHuellas de Carolina en la poesía de Antonio Machado, art. cit. pág. 117.

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Marcelo entró con el billete para la diligencia que salía a las tres de la mañana.-Lleva la caja de pinturas -dijo Luz-, yo voy a vestirme de camino.-¿Cuándo nos volveremos a ver, Luz? -exclamó María.-¡Dios lo sabe!

Las dos amigas se abrazaron estrechamente.

-¡Luz, mi querida hermana -prorrumpió María sollozando-, acuérdate de mí!-¡No me olvides tú, María!-Sé siempre buena, que no te pierda la corte...-No temas, no.-Adiós otra vez.

Ya tenemos a nuestra heroína caminando para Madrid. Su destino enlazado alde Alberto, cuyo genio y cuyas pasiones van a desarrollarse en el gran mundo, ofreceun porvenir dudoso, agitado, y no sé si diga siniestro y fatal.

Aquí ha terminado la primera época de la vida de ambos, llena, es verdad, deprivaciones, de dolores reales y de penas ilusorias; pero ligera, vaga, protegida por lasoledad y llena de suave encanto con que embellece hasta el infortunio el sol de losveintes años.

Aguardan a Alberto las luchas de la política, las tentaciones de la vanidad, lostormentos de la pobreza, el castigo de las malas pasiones que bien pronto han de ven-cerle y el remordimiento de haber hecho desgraciada a Luz.

A Luz le aguarda el amor, siempre el amor por Alberto.

Sigámosla hacia Madrid, hacia ese gran sepulcro de tantas esperanzas, de tan-tos amores, de tantas virtudes, y veamos como se salva o como sucumbe.

La rueda de la desgracia17 se publica con el subtítulo de Manuscritode un conde en el folletín de La Época, febrero, marzo y abril de 1873, dedonde reproducimos los capítulos I, XVI y XXVII. Se compone de veintinue-ve capítulos, que después se reproducen , casi sin variantes, en un libro quepublica la Imprenta de Tello en 1873.

FERNANDO MANSO AMARILLO

17 Según Albero Castillo, Op. cit., pág. 140, esta novela se representó como obra teatral en el Liceode Madrid, en 1851, y después la escritora la convirtió en novela. Cita a José Cascales Muñoz,quien, en “Carolina Coronado. Su vida y sus obras,” en La España Moderna, nº 268, abril, de191, pág. 48, afirma que se publica la primera parte de esta novela, y que la segunda sólo estáempezada.

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LA RUEDA DE LA DESGRACIA

NOVELA ORIGINAL

A mi hermano Emilio

A ti dedicaba mis versos de las flores y de las aves, cuando no conocíamosambos más que las alegrías campestres; ahora que conoces los profundos dolores delmundo, compararás los ecos inocentes de aquellos idilios con las reflexiones amargasde esta novela; pero al ver cómo abarca mi alma con tu nombre las dos distantes épo-cas de la vida, tendrás fe en alguna cosa que el tiempo no destruye: en el cariño de tuhermana Carolina

.

MANUSCRITO DE UN CONDE

I

Locura de madre

Acababa de llegar a Madrid de vuelta de una excursión a mis tierras de Anda-lucía, donde la pasión a la caza me había detenido cerca de tres meses sin pensar enotra cosa, y registraba mis tarjetas y esquelas atrasadas, cuando abrí una, fúnebre quedecía: El excelentísimo señor conde de Ranzó .... »

El papel cayó de mis manos: ¡Dios mío! ha muerto el más querido de mis ami-gos, aquel por quien renuncié á la mujer única que he amado en el mundo!....

Luego encontré un billete, también con orla negra, que me hizo estremecer por-que conocí la letra; decía:

«Querido Enrique: Tú eras el mejor amigo del pobre Virgilio, y te espera conansiedad tu prima Ángela. »

Vestíme deprisa y corrí a su casa; pero con sorpresa hallé que nadie respondía,por más que hube llamado repetidas veces. Iba á retroceder para pedir explicaciones alportero, a quien no había hallado en su sitio; pero le vi bajar del piso segundo: novestía su acostumbrada librea, ni llevaba luto, y presentaba el aspecto de un hombreque se va despertando ó que se viene durmiendo..

-Es inútil llamar –dijo- señor conde, no hay nadie.

-Ya lo veo, y si le hubiese hallado á. V. en la portería hubiera excusado llamar.

-Sí señor, pero uno no puede vivir ya solo de la portería, desde que el señorconde nos ha dejado plantados.

-¡Oh!, qué insolente queja, ¿le ha dejado á V. plantado porque se ha muerto?

-No señor , replicó el portero con acento severo é incisivo- no porque se hamuerto, sino porque se ha suicidado.

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Estábamos en el descanso de la escalera y estas palabras me dejaron tan trastor-nado, que si hubiese querido bajar en el primer instante no hubiera sabido si tomar eltramo de arriba o el de abajo. Algo recobrado, y no queriendo provocar alguna rela-ción indiscreta, pregunté al portero:

-¿Pero la familia no está en Madrid?

-No señor; no habían vuelto de las provincias. ¡Allá ha sido todo!

-Allá ha sido, todo; ¡qué catástrofe encerraba ese todo!

-Pero -insistí todavía-, algún criado habrá quedado al cuidado del cuarto.

-¡Ca! no señor; si el cuarto está sellado por el juzgado.

-¡Ah! ¿Y la madre del conde?

-¿La señora marquesa? ¡Pobre señora! se ha vuelto loca de pena, y quien lotiene que sentir son tantos pobres que se quedan sin su limosna.

-¿Estará en su casa?

-No señor, la casa se ha vendido y la señora se ha mudado á un cuarto en elbarrio de Argüelles,

-¿Qué señas?

-No sé pero me parece que son, calle de Pepa, ¿qué señas son las de la señoramarquesa de Alar? -gritó el portero viendo bajar á su mujer.

-Buenos días, señor conde, las señas son calle de... es nombre de uno que fueministro cuando Cristina; calle de... el ministro de las campanas.

-¿Calle de Mendizábal?

-Eso.

-¿Qué número?

-Diez, cuarto bajo.

-Muchas gracias, adiós. Y bajando de un salto, salí a la calle.

¿Qué ha sucedido? me preguntaba a mí mismo. Un hombre tan feliz, que po-seía una mujer como Angela, que le había dado el más dulce regalo de los cielos, unahija: rico, brillante, adorado de todos: ¿qué ha sucedido?

Llegamos al barrio de Argüelles, que me parece siempre la antesala del cemen-terio y nos detuvimos delante de una casa sumamente modesta. Entré en un cuartobajo, donde el silencio era absoluto, y me recibió la antigua doncella de la marquesa,en cuyo semblante se velan las huellas de un gran sufrimiento; rogóme que esperaseunos instantes, y luego salió el médico de la casa, a quien abracé con efusión.

-V. podrá explicarme -le dije- este cúmulo de desgracias.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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-¡Explicar! replicó el doctor sentándome a su lado, y, conservando mi manoentre las suyas. Ha sido un miasma mortífero que ha respirado esta familia, y yo estoyqueriendo remediar los efectos sin haber podido examinar la causa. A mí me avisaroncuando el primer ataque de la marquesa, y hallé la casa en la mayor confusión. Elconde Virgilio se había suicidado en Loyola: había tenido la imprudencia de dar lanoticia a su madre por telégrafo, y con la misma rapidez que el hilo eléctrico transmitióla palabra, infundió la demencia en su órgano mental. Grandes reveses debió sufrir elconde Virgilio en el tiempo de su ausencia, cuando los repetidos giros obligaron albanquero á protestar las letras, y los acreedores vinieron sobre los bienes. Vendióse lacasa para satisfacer algunos pagos, y trasladamos a la marquesa a este cuartito, que heescogido por fresco y silencioso. El menor ruido le hace creer que son los pasos deVirgilio que vuelve, y lo primero que preguntará á V. es dónde está su hijo.

-¿Pero qué ha sido de Ángela?

-La condesa permanece en el sitio de la catástrofe; o no ha tenido fuerzas paravenir, o carece de recursos para verificarlo.

-¡Es posible!

-Yo creo que esta familia ha quedado reducida poco menos que a la indigencia.Esta excelente mujer que cuida a la marquesa, nada me dice; pero yo sospecho que lamarquesa no tiene más que lo que le produzcan las joyas que se vayan vendiendo ...

-¿Puedo verla?

-Sin el menor inconveniente: está tranquila -añadió el doctor con pesadumbre,quisiera que sufriese, que llorase...

-Tal vez cuando me vea recuerde...

-Vamos a ensayar: desearía una emoción; háblele usted mucho de su hijo,recuérdele V. su amistad de la infancia, algún rasgo notable de su carácter, algún hechoque la conmueva.

El doctor se levantó y entró en el gabinete inmediato; después me hizo señas deque pasase.

Tenía la marquesa a su lado a su compatriota la baronesa de Karusky, que no laabandonaba en su desgracia, y a un sacerdote anciano.

La marquesa viuda de Alar había sido una de las mujeres más hermosas deAlemania, de donde era oriunda, y conservaba aquel contorno y resplandor de lunallena que atestigua la pureza de una vida inmaculada, no empañada siquiera por lasombra de la vejez. Había candor en su frente a los sesenta años, y ternura en susonrisa, cosa que pocas veces se encuentra, y que cuando se halla se admira. Su cabe-llo antes rubio tenía un blanco limpio y natural, que endulzaba la expresión de sufisonomía noble y digna. Hubiera sido un buen busto artístico, aunque inhumano,petrificar aquel busto tal como se hallaba cuando volvió hacia mí sus ojos serenos.

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Pero de repente se estremeció, levantóse enderezándose como si hubiera recobrado sujuventud, y me tendió los brazos exclamando con acento desgarrador:

-¡Ya no tengo a Virgilio, tu amigo, ya lo perdí!... ¡Se suicidó!.. -y retorciendosus brazo con energía extraña, me estrechó convulsivamente contra su seno, me recha-zó, volvió á estrecharme, prorrumpió en hondos gemidos, y cayó en los brazos deldoctor repitiendo: ¡hijo mío! ... ¡hijo mío!...

Todos llorábamos. Las notas de aquel dolor, el más profundo que puede sufrir elcorazón humano, resonaban vibrantes en las cuerdas de nuestro pecho, y respondía-mos con ecos dolorosos. No estaba loca; su desgracia era mayor; el dolor había triun-fado de la locura misma, y la razón era, en aquellos momentos horribles, el mayor detodos los dolores, y la mayor de todas las locuras. ¡Pobre madre! no había tenido másque un hijo, y al producir aquella obra maestra, creía orgullosa que no necesitaba máspara merecer el galardón de las matronas.

Salí a la sala mientras el doctor administraba sus bebidas, y reparé en el retratoque no distinguí al entrar por venir de luz más fuerte. Era el retrato del amigo de miniñez y de mi juventud: Virgilio, de pie, al lado de la chimenea, presentaba el gallardotipo que solo produce el cruzamiento de dos buenas razas. Era algo rubio para sermoreno, y algo moreno para ser rubio. La estatura era del Norte, pero las líneas erandel Mediodía. La calma y la reflexión de su semblante eran de la raza alemana, pero lamirada y el ímpetu eran de la raza española. Allí estaba con sus treinta años no cumpli-dos, cuando todavía no nos había separado el abismo de Ángela, cuando era el deliriode las mujeres, el alma de la juventud madrileña, la novedad en Berlín. A su ladoestaba el perro de caza, como en los retratos de D. Juan de Austria, a cuyo tipo separecía, y cuyo valor había imitado batiéndose por elegancia en Crimea en el ejércitoinglés. Literato sin haber publicado libros, diplomático sin canje de cruces, capitalistasin haber hecho jamás una operación bursátil; era el noble antiguo por sus abolengos,el caballero moderno por su ilustración.

El doctor volvió a llamarme, y la marquesa me hizo señas para que me sentara asu lado. Su rostro estaba tan blanco como su cabello, y parecía que aquel pensamientomío de la petrificación iba realizándose.... No faltaba ya más que la inmovilidad.

Enrique -me dijo con voz casi imperceptible-, pocos momentos mequedan de vida. ¡Bendito sea Dios, que me permite verte antes de morir, para poderllevar noticias tuyas a mi hijo!... He creído estos días que estaba aquí abajo, y por esome he detenido esperándole; pero ya sé que está allá arriba y me voy con él.

Detúvose, y luego siguió. Hay una carta cerrada que Virgilio dejó para tiantes de marchar, y que me encargó te entregase cuando vinieras.. En el mueble queestá al lado de mi cama la hallarás... Toma, y me dio una llavecita.

FERNANDO MANSO AMARILLO

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Mientras la doncella de la marquesa me conducía a la alcoba y abría el mueble,oí suspiros de agonía y movimientos precipitados del doctor; cuando salí con la carta,la marquesa estaba casi exánime; cogí su mano, y todavía haciendo un esfuerzo, tomóel pliego cerrado que le mostraba, lo llevó a su boca, y en aquel beso que dio a la letrade su hijo, exhaló el último aliento.

XVI

LO QUE SUCEDE CUANDO SE VA EN UNA LANCHA SIN REMOS

Abrí precipitadamente la ventana de la galería y grité sin saber a quien gritaba,“detente”. Bajé rápidamente al jardín para descubrir el misterio de aquella inesperadaaparición, y no tuve mucho que andar. A poca distancia del pabellón, sobre una lanchasin remos, iba un hombre con dirección a San Sebastián. Le llamé, vino a la orilla ysalté a la gabarra, hallándome frente a frente con Marcelo.

-Usted ha pasado, caballero, -le dije severamente-, tocando casi con su cabezalos cristales del pabellón, y como se le había referido a mi prima no sé qué cuento deaparecidos, se ha asustado.

-Lo siento, contestó fríamente Marcelo.

-Desearía –repuse con sequedad- que usted me pusiese al corriente del motivoque le ha impulsado a fabricar este cuento de aparecidos.

-Si se refiere V. a la aparición del conde Virgilio, no es cuento, caballero.

-¡Cómo! ¿Pretende V....?

-Yo no pretendo nada; la pretensión es del conde.

-¿Cree V. que los muertos resucitan?

-Han resucitado algunos, y extraño que V. lo dude, porque lo dicen las escritu-ras; pero esta no es una resurrección. Jesús es muy misericordioso para hacer con elconde Virgilio lo que hizo con Lázaro. Esta es sólo una aparición. Yo lo he visto.

La voz de Marcelo era la voz del hombre verídico y honrado que no se afana porconvencer, pero que es inexorable en sus afirmaciones. Ni una duda, ni una vacilación:él decía “ yo lo he visto”, como si dijera “yo lo juro”.

La lancha corría y yo estaba estupefacto.

-¿Dónde y cómo le vio V.?

-A pocos pasos del sitio donde se suicidó.

-¿Estaba V. cerca de él?

-Yo estaba en la lancha y él en la orilla.

POESÍA, CRÍTICA Y FOLLETÍN EN CAROLINA

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-¿Le habló V.?

-Le invité a venir.

-¿Y respondió?

-Respondió “no puedo”.

-¿Distintamente?

-Distintamente.

¿Y luego?

-La lancha corría como ahora.

-¿No le ha vuelto V. a ver?

-No.

Marcelo era un hombre de superior talento. Valiente, como se descubría a pri-mera vista, e incapaz por consecuencia de alucinarse por temores supersticiosos. Re-cordé entonces lo que me contó mi amigo P. ¿Quién no conoce en Madrid al fríojurisconsulto, al escritor sensato, al orador sereno, al diplomático imperturbable quetanto figuró como hombre de estado? ¿Quién pudiera imaginar que aquel filósofo fue-se visionario ni espiritista?18 Pues bien, de la boca de aquel sabio, que lo único que nosabía era mentir, oí la aserción de que se le había aparecido un espíritu y que le habíahablado...

Yo examinaba el rostro de Marcelo a la clarísima luz de la luna, como si fueseun jeroglífico que a fuerza de mirarle me hubiese de dar la explicación de aquel enig-ma. ¡Qué interesante era su figura! De pie sobre la barca y engrandecido por la sombra,parecía más alto, aunque lo era bastante. Su cuerpo, delgado y flexible, se inclinaba aun lado como por hábito de apoyarse en un palo, y tenía su cuello, erguido, la aposturade un hombre que va a arengar. De su frente ancha arrancaba una cabellera onduladahacia atrás, como las ramas de un sauce que agita el viento, y la mirada recta y decididade sus grandes ojos, y la contracción amarga de sus labios, daban una energía extraor-dinaria a su fisonomía.

¡Oh!, si aquel hombre amaba, debía ser con el vértigo, y con el vértigo si aborre-cía. Los hombres del norte (y a esta raza pertenecen los vascongados) llevan con apa-riencia de calma el mar de fondo en su sangre. Mares helados de cuya superficie no

FERNANDO MANSO AMARILLO

18 Sobre el espiritismo en la obra caroliniana vid. F. MANSO: Op. cit., págs. 192 y ss.

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hay que fiar, porque entre las grietas de sus témpanos se oye el rugido interno de lastempestades.

Corríamos y corríamos sin hablar una palabra. Marcelo iba sin duda a algunaparte, pero yo no iba a ninguna. Ya habíamos pasado el primer puente; la ría se ensan-chaba y respirábamos de lleno las brisas marinas. Las sierras de Guipúzcoa se dibuja-ban como inmensas moles en el azul del firmamento. Las luces de los caseríos brilla-ban a lo lejos como estrellas caídas en aquel fondo oscuro. El silencio era completo.Llegamos al segundo puente, cuando un ruido espantoso estremeció de pronto lasmontañas: el puente retembló en sus cimientos, y un demonio con ojo de sangre y másde doscientas varas de rabo, pasó por cima de nosotros lanzando penetrantes alaridos,y fue a meterse en un agujero cavernoso de la montaña.

-Dudamos de las apariciones –dijo Marcelo-, y sin embargo, ¿ha creado nada lafantasía como esta tremenda aparición? ¿La imaginó Dante?

-La explican el agua y el fuego, contesté.

-¡Oh!, replicó Marcelo con irónica sonrisa, ¡qué triunfo el de la materia! Cree-mos porque nos explicamos las cosas. Cuando no nos las explicamos no creemos. Diosdebería tomarse la molestia de explicarlo todo para que no dudásemos. Ahí ha hechounos cuantos mundos con agua y fuego, que ya nos vamos explicando poco a poco.Primero creímos que el sol daba vueltas, luego descubrimos que estaba fijo, más tardeque rodaba también. Avanzamos y creemos que hay otros soles que valen más... ¿Cuándollegaremos al último sol? ¿Quién nos explicará dónde está la última rueda de la máqui-na y el fin del espacio? Todo es inexplicable –continuó Marcelo dejando el palo conque de vez en cuando guiaba la lancha y abandonándonos a la corriente-. ¡Qué abis-mos inconmensurables en ese cielo de estrellas! Allí la vía láctea; un río de soles cuyotamaño, cuya extensión no podemos comprender: dudamos si son soles, como dudá-bamos ayer si éramos mundo o isla rodeada de un río salado. Somos chinos, egipcios,griegos, romanos, europeos, pero siempre dudamos, porque nunca sabemos bastante,y al fin caemos....

Marcelo no concluyó la frase; la lancha, abandonada, había caído en una red desalmones. Los dos prorrumpimos en una carcajada, pero la verdad era que estábamoscogidos.

Un hombre salió de entre aquellos palos de la orilla, y saltó sobre la lancha sindecir palabra. Con brazo vigoroso manejó el tridente, apartando el peligro, y nos echóal medio de la ría sin desplegar sus labios. Era Paulo.

Pronto estuvimos en un semicírculo semejante a un gran lago, cuyas paredeseran montañas que ocultaban la luna. Giró la lancha a la derecha y descubrimos SanSebastián, con su faro ciego y dos de vista corta, con el monte Urgull, orgullo conrazón de dominar el más hermoso paisaje que ofrece ningún puerto, y coronado de uncastillo donde ya no hay caballeros feudales que lleven pendones ni damas hermosaspremien su valor con artísticas bandas, pero donde hay todavía prisión para los desgra-

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ciados. Pero no, no son tan desgraciados como los jueces que viven en Madrid. Losprisioneros del castillo de la Mota pueden contemplar desde sus alturas al Atlánticocuando extiende en la Concha su soberbio manto de espuma, como para hacer reveren-cia al cielo, mientras que los jueces de Madrid, envueltos en sus togas, viven en suscovachas, no sólo sin mar, pero sin sol y sin aire.

XXVII

CARTA DE ÁNGELA

“De rodillas, Enrique, puestos los ojos en la misma imagen de Jesús crucificadoy oprimiendo el pecho contra la mesa, menos dura que mi corazón lo ha sido para ti, teescribo esta carta.

Ni pido, ni espero, ni deseo indulgencia. Cuando se cae en la bajeza en que hecaído yo, no se necesita sino del olvido del mundo. Si hubiera caído en la tumba nadanecesitaría, y yo he caído en abismo más hondo que la tumba.

Pero aunque ya no soy madre, porque he abdicado vergonzosamente ese título,tengo una hija, y por ella pido, por ella suplico, por ella ruego, por ella me arrastro atus pies. ¡Ay!, que mi alma se desgarra al recordar que cuando le di el último besosoñaba conmigo, y a pesar de ello me arranqué de su lado...

Enrique, hay una rueda que nos arrastra con más fuerza que el amor mismo denuestros hijos, y a esa rueda he estado atada yo.

............................................................................................................................................................................

Tú sabes la tiranía que ejerce la moda en la mujer elegante. La sociedad ha idopoco a poco acostumbrándonos a ciertas irregularidades que antes no eran permitidassino a los hombres, y por la educación varonil que de algún tiempo a esta parte se nosviene dando, hemos pasado desde la amazona en que nos dejó la sociedad antigua, latourista y jugadora que nos concede la sociedad moderna.

Yo vi por primera vez la rueda de la desgracia en Alemania. Estábamos enBerlín cuando la baronesa Karuski, amiga de la familia de Virgilio, me convidó a ir aBaden. Virgilio quedó en Berlín y nos fuimos al mismo hotel. El barón había muertodejando arruinada a su mujer, que era antes princesa de Magdarix y llevó una grandote. La baronesa me contó que la ruina de su casa tenía por origen las pérdidas delbarón en el juego y que quería vengarse de la suerte, recobrando lo perdido. No nece-sitaba sino 2 ó 3.000 francos y se los presté; pero exigió que la acompañase, y lacuriosidad y la moda me llevaron al gran centro de la perdición.

El salón chispeaba de luces, de brillantes y de oro. Los billetes de Banco forma-ban haces en las mesas. Una rueda dorada, artística coqueta, juguetona, daba vueltasmisteriosamente y atraía los ojos de la inmensa concurrencia. La corriente magnética

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que se establecía entre todas las miradas, despertaba los pensamientos y encendía laspasiones. Se esperaba, se temía, se amaba y se aborrecía instantáneamente. De la ale-gría se pasaba a la desesperación, del dolor a la felicidad, del abatimiento al frenesí.Parecían todas aquellas figuras atadas a hilos eléctricos, cuya clave tenía en su mano elbarón alemán, que frío e impasible estaba de pie detrás de la rueda, y que las hacíamoverse a su voluntad con las más violentas contorsiones.

Mujeres que me habían parecido antes hermosas, tenían el rostro hinchado y losojos inyectados de sangre, como los carniceros. Los que me habían parecido caballe-ros, tenían ademán de facinerosos. La baronesa, que había sido siempre serena y gene-rosa, se lanzó al vértigo de la codicia, y jugaba billete tras billete con ojos encendidosy rostro colérico. Lo perdió todo. Lo perdió todo y se volvió a mí. Yo vacilaba, perouna multitud de personas conocidas en la buena sociedad de Madrid me miraba con lacuriosidad indiscreta y la sonrisa maligna que precede al ridículo, y temí caer en él sirehusaba..

Jugué y gané aquella noche 20.000 francos. Y volví otra y otra noche y ganétambién y seguí ganando hasta la suma de cuatro millones de francos.

A los pocos días era yo la Leona de Baden. Los banqueros, los príncipes rusosy alemanes, los héroes húngaros, los artistas italianos, los lores, los títulos de Francia,los grandes de España, los americanos opulentos, las mujeres más elegantes que habi-taban los palacios de Baden, se apresuraron a celebrar mi genio y recibí invitacionesde todas partes.

La revista del Grand-club, redactada por los literatos más distinguidos, hablóde mi belleza, de mi talento, de mi gracia y de mi elegancia.

Yo era la misma que llegó a Baden sin que hubiese reparado la sociedad entodos aquellos encantos, y sólo por haber jugado con fortuna, yo me coronaba degloria. ¡Qué horrible descubrimiento; pero que terrible tentación!

Yo no podía guardar aquel dinero sin degradarme antes los que ejercían el ofi-cio adjudicándome los laureles.

Las leyes del honor en las esferas del alto juego, son más imperiosas que enotro Código alguno, y era preciso exponer lo ganado, y... lo expuse, y... lo perdí, y lorecobré y volví a perderlo, y jugué el capital de Virgilio, la dote de mi hija, el créditoy el alma.

........................................................................................................................................................................

Siempre con la esperanza de recobrar lo perdido, siempre queriendo evitar lacatástrofe que temía, conociendo el pundonor de Virgilio, hostigada por el despecho,punzada por el orgullo, no queriendo usar de tu fortuna, fui de tumbo en tumbo cayen-do hasta la ignominia en que me hallo.

Arruiné a Virgilio, le arrojé al crimen y te he arruinado a ti, porque los pagarésque van a vencer y te serán presentados, ascienden a 50.000 duros, y tengo además una

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deuda de honor con el duque de Monte-Urgull, de cantidades apuntadas por mi manoen una tarjeta.

Mi hija queda a tu misericordia... ¡Ay , Enrique! ¿Cómo hubiera podido pensarmi madre cuando nací, que había nacido una hiena?... ¡Mi madre! Ahora me acuerdode mi madre... de su cuarto con la estampa de la Virgen y la pila de agua bendita. De surosario colgado en el oratorio, donde pálida y fatigada, vino a rezar conmigo por laúltima vez...

¡Ah! Que crea mi hija que he muerto: más vale la orfandad que la infamia de sumadre: ¿madre? No; la jugadora no es madre. La jugadora es un monstruo, pero mons-truo tan espantable, Enrique, que si saliera del convento... (que no saldré, porque aquíhan de enterrarme) si saliera del convento... volvería a jugar.

Virgilio murió, con la ilusión de que suicidándose me corregiría yo. ¡Oh, ja-más! Esta pasión no se cura con la muerte de los otros, sino con la de uno mismo.

Cumple la voluntad de Virgilio, llevando a mi hija a una pensión donde seeduque lejos de la que fue su madre...

¡Hija de mis entrañas, yo estaré en oración día y noche, hasta que exhale elúltimo aliento, para que Dios la libre de La rueda de la desgracia.

.........................................................................................................................................................................

El cura de Loyola te lleva esta carta. Él es el solo lazo que tendré con el mundo,y por él me dejarás saber de mi hija.

Que lea esta carta lady Lenox, y que sea para mi hija lo que ha sido para mí.

Nada más. No me perdones, porque yo no me perdono, y no has de ser másmisericordioso que yo conmigo; pero protege a mi hija, ÁNGELA.

El pagaré aparece publicado en 1886, treinta y cinco años después de lapublicación de La Sigea y de Luz, en La Ilustración Artística de Barcelona,y diez años después en El Siglo Futuro, 1896, bajo el título de Oratorio deIsabel la Católica. En esos treinta y cinco años sucedieron muchas cosas:Carolina se casa, pierde a dos de sus tres hijos, y se marcha a Portugal, sinembargo no se ha apartado de la literatura; en esta dilatada época siguepublicándose folletín, pero ha ocurrido algo muy importante para la novela ypara la sociedad, la primera revolución burguesa, 1868, que marca el destrona-miento de Isabel II. La novela ha dado un giro importante: en 1867 se publicaLa fontana de oro; en 1876 aparece Doña Perfecta publicada por entregas enLa Revista de España, novela que, según Casalduero, es una representaciónfiel del estado de espíritu de la sociedad teocrática y anquilosada que dio lugara las guerras civiles; en 1877 se publica Gloria, cuyo tema central es la impo-

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sibilidad de los amores entre una cristiana y un judío; y en 1878 aparece Lafamilia de León Rosch, en cuyo fondo late un conflicto religioso motivadopor el fanatismo; y en el mismo año en que aparece El pagaré se publicaFortunata y Jacinta, que represente el apogeo de la novela galdosiana. Es unmomento de convivencia entre la gran novela y el folletín, y ambos se nutrende los mismos temas. En 1888 y 1889 aparecen publicadas La incógnita yRealidad, se inaugura así un período nuevo e importantísimo de la novela deGaldós y también de la novela moderna. El tema de ambas novelas es el cri-men. Recordemos que, desde 1858, en que se tradujo Los crímenes célebres,de Dumas, hasta 1889, en que el folletín de La Época publica Crimen de lacalle Fuencarral. Sentencia, se publicaron muchas novelas de crímenes. Es1886 un momento oportuno para publicar una novela de crimen, hecho quedemuestra que a pesar de su retiro en Lisboa, la escritora estaba informada delgusto de los lectores españoles de folletín, de las obras que forman lasubliteratura, o mejor dicho, la paraliteratura, es decir, la literatura popular,que con escasa artificiosidad literaria entretiene a la inmensa mayoría.

Ya conocemos las relaciones de la escritora con su tío Manuel Romero,Presidente de la Audiencia de Sevilla, y la estancia de Carolina en su casa.Teniendo esto en cuenta, se puede pensar en la posibilidad de que hubieseexistido algún caso real similar al del folletín que analizamos, y que hubiesellegado a oídos de la escritora a través de su propio tío. Si fue así, se explicaríala situación en Andalucía de esta novela. El tema de El pagaré es la comisiónde un crimen cometido por el impago de una deuda y el fanatismo religioso,fenómenos que latían en la sociedad de aquella época, pues La Restauraciónrepresenta, en cierto aspecto, una consolidación de las conquistas de la Revo-lución del 68, pero, en otro aspecto, es un enfrentamiento de personas quetenían una visión europeizada y liberal, frente a otras que se aferraban a una feprimitiva, y fanatizada.

La burguesía, y particularmente los judíos con su agudo sentido de losproblemas económicos, dan los últimos mordiscos a las posesiones de la Igle-sia y de la nobleza. ¿No es esto lo que ocurre con Samuel, el judío de Elpagaré ? ¿No es la ruina de los duques de este folletín semejante a la de granparte de la nobleza de aquella realidad histórica? Y, también como en la reali-dad, las clases bajas se alegran siempre de las caídas de los nobles. Es puesmuy probable que en el afán por reproducir la realidad exista convergenciaentre la novela realista y muchos folletines, entre los que situaríamos El paga-ré.

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La novela está compuesta por ocho secuencias: I localización; II diálogoentre los duques; III, genealogía de los duques; IV-V, diálogo entre el duque yel judío; VI, genealogía del judío; VII, diálogo entre la duquesa y el judío, ycrimen; VIII, juicio, sentencia , condena, y los comentarios que se han produ-cido sobre este suceso en distintos periódicos.

Los diálogos y las narraciones están intercalados. El momento de máxi-ma tensión se encuentra poco antes del final, en la secuencia VII, donde secomete el crimen tras un arrebato de fanatismo religioso.

Ya al comienzo del primer capítulo se observa la intencionalidad de laescritora de hacer los personajes verosímiles y cercanos al realismo histórico,cuando escribe:

No obstante, si el lector fuese aficionado a la heráldica, pudiera veren la genealogía de las casas reales de Europa un origen soberano en esteduque, más verdadero siendo de novela que lo son otros de historia.

Sólo queremos decir que, la verosimilitud pretendida y muy lograda porlos grandes novelistas del Realismo latía también a veces en los escritores defolletín.

Los personajes están caracterizados por los diálogos que, poco elabora-dos, no dejan de ser coloquiales. No existe verdadera comunicación entre lasclases sociales, como ocurre en la novela por entregas. Personajes, por tanto,poco configurados que utilizan un lenguaje directo y poco artificioso, en el quela ausencia de imágenes es casi total. Tal vez aquellos lectores del folletínencontraran el atractivo de la novela en el tema, primero en el crimen y des-pués en el enfrentamiento de dos razas, de dos religiones, personificado en laduquesa y el judío, símbolo de la intolerancia y de la intransigencia religiosaque tanto ha marcado nuestra historia. Convivencia imposible entre judío ycristiano que lógicamente termina con la muerte de uno a manos del otro. Yaunque la simpatía de la autora parece inclinarse hacia los duques, el judíogoza de la comprensión de la escritora, quien está más cerca de ellos en estaobra que lo estuvo en su artículo Un viaje desde el Tajo al Rhin, descansandoen el palacio de cristal, donde, entre otras cosas, afirma:

Comprendo que hayan hecho más daño a la Iglesia los judíos que losmoros. No hay nada más peligroso que una religión en cuyas creencias seadmiten parte de las nuestras ... He aquí cómo hallo disculpadas lasrigurosas medidas que tomó Isabel la Católica para perseguir a esta raza dehombres melancólicos y de mujeres hermosas.

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El momento de máxima tensión presenta una situación semejante a laque se produce en Doña Perfecta, sin olvidar, claro está, las grandes diferen-cias entre ambas obras; pero sí convine señalar las situaciones y los hechosparalelos que se producen en la novela folletinesca y en la gran novela. En Elpagaré, el “¡Álvaro, échalo fuera!”, que pronuncia la duquesa, no llega al ex-tremo de “¡Mátale!” que pronuncia doña Perfecta, sin embargo el final es elmismo, la muerte por asesinato de personajes que tienen diferentes creenciasque los que dan las citadas órdenes.

Hoy a la luz de la crítica de la recepción, donde cobra importancia lapresencia del lector en el acto creador, se refuerza la necesidad del estudio delos folletines para la mejor comprensión de la novela.

Los textos que reproducimos, secuencias I, V, VI, y VII se toman de LaIlustración Artística, números 210, 211, 212 y 213, correspondientes a los días4, 11, 18 y 25 de enero de 1886. Revista puesta a nuestra disposición por laBiblioteca de Amigos del País, de Badajoz, a cuyos bibliotecarios expresamosdesde estas líneas nuestro agradecimiento, y el texto publicado en El SigloFuturo del 10 al 17 de enero de 1896 con el título de Oratorio de Isabel laCatólica , cuyo original se encuentra en la Biblioteca Nacional .

EL PAGARÉ

Novela original

Era el primer día de abril, a las siete de la mañana, del año 186... cuando elduque Alvaro llamó a la puerta del cuarto que habitaba su mujer, en una casa de campoen las cercanías de Sevilla. No era su costumbre presentarse a estas horas y la duquesase alarmó, saltó del lecho y cubrióse con una bata de cachemira que había sido primi-tivamente azul pálido, pero que ya era blanco ceniciento, y cuyos encajes se hallabantan rotos y recosidos, que en vez de adornos parecían parches aplicados para ocultar laflaqueza de la tela. Calzó sus pies con unas zapatillas de raso sin talón, que anteshabían cubierto medio pie y ya deshechas no cubrían nada, y arrastrando sus plantillasque apenas podían resistir el roce del suelo, se dirigió a la puerta y descorrió el pasadorque la cerraba. El que entró era, en efecto, un duque de la cabeza a los pies. Cabezanobilísima, donde se habían conservado inalterables los rasgos de aquellos paladinessemifabulosos que conquistaban reinos y echaban fuera moros, y cuya semejanza en-cuentra el lector en las ilustraciones artísticas. Esta era semejanza no ilustrada, pero decarne y hueso. Su perfil recordaba al de Carlos I, más correcto, más modelado y menosheroico. Es verdad que el traje moderno transforma al hombre más caballeresco en uncomisionista. Pantalón y saco de mezcla de lana imitando piel de lagarto y corbata,dejando ver camisa rayada, no es vestimenta que se puede aplicar a ningún emperador,

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ni a ningún caballero de la edad pasada. No obstante, si el lector fuese aficionado a laheráldica, pudiera ver en la genealogía de las casa reales de Europa un origen soberanoen este duque, más verdadero siendo de novela que los son otros de historia. Peroaquella gallarda figura parecía destruida por hondos sufrimientos. Tenía elevada tallaen realidad y acrecentada en apariencia por demacración. Su cabello cortado al uso deldía dejaba íntegro el dibujo de una frente correctísima y cadavérica. El bigote se retor-cía sobre sus mejillas descarnadas, confudiéndose con la barba clara y rubia del tipodel Norte. La expresión un tanto siniestra de sus ojos hundidos y la contracción amar-ga de su boca entreabierta, daban a esta fisonomía una expresión indefinible que ate-rraba y conmovía . Difícil hubiera sido juzgar a primera vista si aquel hombre era maloo bueno. Lo que se veía claramente era que estaba desesperado. Respecto a la duquesa,no había duda alguna. Tenía el puro rostro meridional, que revela con sincera pasiónlos secretos del alma. Aunque marchita y enflaquecida por el sufrimiento, era todavíauna preciosidad. Con el cabello suelto y los oscuros y grandes ojos húmedos con elllanto, cualquiera podía reconocer en ella a la mujer buena. Su expresión era de madreamorosa y desgraciada.

El cuarto de la duquesa tenía un aspecto singularísimo. No había en él, propia-mente hablando, ni lecho sólido, ni verdadero tocador, ni mesa, ni sofá, ni butacas. Ellecho lo formaban dos bancos de pino con tablas sin pulir y dos colchones de damascocarmesí, remendados con otras telas de seda del mismo color y una colcha de tafetáncubierta de jirones de encaje blanco de Barcelona. El tocador lo componía un cajónvolcado y vestido de fular caña, con muselinas bordadas, y cuyo espejo de Veneciatenía el marco que debió ser de terciopelo y oro, raído hasta la médula. Un jarro deporcelana antigua contenía flores silvestres. En una caja de ébano, incrustada de platacon las armas de la duquesa, estaban los peines. Un palanganero, dos sillas de mimbrey un armario formado con cortinas de damasco de diversos colores, contemplaban elmobiliario, sin alfombra alguna ni cortinaje. Pero, vuelto de espaldas, a manera debiombo delante de la cama y cubierto con un paño negro, como un catafalco, había unmueble de suprema riqueza. Un oratorio que se decía haber pertenecido a Isabel laCatólica, y que contenía maravillas de arte de aquel siglo, en que se trabajaba para elculto divino como ahora se trabaja para el humano. El paño estaba medio levantado, ydel oratorio entreabierto salía la tenue claridad de una lamparilla...

V

¡Qué expresión la del rostro del duque cuando hizo salir a Rosita! Era comoarrojar al ángel de la guarda para entregarse al demonio en figura de Samuel. Su mira-da desgarradora siguió fija en la puerta después de cerrada, como si quisiera traspasarlas maderas que le impedían ver los rayos de aquella luz, única que brillaba ya en lahorrible tiniebla que había envuelto su vida. El remordimiento, como una serpienteque anida en la cabeza y da latigazos al corazón, le embargaba los sentidos. Así cayó

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sin aliento en una silla, ofreciendo por señas a Samuel que se sentara, lo que no quisoéste aceptar.

-Gracias, señor duque, gusto estar de pie y siento mucho la situación violentade esta familia, pero no puedo remediar su mal.

-Voy, Samuel -contestó el duque haciendo un esfuerzo- a explicar a V. algunascosas y tal vez nos entendamos. Yo estoy arruinado, es verdad. La quiebra de la com-pañía de minas y el cataclismo de las empresas de ferrocarriles me obligaron a venderprecipitadamente mis posesiones del Rhin; y los préstamos sobre las fincas de mimujer para sostener la administración hechos en condiciones ruinosas...

-Señor duque, el trece y medio por ciento no creo que sea usura.

-No digo usura, pero el apremio de los intereses me obligó a vender las fincas.

-Yo no pude evitarlo; los plazos vencían.

-No obstante todo esto, yo tengo parientes en Alemania a los cuales he acudi-do, y sé que no me faltarán. También entre los que han tenido la culpa de la bancarrotase ha promovido una subscripción para auxiliarme, y no necesito sino un nuevo plazo,aunque sea breve, para cumplir como deseo.

-Imposible señor duque.

-Iría a Madrid. Yo he favorecido a muchos; muchos me deben su fortuna; ycrea V. en la palabra de un hombre honrado. V. tendrá su dinero, sólo necesito unrespiro, Samuel. Aquí no tengo con qué cancelar el pagaré.

-Yo deseo servir al señor duque, y le daría ese plazo que me pide si pudieraresponder con algunas alhajas...

-Lo que tengo está a su disposición.

-Veamos.

-Este lavabo de plata.

-Plata vieja.

-Era de mi padre.

-Eso no le hace valer más que su peso de plata vieja.

-Esta campanilla de oro cincelado.

-No dudo que tendrá buen sonido, pero poco peso.

-Este cuchillo de oro.

-Un juguetito.

-Tiene piedras.

-Unas turquesas y unos rubíes... ¿Qué más?

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-Este reloj -añadió el duque sacando del bolsillo un magnífico remontoir.

Samuel lo examinó como un anatómico pudiera examinar un esqueleto y dijo:

-No es mala pieza, pero se vende también al peso.

-¿Cuánto puede valer esto, Samuel?

-Necesitaría hacer una tasación escrupulosa... no quisiera justipreciar ligera-mente prendas que se estiman por su dueño demasiado, tal vez...

-Pero poco más o menos.

-Yo no daría más de cinco mil reales por todo.

-¡La cuarta parte del pagaré!

-Ya ve el señor duque que esto no basta.

-¿Y qué he de hacer?

-En efecto, la situación es apurada.

-No sé que ofrecer a V., Samuel.

-¡Si el señor duque tuviese muebles antiguos o telas antiguas... tisú! La señoraduquesa tenía muy buenos encajes...

-Ha tenido que deshacerse de ellos en Madrid.

-Abanicos antiguos...

-También se los llevaron.

-Tenía un oratorio, si mal no recuerdo, que perteneció a Isabel I.

-Sí, pero...

-Era una alhaja de valor.

-No de valor intrínseco.

-Pero siendo de valor artístico, yo me conformaría.

-Samuel, el único consuelo que tiene mi mujer en esta desgracia son sus devo-ciones.

-Lo comprendo, pero para orar no se necesitan oratorios regios.

-Era de su madre.

-Su madre ve desde arriba que la hija necesita pagar, y no se ofenderá porque...

-Eso que dice V. me hace mucho daño, Samuel.

-No me propongo hacer daño al señor duque.

-Pudiera V. aceptar estas alhajas mías, y yo haría un pagaré por el resto.

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-Me admira, señor duque, que teniendo todavía con qué pagar, se niegue V. aello.

-El oratorio no es mío y yo no puedo violentar la conciencia de mi mujer.

-La conciencia, señor duque, la conciencia no es conservar lo que no nos per-tenece; eso sería negociar con Dios y ...

-Samuel -interrumpió el duque irguiéndose con altivez-, mi desgracia no auto-riza a V. para faltarme.

-Señor duque, soy bastante honrado para abusar de la desgracia, y sólo me hepermitido hacerle una reflexión.

-Esas reflexiones me ofenden.

-Pues ceso; pero, ¿no cree el señor duque que hay algo de fanatismo en darimportancia a un mueble que al fin no es más que una forma elegante de devoción?

-Yo no juzgo las acciones de la señora a quien respeto.

-Y yo la respeto, me atrevo a decir, tanto como el señor duque.

-Así debe ser.

-Pero no hallo medio de salir del barranco.

-Yo iré a hablar con mi mujer.

-Perfectamente. Confío en su discreción.

VI

Samuel era de origen español. Sus antepasados habitaban ya en Andalucía enel siglo XV y fueron, en la expulsión de los judíos, unos de los que pasaron a Alema-nia, desde donde la rama primogénita de la familia Disraeli se trasladó a Londres, encuya ciudad prosperó rápidamente hasta llegar a ser uno de sus descendientes ministrode la corona, luego jefe del Gabinete, el consejero más íntimo de la reina, y última-mente miembro de la Cámara de los Lores. Lo que quiere decir que en Inglaterra sonmás afortunados los hebreos que lo fueron en España; sea por la aproximación de suscreencias con las del culto del Estado o por las concomitancias burocráticas. Ha habi-do, no obstante, en España algún ilustre jefe de Gabinete que, llevado del generosoimpulso para reparar la injuria que se hizo a aquel pueblo inteligente y laborioso, lesescribió con tierno desvelo para que volviesen a la madre patria, y tal vez fue Samueluno de los atraídos a fijar se residencia en Sevilla, en cuya población tenía parientes ya la cual acostumbraba a venir todos los años después de pasada la Semana Santa.

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Samuel era buen negociante, no mal hombre. Obedecía al instinto de su razaprocurando el oro por los medios lícitos del préstamo, y, naturalmente, cuando veíaalguna fortuna próxima a caer, rondaba y se iniciaba en los secretos de la familia yseguía los pasos de sus individuos hasta que llegaba el momento oportuno de aprove-char aquellas brevitas que caían por sí mismas, maduras y entreabiertas, goteando larica miel que el judío saboreaba en los palacios del duque.

En las largas temporadas que había pasado en Madrid con la buena posiciónque le proporcionaba la intimidad del ministro inglés, había sido testigo de los desas-tres del duque y había terciado en las trasmisiones de sus bonos y en las ventas de susfincas. Aunque hablaba de muebles, de telas y de encajes, sabía bien que no le quedabaa Valeria más que el oratorio, por la sencilla razón de que las mejores alhajas las teníaél en su casa adquiridas por segunda mano a precios insignificantes. El conocía muy afondo al duque. El duque había caído en la emulación que impulsa en estos tiempos ala nobleza a salir de sus atrincheramientos. Viendo cómo, por gracia de los sistemasconstitucionales, el pueblo sube al parlamento y el parlamento se hace grande de Espa-ña, ha entrado en rivalidad con los diputados y los industriales luchando en los comiciosy lanzándose en los negocios. Pero desgraciadamente, como la índole y la educaciónde estos antiguos infanzones no se aviene con ciertas prácticas del vulgo y no estániniciados en los misterios bursátiles, siempre sin ser los actores del drama son lasvíctimas del fiasco. Sus nombres campanudos al frente de las empresas mercantilesson el reclamo que explotan los que están entre bastidores, y el duque había sido unode los silbados. Y ya se sabe que Madrid tiene abundancia de pitos para el aristócrataque cae. Es la venganza de las clases que no se satisfacen hasta que se extingue aquéllaque ha producido la envidia y los rencores de los que sólo a fuerza de trabajos hanpodido subir y colocarse al nivel de los que nacieron privilegiados. Además, Valeriaera muy hermosa y de virtudes excepcionales, y esto añadía a los ojos de la burguesíadoble motivo para que se la tratase con rigor. No poder decir que una duquesa de altaestirpe era un dama liviana, destruía parte del argumento que sirve todos los días a lademocracia para fundar sus teorías. Por otra parte, los cortesanos realistas también sealegraban de esta caída, por lo mismo que el duque había sido benévolo con la de-mocracia.

La verdad es que la sociedad moderna, compuesta de elementos contrarios quese esfuerzan por confundirse y se rechazan para unirse, es una batalla sangrienta dondecaen muchos muertos y muchos heridos.

VII

(...).

En efecto, se abrió y se cerró una puerta y se abrió otra. Era el duque.

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-¡Ah! -exclamó Valeria-, ¡qué ansiedad!, ¿cómo vienes?

-Ten calma, Valeria, y óyeme.

-Habla, Alvaro, ¿no cede?

-Con ciertas condiciones.

-¿Qué quiere?

-Alguna garantía de alhajas o muebles.

-¿Y qué le has dicho?

-Le he dado la plata y el reloj.

-Aquí están mis zarcillos -repuso la duquesa quitándoselos vivamente de lasorejas.

-Yo no se los llevo, y además no se satisfaría.

-¿Qué exige?

-Me habla del oratorio...

-¡Ah!

-Yo me he negado.

-Mira, Alvaro, por malo que sea ese hombre, si yo le explico lo que es para míel oratorio, él desistirá.

-¿Quieres verle?

-Yo le daría los zarcillos y estoy cierta de que nos dejaría en paz.

-Me temo, pobre amiga mía, que inútilmente hagas el sacrificio de recibirle.

-No, Alvaro, yo tengo confianza en mi persuasión.

-Sea, le diré que entre.

-El duque salió con ese paso que llevan los que van al suplicio y volvió acom-pañado de Samuel. Valeria le recibió con digno pero afectuoso porte y le invitó asentarse. Samuel no aceptó.

-Estoy bien de pie, señora duquesa -dijo humildemente-, y espero sus órdenes.

-Yo agradezco a V., Samuel -dijo Valeria con sentido acento-, cuanto ha hechopor mi marido, y deseo que todo se arregle.

-Yo también lo deseo, señora duquesa.

-Aquí tengo esta joya, que tal vez pueda hacer al caso, y se la ofrezco a V. debuena voluntad -añadió presentándole los zarcillos.

-Samuel los tomó y les dio vueltas, los miró al trasluz y replicó:

-Son buenos brillantes, pero...

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-¿No serán bastante?

-¡Qué idea tiene de estas cosas la señora duquesa! -exclamó Samuel sonriendo.

La duquesa se puso encendida, y replicó secamente:

-Ninguna.

-Ya lo veo señora duquesa.

-¿Qué quiere V?

-He venido a tratar con el señor duque -respondió Samuel fríamente, dando unpaso para salir.

-Mi marido me dice que quiere V. el oratorio.

-Yo no lo quiero, pero entiendo que el señor duque quiere cumplir la palabrade honor.

-El Duque cumple siempre sus palabras.

-Nunca lo he dudado.

-Y ahí tiene Vd. el oratorio -añadió Valeria levantándose con ademán supre-mo-, ¡qué Dios le perdone!.

El duque tenía en los brazos a su hija, y se retorcía las manos en la cintura dela niña, sin poder reprimir su cólera.

Samuel se acercó al oratorio y levantó el paño negro que lo cubría.

Ya estamos aquí otra vez dos razas, dos creencias, dos pueblos que han lucha-do por siglos, personificados en un judío y una católica, frente a frente como en laépoca del oratorio que promovía la lucha. Las iras de aquel pueblo diseminado y erran-te, cargado de vituperios. El calor de aquellas hogueras que devoraron bárbaramentetantos infelices, encendió como chispa en el rastrojo los odios de Samuel y brilló ensus ojos luminaria fosfórica que pudiera alumbrar a oscuras, como la del gato enfure-cido, y que aún habiendo luz chispeaba. Un leve temblor en su barba hacía parecer quechascaba alguna cosa. Desencogió su brazo izquierdo, que sólo funcionaba en ocasio-nes, y con las dos manos abrió de par en par las puertas del oratorio, y descubrió a laVirgen de la Concepción, preciosísima escultura de Montañés, que aún se conserva enAndalucía.

Valeria, al ver al judío acercarse al santuario donde su alma se refugiaba, don-de estaba escondido el espíritu misterioso que la sostenía, lanzó un gemido y cayó derodillas. El duque se acercó a Samuel con el rostro descompuesto, y la niña, adivinan-do que pasaban cosas horribles, se interpuso entre el oratorio y su profanador. Samuel,al ver a la duquesa arrodillada, se exaltó doblemente. La devoción de la una exaspera-ba la impidad del otro y así con mano atrevida y expresión de infinito desprecio, sacóla virgen de su nicho y volviéndose a la niña la dijo:

-Puedes guardar esta muñeca, que no hace falta.

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-¡Infame, judío, hereje! -gritó Valeria levantándose fuera de sí-¡ Alvaro, écha-lo fuera!

No era necesaria esta excitación. Alvaro había saltado sobre Samuel y, aga-rrándolo por el pescuezo lo arrastró por la puerta que daba al jardín al borde del estan-que, y allí, frenético, sin conciencia de lo que hacía, lo alzó con la fuerza de la locuray lo arrojó al estanque de cabeza. Sonó un golpe como de algo muy duro que chocacontra la piedra y multitud de peces salieron a flor de agua.

Alvaro, siempre vertiginoso, corrió despavorido por el jardín con la cabezaardiendo y sin ver la tierra que pisaba.

Valeria, que había salido tras él y presenciado la escena, gritaba espantadapidiendo socorro, y Rosita, asida a la falda de su madre, daba grandes gemidos; perolas gentes estaban lejos, y al infeliz Samuel se le habían enredado las algas en el pes-cuezo. Si las flores amarillas hubieran sido de oro rígido, de seguro hubiera podidosalvarse agarrándose a ellas, pero eran tiernas flores y se ahogó.

Cuando acudieron las gentes campesinas y le sacaron ya estaba muerto. Rositano aguardaba ver, entre los peces que alimentaba con migas de pan, aquel pez humanoque se nutría de pagarés. Este pagaré se le había clavado en el gaznate como la puntade un anzuelo.

VIII

Cuando el duque se recobró del vértigo y regresó al sitio de la catástrofe, vol-vió a ser lo que había sido siempre, un caballero cristiano. Declaró a todos su culpabi-lidad en la muerte de Samuel y mandó al cochero que fuese a dar parte al juzgado deSevilla de la muerte de su amo, pidiendo que viniese a instruir la debida sumaria,quedando él custodiando al muerto para entregarlo a la justicia y entregarse él mismo.

¡Qué día!, ¡qué casa!, ¡qué desolación! Los que han nacido abajo no puedencomprender las desventuras de esas grandes caídas. El que está en el valle no puedeformar idea exacta de lo que sufre el que cae de lo alto del monte. ¡Dichosos los hijosdel pueblo que nacieron pobres y no conocieron los honores!. Esos han tenido mejorsuerte que Valeria.

Antes de la noche se presentó el juez de Sevilla, y después de la declaraciónespontánea del duque, que no trató de disminuir ni un átomo de su culpa, le manifestóque se veía en el triste deber de hacerle conducir preso a la cárcel de Sevilla.

Su causa era mala, pero aun cuando hubiese tenido atenuantes, la presencia delministro inglés hubiera agravado la situación. Se trataba de un miembro de la familiaDisraeli, y el proceso marchó tan rápido, que antes de ocho meses el duque fue conde-nado a diez años de presidio en Ceuta. El duque aparecía como un hombre que despuésde haber tomado un préstamo de un negociante le mata, cuando va a cobrar el dinero,en su propia casa. Si no le condenaron a muerte fue porque los sabios magistrados de

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Sevilla vieron en este proceso una buena fe en el reo que les hacía adivinar lo querealmente había sucedido.

En el mismo vapor que conducía a Ceuta al condenado iba una mujer vestidade negro y una niña como de cuatro años. Eran Valeria y Rosita que acompañaban aAlvaro para estar a su lado en Ceuta el tiempo de la condena.

Rosita que debía haber sido una princesa opulenta, iba a vivir entre presidia-rios.

El día en que se publicó la sentencia condenando al duque, se reflejaba laopinión de los partidos en sus órganos de este modo:

EL CLAMOR PÚBLICO ( progresista)

«El duque de Hansfeld, marqués de Kalbar y conde de Osobona y de Bryas, hasido condenado a diez años de presidio por haber ahogado a un inofensivo israelita,con quien tenía cuentas pendientes. Esta es una de tantas glorias de nuestra noblezaespañola que es escándalo de Europa. ¿Hasta cuándo han de tolerarse esas demasías?Puede estar ufano el partido conservador con poseer en el parlamento estos magnatesque quieren parecer gigantes cuando no son más que pigmeos. ¿Qué dirá la Inglaterra,esa nación libre que ha dado hospitalidad a los que gimen en el ostracismo?»

LA ESPERANZA ( realista )

«La condena del duque de Hanstfeld es una verdadera desgracia para la noble-za y prueba lo que hemos repetido tantas veces con sereno juicio: que la nobleza nopuede hacerse liberal sin degradarse.»19

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19 En El Oratorio se reproduce este folletín con ligeras variantes. Merece citarse esta inter-polación:

EL DIARIO ESPAÑOL (unión liberal)Ahora que las relaciones con Inglaterra entraban en una vía satisfactoria por la

acogida lisonjera que Disraeli ha dispensado a nuestro ministro en Londres, un hecho, de queno hay ejemplo en el mundo financiero, y que refiriéndose a un deudo del que dirige losdestinos de la potencia más respetable de Europa, hiere con nota discordante la floradiplomática, creando tal vez dificultades a nuestro distinguido representante en la cortebritánica.

Esperamos que el noble lord, que conoce también las simpatías de este país con supolítica trascendental, sabrá distinguir entre los arrebatos individuales y la serenidadcolectiva de gobiernos amigos.

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LA DISCUSIÓN (demócrata)

«No ha terminado en España el odio contra los hebreos; un honrado negocian-te perteneciente a aquella raza perseguida, acaba de ser asesinado por un individuo dela nobleza española. El tribunal ha condenado al duque asesino a diez años de presi-dio. Si en vez de un Duque hubiera sido un humilde artesano, ¡Cuánto no alborotaríancon la democracia!».

LA ÉPOCA (conservadora)

«El fatal accidente ocurrido al duque de H... ha tenido la lamentable conse-cuencia que nos comunica hoy el órgano oficial, y que llevará la consternación a la altaaristocracia del Rhin. El duque de H... está enlazado con la primera nobleza alemanaque tiene ramificaciones en varias cortes europeas por diversos enlaces de los antiguosHansfelds-Hornearhek-Taxis-Dimaralchenk, miembro de las casas ducales de Dina-marca y de Hungría. Por parte de padre descienden de Cristian III por enlace de lacuarta mujer, la princesa Kalbar, uno de cuyos biznietos casó con la princesa Palatina,y por parte de madre de la princesa Kansebourh-Bryas, que casó con el duque deBrounkuh-Gottorp-Hasse.

No sería extraño que el príncipe de Hakinsperhes-Saxe-Turris, cuyos títulos yriquezas inmensas debiera heredar el duque de H... se creyera en el deber de pedir alcapítulo de la alta nobleza germánica que se dignase designar otro heredero, por ladesgraciada ocurrencia que tal vez, y probablemente, imposibilite al duque de H...para ceñir la diadema principesca, donde brillan triples florones de las casas deHansembergh-Kusenbourgh y Kalsembak. Reciban todas aquellas ilustres casas lassimpatías que desde este país caballeresco les envía la Época.»

EL GIL BLAS (satírico)

Cuando el insigne Víctor Hugo escribió El rey se divierte, escribía bien. Pare-ce que nuestros nobles se divierten en echar judíos a nadar. Es el mejor modo de saldarcuentas que no pueden pagarse. Los tribunales han enviado a Ceuta al ilustre duquepara que vaya a pescar truchas. ¡Buen viaje!.»

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BIBLIOGRAFÍA

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PÉREZ, J. Bernardo: Fases de la poesía creacionista de Gerardo Diego,Valencia, Ed. Albatros Hispanofila, 1989.

PÉREZ GONZÁLEZ, Isabel Mª.: Carolina Coronado (Del Romanticismo a lacrisis fin de siglo), Badajoz , Del Oeste Ediciones, 1999.

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