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Pluralidad y unidad en el cristianismo primitivo y la génesis del canon Pablo está entre dos mundos. Él es judío, y lo proclama con orgullo: él es hebreo e hijo de hebreos. Sin embargo, al mismo tiempo también pertenece al mundo helenista, puesto que es de Tarso, domina el griego y conoce bien los procedimientos de la retórica helenista. Por ello, tiene que afrontar un doble peligro. En primer lugar, se enfrenta al peligro de los cristianos radicales que acusan a Pablo de no haber conocido a Jesús y de despegarse de sus enseñanzas; proclaman, por ejemplo, que para ser cristiano hay que hacerse judío, con ley y circuncisión incluidas. En segundo lugar, están los gnósticos, que disolvían la fe cristiana en una serie de especulaciones filosóficas helenistas, en una actitud propia de élites intelectuales que produjeron mucha literatura y que consideraban que la salvación consistía en la conciencia del yo profundo, de una chispa divina que todos tenemos en nuestro interior, pero que está encarcelada por la materia. Estos dos peligros con los que tuvo que enfrentarse Pablo (el rigorismo legalista de los judaizantes y el subjetivismo individualista de los gnósticos) reaparecerán constantemente, con formas diferentes, a lo largo de la Historia. Hemos visto que la tradición paulina continuó después de la muerte del apóstol. Hemos dicho que hay una serie de cartas que aparecen como de Pablo, pero que en realidad fueron escritas por discípulos suyos ("Carta a los Colosenses" y "Carta a los Efesios", en torno al año 80; y "Primera y 1

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Pluralidad y unidad en el cristianismo primitivo y la génesis

del canon

Pablo está entre dos mundos. Él es judío, y lo proclama con orgullo: él es hebreo e hijo de hebreos. Sin embargo, al mismo tiempo también pertenece al mundo helenista, puesto que es de Tarso, domina el griego y conoce bien los procedimientos de la retórica helenista. Por ello, tiene que afrontar un doble peligro. En primer lugar, se enfrenta al peligro de los cristianos radicales que acusan a Pablo de no haber conocido a Jesús y de despegarse de sus enseñanzas; proclaman, por ejemplo, que para ser cristiano hay que hacerse judío, con ley y circuncisión incluidas. En segundo lugar, están los gnósticos, que disolvían la fe cristiana en una serie de especulaciones filosóficas helenistas, en una actitud propia de élites intelectuales que produjeron mucha literatura y que consideraban que la salvación consistía en la conciencia del yo profundo, de una chispa divina que todos tenemos en nuestro interior, pero que está encarcelada por la materia. Estos dos peligros con los que tuvo que enfrentarse Pablo (el rigorismo legalista de los judaizantes y el subjetivismo individualista de los gnósticos) reaparecerán constantemente, con formas diferentes, a lo largo de la Historia.

Hemos visto que la tradición paulina continuó después de la muerte del apóstol. Hemos dicho que hay una serie de cartas que aparecen como de Pablo, pero que en realidad fueron escritas por discípulos suyos ("Carta a los Colosenses" y "Carta a los Efesios", en torno al año 80; y "Primera y Segunda Carta a Timoteo" y "Carta a Tito", de principios del siglo II). A lo largo de ellas descubrimos un proceso de institucionalización, algo inevitable porque, si no, un movimiento en sus inicios carismático habría dejado de existir. En este proceso de institucionalización podemos descubrir tres factores clave. El primero es la delimitación de un cuerpo doctrinal preciso, de forma que la fe se va presentando cada vez más como el asentimiento intelectual a un conjunto de verdades. El segundo elemento está constituido por el fortalecimiento de la organización del grupo; surgen ministerios y estructuras de gobierno cada vez más claras. Finalmente, el tercer elemento es la acomodación al mundo. En primer término, la acomodación al imperio; así, por ejemplo, se pide respetar a las autoridades imperiales y orar por ellas. En segundo término, hay también una aceptación de las estructuras patriarcales de aquella sociedad. En este sentido, la mujer, que al principio había tenido un notable protagonismo en el movimiento de Jesús, lo va perdiendo; en este momento, la mujer queda ya muy relegada en las cartas pastorales porque la comunidad cristiana ha interiorizado la estructura patriarcal de la sociedad en el que se encuentra.

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Este proceso de institucionalización –como sucede siempre– fue muy conflictivo y provocó reacciones adversas. En primer lugar, y aunque pueda parecer un poco extraño, hay que mencionar la redacción de los evangelios. Los evangelios se redactan al mismo tiempo que las cartas post-paulinas a colosenses y efesios, y su finalidad es recuperar la radicalidad de las tradiciones originarias de Jesús, las cuales, con el proceso de institucio-nalización, se estaban diluyendo. La segunda reacción se encuentra en otras tradiciones y otros escritos que interpretaban a Pablo de una forma muy diferente a como lo hacía la tradición oficial ortodoxa, la que entró en el canon del Nuevo Testamento; pero esas tradiciones a las que también reivindicaban la autoridad de Pablo y desarrollaban aspectos muy presentes en su mensaje, como la libertad, el carisma, la presencia del espíritu o el protagonismo de la mujer. Dichas tradiciones paulinas apócrifas que quedaron como heterodoxas, pero que fueron muy importantes en Asia Menor durante el siglo II y rivalizaron con las ortodoxas, han dejado escritos (por ejemplo, los hechos apócrifos de Pablo y Tecla, y algunos evangelios apócrifos, entre los cuales destacaría el de María Magdalena, que se caracterizan por reivindicar el papel y el protagonismo de la mujer).

Puede considerarse que el proceso formativo del cristianismo termina a finales del siglo II, cuando se establece el canon del Nuevo Testamento. Que el grupo cristiano constituya un cuerpo de escritos y los considere sagrados y normativos significa que tiene ya una identidad propia y separada del judaísmo. El canon del Nuevo Testamento (un conjunto heterogéneo de veintisiete escritos) supuso una selección. Había otros muchos escritos cristianos, pero el canon cristiano cont con una gran característica: su carácter amplio y plural, a diferencia de los cánones que hacían las sectas, que siempre eran muy reducidos, puesto que seleccionaban un escrito con el que se podían identificar plenamente. En cambio, con el canon del Nuevo Testamento no sucede así; en él coexisten escritos aparentemente tan antagónicos como "Carta a los Gálatas" –que afirma con enorme entusiasmo que Cristo ha venido para liberarnos de la ley– y "Carta de Santiago" –que contiene una defensa encendida de la ley judía en todos sus términos–. Coexisten escritos que propugnan actitudes muy diferentes ante el imperio romano; así, las cartas pastorales piden obediencia y sumisión a las autoridades imperiales, mientras que, en cambio, "Apocalipsis" –que también está en el canon– defiende la resistencia y la denuncia del imperio y de sus autoridades. Por tanto, en el canon del Nuevo Testamento –y no digamos nada si incluimos a la literatura apócrifa– descubrimos una enorme pluralidad y una enorme conflictividad. Puede decirse sin exageración que el cristianismo primitivo fue mucho más plural y conflictivo que el cristianismo de nuestros tiempos.

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Es apenas en el siglo XIX, que la escuela protestante de Tubinga comenzó a reconocer esta unidad dialéctica en la variedad de escritos que se encuentran en el NT. Se distinguieron fundamentalmente dos “partidos” relacionados entre sí a modo de tesis y antítesis: el petrinismo y el paulinismo. Ambos “partidos” estarían representados en el plano literario por el evangelio de Mt y las cartas auténticas de Pablo, respectivamente1. El catolicismo, en fin, formaría la síntesis, representada por el evangelio de Juan. Con él alcanza el cristianismo primitvo, según la escuela de Tubinga, su punto más alto y su conclusión.

Esta visión ya no se puede sostener totalmente, pero iba bien encaminada. Podríamos definir este proceso con estas enmiendas:

1. No hubo sólo dos partidos en el cristianismo primitivo, sino toda una gama, con tensiones y conflictos entre ellos: judeocristianismo, cristianismo sinóptico, paulino y joánico, y más tarde la amplia corriente de un cristianismo gnóstico. Hay que destacar aquí la pluralidad del cristianismo primitivo y reunir los indicios para una unidad dentro y detrás de la multiplicidad. Sólo esta unidad permite comprender la génesis del canon que pudo imponerse en el curso del siglo II sin que existiera una instancia de organización central en el cristianismo primitivo. La génesis del canon es el suceso decisivo de la historia del cristianismo primitivo en el siglo II.

2. La síntesis que pone fin a este proceso no está representada por el evangelio de Juan, sino por el canon. Lo característico en la formación del canon es la afirmación expresa de la variedad en el cristianismo primitivo. El canon asume escritos de casi todas las corrientes representativas. El Corpus Johanneum no es esta síntesis; representa sólo una corriente en el canon; es posible, no obstante, que hubiera desempeñado un papel especial en la formación del mismo.

3. La formación del canon supuso el descarte de las corrientes “heréticas”. No todas las corrientes y tendencias del cristianismo primitivo quedaron representadas en los escritos del canon. Faltan los escritos gnósticos. Los escritos judeocristianos aparecen poco representados. En, con y por la formación del canon, tenía que llegarse a un consenso acerca de lo que era “cristiano” en sentido normativo. Se acogieron solamente los escritos que se ajustaban a este canon.

Antes preguntémonos: ¿Qué es un canon desde el punto de vista de la religión? Un canon consta de los textos normativos que son apropiados para reestructurar constantemente el sistema semiótico de una religión y hacerlo acogedor mediante interpretación, para una

1 Todos los demás escritos quedarían referidos a ellos por la “tendencia” que defienden. Así, 1 Pe y Sant representan, según dicha escuela, un intento de mediación que hace la corriente petrina; la doble obra lucana y los escritos deuteropaulinos, un intento de mediación por parte paulina para conciliar las dos corrientes.

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comunidad. El sentido comunitario del canon consiste en posibilitar el consenso entre distintos grupos, establecer la delimitación hacia fuera y favorecer una continuidad suprageneracional. Los escritos canonizados son un monumento cultural protegido por el aura de lo sagrado, que resiste tenazmente a la tentación del olvido y el desplazamiento.

Ahora bien, ¿y qué significa esta formación del canon para la historia del cristianismo primitivo?

1. La génesis de este canon acaba cuando el sistema semiótico no se va construyendo ya con nuevos escritos, sino que se considera concluso. El proceso ulterior de la religión acontece desde entonces a través de interpretaciones del sistema semiótico considerado concluido: a través de la exégesis. Se dice, exagerando, que con los exegetas muere el cristianismo primitivo.

2. La formación del canon define, además, al cristianismo primitivo frente al judaísmo, y documenta su emancipación definitiva de la religión madre y su unión permanente con ella al mismo tiempo. Nuevos escritos sagrados se agregan a los escritos sagrados del ju-daísmo, que quedan subordinados, como “Antiguo Testamento”, al “Nuevo Testamento”.

3. La formación del canon, por último, completa la autodefinición del cristianismo primi-tivo frente al paganismo. Asume, con el AT, la autodenominación del “pueblo de Dios”.

Pluralidad del cristianismo primitivo hasta la formación del canon

A) Conflictos y agrupaciones en la primera generación

El primer conflicto que sale a la luz es el de los hebreos y los helenistas (Hch 6,1–6. Cf. Infra: Excursus). A los hebreos pertenece el grupo de los Doce; a los helenistas el de los Siete. El número doce indica que no está representada aquí únicamente la comunidad primitiva de Jerusalén, sino todo Israel. Los Doce son misioneros itinerantes que se saben enviados a las doce tribus. El número septenario corresponde, en cambio, a los representantes de una localidad; encontramos aquí un primer embrión de las estructuras de autoridad en una comunidad local. Ambos grupos difieren culturalmente (lenguas diferentes). Pero, como sabemos, los helenistas entraron en un conflicto bastante grave con la institución central del judaísmo: el templo. Su dirigente, Esteban, muere lapidado a consecuencia de la crítica que hace al templo. Probablemente anunció su pronta apertura a los paganos. Los seguidores de Esteban son expulsados. Una parte de ellos, principalmente Felipe, evangelizan en Samaria y en las ciudades costeras grecopalestinas. Otra parte llegó hasta Antioquía y fundó allí la primera comunidad que acogía también a

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pagano-cristianos. Podemos distinguir así dos agrupaciones y corrientes en fechas relativamente tempranas.

Permiten precisar este cuadro las controversias entre Antioquía y Jerusalén en torno a la circuncisión como requisito para la acogida de los pagano-cristianos. En el concilio de los apóstoles, celebrado en Jerusalén, se enfrentan las tres “columnas” del lugar, Santiago, Pedro y Juan, por una parte -aunque el último nunca aparece destacado como independiente-, y Pablo y Bernabé por otra -ambos, delegados de la comunidad antioquena con igualdad de derechos-. Hay un grupo de “falsos hermanos” que no se integra en el consenso.

El conflicto antioqueno, que estalla después en torno a los preceptos sobre manjares, nos hace asistir a una nueva coalición: Pedro y Bernabé se distinguen de Santiago (y de los falsos hermanos) por compartir mesa en Antioquía con los pagano-cristianos. Discrepan, por otra parte, de Pablo, que considera que la mesa compartida no sólo está permitida a los cristianos, sino que es obligatoria y no puede cuestionarse en ningún caso. Emerge de ese modo entre el judeocristianismo estricto (los falsos hermanos y Santiago) y el paulinismo una tercera corriente intermedia: la conjunción de los “hebreos”, judeo-cristianos moderados, como Pedro, y los “helenistas”, también judeocristianos modera-dos, como Bernabé. Aparecen así no tres, sino cuatro agrupaciones y corrientes básicas en el cristianismo más primitivo, la cuarta de ellas por aproximación entre dos grupos.

B) Cuatro corrientes básicas en la segunda generación

(ver esquema en la última página)

Es lógico pensar que de estas cuatro agrupaciones de la primera generación emergieran diversas corrientes en la segunda generación.

Tenemos el cristianismo paulino. Es evidente la influencia de Pablo real en los escritos deuteropaulinos. Pero acá habrá también que distinguir diferentes “alas” o sub–corrientes: las cartas a Colosenses y Efesios son testigos de un paulinismo que defiende una escatología de presente y una cristología peculiar del cuerpo donde se mantiene elevada la valoración de cada miembro. En cambio las cartas pastorales y 2 Tes niegan tanto la proximidad de la parusía (2 Tes) como la escatología de presente (2 Tim 2,18). Falta la eclesiología del Cuerpo de Cristo; por otro lado, encontramos la metáfora donde la comunidad es (en las pastorales) la “casa” de Dios. Sólo el obispo posee carisma en las comunidades.

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También es relativamente plausible la coordinación del judeocristianismo y de los “falsos hermanos” -netamente distintos del primero por su actitud irreconciliable- con Santiago. Este fue la figura decisiva en Jerusalén después de la salida de Pedro. Esto no lo sabemos sólo por Hch; podemos inferirlo también de Josefo. De este judeocristianismo proceden los evangelios judeocristianos conservados en fragmentos: el Evangelio de los hebreos, el de los ebionitas y el de los nazarenos. Y también aquí cabe presumir la existencia de dos alas: un ala gnóstica, cuyo mejor testimonio es el evangelio de Tomás (que otorga un rango singular a Santiago (EvTom 12)) y también está el Evangelio de los hebreos. A esta ala gnóstica del judeocristianismo se contrapone otra que está próxima a los evangelios sinópticos. El Evangelio de los nazarenos es una reelaboración del evangelio de Mateo. La Carta de Santiago es afín en algunas tradiciones al sermón de la montaña. Ambos impresionan por su ethos social: rara vez se ha expresado el sentido de la solidaridad con los pobres con tanta claridad como en estos escritos cristianos primitivos.

Con el cristianismo sinóptico es más difícil una clasificación. Podríamos darnos cuenta cómo se combina en los tres el pagano–cristianismo con el judeocristianismo. La fuente de los logia ofrece un perfil inequívocamente judeocristiano, al igual que el material especial de Mt. Mc y la doble obra lucana están influidos más por el pagano–cristianismo.

Cuesta más definir el cristianismo joanico. 1 Jn da a entender que hubo un cisma en la comunidad joánica: los disidentes podrían haber defendido una cristología próxima a la gnosis, una fe para aventajados. Pero sólo tenemos los escritos de “la otra parte” (cartas de Jn). En todo caso, tal vez podríamos relacionar Jn con aquella rama de los helenistas que evangelizó Samaria.

Vemos así que en todas las corrientes básicas del cristianismo podemos descubrir al menos dos alas diferentes. Y este hecho relativiza también la distinción de las cuatro corrientes principales. Porque es fácil comprobar alas de corrientes diversas que son afines entre sí: el judeocristianismo del Evangelio de los Nazarenos y de la Carta de Santiago es afín al judeocristianismo de la fuente de los logia y del Evangelio de Mateo. El ala pagano–cristiana dentro del cristianismo sinóptico, representada por Mc y Lc, es indiscutiblemente afín al cristianismo paulino: Pablo es para Lc una de las grandes figuras del cristianismo. El paulinismo de las cartas a los colosenses y a los efesios ofrece una gran afinidad, por su escatología de presente, con el cristianismo joánico. Resultan así numerosos enlaces transversales entre las cuatro corrientes básicas. Tales enlaces no constituyen aún la “unidad” del cristianismo primitivo, pero sugieren la posibilidad de

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comunicación entre las diversas corrientes. La creación de esa unidad fue otra tarea específica. Se llevó a cabo en el cristianismo comunitario paleocatólico del siglo II.

Con todo lo dicho de este esquema no debemos olvidar que los esquemas simplifican siempre la realidad. Con esta presentación esquemática no se pretende reproducir la realidad punto por punto, sino ser un medio auxiliar para medir su complejidad tanto en las coincidencias como en las desviaciones. Todo es más complicado en la realidad.

C) El cristianismo comunitario paleocatólico y su controversia con las “herejías”

Las cuatro corrientes básicas que hemos mencionado convergen, durante el s. II en el cristianismo comunitario paleocatólico. Tal vez el testimonio más importante de este cristianismo es el canon. El canon del Nuevo Testamento reúne escritos de las cuatro corrientes básicas. Faltan, no obstante, escritos tanto del ala más radical del judeocristianismo (Evangelio de los hebreos y Evangelio de Tomás) como del ala más radical del cristianismo joánico, a la que no podemos referir ninguno de los escritos conservados. Faltan además todos los escritos gnósticos. El canon es –merced a la recopilación, pero también a la exclusión de muchos escritos– la gran prestación consensual del cristianismo comunitario. Este cristianismo paleocatólico no se limita, sin embargo, a reunir los escritos neotestamentarios; produce también escritos propios: para la exposición de cara al exterior, la apologética, donde trata de interpretarse a sí mismo para otros; para las propias comunidades, los escritos reunidos bajo el concepto de padres apostólicos; y para la controversia con los herejes, los primeros escritos heresiológicos. El Apocalipsis, de finales del siglo I, y el Pastor de Hermas, del siglo II, son escritos proféticos que pretenden ayudar a la renovación de la Iglesia. Cabe afirmar, sin duda, que el canon es la gran respuesta del cristianismo primitivo en su fase final a la crisis de identidad de la Iglesia.

D) La formación del canon como reconocimiento de la pluralidad

El canon conserva (y acota) la pluralidad del cristianismo primitivo. Podemos inferir de la formación del canon una cuádruple opción a favor de la pluralidad: 1) El Antiguo Testamento se conserva junto al Nuevo. 2) El NT se desglosa en sección evangelios y en sección apóstoles. 3) Se canonizan cuatro evangelios y no sólo uno. 4) Junto a las cartas de Pablo figuran las cartas católicas. Podemos aventurar algunas conjeturas para tratar de explicar estos hechos:

1) El Antiguo Testamento se conserva junto al Nuevo: Parece que hubo una opción de colocar otros escritos junto al AT preexistente, no como una ampliación de la única suma

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de escritos canónicos, sino como nueva suma o recopilación junto a la “nueva”. Estamos hablando de que se mantuvo como “inspirada y canónica” la literatura de un pueblo que había sido ya combatido y vencido tres veces en menos de un siglo (entre el 66 y el 74; entre el 115–117; entre el 132–135). Cuando todo mundo se apartaba de este pueblo que no podía ya entrar en Jerusalén, los cristianos mantienen incluso en la escritura los nombres sagrados con la misma nomenclatura (abreviados en griego) y el rango de “Escrituras” a todo el AT griego. Es decir, parece que no se trataba de “asumir” como escritura sacra el AT sino de colocar junto a él –es decir, no estaba en discusión que la Biblia de los judíos era sagrada (era la que había utilizado Jesús)– la nueva colección de libros “canónicos”, el NT.

2) El NT se desglosa en sección evangelios y en sección apóstoles: Frente a la gran tentación de agrupar sólo un tipo de escritos, el NT agrupa distintos escritos, “emparentándolos” con las teologías atribuidas a los distintos apóstoles. Esta diferente orientación teológica hace del NT un corpus plural.

3) Se canonizan cuatro evangelios y no sólo uno: No sólo Marción escogió un evangelio (Lc) y desechó los otros. También muchas comunidades y regiones mantuvieron hasta bien entrado el siglo II la tendencia al “principio de un solo evangelio”. Poseían un solo evangelio y creyeron tener con él una base suficiente para su fe. Porque, durante mucho tiempo, el fundamento de esta fe fue “el evangelio” como mensaje oral de salvación, y no como un determinado escrito. Hay testimonios que en Roma ya eran conocidos a mediados del s. II los cuatro evangelios.

A pesar de que cada evangelio pretendía ser el evangelio, (Mt, por ejemplo pretende compendiar la enseñanza de Jesús en forma definitiva), y que Lucas había compuesto una obra en dos tomos que debían ser leídos juntos, la gran Iglesia separó tanto la obra lucana como el corpus joaneo agrupando los evangelios y las cartas. Con las cartas quedó el libro de Hch.

4) Junto a las cartas de Pablo figuran las cartas católicas: Es innegable la gran influencia que ejercieron en muchas comunidades las cartas paulinas. Tanto es así y tan fuerte sería su autoridad “canónica” que pronto se dio la aparición de una serie de cartas paulinas seudónimas. Luego, las cartas católicas quizá no por azar se atribuyen a las tres “columnas” del cristianismo de los orígenes: Santiago, Pedro y Juan. Estas, de algún modo, hacen de contrapeso a las cartas paulinas.

Así pues, fue decisivo que el canon no sofocara la pluralidad interna del cristianismo primitivo sino que la preservara. Tampoco fue discutida la exclusión de la gran avalancha de escritos gnósticos sobre todo.

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A modo de conclusión

Estas breves líneas sólo para dejarnos un gusto por la lectura diacrónica de la Biblia; por comprender el fenómeno del “cristianismo primitivo” no como una unidad monolítica y monocolor, sino como una experiencia de Jesús resucitado en construcción, con ensayos, prueba y error, guiada por los invisibles hilos de la Providencia, iluminada por el Espíritu Santo, que permitió que personas tan dispares con pensamientos tan distintos, culturas y experiencias diferentes, acordaran identificarse con un cristianismo plural, expresión de la libertad en el Espíritu, capaz de dialogar con el mundo y al mismo tiempo ser crítico delante de él. El canon es no sólo muestra de mucha sabiduría y –para mí, como creyente– “prueba contundente” de la presencia de Dios en esta Iglesia, que se comprende a sí misma dentro de una gama posible de pensamientos y un ethos por un lado bastante moldeable y por el otro, bastante exigente y radical. Es también muestra de tolerancia pastoral, de inclusión del diverso y enriquecimiento de mi experiencia con la ajena. Es muestra de un “alma grande” que reconoce en otros modos de comprender el mensaje de Jesús, también fidelidad a su espíritu. Es también muestra de una voluntad firme y recia de no dejarse influenciar sólo por la moda de turno (gnosis; ciertas interpretaciones de Jn) o por los grupos reaccionarios (judeocrirstianismo extremo; falsos hermanos), o “vanas filosofías” (interpretaciones del paulinismo). Estigmatizar es tomar una foto y presentarla por toda la realidad. La realidad es siempre mucho más compleja. Por ejemplo, Hechos de los Apóstoles nos puede dar la idea de que “la iglesia primitiva” era casi perfecta. Pero podemos ver que, aun Lucas, muy a su pesar, tuvo que poner “otras fotos” menos bellas como la de Ananías y Zafira (Hch 5).

Si queremos ser fieles a la realidad hemos de complejizar un poco las cosas, abrir la mente a otras posibilidades que las que se nos han transmitido; es aceptar que la realidad es mucho más compleja de lo que se puede observar en una sola foto. “Varias fotos” en distintos momentos de una comunidad o en distintas comunidades en una misma época, nos podrían ayudar más a conocer la realidad.

La historia de los primeros cristianos no se deja reconstruir como una evolución unitaria y lineal en la que cada nueva forma de vida religiosa estaría engendrada por formas más antiguas, en parte más caducas. La historia del cristianismo consiste más bien en una multiplicidad de fenómenos y de corrientes que no son fáciles de situar unos en relación con los otros. Sin embargo, al menos dos cosas le son comunes: a) por una parte, algunos aspectos de la vida y de la predicación de Jesús forman parte de los presupuestos de la comprensión cristiana que tienen de sí; y por otra parte, b) interpretan necesariamente el acontecimiento de Jesús a partir de su arraigamiento cultural, intelectual, geográfico y social. Asimismo los diferentes movimientos cristianos no se desarrollaron

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independientemente los unos de los otros. Esta interdependencia pudo adoptar formas como la polémica o la de una definición de su propia identidad por la confrontación mutua.

El canon es pues, un monumento al gran Espíritu de Dios, quien “en la redacción de los libros sagrados… eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.” D.V. 11.

Por otro lado, la pluralidad del canon es un perenne recordatorio de la longanimidad de Dios quien quiere que todos los hombres se salven. Es un constante cuestionamiento a la apertura hacia las distintas expresiones del cristianismo en nuestras parroquias, pero también de cara a los movimientos y asociaciones, es un importante instrumento no sólo para justificar su teología o sus posturas pastorales, sino a poder relativizarlas dentro de un contexto más amplio.

Sea pues, este breve recorrido a lo largo de dos días y medio, un motivo para amar más, conocer mejor y servir más eficientemente a nuestra Iglesia, y en ella a Dios, autor de todo bien.

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Excursus: Helenistas y Judeocristianos

En Hch 6,1–6 se habla de un contraste que surgió en la comunidad entre “helenistas” y “hebreos”. Con estos dos grupos distintos se alude a cristianos de origen judío: con todo, los primeros proceden de la diáspora y tienen como lengua materna el griego; los últimos, por el contrario, son arameoparlantes del país. Los helenistas parecían conformar un grupo crítico de la Ley y del Templo. Los judeo–cristianos son más bien fieles observan-tes de la Ley, centrados en la vida cúltica del Templo. Probablemente los sacerdotes y fariseos que aceptan la fe son de este grupo. Los 12 apóstoles son presentados como los líderes de este grupo. El entorno espiritual y social del judaísmo helenístico de la diáspora, que había marcado básicamente el modo de pensar y sentir de los “repatriados” a Jerusalén, se caracterizaba por el diálogo constante con la cultura, filosofía y educación helenísticas. Por otro lado, hay que considerar en general a los que volvían de la diáspora a Jerusalén como gentes conservadoras y sin ninguna propensión especial a criticar el culto y el templo (recordemos que muchos de ellos habían abandonado una posición económica bastante holgada y se había trasladado a una ciudad que, desde el punto de vista económico, era poco atractiva a los que vivían en ciudades más prósperas y con un mayor intercambio cultural). Pero, seguramente estos repatriados albergaban sentimientos encontrados. Por una parte profesaban sinceramente el culto en el templo y sus ritos, mas por otra constataban en Jerusalén su exterioridad y ausencia de espíritu. Si habían imaginado el templo, en su idealismo, como lugar santo de la presencia divina, tuvieron que ver a diario cómo un sacerdocio nada santo utilizaba el templo para su enriquecimiento personal y para un culto puramente exterior. Este choque podía provocar una actitud distante frente al templo y su culto, pero también podía convertirlos en fanáticos. También cabe la posibilidad de un conflicto generacional: Si bien los repatriados a esta ciudad se mostraron conservadores y adictos al templo y al culto, quizá no lo fueron tanto sus hijos. Estos podrían haber adoptado una actitud crítica y liberal.

En el texto citado (Hch 6,1–6) vemos algunas dificultades enmascaradas: aparentemente el problema que se suscita se debe al multiplicarse el número de los discípulos y los apóstoles no logran atender a todos los pobres, y por otro lado descuidan la Palabra de Dios. Pedro propone que se elijan 7 hombres para servir a las mesas y ellos poder dedicarse totalmente a la Palabra de Dios. Pero en realidad no se trata de que todas las viudas no sean atendidas, sino las de los helenistas. No es, por lo tanto, un problema práctico de falta de servidores en las mesas, sino un problema profundo de discriminación de los helenistas. Tampoco es comprensible la oposición entre la diaconía de las mesas y la diaconía de la Palabra.

El problema profundo y grave que vive históricamente la comunidad es la discriminación del grupo de los helenistas, que Lucas presenta en forma mitigada como una discriminación de las viudas helenistas. Podemos reconstruir la situación histórica detrás del texto más o menos así: la defensa que hizo Gamaliel de los apóstoles y el reconocimiento de ellos por parte del Sanedrín (5,34-41), posiblemente reforzó al grupo

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de los hebreos en Jerusalén. Por eso el texto comienza en 6,1 situando cronológicamente los eventos con la frase: “por aquellos días :..”, es decir, por aquellos días cuando el Sanedrín aceptó la propuesta de Gamaliel. La multiplicación de los discípulos en 6,1, provocada por la nueva coyuntura creada por Gamaliel, sería especialmente la multiplicación de los discípulos del grupo hebreo, lo que haría inclusión con 6,7bc donde se nos informa igualmente sobre la multiplicación del número de los discípulos en Jerusalén y la conversión de multitud de sacerdotes. Este reforzamiento del grupo de los hebreos habría llevado a una marginalización, y posteriormente a una discriminación, del grupo profético y misionero de los helenistas. Los apóstoles buscan superar justamente este problema, convocando una asamblea para nombrar a 7 helenistas; “hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría”. Tomando en cuenta el problema de fondo, los 7 son elegidos no sólo para, solucionar el problema práctico de la falta de servidores para las mesas, sino sobre todo para dar a los helenistas una organización propia que les permita afirmarse como grupo. En la intención de Lucas, con dicha organización, se está salvando el movimiento de Jesús como movimiento del Espíritu y como movimiento misionero. Por eso Lucas acentúa tanto que los 7 helenistas, especialmente Esteban, están llenos del Espíritu Santo (6,3.5.8.10.55). Con la elección de los 7 helenistas se supera la discriminación de ellos en Jerusalén, pero sobre todo se asegura la misión (en la perspectiva de Lucas) hacia los samaritanos y gentiles. La solución al conflicto, por lo tanto, no es nombrar solamente más servidores de las mesas, para ayudar a los apóstoles, sino además designar a 7 dirigentes para presidir el grupo de los helenistas. Así como el grupo hebreo tiene su dirección en los 12 apóstoles, los helenistas tendrían ahora su dirección en los 7 líderes helenistas. En ningún lugar en el relato se dice que los 7 son “diáconos” (se usa solamente el verbo “diáconein” y el sustantivo “diaconía”). Es más congruente con el conflicto de fondo y con el sentido de todo el relato (del cap. 6 al 15) suponer en el grupo de los 7 una “jerarquía” del grupo de los helenistas, tan importante como la “jerarquía” del grupo hebreo constituida por los 12. Los apóstoles imponen sobre los 7 nuevos dirigentes sus manos, como símbolo de entrega del Espíritu, para que los nuevos elegidos compartan con los apóstoles la misión de conducir a la Iglesia: los 12 en Jerusalén, los 7 en el compromiso primero con los pobres en la diaconía diaria, pero muy pronto en el movimiento profético y misionero fuera de Jerusalén.

La solución al problema entre hebreos y helenistas tuvo dos consecuencias positivas (6,7). Primero: creció la Palabra de Dios. Segundo: se multiplicó en Jerusalén considera-blemente el número de los discípulos y multitud de sacerdotes aceptaron la fe (al definirse claramente la identidad de los dos grupos judeo-cristianos ya existentes, ahora cada uno con su liderazgo propio).

No obstante lo dicho anteriormente y la búsqueda de una solución salomónica a este problema, las cosas no se resolvieron de una vez por todas. No sabemos si era o no numéricamente significativo el grupo al que alcanzó la “persecución” reseñada en Hch 8,1. Es seguro que ésta no afectó sólo a los “siete”, sino a todos los que coincidían con

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ellos en la confesión cristológica. Ante esta predicación que cuestionaba la Ley y el Templo, las autoridades judías no podían permanecer indiferentes2.

Si bien es muy probable que Pablo combatiera en Damasco a un grupo de “helenistas”, es menos probable que lo hiciera por encargo de las autoridades de Jerusalén, como refieren los Hechos de los Apóstoles. La razón es que el sanedrín, o tribunal supremo, jamás poseyó, bajo la administración romana, semejante jurisdicción, que iba mucho más allá de las fronteras de Judea. Pablo pudo haber procedido contra los “helenistas” de Damasco por encargo de la gran sinagoga existente en la diáspora de aquella ciudad. Esta ciudad, con su comunidad “helenista” sería la comunidad de Pablo, donde su evangelio germinó al margen de la ley mosaica.

La huida de los “helenistas” de Jerusalén permitió la rápida difusión de sus ideas cristológicas y soteriológicas más allá de las fronteras del territorio judío de origen. Se supone a menudo que algunos “helenistas” llevaron el cristianismo hasta Alejandría y Roma. Como no poseemos datos sobre los comienzos de estas comunidades, esa hipótesis podría ser acertada. Los “helenistas” huidos de Jerusalén son el eslabón histórico entre la comunidad primitiva de Jerusalén y Pablo. Este dio con ellos, no sólo en Damasco sino también más tarde en Antioquía.

2 Mencionemos sólo algunas dificultades: Era consecuente, dentro del enfoque teológico de los “helenistas”, admitir a paganos (“temerosos de Dios”) en la comunidad de procedencia pagana por medio del bautismo. La admisión de los paganos sin exigirles la circuncisión era demasiado duro de asimilar para los judeo–cristianos más apegados a la Ley.

13Pluralidad en el cristianismo primitivo