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PLAÇA DE LA VILA BARBERÀ DEL VALLÈS, ABRIL 2019

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PLAÇA DE LA VILA

BARBERÀ DEL VALLÈS, ABRIL 2019

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1. Encuentro en la Plaza de la Vila

Luis Iglesias

Soy voluntario de acogida y cada martes quedo en la plaza de la Vila con

Davis, un ciudadano de Ghana, para que aprenda a hablar castellano y que

se adapte a nuestra vida cotidiana. Le acompaño a todos los sitios para

que conozca un poco nuestras costumbres y, a ser posible, que se

relacione con la gente.

Yo lo trato como si fuera mi hijo. Intento también, buscarle un trabajo que

le permita integrarse y sentirse a gusto entre nosotros.

Para mí es tan satisfactorio que le digo que soy su padre blanco y le he

dado mi teléfono para que sepa que estoy a su lado, si me necesita.

Nuestro encuentro de hoy ha sido especialmente productivo. En la plaza

había más actividad de lo habitual: universitarios corriendo para no perder

el autobús, parejas peleándose, persecuciones dignas de Hollywood,

vagabundos hablando con un móvil, hasta un detective con gabardina.

Por el contrario, los coches circulaban despacio.

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2. Los amigos

Enric Amorós

Son las ocho. Emilio ha quedado con Juan para ir a hacer fotos a los

castellers que hoy, a las once, actúan en la Plaza de la Vila. Ambos son

muy aficionados a la fotografía. Hoy habrá premios a las mejores

instantáneas sobre castellers, y se han propuesto ganar alguno.

Ya en la granja-bar de la plaza, donde han quedado a las nueve y cuarto,

Emilio busca mesa. Le apetece un cortado y un bollo y quiere tomarlos

sentado. Al poco, entra Juan, buscándole con la mirada.

—¡Aquí!

—¡Muy buenas, Emilio! ¿Hace mucho que esperas?

—Acabo de llegar, aún no he pedido. ¿Quieres tomar algo?

—Sí, un cortadito y un cruasán.

Se sientan a una mesa que ha quedado vacía, cerca de la puerta. Dejan a

su lado, en el suelo, las bolsas de fotografía, y piden a la camarera.

Hablan de lo que van a hacer durante la mañana, aunque la estrategia ya

la tienen decidida de antemano. Solo les falta ultimar algunos detalles

para conseguir “la foto”. Esa que puede hacerles merecedores del premio.

De repente, un chico que parecía estar esperando, agarra una de las

bolsas y echa a correr hacia la puerta. Emilio, que se da cuenta, sale en

pos del fugitivo y le grita a Juan:

—¡Nos acaban de robar la mochila con tu cámara!

Juan, que no ha podido articular palabra, se levanta, coge la otra bolsa y

sale a la calle. Ve a Emilio corriendo detrás del chico en dirección a la

carretera.

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En su loca carrera, el ladrón embiste a un camarero que salía de otro bar

con una bandeja llena de consumiciones y ambos ruedan por el suelo con

refrescos, tazas y bollos.

Emilio les alcanza, se abalanza sobre el ladrón y consigue sujetarlo por una

pierna. Este, al sentirse atrapado, intenta zafarse a base de patadas y

empellones. Pero el fotógrafo no suelta la presa. A los pocos segundos,

aparece una pareja de municipales que sujetan al chico, lo reducen e

inmovilizan.

Emilio se levanta y toma aliento. Antes de que pueda encararse con el

delincuente, uno de los agentes se interpone, le aplaca los ánimos, y le

dice que tendrá que ir a comisaría, para tomarle declaración. En este

lapso, un coche patrulla se lleva al ladrón.

Más tranquilo, Emilio abre la bolsa y observa someramente el equipo.

Todo en orden. A su alrededor, algunos clientes y también el camarero le

dan la enhorabuena y enfatizan su coraje por haber detenido al ¨chorizo

ese¨.

Fastidiado regresa al bar donde ha dejado a Juan. Cuando lo ve, de pie en

la calle y con la cámara en la mano, le dice en tono de resignación:

—Compañero, tengo que ir a declarar a comisaría. Me temo que nos han

chafado el concurso. Menos mal que hemos recuperado la cámara.

Su camarada sonríe y levanta la Nikon, con una sonrisa.

—Mira: fotos de castellers haremos pocas, vale. Pero aquí tengo unas de

una persecución callejera que te juro que son de premio en cualquier otra

parte. ¡Ni una peli de Hollywood, oye! Y tú pareces Arnold

Schwarzenegger en acción. ¡Canela en rama!

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3. El móvil que sonaba en la hierba

Jorge Igual

Luis había perdido el conocimiento parcialmente. Un muchacho que

paseaba lo vio sentado en el suelo y se le acercó.

—¡Eh, oiga! ¿Se encuentra bien?

—¡Qué dolor de cabeza por Dios! Me han golpeado. ¿Dónde estoy?

—En el parque Princesa. ¿Quiere que llame a emergencias? Oía al chico

como si estuviera dentro de una nube, mientras se palpaba las

magulladuras e intentaba levantarse.

—¡Tenga cuidado, amigo! Se puede usted caer.

—No pasa nada, estoy mejor. Solo necesito ayuda para llegar a esa fuente.

No hace falta que llames a emergencias.

El muchacho lo ayudó a ir hasta ahí. Luis cogió el pañuelo, lo humedeció y

se limpió la herida del rostro.

—Mejor... Gracias chaval, ya puedes irte. Yo descanso un poco y luego voy

a por el coche que está ahí cerca. Vete ya, seguro que llegas tarde a alguna

parte.

—Bueno, vale, yo me piro. Usted verá.

Mientras el chico se alejaba corriendo, carpeta bajo el brazo, Luis repasó

el marrón en el que estaba metido. Había sido un desgraciado enganchado

al juego. ¡Claro que sin mucha suerte! Por eso debía más de treinta de los

grandes a un mal sujeto llamado Ceballos. Para saldar la deuda se había

visto obligado a aceptar lo que Ceballos llamó “un trabajito”. Le había

dado un número de móvil para contactar con la que iba a ser su víctima y,

como aperitivo de lo que le pasaría si fallaba, unos fulanos le habían dado

unas caricias.

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Estaba entre la espada y la pared. No tenía otra opción que cometer ese

crimen.

Puso en marcha el auto y, cuando llegó a la plaza del ayuntamiento,

aparcó en una calle contigua. Miró el reloj: aún era muy pronto. En la

plaza había un bar y decidió entrar a tomar algo.

—¿Me sirve una ginebra con limón?

El camarero le miró de soslayo.

—Hum... ¿Una gin? Marchando.

Vaya, el barman no es muy hablador, pensó.

Se volvió de espaldas a la barra, apoyando los brazos para observar el

local. Había sentados dos hombres al fondo, dos gais muy animados, que

no parecían estar al loro de su presencia.

Nervioso, controló el tiempo en el reloj del bar. Ya quedaba poco. Pagó y

salió a la plaza. Fuera, se fijó en una vagabunda que dormía, echada en un

banco. En el centro había unos árboles que podían servirle de refugio. Se

acercó disimuladamente. Desde allí podía controlar a todos cuantos

pasaran.

Pasados los minutos, marcó el número en el móvil. Mientras observaba

que, por la calle contraria, un coche llegaba muy despacio y se detenía en

la acera. Al volante iba un hombre solo. ¡Entonces la vio llegar!

La chica respondía sin dudas a la descripción de Ceballos. Miraba a sus

pies y buscaba algo entre la hierba. Con el corazón en un puño, Luis hizo la

llamada. Sentía el corazón latirle muy rápido. Escuchó el tono de un móvil

sonando, desde el suelo, muy cerca de la joven. Sus dedos se crisparon

alrededor de la culata de la pistola que aún mantenía en el bolsillo. Ella

oyó el teléfono que sonaba. Sorprendida, se arrodilló y lo cogió.

De repente, en la línea de tiro, un individuo apareció en el asiento del

copiloto con un rictus salvaje en la cara. ¡Era Ceballos!

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Mientras, la muchacha arrodillada, contestó:

—¿Diga? ¿Quién es?

Sin tiempo para más remilgos, Luis decidió cambiar el plan.

—¡No se levante del suelo! Usted no me conoce, pero confíe en mí, por

favor. ¡Su vida corre peligro!

La joven, sin pensárselo, se echó a tierra.

Luis actuó en una fracción de segundo: apuntó al gánster mientras

caminaba hacia el coche y disparó dos veces sobre su cara sorprendida. Le

vio caer hacia atrás, mortalmente herido. Antes de que el conductor

pudiese reaccionar descargó las balas que le quedaban sobre él.

Todo acabó en un instante.

Un silencio mortal se cernió sobre la plaza.

Mientras la policía le ponía las esposas, los técnicos de emergencias

atendían a la muchacha a quien acababa de salvarle la vida. El comisario le

explicó que Antonia, este era el nombre de la joven, sería un testigo vital

para la detención del resto de la banda de Ceballos. Su acción había sido

determinante.

Una sensación de alivio invadió el ánimo de Luis. Vio la mirada de ella

clavada en la suya, con una sonrisa que nunca olvidaría.

Aquel día se produjo una inflexión positiva en su vida. Jamás había sido

matón a sueldo, pero andaba por el filo de la navaja entre el bien y el mal.

Ver a aquella muchacha fue lo que le salvó. Ella le dio el valor necesario

para enfrentar todos sus problemas al fin. ¿No sería aquello una

oportunidad que le daba el destino para cambiar de vida?

Y… ¿por qué no también de ser feliz con Antonia?

Pero eso sería otra historia...

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4. Persona que mira de reojo

Manoli Barrera

Sin habérmelo propuesto, había escogido un perfecto día de primavera

para ir al ayuntamiento a empadronarme. Como hacia tan buen tiempo,

pensé en tomarme un café en una terraza. Acababa de sentarme cuando

vi pasar a un chico corriendo, con una carpeta bajo el brazo. Era de la

universidad donde yo antes daba clases. Lo miré de reojo y me sorprendí

al darme cuenta de que le conocía: era un amigo íntimo de David, el

alumno del que me había enamorado perdidamente.

Necesitaba respirar hondo.

Hacía poco que vivía en Barberá. Todavía estaba con la mudanza. Había

pedido el traslado a otra universidad porque quería terminar esa relación

que no nos llevaba a ninguna parte. Me sentía responsable por haber

dejado que aquello durase tanto. Pero él siempre me convencía diciendo

que me quería y que no veía ningún problema en lo nuestro.

Hasta que un día me pidió que viviéramos juntos. Fue entonces cuando

me asusté y decidí cortar por lo sano. Se lo dije, pero él no lo acepto y no

dejó de tratar de hablar conmigo hasta que tuve que bloquear su número.

Al final, no me quedó otra que pedir el traslado.

Miré a mi alrededor y vi a un vagabundo, echado en un banco. Traté de

consolarme. Yo podía tener mis problemas, pero ninguno podía

compararse con los de aquel hombre. Al otro lado de la plaza, una pareja

discutía acaloradamente. Definitivamente, en todas partes cuecen habas.

Las mías eran mi miedo a tener una pareja estable. Hasta entonces,

siempre había tenido relaciones esporádicas. Pero con David había sido

otra cosa, desde el primer día. Nunca había sentido nada igual.

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En el fondo sabía que no eran más que miedos que debía superar. Pero ya

estaba hecho. No tenía sentido darle más vueltas.

De pronto, vi salir del bar a una pareja de gais. También a un camarero

que los despedía con especial atención.

¡Dios mío! pensé. Pero si el camarero es David. ¡Y qué guapo está con el

traje!

Él también me vio y se me acercó enseguida.

—¿Qué haces aquí?

—Vivo aquí. Acabo de mudarme. Quien desentona eres tú, que vives en

Barcelona.

Él me sonrió con aquella sonrisa suya que me desarmaba.

—Déjame que me siente contigo y te cuento. Dame un segundo para que

se lo diga a mi compañero.

Le vi alejarse con el corazón en un puño. No sabía si salir corriendo o

esperarle. Pero pensé que era mejor saber lo que iba a decirme. Regresó

corriendo y se sentó. Estuvimos unos segundos mirándonos en silencio,

hasta que él rompió a hablar:

—Esto es el destino, ¿sabes? Yo también estoy viviendo aquí. Encontré

trabajo gracias al amigo que tú ya conoces. Me habló de este sitio. Me dijo

que necesitaban un camarero y no me lo pensé. Me va de perlas para

ayudarme a pagar la carrera. También me ofreció compartir piso.

—Sí, le he visto salir corriendo hace un rato.

—Hemos estado hablando. Se ha despistado y se le escapaba el tren.

—David, todo esto es mucha casualidad, no sé qué pensar. No entiendo

nada.

—Igual no hay nada que entender. Solo pensar que esto ha pasado por

alguna razón. Parece estar claro que debíamos encontrarnos.

—No, dejémoslo. Todo ha sido una casualidad y punto.

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Una parte de mi quería pensar lo mismo. Pero la otra entró en pánico. Me

levanté y lo dejé allí, sin darle oportunidad a decir nada más. Pasé del

ayuntamiento y regresé a casa, directamente. Al llegar, me encontré con

mi hermano. Había venido para ayudarme con la mudanza. Me pregunto

cómo estaba. Era el único que sabía lo mío con David, y le conté lo

sucedido.

—¡Pero que me estás contando! ¿Y qué vas a hacer ahora?

—Nada.

Se lo dije de una manera seca y triste a la vez.

—¡No puedes quedarte sin hacer nada! —protestó—. Esto no ha pasado

porque sí. Es hora de que cojas el toro por los cuernos. A no ser que no

sientas nada por ese chico, y no es eso lo que creo. Soy tu hermano y te

conozco. Sé muy bien por qué no te atreves a dar el paso. Pero ya es hora.

Créeme. Sabes que solo deseo lo mejor para ti.

Aquella noche no paré de darle vueltas. No podía pensar en otra cosa. Así

que por la mañana di un salto, me arreglé lo mejor que pude y fui a ver a

David.

Entré en la cafetería. Lo vi hablando con su amigo y sentí celos. Cuando él

me vio se acercó enseguida. Nos quedamos mirándonos y, sin pensarlo

dos veces, le di un beso en la boca. Sabía que todos nos miraban, pero no

me importó.

—Sergio —murmuró mirándome a los ojos cuando nos separamos— . Por

fin…

Y, por primera vez en mi vida, sentí que todo estaba en orden.

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5. Dona de la parella amb retrets

Teresa Pahül

Com cada dia, al matí, surto a caminar. Em va bé, això. Mentre camino,

poso les idees en ordre. Tanco en caixetes records i vivències que després

torno a obrir per analitzar-les i, algunes vegades, gaudir-ne. D'altres són

senzilles anècdotes que em provoquen un somriure. Mira que en

recordar-me d'això, ara...!

També tinc la caixeta dels records no resolts. Una que em fa molta mandra

d'obrir. Però ho faig molt de tant en tant, per si els puc veure des d’un

angle diferent i així donar-los solució.

Solc gaudir d'aquests moments sola, mentre observo com desperta la

ciutat. Els carrers deserts s'omplen de llum i de soroll.

Estic anant des de l'estació fins a l'Ajuntament. Veig un cotxe parat i no

entenc què hi fa, al mig de la plaça. Em crida l’atenció un noi que corre

amb una carpeta. Se li deu escapar el tren. I de sobte, a uns quants metres

de distància, distingeixo una figura masculina que reconec.

No pot ser que siguis tu! I, amb la força i rapidesa d'un llamp, s'obre una

de les caixetes; un record em ve a la ment. És un d'aquests que no

m'agraden. Que durant anys i anys he procurat deixar ben tancats.

No puc refrenar tota la ràbia i angoixa que em produeix. Ni la impotència i

la frustració per tot el que hauria d'haver dit i vaig callar.

S'ha engegat la màquina dels trons. Alenteixo el pas, que es fa més pesat a

mesura que vaig avançant. Dintre meu, el garbuix d'emocions no para de

bullir. La ràbia, els retrets i la indignació m’ennuvolen els ulls, amarats

d’unes llàgrimes, que m’impedeixen veure amb nitidesa.

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No vaig gosar enfrontar-me a tu quan tocava. I quan hauria pogut fer-ho ja

te'n vas cuidar prou de no quedar-te per aquí, perquè no et fes pagar el

preu que tenies ben merescut.

Vas destruir la vida d'un home bo, amb acarnissament. Un home que l'únic

que mereixia era respecte i amor. Ell va confiar amb tu fins al final, i tu

te'n vas aprofitar.

Noto com se’m regira l'estómac i una escalfor em puja pel pit a mesura

que m’hi acosto. Tinc rígids els braços i les ungles se’m claven als punys.

Sento les galtes enceses i no és precisament per l'exercici que acabo de

fer, sinó per la fúria interior que creix amb força a mesura que s'alenteix el

meu pas. Ja només tinc un objectiu: vomitar-te a sobre la ràbia que no he

pogut pair.

El que fa uns moments era una imatge clara de tu ara s'ha convertit en un

miratge.

Em planto al teu davant i et busco els ulls. Et veig distret. Encara no ets

conscient de qui sóc. Estàs confús. Les mirades es creuen: la meva ben

furiosa; la teva…

En els teus ulls noto estranyesa i un no sé què em treu del meu

ofuscament. Hi ha quelcom desconegut en la mirada.

De sobte. Oh!, voldria fondre’m.

Et repasso de dalt a baix i...

— Perdoni, senyor, l'he confós...

Maleït astigmatisme!

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6. Noia de la parella que surt del bar

Mari Cruz Garcia

Quan en Josep i la Raquel van sortir del bar, ella li va dir:

—Has vist com ens mirava el cambrer? No ha perdut paraula del que

farem durant el viatge a l’Índia. Crec que ens tenia una mica d’enveja.

—Ai, la meva psiquiatra preferida! Sempre treballant. Escolta, me n’he

d’anar que arribaré tard.

—Que tinguis un bon dia. T’estimo.

—I jo a tu.

Després de fer-se un petó de comiat, en Josep se’n va anar i ella va

intentar travessar la carretera cap a la plaça de la Vila. En arribar al pas de

vianants, es va fixar en un cotxe que anava molt poc a poc. El conductor

anava parlant pel mòbil i mirant cap a la plaça.

Què estaria fent? va pensar la Raquel. Va travessar el carrer sense deixar

de mirar-lo. Una cicatriu en forma de M li enlletgia la galta esquerra.

Sense saber per què, es va fixar en la matricula.

Aleshores hi va caure: deu estar mirant la noia que parla pel mòbil.

Cada cop més encuriosida, va mirar el rellotge: encara era d’hora i es va

asseure en un banc, a prop seu. Així podria tafanejar una mica. Va treure

un llibre de la bossa, per dissimular, i va parar l’orella.

—L’home que han assassinat al bloc del meu costat? Trucarà la policia, si

tallo la conversa? Està boig? Qui és, vostè?

Què passa aquí? va pensar la Raquel. Parlen d’un assassinat? Això és

massa! No s’ho podia creure i no s’atrevia a mirar la noia. Va seguir

escoltant. Per les contestes de la noia, s’imaginava el que deia l’altre. Ja no

podia més i, molt baixet, es va adreçar a ella :

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—No em miris i escolta. Digues-li que esperi un moment i obre la bossa

com si estiguessis buscant un mocador. Prem el botó d’espera perquè no

pugui sentir-nos.

Ella li va fer cas.

—Fixa’t en el cotxe que està donant voltes a la rotonda. Veus el

conductor? El coneixes?

—No —Va sacsejar el cap.

—Crec que és ell qui està parlant amb tu.

Li va donar un mocador, com si li hagués demanat. La noia va deixar la

bossa i el mòbil al banc i es va posar d’esquena al cotxe, mentre s’acostava

el mocador al nas.

—Per què no li penges?

—Sap moltes coses de mi i tinc por.

—És veritat que han assassinat un veí teu?

—Sí, ahir. Però jo no el coneixia i tampoc no sé com es deia.

—Molt bé, dóna’m el telèfon.

—Però...

Mentre parlava amb la noia, va mirar de reüll el conductor del cotxe.

S’estava posant nerviós. Ara estava segura que era ell amb qui parlava.

—No sé que està fent, però deixi en pau la meva amiga o trucaré a la

policia.

—No es fiqui on no la demanen —va dir la veu a l’altre costat del telèfon.

La Raquel va penjar i es va quedar mirant el cotxe. El conductor va obrir la

finestra de l’acompanyant, i mirant-la, li va fer el gest de tallar-li la gola.

La noia tartamudejant li va dir:

—Què... què fe... fem a... ara?

—Anar a veure als mossos, bonica. Vinga, t’acompanyo.

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A la comissaria van explicar-los el que havia passat. La Raquel també els va

dir que havia memoritzat la matrícula i per què s’havia fixat en el

conductor. La noia els va donar el mòbil. Era de prepagament. Un dels

mossos va comprovar a l’ordinador a qui pertanyia el cotxe. Li va donar la

volta a la pantalla per ensenyar-li la foto.

—És ell.

En aquell moment, li va sonar el mòbil.

—Perdoni’m, és de la consulta, haig d’agafar-lo. Digue’m.

Era la seva recepcionista. Hi havia un home allà que volia parlar amb ella.

Deia que la coneixia. Per això la trucava.

—Una cicatriu a la galta esquerra? En forma de M? Espera’t un moment.

—El conductor està a la seva consulta? —va endevinar un dels agents.

—Això diu la recepcionista.

—Digui-li que arribarà en 15 minuts, si us plau, ara li explicaré.

—Digui’m que no vol que hi vagi per conèixer-lo personalment —va

replicar ella, en to irònic.

—Tranquil·la. L’acompanyarem. No li passarà res.

—Jo els esperaré aquí —va dir la Noemí. Aquest era el nom de la noia.

Quan van arribar a la consulta, la Raquel va entrar i es va dirigir cap a la

saleta on va veure el conductor. Ell es va aixecar, somrient. Però li va

canviar el semblant quan va veure els mossos darrere d’ella.

—Malparida, ho pagaràs. T’ho juro —cridava mentre el reduïen i li

posaven les manilles.

—Gràcies, Raquel, ha sigut molt valenta.

—Perquè no m’han donat temps de pensar. La propera vegada no compti

amb mi!

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Un cop sola es va estirar al sofà. Pensava que havia de canviar. La seva

curiositat congènita no era bona. D’altra banda, però: què hauria passat si

ella no s’hagués ficat a la conversa? Millor no pensar-hi.

Se sentia satisfeta d’haver pogut ajudar la Noemí. Un dia d’aquets, la

convidaria a prendre un cafè. Se la veia una bona noia. Encara que

pressentia que amagava alguna altra cosa...

Però això, ja ho esbrinaria.

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7. Plaça de l'Ajuntament

Pedro Urroz

Tarda de primavera, Plaça de l’Ajuntament, 17.30 hores, una temperatura

més que acceptable per fer una tranquil·la passejada; les terrasses dels

bars bastant plenes dels empedreïts amants del cafè de la tarda.

Sota una desenvolupada acàcia, en un banc situat perfectament a la zona

ombrívola, un rodamón descansa, amb el seu carretó del carrefour al

costat, intentant superar les seves últimes raneres etíliques, conseqüència

del que havia sigut el seu dinar. Sembla que dorm plàcidament.

Un noi, amb pas decidit, travessa la plaça. El bus va arribant a bona marxa

i ell que aviva el pas i comença a córrer per poder agafar-lo. Una mica més

i perd la seva carpeta, de la Ramon Llull, amb tots els seus apunts. “Un

altre pijo de merda”, murmura una noia que agafava el bus al mateix

moment a l’identificar la carpeta. Un cop asseguts, la noia se’l mira bé i

alguna cosa especial li crida l’atenció, no sap definir-ho però hi ha alguna

cosa ... El noi que s’ha sentit observat es fa dissimuladament el despistat.

No està per perdre el temps, venen temps mogudets, i ell està en primera

línia. En Màrius és un dels principals elements del sindicat d’estudiants i la

seva implicació a les últimes revoltes, contra les taxes universitàries i la

participació de la universitat en les qüestions polítiques del moment l’han

col·locat en primera fila. Des del seu seient veu un cotxe que circula

lentament. Una altra vegada, el mateix. M’espien, pensa.

De cop s’adona que en la seva cursa, una mica a la desesperada per agafar

el bus ha perdut el mòbil.

L’Higinio, el rodamon de la plaça, mira el cotxe que passa a poc a poc. No

és el primer cop. Feu pudor de maderos, pensa. Encara amb la mosca

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darrera l’orella sent un mòbil que sona ben a prop. Ningú no contesta.

Sona de nou. El localitza a terra i sense pensars’ho l’agafa.

-Sigues prudent, li diu una veu desconeguda. Ens trobem aquest vespre al

bar de la plaça vella a les nou.

No té temps d’explicar que ell no és l’amo del mòbil. Han penjat.

L’Higinio es mira la roba gastada i bruta. Potser no fa la millor fila per tenir

una cita. Però fa molt de temps que ningú no se li adreça tan directament

ni amb tanta convicció. Somriu. Al bar vell de la plaça nova? No hi faltarà.

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8. El camarero de la plaza

Emilio Huertas

Todo el mundo en la Escuela Superior de Arte Dramático coincidía en que

era uno de los mejores de su promoción. Pero la crisis se había

interpuesto entre él y su prometedor futuro. En ninguna compañía, por

modesta que fuera, consiguió encontrar su sitio. Hasta que, una mañana,

leyó un anuncio en La Vanguardia en el que se buscaban jóvenes con gran

capacidad de adaptación para realizar trabajos variopintos. Nada tenía

que perder y decidió presentarse en la dirección indicada. Resultó ser una

empresa de detectives llamada “Pasar desapercibido”. Le hicieron un

contrato de prueba de seis meses, y ya llevaba casi cuatro años. No era lo

que había soñado, pero al menos se trataba de interpretar distintos

papeles. El último lo había hecho en el restaurante “La Camarga”. Todo un

éxito que le valió un aumento de categoría y sueldo. Ahora interpretaba el

mismo personaje, pero en una ciudad diferente.

Sirvió dos cafés en una de las mesas de la terraza mientras con la mirada

fotografiaba lo que ocurría en cada rincón de aquella plaza: un mochilero

descansaba tumbado sobre uno de los bancos, otro chaval corría

desesperado con una carpeta bajo el brazo y un coche paseaba, perezoso,

por la rotonda. Nada especial que llamase la atención.

En la sala privada de aquel restaurante se celebraban a menudo comidas

de negocios entre personas influyentes de la ciudad y empresarios de

distintos ámbitos. Muchos, magnates de la construcción y presidentes de

grandes equipos de fútbol. Era siempre alguno de ellos quien encargaba a

la agencia que grabase las conversaciones que les interesaba. El trabajo de

ahora era distinto: un encarguito del mismísimo Ministerio de Hacienda,

que iba tras una red criminal de fraude fiscal en Barberà del Vallès.

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Los empresarios llegaban siempre a la hora en punto, despachaban sus

asuntos entre plato y plato y salían por piernas, sin dejar nunca la más

mínima pista. Pero esta vez el tiro les iba a salir por la culata. Se había

superado. Nadie sospecharía dónde había ocultado el micrófono

inalámbrico que acababa de registrar toda la conversación.

Enviaría el fichero de audio a la central, vía Telegram, y objetivo cumplido.

Antes de mandarlo, decidió fisgonear un poco. Nunca se sabía lo que uno

podía descubrir en aquellas grabaciones. Al poco de ponerse los

auriculares, levantó las cejas, atónito. Si lo que acababa de oír era cierto,

la información valía mucho más de lo que le pagarían nunca en la agencia.

Pensó por un instante lo que podría sacarle a aquel tipo, que era dueño de

media Barcelona. Entre otros muchos edificios, aquel teatro del Paralelo

que quería echar abajo para construir más pisos. Precisamente lo había

leído el día anterior en el periódico.

Sonrió y se metió el pen drive en el bolsillo. Qué lástima: algo había salido

mal y no se había podido grabar ni una sola palabra. Luego, mientras

buscaba en Google la dirección de las oficinas centrales de aquel tipo,

empezó a pensar qué nombre le pondría al teatro en el que, a partir de

ahora, podría interpretar de una vez papeles que no fueran de camarero.

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9. La noia

Teresa Borràs

Estava a la plaça de l’ajuntament, esperant a unes amigues per anar a fer

un cafè. De sobte va passar un noi amb una carpeta sota el braç amb el

logo d’una coneguda universitat.

En veure’l, li van venir a la memòria records de la seva joventut. El seu

germà i ella havien estudiat a la mateixa universitat. Entre ells hi havia un

lligam molt fort, no tenien secrets.

En aquella època, el seu germà tenia un amic molt especial. Era molt

guapo, simpàtic i afectuós. Feien activitats tots dos junts, es reunien a casa

seva per estudiar i ella també hi participava.

Aviat, ella va començar a sentir alguna cosa per aquell noi que anaven més

enllà de l’amistat. Tenia la necessitat d’estar al seu costat, de veure’l i de

tocar-lo. Fins i tot, tenia somnis eròtics amb ell. Tots aquests sentiments li

causaven una angoixa que no podia controlar. S’hi va enamorar bojament.

Sabia de la relació del seu germà amb ell i això li feia tenir molta mala

consciència. Li va explicar tota la situació emocional que vivia i ell li va dir

que ja ho sabia, que ja n’havia parlat amb ell i que només volia que la seva

germana fos feliç.

Aleshores li va proposar que el compartissin.

Ella, quan va sentir-ho, es va adonar que havia rebut la prova d’amor

fraternal més gran de totes, ja que ell li donava una part de la seva relació.

Però l’amic no hi va estar d’acord i va desaparèixer de les seves vides.

Ho van perdre tot.

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10. El coche que circulava despacio

Marisa Sota

La consulta era pequeña. Repasé con la mirada los cuadros que colgaban,

las manchas que se formaban en la pared, los pacientes sentados en

incómodas sillas, tapizadas de un color indefinido, las revistas

amontonadas en una mesa esquinera, viejas y demasiado manoseadas.

Algunos mostraban nerviosismo, moviendo la pierna. Otros buscaban algo

que no encontraban en bolsos o bolsillos. Yo saqué el móvil. El icono de

mensajes sin leer seguía encendido. No hacía falta que lo abriera, sabía

que era el recordatorio de la consulta de hoy.

El momento tan esperado y temido a la vez se acercaba. En unos minutos

recibiría los resultados. Llevaba meses con análisis, escáneres,

radiografías… Todas las pruebas habidas y por haber. Ya estaba harta.

Cuando la enfermera pronunció mi nombre, me levanté y vi que todas las

miradas se fijaban en mí, igual que había pasado con los pacientes

llamados anteriormente.

El médico estaba de pie detrás de la mesa. No pude verle bien la cara,

deslumbrada por la luz que entraba por el ventanal que había a su

espalda.

Estiró la mano para saludarme y, con la cabeza, indicó que me sentara.

Carraspeó antes de preguntarme cómo me encontraba. Hice un gesto con

los hombros que podía indicar que bien, igual que siempre.

Directamente le pregunté:

—¿Es muy grave, doctor?

Movió la cabeza de un lado al otro, se inclinó hacia adelante y mirándome

a los ojos, volvió a aclararse la voz para decirme:

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—El tumor está en un lugar difícil. Tenemos la posibilidad de operar,

aunque el riesgo es grande…

—De uno a diez, ¿cuál sería?

—Eso nunca se sabe —respondió—. No es una ciencia exacta.

Adivinando mi pensamiento, comenzó a hablar muy despacio.

—No se preocupe, tome la decisión que tome, no sufrirá. Eso sí, deberá

tomarla cuanto antes mejor.

Se puso a escribir recetas. Quería que estuviera tranquila, que durmiera

bien, que pudiera controlar posibles ataques de ansiedad.

Sin mirar, las guardé en el bolso y me levanté. Él me acompañó hasta la

puerta.

—Cualquier cosa, me llama —es lo último que escuché cuando ya cruzaba

el umbral.

En la calle me paré unos segundos para recordar dónde había aparcado.

Cuando conseguí orientarme, fui a buscarlo. Me alegré de haber ido en

coche. Ya dentro, sentí una extraña paz, aislada del mundo entre tanto

tráfico y tanta gente que iba y venía.

No recuerdo cuánto tiempo estuve hasta que arranqué y lentamente

empecé a circular. La ciudad era la misma de siempre, en ella había vivido

toda la vida. Me parecía distinta y distante a la vez.

No me importaron los pitidos de algunos conductores, tampoco que,

aprovechando un semáforo, un chico se me acercara y, golpeando la

ventanilla, me soltara a voz en grito:

—¡Váyase a su casa a cocinar, es usted un peligro conduciendo!

—¡Y tú vete a la mierda! —contesté

A lo lejos, vi a mi hijo que corría hacia la plaza del ayuntamiento con una

carpeta bajo el brazo.

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11. Plaça de l'Ajuntament

Marisa Prior

Al rellotge de l’Església sonen dos quarts de dues. Avui el temps està

ennuvolat i fa un airet fresc. No és gaire agradable estar al carrer.

En Ramon fa estona que s’espera, ha agafat fred. Ha tingut temps de

veure el cambrer sortir diverses vegades a servir i mentre dubta si entrar a

prendre alguna cosa calenta, veu la Sònia que apareix tranquil·lament per

la cantonada de l’Ajuntament.

Havien quedat a la una per anar al Jutjat de Pau, a buscar les partides de

naixement.

En Ramon, a qui li agrada especialment la puntualitat, fa un gran esforç

per no iniciar una discussió. Intenta un mig somriure i li pregunta a la

Sònia si ha tingut problemes per aparcar.

Ella sap que ha sortit de casa amb el temps massa just, com sempre, però

intenta dissimular posant la carona de bona nena amb la qual sap que es

posa a la butxaca el promès.

—He vingut amb autobús —li diu—. Així no he de patir per l’aparcament.

Després marxem plegats. A més, el Jutjat es aquí mateix, darrere aquells

parterres de flors.

—Sí, però tinc entès que tanquen a les dues, i només faltaria haver de

tornar un altre dia —li respon ell amb un to una mica agre. Aquesta

vegada la carona no ha fet l’efecte de sempre.

Acostumada a sortir-se amb la seva, la Sònia es queda uns instants

perplexa. Ella no veu on és el problema. Pren-t’ho amb calma noi, pensa,

tenim temps de sobres, no cal anar tant estressat.

Toquen tres quarts de dues al campanar i és el moment oportú per iniciar

la retinguda discussió.

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En Ramon li diu que no es pren seriosament ni les coses més importants,

que tot és com un joc per a ella.

Això, la Sònia, no li ho pensa tolerar. Ella creu que és seriosa, però no

quadriculada, com ell, que sempre està pendent del rellotge i de que res

no se surti dels marges.

El noi se sent derrotat. Es pensava haver fet un bon treball amb la Sònia

per reconduir-la a una vida més ordenada i previsible.

Privat d’energia, seu en un banc davant el forn de pa. Mentre intenta

refer-se observa a prop seu un rodamon, amb tots els patracols

escampats, que sembla la mar de feliç. Li resulta profundament

desagradable pensar que es pugui viure així.

La Sònia deixa passar un cotxe que travessa a poc a poc la zona de

vianants i s’asseu al costat del seu xicot. Vol arreglar la situació. No sap

explicar-se com ha degenerat tant. Li agafa la mà i dolçament li murmura:

va anem, que encara tancaran.

Ell es deixa seduir. Creu sentir una veueta que li diu: potser no n’hi ha per

tant. Au, val més que hi anem.

Arriben a la porta del jutjat quan al campanar sonen les dues.

—Ho sentim, ja no els podem atendre—els diu amablement la funcionària.

Poden tornar demà, a les nou. Surten d’una revolada i es miren amb els

ulls plens de desolació.

Tots dos tenen la sensació que hauran de replantejar-se unes quantes

coses abans de tornar.

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12. A simple vista

Lola Aurín

Pablo acaba de llegar a la ciudad. Su ropa es la de un montañero de pocos

posibles: mochila de loneta verde, botas de suelas desgastadas, una

manta sobre la que sentarse, gorra bien calada y una cantimplora que

rellenará día a día en la fuente del lugar.

Su nuevo escenario no está mal. Amplia plaza con el Ayuntamiento al

frente, un pequeño jardín, la iglesia en una esquina y frente a él una

fuente con esculturas de mujer y de aguas cantarinas, que lo relajan cada

anochecer, cuando las voces se van apagando.

Se instala allí cada mañana, procurando no llamar la atención de los

municipales, a pesar de su aspecto descuidado, y se queda hasta casi

medianoche. A esas horas, la plaza está desierta y plegando su manta y

cargando su mochila se dirige a la furgoneta, aparcada en las afueras,

donde duerme unas horas antes de empezar de nuevo.

Desde hacía unos meses, iba recorriendo pueblos y ciudades, recopilando

datos, registrando conversaciones, opiniones y vivencias. El objetivo era

realizar un estudio sociológico, bien documentado. Era importante que los

datos fueran recogidos en diferentes puntos geográficos y que no se

basaran en encuestas planificadas, sino en situaciones reales. En cada

lugar pasa de cuatro a seis semanas.

El comienzo de la primavera es un buen momento para su investigación.

Cada día más gente llena los bancos. La buena temperatura y los días más

largos son sus cómplices.

Cada tarde, una señora bien vestida y siempre peinada de peluquería se

sienta un rato en un banco, a su izquierda. Un día a su lado se sienta una

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joven guapa y simpática. Las oye empezar a hablar y congeniar poco a

poco.

—¿Y usted cómo se llama ?

—No puedo decírtelo, pero… bueno llámame Carmen.

La joven la mira, sin entender a qué viene tanto secreto.

—Nadie debe saber cómo me llamo, ni dónde vivo ni quién soy. Estoy

escondida, huyendo de mi marido después de años de violencia. ¿Sabes?

nunca me quiso. Se casó conmigo por mi dinero.

Pablo lo tiene todo grabado. Respira hondo y se endulza con una piruleta.

Se tumba sobre la manta disfrutando de ese sol y recargando su vitamina

D. Se pone su mochila de almohada y se queda adormilado hasta que una

música estridente lo saca de su descanso. Un chico sentado cerca coge su

teléfono:

—¡Hola Mireia!

—¡Bien!

—Ya lo tengo casi todo. ¡Seguro, seguro! He ido rapiñando unos veinte

euros cada semana del dinero que llevaba para hacer las compras. Mi yaya

confía en mí y no revisa nada, así que vete haciendo la reserva para un fin

de semana romántico. Con lo recogido durante estos cuatro meses yo

creo que nos llegará hasta para relajarnos en un spa.

—Te veo en un rato. Un beso

Al colgar el móvil el joven lo mira, Pablo se hace el dormido. Todo en

orden.

Ya tiene bastante material. Se irá al mediodía. Comerá en un restaurante

de la playa y dormirá en un buen hotel.

Unas voces alegres lo devuelven a la realidad. Una pareja queda a unos

metros hablando y tomando notas.

Van bien vestidos. Ejecutivos planificando la semana.

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—Tenemos cinco direcciones . Hay que revisar bloque y piso de cada una

— dice la mujer.

—De acuerdo

—Esta noche hay que pintar nuestra marca en la puerta de acceso. Y

déjame que compruebe calles: dos en Moragas, uno en Plaza Unitat y dos

en Pintor Murillo.

—Mañana enviaremos los datos a la pandilla para que preparen el

operativo. No hay alarmas así que el asalto será fácil. Vamos a forrarnos.

¡Benditas vacaciones!

Pablo suspira. Está contento por el montón de casos especiales que va

registrando. Le enfadan y entristecen algunas situaciones, sí. Pero es la

condición indispensable de su trabajo: ser un simple observador, sin

intervenir jamás en lo que estudia. Cuando lo termine, su equipo sacará

conclusiones y diseñará estrategias para evitar que cada intimidad quede

bien protegida y que las cosas privadas sean eso, privadas.

Tan pronto recoge sus cosas, ve a Higinio, que, decidido a recuperar su

lugar, le suelta:

—Ni tú eres un vagabundo, ni yo estoy para reuniones clandestinas.

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13. En la plaza

Antonia Garcia

Pasaba cerca del parterre, frente al trabajo, y lo oí sonar con una melodía

escandalosa. Distinguí el brillo de la pantalla. Lo cogí apresuradamente y

respondí con voz apagada, como si tuviera algo que disimular.

Al otro lado, una atractiva voz de hombre me suplicó: “Marisa, no

cuelgues, por favor, tengo que explicártelo todo. Sé que es difícil de creer,

pero te confundí ente tanta gente y la escasa luz. Tenía tu mismo pelo, tu

mismo perfume. Hasta tu misma risa.”

Emití un sonido que pareció de hastío y entonces se produjo una pausa en

la que solo percibí un carraspeo y un gemido, como si él contuviera el

llanto. Sigue, le pedí. Me extrañó el timbre de mi voz. Como si también me

emocionara, pero a la vez quisiera mostrarme tajante.

“Sus manos eran tibias como las tuyas y cuando nos miramos en medio de

la música, sus ojos eran tus ojos. Nos besamos, sí, pero te besaba a ti, y

juro que reconocí tus besos. Luego, ya lo sé, llegaste tú. Y yo, incrédulo, te

vi odiarme con la mirada. Vi cómo te alejabas, tropezando con los que

bailaban. Y cuando quise salir y seguirte, ella me retuvo y volvió a besarme

y me dijo que me amaba.

Marisa, no la he vuelto a ver, Marisa, te llamo todos los días y no quieres

escucharme. Marisa, dime algo. Di que vas a volver, que me vas a volver a

decir que me amas. Como ella, o sea, como tú”

Con otra voz, más mía, pero todavía manchada de dolor, le respondí que

tenía que aclarar mis ideas, mi frustración. Y que estaba conociendo a

alguien. Que me llamase alguna vez, pero que no se obsesionase ni

esperase. Que me pusiera mensajes de su día a día, de lo que había sido y

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era aún para él. Que así, leyéndolos podría entender mejor por qué ella

pudo ser yo.

Colgué con un triste “Te añoro” y guardé el móvil en el fondo del bolso.

Antes le puse el volumen a cero. No quería que Alejo descubriera nada.

Lo sentí por Marisa, pero ahora era yo quien dirigía aquella historia.

Además, era un modelo caro y el color me encantaba.