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PILAR SORDO EL SILENCIO, UN BIEN CADA VEZ MÁS CARO Si preguntara cuántas veces al día estamos en silencio, cuántas veces lo encontramos o nos preocupamos por buscarlo; si fuéramos honestos tendríamos que reconocer que muy poco. El silencio de un hospital o de una clínica es casi un bien inexistente; para qué hablar de una iglesia o de un templo, donde ya casi se habla como si fueran malls. Atrás queda esa sensación que tenía cuando chica en que aparecía un letrero que decía “zona de hospital” para explicar que no se podía tocar la bocina y que ojalá los autos disminuyeran la velocidad. Parece que algo nos pasa con el valor de lo “sagrado” y con el respeto por el otro: el ruido es hoy un sinónimo de vida, modernidad y positivismo. Es como si el silencio nos angustiara, nos diera miedo y por eso tratamos de evitarlo, quizás para no tomar contacto con nosotros mismos. Es claro que el silencio genera crecimiento interior, paz y nos permite conectarnos con lo esencial de la vida. Facilita la búsqueda vocacional de los jóvenes, permite el reencuentro de las parejas y nos da la posibilidad de visualizar conflictos como pocos estados emocionales. El asunto es preguntarnos –y que tú te preguntes– por qué lo evitamos y qué hacemos cuando estamos en contacto con él. Una clásica pregunta es qué sucede cuando despertamos en las mañanas o cuando llegamos a casa después del trabajo. ¿Está todo en silencio para empezar el día o comenzamos prendiendo las pantallas y lo mismo hacemos al llegar por la tarde? ¿Cuándo dejamos nuestras casas en silencio para escuchar a los que amamos o para poder oír el silencio del alma?, ese silencio que habla y que dice cosas que la mayoría del tiempo no estamos dispuestos a aceptar. A las mujeres quizás nos cuesta un poco más entrar en contacto con él, no solo desde afuera sino que desde ese silencio interior que es tan difícil de lograr. El ruido en nuestras cabezas muchas veces nos impide entrar en contacto con nosotras mismas, y todos nuestros “deberes” o

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PILAR SORDO

EL SILENCIO, UN BIEN CADA VEZ MÁS CARO

Si preguntara cuántas veces al día estamos en silencio, cuántas veces lo encontramos o nos preocupamos por buscarlo; si fuéramos honestos tendríamos que reconocer que muy poco.El silencio de un hospital o de una clínica es casi un bien inexistente; para qué hablar de una iglesia o de un templo, donde ya casi se habla como si fueran malls. Atrás queda esa sensación que tenía cuando chica en que aparecía un letrero que decía “zona de hospital” para explicar que no se podía tocar la bocina y que ojalá los autos disminuyeran la velocidad.Parece que algo nos pasa con el valor de lo “sagrado” y con el respeto por el otro: el ruido es hoy un sinónimo de vida, modernidad y positivismo.Es como si el silencio nos angustiara, nos diera miedo y por eso tratamos de evitarlo, quizás para no tomar contacto con nosotros mismos.Es claro que el silencio genera crecimiento interior, paz y nos permite conectarnos con lo esencial de la vida. Facilita la búsqueda vocacional de los jóvenes, permite el reencuentro de las parejas y nos da la posibilidad de visualizar conflictos como pocos estados emocionales. El asunto es preguntarnos –y que tú te preguntes– por qué lo evitamos y qué hacemos cuando estamos en contacto con él. Una clásica pregunta es qué sucede cuando despertamos en las mañanas o cuando llegamos a casa después del trabajo.

¿Está todo en silencio para empezar el día o comenzamos prendiendo las pantallas y lo mismo hacemos al llegar por la tarde? ¿Cuándo dejamos nuestras casas en silencio para escuchar a los que amamos o para poder oír el silencio del alma?, ese silencio que habla y que dice cosas que la mayoría del tiempo no estamos dispuestos a aceptar.A las mujeres quizás nos cuesta un poco más entrar en contacto con él, no solo desde afuera sino que desde ese silencio interior que es tan difícil de lograr. El ruido en nuestras cabezas muchas veces nos impide entrar en contacto con nosotras mismas, y todos nuestros “deberes” o requerimientos de ser necesarias para otros nos complican la tarea de acallar todos nuestros conflictos internos.El yoga, la meditación y muchos otros espacios parecen ser buenas alternativas para facilitar este proceso, el cual debe, a mi juicio, ser natural y espontáneo, pero dado el ruido externo cuesta lograrlo.Algunos adolescentes me contaban que, paradójicamente, se conectaban a todo tipo de aparatos como una forma de separarse del ruido externo y que era una forma “extraña” de entrar en silencio ya que muchas veces ni escuchaban lo que decían los parlantes. Es, al parecer, una forma de estar ausente.El silencio, a mi juicio, será un bien tan codiciado como el agua dulce en muy poco tiempo, y si no hacemos cosas desde la voluntad para

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generarlo podemos perder contacto con él y con todos sus beneficios.Ya sea que lo encontremos, que lo busquemos o –como creo que será en el futuro– que paguemos por él, es un elemento que no puede perderse y que sin duda colabora y ayuda a la salud mental y física de las comunidades, en que las más evolucionadas desde el punto de vista espiritual saben cuidar y mantener dentro de las rutinas cotidianas.Los invito a pensar en este tema; eso sí, en el más absoluto silencio.