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 LEO PERUTZ  El MARQUES DE BOLIBAR   Título origina l: Der Mar ques de Boliba r   T raducción de Elvira Manti lla y Annie R eney   T usquets Editores  

Perutz, Leo - El Marques de Bolibar

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LEO PERUTZ

El MARQUES DE BOLIBAR

Ttulo original: Der Marques de Bolibar

Traduccin de Elvira Mantilla y Annie Reney

Tusquets Editores

Prlogo

Poco tiempo antes del estallido de la guerra franco-prusiana mora en Dillenburg, una pequea ciudad del antiguo ducado de Nassau, el terrateniente Eduard von Jochberg. Era un anciano seor lleno de manas y de una parquedad de palabras rayana en lo patolgico. La mayor parte del ao la pasaba en sus tierras. Slo en los ltimos aos de su vida los crecientes achaques de la edad lo haban forzado a trasladar su residencia habitual a la ciudad.

Ninguna de las pocas personas con las que Herr von Jochberg tena trato ntimo pues a quienes ms frecuentaba era a sus perros de caza y a sus caballos tena conocimiento de que Herr von Jochberg era un antiguo militar que en su juventud haba intervenido en algunas de las campaas de Napolen I. Nadie le haba odo jams hablar de experiencias de aquella etapa de su vida, ni siquiera hacer referencia a ellas. Tanto ms sorprendidos se vieron, pues, cuantos le haban conocido, cuando entre sus pertenencias se hall, cuidadosamente ordenado, atado y sellado, un legajo de escritos que tras una primera observacin se revelaron como las memorias del teniente Jochberg durante la campaa espaola de Napolen I.

Grande fue la sensacin que ese inesperado hallazgo caus en toda la provincia de Nassau y en el colindante gran ducado de Hessen. Los peridicos locales publicaron informaciones sobre el caso y extractos a toda plana de las memorias de Herr von Jochberg; prestigiosos eruditos examinaron el documento; y los herederos del difunto su sobrino Wilhelm von Jochberg, profesor auxiliar en Bonn, y Frulein von Hartung, una dama de cierta edad que viva en Aquisgrn se vieron desbordados por las ofertas de los editores; en una palabra, las memorias de Herr von Jochberg se convirtieron en el tema del da, y ni siquiera la guerra que estallara poco despus consigui relegarlas por completo a un segundo plano en el inters popular.

Y todo ello porque aquellas memorias versaban sobre un captulo oscuro y hasta entonces nunca esclarecido de la historia blica nacional: la aniquilacin de los dos regimientos locales Nassau y Prncipe de Hessen por las guerrillas espaolas.

La bibliografa general sobre el tema nos suministra pocos datos acerca de ese episodio de la campaa espaola. August Scherbruch, capitn del gran ducado de Hessen y renombrado historiador de las guerras napolenicas, no dedica a la llamada Tragedia de La Bisbal ms que dos lneas y media de su obra en seis tomos La guerra en la pennsula Ibrica, de 1807 a 1813, editada por Langermann en Halle. El Dr. Hermann Schwartze, profesor de Historia en el instituto de bachillerato de Darmstadt, quien public un trabajo sumamente esmerado sobre la participacin de tropas de Hessen en las campaas de Napolen I, no hace, asombrosamente, la menor alusin al hecho de la aniquilacin total de dos regimientos de la Liga de Renania. Tampoco se hace mencin de l en las obras menos detalladas de F. Krause, H. Leistikow y Fischer-Tbingen, y slo un estudio crtico annimo, probablemente obra de un oficial licenciado de Baden: Las tropas de la Liga de Renania en Espaa. Una aportacin sobre la estrategia del despropsito (ediciones de la Librera Taube, Karlsruhe 1826) habla detalladamente acerca de la Tragedia de La Bisbal, sin aportar, sin embargo, nuevos datos de importancia. Tan slo se menciona el nombre del comandante de ambos regimientos, con quien nos encontraremos en las memorias del teniente Jochberg: se llamaba coronel von Leslie.

Los informes del bando opuesto son, naturalmente, algo ms extensos. De entre los trabajos ms importantes a los que he tenido acceso mencionar aqu el de don Silvio Gaeta, coronel del estado mayor espaol, que llega a la conclusin de que la derrota de las tropas de la Liga de Renania en La Bisbal representa, en la historia de aquella campaa, se mire como se mire, un punto de inflexin de decisiva importancia para las posteriores operaciones del general Cuesta. Simn Ventura, boticario de profesin, quien, adems de una Vida de Santa Mara de Pacis, un Manual del buscador de hongos y una tragedia, La fiesta de los tulipanes, algo pomposa para el gusto de hoy, escribi tambin una historia de su ciudad natal, La Bisbal, se muestra en conjunto bien informado acerca del curso de los acontecimientos en su faceta puramente externa. Tambin Pedro de Orozco menciona la cada de los dos regimientos en el libro que tengo a la vista, Los jefes de las guerrillas en las Asturias, hoy bastante raro; con todo, su relato est plagado de errores y omisiones evidentes.

Pero en conjunto estas y otras obras histricas espaolas no aportan prcticamente nada al esclarecimiento de un hecho tan asombroso como es la desaparicin, sin dejar rastro, de los dos regimientos alemanes. Tan slo los escritos dejados por el teniente Jochberg nos proporcionan datos decisivos sobre los extraos sucesos que acabaran dando lugar a la tragedia de La Bisbal.

Si la versin del teniente Jochberg es correcta, la aniquilacin del regimiento Nassau a todas luces un caso nico en la historia de las guerras de todos los tiempos fue provocada por su propia oficialidad con plena conciencia y de un modo casi planificado. Resulta difcil creer eso, por ms que en nuestra poca sea usual recurrir a explicaciones de orden mstico y oculto y a conceptos tales como la psicosis suicida y la transmisin de la voluntad por sugestin. La historiografa acadmica considerar con escepticismo el valor de las memorias del teniente Jochberg. Calificar su relato y yo sera el ltimo en tomarlo a mal de excesivamente novelesco. Al fin y al cabo, qu facultades crticas puede reconocer la ciencia a un nombre que est convencido de haber encontrado en Espaa al Judo Errante?

Las memorias del teniente Jochberg han sido reducidas aqu aproximadamente a dos terceras partes de su contenido originario. Una gran parte, no relacionada directamente con el asunto, como un relato de la lucha por Talavera y Torre Vedras, una descripcin del llamado baile de bastones de La Bisbal, diversos excursos y dilogos de contenido poltico, filosfico y filolgico, una valoracin crtica de los cuadros pertenecientes al tesoro artstico de la alcalda de La Bisbal, los ambages usados para hacer constar el parentesco entre las familias de Jochberg y el capitn Schenk, conde zu Castel-Borckenstein: todo eso ha cado vctima del lpiz del adaptador. Puede ser que de esa forma se hurte al lector ms de un valioso dato histrico sobre la poca, pero lo cierto es que con ello el relato en s gana en efecto y en energa interna.

Y ahora dejemos que el teniente Jochberg nos cuente las extraas cosas que vivi en el invierno de 1812 en la villa montaesa asturiana de La Bisbal.

El paseo matutino

Hacia las ocho de la maana divisamos por fin las dos torres blancas de la iglesia de la villa de La Bisbal. Estbamos calados hasta los huesos, yo y mis quince dragones y el capitn Eglofstein, el adjunto al regimiento, que haba venido con nosotros para encargarse de los asuntos a tratar con el alcalde.

El da anterior, nuestro regimiento haba tenido un violento enfrentamiento con la guerrilla y su caudillo Saracho, a quien nuestros hombres, no s por qu motivo, llamaban el Tonel; quiz fuera debido a su figura rechoncha. Hacia el atardecer habamos logrado dispersar a los rebeldes; los habamos perseguido hasta el interior de sus bosques y habamos estado a punto de prender al propio Tonel, el cual, a causa de su gota, caminaba con lentitud.

A continuacin habamos hecho el vivac en campo abierto, para disgusto de nuestros dragones, que maldecan por no hallar, despus de un da semejante, siquiera un puado de paja seca para dormir. Bromeando, les promet a cada uno de ellos un lecho de plumas con cortinajes de seda tan pronto como llegramos a La Bisbal, y se dieron por satisfechos.

Yo mismo pas una parte de la noche con Eglofstein y Donop en los aposentos del coronel. Para alegrarle el nimo, bebimos ponche caliente y jugamos al faran. Pero no conseguimos hacer que dejara de hablar de su difunta esposa. Al final tuvimos que abandonar las cartas para escucharlo, y nuestro trabajo nos cost no ponernos en evidencia, pues no haba oficial en todo el regimiento de Nassau que no hubiera tenido por amante durante algn tiempo a la hermosa Franoise-Marie.

A las cinco de la maana me puse en marcha con Eglofstein y mis dragones. Prenez garde des guerrillas!, exclam a mis espaldas el coronel, mientras me alejaba a caballo. Aquel servicio era de los llamados de fatigue, pero qu remedio me quedaba, siendo como era el ms joven de los oficiales del regimiento.

El camino estaba libre y los insurgentes no nos hostigaron. En la calzada yacan unas cuantas mulas reventadas. Pero antes de la aldea de Figueras encontramos a dos espaoles muertos, que se haban arrastrado agonizantes hasta all; uno de ellos era un guerrillero de la banda de Saracho, y el otro llevaba el uniforme del regimiento de Numancia; sin duda haban confiado en alcanzar la aldea al amparo de la oscuridad, pero la muerte les haba cerrado el paso.

Encontramos Figueras totalmente abandonada por sus habitantes; los campesinos se haban refugiado en las montaas con sus rebaos. Slo en el mesn, al otro extremo de la aldea, haba tres o cuatro espaoles, de los llamados dispersos, soldados errantes del Tonel, que se dieron de inmediato a la fuga cuando nos acercamos. Llegados al lindero del bosque, aullaron hacia nosotros, como posesos, su Muerte a los franceses!, pero ninguno de ellos abri fuego. Uno de mis dragones, el cabo Thiele, les grit: Por los siglos de los siglos, amn, so mastuerzos!, creyendo, Dios sabr por qu, que muerte a los franceses significaba Loado sea nuestro seor Jesucristo.

Al llegar a las puertas de La Bisbal, encontramos al alcalde, que nos aguardaba all en compaa del consistorio en pleno y algunos otros ciudadanos. En cuanto desmontamos, se aproxim a nosotros y nos dio la bienvenida con las palabras usuales en tales circunstancias. La ciudad, nos dijo, se hallaba predispuesta en favor de los franceses, pues los guerrilleros del caudillo Saracho haban causado muchos daos a los ciudadanos, extorsionndolos y robando su ganado a los campesinos. La nica excepcin eran unos pocos elementos hostiles que se haban aposentado en la ciudad. Y nos rog que tratramos a la ciudad con miramiento, pues l y sus convecinos estaban ansiosos de hacer todo lo que estuviese en sus manos para ayudar a los valientes soldados del gran Napolen.

Eglofstein replic con pocas palabras que l no poda prometer nada, pues el trato que haba de recibir la ciudad dependa nica y exclusivamente de las disposiciones del coronel. A continuacin se dirigi a la casa consistorial, en compaa del alcalde y el secretario, para extender los pases de pernocta. Los ciudadanos, que haban asistido a la entrevista mudos y atemorizados y con los sombreros en las manos, se desperdigaron, apresurndose a regresar a sus casas y junto a sus mujeres.

Yo, por mi parte, dispuse a varios de mis hombres en la puerta de la ciudad y luego entr en una posada situada extramuros, al borde de la carretera, para esperar la llegada del regimiento ante una taza de chocolate caliente que el posadero se ofreci de inmediato a servirme.

Tras el desayuno sal al huerto, pues el aire de la angosta sala de la posada, que apestaba a pescado frito, me produca malestar. El huerto, en el que el posadero, sin el menor sentido del orden, haba plantado cebollas, ajos, calabazas y habas, no era grande ni estaba bien cuidado, pero el olor de la tierra mojada por la lluvia me hizo bien. El huerto lindaba con un gran jardn en el que se alzaban higueras, olmos y nogales; un estrecho sendero, orillado de tejos, conduca, por entre parterres de csped, a un estanque, y al fondo se alzaba una casa de campo blanca, cuyos techos de pizarra mojados por la lluvia ya me haban llamado la atencin desde la carretera.

Tras mis pasos sali al jardn, desde la posada, el cabo a mi servicio, que se me acerc irritado hasta la exasperacin y echando pestes:

Mi teniente! exclam. Por la maana, sopa de harina barata, al medioda sopa y por la noche pan con ajos. Ese es nuestro rancho desde hace semanas. Cuando alguno de nosotros, por la carretera, requisaba unos cuantos huevos a un campesino, le caa un consejo de guerra. Pero usted nos prometi que en La Bisbal tendramos la mesa preparada, el mejor vino puesto a enfriar en el pozo y en cada escudilla un suculento pedazo de tocino. Y sin embargo...

Qu? Qu os ha puesto el posadero?

Arenques de los peores, a cuatro cuartos la docena, y adems podridos! grit el cabo, ensendome en la palma de la mano una pescadilla de las que los campesinos espaoles suelen conservar en tinajas llenas de vinagre.

Pero Thiele! le dije bromeando. Est escrito en la Biblia: Todo lo que vive y se mueve os servir de alimento. Entonces, por qu no ese pescado?

El cabo quiso replicarme enojado, pero en aquel momento no se le ocurri ninguna respuesta apropiada a mi cita bblica. Y un instante despus se llev el dedo a los labios, an abiertos, y me cogi de la mueca. Haba visto algo que hizo desaparecer inmediatamente su irritacin.

Mi teniente! dijo en voz baja. Ah hay uno escondido.

De inmediato me tir al suelo y me acerqu a gatas y sin hacer ruido a la verja del jardn.

Un guerrillero susurr a mi lado el cabo. All, entre los matorrales.

Ciertamente, en ese momento vi, apenas a diez pasos de distancia, a un individuo agazapado entre las matas de laurel. No llevaba sable ni trabuco, y si iba armado, deba de llevar el arma oculta entre sus ropas.

Ah hay otro. Y ah tambin. Y ah, y ah! Mi teniente, son ms de una docena. Qu se traern entre manos?

Tras los troncos de los olmos y los nogales, entre los tejos, entre los arbustos y sobre el csped, por todas partes vi hombres tumbados o agachados. Ninguno de ellos pareca haber notado an nuestra presencia.

Corro a la casa a dar la voz de alarma a los dems. Esto debe de ser una guarida o quizs el cuartel general de los guerrilleros. Seguro que el Tonel no anda muy lejos susurr el cabo.

Y en ese instante sali por la puerta de la casa de campo un hombre alto y anciano, cubierto con un abrigo oscuro con vueltas de terciopelo, que, caminando lentamente, con la cabeza gacha, baj los peldaos de la escalera.

Apostara que van a por l dije en voz baja, sacando mi pistola.

Esos bandidos van a asesinarlo! mascull el cabo.

Cuando salte la verja, te vienes detrs de m y caemos los dos en medio de ellos! orden, pero inmediatamente uno de los hombres sali de detrs de un montn de grava y se lanz a toda prisa hacia la espalda del anciano.

Levant la pistola y apunt, pero un instante despus la dej caer, pues bamos a ser testigos de uno de los espectculos ms singulares que he visto en mi vida. Mi madre tiene un hermano que es mdico en un manicomio de Kissingen; y de nio yo iba de vez en cuando a visitarlo. Y, a fuer de sincero, en aquel momento me sent trasladado al jardn de aquel manicomio. Pues el hombre se qued parado tras el anciano, a un paso de distancia, se quit el sombrero y exclam a voz en grito:

Seor marqus de Bolibar! Os deseo muy buenos das, excelencia!

Y en el mismo instante sali de detrs de una estatua de piedra arenisca un individuo alto y calvo vestido de arriero que tambin se dirigi, con torpes pasos de baile, hacia el anciano, e, inclinndose, grazn:

Mis respetos, seor marqus. Viva vuestra excelencia mil aos.

Pero lo ms extravagante de todo era que el anciano segua su camino, conducindose como si no hubiese visto ni odo a ninguno de los dos. Entretanto, se haba acercado a donde yo estaba y pude ver su rostro, que me pareci sobremanera rgido e inalterable. Su cabello era totalmente blanco, y la frente y las mejillas, plidas. Tena los ojos fijos en el suelo; nunca olvidar sus rasgos intrpidos y terribles.

A medida que segua caminando, los hombres, uno tras otro, iban saliendo de sus escondrijos; como en una farsa de marionetas, se asomaban por todas partes, de entre los arbustos, de detrs de los rboles, de debajo de los bancos del jardn, se descolgaban de los rboles, se cruzaban en su camino y le gritaban:

Vuestro humilde servidor, seor marqus de Bolibar!

Muy buenos das, seor marqus, cmo est la salud de vuecencia?

Ilustrsimo seor, mis respetos y homenajes.

Pero el marqus continuaba en silencio su marcha, sin hacer nada para alejar a los incmodos lacayos que le saludaban, arremolinndose a su alrededor como las moscas en torno a una escudilla de miel; su rostro permaneca inalterable, como si todo aquel gritero y todos aquellos saludos no fueran dirigidos a l, sino a otra persona a quien no vea.

El cabo y yo nos quedamos pasmados, observando con la boca abierta aquella extraa comedia. Mientras tanto, de una glorieta sali precipitadamente un hombre bajo y desgreado, que con breves pasos de maestro de baile se apresur tambin hacia el anciano, se qued parado, escarb vehementemente con los pies, como una gallina en un montn de estircol, y exclam en mal francs:

Oh, he aqu a mi amigo Bolibar! Me alegro de veros!

Pero tampoco a ste, que se conduca como si fuese su mejor amigo, se dign mirarlo el marqus. Ensimismado y como sumido en profundos pensamientos, el anciano se encamin hacia su casa de campo, ascendi por la escalera y desapareci en la oscuridad de la puerta, en silencio, como haba salido.

Nos levantamos del suelo y observamos a los lacayos, que cogidos del brazo, fumando y charlando en pequeos grupos, entraron en la casa en pos de su amo.

Vaya! le dije al cabo, qu demonios significar todo eso?

Se qued pensativo un instante.

Estos aristcratas espaoles dijo por fin son todos gente solemne y taciturna. Es su manera de ser.

Ese marqus de Bolibar debe de estar loco de remate, y su gente lo trata como a tal, divirtindose a su costa. Ven, vamos otra vez a la posada. El posadero nos sabr explicar por qu el jardinero, el cochero, los mozos de establo y los lacayos se han dedicado a saludar solemnemente al marqus de Bolibar, sin que l lo agradezca en lo ms mnimo.

Ser que estaban celebrando su onomstica dijo el cabo. Pero bueno, mi teniente, si queris entrar en la posada, hacedlo solo; yo me quedo fuera, no quiero volver a ese nido de ratas. El mantel que tienen parece la bandera de nuestro regimiento despus del ataque a Talavera, y hay tanto estircol en el suelo, que se podra abonar con l todos los campos de Espaa desde Pamplona hasta Mlaga.

El cabo se qued en la puerta y yo me dirig al propietario de la posada, a quien encontr ocupado en frer en aceite pedacitos de pan. La posadera estaba en el suelo, soplando el fuego con la ayuda de un viejo can de trabuco que utilizaba a falta de fuelle.

De quin es esa quinta de ah afuera? pregunt.

Es de un hombre ilustrerespondi el posadero sin abandonar su tarea. El hombre ms rico de toda la provincia.

Ya me imagino que la casa no fue construida para gansos y cabras dije. Cmo se llama el propietario?

El posadero me mir lleno de recelo.

Su excelencia el muy noble seor marqus de Bolibar dijo por fin.

Marqus de Bolibar repet. Un seor muy soberbio, verdad? Y muy orgulloso de su alcurnia.

Pero qu decs? Es un caballero muy campecha

no y benvolo, a pesar de su ilustre abolengo. Un cristiano piadoso de verdad, y nada orgulloso; por la calle responde tan amablemente al saludo de un aguador como al del reverendo seor cura.

Entonces dije yo no debe de estar muy bien de la cabeza. Segn he odo decir, los pilludos le corren detrs, mofndose de l y llamndole por su nombre para burlarse.

Caballero! dijo el posadero con una expresin de asombro y susto en la cara. Quin ha podido contaros semejante mentira? No hay en toda la provincia hombre ms sensato que l, permitidme que os lo diga. Los campesinos de todos los pueblos de los alrededores peregrinan a l cuando se encuentran en apuros a causa del ganado o las mujeres o esos impuestos tan fuertes.

Las palabras del posadero no casaban bien con la escena de la que yo haba sido testigo en el jardn. Y me volvi a los ojos la imagen de aquel hombre que caminaba mudo y con el semblante inalterable por entre un tropel de lacayos ruidosos y charlatanes, sin ser capaz de ponerlos en fuga. Estaba pensando si deba explicarle al posadero lo que haba visto en el jardn, cuando de pronto me lleg a los odos el son estridente de las trompetas y el chacoloteo de los cascos de los caballos. O luego la voz del coronel y me apresur a salir al camino.

Mi regimiento estaba all. Los granaderos, sucios y cubiertos por el sudor de varias horas de marcha, haban roto las filas y estaban sentados a uno y otro lado del camino. Los oficiales desmontaron y llamaron a sus asistentes. Me dirig al coronel y le di el parte.

El coronel prest escasa atencin a mis palabras. Estaba contemplando el lugar, pensando cmo podra mejorar la fortificacin, construyendo en su mente terraplenes, bastiones, polvorines y baluartes para la defensa de la ciudad.

El capitn Brockendorf se hallaba con otros oficiales junto a la carreta de bueyes que transportaba los petates de la oficialidad. Me puse a su lado y le narr el extrao paseo matutino del marqus de Bolibar. Me escuch sacudiendo la cabeza y con cara de incredulidad. Pero el teniente Gnther, que estaba junto a l, sentado en una tina vaca, dijo:

Entre esos aristcratas espaoles se encuentran a veces tipos de lo ms extravagante. No se hartan de or sus sonoros nombres, tan largos que sera menester tres santos rosarios para recitarlos enteros. Les hace ilusin pasarse el da oyendo la lista completa de sus ttulos de boca de sus lacayos. Cuando estuve en Salamanca, alojado en casa de un tal conde de Veyra...

Y empez a contar una historia de la que haba sido testigo en casa de un aristcrata espaol orgulloso de su alcurnia. Pero el teniente Donop le interrumpi:

Bolibar? Has dicho Bolibar? Pero si nuestro pobre Marquesito se llamaba tambin Bolibar...

Es cierto, as es exclam Brockendorf. Y una vez me cont que su familia tena posesiones en las cercanas de La Bisbal.

En nuestro regimiento haba servido en calidad de voluntario un joven espaol de noble estirpe, uno de los pocos hombres de su nacin que, inflamados por las ideas de la libertad y la justicia, haban hecho suya la causa de Francia y el Emperador. Haba roto con su familia, y slo haba confiado su nombre autntico y su origen a dos o tres de sus camaradas. Pero los campesinos espaoles le llamaban el Marquesito pues era de pequea estatura y de figura delicada, y nosotros tambin le nombrbamos as. La noche anterior haba cado en combate contra los guerrilleros, y le habamos dado sepultura en el cementerio de la aldea de Bascara.

No hay duda dijo Donop. Su marqus de Bolibar, Jochberg, es un pariente de nuestro Marquesito. Es nuestro deber participar al anciano, con toda consideracin y prudencia, de la muerte de nuestro valiente camarada. Usted, Jochberg, que ya conoce al seor marqus, querra hacerse cargo de ello?

Salud y, en compaa de uno de mis hombres, me dirig a la quinta del aristcrata, mientras preparaba las palabras con las que habra de llevar a cabo decorosamente mi difcil e ingrato cometido.

Entre la casa y la calle haba un muro, pero estaba de tal modo deteriorado, que por cualquier parte se poda pasar al otro lado sin dificultad. Cuando me acerqu al edificio, me recibi un tumulto de voces que gritaban, se lamentaban y rean. Llam a la puerta.

De inmediato ces el alboroto, y una voz pregunt:

Quin va?

Gente de paz respond.

Qu gente?

Un oficial alemn.

Ave Mara Pursima! No es l exclam una voz lastimera. La puerta se abri y entr.

Me encontr en un vestbulo y vi a los lacayos, los cocheros, los jardineros y el resto de la servidumbre corriendo de un lado para otro en el mayor desconcierto y turbacin. El individuo bajo y desgreado que haca un rato se haba dirigido al marqus en el jardn con las palabras Oh, he aqu a mi amigo Bolibar!, estaba all tambin, y se me acerc con sus breves pasos de maestro de baile. Su rostro estaba rojo como un tomate por el acaloramiento y se me present como el mayordomo y administrador de su excelencia el seor marqus.

Deseo hablar personalmente con el seor marqus dije.

El mayordomo boque para tomar aire y se llev las manos a las sienes.

Con el seor marqus? gimi. Dios misericordioso! Dios misericordioso!

Me mir fijamente por espacio de unos instantes y me dijo:

Seor teniente, o seor capitn, o lo que seis: su excelencia el seor marqus no est en casa.

Cmo! No est en casa? exclam en tono severo. Hace media hora lo vi con mis propios ojos en el jardn.

Hace media hora, s. Pero ahora ha desaparecido y, dirigindose a un hombre que pasaba en aquel momento por el vestbulo, le grit: Pascual! Vienes del establo? Falta algn caballo?

No, seor Fabricio. Estn todos.

Los caballos de montar tambin? El blanco Capitn y el bayo San Miguel? Y la yegua Hermosa, est en el establo?

Estn todos replic el mozo de establo. No falta ninguno.

Entonces, que Dios, la Virgen y todos los santos nos ayuden. A nuestro seor le ha ocurrido un accidente, ha desaparecido.

Cundo ha visto usted al seor marqus por ltima vez? pregunt.

Hace media hora, en su dormitorio; estaba de pie, mirndose en un espejo. Y me ha ordenado que entrase a cada momento en la habitacin y le preguntase a su excelencia por su salud. Me ha hecho preguntarle: Cmo ha pasado la noche su excelencia el seor marqus?, o, como si yo fuera uno de sus amigos de Madrid: Dios te guarde, Bolibar! Qu haces t por aqu?. Me lo ha hecho repetir varias veces, y mientras tanto l estaba de pie delante del espejo, contemplando su imagen.

Y esta maana en el jardn?

El seor marqus ha estado muy extrao toda la maana. Nos ha hecho escondernos entre los matorrales y gritarle su propio nombre al odo. Slo Dios sabe qu es lo que se propona nuestro seor con esto, pues nunca hace nada sin intencin ni objeto.

Mientras tanto, el jardinero, con su aprendiz, se plant delante de la puerta. De inmediato, el mayordomo me abandon y se fue hacia ellos.

Qu estis esperando? A vaciar el estanque, inmediatamente!

Y, dirigindose a m, dijo con un suspiro:

Quiera Dios que podamos sepultarlo cristianamente y con honor si lo encontramos en el fondo del estanque.

Sal de la casa e inform a mis camaradas de lo que haba odo. Mientras comentbamos el asunto pas por nuestro lado una camilla en la que yaca un oficial herido..

Bolibar? grit de pronto. Quin ha hablado del marqus de Bolibar?

El oficial llevaba el uniforme de otro regimiento, pero yo le conoca. Era el teniente Rohn, de los cazadores de Hannover, con quien yo haba compartido durante dos semanas el alojamiento el verano anterior. Tena un tiro en el pecho.

He sido yo dije. Qu pasa con el marqus de Bolibar? Lo conoce usted?

Se me qued mirando angustiado y con gesto de horror. La fiebre causada por la herida arda en sus ojos.

Apresadlo sin demora! grit con voz ronca. De lo contrario, os aniquilar a todos.

El Tonel

Dos das despus, el teniente von Rohn de los cazadores de Hannover falleci a causa de sus heridas en el convento de Santa Engracia, que habamos convertido en lazareto a nuestra llegada a La Bisbal. Durante esos dos das, nuestro coronel y el capitn Eglofstein le tomaron reiteradamente declaracin acerca de los pormenores de su encuentro con el Tonel y el marqus de Bolibar. Aunque no siempre tena la cabeza clara, sus revelaciones nos proporcionaron un cuadro satisfactorio de lo que aquella noche que fue la siguiente a nuestro enfrentamiento con los guerrilleros haban convenido el Tonel, el marqus de Bolibar y el capitn ingls William O'Callaghan junto a la ermita de San Roque, en los bosques cercanos a Bascara. Su relato nos permiti hacernos una idea exacta del carcter y las facultades del marqus de Bolibar, y de hasta qu punto nos convena tomar las debidas precauciones contra tan peligroso enemigo de Francia y del Emperador.

El teniente von Rohn, con importantes documentos contables, en concreto las llamadas feuilles d'appel, las listas de efectivos y de registro de los cazadores de Hannover, haba sido enviado por el comandante de su regimiento a Forgosa, donde se hallaba el cuartel general del mariscal Soult. La razn era que el subinspector se negaba a pagar. Debido a que la zona que separaba el cuarto cuerpo de ejrcito del mariscal Soult de la brigada del general d'Hilliers, a la que pertenecan los cazadores de Hannover, se encontraba en poder de los insurgentes, que tambin tenan ocupada la ciudad de La Bisbal y sus alrededores, el teniente von Rohn se haba visto obligado a evitar el cmodo camino real y hacer uso de los senderos forestales que conducan a Forgosa dando un rodeo por la sierra.

A esta altura de su relato, el teniente von Rohn dio rienda suelta a sus amargas quejas contra los contadores del ejrcito, afirmando que deseara arrancar de sus mullidas poltronas a todos los comisarios de guerra y a los elucubradores, y en general a todos los chupatintas del cuartel general, para hacerlos sentarse sobre las duras piedras del suelo espaol; de ese modo aprenderan pronto a tratar a las tropas como es debido. En su regimiento escaseaba un da el calzado y al siguiente los cartuchos, y una vez los zapadores haban tenido que emplear cubetas de jardinero en lugar de sus gaviones. A partir de all perdi por completo el hilo del relato y dio en hablar de la soldada, protestando enrgicamente contra el hecho de que un teniente cobrase en casa veintids tleros al mes mientras que l, en campaa, slo reciba dieciocho. Junot est loco!, grit a continuacin, en el acaloramiento de la fiebre. Cmo es posible que un loco de atar siga mandando un cuerpo de ejrcito! No digo que no sea valiente; en la batalla le coge el fusil a cualquier soldado raso y pelea como uno ms.

En este punto Eglofstein le interrumpi con una pregunta. Inmediatamente el teniente se calm y volvi al objeto de su relato.

Al caer la tarde de su segundo da de viaje haba alcanzado, en compaa de su asistente, los bosques de Bascara. Mientras se abran paso a travs del espeso monte bajo los caballos, en terreno tan difcil, eran ms obstculo que ventaja, oyeron tiros de fusil y el alboroto del combate que no lejos de ellos, en el camino real, estbamos manteniendo nosotros y los guerrilleros. De inmediato, Rohn alter su ruta y se dirigi, ladera arriba, hacia lo ms espeso del bosque, donde esperaba hallarse a resguardo. Pocos minutos despus, una bala perdida lo alcanz en la espalda. Cay al suelo y perdi la conciencia por un breve lapso de tiempo.

Cuando volvi en s se encontr sobre el lomo de su montura, a la que su asistente lo haba atado con unas correas. Pese a que les faltaba poco para alcanzar la cima de la colina, el ruido de la lucha se oa desde mucho ms cerca; ahora le era posible distinguir voces aisladas y captaba breves rdenes, maldiciones y el gritero de los heridos.

En un claro situado en lo alto de la colina se hallaba la ermita de San Roque, medio destruida por el fuego. All se detuvo el asistente con los caballos, pues el teniente haba perdido mucha sangre y pareca ir a morrsele entre las manos. Despus de explicarle que si seguan as acabaran cayendo ambos infaliblemente en manos de los espaoles, sac al teniente de encima del caballo y lo introdujo en la ermita. Rohn, que senta intensos dolores y estaba debilitado por la prdida de sangre, no se opuso a ello. El asistente lo subi a cuestas por la escalera, lo dej en el suelo de la ermita, lo envolvi en su capote y lo cubri con haces de paja. Luego le puso en las manos la cantimplora y dej a su lado cubrindolas tambin con paja dos pistolas cargadas, de manera que al teniente le bastara alargar la mano derecha para alcanzarlas. Hecho esto se alej con los dos caballos, despus de suplicar al teniente que se quedase tranquilo all tumbado y que no se moviese, que le prometa que permanecera siempre cerca y no lo dejara en la estacada, pasase lo que pasase.

Entretanto se haba hecho oscuro y el tiroteo y el alboroto haban enmudecido. Por un lapso de tiempo todo permaneci tranquilo, y el teniente, creyendo que el peligro haba pasado, se dispona a asomar la cabeza por el tragaluz para llamar a su asistente, cuando de repente oy voces y vio un resplandor de hachones y antorchas que se aproximaban a la ermita.

De inmediato advirti que eran guerrilleros, y en un abrir y cerrar de ojos volvi a ocultarse debajo de los haces de paja. A travs de los agujeros y rendijas del entablado sobre el que yaca vio cmo los espaoles introducan en la ermita a sus heridos. Uno de ellos subi la escalera y arroj haces de paja a los otros; el teniente contuvo el aliento, pues tema ser descubierto y abatido en el acto.

Pero el espaol no advirti la presencia del teniente y baj por la escalera con su linterna, para ir a vendar a los heridos. Iba del uno al otro con sus instrumentos, pero el teniente jams haba visto mdico de campaa que ejerciese su oficio con ms mal humor y desgana que aquel cirujano espaol.

Qu haces ah sentado como el judo Job en su montn de estircol? le espet a uno de los heridos. A otro, que entre gemidos afirmaba presentir que pronto estara en la gloria, le dijo con sarcasmo: La gloria no est tan al alcance de la mano como t te piensas, patn. T te has credo que para ir al cielo basta con tener un agujero en la barriga.

Qu tienes para m en tu botiqun? oy el teniente que preguntaba otro herido. Grasa de mono? Manteca de oso? Heces de cuervo?

Para ti tengo un padrenuestro y punto gru el mdico. Tienes demasiados agujeros! Y mientras se inclinaba sobre el siguiente, refunfu: La muerte es una pagana, no respeta los das de guardar. Siempre he dicho que cuando hay una guerra, a los cementerios les salen jorobas.

No vienes aqu? grit un herido desde un rincn.

T te esperas hasta que te toque el turno! exclam airado el mdico. Ya te conozco yo a ti. Cada vez que te pica un mosquito quisieras que te pusieran un emplasto. Ojal la bala hubiera ido a parar al infierno, as no estaras aqu cabrendome!

Entretanto, afuera, delante de la ermita, los guerrilleros haban encendido una hoguera. En direccin al bosque se haban apostado varios centinelas a los que un oficial de ronda iba pidiendo el parte de uno en uno. Los insurgentes, en nmero de ciento cincuenta o ms, estaban tumbados alrededor de la hoguera; muchos de ellos dorman, y algunos fumaban cigarrillos. Llevaban ropas y armas arrebatadas a los franceses. Uno luca polainas de infantera, otro un largo sable de coracero, el tercero unas pesadas botas de montar alemanas. Cerca de la ermita se alzaba un alcornoque a cuyo tronco haba sido fijada una estampa de la Virgen con el Nio; frente a ella haba dos espaoles arrodillados, rezando. Un oficial ingls, capitn de los fusileros de Northumberland, estaba de pie, apoyado en su sable, mirando al fuego; con su capote escarlata y el blanco penacho de plumas de su morrin causaba entre los andrajosos guerrilleros el efecto de un ducado de oro rodeado de ochavos de cobre. (De acuerdo con la descripcin de Rohn, slo poda tratarse del capitn William O'Callaghan, el cual, segn nos constaba, haba recibido del general Blake el encargo de poner orden y disciplina entre las bandas de guerrilleros de aquella regin.)

Entretanto, el mdico de campaa haba concluido su tarea dentro de la ermita; sali de ella cojeando y se acerc a la hoguera. Era un hombre bajo y sumamente gordo, vestido con una chupa parda, calzones cortos y medias azules hechas jirones; en el cuello de la chupa, sin embargo, llevaba galones de coronel. Cuando el resplandor del fuego ilumin su rostro, el teniente descubri que aquel hombre que, dentro de la ermita, haba estado vendando a los heridos, y, con la malignidad de una hiena, les haba dado tan mezquino consuelo espiritual, no era otro que el Tonel en persona. Llevaba en la cabeza un gorro de terciopelo con bordados de oro; el teniente lo reconoci al instante como el gorro de dormir del mariscal Lefebre, clebre en todo el ejrcito debido a que por su causa al caer, junto con parte del equipaje del mariscal, en manos de los insurgentes haban sido arrestados los ayudantes del enfurecido mariscal, as como todos los oficiales de la escolta.

El Tonel tena las manos extendidas sobre el fuego para calentrselas. Durante un rato todo permaneci tranquilo; slo se oan los gemidos de los heridos, las maldiciones de uno de los que dorman y el murmullo de los dos espaoles que rezaban arrodillados delante de la imagen.

Contaba el teniente Rohn que en este punto tuvo que luchar contra un gran cansancio, y que, a pesar de la sed que senta, se habra quedado dormido all, tan cerca de sus enemigos, si las resonantes voces de los centinelas no lo hubieran despejado de repente. Ech una mirada por el tragaluz y vio entonces al marqus de Bolibar, que en aquel momento pasaba de la oscuridad del bosque al resplandor del fuego.

El teniente Rohn lo describi como un anciano de alta estatura con el pelo y la barba totalmente blancos. La nariz era ligeramente aguilea y sus rasgos tenan algo de fiero y sobrecogedor cuyo origen el teniente Rohn no consigui esclarecer pese a todos sus esfuerzos.

Ah est! exclam el Tonel, retirando las manos del fuego. El seor marqus de Bolibar aadi, dirigindose al oficial ingls. Os pido mil perdones, seor marqus dijo, haciendo una desmaada reverencia hasta el suelo, por haber estorbado vuestro descanso nocturno, pero maana seguramente ya no me habrais encontrado en estos parajes, y debo poneros al corriente de ciertas noticias de extrema importancia referentes a vuestra familia.

El marqus levant la vista con un rpido movimiento de la cabeza y mir al Tonel a los ojos. Su rostro haba perdido todo color, pero el fuego lanzaba un resplandor rojizo sobre sus mejillas.

Sois, seor marqus, pariente del teniente general Bolibar, que hace dos aos tena a su mando el segundo cuerpo del ejrcito espaol? pregunt con gran urbanidad el capitn ingls.

El teniente general es mi hermano dijo el marqus, sin apartar la vista del Tonel.

En el ejrcito ingls sirvi un oficial con vuestro nombre, que en Acre arrebat a los franceses toda su artillera.

Ese era mi primo dijo el marqus, manteniendo los ojos clavados en el Tonel; pareca como si esperase por aquel lado un ataque o una embestida a los que deba enfrentarse con firmeza en la mirada.

La familia del seor marqus ha dado oficiales destacados a muchos ejrcitos dijo entonces el Tonel. Tambin en las filas francesas ha servido hasta hace poco un sobrino del seor marqus.

El marqus cerr los ojos.

Ha muerto? pregunt en voz baja.

Hizo una gran carrera dijo el Tonel, riendo. Lleg a ser teniente con los franceses, a pesar de sus diecisiete aos. Yo tambin tengo un hijo, y me habra gustado hacer de l un soldado, pero es jorobado y slo sirve para el convento.

Ha muerto? pregunt el marqus. Segua erguido, sin moverse, pero su sombra se estremeca con violentos saltos en el resplandor agitado del fuego, y pareca que no fuera el anciano, sino su sombra la que, llena de temor e incertidumbre, aguardaba el mensaje del Tonel.

En el ejrcito francs lucha gente de muchas nacionalidades dijo el Tonel, encogindose de hombros. Alemanes y holandeses, napolitanos y polacos. Por qu, digo yo, no habra de servir tambin con los franceses un espaol?

Ha muerto? grit el marqus.

Que si ha muerto? S!! Y ahora est haciendo una carrera con el diablo, a ver quin llega antes a los infiernos! profiri el Tonel, estallando despus en una salvaje carcajada que retumb escalofriante en los rboles del bosque.

Yo estuve a su lado cuando su madre lo trajo al mundo dijo el marqus en voz baja y sofocada. Yo lo sostuve en la pila del bautismo. Pero desde la cuna fue inconstante como una veleta. Dios lo tenga en su seno.

El que lo tendr en su seno ser el diablo! grit el Tonel, lleno de rabia y sarcasmo.

Amn! dijo el capitn ingls, sin que se pudiera saber si daba su amn a la plegaria del marqus o a la maldicin del Tonel.

El marqus se acerc al altarcillo y se inclin hacia el suelo ante la imagen de la Virgen. Los dos espaoles que haban estado rezando all se levantaron para dejarle sitio.

Yo, por mi parte dijo el Tonel, dirigindose al capitn, no puedo alardear de parentela aristocrtica; mi madre era criada, y mi padre zapatero remendn. Por eso sirvo a mi rey y a la Santa Madre Iglesia, ya que no todo el mundo puede ser noble.

T sabes, Dios mo, que los mseros mortales no podemos vivir sino en el pecado rezaba el marqus ante la imagen de la Madre celestial.

Debis saber, capitn dijo el Tonel con una carcajada burlona y amarga, que la flor y nata de nuestra nobleza, el duque del Infantado y el marqus de Villafranca, los dos condes de Orgaz, padre e hijo, y el duque de Alburquerque, se fueron todos a Bayona a rendir pleitesa al rey Jos.

No habrs olvidado, Seor, que tambin uno de tus apstoles fue un traidor y un sinvergenza! grit el marqus de Bolibar hacia la imagen de Mara.

S, nuestros orgullosos grandes se han dado buena prisa en ir a Bayona a vender su lealtad por dinero. Claro que por qu no? Acaso el oro de los luises franceses es peor que el de los doblones espaoles?

San Agustn fue un hereje y t le perdonaste. Me oyes, Seor? Pablo fue un perseguidor de la Iglesia y Matas un avaro y un adorador del dinero, y Pedro te neg, pero T a todos los perdonaste. Me oyes, Seor? exclam el marqus desesperado en su fervorosa plegaria.

Pero no escaparn a su castigo por toda la eternidad! Estn perdidos y el infierno los aguarda. Llamas, fuego y chispas, fuego por arriba, fuego por abajo, fuego por todas partes, fuego por toda la eternidad! vocifer el Tonel con feroz expresin de triunfo, mientras contemplaba extasiado la oscuridad de la noche, como si en la distancia, ms all de los oscuros bosques, viera arder y brillar las llamas del infierno.

Apidate de l, apidate, Seor! Y luzca para l la luz eterna!

Desde su escondite, el teniente Rohn escuchaba con asombro y horror tan extraa plegaria, pues el marqus no suplicaba sumiso a Dios, sino que le hablaba y le gritaba, ora enojado, ora amenazante, como si quisiera convencer a Dios con argumentos de que hiciera su voluntad.

Por fin el marqus se levant del suelo y se dirigi hacia el Tonel. Su frente estaba surcada de arrugas, los labios le temblaban y en sus ojos arda un fuego airado.

El Tonel hizo como si se asombrase de verle all todava.

Seor marqus dijo, se ha hecho tarde, y si maana queris presentar a primera hora vuestros respetos al comandante francs...

Basta! grit el marqus, mientras su rostro adquira un aspecto an ms terrible que antes. El Tonel enmudeci de inmediato. Los dos nombres quedaron de pie el uno frente al otro, en silencio y sin moverse. Slo sus sombras se estremecan, oscilando al inquieto resplandor del fuego; se encogan y saltaban, se rehuan y se lanzaban la una sobre la otra, y al teniente Rohn, en la calentura de la fiebre, le pareci como si el odio y la feroz ansia de lucha de aquellos dos hombres se hubieran trasladado sin ruido a sus sombras danzantes.

De repente se volvi a or a los centinelas, e inmediatamente un hombre sali corriendo del bosque hacia el fuego. En cuanto le vio, el Tonel abandon su duelo con el marqus de Bolibar.

Ave Mara Pursima! jade el mensajero, sin aliento: tal es el saludo comn de los espaoles, que puede orse en las calles y en las casas cientos de veces cada da.

Sin pecado concebida! exclam el Tonel, lleno de impaciencia. Cmo es que vienes solo? Dnde has dejado al cura?

Al cura le ha dado un clico por culpa de una morcilla asada...

Maldita sean su alma, su cuerpo y sus ojos! bram el Tonel. Tiene menos redaos que un conejo. Lo que tiene es miedo, sa es su nica enfermedad!

Est muerto, puedo jurarlo dijo el mensajero. Lo he visto en su cuarto, amortajado.

El Tonel se mes los cabellos con ambas manos y empez a maldecir de modo tan brbaro que a nadie habra extraado ver que el cielo se hunda sobre su cabeza. Tena la cara tan roja de ira que pareca un ladrillo dentro de un horno.

Que est muerto? grit, abriendo la boca para respirar. Habis odo, capitn? Se ha muerto el cura!

El oficial ingls mir en silencio al vaco. Los guerrilleros se haban levantado del suelo y, envueltos en sus capotes, se acercaban tiritando al fuego.

Y ahora qu? pregunt el capitn.

Jur sobre el sable del general Cuesta que mantendramos la ciudad en nuestro poder aunque nos costase a todos la vida. Tanto ingenio como habamos puesto en disear y llevar a cabo nuestros planes, y se le ocurre al cura morirse en el peor momento!

Vuestros planes eran malos dijo de pronto el marqus de Bolibar. Con vuestros planes slo habrais conseguido un agujero en la cabeza, y nada ms.

El Tonel mir al marqus enfurecido y lleno de indignacin.

Qu sabis vos de nuestros planes? No los he hecho pregonar por las calles.

El padre Ambrosio, cuando sinti que iba a morir, me mand llamar dijo el marqus. Quera que yo llevase a trmino lo que le habais encomendado a l. Pero vuestros proyectos son malos, y os lo digo a la cara, coronel Saracho: del arte de la guerra no entendis nada.

Pero vos s, verdad, seor marqus? exclam el Tonel lleno de enojo. Vos os comeris la ciudad de un bocado.

Habis enterrado bajo la muralla de la ciudad un saco de plvora escondido entre sacos de arena y con una mecha que el padre deba encender por la noche, para abrir as una brecha en el muro.

S interrumpi el Tonel al marqus. Pues de otra manera es imposible tomar la ciudad. Es capaz de resistir a la artillera ms pesada, pues, como puede leerse en las crnicas, fue fundada hace ms de cinco mil aos por el rey Hrcules y el apstol Santiago juntos.

Vuestro conocimiento de la historia es admirable, coronel Saracho, pero no habis tenido en cuenta que lo primero que hacen los franceses all donde llegan es reunir a todos los frailes y ponerlos a buen recaudo. O sea que maana encerrarn a los frailes en un convento o en una iglesia, pondrn delante de la puerta un can cargado con la mecha encendida y no dejarn salir a ninguno. Lo habais tenido en cuenta, coronel Saracho? Pero aun en el caso de que el cura hubiera logrado escabullirse, tenis enfrente a todo el regimiento de Nassau y una parte del de Hessen, y no contis ms que con un puado de hombres mal preparados, con pocas ganas de obedecer y muchas de mandar.

Es cierto, es cierto! grit el Tonel, impaciente y enojado. Pero mis hombres son listos y no les falta valor, y habramos hecho doblar la rodilla a esos colosos alemanes.

Tan seguro os mostris de ello? pregunt el marqus. Apenas se oiga la detonacin, sonar por todas las calles de La Bisbal el toque de generala y los alemanes acudirn a toda prisa a sus piezas de artillera. Dos descargas de metralla y su asalto habra terminado. Tampoco habais pensado en esto, coronel Saracho?

El Tonel no supo qu contestar. Mordindose las uas, permaneci en silencio.

Y aun en el caso prosigui el marqus de que algunos de vuestros hombres consiguieran entrar en la ciudad, os abriran fuego desde todos los rincones y esquinas, desde detrs de las rejas de las ventanas y desde los tragaluces de los stanos. Porque los habitantes de La Bisbal estn todos del lado de los franceses. Vuestros guerrilleros les han arrancado las vides y han incendiado sus olivares, coronel. Y no hace mucho hicisteis fusilar a dos jvenes del lugar que se haban negado a enrolarse.

Es verdad. S dijo uno de los guerrilleros. La ciudad est contra nosotros. La gente nos pone mala cara, las mujeres nos vuelven la espalda, los perros nos ladran...

Y los posaderos nos dan vino agrio refunfu un segundo.

Pero la posesin de La Bisbal es, por razones estratgicas, de la mayor importancia para nosotros explic el capitn. Si los franceses continan ocupndola, pueden atacar al general Cuesta por el flanco y por la retaguardia aprovechando cualquier maniobra de sus tropas.

Entonces que el general Cuesta nos mande refuerzos! dijo el Tonel. Tiene los regimientos Princesa y Santa Fe y la mitad del regimiento de caballera Santiago. Debera...

No nos mandar ni un mal jamelgo. El mismo est en apuros, y cundo habis odo que un tullido ayude a otro? Qu hacemos, coronel?

Cmo queris que os lo diga si no lo s ni yo mismo? dijo el Tonel malhumorado, mirndose los dedos. Entretanto, los guerrilleros, viendo a sus jefes desconcertados, indecisos e incapaces de llegar a un acuerdo, empezaron a dar muestras de agitacin. Algunos gritaron que entonces se haba acabado la guerra y ellos se volvan a casa. Otros les contradijeron, gritando que no queran volver a casa a acarrear lea y hacer fuego para sus mujeres. Y uno se fue hacia su borrico y empez a ensillarlo, como si quisiera salir de all al instante y cabalgar hasta su aldea.

En medio de aquel alboroto se oy de pronto la voz del marqus de Bolibar:

Si os avens a obedecerme, coronel, os dar la solucin.

Tan pronto como oy estas palabras desde su escondite, Rohn volvi a sentir aquel temor inexplicable que ya le haban infundido en el primer instante el rostro y la mirada del marqus de Bolibar. Despreciando el peligro de ser descubierto, asom la cabeza por el tragaluz para no perderse una palabra. La sed y los dolores haban desaparecido, y el teniente se senta dominado por el pensamiento de que el destino le haba sealado para sorprender los designios del marques de Bolibar y desbaratarlos.

Al principio era tal el gritero y el alboroto de los guerrilleros que discutan si sera mejor continuar la lucha o dispersarse, que el teniente no consigui entender lo que el marqus de Bolibar expona a los otros dos. Sin embargo, al cabo de pocos instantes el Tonel, entre maldiciones y juramentos, orden silencio a sus hombres, y el ruido ces de inmediato.

Le ruego que prosiga, seor marqus dijo el capitn con extrema cortesa. Tambin la actitud del Tonel haba cambiado por completo; el sarcasmo, el odio y la maldad se haban borrado de su rostro, y en su lugar haban aparecido el respeto y casi la sumisin; los tres, el oficial ingls, el jefe de los insurgentes y el teniente Rohn miraban, expectantes, al marqus de Bolibar.

Seales

Llegado a este punto de su relato, el teniente Rohn hizo una descripcin del pavoroso cuadro de aquella reunin nocturna, que haba quedado hondamente grabada en su alma. Pint al Tonel, quien agachado en el suelo como un gnomo, atizaba el fuego con unas ramas pues la noche era fra, mientras miraba fijamente al marqus; al oficial ingls, que estaba all de pie con rostro impasible y sin embargo lleno de excitacin, y no se daba cuenta de que el capote escarlata se le haba resbalado de los hombros y haba cado al suelo; a los guerrilleros, que se apiaban en torno al fuego, en parte para or mejor lo que se deca, en parte a causa del relente de la noche; y al alcornoque con la estampa de la Virgen, que, desarraigado por el viento y casi cado en el suelo, pareca inclinarse sobre el marqus para escuchar sus palabras. En el nimo del teniente, turbado por el temor y la fiebre, se alz el sentimiento de que tambin Dios y la Virgen estaban aliados con los guerrilleros y tomaban parte en su conspiracin.

De pie en el centro del cuadro, el marqus de Bolibar revelaba a los dems sus siniestros planes.

Enviaris a vuestros hombres a sus casas, coronel Saracho orden. Los haris regresar a sus campos, a sus vias, a sus estanques y a sus establos de mulas. Esconderis tambin vuestras piezas de artillera y vuestros carros de municiones, y esperaris la hora en que seremos ms fuertes que los alemanes.

Y cundo llegar esa hora? pregunt el Tonel lleno de dudas, meneando la cabeza y soplando el fuego.

La hora llegar pronto anunci el marqus. Pues voy a conseguiros un aliado. Contaris con una ayuda en la que no habais pensado.

Si os refers al Empecinado refunfu el Tonel levantndose del suelo, sabed que ese hombre es mi enemigo, y no acudir cuando lo necesite.

No estoy hablando del Empecinado. Son los ciudadanos de La Bisbal quienes saldrn en vuestra ayuda. Los ciudadanos de La Bisbal se alzarn una noche y caern sobre los alemanes.

Esos barrigudos y papudos de La Bisbal grit el Tonel, irritado y decepcionado, dejndose caer de nuevo al suelo en lo nico que piensan por la noche, cuando estn acostados con sus mujers, es en cmo podran darnos a nosotros y a la patria un nuevo Judas Iscariote.

Yo har que salgan de sus camas y se rebelen! exclam el marqus, amenazando con la mano a la ciudad, que dorma tranquila abajo en el valle. Tened por seguro que habr un gran levantamiento. Mis planes estn listos en mi cabeza; y pongo mi cuerpo y mi alma por prenda de que darn resultado.

Por unos instantes los tres quedaron callados, mirando al fuego y siguiendo cada uno la lnea de sus pensamientos. Los guerrilleros cuchicheaban entre s, y el viento de la noche zumbaba entre los rboles y arrancaba gotas de lluvia de sus ramas.

Y cul es nuestra misin en esa empresa? pregunt al fin el capitn.

Esperar mis seales. Os dar tres. A la primera, reuniris a vuestros hombres, ocuparis los caminos, colocaris la artillera en posicin y haris saltar por los aires los dos puentes del Alhar. Pero no hasta que os d la seal, pues es de la mayor importancia que hasta entonces los alemanes se crean seguros.

Seguid, seguid! apremi el Tonel.

A mi segunda seal empezaris sin demora a bombardear la ciudad con balas de can, bombas y granadas. Al mismo tiempo tomaris posesin de las primeras lneas de defensa.

Y luego?

Entretanto habr estallado la sublevacin; cuando los alemanes estn ocupados en defenderse por todas partes de los ciudadanos amotinados, har la tercera seal, y vos ordenaris el asalto.

Est bien dijo el Tonel.

Y las seales? pregunt el capitn sacando su pizarra.

Conocis mi casa en La Bisbal? pregunt el marqus al Tonel.

La casa que hay a la entrada de la ciudad o la de la Calle de los Carmelitas, aquella que tiene unas cabezas de sarracenos?

La de la Calle de los Carmelitas. Del tejado de ese edificio veris alzarse un humo espeso y negro. Humo de paja mojada, sa ser la primera seal.

Humo de paja mojada repiti el capitn.

Cuando una noche, estando todos en silencio en La Bisbal, oigis el rgano del convento de San Daniel: sa ser la segunda seal.

El rgano del convento de San Daniel escribi el capitn. Y la tercera?

El marqus reflexion por breves instantes.

Dadme vuestro cuchillo, coronel Saracho dijo por fin.

El Tonel sac de debajo de su chupa un cuchillo de monte con mango de marfil tallado, de los que en Espaa se llaman de lengua de buey.

El marqus lo tom.

Cuando un mensajero os traiga este cuchillo, ordenaris el asalto. Ni antes ni despus: de ello depende el xito de toda la empresa, coronel Saracho.

Arriba, bajo el techo de la capilla, el teniente von Rohn, a quien no se le haba escapado ni una palabra, sinti que la frente le arda y la sangre le martilleaba las sienes. Conoca las tres seales destinadas a hacer caer la catstrofe sobre la guarnicin de La Bisbal. Y saba que el xito de la empresa ya no estaba en manos del Tonel, sino en las suyas.

Hay an algunos detalles que conviene aclarar dijo el oficial ingls, pensativo, mientras guardaba en su bolsillo la pizarra. Podra ocurrrseles a los alemanes la idea de poner a buen recaudo a la persona del marqus de Bolibar. En tal caso, nos cansaramos de esperar intilmente las seales.

Los alemanes no encontrarn en ninguna parte al marqus de Bolibar. Vern a un mendigo ciego que vende cirios benditos para el Agnus Dei a la puerta de la iglesia, o a un aldeano que lleva al mercado huevos, queso y castaas con su burro. Tratad de reconocerme en el sargento que hace formar a los centinelas delante del polvorn, o en el dragn que lleva a abrevar el caballo del comandante del regimiento.

El ingls sonri.

Vuestro rostro no es de los que se olvidan con facilidad dijo. Me comprometera a reconoceros en cualquiera de vuestros disfraces, seor marqus.

As que os comprometerais? dijo el marqus, hundindose despus en sus pensamientos; permaneci callado unos instantes. Capitn, conocis al general Rowland Hill?

He tenido repetidas veces el honor de ver al general Rowland Viscount Hill of Hawkstone; por ltima vez, hace cuatro meses, cuando, alojndome en Salamanca, hube de efectuar algunas compras cerca de su residencia. Pero, qu estis buscando en el suelo, seor marqus?

El marqus se haba inclinado hacia el suelo. Cuando se irgui llevaba puesto sobre los hombros el capote escarlata del ingls. Aparte de ello, el teniente Rohn no not al principio nada singular, y fue el gesto de inmenso asombro que se pintaba en el rostro del ingls lo que despert su atencin.

De repente, el rostro del marqus de Bolibar haba adquirido rasgos extraos, por completo desconocidos para el teniente. Rohn vea por primera vez aquellas mejillas descarnadas, surcadas por numerosas arrugas, por primera vez aquellos ojos inquietos que se deslizaban sin descanso sobre las cosas, la boca dura y de trazos firmes, y aquel mentn robusto que dejaba adivinar una gran energa y una voluntad inquebrantable. Y entonces aquel semblante extrao abri la boca y dijo lentamente, con voz carrasposa:

Capitn, la prxima vez que en un ataque os hallis frente a una artillera tan pesada...

El ingls asi fuertemente al marqus por los hombros y profiri una maldicin o un juramento que el teniente Rohn no comprendi.

Qu diablo de comediante os ha enseado esa condenada tcnica? grit. Si no fuera porque casualmente s que Lord Hill no habla una palabra de espaol...! Pero devolvedme mi capote, que hace un fro de todos los demonios!

Los guerrilleros se rieron del enojo y la estupefaccin del ingls, pero uno de ellos se santigu y dijo, mirando temerosamente al marqus:

Su excelencia el seor marqus sabe hacer muchas ms cosas. Dadle dos medidas de sangre, doce libras de carne y un saco de huesos y os har con todo eso un hombre, cristiano o moro, lo mismo le da.

Segus pensando, mi capitn pregunt el marqus, que de golpe haba recuperado su rostro habitual, que los alemanes podrn prenderme si estoy decidido a desaparecer? Esta misma noche, a la hora del ngelus, pasear por la Puerta del Sol sin que nadie me lo impida.

Quisiera dijo el capitn con tono preocupado que me revelarais el disfraz que habis elegido, pues temo que mis hombres, al no reconoceros, puedan causaros algn dao durante el asalto a La Bisbal.

No deseo otra cosa exclam el marqus que ser enterrado como un desconocido y perder junto con mi vida tambin mi nombre, que est cubierto para siempre de vergenza y oprobio.

Entretanto, el fuego haba ido menguando y empezaba a apagarse. El viento soplaba fro y hmedo y por detrs de los oscuros montes se alzaba un lvido amanecer.

La gloria que os traer esta empresa... empez a decir el capitn, en tono inseguro, mientras miraba las brasas que se apagaban.

Gloria? lo interrumpi, airado, el marqus. Es posible que sepis, mi capitn, que la gloria no se gana en batallas y contiendas. Desprecio la guerra, que nos obliga a hacer el mal una y otra vez. Un pobre mozo de labranza que en su simpleza se limita a arar su campo, tiene ms gloria que los mariscales y los generales, como es posible que sepis, mi capitn. Pues con sus pobres manos, ese hombre sirve a la tierra, a la misma que nosotros hemos arruinado y ultrajado en esta guerra.

Todos los que estaban en pie alrededor del fuego apagado enmudecieron tras estas palabras y miraron llenos de asombro y temor, pero tambin de reverencia, a aquel hombre que, pese a despreciar la guerra, asuma la responsabilidad de mancharse de sangre en ella con tal de expiar la falta cometida por uno de su estirpe.

Soy un soldado dijo, tras un largo silencio, el Tonel. Y una vez que nuestra empresa haya triunfado, discutir con vos sobre la gloria que la guerra puede acarrear a un soldado valiente. Pues os reconocer, marqus.

Si me reconocis, sed misericordioso y no pronunciis mi nombre, que estar para siempre cubierto de oprobio. Apartad la mirada y dejadme seguir mi camino sin ser reconocido. Y ahora quedad con Dios.

Id con Dios! repuso el capitn. Y que el cielo os proteja en vuestra empresa.

Mientras el marqus se alejaba, el Tonel se volvi hacia el capitn y le dijo a media voz:

Dudo que el marqus de Bolibar...

Se interrumpi, pues el marqus se haba parado y acababa de darse la vuelta.

Volvis la cabeza cuando os pronunciar vuestro nombre, seor marqus exclam el Tonel, riendo a carcajadas, y por ello os reconocer.

Tenis razn, y os lo agradezco. Debo ensear a mi odo a hacerse sordo al sonido de mi nombre.

Est claro que fue en aquel momento cuando el marqus de Bolibar concibi la idea cuya realizacin presenci al da siguiente en su jardn, sin comprender el sentido de tan extraa escena. Entretanto, el teniente Rohn se consuma de temor e impaciencia en su escondite. Saba que era la nica persona capaz de salvar al regimiento Nassau del peligro que sobre l se cerna en La Bisbal. No vea llegar el momento en que su asistente vendra a liberarlo de su escondrijo y lo llevara a La Bisbal. Y lo atormentaba la idea de que el marqus alcanzara la ciudad antes que l y, sin impedimento alguno, desaparecera entre la multitud para poner en ejecucin sus terribles planes.

Pero ahora el Tonel daba por fin la orden de partida. Los guerrilleros se pusieron de inmediato en pie y empezaron a correr de un lado a otro, a toda prisa y atareadsimos; unos sacaban a los heridos de la ermita, otros cargaban sobre los lomos de las mulas cestos de provisiones, odres de vino y alforjas. Algunos cantaban durante la tarea, otros discutan, las mulas lanzaban relinchos estridentes, los arrieros maldecan y, en medio de aquel alboroto, el capitn ingls se preparaba el t del desayuno con la escudilla que acababa de colocar encima del fuego. El Tonel, despus de colgar del rbol, junto con la estampa de la Virgen, una linterna y un espejo, se afeit a toda prisa, dando un vistazo al espejo y otro a Nuestra Seora, a fin de rezar mientras se rapaba la barba.

Nieve en los tejados

La tarde de aquel mismo da, a la hora del ngelus, el marqus de Bolibar pas por la Puerta del Sol sin hallar obstculo. Nadie lo reconoci, y, entre la multitud de aguadores y pescaderos, de especieros y aceiteros, de cardadores de lana y frailes que al caer la tarde se apiaban frente a la puerta de la iglesia para rezar la salutacin anglica y saludar a caras conocidas, el marqus podra haber desaparecido como una anguila en aguas turbias. Su mala estrella, sin embargo, haba dispuesto que escuchara nuestro secreto, aquel secreto que nos tena amarrados a los cinco con las cadenas del recuerdo, a m y a los otros cuatro. Secreto nuestro y de la difunta Franoise-Marie, el secreto que habamos preservado siempre en lo ms hondo de nuestros pechos, pero que aquella noche dejamos jactanciosamente al descubierto, ebrios de vino de Alicante y enfermos de nostalgia porque haba nieve en los tejados.

Aquel arriero harapiento que estaba sentado en un rincn de mi habitacin con un rosario entre las manos lo haba odo y haba de morir.

Lo hicimos fusilar frente a la muralla, en secreto y a toda prisa, sin juicio ni confesin. A ninguno de nosotros se le ocurri pensar que aquel hombre que se desplom ensangrentado sobre la nieve bajo el impacto de nuestras balas pudiera ser el marqus de Bolibar.

Y ninguno imaginaba tampoco qu siniestro legado haba echado sobre nuestros hombros antes de morir.

Aquella tarde estaba yo al mando de la guardia que custodiaba la puerta de la ciudad. Hacia las seis dispuse la salida de las patrullas nocturnas, que en el trmino de media hora haban de hacer la ronda a lo largo de la muralla. Mis centinelas, con las carabinas prontas a disparar ocultas bajo los capotes, estaban en pie en sus garitas, silenciosos e inmviles como santos en sus hornacinas.

Empez a nevar. Dicen que en estas zonas montaosas de Espaa no son raras las nevadas. Pero fue aquella tarde cuando vimos por primera vez copos de nieve en Espaa.

Haba mandado llevar a mi habitacin dos perolas de cobre con brasas encendidas, pues en las casas de La Bisbal no haba estufa alguna. Los ojos me escocan por el humo, y el temporal de nieve haca sonar los vidrios de las ventanas con un tintineo sutil y amenazante. No obstante, me senta a gusto en mi habitacin caldeada. En un rincn estaba mi cama, hecha de matas frescas de brezo cubiertas por mi capote. La mesa y los asientos se haban improvisado con toneles y tablones, y sobre la mesa haba calabazas llenas de vino, pues yo esperaba la visita de mis camaradas, que tenan previsto pasar la Nochebuena en mis aposentos.

Desde el desvn me llegaban las voces de mis dragones, que estaban echados en el suelo, envueltos en sus capotes y discutiendo. Sub sin hacer ruido los peldaos de madera.

Sola colarme entre mis hombres, aprovechando la oscuridad, para prestar odo a sus conversaciones. Pues viva en la constante inquietud de que nuestro secreto hubiera corrido y los dragones, por la noche, creyndose solos y sin vigilancia, pasaran el rato murmurando y parloteando sobre la difunta Franoise-Marie y sus facetas ocultas.

El desvn estaba oscuro como boca de lobo. Pero reconoc por la voz al sargento Brendel.

Le has podido echar el guante al fulano que te ha robado la bolsa? pregunt, y la voz gruona de otro respondi:

Me he ido detrs de l pero no he podido cogerlo. Ese se ha largado y se guardar bien de volver.

Los espaoles son todos as! exclam una voz airada. Se pasan el da rezando hasta que se les gastan las rodillas, y tan santurrones y beatos son, que tienen que estar llenando a cada momento las pilas de agua bendita; pero en lo nico que piensan los muy granujas, los muy bergantes, es en cmo pueden engatusarnos y robarnos mejor.

Hace cinco das o la voz del cabo Thiele, cuando estbamos acampados en Corbosa, un ladronzuelo de sos, un arriero, se las pir con un arcn en el que el coronel tena guardados los camisones y las enaguas de la seora coronela, que en paz descanse, y ahora los debe de tener en su madriguera apestosa.

Nuestro coronel llevaba siempre entre su equipaje las ropas de Franoise-Marie; en todas sus campaas y adonde quiera que viajase no se separaba de ellas. Al or a los dragones hablar de la esposa de nuestro coronel, empez a palpitarme el corazn, y cre llegado el momento en que nuestro secreto iba a salir a la luz. Pero no o ni una palabra ms acerca de Franoise-Marie; los dragones empezaron a echar pestes sobre la campaa y sobre los generales, y el sargento Brendel se despach a gusto con el mariscal Soult y su estado mayor.

Os lo digo yo exclam: esos seores que hacen la guerra montados en sus calesas y sus cabriols, muchas veces, tenedlo por seguro, pasan ms miedo en combate que nosotros. En Talavera los vi doblar el espinazo como mulas en cuanto empezaron a volar las granadas.

S, pero nuestros peores enemigos no son las granadas terci otro. Nuestros peores enemigos son esas marchas intiles de aqu para all, ocho horas de camino para ahorcar a un labriego o a un cura. El suelo enfangado, los piojos y las medias raciones nos hacen ms dao que las granadas.

Y no te olvides de la carne de oveja dijo el dragn Stber. Apesta tanto que los gorriones que pasan volando por encima caen muertos al suelo.

Soult no tiene corazn para sus soldados, eso es lo que pasa dijo afligido el cabo Thiele. Es un tacao, slo va detrs de la riqueza y los cargos. S, es mariscal y duque de Dalmacia. Pero como cabo hara el ridculo, os lo digo yo.

Nada sobre Franoise-Marie. Estaba escuchando en vano. Slo el rezongar diario sobre la campaa espaola, con el que los soldados solan pasar el rato antes de dormirse cuando, rendidos por las marchas y los combates, se echaban a descansar. Los dej discutir y politiquear a sus anchas; no por ello cumplan peor con su deber.

O la voz del teniente Gnther desde mi cuarto; baj a toda prisa la escalera y encend la luz.

Gnther estaba sacudindose la nieve de sus ropas. Tambin estaba all el teniente Donop, con el tomo de Virgilio asomando por el bolsillo, como de costumbre. Era el ms inteligente e instruido de mis camaradas, saba latn, se manejaba bien con la historia antigua y llevaba siempre entre su equipaje hermosas ediciones de los clsicos romanos.

Nos sentamos a beber y empezamos a maldecir a nuestros anfitriones espaoles y los miserables alojamientos que nos daban. Donop se quej de que en su cuarto no haba ni estufa ni chimenea, y la ventana, en lugar de vidrios, tena un trozo de papel empapado en aceite.

As no hay quien lea la Eneida dijo suspirando.

Las paredes rebosan de santos, pero en toda la ciudad no hay una cama limpia. En la cocina hay devocionarios a montones, pero todava no he visto ni un jamn ni una salchicha dijo Gnther malhumorado.

Con mi anfitrin no es posible tener una conversacin razonable cont Donop. Est todo el da con el nombre de la Virgen en los labios, y cada vez que llego a casa me lo encuentro arrodillado delante de algn apstol Santiago o algn santo Domingo.

Pues dicen que los ciudadanos de La Bisbal ven con buenos ojos a los franceses terci yo. Brinda, hermano. A tu salud.

A la tuya, hermano. Dicen que en la ciudad se ocultan curas e insurgentes disfrazados.

Insurgentes muy mansos que no disparan ni matan, y se conforman con despreciarnos afirm Gnther.

Seguro que mi anfitrin es uno de esos curas disfrazados dijo Donop riendo en voz baja para s. Pues no conozco otro oficio que haga engordar tanto.

Me pas su vaso vaco por encima de la mesa y se lo volv a llenar. Entretanto se abri la puerta de un empujn, y, envuelto en una nube de copos de nieve impulsados por el viento hacia dentro de la habitacin, entr taconeando el capitn Brockendorf.

Deba de haber estado bebiendo antes en algn otro lugar, porque la cara redonda, con aquella enorme cicatriz roja, brillaba como un perol de cobre recin bruido. Llevaba el sombrero ladeado sobre la oreja izquierda, el bigote y la perilla embetunados y las gruesas trenzas negras colgando tiesas desde las sienes hasta el pecho.

Hola, Jochberg! Lo has cogido ya? me grit.

An no respond, sabiendo que se refera al marqus de Bolibar.

El seor marqus se est haciendo esperar. El tiempo le resulta demasiado desagradable, teme que le estropee los zapatos.

Se inclin sobre la mesa y acerc la nariz a las calabazas.

Qu hay dentro de estas pilas benditas por el dios Baco?

Vino de Alicante, procedente de las bodegas del prelado.

Alicante? exclam Brockendorf gozoso. Allons, es un vino digno de que hagamos el burro por su culpa.

Cuando Brockendorf decida hacer el burro para tributar honores a un buen vino, se quitaba la guerrera, el chaleco y la camisa y slo conservaba los calzones, las botas y la abundante pelambrera negra de su pecho. Dos viejas que pasaban por delante de nuestras ventanas se detuvieron y miraron llenas de asombro hacia el interior de la habitacin. Se santiguaron, evidentemente con la duda de si tenan ante s a un ser humano o a una bestia extica.

Nos dedicamos a hacer honor al vino, y durante un rato no surgi conversacin alguna, excepto: Dios te d larga vida, hermano!, o Gracias, hermano!, o A tu salud, hermano! Brinda! Proficiat!.

Lo que dara por estar ahora en Alemania, en la cama, con una Barbara o una Dorothea a mi lado! solt de pronto, con voz vinosa, el camarada Gnther, que se haba pasado el da persiguiendo a las espaolas. Pero Brockendorf se ri de l y exclam que por su parte, aquella noche prefera ser una grulla o una cigea, para que el vino tardara ms en bajarle por la garganta. El vino empezaba a subrsenos a todos a la cabeza. Donop recitaba en voz alta versos de Horacio, y en medio del barullo entr en la habitacin Eglofstein, el adjunto del coronel. Me incorpor de un salto y le di el parte.

Ninguna otra novedad, Jochberg? me pregunt.

Ninguna.

No ha pasado nadie por delante de la guardia de la puerta?

Un prior de los benedictinos de Barcelona, que ha venido a La Bisbal a visitar a su hermana. El alcalde responde por l. Tambin un boticario con su mujer y su hija, de paso hacia Bilbao. Tienen la documentacin en perfecto orden, extendida por el cuartel general del general d'Hilliers.

Nadie ms?

Dos ciudadanos que han salido de la ciudad por la maana para trabajar en sus viedos. Llevaban pases, y los han exhibido a su regreso.

Est bien. Gracias.

Eglofstein! Brindo por ti! exclam Brockendorf, agitando su copa. A tu salud! Vieja grulla, sintate a mi lado!

Eglofstein mir al borracho y sonri. Pero Donop, manteniendo an la compostura, se dirigi hacia el capitn con dos copas de vino.

Mi capitn, estamos aqu reunidos esta noche para esperar al marqus de Bolibar. Quedaos con nosotros para saludar al seor marqus, cuando aparezca, en nombre de los oficiales del regimiento.

Al diablo todos los condes y los marqueses, viva la igualdad! rugi Brockendorf. Al infierno todos esos alfeiques perfumados con coleta y chapeaux bas!

An he de visitar a las patrullas y a la dotacin encargada de vigilar los molinos y las tahonas. Pero bueno!, que esperen dijo Eglofstein, sentndose a continuacin con nosotros.

Eglofstein! Sintate a mi lado! grit el borracho. Te has vuelto orgulloso. Ya no te acuerdas de cuando bamos los dos, en Prusia, recogiendo los granos de maz del estircol de los caballos para no morirnos de hambre.

El vino haba despertado en l la ternura y la melancola, y aquel hombre grande y fuerte apoy la frente en los puos y se puso a sollozar:

Ya no te acuerdas? Bah, en este mundo no hay amistad que no est corroda por los gusanos.

An no se ha acabado la guerra, hermano dijo Eglofstein. Me temo que acabemos almorzando ortigas y hojas de rbol cocidas en agua con sal, como por aquel entonces en Kstrin.

Y en cuanto la guerra se acabe dijo Donop, el Emperador en un abrir y cerrar de ojos empieza otra.

Y as debe ser, hermano exclam Brockendorf, que de repente volva a estar animado y alegre. Ya no me queda dinero, y tengo que ganarme la Cruz de Honor.

Empez a enumerar las batallas en las que haba participado durante la campaa espaola: Zorzola, Almaraz, Talavera, Mesa de Ibor, y la escaramuza del arroyo Gaucha; pero, a pesar de que se ayudaba con los dedos de la mano, se perda y tena que volver a empezar. El calor dentro de la angosta habitacin se haba hecho insoportable. Donop abri la ventana y el fro aire de la noche entr y nos refresc la frente.

Hay nieve en los tejados dijo Donop en voz baja, y al or esas palabras se nos enterneci a todos dolorosamente el corazn, pues nos hicieron evocar inviernos pasados, un invierno alemn. Nos levantamos y nos acercamos a la ventana y miramos los callejones oscuros a travs de la danza de los copos de nieve. Slo Brockendorf se qued sentado, contando con los dedos.

Brockendorf! exclam Eglofstein, volvindose hacia la habitacin. Cuntas millas hay de aqu a casa, a Dietkirchen?

No lo s dijo Brockendorf, renunciando por fin a sus cuentas. El clculo nunca ha sido mi fuerte. Slo he practicado el lgebra con posaderos y mozos de mesn.

Se puso en pie y se dirigi con paso vacilante hacia nosotros, a la ventana. La nieve haba transformado extraamente la ciudad espaola. De repente, la gente que andaba por las calles se nos antoj cotidiana y familiar. Un campesino caminaba a grandes pasos por la nieve, hacia la puerta de la iglesia, llevando en la mano un pequeo buey de cera. Dos viejas rean ante el portal de una casa. Una criada sala por la puerta de un establo, con una linterna en una mano y un balde de leche en la otra.

Era una noche como esta dijo Donop de pronto. Haba un palmo de nieve en la calle. Hace un ao. Yo haba estado enfermo todo el da, y por la noche me haba acostado y estaba leyendo las Gergicas de Virgilio. En eso oigo unos pasos leves en la escalera. Y oigo llamar suavemente a la puerta de mi habitacin. Quin es?, pregunto, y otra vez: Quin es?. Soy yo, amigo mo, y entonces entr. Tena el pelo rojo como las hojas de haya en otoo, hermanos. Estis enfermo, pobre amigo mo?, me pregunt, cariosa y solcita. S, estoy enfermo, exclam, y slo vos, ngel hermoso, podis curarme. Y salt de la cama y le bes las manos.

Y luego? pregunt el teniente Gnther con voz ronca.

Oh! Haba nieve en los tejados, la noche era fra, y su carne y su sangre tan clidas... susurr Donop, alejndose en alas de sus pensamientos.

Gnther no dijo ni una palabra. Midi la estancia a grandes pasos, lanzando miradas de odio a Donop y a los dems.

Bravo por nuestro coronel! exclam Brockendorf. Tena, en Alemania, el mejor vino y la mujer ms guapa.

La primera vez empez ahora Eglofstein que me qued a solas con ella en el saln... Por qu justamente hoy me viene a la memoria ese da? La nieve barra las calles, tan fuerte que apenas se poda abrir los ojos. Yo estaba sentado frente al piano de cola, y ella de pie a mi lado. Mientras yo tocaba, su respiracin se aceleraba, y yo oa sus suspiros. Se puede confiar en vos, barn?, me pregunt, y luego me cogi la mano. Ved cmo me late el corazn!, dijo en voz baja. Y llev mi mano bajo su blusa, justo al lugar donde la naturaleza haba dibujado en su piel la flor de rannculo azul...

Ms vino! exclam Gnther con voz ahogada por la clera.

Ay, todos habamos besado alguna vez aquel lunar, aquel pequeo rannculo azul. Pero Gnther haba sido el primero, y an hoy lo torturaban los celos; odiaba a Eglofstein, odiaba a Brockendorf, nos odiaba a todos los que habamos gozado despus de l del amor de la hermosa Franoise-Marie.

Ms vino! exclam, ronco de ira y arrancando la calabaza de donde estaba.

Se acab el vino, se acab la misa, podemos cantar el kyrie eleison dijo Donop, lleno de tristeza, pues no estaba pensando en el vino, sino en aquellos das pasados y en Franoise-Marie.

Imbciles! exclam Brockendorf, volcando, en su embriaguez, su copa, que rod por la mesa y se hizo aicos contra el suelo. Qu hablis vosotros, es que acaso la conocais? Vosotros, alfeiques, enclenques! Qu sabis de sus noches, qu sabis de sus soupers d'amour? Aqullos eran platos! Brockendorf estall en carcajadas y Gnther se puso plido como la muerte. Cuatro platos haba: la Crcour era el primero. Luego l'Aretin, la Dubarry y, para acabar, la Cythre...

Y la bastonazos rechin Gnther, fuera de s por los celos y la rabia, y levant su copa, como si fuera a vacirsela en la cara a Brockendorf. Pero en aquel instante omos ruido y voces en la calle.

Quin va? exclam el centinela.

Francia! fue la respuesta.

Alto! Quin vive? exclam el segundo centinela.

Vive l'Empereur! omos gritar a una voz tajante y brusca.

Gnther dej la copa encima de la mesa y se puso a escuchar.

Ve a ver qu pasa me dijo Donop.

Y en eso se abri la puerta bruscamente y uno de mis hombres entr, cubierto de nieve, en la habitacin.

Mi teniente, un oficial que no es del regimiento desea hablar con el oficial de guardia.

Nos levantamos de un salto y nos miramos los unos a los otros, asombrados y confusos. Brockendorf meti a toda prisa los dos brazos dentro de la guerrera.

Entonces, de repente, Eglofstein solt una estridente carcajada.

Camaradas! exclam. Nos olvidbamos de que esta noche vamos a tener el honor de recibir al seor marqus de Bolibar!

Salignac

El capitn de caballera Baptiste de Salignac debi de tomarnos a todos por borrachos perdidos o por locos de remate cuando entr en la habitacin, que rebosaba ruidosa alegra. Fue recibido por carcajadas desenfrenadas. Brockendorf jugueteaba con su copa vaca, Donop se haba dejado caer en una silla y daba rienda suelta a su risa, y Eglofstein, con gesto irnico, hizo una profunda y respetuosa reverencia:

Mis respetos, seor marqus. Estamos esperndoos desde hace una hora.

Salignac se detuvo en el umbral y, asombrado, nos mir a todos uno tras otro. Su guerrera azul con vueltas blancas y la corbata bicolor estaban desgarradas y arrugadas y manchadas de barro rojizo y ocre; el capote lo llevaba sujeto a las caderas, y las polainas blancas estaban caladas por la nieve y salpicadas hasta las rodillas por el fango del camino real. En torno a la frente llevaba atado un pauelo a modo de turbante, por lo que recordaba a los mamelucos del general Rapps. Llevaba en la mano un casco agujereado. Detrs de l, por la puerta abierta, haba entrado un arriero espaol, cargado con dos alforjas.

Pero pasad, pasad, seor marqus! Estamos ansiosos de conoceros! exclam Donop sin dejar de rer. Brockendorf, que se haba puesto en pie de un salto, se plant ante el capitn y lo examin con aire curioso de los pies a la cabeza.

Buenas noches, excelencia! A vuestras rdenes, seor marqus.

Pero de repente pareci darse cuenta de que era improcedente bromear con un traidor, con un espa. Comenz a retorcerse las puntas de su bigote embetunado y, con gesto feroz, orden al capitn:

Vuestro sable, haced el favor! Y rpido!

Asombrado, Salignac retrocedi un paso. La claridad de la tea encendida cay de lleno sobre su rostro demacrado y vi que careca de color, que era casi amarillo y estaba horriblemente marcado por algn mal incurable. Malhumorado, se gir hacia su sirviente, que justamente acababa de agacharse para apagar la tea en el suelo mojado por la nieve.

El vino en estas regiones es peligroso dijo en tono irritado. Parece que quien lo bebe se vuelve loco.

Cierto, seor militar, as es dijo el sirviente con voz sumisa. Lo s muy bien. A la gente como yo tambin nos cae de vez en cuando un buen sermn.

Quiz Salignac tomara a Donop por el menos borracho de todos nosotros, pues dirigindose a l le dijo speramente:

Soy el capitn Salignac de la Guardia Imperial. Tengo rdenes del mariscal Soult de unirme a vuestro regimiento y presentarme a su comandante. Tenis la bondad de decirme vuestro nombre?

Teniente Donop, con la venia, vuestro humilde servidor, ilustrsimo seor marqus dijo Donop, burln. A vuestras rdenes, excelencia.

Estoy harto de sus payasadas. Las manos del capitn temblaban de ira reprimida, pero su voz son fra, y ni una gota de sangre subi a sus descoloridas mejillas. Usted elige: espada o pistola? Tengo a mano ambas cosas.

Donop iba a replicar burlescamente, pero Brockendorf se le adelant, inclinndose sobre la mesa y gritando con voz de borracho:

Mis respetos, seor marqus! Cmo est la preciosa salud de su excelencia?

El capitn perdi de golpe su fra serenidad. Sac el sable y empez a atacar furiosamente a Brockendorf a planazos.

Eh, eh! No tan fuerte! grit Brockendorf, sorprendido y confuso, y fue a atrincherarse detrs de la mesa, intentando parar los golpes con una botella de vino vaca.

Alto! exclam Eglofstein, agarrando por el brazo al enfurecido capitn.

Soltadme! exclam Salignac, y continu arremetiendo contra Brockendorf con el sable.

Ms tarde podris batiros en duelo si es vuestro deseo, pero ahora haced el favor de escucharme!

No, no, djalo! exclam Brockendorf desde detrs de la mesa. He tenido que domar bastantes potros salvajes, y hasta ahora no me ha mordido ninguno. Ah, redis!

Acababa de recibir un buen golpe de sable en el dorso de la mano. De inmediato dej caer la botella de vino y examin afligido sus peludos dedos.

Salignac baj el sable, alz la cabeza y nos mir a uno tras otro con gesto triunfal y desafiante.

No estar en un error? exclam Eglofstein. Habis dicho Salignac. Si sois el capitn Baptiste de Salignac de la Guardia Imperial, debo conoceros. Yo soy el capitn Eglofstein, del regimiento Nassau, y coincidimos hace aos en una misin de correo.

Ya lo creo, fue entre Kstrin y Stralsund dijo Salignac. Os he reconocido nada mas entrar en la habitacin, barn. Pero vuestra conducta...

No puedo creerlo, camarada! exclam Eglofstein horrorizado. Se acerc todo lo posible al oficial y examin su rostro amarillento. Habis cambiado de un modo muy extrao desde los das de Kstrin.

El capitn de Salignac torci los labios en una mueca de desagrado.

Cog unas fiebres hace aos. Desde entonces sufro con frecuencia accesos de ese tipo.

En las colonias? pregunt Eglofstein.

No. En Siria, hace muchos aos dijo Salignac. De repente, su rostro adquiri un aspecto extraamente viejo y cansado. No hablemos ms de ello. Es una contrariedad que considero inherente a mi profesin. Pero ahora haced el favor de explicarme...

Habis vuelto a ser vctima de la mala suerte, camarada. Esperbamos esta noche la llegada del marqus de Bolibar, un conspirador espaol, hombre muy peligroso, que al parecer tiene la intencin de cruzar nuestras lneas con uniforme francs.

De verdad? Y ustedes me han tomado por ese conspirador espaol...

El capitn rebusc en los bolsillos de su guerrera azul y exhibi los documentos que lo legitimaban.

Como veis, tengo orden de agregarme a vuestro regimiento y ponerme al mando de un escuadrn de dragones cuyo capitn ha sido herido o hecho prisionero por los ingleses, segn me han dicho.

Era yo quien estaba al mando de los dragones desde que fuera herido el jefe de escuadrn Hulot d'Hozery. Por ello me levant, fui hacia Salignac y le di mi nombre y graduacin.

Formamos un semicrculo en torno al nuevo jefe de escuadrn. Brockendorf se frotaba contra la espalda la mano dolorida. Slo Gnther se qued aparte, de pie contra la ventana, mirando con gesto iracundo la calle oscura. Segua pensando en Franoise-Marie y en lo que Brockendorf, en su borrachera, haba revelado acerca de sus soupers d'amour y de los cuatro platos del banquete del placer.

Parece que he llegado en el mejor momento dijo Salignac, estrechndonos la mano a cada uno de nosotros. Han de saber prosigui, y en medio de su rostro macilento los ojos ardan en el deseo de meterse en aquella aventura, han de saber que poseo cierta experiencia en desenmascarar espas. Fui yo quien captur a los dos oficiales austracos que se haban infiltrado en nuestras filas en Wagram. El propio Duroc me ha encargado varias veces tareas de esta clase.

Yo no saba quin era Duroc, pero no era la primera vez que oa ese nombre. Probablemente se tratase de un hombre de confianza del Emperador, quizs el encargado de velar por su seguridad personal.

Mi nuevo jefe de escuadrn pidi a Eglofstein que le refiriese todo lo que sabamos acerca del marqus de Bolibar y sus planes. Los ojos le brillaron y los rasgos descarnados se le pusieron rgidos.

El Emperador quedar contento de su viejo grognard! dijo cuando Eglofstein concluy su informe.

Luego se dirigi a m, me pregunt dnde se alojaba el coronel y me pidi un dragn para acompaarle.

Vuelvo a tener trabajo dijo, lleno de impaciencia. El dragn y el arriero espaol se arrodillaron junto a l y le limpiaron las polainas de la suciedad del camino. ltimamente tuve que escoltar un transporte de cuarenta carros con bombas y balas desde el fuerte de San Fernando hasta Forgosa. Un aburrimiento. Gritos, altercados, inspecciones, berrinches, paradas inacabables en los caminos. Qu, acabis de una vez, vosotros dos?

Y el viaje hasta aqu? pregunt Eglofstein.

He hecho todo el viaje con el sable desenvainado y la carabina lista para disparar. Pasado el puente que hay cerca de Tornella me atacaron unos bandidos. Me mataron a tiros al asistente y al caballo, pero les di su merecido.

Estis herido?

Salignac se pas la mano por el turbante.

Una bala me roz la frente. No hablemos ms de ello. Desde esta maana no he encontrado ni un alma en el camino real, a excepcin de este mozo, que ha cargado con mi equipaje. Has acabado? se dirigi al arriero. Qudate aqu con mis alforjas hasta que vuelva.

Excelencia... trat de objetar el espaol.

He dicho que te quedes aqu hasta que te mande a tu casa! le increp Salignac. Ya cavars maana tu huerto.

Sentaos y bebed con nosotros, excelencia. An debe de quedar vino propuso Brockendorf. En su embriaguez, segua tomando al capitn por el marqus de Bolibar, y le llamaba excelencia. Sin embargo, vindonos a los dems hablar tan tranquilamente con l, le haba perdonado totalmente el golpe en la mano y sus alevosos planes.

Ya no queda vino dijo Donop.

En mi alforja tiene que haber tres botellas de oporto. Lo uso, combinado con naranjas y un poco de t caliente, como antdoto contra mis fiebres, cada vez que me atacan.

El