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1 TESIS DOCTORAL PERIODISMO MÁGICO Propuesta de descripción de los recursos compositivos y estilísticos de la crónica deportiva escrita desde la perspectiva de los estudios literarios aplicados al realismo mágico Autor: David Fleta Monzón Fdo: Director: David Vidal i Castell Fdo: Doctorado en Medios, Comunicación y Cultura. Departamento: Medios, Comunicación y Cultura. Universidad Autónoma de Barcelona 2015

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    TESIS DOCTORAL

    PERIODISMO MGICO

    Propuesta de descripcin de los recursos

    compositivos y estilsticos de la crnica

    deportiva escrita desde la perspectiva de los

    estudios literarios aplicados al realismo mgico

    Autor: David Fleta Monzn Fdo:

    Director: David Vidal i Castell

    Fdo:

    Doctorado en Medios, Comunicacin y Cultura. Departamento: Medios, Comunicacin y Cultura.

    Universidad Autnoma de Barcelona 2015

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    SUMARIO

    1.- INTRODUCCIN (p. 4)

    2.- DELIMITACIN DEL OBJETO DE ESTUDIO Y JUSTIFICACIN DE SU

    ELECCIN (p. 11)

    2.1.- HIPTESIS (p. 15)

    2.2.- MTODO (p. 17)

    2.3.- MARCO TERICO (p. 19)

    3.- TEORA DEL PERIODISMO (p. 20)

    3.1.- INTRODUCCIN (p. 20)

    3.2.- UN ENLACE DE SEMIOSIS (p. 27)

    3.3.- UN VELO DE PALABRAS (p. 31)

    3.4.- LA SOMBRA SIMBLICA (p. 44)

    3.5.- LA PALABRA EN EL PERODISMO (p. 47)

    RECAPITULACIN (p. 53)

    4.- LO VERAZ, LO VEROSMIL Y LO VERDADERO EN EL PERIODISMO (p. 54)

    RECAPITULACIN (p. 74)

    5.- ACERCA DEL MITO (p. 76)

    5.1.- INTRODUCCIN (p. 76)

    5.2.- EL LOGOS CONTRA EL MYTHOS (p. 80)

    5.3.- EL MITO ES UNA NARRACIN (p. 92)

    5.4.- MITO Y MAGIA (p. 96)

    5.5.- UNA EXPRESIN LOGOMTICA (p. 109)

    RECAPITULACIN (p. 116)

    6.- GNEROS PERIODSTICOS E HIBRIDACIN (p. 118)

    RECAPITULACIN (p. 131)

    7.- LA CRNICA (p. 132)

    7.1.- INTRODUCCIN (p. 132)

    7.2.- ASPECTOS PRINCIPALES DE LA CRNICA (p. 143)

    7.3.- PROPUESTA DE CARACTERSTICAS DE LA CRNICA (p. 167)

    7.4.- LA CRNICA DEPORTIVA (p. 178)

    7.5. EL DEPORTE COMO DISCURSO MEDITICO DE MASAS EN LA

    SOCIEDAD CONTEMPORNEA (p. 190)

    RECAPITULACIN DEL APARTADO 7.5 (196)

    8.- EL REALISMO MGICO (p. 197)

    8.1.- INTRODUCCIN (p. 197)

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    8.2.- ORIGEN Y DEFINICIN (p. 199)

    RECAPITULACIN (p. 212)

    8.3.- CARACTERSTICAS DEL REALISMO MGICO (p. 213)

    8.4.- LO MGICO, LO MARAVILLOSO Y LO FANTSTICO (p. 228)

    RECAPITUACIN (p. 239)

    8.5.- EL REALISMO MGICO Y SU RELACIN CON LO REAL:

    CULTURA Y SOCIEDAD (p. 240)

    REPACITUACIN (p. 251)

    9.- PUNTOS DE ENCUENTRO ENTRE LA CRNICA DEPORTIVA ESCRITA Y

    EL REALISMO MGICO (p. 252)

    9.1. PUNTOS DE ENCUENTRO DEFINITORIOS O PRIMARIOS (p. 253)

    9.2. PUNTOS DE ENCUENTRO COMPLEMENTARIOS O

    SECUNDARIOS (p. 276)

    9.3. ELEMENTOS COMUNES A POTENCIAR (P. 298)

    10.- TABLA DE ANLISIS (p. 306)

    11.- ANLISIS CUANTITATIVO (p. 310)

    CONCLUSIONES DEL ANLISIS CUANTITATIVO (p. 331)

    12.- ANLISIS CUALITATIVO DE CRNICAS ESCOGIDAS (p. 342)

    13.- NADAL CONTRA FEDERER, UNA RIVALIDAD DE CARCTER

    MTICO (p. 381)

    EPLOGO. EL MITO Y EL DEPORTE (p. 401)

    RECAPITULACIN (p. 405)

    14.- CONCLUSIONES (p. 407)

    15.- BIBLIOGRAFA (p. 429)

    16.- ANEXO DE CRNICAS ANALIZADAS (p. 442)

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    1. INTRODUCCIN

    La crnica deportiva no es realismo mgico. Este arranque burdo de tan obvio

    pretende sacrificar la sutileza propia de toda captatio benevolentiae y

    substituirla por un incomodidad que, como tal, sea recordada a lo largo de

    estas pginas, como una china en el zapato. Un brochazo lgico que utilice su

    fealdad deliberada para anclar el discurso dentro de la regin que

    pretendemos hollar. Un eslogan, y por tanto simplista, que al menos evite

    confusiones.

    Porque no se pretende aqu extremar la flexibilidad fronteriza de los gneros

    hasta incorporar el subgnero deportivo de la crnica periodstica en la

    corriente mgicorrealista. Lo que se persigue es el reconocimiento y la

    descripcin de ciertos elementos que creemos al menos parcialmente

    compartidos entre algunas crnicas deportivas y las obras mgicorrealistas

    ms representativas.

    Para encontrar el nexo original del que surgen estos parentescos habr que

    detenerse en la calidad de la mirada y en el paisaje de lo observado. Un

    afronte sensible de una realidad sugerente. Ms all de la polmica entre el

    realismo mgico y lo real maravilloso, que encararemos, acerca de dnde

    situar el privilegio de lo mgico, si en la perspectiva del narrador o en la

    realidad desaforada, parece innegable que los escritores que propagaron por el

    mundo la mirada maravillosa (Gabriel Garca Mrquez, Alejo Carpentier, Juan

    Rulfo, Miguel ngel Asturias) pisaban una materia prima mtica, legendaria,

    algica, musical, oral, que reclamaba a gritos ser entintada en papel. Eran

    gritos, eso s, solo audibles por determinadas sensibilidades. El cronista

    deportivo, por su parte, observa un par de veces por semana unos juegos

    reglamentados profesionales. En ellos, la exacerbada competitividad enfrenta a

    las personas mejor dotadas del planeta en el ejercicio de la destreza fsico-

    tcnica. Las inevitables identificaciones grupales, las emociones

    desamarradas, la persecucin instintiva de la victoria, la ingobernabilidad de

    una esfera que, claro, tiende a rodar y escaparse, el esfuerzo impensado, la

    creatividad industrializada, el azar determinado por las reglas del juego, el

    relato pico y trgico puede afirmarse que lo extrao sera que cada partido

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    de ftbol no desembocara, en uno u otro momento, en acciones inasibles para

    el logos.

    Tanto el escritor mgicorrealista como el cronista deportivo (podramos decir

    tanto el escritor como el periodista, pero tambin podramos decir cualquier

    escribidor) enfrentan un material con elevada carga algica. Esta puede ser

    ignorada, apartada por inconveniente o infantil, no percibida por su categora

    esttica, potica o mgica, como de hecho sucede en la mayor parte de las

    actividades interpretativas del orden humano. Pero tanto los mgicorrealistas

    como algunos relatores deportivos han decidido no solo incorporar ese

    material a sus escritos, sino privilegiarlo. Claro que el rescate de lo mtico no

    es tarea exclusiva del mgicorrealismo ni del periodismo deportivo. Seran

    muchos los ejemplos, rescatemos el de un escritor tan crtico con el llamado

    boom de la literatura hispanoamericana (que no es lo mismo que el realismo

    mgico y no debe confundirse, pero que convergen en algunos autores y obras,

    principalmente Cien aos de soledad) como Ernesto Sabato, doctor en Fsica

    que abandon el mundo ordenado de la razn por el influjo del surrealismo, y

    que siempre abog por el hombre integral, que ana los contrarios, lo recto

    lgico y lo intuido mtico, para acabar conformando lo total humano.

    El privilegio por lo extrao, por supuesto, hace inevitable el clich a escala

    industrial. A nadie sorprende ya que a Iker Casillas le llamen El Santo, que a

    Rosario Central se le aparezca la virgen, que Xavi juegue con el tiempo, Iniesta

    reparta caramelos en el terreno de juego y Messi haga todo esto y adems

    sonra a la cmara con cara de Mickey Mouse. Por otro lado, tampoco la

    ascensin al cielo de Remedios, la bella, el diamante helado de Melquades o

    las conversaciones con los muertos de Pedro Pramo se han salvado de las

    ms afiladas crticas desde casi todos los puntos de vista, que acusan de

    oportunismo mercadotcnico, de eurocentrismo o de primitivismo.

    Lo que al cabo nos interesa es cmo unos y otros asumen esta, digamos,

    improbabilidad. Cmo reacciona un cronista deportivo ante el hecho innegable

    de que Pirlo se convierte en un hroe posmoderno al lanzar su penalti de la

    tanda decisiva de la Eurocopa 2012 contra los ingleses al estilo Panenka, esto

    es, acariciando la pelota por abajo para provocar una suave comba que rompe

    con toda la lgica imaginable. Pirlo decide esto y consigue, como reconocen

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    posteriormente los protagonistas del partido, no solo marcar un gol sino robar

    la confianza que guardaban los ingleses y repartirla entre sus compaeros. El

    centrocampista, recordemos, ejecuta este movimiento ante la mirada

    colapsada y global de millones de aficionados que echan un pulso de apoyo y

    ojeriza, vtores e insultos, frenes en ambos casos. Cmo aceptar el reto de

    relatar semejante desfachatez sin asumir que el futbolista acert a responder a

    la exigencia desde la marginalidad. Prob con lo improbable y triunf. La

    locura se impuso. Lo inesperado. Lo exquisito. Lo sutil. No hay manera de

    narrar su hazaa deportiva sin hacer referencia a la magia, lo milagroso, lo

    mtico, lo pico, lo heroico, lo trgico. Es jugossimo que Pirlo confesara en su

    biografa que lanz el penalti as como consecuencia de un anlisis meramente

    racional: vio que el portero se iba a vencer a un lado y apost por el

    lanzamiento ms seguro. Su racionalidad fue nuestra locura. Su locura es

    naturalizada y nuestra razn, descompuesta.

    Puede objetarse que, si bien la magia, el mito y lo extrao son partes

    constitutivas y definitorias del realismo mgico, no lo son solo de l. La

    literatura fantstica, por ejemplo, juega con estos mismos mimbres. Cierto

    pero, como trataremos de explicar a lo largo de estas pginas, lo que distingue

    en esencia a la literatura fantstica del realismo mgico es la manera no

    conflictiva en que este asume la irrealidad. Podemos afirmar que el logos y el

    mythos conviven en el mismo plano de realidad mgicorrealista, de forma que

    los sucesos mgicos sorprenden a lector, pero no tanto a los protagonistas del

    relato, que los asumen como parte del juego. De la misma forma que aquella

    noche de un junio a punto de gastarse el planeta ftbol no tuvo ms remedio

    que obligar a la lgica a dejar paso a la genialidad del trequartista italiano,

    igual que el sexto sentido del zaguero atemorizado espera lo inesperable

    cuando defiende a Messi. Cuando lo vea aparecer tras de s despus de

    haberse volatilizado de enfrente de sus narices una vez ms, no buscar una

    cmara oculta, no pensar que est viviendo una pesadilla: ser

    perfectamente consciente de que aquello ha vuelto a suceder, aunque sea

    incapaz (l y todos los dems) de entender cmo.

    Tambin nos adentraremos en el nebuloso campo del mito, un concepto de

    dificilsimo manejo no solo por su peso y su complejidad intrnseca como

    elemento constitutivo del ser humano sino por su polisemia pasada y

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    presente. Un mito puede ser una narracin de las hazaas de hroes y dioses

    en el tiempo original, o la verdad que transmiten los poetas, o la mentira que

    transmiten los poetas, o la forma en que el humano domestica el mundo, o los

    grandes temas pasados, o los grandes temas presentes que se mezclan con las

    ms variadas formas culturales, o la emocin, o el smbolo, o la imaginacin, o

    el hroe, o el bulo. Un mito puede ser el de Prometeo o puede ser Supermn. O

    Maradona, desde todos los ngulos (futbolstico, nacionalista, religioso,

    revolucionario, cultural, mercantil). Y todo esto desde el estructuralismo, el

    funcionalismo, el formalismo

    Ms adelante trataremos de definir ms precisamente qu entendemos por

    mito en el contexto reducido de este trabajo, una regin insoslayable de la vida

    humana basada en la narracin, la imaginacin, la poesa y las cuestiones

    fundamentales. Esta regin intentaremos protegerla de dos enemigos grandes:

    el exceso empirista, que si bien es de la mxima necesidad en sus justas

    proporciones y ubicaciones tambin ha demostrado una ansiedad omnvora y

    saqueadora por querer explicarlo todo desde y solo desde la ptica

    experimental-racionalista; y la religin, que podra verse tentada de cobijarse

    en la ptica mtica para, a modo de caballo de Troya, tratar de recuperar un

    papel central como gua espiritual dogmtico y tornarse otra vez

    preponderante en la vida privada y social del hombre. Estamos diciendo que,

    en cierto modo, es muy probable que debamos proteger al empirismo y al mito

    contra ellos mismos. Ms en los tiempos que corren, caracterizados en

    palabras de Llus Duch por la remitizacin salvaje, que no es sino la

    consecuencia de la tecnificacin racionalista salvaje. La ciencia, la tcnica y el

    mercado, las religiones de nuestro tiempo, los creadores de dogmas

    incuestionables, aquello que sujeta nuestros pies al suelo, arrasan con lo no

    evidentemente cuantificable, tildado de infantil y primitivo. Mas lo mtico,

    constitutivamente humano, no ha sido del todo eliminado porque no puede

    serlo, de manera que, al igual que un ro cuyo curso se obstruye, desborda

    espacios que no le son propios (hasta el punto de mitificar los propios ciencia,

    tcnica y mercado). Este clima cultural de posrealidad, de desorden, de gran

    incertidumbre, genera discursos que atacan ferozmente los grandes relatos y

    que encuentran en lo mgico, lo potico y lo imaginativo un aliado

    incomparable. La proliferacin de blogs y pequeos medios de comunicacin

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    en internet amenaza, como un ejrcito de hormigas, con devorar la

    cuestionada credibilidad de las grandes cabeceras.

    Una vez llegados a este punto podremos comprender mejor a Manuel Vicent

    cuando caracteriza la rivalidad del tenis mundial como un duelo entre el

    dionisaco Rafa Nadal, el hombre de la tierra, el sudor, el moreno melenudo, y

    el apolneo Roger Federer, el jugador celestial, la clase y el clasicismo. Nadal y

    Federer funcionan para Vicent como arquetipos, pero es que parecera que

    ellos mismos fuerzan sus arquetipos para extremarse y parecerse cada vez

    ms a s mismos. Aqu enfrentamos una cuestin que consideramos vital para

    el estudio de nuestras sociedades. Nadal y Federer, Messi y Cristiano Ronaldo,

    Kobe Bryant y LeBron James, son hroes de nuestro tiempo para una

    cantidad nada despreciable de nios y adultos. Las retransmisiones deportivas

    copan los primeros puestos de los rankings de audiencia, el Comit Olmpico

    Internacional estima que 900 millones de personas vieron en directo la

    ceremonia de inauguracin de los Juegos Olmpicos de Londres, la cadena

    NBC ha pagado 4.400 millones de dlares para asegurarse los derechos de

    retransmisin de los JJOO hasta el ao 2020. Agrade o no, resulta innegable

    que el deporte juega un papel decisivo en la configuracin de las mediaciones

    a travs de las cuales los ciudadanos interpretamos la realidad. Algunas

    experiencias ligadas al deporte son literalmente inolvidables para millones de

    personas, debido a que estn estrechamente ligadas a la emocin. De ah la

    gran facilidad con que la memoria del aficionado al deporte es capaz de

    recordar dnde y con quin vivi aquel momento glorioso de su equipo o

    deportista favorito.

    En este punto es fcil una descarga en tromba de la crtica. Naturalmente, la

    acusacin de narcotismo social, de alienacin que recae sobre el deporte y

    sobre la mayora del periodismo deportivo que lo amplifica es en parte

    justificada. Argiremos, eso s, que en este caso, y una vez ms, se suele

    tomar como causa del problema lo que no es sino parte del problema, que

    viene provocado por una causa mayor y ms fuerte. Pese al riesgo de anatema,

    muchos intelectuales no se ruborizan al confesar su gusto por el deporte, que

    incluso se ha convertido en tema de su trabajo. El deporte no est reido con

    la sutileza, pese a que su alta carga emotiva lo haga de fcil consumo para

    toda clase de espritus. Pero hay algo ms ah detrs. No nos parece acertado

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    cargar al deporte con el saco de la incultura, porque cuando aquel lleg, esta

    ya estaba. Quien se niegue a verlo, yerra, y comete un error desproporcionado

    porque una mala acusacin conlleva un culpable libre. Una fuerte reduccin

    de los contenidos deportivos en los medios de comunicacin no implicara, de

    ninguna manera, una mayor culturizacin de la sociedad; quien sigue cada

    semana la jornada de liga no cambiara su eleccin por la Crtica de la razn

    pura. El problema es mucho ms profundo y tiene mayor relacin con el

    sistema educativo y la manera de acercar la cultura a la sociedad que con si

    hay partido de Champions o no.

    Ni siquiera el deporte es unvoco. Pocos privilegiados leen un partido de ftbol

    como el jefe de Deportes de El Pas, Jos Smano. Las aproximaciones al

    fenmeno deportivo por parte de autores como Mario Benedetti (El csped.

    Desde la tribuna es una tapete verde. Liso, regular, aterciopelado,

    estimulante. Desde la tribuna quiz crean que, con semejante alfombra, es

    imposible errar un gol y mucho menos un pase), Juan Villoro (No soport la

    idea de volverse un estorbo til, de correr contra su pasado en la punta

    izquierda para justificar de otro modo el estilo de juego que aprendi con el

    viejo Scopelli, el extremo fantasma que de golpe aparece en una esquina sin

    nadie), Eduardo Galeano (el rbitro es arbitrario por definicin), y tantos

    otros, muestran que tras la superficialidad espectacularizante y

    mercadotcnica, el deporte es capaz de ofrecer poderosos materiales para las

    miradas ms exigentes. Quienes nos dedicamos al periodismo deportivo

    sabemos que no es fcil encontrar plataformas desde las que mostrar estas

    perspectivas, pero eso no es culpa del deporte ni del periodismo deportivo,

    sino de los accionistas de los medios de comunicacin (plano empresarial) y de

    los directores de entes pblicos (plano poltico), cuya pasin no ya por el

    periodismo deportivo, sino por el periodismo, se oculta fenomenalmente tras el

    ansia del beneficio y/o del control ideolgico. Quienes, como es mi caso,

    hemos tenido el privilegio de retransmitir finales de Roland Garros, de

    Wimbledon, de la Copa Davis, de un Mundial de ftbol, de una Final Four de

    baloncesto o de una Copa Amrica de hockey, hemos hecho equilibrios hasta

    encontrar la grieta de la estructura, para colar por ah imgenes, historias,

    conceptos, que, por encima de todo, son sospechosos.

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    Concluyamos, por fin, que este trabajo, es fruto de un placer esforzado y

    rebuscado. La mejor manera que hemos hallado de fundamentar la mezcla de

    la pasin por el periodismo con la pasin por la literatura, dos actividades

    cuya ligazn evidente debe todava ser proclamada y practicada.

  • 11

    2. DELIMITACIN DEL OBJETO DE ESTUDIO

    Y JUSTIFICACIN DE SU ELECCIN

    La crnica, gnero anterior al periodismo, atraviesa un momento de esplendor.

    Su subjetividad mostrada se ha convertido en una efectiva estrategia para

    argumentar que el periodismo, al contrario que el sistema que trata de

    describir, tiene alma. Ofrece una voz personalizada la crnica, que a su vez

    recoge otras voces y las eleva al espacio pblico de la denuncia social.

    Humanidad industrial contra insensibilidad maquinal. Esto lo han detectado

    las grandes empresas editoriales, que necesitan visibilizar al sujeto. El

    periodismo de papel tiene que ofrecer hoy subjetividad y eso solo puede

    hacerlo a travs de los gneros de opinin y de la crnica1, dice Miguel

    Aguilar, presidente de Debate. Que sea alguien y no algo quien cuenta lo que

    sucede no solo puede parecer ms atractivo sino ms fiable. En un requiebro

    de la teora de la credibilidad, la posesin de la verdad podra alejarse del ente

    periodstico para recaer en el periodista. Al menos el lector puede

    responsabilizar a una persona de lo que lee, una persona que, lejos de la

    responsabilidad in vigilando de las plantas ms altas del edificio, vio, escuch,

    sinti y entendi a su manera lo que sucedi. Confianza posmoderna,

    preferencia por la verdad parcial vivida que por la verdad total supuesta. La

    credibilidad se la arrebata la mirada a la marca.

    Debate public recientemente la serie Crnicas, con obras de Jagielski, Talese

    y Guillermoprieto entre otras. Alfaguara no le fue a la zaga. Reedit Honrars

    a tu padre, de Talese, y sac al mercado el periodismo literario de Manuel

    Vicent, Juan Villoro y Rosa Montero. Que el olfato del mercado persiga la

    superficialidad y el consumismo inmediato no implica vacuidad en este caso.

    Su apuesta se asienta en el impulso que la crnica en particular y el

    periodismo literario en general viene dando hace aos en Latinoamrica, cuna

    nueva de tanto. Gatopardo, Etiqueta Negra, El Malpensante, Soho, Pie

    Izquierdo, Marcapasos, Letras Libres publicaciones que exhiben un estado

    de forma que lleva al poeta, novelista y ensayista Daro Jaramillo a afirmar

    que la crnica periodstica es la prosa narrativa de ms apasionante

    1 Periodismo, literatura y viceversa, publicado en El Pas el 18-2-2011, p. 34.

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    lectura y mejor escrita hoy en da en Latinoamrica.2 No entraremos en la

    relacin de jerarqua entre el periodismo literario y la novela latinoamericanos,

    pero resulta admirable el empeo de algunos periodistas del continente por

    crear crnicas y por entender la crnica, gnero central de la narrativa

    hispanoamericana.

    En Espaa es un tipo de crnica deportiva la que mejor parece exprimir las

    posibilidades del gnero. Decimos alguna porque nos referimos a la anttesis

    del tratamiento periodstico que la prensa deportiva especializada suele

    ofrecer. Hablamos de las pginas de deportes de El Pas, que desde hace aos

    llevan a cabo un evidente esfuerzo por prestigiar la crnica deportiva,

    alejndola del amarillismo, el simplismo y el servilismo y acercndola a la

    exigencia, la literaturizacin y la complejidad. El prestigioso periodista Enric

    Gonzlez suele afirmar que las mejores pginas de El Pas corresponden a la

    seccin de Deportes. Cronistas como Jos Smano, Ramon Besa, Diego

    Torres, Juan Jos Mateo, Eduardo Rodriglvarez y algunos de otros peridicos

    como Orfeo Surez, de El Mundo, y Santi Segurola, ahora pluma destacada en

    Marca y anteriormente jefe de Deportes primero y de Cultura despus en El

    Pas, demuestran en cada ejercicio una sensibilidad narrativa que no nos

    parece casual. El deporte y la literatura han mantenido estrechas relaciones

    siempre, desde los epinicios de Pndaro hasta los cuentos de Mario Benedetti,

    Eduardo Galeano, Miguel Delibes, Roberto Fontanarrosa, Javier Maras, Julio

    Llamazares, Manuel Rivas, Juan Villoro y Manuel Vicent, pasando por los

    anlisis de Albert Camus, Manuel Vzquez Montalbn o Enrique Vila-Matas. A

    pesar del vituperio gratificado al que es sometido el fenmeno deportivo por

    buena parte de la intelectualidad, son demasiados los acercamientos excelsos

    como para obviarlos o desacreditarlos.

    La mirada desprejuiciada encuentra su correspondencia en el hecho social

    total del que habla Ignacio Ramonet. El deporte, en concreto el ftbol

    globalizado, ha crecido tanto que no es aceptable el desdn ante sus

    implicaciones econmicas, sociales, culturales, identitarias o rituales.

    Ramonet otorga la categora de presagio a los enfrentamientos entre los

    aficionados croatas del Dinamo de Zagrev y los serbios del Estrella Roja de

    2 D. JARAMILLO. Antologa de crnica latinoamericana actual. Madrid, Alfaguara,

    2012, p. 11.

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    Belgrado, a los protagonizados por los eslovacos del Slovan de Bratislava y los

    checos del Sparta de Praga3. Y Marc Aug llama a la puerta del paraso

    racionalista occidental para mostrarle un espejo y sealar que es posible que

    Occidente est en la vanguardia de una religin y no lo sepa.4 Demasiado

    significado para no escucharlo, demasiado estruendoso para tan siquiera orlo.

    Buen odo es precisamente lo que mostraron tener los escritores que

    cultivaron el realismo mgico, una de las etapas ms luminosas del siglo XX

    literario. Fuegos artificiales para algunos, luz que sigue atravesando el tiempo

    y alumbrando a quien se quiera aproximar en opinin de otros, la polmica

    acompa al trmino y a sus estandartes desde el momento en que se

    convirti en sinnimo de xito. Acusado de responder desde el exotismo a la

    bsqueda europea de lo remoto, negado su carcter americano y

    americanizante por la influencia del surrealismo francs, el desacuerdo lleg

    incluso al tutano de la corriente literaria. Alejo Carpentier, con su prlogo a

    El reino de este mundo, situ en la Amrica mgica la frontera de lo real

    maravilloso y anul as que lo extraordinario anide en la mirada del escritor.

    Su postura fue atacada, con razn, con los ms variados argumentos y

    posturas, rescatando la magia de los barrotes arbolados haitianos.

    Aqu trataremos de atravesar la polmica por el tramo ms corto exigible hasta

    arribar a la manera como el realismo mgico incorpora lo azaroso,

    extraordinario, supersticioso, improbable, sorprendente, mgico, milagroso e

    incluso lo todava imposible al plano de lo cotidiano y natural. Tambin

    reivindicaremos la vigencia de la mirada mgica, ms all de su supervivencia

    en obras o productos culturales que se cobijan en el halo mgicorrealista: en

    cualquier mirada, en la mirada de cualquiera que afronte el relato de su vida

    de forma plena. Una mirada que encaja magnficamente en el punto de vista

    de la crnica deportiva.

    Si la magia, la maravilla, lo posible conforman una de las patas compartidas

    por el realismo mgico y la crnica deportiva, el mito es la siguiente (la tercera

    es la voluntad explicativa). Parte definitoria e imprescindible del realismo

    3 I. RAMONET. Un hecho social total, en Ftbol y pasiones polticas. Madrid, Debate,

    1999, p. 14. 4 M. AUG. Un deporte o un ritual?, en Ftbol y pasiones polticas. Op. cit., p 66.

  • 14

    mgico, su presencia es tan aplastante que ms que sealarla se tiende a

    relacionar. El propio Gabriel Garca Mrquez califica Cien aos de soledad de

    relato mtico. Un mito vivo, vivido, explicado solo en tanto que experimentado.

    De origen irrastreable y conformacin sedimentaria, contrasta con la

    construccin plastificada e instantnea de los mitos deportivos. Seres que

    apenas rozan la mayora de edad copan portadas, tertulias, resmenes

    televisivos. Las jugadas de sus goles, repetidas una y otra vez, son como

    tragos de brebaje embriagante que elevan al deportista a los altares de la

    instantaneidad. Tan peligrosa y criticable es esta prctica ilusionista que en

    ocasiones la crtica oculta el hecho, que sigue ah. Real, capitalista,

    mercadotcnico, colorido, farandulero, inamovible de un sistema de

    produccin de emociones en serie. Todo este sentido de mito sin pedestal

    habr que apartar para poder ver el otro, el permanente, el ganado jornada a

    jornada.

    Se observar que, al cabo y como siempre, de lo que estamos hablando es del

    lenguaje. Un lenguaje que sirve a la vez para reflejar la voluntad explicativa del

    realismo mgico, que es la de descubrir la autntica realidad de Amrica5,

    y de la crnica, cuya finalidad ltima es comunicar un hecho construido

    socialmente y considerado noticiable. Entendemos el lenguaje como la

    mediacin que por un lado impide el contacto directo sujeto-mundo y por otro

    crea la nica va de comunicacin posible del humano con sus congneres y la

    realidad.6 Una mediacin en absoluto asptica sino absolutamente plena de

    humanidad, y por tanto irremediablemente retrica, deliberada, corrompida de

    voluntad hasta su unidad ms minscula. Una mediacin que se piensa

    porque es el pensamiento. Sin agotarlo, sin poder ser reducido exclusivamente

    a l, lo constituye, lo define, lo existe, como la esencia a la cosa.

    A travs de este marco que encuadra el realismo mgico y la crnica deportiva

    pretendemos detectar los lazos que, creemos, los unen, estableciendo una

    suerte de contacto que bien podra denominarse periodismo mgico.

    5 D. VILLANUEVA y J. M. VIA LISTE. Trayectoria de la novela hispanoamericana actual. Del realismo mgico a los aos ochenta. Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 10. 6 Ver LL. DUCH y A. CHILLN. Un ser de mediaciones. Antropologa de la comunicacin. Vol. 1. Barcelona, Herder, 2012.

  • 15

    2.1. HIPTESIS

    Dado que:

    a) Entendemos la literatura como una forma de conocimiento capaz de

    aprehender y expresar lingsticamente la calidad de la experiencia, definicin

    acuada por Albert Chilln.7

    b) Consideramos la crnica deportiva un gnero que permite al redactor volcar

    su personalidad en el texto y expresarse de forma ms libre que en el comn

    de textos periodsticos informtivos, que no exige una estructura cronolgica

    rgida y en pirmide invertida sin que se atente por ello contra los principios

    de veracidad y honestidad periodstica.

    c) Algunos de los escritores ms representativos del realismo mgico, como

    Juan Rulfo o el padre de lo real maravilloso, Alejo Carpentier, trabajaron en

    algn momento de sus vidas como periodistas y que en algn caso utilizaron

    sus conocimientos como reporteros para escribir una obra literaria, como en el

    caso paradigmtico de Gabriel Garca Mrquez en Relato de un nufrago o

    Crnica de una muerte anunciada.

    Consideramos posible demostrar que:

    1.- Existen en el gnero periodstico de la crnica diversos elementos utilizados

    de forma habitual en la narrativa.

    2.- Algunos de esos elementos son caractersticos y definitorios del realismo

    mgico, corriente literaria del mbito de la ficcin alejada del concepto de

    veracidad, ya que no trata de elaborar un relato que se corresponda de forma

    coincidente con los hechos.

    7 A lo largo de su obra: El reportatge novelat: tcniques novellstiques de composici i estil en el reportatge escrit contemporani (Bellaterra, UAB, 1992), Literatura i periodisme: literatura periodstica i periodisme literari en el temps de la post-ficci (Valencia, Universitat de Valncia, 1993), La literatura de fets: els nous periodismes i lart del reportatge (Barcelona, Llibres de lndex, 1994) o Literatura y periodismo: una tradicin de relaciones promiscuas (Bellaterra, UAB, 1999).

  • 16

    3.- Estos puntos en comn tienen una presencia especialmente remarcable en

    ciertas crnicas deportivas, caracterizada en parte por su carcter mitopotico

    y emotivo. Creemos poder establecer ciertos puntos de encuentro entre el

    realismo mgico y algunas crnicas deportivas publicadas en el diario El Pas.

  • 17

    2.2. MTODO

    Para realizar tal tarea llevaremos a cabo un trabajo de bsqueda sistemtica

    de base documental y libresca en manuales de periodismo, de teora de la

    crnica y de la crnica deportiva, teora de la literatura y literatura

    comparada, especialmente aquellos que atienden al debate sobre veracidad,

    verdad y ficcin, y los que se ocupan del realismo mgico.

    Intentaremos realizar un trabajo deductivo argumentativo para relacionar las

    caractersticas primordiales de la crnica, en especial de la crnica deportiva,

    con algunas de las caractersticas ms relevantes del realismo mgico literario.

    Este ejercicio terico contendr numerosos ejemplos tomados de textos

    periodsticos y literarios que ayuden a fundamentar las bases del trabajo.

    La tercera parte del estudio consistir en el anlisis, tanto cuantitativo como

    cualitativo, de diferentes crnicas deportivas, la inmensa mayora de ellas

    publicadas en el diario El Pas. Realizaremos un anlisis cuantitativo sobre las

    74 crnicas publicadas en El Pas correspondientes a los partidos

    correspondientes al campeonato de la Liga de Ftbol Profesional disputados

    por el Ftbol Club Barcelona y por el Real Madrid durante la temporada 2010

    2011.

    Los criterios que hemos seguido para realizar esta eleccin son,

    principalmente, la hegemona del Bara y el Madrid en la configuracin del

    discurso meditico deportivo en Espaa; la rivalidad histrica existente entre

    ambos clubes que sobrepasa con mucho el terreno deportivo y se encuadra en

    el espacio de lo nacional y lo simblico, rivalidad acentuada por el

    enfrentamiento entre sus entrenadores, Josep Guardiola y Jos Mourinho,

    durante aquella temporada; el carcter mitopotico que contienen los relatos

    periodsticos que versan sobre ambos clubes y sobre el deporte en general; y el

    hecho de que el diario El Pas ha apostado tradicionalmente por un periodismo

    de calidad que, consideramos, se expresa de manera especialmente

    satisfactoria en las pginas dedicadas a la informacin deportiva.

    Los anlisis cualitativos, por su parte, tratarn de mostrar la presencia y

    explicar la funcin de los principales puntos de encuentro que detectemos

  • 18

    entre la crnica deportiva escrita y el realismo mgico literario en 19 textos

    periodsticos. Tambin en este punto, por las razones antedichas, la casi

    totalidad de los artculos escogidos han sido pubicados en el diario El Pas.

  • 19

    2.3. MARCO TERICO

    Partiremos de la epistemologa y la teora del periodismo (enriquecida por las

    aportaciones de la nueva lingstica, la filosofa del lenguaje, la sociologa y la

    antropologa), para cuestionar la perspectiva objetivista de raz positivista,

    dominante en la teora del periodismo durante dcadas.

    Nos apoyaremos en las perspectivas ms relevantes del estudio del mito desde

    un enfoque antropolgico para sealar de qu manera se encuentra presente y

    qu funcin cumple tanto en el realismo mgico como en la crnica deportiva.

    Nos aproximaremos al fenmeno del realismo mgico desde el campo de los

    estudios literarios que analizan la corriente mgicorrealista en el contexto de

    la literatura hispanoamericana del siglo XX, prestando atencin a sus

    influencias ms poderosas y al concepto de magia que propone.

    A partir de la narratologa, la literatura comparada, los estudios literarios y el

    comparatismo periodstico literario8 intentaremos destacar los lazos comunes

    entre el periodismo y la narrativa, y cmo esta ha influido de forma decisiva en

    aquel.

    8 Herramienta metodolgica propuesta por Albert Chilln en Literatura y periodismo: una tradicin de relaciones promiscuas, op. cit..

  • 20

    3. TEORA DEL PERIODISMO

    3.1. INTRODUCCIN

    Dos aos antes del estallido del sistema econmico occidental, Le Monde

    Diplomatique alert de la mala salud del periodismo. En septiembre de 2005 el

    especial Medios de comunicacin en crisis identificaba y analizaba los

    principales riesgos del sector: las concentraciones conservadoras en grandes

    grupos empresariales, la irrupcin de internet y el descrdito de un sistema

    carente de intelectualidad crtica y sobrante de desinformacin. Tras el fallo

    sistmico, el desplome de los ingresos por publicidad, su traduccin en

    despidos, cierres de cabeceras y la an mayor precariedad de las condiciones

    laborales han derivado en una prdida de credibilidad meditica sin

    precedentes, agravada por la fragmentacin del discurso en la red. Ignacio

    Ramonet habla ya de explosin del periodismo.9

    A todos estos factores debemos sumar otro no menor, de hecho causante o

    agravante de algunos de ellos: la irrupcin definitiva y el protagonismo

    acaparador de internet en el mbito comunicacional. No importa la tendencia

    del experto consultado, todos coinciden en un punto: internet est aqu para

    quedarse, el debate debe partir de este punto. Los acuerdos no acaban aqu.

    Resumimos algunos de los ms relevantes:

    - Existe consenso en afirmar que la informacin ya no circula en una

    forma cerrada sino fluida, que se va completando a medida que los

    periodistas (o quienes actan como tales) adquieren nuevas

    informaciones con que ampliar o corregir la informacin inicial.

    - Agrade ms o menos, todo ciudadano con acceso a internet se ha

    convertido, si no en un periodista potencial, al menos en un informador

    potencial. Esta tendencia se agudiza en la medida en que los mismos

    medios de comunicacin demandan la participacin ciudadana en sus

    pginas web.

    - La informacin es veloz y voraz. Ya no hay tiempo para contrastar una

    noticia, el privilegio recae ms que nuca en quien la lanza primero. Se

    9 I. RAMONET. La explosin del periodismo. Madrid, Clave Intelectual, 2011.

  • 21

    valora ms una primicia imperfecta que un buen reportaje que pueda

    ser tildado de seguidista.

    - Los medios de comunicacin tradicionales han sufrido un descenso de

    ventas y de publicidad muy severos. Segn Ramonet, entre 2003 y 2008

    la venta mundial de peridicos de pago se desplom un 7,9% en Europa

    y un 10,6% en Amrica del Norte.2 Y la tendencia contina. Esto se

    traduce en cierres de empresas periodsticas, algunas de ellas con ms

    de un siglo de historia, como The New York Sun o el Seattle Post-

    Intelligencer. La consecuencia es que miles y miles de periodistas y se

    quedan sin trabajo (remunerado).

    - Paradjicamente, los medios de comunicacin tradicionales son ms

    seguidos que nunca. The New York Times, cuya tirada en papel no llega

    al milln de ejemplares, es consultado va internet por ms de 43

    millones. En Espaa, El Pas, con picos de casi medio milln de tirada,

    supera las siete millones de visitas en su formato web.

    - La presin combinada de la urgencia y la crisis econmica est hiriendo

    gravemente la calidad de los textos. Los puestos y los gneros que

    requieren mayor inversin, como las corresponsalas y los reportajes de

    investigacin, respectivamente, estn desapareciendo de los grandes

    medios (por no hablar de los medianos y pequeos).

    A partir de aqu, se abre el debate. Algunos de los temas de discusin son tan

    apasionantes que marcarn de devenir mundial del oficio. Como el del modelo

    de negocio, es decir: cmo se hace para equilibrar las balanzas, no ya para

    obtener grandes beneficios, sino para cortar la hemorragia. Este punto, de

    vital importancia, se aleja bastante del espacio que privilegiamos en este

    trabajo. Por ello preferimos tratar, aunque sea de manera sucinta, otro punto

    polmico, el del valor otorgado a las redes sociales. Simplificando, podemos

    encontrar dos puntos de vista enfrentados. Uno afirma, como hace Ramonet,

    que, en efecto, cada ciudadano es un periodista en potencia, porque el

    sistema de informacin sometido a la dictadura de la urgencia3 impide al

    periodista profesional contrastar correctamente la informacin, lo que lo

    asemeja a cualquier ciudadano (nadie puede demostrar, a priori, que la

    comunidad de internautas no pueda contrastar, retocar y confirmar una

    2 Ibid, p. 28. 3 Ibid, p. 19.

  • 22

    noticia con el mismo rigor y seriedad, o ms, que un periodista

    profesional4). Por ello, Ramonet apuesta por el triunfo del amateur, del

    prosumidor (productor-consumidor de informacin).

    En el otro extremo se sita el director de El Pas, Jos Mara Izquierdo, quien

    se esfuerza en distinguir internet y sus bondades de las redes sociales. En su

    opinin5, estas estn cargadas de defectos, entre los que destacamos los

    siguientes: el anonimato encubridor que empuja al insulto, la generacin de

    bulos y noticias falsas, la banalidad reinante en muchos de los temas

    dominantes, la superficialidad en la que se estancan muchos usuarios, y la

    obsesin cuantitativa de muchos periodistas para quienes la mejor noticia es

    la ms retweeteada. En resumen, para Izquierdo las redes sociales tienen

    mucho ms de superficialidad efmera y vacuidad que de profundidad.

    Nuestro punto de vista mezcla los tipos puros, el optimismo casi

    rousseauniano de Ramonet y la uniformizacin a la baja de Izquierdo. Internet

    es el medio ms democrtico que existe y como tal arrastra algunos de los

    defectos de la democracia. Vale lo mismo el voto de un premio Nobel que el de

    un bala perdida, conviven en la red blogs sesudos y originales con loas a

    Hitler. Creemos que las redes sociales pecan de todos y cada uno de los

    defectos que enumera Izquierdo, pero tambin que pueden convertirse en un

    fabuloso enlace de conocimiento, en un conector de mentes inquietas, en un

    amplificador de la transparencia. Nos parece obvio que, de igual modo que un

    lector elige en el kiosko qu peridico o revista adquiere, el internauta optar

    por sus webs, blogs o foros favoritos. No apostamos por la estupidizacin de la

    poblacin por el mero hecho de que los ciudadanos gocen de mayor libertad.

    No obstante, es necesario resaltar algo. El periodista realiza, o aspira a

    hacerlo, un trabajo lingstico de carcter intelectual. Sus noticias (a las que

    consideramos ms cercanas al concepto de obra periodstica que al de

    producto) no deben competir en la carrera de lo cuantitativo. Cuanto ms lo

    hagan, ms se alejarn de la excelencia periodstica y ms fcil de imitar ser

    para un ciudadano sin una mnima formacin. No negamos la capacidad de

    elaborar textos interesantes, incluso magnficos, a quien no haya cursado la

    4 Ibid, p. 20. 5 J. M. IZQUIERDO. Para qu servimos los periodistas? (hoy). Madrid, Catarata, 2013.

    Pp. 55 a 86.

  • 23

    carrera de periodismo. Pero s afirmamos con rotundidad que para llegar a tal

    meta es necesario haber realizado un recorrido de formacin intelectual y

    emocional, vital, experiencial. Este recorrido puede haberse realizado en un

    aula o de manera autodidacta, utilizando ms la lgica o la intuicin,

    siguiendo una direccin estricta intelectualmente caprichosa, pero es

    necesario, sencillamente imprescindible si el objetivo es construir una

    narracin verdaderamente slida y profunda.

    Rozamos ya el terreno de la epistemologa, que tambin cuestiona

    decididamente el quehacer periodstico. Su marco terico tradicional, de raz

    positivista, basado en la capacidad del periodista en trasladar los hechos al

    medio de comunicacin, est en cuestin. Las aportaciones interdisciplinarias

    provenientes de la teora del conocimiento o de la filosofa del lenguaje llevan

    tiempo falsando una parte de los postulados fundamentales que defiende la

    perspectiva empirista de la comunicacin periodstica. Las investigaciones de

    autores como Luis Nez Ladevze, Francesc Burguet, Fernando Martnez

    Vallvey, Manuel Brua, Albert Chilln, David Vidal, Elvira Teruel o Leonor

    Alfuch han ido abriendo una brecha en esta perspectiva, que no solo ha sido

    dominante en las facultades de periodismo sino tambin (y sobre todo) en las

    redacciones de los medios de comunicacin.

    En esencia, todo gira en torno a la crisis de la palabra denunciada por George

    Steiner. Mientras no podamos devolver a las palabras en nuestros

    peridicos, en nuestras leyes y en nuestros actos polticos algn grado de

    claridad y de seriedad en su significado, ms irn nuestras vidas

    acercndose al caos.6 David Vidal ha profundizado en la cuestin7,

    caracterizada por el exceso de palabras, la inflacin de significantes, el exceso

    de palabras secundarias (palabras referidas a otras palabras), la devaluacin

    de la palabra, la desconfianza en la palabra, la escisin del sujeto y, en fin, la

    crisis general de la credibilidad.

    6 G. STEINER. Lenguaje y silencio. Barcelona, Gedisa, 2003, p. 51. 7 D. VIDAL. Alteritat i presncia. Bellaterra, Departamento de Periodismo y Ciencias de

    la Comunicacin de la UAB, 2000.

  • 24

    De nuevo con Vidal8 convenimos que es lcito concluir que la perspectiva

    hegemnica periodstica se encuentra en crisis. Los sntomas que muestra la

    teora del periodismo corresponden de manera alarmante con las premisas

    crticas que Thomas Kunh estableci en Estructura de las revoluciones

    cientficas o Segundos pensamientos sobre paradigmas. Vidal cita cuatro:

    poner diferentes nombres a las mismas cosas, hacer frente a cosas o

    fenmenos que antes no pasaban (internet), utilizar nuevos puntos de vista

    para estudiar fenmenos ya conocidos y descubrir nuevos problemas o

    fenmenos que los anteriores puntos de vista no haban sido capaces de

    detectar.

    Decamos que todo gira en torno a la palabra. Ms concretamente, en la

    credibilidad de la palabra. El tradicionalismo periodstico confa doblemente

    en ella, y es engaado dos veces. Primero, cuando no atisba traduccin alguna

    entre el lenguaje del mundo y el humano (sin reparar en que la nica

    posibilidad de que as sea se da cuando quien responde no es el mundo, sino

    el mismo humano). Despus, cuando tampoco la ve entre la palabra

    explicadora y el hecho explicado. No acierta a distinguir las dificultades del

    precario encaje con que funciona cualquier proceso de interpretacin. Es para

    l un ciclo aproblemtico, una cadena de montaje industrial en que los hechos

    van naciendo en el mundo, viviendo en el medio de comunicacin y muriendo

    felizmente, idnticamente a s mismos, en la interpretacin plana del

    consumidor de informacin, que los paladea como si los viviera. Una vez

    cumplida su perentoria y efmera tarea, los hechos, colmados de sentido,

    interpretados una sola e inequvoca vez, pasan a formar parte del background

    de informacin del periodista, accesibles como una ficha, mediante un simple

    rebuscar de dedos.

    Si el medio de comunicacin es un transmisor puro de informacin, de

    hechos, de vivencias lacrimosas y emocionales, es exigible el respeto a la

    objetividad. Warren, Dovifat, Copple, Martnez Albertos, Aguilera, los autores

    cannicos del hecho trasladado, resumen su ideario: La necesaria

    manipulacin informativa debe llevarse a cabo con una evidente

    8 D. VIDAL. La transformacin de la teoria del periodisme: una crisi de paradigma?,

    dentro de Anlisi, n 28. Departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicacin

    de la UAB, 2002.

  • 25

    disposicin psicolgica de no intencionalidad9, los hechos son sagrados,

    y aparecen diseminados por aqu y por all en todos los lugares del

    peridico10 o la finalidad del periodismo es especficamente informativa

    u orientativa. De ah que los mensajes periodsticos puedan reducirse a

    tres: el relato informativo, el relato interpretativo y el comentario. Y,

    como es fcilmente deducible, para la elaboracin de estos tres tipos de

    mensajes existe un tcnica y un lenguaje propios, que difieren de los

    puramente literarios.11

    La sacralidad de los hechos encuentra en la transparencia de la objetividad su

    virtuoso medio de trasporte. La objetividad, capacidad del periodista no solo

    de entender los hechos tal y como son (dando por supuesto que poseen una

    calidad inteligible concreta y clara) sino de comunicarlos de manera mimtica,

    es la piedra angular, el principio fundamental del periodismo positivista. Tanto

    desde el punto de vista terico, como acabamos de comprobar, como en el

    prctico. La objetividad es considerada por los medios de comunicacin como

    una virtud, la base sobre la que se asienta la credibilidad. Los ejemplos son

    inacabables. Cuando un editorial de El Pas pretende elogiar un discurso,

    asevera: Los razonamientos fueron presentados en forma atpicamente

    objetiva. El texto, publicado el 20 de diciembre de 2009, hace referencia al

    debate que se celebr en el Parlament cataln sobre la prohibicin de las

    corridas de toros.

    Objetividad es pues aqu sinnimo de informacin contrastada, de verdad, de

    certeza, de veracidad, y antnimo de opinin desinformada, mentira, incerteza

    o engao. Se trata de aproximar la descripcin del mundo a un paseo con un

    espejo que fuera reflejando la realidad, a la manera de Stendhal o Pla.

    Si los hechos son sagrados es pertinente que a todas las cosas, ideas y

    sentimientos les corresponda un nombre preciso y no otro. El libro de estilo de

    El Pas indica que los periodistas deben llamar las cosas por su nombre, sin

    caer en los eufemismos impuestos por determinados colectivos. As, por

    ejemplo, el impuesto revolucionario debe ser denominado extorsin

    9 A. MARTNEZ ALBERTOS. La noticia y los comunicadores pblicos. Madrid, Pirmide,

    1978, p. 76 10 Ibid., p. 101 11 J. O. AGUILERA. La literatura en el periodismo. Madrid, Paraninfo, 1992, p.23.

  • 26

    econmica, al reajuste de precios deber llamrsele subida, y nunca una

    polica tuvo que utilizar medios antidisturbios, sino que simplemente,

    los utiliz.12 La verdad queda fijada de forma objetiva en un libro de estilo

    que, paradjicamente y sin pretenderlo, confirma la idea de Wilde: la verdad es

    ciertamente una cuestin de estilo. Todo lo dems es eufemismo.

    Manipulacin periodstica.

    Frente a esta confianza en la verdad de los hechos y en la facilidad en

    trasladarlos, nos situaremos en una perspectiva crtica, que considera que no

    es humanamente posible transportar de manera objetiva, mimtica, un hecho

    noticiable a la ciudadana a travs de la mediacin periodstica. Entiende que

    en el proceso de comunicacin existe una inevitable manipulacin por parte

    del periodista, que comienza en la seleccin de qu es noticia y qu no lo es (o

    antes, en el mismo encaramiento interpretativo primero con el mundo); que

    pasa por la eleccin de los trminos lingsticos con que el periodista

    interpreta los hechos noticiables, eleccin estilstica esencial para la

    confeccin del relato; que contina en la mirada que el periodista dirige a esos

    hechos ya lingsticos, traducidos a lenguaje humano (por tanto

    humanizados) para ser comprendidos; y que se ve tambin configurada por el

    marco ideolgico y las experiencias vitales del periodista. No cree, por tanto,

    en aquel tipo de objetividad. Pero s en la capacidad del periodista para

    transmitir una informacin veraz.

    12 Tomado del enlace: http://estudiantes.elpais.com/libroestilo/indice_estilos.htm

  • 27

    3.2. UN ENLACE DE SEMIOSIS

    El pensamiento sobre el que se basar el posterior desarrollo argumental

    podra instalarse, a simple vista, en el terreno de la tautologa: el ser humano

    solo puede conocer desde un punto de vista humano. Desde una perspectiva

    trgica podra aadirse: est condenado a ello. Por ms que las cadenas

    nietzscheanas que atan su baile sean para l invisibles e ingrvidas, aunque

    no tome conciencia con Schopenhauer de que no puede vivir ms que en su

    representacin, la trada yo otros mundo est plagada de incertidumbre,

    ambigedad y contingencia. Tambin de certezas, pero de certezas construidas

    por l, a partir de materiales humanos racionales y sensibles y en

    colaboracin con su cultura y los dems moradores de esta cultura. Las

    certezas no son, por tanto, esencias ideales e inamovibles, intemporales

    verdades extra-humanas, sino acuerdos, tratos, conveniencias: decisiones

    comunes que otorgan la categora de verdad a una expresin. Lo que no

    significa que sean falsas ni que alguna vez lo hayan de ser, ni que no

    funcionen, o que deban reservar un espacio a su lado para la instalacin de la

    mentira en pie de igualdad. Su humanidad no implica error necesario, sino

    perspectiva obligada. Una perspectiva que, por fuerza, impide al ser humano

    un conocimiento directo y aproblemtico de la realidad, y que se impone como

    inevitable mediacin entre el yo, los otros y el mundo.13

    Se trata, por tanto, de un movimiento sutil en el que conviene evitar dos tipos

    de brusquedades. La primera, ya advertida, de la objetividad periodstica de

    raz positivista. La segunda, altamente peligrosa, de un relativismo extremo

    que derive en el solipsismo (que tanto pretende alejarse del acuerdo que acaba

    por convertirse en lo que tericamente combate, un totalitarismo intelectual).

    La certeza de que todo conocimiento humano es un construccin en la que

    intervienen la cultura, la perspectiva, el contexto, las influencias, el momento

    histrico, etc., no justifica, como pretende el relativismo extremo, la

    equiparacin de valor entre dos juicios, valoraciones u opiniones cualesquiera

    bajo la inasumible premisa de que ambos estn formulados desde la lgica del

    lenguaje.

    13 Ver Un ser de mediaciones. Antropologa de la comunicin. Vol. 1, de LLUS DUCH y

    ALBERT CHILLN, op. cit., obra que gua el recorrido de nuestro trabajo en el anlisis

    de las mediaciones desde las que conoce el hombre.

  • 28

    Como zon politikon o animal social, el hombre necesita de la comunicacin

    para escapar de los abismos de soledad. Necesita compartir con el grupo

    referencias que supongan un significado igual o equivalente para sus

    miembros, a fin de alcanzar un relativo xito relacional. Necesita un sistema

    de signos.

    Pese a que pensadores de la talla de Agustn de Hipona, Bacon, Locke y

    Husserl dedicaron parte de su trabajo a estudiar la decisiva funcin

    representativa del signo, el pensamiento filosfico dominante ha tendido a lo

    largo de la historia a arrinconarlo en los mrgenes del debate. Solo desde

    mediados del siglo XX el signo se situ en un lugar central (a partir de los

    estudios de Barthes, Eco, Morris, Greimas, Sebeok, Apel, Colli y Simon)

    gracias, principalmente, al desarrollo de las aportaciones de Charles S.

    Peirce14 a finales del XIX.

    Dos ideas nos interesa rescatar de su pensamiento. La primera es la

    colocacin del signo en el ncleo del pensamiento. Peirce pasa a considerar la

    semitica de mero transportador de informacin a materia prima del razonar.

    El signo es, entonces, el traductor necesario del ser humano en su relacin

    con la realidad (yo otros mundo).

    La segunda, su definicin de signo y lo que de ella se deriva: algo que

    representa algo para alguien en algn aspecto o carcter.15 Consideramos

    relevante seguir la explicacin de Duch y Chilln16 y desgranar los siguientes

    corolarios:

    a) El proceso de semiosis es ilimitado. Un signo refiere a otro signo, por lo

    que el hombre vive en un universo de significados. Sirva como ejemplo

    un diccionario: definimos palabras con ms palabras. Si alguien, ante

    la palabra, rosa, mostrara una rosa, su definicin cosificada y no

    empalabrada tendra xito funcional (en efecto, a eso nos referimos

    cuando pronunciamos la palabra rosa) pero, y esto es lo fundamental,

    14 Ver, entre otros, C. S. PEIRCE. Obra lgico-semitica. Madrid, Taurus, 1987. 15 Ibid., p. 69. 16 L. DUCH y A. CHILLN, 2012, op. cit., pp. 81-85.

  • 29

    la persona a la que le fuera mostrada esa rosa no aprehendera la rosa

    en s, ni que decir tiene que tampoco todas las rosas en s.

    Aprehendera un signo de la rosa. Sus manos sentiran, sin duda, el

    tacto de la rosa. Pero sera, claro, un tacto humano. La aprehensin

    sentida no es la rosa, es la sensacin humana del tacto de la rosa. No

    es posible acceder a la rosa sin mediacin. De ningn modo. Para ello

    deberamos ser la rosa.

    b) El signo no es una copia de la cosa (ni mucho menos la misma cosa)

    sino una alusin, una representacin.

    c) El proceso mediante el cual el signo representa a la cosa es de carcter

    metafrico (por semejanza) o metonmico (por sincdoque).

    Estas ideas comportan unas consecuencias de colosal relevancia. La semiosis

    deja muy atrs una simple capacidad representativa y deviene en el proceso

    mediante el cual el ser humano se relaciona con la realidad y la conoce. Lo

    que el ser humano conoce se presenta ante l en forma de signos (y queda

    excluida, por tanto, una relacin directa, en igualdad de plano con la

    realidad). Igual que el hombre ve el mundo en la forma particular que le

    muestran sus ojos, de la misma manera que oye solo lo que sus odos son

    capaces de captar (y en la forma en que lo captan), conoce lo que (y como) su

    capacidad semitica puede aprehender. Y as como los ojos que ven no son

    vistos ni el odo que escucha es escuchado, la capacidad semitica no se hace

    directa ni evidentemente presente, ni en el plano sensible ni en el racional.

    Solo a partir del razonamiento se es capaz de llegar a ella.

    A lo largo del siglo XX, tres autores asumieron y potenciaron las ideas fuerza

    de Peirce. Karl-Otto Apel17 puso el acento en cmo el mundo humano es

    construido por la semiosis, en qu valor tiene la palabra en la construccin de

    ese mundo (y, por lo tanto, en su conocimiento) y en cunto depende el

    individuo de una comunidad de interpretacin para asignar significado y, por

    tanto, categora de verdad a las cosas. Giorgio Colli18, rememorando a Agustn

    de Hipona, Dilthey y Husserl, insisti en el carcter memorstico del

    conocimiento, en la imposibilidad de conocer desde la inmediatez, en la

    funcin epistemolgica del recuerdo.

    17 K.-O. APEL. Semitica trascendental y filosofa primera. Madrid, Sntesis, 2002. 18 G. COLLI. Filosofa de la expresin. Madrid, Siruela,1996.

  • 30

    Es en Josef Simon19 donde encontramos probablemente la mayor

    profundizacin en el estudio del signo en las ltimas dcadas. l,

    desmarcndose de la ortodoxia, lo situ en el centro mismo del conocer

    humano, y neg el instinto metafsico de buscar la verdad (nomenos, cosas

    en s, ideas platnicas) ms all de los signos. Su obra describe cmo los

    hombres buscan la cosa tras el signo, y en ocasiones creen encontrarla sin

    reparar en que esa cosa no es sino un signo cosificado, una respuesta

    (palabras, signos) que responde a sus expectativas: La respuesta a la

    pregunta por la diferencia objetiva entre signos y cosas tiene lugar

    siempre en signos.20

    As, es mediante el signo como el hombre conoce, se conoce y se relaciona, a

    partir del acuerdo comn de designar a las cosas de una manera y no de otra,

    construyendo un mundo sgnico que le permita ordenar el mundo y tener la

    sensacin, al menos la sensacin, de que el orden se impone al caos.

    19 J. SIMON, Filosofa del signo, Madrid, Gredos, 1998. 20 Ibid, p. 84.

  • 31

    3.3. UN VELO DE PALABRAS

    Conocemos mediante el signo, y el signo de signos es la palabra. No se trata de

    plantear una competencia feroz entre las diversas mediaciones que posibilitan

    el conocer y el ser humanos (semiosis, palabra, smbolo, lgica, mito) para

    dirimir una relacin de jerarqua. No degradaremos unas y potenciemos otras,

    ni mucho menos negaremos casi todas para imponer el imperio de una sola.

    Todas ellas colaboran en el proceso cognoscitivo y desde esta colaboracin las

    entenderemos, pese a los conflictos que innegablemente afrontan. Todo

    proceso de relacin implica una tensin, que en algunas ocasiones ser

    creativa y en otras, destructiva.

    Es adecuado recordar con Manuel Cruz que la relacin lgica, identificada

    con la estructura del lenguaje, no agota el ser del mundo.21 Chase afirma

    que existen ideas no lingsticas a las que no se puede empalabrar y que, por

    tanto, no van a ninguna parte, precisamente porque sin lenguaje que les sirva

    de soporte no es posible demostrar su existencia. Gadamer contravino a

    Nietzsche en este punto y se esforz en distinguir que una cosa es la

    constitucin lingstica del mundo y otra diferente que el comportamiento

    humano hacia el mundo quede constreido a un entorno esquematizado

    lingsticamente. () Esta libertad frente al entorno es tambin libertad

    frente a los nombres que damos a las cosas.22 Concluiremos, con Jorge

    Urrutia, que tanto si la estructura mental modelara nuestro conocimiento de

    forma primordial como si lo hiciera el lenguaje, lo decisivo es que mediante la

    percepcin seleccionamos lo que nos resulta significativo, es decir, portador de

    significado.23

    No clasificar jerrquicamente no implica negar la evidencia de la supremaca

    de la palabra en el proceso cognitivo. Dice Gadamer que para el hombre el

    mundo est ah como mundo, en una forma bajo la cual no tiene

    existencia para ningn otro ser vivo puesto en l. Y esta existencia del

    mundo est constituida lingsticamente.24 Pero es preferible evitar una

    21 M. CRUZ. Narratividad, la nueva sntesis. Barcelona, Ediciones Pennsula, 1986, p.

    107. 22 H. G. GADAMER. Verdad y Mtodo. Salamanca, Sgueme, 1977, p. 532. 23 J. URRUTIA. La verdad convenida. Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p. 49. 24 H. G. GADAMER. 1977, op. cit. p. 531.

  • 32

    lucha de titanes que apenas resolver algo y que, antes que nada, impedir

    arribar a las cotas ms altas que la coimplicacin sugiere.

    Entendemos la palabra como mediacin de mediaciones, estrato superior del

    manto que cubre al hombre y desde el cual elabora las construcciones de

    sentido que lo acercan a s mismo, a los dems y al mundo; cerca como para

    obtener una relacin cualitativa, lejos como para aprehender la (supuesta)

    pureza esencial ms all de toda forma. Una postura esta que choca

    frontalmente con la corriente epistemolgica objetivista propia del llamado

    sentido comn, la de mayor presencia en los medios de comunicacin. Aquella

    que confa ciegamente en una relacin aproblemtica entre el ser y la realidad,

    a los que equipara no solo ontolgica sino tambin epistemolgicamente,

    eliminando toda tensin, imaginando una suerte de vasos comunicantes en

    que el intercambio de esencias campa a sus anchas en un ideal trfico de

    nomenos. El conocimiento es para el objetivismo un sencillo relleno de la

    mente, equiparable al guardar objetos en una caja vaca: las cosas del mundo

    pasan a formar parte de la psique sin mediacin ni obstculo. La esencia pasa

    de estar fuera a estar dentro. Si alguien lo duda, se mostrar la esencia (una

    fotografa, una declaracin, una secuencia audiovisual) y se dir: esta es la

    prueba.

    Segn este proceso cognitivo y relacional, la labor del lenguaje no pasa de

    identificar y nombrar las cosas que la mente aprehende. Su funcin es

    meramente tcnica, ya que, como instrumento, no tiene ms que manejar las

    piezas fijas que son las palabras para expresar verdades, como hemos

    comprobado en el libro de estilo de El Pas.

    Nuestra postura se aleja al mximo de esta visin industrial del lenguaje como

    cadena de montaje. Para ello partimos de la toma de conciencia lingstica que

    inaugura Wilhelm von Humboldt25, deudora de la reaccin romntica ante la

    Ilustracin. Su gran aportacin es sacar al lenguaje de la caja de herramientas

    y reconocerle la funcin primordial del conocimiento. No se trata, pues, de

    poner nombre fijo y expresar con precisin milimtrica unas ideas puras que

    acceden a la mente sin el concurso de la palabra, sino de hacer accesibles

    25 W. VON HUMBOLDT. Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y su influencia en el desarrollo espiritual de la humanidad. Barcelona, Anthropos, 1990.

  • 33

    esos conocimientos mediante la palabra. El lenguaje no solo est presente en

    el proceso del conocimiento, sino que lo gua y le da forma.

    Se trata, como afirman Duch y Chilln, de un avance respecto a la zancada

    dada por Kant26 en su establecimiento de las categoras: la representacin, por

    decirlo en trminos kantianos, depende del lenguaje y se conforma a partir de

    l. Otorgndole una importancia determinante al sonido mismo de la oralidad

    (llega a calificar al hombre como ser que canta27), Humboldt concede a la

    palabra la primaca del conocer.

    El lenguaje es el rgano que forma la idea. La actividad intelectual, por

    entero interior y que en cierta manera pasa sin dejar huella, se vuelve

    exterior en el discurso gracias al sonido, y con ello perceptible a los

    sentidos. Por eso actividad intelectual y lenguaje son uno e indivisibles.

    Mas aquella contiene tambin en s misma la necesidad de entrar en

    unin con el sonido lingstico; de otro modo el pensamiento no

    alcanzara nitidez, ni la representacin se volvera concepto. La unin

    indivisible de idea, rganos de la fonacin y odo con el lenguaje tiene

    su raz en la disposicin originaria de la naturaleza humana, no

    susceptible ya de ulterior explicacin.28

    Es en el uso social del lenguaje, mediante la pronunciacin de las palabras, en

    la creacin del sonido (objetivo) cargado de significado (semntico) destinado a

    los otros, cuando el lenguaje se activa. En busca de la comunicacin efectiva,

    la actividad conformadora de enunciados sacrifica parte de su libertad

    creadora. El signo, solidificacin semntica parcialmente fijada (pero no

    definitivamente) a lo largo de la historia de cada cultura, trata de imponerse al

    aura de connotaciones que desprende cada palabra. Solo que lo que en l

    me constrie y determina ha entrado en l desde una naturaleza humana

    ntimamente ligada a m, de modo que lo extrao en l solo es tal para mi

    naturaleza individual momentnea, no en cambio para mi verdadera

    naturaleza originaria.29 El principal continuador del legado de Humboldt,

    quien toma sus argumentos y los amplifica hasta el lmite de sus decibelios, es

    26 I. KANT. Crtica de la razn pura. Madrid, Alfaguara, 1998. 27 W. VON HUMBOLDT. 1990, op. cit., p. 83. 28 Ibid., p. 74. 29 Ibid., p. 87.

  • 34

    Nietzsche30, para quien el lenguaje es concebido en naturaleza esencialmente

    retrica.

    Es, por tanto, persuasivo y sugerente, y todo intento de aprehender con l la

    esencia de las cosas concluir en fracaso, dado que el lenguaje no har sino

    dar vueltas sobre s mismo, creyendo sealar a la cosa pero apuntando en

    realidad para s, tratando de asirla pero sin poder romper la propia burbuja de

    palabras de que est formado; tocndola, jugando con la cosa pero siempre

    mediante la fina capa de sentido que la separa de ella y al tiempo la une.

    La cosa en s (esto sera justamente la verdad pura, sin

    consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto

    para el creador del lenguaje. Este se limita a designar las relaciones de

    las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las

    metforas ms audaces. En primer lugar, un impulso nervioso

    extrapolado en una imagen! Primera metfora. La imagen transformada

    de nuevo en un sonido! Segunda metfora. Y, en cada caso, un salto

    total desde una esfera a otra completamente distinta.31

    As, de metfora en metfora, de conversin en conversin, de realidad a

    sensacin, de sensacin a imagen, de imagen a palabra y de palabra a

    concepto, as conoce el hombre. Transustanciando. Esa transformacin

    permanente no solo impide el acceso directo a la cosa en s, sino que dificulta

    enormemente la distincin individual de la cosa, de esa cosa individual,

    concreta.

    Ciertamente no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial,

    denominada honestidad, pero s de una serie numerosa de acciones

    individuales, por lo tanto desemejantes, que igualamos olvidando las

    desemejanzas, y, entonces, las denominamos acciones honestas; al final

    30 Dejamos constancia de que L. DUCH y A. CHILN insisten en Un ser de mediaciones, op. cit. en lo deudores que son los planteamientos de Nietzsche respecto de los de Gustav Gerber. Se basan para ello en J. CONILL, El poder de la mentira. Nietzsche y la poltica de la transvaloracin. Madrid, Tecnos, 2007 y en la introduccin a Nietzsche de L. E. DE SANTIAGO GUERVS en Escritos sobre retrica. Madrid,

    Trotta, 2000. 31 F. NIETZSCHE. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, en id. y H. VEIHINGER. Sobre verdad y mentira. Madrid, Tecnos, 1996, p. 22.

  • 35

    formulamos a partir de ellas una qualitas occulta con el nombre de

    honestidad.32

    El conocer humano no es objetivo. No puede serlo. Es aproximativo, relacional,

    metafrico y metonmico, cultural, tradicional, imaginativo, simblico,

    lomogtico, creativo, construido.

    Qu es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metforas,

    metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de

    relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas

    potica y retricamente y que, despus de un prolongado uso, un

    pueblo considera firmes, cannicas y vinculantes; las verdades son

    ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metforas que se han

    vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su

    troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como

    metal.33

    Insistamos una vez ms, para alejar el fantasma solipsista, que segn nuestro

    punto de vista el nfasis de Nietzsche no tiene, como tiende a pensarse, el

    objetivo de degradar a la verdad hasta equipararla a la mentira, sino de

    mostrar su carcter consensual, acordado, pactado. Insistimos en que este

    carcter social de la verdad no le resta utilidad (al menos, en el aqu y ahora).

    Adems de al giro lingstico que ha caracterizado a la filosofa del lenguaje en

    el siglo XX habremos de prestar atencin al giro retrico. Cada vez que

    utilizamos el lenguaje lo hacemos de forma retrica. Con intencin, inters,

    finalidad.

    La fuerza que Aristteles llama retrica, la que consiste en

    desenmaraar y hacer valer para cada cosa lo que es eficaz y produce

    impresin, es, al mismo tiempo, la esencia del lenguaje, el cual guarda

    la misma relacin mnima- que la retrica a lo verdadero, a la esencia

    de las cosas; no pretende instruir, sino transmitir a otro una emocin y

    una aprehensin subjetivas. El hombre que conforma el lenguaje no

    aprehende cosas y hechos, sino excitaciones: no devuelve sensaciones,

    32 Ibid., p. 24. 33 Ibid., p. 25.

  • 36

    sino simples copias de las mismas. La sensacin provocada por una

    excitacin de los nervios, no alcanza la cosa en cuanto tal: dicha

    sensacin aparece al exterior a travs de una imagen.34

    Maticemos de nuevo el alcance del discurso nietzscheano para evitar

    malentendidos habituales. Que todo conocimiento posible sea, al cabo,

    metafrico y transustanciado; que toda relacin con la realidad sea mediada y

    tentativa; que el uso del lenguaje sea indefectiblemente retrico; que toda

    verdad posible sea, en fin, construccin humana y no aprehensin objetiva y

    sea deudora de su utilidad prctica, supone cuestionar las bases de una

    filosofa del conocimiento de carcter objetivista y fidesta. Pero no niega, es

    preciso remarcarlo, la relacin del ser humano con la realidad. Cuando

    Nietzsche avisa de que mentimos de acuerdo con convenciones, entendemos

    que se refiere a mentiras opuestas a verdades puras, noumnicas, ideales y

    objetivas, es decir, verdades inexistentes o existentes solo en abstracto, en

    tratados de filosofa. La mentira de Nietzsche es la verdad humana. No es que

    el conocimiento est vedado para el hombre, no es que el terremoto nihilista

    todo lo destruya, no es que la ficcin (por decirlo en palabras de Hans

    Vaihinger) del conocimiento no encuentre caminos relacionales con lo real, es

    que el hombre podr comprenderse, comprender a los otros y comprender el

    mundo solo en tanto que hombre. No hay ms que aadir el matiz humana, a

    las categoras verdad y mentira.

    Porque dentro de la mentira nietzscheana, es decir, en la verdad humana, hay

    verdades acordadas, verdades probables, incertezas, mentiras probables y

    mentiras acordadas. Y si es cierto que, por ser acordadas, no son extensibles

    al Mundo y no podremos calificarlas de Verdades, por el mismo motivo s

    podemos llamarlas verdades, pues pese al perspectivismo propio a cada

    individuo, al peculiar y concreto constructo cultural que lo conforma y define,

    l y todo el resto de los seres humanos se encuentran entrelazados por la

    mediacin sgnica, lingstica y simblica que los atraviesa y los iguala, es

    decir, los hace reconocibles a s mismos y a los dems y posibilita, al cabo, la

    comunicacin. Que la humanidad haya tenido que recular tantas y tantas

    veces, que lo siga haciendo da tras da en mayor o menor medida, debera

    alertarnos sobre el carcter caduco, consensuado, construido, frgil que

    34 F. NIETZSCHE. El libro del filsofo. Madrid, Taurus, 1974, p. 138.

  • 37

    poseen en potencia nuestras verdades, incluso las ms indiscutidas, hasta las

    ms sagradas. Precisamente estas deberan ser las consideradas menos

    estables, dado que la abrumadora acumulacin de capas protectoras de rigor,

    cientificidad (o misticismo, segn el caso) e innegabilidad, mezcla de voluntad

    de progreso o de conservacin y de miedo al fracaso, asfixian la crtica y

    aseguran su asuncin plena y su asentamiento bsico.

    De esos cimientos se yerguen las verdades que guan el mundo en su da a

    da, sin reparar en que un simple guisante bajo el primer estrato puede dar al

    traste con la tranquilidad de generaciones. Y, son capaces las generaciones

    de encontrar un pequeo guisante entre tanta edificacin? Antes an: les

    vale la pena remover tanto concepto patritico, poltico, econmico, cientfico,

    religioso, moral por una insignificante molestia verde? Incluso: accederan las

    sociedades, gigantes de la construccin, a plantearse la posibilidad de la

    existencia de una burbuja objetivista? Probablemente no, como asumimos da

    a da, y as la comprobada capacidad humana para asumir la contradiccin y

    olvidar lo que no es til seguir siendo exigida, forzada, seguir teniendo

    sobradas ocasiones para demostrar su vigencia35 y el mal uso que de ella

    puede hacerse.

    Si, como hacemos, asumimos que el lenguaje co-construye el mundo humano,

    admitimos, aunque con reservas, la hiptesis de Sapir-Whorf, segn la cual la

    estructura gramatical de una lengua determina el modo en que este lleva a

    cabo el acto de conocer.36 Vemos, escuchamos y obtenemos experiencia

    como lo hacemos principalmente porque los hbitos lingsticos de

    nuestra comunidad nos predisponen hacia ciertas clases de

    interpretacin37, dice Sapir, hacindonos recordar los habitantes de tierras

    cubiertas por el hielo y la nieve, y su amplia gama de colores para identificar

    lo que para un occidental es un solo color, el blanco.

    No obstante, esta asuncin queda condicionada a la contencin y al

    reconocimiento del valor de las otras mediaciones que forman parte de las

    35 Nos referiremos a la constitucin contradictoria del ser humano en el captulo

    dedicado al conocimiento logomtico del hombre. 36 Ver B. L. WHORF. Science and Linguistics, en Language, Thought and Reality. Cambridge, MIT Press, 1956 y E. SAPIR. El lenguaje. Mxico, FCE, 1954. 37 E. SAPIR, citado por B. L. WHORF en Lenguaje, pensamiento y realidad. Barcelona,

    Barral, 1970, p. 155.

  • 38

    capas que separan/unen al ser humano del Mundo y conforman su

    perspectivismo, y no a su aplicacin absolutista y bruta, cuyas ltimas y

    siniestras consecuencias derivan en el relativismo extremo, un solipsismo tan

    terrible e inhumano como el objetivismo que intenta negar. Tambin es

    necesaria aqu la vacuna contra el impulso fronterizador que para alumbrar la

    caracterstica propia refuerza los muros de contencin con los otros cuerpos,

    en absurdo intento de parecer ms libre cuando solo consigue perecer ms

    incomunicado, ms ensimismado. La sutileza del matiz no debe ser utilizada

    para sepultarse en la soledad.

    Los que se han criado en una determinada tradicin lingstica y

    cultural ven el mundo de una manera distinta a como lo ven los que

    pertenecen a otras tradiciones. () Y sin embargo lo que se representa

    es siempre un mundo humano, esto es, constituido lingsticamente, lo

    haga en la tradicin que lo haga. Como constituido lingsticamente

    cada mundo est abierto por s mismo a toda posible percepcin y, por

    lo tanto, a todo gnero de ampliaciones; por la misma razn se

    mantiene siempre accesible a otros.38

    El debate restar siempre abierto dada la imposibilidad de oponer a estas

    acepciones del mundo el mundo en s, como si la acepcin correcta

    pudiera alcanzar su ser en s desde alguna posible posicin exterior al

    mundo humano-lingstico. () Lo que el mundo es no es nada distinto

    de las acepciones en las que se ofrece.39

    Establecida nuestra postura alrededor de la palabra, remarcaremos ahora lo

    avanzado al inicio de la seccin: el imperio de la palabra no puede lanzarse a

    la absurda conquista y aniquilacin de la imagen:

    Apoyada en Humboldt, Gerber y Nietzsche, la nocin del lenguaje que

    vindicamos sostiene que todo enunciado es logomtico desde la raz, y se

    halla por ello implicado en la dialctica entre sensorialidad y

    abstraccin. Los sujetos imaginan las vivencias y sensaciones que

    empalabran: confieren una espacialidad vicaria, una virtual res

    38 H. G. GADAMER. 1977, op. cit., p. 536. 39 Ibid..

  • 39

    extensa a lo que fue impulso ptico, acstico, tctil, gustativo,

    cenestsico u olfativo en origen, y lo hacen gracias a su facultad

    metaforizadora y simbolizadora. La metfora es metamorfosis:

    transustancia cada ente o acaecer bruto en otro distinto, de carcter

    semitico; y el smbolo pariente ntimo de ella- otorga sentido mediante

    una imagen inteligible.40

    La misma ideacin y formacin de los enunciados parte de un tropismo

    previo: antes de devenir lgica y racional, el habla es mtica y figural sin

    remedio.41 Una psique hiperlgica, sin espacio para el mythos, la imagen

    (entendiendo imagen en un sentido muy amplio, en el que caben olores,

    sabores y por supuesto colores), la contingencia, la pluralidad de

    posibilidades, devendra en una crcel tenebrosa, de barrotes forjados con

    negras palabras.

    Sin dejar la obra de Duch y Chilln, nos adentraremos ahora en su particular

    nocin de la ficcin, para llegar con ellos hasta sus ltimas consecuencias, de

    gran utilidad para nuestro trabajo. Partiendo de la base del carcter semitico

    y hermenutico del conocimiento, debido a los inevitables empalabramiento e

    imaginacin que implica, concluyen que hablando con propiedad, cualquier

    acto de diccin lo es tambin de ficcin, dado que no cabe referir lo real sin

    imaginarlo y trocarlo en fenmeno o fantasma, por ms que el fidesmo

    realista jure y perjure lo inverso.42 As, tanto los mundos reales como los

    mundos posibles estn construidos con el mismo material: signos, palabras y

    smbolos, imaginacin. Si el discurso configura nuestra realidad habremos de

    admitir que asume tambin la accin contenida en dicha realidad, y la

    empalabra en una trama de habla y accin. De esta forma, el decir y el hacer,

    tan separados por el sentido comn, caminaran de la mano. Todos los

    individuos fabulan, sin excepcin, inspirndose en una realidad que

    rebasa con creces la supuesta objetividad ajena al discurso, porque en

    realidad est compuesta de hechos que entreveran diccin y ficcin en su

    seno.43

    40 L. DUCH y A. CHILLN. Op. cit., pp. 152 y 153. 41 Ibid., p. 152. 42 Ibid., p. 153. 43 Ibid., p. 156.

  • 40

    Nuevamente, tal aseveracin no implica la ruptura de la veracidad, aunque s

    la alumbra desde otro ngulo. Los autores distinguen entre ficcin (diccin en

    que prima la libertad creativa y a la que no se exige una correspondencia

    verista respecto a lo sucedido) y faccin (diccin fiel al compromiso tico de

    referir lo sucedido como se cree que sucedi). El lmite terico de la veracidad

    en el relato se sita en el mismo punto en que se detienen las capacidades

    cognitivas y la honestidad (como esquema genrico y primario, al que habra

    que sumar factores secundarios como la capacidad de esfuerzo, las presiones

    recibidas, la capacidad de relacin interpersonal, la peculiar individualidad de

    cada cual, sus perspectivas sociocultural y polticoeconmica, las

    herramientas tcnicas a su disposicin y un buen nmero de elementos ms

    que no influyen en el desarrollo del argumento).

    Ms all de ese lmite, no hay mundo que conocer para el ser humano. Porque

    los hechos no estn ah, materializados de una vez por todas al modo de

    montaas o ros, sino que son complejos dialcticos de accin y discurso

    () No debe olvidarse, empero, que los hechos son aconteceres humanos

    desencadenados por motivos y razones de muy varia ndole, y no solo

    acaeceres precipitados por causas y procesos fsicos. Ello implica que,

    amn de basarse en la reunin de evidencias y en la inferencia de pruebas

    de las que no se dispone a menudo-, su inteligencia depende de la

    comprensin y la interpretacin de indicios, a saber, de su proceder

    hermenutico.44

    Es decir, que si todo relato faccional quedara reducido nicamente a lo

    indudablemente verificable, el discurso se vera privado de todos los materiales

    significativos con los que el relator rellena los huecos de la narracin. No nos

    referimos solo a los hilos de causalidad con los que va tejiendo el material que

    considera verificable. Tambin al forro de presunciones y suposiciones con que

    es necesario recubrirlo; sin ir ms lejos, las atribuciones de sentido implcitas

    o explcitas que son atribuidas a los protagonistas de la historia.

    44 Ibid., p. 159. Ver Hacer los hechos, en ibid.

  • 41

    Al cabo, Duch y Chilln proponen una tipologa de la diccin, de gran valor

    para cualquier estudio sobre la epistemologa en la comunicacin o el

    periodismo, que aqu resumimos.45

    a) Diccin facticia o ficcin tcita. Propia de los enunciados de vocacin

    veridicente. El peso de la ficcin es aqu el mnimo posible, es decir, se

    circunscribe exclusivamente al proceso de metaforizacin segn el cual las

    palabras tratan de referirse a la realidad. Para que se d necesita de un pacto

    de veridiccin entre los interlocutores.

    Puede, a su vez, dividirse en dos tipos, segn si su verificabilidad es alta, en

    cuyo caso la diccin facticia es de carcter documental (crnicas,

    documentales, etc.), o problemtica, lo que llevara a calificarla de testimonial

    (memorias, dietarios, etc.).

    b) Diccin ficticia o ficcin manifiesta. La vocacin ya no es veridicente sino

    fabuladora. Se divide en tres tipos:

    b1) Diccin ficticia realista, basada en la verosimilitud (que no veracidad)

    referencial, es decir, en la representacin mimtica de mundos reales (sirva

    como ejemplo la novela realista).

    b2) Diccin ficticia mitopotica, cuyo afn es la verosimilitud

    autorreferencial. La mirada se fija en la experiencia interior propia de la

    imaginacin, el sueo o el ensueo.46 Hablamos, entre otros, de mitos,

    leyendas, literatura expresionista o fantstica.

    b3) Diccin ficticia falaz. Busca de forma deliberada la mentira y el

    engao. Se diferencia de las anteriores en que aqu no existe el pacto de

    suspensin de la incredulidad, es decir, que al menos uno de los

    interlocutores tomar la diccin como facticia siendo utilizada a sabiendas

    como ficticia por el emisor. Es relevante destacar el concepto de mentira segn

    45 Ibid., pp. 161 a 165. 46 Ibid., p. 163.

  • 42

    Agustn de Hipona, que recogen los autores: Una mentira es la enunciacin

    premeditada de una falsedad inteligible.47

    Como los mismos autores advierten, esta divisin gradual de las dicciones

    permite tipos mixtos (un documental en que la lnea narrativa ha de optar por

    uno de los varios caminos que deja abiertos una declaracin poco clara o

    directamente no verificable, por ejemplo)

    Por otra parte, nos parece de gran inters cuestionarnos acerca de en qu

    lugar debera encuadrarse el tipo de comunicacin que, a nuestro entender,

    domina la relacin entre los medios de comunicacin y sus destinatarios en la

    actualidad (o que, al menos, posee un gran peso). Nos referimos al caso en que

    el medio de comunicacin omite reiteradamente determinadas informaciones

    (interpretadas, naturalmente) pese a ser relevantes (dada su innegable

    relacin con el tema tratado) para la conformacin de la opinin de la

    ciudadana sobre un tema concreto, cabra situarlo por omisin en una

    diccin ficticia falaz? No cumplira, es cierto, la mxima de Agustn, y por lo

    tanto no cabra una acusacin de falsedad. Pero violara, creemos, la mxima

    conversacional de cantidad propuesta por Grice, ya que la contribucin no

    sera tan informativa como requerira el propsito de la comunicacin.48

    Consideramos que si un medio de comunicacin cree pertinente informar a la

    ciudadana acerca de un tema concreto, debera presentar cada elemento

    noticioso que con este tuviera relacin, y desde un tratamiento parejo, sea que

    la interpretacin probable de la noticia apunt