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Prefacio a la edición española El revisionismo jruschovista y la desintegración de la Unión Soviética En la edición inglesa de este libro, yo afirmaba que el periodo comprendido entre el XX y el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) supuso la aparición, el crecimiento y la sistematización del revisionismo jruschovista en ciertas cuestiones de principios. En aquel periodo, las enseñanzas del marxismo-leninismo fueron sometidas a una revisión completa, a una falsificación descarada. Tras el XXII Congreso del PCUS, el revisionismo jruschovista se afianzó aún más, volviéndose más descarado y logrando estar en condiciones de asegurar la incorporación de sus tesis en el nuevo programa del PCUS adoptado en aquel Congreso. El nuevo programa decía que la dictadura del proletariado “ha dejado de ser indispensable en la URSS” y que el Estado, que nació como dictadura del proletariado, se ha convertido, en la nueva era contemporánea, en un Estado de todo el pueblo”. El programa afirmaba que “como resultado de la victoria del socialismo en la URSS y la consolidación de la unidad de la sociedad soviética, el Partido Comunista de la clase obrera se ha convertido en la vanguardia del pueblo soviético, en un partido del pueblo entero”. Por otra parte, visto que aquellas y otras muchas tergiversaciones del marxismo-leninismo ya habían sido objeto de una extensa y rigurosa crítica en el seno del movimiento anti-revisionista internacional, en el que el Partido Comunista de China (PCCh) y el Partido del Trabajo de Albania (PTA) jugaron un papel destacado, no quise incluir las críticas de aquellas tergiversaciones en mi libro. En lugar de ello, me centré en los aspectos económicos del revisionismo, las teorías económicas que avanzó, los pasos que dio para llevarlas a la práctica, y las ‘reformas’ implementadas por el revisionismo jruschovista en el camino hacia la restauración capitalista en la Unión Soviética y en los países socialistas de Europa central y oriental. Después, pensé que estas tergiversaciones de las enseñanzas fundamentales del marxismo-leninismo en los campos de la ideología, la política y la lucha de clases (en cuestiones que van del partido del proletariado y la dictadura del proletariado, hasta el imperialismo y la guerra, el concepto de coexistencia pacífica, la naturaleza del Estado y la relación entre revolución proletaria y Estado burgués) eran tan sumamente obvias que no requerían mayor tratamiento. Hoy creo que fue un error el haber descartado una exposición de aquellas falsificaciones del marxismo-leninismo, particularmente teniendo en cuenta que, incluso en los mejores Partidos Comunistas del mundo, las jóvenes generaciones de comunistas apenas están familiarizadas con el origen de estas falsificaciones y los efectos devastadores que han tenido sobre el Movimiento Comunista Internacional; efectos de los que los Partidos Comunistas aún se están recuperando. Es con la intención de ayudar a la recuperación del Movimiento Comunista Internacional que he decidido hacer una enumeración de las falsificaciones que los jruschovistas hicieron de algunas de las principales enseñanzas del marxismo- leninismo - tarea a la que está dedicado este prefacio. El significado de los ataques de Jruschov contra Stalin El XX Congreso del PCUS (1956) supuso el primer paso en la vía revisionista emprendida por la dirección jruschovista, que llegó al poder tras la muerte de José Vissarionovich Stalin en 1953. Bajo el pretexto de combatir el culto a la personalidad”, en aquel Congreso Jruschov lanzó en su discurso ‘secreto’ un ataque feroz contra Stalin, al que acusó de sufrir “manía persecutoria”, cosa que satisfacía con una “arbitrariedad brutal”, recurriendo a “la represión y el terror de masas”; le acusó de ser alguien que “conocía el país y la agricultura únicamente por las películas” y que “dirigía operaciones militares a partir de un globo terráqueo”, y cuyo liderazgo “se convirtió en un serio obstáculo para el desarrollo social soviético”. Pero había una clara intención detrás de estas delirantes palabras. Los ataques de Jruschov contra Stalin, y sus intentos por describirlo de la forma más sombría, sólo se pueden explicar por su aversión personal hacia él. Stalin lideró al pueblo soviético durante tres décadas repletas de enormes dificultades y logros memorables, contra enemigos internos y externos, en una heroica lucha por la construcción socialista y por defender y consolidar el primer Estado socialista de la historia, alcanzando la gloria con la victoria en la Gran Guerra

Perestroika (prefacio a la edición española) - Harpal Brar

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Secciones que componen el prefacio:-El revisionismo jruschovista y la desintegración de la Unión Soviética-El significado de los ataques de Jruschov contra Stalin-La transición pacifica-Estado de todo el pueblo-Partido de todo el pueblo-Guerra y paz-La inevitabilidad de las guerras bajo el capitalismo-Guerras justas-Para abolir las guerras, el imperialismo debe ser destruido-La tergiversación oportunista de la cuestión de la guerra y la paz-Armas versus estado espiritual de las masas-El revisionismo jruschovista y la guerra-Última sección-La purga en el partido-La economía sumergida-El capitalismo no tiene solución-La solución

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Prefacio a la edición española

El revisionismo jruschovista y la desintegración de la Unión Soviética

En la edición inglesa de este libro, yo afirmaba que el periodo comprendido entre el XX y el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) supuso la aparición, el crecimiento y la sistematización del revisionismo jruschovista en ciertas cuestiones de principios. En aquel periodo, las enseñanzas del marxismo-leninismo fueron sometidas a una revisión completa, a una falsificación descarada. Tras el XXII Congreso del PCUS, el revisionismo jruschovista se afianzó aún más, volviéndose más descarado y logrando estar en condiciones de asegurar la incorporación de sus tesis en el nuevo programa del PCUS adoptado en aquel Congreso.

El nuevo programa decía que la dictadura del proletariado “ha dejado de ser indispensable en la URSS” y que “el Estado, que nació como dictadura del proletariado, se ha convertido, en la nueva era contemporánea, en un Estado de todo el pueblo”. El programa afirmaba que “como resultado de la victoria del socialismo en la URSS y la consolidación de la unidad de la sociedad soviética, el Partido Comunista de la clase obrera se ha convertido en la vanguardia del pueblo soviético, en un partido del pueblo entero”.

Por otra parte, visto que aquellas y otras muchas tergiversaciones del marxismo-leninismo ya habían sido objeto de una extensa y rigurosa crítica en el seno del movimiento anti-revisionista internacional, en el que el Partido Comunista de China (PCCh) y el Partido del Trabajo de Albania (PTA) jugaron un papel destacado, no quise incluir las críticas de aquellas tergiversaciones en mi libro. En lugar de ello, me centré en los aspectos económicos del revisionismo, las teorías económicas que avanzó, los pasos que dio para llevarlas a la práctica, y las ‘reformas’ implementadas por el revisionismo jruschovista en el camino hacia la restauración capitalista en la Unión Soviética y en los países socialistas de Europa central y oriental.

Después, pensé que estas tergiversaciones de las enseñanzas fundamentales del marxismo-leninismo en los campos de la ideología, la política y la lucha de clases (en cuestiones que van del partido del proletariado y la dictadura del proletariado, hasta el imperialismo y la guerra, el concepto de coexistencia pacífica, la naturaleza del Estado y la relación entre revolución proletaria y Estado burgués) eran tan sumamente obvias que no requerían mayor tratamiento. Hoy creo que fue un error el haber descartado una exposición de aquellas falsificaciones del marxismo-leninismo, particularmente teniendo en cuenta que, incluso en los mejores Partidos Comunistas del mundo, las jóvenes generaciones de comunistas apenas están familiarizadas con el origen de estas falsificaciones y los efectos devastadores que han tenido sobre el Movimiento Comunista Internacional; efectos de los que los Partidos Comunistas aún se están recuperando. Es con la intención de ayudar a la recuperación del Movimiento Comunista Internacional que he decidido hacer una enumeración de las falsificaciones que los jruschovistas hicieron de algunas de las principales enseñanzas del marxismo-leninismo - tarea a la que está dedicado este prefacio.

El significado de los ataques de Jruschov contra Stalin

El XX Congreso del PCUS (1956) supuso el primer paso en la vía revisionista emprendida por la dirección jruschovista, que llegó al poder tras la muerte de José Vissarionovich Stalin en 1953. Bajo el pretexto de “combatir el culto a la personalidad”, en aquel Congreso Jruschov lanzó en su discurso ‘secreto’ un ataque feroz contra Stalin, al que acusó de sufrir “manía persecutoria”, cosa que satisfacía con una “arbitrariedad brutal”, recurriendo a “la represión y el terror de masas”; le acusó de ser alguien que “conocía el país y la agricultura únicamente por las películas” y que “dirigía operaciones militares a partir de un globo terráqueo”, y cuyo liderazgo “se convirtió en un serio obstáculo para el desarrollo social soviético”.

Pero había una clara intención detrás de estas delirantes palabras. Los ataques de Jruschov contra Stalin, y sus intentos por describirlo de la forma más sombría, sólo se pueden explicar por su aversión personal hacia él. Stalin lideró al pueblo soviético durante tres décadas repletas de enormes dificultades y logros memorables, contra enemigos internos y externos, en una heroica lucha por la construcción socialista y por defender y consolidar el primer Estado socialista de la historia, alcanzando la gloria con la victoria en la Gran Guerra

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Patria del pueblo soviético contra las hordas fascistas del imperialismo hitleriano. Durante aquel largo periodo al frente de la dirección del PCUS, Stalin combatió con abnegación las tergiversaciones oportunistas del marxismo-leninismo. Al defender las enseñanzas revolucionarias de la ciencia marxista-leninista, Stalin contribuyó a enriquecer la teoría y la práctica de la ciencia de la revolución proletaria. Al atacar a Stalin en el XX Congreso del PCUS, en realidad Jruschov estaba atacando la dictadura del proletariado y las enseñanzas fundamentales del marxismo-leninismo - unas enseñanzas que, durante toda su vida, Stalin defendió y enriqueció de forma brillante. Ésta es la verdadera esencia de los ataques de Jruschov contra Stalin. No es casualidad, por tanto, que en aquel Congreso, Jruschov repudiara el marxismo-leninismo en algunas cuestiones de principios, que las que hablaré brevem1ente.

Los ataques contra Stalin y las tesis avanzadas por Jruschov en el XX Congreso del PCUS sirvieron para desacreditar a la Unión Soviética, a la dictadura del proletariado y al comunismo en general, y fueron motivo de alegría para la burguesía imperialista y sus agentes en el seno del movimiento obrero - es decir, los revisionistas, los trotskistas y los socialdemócratas - al ofrecerles un arma para minar el prestigio y la influencia del Movimiento Comunista en el mundo. El informe ‘secreto’ de Jruschov sirvió de ariete para atacar la fortaleza comunista; facilitó a los imperialistas un argumento para desatar una campaña mundial contra la Unión Soviética, el comunismo así como los movimientos de liberación nacional en todo el mundo; de hecho, les dio una oportunidad para proclamar la “transición pacífica” hacia el capitalismo en la URSS.

Henchidos de arrogancia, los titistas se volvieron cada vez más agresivos, y haciendo gala de su ‘anti-estalinismo’ reaccionario, atacaron al sistema socialista y a la dictadura del proletariado con un discurso sensacionalista, afirmando que el XX Congreso del PCUS “había creado suficientes elementos” para emprender el “nuevo curso” que Yugoslavia había iniciado, y que “la cuestión está ahora en saber si se impondrá este nuevo curso o si volverá a imponerse el curso del estalinismo” (discurso de Tito en Pula, 11 de noviembre de 1956).

El discurso de Jruschov le dio un balón de oxígeno a los otros renegados del comunismo, es decir, los trotskistas, que así consiguieron salir de la desesperada situación en que se encontraban. Estos contrarrevolucionarios, agentes de la burguesía, retomaron con fervor su actividad al servicio de las clases explotadoras. En su Manifiesto a los trabajadores y pueblos del mundo entero, la denominada IV Internacional declaraba:

“Hoy, cuando los mismos líderes del Kremlin están reconociendo los crímenes de Stalin, reconocen implícitamente que la infatigable lucha llevada a cabo por (…) el movimiento trotskista mundial contra la degeneración del Estado obrero, estaba totalmente justificada.”

Lógicamente, el discurso ‘secreto’ de Jruschov generó una gran confusión en el seno del Movimiento Comunista Internacional, sobre el que cayó un diluvio de ideas revisionistas. Al dar luz verde para los elementos contrarrevolucionarios de los países socialistas, la diatriba anti-Stalin de Jruschov condujo directamente a la revuelta contrarrevolucionaria de Hungría en 1956.

La transición pacifica

En el XX Congreso del PCUS, Jruschov avanzó la tesis de “transición pacífica” hacia el socialismo, con el pretexto de que se habían dado “cambios radicales” en la situación internacional. Mientras mantenía que la vía de la Revolución de Octubre había sido “el único camino correcto en aquellas condiciones históricas”, afirmó que, debido a los cambios ocurridos desde aquella época, se había hecho posible la transición del capitalismo al socialismo “por la vía parlamentaria”. Esta tesis de Jruschov era claramente una revisión de las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre el Estado y la revolución, y un claro rechazo del significado universal de la vía de la Revolución de Octubre.

Según Jruschov, el proletariado estaba en condiciones de obtener una mayoría estable en el parlamento, aún bajo el dominio del régimen burgués y de sus leyes electorales. “La clase obrera”, en los países capitalistas, “al unir en torno a ella al campesinado pobre, a la intelectualidad, a todas las fuerzas patrióticas, y rechazando de forma decidida a los elementos oportunistas incapaces de abandonar la política de compromiso con los capitalistas y los terratenientes, está en condiciones de derrotar a los elementos reaccionarios opuestos a los intereses populares, de obtener una mayoría estable en el parlamento.” (N.S. Jruschov, Informe al XX

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Congreso del PCUS, Febrero de 1956).

Jruschov equiparó la conquista por parte del proletariado de una mayoría estable en el parlamento con la toma del poder y la destrucción del aparato de Estado burgués. Para el proletariado, “la obtención de una mayoría en el parlamento y su transformación en un órgano de poder popular, mediante un poderoso movimiento revolucionario en el país, implica la destrucción de la maquinaria burocrático-militar de la burguesía (el subrayado es mío) y el establecimiento de un nuevo Estado proletario popular bajo una forma parlamentaria”. (Para nuevas victorias del movimiento comunista internacional, del discurso de Jruschov en el Encuentro de Organizaciones del Partido en la Escuela Superior del Partido, Comité Central del PCUS, 6 de enero de 1961).

Después, Jruschov afirmó que la obtención de una mayoría estable “podría crear, para la clase obrera de ciertos países capitalistas, las condiciones necesarias para lograr cambios fundamentales” y “asegurar la transferencia de los principales medios de producción a manos del pueblo”. (Informe al XX Congreso).

Ya en 1852, basándose en la experiencia histórica de la Revolución Francesa de 1848-1851, Marx había llegado a la conclusión de que, puesto que todas las revoluciones anteriores habían perfeccionado la maquinaria estatal burguesa, la tarea de la revolución proletaria era “destruir” el “aparato burocrático-militar”. Tras la Comuna de Paris, Marx dijo: “Una cosa ha sido especialmente demostrada por la Comuna, a saber, que la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina estatal existente y usarla en su proprio interés”.

Desde entonces, la experiencia histórica ha confirmado plenamente esta tesis. Desafiando las enseñanzas del marxismo sobre el Estado y sobre la cuestión de la relación de la revolución proletaria con el Estado burgués, Jruschov difundió aquella charlatanería sobre la vía parlamentaria, pacífica, hacia el socialismo.

Cuando la camarilla jruschovista consolidó su posición en el XX Congreso del PCUS, los revisionistas soviéticos pudieron introducir la tesis sobre la transición pacífica y otras muchas tesis erróneas en el programa del PCUS.

No había nada novedoso en las tesis de Jruschov sobre la ‘transición pacífica’. No eran más que un refrito de las viejas tesis revisionistas de Bernstein y Kautsky, viejos traidores del marxismo, que al apoyar la vía legal y pacífica hacia el socialismo, se opusieron con violencia a la revolución violenta (disculpen el juego de palabras), a la destrucción de la máquina del Estado burgués y a su sustitución por la dictadura del proletariado. Bernstein afirmaba que el capitalismo podía “evolucionar hacia el socialismo” de manera pacífica y que el sistema político de la moderna sociedad burguesa “no debería ser destruido sino simplemente desarrollado”. En sus tiempos, Bernstein decía: “ahora estamos logrando, mediante el voto, las manifestaciones y otros medios de presión similares, unas reformas que hace cien años habrían requerido una revolución sangrienta.” (Eduard Bernstein, Las condiciones previas para el socialismo y las tareas del Partido Socialdemócrata Alemán).

Según Bernstein, la vía parlamentaria era suficiente para realizar la transición hacia el socialismo; la conquista del sufragio universal por parte de la clase obrera le proporcionaba las condiciones necesarias para su emancipación; y llegaría un día en que la fuerza numérica de la clase obrera sería tan grande que la clase dominante no podría resistir la presión, y el capitalismo de derrumbaría de forma semi-espontánea.

Lenin denunció las tesis del renegado Bernstein con estas palabras: “Los bernsteinianos aceptaron y aceptan el marxismo, con excepción de su aspecto directamente revolucionario. No consideran la lucha parlamentaria como una herramienta de lucha adecuada para determinados periodos históricos, sino como el principal y casi como la única forma de lucha, volviéndose innecesarias las palabras ‘violencia’, ‘toma del poder’ y ‘dictadura’.” (V.I. Lenin, ‘La victoria de los Cadetes y las tareas del partido obrero’).

Karl Kautsky fue otro digno sucesor de Bernstein. También defendía a capa y espada la vía parlamentaria, y se opuso con vehemencia a la revolución violenta y a la dictadura del proletariado. Kautsky avanzó la tesis según la cual el sistema democrático burgués “ya no requiere la lucha armada para solucionar los conflictos de clase” (K. Kautsky, La interpretación materialista de la historia, 1927). Según Kautsky, era ridículo propugnar un derrocamiento político mediante la violencia, y atacaba a Lenin y al Partido Bolchevique

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comparándolos con “una comadrona impaciente, que usa la violencia para hacer que una mujer preñada dé a luz en el quinto mes en vez de en el noveno.” (K. Kautsky, La revolución proletaria y su programa).

La siguiente declaración de Kautsky condensa todo su cretinismo parlamentario:

“El objetivo de nuestra lucha política sigue siendo, hasta la fecha, la conquista del poder estatal mediante la obtención de una mayoría en el parlamento, y transformar el parlamento en amo del gobierno.” (K. Kautsky, ‘Nuevas tácticas’).

Lenin criticó el cretinismo parlamentario con estas fulminantes palabras:

“Sólo unos canallas o unos estúpidos pueden creer que el proletario debe ante todo conquistar la mayoría en las elecciones realizadas bajo el yugo de la burguesía, bajo el yugo de la esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de clases y la revolución las elecciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo poder.” (V.I. Lenin “Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes.”).

Según Lenin, la vía parlamentaria que defiende Kautsky, “es el más puro y el más vil oportunismo, es ya renunciar de hecho a la revolución acatándola de palabra”. (V.I. Lenin, El Estado y la revolución).

Y, en otra obra, Lenin dice:

“Cuando Kautsky ‘interpreta’ el concepto de “dictadura revolucionaria del proletariado” de tal modo que desaparece la violencia revolucionaria por parte de la clase oprimida contra los opresores, bate el récord mundial de desvirtuación liberal de Marx.” (V.I. Lenin, ‘La revolución proletaria y el renegado Kautsky’).

El marxismo-leninismo nos enseña que la cuestión fundamental de todas las revoluciones es la del Estado. Nos enseña, y la experiencia lo confirma, que la clase dominante nunca renuncia al poder de forma voluntaria. Incluso durante un periodo de crisis, el antiguo régimen no cae por sí sólo - debe ser derrocado. Podría pensarse que esta ley universal de la lucha de clases es tan obvia que no es necesario recordarla. Es de sobra conocido que toda revolución supone grandes sacrificios por parte de la clase revolucionaria. Renunciar a la revolución bajo el pretexto de evitar sacrificios es lo mismo que pedirle a las clases explotadas que acepten la esclavitud, el dolor y el sacrificio ilimitados como un destino inevitable; por otra parte, los dolores de parto de una revolución no son nada, en cuanto a sufrimiento se refiere, en comparación con la agonía crónica que supone vivir bajo el capitalismo. En palabras de Lenin, “Incluso durante el curso más pacífico de los acontecimientos, inevitablemente, el sistema [capitalista] actual acaba imponiendo sacrificios a la clase obrera”. (V.I. Lenin, 'Otra masacre', 5 de junio de 1901).

En repetidas ocasiones, Lenin subrayó la inevitabilidad de “la guerra civil, sin la cual ninguna gran revolución en la historia ha podido llevarse a cabo, y sin la cual ningún marxista que se precie ha concebido la transición del capitalismo hacia el socialismo.” (V.I. Lenin, ‘Palabras proféticas’).

Lenin señaló que un largo periodo de “dolores de parto” separa el socialismo del capitalismo, que la violencia siempre juega el papel de partera en el nacimiento de la nueva sociedad, desde las entrañas de la vieja sociedad, y que el Estado burgués “no puede sustituirse por el Estado proletario (por la dictadura del proletariado) mediante la “extinción”, sino sólo, por regla general, mediante la revolución violenta”, y que “la necesidad de educar sistemáticamente a las masas en esta, precisamente en esta idea sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de Marx y Engels”. (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución).

Sólo aquellos que sufran de la incurable enfermedad del ‘cretinismo parlamentario’, que priva de “todo sentido, toda memoria, toda comprensión de la cruda realidad exterior”, pueden defender la tesis de la transición pacífica hacia el socialismo. En las condiciones actuales de imperialismo capitalista, de militarismo sin precedentes, de estrangulamiento de las naciones oprimidas y los países débiles, de furiosa lucha entre países imperialistas por el reparto del mundo, “...la sola idea de querer subordinar pacíficamente a los capitalistas a la voluntad de la mayoría de los explotados, de la transición pacífica, reformista hacia el socialismo, no sólo es de un filisteísmo extremo, sino también un engaño total y absoluto a los trabajadores; es el embellecimiento de la esclavitud asalariada del capitalismo, una ocultación de la verdad. La cuestión de

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fondo es que la burguesía, incluso la más educada y democrática, ya no duda en recurrir a cualquier crimen o fraude, a masacrar a millones de obreros y campesinos a fin de salvar la propiedad privada de los medios de producción. Sólo el derrocamiento violento de la burguesía, la confiscación de su propiedad, la destrucción de toda la maquinaria estatal burguesa, de abajo a arriba - parlamentaria, judicial, militar, burocrática, administrativa, municipal, etc., cosa que conlleva incluso la deportación o el internamiento de por vida de los explotadores más peligrosos y recalcitrantes - poniéndolos bajo estricta vigilancia, a fin de combatir sus inevitables intentos por resistir y restaurar la esclavitud capitalista - sólo medidas de este tipo pueden asegurar una subordinación real de toda la clase explotadora.” (V.I. Lenin, Tesis sobre las tareas fundamentales en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, 4 de Julio de 1920).

Esto es lo responde Stalin ante la pregunta de si podría realizarse de forma pacífica una transformación sustancial del capitalismo, sin revolución violenta y sin dictadura del proletariado:

“Obviamente no. Quien crea que semejante revolución puede llevarse a cabo pacíficamente, sin salirse del marco de la democracia burguesa, adaptada a la dominación de la burguesía, ha perdido la cabeza y toda noción del sentido común, o bien reniega cínica y abiertamente de la revolución proletaria.” (Stalin, Cuestiones del Leninismo).

Así se expresaba Mao Zedong sobre esta cuestión en su artículo ‘Problemas de la guerra y la estrategia’, siguiendo las enseñanzas del marxismo-leninismo y de la experiencia de la revolución china (entre otras experiencias),

“La toma del poder por las armas, la resolución de las contradicciones mediante la guerra, es nuestra principal tarea y es la más elevada forma de la revolución. Este principio marxista-leninista de la revolución tiene validez universal, tanto en China como en todos los demás países.” (Mao Zedong, Problemas de la Guerra y la Estrategia).

Y más adelante:

“La experiencia de la lucha de clases, en la época del imperialismo, nos enseña que sólo mediante el poder del fusil pueden el proletariado y las masas laboriosas derrotar a la burguesía y a los terratenientes armados; en este sentido, podemos decir que sólo se puede transformar el mundo con las armas.” (ibíd.).

Fueron aquellas enseñanzas elementales del marxismo-leninismo, plenamente corroboradas por la experiencia histórica, las que traicionó el revisionismo jruschovista.

Lenin subrayó una y otra vez que, debido a sus rasgos económicos fundamentales, el imperialismo se caracteriza “por un mínimo apego a la paz y la libertad, por un desarrollo máximo del militarismo en todas partes. No advertir esto, hablando de lo típico o de lo probable que es una revolución pacífica o violenta, es rebajarse al nivel del más adocenado lacayo de la burguesía.” (Lenin, La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky).

En una momento en que un pequeño grupo de países imperialistas, principalmente los Estados Unidos, tienen cientos de bases militares en todo el mundo; en un momento en que, por sí solo, el imperialismo estadounidense destina 540 billones de dólares al año (23 000 dólares por segundo) a su presupuesto militar - suma que se ha de añadir al gasto militar global; en un momento en que cientos de miles de soldados imperialistas están ocupando países extranjeros y librando guerras de rapiña, matando a millones de hombres, mujeres y niños inocentes, como sucede en Irak, Afganistán y Palestina; en un momento en que el imperialismo, en connivencia con los regímenes más autocráticos, dictatoriales y medievales, está haciendo todo lo posible para ahogar las luchas de liberación nacional y por la revolución proletaria; en un momento en que las potencias imperialistas, armadas hasta los dientes, están preparadas para ahogar en sangre las luchas revolucionarias en su propio país y en el extranjero - en estas circunstancias, hablar de vías parlamentarias, pacíficas, hacia el socialismo, como hacen los revisionistas, entre los que incluimos a nuestros propios revisionistas del Partido Comunista Británico (PCB), es una muestra de locura, es repudiar abiertamente la revolución proletaria.

Evidentemente, por su propia naturaleza, aquellos que sufren de la incurable enfermedad del “cretinismo

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parlamentario, enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior”, no pueden sino apoyar la vía pacífica, parlamentaria, hacia el socialismo. (Karl Marx, El 18 Brumario de Luís Bonaparte).

Naturalmente, mientras subrayan la necesidad de la revolución violenta para derrocar a la burguesía, los marxistas-leninistas siempre reconocen la necesidad, en determinadas circunstancias, de la participación del proletariado en la lucha parlamentaria. Pero el objetivo de tal participación es la utilización del parlamento como medio para desvelar la naturaleza reaccionaria, podrida y anticuada del sistema burgués, y para educar a las masas - y no para sembrar ilusiones sobre la ‘transición pacífica al socialismo’. En otras palabras, el proletariado participa en la escena parlamentaria con el único propósito de utilizar el parlamento para desenmascarar el parlamentarismo burgués.

En palabras de Lenin: “El partido del proletariado revolucionario debe participar en los parlamentos burgueses a fin de esclarecer a las masas; esto se logra durante las elecciones y a través de la lucha entre partidos en el parlamento. Pero limitar la lucha de clases a la lucha parlamentaria, o considerar esta última como la forma superior y decisiva de lucha, a la que están subordinadas todas las demás formas de lucha, es una auténtica deserción al campo de la burguesía, contra el proletariado.” (Lenin, La Asamblea Constituyente y la Dictadura del Proletariado).

En vista de lo anteriormente expuesto, queda claro que aquellos que abrazan los ideales del comunismo, aquellos que están comprometidos con la emancipación del proletariado, y por tanto con la liberación de la humanidad, no pueden sino estar en total acuerdo con las palabras finales del Manifiesto Comunista:

“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAISES, UNIOS!”

Una vez consolidada su posición tras el XXII Congreso del PCUS (octubre de 1961), la camarilla jruschovista sistematizó la línea que había seguido desde el XX Congreso, cuya esencia era la “transición pacífica”, la “competición pacífica” y la “coexistencia pacífica”. El XX Congreso adoptó un programa abiertamente revisionista, que además de hacer énfasis de manera unilateral en las posibilidades de la transición pacífica, y de caracterizar la coexistencia pacífica como principio general de la política exterior de la Unión Soviética, sustituyó el concepto de dictadura del proletariado por el de Estado de todo el pueblo, y el concepto de partido del proletariado por el de partido de todo el pueblo. Sustituyó la teoría marxista-leninista de la lucha de clases por el humanismo burgués y los grandiosos ideales del comunismo por las consignas burguesas de libertad, igualdad y fraternidad. Aquel era un programa que se caracterizaba por su oposición a la revolución y a la continuación de la revolución en los países socialistas; era, de hecho, un programa para garantizar la restauración del capitalismo, cuya consecuencia final, desgraciadamente, fue el derrumbamiento del socialismo en la Unión Soviética y los países socialistas de Europa central y oriental, así como un enorme retroceso para la revolución proletaria y los movimientos de liberación nacional.

Estado de todo el pueblo

En el XXII Congreso del PCUS, Jruschov enarboló la bandera de la oposición a la dictadura del proletariado y su sustitución por el “Estado de todo el pueblo”. El programa adoptado en aquel Congreso declaraba que la dictadura del proletariado “ha dejado de ser indispensable en la Unión Soviética” y que “el Estado, que nació como Estado de dictadura del proletariado, se ha convertido, en la nueva etapa, en la etapa contemporánea, en un Estado de todo el pueblo”.

Con esta tesis, que claramente eran una violación de las enseñanzas fundamentales del marxismo-leninismo sobre el significado de la dictadura del proletariado, los jruschovistas desarmaron al proletariado de la Unión Soviética y al de otros muchos países, particularmente al de los países socialistas del Este de Europa. Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del marxismo sabe que el Estado no es más que un instrumento de la clase dominante, un instrumento para asegurar la subyugación de una clase sobre otra. Mientras exista el Estado, éste no puede situarse por encima de las clases; mientras el proletariado utilice el

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Estado, lo hará para doblegar a sus adversarios. La mera existencia del Estado es una prueba elocuente del carácter irreconciliable de los antagonismos de clase. En el momento en que el Estado se convierte en representante de toda la sociedad, se hace innecesario y superfluo, y como tal desaparece.

Sin embargo, el proletariado necesita tener su propio Estado - la dictadura del proletariado - para “el periodo histórico que separa el capitalismo de la ‘sociedad sin clases’, el comunismo” (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución). La dictadura del proletariado es necesaria para hacer realidad la “expropiación de los expropiadores”, aplastar la inevitable resistencia de las antiguas clases explotadoras así como sus intentos de restaurar el antiguo sistema, y organizar la reconstrucción económica de la sociedad - en definitiva, para preparar las condiciones materiales y espirituales necesarias para pasar de la fase inferior a la fase superior del comunismo.

Puesto que las clases (y por tanto la lucha entre ellas) siguen existiendo después del derrocamiento de la burguesía y durante toda una época histórica, la dictadura del proletariado se hace necesaria durante este periodo. De lo contrario, no puede recorrerse el largo y tortuoso camino que va de la fase inferior hasta la fase superior del comunismo. Lenin lo resumió con estas inolvidables palabras: “sólo es marxista el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que estriba la más profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado. En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la comprensión y el reconocimiento real del marxismo (…) el oportunismo no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a lo más fundamental, al período de transición del capitalismo al comunismo, al período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta. En realidad, este período es inevitablemente un período de lucha de clases de un encarnizamiento sin precedentes, en que ésta reviste formas agudas nunca vistas, y, por consiguiente, el Estado de este período debe ser inevitablemente un Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía)”. (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución).

Los marxistas-leninistas nunca han tenido problemas en expresar abiertamente sus puntos de vista sobre el Estado. El proletariado y su partido político nunca han ocultado que la revolución proletaria tiene por objetivo el derrocamiento del orden burgués (dictadura de la burguesía), y el establecimiento de la dictadura del proletariado; y que esta dictadura del proletariado es necesaria durante toda una época histórica, que separa el capitalismo de la sociedad comunista sin clases. El marxismo-leninismo no tiene motivo alguno para ocultar esta verdad, puesto que por su propia naturaleza, la dictadura del proletariado es el poder de la gran mayoría sobre una pequeña minoría de explotadores y potenciales explotadores. Son la burguesía y sus representantes políticos, que gobiernan en nombre de una ínfima minoría de explotadores, quienes, intentando engañar a las masas, hacen todo lo posible para ocultar la naturaleza de clase del Estado burgués, y hablan de su máquina estatal como si fuera “de todo el pueblo” y estuviera por encima de las clases.

La proclamación por parte de Jruschov de la abolición de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética, y su supuesta sustitución por el “Estado de todo el pueblo”, no fue nada menos que la sustitución de las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre el Estado por falsedades burguesas.

Ante las críticas a las falsedades vertidas sobre estas cruciales cuestiones, la camarilla jruschovista trató de inventarse, en vano, una base teórica para justificar su tesis de “Estado de todo el pueblo”, y afirmaron que el periodo de la dictadura del proletariado, al que se referían Marx y Lenin, sólo era válido para la primera fase del comunismo, y que entre ésta y la fase superior del comunismo y la extinción del Estado, habría otra fase - la del “Estado de todo el pueblo”.

La sofistería de los charlatanes jruschovistas se hace evidente si la comparamos con las declaraciones claras y precisas de Marx y Lenin sobre esta cuestión. En su Crítica del Programa de Gotha, Marx enunció el conocido axioma, según el cual la dictadura del proletariado existe durante todo el periodo de transición del capitalismo al comunismo. Lenin explicó de forma clara este axioma marxista de la siguiente manera:

“En su ‘Crítica del Programa de Gotha’, Marx escribió: ‘Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.’” (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución)

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Y más adelante:

“La esencia de la teoría de Marx sobre el Estado sólo la ha asimilado quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, no sólo para toda sociedad de clases en general, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la "sociedad sin clases", del comunismo.” (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución)

Los jruschovistas afirmaron que la democracia sólo podía profundizarse en “una democracia genuina para todo el pueblo” a condición de sustituir la dictadura del proletariado por el “Estado de todo el pueblo”; de un modo pretencioso, afirmaron que su línea política de abolición de la dictadura del proletariado era “una línea política de desarrollo enérgico de la democracia”, y un ejemplo de cómo “la democracia proletaria se está convirtiendo en democracia socialista de todo el pueblo” (N.S. Jruschov, Informe al XXII Congreso del PCUS, y Informe sobre el Programa del PCUS, entregado al Congreso, octubre de 1961,).

Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento sobre esta cuestión sabe que la democracia es una forma de Estado, y que como tal, es una democracia de clase. No puede existir la democracia sin clases - “democracia para todo el pueblo”.

O en palabras de Lenin: “Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.” (V.I. Lenin, El Estado y la Revolución).

En otras palabras, la única vía para desarrollar, profundizar y ampliar la democracia para las masas trabajadoras es a través el ejercicio de la dictadura del proletariado sobre las clases explotadoras; sin ello, no puede haber democracia real para el pueblo trabajador. La democracia proletaria y la democracia burguesa son mutuamente excluyentes. La más completa eliminación de la democracia burguesa es condición para el más completo florecimiento de la democracia proletaria.

Lejos de suponer un paso hacia la ampliación de la democracia en el camino hacia el comunismo, lo que realmente pretendía la denigración de la dictadura del proletariado era servir de instrumento para la reducción de la democracia proletaria para las masas y la llegada al poder de los sectores y estratos privilegiados de la sociedad soviética, allanando así el camino hacia la restauración del capitalismo.

No resulta extraño, por tanto, que los jruschovistas se opusieran a esta enseñanza básica del marxismo-leninismo sobre la democracia. Según ellos, no puede haber democracia si se reprime a los enemigos del proletariado, y la única vía para desarrollar la democracia es la abolición de la dictadura del proletariado sobre sus enemigos, el cese de su represión, y el establecimiento de una “democracia para todo el pueblo”.

Las tesis jruschovistas sobre la democracia no se distinguen en nada de la concepción del renegado Kautsky sobre la ‘democracia pura’, que fue criticada por Lenin de esta manera:

“‘Democracia pura’ es, no sólo una frase de ignorante, que no comprende ni la lucha de clases ni la esencia del Estado, sino una frase completamente vacía, porque en la sociedad comunista la democracia, modificándose y convirtiéndose en costumbre, se extinguirá, pero nunca será democracia ‘pura’.” (V.I. Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky).

Puesto que la democracia es una forma de Estado, es evidente que una vez que el Estado se extingue a medida que la sociedad avanza hacia la fase superior del comunismo, también desaparece la democracia.

“El desarrollo dialéctico de los acontecimientos”, dice Lenin, “es como sigue: desde el absolutismo hacia la democracia burguesa; desde la democracia burguesa hacia la democracia proletaria; desde la democracia proletaria hacia ninguna democracia.” (Lenin, El marxismo y el Estado)

Así, podemos comprobar que las tesis jruschovistas de “democracia para todo el pueblo” y de “Estado de todo el pueblo” no eran más que unas patrañas cuya finalidad era encubrir la traición de la camarilla jruschovista y su oposición al socialismo, permitiendo así allanar el terreno para la restauración del capitalismo.

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Partido de todo el pueblo

En el mismo XXII Congreso del PCUS, Jruschov lanzó un ataque contra el carácter proletario del Partido Comunista, anunciando la sustitución del partido del proletariado por el “partido de todo el pueblo”. El programa adoptado en el XXII Congreso decía lo siguiente:

“Como resultado de la victoria del socialismo en la URSS, y la consolidación de la unidad de la sociedad soviética, el Partido Comunista de la clase obrera se ha convertido en la vanguardia del pueblo soviético, en un partido de todo el pueblo.”

Basta con tener un mínimo conocimiento de la teoría marxista-leninista para darse cuenta de lo absurdo de esta afirmación. Un partido político es un vehículo de la lucha de clases. Ningún partido político está desprovisto de un carácter de clase. Un partido por encima de las clases es una quimera absurda. Nunca ha habido, ni puede haber algo parecido a un “partido de todo el pueblo”, que no represente los intereses de ninguna clase en particular.

Un partido del proletariado está construido de acuerdo con la teoría revolucionaria y los principios organizativos del marxismo-leninismo; es un partido compuesto por los miembros más avanzados de la clase obrera, con una lealtad sin límites hacia la misión histórica del proletariado, que es la de conducir a la sociedad hacia la fase superior del comunismo, a través de la dictadura del proletariado; es la vanguardia organizada y la más elevada forma de organización del proletariado.

Además de reclutar a miembros de la clase obrera, el partido del proletariado también tiene en sus filas a miembros que provienen de otras clases. Sin embargo, éstos últimos no ingresan en el partido como representantes de otras clases; a partir del momento en que se unen al partido, reniegan de su antigua clase y defienden los intereses del proletariado. En palabras de Marx y Engels:

“Cuando llegan al movimiento proletario tales elementos procedentes de otras clases, la primera condición que se les debe exigir es que no traigan resabios de prejuicios burgueses, pequeñoburgueses, etc., y que asimilen sin reservas la ideología proletaria.” (Carta Circular a A. Bebel, W. Liebneckht, W. Bracke y otros, 17-18 Septiembre de 1879).

Para los jruschovistas, todos estos principios fundamentales, como la naturaleza del partido proletario, eran “fórmulas estereotipadas”, mientras que su “partido de todo el pueblo” estaba en conformidad con la “dialéctica actual del desarrollo del Partido Comunista”.

Uno de los argumentos espurios que esgrimían los jruschovistas para justificar su “partido de todo el pueblo”, era que todo el pueblo de la URSS había aceptado la ideología marxista-leninista de la clase obrera y los objetivos de la clase obrera, y que la construcción del comunismo se había convertido en el objetivo del pueblo soviético entero. En las condiciones de lucha de clases continua en la URSS, ¿cómo podía afirmarse que todo el mundo había aceptado la ideología marxista-leninista? ¿Se podía mantener que los cientos de miles de antiguos y nuevos elementos burgueses en la URSS se habían convertido en firmes marxistas-leninistas? Y, si el marxismo-leninismo se había convertido realmente en la concepción del mundo de toda la sociedad soviética, como afirmaban los jruschovistas, ¿no se deduce de allí que no habría en la sociedad soviética diferencias entre los miembros del Partido y aquellos que no se encontraban en sus filas, y que por tanto no habría necesidad alguna de que existiera el Partido? ¿Qué importancia tendría entonces que hubiera o no un “partido de todo el pueblo”?

Al proponer un “partido de todo el pueblo”, el verdadero objetivo de los jruschovistas era transformar el carácter proletario del PCUS, y transformarlo, de partido marxista-leninista que había sido, en el partido revisionista que fue después. Así, los jruschovistas iniciaron el proceso de degeneración del PCUS, de partido marxista-leninista a partido revisionista, que acabó dirigiendo la restauración del proletariado en la otrora gloriosa Unión Soviética.

“Un partido que quiere existir”, dice Lenin, “no se puede permitir la menor vacilación en la cuestión de su existencia, o compromiso alguno con aquellos que desean enterrarlo” (‘Cómo Vera Zasulich destruye el liquidacionismo’).

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El fracaso de una gran parte de la militancia del PCUS a la hora de oponerse a los jruschovistas fue algo que le costó muy caro al pueblo soviético, pues finalmente la camarilla de renegados revisionistas fue capaz de enterrar al otrora glorioso PCUS y provocar el derrumbe del socialismo en el país de Lenin y Stalin, con efectos desastrosos en los movimientos revolucionarios proletarios y de liberación nacional en todo el mundo.

La coexistencia pacífica

Lenin fue el primero en enunciar la idea de la coexistencia pacífica. Puesto que el socialismo no puede triunfar en todos los países al mismo tiempo, los países socialistas están obligados a convivir con los países capitalistas. En dicha situación, el Estado socialista tendría que adoptar una política de coexistencia pacífica hacia los países con sistemas sociales diferentes.

Tras la victoriosa Revolución de Octubre, Lenin proclamó, en más de una ocasión, el carácter pacífico de la política exterior del Estado soviético. Por su parte, los imperialistas, deseando la destrucción de la joven república, libraron una guerra de intervención contra aquella. A través de innumerables sacrificios y sufriendo todo tipo de penurias, hacia 1920 el pueblo soviético salió triunfante de la intervención armada imperialista.

Una vez terminada la guerra, el pueblo soviético se volcó en la tarea de la construcción pacífica. Fue en estas circunstancias cuando Lenin lanzó la consigna de coexistencia pacífica, a la vez que reconocía que no había garantías de tal coexistencia por la inherente naturaleza agresiva del imperialismo. De ahí la necesidad para el Estado socialista de estar constantemente vigilante. Las siguientes ideas recorren como un hilo rojo la correcta política de coexistencia pacífica de Lenin:

Primero: el Estado socialista existía pese a la oposición del imperialismo. Aunque se adhiriese a una política exterior pacífica, el imperialismo no tenía intención de vivir en paz con él, y aprovecharía cualquier oportunidad para oponerse – o incluso destruir – al Estado socialista. Lenin dijo:

“…la existencia de la República Soviética al lado de los Estados imperialistas, durante un periodo prolongado, es impensable. Al final deberá triunfar uno u otro. Y antes de que llegue este final, serán inevitables tremendos enfrentamientos entre la República Soviética y los Estados burgueses.” (Octavo Congreso del Partido, 18 de Marzo de 1919).

Segundo: el Estado soviético sólo fue capaz de convivir en paz junto con los Estados imperialistas a través de la lucha y la repetición de distintos duelos entre los países imperialistas y el Estado socialista, la adopción por este último de una política estricta, su confianza en la simpatía y el apoyo del proletariado y los pueblos oprimidos del mundo, y la utilización de las contradicciones inter-imperialistas.

Tercero: en la aplicación práctica de la política de coexistencia pacífica, fueron utilizados diferentes criterios en distintos países del mundo capitalista. Ello requería el establecimiento de relaciones de amistad más estrechas entre el Estado soviético y los países oprimidos por el imperialismo. Lenin asignó como principal tarea al Estado soviético el derrotar a los explotadores y ganarse a los países indecisos – siendo estos últimos “…una serie de Estados burgueses, que como tales nos odian, pero por otra parte, como Estados oprimidos, prefieren la paz con nosotros” (Informe al Comité Ejecutivo Central Panruso y al Consejo de los Comisarios del Pueblo).

Cuarto: la coexistencia pacífica era una política que el proletariado en el poder debía seguir para países con diferentes sistemas sociales. No era el principal fin de la política exterior del Estado soviético. Lenin subrayó en repetidas ocasiones que el principio subyacente de la política exterior del Estado soviético no era otro que el internacionalismo proletario.

Lenin declaró: “La Rusia soviética considera su mayor orgullo el ayudar a los trabajadores del mundo entero en su dificultosa lucha por el derrocamiento del capitalismo”. (‘Para el Cuarto Congreso Mundial de la Comintern y el Soviet de diputados obreros y del Ejército Rojo de Petrogrado’).

Quinto: para las clases y naciones oprimidas es imposible coexistir pacíficamente con las clases y naciones opresoras.

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Estas ideas fundamentales de Lenin sobre la cuestión de la coexistencia pacífica fueron defendidas fielmente por Stalin durante los 30 largos años en que fue líder de la Unión Soviética. Aunque hiciera suya y llevara a la práctica la política de coexistencia pacífica de Lenin, Stalin se opuso vehementemente a negarle un apoyo fraternal a las luchas revolucionarias de otros pueblos, a fin de congraciarse con el imperialismo. Stalin señaló que podía haber dos posibles líneas a elegir en política exterior. Una de ellas era: “seguimos una política revolucionaria, uniendo a los proletarios y a los oprimidos de todos los países en torno a la clase obrera de la URSS – en tal caso el capital internacional hará todo lo posible para ponernos obstáculos en el camino.”

La otra línea era: “renunciamos a nuestra política revolucionaria, y acordamos hacer una serie de concesiones fundamentales al capital internacional – en tal caso el capital internacional, sin duda alguna, no se opondrá a ‘ayudarnos’ en convertir nuestro país socialista en una ‘buena’ república burguesa”.

Stalin daba este ejemplo: “América pide que renunciemos a nuestra política de apoyo al movimiento de emancipación de la clase obrera en otros países, y dice que si hacemos esta concesión todo marcharía sin problemas… ¿deberíamos hacer esta concesión?”

Así contestó a la pregunta: “…no podemos hacer concesiones de este tipo sin traicionarnos a nosotros mismos”. (El trabajo del Pleno del Comité Central y la Comisión Central de Control).

Siguiendo los pasos de Lenin, Stalin mantuvo en primer lugar que “la revolución del país victorioso no debe considerarse como una magnitud autónoma, sino como un apoyo, como un medio para acelerar el triunfo del proletariado en todos los países.” (La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos).

Añadía que constituía “…una base para el desarrollo sucesivo de la revolución mundial” (Ibídem).

En 1925, en su lucha contra los liquidacionistas trotskistas y zinovievistas, Stalin tuvo la ocasión de señalar que una de las características más peligrosas del liquidacionismo era “…la falta de confianza en la revolución proletaria internacional; la falta de confianza en su victoria; una actitud escéptica respecto a los movimientos de liberación nacional en las colonias y los países dependientes… la falta de comprensión de las necesidades más elementales del internacionalismo, en virtud de las cuales la victoria del socialismo en un solo país no es un fin en sí mismo, sino un medio para desarrollar y sostener la revolución en otros países” (Preguntas y respuestas).

Por tanto, queda claro que la política de coexistencia pacífica de Lenin, política que la URSS defendió fielmente durante las tres décadas del liderazgo de Stalin, es coherente con el internacionalismo proletario – una política de alianzas con las naciones oprimidas y de apoyo a los movimientos revolucionarios proletarios de los países desarrollados, en su lucha por la liberación nacional frente al imperialismo y por la emancipación social, respectivamente.

A partir del XX Congreso del PCUS, la camarilla de renegados jruschovistas inició la falsificación y la tergiversación de la política de coexistencia pacífica de Lenin – en un intento por congraciarse con el imperialismo, en especial con el imperialismo estadounidense. En nombre de la coexistencia pacífica, los jruschovistas sustituyeron la lucha de clases internacional por la colaboración de clases, y abogaron por una política de “cooperación global” entre el socialismo y el imperialismo, abriendo así la puerta para la penetración imperialista en los países socialistas – una política claramente adaptada a los esquemas del imperialismo estadounidense de “evolución pacífica” de los países socialistas en ‘buenas’ repúblicas burguesas.

Los jruschovistas afirmaron:

1. que la coexistencia pacífica era el instrumento primordial para resolver los problemas vitales a los que se enfrentaba la sociedad, y que debía ser “la ley de vida básica del conjunto de la sociedad moderna” (Jruschov, discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, 23 de Septiembre de 1960);

2. que los líderes del imperialismo habían aceptado la coexistencia pacífica, anunciando pomposamente la supuesta aceptación por parte la administración Kennedy de que la coexistencia pacífica entre

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países con sistemas sociales diferentes era razonable y factible;

3. que la coexistencia pacífica era “la línea general en política exterior de la Unión Soviética y de los países del campo socialista” (Discurso de Jruschov en el recibimiento al embajador de la RPDC en la Unión Soviética, 5 de Julio de 1961).

4. que el principio de coexistencia pacífica era el factor principal de la política exterior del PCUS y de otros partidos marxistas, que era la base de la estrategia del comunismo en el mundo contemporáneo, y que, supuestamente, todos los comunistas habían “…hecho de la lucha por la coexistencia pacífica el principio general de su política” (Coexistencia pacífica y revolución, Kommunist nº2, Moscú, 1962);

5. que la coexistencia pacífica había adquirido tanta importancia que llegó a considerarse como premisa necesaria para la victoria para la lucha revolucionaria de los pueblos, y que la victoriosa revolución cubana, la obtención de la independencia por parte de más de 40 países, incluido Argelia, el crecimiento en número y fuerza de los partidos comunistas, y la creciente influencia del movimiento comunista internacional, fueron victorias logradas bajo las condiciones de coexistencia pacífica entre los Estados con sistemas sociales diferentes, y que se atribuían precisamente a aquellas condiciones;

6. que la coexistencia pacífica era “la mejor manera de ayudar al movimiento obrero revolucionario internacional a que consiga sus principales objetivos de clase” (Carta abierta al CC del PCUS a todas las organizaciones del Partido, a todos los comunistas de la Unión Soviética, 14 de julio de 1963), afirmando que habían aumentado las posibilidades para una transición pacífica al socialismo en los países capitalistas, en las condiciones de coexistencia pacífica;

7. que la victoria del socialismo en la competencia económica tenía que infligir necesariamente un golpe demoledor a todo el sistema de relaciones capitalistas, de tal manera que el programa del PCUS adoptado en su XXII Congreso afirmaba descaradamente que “cuando el pueblo soviético disfrute de las ventajas del comunismo, cientos de millones de personas en la tierra dirán ‘¡Estamos a favor del comunismo!’” e incluso que los capitalistas podrían “pasarse al Partido Comunista”.

De lo anterior se desprende que mientras la política de coexistencia pacífica de Lenin estuvo enfocada hacia la política imperialista de guerra y agresión, ésta se basaba en el punto de vista de la lucha de clases internacional y la misión histórica del proletariado. Esto exige de los países socialistas que, además de seguir la política de coexistencia pacífica, le ofrezcan un apoyo firme a las luchas revolucionarias de los pueblos y naciones oprimidas, así como a los movimientos revolucionarios proletarios de la clase obrera. En cambio, la coexistencia pacífica de los jruschovistas servía al imperialismo y alentaba las políticas imperialistas de guerra y agresión, buscando sustituir la revolución proletaria mundial por el pacifismo y la renuncia total al internacionalismo proletario. La política jruschovista fue una política de capitulación de clase, que despojó a la política leninista de coexistencia pacífica de su esencia revolucionaria, al tergiversarla, mutilarla y falsificarla, haciéndola irreconocible. Mientras que la política de coexistencia pacífica de Lenin no era más que un aspecto de la política internacional del Estado proletario, los jruschovistas hicieron de la coexistencia pacífica la línea general de la política exterior de los países socialistas – y también la línea general de todos los partidos comunistas.

El capitalismo y el socialismo son dos sistemas diametralmente opuestos. El capitalismo nunca puede aceptar la existencia del socialismo. De vez en cuando, intentará hacer realidad sus deseos de derrocar el socialismo mediante la lucha armada. La guerra de intervención del imperialismo contra la joven república soviética, la guerra brutal librada por el fascismo hitleriano contra la URSS, o las guerras genocidas del imperialismo estadounidense contra los pueblos vietnamita y coreano, son algunos ejemplos de estos criminales intentos por aniquilar el socialismo. Los países socialistas se ganaron el derecho a vivir junto con el imperialismo – el derecho a la coexistencia pacífica - solamente a través de lucha y la defensa armadas, solamente infligiendo sorprendentes derrotas al imperialismo. Una política de coexistencia pacífica carente de lucha no habría llevado a los países socialistas a ninguna parte.

En ausencia de guerras ‘calientes’, durante los periodos en que el imperialismo es incapaz de librar guerras, a

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causa de su debilidad o de condiciones desfavorables, éste libra guerras frías en las que, mientras refuerza su armamento y se prepara para la guerra, recurre a cualquier medio, cualquier artimaña para sabotear a los países socialistas, por la vía política, económica, cultural e ideológica. La guerra fría del imperialismo contra los países socialistas, en especial contra la Unión Soviética, entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída de la URSS y las Democracias Populares del Este de Europa, nos ofrece una prueba elocuente (si es que hacen falta pruebas) de esta evidencia. Desde la caída de la URSS, la guerra fría del imperialismo contra los restantes países socialistas no ha decaído.

Pero en modo alguno el imperialismo limita sus planes de guerra y agresión a los países socialistas. En su afán de dominación, de control de las materias primas, de exportar capitales y de conseguir el máximo beneficio, libra guerras contra los movimientos revolucionarios de liberación de las naciones oprimidas, así como contra los países que aspiran a mantener su independencia y conservar su soberanía. Las guerras depredadoras contra los pueblos iraquí, afgano y palestino, que se han cobrado la vida de millones de personas inocentes, son una prueba viviente, si prueba hiciera falta, de esta verdad tan evidente.

Siendo objetivos de las provocaciones, de los preparativos de guerra y de las guerras del imperialismo, los países socialistas tienen el deber de ayudarse mutuamente y de llevar a cabo una lucha conjunta contra el imperialismo, y no rehuir de ello en nombre de alguna doctrina imaginaria sobre la coexistencia pacífica, que en su formulación jruschovista se puede llamar sencillamente ‘capitulación pacífica y colaboración de clases’. Lejos de poder atribuirse a la coexistencia pacífica, las victorias de todas las revoluciones desde entonces han sido el resultado de duras batallas, guerras y luchas revolucionarias. Solamente un limpiabotas sinvergüenza como Jruschov podría definir sus constantes concesiones (a costa de todos los principios proletarios) y su dócil aceptación de las humillantes exigencias del imperialismo estadounidense, como “una victoria para la coexistencia pacífica”.

Al negar la irresoluble contradicción entre el sistema socialista y el sistema capitalista, al negar las principales contradicciones entre el campo socialista y el campo imperialista, los jruschovistas no podían sino acabar convirtiendo la coexistencia pacífica entre ambos sistemas en una “cooperación global”. Al insistir en que la coexistencia pacífica fuera asumida por los países socialistas como línea general de su política exterior, los jruschovistas tiraron por la borda el principio fundamental de la política exterior de los países socialistas, es decir, el internacionalismo proletario.

“La política exterior del proletariado”, dice Lenin, “es la alianza con los revolucionarios de los países desarrollados y con todas las naciones oprimidas, contra los imperialistas” (La política exterior de la Revolución Rusa).

Tras la Revolución de Octubre, Lenin, y posteriormente Stalin, insistieron en repetidas ocasiones que la Unión Soviética, donde la dictadura del proletariado ha sido establecida, era una base de apoyo para hacer avanzar la revolución proletaria mundial. Al ir en contra de esta enseñanza básica, y al convertir la coexistencia pacífica en la línea general de la política exterior de todos los países socialistas, los jruschovistas convirtieron a la URSS, de base de la revolución mundial, en la base de una humillante capitulación ante los imperialistas, y de colaboración con el imperialismo en la labor de transformación pacífica de la URSS y los países del Este de Europa en ‘buenas’ repúblicas burguesas.

Además, al insistir en que los Partidos Comunistas de todos los países capitalistas y de las naciones oprimidas asumieran también la coexistencia pacífica como línea general, los jruschovistas se dedicaron a sustituir la línea revolucionaria de los Partidos Comunistas por su política de coexistencia pacífica, y aplicaron de forma intencionada esa política a las relaciones entre clases opresoras y clases oprimidas y entre naciones opresoras y naciones oprimidas. Esa política debilitó igualmente a los movimientos proletarios y de liberación nacional, y por añadidura a los países socialistas – puesto que al golpear y al debilitar a las fuerzas imperialistas, los éxitos de la luchas del movimiento obrero y de liberación nacional elevan la causa de la paz mundial y del progreso social, y fortalecen la lucha de los países socialistas por la coexistencia pacífica con países que tienen un sistema social diferente. Sólo la correcta aplicación de la política leninista de coexistencia pacífica, con el internacionalismo proletario y la lucha de clases internacional como núcleo, puede estar en armonía con las luchas revolucionarias de los pueblos de todos los países.

La política jruschovista de coexistencia pacífica fue un maná del cielo para el imperialismo, en especial para

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el imperialismo estadounidense, que salió de la Segunda Guerra Mundial como líder del campo imperialista. Tras la fachada de la coexistencia pacífica, el imperialismo estadounidense trató de impedir que la Unión Soviética y otros países socialistas apoyaran la lucha revolucionaria de los pueblos en el mundo capitalista. En su discurso ante el House of Representatives Foreign Affairs Committee, el 28 de Enero de 1959, J. F. Dulles, el Secretario de Estado de los EEUU, dijo:

“En lo que respecta al gobierno soviético, éste podría acabar con la ‘guerra fría’ si renunciara al papel de guía del comunismo internacional y se centrara primero en el bienestar del pueblo ruso. Así, la ‘guerra fría’ llegaría a su fin si el comunismo internacional renunciara a sus objetivos…”

John F. Kennedy y su Secretario de Estado Dean Rusk dijeron lo mismo. En palabras de este último: “No puede haber una paz segura y duradera mientras los líderes comunistas no abandonen su objetivo de revolución mundial”. (Discurso en la Convención Nacional de la Legión Americana, 10 de septiembre de 1963).

Por otra parte, tras la fachada de la coexistencia pacífica, el imperialismo estadounidense prosiguió con su política de “evolución pacífica” de la URSS y otros países socialistas en repúblicas burguesas. En palabras de Dulles, “…la renuncia a la fuerza… no implica el mantenimiento del statu quo, sino cambios pacíficos” (...) “no basta con estar a la defensiva”, porque la libertad “debe ser una penetrante fuerza positiva” (...) “esperamos alentar una evolución en el seno del mundo soviético”.

En otras palabras, para el imperialismo estadounidense la coexistencia pacífica tenía este significado: los pueblos que viven bajo la dominación imperialista y la esclavitud no deben luchar por su liberación; aquellos que ya se han liberado deben ser subyugados de nuevo y sometidos a la dominación y la esclavitud imperialista; y el mundo entero debe ser incorporado a la “comunidad mundial de naciones libres” americana.

Por lo tanto, no es difícil comprender por qué el imperialismo estadounidense y sus satélites saludaron la línea general de coexistencia pacífica de jruschovistas con tanta prontitud y entusiasmo. Lo hicieron porque gracias a su política de capitulación (entre otras cosas), los jruschovistas habían avergonzado y debilitado al Partido Bolchevique, que hasta la muerte de Stalin había sido considerado por los partidos hermanos el ‘destacamento de choque’ del movimiento obrero y revolucionario mundial – una denominación que el PCUS se había ganado por la ayuda desinteresada que había ofrecido para mejorar las condiciones de vida de aquellos que estaban viviendo bajo la esclavitud capitalista.

En tiempos de Lenin y de Stalin, el Estado soviético tuvo que afrontar muchas batallas a vida o muerte, pero en ningún momento el Partido Bolchevique o el pueblo soviético hicieron dejación de su deber revolucionario, ni flaquearon ante las dificultades. No había fortaleza que no pudieran asaltar – en una época en la que el Estado soviético era incomparablemente más débil que el imperialismo. Sin embargo, a partir de mediados de los años 50, cuando la situación mundial era mucho más favorable para la revolución, y el socialismo era más fuerte que nunca, los jruschovistas cometieron la ignominia de dejar que el Estado soviético, fundado por el gran Lenin, fuera intimidado, mangoneado y humillado por el imperialismo estadounidense, para deshonra de todo el campo socialista.

Los jruschovistas utilizaron el prestigio de la URSS para perseguir su infame objetivo de colaboración con el imperialismo estadounidense. Por su parte, el imperialismo estadounidense ‘recompensó’ a los jruschovistas con una humillación tras otra.

Los Estados Unidos salieron de la Segunda Guerra Mundial como el más poderoso y feroz país imperialista, con el objetivo estratégico demencial de conquistar el mundo. Tomaron el relevo de los hitlerianos derrotados y se convirtieron en el gendarme del mundo con el objetivo de erradicar las luchas revolucionarias de los pueblos y naciones oprimidos, extinguir la llama de las luchas revolucionarias proletarias y hacer retroceder el socialismo en Europa del Este y posteriormente en la Unión Soviética. Por tanto, no podía haber ninguna ‘cooperación global’ entre este mortífero enemigo de la humanidad y los países socialistas. Si los jruschovistas pensaron que era factible dicha cooperación, ello sólo puede tener una explicación: tenían la determinación de emprender el camino hacia la restauración capitalista en la URSS. Así las cosas, cualquier medida que debilitara la dictadura del proletariado y el partido del proletariado, fue aprovechada con entusiasmo por los jruschovistas. En todos los terrenos, desde los ataques contra Stalin, pasando por las

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teorías erróneas sobre la naturaleza del partido proletario y la revolución proletaria, hasta las reformas económicas, persiguieron de forma resuelta el objetivo de restaurar el capitalismo. La falsificación de la línea leninista de coexistencia pacífica debe verse desde esta perspectiva y no otra.

Guerra y paz

Resulta imposible eludir el debate y la controversia sobre la cuestión de la guerra y la paz, no solamente por ser cuestiones de una elevada significación teórica y científica, sino también porque estamos permanentemente confrontados a la guerra, la devastación y la destrucción de la vida humana a gran escala.

Aparte de las dos guerras mundiales, que se cobraron ambas la vida de 100 millones de personas, mutilaron a muchas más y causaron una destrucción material en una escala inimaginable, el imperialismo no ha dejado vivir al mundo ni un solo año de paz desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Millones de personas han sido masacradas en las guerras imperialistas provocadas por el imperialismo contra los pueblos de Corea, Indochina, Congo, Irak, Afganistán, Líbano, Palestina y Yugoslavia. Durante los últimos 19 años solamente, el imperialismo ha devastado Irak, Afganistán, Congo y Yugoslavia. Los fascistas israelíes han estado destruyendo Líbano y Palestina, con el mismo sadismo que los hitlerianos, sirviendo al imperialismo estadounidense, que tiene la determinación de preservar y extender su dominación sobre toda la región, desde el Medio Oriente hasta las antiguas repúblicas del Este de la extinta Unión Soviética, con el propósito de asegurarse la dominación mundial.

Sin embargo, en todos los debates sobre esta candente cuestión de la guerra y la paz, se suele olvidar una cosa importante, a la que no se presta la suficiente atención, por lo que se genera una polémica inútil. Es la siguiente: “…la gente se olvida de la cuestión fundamental que es el carácter de clase de la guerra; por qué la guerra ha estallado; qué clases están participando en ella; las condiciones históricas e histórico-económicas que le han dado origen…”

Es importante recordar brevemente esta enseñanza del marxismo-leninismo sobre esta cuestión de excepcional importancia, así como las tergiversaciones y falsificaciones revisionistas de esta enseñanza, para asegurarse de que las enseñanzas marxistas-leninistas, y solamente éstas, impregnen a la clase obrera y a los pueblos oprimidos en su lucha por la revolución proletaria y la liberación nacional mediante el derrocamiento del imperialismo.

Según el leninismo, la guerra es la continuación de la política mediante otros medios. Para caracterizar una guerra y adoptar una posición respecto a ésta, se debe tener en cuenta el carácter de clase de la guerra, es decir, la clase que está librando esta guerra, la política y los objetivos perseguidos por esta clase antes de la guerra – y no quién atacó primero a quién. El marxismo requiere: “…un análisis histórico de cada guerra para determinar si esta guerra en particular puede considerarse progresista o no, si sirve a los intereses de la democracia y del proletariado y si, en este caso, es legítima, justa, etc.” (Los énfasis son del autor) (V.I. Lenin, Una caricatura del marxismo y del imperialismo economicista).

En cuanto a una guerra determinada, considerada en su perspectiva histórica, el marxismo afirma: “Si la ‘esencia’ de una guerra es, por ejemplo, el derrocamiento de una opresión alienante…, entonces dicha guerra es progresista en lo que concierne al estado oprimido o la nación oprimida. Sin embargo, si la ‘esencia’ de una guerra es la redistribución de colonias, el reparto de un botín, el saqueo de países extranjeros…, entonces toda la palabrería sobre la defensa de la patria no es más que un engaño al pueblo”.

Los conflictos militares armados no se pueden separar de las políticas beligerantes que llevaron al conflicto armado.

Por ello, el que una guerra sea progresista, y por tanto justa y legítima desde el punto de vista del proletariado, o el que sea reaccionaria, y por tanto sea injusta e ilegítima desde el punto de vista del proletariado, depende del carácter de clase de la guerra, de la clase que está librando la guerra, de los objetivos por los que se está librando la guerra, y de la política de la que la guerra es consecuencia. Sólo después de un estudio riguroso y de un profundo análisis de estos factores puede el proletariado adoptar una actitud hacia una guerra. En su actitud hacia una determinada guerra, el proletariado debe guiarse por los principios del internacionalismo proletario y por su deber de contribuir a la preparación y la aceleración de la revolución proletaria mundial.

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Lenin subrayó que “la guerra no sólo es una continuación de la política, sino que es la personificación de la política.” (VII Congreso Panruso de los Soviets).

En otras palabras, la guerra, en las condiciones del capitalismo, no es una aberración o una ruptura de las normas de la lucha política, sino todo lo contrario, particularmente en la fase superior del capitalismo – el imperialismo. Bajo el capitalismo imperialista, las guerras son moneda corriente – algo tan corriente como la explotación del proletariado por la burguesía o la opresión de las naciones oprimidas por un puñado de Estados imperialistas opresores.

Sólo los pacifistas burgueses y los oportunistas en el seno del movimiento obrero pueden concebir la paz como algo esencialmente distinto de la guerra, puesto que nunca han asumido que la guerra es la continuación de la política por otros medios; que la guerra imperialista es la continuación de la política imperialista y que los periodos de paz imperialista son la continuación de la política de guerra imperialista. La burguesía tiene un interés evidente en que las masas no entiendan esta indisoluble conexión entre la guerra y la política que la precede. En su torpeza, o su falta de voluntad para asumir la inevitable conexión entre la guerra y la política que la precede, y entre periodos de paz imperialista y periodos de guerra imperialista, los oportunistas ayudan a la burguesía a engañar y pacificar al proletariado.

La inevitabilidad de las guerras bajo el capitalismo

A diferencia de los kautskistas y sus herederos, con sus teorías sobre el ultra-imperialismo y el imperialismo colectivo (que no son más que una defensa velada del imperialismo, y un vano intento de esconder a la clase obrera las contradicciones inherentes al imperialismo que inevitablemente conducen a la guerra) el leninismo nos enseña y nos confirma que la guerra moderna es un producto del imperialismo, y que no puede ser eliminada sin acabar con el imperialismo – con la explotación del hombre por el hombre y de una nación sobre otra.

“No cabe duda”, observaba Lenin, “de que la transición del capitalismo hacia la fase del capitalismo monopolista, del capital financiero, está ligada a la intensificación de la lucha por el reparto del mundo.”

Uno de los principales rasgos del imperialismo (es decir, de la transición del capitalismo pre-monopolista, de libre mercado, hacia su fase monopolista) es que supone la culminación del proceso de división territorial del mundo por parte de los Estados capitalistas más poderosos. Una vez realizado este reparto, ya sólo puede haber una redistribución, en razón de los cambios en la correlación de fuerzas de los distintos países imperialistas que se deben a la acción de la ley del desarrollo desigual, por la que algunos países se adelantan y otros quedan rezagados. Si, como sucede a menudo, los países que ayer eran económicamente débiles, cuya parte en el botín global es relativamente pequeña, se acercan a sus rivales en la competencia y se vuelven más poderosos, volviendo obsoleta la antigua división del mundo, empezarán a exigir una nueva división – un nuevo reparto – en base a la ‘justicia’ burguesa. Los nuevos, más jóvenes y más fuertes ladrones reivindican el mismo ‘sagrado’ derecho a robar que tienen los bandidos más poderosos y antiguos. Aquellos sólo pueden lograrlo robando a estos últimos, puesto que los ladrones más jóvenes “...llegaron al banquete capitalista cuando todas las sillas estaban ocupadas...”. Y bajo las condiciones del capitalismo, estas contradicciones se resuelven por medios no muy pacíficos, ya que “...el capital financiero y los monopolios no disminuyen, sino que incrementan las diferencias entre las tasas de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial. Una vez que ha cambiado la correlación de fuerzas, ¿qué otra solución puede haber para las contradicciones que se producen bajo el capitalismo, que no sea el uso de la fuerza?”.

Citando a Hilferding, que decía que “El capital financiero persigue la dominación, no la libertad”, Lenin apuntó lo siguiente: “La dominación es la esencia de la política imperialista, tanto en lo interior como en lo exterior de los países” (‘Una caricatura del marxismo y del imperialismo economicista’).

Siendo la dominación mundial la esencia de la política imperialista, la guerra imperialista no es más que la continuación de esta política por otros medios.

Guerras justas

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Los marxistas-leninistas no se oponen a todas las guerras. Aparte de las guerras imperialistas, existen otros tipos de guerras, guerras justas, que conducen a la humanidad hacia el progreso, y que merecen por tanto ser apoyadas por el proletariado. “Los socialdemócratas no pueden”, dijo Lenin, “oponerse a todas las guerras, sin dejar de ser socialdemócratas”.

Este tipo de guerras, que los comunistas, lejos de oponerse a ellas, apoyan sin reservas, son:

1. Las guerras civiles libradas por el proletariado para derrocar a la burguesía : estas guerras son la inevitable continuación, y la intensificación de la lucha de clases; no se puede repudiar la guerra civil sin renunciar a la revolución socialista;

2. Las guerras de liberación nacional libradas por las naciones oprimidas contra el colonialismo y el imperialismo: éstas fueron las guerras libradas por el pueblo chino contra el imperialismo japonés, por los pueblos coreano e indochino contra los imperialismos japonés, francés y estadounidense, y éstas son las guerras que ahora están librando los pueblos de Irak, Afganistán, Líbano y Palestina contra el imperialismo anglo-americano y su lacayo, el sionismo israelí;

En el caso de estas guerras nacional-revolucionarias, no solamente es legítima la defensa de la patria por parte de la nación oprimida, sino que además le incumben a los comunistas y los proletarios de la nación opresora ponerse del lado de la nación oprimida y luchar por la derrota de su propia burguesía imperialista – independientemente de quien haya atacado primero;

3. Las guerras contra el absolutismo y el medievalismo : por ejemplo en Arabia Saudí, otros estados y mini-estados del Golfo Pérsico, Nepal, Filipinas, etc.: en aquellos lugares, la autocracia medieval y el absolutismo, en estrecha alianza con el imperialismo, y en especial el imperialismo norteamericano, someten a sus pueblos a una asfixiante existencia, que les priva de las más elementales libertades civiles, y se interponen en el camino hacia el progreso económico y social. La lucha de los pueblos de aquellos países por una revolución democrática, por el derrocamiento del medievalismo, es tan justa, legítima y progresista como lo era la lucha revolucionaria de varios pueblos europeos contra el feudalismo y la opresión alienante, en el periodo entre 1789 y 1871. Por tanto, estas luchas merecen todo nuestro apoyo.

4. Las guerras del socialismo triunfante : por último, las guerras libradas por los países socialistas triunfantes contra el imperialismo, en defensa del socialismo, contra los Estados burgueses que intentan aplastar a los estados socialistas, son justas, legítimas y progresistas, y por lo tanto merecen el apoyo de toda la humanidad progresista. Éste fue el caso, por ejemplo, de la guerra de la República Soviética contra la depredadora coalición imperialista en los primeros días del régimen soviético. Fue el caso de la Gran Guerra Patria del pueblo soviético contra los maleantes nazis, librada por el imperialismo contra la Unión Soviética. Hoy, también sería el caso de las guerras de la RPDC, Cuba, la República Popular de China, etc., en caso de que el imperialismo se atreviera a iniciar una guerra contra esos países. En palabras de Lenin, “...el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de primeras, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. No puede ser de otro modo bajo el régimen de producción de mercancías. De ahí la conclusión indiscutible de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Triunfará en uno o en varios países, mientras los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o pre-burgueses. Esto no sólo habrá de provocar fricciones, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar a los otros pueblos de la burguesía”.

Para abolir las guerras, el imperialismo debe ser destruido

El marxismo-leninismo nos enseña, y la historia lo confirma, que es imposible eliminar la guerra sin derrocar el imperialismo, ya que mientras exista el imperialismo, las guerras serán inevitables.

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“El imperialismo”, dice Lenin, “ha puesto en la estaca el destino de la civilización europea: si a esta guerra no le sucede una serie de revoluciones victoriosas, pronto será continuada por otras guerras; la fábula de ‘la última guerra’ es una fábula vacía y perjudicial, un mito filisteo...”

Si no se derroca al imperialismo, cualquier periodo de paz posterior a una guerra no será más que una tregua y una continuación de la guerra imperialista.

Por lo tanto, la lucha por la paz está inextricablemente ligada a la lucha por la superación de división de la sociedad en clases, a la lucha por la revolución y el socialismo, ya que “...es imposible escapar de la guerra imperialista y de la paz imperialista... que inevitablemente engendra guerras imperialistas, es imposible salir de este infierno, EXCEPTO A TRAVÉS DE LA LUCHA BOLCHEVIQUE Y DE UNA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE”.

En anteriores declaraciones, Lenin subrayó la ligazón entre la paz y el fin de la sociedad dividida en clases de la siguiente manera: “...el proletariado lucha contra la guerra y siempre luchará sin tregua contra la guerra, sin olvidar por ello ni un sólo momento que la guerra sólo puede ser abolida con la completa abolición de la división de la sociedad en clases...”

La tergiversación oportunista de la cuestión de la guerra y la paz

Los oportunistas de la Segunda Internacional y sus herederos contemporáneos, los jruschovistas, han elaborado un verdadero arsenal de tergiversaciones sobre de la cuestión de la guerra y la paz, con el propósito de embellecer el imperialismo, minando así la capacidad de lucha del proletariado, mediante el encubrimiento del peligro de guerra que representa el imperialismo, y la intimidación de las masas con la advertencia de que la guerra supondría la destrucción de la humanidad. Kautsky fue tan lejos en su traición que llegó a afirmar que la fuente de las guerras no era el imperialismo, sino los movimientos de liberación nacional de las naciones oprimidas, así como la URSS, a la que definió como dictadura, mientras que para él los Estados imperialistas eran supuestamente unas democracias puras.

Armas versus estado espiritual de las masas

Los revisionistas y los oportunistas intentan constantemente borrar la diferencia entre guerras justas y guerras injustas, y propagar la errónea tesis según la cual las armas son el factor decisivo, por lo que, en vista de la abrumadora superioridad en armamento de los Estados imperialistas, sería inútil para el proletariado y los pueblos oprimidos intentar enfrentarse al imperialismo mediante la lucha armada.

El marxismo-leninismo sostiene una tesis diametralmente opuesta a la que defiende Kautsky – tesis plenamente confirmada por toda una serie de luchas armadas victoriosas, tanto luchas revolucionarias proletarias como luchas revolucionarias de liberación nacional contra el imperialismo.

“En toda guerra”, dice Lenin, “la victoria está condicionada en última instancia por el estado espiritual de las masas que han derramado su sangre sobre el campo de batalla. La convicción de que la guerra que están haciendo es justa, la consciencia de la necesidad de sacrificar sus vidas por el bien de sus hermanos, eleva el espíritu de los soldados y les hacen pasar pruebas inauditas. Los generales zaristas dicen que los hombres de nuestro Ejército Rojo tienen que soportar unas privaciones que el ejército del sistema zarista jamás habría podido soportar. Esto se debe a que los soldados y campesinos, con las armas en la mano, saben por qué están luchando, y por ello vierten conscientemente su sangre por el triunfo de la justicia y del socialismo.”

“La comprensión, por parte de las masas, de los objetivos y las razones de la guerra, tiene una significación inmensa, y garantiza la victoria”.

Sólo esta enseñanza del leninismo puede explicar las victorias del Ejército Rojo durante la guerra civil y la guerra de intervención, así como los éxitos de una gran cantidad de luchas revolucionarias. Si las armas

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fueran el factor decisivo en la guerra, como afirma Kautsky y demás revisionistas y socialdemócratas, no sólo sería completamente inexplicable la victoria de la Gran Revolución de Octubre, sino también la victoria de las revoluciones china, coreana y vietnamita. Si sólo fueran las armas las decidieran el curso de una guerra, la lucha de la resistencia iraquí, afgana, palestina y libanesa sería desesperada, pues ¿cómo podrían rivalizar estos movimientos de resistencia con la maquinaria de guerra del imperialismo anglo-americano y del sionismo? Y sin embargo, estamos viendo con nuestros propios cómo la resistencia en estos países obtiene a diario victorias contra los ejércitos de ocupación del imperialismo y del sionismo. Los poderosos ejércitos de ocupación anglo-americanos en Irak y las fuerzas de la OTAN en Afganistán son impotentes frente a la resistencia en Irak y Afganistán, al igual que el ejército de ocupación israelí frente a la resistencia palestina y libanesa. El “estado espiritual de las masas” en estos países compensa sobradamente la inferioridad de su armamento. Estas luchas refutan diariamente las pesimistas teorías de los ‘socialistas’ oportunistas, los socialdemócratas y los pacifistas burgueses de todo tipo, ya que constituyen una prueba viviente de la justeza de las enseñanzas marxistas-leninistas sobre esta cuestión.

En vez de ligar la lucha contra la guerra a la lucha por la abolición del imperialismo y la superación de la división de la sociedad en clases, los oportunistas propagan la ilusión de que la paz mundial y la igualdad entre naciones se puede lograr mediante el desarme, empleando el dinero así ahorrado para asistir a los países atrasados - porque no comprenden una sencilla verdad: el imperialismo persigue el máximo beneficio, motivo por lo que persigue la dominación, y no la libertad o la igualdad. El imperialismo no sería imperialismo si se dedicara a ayudar a la población de su propio país, sin importarle los pueblos oprimidos de otros países.

El revisionismo jruschovista y la guerra

Al igual que en otras muchas cuestiones, en la cuestión de la guerra y la paz el revisionismo jruschovista siguió los mismos pasos que Bernstein, Kautsky y otros conocidos revisionistas de la renegada Segunda Internacional.

Siguiendo los pasos del imperialismo alemán, japonés e italiano, desde el final la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo estadounidense, que se había convertido en la mayor potencia imperialista, ha tratado de construir un vasto imperio, de proporciones sin precedentes, y llevar a cabo la dominación mundial mediante la erradicación de los movimientos de liberación nacional, y haciendo retroceder las fronteras del socialismo. Gracias a la traición del revisionismo jruschovista y la revisión general de la doctrina marxista-leninista, incluyendo la cuestión de la guerra y la paz, el imperialismo estadounidense logró parcialmente sus objetivos, aunque sea de forma temporal.

En su día, Jruschov elogió a Eisenhower, el jefe ejecutivo del imperialismo, diciendo que gozaba de “la confianza entera de su pueblo” y que tenía “el mismo afán que tenemos nosotros por conseguir la paz” – el mismo Eisenhower que organizó el derrocamiento de Patrice Lumumba en el Congo y la posterior masacre de millones de congoleños.

Jruschov llegó a elogiar a J.F. Kennedy diciendo que estaba mejor cualificado incluso que Eisenhower para hacerse cargo del mantenimiento de la paz mundial. Según Jruschov, Kennedy mostró “mucha inquietud por preservar la paz” (Letra a J.F. Kennedy, 27 de Octubre de 1962). Por tanto, era lógico que esperara de él que creara las “condiciones idóneas para una vida pacífica y una labor creativa sobre la tierra”.

Sin duda alguna, Kennedy era un maestro en el arte del engaño, un experto en elaborar frases engañosas acerca de la paz, cuya intención no era otra que servir a la estrategia global del imperialismo estadounidense, para promover la neo-colonización ‘pacífica’ de Asia, Latinoamérica, y África por los Estados Unidos, la penetración y la dominación ‘pacífica’ de los de demás países imperialistas y capitalistas; contribuir a la ‘evolución pacífica’ de los países socialistas, siguiendo el camino emprendido por los titistas en Yugoslavia;

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debilitar y destruir, mediante medios ‘pacíficos’, las luchas de liberación nacional y el resto de luchas anti-imperialistas. Estos medios ‘pacíficos’ incluían a menudo el derrocamiento de regímenes populares mediante golpes de Estado instigados por la CIA o el bloqueo de países como Cuba. Ambas tácticas, la pacífica y la violenta, son empleadas por todas las clases reaccionarias, que de igual manera utilizan el engaño del cura como la violencia del carnicero.

La engañosa política de paz del imperialismo es el complemento de su política de guerra. Ya en los años 60, el presupuesto militar del imperialismo estadounidense se había disparado, pasando de los 46,7 billones de dólares en 1960 a los 60 billones de dólares en 1964. Hoy, el presupuesto militar de los Estados Unidos alcanza la colosal cifra de 540 billones de dólares – más que la suma total del gasto militar del resto de países del mundo. Un país capitalista que invierte estas sumas ingentes en gasto militar no puede tener en absoluto intenciones pacifistas. Todo esto se hace evidente en vista de todas las guerras provocadas por el imperialismo estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente – desde Corea, Indochina, Yugoslavia, hasta Irak y Afganistán, pasando por sus guerras de rapiña contra Palestina y Líbano. Y no contento con estas guerras, aún tiene una larga lista de países contra los que está planeando activamente guerras criminales.

Contradiciendo las tesis leninistas, plenamente corroboradas por la práctica histórica, sobre la imposibilidad de acabar con la guerra sin acabar con el imperialismo, el revisionismo jruschovista, siguiendo los pasos de Kautsky, sostuvo que todas las guerras podían ser evitadas sin eliminar el imperialismo. En 1952, Stalin había subrayado la validez de la tesis leninista sobre la cuestión de la guerra y la paz de esta manera: “Para eliminar la inevitabilidad de las guerras, es necesario abolir el imperialismo”.

La justeza de las tesis leninista, y la posterior bancarrota de las fantasías kautskistas-jruschovistas, que carecían de todo sentido, han sido plenamente corroboradas por las dos guerras mundiales y los incesantes conflictos armados provocados o instigados por el imperialismo – especialmente en los continentes de Asia, África y Latinoamérica. Frente a esta cruda realidad, la propagación enérgica por parte de Jruschov y sus secuaces de la teoría kautskista del ‘ultra-imperialismo’, de que se puede lograr un mundo sin armamento y sin guerras, sin abolir el imperialismo, sólo pueden tener una intención: el sabotaje de las guerras de liberación nacional y de las guerras revolucionarias contra el imperialismo y sus títeres, alentando y ayudando al imperialismo en la preparación de nuevas guerras.

La dirección jruschovista fue incluso más allá, al hacer del fetichismo nuclear y el chantaje nuclear la base teórica y el principio rector de su política en la cuestión de la guerra y la paz y en otras cuestiones relacionadas. Llegó a sostener que, con la aparición de las guerras nucleares, la distinción entre guerras justas e injustas se había vuelto obsoleta. “La bomba atómica”, afirmaron los jruschovistas, “no distingue entre los imperialistas y el pueblo trabajador, golpea regiones enteras, por lo que por cada monopolista eliminado morirían millones de trabajadores”.

Los jruschovistas recomendaron a los pueblos oprimidos que abandonasen toda idea de revolución y que se abstuvieran de librar guerras justas y populares, guerras de liberación nacional, porque esas guerras podrían llevar fácilmente a la completa aniquilación de la raza humana a causa de un holocausto nuclear: “cualquier pequeña ‘guerra local’”, decía Jruschov, “podría desencadenar la conflagración de una guerra mundial” y en los tiempos modernos “...cualquier tipo de guerra, aunque pueda estallar como guerra no-nuclear convencional, puede acabar en conflagración nuclear destructiva” y en la destrucción de “nuestro Arca de Noé – el globo terráqueo”.

Según la línea de Jruschov, los países socialistas sólo tendrían una opción – capitular ante el chantaje nuclear y las amenazas del imperialismo, y colaborar en sus planes de dominación mundial. Según Jruschov, “...no cabe duda de que una guerra mundial nuclear iniciada por maníacos imperialistas implicaría inevitablemente

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el derrumbe del sistema capitalista, un sistema que genera guerras [¡habla el mismo Jruschov que al mismo tiempo sostiene que las guerras ya no son inevitables pese a que siga existiendo el imperialismo! – HB]. ¿Pero acaso se beneficiarían los países socialistas y la causa del socialismo en el mundo entero de un desastre nuclear mundial? Sólo la gente que deliberadamente ha cerrado los ojos ante los hechos puede pensar así. En lo que atañe a los marxistas-leninistas, éstos no pueden proponer el establecimiento de una civilización comunista sobre las ruinas de un territorio arrasado y contaminado por la lluvia radiactiva. No es necesario añadir que en el caso de muchos pueblos, la cuestión del socialismo sería descartada por completo, porque habrían desaparecido de la faz de la tierra.”

En otras palabras, según Jruschov y su camarilla de renegados, las principales contradicciones del mundo – entre el capital y el trabajo, entre el imperialismo y el socialismo, entre el imperialismo y los pueblos oprimidos, y las contradicciones entre distintos países imperialistas – han desaparecido con la aparición de las armas nucleares. Para ellos, sólo quedaba una contradicción, a saber, la contradicción ficticia, inventada por ellos, entre la supuesta supervivencia común del imperialismo y de las clases y naciones oprimidas por una parte, y su completa aniquilación por otra.

Una edición de Pravda de Agosto de 1963 resumía estas perlas de los jruschovistas con esta pregunta retórica: “¿De qué sirven los principios si uno tiene la cabeza cortada?”. Resulta realmente impresionante la irreverencia de esta pregunta, porque viene a decir que aquellos que murieron por la victoria de la Revolución de Octubre, los millones de soviéticos que perdieron su vida en la Gran Guerra Patria luchando contra el fascismo, las decenas de millones de valientes luchadores que dieron sus vidas en la lucha por la liberación nacional frente al imperialismo, ¡eran unos mentecatos que se empeñaron en perder sus cabezas en nombre de la salvaguarda de los principios!

Con esta teoría del fetichismo y del chantaje nuclear, los jruschovistas enunciaron la tesis de que la paz mundial podía ser defendida, no con la formación de un vasto frente unido contra el imperialismo (en especial el imperialismo estadounidense) sino mediante la cooperación entre la Unión Soviética y el imperialismo estadounidense.

“Nosotros [la URSS y los EEUU] somos los países más fuertes del mundo, y si nos unimos por la causa de la paz, no puede haber guerras. Si cualquier loco quisiera la guerra, sólo tendríamos que chasquear con los dedos para advertirle contra ello.”

Jruschov hizo estas afirmaciones cuando, tras haber librado una guerra genocida contra el pueblo de Corea, el imperialismo estadounidense estaba trabajando en la preparación de otra guerra igualmente genocida contra el pueblo vietnamita. Por otra parte, el imperialismo no está interesado en la preservación de la paz y la libertad, sino en perseguir la dominación. Sólo unos renegados de corte kautskista-jruschovista pueden albergar ilusiones de este tipo, en un intento por desarmar moral, espiritual y militarmente al proletariado y a los pueblos oprimidos en su lucha por la liberación contra la explotación, la opresión y el pillaje imperialista.

Con esta política capitulacionista, los jruschovistas trataron de oponer el proletariado revolucionario a las guerras anti-imperialistas de liberación nacional, llegando a ponerse de lado del imperialismo para extinguir el fuego de la revolución en Asia, África y Latinoamérica.

Por ejemplo, bajo el dirección de los jruschovistas, durante mucho tiempo la URSS se negó a apoyar la guerra de liberación nacional del pueblo argelino. Se puso de lado del imperialismo francés, considerando la cuestión argelina como un mero “asunto interno” de Francia. Se negó a reconocer al gobierno provisional de la República de Argelia durante muchos años. Cuando se hizo previsible la victoria de la revolución argelina, los jruschovistas se apresuraron en reconocer al gobierno, y atribuyeron la victoria argelina a su política capitulacionista de ‘coexistencia pacífica’.

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Otra víctima de la política jruschovista de capitulación frente al imperialismo fue la por entonces joven República del Congo. El 13 de julio de 1960, la URSS, junto con los EEUU, votó una resolución en el Consejo de Seguridad para enviar fuerzas de Naciones Unidas al Congo – ayudando así al imperialismo estadounidense, bajo la bandera de las Naciones Unidas, a intervenir en los asuntos internos de ese país, asesinar al gran patriota congoleño Patrice Lumumba, imponer un régimen títere y allanar el terreno para su pillaje total por parte del imperialismo, especialmente el imperialismo estadounidense. Con millones de muertos a causa de la intervención estadounidense, el congoleño aún se está recuperando de la traición jruschovista.

Los jruschovistas menospreciaron el hecho de que las mayores contradicciones del mundo se habían concentrado en las regiones de Asia, África y Latinoamérica – las regiones más vulnerables para la dominación imperialista, y los centros más importantes de la revolución mundial, que estaban propinando golpes demoledores al imperialismo.

Los revisionistas desdeñaron la correcta estimación de Lenin de las luchas revolucionarias de los pueblos de Asia y su importancia para la lucha revolucionaria del proletariado socialista. Escribiendo en 1913, Lenin decía:

“...Una nueva fuente de grandes tormentas mundiales se ha desatado en Asia... Hoy vivimos la época de esas tormentas y de sus repercusiones en Europa.” (‘El destino histórico de la doctrina de Carlos Marx’).

Siguiendo a Lenin, Stalin señaló correctamente la relación entre la lucha revolucionaria de los pueblos colonizados y la lucha del proletariado en Occidente para su emancipación social. Esto fue lo que dijo en 1925:

“Los países colonizados constituyen la principal retaguardia del imperialismo. La revolucionarización de esta reserva debe obligatoriamente socavar el imperialismo, no sólo en el sentido de despojar de esta retaguardia al imperialismo, sino también en el sentido de que la revolucionarización del Este debe obligatoriamente darle un poderoso impulso a la intensificación de la crisis revolucionaria en Occidente” (‘El movimiento revolucionario en el Este’).

Estas afirmaciones de Lenin y de Stalin, así como el conjunto de las tesis que defendieron, fueron asumidas durante mucho tiempo como verdades evidentes del marxismo-leninismo. Fue con el advenimiento del revisionismo jruschovista, que se empeñó en despreciar los movimientos de liberación nacional, cuando aquellas verdades fueron desechadas por los dirigentes de la URSS y por aquellos que les siguieron.

Por su parte, el imperialismo estadounidense no les devolvió el favor. Ante este hecho, en lugar de reconocer la falsedad de sus teorías, y abandonarlas, los jruschovistas se lanzaron al aventurerismo nuclear y a la completa capitulación frente al imperialismo estadounidense, como ocurrió durante la crisis de los misiles cubanos.

El marxismo-leninismo nos enseña, y la vida lo confirma, que el camino hacia la paz pasa por la lucha contra el imperialismo – no por la capitulación ante el mismo. Ya en 1958, Mao Zedong decía: “Si los monopolios estadounidenses insisten en su política de agresión y guerra, con toda seguridad llegará el día en que sean ajusticiados por los pueblos del mundo”.

Y más adelante: “Con esta política, estas fuerzas imperialistas anti-populares y agresivas están provocando su propia ruina, creando a sus propios enterradores”.

Evidentemente, por su propia naturaleza, el imperialismo (con el imperialismo estadounidense a la cabeza) ha

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persistido en su política de guerra y agresión. También debido a su naturaleza, los pueblos del mundo han respondido de forma proporcional a esta política con la guerra revolucionaria contra el imperialismo. Ante nosotros vemos como los pueblos de Colombia, Nepal, Afganistán, Irak, Palestina y Líbano están asfixiando al imperialismo anglo-americano y a su lacayo, el sionismo israelí. Los imperialistas y sus lacayos se han embarcado en una auténtica operación de auto-destrucción y arruinamiento.

Evidentemente, Jruschov y sus seguidores no se limitaron a hacer una revisión de las enseñanzas marxistas-leninistas sobre la cuestión de la guerra y la paz. Fueron mucho más allá, entregándose a una completa revisión y tergiversación del marxismo-leninismo en los terrenos de la economía política, la filosofía y la lucha de clases. Fue esta revisión general, acompañada de una práctica revisionista, lo que tras un periodo de tres décadas y media condujo al colapso de la otrora gloriosa URSS y a la liquidación del PCUS, el partido de Lenin y de Stalin.

Última sección

La burguesía, dice Lenin, entiende que “...los políticos del movimiento obrero pertenecientes a la tendencia oportunista son mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses.” (‘Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista’).

Desde su nacimiento, la república soviética tuvo que enfrentarse a tremendos desafíos, tanto en el interior como en el exterior. Pese a todas las dificultades, derrotó a los saboteadores internos y a los ejércitos intervencionistas en un momento en que era incomparablemente más débil que sus enemigos; alcanzó logros sin precedentes en la construcción socialista; hizo la mayor contribución a la victoria en la guerra contra el fascismo; y ofreció una ayuda desinteresada a la revolución proletaria y a las luchas de liberación nacional de los pueblos de todos los países. No había fortaleza que el pueblo soviético no pudiera asaltar mientras luchara bajo la bandera del marxismo-leninismo y el liderazgo del Partido Bolchevique encabezado por Lenin y Stalin. Éste fue precisamente el motivo del prestigio del pueblo soviético, del Estado soviético y del Partido Comunista de la Unión Soviética, que gozaban del respeto y del amor sincero de toda la humanidad progresista.

Poco antes de su muerte, Stalin observó: “...los representantes de los partidos hermanos, en su admiración por la audacia y el éxito de nuestro Partido, le otorgaron el título de ‘brigada de choque’ del movimiento revolucionario mundial. Con ello, estaban expresando la esperanza de que el éxito de la ‘brigada de choque’ pudiera ayudar a hacer más fácil la situación de los pueblos que languidecen bajo el yugo del capitalismo. Pienso que nuestro partido ha justificado estas esperanzas...” (Discurso al XIX Congreso del Partido, 1952).

Stalin estaba totalmente en lo cierto cuando decía que el Partido de Lenin había justificado las esperanzas de todos los comunistas. El PCUS se había ganado realmente la admiración y el apoyo de todos los partidos hermanos.

Pero a partir del XX Congreso del PCUS, en el que la camarilla jruschovista llegó al poder, todo aquello cambió. A través de su línea revisionista en materia de política, ideología, filosofía y economía, tanto en política interior como exterior, esta camarilla empezó a socavar el Partido, la economía soviética y el Estado soviético, lo que, tras un periodo de tres décadas y media, condujo al derrumbe del socialismo en la URSS, a la liquidación del PCUS y a la desintegración de la Unión Soviética.

Por mucho que lo intentara la burguesía imperialista, y aunque mandara a millones de soldados a la Unión Soviética, ésta siempre había salido victoriosa. La victoria del oportunismo en el PCUS y la usurpación del poder por parte de la camarilla jruschovista abrieron las puertas para la penetración en la fortaleza soviética, es decir, para su destrucción desde dentro.

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George Keenan, un importante teórico de la Guerra Fría, tuvo la clarividencia de escribir en 1947:

“Si... ocurriese cualquier cosa que pudiera perturbar la unidad y la eficacia del Partido como instrumento político, la Rusia soviética podría transformarse, de la noche a la mañana, de una de las más poderosas sociedades nacionales en la más débil y lamentable”. (‘Las fuentes del comportamiento soviético’, Julio de 1967).

La perturbación de “la unidad y la eficacia del Partido como instrumento político”, tan intensamente perseguida por el imperialismo, empezó a lograrse cuando a la medianoche del último día del XX Congreso del Partido en Febrero de 1956, Jruschov pronunció una diatriba anti-estalinista de no menos de cuatro horas – el llamado ‘informe secreto’ – en el que denunció el supuesto “culto a la personalidad” de Stalin, acusándole de todos los crímenes imaginables.

El discurso de Jruschov, filtrado por los oportunistas a los medios de difusión imperialistas, tuvo consecuencias desastrosas, desatando revueltas en Alemania del Este y Hungría. Jruschov se vio obligado a retractarse, aunque sólo sea temporalmente. Según su biógrafo, William Taubman, Jruschov dijo lo siguiente a sus oponentes en la dirección: “Todos nosotros juntos no valemos toda la mierda de Stalin”. (Jruschov: el hombre y su tiempo).

Las políticas de Jruschov en toda una serie de cuestiones, desde la cuestión de Stalin hasta el fomento de la producción agrícola privada, las aventuras en las tierras vírgenes, la descentralización de la industria, y el abandono de la prioridad de la industria pesada en favor de la industria ligera, generaron una dura oposición en el Presídium (nombre bajo el que se conocía al Politburó en aquel entonces). La crisis llegó a su punto culminante en la sesión del Presídium de los días 18-21 de junio de 1957, cuando Jruschov fue objeto de violentos ataques por parte de la oposición, dirigida por Molotov y otros, con motivo de sus erróneas políticas económicas. La oposición tuvo el apoyo de siete de los once miembros del Presídium. Sin embargo, la noticia del rechazo a la política de Jruschov y su inminente destitución del cargo de Secretario General llegó a filtrarse, motivo por el cual los miembros de Moscú del Comité Central, muchos de los cuales debían su cargo a Jruschov, rodearon el Presídium y exigieron una reunión de todo el Comité Central. Un Comité Central reunido a última hora, que llegó a durar seis días, concluyó con el apoyo a Jruschov y la expulsión de Molotov, Malenkov y Kaganóvich del Presídium y del Comité Central.

Tras haber derrotado lo que él y sus seguidores habían denominado la oposición “anti-partido”, Jruschov llevó la batuta hasta el otoño de 1964, año en que fue derrocado y ninguneado por sus sucesores. En la política interior, durante estos siete años, se intensificaron los ataques hacia Stalin; se desmanteló la Estaciones de Tractores y Máquinas; se descentralizó la planificación; se introdujeron mecanismos de mercado en la gestión de la economía; se emularon los métodos americanos de agricultura; se transfirieron recursos de la industria a la agricultura, con el fin de privatizar la producción; y se modificaron las prioridades de inversión en favor de la industria ligera, con el pretexto de elevar el nivel de vida de los soviéticos, aunque en los hechos se consiguiera lo contrario (ya que sin el desarrollo de la industria pesada, es imposible mejorar la agricultura o el suministro de bienes de consumo). Este cambio en las prioridades de inversión estaba claramente en contradicción con la advertencia de Stalin de que “renunciar a la primacía de la producción de medios de producción” supondría “suprimir la posibilidad de desarrollar ininterrumpidamente nuestra economía nacional” (‘Los problemas económicos del socialismo en la URSS’). Ya en el primer año de Jruschov como Secretario General, las inversiones en industria pesada apenas superaron a las del sector de producción de artículos de consumo en un 20%, en comparación con el 70% de antes de la guerra.

En el campo ideológico, hubo un claro abandono de la lucha de clases, así como del concepto de partido de vanguardia y de dictadura del proletariado. Bajo el pretexto de deshacerse de la herencia del presunto “culto a la personalidad”, fue menospreciada la importancia de la censura, que hasta entonces había restringido la actividad nociva de los elementos burgueses y pequeño-burgueses. Esta liberalización de la actividad intelectual y cultural durante el ‘deshielo’ de Jruschov, tuvo como consecuencia la inundación de ideas

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burguesas abiertamente críticas con el pasado soviético, cuando no directamente hostiles, en las artes soviéticas, en el cine, la poesía y la novela. Se publicaron obras que antes habían sido proscritas. El ‘deshielo’ de Jruschov ofreció la oportunidad que tanto habían esperado los enemigos del socialismo para difundir ideas económicas burguesas en los círculos académicos. Como resultado de ello, la influencia occidental empezó a hacer incursiones en muchos terrenos de la economía.

En la política exterior, tras echar por la borda el internacionalismo proletario, Jruschov se centró en la colaboración con el imperialismo (en especial el imperialismo estadounidense), en un proceso que causaría la desunión del campo socialista e iniciaría el proceso de su desintegración en las décadas siguientes. El imperialismo estaba exultante por cómo se había desgastado la unidad del campo socialista gracias a Jruschov. El 26 de marzo de 1962, Newsweek escribía al respecto las siguientes líneas: “Nikita Jruschov ha destruido de forma irrevocable el bloque unificado de los tiempos de Stalin. Es posiblemente el mayor servicio que ha hecho Jruschov – no al comunismo, sino al mundo occidental” (‘Moscú y Pekín: ¿Cómo de grande es la ruptura?’, citado en Sobre la línea general del Movimiento Comunista Internacional, General Line).

Con el fin de imponer su línea oportunista al movimiento comunista internacional, la camarilla jruschovista hizo injerencias descaradas en los asuntos internos de los partidos hermanos, llegando hasta exigir cambios en la dirección de partidos y países hermanos. Desde que el Partido Comunista de China asumiera un papel protagonista en la oposición al revisionismo jruschovista, aquel se convirtió en el centro de los ataques y actos vengativos de Jruschov, dañando las relaciones entre los partidos y los Estados de estos dos gigantes del socialismo. Una vez más, aquello alegró a los círculos imperialistas. Con malicioso júbilo, el US News and World Report del 30 de septiembre de 1963 anotaba lo siguiente: “Tenemos que estarle agradecidos [a Jruschov] por su mala gestión de las relaciones con los chinos… tendríamos que estarle agradecidos por haber llevado la confusión en el comunismo internacional mediante esta serie de iniciativas espontáneas y engreídas”. (‘¿Ha cambiado Jruschov de orientación con el Tratado de No-Proliferación Nuclear?, ibídem).

Jruschov no fue primer oportunista en el movimiento comunista internacional, ni será el último, pero de lo que no cabe la menor duda es que fue el que más daño le hizo. Y esto por los siguientes dos motivos:

En primer lugar, recogió todas las concepciones anti-marxistas y contrarrevolucionarias de los oportunistas, los revisionistas y los renegados, y con ellas elaboró una línea totalmente revisionista, con los conceptos de “transición pacífica”, “competición pacífica”, “coexistencia pacífica”, “Estado de todo el pueblo” y “partido de todo el pueblo”.

En segundo lugar, Jruschov era el Secretario General del PCUS, el partido de Lenin, el partido que condujo hacia la victoria a la Gran Revolución de Octubre, que trajo al mundo al primer país socialista, que consiguió logros sin precedentes en la edificación socialista y que hizo la mayor contribución a la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, los marxistas-leninistas y la humanidad progresista en general, tenían, y con mucha razón, una alta estima por el PCUS y consideraban a la Unión Soviética como la base de la revolución mundial, que había sido efectivamente bajo el liderazgo de Lenin y de Stalin. La camarilla jruschovista supo sacar provecho del legítimo prestigio que tenían el PCUS y la Unión Soviética para encubrir la putrefacta esencia de su línea revisionista y escisionista, y así poder engañar a mucha gente. Por desgracia, la camarilla jruschovista tuvo mucho éxito, puesto que la confianza depositada hasta ahora en el PCUS, y la falta de conocimientos sobre lo que realmente estaba sucediendo, impidieron que muchos comunistas y una larga lista de partidos comunistas pudieran identificar y enfrentarse al revisionismo y el escisionismo de Jruschov.

Una vez puesta en aplicación, la línea escisionista de la camarilla jruschovista le dio un fuerte impulso a las fuerzas burguesas dentro de la URSS y del PCUS, a la vez que atendía a las necesidades del imperialismo; asimismo, la actividad de las fuerzas burguesas, combinada con las políticas del imperialismo estadounidense de chantaje nuclear y de “evolución pacífica” de los países socialistas hacia la restauración capitalista, también sirvieron al reforzamiento del revisionismo jruschovista.

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La purga en el partido

Para vencer la resistencia a su línea revisionista en el seno del PCUS, la camarilla jruschovista procedió a una serie de purgas en todos los estratos del partido, en el gobierno, la economía, la cultura y las instituciones educativas, destituyendo a aquellos que consideraba poco fiables y sustituyéndolos por sus protegidos. Alrededor de un 70% de los miembros del Comité Central del PCUS elegidos en el XIX Congreso del Partido, en 1952, fueron depurados entre el XX y el XXII Congreso, que tuvieron lugar respectivamente en 1956 y 1961; alrededor de un 50% de los miembros del Comité Central elegidos en el XX Congreso fueron depurados durante el XXII Congreso.

En vísperas del XXII Congreso, con el pretexto de “renovar los cuadros”, la camarilla jruschovista destituyó de su cargo al 45% de los miembros de los comités centrales de las Repúblicas de la Unión, los comités territoriales y regionales, y al 40% de los comités del partido de los municipios y los distritos. En 1963, con el pretexto de dividir al partido en secciones “industriales” y “agrícolas”, esta camarilla sustituyó a más de la mitad de los miembros de los comités centrales de las Repúblicas de la Unión y de los comités regionales.

Además, los jruschovistas abrieron las puertas del Partido a un amplio sector de las capas no-proletarias de la población soviética, de acuerdo con la tesis del “partido de todo el pueblo”.

En los años 80, la intelligentsia llegó a adquirir una influencia desproporcionada en el Partido Comunista, particularmente en la dirección. Al menos la mitad (siendo prudentes) de los miembros del Partido provenían de la intelectualidad.

Además de los cambios en la esfera económica y el crecimiento de la economía sumergida, los drásticos cambios habidos la composición de clase y el carácter de clase del PCUS también jugaron un papel relevante en la destrucción del socialismo soviético. Al darse cuenta de que tenía mucho que ganar con la restauración del capitalismo, la intelligentsia tuvo cada vez mayor interés en apoyar a aquellos que operaban en la economía sumergida.

Mediante estos cambios masivos en el personal y la militancia del Partido, los jruschovistas obtuvieron el control total del Partido, del gobierno y de otras importantes organizaciones. Fieles a su estilo, mientras negaban la existencia de clases y de la lucha de clases en la Unión Soviética, los jruschovistas se pusieron de lado de los cada vez más importantes estratos privilegiados, atacando al proletariado y convirtiendo la dictadura del proletariado en una dictadura de los estratos privilegiados, asentando así las bases para la restauración del capitalismo.

Aunque Jruschov fuera destituido en 1964, sus erróneas posiciones y sus políticas de liberalización económica y de ‘democratización’ política se siguieron implementando igual que antes. Tras la caída de Jruschov, sus ideas y sus políticas fueron defendidas por un poderoso grupo de economistas, periodistas, historiadores, dramaturgos, sociólogos y científicos, que trabajaron sin descanso por minar el Partido y su espíritu revolucionario gracias a su corrosiva influencia burguesa.

La economía sumergida

Las consecuencias más desastrosas de las ‘reformas’ económicas durante los periodos de Jruschov y Brezhnev fueron el crecimiento de la empresa privada, la economía sumergida y los estratos sociales que se beneficiaban de ello. La economía privada, reducida a la mínima expresión bajo Stalin, volvió a emerger con vigor bajo Jruschov, tuvo un crecimiento floreciente durante la era Brezhnev, e inundó los principales sectores de la economía soviética durante la época de Gorbachov.

Aparte de ser una fuente alternativa de ingresos, la economía privada (tanto la legal como la ilegal) generó una corrupción y una criminalidad generalizadas, le dio un estímulo renovado a las ideas, los sentimientos y los pensamientos teóricos que justificaban la empresa privada, proporcionó argumentos para los críticos del sistema socialista, así como una base material para la restauración del capitalismo en la URSS. De forma

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inevitable, la economía privada legal trajo consigo actividades ilegales, que adoptaron multitud de formas (siendo su forma más habitual, el robo de la propiedad estatal), penetrando finalmente en todas las esferas de la sociedad soviética.

Además del pillaje a bajo precio bajo cuerda, el robo de la propiedad estatal adquirió dimensiones escandalosas. Con el tiempo, esta actividad dio origen a una clase de capitalistas clandestinos en el verdadero sentido de la palabra, realizando inversiones masivas de capital, organizando la producción a gran escala, contratando y explotando a trabajadores, y disponiendo de todo tipo de comodidades en el mercado negro. Konstantin Simis, un eminente abogado soviético, que representó a varios de estos empresarios clandestinos en los años 70, relató más tarde su experiencia en un libro titulado: URSS - la sociedad corrupta, con el siguiente subtítulo: ‘El mundo secreto del capitalismo soviético’ (Simon & Schuster, 1982). Simis hablaba de “una red de fábricas privadas… extendida a través de todo el país”, que se contaban por decenas de miles, y que fabricaban “géneros de punto, zapatos, gafas, discos de música occidental, bolsos, y otros muchos artículos”. Estos fabricantes privados iban desde los propietarios de “un simple taller” hasta “clanes familiares multimillonarios” que poseían docenas de fábricas.

Según Gregory Grossman, un académico americano, hacia 1960 “la economía sumergida en la Unión Soviética ya estaba institucionalmente madura y tenía un tamaño notable”; “se expandió, creció y prosperó - bajo Brezhnev (1964-82) gracias a una benigna negligencia, por no decir un apoyo tácito”.

Por una parte, la economía sumergida sentó las bases para el surgimiento y el crecimiento del crimen organizado, y por otra la aparición de todo un estrato social de disidentes pequeño-burgueses que enarbolaban la bandera de la libertad: libertad para propagar el oscurantismo religioso; libertad para explotar, hacer dinero sin trabajar; libertad para escribir y publicar cualquier cosa, especialmente material crítico hacia el socialismo y sus logros. Espoleados por el desarrollo de la economía privada y las tergiversaciones del marxismo-leninismo iniciadas por la dirección jruschovista, y por el apoyo material e ideológico que recibieron del campo imperialista, estos grupos disidentes, que se contaban por decenas de miles a mediados de los años 80, promovieron el individualismo burgués y la codicia. Mientras vomitaban su veneno contra todo lo que oliera a socialismo, llevaron a cabo una verdadera campaña a favor de la propiedad privada, la libre empresa, el mercado libre y otras ‘libertades’ burguesas.

Durante los treinta años posteriores al ascenso de Jruschov a la Secretaría General del PCUS, la economía sumergida fue creciendo cada vez más. Según algunos expertos, entre 1965 y 1989, en algunas regiones de Rusia y Ucrania, era más que dudosa la correspondencia dentro de las empresas entre los ingresos, por una parte, y los gastos y ahorros por otra. Las cantidades de dinero gastadas o ahorradas excedían cada vez más los ingresos legales. Más tarde, la economía sumergida creció a un ritmo más elevado que la economía soviética legal. Según la mayor especialista soviética en economía sumergida, T.I. Koriagina, del Instituto de Investigación Económica de la URSS, mientras la renta nacional y el valor de los bienes y servicios crecieron cuatro o cinco veces entre principios de los 60 y finales de los 80, la economía sumergida lo hizo dieciocho veces.

Koriagina también calculó que el valor anual de los bienes y servicios ilegales creció de aproximadamente 5 billones de rublos a principios de los años 60, a 90 billones de rublos a finales de los años 80, mientras que la renta nacional fue de 146 billones de rublos y de 422 billones de rublos en los periodos respectivos. Según sus datos, la economía sumergida representaba aproximadamente un 3.4% de la renta nacional en 1960, un 20% ciento en 1988 y un 12.8% en 1990 (la cifra más baja en 1990 se explica porque fue legalizada parte de la economía anteriormente ilegal). Según Koriagina, en 1988 el total de la riqueza privada acumulada de manera ilegal ascendía a aproximadamente 200-240 millones de rublos, lo que representaba un 20-25% de toda la riqueza privada.

Puesto que los cálculos de Koriagina se refieren solamente a la economía ilegal, para hacernos una idea de la amplitud de la actividad económica privada, tenemos que añadir los datos de la economía privada legal. Esto

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implica que, incluso con una estimación conservadora, la amplitud de toda la actividad económica privada se elevaría en diez puntos porcentuales.

Koriagina también calculó que, en 1988, el total de la riqueza privada, acumulada a través de actividades económicas ilegales, ascendía a 200-240 millones de rublos, lo cual representaba un 20-25% de toda la riqueza privada en la URSS. También calculó que el número de personas que trabajaban en el sector ilegal (sumergido) de la economía privada pasó de menos de 8 millones de personas a principios de los años 60, a 17-20 millones (6-7%) en 1974, y aproximadamente 30 millones (alrededor de un 12% de la población) en 1989. Si añadimos la economía privada legal, entonces tenemos que, a finales de los años 70, alrededor de un 30% de los ingresos totales e la población urbana (un 62% de la población) provenía de fuentes no-oficiales, tanto de actividades privadas legales como ilegales.

Así fue como Gregory Grossman, escribiendo en 1988, resumió el alcance de la economía sumergida: “Durante las últimas tres décadas de la era soviética, la actividad económica ilegal ha penetrado en cada sector y en cada rincón de la economía; ha adquirido todas las formas concebibles; y ha operado a una escala que iba desde la más pequeña y modesta hasta la más gigantesca y lujosa”. (Soberanía subvertida: el papel histórico de la disidencia soviética).

Algunos de los implicados en esta economía privada legal e ilegal se hicieron muy ricos, y se dieron a conocer como los “nuevos ricos de Brezhnev”. Cuanto más crecía la economía ilegal, más minaba la economía soviética legal. Puesto que la economía sumergida implicaba el robo de material y tiempo al sector estatal, de ello no podía resultar otra cosa que una enorme reducción de la eficiencia del sector estatal, y por tanto el descrédito de éste.

La economía sumergida tuvo una influencia muy corruptora en los dirigentes del Partido y del Estado, puesto que la producción y las ventas ilegales requerían el soborno de un número considerable de dirigentes del Partido y funcionarios del Estado. Y cuanto más extensa y organizada se volvía la economía sumergida, tanto más crecía la corrupción, ya que dicha actividad no podría haber durado ni un mes de no ser por la venalidad de algunos miembros del Partido y la administración del Estado.

Ya en 1960, la economía sumergida soviética había adquirido un tamaño y un alcance considerables, y la corrupción había penetrado en los niveles más elevados del Partido. La mano derecha de Jruschov, el Primer Ministro y Secretario del Comité Central, Frol Kozlov, se vio obligado a dimitir después de que las autoridades descubrieran piedras preciosas y un fajo de billetes de su propiedad en la caja fuerte de un funcionario fallecido de Leningrado. Kozlov los había recibido como parte de un pago para mandar detener los procesos judiciales contra empresarios ilegales.

Así fue como Alexander Gurov, un oficial de policía en la URSS, describió el origen y el desarrollo de la corrupción en el Partido desde la época de Jruschov hasta el periodo de Gorbachev, y su inseparable relación con el surgimiento y el desarrollo de la economía ilegal y del crimen organizado: “[El crimen organizado] estaba abocado a aparecer tan pronto como nuestro sistema se liberalizara, cosa que ocurrió en el llamado deshielo de los años 60, cuando Nikita Jruschov estuvo en el poder. …Era imposible imaginarse poderosos grupos de crimen organizado con Stalin. …Lo que tuvimos después en nuestra sociedad fue el saqueo como norma ética. Y, por supuesto, esto se hizo totalmente en connivencia con la burocracia instalada en el Partido. Por ejemplo, en 1974 ya teníamos una denominada ‘mafia comercial’ en Moscú que tenía representantes en los órganos más importantes del Partido. Si, en aquella época, yo o cualquier otro hubiésemos querido avisar al pueblo acerca del peligro que suponía la economía en la sombra, los liberales se habrían mofado de nosotros y el gobierno nos habría tachado de locos. Pero así fue como comenzó todo. Y el gobierno permitió que eso ocurriera, por unos motivos que deberían hacernos reflexionar. Comenzó con Jruschov y se desarrolló con Brezhnev. Pero fue en la era Gorbachov cuando el crimen organizado realmente se hizo poderoso en nuestro país.”

Mediante las ‘reformas económicas’, los jruchovistas crearon las condiciones para el crecimiento de la

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economía sumergida, que a su vez minó la economía de planificación centralizada, generó descrédito hacia la eficacia del socialismo y la planificación, y, junto con la corrupción generalizada, destruyó la fe de la clase obrera soviética en la integridad del propio Partido Comunista. Al mismo tiempo, la economía sumergida sentó las bases materiales para el surgimiento de un estrato social cuyos intereses, en última instancia, no podían ser satisfechos dentro de los límites del socialismo. Así, se asentaron las condiciones para la restauración del capitalismo.

Mientras esta actividad de erosión, destinada a destruir el socialismo y restaurar el capitalismo, se iba produciendo a un ritmo cada vez más acelerado, los dirigentes revisionistas se dedicaban a engañar a las masas soviéticas con fanfarronerías (por no decir que mentiras) acerca de que la URSS se estaba encaminando a todo vapor en dirección hacia la fase superior del comunismo. Mientras se llenaba los bolsillos protegiendo a criminales y empresarios ilegales, Kozlov aseguraba a los delegados del XXII Congreso del PCUS, sin la menor vergüenza: “…en la sociedad soviética ya no existe una base social sobre la que pueda surgir una corriente oportunista en el partido” (John y Margrit Pitman, La coexistencia pacífica - su teoría y su práctica en la Unión Soviética, 1964, pág. 69).

En realidad, la presencia de la influencia burguesa (que en aquel momento estaba siendo plenamente alimentada) era la fuente interna del revisionismo (oportunismo), al igual que la rendición ante las presiones del imperialismo (de la que eran responsables los dirigentes jruschovistas) era su fuente externa. De forma muy característica, mientras negaban la existencia de clases y de la lucha entre ellas en la URSS, los jruschovistas se pusieron de lado de los estratos burgueses, hicieron sus propias ‘reformas’, atentando contra el proletariado, y al final consiguieron convertir la dictadura del proletariado en una dictadura de la burguesía, de corte mafioso.

No sólo fueron los marxistas-leninistas, sino también perspicaces analistas burgueses quienes captaron la esencia oportunista del programa y de las políticas de Jruschov y sus sucesores revisionistas. Escribiendo en 1975, Mosche Lewin hacía esta observación: “Es impresionante ver cómo muchas ideas del programa anti-stalinista de Bujarin de 1928-29 han sido adoptadas por los reformistas actuales”.

En los años 60, tres de los cuatro principales institutos de economía estaban dominados por economistas favorables a la economía de mercado. El repudio total del socialismo, la propagación abierta de la economía de mercado, y la restauración del capitalismo en la URSS, sólo adquieren significado si se interpretan como una continuación y una implementación del programa revisionista (oportunista) de los Bujarin y Jruschov, cuya esencia no era otra cosa que la capitulación ante la burguesía.

La actividad económica ilegal, el robo, la corrupción, el hurto, junto con la creciente desigualdad que conllevan, acabaron minando la fe del pueblo soviético en la justeza de su sistema. Así, mientras creaba un estrato de potenciales capitalistas, la economía sumergida destruyó la fe del pueblo en el socialismo al convertir al dinero en un polo de atracción opuesto al PCUS.

Cuando Gorbachov llegó a la dirección del PCUS, ya estaban preparadas todas las condiciones materiales e ideológicas para la restauración del capitalismo. En marzo de 1985, Gorbachov se convertía en Secretario General tras la muerte de Chernenko. Al igual Jruschov, depuró rápidamente a los elementos en los que no podía confiar o que pudieran haberse interpuesto ante su programa de restauración capitalista. Al año de convertirse en Secretario General, Gorbachov se las arregló para sustituir a la mitad de los miembros candidatos al Politburó, a 14 de los 23 dirigentes de los departamentos del Comité Central, a 5 de los 14 máximos responsables de la Repúblicas, a 50 de los 157 Primeros Secretarios de las regiones (krais) y de los distritos (oblasts), al 40% de los embajadores y a 50 000 funcionarios (ver Roger Keeran y Thomas Kenny, El socialismo traicionado, 2004, pág. 83).

Para acelerar el proceso de restauración capitalista, Gorbachov inició las reformas que conocieron como Glásnost y Perestroika - adoptadas en el pleno del Comité Central del PCUS en enero y junio de 1987. La Glásnost fue el equivalente en la esfera ideológica de la Perestroika en la esfera económica. Así como la

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Perestroika estaba destinada a restaurar completamente las relaciones capitalistas de producción, destruyendo todos los remanentes de economía planificada central, la Glásnost tenía por objetivo eliminar la ciencia marxista-leninista de la vida política y de las instituciones de la URSS, para sustituirla por las normas características de la democracia burguesa.

En el momento de celebrarse el pleno del Comité Central en enero de 1987 y la XIX Conferencia del Partido en enero de 1988, el programa de reformas de Gorbachov de 1985-86 ya se había convertido en un verdadero asalto al socialismo - un programa contrarrevolucionario cuyo objetivo era minar el liderazgo del Partido Comunista, la propiedad estatal, la planificación central y la integridad plurinacional de la URSS. La XIX Conferencia del Partido se convirtió en una fiesta anticomunista. En nombre de la lucha contra el ‘estalinismo’, se rehabilitó a Bujarin, se desplegó una alfombra roja para las fuerzas que clamaban por la completa restauración del capitalismo, se legalizó la economía sumergida y las asociaciones políticas voluntarias (las llamadas ‘informales’), afirmando que tenían un papel legítimo en la sociedad soviética. Las asociaciones ‘informales’ estaban presentes en todas las actividades que no estaban directamente organizadas por el Partido. Su plataforma pregonaba el liberalismo cultural, el papel reducido del Partido, el abandono de los principios ideológicos, la hostilidad hacia la lucha de clases, nociones burguesas de democracia, la adulación hacia todo lo que proviniera de Occidente, elogios hacia las bondades ‘democráticas’ del capitalismo contemporáneo, la sumisión al mercado y una hostilidad profunda hacia la planificación económica.

Por su parte, la ley sobre cooperativas y la ley de arrendamientos estimularon una vasta expansión de los elementos y de la producción capitalista.

Hacia 1987-88, las reformas de Gorbachov habían pasado a la liquidación del Partido; la glásnost se había convertido en sinónimo de anticomunismo; las reformas económicas se habían convertido en una privatización generalizada y en el desmantelamiento de la economía socialista, con la transformación de los “mercados socialistas” en “socialismo de mercado”, es decir, en capitalismo. El anti-estalinismo, con sus consignas de “democratización” y “descentralización”, se convirtió, como ocurrió en la era de Jruschov, en la ideología de los reformistas de Gorbachov, quienes, bajo el pretexto de mejorar la economía y el Partido, y en nombre de la crítica al “culto al personalidad”, procedieron a una revisión total de la historia del Partido y una denigración de los logros de la historia soviética universal. Mientras la ‘democratización’ supuso un cambio radical, desde el marxismo-leninismo hacia un partido de tipo socialdemócrata (con el rechazo del papel dirigente del Partido y del centralismo democrático como principio organizador del Partido), el concepto de coexistencia pacífica, que ahora se llamaba “valores humanos universales”, era un eufemismo para esconder la alianza con el capitalismo y el imperialismo.

Gorbachov no sentía más que desprecio por el PCUS, que una ocasión definió como “ese perro sarnoso” - el mismo Partido del que emanó toda su autoridad. Una autoridad que utilizó para la completa victoria de la contrarrevolución y la restauración del capitalismo en la URSS.

Pese a su desprecio por el Partido, comprometido en desmantelar deliberadamente los últimos remanentes del socialismo en la URSS, Gorbachov permaneció el tiempo suficiente en su puesto de Secretario General para supervisar la desaparición del campo socialista, la desintegración de la URSS y la liquidación del PCUS. Durante sus últimos tres años (1989-1991) al mando, la contrarrevolución arrasó en Europa del Este, con la ayuda de Gorbachov y de su camarilla, asesorada por el imperialismo. En noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín; un año más tarde, Alemania era reunificada bajo los términos de la OTAN. Uno tras otro, los países socialistas de Europa del Este cayeron como piezas de dominó.

Los desórdenes en Europa del Este, y los efectos desintegradores de las fuerzas capitalistas desatadas en la URSS, empeoraron las relaciones entre las repúblicas que constituían la Unión Soviética, desembocando en declaraciones de independencia, separándose una tras otra de la Unión. A mediados de Diciembre 1991, tras la secesión de todas las demás repúblicas, la Federación Rusa se quedó sola sin la necesidad de una

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declaración oficial de independencia.

En la arena internacional, la camarilla de Gorbachov traicionó a los movimientos de liberación nacional y a los países socialistas más pequeños. En mayo de 1989 se detuvieron los envíos de armas a Nicaragua. En 1990, la Unión Soviética puso término a la ayuda anual de 5 billones de dólares a Cuba, que incluía el suministro de petróleo y otros suministros esenciales. En febrero de 1989, las últimas tropas soviéticas ya habían abandonado Afganistán, dejando al gobierno de Najibullah a merced de los señores de la guerra apoyados por el imperialismo, negando así los sacrificios hechos por los soldados soviéticos y sus aliados afganos, sin obtener a cambio ninguna concesión por parte del imperialismo. De manera similar, las luchas de liberación de Sudáfrica y Palestina también fueron abandonadas a su suerte.

Cuando se celebró el XXVIII Congreso del PCUS en julio de 1990, la cuestión ya no era si la economía de mercado debía ser plenamente restaurada, sino qué tipo de economía de mercado debía ocupar el lugar de la economía de planificación centralizada que, minada durante las tres décadas anteriores, recibió el golpe de gracia por parte de la camarilla de Gorbachov.

Con el cinismo que le caracterizaba, en su mensaje de celebración del aniversario de la Revolución de Octubre el 7 de noviembre de 1990, Gorbachov definía su completa traición al socialismo y su capitulación ante el imperialismo como actos de “libertad y emancipación”.

La Perestroika, decía, “…[nos] ha traído la libertad y la emancipación… Nos hemos abierto al mundo… al haber estado confrontados al resto del mundo, nos habíamos privado de la oportunidad de participar en el progreso de la civilización en su momento más crucial. Hemos sufrido terribles [pérdidas], posiblemente nuestras mayores pérdidas, por esta razón”.

A pesar del triunfo de Gorbachov y de su camarilla en el XXVIII Congreso, los llamados demócratas, liderados por Boris Yeltsin, se fueron del Partido haciendo mucho ruido, afirmando que éste no se estaba reformando lo suficientemente rápido. Mientras aparentaban establecer una ruptura con Gorbachov y la llamada ‘Plataforma Democrática’, realmente, su salida del Partido no era más que la continuación de la ladina división del trabajo entre las dos facciones de la contrarrevolución, para que ambas continuaran haciendo lo que mejor sabían hacer (es decir, la destrucción del PCUS y de los remanentes de la economía socialista), Gorbachov desde dentro del PCUS y los Demócratas de Yeltsin desde el exterior.

Eso fue precisamente lo que lograron un año después del XXVIII Congreso. En junio de 1991, Yeltsin fue elegido presidente de la Federación Rusa (RSFSR). El 6 de noviembre de 1991, aprovechando el fracasado golpe de Estado de Agosto, Yeltsin ilegalizó el PCUS y ordenó su disolución. En diciembre, ordenó la retirada de la Bandera Roja del Kremlin. El 25 de diciembre, Gorbachov, tras haber realizado el “trabajo de su vida”, dimitía. El 31 de Diciembre de 1991, la URSS dejaba de existir oficialmente.

Así fue llevada a un final ignominioso la otrora gloriosa Unión Soviética, la primera patria del proletariado internacional y la base de la revolución proletaria mundial, gracias a los estragos de la camarilla jruschovista durante un periodo de tres décadas y media, camarilla que fue sustituida por un capitalismo mafioso, encabezado por un puñado de cleptómanos, que robaron las grandes riquezas y los grandes recursos creados y cuidados por el pueblo soviético durante siete décadas de lucha titánica contra las fuerzas de la reacción y el imperialismo.

Es de una importancia crucial para el proletariado internacional y los pueblos oprimidos del mundo el comprender las causas de la destrucción del PCUS y de la URSS. La interpretación del colapso soviético está íntimamente ligada a las luchas del futuro. El proletariado difícilmente podrá luchar por el socialismo y hacer los sacrificios necesarios para conseguirlo, si cree que se trata de un sistema fallido. Difícilmente podrá acometer una seria tentativa por derrocar el capitalismo, si está convencido de que la economía de mercado es la panacea de la liberación de la humanidad.

Este libro trata de mostrar que la URSS y el PCUS no colapsaron debido a algún error inherente a la ciencia

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marxista-leninista, sino debido a la desviación de aquella ciencia por parte de la dirección jruschovista del PCUS, que fue responsable de una revisión y una tergiversación completas del marxismo-leninismo en los terrenos de la economía política, la filosofía y la lucha de clases durante un periodo más de tres décadas. Durante este tiempo, las tergiversaciones, las falsificaciones y las desviaciones del marxismo-leninismo se fueron multiplicando, y a la postre la cantidad se transformó en calidad. Lo que se había iniciado bajo Jruschov en forma de ligero goteo, adquirió en tiempos de Gorbachov las proporciones de un verdadero torrente, culminando con la restauración del capitalismo en el país de los soviets, el país de Lenin y de Stalin - el país del socialismo triunfante. Por tanto, no fue el marxismo-leninismo lo que fracasó: fue el revisionismo el que, inevitablemente, fracasó de forma estrepitosa, llevándose consigo a la URSS.

Poco a poco, este fracaso del revisionismo, la “manifestación de la influencia burguesa en el proletariado y la corrupción burguesa de los trabajadores”, ha ido obligando a los partidos proletarios de todo el mundo a analizar de manera más concienzuda los sucesos en Europa del Este y en la URSS, y a sacar de ello las conclusiones y lecciones apropiadas. Los partidos comunistas se han dado cuenta de la necesidad de afilar sus armas ideológicas y de luchar contra la disminución del nivel teórico, que ha ido produciéndose desde la usurpación de la dirección del PCUS por parte de los jruschovistas, en el XX Congreso del Partido en 1956. Esta disminución del nivel teórico es lo que explica que un número tan elevado de partidos obreros en todo el mundo hayan actuado como impotentes espectadores de las arremetidas del revisionismo. El fracaso del revisionismo está ahora llevándoles cada vez más a asimilar que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”.

Es necesario que los Partidos Comunistas se den cuenta de que “el papel de vanguardia combatiente solamente puede ser cumplido por un partido guiado por la más avanzada teoría”. “Nunca insistiremos lo suficiente en ello” dice Lenin, “en un momento en que las predicas de moda del oportunismo van de la mano con un encaprichamiento por las más inofensivas formas de actividad práctica”.

El capitalismo no tiene solución

El capitalismo no puede ofrecer una solución a los problemas que enfrenta la humanidad. En realidad, la pervivencia del capitalismo es el verdadero problema que se interpone en su camino hacia una vida próspera y saludable, libre de explotación, pobreza, hambre, indigencia, racismo y guerra.

La restauración del capitalismo en la antigua Unión Soviética y otros países socialistas del Este de Europa, lejos de traer la prosperidad prometida a los pueblos de estos países por los restauradores revisionistas y los estadistas e ideológicos del imperialismo, ha sido una catástrofe. En todas partes, la producción y la renta per cápita han caído precipitadamente, y la esperanza de vida ha experimentado una caída drástica. Los servicios sanitarios gratuitos, el sistema educativo, con todos sus orfanatos, jardines de infancia y campamentos de vacaciones, que eran el orgullo de los pueblos de estos países, han desaparecido por completo. Sólo en los cuatro primeros años (1991-95) posteriores al derrumbe de la URSS, la producción se redujo a la mitad, tras lo cual siguieron dos años de estancamiento, hasta volver a hundirse a consecuencia de la crisis que sufrió la economía Rusa en 1998. Hoy, el nivel de vida del 85% de la población rusa es mucho más bajo del que gozaban los ciudadanos de la Unión Soviética. Un tercio de la población vive por debajo del nivel mínimo de subsistencia, con un 10% en situación de subalimentación crónica. Entre 1990 y 1994, la esperanza de vida de los hombres en Rusia disminuyó en 6 años (de 64 a 58) y el de las mujeres en 3 años (de 74 a 71 años). En los 18 años transcurridos desde el derrumbe de la Unión Soviética, la población de Rusia ha decrecido al menos en 15 millones de habitantes - la mayor pérdida de población habida nunca en el mundo en tiempos de paz - acercándose al nivel de las pérdidas sufridas por la Unión Soviética durante la Gran Guerra Patria. Esta pérdida de población, que se debe atribuir exclusivamente a la restauración del capitalismo, sólo puede definirse como genocidio a gran escala.

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El desempleo, que había sido erradicado en la URSS en 1932, hoy es galopante, con unas 40 millones de personas sin trabajo en el territorio de la antigua URSS. En los tiempos de Stalin, más de 20 000 escuelas fueron construidas cada cinco años, mientras que bajo el actual régimen de ladrones capitalistas, más de 12 000 escuelas fueron destruidas entre 1991 y 2008, es decir, su número se redujo de 48 600 a 36 300.

La riqueza creada con el esfuerzo de la clase obrera soviética ha sido robada por un puñado de mafiosos, mientras la mayoría del pueblo se ha visto reducido a la miseria. La fraternal armonía y la amistad entre naciones han dado paso a la guerra fratricida. La prostitución, el alcoholismo, el consumo y el tráfico de drogas, el crimen organizado y el crimen violento, la indigencia, y tantos otros síntomas del ‘mercado libre’ han adquirido proporciones epidémicas.

No es de extrañar, por tanto, que los pueblos de la antigua URSS sientan una gran nostalgia por la Unión Soviética y anhelen la maravillosa vida que habían tenido durante su existencia. Es el miedo a esta creciente nostalgia, el miedo a la ira sentida por las masas por las miserias que les ha traído la restauración del capitalismo, lo que se esconde detrás del intento de la burguesía de equiparar el comunismo con el fascismo, su intento por menospreciar, denigrar y difamar la historia y los logros del socialismo. En un esfuerzo por negarle el futuro a la clase obrera, la burguesía está haciendo todo lo posible para destruir su pasado. En vista de ello, y conociendo la significación histórica de lo que está en juego, el proletariado con consciencia de clase debe defender la memoria y los logros históricos del socialismo, y en especial los del socialismo soviético.

Si el capitalismo tiene tan poco que ofrecer a los pueblos de los antiguos países socialistas, tampoco tiene mucho que ofrecer a cualquier otro pueblo. El mundo capitalista entero se ha encontrado, desde finales de 2007, en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión de 1929. En estos últimos tres años hemos presenciado el cuasi-derrumbe del sistema financiero imperialista, la cuasi-bancarrota de las tesorerías estatales como consecuencia de los planes de rescate a los bancos en quiebra, y las consiguientes medidas de austeridad tomadas por los gobiernos burgueses para equilibrar las finanzas públicas, agotadas por la transferencia masiva de fondos hacia el sector bancario.

El gobierno británico está aplicando un programa de recortes drásticos del gasto público, junto con un incremento de las tasas de alrededor de 81 billones de libras esterlinas en los próximos cuatro años, que tendrá como resultado, según el Instituto de Estudios Fiscales, “el periodo más largo y profundo de recortes en el gasto público” desde la Segunda Guerra Mundial. Como resultado de ello, se calcula que cerca de un millón de trabajadores perderán sus empleos, incrementándose aún más el desempleo (que en el Reino Unido actualmente se sitúa en un 7.6%).

El desempleo en los Estados Unidos, la Meca del Capital, se sitúa en el 9.8%. Y si tomamos el índice de cálculo de desempleo, que incluye tanto a los subempleados como a los desempleados, entonces tenemos que un 17% de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos cae dentro de esa categoría. Esto ha producido una disminución de los salarios y una feroz competición por el trabajo, con 5.6 personas peleándose por cada trabajo ofertado.

El desempleo en la Unión Europea alcanza los 23 millones de personas, lo que representa el 9.6% de la población activa. De estos desempleados, 15.7 millones están en la Eurozona, representando un 10% de la fuerza de trabajo. En algunos países de la Unión Europea, el porcentaje de estos desempleados es mucho más elevado. En España, por ejemplo, el desempleo ha alcanzado la cifra del 19.5% de la fuerza de trabajo, mientras que el 44.5% de los españoles con menos de 25 años no tienen empleo. El desempleo a escala mundial alcanza los 240 millones de personas.

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La cuasi-bancarrota de los bancos ha llevado a la cuasi-bancarrota de los Estados. El rescate de los bancos está amenazando con llevarles a la suspensión de pagos.

Grecia e Irlanda han sido rescatadas temporalmente de la bancarrota con paquetes de rescate de la Unión Europea y el FMI. Portugal, España y posiblemente Italia son los siguientes en el punto de mira. Las autoridades están abrumadas por las malas noticias que llegan desde todas partes. Toda la Eurozona está siendo asaltada. Los mercados están sufriendo crisis periódicas, al conocerse los rumores de incumplimiento por parte de Grecia o Irlanda, con los consiguientes efectos sobre la deuda pública de España, Portugal y otras economías deudoras de la Eurozona. Las descripciones de lo que está sucediendo en Grecia, Irlanda, y cada vez más en Portugal y España, están empezando a evocar pasajes del Infierno de Dante. Aunque consigan obtener un respiro temporal, cada nueva medida adoptada por las autoridades son un preludio de la siguiente crisis. Cada vez que las autoridades adoptan alguna medida para evitar algún escollo, se encuentran con que aparecen muchos más. El miedo al contagio, que ha generado tanta confusión en el sector bancario tras la implosión de Bear Stearns y Lehmann Brothers en 2008, está causando estragos en la esfera de la deuda pública tras la cuasi-implosión de Grecia e Irlanda. Los peores escenarios, antes considerados inimaginables por los expertos burgueses, se han hecho notablemente fáciles de imaginar o predecir. Navegando en aguas desconocidas, los representantes e ideólogos del capital financiero están empezando, incluso a regañadientes, a deshacerse de su petulante autocomplacencia. Antes de la última crisis, solamente habían quebrado y habían sido rescatados por el FMI los mercados pequeños y emergentes. Grecia e Irlanda han cruzado esta barrera - ya nada parece imposible ahora. No es de extrañar, por tanto, que los tiburones de las finanzas estén siendo prudentes y que se hayan congelado los créditos.

Los gobiernos de Grecia, Irlanda, Portugal y España se han visto obligados, al igual que el británico, a recurrir a medidas drásticas de austeridad, que, lejos de aliviar esta crisis de superproducción sin precedentes, sólo conseguirán hundir todavía más al mundo capitalista en el torbellino de la recesión.

Ante estos ataques contra la clase obrera, es muy improbable que ésta acepte estoicamente el desempleo galopante, los recortes salariales y la reducción del gasto social. Ya ha habido violentas manifestaciones en Grecia y protestas estudiantiles en Gran Bretaña, así como grandes movilizaciones obreras en Portugal, España, Irlanda, Francia y otros países. A medida que pase el tiempo, estas protestas irán cobrando impulso necesariamente, creciendo cualitativamente, y se irán dirigiendo cada vez más hacia el verdadero culpable -el obsoleto sistema capitalista de producción.

Si las condiciones de vida de la clase obrera se hacen cada vez más difíciles en los centros del imperialismo, las vidas de los pueblos del resto del mundo son sencillamente nefastas e insoportables. 1300 millones de personas, casi todas habitantes de los países empobrecidos, viven en la pobreza absoluta, con menos de un dólar al día; mientras que 3000 millones de personas viven con menos de dos dólares al día. De los 4400 millones de personas que viven en el llamado tercer mundo, tres cuartas partes (3300 millones) no ven satisfechas sus necesidades básicas. Un cuarto de ellas (1100 millones) no tiene acceso a agua potable; un cuarto no posee una vivienda digna; cerca de un quinto (900 millones) pasa hambre crónica. Cerca de un quinto son analfabetos; y casi 2000 millones de personas no tienen electricidad.

Alrededor de 12 millones de niños en los países pobres mueren al año, antes de llegar a los 5 años, por enfermedades fácilmente curables y otros males relacionados con la desnutrición. Una mujer africana muere cada dos minutos dando a luz, y más de un 15% de los niños africanos no llegan a su quinto cumpleaños.

Por otra parte, las 225 personas más ricas del mundo poseen una riqueza total de cerca de 1 000 000 millones de dólares - equivalente al ingreso anual del 47% de la población más pobre del mundo.

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Éstas son las insoportables condiciones de vida que el capitalismo impone a los pueblos del mundo, mientras recurre a viejas armas como el racismo y la xenofobia para dividir a la clase obrera, y libra guerras depredadoras, como en Irak y Afganistán, como medio para prolongar su vida. En los últimos cien años, las guerras imperialistas se han cobrado la vida de cerca de 100 millones de personas (además de los varios cientos de millones que han tenido una muerte silenciosa debido a la miserable existencia que les ha impuesto este sistema), han destruido riquezas incalculables y han causado la destrucción del medio ambiente a una escala sin precedentes.

La solución

Éste sistema no puede ser reformado. Hace falta derrocarlo. Debe ser derrocado, y será derrocado. La presente crisis le ha quitado su máscara reluciente al capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, y ha desacreditado todas sus arrogantes pretensiones de ser fuente de prosperidad y democracia. El imperialismo triunfante que había asistido al derrumbe de la URSS y de los países socialistas del Este de Europa, está lejos de haber desaparecido. Los Fukuyamas del mundo que, tras el colapso soviético, cantaban la “victoria inapelable del liberalismo político y económico”, proclamaban el ‘fin de la historia’ - “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma suprema de gobierno humano”, curiosamente ahora guardan silencio. La “liberalización económica” y la “democracia liberal occidental” están haciéndose pedazos - en las bolsas y en los mercados financieros, en los principales centros del imperialismo, en los campos de batalla de Afganistán e Irak, y están siendo puestas a prueba, cada vez más, en las calles de Atenas, Dublín, Madrid, Lisboa, París y Londres.

La crisis capitalista de superproducción, con las bárbaras consecuencias que tiene sobre los pueblos trabajadores y oprimidos, así como las guerras imperialistas depredadoras, están movilizando a cientos de millones de personas en todo el mundo, en una lucha a muerte contra el capital financiero. En vista de ello, los vencedores de la contrarrevolución de 1991 no tendrán la última palabra. El proletariado internacional, sacando lecciones del colapso soviético y de la traición revisionista, inspirado en el heroísmo impresionante del pueblo soviético, y en los logros históricos que obtuvo bajo el liderazgo de Lenin y de Stalin, se verá empujado cada vez más a marchar hacia su emancipación social, sin perder jamás de vista que la Unión Soviética “será siempre recordada como la gloriosa predecesora de una nueva sociedad” - citando las palabras de Karl Marx sobre la Comuna de París.

A medida que esta crisis vaya golpeando, el proletariado británico, al igual que el proletariado de cualquier otro país, se verá confrontado ante una sencilla verdad: en la lucha contra la omnipotencia de los monopolios gigantescos, los bancos titánicos y la oligarquía financiera, el sindicalismo tradicional y los métodos parlamentarios de lucha son completamente inadecuados. La teoría leninista de la revolución, las tácticas y los métodos leninistas de organización, ofrecen el único camino hacia la salvación para el proletariado, ante la siguiente elección: “O colocarse a merced del capital, ganarse una existencia miserable y hundirse cada vez más, o dotarse de nuevas armas - ésta es la alternativa que el imperialismo coloca ante las amplias masas del proletariado. El imperialismo lleva a la clase obrera a la revolución”.

Que los partidos proletarios de todos los países asimilen la verdad y la sabiduría contenidas en estas palabras, mientras se preparan para liderar la lucha del proletariado hacia su emancipación social. Sólo la más resuelta adhesión a los principios ideológicos y organizativos del marxismo-leninismo, sólo la búsqueda de las tácticas revolucionarias bolcheviques, junto con la máxima unidad en las filas de la abrumadora mayoría de la clase obrera, coronarán sus esfuerzos con éxito.

1 de Febrero de 2011.