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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA MISIÓN SUCRE Santa Bárbara de Zulia Colon UNIDAD CURRICULAR: PENSAMIENTO POLÍTICO LATINOAMERICANO Y CARIBEÑO TEMA II. HEGEMONÍA Y PENSAMIENTO POLÍTICO ANTIHEGEMÓNICO. Concepto, diferencias y semejanzas de: Política. Poder. Hegemónia. La construcción de la nueva hegemonía del poder popular. PODER: Mandar y obedecer es un hecho social universal. La experiencia social más rudimentaria nos confirma suficientemente que formar parte de un grupo cualquiera implica la sumisión a un poder. No es concebible un grupo humano sin que exista el poder. En el sentir de escritor francés A. Maurois, toda acción colectiva exige un jefe. Ya se trate de combatir a un enemigo o de tender los rieles de un ferrocarril, el instinto de los hombres les avisa que para ello necesitan someterse al mando de alguien. En la sociedad humana siempre hay alguien (anónimo, personal o institucionalizado) que manda y que gobierna. Y hay otros (súbditos o vasallos) que obedecen y son gobernados. En este sentido podemos decir con Hobbes que “el poder es una necesidad social; que con el orden que impone y el concierto que instaura, el poder les permite a los hombres alcanzar una vida mejor”. El poder es una constante social dondequiera que los hombres quieran vivir juntos organizadamente. Varían las formas de poder y los sistemas de gobierno, pero es una característica del poder el que se encuentra por

Pensamiento Politico Antihegemonico

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA

MISIÓN SUCRE

Santa Bárbara de Zulia Colon

UNIDAD CURRICULAR: PENSAMIENTO POLÍTICO LATINOAMERICANO Y CARIBEÑO

TEMA II. HEGEMONÍA Y PENSAMIENTO POLÍTICO ANTIHEGEMÓNICO.

Concepto, diferencias y semejanzas de:

Política.

Poder.

Hegemónia.

La construcción de la nueva hegemonía del poder popular.

PODER:

Mandar y obedecer es un hecho social universal. La experiencia social más rudimentaria nos

confirma suficientemente que formar parte de un grupo cualquiera implica la sumisión a un poder. No

es concebible un grupo humano sin que exista el poder. En el sentir de escritor francés A. Maurois,

toda acción colectiva exige un jefe. Ya se trate de combatir a un enemigo o de tender los rieles de un

ferrocarril, el instinto de los hombres les avisa que para ello necesitan someterse al mando de

alguien.

En la sociedad humana siempre hay alguien (anónimo, personal o institucionalizado) que manda y

que gobierna. Y hay otros (súbditos o vasallos) que obedecen y son gobernados. En este sentido

podemos decir con Hobbes que “el poder es una necesidad social; que con el orden que impone y el

concierto que instaura, el poder les permite a los hombres alcanzar una vida mejor”.

El poder es una constante social dondequiera que los hombres quieran vivir juntos organizadamente.

Varían las formas de poder y los sistemas de gobierno, pero es una característica del poder el que

se encuentra por todas partes: aparece como un agente necesario de la cohesión social. El poder

aparece desde que existen, en un momento dado, uno o varios hombres, que al poseer mayor fuerza

numérica, psicológica o moral, obtienen por medio de esa fuerza la obediencia de los demás

hombres.

Esto mismo parece que quería expresar la máxima antigua de “Omnis potestas a Deo” (toda

autoridad viene de Dios). El poder, en cuanto autoridad suprema es algo que dimana de la misma

naturaleza social y comunitaria del hombre; es por lo mismo, algo querido por Dios y que proviene de

El, en último término.

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De todas formas, el uso más habitual del término refiere al dominio, imperio, facultad y

jurisdicción que alguien tiene para ejecutar algo o mandar. Así, el poder se relaciona con el

gobierno de un país o con el instrumento en el que consta la facultad que un hombre otorga a otro

para que, en lugar suyo y representándole, pueda ejecutar algo. El poder es, además, una posesión

o la tenencia de algo (por ejemplo: “Ya tengo los documentos en mi poder”).

Este concepto, al ser utilizado en combinación con otras palabras, permite nombrar diferentes

situaciones. Así, el poder absoluto nombra al despotismo; el poder adquisitivo, a la capacidad

económica para adquirir bienes y servicios; el poder constituyente, a aquel que corresponde a la

soberanía popular para organizarse a través de sus Constituciones; el poder ejecutivo, al que tiene

a su cargo el gobierno del Estado y la observación de las leyes; el poder legislativo, al que cuenta

con la potestad para hacer y reformar las leyes; y el poder judicial, al que ejerce la administración

de la justicia, entre otros.

POLITICA:

La ciencia política es la disciplina encargada del estudio de estas actividades. Mientras que los

profesionales en esta ciencia reciben el título de politólogos, las personas que ocupan cargos

profesionales a cargo del Estado o aspiran a ellos se definen como políticos.

Se considera que los inicios de la política se remontan al neolítico, cuando la sociedad comienza a

organizarse en un sistema jerárquico y ciertos individuos adquieren poder sobre el resto. Antes, el

poder simplemente residía en el más fuerte o en el más sabio de un grupo.

Los sistemas políticos de la antigüedad eran generalmente absolutistas ya que todo el poder era

ocupado por una única persona. En Grecia, existían también algunas polis donde se practicaba una

democracia parcial y existían asambleas.

El esquema político experimentó un cambio importante tras la Revolución Francesa y la

constitución de los Estados Unidos, con lo que se instauraron regimenes con características

democráticas, donde la toma de decisiones responde a la voluntad general.

Existen múltiples vertientes de las teorías e ideologías políticas, que pueden resumirse en dos

grandes grupos: las políticas de izquierda (como el socialismo y el comunismo), relacionadas

principalmente a la igualdad social, y las políticas de derecha (como el liberalismo y el

conservadurismo), que defienden el derecho a la propiedad privada y al libre mercado.

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HEGEMONÍA POLÍTICA: Concepto que se refiere a la supremacía o dominio fáctico que un estado

ejerce sobre otros. Su orígen está en la Grecia clásica, y en su costumbre de constituir ligas entre las

ciudades-estado, cada una de las cuales conservaba su autonomía política interna pero debía

someterse a las decisiones de la liga y de la ciudad hegemónica en lo referente a las relaciones

internacionales y la dirección de la guerra. Actualmente conserva el mismo sentido, incluso agravado

por la ingerencia en asuntos internos cuando lo hacen aconsejable los intereses de las grandes

potencias.

En medio de una época donde la incertidumbre, la inseguridad y la desprotección crecen, la teoría de

la hegemonía, elaborada por Gramsci y reformulada por E. Laclau y Ch. Mouffe, constituye un punto

nodal para pensar en la política. Esta categoría surge como respuesta a una crisis que pone en

cuestión las concepciones tradicionales para explicar la contingencia de las formas históricas

concretas. La sociedad no debe ser entendida como un espacio cerrado sino como una estructura,

resultado de prácticas articulatorias que organizan y constituyen las relaciones sociales. La

hegemonía, entonces, entendida como la articulación contingente de elementos en torno a las luchas

de los agentes sociales concretos, configura una valiosa herramienta teórica para reflexionar acerca

de nuestra compleja realidad.

Hegemonía es el predominio cultural y político basado en el consenso. En la economía política fue

iniciado este concepto por Antonio Gramsci . La hegemonía no es establecida sólo por el Estado

sino, en la mayoría de los casos, junto con la sociedad civil. Este punto de vista amplio del Estado,

que abarca al Estado y a la sociedad civil como campo de fuerza, Gramsci denomina estado

ampliado. El espacio abierto de la sociedad civil es el lugar donde la sociedad discute sobre su

futuro, su forma de organización y la búsqueda de los caminos más adecuados para concretar sus

objetivos. En los tiempos de la Grecia antigua esos procesos de formación de opiniones se

desenvolvía con éxito en las plazas públicas, mucho después los cafés jugaron un papel

importante. En el siglo XX estas funciones se desarrollaron, por un lado, en las escuelas e iglesias,

por otro, en los sindicatos e instituciones culturales.

La hegemonía es el poder que ejerce un grupo o nación generalmente con un mayor desarrollo

cultural, económico y político sobre una la sociedad o un segmento de ella. La hegemonía por

naturaleza se ejerce con el fin de obtener un mayor crecimiento en lo económico y por consiguiente

de poderío, aunque también es cierto que el grupo o país subordinado obtiene algún grado de

beneficios o desarrollo, aunque obviamente en menor grado en el plano económico; y su cultura de

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uno u otro modo se ve influenciada o homogeneizada por los valores, principios y visión de sociedad

que tenga la nación que ejerce su poder sobre ésta.

Filosofía antihegemónica

Por Álvaro B. Márquez-Fernández, Centro de Estudios Sociológicos y Antropológicos, Universidad

del Zulia

Definición o caracterización:

Se propone la filosofía antihegemónica como una práctica de la filosofía que no reconoce el uso de

la fuerza y del poder compulsivo y/o violento que posee la racionalidad política capitalista, para

inculcar sistemas de representaciones sociales, culturales, políticos, éticos, etc., con un alto grado de

adhesión y adaptabilidad, poco reflexivos y muy doctrinantes. Este nuevo modo de la praxis filosófica

puede ser considera antihegemónica, porque carece de confianza en cualquier relación o estructura

de dominación entre colectivos e individuos donde una elite o clase superior ejerce su dominancia

sobre otros muchos que suelen ser la mayoría. Es una filosofía que propicia la denuncia de formas

represivas, directas e indirectas, del poder; asociadas a conceptos y creencias universalistas que

limitan el desarrollo de las conciencias sociales. De igual manera, cuestiona la falsa realidad de los

consensos ideológicos que permiten mantener en la oscuridad, los innegables conflictos por los que

atraviesa la ciudadanía y la crisis de legitimidad democrática que se vive en las sociedades y

Estados de América Latina. Se trata, sobre todo, de una filosofía que dota de una actividad política

deliberativa al colectivo social subordinado y/o dominado. Enseña a comprender críticamente que

sólo a través de sus praxis sociales emancipatorias es que los ciudadanos pueden hacer posible el

desarrollo de una conciencia política y de clase, que les permita realizar públicamente la crítica a una

racionalidad política que se presenta como omnicomprensiva y trascendente. La filosofía

antihegemónica es la negación-superación de un modelo de vida social basado en la coacción y/o

represión, a las amalgamas ideológicas de los sistemas de alianza que propicia el status quo para

sembrar la idea de que la convivencia social siempre responde en términos de adhesión y fidelidad

incuestionable al orden de la reproducción de la sociedad capitalista.

Orígenes:

Esta filosofía se inspira en la filosofía de la praxis del filósofo italiano Antonio Gramsci, para quien el

dominio de la sociedad civil, se basa en un dominio de la dirección ideológica y cultural de los roles

de la política. La hegemonía como una concepción uniforme, ético-política, del Estado y de la

sociedad, se presenta, por parte de las clases burguesas, como un mundo sin contradicciones y

exclusiones. Esto le permite la apropiación del colectivo social en la medida que lo incorpora a su

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agenda gubernamental con escasa o ninguna praxis significativa, en el momento de conservar y

tolerar el ejercicio del poder por parte de los centros hegemónicos del capitalismo. Está en el fondo

del cuestionamiento antihegemónico las fuentes políticas e ideológicas del poder, que para ser

consentido, no debe ser encubierto o asolapado. El poder deberá presentarse sin represión alguna,

sin condicionamiento material para la dominación. El acceso a la gobernabilidad del Estado, pasará

por una concepción del poder compartido, sin jerarquías y privilegios. La resistencia al poder

hegemónico, resulta de las luchas por un poder al servicio de los ciudadanos que tiene que

minimizar o disolver las mediaciones partidistas e institucionales que le sirven al Estado para el

control social. En América Latina este tipo de filosofía se entiende perfectamente desde la

antihegemonía, porque se propone como un programa de praxis sociales que reconocen los

movimientos sociales como la punta de lanza para la revolución política y la recontextualización del

poder del Estado, en beneficio del pueblo.

Alternativas:

En relación con el pensamiento único y correcto políticamente del pensamiento neoliberal capitalista,

la filosofía antihegemónica es una posibilidad de crítica, interpretación y superación de los

fundamentos de la racionalidad de la economía de mercado y de la sociedad de clases. La

reformulación de un pensamiento antihegemónico que se inserte en la sociedad civil como espacio

de decisiones y de opinión pública, resitúa, obviamente, las relaciones de fuerza y de poder de la

institucionalidad del Estado, vale decir, de la sociedad política. Esta otra movilidad de las relaciones

de fuerzas a través de nuevos actores sociales que se hacen emergentes frente a la crisis de la

democracia formal o representativa, le permite al colectivo social romper con la direccionalidad de la

sociedad burguesa. La filosofía antihegemónica es capaz de incentivar un pensamiento de la

contestación, insubordinación, rebeldía, revolución, frente al status quo que responden a

subjetividades reprimidas y que pueden llegar a ver la luz en un espacio público que se dilata y

explota, ante estas manifestaciones. La irrupción de la filosofía antihegemónica en la civitas

burguesa, profundiza la necesidad y deseos por la libertad ciudadana en términos más igualitarios y

equitativos. La inconformidad en la aceptación de un orden jurídico y político, en términos coactivos

exclusivamente, es una clara desobediencia al poder de las normas sobre la realidad social humana

más cotidiana. La pregunta por el por qué de las injusticias, se origina en una conciencia

antihegemónica del poder del Derecho y del Estado para gobernar.

Modalidad:

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Hoy día se podría observar la influencia y la vigencia de la filosofía antihegemónica, en todas las

actuales luchas que se libran contra el poder neoliberal enraizado en América Latina, desde la

resistencia de los pueblos, en especial, los indígenas, y de las clases obreras que no han cesado de

ser explotadas a través de los sofismas de la publicidad del mercado y del salario.

También los movimientos de jóvenes y los movimientos sociales de diversa naturaleza y extracción

social, buscan a través de este pensamiento y filosofía antihegemónica, nuevos escenarios de

acción y participación. En países como Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay

y Paraguay, es muy representativo este tipo de participación. Las nuevas formas de asociación

pública, los nuevos estilos de integración ciudadana y las organizaciones comunales, cuestionan los

conceptos clásicos del Estado moderno acerca del poder que los ha desposeído de sus relaciones

sociales y políticas, por otro uso más democrático donde el poder sea sinónimo de poder de todos y

para todos. Esta nueva concepción antihegemónica del poder de un Estado social legitimado por las

bases populares de la sociedad civil, pasa ahora por una recomprensión de las praxis ciudadanas

que adquieren un sentido mucho más radical del uso del poder, cuando la manifestación más

expresa de ese uso es su presencia en las calles, los espacios públicos, las convocatorias a huelga,

desobediencia, resistencia. Poco a poco se va construyendo una socialización de estas prácticas

que se hacen colectivas, dentro de una multiplicidad de voces que encuentran su reconocimiento en

un “cara a cara”, sin las mediatizaciones de los medios de comunicación.

Reflexiones, conclusiones o perspectivas:

Las transformaciones políticas requieren de dos planos indispensables para su realización y

concreción. Uno es el del pensamiento o racionalidad, que se podría considerar como el ámbito

filosófico del ser humano, es decir, de cada persona, individuo, ciudadano; el otro, el de las praxis

que éstos en su contexto de vida material y espiritual desarrollan. Ambos planos se complementan, y

entre ambos, es que se puede dar origen a la realidad y sus respectivos cambios. El hombre frente a

sí mismo, y en su encuentro con el otro, es más que una dualidad, es, precisamente, esa pluralidad

que le sirve de referente ontológico y antropológico. De esa diversidad es que se construye el “ser

social” de todos y cada uno de nosotros. La posibilidad de disponer de procesos de racionalidad

filosófica que permitan el análisis crítico y la interpretación del por qué del sentido de las praxis

sociales y las responsabilidades que éstas implican, es una de las principales libertades del ser

humano. Pensar cada vez más de otra forma diferente. Aprender a pensar desde otros órdenes de la

racionalidad y la lógica deductiva, es vivir desde una experiencia donde la realidad que portamos es

recreada permanentemente. Es la principal praxis de la filosofía en sentido dialéctico. Es decir, como

negatividad del pensar desde los opuestos de la realidad. La filosofía antihegemónica, en ese

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sentido es originaria y progresiva, al decir de José Manuel Delgado Ocando: es un programa político

donde la participación social responde a un desafío histórico de la superación de la hegemonía por

parte del colectivo social subordinado, dominado y alienado; y es un proyecto filosófico donde otra

racionalidad es necesaria y posible, porque se trata de cancelar todo discurso ideológico y promover

la emancipación del ser de los pueblos. Además, la historia no es teleológica sino contingente, no es

resultado de un a priori, sino de las necesidades materiales humanas. Estas continúan marcando

inevitablemente el destino de la filosofía para transformar, más que la interpretación única.

La construcción de la nueva hegemonía del poder popular

En los movimientos sociales y políticos de las décadas del 60 y 70 que marcaron profundamente a

nuestra sociedad, el problema del poder fue planteado con fuerza, en contra de concepciones de

izquierda tradicionales para la cuales el tema se postergaba de manera indefinida. Partidos

considerados siempre de izquierda como el Partido Comunista, los diversos Partidos Socialistas, las

variantes maoístas y trotzquistas no se planteaban el problema del poder. No significa ello que no

hablasen sobre el poder. El asunto es que para ellos el problema no se imponía como una exigencia

perentoria a realizar. No se cuestionaba en los hechos seriamente el poder del capitalismo. Por una

u otra razón, la revolución estaba postergada, de manera que había tiempo de sobra para debatirlo.

El problema, en cambio, adquirió no sólo actualidad, sino exigencia perentoria en las diversas

agrupaciones y partidos de una nueva izquierda, por llamarla de esa manera, que se proponían

hacer la revolución. Ello significaba, terminar con la sociedad capitalista, sustituirla por una sociedad

socialista. Ya no se trataba de una meta lejana, sino de algo que estaba en cierta manera a la mano.

El debate sobre el poder fue intenso, y las concepciones, diversas, pero todas, de una u otra manera

se sintetizaban en "la toma del poder". En realidad la expresión pertenece a la teoría que

fundamentó los procesos revolucionarios del siglo veinte. Toma del poder, asalto al poder, asalto al

cielo, son expresiones equivalentes. Sin duda que son movilizadoras, encienden en la imaginación

figuras utópicas que impulsan a la voluntad para la lucha. El poder, en primer lugar, es concebido

como un objeto. Así como se puede tomar, asir, o, en términos populares, "agarrar" un objeto,

también se puede tomar o agarrar el poder. De esta manera, se piensa que no se tiene el poder, no

se lo ejerce, hasta que no se lo ha tomado. El poder está en manos de las clases dominantes, de los

grandes consorcios, del ejército. En fin, alguien, o algunos lo tienen. Se trata de arrebatárselo. En

segundo lugar, el poder está en un lugar determinado. Ese lugar puede ser la "Casa Rosada",

Campo de Mayo o La Tablada. Quienes están ahí tienen el poder. Para arrebatárselo es necesario

trasladarse hasta ese lugar.

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La columna del Che, desde la sierra Maestra a Santa Clara, y desde allí a la Habana, o la "Larga

Marcha" a Pekín son símbolos de este ir hasta el lugar donde se encuentra el poder, para tomarlo,

arrebatándoselo al enemigo. El poder, en consecuencia, es como una cosa que está en un

determinado lugar al que hay que trasladarse para tomarlo. Algo semejante a la expedición de los

Argonautas dirigidos por Jason a la Cólquide para arrebatar el célebre "vellocino de oro". Pero ya se

sabe, semejante tesoro está bien guardado, bien custodiado. La marcha para su conquista no es una

fiesta, sino una lucha. Menester es tener la organización y los instrumentos necesarios para dar esa

lucha. El instrumento por excelencia es el partido político. Para la toma del poder se necesita un

partido revolucionario y para que éste lo sea, debe estar constituido por el sujeto o los sujetos

revolucionarios. Como en la teoría marxista tradicional el sujeto revolucionario es el proletariado, el

partido debe ser un partido obrero y, su meta próxima es la conquista del poder y el establecimiento

de la dictadura del proletariado. El concepto de "dictadura del proletariado" es por demás

significativo. Normalmente significó lo contrario a la democracia, en cualquiera de sus formas.

Entiendo que no fue ésa la concepción de Marx, en el cual, por otra parte, el concepto es marginal,

nunca tematizado. Pero en él el concepto de dictadura no se oponía al de democracia, en el sentido

de elecciones, partidos políticos diferentes, en la medida en que consideraba que las democracias

burguesas eran dictaduras. Ello significa que para Marx la dictadura implicaba la dominación de una

clase sobre las otras, no necesariamente la de un partido político. Así como la dictadura de la

burguesía se ejerce mediante diversos partidos políticos, lo mismo podría hacer el proletariado.

Quiero decir que la lógica de la dominación de clase no implica necesariamente el partido único.

El establecimiento de las dictaduras del proletariado ha producido resultados decepcionantes. Los

partidos revolucionarios que lograron la toma del poder establecieron efectivamente una dictadura

que se llamó "dictadura del proletariado" pero que, en realidad, fue una dictadura del partido, del

aparato burocrático y finalmente del líder, depositario de la ciencia. La revolución se había realizado

para construir una sociedad plenamente liberada, con igualdad efectiva de derechos para todos. La

realidad fue decepcionante. La dominación no fue quebrada sino sustituida. Los revolucionarios

pasaron a ser los nuevos señores. Mentiras, crímenes y corrupción acompañaron a la nueva

sociedad, que no resultó nueva, sino antigua. La caída del Muro de Berlín es el símbolo de la derrota

de las revoluciones que tomaron el poder. Hablar de traición, referirse a las condiciones difíciles en

que se produjo la revolución soviética, a la temprana muerte de Lenin y a otras circunstancias, de

ninguna manera logran explicar un fracaso tan rotundo. Volver al debate entre Lenin y Rosa

Luxemburgo pude ser un ejercicio excelente, no para darle ahora la razón a Rosa, sino para bucear

en el destino de una revolución realizada por una organización, el partido político, que "toma el

poder".

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Hegemonía y poder.

Como es sabido el triunfo de la revolución en la Rusia zarista y las derrotas de los intentos

revolucionarios de la segunda década del siglo XIX en Alemania, Hungría e Italia, llevaron a Antonio

Gramsci a una profunda reflexión sobre las causas de tan dispar destino de los intentos

revolucionarios. La contribución más importante de estas reflexiones gira alrededor del concepto de

hegemonía que, desde entonces figura en todas las elucubraciones que tienen que ver con la

realidad política. Me interesa en estas reflexiones trabajar sobre la relación que veo entre dicho

concepto y la construcción del poder popular, reinterpretando el concepto de hegemonía, o, incluso,

corrigiéndolo. Para empezar, hay una observación importante que hace Gramsci al referirse a las

diferencias existentes entre las tareas que le esperan a la revolución de octubre y las que es

perentorio realizar en las revoluciones del los países centroeuropeos. Siendo la sociedad zarista una

sociedad en la que prácticamente no había sociedad civil, tomado el Estado, o la fortaleza, como lo

denomina Gramsci, la tarea a realizar era nada menos que la de crear la sociedad civil, lo que

significa, crear la hegemonía, entendida ésta como consenso de los ciudadanos. Ese consenso es

poder. Construir la hegemonía es construir poder, poder horizontal, democrático. Esta tarea no

puede ser creada desde arriba, pero es el único lugar en que esa revolución la podía realizar. Una

contradicción prácticamente insoluble, como se mostró ulteriormente.

Como se ve, me estoy sirviendo del concepto gramsciano de hegemonía, pero transformado o

reinterpretado, como se quiera. Es muy difícil, por no decir imposible, que la revolución soviética no

terminase en el estalinismo. De hecho, esto ya había sido expuesto por Hegel en la célebre

dialéctica del señor y el siervo. El camino del señor es un callejón sin salida. Desde el poder de

dominación, aunque éste se denomine "dictadura del proletariado" es imposible pasar a una

sociedad del mutuo reconocimiento. Los sujetos no se realizan por una concesión que hace desde

arriba. Se conquista en una lucha en la que los siervos, dejan de serlo, no se reconocen como

siervos, sino como sujetos. Gramsci plantea correctamente, para las sociedades avanzadas, con

sociedad civil ampliamente desarrollada, que la hegemonía debía preceder a la toma del poder o del

Estado. Creo que ese principio vale para toda revolución y no sólo para las sociedades avanzadas,

porque si la hegemonía no se construye en el camino, no se la construirá posteriormente. Se

repetirán las prácticas anteriores. La hegemonía como consenso democrático no puede ser

construido desde arriba, porque ello implica subordinación. Quien detenta el poder del Estado o el

poder político y económico puede obtener legitimación, que implica aceptación de la dominación,

pero no hegemonía en el sentido de consenso democrático. Éste sólo puede lograrse desde el seno

de la sociedad civil. Es una construcción que se realiza entre iguales. Algunos ejemplos históricos

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ilustrarán lo que quiero expresar. Tomaré dos de los más significativos, el del cristianismo primitivo y

el de la Revolución Francesa. El primero como un caso histórico que muestra la conquista y la

pérdida de la hegemonía, y el segundo, el de una conquista que se mostró irreversible. Después de

la muerte de Jesús de Nazaret que había bregado por una revolución igualitaria en la sociedad

hebrea del siglo primero, sus discípulos, una vez recuperados del desconcierto de la derrota que

significó la muerte de su líder, comenzaron a repensar su práctica en un contexto totalmente distinto.

Efectivamente, del pueblo hebreo, en el cual había una historia en la que se insertaba el proyecto

liberador de Jesús habían pasado a habitar en pueblos sometidos por el imperio romano, en los que

la única manera de insertar el proyecto era enfrentar al poder opresor del imperio. La tarea que

emprenden es la de una verdadera lucha por la hegemonía que implica, entre otras cosas,

reinterpretar determinados símbolos, cambiando su sentido, de opresor en liberador, y crear otros.

Tomaré algunos de los símbolos más significativos que tuvieron esta metamorfosis.

Definitivamente, desde el mismo momento que Chávez asume la presidencia de la República en

1999, las mayorías populares asumieron su Proyecto de País como de su pertenencia; y de igual

manera, desde entonces, los sectores minoritarios que siempre han ostentado el poder económico e

influían de manera determinante sobre el poder político en el país, han sentido que dicho proyecto

entra en contradicción con sus intereses; y el hecho de que esos sectores de la oligarquía —con el

estímulo imperialista— hayan enfrentado el gobierno de Chávez y —no obstante los resultados

electorales del 3 de Diciembre 2006— lo sigan haciendo, a riesgo incluso de los privilegios que

injustamente aún poseen (Ej.: Concesión de la televisora Rctv-Canal 2) establece la anterior

afirmación como verdad irrefutable. Pero para que esa apreciación de las mayorías populares,

además de perceptiva, se concrete en la realidad, hay que asumir la Propuesta presidencial de Ley

Habilitante (PLH) y de de la reforma constitucional, como la oportunidad de esas mayorías para

impulsar la instauración de la hegemonía popular.

En ese sentido, el presidente Chávez, con el irrebatible fundamento del “…mandato otorgado

contundentemente por las mayorías populares el 03 de diciembre de 2006, relativo a la dirección y el

sentido social, marcadamente igualitario e inclusivo que debe distinguir las actuaciones del Ejecutivo

y en general del Estado venezolano”, ha solicitado a la Asamblea Nacional , mediante la PLH, que le

otorguen poderes especiales para legislar en los ámbitos de: 1. Transformación de las instituciones

del Estado; 2. Participación Popular; 3. Valores Esenciales del Ejercicio de la Función Pública; 4.

Económico y Social; 5. Financiero y Tributario; 6. Ciencia y Tecnología; 7. Ordenación Territorial; 8.

Seguridad y Defensa; y 9. Infraestructura, Transporte y Servicios.

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Primer Motor: Ley Habilitante. Segundo Motor: Reforma Constitucional. Tercer Motor: Moral y

Luces. Cuarto Motor: Nueva Geometría del Poder: Se ha planteado ya la necesidad de que, más

allá de los consejos comunales —que son la base fundamental para la instauración de la Hegemonía

Popular— se establezcan instancias de participación y decisión ciudadana en los niveles parroquial,

municipal y nacional, que vayan desplazando las estructuras burocráticas heredadas del viejo

Estado, con las cuales no se podrá avanzar en la construcción del Socialismo, ya que por responder

a una concepción individualista, que impulsa a los funcionarios al desmedido afán de lucro y no al

servicio colectivo, en su conjunto deviene en un fin en sí mismo. Quinto Motor: Explosión del Poder

Popular. Si lo que realmente procuramos es el desmontaje del viejo aparato político del país, para

abrirle cauce a uno que otorgue el poder directamente al pueblo, resultará necesario suprimir las aún

persistentes intermediaciones de las organizaciones políticas y de las estructuras burocráticas

gubernamentales, entre el ejercicio del poder y el Pueblo, para que la Explosión del Poder Popular

impulse la instauración de la hegemonía popular, ya activada con la creación de los consejos

comunales, pero desarrollando dicha forma de participación y decisión ciudadana también en lo

parroquial, municipal, regional y nacional, para reemplazar con ella las estructuras políticas de poder

de la sociedad a superar en esos mismos niveles; y de igual manera, garantizándosele al pueblo que

nunca más élite alguna —en su supuesta representación— lo desplace del poder. En esto, de

manera responsable, habrá de considerarse igualmente la actual universalidad del voto presidencial,

porque si no se establece de manera definitiva y para siempre el régimen del Poder Popular en

Venezuela, que es la hegemonía popular : el Gobierno de las Mayorías, en este esfuerzo sólo

lograremos, aunque con una segura historia romántica —pero también confiscando la esperanza de

los pobres del mundo—, arar, otra vez, en el mar.

Todo imperialismo es cultural. Vamos a estar claros. Todo imperialismo es cultural. Pero también

todo tipo de resistencia antiimperialista es cultural. Por empezar de esta manera mi reflexión

introductoria, estoy en el compromiso de enunciar que estamos ante una lucha entre culturas. Las

luchas entre culturas suelen ser luchas por la hegemonía. El camarada Antonio Gramsci lo reflexionó

en unos términos bien interesantes, especialmente cuando se refirió al desarrollo de la guerra de

posiciones.

El capitalismo, cuando alcanzó su nivel de “fase superior” mediante el desarrollo de un rol

imperialista se apegó a una forma de organizar su concepción del mundo en la que no bastaba la

esencial explotación entre seres humanos, convertidos en mercancías con un valor determinado

para el intercambio. En esta fase se trataba de hacer dominante a un Estado frente a otros,

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subordinando estos últimos a una categoría de inferiores reducidos al aporte de materias primas y de

mano de obra a muy bajo costo.

Toda esa realidad, todo ese complejo mundo de relaciones que hemos forzado reduccionistamente a

la explicación anterior, conforma una cultura. Es la cultura para la destrucción del género humano, de

su entorno de relaciones con la naturaleza y, por supuesto, entre los individuos, entre las personas

(que no son tenidas por tales). Es, digámoslo en una palabra, la cultura para la muerte.

Pero la cultura para la muerte no es una sumatoria de actos, propósitos o intencionalidades que

terminan dándonos una imagen o un producto de ella. Es mucho más. Es un movimiento de

apropiaciones conceptuales, paradigmáticas, estéticas, emocionales, lúdicas, afectivas, religiosas y

éticas que se imponen de manera molecular y difícilmente cuantificable pero hegemónica.

Es eso que Gramsci llamó hegemonía del capital y que está muchísimo más allá que la simple

relación entre factores que explican una forma de producir los bienes en la sociedad capitalista.

Cultura del capital sería el mejor concepto para nombrar las múltiples y complejas determinaciones

que contribuyen en la definición.

Una nueva hegemonía

Pensar una nueva hegemonía, que no un dominio nuevo, es pensar en la vida frente a la muerte. Es

pensar no en la simple “vuelta de la tortilla” por la que los dominados bajo las relaciones capitalistas

de producción, comienzan a ser dominadores en una nueva sociedad.

Se trata de pensar en relaciones alejadas de todo tipo de dominio. No es un simple viraje, sino la

asunción de la condición humana como parámetro de medida para todos los proyectos. Una

cosmovisión en la que esté presente el ser humano como verdadera e íntegra resistencia ante todo

lo que mata, oprime, sojuzga, explota, cosifica y anula.

¿Por dónde empezar?

Bueno, elemental… por el principio. Tautológico. No. Marx tenía razón cuando aludía al gérmen de

autodestrucción que anida en el capitalismo, bajo el protagonismo del proletariado en las relaciones

de producción de las que participa.

Ahora, la “autodestrucción” pudiera llevarse unos siglos más de espera, de no ser que contribuyamos

a construir una verdadera resistencia o lucha contra la hegemonía del capital, la cual tendría que

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encontrar espacios de expresión en todos los campos de relaciones, incluyendo hasta las más

básicas, cotidianas y aparentemente intrascendentes.

Hoy, desde el gobierno bolivariano y revolucionario, el líder de estos cambios viene haciendo una

serie de propuestas encaminadas hacia la construcción del socialismo del siglo XXI. El desarrollo

endógeno, el fortalecimiento de la cogestión, de las gestiones cooperativas, de los gobiernos

comunitarios, de las estructuras de poder popular, de las misiones como plataformas para la

inclusión, viene a ser partes de esa misma línea de construcción de soluciones prácticas frente al

dominio y hegemonía del capital a la vez que se crea un piso de fortaleza para un pensamiento, una

moralidad y una conciencia nuevos, cónsonos con la nueva manera de relacionarse en una nueva

sociedad.

Ahora, la guerra de posiciones nos coloca hoy en una trinchera en la que el enemigo imperial se

encuentra fuertemente debilitado, mientras que el movimiento popular y sus distintas expresiones de

resistencia, crecen, se integran y golpean con la sabiduría de clase que le es propia. Por ello,

Encuentros como éste, destinados a la reflexión político - ideológica que fortalezca al pensamiento

antiimperialista, deben multiplicarse hasta convertirse en verdaderas guías para la acción.