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Page 1: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

MARIO PAVERAS

EL TRUENOEN LA CIUDADARMADA URBANA DE 1981

EN GUATEMALA

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Page 2: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

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in 2011 with funding from

Universidad Francisco IVIarroquín

http://www.archive.org/details/eltruenlaciudOOpayeguat

Page 3: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

El trueno

en la ciudad

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Page 5: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

El trueno

en la ciudad

Episodios de la lucha armadaurbana de 1981 en Guatemala

de

Mario Rayeras

Jiiah Pablos Editor

México, 1987

Colección Luis Lujan MufiozUniversidad Francisco Manroqufn

wv.nv.ufm.edu - Guatemala

Page 6: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

EL TRUENO EN LA CIUDADEPISODIOS DE LA LUCHA ARMADA URBANADE 1981 EN GUATEMALAde Mario Payeras

© Juan Pablos, Editor, S.A., 1987

MexicaH 39, México 06100, D.F.

ISBN 968-6039-56-2

Reservados los derechos

Impreso en México

Page 7: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

índice

Prólogo 9El año 81 15

Las ideas de marzo 37La estrategia y la flor del tamborillo 53

Los rugidos del Balam 65El ala de la mariposa 91

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Page 9: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

A la memoria de los combatientes revolucio-

naiios caídos en el cumplimiento de su de-

ber, a lo laigo de estos difícUes años de

lucha.

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Page 11: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

PROLOGO

El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito a.

finales de 1983. Salió de la máquina casi de una tirada,

en apenas dos meses de trabajo, como quien se desprende

de una caparazón agobiante. Quería ser un sencillo ho-

menaje a los compañeros caídos y fue a la vez el balbuceo

de una reflexión necesaria. Lo hicimos cuando todavía

la sangre de los héroes no se resignaba a volver a la tierra

y cuando el cañón de sus armas aún olía a pólvora.

De entonces para hoy han pasado tres años. Para quie-

nes hemos hecho de la revolución la causa de nuestra vida

es sin duda mucho tiempo, pues no medimos éste por su

curso ordinario, sino en acontecimientos, como éxitos o

fracasos en el empeño diario de forjar las nuevas armas

que reclama la lucha. De entonces para hoy, los comba-

tientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica

forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros.

En enero de 1984, un agrupamiento de militantes

rompimos con la Dirección Nacional del Ejército Guerri-

llero de los Pobres, la organización en la que, durante va-

rios años, tuvimos el privilegio de servir al pueblo. Las

razones que nos llevaron a delinear, frente a estos cama-

radas, un proyecto revolucionario propio, abarcan cues-

tiones esenciales de la política y la guerra, de las masas y

las armas, de la estrategia y la táctica; pero pueden resu-

mirse en la necesidad de abocarnos prioritariamente a

construir el instrumento político que, con apremio, exige

ya de los militantes la complejidad de la lucha revolucio-

Page 12: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

naria en nuestra patria: el partido de nuevo tipo, clasista,

marxista, de combate. La intolerancia prevaleciente en-

tonces en la Dirección impidió construir juntos la alter-

nativa y nos forzó a buscar nuestro propio camino.

Transcurridas décadas de práctica, nosotros sostene-

mos que ni el modelo partidario tradicional, ni el tipo de

organización político-militar a través de los cuales hemostratado de abrirle paso a la revolución en nuestro país,

resultan instrumentos efectivos para la tarea, sin des-

medro del aporte inmenso rendido en el transcurso

tanto por la organización comunista como por la gue-

rrilla.

Sostenernos también que a lo largo del rico periodo

de luchas que se inicia en 1944, la revolución guatemal-

teca ha gestado en su seno los recursos necesarios para

proponerse ya una síntesis nueva, cuya construcción,

no obstante, requiere un esfuerzo específico, pues la

organización revolucionaria superior que necesitamos

nunca surgirá de manera espontánea, no es una tarea

más que pueda cumplirse sobre la marcha o adicionar-

se simplemente, toda vez que la concepción partidaria

lleva implícita una teoría de la revolución misma.

Aunque se limitan a uno solo de los escenarios de lu-

cha y a la experiencia de una de las organizaciones revolu-

cionarias, los episodios que hoy damos a conocer ilustran

la necesidad de revisar a fondo nuestras concepciones,

construyendo, a partir de una práctica coherente con la

secuencia propia de los procesos sociales, los factores ca-

paces de subvertir con eficacia el poder dominante, en-

tendiendo que la guerra no es sino la continuación de la

política por otros medios, que la violencia sólo se justifi-

ca cuando es todo un pueblo quien recurre a ella, comosalida extrema, para abrirle camino al torrente transfor-

mador que porta en las entrañas, aunque sin perder de

vista que el desenlace armado del esfuerzo popular exige

de los revolucionarios un supremo esfuerzo de prepara-

ción.

Hoy, con la experiencia acumulada, no volveríamos a

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actuar en la ciudad de la misma manera. Nuestra acción

no puede preferenciar el despliegue de operaciones ejem-plares, consideradas suficientes por ellas misma's para

convocar al pueblo a la lucha revolucionaria, sustituyen-

do con ellas el trabajo de hormiga, tenaz y anónimo casi

siempre, que es preciso efectuar en el seno de las masaspara proporcionarles el arsenal necesario. Ni es nuestro

cometido asumir por cuenta propia, en nombre de quien

ha de emanciparse a sí mismo, la tarea de ajustarle cuen-

tas a los verdugos por la sangre derramada, reduciendo de

hecho la gesta popular a una desigual lucha entre aparatos

militares. Nuestra tarea central consiste en proporcionarle

al gran protagonista los instrumentos que siempre le harán

falta —puesto que no aparecen espontáneamente—, para

desarrollar sus luchas de manera organizada y para con-

ducirlas, de acuerdo al balance de fuerzas, hacia formas

superiores, cada vez más eficaces. Tales instrumentos

son la formulación del programa, la elaboración de la tác-

ca, la construcción de las alianzas, la organización de los

instrumentos militares que requiera el desenlace de la

lucha y la dirección del proceso en su conjunto.

La ciudad no es cementerio de revolucionarios; pero

con facilidad puede convertirse en una trampa mortal si,

al margen de las masas, pretendemos convertir el centro

nervioso del enemigo, su baluarte por excelencia, en cam-po de batalla prematuro, en retaguardia aparatista o en

caja de resonancia artificial de una guerra de guerrillas

cuyos epicentros sociales se localizan en el campo, des-

plegando en ella operaciones mihtares que no se corres-

ponden con el desarrollo, con las modalidades y con los

ritmos de la lucha política.

La ciudad y las áreas suburbanas son el asiento princi-

pal del proletariado, la clase que el capitalismo guatemal-

teco ha conformado estructural o ideológicamente comofuerza capaz de generar luchas ligadas orgánicamente a

las posibilidades de desarrollo de la estructura socioeco-

nómica, siendo a la vez la clase social mejor preparada,

históricamente, para impulsar sin trabas el proyecto re-

II

Page 14: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

volucionario de transformación de la sociedad. Y debido

a su forma de vivir y de producir, las formas de la violen-

cia accesibles al proletariado, en el momento en que la

cuestión del poder se dirime por la fuerza, son las armas

insurreccionales. La ciudad y las áreas suburbanas, por

lo tanto, son uno de los principales frentes de batalla,

donde el precio de nuestros errores es, ciertamente, la

vida; pero donde, al mismo tiempo, nuestra labor coti-

diana con sus riesgos inherentes, y ante todo el despliegue

de nuevos y más eficaces métodos de lucha, resulta indis-

pensable para contribuir a la toma del poder por las fuer-

zas revolucionarias.

El viejo principio militar que establece la necesidad de

conocer al adversario y conocer las propias fuerzas, comoprecondición para vencer en la guerra, es sin lugar a du-

das uno de los déficits históricos del movimiento guerri-

llero guatemalteco. Pocas formas de la práctica social en-

trañan tan radicalmente la dialéctica de los factores comoel fenómeno de la guerra, y ninguna modalidad de ésta

es más compleja que la guerra revolucionaria. En la ex-

periencia guatemalteca, la falta de rigor en la observancia

del principio aludido es una de las claves para explicarse

que una guerra justa, que en algún momento ha sido he-

cha suya por las masas, y que se libra en uno de los esce-

narios más propicios del continente para la guerra irregu-

lar, haya entrado ahora en su tercera década sin que en

el horizonte actual se vislumbre la victoria. Los episodios

que hoy presentamos pretenden contribuir a ese conoci-

miento, sobre todo en lo que se refiere a las operaciones

enemigas de inteligencia en el frente urbano.

Sin embargo, nuestro cometido, en el plano militar,

trasciende ampliamente el aspecto señalado. Una de nues-

tras tareas cardinales consiste en apropiarnos de la ciencia

y el arte mihtares -ojalá con el concurso de oficiales y

soldados patriotas—, para pertrechar con ambas al prole-

tariado, al campesinado pobre y a las amplias masas indias

y ladinas de nuestro país. En la experiencia nacional, las

insurrecciones populares de 1920 y 1944 representan

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importantes referencias históricas para ilustrar lo que pue-

de ser el arte militar revolucionario, y el papel que puedenjugar en su materialización aquellos militares profesiona-

les, leales a su pueblo y a su patria.

Los hechos que se reconstruyen en la narración, re-

lativos a los años 1980 y 1981 , reflejan la experiencia di-

recta del autor, desde la función de dirección. En el relato

de los episodios operativos más complejos, sobre todode aquellos cuya explicación aún permanece en la oscu-

ridad, nos hemos abstenido de adelantar hipótesis quecontribuyan a su esclarecimiento. Lo hemos hecho deh-

beradamente así, no sólo porque carecemos de elementos

concluyentes para desentrañarlos, sino porque conside-

ramos que su exposición detallada puede arrojar luz al

respecto. No debe, por lo tanto, leerse nada entre líneas,

ni buscarse en el relato alusión o insinuación alguna, másallá de lo que revelan los hechos mismos. En todo caso,

éstos ponen de relieve nuestros errores y nuestra inge-

nuidad, y sobre todo la sofisticación de las coberturas ydemás métodos empleados por el ejército guatemalteco

en sus operaciones de inteligencia. Una lectura moraHstao susceptible, dictada por un afán de prestigio malen-

tendido, no contribuirá a extraer las lecciones nece-

sarias.

Sin duda, la información operativa que contienen los

episodios será usada por el enemigo para corroborar da-

tos previos en su poder; pero no incluyen ningún elemento

que en esencia aquél desconozca: los golpes que se rese-

ñan en el libro son precisamente resultado de la informa-

ción acumulada por su aparato de inteligencia. Dar a co-

nocer estas experiencias a los mihtantes revolucionarios

y a los dirigentes populares —a todos aquellos que se pro-

pongan reiniciar o continuar la lucha—, es un deber, una

necesidad, para no incurrir de nuevo en errores ele-

mentales, pagados ya, más de una vez, con torrentes

de sangre.

Mientras tanto, estas páginas, con su dura verdad, han

ido de mano en mano de los mihtantes, sin esperar a la

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imprenta, como ocurre a menudo en la vida revoluciona-

ria con el manual cospirativo, con el folleto polémico,

con la octavilla subersiva. Es una prueba de su utilidad.

El autor

Febrero de 1987

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Page 17: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

EL AÑO 81

Al iniciarse el año 8 1 , la guerra duraba ya cinco años.

Durante este nuevo intento de las fuerzas revolucionarias,

los primeros disparos habían resonado en las montañasdel Quiche, un día del mes de junio de 1975. Desde en-

tonces, el trueno de la guerra retumbaba en el norocci-

dente y en las calles de la ciudad de Guatemala. Bajo las

banderas de tres organizaciones revolucionarias se libra-

ban combates guerrilleros en Los Cuchumatanes, en la

Sierra Madre y en las selvas del norte, mientras en la ca-

pital, en la Costa Sur y en otras partes del país las fuerzas

insurgentes desplegaban distintas formas de guerra irregu-

lar. En 1974, tras. años de ^repliegue y preparación clan-

destina, luego de la derrota del alzamiento de Luis Turcios

y Marco Antonio Yon Sosa en las sierras del nororiente,

las huestes guerrilleras se habían hecho fuertes en la sel-

vas lluviosas de los ríos fronterizos del norte, en las áreas

boscosas del Sistema de Los Cuchumatanes y en los con-

trafuertes nublados de la Sierra Madre occidental. En los

años siguientes extendieron la guerra a las planicies del

Pacífico, a las Verapaces y al altiplano central. En 1979,en Nicaragua, el Frente Sandinista había derrocado a la

dictadura de Anastasio Somoza, instaurando el poder re-

volucionario. En El Salvador, al iniciarse el año 81, las

guerrillas revolucionarias se aprestaban a lanzar la prime-

ra gran ofensiva militar contra el gobierno. El istmo co-

menzaba a arder.

La ciudad donde por segunda vez en las últimas dos

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Page 18: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

décadas librábamos la guerra de guerrillas, es una peque-

ña urbe moderna en un país montañoso. Trazada a cor-

del por sus constructores a finales del siglo XVIII, lue-

go del arrasamiento de la antigua capital por los terre-

motos de Santa Marta, en 1773, las calles rectas y la

arquitectura extensa del antiguo casco urbano no resultan

favorables para la guerra de guerrillas. Al edificarla en un

valle apacible, protegido de los vientos por cadenas de

montañas, a 1 ,500 metros de altura sobre el nivel del mar,

las construcciones de adobe y tejas se extendieron en or-

den a partir de la vieja Plaza de Armas, dominada por el

formidable espinazo de la catedral. La Reforma Liberal

de 1871 , al hacer de Guatemala un país productor de ca-

fé para el mercado mundial, introdujo el ferrocarril yotros inventos de la revolución industrial, transformando

la provinciana capital en una pequeña urbe capitalista, en

la cual comenzaba a surgir la industria manufacturera.

Las formas de lucha en la ciudad estuvieron determinadas

entonces por esas circunstancias. Durante un siglo, dos

grandes fortalezas de mampostería, edificadas en promi-

nencias del terreno, fueron la llave militar de la ciudad.

Ambas fueron tomadas por las masas insurrectas urbanas

durante las revoluciones de 1920 y 1944. A partir de

1954, tras la intervención imperialista que derrocó al go-

bierno democrático de Jacobo Arbenz y anuló su refor-

ma agraria, la población rural depauperada comenzó a

emigrar a la ciudad en búsqueda de empleo, aglomerán-

dose en las barriadas populares y a orillas de los barran-

cos, acrecentando las filas del ejército industrial de reser-

va. La ciudad se transformó en un complejo mosaico de

ámbitos urbanos mucho más favorable para la actividad

clandestina y para el despHegue de tácticas irregulares de

lucha. Las zonas populosas fueron escenarios frecuentes

de la guerra de guerrillas urbana de los años 60. Al ini-

ciarse el año 8 1 habitaba la ciudad alrededor de un millón

de personas.

En la ciudad vivíamos entonces días decisivos. El es-

fuerzo de guerra emprendido por la organización en tres

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Page 19: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

vastos escenarios sociales y geográficos reclamaba de la

estructura clandestina urbana multiplicar sus empeños.Al mismo tiempo que teníamos como tarea desplegar la

guerra de guerrillas en el centro nervioso principal del

enemigo, sobre el Frente recaían crecientes y complejas

funciones de retaguardia para la guerra en su conjunto.

En el último trimestre del año anterior, la primera colum-

na guerrillera regular había sido formada en las montañasdel Quiche y había entrado en campaña. Desde sus baluar-

tes en el ramal oriental de Los Cuchumatanes, la colum-

na había descendido a las selvas de Ixcán, completando

durante la marcha su adiestramiento militar y abastecién-

dose de las bases de apoyo con que contaba en el itinera-

rio. En enero de 1981, varias semanas después de su

partida de la sierra, libraba su primer y único combate.

El 19 de aquel mes atacó el cuartel del ejército en Cuarto

Pueblo, junto a la frontera mexicana. Tanto la constitu-

ción de esta columna guerrillera como su primer combate,

fueron victorias pírricas. Durante el cruento ataque, en

efecto, nuestras fuerzas le ocasionaron a la tropa enemi-

ga sitiada cerca de cien bajas. Sin embargo, el arribo de

la aviación enemiga, insuficientemente previsto por el

comandante, obligó a éste a ordenar la retirada cuando

el asalto a la posición estaba a punto de iniciarse. En el

repliegue cayó el teniente Eider, uno de nuestros másaguerridos oficiales guerrilleros, hijo de campesinos ladi-

nos que se habían incorporado a la revolución desde los

primeros años. Naturalmente, no recuperamos armas, yel cuantioso gasto de parque por nuestra parte no pudoser compensado. Sin embargo, no era éste el error princi-

pal. Nuestra equivocación había consistido en formarla

columna a expensas de la mayor parte de oficiales, com-

batientes y armas con que contábamos en el Frente de la

sierra, y en haber enviado a esta fuerza a combatir a

la selva. Durante semanas cruciales, el Frente serrano

quedó virtualmente inerme y el enemigo aprovechó las

circunstancias. Pocos días después que de que partiera la

columna hacia el norte, el ejército lanzó en el área ixil

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Page 20: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

una feroz campaña de exterminio que diezmó muchasde las bases de apoyo y puso a la defensiva a nuestras

escasas fuerzas. El 5 de diciembre, en medio de la ofen-

siva, cayó en combate el comandante Mariano. La muerte

de quien en ese momento era el virtual jefe militar de los

Frentes del noroccidente fue un duro revés para la orga-

nización. En un páramo de Xolchichén, acompañadopor una escuadra de combatientes mal armados, chocó

con una unidad del ejercito y pereció en el enfrentamien-

to. Su inesperada caída nos forzó a variar los planes. Dospelotones de la efímera columna volvieron a marchas

forzadas a apuntalar el Frente serrano, interrumpiéndose

así nuestro primer proyecto de constituir fuerzas regula-

res. El Frente de Huehuetenango se hallaba todavía en

fase preparatoria, con extrema penuria de pertrechos,

por lo que poco podía pasar en aquellos momentos en la

balanza de la guerra. El Frente de la Costa Sur estaba

también en incapacidad efectiva de jugar su papel en los

acontecimientos. Las unidades del llano estaban siendo

reorganizadas, y hacíamos denodados esfuerzos por asen-

tamos en las montañas de la bocacosta, buscando equili-

brar de mejor forma la actividad guerrillera en los distin-

tos territorios. Todo esto impedía la articulación de un

verdadero plan militar estratégico. La ciudad seguía sien-

do la principal retaguardia, y los oscuros nubarrones quese avizoraban en el horizonte exigían que aceleráramos

los preparativos para modificar esa situación y para hacer

del área urbana un frente de guerra efectivo.

De ahí que el año 81 nos hallara abocados a las dos

grandes tareas de evacuar de la urbe la vieja y aparatosa

infraestructura de retaguardia, acumulada allí a lo largo

de los años, y a la vez poner en jaque al adversario en su

principal baluarte. Ambos eran propósitos difíciles de

cumplir, debido a antiguos errores nuestros y a vicios ori-

ginarios de la organización en el trabajo urbano. No obs-

tante los años de combate y las hazañas militares realiza-

das en ese lapso por la guerrilla de la ciudad, al iniciarse

el año 81 sólo contábamos allí con una bisoña unidad

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Page 21: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

militar, aunque al mando de un jefe veterano y capaz.

Decisiones diversas dictadas por la necesidad, por la pro-

longación de la guerra y por las complejas condiciones declandestinidad que la lucha urbana impone, pero tambiénnuestros errores en la conducción política de la organiza-

ción, habían llevado a que varias generaciones de guerri-

lleros urbanos se hallaran entonces dispersos en distintos

frentes de trabajo. Hasta entonces, la guerrilla de la ciu-

dad no había sufrido bajas en combate. Esa era, por cier-

to, una de nuestras hazañas. La efectiva táctica militar

utihzada y un riguroso arte operativo habían permitido

que en decenas de operaciones la unidad militar urbanasaliera indemne. Sin embargo, tanto esta guerrilla de élite,

como en general la estructura clandestina urbana, tenían

un talón de Aquiles: su estructura y su funcionamientono se asentaban en verdaderas bases de apoyo populares,

sino en la peligrosa artificialidad de sus propios recursos.

Pocos meses después, la vida iba a demostrar las letales

consecuencias de este vicio originario.

Las operaciones militares en la ciudad, aquel año deci-

sivo, siguieron entonces a cargo de una nueva generación

de guerrilleros. La tarea encomendada y nuestra propia

impaciencia no nos dejaban respiro, y la joven guerrilla

saHó a las calles vigiladas a hacer su propia experiencia.

Una de sus primeras operaciones consistió en atentar

contra la vida del comandante de la Brigada Guardia de

Honor, de la capital, el General Horacio MaldonadoSchaad. Algunas semanas antes habíamos obtenido infor-

mación respecto a sus rutinas; pero no conociendo de

actividades represivas de las fuerzas a sus órdenes, de ma-nera directa, no habíamos tomado aún una determina-

ción. La decisión política de hacerlo se tomó al compro-bar que tropas bajo su mando eran las responsables de

las primeras masacres que ocurrieron en Chimaltenango.

A partir de ese momento, la información con que contá-

bamos fue puesta al día y procedimos a montar el aten-

tado. Aficionado a la equitación, el alto jefe militar solía

efectuar cabalgatas dos o tres veces por semana, en los

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Page 22: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

terrenos del hipódromo que se halla al sur de la ciudad,

haciéndose acompañar de un asistente. Ambos jinetes sa-

lían del establo de La Aurora, cerca del antiguo acue-

ducto, tomaban una solitaria calle de tierra y por una calle

perpendicular salían al Boulevard del Aeropuerto, a lo

largo del cual reahzaban el paseo. Desde el punto de vis-

ta operativo era una zona difícil, pues esa calzada corre

junto a las alambradas que protegen por el lado oeste la

Base Militar de La Aurora, la principal instalación aérea

del país. Cada docientos metros se levanta una casamata

de concreto, en cuyo interior hay permanentemente unhombre armado. Aunque la información inicial era cierta,

el reconocimiento directo arrojó nuevos datos. El gene-

ral llegaba a las instalaciones hípicas en un auto blinda-

do, y al iniciar la cabalgata, tras los jinetes, a unos cien

metros de distancia iba siempre un vehículo de escolta

con hombres fuertemente armados. Los otros datos en

nuestro poder provenían de informaciones de prensa.

Por las fotografías de las crónicas sociales, en las que

con alguna frecuencia aparecía, teníamos su descripción

física. Era un hombre de expresión adusta, de unos 54

años, más bien fornido que obeso, cuyo pelo entrecano

y una baja estatura, compensada por el enérgico porte,

lo hacían destacar entre diplomáticos y hombres de ne-

gocios.

Este cuadro de informaciones nos llevó a concebir un

atentado clásico, basado en la sorpresa, la potencia de

fuego y la velocidad. Utihzando dos unidades motoriza-das, comunicadas por radio, era factible realizar la ope-

ración, atacando al objetivo en un punto intermedio

entre dos de las casamatas, de tal manera que ambas uni-

dades alcanzaran una ruta de retirada que se abría a la

derecha, yendo de norte a sur, antes de pentrar en el sec-

tor de fuego de la segunda fortificación enemiga. Los

combatientes encargados del aniquilamiento debían aba-

tir al objetivo en el preciso momento en que la unidad

de protección rebasara al vehículo de escolta y a su vez

abriera fuego sobre él por sorpresa. La unidad de aniqui-

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Page 23: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

lamiento, a bordo de una furgoneta, debía aparearse a

los jinetes, de tal manera que los dos tiradores, tendidos

bocarriba a lo ancho del piso del vehículo y armados de

subametralladoras, rompieran fuego en el preciso mo-metno en que, a la orden del mando, se abrieran las puer-

tas corredizas de la furgoneta. Un combatiente, en el

asiento trasero, sería el encargado de activar el mecanis-

mo de tracción que haría correr las puertas. Antes de en-

trar a operar se hicieron varios simulacros.

Este esquema operativo no pudo ponerse en práctica

en dos ocasiones sucesivas. Durante el primer intento, la

unidad de aniquilamiento, estacionada en el parqueo del

Aeropuerto Internacional, vio pasar frente a sí a los dos

jinetes, sin que la unidad de protección lograra colocarse

tras el coche de la escolta, debido al intenso tráfico. Lasegunda vez, la unidad de aniquilamiento se colocó a la

par de los jinetes durante instantes interminables, espe-

rando la maniobra de la otra unidad. En el piso de la fur-

goneta, cubiertos por una frazada, los dos tiradores

esperaron en vano que a la voz del mando se abriera la

puerta corrediza. El jefe de la unidad, en el puesto del

copiloto, se abstuvo de dar la voz, porque a través del es-

pejo retrovisor vio que cien metros atrás, no obstante

sus esfuerzos en ese sentido, la unidad de protección nohabía logrado hacer la maniobra que le correspondía. El

general y su ayudante continuaron la cabalgata desapren-

sivamente, no sin reparar por un momento en el vehícu-

lo que por algunos segunos se les había apareado.

Estos intentos fallidos determinaron que cambiáramosla concepción del atentado. No era prudente insistir una

tercera vez en el mismo esquema, puesto que de alguna

forma las maniobras realizadas podían haber llamado la

atención del objetivo o alertado a los hombres de la es-

colta. El nuevo plan, por ello, era completamente distin-

to. El reconocimiento indicaba que el otro momentopropicio para efectuar el atentado era cuando los jinetes

recién habían sahdo del establo. Desde un punto adecua-

do, en la calle perpendicular al Boulevard del Aeropuerto,

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Page 24: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

se les veía salir por la calle de tierra y doblar a la izquier-

da. Durante esa parte inicial del recorrido, el vehículo de

la escolta permanecía estacionado en el establo, esperan-

do que los jinetes se alejaran suficientemente. Eran varios

minutos en que el objetivo y su acompañante quedaban

sin protección. La otra maniobra detectada consistía en

que el vehículo escolta precedía a los jinetes y esperaba

por ellos donde la calle perpendicular desemboca en el

boulevard. En ambas situaciones era posible que un fran-

cotirador, desde un punto determinado, abriera fuego

sobre el objetivo, retirándose antes de que la escolta in-

terviniera. Este esquema operativo fue el que se llevó a

la práctica.

A la hora precisa, uno de los mejores tiradores de la

unidad militar, provisto de un fusil calibre 30.06 con

mira telescópica, descendió del vehículo y puso rodilla

en tierra. Junto a él se colocó un fusilero de apoyo, cuya

misión consistía en lanzar una o dos ráfagas cortas sobre

el objetivo, una vez que el tirador principal reahzara su

disparo. Un observador colocado en otra esquina, con vi-

sibilidad sobre el establo, había dado la señal convenida.

El vehículo de escolta había optado por la modalidad de

quedarse a la zaga. Unos segundos después aparecieron

los jinetes por la bocacalle. Domeñando el caballo que

intentaba escarceos al salir al pavimento, el general y su

ayudante doblaron a mano izquierda y comenzaron a

alejarse. En el visor del teleobjetivo, el francotirador vio

con total nitidez la inestable figura del jinete, debido al

trote del caballo. Durante largos instantes, conteniendo

la respiración, se esforzó por hacer coincidir el huidizo

blanco con el órgano de puntería milimetrado. Cuando

la base de la nuca, durante una fracción de segundo, coin-

cidió con la cruz de la retícula, dejó ir el disparo. Sesenta

metros más lejos, como abatido por un rayo, el jinete se

desplomó hacia las ancas de la bestia. El francotirador

no escuchó las dos ráfagas cortas que con incierta punte-

ría hizo su acompañante. La unidad se retiró de inmedia-

to, antes siquiera de que el vehículo de escolta intentara

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Page 25: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

alguna reacción, regresando sin novedad a su base. Enapariencia, el atentado había sido un éxito. La radio dio

la noticia pocas horas más tarde. El comandante de la

Brigada Guardia de Honor había sido herido gravemente

durante un atentado, hallándose al momento entre la vida

y la muerte. Ninguna organización había reivindicado el

hecho hasta el momento. Sin embargo, el boletín de pren-

sa del ejército, emitido a la mañana siguiente, informaba

que el alto jefe militar se hallaba fuera de peligro. Según

el dictamen médico, el proyectil había penetrado junto

a la espina dorsal, con orificio de salida en el pecho, sin

provocar heridas graves. El proyectil empleado, cierta-

mente, era capaz de matar a un elefante. Pero su alto

poder y su forma aguzada, al no encontrar resistencia su-

ficiente, atravesaron el cuerpo limpiamente. El general

vivió lo suficiente para formar parte del triunvirato mili-

tar que un año más tarde tomó el poder, tras el golpe de

Estado del 23 de marzo.

De enero a julio, la unidad militar de la ciudad reahzó

diecisiete operaciones guerrilleras con mayor o menoréxito. El año se inició con el aniquilamiento del personal

de protección de un hijo del expresidente Arana. Perse-

guidos al amanecer por la Avenida de las Américas, los

esbirros fueron liquidados en fracciones de segundo, al

recibir el vehículo en que se transportaban violento fue-

go de armas automáticas. Posteriormente, una bombahizo explosión en la sede de la embajada salvadoreña. Amedia mañana, un comando guerrillero penetró al edifi-

cio, hizo salir al púbhco y al personal de oficina y colocó

el artefacto explosivo. La deflagración destruyó comple-

tamente la oficina y las vidrieras. Era una acción de soli-

daridad con la lucha del pueblo hermano. Unas semanas

después, la guerrilla atacaba la garita de la Pohcía Nacio-

nal, en la salida de la carretera que de la capital conduce

a occidente. Los efectivos del puesto pohcial fueron ani-

quilados y recuperadas sus armas. Un ataque similar, aun-

que sin aniquilamiento, se efectuaba más tarde contra

los esbirros de la llamada Sección de Narcóticos, cober-

Page 26: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

tura de un cuerpo represivo dedicado a asesinar y a se-

cuestrar patriotas. Desde vehículos en marcha, la guerrilla

ametralló la instalación y arrojó al interior dos granadas

de mano. La guerra de guerrillas se había instalado en la

tensa ciudad de aquellos días. Parejas de gendarmes, en

sus recorridos habituales, recibían de pronto disparos de

escopeta que los fulminaban en el acto, luego de lo cual

sus atacantes les arrancaban el arma de las manos. Cuan-

do las empresas norteamericanas que operaban en el país

anunciaron su respaldo económico al régimen, una bom-ba de fabricación casera voló en pedazos la sede de la

Cámara de Comercio Norteamericana. Días antes, en

una desafortunada operación de sabotaje, también con

explosivos, un maletero de la Eastern Airlines sufrió he-

ridas mortales. El mecanismo de relojería provocó la ex-

plosión antes de tiempo, cuando la maleta con el artefacto

aún se hallaba en la faja rodante. En ese instante, en las

oficinas de la empresa se estaban recibiendo las llamadas

telefónicas que avisaban de la colocación de la bomba y

advertían que se evacuara la nave.

Por esos meses, a la actividad de la unidad mihtar co-

menzó a sumarse, progresivamente, una nueva modahdadde la guerra de guerrillas. Durante los años anteriores, lo

principal de nuestro esfuerzo militar se había centrado

en el viejo casco urbano. Aunque esporádicamente se ha-

bían realizado operaciones importantes, en algunas de

las pequeñas ciudades de la periferia, las unidades que

actuaban siempre partían de las bases secretas instaladas

en la urbe. Hacer de la ciudad un verdadero Frente gue-

rrillero exigía desplegar este tipo de guerra en las áreas

suburbanas, incorporando a la población en tareas de

apoyo al esfuerzo militar revolucionario. La ausencia de

una concepción que asentara la guerra en la ciudad en

un verdadero sustento popular, era uno de los errores queen el año 81 nos habíamos propuesto corregir a fondo.

Esto nos había llevado a revisar de raíz la práctica ante-

rior. La primera conclusión a que arribamos era que para

desarrollar la base de apoyo no era suficiente con la ac-

24

Page 27: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

ción militar de la unidad de élite con que contábamos.Para que la base de apoyo aparezca y se desarrolle, entre

otros factores políticos y organizativos, es necesaria la

actividad constante de fuerzas militares en función delas cuales aquélla se organiza y encuentra sentido. A estas

unidades han de incorporarse los miembros del pueblo

que mayor claridad y disposición demuestren en la prác-

tica. Por ello, estas unidades deben ser, a la vez, múlti-

ples y accesibles a la masa, desde el punto de vista de la

preparación combativa y de los recursos técnicos que su

participación en ellas pudieran exigir. Son formas popu-lares de organización político-militar que le permiten al

guerrillero trabajar y combatir al mismo tiempo. Estaban

llamadas a convertirse con el tiempo en un arma formi-

dable de la guerra popular revolucionaria.

Sin embargo, construir este tipo de fuerzas no era unatarea fácil. Forzosamente debíamos ir de lo simple a lo

complejo, en un proceso de actividad organizativa quetranscurría por ciclos. Una primera dificultad residía en

la selección del elemento humano. La ausencia de traba-

jo efectivo entre la clase obrera, como error de fondo,

marcaba el punto de partida. La mayoría de los candida-

tos procedía del sector estudiantil, cuya legalidad se ha-

bía deteriorado a lo largo de las luchas reivindicativas en

que de una forma u otra habían participado. Estaban másquemados ante el enemigo que muchos mihtantes clan-

destinos y rechazaban esta nueva modalidad de organi-

zarse. El origen de clase, por otra parte, les impedía en

muchos casos entender la necesidad de procurarse el sala-

rio necesario para comer y vestirse, al mismo tiempo que

combatían. Otra dificultad, quizás la decisiva, estaba en

el propio pensamiento de los cuadros. No habían com-prendido la necesidad de echar raíces profundas en el

pueblo e ignoraban que el árbol de la revolución no da

frutos de un día para otro.

A pesar de lo anterior, las primeras unidades guerrille-

ras de este tipo fueron organizadas. Su actividad inicial

consistió en desplegar la propaganda armada en las pobla-

25

Page 28: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

das barriadas de la urbe. En los autobuses urbanos, en los

lavaderos públicos, en las paradas de los ruleteros, en

los barrancos habitados, estas guerrillas populares lleva-

ban el mensaje de la revolución a la gente más pobre.

Comenzamos a tener una idea del Frente en su conjunto,

distinguiendo áreas sociales y geográficas, de manera que

las formas de la guerra se adecuaran a ambas característi-

cas. En bosques residuales de las montañas de los alrede-

dores, desde los que se oía el ruido de la ciudad, adiestra-

mos a los primeros combatientes de estas guerrillas

populares. El arte operativo que ahí aprendían en silen-

cio era llevado a hechos reales al volver a sus casas. Agen-

tes represivos aislados, orejas del enemigo, poHcías

militares ambulantes, desprevenidos, comenzaron a caer

bajo el fuego de estas guerrillas organizadas en el propio

corazón del enemigo. A medida que hacían su experien-

cia, sus operaciones se tomaron más complejas. Varios

puestos de poHcía fueron atacados con éxito, aunque

entonces sufrimos las primeras bajas. Los heridos hicie-

ron real la necesidad de contar en el Frente con verdaderos

servicios de retaguardia, y el trabajo organizativo comen-zó a revelar sus deficiencias. Sin embargo, a fuerza de

voluntad y violando muchas veces los principios del arte

conspirativo, entramos al torbellino de la guerra. En la

Ruta del Atlántico, en la zona 1 8, logramos reahzar la pri-

mera emboscada a una unidad motorizada del enemigo,

empleando a fondo a las guerrillas locales. El objetivo

era un transporte de la Guardia de Hacienda que tempra-

no en la mañana relevaba a la guarnición del peaje, en la

salida para El Rancho, luego de lo cual pasaba por unpunto propicio de la carretera, antes de las 8 AM. Eran

ocho o diez efectivos desvelados, armados de carabinas.

Para montar la emboscada era necesario trabajar desde la

madrugada, colocando la mina y construyendo parapetos

en el altozano. El momento más riesgoso llegaba con el

día. Se trataba de una zona densamente poblada, dondecualquier curioso podía descubrir la posición, a sólo cinco

minutos de la base militar más grande del país. A pesar

26

Page 29: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

de todo esto no hubo contratiempos. Poco antes de las

8 AM apareció el transporte enemigo y, debido ala curva

de la carretera, aminoró la velocidad, como estaba previs-

to. La explosión de la mina cogió de lleno al vehículo ylo sacó de la ruta con violencia. De inmediato, el fuego

de fusilería aniquiló a los sobrevivientes, y el grupo de

asalto procedió a recuperar las armas. Llevando consigo

el precioso botín, la guerrilla se retiró por veredas secun-

darias, hasta el lugar donde un vehículo nuestro esperaba

el armamento. Mientras tanto, los helicópteros de la

base militar comenzaron a sobrevolar el área del ataque.

Pocos minutos después, centenares de efectivos cercaban

el área completa y comenzaban a peinarla. La jubilosa

población de la barriada corría tras la guerrilla, vivándola

e instándola a apresurar la retirada.

Mientras esto ocurría en la ciudad, una patrulla guerri-

llera organizada en el Frente iniciaba su labor de asenta-

miento en el río Pixcayá, el lindero que separa los depar-

tamentos de Guatemala y Chimaltenango. El viejo río

cakchiquel es a la vez la frontera entre las pobladas zo-

nas del altiplano indígena y las serranías áridas, pobladas

de mestizos, que descienden hacia el río Motagua. La

acelerada incorporación a las luchas populares de los

pueblos cakchiqueles hizo necesario este paso, al concluir

el año 80. Las formas amplias de organización y de lucha

se habían agotado con rapidez a lo largo de ese año, y la

población indígena de Chimaltenango reclamaba su in-

corporación a las formas superiores de la guerra de gue-

rrillas. Asentándose inicialmente en la zona de Cruz Blan-

ca, la patrulla guerrillera penetró en pocas semanas a las

pobladas aldeas del sur de San Martín Jilotepeque y Co-

malapa, organizando en secreto su red de bases de apoyo.

Al iniciarse el año 8 1 entraron a las viejas metrópolis in-

dígenas del norte del departamento. La guerra de guerri-

llas ardió a partir de entonces en Chimaltenango. El

ejército enemigo ocupó la región, iniciando las masacres.

En abril arreciaron los combates urbanos. Como res-

puesta a una masacre del ejército en Chimaltenango, de-

27

Page 30: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

cidimos atacar con lanzacohetes los autobuses en que se

transportaban los cadetes de la Escuela Politécnica, la

academia militar guatemalteca. Era un convoy de auto-

buses, protegido ^ov jeeps artillados. Salía de la sede de

la antigua academia, en la Avenida de la Reforma, a lo

largo de la cual enfilaban en dirección a San Juan Saca-

tepéquez, donde estaban ubicadas las nuevas instalacio-

nes. Era la primera vez que en la ciudad Íbamos a usar

lanzacohetes, cuyo empleo antitanque específico no te-

níamos claro, por lo que previmos una operación de

relativa envergadura por sus resultados. Junto al Anillo

Periférico, en el estacionamiento de un restaurante de la

Calle de San Juan, punto por el que forzosamente debían

pasar los transportes, colocamos la emboscada. Un par

de veces habían sido atacados antes, en las afueras de la

ciudad, con escasos resultados, debido a la efectiva pro-

tección del convoy. Ahora Íbamos a cogerlos por sorpre-

sa, en plena zona urbana. Dos artilleros, desde la plata-

forma de un pick-up, habrían de hacer fuego con

lanzacohetes sobre los buses en marcha, apoyados por

ráfagas cortas de fusilería. El problema clave de la

operación consistía en saber con antelación el mo-mento preciso en que los buses iban a pasar frente al

sitio del ataque, así como la posición de los jeeps artilla-

dos en el convoy. Esto lo resolvimos valiéndonos de dos

combatientes en motocicleta que, al partir de la antigua

academia los transportes, debían rebasarlos a toda veloci-

dad, llevando la información requerida al punto de em-boscada con anticipación suficiente. El ataque se produjo

según nuestras previsiones. Un par de minutos antes de

los autobuses, los tripulantes de la moto llevaron el aviso.

Los artilleros tomaron posiciones sobre la plataforma del

vehículo, los fusileros se posesionaron y al pasarlos pri-

meros dos transportes el mando dio la voz de fuego. Unode los cohetes le dio de lleno al segundo autobús, explo-

tando, en apariencia, entre el piso y la varilla de dirección.

El otro cohete no explotó, siendo más tarde encontrado

por la gente, cerca del sitio del ataque. Fuera de algunos

28

Page 31: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

cadetes heridos, la operación no arrojó los resultados

que habíamos previsto. La explosión del proyectil anti-

tanque en un vehículo abierto no podía provocar los

efectos devastadores que nosotros suponíamos. El esta-

IHdo de las cargas impulsoras, por el contrario, sí estuvo

a punto de causarle un percance a nuestros combatientes.

Al producirse la explosión inicial, en efecto, los vidrios

del pick-up saltaron hechos trizas, aturdiendo a tripulan-

tes y artilleros. Impregnados del persistente olor a pólvo-

ra, los artilleros descendieron del vehículo pocos minutosmás tarde, en el punto de dispersión, cuidando de acer-

carse a ningún transeúnte, para no denunciar con el olor

su participación en la ruidosa emboscada.Un ataque posterior, siempre con lanzacohetes, a tro-

pas del ejército que se transportaban en camiones, dio

mejores resultados. El número de efectivos concentradoen la plataforma era, en efecto, un blanco más vuhierable

a la sola explosión del cohete antitanque. En esta opor-

tunidad, el objetivo atacado fue un camión que traslada-

ba efectivos de la Pohcía Militar Ambulante. El vehículo

formaba parte de un numeroso convoy que diariamente

distribuía en varios puntos de la ciudad a estos odiados

miembros de los cuerpos represivos. En una bocacalle,

vahéndonos de un sistema efectivo de aviso, montamosla emboscada. Esta vez la operación habría de compHcar-se debido a las fallas humanas. El artillero designado iba

a disparar el cohete desde un lugar determinado, en el

preciso momento en que uno de los camiones se hallara

en la maniobra de cruzar cierta esquina. Era el momentoen que el camión ofrecía el mayor blanco e iba a la velo-

cidad mínima, circunstancias en las cuales se le podía

acertar el disparo. En la cercana bocacalle de un callejón

inmediato, el artillero y su ayudante habrían de aguardar

el instante preciso, a unos treinta metros del cruce. Enuna caja de cartón alargada, propia para empacar lámpa-

ras de gas neón, llevaban el lanzacohetes. En la esquina

debían simular que esperaban a alguien. A la vuelta, el

vehículo operativo esperaba por ellos.

29

Page 32: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

El imprevisto ocurrió en el momento más crítico del

ataque. El artillero, asistido por su ayudante, abrió las

piernas en el centro de la calle, apuntó al camión enemi-

go en el preciso momento en que cruzaba, pero olvidó

quitarle el seguro al arma. El disparo como es lógico, no

llegó a producirse. Los soldados del camión, sin entender

qué ocurría, vieron a los dos muchachos correr a toda

prisa, con un tubo en la mano, mientras el transporte

continuaba la marcha. Los compañeros, con el ánimo en

un hilo, informaron lo ocurrido. Tras evaluar con rapidez

los hechos, el mando, acertadamente, decidió repetir la

operación en otra bocacalle y contra un camión distinto.

Así se hizo, en efecto, con excelentes resultados. Esta

vez, la explosión tuvo efecto en plena plataforma del ve-

hículo, ocasionando estragos entre la tropa concentrada.

Al inclinar la plataforma de voleto del transporte, un tó-

rrenlo de sangre chorreó sobre el pavimento. Destrozados

y humeantes, los cuerpos de los enemigos yacían junto

al camión destruido. De inmediato, la tropa cercó el área

completa y cateó casa por casa. La guerrilla ya se había

retirado.

Además de estas formas de la guerra de guerrillas, pe-

riódicamente se realizaban en la ciudad operaciones de

recuperación económica contra prominentes miembrosde la clase dominante. Eran, por lo general, secuestros

complejos y prolongados que distraían meses enteros.

De manera fortuita, hecho que posteriormente habría-

mos de valorar como grave paso en falso, un par de meses

atrás, al iniciarse el año 81 , habíamos obtenido informa-

ción sobre la llegada al país de un magnate austrahano,

de ascendencia judía. A nuestras manos había llegado undossíer, profusamente documentado, acerca de las empre-

sas que el poderoso hombre de negocios poseía en su país

y en otras partes del mundo. Eran empresas especializadas

en cierta rama de la tecnología estratégica. Debido a quecontábamos con información precisa acerca de sus movi-

mientos y a que su plagio no resultaba complicado desde

el punto de vista operativo, decidimos secuestrarlo y

30

Page 33: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

verificar posteriormente su capacidad económica efectiva.

Nos asaltaban muchas dudas, pues la realidad de algunos

hechos contradecía de una manera u otra la información

obtenida. El día de su arribo al Aeropuerto Internacional,

por ejemplo, los miembros de la unidad que observaba

su llegada vieron, con gran sorpresa, descender del avión

a un turista común, al que fuera de nosotros ninguno es-

taba esperando. Habríamos podido plagiarlo fácilmente,

en el trayecto del aeropuerto al hotel en que decidió

hospedarse. Una vez el rehén en nuestras manos, otros

detalles nos llamaron la atención. Se trataba, en efecto,

del empresario esperado, lo cual quedó plenamente de-

mostrado cuando el cónsul de Australia en México llegó

al país e hizo declaraciones en relación al plagio. Sin em-

bargo, los documentos personales del supuesto empresa-

rio eran viejos y raídos, y en el forro de una de sus libretas

guardaba algunos dólares ajados, como podía hacerlo un

modesto viajero en previsión de aprietos. Mientras iniciá-

bamos las negociaciones en el exterior, lo retuvimos en

una cárcel del pueblo, situada en las afueras de la ciudad,

donde el año anterior habíamos tenido a otro rehén eco-

nómico.

Mientras guerreábamos de esta forma en la ciudad, re-

doblábamos esfuerzos para evacuar a las montañas lo prin-

cipal de la infraestructura de retaguardia que errónea-

mente habíamos acumulado en la capital a lo largo de

los años. La infraestructura urbana era para entonces

como un campamento que se hubiera utlizado durante

mucho tiempo. El vicio aparatista y la relativa impunidad

con que hasta entonces habíamos actuado, habían origi-

nado métodos de trabajo que en la práctica hacían de la

clandestinidad un principio formal, aunque aparentemen-

te efectivo para las circunstancias en que nos movíamos.La organización urbana contaba con decenas de casas al-

quiladas, todas ellas financiadas con nuestros propios

fondos, sobre la base de supuestas parejas o núcleos fami-

liares que las tomaban en arrendamiento. La documenta-ción personal, generalmente, era también falsa, aunque

31

Page 34: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

imposible de verificar como talen primera instancia. Algo

similar ocurría con los vehículos que utilizábamos. La

mayoría había sido recuperada por la propia organización

a propietarios pertenecientes a los sectores enemigos. Sudocumentación era igualmente falsa. Con el paso de los

años, el número de militantes, de viviendas y vehículos

documentados de esta forma era tan grande, que no ha-

bía control efectivo. La generación de cuadros que en

un momento determinado había tenido el dominio de

los factores de clandestinidad implicados, había pasado

a otros frentes de trabajo o a organismos distintos. Los

nuevos responsables ignoraban muchos de los anteceden-

tes. Sólo algún veterano dirigente guardaba en la memorialos principales datos retrospectivos. Al evacuar viejos ta-

lleres o depósitos ya excesivamente usados, encontrába-

mos piezas de arma o municiones que debieron haber

formado parte de algún envío de logística que nadie re-

cordaba. Meses, y a veces años, habían permanecido

arrumbados en las bodegas urbanas. Hubo viviendas clan-

destinas, desocupadas en una época, que a la vuelta del

tiempo volvieron a ser alquiladas por militantes u orga-

nismos que desconocían su uso anterior. En las casas ha-

bía placas de vehículo recuperadas cuyo último empleooperativo nadia sabía a ciencia cierta.

Basada en estas prácticas, la guerra en la ciudad des-

cansaba sobre cimientos de arena. La montaña de vicios

era demasiada para nuestros tardíos propósitos de hor-

miga. Después de cada actividad quedaban múltiples pis-

tas que el enemigo acumulaba y seguía con extremadosigilo. Luego de morder, huíamos, sin reparar en el anzue-

lo que llevábamos trabado en la garganta. Tras cada golpe

nuestro, el enemigo desplegaba sus tropas, cercaba el

sector del ataque, cerraba las vías de acceso y de sahda y

colocaba controles por sorpresa en cruceros determina-

dos. Detenían un vehículo tras otro, verificando docu-

mentos y revisando los sitios en que podían esconderse

armas, municiones, explosivos. En alguna ocasión ame-trallaron a mansalva a peatones inocentes o tomaron re-

32

Page 35: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

presalias contra cualquier sector social que consideraban

simpatizante nuestro, luego de nuestros ataques. En 1 980,tras el fulminante aniquilamiento de un alto jefe policia-

co, el gobierno dio orden de acribillar indiscriminada-

mente a los estudiantes que en ese momento se hallaban

en una parada de buses de la ciudad universitaria. Sin

embargo, no era ese su efectivo rumbo. La sucesión ver-

tiginosa del accionar guerrillero, sin que nos diéramos

cuenta, era el verdadero norte por el que se orientaban.

Así llegó el mes de mayo. La víspera del Día Interna-

cional de los Trabajadores decidimos realizar un sabotaje

en gran escala contra los depósitos de la compañía Chev-

ron. La operación era parte de la línea estratégica de

hacer de la ciudad un teatro de gueira permanente, de tal

manera que las unidades militares acantonadas en la ca-

pital se vieran forzadas a cuidar su principal centro ner-

vioso, restándole con ello al enemigo fuerzas y medios

que pudiera dirigir contra los Frentes rurales. Para enton-

ces, la guerra en las vías de comunicación se había traba-

do formalmente, reportándose casi a diario emboscadas

nuestras con minas y fusilería que prácticamente habían

paralizado el transporte por carretera del ejército enemi-

go. Las tropas antiguerrilleras recurrían a diversos ardides

para desplazarse. A bordo de helicópteros transportaban

las armas, las municiones y los uniformes, mientras las

unidades en traje de paisano se movían a pie o en trans-

porte público, evitando los riegos de emboscada. Otra

artimaña que empleaban consistía en detener a los auto-

buses particulares. Después de obligar a descender a los

pasajeros forzaban al conductor a transportarlos. Le exi-

gían correr a una velocidad determinada, sin detenerse

en punto alguno, confundiéndose entre el tráfico normal

de las carreteras.

En esas circunstancias, el sabotaje en gran escala en la

ciudad cumplía perfectamente el objetivo señalado. La

noche del 30 de abril, la unidad militar penetró subrepti-

ciamente a las instalaciones de la Chevron, en la calle de

Petapa. Allí se localizan los mayores depósitos de com-

33

Page 36: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

bustible de las grandes empresas multinacionales distri-

buidoras, formando un área restringida entre la línea del

ferrocarril y la antigua carretera a la ciudad de Amatitlán.

Usando tenazas adecuadas, la guerrilla cortó las mallas

de protección y se introdujo al área, burlando a la policía

particular que custodiaba las instalaciones. El dispositivo

incendiario estaba compuesto por dos bombas especiales.

La primera llevaba explosivo perforante, adecuado para

romper la gruesa plancha metálica del enorme recipiente.

La otra era de tipo incendiario y se debía colocar en el

piso. Experiencias anteriores en este tipo de sabotaje nos

habían enseñado que la presión del combustible al salir,

así como la calidad de la deflagración rompedora, no per-

miten que se produzca el incendio en la fracción de se-

gundo que dura la explosión. La modalidad empleadaahora provocaría el incendio al hacer arder el combusti-

ble en el piso, pues la bomba incendiaria era de retardo.

De manera que luego de colocar los explosivos, la unidad

se retiró prudencialmente, esperando a alguna distancia

el estaUido. Al producirse éste, un potente chorro de ga-

solina comenzó a derramarse del tanque averiado, con la

fuerza que provoca la presión de decenas de miles de

galones contenidos en un recipiente. La guerrilla de la

ciudad, conteniendo el aliento, esperaba la explosión de

la bomba incendiaria. El mar de combustible derramadohasta ese momento podía haber inutilizado el artefacto,

con lo que la operación fracasaría. Pero la segunda explo-

sión se produjo en el tiempo previsto. La noche de abril

se iluminó por completo, al producirse una gigantesca

llamarada que enrojeció las nubes. Centenares de galones

brotaban por minuto del depósito roto, en un chorro

que ardía en el extremo de la comba, como un descomu-nal artificio pirotécnico. Un sector completo de la ciudad

se iluminó con el incendio, y al comenzar a sonar las si-

renas de los carros de bomberos, la gente de los barrios

cercanos se dirigió en tumulto al lugar del siniestro. Era

una masa compacta de miles de curiosos que rompió los

cordones de seguridad e irrumpió hasta la orilla misma

34

Page 37: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

de las llamaradas, desatendiendo los pitazos y las voces deprevención de la policía. Era la alborada guerrillera parael Primero de Mayo.

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Page 38: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad
Page 39: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

LAS IDEAS DE MARZO

El origen de la guerra de la ciudad, durante este nuevoempeño de las fuerzas revolucionarias, se remonta a los

planteamientos teóricos que lo fundamentaron. En 1967,

Ricardo Ramírez, uno de los sobrevivientes de la guerrilla

de la Sierra de las Minas, delineaba la primera estrategia

ordenada con que contaron los insurgentes guatemalte-

cos. Eran años de derrota y en las selvas del norte aúnhabrían de batirse con brío la últimas fuerzas rebeldes.

Aquel documento escrito en marzo es el croquis necesa-

rio para orientar la guerra en un país complejo, y en su

abrigarrada síntesis traza el esbozo de la fortaleza, señala

sus defensas y su punto débil, marcando el rumbo para

ir a su asalto. Una década de luchas resultó necesaria pa-

ra poner al descubierto sus errores de fondo. La guerra

en la ciudad es una de las claves en esta estrategia tem-

prana.

La gestación consciente de nuestra guerra y sus prime-

ros inicios (terrorismo y sabotaje) tuvieron comienzo en

la ciudad, en el seno de núcleos avanzados de la clase

obrera, de intelectuales comunistas (estudiantes) y mili-

tares progresistas, que en su fusión dieron lugar, de ma-nera desordenada, a los primeros planteamientos (aún en

germen) sobre la guerra revolucionaria en nuestro país,

y formaron los primeros grupos guerrilleros, a los que se

unieron ya algunos campesinos. Pero la energía revolu-

cionaria expresada en aquella fusión y en aquellos inten-

tos de acción violenta en la ciudad, teniendo en cuenta

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Page 40: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

las características históricas y la estructura económica

de nuestra patria, no podía objetivamente desarrollarse

en este escenario ni en el seno de las masas populares ur-

banas (obreros y capas medias). La ciudad no reúne las

condiciones para el desarrollo de una fuerza militar po-

pular en una situación adversa. Las masas trabajadoras

citadinas, no obstante su relativo nivel de organización yconciencia, tienen en el crecimiento aparente y artificial

de la ciudad, un margen mayor de facilidad y son presas

inconscientes del reformismo, del economismo y del abur-

guesamiento ideológico: están, por eso mismo, menospreparadas para responder a las exigencias, privaciones ypenalidades qUe una lucha larga, cruenta e implacable re-

quiere. En el campo no sólo se encuentran las condiciones

materiales propicias para la sobrevivencia y desarrollo de

las fuerzas revolucionarias en armas, sino que la población

campesina constituye la fuente inagotable de energía para

la revolución. Las masas determinantes para la produc-

ción nacional son precisamente las campesinas. En el

transcurso de la guerra, en la medida en que las fuerzas

guerrilleras vayan derrotando al enemigo, la economía ylas relaciones sociales del régimen se descalabran, las ciu-

dades se conmueven hasta sus cimientos. Las masas de

trabajadores urbanos, al sufrir directamente las conse-

cuencias, despiertan gradualmente de su sopor y ala vez

se rebelan. Juegan entonces un papel activo en el desgaste

y parálisis del aparato central enemigo y en el asalto final

de su más fuerte fortaleza, juntamente con los destaca-

mentos guerrilleros que la estarán penetrando ya. El ciclo

del proceso activo de acción armada que empezó en la

ciudad, que se desplazó, se desarrolló y se hizo invencible

en el campo, se cierra con el derrumbe final del baluarte

central de las fuerzas opresoras, la ciudad.

Provisto de esta ideas y del balance crítico de una ge-

neración que no logró encontrar el norte verdadero de la

guerra, un primer núcleo de militantes clandestinos se

instaló en la ciudad al comenzar la nueva década. Llegó

dispuesto a llevar a la práctica aquellas previsiones. No

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Page 41: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

tenía dinero, ni recursos, ni armas. Sin embargo, las ideas

de marzo marcaban un rumbo viable y los militantes

pudieron iniciar sus tareas exitosamente. En la ciudad,

las oleadas de terror habían amainado y se había apagadoel eco de los últimos combates. En 1972, instalados en unpalomar de la zona 12, Federico y Ramón vivían en unapequeña habitación alquilada, con puerta a la calle, ha-

ciéndose pasar por comerciantes al por menor. Aquella

pieza de vecindad era el "cuartel general" de la organiza-

ción en la ciudad, cuyos miembros entonces podían con-

tarse con los dedos de la mano. En el interior de la pieza,

donde se podía, se arrumbaban los insólitos enseres queentonces proporcionaban los primeros colaboradores.

Llantas usadas de carro, madera de deshecho, víveres,

cajas de cartón, un gran sartén de acero y las artesas deplástico con que supuestamente comerciaban los jóvenes

inquihnos, le daban a la pieza un aire de traspatio y de

bodega de tienda. Por las mañanas, delante de doña Berta,

la propietaria de la pieza, los compañeros debían quemarincienso, para ajustarse a la tradición de los comerciantes

guatemaltecos. Hacer esto o salpicar la mercadería conuna rama de chuca, es el secreto para lograr buenas ven-

tas al día. En una vieja furgoneta, que un día los ladrones

les dejaron en trozos, salían a realizar los contactos de la

jornada, a atender colaboradores, a recoger los diezmosque la inicial base de apoyo les proporcionaba. Este pri-

mer vehículo debieron verderlo por 300 quetzales, pre-

ventivamente. En una de las artesas de plástico llevaban

cierto día una biografía de Luis Turcios y los ladrones se

la llevaron junto con toda la mercadería. ElPupo, un viejo

pick-up que posteriormente consiguieron, se despanzurró

una mañana a media calle. Lo llevaban cargado de madera

de deshecho, con la cual proyectaban construir sus pro-

pios muebles, y los ejes se vencieron. Más tarde fue El

Caimán, una furgoneta verde, el vehículo en que salían

con sus artesas de plástico a primera mañana, para volver

a media noche. Para fotografiar las comunicaciones que

periódicamente debían enviar a la dirección de la organi-

39

Page 42: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

zación, por ese entonces en México, necesitaban contar

en el cuarto de alquiler con una cámara oscura. Sin em-bargo, su calidad de comerciantes no les daba pantalla

para hacer fotografía, ni su condición de huéspedes la

privacidad necesaria. De ahí que decidieran improvisar

con cajas de cartón y retazos de madera un taller de fo-

tografía que por sus pequeñas dimensiones y el material

de que estuviera hecho, pudiera pasar desapercibido en

el abigarramiento del cuarto. Para permanecer en la fla-

mante cámara oscura, sin embargo, cualquiera de los dos

gigantes debía encogerse tanto como podía y permanecer

así horas enteras, batallando con la luz y con la química

elemental del arte fotográfico. Paula y Patricia permane-

cían fuera, controlando el tiempo de los líquidos con el

reloj.

Al amparo de la mano todopoderosa de tío Panfilo,

de Mincho, de los abuelos, viejos colaboradores de las

guerrillas, aquellos revolucionarios profesionales sobrevi-

vieron durante los tiempos iniciales. "Hoy vi algo insólito,

estrambótico, estrafalario", solía decir Mincho, siempre

que comenzaba la narración de cualquiera de los peque-

ños hechos cotidianos. Hacía rato que había comenzadoa envejecer y tenía medio cuerpo paralizado, a causa de

un derrame cerebral que lo dejó inválido de por vida. La

revolución era para él la única razón de existir. Trabajaba

en un mercado, y por su medio la organización lograba

reparar las armas defectuosas que por entonces se obte-

nían en el mercado negro. Respaldándose en sus ruinosas

condiciones físicas. Mincho llevaba a componer al Pisto-

lón, un viejo negocio donde se vendían y reparaban ar-

mas, nuestras primeras carabinas y revólverres. Con ini-

gualable maña se hacía pasar por asistente de un miütar

imaginario, cosa que en ningún momento alguien ponía

en duda. Como pertenecía a una generación devota de la

revolución, pero un poco viejo ya para asimilar las com-plejas ideas que ahora la sustentaban, en los momentosen que la plática llegaba al instante de soñar, expresaba

su profesión de fe revolucionaria y a la vez sus grandes

40

Page 43: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

confusiones. "A mí, compañeros", ofrecía exaltado "fó-

rrenme de candelas de dinamita y me meto al Congresopara hacer una sartenada con todos esos hijos de puta".

Para tener una idea de las circunstancias en que debió

trabajar este núcleo inicial de militantes urbanos, baste

decir que a lo largo de tres años lograron construir unared clandestina efectiva, a nombre de una organización

anónima y en defensa de una causa que entonces parecía

derrotada. Cecilia, que había estado sola en la ciudad

mucho antes; Paula y Patricia, con cuyos sueldos se sos-

tuvo la organización en los primeros tiempos; Beatriz,

José Luis, Felipe, Carlos, La Negra, que llegaron poste-

riormente, algunos por temporadas, fueron sentando las

bases de la organización urbana, ciñéndose al severo régi-

men de clandestinidad que las circunstancias exigían. Para

hacerse de un documento personal, por esos tiempos,

había que seguirle la pista a un muerto o a un ausente

muchos meses. Seudónimos, claves, compartimentación,

vigilancia perenne y una entrega total, normaban los mo-vimientos de estas primeras células en la ciudad de aque-

llos años. En la observancia estricta del arte conspirativo

iba la vida de todos y el futuro del proyecto. Un día, de-

bido a su precaria salud, al viejo Mincho le sobrevino uninfarto, en la soledad del cuarto de alquiler donde vivía.

Tenía bajo su cuidado, en ese momento, dos revólveres

que debía llevar a reparar en los próximos días. Ante el

delicado trance, sin embargo, tuvo suficientes fuerzas to-

davía para dejar bajo llave las armas, cerrar la habitación,

salir a la calle y llamar un taxi para que lo llevara al hos-

pital de emergencia. Cuando una compañera lo visitó en

su lecho de enfermo, a la vuelta de los días, lo primero

que le dijo fue que no tuviera pena, que las armas estaban

a buen recaudo, debidamente bajo llave.

Así se inició el trabajo en la ciudad y la construcción

de bases de apoyo. La mayoría de sus miembros fueron

reclutados en los sectores populares y una parte impor-

tante entre las capas medias intelectuales. Unos cuantos

provinieron del reagrupamiento individual de combatien-

41

Page 44: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

tes aislados de las guerrillas anteriores. En 1973, aquel

puñado de militantes intentó una primera recuperación

económica, asaltando un vehículo municipal que trasla-

daba fondos de la ciudad de Escuintla. Lograron recupe-

rar únicamente 300 quetzales. En diciembre, procedentede México, Rolando entró clandestinamente. A partir de

entonces se organizaron las estructuras urbanas, se homo-geneizó la línea a seguir en el periodo de implantación yse redobló el trabajo de apoyo a la guerrilla de la selva.

Un primer lote de carabinas se obtuvo en el exterior y se

transportó hasta nuestras bases secretas en Lx)s Cuchu-matanes. En estos ajetreos y en la reaUzación de la Primera

Conferencia Guerrillera, en las montañas, se nos fueron

los primeros seis meses de 1974. Por esa época comenzóa publicarse nuestro pequeño periódico clandestino. Gue-

rra Popular. En todo el país, los militantes de la organiza-

ción no pasábamos de treinta. En el sigilo de las casas

clandestinas, en los caminos de la madrugada, en el refu-

gio de los fríos bosques del noroeste, preparábamos el

instrumento revolucionario. Desde entonces comenzó a

organizarse la unidad militar de la ciudad. Lázaro fue unode sus primeros integrantes.

Por las características de su militancia y por su trayec-

toria, pictórica de combates, Lázaro encarna lo mejor de la

nueva generación de guerrilleros urbanos. Dotado de unarara facilidad para asimilar los principios del arte de la

guerra, este futuro jefe militar se incorporó muy joven

a la organización. Durante la niñez, en su barriada había

sido pandillero, y ello determinó quizás su carácter beü-

coso y la evidente vocación militar por la que ya en la

vida militante habría de caracterizarse. Provenía de una

familia de comunistas, y compartiendo algún ajetreo de

su padre adoptivo entró en contacto con las ideas revo-

lucionarias. Disciplinado, audaz, imaginativo, comenzóa destacar por su arrojo en la realización de las pequeñas

tareas militares de entonces. La primera vez que lo vimos

fue uno de los días iniciales de 1975. Debíamos apresar

y sacar del país a un conflictivo personaje que pretendía

42

Page 45: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

incorporarse a nuestras filas y que no era leal del todo.

Recordamos a Lázaro, muy joven aún, tocado con unaboina verde, apuntándole al preso con una subametralla-

dora.

A lo largo de su militan cia revolucionaria, Lázaro per-

ticipó en decenas de combates y en todos salió ileso. DeSergio, veterano de la anterior Resistencia urbana, apren-

dió los principios clásicos del arte operativo y la ecuación

de sorpresa, velocidad y potencia en que se basan aqué-

llos para el combate urbano entre adversarios desiguales;

de Felipe aprendió la audacia ilimitada y el uso de la téc-

nica en la guerra de los pobres; de Rolando, la síntesis

compleja de ideología, política y ciencia militar de queestá hecho el enfrentamiento bélico. En el cénit de su

trayectoria había logrado dominar el arte de dirigir el

combate, cuando éste se traba formal y los hombres se

mueven a las voces de mando. Las armas vomitan fuego

y plomo, las detonaciones atruenan el ambiente, el acre

olor de la pólvora impregna el aire y los vehículos se de-

tienen en seco, mientras vuelan hechos trizas los parabri-

sas y las ventanillas al impacto de las ráfagas. Nada de

esto atiende el mando, sino el avance, la maniobra, la

reacción, la retirada. La acción requiere del combatiente

mucha sangre fría; pero la dirección del combate exige

de quien manda, además, lucidez para apreciar el conjun-

to en medio de los tiros.

De 1975 a 1980, la guerrilla de la ciudad reahzó ope-

raciones legendarias. La guerra en la ciudad dio comienzo

el 13 de diciembre de 1975, con el ajusticiamiento de

Bernal Hernández, un prominente esbirro que había sido

oficial del ejército y que entonces imponía el terror con

sus matones en el Congreso de la RepúbUca,en el cual era

representante. En una céntrica calle de la capital fue

abatido por guerrilleros, a bordo de motocicletas. Más

tarde, la armería El Bisonte fue vaciada en operación re-

lámpago. Al llegar, la pohcía sólo encontró los boquetes

por donde los comandos habían penetrado al local y la

pintura fresca de las consignas en los muros. Oficiales

43

Page 46: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

del ejército, jefes de policía, tenebrosos esbirros de las

fuerzas represivas cayeron uno a uno bajo el fuego de

las armas revolucionarias. Diplomáticos de gobiernos

enemigos, grandes burgueses represivos, ministros de Es-

tado pasaron a las cárceles del pueblo, para recobrar la

libertad hasta el pago del rescate o hasta la publicación

del manifiesto exigido. Alguno vio explotar, al paso de su

vehículo, alguna de las llamadas máquinas infernales en

los atentados clásicos. La guerrilla, partiendo de sus bases

secretas en la ciudad, golpeaba como un rayo donde me-nos se esperaba. Al día siguiente, los titulares de prensa

y los radioperiódicos reportaban la operación guerrillera

o publicaban, luego de cierto plazo, los manifiestos revo-

lucionarios. Meses atrás, en fábricas, edificios en construc-

ción o esquinas concurridas por los trabajadores, las uni-

dades armadas se presentaban por sorpresa y distribuían

propaganda. Después del breve mitin, cuando la gente se

arremolinaba tras los volantes con la efigie del guerrillero

argentino-cubano, los seguidores de su ejemplo en la

ciudad habían desaparecido. Eran los mejores años de la

guerra en la ciudad y nuestras armas siempre salían vic-

toriosas.

Sin embargo, a lo largo de los años la organización ur-

bana había generado insensiblemente conceptos equivo-

cados y hábitos rutinarios. Los recursos económicos que

por medio de la fuerza le arrancamos a los grandes bur-

gueses, nos dieron sensación de fortaleza y nos hicieron

olvidar las iniciales bases de apoyo. En vez de diluirnos

en el seno del pueblo, con lo cual la organización se ha-

bría hecho invencible, nos instalamos en casas alquiladas.

El erróneo concepto sobre las masas urbanas de las ideas

de marzo comenzaba a hacer efecto. Estas ideas falsas

se traducían en prácticas que afectaban los factores de

la clandestinidad colectiva. Para compañeros forjados

por años de militanda, borrar de su práctica el contacto

con la familia llegó a ser una nueva naturaleza; llegó a

serlo, igualmente, el nombre de guerra utilizado, la

discreción rigurosa, la disciplina de no ver, no escuchar.

44

Page 47: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

I

no enterarse sino de lo que es indispensable para cumplir

con el deber cotidiano. A estos compañeros hubo unmomento en que su nombre legal les sonaba extraño, lue-

go de lustros de clandestinidad. Su verdadera familia eran

los restantes camaradas de la célula, la forma más alta de

relación entre los seres humanos. Eran los que al salir por

la mañana pensaban qué harían si la casa era ocupada en

su ausencia por el enemigo y qué debían hacer sus com-pañeros en caso de ser él muerto o capturado; los que

antes de salir se cercioraban de llevar el embutido en or-

den y velaban porque sus compañeros fabricaran y varia-

ran sus propios embutidos; los que antes de llamar por

teléfono preveían qué decir con frases indispensables,

ajustándose a las claves convenidas, y qué respuesta dar

en caso de preguntas sorpresivas; los que sabían muy bien

que el arma personal no es sólo para ser usada contra el

enemigo, sino también para preservarnos como revolucio-

narios en el último momento. Eran quienes habían hecho

de la vida clandestina su verdadera vida. Junto a ellos,

sin embargo, había también los que a falta de vida fami-

liar corriente pretendían hallarla igual en la clandestini-

dad, desvirtuando los lazos que unen a los militantes; los

que a riesgo de dañar a sus familiares contaban los días

que faltaban para verlos; los que no se resignaban al ano-

nimato que entraña el verdadero uso de seudónimos yno perdían ocasión.de revelar algún detalle que los identi-

ficara, aunque fuera en su anterior identidad clandestina,

ante el nuevo compañero conocido. Estos compañeros no

habían reflexionado sobre los dos grandes usos del arma.

La duración de la guerra, por otra parte, comenzó a

provocar entre nosotros los efectos del tiempo. Compa-ñeros que se habían incorporado a nuestras filas en la

primera juventud se hicieron hombres en la clandestini-

dad, y en ella hallaron pareja amorosa. Las tareas conjun-

tas, los riegos comunes y el nuevo sentido del amor

que la vida clandestina genera en el militante, llevó a mu-chos compañeros a unir su vida a la de la pareja encontra-

da en la vida revolucionaria. La militancia exige renunciar

45

Page 48: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

a muchos de los satisfactores del hombre común y co-

rriente: pero esto no se puede exigir en todos los aspectos

ni por tiempo indefinido. Así, en la clandestinidad co-

menzaron a nacer niños, y con ellos se produjeron las ló-

gicas adecuaciones en el desempeño de los padres. Enmedio de las vicisitudes que impone la lucha desigual

contra un enemigo despiadado, los desvelos del militan-

te se multiplican con las preocupaciones por la suerte del

hijo. Hay una razón más para vivir y luchar: pero tambiénun nuevo objetivo a preservar del enemigo. Y estas cosas

se agravan cuando vivimos aislados del pueblo. Muchosde estos niños de la revolución crecieron en los patios delas casas clandestinas, compartieron las alegrías y los so-

bresaltos de sus padres revolucionarios y fueron peque-ños testigos de años de anonimato y heroísmos. Lamayoría de ellos, adolescentes ahora, se preparan para

seguir el ejemplo de sus padres compañeros. Otros, los

menos por fortuna, se perdieron para siempre en la vorá-

gine de la guerra.

1978 y 1979 fueron años de recias luchas populares.

El gobierno de Laugerud se cerró con la matanza de ciento

treinta campesinos kekchíes, en Panzós, un pequeño pue-

blo a las orillas del río Polochic, en Alta Verapaz. El 29

de mayo de 1978, la población de los alrededores, enca-

bezada por Mamá Maquín, una dirigente indígena, se pre-

sentó al cabildo a protestar por el despojo de tierras de

que la comunidad era objeto y fue ametrallada por la tro-

pa del puesto militar. En camiones de volteo fueron re-

cogidos los despojos sangrantes y enterrados en fosas co-

munes. Era el primer gran aviso. Con el gobierno de Lucas,

inaugurado en 1978, se instauró el terror. La oposición

democrática y lo más avanzado del movimiento popular

fueron exterminados implacablemente a partir de enton-

ces. Los asesinatos políticos llegaron a hacerse cotidianos.

Dirigentes sindicales, líderes estudiantiles, políticos de la

oposición democrática, catedráticos universitarios y sim-

ples ciudadanos caían día a día en atentados brutales e

inconcebibles. Las gráficas de prensa y los reportajes de

46

Page 49: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

la televisión repetían diariamente la misma escena trági-

ca. Un conocido ginecólogo era abatido en su vehículo,

a la salida de su casa, cuando llevaba sus hijos a la escue-

la. Un catedrático^niversitario recibía múltiples impactosde bala en la cara, en el momento de abordar su vehículo.

Otro, camino de sus oficinas, era ametrallado junto consu esposa. Los cuerpos sin vida, recostadosjunto a las ven-

tanillas hechas trizas, con un hilo de sangre chorreandodel oído, era cubiertos con una sábana mientras llegaban

a reconocerlos sus familiares. Los curiosos arremolinados

en el lugar, con la grave expresión de quien se halla ante

sangre derramada, dejaban paso a los deudos, entre las

luces giratorias de las radiopatrullas y los fogonazos delas cámaras fotográficas. El 20 de octubre de 1978, al

concluir el mitin con que los sectores populares y demo-cráticos habían conmemorado un aniversario más de la

Revolución de 1944, Oliverio Castañeda, presidente dela Asociación de Estudiantes Universitarios, había sido

cazado por esbirros en traje de civil. Lo ametrallaron en

la entrada al Pasaje Rubio, donde había tratado de buscar

refugio. 1979 se inauguró con el asesinato del principal

dirigente del Partido Socialista Democrático, Alberto

Fuentes Mohr, acribillado en la Avenida de la Reforma.Semanas después corría la misma suerte el máximo líder

del Frente Unido de la Revolución. La liquidación de los

dirigentes de la oposición democrática era parte de los de-

signios continuistas del gobierno militar y, más que eso,

su objetivo era la eliminación de toda oposición organi-

zada. A medida que avanzaba el sangriento calendario deesos meses, los asesinatos comenzaron a hacerse en masa.

Lejos de retroceder, la ciudadanía manifestó su repudio

a estos crímenes, concurriendo por miles a los entierros

de estos muertos. La represión se hizo entonces indiscri-

minada y se tornó genocida. En las salidas de la ciudad,

en los barrancos convertidos en botaderos de cadáveres,

comenzaron a aparecer los cuerpos masacrados, las manosatadas con alambre y profundos cortes de arma blanca

en el cuello. El 21 de junio de 1980, la policía cercó la

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Page 50: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

sede de la Central Nacional de Trabajadores y secuestró

a plena luz del día a más de veinte dirigentes sindicales,

introduciéndolos en autobuses. Nunca aparecieron sus

cadáveres.

Una de las respuestas guerrilleras al creciente baño de

sangre del gobierno, fue el ajusticiamiento del Jefe del

Estado Mayor General del Ejército, general David Canci-

nos, el 9 de junio de 1979. En marzo de aquel año, desde

un helicóptero militar, Cancinos había dirigido por radio

el asesinato del dirigente socialdemócrata, Manuel ColomArgueta, exalcalde de la capital. Hombres armados, a

bordo de vehículos particulares, literalmente lo cazaron

en una céntrica zona, al sur de la ciudad, ametrallándolo

en su vehículo, luego de la impune y larga persecución

por las calles de la zona 9. Había sido un crimen político

premeditado, tendiente a allanarle el camino al candidato

presidencial militar en las siguientes elecciones, el propio

general Cancinos. En abril iniciamos a nuestra vez la ca-

cería del asesino. Era una operación difícil, debido a que

el alto jefe militar siempre se transportaba en un vehículo

blindado, con protección de hombres armados, en untriángulo de hierro que iba de su residencia fortificada,

en la zona 10, al Palacio Nacional, y de aquí a las insta-

laciones del Cuartel General del Ejército, en el antiguo

fuerte Matamoros. Los disparos de bajo caHbre de la gue-

rrilla habrían rebotado como granizo en la coraza del ve-

hículo. Colocar a su paso una bomba era extremadamente

complicado, debido a la vigilancia existente en sus rutas

habituales, fuera de que este recurso tampoco garantizaba

plenamente el éxito del atentado. En mayo, sin embargo,

establecimos que el militar visitaba a una amante, en su

casa de una populosa barriada del este. En esas ocasiones

se desviaba de la ruta vigilada, y durante la visita, debido

a la lógica del amor, bajaba la guardia y adoptaba el com-

portamiento cotidiano de cualquier amante. Muchas ve-

ces, entonces, se montó la operación, y otras tantas, de-

bido a diversas razones, no pudo ponerse en práctica.

Cada vez, en el último momento, las unidades operativas.

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Page 51: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

prestas en las bocacalles de los alrededores, recibían la

orden de suspender el atentado. El 9 de junio, finalmente,

cincidieron los factores necesarios. El Jefe del EstadoMayor, en traje de civil, se presentó a la casa de la amante,a bordo de un vehículo corriente y sin escolta. Algo ha-

bía ocurrido que por una vez lo había hecho vulnerable.

Al anochecer dejó la casa, como siempre, y acompañadodel conductor y de ün guardaespaldas en el asiento trase-

ro, salió de la barriada en dirección a la 12 Avenida. Lue-

go, el vehículo tomó por el túnel que se forma en el pasoa desnivel que hay junto al gimnasio olímpico. Allí fue

alcanzando por nuestros vehículos y acribillado contun-

dentemente. Minutos más tarde, al presentarse autorida-

des y periodistas, el jefe de la Policía Judicial, al extraer

del bolsillo del muerto los documentos personales, cons-

tató, trémulo, de quien se trataba.

A finales de 1979, las guerrillas de la montaña dejaron

la fase de la propaganda armada y comenzaron a atacar

a las tropas del ejército. En Chajul, El Quiche, una pa-

trulla militar fue emboscada por fuerzas guerrilleras, oca-

sionándole algunos muertos y recuperando las armas ylos equipos de combate. El ejército respondió con unamasacre en la cabecera municipal, el 6 de diciembre. Se-

leccionó a siete campesinos que tenía secuestrados en

Chicamán, los vistió con uniformes verde olivo y los hizo

marchar por un camino al pueblo de Chajul, ametrallán-

dolos en la entrada. Luego enterró los cuerpos en una

fosa común, después de quemar con gasolina uno de los

cadáveres. Presentó la masacre como un combate con la

guerrilla. Su campaña de terror se había extendido por

el área uspanteca, camino de la Zona Reina. Incendiaban

las viviendas, exterminaban a losjóvenes y dejaban atadas

a las mujeres heridas, en las aldeas arrasadas, para que las

devoraran los perros y las aves de rapiña. Los dirigentes

Gaspar Viví y Vicente Menchú, catequistas, cabezas de

las parcialidades, organizaron una marcha a la capital para

protestar por la campaña de exterminio. Durante varios

días, los veintiún campesinos se presentaron por sorpresa

49

Page 52: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

en sedes sindicales, en locales de prensa, en entidades

educativas, denunciando la represión de que eran objeto

sus comunidades. Las organizaciones populares de la ca-

pital les prestaban ayuda, protegiéndolos de la policía

secreta que andaba tras sus pasos. Sin embargo, la censura

de prensa impedía que la opinión pública conociera sus

denuncias. El 31 de enero de 1980, desesperados, deci-

dieron ocupar la embajada de España, acompañados de

obreros, estudiantes y pobladores de la capital. La poli-

cía cercó la sede diplomática y la incendió con sus ocu-

pantes dentro. 39 cadáveres carbonizados fueron retira-

dos horas más tarde de la planta alta, donde tenía sus

oficinas la representación. Uno de los campesinos, Gre-

gorio Yujá, había sobrevivido a la masacre. Días más tar-

de fue secuestrado del hospital donde era atendido. Sucadáver fue arrojado por los esbirros en el campus de la

ciudad universitaria, donde fue sepultado por los estu-

diantes. Las organizaciones populares velaron los cadá-

veres de los masacrados en el paraninfo de la antigua fa-

cultad de medicina, en el centro de la ciudad. Estaban

rodeados por la policía. El día del entierro, la población

de la capital acompañó los cuerpos al cementerio general,

en la última manifestación popular de esos años. Para quenadie olvidara que los hombres quemados habían llegado

de las montañas del Quiche, de grandes bosques viejos yamaneceres amarillos, los ataúdes iban cubiertos por cor-

tes de telas indias, con dibujos de pájaros. Al salir del pa-

raninfo, los activistas populares se enfrentaron a tiros

con la policía, cuando sacaban las armas con que habían

montado guardia toda la noche. Emiliano y Pascual, diri-

gentes estudiantiles, cayeron acribillados, entre una mul-

titud que había decidido asistir encapuchada al sepelio,

como forma de preservarse de la represión enemiga. Enlos muros del cementerio general, manos anónimas es-

cribieron con pintura roja que el color de la sangre jamás

se olvida.

En la Ciudad no se cumplían nuestras grandes previsio-

nes; las ideas de marzo en relación a las masas urbanas

50

Page 53: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

habían sido desmentidas por la verdad de la vida. No se

trataba, en efecto, de tomar el cielo por asalto, a la ma-nera de los viejos conspiradores, izando la bandera roja

en el Hotel de Ville, para luego, a bordo de globos en-

cumbrados por el efecto de gases más livianos que el aire,

enviar piquetes de agitadores profesionales a las otras

ciudades, desde la urbe sitiada, llevándole la consigna de

una insurrección improvisada a obreros desprevenidos.

La estrategia revolucionaria en un país complejo no pue-

de basarse simplemente en la astucia de una élite inteli-

gente. Núcleos de conspiradores profesionales, orientados

por las ideas de la clase obrera, habrán de organizar pa-

cientemente a las masas, y en el proceso aleccionador de

la lucha de clases, las llevarán del reclamo por los bienes

elementales a pelear su derecho a gobernar el mundo; las

llevarán de la lucha por el pan y el trabajo a los recios

combates con piedras y barricadas; a enfrentar con cani-

cas regadas en el pavimento las cargas de la caballería; a

levantarse en armas en los barrios populares, ocupandolas calles, las fábricas, los telégrafos, los nudos ferroviarios

y los viejos mecanismos del dominio de clase, hasta sitiar

las grandes fortalezas de mampostería, vedadas desde

siempre a los pájaros. En nuestra insurrección urbana se

verán, como en las fotografías de las revoluciones clásicas,

destacamentos de obreros y ciudadanos, a bordo de ca-

miones erizados de fusiles, entonando cantos de guerra ygritanto consignas de victoria, en el momento de marchar

a los combates finales.

5\

Page 54: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad
Page 55: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

LA ESTRATEGIA Y LA FLORDEL TAMBORILLO

El 4 de julio de 1981 tuvo lugar la juramentación de

una de las dos escuadras con que contaba la unidad mili-

tar de la ciudad. Sus integrantes ya habían pasado mu-chas pruebas de fuego. Sin embargo, la ceremonia era

necesaria para reforzar su espíritu de cuerpo y contribuir

a prepararlos para lo que venía. En la ciudad se vivía unaextraña calma que sólo podía presagiar acontecimientos

desfavorables. En nuestros cálculos, preparándonos para

lo peor, preveíamos un cateo de la ciudad, casa por casa,

como recurso extremo del enemigo para atrapar al tábanoinvulnerable. Sin embargo, descartábamos esta alternati-

va, al hacer el recuento del número de efectivos que para

una operación de esta envergadura sería necesario. Duran-te las grandes represiones finales de los años 60, Aranahabía empleado la totahdad de los efectivos del ejército

para catear la ciudad, en un momento en que las guerrillas

en el campo habían sido prácticamente exterminadas.

Ahora, cuando la lucha guerrillera avanzaba impetuosa

en varios frentes del campo, catear simultáneamente la

capital era prácticamente impensable. Por esos días, los

habituales controles de vehículos habían desaparecido,

aunque esto no era la primera vez que ocurría. El hecho,

de todas maneras, nos había puesto en guardia, pero en

el fondo nos lo explicábamos como impotencia del ene-

migo. Esta certeza interior terminó de afirmarse al escu-

char ése o el día anterior, declaraciones televisadas del

propio presidente de la repúbhca, reconociendo el grado

53

Page 56: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

de organización que a su juicio había alcanzado entonces

la guerrilla. Con su habitual dificultad para expresarse, el

jefe del ejército había hecho un elogio de la capacidad

de su adversario, aunque agregando algo relativo a la ex-

periencia de la institución bajo su mando. Cuatro días

más tarde habríamos de comprender el sentido que en-

trañaba aquel mensaje.

Ese día era sábado y, por la tarde, en la casa de seguri-

dad que tenía asignada, debía tener lugar la juramenta-

ción de la escuadra. El autor debía presidir la secreta

ceremonia. Vivía en una residencia de la zona 9 de la ciu-

dad, cuyo cielo era atronado constantemente por el rui-

do de los aviones. El aeropuerto internacional quedaba a

pocas cuadras y la casa se hallaba exactamente bajo la

ruta de los vuelos. Aquél había sido un día normal. A las

7 AM había escuchado las noticias internacionales, en

un pequeño radioreceptor de onda corta. No se reporta-

ba nada extraordinario. El día anterior, Londres y Liver-

pool habían sido escenario de violentos combates entre

jóvenes pobres y la policía. En los Estados Unidos se ce-

lebraba un aniversario más de la Declaración de Indepen-

dencia. Laura, una de las compañeras que vivía en la casa,

había saUdo a comprar pan antes de las siete, hora en

que comenzaban a organizarse los pájaros. Al volver,

cuando terminaba el noticiero de esa hora, se escuchó

claramente el ruido metáhco de la cerradura, en la puer-

ta de calle, al quitar y poner llave. Los trabajadores de la

carpintería de enfrente, instalada en una residencia in-

congruente para ello, llegaban hasta las ocho. A esa hora

se suponía que quienes aparentaban trabajar en nuestra

casa habían sahdo ya a la calle. A partir de esa hora, por

lo tanto, las visitas de compañeros a la casa debían restrin-

girse al máximo, aunque este régimen de apariencias casi

no se cumplía. Las mil necesidades de la organización

obUgaban a varios compañeros a visitar la casa intempes-

tivamente. Era la reahdad de una guerra erróneamenteconducida que ya nos había impuesto sus rutinas. Demanera que a las 8 AM, invariablemente, el autor comen-

54

Page 57: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

zaba a trabajar en un pequeño estudio del traspatio, el

cual su compañera había alegrado con macetas de gera-

nios. Cantarrecio, un gallo que había comprado algunos

meses atrás en Magdalena Milpas Altas, para recordar la

montaña, y su hembra, tenían un pequeño corral junto

al estudio. El cafeto del patio, que había floreado en fe-

brero, estaba ahora frutecido. En la intersección de dosmuros, sobre los rosales de tallos recubiertos por unacostra de hollín de la ciudad, un pájaro estaba constru-

yendo su nido, utilizando una enredada y polvorienta

cinta magnetofónica.

Ese día no esperaba a nadie. Manolo iba a llegar hasta

el lunes, y Lázaro, el capitán, había viajado al exterior

pocos días antes. Había sahdo en una misión importante

y se iba a tardar algún tiempo. De manera que ocupó la

mañana escribiendo a máquina cosas de la organización.

Por esa época, en sus ratos libres, estaba escribiendo la

historia de un azacuán que había sido derribado por el

granizo; pero por aquellos días no tenía tiempo. Junto

al escritorio, en un bolsón de cuero provisto de correa

para llevarlo pendiente, tenía una pistola ametralladora

Scorpion, que Rolando le había regalado, y una pistola

Beretta, calibre 3.80. Eran sus armas personales. No de-

jaba el bolsón ni cuando iba a traer café a la cocina cada

cierto tiempo. Aunque en la vivienda no había nada com-prometedor visiblemente, lo agobiaba saber que enterra-

do en un arriate del traspatio había un recipiente de

plástico, hasta el tope de documentos. Sabía de sobra

que el galón de gasolina, siempre a mano, no sería eficaz

para destruir, en caso de emergencia, los secretos de la

organización contenidos en los millares de hojas de papel.

A media mañana, como era habitual, pasó por el cielo de

la casa una escuadrilla de bombarderos A37-B, cargados

de proyectiles. Solían despegar proa al norte, para luego

torcer al noroeste o al oeste. Volvían aproximadamenteuna hora después, o por la tarde algunas veces, luego de

cumplir sus misiones. Los helicópteros Iroquois, en cam-

bio, no tenían rutina ni itinerarios regulares. Pasaban a

55

Page 58: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

cualquier hora y en diferentes rumbos, volando muy ba-

jo, al extremo que se podía distinguir perfectamente a

los tripulantes. A veces, por esos días, al anochecer, vo-

laba alguno a gran altura. Únicamente se le reconocía

por el peculiar ruido, de explosiones lentas, muy lejos, ypor las luces interminentes. Era la hora en que los sanates

armaban su algarabía final en los árboles cercanos.

A las 2 PM, acompañado de Ruth, responsable de for-

mación política, salió al contacto previsto. Alberto per-

maneció en la casa. La cita era al norte de la ciudad, por

lo que debían atravesar ésta casi por completo, pasando

por el centro. Iban sin armas, considerando que ante unregistro de rutina eran mejor respaldo los documentospersonales. Se transportaban en una pequeña camioneta

Subaru, blanca, apodada La Danta. En la casa clandesti-

na, mientras durara la ceremonia, volverían a estar arma-

dos. En la ruta prevista no eran habituales los controles

y, siendo recto el itinerario, aquéllos podían ser detecta-

dos con antelación. De manera que de la casa salieron a

la séptima avenida y por ella se dirigieron al norte. Ro-

dearon la Plazuela España, siguieron rumbo a la Torre

del Reformador y alcanzaron el empalme con la calle

Mariscal Cruz. Allí el tráfico se hizo más intenso, debidoa confluir en ese punto los vehículos que llegan por la

Avenida de La Reforma. Más tarde pasaron bajo el puen-

te de la Penitenciaría, una obra de piedra, de principios

de siglo, por donde corre el ferrocarril que llega de la

Costa Sur. Después pasaron el Centro Cívico, una nueva

rotonda, hasta detenerse en el semáforo de la dieciocho

calle y séptima avenida, esquina del Edificio El Cielito.

Años atrás, al comenzar la guerra en la ciudad, la guerrilla

había ajusticiado allí a Bemal Hernández. A partir de es-

se punto entraron al centro viejo.

En la calle Martí y séptima avenida, antiguo Jocote-

nango, debía esperarlos Otoniel. Dejaron La Danta en

otro punto, de manera que el enlace no conociera el ve-

hículo, y llegaron a pie al punto de contacto. Mientras

esperaban junto al restaurante El Castillo, vieron a pa-

56

Page 59: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

sar en un carro a Manolo. Iba seguramente a alguna reu-

nión y se saludaron con los ojos. Al llegar Otoniel, a la

hora convenida, abordaron el vehículo de éste, una fur-

goneta amarilla, partiendo rumbo a la casa. Al doblar

por la Avenida Independencia, a mitad del trayecto, am-bos se tendieron en el piso del vehículo. Tenía vidrios

polai/izados, por lo cual no era necesario cubrirse el cuer-

po. Ningún vecino se percataría de que a la casa había

entrado alguien más en la furgoneta. Utilizando el mis-

mo ardid entraban y salían de la casa los combatientes

que llegaban a ella clandestinamente. Se suponía que en

la relsidencia sólo vivía una pareja, acompañada de la ma-dre de la esposa. Una vez en el ugar, el conductor sonó

la bocina, y alguien en el interior hizo correr la puerta

metálica del garage. Sólo cuando la puerta se hubo cerra-

do de nuevo los pasajeros furtivos se incorporaron y baja-

ron del vehículo.

Estaban en una vivienda común de pequeña burguesía,

en la zona 2 de la ciudad. Zoila, miembro del mando de

la unidad militar, con uniforme guerrillero y subametra-

lladora, les hizo encuentro en el vestíbulo. Les entregó

armas cortas y les pidió que esperaran un momento. Pa-

saron unos segundos, y a una señal de la muchacha entra-

ron en lo que debía ser una sala comedor, acondicionada

para la ceremonia. En el fondo, en el lugar de honor, tras

la mesita desde la que se presidiría el acto, se veían las

banderas nacional y de la organización. Azul y blanco, la

primera, con sus reminiscencias de acto escolar de la in-

fancia y su color de viejo cielo guatemalteco. La nuestra,

roja como la sangre, esquema de firmamento y a la vez

programa para el pueblo. A mitad del saloncito, con las

armas en descansen, lo mejor de lajuventud patria, la boi-

na en sesgo marcial y la mirada en las banderas. Otoniel,

Raúl, Efraín, Víctor, Zoila, Agustín, la mitad de la gue-

rrilla que había hecho arder la ciudad con el fuego de la

guerra revolucionaria. A una orden de Agustín, enérgica

pero confidencial, la guerrilla saludó presentando armas.

El ruido del acero resonó en le recinto. Ninguno tenía

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Page 60: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

más de veinticuatro años. Adela, tía de Zoila, el respaldo

adulto de la casa, ocupó un lugar junto a la mesita del

presidium. Vivía de lavar ropa y de coser y no sabía quéhacer con sus manos desocupadas. Era la viuda de unobrero, antiguo colaborador de las guerrillas anteriores,

muerto por el enemigo. Al ser asesinado su esposo, Adela

había sido capturada, pasando dos años en la cárcel. Al

salir se había hecho cargo de Zoila, proporcionándole

hogar y las primeras ideas revolucionarias. Ella y Cristina,

su cuñada, respaldo adulto de la otra escuadra guerrillera,

cosían las prendas de ropa que vendía en el mercado de

la Terminal de Autobuses el resto de mujeres de la fami-

lia, también integrada a la organización como base de

apoyo. Vivían en una barriada al sur de la ciudad, por el

rumbo de Los Guajitos.

El acto dio comienzo. La muchacha guerrillera, con el

arma en bandolera, comenzó así aquel parte del día:

Quien piense dirigir una guerra en la selva tiene queaprender de la flor del tamborillo. Ningún general

asedia al adversario con tanta maestría como esta

flor amarilla. Todos los años toma febrero por asal-

to, instaura la floración total de la primavera y se

retira sin ruido por las rutas de marzo.

A quien iban dirigidas estas palabras se le agolpó la vida

en un instante interminable. La compañera, en el silencio

de la salita, hablaba de los duros caminos de la guerra, de

las ideas que las esclarecen, del lugar de Paxil y Cayala,

donde hay mazorcas blancas y mazorcas amarillas, el lu-

gar del trabajo y la abundancia por el que batallamos.

Rememoraba a nuestros muertos y hacía el recuento de

los combates librados en los últimos meses. Quien escu-

chaba tenía el pensamiento muy lejos, en el mundo ver-

de, en el allá grande de los loros, donde años atrás una

guerrilla en la mañana de la selva había comenzado a

moverse en el sentido de la vida. Ahora estaban allí,

frente a él, multiplicados, dispuestos a tomar la alegría

58

Page 61: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

por asalto. Agustín, nacido de obreros, exnormalista, pe-

queño, delgado y moreno como el pueblo, leal a su clase

y a sus compañeros. Zoila, crecida en zonas marginales,

estudiante de ingeniería, su padre había muerto por la

causa que ahora ella también seguía. Efraín, estudiante

de comercio, puro, recto, como alguna vez habrá de ser

el hombre nuevo. Víctor, obrero, había dejado la fábrica

por la guerrilla y en ésta se comportaba con la laboriosi-

dad y la austera disciplina que forja en el hombre el tra-

bajo creador. Otoniel, hijo de padres revolucionarios, su

vida misma era fruto de la revolución y a ella había aspi-

rado desde su infancia en el exilio. Raúl, hijo de un poli-

cía, había llegado a ser por su esfuerzo presidente de los

estudiantes universitarios de su facultad. La vida social

había proporcionado la materia de que estaban hechosestos maravillosos combatientes. La organización estaba

forjando su conciencia y aun estaba logrando que el hie-

rro floreciera. Pacientes meses de trabajo político y for-

mación ideológica los habían dotado de la conciencia

necesaria para entender el mundo y transformarlo de

manera revolucionaria. A cada uno le ceñimos una faja

indígena, roja o amarilla, símbolo de la unidad entre

combatientes indígenas y ladinos, y les estrechamos la

mano. Por vivir un minuto como aquél valía la pena lu-

char una vida entera.

Al llegar la hora del juramento, un profundo silencio

se hizo en la salita. A lo lejos, en las calles cotidianas, se

oía el ruido de los vehículos del sábado y voces de niños

que jugaban en las vecindades. La hora más importante

de la vida había llegado para aquella guerrilla inolvidable.

El capitán no estaba ahí, pero lo teníamos en el pensa-

miento. Una noche de abril, al volver de un recorrido

por Baja Verapaz, le habíamos mostrado las estrellas

boreales, fijas por el rumbo de la Sierra de Chuacús.

Ahora no escucharía a los combatientes jurar, con su

timbre juvenil y aguerrido de soldados de la revolución,

que estaban dispuestos a luchar todos los días de la vida

y hasta la última gota de su sangre, para tomar el poder y

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Page 62: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

construir en Guatemala una sociedad nueva, una sociedad

donde los indios, los ladinos y todos los trabajadores ten-

gan el mismo derecho a participar en la producción y en

los beneficios de la riqueza social y de la cultura espiri-

tual; no los escucharía jurar que estaban dispuestos a

empuñar el arma sin vacilación, cuando se les pidiera o

fuera necesario, para ir en ayuda de la lucha revoluciona-

ria de los pobres de cualquier país del mundo y para com-batir al imperialismo en cualquier parte; no los escucharía

jurar que estaban dispuestos a luchar hasta la victoria

siempre por la revolución y por el Ejército Guerrillero

de los Pobres. Pero Lázaro habría de volver para verlos

cumplir su juramento.

Catorce días más tarde, el 18 de julio, la casa era ocu-

pada por el enemigo. La ofensiva antiguerrillera había co-

menzado diez días antes. El domingo 19, aniversario dela Revolución Sandinista, tropas del ejército rodearon la

manzana desde el amanecer, emplazando ametralladoras

pesadas en las bocacalles. Las unidades operativas habíansido transportadas en camiones militares, en un desplie-

gue de efectivos y medios que alarmó a los habitantes de

esa zona de la ciudad. En los alrededores, mezclados en-

tre la población civil, agentes de particular observaban

con discreción a personas y a vehículos que se movíanpor el área, a la caza de indicios o tratando de detectar

evacuaciones de viviendas provocadas por el operativo.

En la cuadra de la casa, el comando militar impedía la

salida de todos los moradores, mientras unidades de asal-

to penetraban a la vivienda deshabitada, ocupando armas

y documentos. Los reporteros de prensa recibieron del

personal militar el material gráfico de los interiores y de

los pertrechos ocupados, supuestamente un arsenal com-pleto, consistente en fusiles automáticos, lanzacohetes,

granadas y municiones. Aparecían también mantas de pro-

paganda que identificaban a la organización, aunque enla casa no había ninguna de estas mantas. En una habita-

ción, al fondo, encontraron una recámara de madera, a

prueba de ruido, construida en secreto allí durante las

60

Page 63: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

últimas semanas. Esto era real, pues iba a servir comocárcel del pueblo. Una unidad de zapadores colocó car-

gas explosivas en todo el edificio, y el comandante expli-

có que la vivienda iba a ser demolida. Aparentemente, al

presentarse el propietario, alarmado por los acontecimien-

tos y solicitando reconsiderar la orden de demolición, el

oficial desistió de su propósito. Dos días antes habíamossacado de la casa un lote de fusiles que estaba asignado a

las guerrillas locales de la ciudad. Ese domingo, la unidad

militar iba a realizar un atentado contra un ministro de

Estado.

La casa, en realidad, había sido ocupada la noche an-

terior por unidades enemigas, especiaUzadas en operacio-

nes de inteligencia. El operativo del domingo obedecía a

fines de guerra psicológica y propaganda. La guerrilla

había dejado la casa en el último minuto, cuando los

agentes enemigos en traje de paisano, a bordo de vehícu-

los particulares, se aprestaban a operar contra la vivienda.

La mañana de ese día, Víctor y Otoniel habían salido a

recuperar el vehículo que se iba a utilizar en el atentado

del día siguiente. Con saco y corbata uno, y el otro en

mono de deportista, habían encañonado a media mañanaal propietario de un pick-up, obligándolo a entregar las

llaves. Sin embargo, al revisar el vehículo, el estado del

motor no s^ correspondía con la cuidada apariencia ex-

tema. Por la tarde, vestidos de la misma manera, repitie-

ron la operación contra otro piloto. Esta vez, el vehículo

estaba en perfectas condiciones mecánicas, cubriéndolos

requerimientos que la operación de atentado exigía. La

única dificultad estribaba en que este segundo vehículo

estaba provisto de camper, y antes de conducirlo a la ba-

se de partida operativa era necesario desmontárselo. Para

ello, sin embargo, hacía falta una llave maestra, con la

cual no contaban en ese momento. Mientras Otoniel per-

manecía en un estacionamiento de vehículos, al cuidado

del pick-up recuperado, Víctor, en la furgoneta amarilla

de la escuadra, fue a conseguir la llave necesaria a la casa

de un colaborador. Se fue a las 4 PM y no volvió más.

61

Page 64: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

A las 6.30 PM, aproximadamente, Ruth llegó a la casa

de la guerrilla y ya encontró la alarma. Media hora antes,

al ver que su compañero no volvía, Otoniel había decidi-

do infórmale a Zoila, su responsable inmediata. Aprecian-

do la situación, a su vez, Zoila consideró indispensable

informarle a Efraín, jefe de la escuadra. Ambas compa-ñeras fueron a buscar un teléfono, por el rumbo del Cerro

del Carmen. Un Mustang deportivo arrancó en ese mo-mento de su estacionamiento frente a una de las casas

vecinas. En el trayecto, las compañeras pasaron por el

sitio de parqueo y vieron allí el pick^p solitario. No ha-

bía indicio alguno de movilización enemiga. Después de

comunicarle a Efra la situación, volvieron ala casa. Entre

la desaparición de Víctor y ese momento habían pasado,

cuando más, tres horas. Ya había anochecido, y en los

alrededores a las compañeras les llamó la atención una

camioneta con varios hombres dentro. Sin embargo,

pensaron que se trataba de los guardaespaldas de un fun-

cionario del gobierno que vivía en las cercanías. Tras dar

un corto rodeo, Ruth se encaminó a la casa clandestina

donde estaba viviendo provisionalmente, situada en la

manzana vecina. Ambos recursos habían sido alquilados

uno muy cerca del otro, sin que lo supieran los respecti-

vos responsables, debido a la compartimentación. Sin

embargo, esta segunda vivienda no fue afectada por el

operativo. A las 9 PM, aproximadamente, cuando Efraín,

a pie, se acercaba a la casa de la escuadra, detectó el sigi-

loso despliegue de los vehículos enemigos. Ocultándose

en el quicio de una puerta vio cuando la camioneta con

los hombres armados apareció por la avenida, pasó frente

a la casa muy despacio y cruzó precisamente en la esqui-

na donde él se había ocultado. Tras pasar frente a Efraín,

el vehículo continuó por la calle, hacia el oeste. Aprove-

chando esos instantes, Efraín penetró a la casa y dio or-

den de evacuarla de inmediato. Un escondite subterráneo

donde se guardaban documentos quedó con la tapa abier-

ta. Al salir, los compañeros cometieron el error de dejar

las armas cortas y dos subametralladoras. Al salir a la

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Page 65: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

Avenida Independencia, a la vuelta de la casa, vieron el

operativo enemigo enfilar hacia el objetivo. La tripulación

de uno de los vehículos de aseguramiento, estacionado

cerca de la esquina, reparó en las parejas que se retiraban

a prisa, una a poca distancia de la otra. Después de con-

trachequearse cuidadosamente, abordaron autobuses

urbanos, por separado, y salieron del sector. Más tarde,

desde un teléfono público, al otro lado de la ciudad,

Efraín llamó a la casa recién abandonada. Le respondió

la voz de un hombre que pretendía hacerse pasar por

compañero. Al preguntarle Efraín qué había pasado., si-

mulando que creía hablar con Víctor, el hombre respon-

dió que había tenido gripe. Efraín le dijo que se vieran

más tarde, proponiéndole llegar él a la casa. El hombrerespondió que eso no convenía, pues enfrente había unaradiopatrulla estacionada, siendo mejor que se vieran enlos boliches de la Avenida Independencia. Efraín le res-

pondió que estaba bien.

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Page 66: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad
Page 67: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

LOS RUGIDOS DEL BALAM

En el Castillo de Chichén-Itzá, en la recá-

mara central de otra construcción varios

siglos más antigua, descubierta en el inte-

rior de la actual pirámide, hay un hermosojaguar de piedra rojiza. Es de tamaño na-

tural, con incrustaciones de jade en los

ojos y en el cuerpo. En la penumbra de la

estancia, la fiera se halla en actitud de ru-

gir, y parece burlarse de quienes logran

subir la estrecha y empinada escalinata in-

terior para verlo de cerca.

El 8 de julio de 1981 había comenzado la fase especta-

cular de la ofensiva antiguerrillera urbana. A media ma-ñana de ese miércoles, emisiones informativas de una delas radioemisoras de la capital reportaban que en Vista

Hermosa, un suburbio elegante, al este de la ciudad, esta-

ban teniendo lugar violentos combates entre fuerzas del

ejército y guerrilleros cercados en una residencia. Unsector completo de esa zona urbana, situada en las estri-

baciones de las Montañas de Pinula, había sido acordo-

nado por las tropas, y no se permitía el acceso ala prensa

ni a personas particulares. Los carros de bomberos y las

radiopatrullas de la policía se dirigían al sector, sonandolas sirenas y haciendo girar las luces intermitentes. La

población civil del área estaba siendo evacuada, aunquefaltaban por salir los alumnos de un colegio. Algo muygrave estaba sucediendo. Avances noticiosos posteriores,

en efecto, daban cuenta de que carros de combate del

ejército disparaban con cañón contra la residencia sitiada.

A eso del medio día, una fuerte explosión que se escu-

chó en toda la ciudad puso fin a la resistencia de los gue-

rrilleros copados. Los telenoticieros del medio día pre-

sentaron el reportaje fílmico de los acontecimientos.

Con el teleobjetivo, desde lejos, la cámara enfocaba la

sólida construcción de tres plantas sobre la que se cen-

65

Page 68: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

traba la atención general. El sonido de lo que ocurría enel terreno no se correspondía con las imágenes, debido a

la distancia desde la que las escenas habían sido tomadas.

Al acercar al máximo la imagen, por las azoteas, fugaz-

mente, se veía aparecer a los sitiados, abriendo fuego,

aunque los disparos sólo se distinguían por la breve hu-mareda que brotaba de la boca de las armas. En otra es-

cena, la cámara enfocó a uno de los carros de combate,en el momento del disparo, sin que se percibiera de éste

más que el fogonazo y el humo. Al dar contra la residen-

cia, la silenciosa explosión del proyectil derrumbó unode los muros delanteros, en sorda deflagración de humoy polvareda. Más tarde, una figura que trepó hasta la

azotea dejó caer por la chimenea algo como un paquete,

alejándose inmediatamente. Segundos más tarde, unapotente explosión en el interior de la vivienda puso fin a

toda resistencia. Era la explosión que se había escuchado

al medio día.

Los reportajes periodísticos del día siguiente dieron

cuenta con amplitud de los detalles del operativo. Unade las casas de seguridad de la Organización del Puebloen Armas, donde se concentraban aproximadamente die-

cisiete combatientes, había sido destruida por las fuerzas

de seguridad, en la mayor operación antiguerrillera delos últimos años. Copados desde el amanecer en el inte-

rior de la residencia, los guerrilleros habían resistido has-

ta el medio día, impidiendo con fuego de fusilería el

avance de las unidades de asalto. Una tras otra, las embes-tidas del ejército habían sido rechazadas por los sitiados

con nutrido fuego de fusilería, sin atender los llamados a

la rendición que se les hicieron por medio de altavoces.

Había sido, en efecto, una resistencia heroica. Al termi-

nar el combate, se decía que entre los escombros de la

residencia se habían encontrado diecisiete cadáveres. Eran

todos jóvenes, hombres y mujeres, la mayoría armadoscon fusiles automáticos. De las informaciones podía de-

ducirse que en la casa se hallaba la fábrica de explosivos

de la organización, ya que se había encontrado una im-

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Page 69: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

portante cantidad de minas terminadas, así como los ins-

trumentos y la materia prima para fabricarías. Se trataba

de una residencia alquilada, cuyo arrendatario era unprofesional extranjero que la había rentado utilizando

papeles falsos. La información sugería que la actividad

clandestina había sido detectada por las fuerzas de segu-

ridad del gobierno a raíz de algún dato derivado de la

falsa identidad del profesional mencionado.Reconstruyendo con mayores elementos las razones

del golpe, arribamos a algunas conclusiones iniciales. La

vivienda, en efecto, había sido arrendada por alguien quese había identificado con documentos falsos, aunque con

el fuerte respaldo que prestan la apariencia y la posesión

de recursos. El régimen de clandestinidad observado por

los compañeros, por otra parte, era estricto, y aparente-

mente no dejaba resquicios para la detección casual por

terceros. Los combatientes acuartelados allí estaban de

paso para otros Frentes y no conocían la ubicación de la

casa. Se les introducía a la vivienda con los ojos cerrados,

a bordo de vehículos con vidrios polarizados, observan-

do en el interior de la casa una rigurosa disciplina. Losvecinos, probablemente, podían haber escuchado alguna

vez un número mayor de voces que el que correspondía

a la cantidad de habitantes aparentes, lo cual podía ha-

berse constituido en un indicio. Estos elementos, sin em-bargo, eran hechos aislados que no bastaban para expücarlo ocurrido. La única explicación del golpe era entoncesuna denuncia directa de alguien que conociera la ubica-

ción de la casa. Esto, a la vez, lo desestimábamos, ya quequienes conocían la casa habían muerto en el combate oestaban en ese momento bajo control de la organización.

Sin embargo, había un detalle necesario de tomar encuenta. El 26 de junio, doce días antes del golpe, el vo-

cero de la oficina de relaciones públicas del ejército ha-

bía presentado por televisión a dos combatientes captu-

rados que pertenecían a la organización golpeada. Amboseran campesinos, indígenas, n^uy jóvenes, y habían sido

hechos prisioneros en un Frente rural. En sus declaracio-

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Page 70: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

nes públicas, estos cautivos habían dado detalles acerca

de su reclutamiento, de un viaje al exterior a entrenarse

y del funcionamiento interno de la organización. La in-

formación secreta en manos del enemigo, lógicamente,

podía ser mucha más. Era posible, por ejemplo, que estos

prisioneros hubieran descrito el interior de la vivienda en

que habían habitado a su paso por la ciudad, con lo que

el enemigo podía deducir el tipo de infraestructura

que utlizaba la organización para estos trasiegos. A par-

tir de este elemento no era difícil hacer un listado de las

residencias de este tipo que se hallaban alquiladas en

aquel momento en la ciudad y seguidamente proceder a

la investigación pormenorizada y secreta de cada una de

ellas. Cotejando la documentación personal de los arren-

datarios o chequeando selectivamente las viviendas sos-

pechosas de albergar guerrilleros, era posible para el ene-

migo determinar cuáles eran probables casas de seguridad.

Al detectar ésta en concreto, el enemigo habría operado

inmediatamente. Esto significaba, además, que el ejérci-

to conocía ya un determinado tipo de vivienda utilizado

por el movimiento revolucionario en la ciudad y que

esta clase de residencias iban a estar sujetas en adelante a

investigación. Con todo y ello, concluíamos que el mar-

gen de seguridad era todavía ampHo en nuestro caso yque si el enemigo había golpeado a la organización her-

mana era debido a errores concretos cometidos por los

compañeros. Por lo demás, pensábamos, las viviendas al-

quiladas en la ciudad eran miles y el aparato enemigo nopodía estar en capacidad de investigarlas todas. Elevando

las medidas de seguridad y manteniéndonos alertas creía-

mos que era posible conjurar nuevos golpes.

Todas estas hipótesis se vinieron al suelo al día siguien-

te. El viernes 10, dos días después del primer ataque, los

noticieros vespertinos dieron cuenta otra vez de la reali-

zación de un gran operativo militar. Una nueva residen-

cia, ahora en la colonia El Carmen, al sur de la ciudad,

había sido rodeada por efectivos del ejército, esta vez a

partir del medio día. En todo el sector urbano se escu-

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Page 71: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

chaban prolongadas balaceras y disparos de cañón. Las

informaciones posteriores reportaban ahora un númeromayor de muertos de parte de la organización hermana.

También en esta ocasión, según la información oficial,

un gran arsenal, explosivos, municiones, equipo militar yabundante propaganda habían sido ocupados por el ejér-

cito. Entre los muertos había otra vez mujeres y algunos

profesionales universitarios. Todo el sector del enfrenta-

miento había sido acordonado y los oficiales no permi-

tían el acceso de la prensa al lugar de los sucesos. Las

noticias de prensa destacaban que una vez más, a pesar

de la gran envergadura del operativo ant\^uerrillero, la

población civil no había sufrido daños. Los técnicos mi-

litares en publicidad le habían repartido a la prensa, comoen la operación precedente, las fotografías de los hechos

y la versión oficial de lo ocurrido. Según estas informa-

ciones, la vivienda había sido detectada por denuncias

de los vecinos, tras notar en el interior actividades inu-

suales o sospechosas por parte de los moradores. Segúnlos compañeros, en efecto, una posible causa del golpe

podría haber sido el haber levantado, como medida de

precaución y para evitar ser observados por los vecinos,

una franja adicional de lámina por encima de un murocompartido. Esto podría haber levantado sospechas.

Nuestra conclusión era lógica. La organizaicón hermanaestaba siendo golpeada debido a errores concretos en el

uso de un determinado esquema de infraestructura. Mien-

tras nosotros no incurriéramos en similares errores, está-

bamos a salvo. De nuevo se trataba de una mansión, de

arrendatarios con papeles falsos, de vehículos con vidrios

polarizados, de combatientes en gran número habitando

la casa clandestinamente. Literas, ollas de gran tamañopara hacer el rancho, grandes cantidades de víveres alma-

cenados. Verdaderos cuarteles guerrilleros que no sopor-

taban la menor investigación y que a la hora de un ataque

enemigo se convertían en terribles ratoneras.

El análisis del nuevo golpe y recientes informaciones

relacionadas con el anterior arrojaban elementos de ex-

69

Page 72: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

plicación un tanto más concretos. Para comenzar, era

indudable que el enemigo contaba con suficiente infor-

mación previa y que el segundo ataque formaba parte de

todo un plan de campaña. Al día siguiente del ataque a

la casa de Vista Hermosa, un oficial enemigo que había

participado en la operación le había comentado a unaamiga el operativo que iba a tener lugar al día siguiente.

La mujer sólo pudo trasladamos la información después

de los hechos. Ahora sabíamos, además, que a la primera

residencia, algunos días antes del ataque, había llegado

el propietario del inmueble, supuestamente para hacer

un avalúo de la propiedad. El compañero que en la casa

aparentaba hacer trabajo de jardinería, le había impedi-

do la entrada, pretextando tener instrucciones expresas

al respecto por parte de sus celosos patrones. El propie-

tario, y el supuesto agente valuador que lo acompañaba,en cierto momento habían tratado de meterse a la resi-

dencia, aun contra la oposición del jardinero, invocando

derecho de propiedad;pero el compañero se los impidió,

también con cierta violencia. Más tarde, el propietario

llamó por teléfono al arrendatario, insistiéndole en per-

mitirle efectuar el avalúo bancario. Esta vez, el propieta-

rio recibió otra negativa, ahora sobre la base del derecho

a la privacidad que otorga el contrato. Se trataba, a todas

luces, de una verificación disfrazada. Seguía quedando

en la oscuridad cuál había sido la fuente original de la

información.

En los días subsiguientes, por las más diversas vías,

comenzaron a llegamos diversas "explicaciones". Uncompañero que habitaba en la primera casa atacada, al

acercarse a la vivienda en la madmgada del combate, ha-

bía detectado el cerco enemigo, regresando a la casa que

precisamente había sido atacada dos días después. Los

agentes enemigos pudieron haberlo seguido, establecien-

do así la ubicación de la segunda vivienda. Una delación

desde dentro de la organización tampoco era posible,

puesto que los compañeros que conocían la localización

de la vivienda y estaban con vida, habían perdido en el

70

Page 73: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

operativo a la novia, al hermano, a la compañera de vida.

En febrero, si nos recordábamos, había tenido lugar uncenso general de viviendas. Estudiantes, empleados públi-

cos, trabajadores de estadística, como suele hacerse en

estos casos, habían visitado casa por casa, provistos de

formularios para hacer el recuento de la población ur-

bana. Solicitaban el número de habitantes de la vivien-

da, el nombre y la ocupación de cada uno de ellos. Deesta forma, los datos básicos de los moradores quedaban

registrados. Toda esta información había sido computari-

zada. Más tarde, mediante encuestas sobre diversos aspec-

tos de la situación urbana, nuevos encuestadores, esta

vez de instituciones privadas, registraban la edad, el in-

greso y ciertas opiniones sobre temas sociales. Por este

medio, se decía, establecía el enemigo la composición

social, la edad y la ocupación real de los encuestados. Apartir de estos datos no resultaba difícil para los investi-

gadores ubicar a los núcleos familiares compuestos por

parejas jóvenes, de ocupación laboral inexistente o cuyos

nombres no coincidían con los que habían declarado la

primera vez. Las casas alquiladas por parejas jóvenes, sin

ocupación verificable o por alguien cuyos datos no coin-

cidían con los registrados en el censo inicial, eran inves-

tigadas en secreto y pormenorizadamente. Otras versio-

nes referían que el objetivo de las encuestas era más bien

establecer el tiempo que llevaba la familia habitando la

casa. El criterio del enemigo era que los guerrilleros se

caracterizan por el frecuente cambio de vivienda, debido

al rápido deterioro que provoca en su cobertura, la acti-

vidad clandestina. Por lo tanto, toda vivienda alquilada

en los útlimos seis meses iba a ser investigada, especial-

mente aquellos cambios de domicilio que hubieran teni-

do lugar a partir del ataque a la casa de Vista Hermosa.

El enemigo, se decía, partía del criterio de que los revo-

lucionarios iban a cambiar todas aquellas viviendas que

entraran en el esquema de las casas atacadas. Más tarde,

a este criterio se agregaba una nueva vaijante. La clave

de las investigaciones enemigas residía en el estudio del

71

Page 74: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

contrato mismo. Este, en efecto, debe hacerse por ley

ante notario público. En el documento contractual que-

dan registrados los datos del arrendatario y los del fiador

correspondiente. El enemigo, se decía, estaba investigan-

do de oficio todos los contratos de arrendamiento ycompraventa que se realizaban, mediante el examen de

los protocolos notariales. Se había ordenado a abogados

y notarios presentar esta documentación confidencial

con más frecuencia en la Corte Suprema de Justicia. Allí

los sabuesos del enemigo cotejaban datos, analizaban fe-

chas y verificaban la autenticidad de la documentación

personal de los contratantes. Toda esta información pa-

saba a los centros de computación del ejército.

En la segunda quincena de julio la ofensiva enemiga

cobró ritmo creciente. Uno tras otro se producían los

operativos contra la infraestructura guerrillera urbana.

El 29 de julio, en la zona 14 de la ciudad era atacada otra

residencia de la Organización del Pueblo en Armas. En el

ataque había caído el comandante Antonio y varios cua-

dros medios. Habían comenzado a golpear a nivel de la

dirección revolucionaria. Las fotos de prensa traían esce-

nas de los resultados del ataque. Los cuerpos de los com-pañeros, en las posturas últimas de la muerte, con las

armas empuñadas todavía, estaban regados por el jardín

y en el vestíbulo. De alguna manera, esta nueva operación

enemiga estaba relacionada con otro hecho simultáneo.

La mañana del 29, un compañero que vivía en la casa de

Antonio se trasladaba en vehículo, acompañado de otro

combatiente, por la zona 13 de la ciudad, cayendo en untapón del enemigo. El conductor fue muerto en el tiro-

teo que se produjo cuando los compañeros no obedecie-

ron el alto. El combatiente mencionado logró escapar

milagrosamente, por los barrancos aledaños, tras intensa

persecución. A medio día se producía el operativo contra

la casa de Antonio. El compañero se quedó sin contacto

y recurrió a nosotros para enlazar de nuevo con su orga-

nización. Agustín, quien lo veía, pues estábamos prepa-

rando conjuntamente la evacuación de una vivienda de

72

Page 75: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

la organización hermana, mantuvo contacto con él du-

rante algunos días, mientras le informábamos de la situa-

ción a sus responsables.

La saturación operativa de la ciudad comenzó a poner-

se en evidencia. Agustín y su escuadra, casualmente, ha-

bían alquilado una vivienda a dos cuadras de la última

vivienda atacada. A medio día, mientras se ocupaban de

concluir los depósitos subterráneos para guardar algunos

recursos, vieron el despliegue del cerco poHciaco. En unprimer momento, con razón, consideraron que se trataba

de un operativo contra su casa y se prepararon para rom-per el cerco. En ese momento, sin embargo, comenzarona sonar las explosiones y el tiroteo en la residencia cerca-

na. El cerco de la poHcía terminaba en la esquina de la

casa en que se hallaban. Los compañeros comprendieronla situación. De todas maneras, previendo un cateo pos-

terior, abandonaron la vivienda. Transportaron en el ve-

hículo, apenas cubiertas con un poncho, las subametralla-

doras y el lanzacohetes de la unidad. Más tarde debieron

volver a la casa evacuada a rellenar los depósitos incon-

clusos y entregar la casa a su propietario con cualquier

pretexto. Cautro días más tarde, esta vez en la colonia

Miraflores, en la zona 1 1 , otra casa era ocupada por el

enemigo. Este operativo, sin embargo, había tenido lugar

contra una vivienda abandonada días antes por la orga-

nización hermana. El ejército introdujo en secreto armas

y propaganda al local, antes de la ocupación pública,

presentando lo hallado a la prensa como botín de guerra

efectivo. Los compañeros nos habían informado con

antelación de otras casas evacuadas por ellos reciente-

mente, previniéndonos respecto al inminente operativo

enemigo contra ellas. Prácticamente estaban desmontan-

do toda su infraestructura, basada en un mismo esquema.

Sabíamos que Gaspar Ilom, jefe de la organización, esta-

ba en ese momento en la ciudad, y temíamos por él.

En las calles, mientras tanto, los mecanismos tradicio-

nales de control se mantuvieron inalterables. Vehículos

con placas de una determinada serie, ya conocida de so-

73

Page 76: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

bra por nosotros, seguían siendo utlizados para el patrulla-

je de rutina. Eran los habituales hombres armados, en

traje de civil, malencarados y prepotentes, a bordo de

vehículos que a simple vista delataban el oficio de sus tri-

pulantes. De la misma manera continuaron los controles

de vehículos en ciertos puntos de la ciudad. Discretamen-

te, sin embargo, comenzaron a operar nuevos agentes del

enemigo, cuya apariencia rompía completamente los es-

quemas conocidos. Eran, por ejemplo, hombres que pa-

recían nóveles empresarios, a bordo de vehículos de lujo.

Su vestimenta y sus maneras se correspondían perfecta-

mente con las características del área urbana donde esta-

ban operando. Sus armas no eran visibles, aunque sí lo

era, eventualmente, la larga antena del radio de que podía

estar provisto el vehículo. Ni la apariencia, ni la edad, ni

el sexo del agente obedecían a un esquema. Al local

donde imprimía su propaganda una organización estu-

diantil de oposición, por ejemplo, se presentó por esos

días la propietaria del inmueble, acompañada de una su-

puesta amiga, la cual únicamente se dedicó a observar el

interior del local y las características de los muchachos. La

propietaria conversó amablemente con ellos y les pidió

tomaran como secretaria a una sobrina suya desempleada.

Los estudiantes, evaluando posteriormente la visita, die-

ron por hecho que ante esa solicitud de la propietaria, la

seguridad del local estaba garantizada. Esa significación

le atribuían a la petición de la propietaria. Al día siguien-

te, el enemigo ocupó por sorpresa el local, capturando a

los muchachos y le dio muerte a uno de ellos, durante la

refriega que se produjo en la esquina, al tratar éste de es-

capar. Días más tarde, la artera propietaria fue muerta a

tiros por los compañeros de los estudiantes. A la mujer

que la acompañaba no volvió a vérsele.

Las consecuencias iniciales de la ofensiva enemiga fue-

ron las que el ejército había previsto. Del ataque a las re-

sidencias, y de sus bases artificiales, se derivaban varias

implicaciones. La primera y más de bulto consistía en

que el esquema de la casa alquilada, sobre la base de do-

74

Page 77: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

cumentación flasa, no podía seguirse manteniendo. Era

necesario desocuparlas a toda prisa, antes de que fueran

golpeadas por el enemigo, una tras otra. De este hecho

básico se desprendían otras consecuencias. En cada casa

el enemigo hacía prisioneros y ocupaba documentos, de

los cuales se derivaban nuevas impUcaciones y riesgos

potenciales, formando verdaderos complejos. Si la cédu-

la del arrendatario era falsa, a menudo no lo eran los

documentos del fiador, el cual corría a partir de ese mo-mento riesgos evidentes. Esta situación se agravaba por

el hecho de que, por lo general, quienes prestaban este

tipo de servicios no eran militantes. La organización, por

ejemplo, no podía ordenarles pasar a la clandestinidad.

Eran ciudadanos con vida legal, con esposa, hijos y tra-

bajo normal. Estaban sujeto a compromisos que la orga-

nización no podía anular por decreto. La cuchilla del

enemigo no distinguía matices ni jerarquías en el com-

promiso, capturando o asesinando sin más trámite a los

involucrados. Los dos hermanos de un compañero, uno

de los cuales había sido el arrendatario de una de nuestras

casas clandestinas, fueron secuestrados sucesivamente

por el enemigo y asesinados de inmediato. Para ello se

basó en los apellidos, y no tuvo escrúpulos en asesinar al

primero, no obstante haber sido el segundo el firmante

del contrato. La ocupación por el enemigo de documen-tos personales o de vehículos legales tenía las mismasimplicaciones. De manera que el listado de los recursos

legales de que debíamos deshacernos, la cancelación de

contratos que debíamos llevar a cabo y los avisos corres-

pondientes a los involucrados, crecía diariamente, multi-

plicándose con cada nuevo golpe. Lo mismo ocurría con

los capturados vivos. Por cuestión de método es necesario

cambiar o tomar las medidas correspondientes en relación

a los recursos o a las informaciones que conoce cualquier

miembro de la organización que es hecho prisionero. Y a

las lógicas medidas que debíamos tomar, en atención a las

reglas del arte conspirativo, vinieron a sumarse, a partir

de ciertas fechas, las decisiones que imponía un nuevo

75

Page 78: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

fenómeno que comenzó a producirse. Los propietarios

de las viviendas, en efecto, ante el riesgo de que sus in-

muebles fueran demolidos durante los operativos, pro-

pagandizados ampliamente por los medios de comunica-

ción, por propia iniciativa llamaban a los inquilinos, verifi-

cando datos, inquiriendo por el año exacto de graduación,

corroborando la explicación inicial que se les había pro-

porcionado al alquilar la vivienda. Algunos lo hacían

personalmente, en visitas cargadas de aprensiones, de cir-

cunloquios, de reticencias. O simplemente enviaban a unempleado a verificar la actividad real de los moradores,

con algún pretexto. Temían ver reducido a escombros lo

que consideraban su legítimo patrimonio. Reconstruir

posteriormente con los compañeros el diálogo sostenido

con el propietario o la actitud del empleado que había

llegado a colocar un nuevo vidrio, sin que se hubiera so-

licitado, era una tarea abrumadora, en la que por lo ge-

neral no podían extraerse datos concluyentes. Podía ser

una investigación inducida por el enemigo o simplemente

una iniciativa espontánea de los propietarios. La falta de

rigor previo en el control de los factores de la clandesti-

nidad hacía virtualmente imposible arribar a conclusiones

útiles. De la apreciación final dependían vidas de com-pañeros o de colaboradores. O del margen de tiempoque creyéramos tener para tomar las medidas pertinen-

tes. Pronto nos dimos cuenta de que muchas de nuestras

previsiones se quedaban cortas, al percatamos, por ejem-

plo, de que no todos los muertos reportados por el ene-

migo eran necesariamente reales. Los compañeros podíanigualmente haber sido capturados vivos. Mientras algún

propio no viera personalmente el cadáver, a nadie podía

dársele por muerto. Por las noches, a las viviendas se pre-

sentaban parejas de jóvenes que preguntaban el apellido

de la familia y anotaban el programa de televisión queen ese momento estaban viendo. Decían pertenecer a

empresas privadas dedicadas a este tipo de encuestas.

Una de las características de la lucha clandestina urba-

na es el alto grado de compartimentación en que necesa-

76

Page 79: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

riamente se desenvuelve aquélla. Aunque este métododel arte conspirativo no se cumpla estrictamente, su apli-

cación general como criterio de trabajo es suficiente mu-chas veces para preservar a militantes y recursos de los

golpes del enemigo. Sin embargo, en situación de ofensi-

va, este método se revierte en muchos aspectos contra

quienes lo utilizan. Que cada militante sólo conozca unaparte, en efecto, le permite a la organización, en caso de

captura, por ejemplo, mantener el resto a buen recaudo

y continuar el funcionamiento. Pero esta parcelación de

los secretos, en determinadas circunstancias, le impide a

la dirección, en su momento, avisar con rapidez a la es-

tructura amenazada o establecer inmediatamente datos

que son indispensables para tomar una decisión de vida

o muerte. Esperar el contacto que tendrá lugar hasta el

día siguiente, con el militante que conoce un nombre,

una dirección o un dato crucial, y avisar hasta entonces

a aquéllos cuya vida puede depender precisamente de

ese dato, ocurre con frecuencia en los momentos críti-

cos. En las experiencias que relatamos aquí, muchas vi-

das se salvaron y otras se perdieron debido al aviso quellegó oportunamente o demasiado tarde.

Como consecuencia de este conjunto de factores, las

estructuras clandestinas, asentadas artificialmente en la

ciudad, cedieron ante el embate de las operaciones ene-

migas. A partir de las primeras residencias asaltadas por

el ejército, con alarde de fuerza y amplio despliegue pu-

blicitario, el funcionamiento clandestino en que durante

años se había basado la guerra en la ciudad, comenzó a

desorganizarse. La población urbana que simpatizaba

con la causa revolucionaria, el pueblo, ciertamente, nocreía las informaciones del ejército. Simplemente se ne-

gaba a otorgarle crédito a las versiones que propalaba unenemigo que se caracteriza por falsear la realidad. O sim-

plemente se negaba a aceptar que su vanguardia guerrillera

pudiera ser golpeada por el adversario. La gente se expli-

caba los golpes como artimañas del enemigo para justifi-

car alguna nueva masacre o para hacer propaganda. Las

77

Page 80: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

pintas revolucionarias en homenaje a los héroes de Vista

Hermosa, por ejemplo, o los comunicados guerrilleros

reconociendo los golpes, eran valorados por la población

trabajadora de la ciudad como honradez innecesaria o

aun como boletines apócrifos a los que nadie debería

dar crédito. Tanto es el amor del pueblo por su vanguar-

dia. La relación de las fuerzas, sin embargo, está hecha

en determinados momentos de elementos muy concretos,

de realidades simples y materiales, y los meros deseos nobastan para alterarlas. Los hechos estaban ahí. No se ha-

bía apagado el retumbo de los últimos cañonazos cuandouna nueva casa de seguridad caía bajo el ataque enemigo.

Al principio, las viviendas en peligro efectivo eran des-

ocupadas por sus moradores en secreto, ordenadamente,

evacuando personal, armas, documentos, muebles, ropa,

provisiones. La sucesión de los golpes, sin embargo, y la

multiplicación geométrica de las implicaciones de seguri-

dad que globalmente provocaban las ocupaciones, acele-

raron las decisiones preventivas. El Frente en su conjunto

entró en un virtual periodo de evacuaciones y trasiegos,

decididos contra reloj. Algunas casas fueron abandonadastal como estaban en el último minuto, con la comida del

desayuno servida o con las luces encendidas, según fuera

la hora en que sus habitantes hubieran recibido la orden

de dejarlas. Hubo alguna vivienda que fue desocupada

sólo dos días después que sus moradores se habían insta-

lado en ella. Había sido evacuada un para de semanas

atrás por otro núcleo clandestino, preventivamente, ylos compañeros recién instalados recibieron información

de que iba a ser atacada a la mañana siguiente. Estábamoscerrando el círculo mortal de una guerra asentada sobre

meros artificios.

La ofensiva antiguerrillera, en realidad, había sido pre-

parada por el enemigo con meses de anticipación. Loque ahora vivíamos era su letal apogeo. En silencio, se-

gún la naturaleza del verdadero secreto, el adversario

montó pieza por pieza la maquinaria de su aparato de in-

teligencia. La experiencia acumulada por los sionistas

78

Page 81: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

israelíes en su guerra de exterminio contra el pueblo pa-

lestino y la fría doctrina de la eficacia en que basaron las

matanzas de revolucionarios los militares argentinos, fue-

ron los principales modelos del tenebroso mecanismo.

Sólo aquellos generales con poder de jefes de Estado co-

nocen a los verdaderos cerebros de la conspiración blan-

ca. Son los artífices de la estrategia silenciosa basada en el

cálculo y en el descuartizamiento, la única arma eficaz

que se conoce para enfrentar al revolucionario profesio-

nal, a aquél que basa su acción en las reglas del arte cons-

pirativo. Descendiendo de los jefes, con rigurosa vertica-

lidad y compartimentación, se ramifican los engranajes

de la maquinaria. Su visión es global y su trabajo es a lar-

go plazo. Se basa en el detalle y en la capacidad de recons-

truir, a partir de un elemento, verdaderos cuadros de

conjunto. Saben que la guerrilla es a la vez como Proteo

y como el ave mitológica que resurge perenne de sus pro-

pias cenizas. La lucha contra ella, por lo tanto, es perma-

nente, tiene lugar por cíelos y hay que cuidar celosamente

el secreto de las victorias parciales. Ningún dato, por pe-

queño que sea carece de valor, pues es parte de un con-

junto complejo y coherente. Sólo una vez que el conjunto

se conoce entra a cortar el mecanismo. Ninguna pieza de

la maquinaria debe ser conocida por el adversario, puesto

que en cada una de sus partes, como en los fragmentos

de un espejo, está la identidad del gran secreto. Es comouna enorme máquina de cristal que no puede ser tocada

ni vista por su víctima. Por esa razón no es ella directa-

mente la que arrasa, descuartiza o hiere, sino los otros

órganos de bestia del enemigo. La máquina señala, indica,

orienta, extraviando a su enemigo en un complejo labe-

rinto de espejos que lo confunde y alucina durante el

tiempo que ella requiere para efectuar la retirada. De ca-

da hecho suyo da una explicación que desorienta acerca

del secreto que lo hizo posible y aun de su misma exis-

tencia. Nunca habrá de decir qué combatientes murieron

de verdad y cuáles sobrellevan en Bruselas, por ejemplo,

la despreciable y sórdida vida de los traidores.

79

Page 82: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

Meses más tarde, cuando ya la ofensiva antiguerrillera

en la ciudad había terminado, quienes en algún momentoestuvieron en el interior de la máquina y por alguna razón

salieron de ella, conocieron algo de sus mecanismos y los

describieron. Su relato es el trayecto por un laberinto de

espejos. Habían sido capturados intempestivamente, es-

perando algún contacto o a la salida de una reunión, sin

que sus compañeros se enteraran del hecho sino muchashoras más tarde. El cuerpo poUciaco que los había cap-

turado les aplicó los métodos de detención y de interro-

gatorio tradicionales. Una vez en el interior del vehículo,

tras cachearlos cuidadosamente, fueron puestos bocaba-

jo, con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados.

Al descubrirles los ojos, ya en el gabinete de interrogato-

rio, veían ante ellos a algún jefe policial conocido por su

brutalidad y su falta de escrúpulos. Este, sin preámbulos,

comenzaba el interrogatorio. Bofetones, rodillazos, pata-

das que insensibilizan el cuerpo, aunque en la mente de-

jan lampos de lucidez suficiente para prever las respuestas

y articular coartadas. La conciencia y la voluntad de lu-

cha siguen aún intactas. Ante las negativas del prisionero

o frente a la evidencia de sus contradicciones, preguntas

sucesivas que no dejan tiempo a pensar. Los interrogado-

res inquieren alternadamente, sin posibilidad de respiro,

atenazando y agobiando al militante cautivo. La sóUda

coartada tras la que, finalmente, se ha atrincherado el

prisionero, se desmorona como castillo de naipes ante

el inesperado careo con un traidor. En realidad, éste iba

en uno de los vehículos de captura, convenientemente

oculto tras los vidrios polarizados. Era aparentemen-

te quien había señalado al militante en la calle, avisando

por radio a la unidad operativa. Este dice el nombre real

del prisionero, el seudónimo usual, el organismo al que

pertenece, recordándole quizás alguna acción revolucio-

naria en la que participaron juntos. O reconoce los he-

chos o niega conocer a quien trata de inculparlo. Si deci-

de lo primero, habrá dado el inicial paso en falso, en uncamino que no tiene retomo. Pocos días después se le

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Page 83: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

verá a su vez en un vehículo enemigo, señalando compa-ñeros, colaborando en los interrogatorios o de pie en unaparada de buses, corrió si aparentemente estuviera solo ynunca hubiera sido detenido. Si persiste en su negativa,

la alternativa es la asfixia en la capucha, el tormento, la

muerte, manteniendo íntegra, allá en el fondo, la convic-

ción que lo llevó a entregar la vida a la más grande de las

causas. Pero esta opción la asumen únicamente quienes

han entendido que la organización no termina con nues-

tra captura, quienes han comprendido que la lucha del

pueblo no se detiene por el pequeño hecho de nuestra

muerte. Es el minuto crucial del revolucionario, el mo-mento de escupirle la cara a los esbirros y de morderse la

lengua. Si dice algo más que no sea la consigna de la orga-

nización, la máquina se da cuenta y comienza a triturarlo.

Un oficial enemigo en traje de civil, perfectamente afei-

tado, de modales tranquilos y lógica atrayente, lo reclama

entonces y lo conduce lejos de aquellos verdugos. El mi-

litante tiene ya una semana de haber sido detenido, yentre una y otra sesión de interrogatorio permanece en

un vehículo de la organización, capturado en otro opera-

tivo, en un oscuro garage del cuerpo poHcial. Junto a él,

otros compañeros cautivos esperan el momento de con-

currir a su vez al interrogatorio. Están vendados, conprohibición de hablar entre ellos, vigilados de cerca por

hombres armados. Para cambiar de postura o para hacer

sus necesidades deben solicitar permiso a los esbirros.

Frente a todos, siempre con la venda en los ojos, orinan

o defecan en la reposadera del garage. Luego, vuelven a

su puesto en el vehículo. Ahora, sin embargo, el militante'

es trasladado por el joven oficial a un centro de detención

diferente. Mientras lo conduce en el vehículo, vendadode todas maneras, aunque tratado con miramiento, el

oficial le recuerda un hecho ya olvidado. Tres años antes,

durante una acción de barricadas, el militante, entonces

miembro de una organización estudiantil de izquierda,

había sido capturado por la policía. En aquella ocasión

también había sido maltratado, aunque entonces los car-

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Page 84: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

gos eran leves. Sin embargo, quien ahora le hablaba lo

había rescatado entonces de manos de la pohcía y lo ha-

bía amonestado paternalmente, instándolo a abandonar

ese camino. Aquella vez, el oficial había invocado la extre-

ma juventud del prisionero, tratando de persuadirlo. Aho-ra estaba otra vez ahí, reincidiendo. En esta ocasión los

cargos era graves, aunque una vez más la alternativa tam-

poco era necesariamente la muerte. Ellos no acostumbra-

ban ejercer la violencia sobre sus cautivos, pues conocían

la capacidad de reflexión y el sentido común de los revo-

lucionarios. Si quería, él lo iba a ayudar, evitándole males

innecesarios. Eso sí, debía colaborar, siendo razonable.

No era, por supuesto, mucho lo que le pedía. Ya conocía

casi todo lo que el militante podía informar. Únicamentele hacían falta algunos datos, los cuales le pedía puntua-

lizar debidamente. La forma de hacerlo era escribiendo,

pormenorizadamente, una autobiografía, un relato deta-

llado de su militancia revolucionaria. Para eliminarle ex-

crúpulos le dio los datos que sobre él poseía. Era prácti-

camente todo, desde los tiempos en que era un estudiante

rebelde. Y el archivo que tenían de la organización en su

conjunto, principalmente de la rama urbana, era similar.

Le mostró álbumes con fotografías donde aparecían va-

rios dirigentes de la organización, con seudónimos, gra-

dos y funciones al pie. Algunas era fotografías escolares;

otras, familiares, obtenidas quizás por medio de registros

secretos. A la par, a máquina, una ficha biográfica. Le

preguntó por cada uno, verificando los datos. Por aque-

llos militantes destacados en los Frentes rurales no le

preguntó. El oficial sabía que por razones de comparti-

mentación su prisionero ignoraba las respuestas. En la

celda, compartida con otros compañeros, corroboró por

boca de ellos el método empleado por el oficial. En defi-

nitiva habían tenido suerte, pues estaban siendo bien

tratados. Tenían ropa hmpia, alimentación aceptable e

incluso algún libro. Todos estaban escribiendo su autobio-

grafía. Era, en realidad, según ellos, una forma de sobrevi-

vir, pues consignar experiencias ya conocidas, aparente-

82

Page 85: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

I

mente sin afectar a la organización, les permitía ganar

tiempo para trazar algún plan de escape. No sabían dondeestaban, aunque cierto compañero con funciones de cua-

dro intermedio, prisionero también, a quien cierta maña-na habían visto en un pasillo, les había confiado sus su-

posiciones al respecto. Era un militante que había fla-

queado. Según les decía el oficial, ese compañero estaba

escribiendo un plan completo para desarticular el desa-

rrollo del poder local revolucionario logrado por la orga-

nización en el campo. Había escogido esa opción, pues

sus convicciones éticas le impedían entregar compañeros.

El oficial que lo atendía había respetado sus escrúpulos.

Días después, este militante derrotado los visitó en la

celda. No dijo nada en particular, limitándose a acariciar

a una niña de meses que compartía el cautiverio con la

madre. Otra compañera, madre también, le había solici-

tado al oficial autorización para salir a ver algún día a su

propia hijita de dos años. El oficial lo estaba consideran-

do. Todos, en general, le pedían los mantuviera juntos.

Sabían que a otros compañeros, debido a conocer otros

Frentes, los habían mandado al campo. Por todo lo que

les decían era evidente que la organización estaba siendo

derrotada; pero ellos necesitaban mantenerse juntos pues,

aunque estaban escribiendo sus autobiografías, mante-

nían sus convicciones revolucionarias y no perdían la es-

peranza de escapar. Mantener el colectivo, por otra parte,

era necesario, para protegerse mutuamente por medio de

las distintas informaciones que cada uno recogía. Había

compañeros de la organización y de organizaciones her-

manas que ya habían traicionado, y era necesario mante-

nerse informados para evitar las provocaciones. En reali-

dad había que desconfiar de cada uno. Les habían dicho

que una compañera estudiante, poseedora de cierta be-

lleza física, había llegado a ser algo así como amante de

uno de los oficiales. Ya le permitían acompañar a sus

captores a tareas callejeras. Había denunciado todo lo

que conocía para salvar la vida. Similares rumores corrían

en relación a un mando de la guerrilla urbana de la orga-

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Page 86: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

nización. Se decía que estaba recluido en una celda espe-

cial, provista de televisor y otras comodidades. A él,

supuestamente, se debía la captura de estructuras com-pletas. Otras versiones indicaban que este mando militar,

en realidad, se hallaba en un país europeo, becado por el

ejército. Nadie lo había visto, pero por los datos que les

proporcionaban los oficiales y algunos prisioneros, debía

ser cierto. De otro veterano de la guerrilla urbana había

la información de que se había fugado. Había sido cap-

turado en una esquina, esperando un contacto, y en vez

de los compañeros se presentó el enemigo. Según se de-

cía en la prisión, de su captura no se habían derivado

consecuencias negativas para la organización. La casa

donde vivía no había sido golpeada ni había sido captu-

rado ningún otro compañero relacionado con él. Un mesdespués de su captura, aprovechando un aguacero torren-

cial, había logrado escapar. Durante varios días había

hecho ejercicios físicos furtivamente, para mantenerse

en forma, mientras acopiaba con paciencia los datos de

la prisión que habrían de permitirle la fuga. La noche en

que escapó, mientras caía el aguacero, hizo un muñecocon la ropa de cama, venció con las manos uno de los

barrotes, ganó el primer pasillo aprovechando un descui-

do de la posta y trepó a la primera azotea. Llevaba mudadoble, en previsión de qué hacer si era perseguido. Unavez en la muralla almenada, se delcolgó por sobre las as-

pilleras y se dejó caer desde lo alto. Una hora después

había hecho contacto con la organización. Semanas mástarde, de improviso, se desertó de un campamento nues-

tro en la montaña. Al salir a una carretera fue muerto por

una patrulla del ejército.

En realidad, el uso de métodos de inteligencia con pri-

sioneros era apenas una de las fuentes de información

del enemigo. El análisis de nuestra propaganda, de nues-

tra táctica y arte operativo; el estudio de los documentosinternos incautados, de los recursos hallados en casas ycampamentos, así como la documentación personal cap-

turada, le proporcionan al adversario un torrente de da-

84

Page 87: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

tos fundamentales. La información pasada y la presente

es para él igualmente importante. Partiendo del pasado

es posible establecer los rasgos físicos del militante, sus

huellas digitales; es posible conocer la estructura de su

personalidad, sus fortalezas y debilidades. Ningún dato,

por pequeño que sea, carece de importancia en esta lucha

a muerte. Sus prioridades informativas van dirigidas a es-

tablecer la estructura de la organización y la composiciónconcreta de sus organismos; su concepción y línea estra-

tégica, sus criterios y métodos de reclutamiento, sus mé-todos de trabajo y de funcionamiento. Los organismos

de dirección, las unidades militantes, los arsenales, las

comunicaciones, los recursos económicos y la logística

son sus principales objetivos. Se interesa tanto por las

estructuras clandestinas en el interior del país como por

sus ramificaciones en el extranjero. Para ello acumula,

procesa y sistematiza toda la información posible. Se vale

de la ciencia y de la técnica, incluyendo sociología, psi-

cología, psiquiatría; computación, cine, radio, fotografía.

Trabaja a mediano y largo plazo, sin precipitarse ni bus-

car resultados inmediatos. Es sumamente paciente y mi-

nucioso. Equipos completos de cuadros de inteligencia

se especializan en el estudio de cada organización revolu-

cionaria, de las organizaciones populares y democráticas.

Y en forma inversa proceden a golpearlas, sucesivamente.

Antes de golpear construyen cuadros de conjunto, orga-

nigramas de la organización, ramificaciones. La posibili-

dad de su éxito se basa en el secreto, en la compartimen-

tación. Se vale de infiltrados y traidores que hacen su

trabajo con sigilo. Cuenta con el apoyo de los sectores

empresariales, a través de los cuales efectúa censos, en-

cuestas, guerra psicológica y propaganda. Planifica cui-

dadosamente cada golpe. Antes de operar prepara la des-

información respecto a las verdaderas causas del golpe

correspondiente y respecto a sus vefdaderos resultados.

Centra sus operaciones en objetivos estratégicos. No gol-

pea todo lo que conoce. Siempre deja un hilo conductor

que le permita repetir posteriormente el ciclo de destruc-

85

Page 88: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

ción. La fuente principal de información del enemigo

son los errores de los revolucionarios.

La fase silenciosa de la ofensiva enemiga dio comienzovarias semanas antes. Fueron golpes sigilosos a través de

los cuales habría de completar su cuadro de informacio-

nes. El 4 de junio de 1981, en un control de vehículos

del tramo carretero que une Retalhuleu y Mazatenango,

fue capturado Sebastián, uno de los dirigentes de la or-

ganización. Había estado en una reunión, en una de las

casas clandestinas de la Costa Sur, y al volver rumbo al

oriente, acompañado de un combatiente, su automóvil

fue detenido en un sorpresivo operativo de control ene-

migo. Llevaba un arma corta y diez mil quetzales escon-

didos en el vehículo. Por un descuido, la funda del armahabía quedado en la guantera. En vista de este hallazgo,

el oficial ordenó un registro más minucioso. Al sacudir

los soldados violentamente el vehículo, cayó al suelo la

pistola escondida. Antes, registrando, habían encontrado

el dinero. Sebas y el compañero dieron una explicación

lógica de la existencia de ambas cosas. El oficial entró en

sospecha y, aunque pareció convencerse con la coartada,

decidió trasladarlos al puesto militar más cercano. Les

recogieron los papeles, falsos naturalmente, y los dejaron

bajo custodia armada en el interior del vehículo, aperci-

bidos en relación a cualquier intento de fuga. Si los pa-

peles estaban en orden, serían puestos en libertad. La

documentación iba a ser verificada en la capital, por lo

cual contaban apenas con unas horas. Al principio, sa-

biendo lo que ocurría, Sebas intentó quitarse la vida,

cortándose las venas con algo cortante, sin éxito. Luego,

acordaron un plan desesperado. Iban a abandonar el ve-

hículo en el preciso momento en que la posta ambulante,

que iba y venía cerca del automóvil, se encontrara en el

punto más distante de sus cortos recorridos. Para lograr

mayor margen de éxito, correría cada uno en direcciones

opuestas. La sorpresa y la dispersión le permitiría a algu-

no dé los dos llegar a la alambrada y saltar por encima

de ella. Más allá había campo abierto, con algunos mato-

86

Page 89: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

nales. Sebastián consideró que su joven acompañantepodría escapar, en base al cálculo de probabilidades. Así

ocurrió, en efecto. Después de la media noche abando-

naron el vehículo como lo habían planeado y Sebas fue

abatido en el intento. Había sido uno de los fundadores

del movimiento guerrillero, por los años 60, compañerode Turcios y Yon Sosa. Su nombre legal era Antonio Fer-

nández Izaguirre. En el momento de su muerte había

alcanzado el grado de comandante.Cuatro días más tarde, el 8 de junio, en una calle de la

capital fue secuestrado el padre Luis Pellecer. Su vehículo,

en horas de la mañana, fue bloqueado en el tráfico de

una calle céntrica. La brigada de captura lo sacó violen-

tamente del coche y se lo llevó con rumbo desconocido.

Por esos días, a causa de la caída de Sebastián, el cual

conocía la casa, Mario Solórzano Foppa, responsable del

organismo nacional de propaganda de la organización, se

había trasladado a vivir temporalmente a una pequeñaoficina que Pellecer rentaba en el edificio Calderón, en

la novena avenida y trece calle de la zona 1 . El 9, un día

después de la captura de Pellecer, el enemigo allanó la

oficina, a eso de las siete de la mañana. A esa hora, otro

miembro del organismo de propaganda llegaba al lugar,

para reunirse con Mario, y detectó al agente de particular

que protegía la entrada del edificio. Sospechando algo,

le preguntó cualquier cosa al esbirro, con el propósito de

seguir de largo si sus aprensiones se confirmaban. En ese

momento, en la planta alta se escucharon disparos y el

compañero se retiró a la esquina cercana. Más tarde, del

edificio vio que sacaban a alguien en camilla, cubierto conuna sábana, y a un ciudadano italiano que acompañaba a

Mario en el local, caminando encañonado. Aproximada-mente un mes antes este itaUano había logrado escapar

del ataque enemigo a un campamento guerrillero de la

organización, en el sur del departamento del Quiche. Pe-

riodistas extranjeros habían entrado al Frente a realizar

un reportaje fílmico. Los periodistas lograron ser evacua-

dos, quedando en poder del ejército todo el material do-

87

Page 90: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

cumental y las mochilas de varios guerrilleros. El italiano

se atrasó en la retirada, con un compañero de la zona,

logrando hacer contacto posteriormente. Había apareci-

do en el país, vinculado a un nuevo grupo guerrillero

que se estaba formando, producto del desprendimiento

de una organización hermana. Según el relato escrito de

sus antecedentes había estado en Nicaragua, donde ha-

bía participado de alguna^ manera en las tareas de la

reconstrucción. En su país decía haber pertenecido a

una de las organizaciones radicales de izquierda, militan-

cia difícil de establecer desde este lado del mundo. Te-

nía conocimientos de radiocomunicaciones y fotografía.

Luego de su captura, supimos que el ejército lo tenía en

el sur del Quiche, mostrando casas de colaboradores. Al

sacerdote Pellecer el enemigo lo forzó a confesar su su-

puesta militancia en la organización. Lo hizo comparecer

ante las cámaras de televisión, haciendo revelaciones es-

pectaculares sobre una imaginaria participación de la

iglesia católica en la actividad subversiva. Según la lógica

corriente, el allanamiento de la oficina donde Mario ha-

bía caído, combatiendo braviamente, se debía a la cap-

tura del sacerdote.

Antes, en el mes de abril, en el extranjero había sido

capturada la célula que negociaba la liberación del mag-nate australiano que teníamos secuestrado desde princi-

pios de -año. La policía los copó mientras llamaban por

teléfono al hotel donde se hospedaba el alto ejecutivo de

la empresa con el cual discutían la liberación del rehén.

Habían cometido el error de abusar de las llamadas tele-

fónicas, prolongando indebidamente el tiempo de con-

versación. La policía que los capturó impuso el canje de

los prisioneros a cambio del magnate. Al mismo tiempoque liberábamos al supuesto millonario australiano en la

capital, nuestros compañeros eran puestos en el avión,

rumbo a un tercer país. Un nuevo hilo de nuestors mo-vimientos había quedado suavemente entre el índice yel pulgar de la inteligencia enemiga.

Al comenzar el mes de agosto, la guerrilla de la ciudad

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Page 91: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

era como un pez que nadaba sobre una red que todavía

no se había cerrado. Lx) que ocurría en el Frente urbanoera sólo una parte de la contraofensiva estratégica lanza-

da por el enemigo contra el movimiento revolucionario.

Las fuerzas insurgentes habían generalizado en el país

la guerra de guerrillas y se aprestaban a pasar a fases

superiores de la lucha militar. La abundante documen-tación capturada en los meses precedentes le había per-

mitido al enemigo conocer el sentido de la estrategia

guerrillera. Una parte vital del país, la zona montañosadel altiplano occidental, habitada por las masas indígenas,

podía ser desmembrada del control enemigo, a partir de

un proceso de acumulación de fuerzas en las montañas.

A partir de enero, las organizaciones guerrilleras se habían

hecho de importantes cantidades de fusilería y armas de

apoyo, multiplicándose las emboscadas en las vías de co-

municación. Las guerrillas del llano saboteaban con éxito

la gran producción agrícola para la exportación, sustento

material de la economía nacional. El candidato presiden-

cial del ejército había iniciado su campaña electoral ytodo estaba dispuesto para imponerlo a través del fraude.

La camarilla militar gobernante, sin embargo, necesitaba

presentar victorias miUtares para validarse y mantenerse

en el poder, acallando las protestas de las fracciones bur-

guesas descontentas. La proclamación de la candidatura

del aspirante militar a la presidencia había tenido lugar

en medio de la ofensiva antiguerrillera urbana. La insur-

gen cia tenía un talón de Aquiles: su retaguardia estraté-

gica seguía siendo la capital del país, sede de sus servicios

logísticos y a la vez frente importante de batalla. La ciu-

dad era una caja de resonancia nacional e internacional

del accionar guerrillero. Para el mando enemigo, por lo

tanto, el objetivo principal consistía en lograr la disloca-

ción estratégica de la guerra revolucionaria, obligando al

ejército guerrillero a variar sus planes y forzándolo a dar

flanco. Según los principios clásicos de la guerra, cualquier

ejército que sabe amenazados los factores principales en

que basa su estrategia, debe variar ésta. A mayor cercanía

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Page 92: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

del ejército el corte de los servicios de retaguardia, másinmediato el efecto; a mayor cercanía de la retaguardia

este corte, el efecto es más global. Al interior del Frente

urbano, similar doctrina militar: colocar al comandanteenemigo en un dilema. O desaloja la ciudad o se arriesga

a que sus fuerzas sean destruidas en la posición. El armafundamental, las operaciones de inteligencia. Su comple-

mento, las operaciones de guerra psicológica y propagan-

da. En síntesis, eso era lo que ocurría. En las semanassiguientes, tras destruir la retaguardia, la ofensiva anti-

guerrillera habría de proseguir sus fases en el campo, ex-

plotando el éxito inicial y manteniendo la iniciativa. Era

la rigurosa lógica de las leyes de la guerra que entonces

estábamos aprendiendo. El aprendizaje lo pagamos con

sangre.

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Page 93: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

EL ALA DE MARIPOSA

El lunes 3 de agosto, Lázaro volvió a la sombría ciudad

de aquellos días. Su misión había sido infructuosa, ha-

biendo estado fuera del Frente aproximadamente un mes.

Las noticias de la ofensiva enemiga lo habían sorprendido

en el exterior, y llegaba lleno de temores por la suerte de

sus compañeros. Aunque el mapa de las operaciones ene-

migas que había ido reconstruyendo de lejos, en base a

escuetas informaciones de prensa, lo tranquilizaba en lo

referente a posibles golpes contra la unidad bajo su man-do, sabía que la situación de todos modos era grave y queel peligro era inminente. En cuanto descendió del avión

se dirigió a buscarnos a la casa de la zona 9, luego de cer-

ciorarse de que éramos nosotros quienes aún habitábamos

la casa. En pocos días, en efecto, íbamos a dejar aquella

residencia, ya que coincidía exactamente con el esquemade vivienda alquilada que en las semanas precedentes ha-

bía sido barrido por la ofensiva enemiga. Varios indicios

nos mantenían intranquilos. El propietario, por ejemplo,

había solicitado por teléfono que le permitiéramos llegar,

acompañado de un valuador bancario, pues había decidi-

do trasladarse al exterior y quería dejar vendida la pro-

piedad. El día de la visita había entrado con el técnico,

mostrándole recámaras e instalaciones. En la azotea de

la casa vecina, donde aparentemente funcionaba el local

de una secta religiosa, solían verse hombresjóvenes, cuya

apariencia y comportamiento no tenían explicación ló-

gica. Observaban furtivamente los patios vecinos o cor-

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Page 94: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

taban fruta de los árboles ajenos accesibles a su azotea.

En cierta bportunidad, una pareja de mujeres elegantes,

a bordo de un vehículo estacionado a alguna distancia

de la casa, había observado insistentemente una de nues-

tras salidas. Preventivamente, mientras compañeros aje-

nos a la casa verificaban con discreción la presencia decontroles, los principales objetivos para el enemigo deja-

mos la vivienda por algunos días. Mientras tanto, la do-

cumentación enterrada en el traspatio fue quemada porcompleto, y estudiábamos la manera de desocupar la casa

sin llamar la atención del vecindario. Era difícil hacerlo,

debido a la cantidad de enseres que a lo largo de los me-ses habíamos acumulado. Los viejos vicios de la guerra

en la ciudad parecían ahora concentrarse en aquella vi-

vienda. Dejar la casa era necesario, ciertamente; pero la

alternativa era trasladarnos a otra casa alquilada. En ese

momento no existía en el Frente la posibilidad de pasar

a alguna base de apoyo, de habitar junto a alguna fami-

lia cuya actividad normal fuera la cobertura de nuestro

trabajo clandestino. Había muchos colaboradores quecumplían estas funciones, en efecto, pero estaban sobre-

cargados o el enemigo tenía un indicio u otro de su parti-

cipación. La deformación aparatista de los años anteriores

aparecía ahora ante nosotros con toda su crudeza.

En pocas horas pusimos al tanto a Lázaro de la situa-

ción existente. La escuadra de Efraín, tras evacuar la casa

de la zona 2, el día del operativo enemigo, se había dis-

persado temporalmente en casas de familiares y conoci-

dos, en tanto reconstruíamos la infraestructura. De nuevo,

sobre la base de la apariencia honorable y adulta de Adela,

los compañeros estaban contratando un pequeño y mo-desto apartamento. La casa donde vivía la escuadra de

Agustín había sido entregada al propietario, debido a queun combatiente lastre que había estado unas horas en

ella, antes de ser excluido de la unidad, estaba en posibi-

lidad de establecer su ubicación. Se le había llevado a la

vivienda con los ojos cerrados, tendido en el piso del ve-

hículo. Sin embargo, en el momento de entrar al garage.

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Page 95: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

había abierto los ojos, viendo la fachada de la casa. Sin

querer había reparado en el color y en una pinta revolu-

cionaria que proclamaba muerte al presidente. Debido a

que a partir de ese día iba a quedar excluido de la escua-

dra, fuera del control de ésta, no era conveniente que la

guerrilla continuara habitando la vivienda. Esta escuadra

había sido la protagonista de la precipitada evacuación

de la casa que seguidamente habían alquilado, el día del

operativo contra la residencia del comandante Antonio.

El 1 1 de julio habíamos efectuado la juramentación de

los compañeros. Ahora buscaban una nueva vivienda.

Había, además otras informaciones importantes. El 24de julio, la escuadra de Agustín había participado en la

evacuación de un arsenal del movimiento revolucionario,

depositado en cierta casa de una organización hermana.

Las armas corrían riesgo de caer en manos del enemigo,

de un momento a otro. Como muchas otras, la casa había

sido evacuada por los compañeros, siéndoles imposible

sacar en ese momento el cargamento bélico. En los días

subsiguientes habían chequeado la casa, discretamente,

y en apariencia todo seguía como lo habían dejado. Unavez establecido que no había vigilancia, por lo menos de-

tectable, una unidad guerrillera penetró a la vivienda,

cargó el arsenal en el vehículo que había quedado en el

interior y sacó el cargamento. La escuadra de Agustín

recibió las armas en otra zona de la ciudad, trasladándo-

las a su propio vehículo. Como eran demasiadas para la

capacidad del transporte, fue necesario dejar una parte,

durante unas horas, en la casa de la escuadra, mientras el

primer lote era trasladado a la granja que poseímos en

las afueras de la ciudad. Era la propiedad que teníamos

en Santa María Cauqué, donde habíamos tenido secues-

trado al magnate australiano. De ninguna manera era unsitio seguro; pero la alternativa en aquel momento, debi-

do a la precariedad de nuestra infraestructura, era aban-

donar las armas en la residencia donde estaban o trasla-

darlas a esa granja. El arsenal estaba compuesto por una

ametralladora, un cañón sin retroceso, un mortero, cinco

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Page 96: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

lanzacohetes y unos treinta fusiles, más las municiones

respectivas. Al día siguiente de esta operación había sido

atacada la casa del comandante Antonio. Y algo más. Otra

organización revolucionaria, por los días en que había

comenzado la ofensiva, tenía en su poder, como rehén

económico, a un empresario local de nacionalidad norte-

americana. Durante las vicisitudes de la ofensiva lo habían

cambiado varias veces de vivienda, tratanto hasta el últi-

mo momento de preservarlo. Agotadas las posibilidades

materiales de traslado a un nuevo sitio de retención, los

compañeros nos solicitaron apoyo. La única posibihdad,

también en ese caso, era retenerlo en la granja, junto conel armamento. Entre el 3 y el 7 de agosto, la escuadra de

Agustín recibió al rehén en una casa intermedia y lo tras-

ladó a la propiedad campestre. Los compañeros que cui-

daban la granja, Tomás y Erika, más Eugenio, de la unidad

militar, quedaron encargados de la custodia del rehén yde las arrñas. En caso de ataque enemigo tenían orden

de quitarle la vida al secuestrado y matarse ellos mismos.

Lázaro se fue, y quedamos de vernos el domingo si-

guiente, día 9. Iba a tomar control de la unidad y a su-

pervisar que se cumplieran al máximo las medidas de se-

guridad. La única posibilidad de funcionar en la ciudad,

ahora, era cuidando al detalle los aspectos que pudieran

darle pistas al enemigo y conducirlo a nuestras bases se-

cretas. Las casas de habitación debían ser alquiladas con

papeles legales, debiendo ser tan modestas que no requi-

rieran fiador. La leyenda y el manto debían ser tan sóüdos

como lo permitieran las circunstancias y la juventud de

los miembros de la unidad. Las armas y demás recursos

operativos habrían de depositarse en sitios distintos al

lugar de vivienda, simplificando al máximo las cosas. Los

compañeros debían procurarse trabajos reales que respal-

daran su actividad clandestina. Todo hilo, todo indicio,

toda vinculación que condujera a un posible golpe, debía

ser cortado concienzudamente.

Mientras tanto, nosotros emprendimos la tarea de bus-

car a nuestra vez una nueva vivienda. Aunque de nuevo

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Page 97: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

iba a ser artificial la base en que descansara, por lo menosahora su apariencia debía ser diferente a la de la vivienda

que entonces habitábamos. La suerte quiso que hallára-

mos una casa, exactamente al extremo opuesto del aero-

puerto internacional, en las callejas de una barriada po-

pular, al sur de la urbe. Allá nos trasladamos con nuestra

aparatosa impedimenta, incluyendo a Cantarrecio y las

macetas de geranios. Los papeles se habían reducido aho-

ra al mínimo indispensable. Dos fusiles que teníamos pa-

ra defender la casa iban a ser entregados a la unidad mili-

tar, para reponer las armas de combate perdidas por la

escuadra de Efraín, en la zona 2. De noche, utilizando

un pick-up, en viajes sucesivos, fuimos sacando los mue-

bles, el escritorio, la ropa, los trastos de cocina. Era in-

creíble la cantidad de objetos que en unos cuantos meses

habíamos acumulado. El 6 de agosto por la noche, al

volver Ruth de una tarea, cuando cruzó rumbo a la calle

de la casa, un vehículo con varios hombres dentro, esta-

cionado en la esquina, la siguió inmediatamente, con las

luces apagadas. Al percatarse del hecho, la compañera

disminuyó la velocidad y dio oportunidad a que el vehí-

culo la rebasara, pero éste no lo hizo. Al maniobrar Ruthfrente a la casa, para meter el auto en el garage, el vehí-

culo la rebasó e hizo a su vez la misma maniobra de Ruth,

frente al garage de la casa vecina. Llovía torrencialmente

y la compañera descendió del vehículo para tocar el tim-

bre y alertarnos, tras sonar la bocina. El otro coche,

mientras tanto, siempre con las luces apagadas, retrocedió

hasta la próxima calle, pero en vez de alejarse, volvió a

pasar, muy despacio, frente al vehículo de Ruth, para

luego alejarse rumbo a la esquina donde había estado al

principio. Cuando salimos a la puerta, advertidos por los

bocinazos, sólo estaba Ruth en nuestro vehículo, con las

luces encendidas y el limpiaparabrisas funcionando. La

calle estaba desierta. El incidente parecía casual, y las

noticias que traía la compañera nos hicieron olvidar el

asunto. Había hablado con una familia de colaboradores,

a la cual hacía tiempo no veíamos. Fue a visitarlos, sin

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Page 98: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

hacerse ilusiones, debido a la tensa atmósfera que habían

creado en la ciudad los golpes enemigos. Como grata sor-

presa, la familia aludida estaba presta a apoyar en lo que

fuera necesario, según habían manifestado. No podían

proporcionarnos vivienda, pero estaban dispuestos a

apoyar en cualquier otra forma. De una vez habían en-

tregado algún dinero y provisiones de boca. Lentamente,

cuidando los detalles, nos dijimos, era posible recomen-

zarlo todo en la ciudad y volver a los días de lucha y de

victoria.

Nuestra nueva vivienda era una pequeña granja a la

cual se llegaba por calles llenas de fango. Estaba situada

en un barrio marginal, rodeado de barrancos, con una

única salida. En el terreno había un huerto de naranjos yotros árboles frutales que le daban al lugar apariencia de

campo. Allí, a sus anchas, se instalaron Cantarrecio y su

hembra. Era el sitio adecuado, según nuestra leyenda,

para alguien que convalecía de un mal del corazón. El

viejo guardián de la propiedad vivía en una covacha del

fondo, y casi no se le veía. Las tres tapias interiores dabana casas muy pobres y parcialmente al alto murallón de

una fábrica. Eramos un señor convaleciente y su esposa,

una comadre del interior que vivía con nosotros, apoyan-

do en las tareas domésticas, y un sobrino oficinista quesalía temprano en el vehículo y regresaba por la noche.

Al atardecer, el ámbito del barrio se llenaba de olor a

leña de encino y de ladridos de perros. De nuevo está-

bamos bajo la ruta de vuelo de los aviones.

El domingo 9 vimos a Lázaro, como estaba convenido.

Fue la última vez. A la hora indicada, las 3 PM, estába-

mos en el carril lateral de la Avenida de La Reforma,

frente a los Helados Gloria, esperándolo. Como no había

llegado puntual al interior de la heladería, preferimos es-

perarlo en el coche, pendientes de su llegada. Era extraño,

pues Lázaro era puntual. En cierto momento lo vimos,

por el espejo retrovisor. Estaba en la puerta de la helade-

ría, con apariencia de haber estado allí mucho rato. Aun-que le hacíamos señas con la mano, no lográbamos que

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Page 99: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

nos viera. Por fin notó nuestra presencia y se acercó al

vehículo. Nunca habremos de olvidar su semblante. Es-

taba muy pálido y de alguna manera se comportaba comoausente. Al principio creímos que algo grave había suce-

dido; pero no había nada. Era la situación. Seguramente

había sentido pasos de animal grande cerca de la guerri-

lla y su mucha entereza le impedía compartir aprensiones

que no podían traducirse en datos ciertos. Era un jefe

avezado que había estado en muchos trances difíciles ysabía olfatear el peligro. Ahora, el riesgo estaba ahí, ina-

sible, multiforme, sólo captable por la abstracción y el

anáHsis de la inteligencia. Precisamente por eso conversa-

mos largo sobre la situación de la unidad militar, sobre

los nuevos planes, sobre lo que se había avanzado en la

instalación de la nueva infraestructura. Decidimos mo-vernos del lugar para hablar con más tranquilidad. Ennuestro vehículo nos traladamos al final de la Avenidade las Américas, donde hay un mirador que se abre a los

volcanes del horizonte. Allí termina esa parte de la ciudad

y comienzan los valles de lo que antes llamaban Mesasde Petapa.

En síntesis, la situación de la guerrilla era ésta: cada

escuadra de la unidad militar había alquilado una casa

pequeña, aunque no todos los combatientes estaban

incorporados a los núcleos familiares. Zoila y Raúl, comopareja, tenían un apartámentito, donde vivían solos.

Efraín y Venancio se habían instalado en otra casa pe-

queña, acompañados por Cristina, hermana de Adela.

Cristina estaba acompañada de Olga, una niña de cinco

años, su hija. Era una niña delgadita y frágil, con los dosdientes de adelante picados por la edad. Estas dos casas

clandestinas quedaban en la zona 1 1 . Debido a la com-partimentación, ambos núcleos no se habían percatado

que las dos viviendas quedaban a pocas cuadras una de la

otra. Cuando Lázaro hizo contacto con los mandos, las

casas ya estaban alquiladas y consideró inconveniente

intentar un nuevo cambio. Agus, que estaba enfermo dehepatitis, vivía con Adela. Lázaro lo determinó así para

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Page 100: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

que lo cuidara. Con ambos vivía el combatiente lastre

que había pedido su baja y que por alguna razón aún nohabía sido excluido. En la granja de Santa María Cauquéseguía asignado Eugenio. Otoniel, solo, vivía en la bodcj-

ga donde se guardaban las armas de la unidad. Benjamínestaba en una pensión, provisionalmente, y Rocael habi-

taba por aparte, en casa de su compañera. Javier estaba

colocado en una base de apoyo y era el encargado de lle-

var a la granja, cada tres o cuatro días, tambos de plástico

con agua, además de provisiones. La compartimentaciónentre los distintos núcleos era estricta. Lázaro apenas co-

nocía la casa de Efraín, pues todos tenían escasamente

una semana de haberse instalado. Esa vez convenimoscon Lázaro que el día 13, jueves, le entregaríamos los dosfusiles que faltaban para completar el armamento de la

guerrilla. Fijamos un contacto a las 8 AM, cerca de los

campos del Roosevelt. Ese día debía tener lugar un aten-

tado contra cierto alto funcionario del gobierno.

El jueves 13, a las 7 AM, Alberto salió al contacto

convenido con Lázaro. Llevaba los dos fusiles. Por la no-

che, al volver, supuestamente de su trabajo de oficina,

sabríamos el resultado del contacto. La ofensiva enemi-

ga nos forzaba a cumplir estrictamente los horarios que,

según nuestra leyenda, normaban las rutinas. Muchos mi-

litantes del Frente se habían hecho transformaciones fí-

sicas, habían cambiado de vivienda y habían reducido

los contactos al mínimo. El rigor en la observancia de los

métodos conspirativos se había cumpHdo durante varios

días. Al pasar las semanas, sin embargo, las exigencias del

trabajo y el peso de años de rutina volvían a imponerse.

En las esquinas clásicas volvían a dejarse contactos, noobstante la prohibición expresa de utilizar lugares de so-

bra conocidos por el enemigo. La duración del contacto

se prolongaba de nuevo, ante la necesidad de intercam-

biar informaciones, pero también para conversar un poco

y salir un tanto del régimen clandestino. Vehículos que

debían haber sido abandonados, o más aún, destruidos,

meses antes, volvían a ser utilizados una, dos, muchas ve-

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Page 101: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

ees de nuevo, tensando al máximo la frágil pita de la

seguridad colectiva. Son trasfondos ideológicos de la com-pleja vida conspirativa.

En el telenoticiero del medio día tuvimos las primeras

noticias. Según el parte enemigo, un reducto guerrillero

había sido ocupado en la zona 11 . La cámara, movién-

dose en el interior de la vivienda, enfocaba los destrozos

provocados por el combate y algunos cadáveres en dis-

tintas posturas. En el suelo, ordenadas en la forma en quesolía hacerlo el enemigo para la publicidad, las armas ylas municiones ocupadas durante el operativo. Dos o tres

subametralladoras, un lanzacohetes, pistolas, granadas,

depósitos, proyectiles y cargas impulsoras para el lanza-

cohetes. Nuestro primer sobresalto se produjo al recono-

cer entre las armas un rifle de viento que la unidad utili-

zaba para hacer ejercicios de puntería. Esta grave apren-

sión se acrecentó al enfocar la cámara una camioneta

beige, de la cual estábamos a punto de deshacernos por

esos días. El reportaje concluía enfocando brazaletes ymantas de propaganda pertenecientes a la organización.

Había, finalmente, ocurrido, aunque todavía albergába-

mos ciertas esperanzas de que todo fuera un mero mon-taje publicitario. La camioneta beige podría haber sido

abandonada por los compañeros en esos días y el enemi-

go haberla utilizado para hacer propaganda. Sabíamosque un mismo lote de armas era presentado en distintos

reportajes, como si fuera armamento capturado en dife-

rentes operaciones. El rifle de viento era posible que hu-

biera caído en manos del enemigo desde el operativo en

la casa de la zona 2 y que nosotros no tuviéramos pre-

sente el dato. Las mantas y la propaganda revolucionaria

las llevaba el enemigo a las casas asaltadas, como forma

de evidenciar, sin decirlo expresamente, la filiación del

reducto ocupado. Aún faltaban seis horas para que vol-

viera Alberto.

A las 8 PM, más tarde de lo habitual, volvió por fin

Alberto. En la expresión se le notaba que había malas

nuevas. Al contacto de las 7 AM, en efecto, no había

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Page 102: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

concurrido Lázaro. Alberto había esperado en el lugar,

infructuosamente, hasta las 8 AM, hora en que pasó ca-

sualmente por el punto otro compañero. Casualmente

también, a él se le podían entregar los fusiles, puesto

que era responsable de la logística y mantenía contacto

con la unidad militar. Después de pasarle las armas, am-bos habían intentado salir a la carretera Roosevelt, si-

guiendo de sur a norte por la calle que corre paralela a

los campos de fútbol. No habían hallado paso, debido al

cerco enemigo contra una casa de esquina. Mientras Al-

berto había estado esperando el contacto con Lázaro,

había escuchado las explosiones y el nutrido tiroteo. La

gente de la barriada se había aglomerado a las orillas del

cerco enemigo, tratando de enterarse de lo que había

ocurrido. Se hablaba de otra casa cercada, a pocas cua-

dras de ésta. La información echaba abajo nuestras espe-

ranzas. Lázaro, enterado de los hechos, seguramente ha-

bía estado atareado alertando al resto de compañeros ypor esa razón no había asistido al contacto. Al día si-

guiente lo sabríamos. Era la única posibilidad de saber

qué había ocurrido.

En el último noticiero radial de la noche, sin embargo,

nos enteramos de otros acontecimientos. Una granja, si-

tuada aproximadamente a 30 kilómetros de la ciudad,

en Santa María Cauqué, había sido ocupada por tropas

del ejército, después del medio día. Vencida la resistencia

de sus habitantes, las unidades militares habían entrado

al inmueble. En el interior había sido hallado un arsenal

completo, compuesto por una ametralladora, un cañón

sin retroceso, un mortero, cinco lanzacohetes y un lote

de fusiles, así como abundantes municiones para todo el

armamento incautado. En el sótano del inmueble, en una

habitación provista de malla metálica, como la celda de

una cárcel, se había descubierto el cadáver de un empre-

sario nortemericano que había sido secuestrado semanas

atrás. Los defensores de la casa habían muerto en el com-

bate. Era un parte oficial del ejército que los locutores

de radio leían textualmente.

00

Page 103: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

Por medio de la compañera de Lázaro, en cuya casa

vivía éste, supimos al día siguiente que el capitán había

salido a una reunión, el miércoles 12, por la tarde. Nohabía vuelto ni se supo más de él. En los alrededores de

la casa a donde su compañera suponía que Lázaro había

ido a reunirse, no estaba el vehículo que utilizaba. Los

rumores verbales recogidos de los vecinos de la zona 1

1

confirmaban que la mañana del jueves 13 habían sido

cercadas dos viviendas, y no una, como informaba el ene-

migo. Esto quería decir que la casa de Efraín también

había sido golpeada. Por las noticias de prensa e infor-

maciones directas fuimos reconstruyendo, en las horas

siguientes, la magnitud de lo que había ocurrido. La granja

de Santa María Cauqué, en primer lugar, había sido cer-

cada la noche del miércoles 12 o la madrugada del jueves.

Esto lo aseveraban los habitantes de la zona. Sin embar-

go, en los reportajes gráficos de los periódicos, los cadá-

veres que aparecían en la granja correspondían a compa-

ñeros de la unidad militar que nada tenían que hacer en

la granja y ni siquiera la conocían. En el interior del re-

cinto con malla estaba muerto Efraín, aparentemente

con un tiro en la cabeza. Más bien pensábamos que podía

tratarse de él, debido a las facciones, aunque en la foto

se veía un tanto deformado por la rigidez de la muerte.

En el patio, desperdigados, se veían el cuerpo de Adela

y los que correspondían, probablemente, a los habitantes

de planta de la casa, incluido Eugenio. Al fondo de una

fotografía, al pie de los árboles del patio, creíamos reco-

nocer el cadáver de Lázaro. Era posible que fuera él, de-

bido a la forma característica de la cabeza, a su figura en

general y a la camisa deportiva, blanca, con ribetes rojos

en los extremos de las mangas cortas, que tenía puesta.

A Adela era difícil reconocerla. El cuerpo que aparecía

en las fotos estaba vestido con un traje inusual en ella ycorrespondía a una mujer de pelo rizado. Adela tenía

pelo lacio, el cual solía llevar recogido sobriamente, a la

manera de las mujeres del pueblo, con el camino en me-

dio. Sin embargo, quienes la conocían bien afirmaban

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Page 104: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

que las facciones correspondían a Adela. El pelo rizado yla ropa inusual se debían, probablemente, a las transfor-

maciones físicas que los miembros de la unidad y quienes

habitaban con ellos habían decidido hacerse. Ni Lázaro,

ni Efraín, ni Adela conocían la granja, ni tenían nadaqué hacer allí. Era evidente que los habían matado en

otra parte y habían trasladado a la granja sus cadáveres

para confundirnos. Era la forma en que el enemigo trata-

ba de insinuarnos la explicación del golpe. Otoniel y Raúl,

por otra parte, aparecían muertos en la casa donde vivían

Zoila y Raúl. Se les reconocía perfectamente y estaba

claro por qué aparecían ambos en ese local, ya que la

noche anterior habían sido introducidos allí, con los ojos

cerrados, debido a que al día siguiente iban a operar. El

cadáver de Otoniel, reclamado por la familia, tenía am-bas manos amputadas. De Agustín, de Zoila, de Cristina

y Olga, la niña, no había indicio alguno. Tampoco del

resto de miembros de la unidad militar. Dos o tres días

después, en la prensa, apareció un reportaje según el

cual siete hombres jóvenes habían sido hallados muertos,

mutilados, a la orilla de un camino. Tenían trepanaciones

en el cráneo, como si todos hubiesen sido objeto de tor-

turas similares en esa parte del cuerpo. Como tantos otros,

no fueron identificados. Por esos días, también en la pren-

sa, apareció la foto de un cuerpo decapitado. Algún com-pañero creyó identificar en el despojo las facciones de

Venancio. Varios días después supimos que Javier, el

combatiente encargado de llevar agua y provisiones a la

granja, y Rocael, quien vivía en una casa ajena a la infra-

estructura de la unidad militar, estaban vivos, sin contac-

to. Eran los únicos sobrevivientes.

En los hechos, cinco viviendas relacionadas con los

miembros de la unidad militar o con sus actividades, ha-

bían sido atacadas por el enemigo en un mismo día, entre

las 5 PM del miércoles 12 y las 2 PM del jueves 13. El

mando completo, los combatientes, salvo dos, así comolas compañeras que los apoyaban y la niña, más la pareja

de compañeros que vivían en la granja, Tomás y Erika,

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habían caído en combate o habían sido capturados en

algún momento. Salvo de Otoniel, de Raúl, de Adela, yprobablemente de Efraín, por la evidencia del cadáver,

en el primer caso, y por las fotografías, en cuanto a los

otros tres, había certeza de que estaban muertos. De la

situación del resto no podía afirmarse más que habían

caído en manos del enemigo. La casa de la familia de

Cristina y Adela, en Los Guajitos, había sido la última

en ser ocupada por el enemigo. Esto había ocurrido el

jueves a las 2 PM, aunque el boletín del ejército afirma-

ba que el hecho había tenido lugar el viernes. Un com-batiente de otras estructuras que se dirigía a la casa, en

el momento del operativo, había sido alertado por los

vecinos y se quedó en una tienda cercana, observando.

Unos minutos después, del interior de la vivienda saca-

ron el cuerpo cubierto por una sábana de lo que podía

ser una mujer, probablemente Cristina. El resto de fami-

liares fueron capturados. Todas las casas de la unidad

militar, sus armas y vehículos, habían sido ocupados porel enemigo. Otoniel y Raúl, y algunos otros, habían he-

cho brava resistencia en el momento del cerco, negándose

a rendirse. Los oficiales enemigos, por medio de altavo-

ces, los habían conminado a entregarse; pero a tal llamado

los guerrilleros respondieron con fuego de lanzacohetes

y armas automáticas. El ejército respondió con disparos

de cañón sobre la casa. Lázaro, probablemente, había

sido capturado entre las 4 y las 6 PM del miércoles 12,

mientras se dirigía a una reunión con el aparato de servi-

cios médicos del Frente. Otra posibilidad era que hubiese

sido capturado o muerto en la casa de Efraín, con quien

aquella noche debía concretar los detalles del atentado

que iba a realizarse el jueves. Agustín no iba a participar

en esa reunión, debido a hallarse enfermo. En la granja

de Santa María Cauqué, en efecto, el enemigo había ocu-

pado el arsenal que estaba allí en depósito y había halla-

do al empresario retenido. Sin embargo, en el parte del

ejército había un dato revelador. Tres o cuatro días antes

del ataque a la granja, compañeros de otro Frente habían

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Page 106: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

sido autorizados para sacar del arsenal la ametralladora yun lanzacohetes, así como municiones para ambas armas.

Ese pequeño trasiego se había llevado a cabo. No obstan-

te ello, en el parte del ejército ambas piezas se incluían

como incautadas. Era evidente que el enemigo había ela-

borado el parte sin hacer inventario, en el lugar, del arma-

mento ocupado, basándose más bien en eUistado original

que muy pocos conocíamos. Sabía de antemano lo queiba a encontrar al asaltar la granja.

Tras arrasar la ciudad, como un tornado, la ofensiva

enemiga se trasladó a los Frentes de la Costa Sur. Los des-

trozos que allí le ocasionó a las fuerzas revolucionarias

fueron igualmente cuantiosos, aunque menos espectacu-

lares. En octubre, la organización de la ciudad se replegó

completa a las áreas guerrilleras del altiplano central. Noera posible mantener por más tiempo nuestra posición

en la urbe. En noviembre y diciembre, las operaciones

enemigas abarcaron aquella parte del país, sin aflojar la

presión sobre el resto de escenarios de lucha. Sin embar-

go, al entrar en las montañas el huracán enemigo perdió

fuerza gradualmente. A su paso, empero, segó centenares

de vidas y arrasó siembras y viviendas. La guerra entró

en una nueva fase.

Los días que siguieron a la caída de la unidad mihtar

fueron la prueba más dura de nuestra militancia. En el

lapso de un mes, el Frente urbano había sido desorgani-

zado por el enemigo y decenas de compañeros habíancaído en la lucha. Era necesario comenzar de nuevo yhallar en nuestro interior la esperanza soterrada bajo

tantos escombros. Estábamos en el centro de la tramaenemiga y sabíamos demasiado bien que cada hora podía

ser la última. A lo largo del muro junto al que necesitá-

bamos caminar durante la mañana, bajo los jóvenes na-

ranjos, esperando el regreso de quien habría de llevarnos

noticias, solían organizarse varios caminos de hormigas.

Eran meses lluviosos y los insectos acopiaban víveres

para el futuro. El avance en el terreno de un ala de mari-

posa, arrastrada por muchas minúsculas tenazas, era

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Page 107: Payeras Mario - Trueno en La Ciudad

nuestra referencia para medir el tiempo. En la concien-

cia, donde llevamos la alegría, el miedo y la esperanza,

hacía falta entonces un ala de mariposa. Nosotros mis-

mos logramos depositarla ahí, una de aquellas mañanas.

Y a partir de entonces fuimos verdaderamente libres. Era

la decisión, meditada y profunda, de quitarnos la vida

antes que caer en manos del enemigo. Las ideas filosó-

ficas en que nos habíamos formado, la ciencia que ense-

ña que todo fluye, que todo cambia, nos llevaba a con-

cluir, paradójicamente, que la afirmación de la vida pasa

con frecuencia por su viejo contrario. La transformación

revolucionaria del mundo es un hecho colectivo y no ha

de detenerse por la caída de cualquiera de nosotros. Unavez seguros de ello, sólo podíamos esperar la victoria.

Alguna vez, Manolo nos había confiado que su ilusión

era ser enterrado, cuando muriera, en un campo de hor-

tensias, de ésos de las nubladas montañas de Huehuete-

nango. Era una forma de lograr que la vida irrumpiera en

la muerte, porque la lucha de clases, en el fondo, está

llena de amor, por parte de quienes combatimos en el

bando de los explotados. Sabíamos, además, que iba a

llegar el tiempo de la alborada y que ante el viento de la

revolución no están llamados a prevalecer todos los fru-

tos del árbol de la vida.

Noviembre de 1 983

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Se terminó el 25 de agosto de 1987 en

la Imprenta de Juan Pablos, S.A., Mexica-

li 39, México 06100, D.F., se tiraron

2,000 ejemplares.

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"El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito a

finales de 1983. Salió de la máquina casi de una tirada,

en apenas dos meses de trabajo, como quien se desprende

de un caparazón agobiante. Quería ser un sencillo home-

naje d ios compañeros caídos y fue a la vez el balbuceo

de una reflexión necesaria. Lo hicimos cuando todavía

lá sangre de los héroes no se resignaba a volver a la tierra

y cuando el cañón de sus armas aún olía a pólvora.

De entonces para hoy han pasado tres años. Para quie-

nes hemos hecho de la revolución la causa de nuestra vida

es sin duda mucho tiempo, pues no medimos éste por su

curso ordinario, sino en acontecimientos, como éxitos o

fracasos en el empeño diario de forjar las nuevas armas

que reclama la lucha. De entonces para hoy, los comba-

tientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica

forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros".

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