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LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN LA OBRA DE MOMMSEN Por PEDRO LÓPEZ BARJA DE QUIROGA * Universidad de Santiago de Compostela CIUDADANO MOMMSEN En un breve y amargo codicilo, firmado en Heringsdorff en 1899, pero no divulgado hasta 1948, Mommsen dejó constancia de la nula confianza que le merecía el pueblo alemán. Evocó también las esperanzas, al final frustradas, de quien acabó perteneciendo, según confiesa, más por azar que por vocación, al gremio de los historiadores. En realidad, a lo que él, retrospectivamente, hubiera querido dedicar su vida era otra cosa: “Nunca tuve cargos ni influencia política, ni me esforcé por alcanzarlos, pero en mi ser más profundo, quiero decir, con lo mejor que hay en mí, he sido un animal politicum, y he deseado ser un ciudadano” 1 . No historiador, ni epigrafista o filólogo ni experto en derecho, sino ciudadano, porque la ciudadanía es una condición a la que se aspira, que uno puede tener o no en la medida en que la ejerza, es mucho más que un simple accidente de nacimiento. La alusión explícita al famoso dictum aristotélico –el animal político- nos remite a la larga tradición republicana, que considera la participación en la toma de decisiones y en el gobierno de la comunidad la obligación primera del verdadero patriota 2 . En un sentido auténtico y profundo, Mommsen perteneció a la orgullosa y vieja tradición de la Ilustración alemana cuyo mejor exponente fue W. von Humboldt 3 . * Quiero dejar constancia de mi agradecimiento al profesor X. M. Seixas por su asesoramiento bibliográfico, sin hacerle responsable de ninguna de las afirmaciones contenidas en este artículo. 1 “Politische Stellung und politische Einfluss habe ich nie gehabt und nie erstrebt; aber in meinem innersten Wesen, und ich meine, mit dem Besten was in mir ist, bin ich stets ein animal politicum gewesen und wünschte ein Bürger zu sein”. El codicilo lo recoge A. Heuss, Theodor Mommsen und das 19. Jahrhundert, Kiel, 1956, p. 282. Hay una traducción al inglés: «Theodor Mommsen’s Last Wishes», P&P, 1, 1952, p. 71. 2 Véase J.G.A. Pocock, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica, Madrid, Tecnos, 2002 (= Princeton, 1975). 3 J.J. Carreras Ares, Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Pons, 2000, p. 24.

Partidos Politicos en Mommsen

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LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN LA OBRA DE MOMMSEN

Por

PEDRO LÓPEZ BARJA DE QUIROGA * Universidad de Santiago de Compostela

CIUDADANO MOMMSEN

En un breve y amargo codicilo, firmado en Heringsdorff en 1899, pero no divulgado

hasta 1948, Mommsen dejó constancia de la nula confianza que le merecía el pueblo

alemán. Evocó también las esperanzas, al final frustradas, de quien acabó

perteneciendo, según confiesa, más por azar que por vocación, al gremio de los

historiadores. En realidad, a lo que él, retrospectivamente, hubiera querido dedicar su

vida era otra cosa: “Nunca tuve cargos ni influencia política, ni me esforcé por

alcanzarlos, pero en mi ser más profundo, quiero decir, con lo mejor que hay en mí, he

sido un animal politicum, y he deseado ser un ciudadano” 1. No historiador, ni epigrafista

o filólogo ni experto en derecho, sino ciudadano, porque la ciudadanía es una condición

a la que se aspira, que uno puede tener o no en la medida en que la ejerza, es mucho

más que un simple accidente de nacimiento. La alusión explícita al famoso dictum

aristotélico –el animal político- nos remite a la larga tradición republicana, que considera

la participación en la toma de decisiones y en el gobierno de la comunidad la obligación

primera del verdadero patriota 2. En un sentido auténtico y profundo, Mommsen

perteneció a la orgullosa y vieja tradición de la Ilustración alemana cuyo mejor exponente

fue W. von Humboldt 3.

* Quiero dejar constancia de mi agradecimiento al profesor X. M. Seixas por su asesoramiento

bibliográfico, sin hacerle responsable de ninguna de las afirmaciones contenidas en este artículo.

1 “Politische Stellung und politische Einfluss habe ich nie gehabt und nie erstrebt; aber in meinem

innersten Wesen, und ich meine, mit dem Besten was in mir ist, bin ich stets ein animal politicum

gewesen und wünschte ein Bürger zu sein”. El codicilo lo recoge A. Heuss, Theodor Mommsen und

das 19. Jahrhundert, Kiel, 1956, p. 282. Hay una traducción al inglés: «Theodor Mommsen’s Last

Wishes», P&P, 1, 1952, p. 71.

2 Véase J.G.A. Pocock, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición

republicana atlántica, Madrid, Tecnos, 2002 (= Princeton, 1975).

3 J.J. Carreras Ares, Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Pons, 2000, p. 24.

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Mommsen fue un político de vocación. Perteneció a varias asociaciones liberales, fue

miembro fundador del partido progresista (en 1861), diputado entre 1873 y 79 en el

parlamento prusiano y, entre 1881 y 1884, en el Reichstag. En 1900 (un año después del

codicilo de Heringsdorff), cuando contaba 83 años, aún conservaba la energía suficiente

para impulsar la “Goethebund”, con el fin de defender la libertad de expresión,

amenazada por las nuevas leyes que el partido católico (el Zentrum) quería hacer

aprobar. Ese empeño, que le hizo expresarse políticamente en numerosos artículos de

periódico y situarse a veces en el centro de la polémica, gobernó su vida y recorre su

obra.

Podemos, sin exageración, afirmar que los enfrentamientos entre partidos constituyen

la auténtica columna vertebral de la Historia de Roma, su verdadero hilo conductor, su

argumento. Ejercen su primacía casi desde el principio. Si bien están ausentes durante

la monarquía, la primera “revolución” que hubo en Roma, esto es, la expulsión de los

reyes y la fundación de la República, se debió al pacto entre dos grandes partidos

políticos: el de los antiguos ciudadanos (patricios) y el de los simples habitantes sin

ciudadanía (plebeyos) (II, 25-26) 4. Logrado el objetivo con la marcha de Tarquinio, el

pacto se rompió y los lectores asistimos en las páginas siguientes a las tensiones que

enfrentaron al gobierno de los patricios con la oposición plebeya. Una nueva transacción

entre ambos permitió compilar las Doce Tablas (II, 60). Las luchas posteriores fueron

dando cada vez mayor poder a los plebeyos, una parte de los cuales se sumó a la vieja

aristocracia patricia. De ese modo nació el bipartito, integrado por dos partidos

radicalmente nuevos, el aristocrático y el democrático, cuyas relaciones mutuas van a

articular todo el relato mommseniano (II, 93-96). La efímera igualdad legal alcanzada,

tras de tanto esfuerzo, en detrimento de la vieja nobleza patricia, con el acceso de los

plebeyos a todas las magistraturas y cargos, desapareció súbitamente con el surgimiento

de una nueva aristocracia, patricia y plebeya a la vez. Esta es una idea crucial en el

pensamiento de Mommsen, sobre la que vuelve varias veces. En el tratado de derecho

público subraya que, una vez conseguida la igualdad patricio-plebeya, no hubo ningún

ciudadano que no pudiera llegar a ser cónsul o pontífice máximo, pero esta igualdad de

oportuinidades se desvaneció debido al surgimiento progresivo de una aristocracia

senatorial (Staatsrecht III, 1, p.458). Frente a ella, sigilosamente, se va formando “el

partido del progreso” (IV, 52-53). De este modo, regresamos al punto de partida, sólo

que, en lugar de patricios, ahora gobierna en Roma una minoría integrada por los

4 Utilizo y cito (volumen y página) la edición publicada por editorial Turner (Madrid, 1983-88), que

reproduce la traducción de A. García Moreno, editada por Francisco Góngora en Madrid, 1876-

1877.

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descendientes de quienes han ocupado determinados cargos (cónsul, pretor, edil curul)

(IV, 55). El senado, en origen mero órgano consultivo, ha logrado arrebatarles el poder a

los cónsules, de modo que se constituye en el verdadero gobierno de Roma, ejercido en

la práctica por un reducido grupo de consulares mientras el resto de la cámara asiste

impotente a las deliberaciones. He aquí ya, plenamente formado, el fantasma que

recorrerá las páginas de la Historia de Roma: una oligarquía hereditaria, defensora fiera

de sus prerrogativas y privilegios, la nobleza (IV, 69), a la que Mommsen no querrá

reconocer mérito alguno. Incluso en su mejor momento, cuando dirigía con notable éxito

la conquista del Mediterráneo, la oligarquía romana no recibe más que una tibia

felicitación: los cien años que siguieron a la guerra contra Aníbal fueron “el siglo de las

medianías” y su aparente estabilidad escondía, en realidad, todos los males que habrían

de causar, a su debido tiempo, el derrumbe del sistema político (IV, 122). Naturalmente,

a esta nobleza se le oponían enemigos, que empleaban la asamblea del pueblo para

imponer sus opiniones frente a las del senado: por un lado, estaba el “partido de la

reforma” o “del progreso” (IV, 112-113), impulsado por patriotas y apoyado en el

campesinado, y por otro, el partido radical, de los demagogos, que defendía los intereses

de la plebe urbana (IV, 102 y ss.).

Si César representa la culminación del proceso iniciado con la fundación de Rómulo,

si él encarna el “Weltgeist” hegeliano 5, su triunfo es asimismo el del jefe de un partido, el

“democrático”. Tras el intento, fracasado, de revolución gracana, el partido aristocrático

se hizo con el poder y logró mantenerse en él durante décadas, salvo el fugaz paréntesis

de Cinna. Los demócratas intentaron imponer sus ideas una y otra vez, pero sin éxito,

hasta que decidieron prestar su apoyo a un general del otro bando, a Pompeyo, formado

en la lealtad a Sila. Así, a partir del 68 a.C., con las leyes Gabinia y Mamilia, los oligarcas

sufrieron una derrota en toda línea, dejando el campo libre para los demócratas, que

ocuparon el gobierno, pero siempre a la sombra del llamado Magno. En los años

siguientes, su estrategia se centró en librarse de esa tutela, primero aliándose con los

“anarquistas” (Catilina) y luego fortaleciendo la posición de un general salido de sus

propias filas: César. Por una progresión creciente, el partido popular había pasado de la

reforma a la revolución y de ésta, a la anarquía y la guerra contra la propiedad: son los

comunistas o anarquistas, como Mommsen los llama, sin pararse en demasiados

distingos, gente como Catilina o Clodio, a quienes desprecia (VIII, 208 y 210). Entre

5 La expresión es de A. Heuss, Theodor Mommsen und das 19. Jahrhundert, Kiel, 1956, p. 79,

quien muestra la influencia de Hegel en Mommsen, si bien indirecta (a través de Droysen quizás),

pues no hay constancia de que el historiador haya leído ninguna de las obras del filósofo. Para

Heuss, el paso de la República al Principado, en Mommsen, constituye un proceso dialéctico.

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tanto, el “partido de los capitalistas” (expresión con la que Mommsen se refiere al ordo

equester, véase VII, p.145) secunda ora a los demócratas, ora a sus oponentes, en

función de sus conveniencias. El triunfo final de César puso límites a esta peligrosa

radicalización de los demócratas, salvaguardando el sacrosanto derecho a la propiedad

privada.

Este es, como queda dicho, el esqueleto de una obra, que, con perdón de Tácito,

escribió Mommsen cum ira et studio o, por decirlo con las palabras que empleó F.

Haverfield en su obituario, “con toda la ardiente emoción de un liberal alemán que había

salido a la calle en 1848” 6. Debemos, por tanto, situar en su debido contexto, tanto

personal como histórico, la obra que nos ocupa. Desde finales de ese crucial año de

1848, Mommsen es profesor extraordinario de derecho en Leipzig 7, cuando ya se

habían difundido por toda Europa los ecos de la revolución de febrero en París. En la

jornada decisiva del 18 de marzo, el pueblo berlinés, volcado en su apoyo a quienes

habían levantado barricadas en diversos puntos de la ciudad, obligó al rey de Prusia,

Federico Guillermo IV, a retirar las tropas, destituir al gobierno y proclamar una amnistía.

El propio rey hubo de humillarse y rendir homenaje a las víctimas de los combates

callejeros. El golpe infligido a la monarquía absoluta había sido severo y las esperanzas

de triunfo de las ideas liberales crecieron muchísimo a partir del momento en que inició

sus sesiones, el 18 de mayo, el parlamento de Frankfurt, reunido en la Paulskirche. Su

misión consistía en redactar una constitución y decidir la forma que había de tener una

futura Alemania unida. Sin embargo, las sesiones se alargaban indefinidamente y los

debates se sucedían sin que se adoptasen decisiones. El impulso inicial fue perdiendo

fuerza y el parlamento, credibilidad. Cada vez eran más quienes creían que el destino de

Alemania necesariamente habría de decidirse en las calles. Entre ellos se cuenta el

propio Mommsen, quien, en 1849, participó en los convulsos esfuerzos por fundar un

estado liberal en una Alemania unida, que alcanzaron su máxima expresión en Leipzig el

4 de mayo de 1849, cuando se abortó un conato de revuelta. Mucho más sangriento fue

el episodio de Dresde, donde los revolucionarios, que habían levantado las primeras

barricadas el 3 de mayo, fueron aplastados después de violentos combates, librados

entre el 5 y el 9 de mayo, que causaron unos doscientos cincuenta muertos. La

6 F. Haverfield, «Theodor Mommsen», English Historical Review, 19, 1904, 80-89 (en p. 84). No

comparto el empeño de A. Heuss, op. cit., pp. 69-70 por alejar de Mommsen toda sospecha de

subjetividad, hasta el punto de querer convertir los juicios morales, tan abundantes en la Historia

de Roma, en simples formas para mejor perfilar los hechos históricos.

7 Para el relato circunstanciado de los acontecimientos, puede verse G. Weber, Historia

contemporánea (de 1830 a 1872), vol. II, Madrid, 1878.

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revolución había fracasado en menos de una semana: en vez de un estado liberal,

fundado en una constitución del mismo signo, lo que vino fue el “estado de las

autoridades” “Obrigkeitstaat”, y con él, la represión de los insurrectos. El 31 de enero de

1850 entró en vigor la nueva constitución después de prolongadas negociaciones con el

renuente rey, donde se enuncian sus poderes, es decir, se delimitan, y donde se incluye

una lista de derechos fundamentales de los prusianos, pero todavía no se reconoce el

principio de soberanía nacional y el rey sigue recibiendo su legitimidad de Dios y

conservando el control absoluto sobre el ejército, el aparato burocrático y la política

exterior 8.

El súbito fracaso de la revolución del 48 en Alemania, que contrasta con los

favorables auspicios bajo los que comenzó, ha sido, desde entonces, motivo de

perplejidad para historiadores y estudiosos, que han intentado explicarlo de varias

formas, pero no cabe duda, de que, en el terreno personal, para Mommsen supuso un

golpe muy duro 9. En octubre de 1849, un tribunal de Leipzig condenó a su amigo y

mentor, O. Jahn, a un año de cárcel y al propio Mommsen, a nueve meses, por haber

convocado, el día 4 de mayo de 1848, a los ciudadanos a una asamblea. Un tribunal

superior revocó después la sentencia, pero el ministerio de Sajonia ordenó, en cualquier

caso, su expulsión de la universidad. Mommsen encontró acogida en la de Zurich, donde

ejerció como profesor desde abril de 1852 hasta que, en septiembre de 1854, regresó a

Alemania para ocupar una cátedra en Breslau. Ésos fueron los años en los que escribió

la Historia de Roma, cuyo contrato había firmado con los editores (Weidmann) el 1 de

octubre de 1850. El primer tomo fue editado en 1854, el segundo, en 1855 y el tercero,

en 1856. No deberemos perder de vista en ningún momento que Mommsen escribe bajo

la impresión de la derrota, la condena y el exilio, asistiendo impotente al triunfo de una

aristocracia deseosa de mantener sus privilegios, pese al impulso del liberalismo. Las

despiadadas críticas a la corrupta e ineficaz aristocracia romana son otros tantos dardos

contra los odiados Junkers prusianos. La contundencia de algunas afirmaciones las

convierte casi en defensa de su propia conducta durante la algarada de Leipzig. Tras

destacar la corrupción y pésimo gobierno de la restauración postsilana, añade: “el poder

cesa de ser legítimo cuando no sabe gobernar; y el que tiene la fuerza tiene también el

derecho de derribarlo” (VII, 126). Los liberales tenían, ya que no la fuerza, al menos la

legitimidad de su parte cuando se enfrentaron con violencia a la incapaz aristocracia

sajona.

8 H.-U. Wehler, Deutsche Gesellschaftsgeschichte, 1849-1914, München, 1995, pp. 201-202.

9 Lo que sigue, referido a los detalles sobre la vida de Mommsen procede de S. Rebenich,

Theodor Mommsen. Eine Biographie, München, Beck, 2002, pp. 63 ss.

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PARTIDOS

La palabra “partido” (Partei) comienza a usarse en alemán con significado político a

partir de 1790-1815 10: al principio, tiene todavía un sentido más bien neutro, como

“parte” de la sociedad, de modo que toda persona, desde el momento en que ocupa un

lugar en su sociedad, pertenece también a un partido. Pronto, sin embargo, fue

adquiriendo el significado de “organización con fines políticos” y como tales los partidos

fueron prohibidos por las leyes y criticados con mayor o menor vehemencia por muchos

intelectuales y estadistas. Metternich los consideraba una amenaza y para L. von Ranke

eran la “nueva escolástica”, porque pretendían reducir el mundo real a sus limitadas

categorías. En el terreno legal, evitar la formación de partidos era una de las tareas del

censor según la Preussische Zensurverordnung de 1819, mientras que los llamados

“Diez artículos” prohibían (en 1832) toda asociación de contenido político. Por esa razón

legal y por la desconfianza que despertaban, a mediados de siglo todavía se evitaba la

palabra “partido” y se optaba por “asociación” (Verein), más neutra. En Leipzig, hacia

1848, los “demócratas”, partidarios de la República, constituían la Vaterlandsverein,

mientras que los “liberales”, que defendían una monarquía constitucional, habían

fundado la Deutsche Verein, a la que pertenecía Mommsen 11. El Manifiesto del partido

comunista, escrito por K. Marx, entre diciembre de 1847 y enero de 1848, todavía no

tiene, pese a su título, una noción clara de su carácter: “los comunistas no forman un

partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros… los comunistas son, pues, el sector

más resuelto de los partidos obreros de todos los países” 12.

Sin embargo, pese a tanta renuencia, desde la década de los 40 empiezan a

aparecer estudios consagrados a analizar el fenómeno de los partidos políticos en

Alemania y a intentar clasificarlos según sus diferentes orientaciones. Se comienza a

distinguir entre partidos “del movimiento” o del “progreso” o bien, por el contrario,

defensores del “orden” o de la “legitimidad”. De una manera más sistemática, el suizo F.

Rohmer, en su obra Die vier Parteien (Zurich, 1844), propuso una división en cuatro de

los partidos, que gozó de mucho predicamento en su época. A cada uno, Rohmer le

hacía corresponder una fase en la vida del hombre: el radical (infantil), el liberal (juvenil),

10 Para este párrafo, sigo el texto, utilísimo, de K. von Beyme, «Partei», en O. Brunner, W. Conze

y R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffen. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen

Sprache in Deutschland, vol. IV, Stuttgart, 1978, pp. 677-736, esp. pp. 697-707.

11 S. Rebenich, op.cit., pp. 63 ss.

12 K. Marx - F. Engels, Manifiesto del partido comunista (publicado en Londres, en febrero de

1848), en Obras escogidas, Madrid, ed. Fundamentos, 1975, pp. 34-35.

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el conservador (edad adulta) y el absolutista (vejez) 13. De este modo, distinguía dos

partidos “moderados” (liberales y conservadores) y otros dos “extremistas” (radicales y

absolutistas). Todas estas especulaciones, esencialmente teóricas, fueron perdiendo

interés a medida que se iba desarrollando, con muchas dificultades, el régimen

parlamentario en Alemania. El primer partido que empleó expresamente esa

denominación y al que, por tanto, podemos considerar el primer partido en el sentido

moderno del término fue precisamente el Forstschrittspartei o “partido del progreso” 14,

en cuya fundación, como ya lo hemos señalado, participó el propio Mommsen.

De este modo, en la segunda mitad del XIX, se articuló un sistema de partidos,

integrado esencialmente por cuatro: conservadores, liberales (el “partido del progreso”),

católicos (agrupados en el Zentrum desde 1870) y socialistas. El primero de ellos, el de

los conservadores estaba integrado por señores locales, con una fuerte presencia de

militares y de dirigentes de las iglesias protestantes. Su ala derecha era

vehementemente anticapitalista. Los liberales, por su parte, apoyados esencialmente por

las clases medias urbanas, defendían ideas como nación y constitución, la igualdad civil

y el fin de los privilegios. Se vieron perjudicados por las luchas internas, que causaron

más de una escisión hasta el punto de que a las elecciones de 1881 concurrieron tres

partidos liberales: los Nationalliberalen, los Sezessionisten (de izquierdas) y el

Fortschrittspartei. En tercer lugar, los católicos eran mirados con suspicacia porque se

les tenía por obedientes a las instrucciones que recibían de Roma, mientras que ellos

por su parte, recelaban de la solución kleindeutsch, es decir, de una Alemania unida en

torno a Prusia y sin Austria. Por último, los socialistas, gracias al impulso de un

proletariado creciente debido al desarrollo industrial, cobraron fuerza a partir de la

década de 1860, con el nacimiento de los dos principales partidos: la Allgemeine

Deutsche Arbeiterverein (ADAV), fundada en 1863 por F. Lasalle, de orientación

kleindeutsch, y el Sozialistische Deutsche Arbeiterpartei (SDAP), fundado en 1868 y de

orientación grossdeutsch.

Max Weber diferenció a grandes rasgos tres tipos de partidos políticos: en primer

lugar, aquellos que buscan obtener el poder para el jefe y puestos en la administración

para los cuadros (partido de patronazgo); en segundo lugar, aquellos que aspiran a

satisfacer los intereses de sus propias bases (partidos estamentales y clasistas); y,

finalmente, aquellos que están movidos por concepciones del mundo 15. Este último era

el caso en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX, donde los partidos que hemos

13 K. von Beyme, op. cit., pp. 712-713.

14 K. von Beyme, op. cit., p. 725.

15 M. Weber, Economía y sociedad, Madrid, 1964 (Tubinga, 1922), p. 229.

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brevemente descrito eran auténticos “Weltanschauungspartei”, con una carga ideológica

muy fuerte 16, polarizados en torno al eje “movimiento” (progreso) / “orden público”. La

concepción de partido político que Mommsen usa pertenece, evidentemente, a esta

perspectiva, en la que lo esencial del partido es su credo ideológico, un punto de vista

muy alejado del anglosajón, actualmente predominante, que reduce al partido político a

una simple maquinaria para captar votos. El manual de sociología de A. Giddens, por

poner un ejemplo, lo define como “una organización orientada hacia el logro legítimo del

control del gobierno mediante un proceso electoral” 17. Esta no era la idea predominante

en la Alemania del siglo XIX, donde, como veremos, los partidos no pretendían gobernar,

sino defender su propia concepción del mundo y servir de vehículo para expresar los

deseos y necesidades de determinados sectores de la población. Malinterpretaremos por

completo a Mommsen si le atribuimos la noción de partido que se ha impuesto

actualmente y la usamos para juzgar o valorar el modo en que él la aplica a la tardía

República. Erraremos menos si nos damos cuenta de lo arriesgado de su decisión de

situar a los partidos en el centro de la historia de Roma, en un momento en que la misma

noción de partido apenas había comenzado a recibir la aprobación de los teóricos y de

los hombres de estado. En los años centrales del siglo XIX, quien empleaba esa noción

se manifestaba con ello enemigo de la representación por “estamentos” (Stände), que

era la norma aún en los diferentes estados alemanes. Partido quería decir liberalismo

tanto como estamento era la palabra que identificaba a los conservadores. Los lectores

de la Historia de Roma no podían albergar dudas en cuanto a la adscripción ideológica

de su autor, quien escribía no tanto como historiador sino como lo que deseaba ser, un

animal politicum que la utilizaba como instrumento para influir en la conciencia y en la

opinión política de sus conciudadanos.

Muchas veces se ha recordado la voluntad deliberadamente modernizadora de

Mommsen, quien, fiel a su intención didáctica, quería explicar la historia de Roma para

que la entendiese el lector moderno. El cónsul quedaba convertido en el “burgomaestre”,

los aristócratas, en “Junkers” y Catón, por su parte, es “un Don Quijote” (VII, 16). El

propio Marx censuró a Mommsen por pretender descubrir el modo de producción

capitalista en la Italia romana, empleando el término capitalista en su acepción popular,

no en el técnico de los economistas modernos (Capital, vol.III, capítulo 47). Las

alusiones al “partido del movimiento” o del “progreso” inducían a ese lector moderno a

identificar al punto a los populares con los liberales alemanes (el partido del “movimiento

16 Así los define Th. Nipperdey, Deutsche Geschichte 1866-1918, vol. II, Machtstaat vor der

Demokratie, München, 1993 (2.ª ed.), p. 312.

17 A. Giddens, Sociología, Madrid, 1991 (Cambridge, 1989), p. 343.

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“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005

ciudadano”, “bürgerliche Bewegung”) y a sus opositores, los optimates, con los conser-

vadores. Sin embargo, se ha insistido mucho menos en un extremo en el que Mommsen

mostró con rotundidad la distancia insalvable que nos separa de la antigua Roma. Para

toda la tradición liberal, la “representación popular” constituye un progreso moderno,

pues las sociedades antiguas la ignoraban, defecto que fue causa de múltiples males.

Esta idea la expresan tanto D. Hume, en 1742 como G. Mazzini, en 1847 18, pero

claramente fueron los escritos de B. Constant los que le dieron libre curso entre los

pensadores europeos. En febrero de 1819 leyó en el Ateneo real de París su conferencia

titulada “Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos” 19. En ella afirmaba que, en

la Antigüedad, los ciudadanos, siendo poderosísimos en la esfera pública, pues tomaban

las más graves decisiones, actuaban como jueces y aprobaban las leyes, eran en

cambio impotentes en el ámbito de su vida privada, sujeta a las más diversas normas

impuestas por la ciudad. No le era lícito a nadie pensar ni vestir como quisiera ni

tampoco rendir culto a los dioses de su elección. Esta paradoja radical se había

invertido, juzgaba él, gracias a la aparición del régimen representativo, desconocido para

los Antiguos, pero garante de la libertad individual para los modernos: el pueblo ya no es

dueño de los destinos del Estado, pero a cambio ha conquistado un ámbito de libertad

privada irrenunciable.

Mommsen, como buen liberal, compartía, en buena medida, estas ideas de Constant.

A su entender, no cabe duda de que la asamblea representativa, emanación de la

soberanía nacional, es un producto moderno, desconocido para los antiguos (V, 344). Se

reafirma luego en esta idea, crucial para él, al constatar que ni siquiera los itálicos

sublevados contra Roma, pese a constituir una coalición de ciudades, se organizaron al

modo representativo (V, 343) y sólo tras la supresión por Sila de la lectio senatus sugiere

que el senado comienza a parecerse a una cámara representativa, en la medida en que

sus miembros eran elegidos (indirectamente) por el pueblo y en que ella misma poseía

capacidad legislativa (VI, 128). Esto último, la capacidad legislativa, la deduce

Mommsen, algo forzadamente, de la obligación impuesta a todo proyecto de ley de

obtener la aprobación previa del senado antes de someterse al voto popular.

Es evidente que ninguno de los senadores era depositario de la soberanía popular, de

modo que ni siquiera como metáfora podemos asimilarlos a diputados elegidos para que

redacten las leyes. Por ello, debemos rechazar la idea, expresada a veces, según la cual

18 Véase P. Baehr, Caesar and the Fading of the Roman World. A Study in Republicanism and

Caesarism, Nueva Jersey, Transaction Publishers, 1998, p. 158, n. 81 y 83.

19 Véase B. Constant, Sobre el espíritu de conquista. Sobre la libertad en los antiguos y en los

modernos, Madrid, Tecnos, 2002 (2.ª ed.), con un estudio preliminar de M. L. Sánchez Mejía.

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Mommsen imagina para Roma un bipartidismo análogo al de la monarquía británica, en

el que los dos principales partidos se turnan en el poder 20. Es cierto que la admiración

que Mommsen sentía por el modelo constitucional británico pudo inducirle a trasplantarlo

a la descripción que nos hace de la República romana, pero no son las elecciones las

que dan el triunfo a uno u otro partido, como en el modelo inglés. No parece, por tanto.

que le sirviesen de modelo los partidos de honoratiores ingleses de finales del siglo XVIII

y principios del XIX. De hecho, los triunviros (Pompeyo, Craso y César) gobiernan pese a

que no tienen el control ni de las elecciones ni de los tribunales (VII, 441). Teniendo en

cuenta que la república romana no era un régimen representativo, el presunto modelo

parlamentario pierde así buena parte de su fundamento. Mommsen era perfectamente

capaz de hablar de partidos sin ver en ellos maquinarias para captar votos y obtener

mayorías parlamentarias, que es como nosotros estamos acostumbrados a concebirlos.

La noción misma de “organización” o de “aparato” no se encuentra en parte alguna.

Ciertamente, los partidos de Mommsen tienen afiliados, jefes, estrategias (VII, 416), así

como diversas fracciones, más o menos radicales, en su seno (“tibios y ultras”, VIII, 112).

El núcleo del partido popular, tras la muerte de Sila, lo formaban los demócratas “que se

jugaban su cabeza y sus bienes por una palabra de orden y programa de partido” (VII,

10). Con tanta entrega y tanta lealtad, los partidos no pretendían ganar elecciones, sino

alzarse con el poder obteniendo una mayoría senatorial favorable o bien logrando

comisiones militares para sus generales, como fue el caso de Pompeyo y de César. Los

partidos, tal como nuestro ferviente patriota alemán los concibe, no son estructuras de

poder. Algunas veces, incluso, Mommsen hereda la vieja visión de principios del siglo

XIX que identifica “partidos” con “partes” de la sociedad. Así, en las encarnizadas luchas

de la Tardía República, vemos aparecer, ocasionalmente, a un tercer grupo, los

capitalistas o comerciantes, a quienes él identifica con el ordo equester, aliado tornadizo

de los demócratas o de los oligarcas. Con todo, cualquier “parte” de la sociedad no

constituye un partido, pues no merecen tal consideración quienes carecen de influencia

política: tal es el caso de los provinciales (VI, 194), pero también, más

sorprendentemente, de los soldados (VII, 412).

Los partidos políticos en los que Mommsen piensa son, en última instancia, ideas,

ideas políticas cuya defensa cree que mantienen determinados personajes en diversos

momentos, aunque a menudo la estrechez de miras de los políticos o su defensa cerrada

de sus privilegios o de sus intereses les impida encontrar solución a los graves

20 S. Rebenich, op. cit., p. 90 (hablando de la Historia de Roma): “Im römischen Senat wird wie im

Englischen Parlament Parteipolitik getrieben, hier sind es Optimaten und Popularen, dort die

Liberalen und Konservativen”.

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problemas que aquejaban a Roma: “En el poder, lo mismo que en la oposición, no tienen

los dos partidos plan ni pensamiento político que pueda ayudarles a salir de su estéril

inmovilidad” (V, 112). En sus mejores momentos, cuando se sobreponen a esta carencia

ideológica, son Weltanschauung Partei como los que Mommsen estaba viendo nacer en

un momento crucial para Alemania. Hacia 1850, las cuestiones esenciales estaban aún

por decidir y aún no había llegado el momento de la normalidad, en el que los partidos

han de pasar a ocuparse de los problemas de las mayorías y de aburridos proyectos de

ley sobre cuestiones concretas. El momento en el que escribe es, por decirlo así,

constitucional, cuando se debatía sobre la forma de estado conveniente para una futura

Alemania unida y las opciones se repartían entre una monarquía hereditaria (de la que

era partidario Mommsen) y una república. Importan, sobre todo, las ideas esenciales, el

núcleo ideológico, de modo que Mommsen nos presenta el programa del partido

democrático, sus principios fundamentales, mantenidos sin cambios sustanciales durante

casi un siglo, desde Cayo Graco hasta César, con excepción de los “salvajes arrebatos

de los Catilinas y los Clodios”, principios que eran los cuatro siguientes: mejorar la suerte

de los deudores, colonización transmarítima, nivelación de las condiciones jurídicas de

todas las clases en el estado y poder ejecutivo independiente de la supremacía del

Senado (VIII,217). Veamos cada punto por separado:

1. Deudores. Mommsen puso mucho cuidado en subrayar que César jamás atentó

contra la propiedad privada, moderando incluso lo que pudiera haber de excesivo en los

proyectos gracanos, cuya legalidad, sin embargo, defiende con ardor. Aunque

agudamente consciente de los problemas sociales 21, Mommsen nunca sintió simpatía

por el socialismo, de quien desconfiaba ante todo porque no ponía la Patria por encima

de cualquier otra consideración, tal y como, al menos nominalmente, hacían los

restantes partidos. A los socialistas los consideraba simplemente antipatriotas, que es el

pecado más grave que, a sus ojos, puede cometer un político alemán. Respaldó incluso

las leyes que los pusieron fuera de la ley en 1878, si bien tras la retirada de Bismarck en

1890, su aversión a los conservadores militaristas fue más fuerte que sus prejuicios, de

modo que dio su aprobación al pacto entre liberales de izquierda y socialistas que

intentó, sin éxito, derrotar a los conservadores en las elecciones de 1903. Con el tiempo,

como vemos, Mommsen fue capaz de pasar por alto las carencias patrióticas de los

socialistas, pero a mediados de siglo, cuando escribía la Historia de Roma, el “problema

social” apenas había comenzado a manifestarse en toda su crudeza. La muchedumbre,

21 En 1844, en París, escribió en su diario: “Es ist jetzt der Moment, wo der Mittelstand hier

förmlich ausgerottet wird und alle entweder zu den Reichen übergehen oder in die Armut zurück”

(citado por S. Rebenich, op. cit., p. 46).

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Pedro López Barja de Quiroga

las masas, no cuentan ciertamente con su aprecio ni su comprensión (cfr. VII, 408).

Durante las discusiones que hubo en el seno del Fortschrittspartei en 1861, Mommsen

se opuso a la implantación del sufragio universal masculino, introducido en Prusia, como

efecto de la revolución, en abril de 1848, pero pronto suprimido (en mayo de 1849).

Defendía, por su parte, una representación que diese mayor peso a las élites

intelectuales y económicas del país. Sus reticencias son comprensibles, dada la

desconfianza que muestra hacia “las masas”. La estrategia política que atribuye a los

partidos en Roma afecta a una minoría, no al pueblo, que no forma parte de ellos. En

repetidas ocasiones deja traslucir la sospecha de que la política, en Roma, era asunto de

minorías las más de las veces, y en otras ocasiones, recuerda que el pueblo se limitaba

a asentir dócilmente a todo proyecto que se sometiese a su consideración: “la decisión

que salía de las tribus o de las centurias no era más que la moción del magistrado autor

de la rogación: para darle fuerzalegal, bastaba un corto número de votantes, con su sí

obligado” (V,145). Por eso subraya que en las elecciones los partidos no tenían

influencia porque se enfrentaban personas, pero rara vez ideas (V, 112). El gobierno es

la mayoría senatorial porque en este momento el predominio del senado es indiscutible:

“El nombramiento para los más altos puestos, las cuestiones políticas más importantes,

todo se decide en el Senado según las simpatías y los odios rivales de los partidos” (V,

101). Hay también prejuicios de clase que le hacen mostrar desprecio y a la vez temor

respecto del pueblo llano. El liberalismo tenía su apoyo principal en las burguesías

urbanas y Mommsen no deja de señalar con una nota negativa todos los que él

considera, en la historia de Roma, ataques contra las clases medias de las ciudades. Se

comprende, pues, fácilmente que el calificativo de comunistas o anarquistas lo reserve

para personas o ideas que no gozan de sus simpatías, como Catilina o Clodio.

2. Colonización transmarítima. Este es uno de los puntos esenciales, porque hace

que César trascienda su imagen de simple conquistador. Mediante la colonización, los

romanos difundieron su civilización superior al resto del mundo, cumpliendo así la misión

que la historia les había encomendado. Su superioridad en este terreno legitima sus

conquistas y anexiones, su enorme expansión, pero sólo a condición de que sirva para

inculcar a los vencidos la medicina de la mejor condición de los romanos. La conquista

no es, no debe ser pura explotación, sino también el comienzo de un proceso civilizador.

3. La igualdad ante la ley es una de las premisas esenciales del liberalismo, que

reclamaba la abolición de todos los privilegios. La denuncia de los privilegios hereditarios

de los Junkers había sido uno de los ejes de la actividad política de Mommsen, para

quien Roma había siempre satisfecho ese ideal de igualdad: “pero en medio de las

luchas intestinas, salía el gran principio de la igualdad civil ante la ley, tanto respecto a

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los derechos como respecto a los deberes” (II, 114), pues allí nadie podía considerarse

por encima de las leyes, salvo en lo relativo a los esclavos, por eso la esclavitud es una

lepra de las sociedad antiguas. La ausencia de castas es un hecho que para Mommsen

tiene la mayor importancia. Creo que, en este aspecto, la influencia de Constant es

perceptible, pese a que en ningún momento sea mencionado su nombre. Recordemos

que, en opinión de Constant, el enorme peso de los ciudadanos en el gobierno de su

pólis iba acompañado de muy escasa libertad individual, mientras que en los estados

modernos ocurre lo contrario: los ciudadanos son libres en el ámbito privado, mientras

que, en el terreno público su influencia es intermitente, pues quienes gobiernan son sus

representantes. Pues bien, Mommsen opina que Roma obró el milagro de conciliar

ambas libertades, la pública y la privada: “Ningún pueblo ha sido tan poderoso en el

círculo de sus derechos políticos como el pueblo romano. En ninguno han vivido los

ciudadanos en una tan completa independencia los unos respecto de los otros y aun en

relación al Estado” (I, 125). En el colmo de la adulación, llega incluso a atribuir a los

romanos el principio de legalidad, pues, según él, éstos no hubiesen tolerado ninguna ley

que castigase al ciudadano con una pena no existente en el momento de la comisión del

delito. Tampoco el Estado se inmiscuyó nunca –a diferencia de lo que hizo Licurgo en

Esparta– en cuestiones de familia o de propiedad. Por esta razón, la figura de la

prouocatio adquirió una importancia crucial para él, porque simbolizaba la libertad

individual del ciudadano y la limitación impuesta a todo abuso por parte de las

autoridades. Mommsen convierte a la prouocatio (que él quiere ver establecida desde el

primer año de la República) en la clave de bóveda de la constitución republicana, y esto

no sólo en su Historia de Roma, sino también en el Derecho público y en el Derecho

penal 22 Los romanos, pues, eran no sólo soberanos sino también libres porque gozaban

de protección contra los abusos que pudieran cometer los magistrados. Además, como si

quisiera ratificar a Constant, los romanos eran comerciantes. En efecto, la única o la

principal excepción que Constant aceptó para su regla era Atenas, donde, según él, se

disfrutaba, no sólo de la libertad pública propia de las ciudades antiguas, sino también de

libertad individual, y ello era debido a la importancia que tenía allí el comercio. Lo mismo

vale para la Roma de Mommsen, “una ciudad comercial que debió al comercio

internacional los primeros elementos de su grandeza” (I, 133). Roma nace como una

ciudad mercantil, pues el Lacio era una región eminentemente agrícola, pero Roma,

gracias al intenso comercio que desarrolló, pasó a ocupar un lugar a la cabeza de las

ciudades latinas (I, 78). Lo llamativo es que esta actividad no la desarrollan comerciantes

22 J.F. McGlew, «Revolution and Freedom in Theodor Mommsen’s Römische Geschichte»,

Phoenix, 40, 1986, 424-445, esp. p. 429.

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Pedro López Barja de Quiroga

más o menos marginales dentro de la sociedad romana, sino que Mommsen ve a los

grandes propietarios también como especuladores y capitalistas (I, 298-299). De este

modo, la influencia –benéfica– que el comercio ejerce, alcanzando al núcleo rector de

Roma, se difunde y distribuye por todo el cuerpo social. Por esta razón, el reproche que

Marx le hizo a Mommsen resulta superficial: el enorme desarrollo capitalista, financiero y

comercial que este último atribuye a Roma desde sus mismos orígenes, si bien carece

de fundamento, se comprende en tanto que requisito imprescindible –según los criterios

de Constant– para una sociedad donde imperen la libertad individual y la igualdad civil.

La corrupción de la tardía república consistió precisamente en poner en cuestión estos

principios fundamentales y mérito principalísimo de César fue el haberlos restablecido en

todo su vigor.

4. Separación Senado-poder ejecutivo. Desde el punto de vista de Mommsen las

acusaciones de aspirar al regnum que se les hicieron a los Gracos no eran simples

medios de socavar el apoyo con que contaban entre las clases populares. Respondían a

la realidad, porque los Gracos, y tras ellos, el partido demócrata, había comprendido la

necesidad ineludible de imponer una monarquía en Roma para poner coto a las

ambiciones de los aristócratas. En la tradición alemana está fuertemente enraizada la

dicotomía entre gobierno y parlamento, de modo que el primero no depende formalmente

del segundo, que constituye esencialmente expresión de la voluntad popular. El senado

no es un parlamento, como ya vimos, pero no cabe duda de que su posición, al lado de

un fuerte poder ejecutivo, responde bastante bien a la tradición prusiana, en la que el

gobierno no está sometido al control parlamentario. Como en otras ocasiones, Mommsen

entrelaza su percepción de la realidad coetánea con la interpretación de las fuentes

antiguas.

He buscado, en vano, un análisis siquiera somero de los partidos políticos en el

Staatsrecht. En su índice onomástico no figuran ni Partei, ni populares ni optimates.

Apenas si he encontrado referencias de pasada a los optimates y, casi siempre con un

contenido muy neutro. Si bien con Sila se implantó “el gobierno de los optimates” –

debido a la emancipación del senado respecto de las magistraturas-, la reacción de

César ya no trajo consigo el triunfo de los demócratas, sino la introducción de una

autocracia (Staatsr. III.2, p. 1252 = DPR VII, p. 484). Como quiera que sería impensable

describir el sistema de derecho público alemán en el siglo XIX sin un detallado

tratamiento de los partidos, debemos pensar que, al menos a partir de 1870, los

optimates y los populares ya no podía Mommsen considerarlos como “partidos políticos”

en el sentido más técnico de la expresión. Sin embargo, no creo que haya habido un

cambio de opinión en Mommsen en el tiempo que transcurre entre la Historia de Roma y

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el Derecho público. Como hemos visto, los partidos políticos, tal como él los concibe, son

esencialmente ideas, y por tanto, nunca formaron parte, a su entender, del sistema

constitucional romano.

El carácter no representativo de la constitución romana impedía que fueran

públicamente conocidas las necesidades y los deseos de los ciudadanos. Los

senadores, designados libremente por el censor hasta la época de Sila, no podían

desempeñar, en modo alguno, esta función, especialmente si tenemos en cuenta que su

nombramiento era vitalicio. Los magistrados, en cambio, y especialmente los cónsules,

eran elegidos, cada año directamente por el pueblo. El lugar neurálgico que les está

reservado en la constitución romana lo ocupan desde el principio. Debido a la influencia

que sobre él ejerció Rubino, Mommsen sostenía que, en lo referente a la Roma más

arcaica, las noticias sobre batallas y hechos históricos podían resultar inventadas o, al

menos, haber sido profundamente alteradas, pero no ocurría lo mismo con las

instituciones, cuyo funcionamiento había permanecido vivo durante muchas

generaciones. La información relativa a ellas merecía, por tanto, nuestra confianza 23.

Partiendo de esta credibilidad recobrada, la posición de la monarquía adquiere un nuevo

valor. El imperium del monarca o de los cónsules, en tanto que es esencialmente el

mismo, se convierte así, en el pilar que sustenta todo el armazón constitucional y, lo que

es más importante, el poder casi absoluto del senado en la República media, Mommsen

lo considera una verdadera usurpación. El senado se había ido arrogando atribuciones y

competencias hasta lograr subordinar a los magistrados a su voluntad, de modo que, de

consejo meramente consultivo que era en un principio, se transformó en máximo órgano

constitucional romano. De este modo, el proceso que, en la reconstrucción de

Mommsen, recorrió la historia de Roma fue auténticamente dialéctico. En un primer

momento, se encuentra la tesis, es decir, el establecimiento de la monarquía con sus

poderes intactos, poderes que heredó, sin grandes alteraciones, el consulado. La

igualdad ciudadana que se logró con el acceso de los plebeyos a las magistraturas duró

muy poco. A continuación, la antítesis, es decir, el gobierno del senado, la usurpación,

por parte de una reducida oligarquía, del poder que habían ejercido los magistrados, que

margina al resto de la sociedad y lo excluye de la toma de decisiones. Finalmente, la

síntesis, la diarquía augustea (mera continuación de la obra frustrada de César), que

23 Joseph Rubino (1799-1864) escribió una Untersuchungen über römische Verfassung und

Geschichte, publicada en Cassel, en 1839 (J.C. Krieger). Sobre la influencia que ejerció en

Mommsen, véase brevemente M. Raskolnikoff, Histoire romaine et critique historique dans l’Europe

des Lumières, Roma, 1992, p. 771.

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constituye, en el fondo, un retorno a la monarquía arcaica, en el que el senado recupera

el lugar que le corresponde en la constitución, como órgano consultivo.

EPÍLOGO

Ignoro las profundas y auténticas razones de la desilusión que Mommsen deja

traslucir en su codicilo. No puedo evitar, sin embargo, la sospecha de que, siquiera en

parte, estaba relacionada con los cambios producidos hacia finales del siglo XIX, que

arrumbaron el viejo proyecto liberal de un cuerpo de ciudadanos conscientes de su valía

formando parte activa del gobierno de la nación unificada. Al final de su vida, Mommsen

formaba parte de un grupo, políticamente marginado y carente de influencia, de la

burguesía liberal. El partido al que pertenecía, el Deutsch-Freisinningen Partei se había

creado en 1884 con la fusión de los liberales de izquierda (los Sezessionisten) y el

Fortschrittspartei, pero su apoyo electoral menguaba de día en día. La corriente liberal

había perdido vigor. Los nuevos tiempos preferían otras doctrinas como el “elitismo

democrático” de Weber o la “teoría de las élites”. Era el fin de la política entendida como

debate público de propuestas para la toma de decisiones que afectan a una determinada

comunidad. A finales del siglo XIX, la solución que Weber ofrecía para las dificultades

políticas alemanas era “cesarismo combinado con un sólido sistema parlamentario” 24.

No muchos años después, en 1912, se publicó la devastadora Habilitationschrift de M.

Gelzer, que arrancó de raíz los partidos políticos de toda reconstrucción moderna de la

Historia de Roma. Según su opinión, el enfrentamiento político nunca estuvo dictado por

razones ideológicas sino que en la República se vivió una pura y descarnada lucha por el

poder, sin paliativos ni excusas 25. Para remachar aún más la cuestión, H. Strasburger

consideró toda reflexión política como mera propaganda al servicio de intereses muy

concretos, personales o de clase. En Roma, nadie hacía política en el sentido estricto del

término 26. Desde entonces, la voz liberal y combativa de quien se consideraba un animal

político y deseaba ser un ciudadano, la voz del autor de la Historia de Roma, apenas ha

vuelto a escucharse. Una vez demostrado –lo cual resultaba sencillo- que la Roma

24 P. Baehr, op. cit., p. 199.

25 M. Gelzer, «Die Nobilität der römischen Republik», en Kleine Schriften, vol. I, Wiesbaden,

Steiner, 1962, pp. 17-135. (trad. inglesa, The Roman Nobility, Oxford, 1969, Blackwell).

26 H. Strasburger, Concordia ordinum. Eine Untersuchungen zur Politik Ciceros, Leipzig, 1931. La

única excepción que admite es la invocación al consensus omnium bonorum, al que considera un

ideal de partido, porque, por una vez, el punto de partida no es “die Ständeordnung” sino una

“ideelle Tendenz” que aglutinaba a mucha gente en torno a sí (p. 59). Podemos ver que la

concepción idealista de Mommsen sigue aquí vigente todavía.

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republicana no conoció los partidos políticos entendidos como maquinarias de captación

de votos, se extrajo de ahí la conclusión errónea de que tampoco hubo en ella

enfrentamientos ni conflictos ideológicos. Sin embargo, a principios del siglo XXI, la

ideología que se encarnaba en esos cruciales partidos de aristócratas o demócratas,

vuelve a hacérsenos presente. Nadie podía enseñar en la Roma de la Tardía República

el “carnet” que lo acreditaba como miembro de los optimates o de los populares, pero

Cicerón sabía perfectamente bien qué palabras escoger cuando deseaba acercarse a

unos o a otros.

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