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LOS PARTIDOS POLÍTICOS EN LA OBRA DE MOMMSEN
Por
PEDRO LÓPEZ BARJA DE QUIROGA * Universidad de Santiago de Compostela
CIUDADANO MOMMSEN
En un breve y amargo codicilo, firmado en Heringsdorff en 1899, pero no divulgado
hasta 1948, Mommsen dejó constancia de la nula confianza que le merecía el pueblo
alemán. Evocó también las esperanzas, al final frustradas, de quien acabó
perteneciendo, según confiesa, más por azar que por vocación, al gremio de los
historiadores. En realidad, a lo que él, retrospectivamente, hubiera querido dedicar su
vida era otra cosa: “Nunca tuve cargos ni influencia política, ni me esforcé por
alcanzarlos, pero en mi ser más profundo, quiero decir, con lo mejor que hay en mí, he
sido un animal politicum, y he deseado ser un ciudadano” 1. No historiador, ni epigrafista
o filólogo ni experto en derecho, sino ciudadano, porque la ciudadanía es una condición
a la que se aspira, que uno puede tener o no en la medida en que la ejerza, es mucho
más que un simple accidente de nacimiento. La alusión explícita al famoso dictum
aristotélico –el animal político- nos remite a la larga tradición republicana, que considera
la participación en la toma de decisiones y en el gobierno de la comunidad la obligación
primera del verdadero patriota 2. En un sentido auténtico y profundo, Mommsen
perteneció a la orgullosa y vieja tradición de la Ilustración alemana cuyo mejor exponente
fue W. von Humboldt 3.
* Quiero dejar constancia de mi agradecimiento al profesor X. M. Seixas por su asesoramiento
bibliográfico, sin hacerle responsable de ninguna de las afirmaciones contenidas en este artículo.
1 “Politische Stellung und politische Einfluss habe ich nie gehabt und nie erstrebt; aber in meinem
innersten Wesen, und ich meine, mit dem Besten was in mir ist, bin ich stets ein animal politicum
gewesen und wünschte ein Bürger zu sein”. El codicilo lo recoge A. Heuss, Theodor Mommsen und
das 19. Jahrhundert, Kiel, 1956, p. 282. Hay una traducción al inglés: «Theodor Mommsen’s Last
Wishes», P&P, 1, 1952, p. 71.
2 Véase J.G.A. Pocock, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición
republicana atlántica, Madrid, Tecnos, 2002 (= Princeton, 1975).
3 J.J. Carreras Ares, Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Pons, 2000, p. 24.
Pedro López Barja de Quiroga
Mommsen fue un político de vocación. Perteneció a varias asociaciones liberales, fue
miembro fundador del partido progresista (en 1861), diputado entre 1873 y 79 en el
parlamento prusiano y, entre 1881 y 1884, en el Reichstag. En 1900 (un año después del
codicilo de Heringsdorff), cuando contaba 83 años, aún conservaba la energía suficiente
para impulsar la “Goethebund”, con el fin de defender la libertad de expresión,
amenazada por las nuevas leyes que el partido católico (el Zentrum) quería hacer
aprobar. Ese empeño, que le hizo expresarse políticamente en numerosos artículos de
periódico y situarse a veces en el centro de la polémica, gobernó su vida y recorre su
obra.
Podemos, sin exageración, afirmar que los enfrentamientos entre partidos constituyen
la auténtica columna vertebral de la Historia de Roma, su verdadero hilo conductor, su
argumento. Ejercen su primacía casi desde el principio. Si bien están ausentes durante
la monarquía, la primera “revolución” que hubo en Roma, esto es, la expulsión de los
reyes y la fundación de la República, se debió al pacto entre dos grandes partidos
políticos: el de los antiguos ciudadanos (patricios) y el de los simples habitantes sin
ciudadanía (plebeyos) (II, 25-26) 4. Logrado el objetivo con la marcha de Tarquinio, el
pacto se rompió y los lectores asistimos en las páginas siguientes a las tensiones que
enfrentaron al gobierno de los patricios con la oposición plebeya. Una nueva transacción
entre ambos permitió compilar las Doce Tablas (II, 60). Las luchas posteriores fueron
dando cada vez mayor poder a los plebeyos, una parte de los cuales se sumó a la vieja
aristocracia patricia. De ese modo nació el bipartito, integrado por dos partidos
radicalmente nuevos, el aristocrático y el democrático, cuyas relaciones mutuas van a
articular todo el relato mommseniano (II, 93-96). La efímera igualdad legal alcanzada,
tras de tanto esfuerzo, en detrimento de la vieja nobleza patricia, con el acceso de los
plebeyos a todas las magistraturas y cargos, desapareció súbitamente con el surgimiento
de una nueva aristocracia, patricia y plebeya a la vez. Esta es una idea crucial en el
pensamiento de Mommsen, sobre la que vuelve varias veces. En el tratado de derecho
público subraya que, una vez conseguida la igualdad patricio-plebeya, no hubo ningún
ciudadano que no pudiera llegar a ser cónsul o pontífice máximo, pero esta igualdad de
oportuinidades se desvaneció debido al surgimiento progresivo de una aristocracia
senatorial (Staatsrecht III, 1, p.458). Frente a ella, sigilosamente, se va formando “el
partido del progreso” (IV, 52-53). De este modo, regresamos al punto de partida, sólo
que, en lugar de patricios, ahora gobierna en Roma una minoría integrada por los
4 Utilizo y cito (volumen y página) la edición publicada por editorial Turner (Madrid, 1983-88), que
reproduce la traducción de A. García Moreno, editada por Francisco Góngora en Madrid, 1876-
1877.
2
“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005
descendientes de quienes han ocupado determinados cargos (cónsul, pretor, edil curul)
(IV, 55). El senado, en origen mero órgano consultivo, ha logrado arrebatarles el poder a
los cónsules, de modo que se constituye en el verdadero gobierno de Roma, ejercido en
la práctica por un reducido grupo de consulares mientras el resto de la cámara asiste
impotente a las deliberaciones. He aquí ya, plenamente formado, el fantasma que
recorrerá las páginas de la Historia de Roma: una oligarquía hereditaria, defensora fiera
de sus prerrogativas y privilegios, la nobleza (IV, 69), a la que Mommsen no querrá
reconocer mérito alguno. Incluso en su mejor momento, cuando dirigía con notable éxito
la conquista del Mediterráneo, la oligarquía romana no recibe más que una tibia
felicitación: los cien años que siguieron a la guerra contra Aníbal fueron “el siglo de las
medianías” y su aparente estabilidad escondía, en realidad, todos los males que habrían
de causar, a su debido tiempo, el derrumbe del sistema político (IV, 122). Naturalmente,
a esta nobleza se le oponían enemigos, que empleaban la asamblea del pueblo para
imponer sus opiniones frente a las del senado: por un lado, estaba el “partido de la
reforma” o “del progreso” (IV, 112-113), impulsado por patriotas y apoyado en el
campesinado, y por otro, el partido radical, de los demagogos, que defendía los intereses
de la plebe urbana (IV, 102 y ss.).
Si César representa la culminación del proceso iniciado con la fundación de Rómulo,
si él encarna el “Weltgeist” hegeliano 5, su triunfo es asimismo el del jefe de un partido, el
“democrático”. Tras el intento, fracasado, de revolución gracana, el partido aristocrático
se hizo con el poder y logró mantenerse en él durante décadas, salvo el fugaz paréntesis
de Cinna. Los demócratas intentaron imponer sus ideas una y otra vez, pero sin éxito,
hasta que decidieron prestar su apoyo a un general del otro bando, a Pompeyo, formado
en la lealtad a Sila. Así, a partir del 68 a.C., con las leyes Gabinia y Mamilia, los oligarcas
sufrieron una derrota en toda línea, dejando el campo libre para los demócratas, que
ocuparon el gobierno, pero siempre a la sombra del llamado Magno. En los años
siguientes, su estrategia se centró en librarse de esa tutela, primero aliándose con los
“anarquistas” (Catilina) y luego fortaleciendo la posición de un general salido de sus
propias filas: César. Por una progresión creciente, el partido popular había pasado de la
reforma a la revolución y de ésta, a la anarquía y la guerra contra la propiedad: son los
comunistas o anarquistas, como Mommsen los llama, sin pararse en demasiados
distingos, gente como Catilina o Clodio, a quienes desprecia (VIII, 208 y 210). Entre
5 La expresión es de A. Heuss, Theodor Mommsen und das 19. Jahrhundert, Kiel, 1956, p. 79,
quien muestra la influencia de Hegel en Mommsen, si bien indirecta (a través de Droysen quizás),
pues no hay constancia de que el historiador haya leído ninguna de las obras del filósofo. Para
Heuss, el paso de la República al Principado, en Mommsen, constituye un proceso dialéctico.
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Pedro López Barja de Quiroga
tanto, el “partido de los capitalistas” (expresión con la que Mommsen se refiere al ordo
equester, véase VII, p.145) secunda ora a los demócratas, ora a sus oponentes, en
función de sus conveniencias. El triunfo final de César puso límites a esta peligrosa
radicalización de los demócratas, salvaguardando el sacrosanto derecho a la propiedad
privada.
Este es, como queda dicho, el esqueleto de una obra, que, con perdón de Tácito,
escribió Mommsen cum ira et studio o, por decirlo con las palabras que empleó F.
Haverfield en su obituario, “con toda la ardiente emoción de un liberal alemán que había
salido a la calle en 1848” 6. Debemos, por tanto, situar en su debido contexto, tanto
personal como histórico, la obra que nos ocupa. Desde finales de ese crucial año de
1848, Mommsen es profesor extraordinario de derecho en Leipzig 7, cuando ya se
habían difundido por toda Europa los ecos de la revolución de febrero en París. En la
jornada decisiva del 18 de marzo, el pueblo berlinés, volcado en su apoyo a quienes
habían levantado barricadas en diversos puntos de la ciudad, obligó al rey de Prusia,
Federico Guillermo IV, a retirar las tropas, destituir al gobierno y proclamar una amnistía.
El propio rey hubo de humillarse y rendir homenaje a las víctimas de los combates
callejeros. El golpe infligido a la monarquía absoluta había sido severo y las esperanzas
de triunfo de las ideas liberales crecieron muchísimo a partir del momento en que inició
sus sesiones, el 18 de mayo, el parlamento de Frankfurt, reunido en la Paulskirche. Su
misión consistía en redactar una constitución y decidir la forma que había de tener una
futura Alemania unida. Sin embargo, las sesiones se alargaban indefinidamente y los
debates se sucedían sin que se adoptasen decisiones. El impulso inicial fue perdiendo
fuerza y el parlamento, credibilidad. Cada vez eran más quienes creían que el destino de
Alemania necesariamente habría de decidirse en las calles. Entre ellos se cuenta el
propio Mommsen, quien, en 1849, participó en los convulsos esfuerzos por fundar un
estado liberal en una Alemania unida, que alcanzaron su máxima expresión en Leipzig el
4 de mayo de 1849, cuando se abortó un conato de revuelta. Mucho más sangriento fue
el episodio de Dresde, donde los revolucionarios, que habían levantado las primeras
barricadas el 3 de mayo, fueron aplastados después de violentos combates, librados
entre el 5 y el 9 de mayo, que causaron unos doscientos cincuenta muertos. La
6 F. Haverfield, «Theodor Mommsen», English Historical Review, 19, 1904, 80-89 (en p. 84). No
comparto el empeño de A. Heuss, op. cit., pp. 69-70 por alejar de Mommsen toda sospecha de
subjetividad, hasta el punto de querer convertir los juicios morales, tan abundantes en la Historia
de Roma, en simples formas para mejor perfilar los hechos históricos.
7 Para el relato circunstanciado de los acontecimientos, puede verse G. Weber, Historia
contemporánea (de 1830 a 1872), vol. II, Madrid, 1878.
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“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005
revolución había fracasado en menos de una semana: en vez de un estado liberal,
fundado en una constitución del mismo signo, lo que vino fue el “estado de las
autoridades” “Obrigkeitstaat”, y con él, la represión de los insurrectos. El 31 de enero de
1850 entró en vigor la nueva constitución después de prolongadas negociaciones con el
renuente rey, donde se enuncian sus poderes, es decir, se delimitan, y donde se incluye
una lista de derechos fundamentales de los prusianos, pero todavía no se reconoce el
principio de soberanía nacional y el rey sigue recibiendo su legitimidad de Dios y
conservando el control absoluto sobre el ejército, el aparato burocrático y la política
exterior 8.
El súbito fracaso de la revolución del 48 en Alemania, que contrasta con los
favorables auspicios bajo los que comenzó, ha sido, desde entonces, motivo de
perplejidad para historiadores y estudiosos, que han intentado explicarlo de varias
formas, pero no cabe duda, de que, en el terreno personal, para Mommsen supuso un
golpe muy duro 9. En octubre de 1849, un tribunal de Leipzig condenó a su amigo y
mentor, O. Jahn, a un año de cárcel y al propio Mommsen, a nueve meses, por haber
convocado, el día 4 de mayo de 1848, a los ciudadanos a una asamblea. Un tribunal
superior revocó después la sentencia, pero el ministerio de Sajonia ordenó, en cualquier
caso, su expulsión de la universidad. Mommsen encontró acogida en la de Zurich, donde
ejerció como profesor desde abril de 1852 hasta que, en septiembre de 1854, regresó a
Alemania para ocupar una cátedra en Breslau. Ésos fueron los años en los que escribió
la Historia de Roma, cuyo contrato había firmado con los editores (Weidmann) el 1 de
octubre de 1850. El primer tomo fue editado en 1854, el segundo, en 1855 y el tercero,
en 1856. No deberemos perder de vista en ningún momento que Mommsen escribe bajo
la impresión de la derrota, la condena y el exilio, asistiendo impotente al triunfo de una
aristocracia deseosa de mantener sus privilegios, pese al impulso del liberalismo. Las
despiadadas críticas a la corrupta e ineficaz aristocracia romana son otros tantos dardos
contra los odiados Junkers prusianos. La contundencia de algunas afirmaciones las
convierte casi en defensa de su propia conducta durante la algarada de Leipzig. Tras
destacar la corrupción y pésimo gobierno de la restauración postsilana, añade: “el poder
cesa de ser legítimo cuando no sabe gobernar; y el que tiene la fuerza tiene también el
derecho de derribarlo” (VII, 126). Los liberales tenían, ya que no la fuerza, al menos la
legitimidad de su parte cuando se enfrentaron con violencia a la incapaz aristocracia
sajona.
8 H.-U. Wehler, Deutsche Gesellschaftsgeschichte, 1849-1914, München, 1995, pp. 201-202.
9 Lo que sigue, referido a los detalles sobre la vida de Mommsen procede de S. Rebenich,
Theodor Mommsen. Eine Biographie, München, Beck, 2002, pp. 63 ss.
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Pedro López Barja de Quiroga
PARTIDOS
La palabra “partido” (Partei) comienza a usarse en alemán con significado político a
partir de 1790-1815 10: al principio, tiene todavía un sentido más bien neutro, como
“parte” de la sociedad, de modo que toda persona, desde el momento en que ocupa un
lugar en su sociedad, pertenece también a un partido. Pronto, sin embargo, fue
adquiriendo el significado de “organización con fines políticos” y como tales los partidos
fueron prohibidos por las leyes y criticados con mayor o menor vehemencia por muchos
intelectuales y estadistas. Metternich los consideraba una amenaza y para L. von Ranke
eran la “nueva escolástica”, porque pretendían reducir el mundo real a sus limitadas
categorías. En el terreno legal, evitar la formación de partidos era una de las tareas del
censor según la Preussische Zensurverordnung de 1819, mientras que los llamados
“Diez artículos” prohibían (en 1832) toda asociación de contenido político. Por esa razón
legal y por la desconfianza que despertaban, a mediados de siglo todavía se evitaba la
palabra “partido” y se optaba por “asociación” (Verein), más neutra. En Leipzig, hacia
1848, los “demócratas”, partidarios de la República, constituían la Vaterlandsverein,
mientras que los “liberales”, que defendían una monarquía constitucional, habían
fundado la Deutsche Verein, a la que pertenecía Mommsen 11. El Manifiesto del partido
comunista, escrito por K. Marx, entre diciembre de 1847 y enero de 1848, todavía no
tiene, pese a su título, una noción clara de su carácter: “los comunistas no forman un
partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros… los comunistas son, pues, el sector
más resuelto de los partidos obreros de todos los países” 12.
Sin embargo, pese a tanta renuencia, desde la década de los 40 empiezan a
aparecer estudios consagrados a analizar el fenómeno de los partidos políticos en
Alemania y a intentar clasificarlos según sus diferentes orientaciones. Se comienza a
distinguir entre partidos “del movimiento” o del “progreso” o bien, por el contrario,
defensores del “orden” o de la “legitimidad”. De una manera más sistemática, el suizo F.
Rohmer, en su obra Die vier Parteien (Zurich, 1844), propuso una división en cuatro de
los partidos, que gozó de mucho predicamento en su época. A cada uno, Rohmer le
hacía corresponder una fase en la vida del hombre: el radical (infantil), el liberal (juvenil),
10 Para este párrafo, sigo el texto, utilísimo, de K. von Beyme, «Partei», en O. Brunner, W. Conze
y R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffen. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen
Sprache in Deutschland, vol. IV, Stuttgart, 1978, pp. 677-736, esp. pp. 697-707.
11 S. Rebenich, op.cit., pp. 63 ss.
12 K. Marx - F. Engels, Manifiesto del partido comunista (publicado en Londres, en febrero de
1848), en Obras escogidas, Madrid, ed. Fundamentos, 1975, pp. 34-35.
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“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005
el conservador (edad adulta) y el absolutista (vejez) 13. De este modo, distinguía dos
partidos “moderados” (liberales y conservadores) y otros dos “extremistas” (radicales y
absolutistas). Todas estas especulaciones, esencialmente teóricas, fueron perdiendo
interés a medida que se iba desarrollando, con muchas dificultades, el régimen
parlamentario en Alemania. El primer partido que empleó expresamente esa
denominación y al que, por tanto, podemos considerar el primer partido en el sentido
moderno del término fue precisamente el Forstschrittspartei o “partido del progreso” 14,
en cuya fundación, como ya lo hemos señalado, participó el propio Mommsen.
De este modo, en la segunda mitad del XIX, se articuló un sistema de partidos,
integrado esencialmente por cuatro: conservadores, liberales (el “partido del progreso”),
católicos (agrupados en el Zentrum desde 1870) y socialistas. El primero de ellos, el de
los conservadores estaba integrado por señores locales, con una fuerte presencia de
militares y de dirigentes de las iglesias protestantes. Su ala derecha era
vehementemente anticapitalista. Los liberales, por su parte, apoyados esencialmente por
las clases medias urbanas, defendían ideas como nación y constitución, la igualdad civil
y el fin de los privilegios. Se vieron perjudicados por las luchas internas, que causaron
más de una escisión hasta el punto de que a las elecciones de 1881 concurrieron tres
partidos liberales: los Nationalliberalen, los Sezessionisten (de izquierdas) y el
Fortschrittspartei. En tercer lugar, los católicos eran mirados con suspicacia porque se
les tenía por obedientes a las instrucciones que recibían de Roma, mientras que ellos
por su parte, recelaban de la solución kleindeutsch, es decir, de una Alemania unida en
torno a Prusia y sin Austria. Por último, los socialistas, gracias al impulso de un
proletariado creciente debido al desarrollo industrial, cobraron fuerza a partir de la
década de 1860, con el nacimiento de los dos principales partidos: la Allgemeine
Deutsche Arbeiterverein (ADAV), fundada en 1863 por F. Lasalle, de orientación
kleindeutsch, y el Sozialistische Deutsche Arbeiterpartei (SDAP), fundado en 1868 y de
orientación grossdeutsch.
Max Weber diferenció a grandes rasgos tres tipos de partidos políticos: en primer
lugar, aquellos que buscan obtener el poder para el jefe y puestos en la administración
para los cuadros (partido de patronazgo); en segundo lugar, aquellos que aspiran a
satisfacer los intereses de sus propias bases (partidos estamentales y clasistas); y,
finalmente, aquellos que están movidos por concepciones del mundo 15. Este último era
el caso en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX, donde los partidos que hemos
13 K. von Beyme, op. cit., pp. 712-713.
14 K. von Beyme, op. cit., p. 725.
15 M. Weber, Economía y sociedad, Madrid, 1964 (Tubinga, 1922), p. 229.
7
Pedro López Barja de Quiroga
brevemente descrito eran auténticos “Weltanschauungspartei”, con una carga ideológica
muy fuerte 16, polarizados en torno al eje “movimiento” (progreso) / “orden público”. La
concepción de partido político que Mommsen usa pertenece, evidentemente, a esta
perspectiva, en la que lo esencial del partido es su credo ideológico, un punto de vista
muy alejado del anglosajón, actualmente predominante, que reduce al partido político a
una simple maquinaria para captar votos. El manual de sociología de A. Giddens, por
poner un ejemplo, lo define como “una organización orientada hacia el logro legítimo del
control del gobierno mediante un proceso electoral” 17. Esta no era la idea predominante
en la Alemania del siglo XIX, donde, como veremos, los partidos no pretendían gobernar,
sino defender su propia concepción del mundo y servir de vehículo para expresar los
deseos y necesidades de determinados sectores de la población. Malinterpretaremos por
completo a Mommsen si le atribuimos la noción de partido que se ha impuesto
actualmente y la usamos para juzgar o valorar el modo en que él la aplica a la tardía
República. Erraremos menos si nos damos cuenta de lo arriesgado de su decisión de
situar a los partidos en el centro de la historia de Roma, en un momento en que la misma
noción de partido apenas había comenzado a recibir la aprobación de los teóricos y de
los hombres de estado. En los años centrales del siglo XIX, quien empleaba esa noción
se manifestaba con ello enemigo de la representación por “estamentos” (Stände), que
era la norma aún en los diferentes estados alemanes. Partido quería decir liberalismo
tanto como estamento era la palabra que identificaba a los conservadores. Los lectores
de la Historia de Roma no podían albergar dudas en cuanto a la adscripción ideológica
de su autor, quien escribía no tanto como historiador sino como lo que deseaba ser, un
animal politicum que la utilizaba como instrumento para influir en la conciencia y en la
opinión política de sus conciudadanos.
Muchas veces se ha recordado la voluntad deliberadamente modernizadora de
Mommsen, quien, fiel a su intención didáctica, quería explicar la historia de Roma para
que la entendiese el lector moderno. El cónsul quedaba convertido en el “burgomaestre”,
los aristócratas, en “Junkers” y Catón, por su parte, es “un Don Quijote” (VII, 16). El
propio Marx censuró a Mommsen por pretender descubrir el modo de producción
capitalista en la Italia romana, empleando el término capitalista en su acepción popular,
no en el técnico de los economistas modernos (Capital, vol.III, capítulo 47). Las
alusiones al “partido del movimiento” o del “progreso” inducían a ese lector moderno a
identificar al punto a los populares con los liberales alemanes (el partido del “movimiento
16 Así los define Th. Nipperdey, Deutsche Geschichte 1866-1918, vol. II, Machtstaat vor der
Demokratie, München, 1993 (2.ª ed.), p. 312.
17 A. Giddens, Sociología, Madrid, 1991 (Cambridge, 1989), p. 343.
8
“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005
ciudadano”, “bürgerliche Bewegung”) y a sus opositores, los optimates, con los conser-
vadores. Sin embargo, se ha insistido mucho menos en un extremo en el que Mommsen
mostró con rotundidad la distancia insalvable que nos separa de la antigua Roma. Para
toda la tradición liberal, la “representación popular” constituye un progreso moderno,
pues las sociedades antiguas la ignoraban, defecto que fue causa de múltiples males.
Esta idea la expresan tanto D. Hume, en 1742 como G. Mazzini, en 1847 18, pero
claramente fueron los escritos de B. Constant los que le dieron libre curso entre los
pensadores europeos. En febrero de 1819 leyó en el Ateneo real de París su conferencia
titulada “Sobre la libertad en los antiguos y en los modernos” 19. En ella afirmaba que, en
la Antigüedad, los ciudadanos, siendo poderosísimos en la esfera pública, pues tomaban
las más graves decisiones, actuaban como jueces y aprobaban las leyes, eran en
cambio impotentes en el ámbito de su vida privada, sujeta a las más diversas normas
impuestas por la ciudad. No le era lícito a nadie pensar ni vestir como quisiera ni
tampoco rendir culto a los dioses de su elección. Esta paradoja radical se había
invertido, juzgaba él, gracias a la aparición del régimen representativo, desconocido para
los Antiguos, pero garante de la libertad individual para los modernos: el pueblo ya no es
dueño de los destinos del Estado, pero a cambio ha conquistado un ámbito de libertad
privada irrenunciable.
Mommsen, como buen liberal, compartía, en buena medida, estas ideas de Constant.
A su entender, no cabe duda de que la asamblea representativa, emanación de la
soberanía nacional, es un producto moderno, desconocido para los antiguos (V, 344). Se
reafirma luego en esta idea, crucial para él, al constatar que ni siquiera los itálicos
sublevados contra Roma, pese a constituir una coalición de ciudades, se organizaron al
modo representativo (V, 343) y sólo tras la supresión por Sila de la lectio senatus sugiere
que el senado comienza a parecerse a una cámara representativa, en la medida en que
sus miembros eran elegidos (indirectamente) por el pueblo y en que ella misma poseía
capacidad legislativa (VI, 128). Esto último, la capacidad legislativa, la deduce
Mommsen, algo forzadamente, de la obligación impuesta a todo proyecto de ley de
obtener la aprobación previa del senado antes de someterse al voto popular.
Es evidente que ninguno de los senadores era depositario de la soberanía popular, de
modo que ni siquiera como metáfora podemos asimilarlos a diputados elegidos para que
redacten las leyes. Por ello, debemos rechazar la idea, expresada a veces, según la cual
18 Véase P. Baehr, Caesar and the Fading of the Roman World. A Study in Republicanism and
Caesarism, Nueva Jersey, Transaction Publishers, 1998, p. 158, n. 81 y 83.
19 Véase B. Constant, Sobre el espíritu de conquista. Sobre la libertad en los antiguos y en los
modernos, Madrid, Tecnos, 2002 (2.ª ed.), con un estudio preliminar de M. L. Sánchez Mejía.
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Pedro López Barja de Quiroga
Mommsen imagina para Roma un bipartidismo análogo al de la monarquía británica, en
el que los dos principales partidos se turnan en el poder 20. Es cierto que la admiración
que Mommsen sentía por el modelo constitucional británico pudo inducirle a trasplantarlo
a la descripción que nos hace de la República romana, pero no son las elecciones las
que dan el triunfo a uno u otro partido, como en el modelo inglés. No parece, por tanto.
que le sirviesen de modelo los partidos de honoratiores ingleses de finales del siglo XVIII
y principios del XIX. De hecho, los triunviros (Pompeyo, Craso y César) gobiernan pese a
que no tienen el control ni de las elecciones ni de los tribunales (VII, 441). Teniendo en
cuenta que la república romana no era un régimen representativo, el presunto modelo
parlamentario pierde así buena parte de su fundamento. Mommsen era perfectamente
capaz de hablar de partidos sin ver en ellos maquinarias para captar votos y obtener
mayorías parlamentarias, que es como nosotros estamos acostumbrados a concebirlos.
La noción misma de “organización” o de “aparato” no se encuentra en parte alguna.
Ciertamente, los partidos de Mommsen tienen afiliados, jefes, estrategias (VII, 416), así
como diversas fracciones, más o menos radicales, en su seno (“tibios y ultras”, VIII, 112).
El núcleo del partido popular, tras la muerte de Sila, lo formaban los demócratas “que se
jugaban su cabeza y sus bienes por una palabra de orden y programa de partido” (VII,
10). Con tanta entrega y tanta lealtad, los partidos no pretendían ganar elecciones, sino
alzarse con el poder obteniendo una mayoría senatorial favorable o bien logrando
comisiones militares para sus generales, como fue el caso de Pompeyo y de César. Los
partidos, tal como nuestro ferviente patriota alemán los concibe, no son estructuras de
poder. Algunas veces, incluso, Mommsen hereda la vieja visión de principios del siglo
XIX que identifica “partidos” con “partes” de la sociedad. Así, en las encarnizadas luchas
de la Tardía República, vemos aparecer, ocasionalmente, a un tercer grupo, los
capitalistas o comerciantes, a quienes él identifica con el ordo equester, aliado tornadizo
de los demócratas o de los oligarcas. Con todo, cualquier “parte” de la sociedad no
constituye un partido, pues no merecen tal consideración quienes carecen de influencia
política: tal es el caso de los provinciales (VI, 194), pero también, más
sorprendentemente, de los soldados (VII, 412).
Los partidos políticos en los que Mommsen piensa son, en última instancia, ideas,
ideas políticas cuya defensa cree que mantienen determinados personajes en diversos
momentos, aunque a menudo la estrechez de miras de los políticos o su defensa cerrada
de sus privilegios o de sus intereses les impida encontrar solución a los graves
20 S. Rebenich, op. cit., p. 90 (hablando de la Historia de Roma): “Im römischen Senat wird wie im
Englischen Parlament Parteipolitik getrieben, hier sind es Optimaten und Popularen, dort die
Liberalen und Konservativen”.
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“Los partidos políticos en la obra de Mommsen”, iustel.com, RGDR, n.º 5, diciembre 2005
problemas que aquejaban a Roma: “En el poder, lo mismo que en la oposición, no tienen
los dos partidos plan ni pensamiento político que pueda ayudarles a salir de su estéril
inmovilidad” (V, 112). En sus mejores momentos, cuando se sobreponen a esta carencia
ideológica, son Weltanschauung Partei como los que Mommsen estaba viendo nacer en
un momento crucial para Alemania. Hacia 1850, las cuestiones esenciales estaban aún
por decidir y aún no había llegado el momento de la normalidad, en el que los partidos
han de pasar a ocuparse de los problemas de las mayorías y de aburridos proyectos de
ley sobre cuestiones concretas. El momento en el que escribe es, por decirlo así,
constitucional, cuando se debatía sobre la forma de estado conveniente para una futura
Alemania unida y las opciones se repartían entre una monarquía hereditaria (de la que
era partidario Mommsen) y una república. Importan, sobre todo, las ideas esenciales, el
núcleo ideológico, de modo que Mommsen nos presenta el programa del partido
democrático, sus principios fundamentales, mantenidos sin cambios sustanciales durante
casi un siglo, desde Cayo Graco hasta César, con excepción de los “salvajes arrebatos
de los Catilinas y los Clodios”, principios que eran los cuatro siguientes: mejorar la suerte
de los deudores, colonización transmarítima, nivelación de las condiciones jurídicas de
todas las clases en el estado y poder ejecutivo independiente de la supremacía del
Senado (VIII,217). Veamos cada punto por separado:
1. Deudores. Mommsen puso mucho cuidado en subrayar que César jamás atentó
contra la propiedad privada, moderando incluso lo que pudiera haber de excesivo en los
proyectos gracanos, cuya legalidad, sin embargo, defiende con ardor. Aunque
agudamente consciente de los problemas sociales 21, Mommsen nunca sintió simpatía
por el socialismo, de quien desconfiaba ante todo porque no ponía la Patria por encima
de cualquier otra consideración, tal y como, al menos nominalmente, hacían los
restantes partidos. A los socialistas los consideraba simplemente antipatriotas, que es el
pecado más grave que, a sus ojos, puede cometer un político alemán. Respaldó incluso
las leyes que los pusieron fuera de la ley en 1878, si bien tras la retirada de Bismarck en
1890, su aversión a los conservadores militaristas fue más fuerte que sus prejuicios, de
modo que dio su aprobación al pacto entre liberales de izquierda y socialistas que
intentó, sin éxito, derrotar a los conservadores en las elecciones de 1903. Con el tiempo,
como vemos, Mommsen fue capaz de pasar por alto las carencias patrióticas de los
socialistas, pero a mediados de siglo, cuando escribía la Historia de Roma, el “problema
social” apenas había comenzado a manifestarse en toda su crudeza. La muchedumbre,
21 En 1844, en París, escribió en su diario: “Es ist jetzt der Moment, wo der Mittelstand hier
förmlich ausgerottet wird und alle entweder zu den Reichen übergehen oder in die Armut zurück”
(citado por S. Rebenich, op. cit., p. 46).
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las masas, no cuentan ciertamente con su aprecio ni su comprensión (cfr. VII, 408).
Durante las discusiones que hubo en el seno del Fortschrittspartei en 1861, Mommsen
se opuso a la implantación del sufragio universal masculino, introducido en Prusia, como
efecto de la revolución, en abril de 1848, pero pronto suprimido (en mayo de 1849).
Defendía, por su parte, una representación que diese mayor peso a las élites
intelectuales y económicas del país. Sus reticencias son comprensibles, dada la
desconfianza que muestra hacia “las masas”. La estrategia política que atribuye a los
partidos en Roma afecta a una minoría, no al pueblo, que no forma parte de ellos. En
repetidas ocasiones deja traslucir la sospecha de que la política, en Roma, era asunto de
minorías las más de las veces, y en otras ocasiones, recuerda que el pueblo se limitaba
a asentir dócilmente a todo proyecto que se sometiese a su consideración: “la decisión
que salía de las tribus o de las centurias no era más que la moción del magistrado autor
de la rogación: para darle fuerzalegal, bastaba un corto número de votantes, con su sí
obligado” (V,145). Por eso subraya que en las elecciones los partidos no tenían
influencia porque se enfrentaban personas, pero rara vez ideas (V, 112). El gobierno es
la mayoría senatorial porque en este momento el predominio del senado es indiscutible:
“El nombramiento para los más altos puestos, las cuestiones políticas más importantes,
todo se decide en el Senado según las simpatías y los odios rivales de los partidos” (V,
101). Hay también prejuicios de clase que le hacen mostrar desprecio y a la vez temor
respecto del pueblo llano. El liberalismo tenía su apoyo principal en las burguesías
urbanas y Mommsen no deja de señalar con una nota negativa todos los que él
considera, en la historia de Roma, ataques contra las clases medias de las ciudades. Se
comprende, pues, fácilmente que el calificativo de comunistas o anarquistas lo reserve
para personas o ideas que no gozan de sus simpatías, como Catilina o Clodio.
2. Colonización transmarítima. Este es uno de los puntos esenciales, porque hace
que César trascienda su imagen de simple conquistador. Mediante la colonización, los
romanos difundieron su civilización superior al resto del mundo, cumpliendo así la misión
que la historia les había encomendado. Su superioridad en este terreno legitima sus
conquistas y anexiones, su enorme expansión, pero sólo a condición de que sirva para
inculcar a los vencidos la medicina de la mejor condición de los romanos. La conquista
no es, no debe ser pura explotación, sino también el comienzo de un proceso civilizador.
3. La igualdad ante la ley es una de las premisas esenciales del liberalismo, que
reclamaba la abolición de todos los privilegios. La denuncia de los privilegios hereditarios
de los Junkers había sido uno de los ejes de la actividad política de Mommsen, para
quien Roma había siempre satisfecho ese ideal de igualdad: “pero en medio de las
luchas intestinas, salía el gran principio de la igualdad civil ante la ley, tanto respecto a
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los derechos como respecto a los deberes” (II, 114), pues allí nadie podía considerarse
por encima de las leyes, salvo en lo relativo a los esclavos, por eso la esclavitud es una
lepra de las sociedad antiguas. La ausencia de castas es un hecho que para Mommsen
tiene la mayor importancia. Creo que, en este aspecto, la influencia de Constant es
perceptible, pese a que en ningún momento sea mencionado su nombre. Recordemos
que, en opinión de Constant, el enorme peso de los ciudadanos en el gobierno de su
pólis iba acompañado de muy escasa libertad individual, mientras que en los estados
modernos ocurre lo contrario: los ciudadanos son libres en el ámbito privado, mientras
que, en el terreno público su influencia es intermitente, pues quienes gobiernan son sus
representantes. Pues bien, Mommsen opina que Roma obró el milagro de conciliar
ambas libertades, la pública y la privada: “Ningún pueblo ha sido tan poderoso en el
círculo de sus derechos políticos como el pueblo romano. En ninguno han vivido los
ciudadanos en una tan completa independencia los unos respecto de los otros y aun en
relación al Estado” (I, 125). En el colmo de la adulación, llega incluso a atribuir a los
romanos el principio de legalidad, pues, según él, éstos no hubiesen tolerado ninguna ley
que castigase al ciudadano con una pena no existente en el momento de la comisión del
delito. Tampoco el Estado se inmiscuyó nunca –a diferencia de lo que hizo Licurgo en
Esparta– en cuestiones de familia o de propiedad. Por esta razón, la figura de la
prouocatio adquirió una importancia crucial para él, porque simbolizaba la libertad
individual del ciudadano y la limitación impuesta a todo abuso por parte de las
autoridades. Mommsen convierte a la prouocatio (que él quiere ver establecida desde el
primer año de la República) en la clave de bóveda de la constitución republicana, y esto
no sólo en su Historia de Roma, sino también en el Derecho público y en el Derecho
penal 22 Los romanos, pues, eran no sólo soberanos sino también libres porque gozaban
de protección contra los abusos que pudieran cometer los magistrados. Además, como si
quisiera ratificar a Constant, los romanos eran comerciantes. En efecto, la única o la
principal excepción que Constant aceptó para su regla era Atenas, donde, según él, se
disfrutaba, no sólo de la libertad pública propia de las ciudades antiguas, sino también de
libertad individual, y ello era debido a la importancia que tenía allí el comercio. Lo mismo
vale para la Roma de Mommsen, “una ciudad comercial que debió al comercio
internacional los primeros elementos de su grandeza” (I, 133). Roma nace como una
ciudad mercantil, pues el Lacio era una región eminentemente agrícola, pero Roma,
gracias al intenso comercio que desarrolló, pasó a ocupar un lugar a la cabeza de las
ciudades latinas (I, 78). Lo llamativo es que esta actividad no la desarrollan comerciantes
22 J.F. McGlew, «Revolution and Freedom in Theodor Mommsen’s Römische Geschichte»,
Phoenix, 40, 1986, 424-445, esp. p. 429.
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más o menos marginales dentro de la sociedad romana, sino que Mommsen ve a los
grandes propietarios también como especuladores y capitalistas (I, 298-299). De este
modo, la influencia –benéfica– que el comercio ejerce, alcanzando al núcleo rector de
Roma, se difunde y distribuye por todo el cuerpo social. Por esta razón, el reproche que
Marx le hizo a Mommsen resulta superficial: el enorme desarrollo capitalista, financiero y
comercial que este último atribuye a Roma desde sus mismos orígenes, si bien carece
de fundamento, se comprende en tanto que requisito imprescindible –según los criterios
de Constant– para una sociedad donde imperen la libertad individual y la igualdad civil.
La corrupción de la tardía república consistió precisamente en poner en cuestión estos
principios fundamentales y mérito principalísimo de César fue el haberlos restablecido en
todo su vigor.
4. Separación Senado-poder ejecutivo. Desde el punto de vista de Mommsen las
acusaciones de aspirar al regnum que se les hicieron a los Gracos no eran simples
medios de socavar el apoyo con que contaban entre las clases populares. Respondían a
la realidad, porque los Gracos, y tras ellos, el partido demócrata, había comprendido la
necesidad ineludible de imponer una monarquía en Roma para poner coto a las
ambiciones de los aristócratas. En la tradición alemana está fuertemente enraizada la
dicotomía entre gobierno y parlamento, de modo que el primero no depende formalmente
del segundo, que constituye esencialmente expresión de la voluntad popular. El senado
no es un parlamento, como ya vimos, pero no cabe duda de que su posición, al lado de
un fuerte poder ejecutivo, responde bastante bien a la tradición prusiana, en la que el
gobierno no está sometido al control parlamentario. Como en otras ocasiones, Mommsen
entrelaza su percepción de la realidad coetánea con la interpretación de las fuentes
antiguas.
He buscado, en vano, un análisis siquiera somero de los partidos políticos en el
Staatsrecht. En su índice onomástico no figuran ni Partei, ni populares ni optimates.
Apenas si he encontrado referencias de pasada a los optimates y, casi siempre con un
contenido muy neutro. Si bien con Sila se implantó “el gobierno de los optimates” –
debido a la emancipación del senado respecto de las magistraturas-, la reacción de
César ya no trajo consigo el triunfo de los demócratas, sino la introducción de una
autocracia (Staatsr. III.2, p. 1252 = DPR VII, p. 484). Como quiera que sería impensable
describir el sistema de derecho público alemán en el siglo XIX sin un detallado
tratamiento de los partidos, debemos pensar que, al menos a partir de 1870, los
optimates y los populares ya no podía Mommsen considerarlos como “partidos políticos”
en el sentido más técnico de la expresión. Sin embargo, no creo que haya habido un
cambio de opinión en Mommsen en el tiempo que transcurre entre la Historia de Roma y
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el Derecho público. Como hemos visto, los partidos políticos, tal como él los concibe, son
esencialmente ideas, y por tanto, nunca formaron parte, a su entender, del sistema
constitucional romano.
El carácter no representativo de la constitución romana impedía que fueran
públicamente conocidas las necesidades y los deseos de los ciudadanos. Los
senadores, designados libremente por el censor hasta la época de Sila, no podían
desempeñar, en modo alguno, esta función, especialmente si tenemos en cuenta que su
nombramiento era vitalicio. Los magistrados, en cambio, y especialmente los cónsules,
eran elegidos, cada año directamente por el pueblo. El lugar neurálgico que les está
reservado en la constitución romana lo ocupan desde el principio. Debido a la influencia
que sobre él ejerció Rubino, Mommsen sostenía que, en lo referente a la Roma más
arcaica, las noticias sobre batallas y hechos históricos podían resultar inventadas o, al
menos, haber sido profundamente alteradas, pero no ocurría lo mismo con las
instituciones, cuyo funcionamiento había permanecido vivo durante muchas
generaciones. La información relativa a ellas merecía, por tanto, nuestra confianza 23.
Partiendo de esta credibilidad recobrada, la posición de la monarquía adquiere un nuevo
valor. El imperium del monarca o de los cónsules, en tanto que es esencialmente el
mismo, se convierte así, en el pilar que sustenta todo el armazón constitucional y, lo que
es más importante, el poder casi absoluto del senado en la República media, Mommsen
lo considera una verdadera usurpación. El senado se había ido arrogando atribuciones y
competencias hasta lograr subordinar a los magistrados a su voluntad, de modo que, de
consejo meramente consultivo que era en un principio, se transformó en máximo órgano
constitucional romano. De este modo, el proceso que, en la reconstrucción de
Mommsen, recorrió la historia de Roma fue auténticamente dialéctico. En un primer
momento, se encuentra la tesis, es decir, el establecimiento de la monarquía con sus
poderes intactos, poderes que heredó, sin grandes alteraciones, el consulado. La
igualdad ciudadana que se logró con el acceso de los plebeyos a las magistraturas duró
muy poco. A continuación, la antítesis, es decir, el gobierno del senado, la usurpación,
por parte de una reducida oligarquía, del poder que habían ejercido los magistrados, que
margina al resto de la sociedad y lo excluye de la toma de decisiones. Finalmente, la
síntesis, la diarquía augustea (mera continuación de la obra frustrada de César), que
23 Joseph Rubino (1799-1864) escribió una Untersuchungen über römische Verfassung und
Geschichte, publicada en Cassel, en 1839 (J.C. Krieger). Sobre la influencia que ejerció en
Mommsen, véase brevemente M. Raskolnikoff, Histoire romaine et critique historique dans l’Europe
des Lumières, Roma, 1992, p. 771.
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constituye, en el fondo, un retorno a la monarquía arcaica, en el que el senado recupera
el lugar que le corresponde en la constitución, como órgano consultivo.
EPÍLOGO
Ignoro las profundas y auténticas razones de la desilusión que Mommsen deja
traslucir en su codicilo. No puedo evitar, sin embargo, la sospecha de que, siquiera en
parte, estaba relacionada con los cambios producidos hacia finales del siglo XIX, que
arrumbaron el viejo proyecto liberal de un cuerpo de ciudadanos conscientes de su valía
formando parte activa del gobierno de la nación unificada. Al final de su vida, Mommsen
formaba parte de un grupo, políticamente marginado y carente de influencia, de la
burguesía liberal. El partido al que pertenecía, el Deutsch-Freisinningen Partei se había
creado en 1884 con la fusión de los liberales de izquierda (los Sezessionisten) y el
Fortschrittspartei, pero su apoyo electoral menguaba de día en día. La corriente liberal
había perdido vigor. Los nuevos tiempos preferían otras doctrinas como el “elitismo
democrático” de Weber o la “teoría de las élites”. Era el fin de la política entendida como
debate público de propuestas para la toma de decisiones que afectan a una determinada
comunidad. A finales del siglo XIX, la solución que Weber ofrecía para las dificultades
políticas alemanas era “cesarismo combinado con un sólido sistema parlamentario” 24.
No muchos años después, en 1912, se publicó la devastadora Habilitationschrift de M.
Gelzer, que arrancó de raíz los partidos políticos de toda reconstrucción moderna de la
Historia de Roma. Según su opinión, el enfrentamiento político nunca estuvo dictado por
razones ideológicas sino que en la República se vivió una pura y descarnada lucha por el
poder, sin paliativos ni excusas 25. Para remachar aún más la cuestión, H. Strasburger
consideró toda reflexión política como mera propaganda al servicio de intereses muy
concretos, personales o de clase. En Roma, nadie hacía política en el sentido estricto del
término 26. Desde entonces, la voz liberal y combativa de quien se consideraba un animal
político y deseaba ser un ciudadano, la voz del autor de la Historia de Roma, apenas ha
vuelto a escucharse. Una vez demostrado –lo cual resultaba sencillo- que la Roma
24 P. Baehr, op. cit., p. 199.
25 M. Gelzer, «Die Nobilität der römischen Republik», en Kleine Schriften, vol. I, Wiesbaden,
Steiner, 1962, pp. 17-135. (trad. inglesa, The Roman Nobility, Oxford, 1969, Blackwell).
26 H. Strasburger, Concordia ordinum. Eine Untersuchungen zur Politik Ciceros, Leipzig, 1931. La
única excepción que admite es la invocación al consensus omnium bonorum, al que considera un
ideal de partido, porque, por una vez, el punto de partida no es “die Ständeordnung” sino una
“ideelle Tendenz” que aglutinaba a mucha gente en torno a sí (p. 59). Podemos ver que la
concepción idealista de Mommsen sigue aquí vigente todavía.
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republicana no conoció los partidos políticos entendidos como maquinarias de captación
de votos, se extrajo de ahí la conclusión errónea de que tampoco hubo en ella
enfrentamientos ni conflictos ideológicos. Sin embargo, a principios del siglo XXI, la
ideología que se encarnaba en esos cruciales partidos de aristócratas o demócratas,
vuelve a hacérsenos presente. Nadie podía enseñar en la Roma de la Tardía República
el “carnet” que lo acreditaba como miembro de los optimates o de los populares, pero
Cicerón sabía perfectamente bien qué palabras escoger cuando deseaba acercarse a
unos o a otros.
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