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Palabras que consuelan (Spanish Edition)

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Palabras que consuelan

Mercè Castro Puig

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Primera edición en esta colección: septiembre de 2013

© Mercè Castro Puig, 2013© del prólogo, Ana M. Gassió Subirachs, 2013© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2013

Plataforma Editorialc/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 BarcelonaTel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 [email protected]

Depósito legal: B 19630-2015ISBN: 978-84-16429-62-2

Ilustración de portada:Lluís Casalswww.lluiscasals.com

Composición de cubierta:Roser Chillón

Composición:Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titularesdel copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra porcualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y ladistribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar oreproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

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Para Jaume, por el que siento un amor profundo, que va más alláde la vida, y para los lectores de este libro, por los que siento, sinconocerles, una gran ternura.

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Índice1.

1. Prólogo2.

1. Cuando la realidad se rompe2. Es posible dejar atrás la locura3. Si la envolvemos con cariño, la rabia se desvanece4. De repente la nostalgia lo inunda todo5. El alivio de soltar lastre hasta quedar desnudos6. Reinventarse7. El silencio abre las puertas del alma8. El consuelo de rendirse a la vida9. Del dolor puede nacer algo bonito

10. El duelo de los niños11. Acercarse al dolor de los demás12. Momentos mágicos

3. 1. Agradecimientos

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Prólogo

«Todos los años entierro a unos doscientos vecinos.» Así empieza su libro El enterradorThomas Lynch, poeta y ensayista norteamericano, director durante más de veinticincoaños de una funeraria en Estados Unidos. Es un libro para honrar la memoria de supadre, con el que compartió vida y oficio. Como responsable de una empresa deservicios funerarios, podría empezar un libro de una forma parecida. Es una profesiónextraña, francamente, de las que a la gente no le gusta presumir. En principio. Porque detodas las personas que conozco que se dedican a ello, incluido el propio Lynch y yomisma, no hay ninguna que no entienda que nuestra profesión es especial. Especial en elsentido de estar en uno de los momentos más difíciles de la vida de una persona: lapérdida de alguien querido. Aprendemos constantemente de la muerte y de la vida. Delos difuntos a través de sus familias. Les cuidamos cuidando a sus difuntos. Esa esnuestra misión. Nos sentimos útiles.

Hace aproximadamente unos diez años inicié un fondo bibliográfico especializadopara ayudar a las familias que atendíamos en nuestros tanatorios. La primera sensacióntras la pérdida es la soledad. A pesar de estar con gente, la pena es propia y difícilmentecompartible.

«Cuando estaba entre gente que sabía lo de mi pérdida me rodeaba un silencio, demodo que no me quedaba otra opción que corresponder con un silencio solemne yreflexivo, que rápidamente me provocaba un temblor», dice el protagonista de la novelade John Banville El mar sobre la muerte de su esposa. Sea por el silencio de los demás opor la propia incapacidad de hablar del que sufre, como expresa Rosa Montero en Laridícula idea de no volver a verte: «El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar delo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuandoel dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra».

Un libro puede ser un primer compañero tras la pérdida. Un compañero que habla y túescuchas. Ese primer diálogo entre tu pena y la pena narrada de otros, leer que otros han

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sufrido y han pasado por lo mismo, que lo que te pasa es normal, es una gran ayuda.De todos los títulos, uno especialmente me ha marcado: Volver a vivir, de Mercè

Castro. Cómo una madre es capaz de relatar el proceso, en primera persona, con todo eldolor, sin acritud. Cómo es capaz de hacer llegar a todo el que quiera oírla el mensaje deque la vida vale la pena y hay que retomarla y no dejarse arrastrar por la tristeza. Mercèdaba un paso más: no solo ofrecía una interlocución sino también esperanza y consuelo.

Esa palabra que, si nos fijamos, ahora parece que no se usa mucho. No hay tiempopara consolar. Y con la frase recurrente de que el tiempo todo lo cura, en sus manos lodejamos. Ya se le pasará, decimos. Es ley de vida. Y cuando no lo es, la gente se quedamuda, no sabe qué decir, o lo que es peor, se dicen cosas sin sentido alguno, porque esamuerte, efectivamente, no tiene ningún sentido. O eso nos parece.

Pero la verdad es que sí lo tiene. Las palabras de Mercè nos hacen comprender que enrealidad cada muerte, cada pérdida, tiene mucho sentido aunque al principio noalcancemos a entenderlo. Por ello necesitamos ayuda y la primera y más necesaria es laescucha y el consuelo. Solo quien ha sido consolado sabe consolar. De la misma formaque ama el que ha sido amado.

Cuando con el editor, Jordi Nadal, pensamos en este libro no queríamos que fuera unode tantos. Que pudiera servir de ayuda, claro que sí, pero sobre todo que de su contenidoemergiera el consuelo. Enseguida pensé en Mercè y en el impacto que me provocó elrelato de su duelo y su superación.

Esta vez no es solo su historia, ni su experiencia, pero esta trasciende en las palabrasde consuelo.

Tras la muerte de mi hermano en accidente, a los veintiocho años, sufrí mi propia ymás directa pérdida. A pie de tumba, una prima se nos acercó a mi hermana y a mí y nosdijo que aunque nos pareciera mentira llegaría un día que nos daríamos cuenta que habíasido mejor tenerlo esos años que no haberlo tenido nunca. Y es cierto. La vidacompartida con el que se ha ido tiene mucho más valor que el dolor de la ruptura y elvacío que deja.

Termino con un poema popular escocés que solemos recitar en muchas de lasceremonias de despedida. Son palabras profundamente consoladoras y recogen elespíritu de este libro: «Puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido;puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que hadejado; tu corazón puede estar vacío porque no le puedes ver o puede estar lleno del

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amor que compartisteis. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda opuedes hacer lo que le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir».

ANA M. GASSIÓ

Directora de PFB Serveis Funeraris

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Cuando la realidad se rompe

Puede que la muerte de nuestro ser querido llegue de improvisto, como un golpe seco, opuede que la veamos venir a lo lejos con un andar lento y cansino. Da igual, cuando lanoticia es irreversible, en algún momento, nuestra realidad se rompe. Todo lo que hastaentonces nos sostenía desaparece y entramos en el tiempo sin tiempo de las grandespérdidas, en el reino del inconsciente como Alicia en el País de las Maravillas. Nada escomo antes y la vida misma produce vértigo.

Recuerdo que al morir mi hijo Ignasi me sentía al borde de un abismo con solo mirarpor la ventana; nada iba conmigo; ni las prisas, ni las risas, ni los proyectos queimpulsaban a los otros. Nada. No pertenecía al mundo que veía. El dolor lo envolvíatodo y desdibujaba lo que antes era seguro, bien definido, conocido.

Esta sensación de estar permanentemente perdida en mi ciudad, en mi casa, en mipropia vida duró meses. Los objetos cotidianos que me acompañaban desde hacía añosparecían muertos, irreconocibles, incluso los árboles, la parada del autobús o el mismocielo me eran ajenos, como si se hubiese soltado el hilo invisible que hasta entonces memantenía unida a ellos. Entre la vida y yo había una distancia enorme, un precipicioinsalvable. La soledad en que te encierra el dolor desgarrador es inmensa.

«Recuerdo que al morir mi hijo Ignasi me sentía al borde de unabismo con solo mirar por la ventana; nada iba conmigo; ni lasprisas, ni las risas, ni los proyectos que impulsaban a los otros.

Nada.»

Me encontraba suspendida, sin suelo firme bajo los pies. Tenía la sensación de andarpor un terreno pantanoso, una especie de jardín encantado lleno de trampas y obstáculos.Deambulaba, dormía solo a ratos, sin prestar atención a si era de día o de noche, comía

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de vez en cuando… Tenía el cuerpo tenso, la mirada desencajada y me sentía hueca pordentro.

Así empezó mi duelo, cada uno es distinto, existen infinidad de variables, tantas comopersonas, incluso es frecuente que muchos comiencen con un sentimiento amoroso dealivio, por pequeño que sea. Duele tanto ver sufrir a la persona que amas que el final desu calvario a la fuerza reconforta. Una vez pasado ese momento de lucidez, que puededurar minutos o días, nuestra vida de algún modo pierde sentido. El dolor y el miedo,con frecuencia, ocupan el hueco que antes llenaba la persona que se ha ido.

Cada uno de nosotros es libre de decidir si sigue adelante hasta transformar elsufrimiento en esperanza y aceptación o permanece perdido en el laberinto.

En la soledad de una UVI, cuando estamos postrados o acompañando a un serinmensamente querido, la única moneda de cambio es el amor. En las puertas de lamuerte, de nada nos sirve el estatus, el orgullo o el dinero, eso en el fondo lo sabemostodos, aunque con el trajín del día a día es fácil olvidarlo. Pero tarde o temprano la vidanos pone ante el abismo, la realidad se rompe y entonces ya no hay duda, sino laprofunda certeza de que esto es así: lo único que nos consuela es el amor que podemosdar y recibir.

El dolor de los primeros tiempos suele ser paralizante. La ausencia de la persona queadoramos es desgarradora. Con su partida, nos hemos quedado sin su sonrisa, sin susabrazos, sin su voz, sin la inmensa emoción que nos producía el solo hecho de mirarle,sin el apoyo cotidiano que nos ha brindado, quizá, a lo largo de muchos años… Esterrible despertar con la certeza de que todo esto se acabó. Cada una de nuestras célulassiente esa añoranza insufrible y reclama, con un grito desgarrador, verle, oírle, tocarle…Mi duelo dio un vuelco cuando pude constatar que, a pesar de eso, el amor que me une ami hijo va más allá de la muerte. Ese sentimiento adorable, de amor profundo, nada ninadie puede quitárnoslo; al contrario, con el tiempo crece, se hace grande.

A veces reprimimos el llanto, el nuestro o el de los demás porque duele ver llorar a laspersonas que queremos y nos han educado para ahuyentarlo. Pero el llanto es unabendición. Con cada lágrima que dejamos salir se aligera el alma. Los niños después deuna gran llorona suelen quedar plácidamente dormidos y los mayores más sosegados. Sinos permitimos llorar y no reprimimos el llanto de los otros, es más fácil, en otrosmomentos, reír juntos.

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Al principio, al morir una persona querida con la que compartíamos cotidianidad sueleinvadirnos un sentimiento de negación de la propia vida. ¿Para qué comer, levantarnosde la cama y, en definitiva, seguir si hemos perdido toda ilusión, si no nos importa nada?Las negaciones que nos asaltan son infinitas y me di cuenta de que, día a día, me ibanempujando hacia el abismo. Por eso, aunque nos cueste un esfuerzo enorme, es buenoestar alerta y no negarnos nada; al contrario, cuanta más belleza y ratitos de bienestarpodamos crear, más reconfortada se sentirá nuestra alma.

Hay que procurar alejar el sentimiento de que «si él o ella no está, no nos merecemosnada» porque no es verdad. Es un espejismo que conviene ir desvaneciendo. Una buenamanera de conseguirlo es imaginarnos que hablamos con el ser querido que ha muerto.Lo tenemos delante y le decimos en voz alta todo lo que se nos ocurre. Sin limitaciones.Le podemos pedir perdón, manifestarle nuestro amor, explicarle nuestra desolación…Luego ponernos en su piel y contestar. Seguro que quiere lo mejor para nosotros, que seentristece si nos ve mal. Él o ella desean que seamos felices. Nos quiere. Nuestro serquerido no volverá. No le pidamos eso. No puede. Hay que afrontar lo inevitable.Nuestra vida aquí sigue y nos toca aprender a vivir de forma distinta. Por nosotros y porél. ¿Para qué sirve si no todo el cariño que nos dio y que todavía nos puede dar?¿Permitiremos que caiga en saco roto? Seguro que no.

Es común en nuestra sociedad silenciar la muerte, como si por el hecho de nombrarlala atrajéramos. Pero la muerte es inevitable, forma parte de la vida. De nada sirve ignorarla evidencia, al contrario. Dejar de hablar de la persona muerta acrecienta el dolor de losque la querían y agranda la distancia en la familia. Mis hijos se llevaban veintiún meses.Ignasi era el mayor, un referente para su hermano Jaume, que de la noche a la mañana sequedó con el vacío de su ausencia. Y no solo eso, de alguna forma también perdió a lospadres alegres y fuertes que hasta entonces tenía. Durante los primeros meses todoséramos náufragos a la deriva. Llegar a tierra firme es lento, muy lento y no sucede porarte de magia. Es una travesía dura y laboriosa, durante la cual las palabras y losrecuerdos compartidos ayudan.

«Con cada lágrima que dejamos salir se aligera el alma… Si nospermitimos llorar y no reprimimos el llanto de los otros, es más

fácil, en otros momentos, reír juntos.»

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En casa hablar de la muerte y de Ignasi no acrecentaba ni acrecienta nuestro dolor. Erareconfortante entonces, cuando solo nombrarle se nos llenaban de lágrimas los ojos y loes ahora cuando recordamos anécdotas y algunos de sus monumentales enfados con unanostalgia dulce y amorosa.

No es difícil hablar de la muerte, lo difícil es encarar nuestros miedos, nuestrasemociones, pero resulta sanador hacerlo, es uno de los caminos que conducen a tierrafirme. El silencio forzado es comprensible, parece un buen atajo, pero en realidaddificulta encontrar la salida del laberinto del dolor.

Cada uno vive su duelo como mejor sabe y a mí me parece que todo lo que reconfortavale. Pero entiendo que hay algunas actitudes que confunden y dificultan más que otras.

Al principio de mi camino me esforzaba por salir de la cama, por comprar cosas decomer buenas para cerrar el paso a la desgana, al precipicio al que me abocaba negarcualquier mínimo placer si Ignasi no estaba, si él no podía compartirlo. También meexigía vestir bien, más de lo que lo hacía antes, como para plantarle cara a la sensaciónprofunda de abandono que sentía.

Algunas personas encuentran refugio en el alcohol o en otras drogas. Amortiguan eldolor, es cierto, pero hay que tener cuidado de no convertir ese refugio en otro aguajeronegro. Aunque a veces son necesarios los ansiolíticos y los antidepresivos –yo estuvemedicándome durante dos años–, lo mejor no es agarrarse definitivamente a ellos.Tampoco creo que la actividad desmedida sea un buen compañero a largo plazo, porqueimpide conectar con lo que sentimos, que es, aunque cueste, de lo que se trata. Buscarseun amante para tener la sensación de estar vivo, de recuperar ilusiones, también puedeser una trampa. Encerrarse en la iglesia a cal y canto, puede ser otra. Con eso no quierodecir que no tengamos que beber vino ni recurrir a Dios si somos creyentes o si así losentimos. No, me refiero a que el camino más directo a la recuperación es encontrarnuestra fuerza interior, no dársela a otros o a algo externo. Tarde o temprano, con losvaivenes necesarios, tendremos que afrontar que nuestro ser querido ha muerto, que estoduele y que es preciso pasar por ese dolor y escucharnos.

Los primeros años de duelo, sobre todo el primero, son muy intensos. Recuerdo queacababa el día rendida; muchas veces a las nueve, incluso antes, ya estaba en la cama,destrozada. No solo porque el dolor agota, también te deja sin energía el enormeesfuerzo que supone vivir en un constante estado de alerta. Nunca como entonces habíaestado tan lejos de la vida, tan a la deriva, por eso, por instinto de supervivencia, pasaba

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días enteros procurando parar mi mente atormentada, intentando aferrarme al menorsentimiento de amor, a la luz que no veía. «Gran Madre, ayúdame», repetía como unaoración, como un mantra, para conectarme a la fuente, a la esencia, a mi sabiduríainterior, al amor absoluto que tanto necesitaba. Esos días eran de una actividad internaenorme, como si tuviera fuego en casa. Cuando las cosas van más o menos bien, cuandola existencia transcurre cotidiana, el barullo mismo de la vida diluye las sombras denuestros pesares. Cuando vamos tirando, nos es más fácil ignorar la sensación de tristezao vacío que a veces nos acompañan. Pero cuando la vida nos pone entre la espada y lapared, no hay tiempo para engaños. Todo lo que no nos reconforta hay que tirarlo,modificarlo, transformarlo. Hay que hacer limpieza a fondo, habitación por habitación,armario por armario, no sirven los apaños. Conviene actuar deprisa, antes de que el dolornos paralice y el fuego y el humo negro campen a sus anchas. Hay que mirar muyadentro, con la ayuda de una o varias terapias, de todos los ángeles y maestros. Noestamos en condiciones de despreciar nada.

Antes de la muerte de Ignasi mi vida, de alguna manera, la manejaba mi mente. Deella surgían creencias y verdades que yo creía mías, que creía que eran yo, incapaz comoera de separarme de la razón. Con la razón me manejaba bien, me ha sido muy útil hastaque murió Ignasi. Por decirlo de alguna manera, la teoría la tenía aprobada, pero de laparte práctica de la vida no sabía casi nada. Ni en las escuelas, ni en las universidadesnos enseñan lo esencial: a vivir. Aprendemos solos, cayendo y levantándonos. En unapalabra, experimentando. Para el curso práctico y acelerado de supervivencia que suponela muerte de un hijo, la razón hay que dejarla aparte. No es posible entender lo que nospasa con la razón. La herramienta más útil ahora es el sentimiento: «Tal cosa me hacesentir bien, la incorporo, tal cosa no me ayuda, la dejo», independientemente de «mis»creencias, de lo que pensaba antes, de lo que creían mis padres, de lo que en principionos dicen que está bien o mal… Para la parte práctica, la mente sin control es un estorbo;siente su poder amenazado, está asustada, va acelerada y nos inunda de pensamientosasfixiantes que hundirían la moral de un santo. Primer paso: reconocer que nosotros nosomos lo que pensamos, no somos nuestra mente y, por tanto, podemos controlarla,reprogramarla para que juegue a nuestro favor, en vez de en contra. Por ejemplo, aldespertar nos cae el mundo encima y nuestros primeros pensamientos son terroríficos. Esnormal, pero no nos hace ningún bien porque inunda nuestro torrente sanguíneo dehormonas estresantes que provocan más angustia y desesperación. Para empezar a

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reprogramar la mente hay que ser conscientes de nuestros pensamientos y, con dulzura,contrarrestarlos: ante un pensamiento negativo inconsciente hay que responder con unpensamiento positivo consciente. Cuando yo abría los ojos, el primer pensamientoinconsciente era del tipo: «No voy a poder levantarme, otro día desgarrador por delante,etcétera». Tomando conciencia y sobreponiéndome, contrarrestaba diciéndome a mimisma: «Poco a poco me iré levantando, el agua caliente de la ducha me reconfortará,hoy pasará algo bonito por pequeño que sea…». Aunque sea con calzador, hay que irintroduciendo los pensamientos positivos hasta que pasen a ser un hábito. A mi el yoga yla meditación me han ayudado a lograrlo, pero mi marido, por ejemplo, lo consiguepintando y otros arreglando motores o escuchando música… Se trata de estar presentesel máximo tiempo posible. Eso quiere decir notar la calidez del agua y la suavidad deljabón cuando nos duchamos, en vez de estar preparando mentalmente una reunión orecordando esa desagradable conversación que tuvimos ayer; fregar los platos con loscinco sentidos puestos en lo que hacemos, en vez de hacerlo de forma mecánica, condesgana y la mente en otro lado. Y así con todo. De esa forma no solo no nosdesgastamos tanto, sino que además modificamos la química de nuestro organismo ycreamos un estado de ánimo más favorable. Unos días conseguiremos estar máspresentes y otros menos, pero nuestra atención, independientemente de los resultados, hade estar puesta en eso. No estoy hablando de soluciones rápidas ni milagrosas, aprendera vivir de nuevo lleva su tiempo y requiere voluntad y constancia. Bueno, tenemos todauna vida por delante para ir practicando.

Es imposible generalizar, cada duelo es distinto, pero, no sé, a mí me parece que unagran mayoría de hombres, al principio de un gran duelo, se contienen más, se desmontanmenos, pero más tarde corren el riesgo de caer más hondo. Les cuesta más darse permisopara sacar del armario las emociones que guardan bajo llave. A muchos de estoshombres a los que me refiero, les han educado para que no lloren, para que no muestrensu vulnerabilidad y mantengan siempre una actitud «combatiente» ante la vida.Precisamente esa armadura, esa máscara de guerrero, les impide conectar con la esencia,parar y escucharse. Suelen refugiarse en la acción porque allí se sienten seguros y útiles;trabajan más que nunca, llenan su tiempo con un sinfín de actividades que de algunamanera les impide pensar y sentir. Su sufrimiento es tan grande que tal vez no puedenhacer otra cosa que aparcarlo y vivir como si nada hubiese sucedido. Pero eso no esposible, el «engaño» dura solo un tiempo. Por eso hay que coger de la mano a los

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hombres que esconden su dolor y acariciársela con ternura hasta desarmar, una a una,con amor, sus armaduras. Porque cuanto más intensa sea su incapacidad de expresar sussentimientos, más necesidad tendrán de huir y más desamparada quedará su familia. Enel caso de la muerte de un hijo, si la madre no puede compartir su dolor, si se encuentraaislada y sola, es muy probable que se construya un mundo de recuerdos que gire entorno al hijo ausente. Tal vez mantenga su habitación intacta durante años; el armariocon toda su ropa colgada, sus juguetes, los libros y todos sus objetos tal como estaban elúltimo día antes de su muerte. La atmósfera de la casa queda suspendida en el pasado yella deambula sonámbula entre fantasmas. La brecha entre la pareja se va ensanchando yel reencuentro se hace cada vez más inalcanzable. Es necesario compartir el duelo. Y esorequiere llorar juntos, estar horas en el sofá, cogidos de la mano, en silencio, con lamirada perdida, pero sintiendo el calor del otro. En el accidente en que murió nuestrohijo, mi marido sufrió varias fracturas que le mantuvieron tres meses casi postrado. Fueuna suerte para nosotros poder estar tan cerca durante ese primer periodo. Compartimosinsomnios, desesperación, esperanza y también mucho amor por nuestros hijos. Lluís, mimarido, me decía constantemente que para él representaba un gran honor haber tenidoconmigo a un hijo como Ignasi. Que nuestro otro hijo, Jaume, se merecía lo mejor y quevolveríamos a ser felices. Me recitaba esto constantemente y para mí oírle era comosubir a un bote salvavidas después de un naufragio. Solía encontrarle de madrugada en lacocina, escribiendo y llorando. «Esto es demasiado duro», exclamaba y entonces era yola que le recordaba lo que él me había dicho antes: que nuestro hijo había sido feliz hastael último momento y que ahora ya no tenía posibilidad de sufrir y que nosotrossaldríamos adelante. Cada miembro de la familia que está en duelo hace lo quebuenamente puede, juzgar siempre es contraproducente y en una situación así más quenunca. Lo que nos acerca al otro es la comprensión, el respeto hacia su dolor. De nadasirve reprochar actitudes pasadas. Bastante dolor siente cada uno como para ahondar enel sufrimiento retrayendo recuerdos dolorosos, malentendidos o equivocaciones. Losreproches no sirven para nada. Se trata de construir una nueva vida, no de hacer leña delárbol caído. Sí resultan valiosos los gestos de cariño; una caricia en la mano, un abrazo,una sonrisa significan la vida. Solo uniendo nuestras fuerzas con amor y esperanza esposible sostener la incertidumbre de la vida.

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«… el duelo sacude los cimientos, rompe máscaras, arrancavendas de los ojos y nos enfrenta a nosotros mismos y a todo lo

que percibimos como bueno o malo en nuestras vidas.»

Muchas parejas a las que se les muere un hijo acaban separándose. Pero no siempretiene por qué ser así. Ocurre lo mismo que cuando nace un hijo: si la pareja se lleva bien,si existe ya amor entre ellos, el bebé les une más. Si sucede lo contrario, si lasdesavenencias son profundas o se mantiene la relación por inercia, la convivencia secomplica muchísimo. Con la agravante de que después de la muerte de un hijo nadie estádispuesto a fingir lo que no siente. Si uno de los dos se sentía ya de algún modo solo,desvalorado o maltratado es muy posible que el duelo active la energía necesaria paraacelerar la ruptura. Tal vez ese malestar estuviera en fase latente y nunca se hubieraverbalizado, tal vez incluso habitara solo en el inconsciente de uno de los dos y el otroestuviera ciego a ese desasosiego subterráneo. Es posible. Y si no hubiese sucedido nadaasí de grave, entre dos aguas, hubiese podido continuar la relación durante años, pero elduelo sacude los cimientos, rompe máscaras, arranca vendas de los ojos y nos enfrenta anosotros mismos y a todo lo que percibimos como bueno o malo en nuestras vidas. Laverdad es que el dolor nos deja sin fuerzas para mantener las relaciones que pesan, almenos de la misma forma que las manteníamos antes. Todo lo que no es esencial setambalea y descubrimos que lo único esencial para vivir es el amor. El desencuentro sehace más grande si uno de los dos se encierra en el dolor y se resiste a soltar lastre, si seve incapaz de enfrentarse a sus propios miedos y emprender un camino de crecimientopersonal que le ayude a evolucionar, a salir del túnel y ver la luz. A menudo, laspersonas que queremos nos acompañan un tramo de nuestra vida, no tiene por qué ser lavida entera, pero no por eso son menos esenciales. Si en vez de buscar culpables,aceptamos la realidad tal como es; si en vez de acumular rabia y rencor, tenemos lavalentía de dejar ir lo que ya no sirve por más que nos duela, estaremos creando paranosotros y para nuestros seres queridos una vida mejor. Incluso, aunque no es frecuente,algunas personas que han roto y se han permitido con respeto crecer cada una por sulado, al cabo de los años han vuelto a vivir juntas. Todo es posible si anteponemos elamor en mayúsculas al miedo.

Cuando el dolor es desgarrador, tal vez intentemos proteger a los nuestros sacandofuerzas de la flaqueza para que perciban una imagen de «normalidad». Como queriendo

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decir al mundo: «Tranquilos, estoy aquí, no me hundo, confiad en mí». Eso puede servir,siempre y cuando nos permitamos a ratitos desmontarnos sin juzgarnos. Es frecuentecuando hablamos con el corazón, sin representar ningún papel, reconocer que la mayorparte del tiempo nos sentimos perdidos, tristes y desesperados, sin saber por dónde tirar,ni qué hacer para salir adelante… No pasa nada por sentirse así, es lo habitual despuésde un golpe duro. Si además de haber perdido el norte y la vida que teníamos antes nosrecriminamos por sentir lo que sentimos, no nos estamos haciendo ningún favor ni anosotros ni a los nuestros. Durante el duelo ayuda muchísimo ser amoroso ycomprensivo con uno mismo y dejar de mirar con lupa las emociones que sentimos, pormuy negativas que sean. No somos un juez que determina lo que está bien y mal y emitesentencia. Si tenemos rabia, pues tenemos rabia; si estamos tristes, pues estamos tristes;si no sabemos por dónde tirar, pues no sabemos por dónde tirar. Si no nos resistimos, sino nos juzgamos, el vértigo de emociones se va suavizando.

Es normal, al empezar el duelo, incluso mucho después, que algunos días nos cuestelevantarnos de la cama. Cuando a mí me sucedía eso me decía a mí misma que todopasa, lo bueno y lo malo, y que esa sensación tan dolorosa, incluso físicamente dolorosa,también pasaría. Cuando nos invade el miedo, lo mejor es dejar de pensar, soltar en lugarde aferrarse y procurar hablarse a uno mismo con cariño, como le hablarías a tu mejoramiga o a una niña pequeña a la que adoras. Por ejemplo, yo me decía algo más o menosasí: «Voy a levantarme despacito y me daré una ducha, el agua caliente me irá bien, mereconfortará, estoy segura, después me vestiré y me pondré aquel vestido tan bonito ycomeré algo rico…». Tenía el estómago cerrado y lo que menos me importaba eraponerme un vestido bonito, pero precisamente por eso necesitaba darme ánimos,tratarme con cariño, sin pensar. Así, poco a poco iba recuperando fuerzas y podíaempezar el día. Al acostarnos por las noches, rodeados del silencio y la intimidad denuestra habitación, el dolor regresa punzante y el horror se vuelve a hacer grande.Estudios científicos han demostrado que solo un minuto entreteniendo un pensamientonegativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis horas. Poreso, para no sucumbir al desespero y enfermar es bueno recurrir otra vez a las palabras ya los pensamientos agradables y revivir algo bonito, por pequeñito que sea, que nos hayasucedido durante el día. Yo creo que a todos nos va bien, aunque no estemos en duelo,crear momentos amorosos a los que podamos recurrir al acostarnos. Me refiero a esos

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momentos que no cuentan dinero, no valen nada y, en cambio, son tremendamentevaliosos para nuestra alma. Si hay algo más fuerte que el miedo, sin duda, es el amor.

Cuando muere uno de nuestros seres más queridos, sobre todo si compartíamos la vidacon él o pensábamos compartirla, de repente el futuro que nos habíamos imaginado sedesvanece y no sabemos qué hacer con tanta añoranza, con tanta tristeza, con tanto dolory ¡con toda una vida por delante! Eso es así al principio y ese principio puede ser más omenos largo, porque para cada uno el viaje del duelo es distinto. Lo esperanzador es queese tramo del camino tan difícil es posible dejarlo atrás, aunque nos cueste añosrecorrerlo.

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Es posible dejar atrás la locura

Al principio temí volverme loca. No era una sensación continua, aparecía muy de vez encuando y de improviso, como un fogonazo capaz de arrojarme a un lugar doloroso yoscuro, muy lejos de la vida. El detonante era imprevisible. Tropecé con uno de ellos alos pocos meses de morir Ignasi. Una mañana, andando por la calle, mis ojos se cruzaroncon las manos de un adolescente que, sentado en un banco, hacía girar de forma distraídael bolígrafo entre los dedos como se lo había visto hacer a mi hijo miles de veces. Mequedé mirando aquel gesto familiar, sin apartar la vista y, de repente, la realidaddesapareció. Solo veía unas manos, hasta que levanté la mirada hacia la cara. «Sí, era mihijo, sí, era él», y sentí de golpe, dentro de mí, la emoción indescriptible delreencuentro… hasta que la realidad se impuso y con ella el vértigo de haber atravesado,por unos instantes eternos, el fino velo que separa la cordura de la locura.

Regresé a casa agotada y me metí en la cama. Durante esos periodos de absolutadesolación que se viven durante el duelo, cuando me sentía perdida y aterrada comoaquella mañana, me ayudaba recordarme a mí misma que todo pasa, que es cuestión detener paciencia y esperar, y eso me lo repetía como un mantra, mientras les pedía a misguías que me mandaran luz que iluminara la oscuridad.

Las veces que me he encontrado de verdad al límite de mis fuerzas he tenido lasensación de que puedo confiar en algo amoroso y grande. Esa certeza cobra fuerza amedida que procuro ignorar mis pensamientos, porque cuando nos invade el miedo lamente queda atrapada en un laberinto de terror sin salida y lo que surge de ella no es enabsoluto fiable; al contrario, nos arrastra sin consuelo a lo más hondo.

«Sí, “era mi hijo, sí, era él”, y sentí de golpe, dentro de mí, laemoción indescriptible del reencuentro… hasta que la realidad se

impuso y con ella el vértigo de haber atravesado, por unosinstantes eternos, el fino velo que separa la cordura de la locura.»

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Hay algo más dentro de nosotros, no sé si llamarlo Alma, Esencia Divina, MaestroInterno, el nombre es lo de menos, que en esos momentos de desesperación conecta conla Fuerza Universal que nos sostiene y nos da aliento. Mucho o poco aliento, en todocaso, el suficiente para salir de la cama y volver despacio a la vida y recobrar la voluntadde salir adelante, de buscar la calidez del sol, el confort de un abrazo, la sonrisa amorosade un amigo, el placer de una comida hecha con cariño…

Nadie puede sentir por otro y por eso el duelo es un camino solitario, pero sí podemospedir ayuda. ¿Cómo si no enfrentarnos a los miedos que brotan de la herida que producela muerte de un ser querido? Existen maravillosos grupos de duelo y excelentespsicólogos y terapeutas capaces de acompañarnos con amor durante el proceso, pero lavoluntad de encontrar un nuevo sentido a la vida ha de partir de nosotros. Si no es así, sinuestra actitud es derrotista, nadie puede ayudarnos.

Cada duelo es distinto porque cada persona tiene o ha tenido una madre y una relaciónparticular con ella, tiene o ha tenido una determinada pareja, hijos, hermanos… Cadauno de nosotros tiene sus propias heridas, sus propios dones, su manera de enfrentarse ala vida. Todo eso hay que revisarlo y reformarlo cuando se atraviesa un gran duelo. Hayque hacerlo, es necesario y es casi imposible enfrentarse solo a un sentir tan intenso.Dicen que las personas y terapeutas que nos pueden ayudar aparecen, como los ángeles,cuando abrimos nuestro corazón, cuando nos mueve el impulso de estar bien, deatravesar las tinieblas, de conocernos mejor, de evolucionar, de abrazarnos al amor paraseguir viviendo. Aunque nadie puede andar nuestros pasos, pienso que no solo es lícitosino también necesario contar con puntos de apoyo que nos sostengan cuandodesfallecemos. Porque estar de duelo es como estar subido a una noria que no para, queparece que no tiene fin. Cada persona es un mundo y cada duelo es personal, y lo que vabien a unos tal vez no funcione en otros; pero eso no impide vencer el miedo o el orgulloy pedir ayuda, porque el dolor aparcado, escondido, rechazado se convierte en una rocahelada que oprime nuestro pecho y, tarde o temprano, vamos a tener que hacerle caso…o enfermaremos.

La etapa de la locura requiere de una mano experta y una voz enérgica y clara que nosdiga que lo que nos ocurre es normal, que no pasa nada, que podemos desfallecer porquenos sostienen. Da igual que no nos reconozcamos en nada, que deambulemos por la casacomo extraños, eso también es normal y dura lo que dura. Hay que aprender a sentir sinasustarnos, hasta que poco a poco volvamos a tener confianza en la vida.

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En los momentos malos tal vez deseemos morir y acabar con todo. No nos juzguemospor ello, estamos desquiciados, no añadamos la culpa a nuestros pesares. Simplementerecordemos que hay que practicar, con nosotros mismos y con los que queremos, el artede la tolerancia. Perseguir el camino del medio, guiarnos por el sentido común. Y eso esdifícil cuando se está desesperado, deprimido, triste y agobiado. Ser indulgente ycomprensivo con uno mismo es sanador. Y, además, nos permite serlo con los otros. Haytrampas y podemos caer en muchas, pero no olvidemos que el amor, en mayúsculas, eslo que nos salva. La predisposición a ver el lado bueno de las cosas, por insignificanteque sea, es vital. Eso no se consigue todos los días, pero conviene que se convierta en labrújula que marque nuestro rumbo. He podido comprobar que en los momentos másdifíciles, en esos en los que la vida nos pone a prueba y pensamos que no podemoscontinuar, es cuando el Universo actúa más a nuestro favor. En los días, los meses o losaños de dolor y oscuridad no estamos solos si mantenemos el corazón abierto al amor,con la intención de reinventarnos, dejando los prejuicios y las máscaras a un lado.Desnudos podemos percibir mejor los destellos de luz que nos conducirán a buen puerto.

Cada uno de nosotros ha de pasar por su propia tristeza, por su propia desesperación,porque ese es el camino de la sanación. La vida consiste en eso, en vivirla plenamente,en sentir y elegir qué hacemos con lo que nos pasa. Cuesta mucho aceptarlo, perocuando vamos comprobando que a nuestros seres queridos no los vemos pero lossentimos, que no los hemos perdido, que el amor sigue intacto, que nuestra capacidad deamar es inmensa…, entonces empezamos a ver la luz. Y cuando llegamos al tramo finalde ese viaje doloroso y trascendental que es el duelo, ya no somos los mismos. Noscuesta menos acercarnos al dolor y, al mismo tiempo, nos es más fácil disfrutar de labelleza, del milagro de la vida. No es una cuestión de fe es, sobre todo, una cuestión depaciencia, de entrega, de solidaridad, de humildad, de amor.

El impacto que provoca la muerte de un hijo es tan profundo, tan desolador que lasmujeres nos convertimos en almas en pena, sin cuerpo. Recuerdo el vacío en las entrañasque sentía los primeros meses. Nunca antes había sentido algo así. No sé cómoexplicarlo, pero seguro que las madres que han pasado por eso pueden entenderme. Esuna sensación palpable; no es dolor, es la nada. Nuestros vientres se convierten enespacios enormes, como catedrales desnudas. Nos quedamos huecas por dentro. La vidanos ha arrancado a nuestro hijo y notamos su ausencia allí donde había estado creciendodurante nueve meses o dos o tres. No importa si el hijo muerto todavía no había nacido.

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El vacío se apodera de nuestro interior, por eso a penas podemos comer, ni notamosdiferencia entre la noche y el día, ni entre el frío y el calor, desconectadas como estamosdel placer de los sentidos. Solo el sufrimiento, que lo envuelve todo, nos mantiene enpie. Y es preciso vivirlo el tiempo que sea necesario. Poco a poco vuelve la conexión conel cuerpo y nos volvemos sensibles a la ternura. Solo el amor que podemos sentir yrecibir nos despierta del letargo. Al principio, mi marido y yo pasábamos muchas horasjuntos, en silencio. La primera vez que hicimos el amor, nada tuvo que ver con el sexo.Fue eso, un acto de amor, entre dos seres desconsolados. Las caricias y los abrazos sonun bálsamo para el alma. Las madres a las que se nos ha muerto un hijo corremos elriesgo de quedar fuera de la realidad; eso es lo que me dijo un médico a los dos años dela muerte de Ignasi y me recetó, para volver a pisar tierra firme, que hiciera el amor conmi marido. Sin forzar nada, pero con la firme intención de volver a sentir placer. Elplacer sexual nos conecta con la vida.

Durante mucho tiempo el dolor lo impregna todo, pero hay chispitas de amor,destellos de luz que llegan de improviso y es bueno incrementarlos por pequeños quesean. Algunos días es posible sentir el amor en estado puro, aunque este sentimiento duresegundos. Con la desesperación se roza a veces la esencia, la lucidez. De ese día hay quequedarse solo con esos segundos, pensar constantemente en esos segundos y no ir dandovueltas a los pensamientos terroríficos que nos acechan.

Cuando todo parece imposible y la ilusión de vivir se apaga, ¿qué nos sostiene? Elamor, que es la energía que vibra con más fuerza, la más elevada. El amor es una opciónde vida, no depende de nada. Cuando ando a ciegas, la esperanza del amor me salva.Posiblemente el cielo esté nublado, oscuro y gris, pero ¿quién duda de que el sol sigueahí?

Incluyo estas frases, al final de este capítulo, porque una parte de mí, esa parte sabiaque todos tenemos, siente profundamente como cierto lo que expresan. A mí me hanayudado a mirar de otra forma el sufrimiento, a dejar atrás la «locura»…

«El sol enseña a todo lo que crece el anhelo por la luz. Pero es la noche la que eleva todo hacia las estrellas.»

KHALIL GIBRAN

«Uno no se ilumina mirando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad.»

CARL JUNG

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«¿Es imposible sufrir? Sí y no. Si no hubieras sufrido como has sufrido, no tendrías profundidad como serhumano, ni humildad, ni compasión. El sufrimiento abre el caparazón del ego, pero llega un momento en queya ha cumplido su propósito. El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta que es innecesario.»

ECKHART TOLLE

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Si la envolvemos con cariño,la rabia se desvanece

En los duelos severos a menudo se dispara la rabia. Hay que tener mucho cuidado conesta emoción porque suele ir disfrazada. Generalmente se esconde agazapada detrás de lapena y aparece enfurecida cuando menos te lo esperas. Cuanto más silenciosa, másradiactiva, más hiere a los que amamos, más veneno destila. ¿Qué hacemos con ella, conese enfado tan grande que incluso puede llegar a enfermarnos? La rabia y la tristeza,cuando nos invaden, nos están pidiendo a gritos que las mimemos, que les prestemosatención sin retenerlas. Son emociones, como el miedo, que crecen con el rechazo. Sinembargo, muchos tenemos el hábito de esconderlas en lo más hondo con la esperanza deque con el tiempo se vayan diluyendo. Pero el tiempo, por sí solo, no arregla nada. Fuedurante el segundo año de duelo que tuve que aceptar y enfrentarme a la rabia que mehabía producido la muerte de mi hijo. Durante el primer año no supe verla porque latristeza lo inundaba todo. Y hubiese seguido sin hacerle caso si un médico no me hubiesedicho que la rabia me estaba envenenando. Como en los cuentos, atravesaba un bosqueencantado y no sabía diferenciar un peligro de otro, de tantos que me acechaban. Eldragón de la rabia por la muerte de alguien muy querido es grande y si nuestro seramado se ha suicidado, ¡la rabia y la culpa pueden tener proporciones inimaginables!Hablar de lo que sentimos va bien, pero si nos limitamos a eso, a explicarnos, poco seavanza. La rabia requiere pasar a la acción, sentirla en las entrañas y luego liberarla. Yohe golpeado colchones hasta casi desfallecer y he gritado hasta quedarme sin voz, y meha ido bien, pero empecé a sentirme mucho más ligera cuando aprendí de terapeutas, quesabían mucho más que yo, cómo liberar la rabia y recuperar la paz.

«La muerte de un ser muy querido produce una rabia inmensa,sobre todo si nos parece que esa muerte es injusta, llega a

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deshora y en mal momento. ¿Pero qué momento es bueno paradespedirnos de alguien que adoramos?»

Cuando los bebés se enfadan por algo o sus necesidades no son atendidas suelen gritary berrear sin disimulo y después, agotados, duermen como angelitos. Saben por instintoliberar la rabia. Al crecer, esa sabiduría innata va desapareciendo. Lo cierto es que amuchos adultos, sobre todo a una gran mayoría de mujeres, nos suele dar miedoenfurecernos. Inconscientemente, vemos la rabia como una fiera a la que es mejormantener siempre enjaulada y eso, en vez de tranquilizarnos, no hace más que aumentarnuestro desasosiego. Por eso, por ignorarla, pasamos noches sin conciliar el sueño y talvez días enteros en la cama con migraña o semanas con la espalda encogida por latensión que produce tanta rabia contenida. A esa fiera hay que hacerle caso hastaamansarla, en vez de querer encerrarla de por vida.

La muerte de un ser muy querido produce una rabia inmensa, sobre todo si nos pareceque esa muerte es injusta, llega a deshora y en mal momento. ¿Pero qué momento esbueno para despedirnos de alguien que adoramos? ¿Cómo soportar no verle, tenerle yabrazarle sin que nuestra vida dé un vuelco y el dolor de la ausencia active los volcanesdormidos que llevamos dentro? Cuando la reconocemos, la rabia puede ser una granaliada. Si le damos la mano, en vez de dejarla descontrolada, se convierte en un potentemotor de cambio de todo aquello que conviene ir modificando. La rabia nos impulsa a laacción y nos da fuerza para dejar relaciones laborales o personales que ya no nosconducen a nada. Sirve para modificar hábitos y conductas que, en vez de levantar,hunden nuestro ánimo. Con la ayuda necesaria nos conviene aprender a canalizarla parapoder aprovechar al máximo el magnífico impulso que puede proporcionarnos la rabia.El duelo es el punto de partida, el inicio de una transformación lenta y profunda. Ya nadaserá como antes, nuestros ojos con el tiempo adquirirán otra mirada, quizá más serena, sihemos sido capaces de superar el tormento de las emociones incontroladas, si hemosliberado la rabia contenida y escondida detrás de la tristeza. Hay que estar dispuestos asentir, sin retener, sin impacientarnos ni juzgarnos. ¡Qué difícil es sentirse morir dedesolación y aceptarlo con la vista puesta en volver a sentir la parte alegre de la vida!¡Qué difícil y necesario!

Al principio del duelo es normal enfadarse con Dios, lanzarle nuestra cólera, seconsidere uno creyente o no. Las explicaciones teológicas o religiosas o las frases del

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tipo «Dios lo quería con él, ahora es ya uno de sus ángeles» a algunas personas, en vezde reconfortarlas, les pueden resultar hirientes. Ocurre con frecuencia que las creenciasque teníamos, ahora ya no nos sirven, han perdido sentido y no hay que sentirse culpablepor ello. Es normal que lo revisemos todo y lo más probable es que al concluir el duelonos hayamos convertido en personas más tolerantes y amorosas. Cuando murió Ignasi,buena parte de mi rabia la lancé contra Dios, aunque yo era más bien agnóstica. ¿Quésignificaba para mí Dios entonces? ¿Por qué lo acusaba, qué esperaba de él? Supongoque, en el fondo, veía a Dios como alguien que podía protegerme, alguien que cuidaba alos buenos y, de alguna manera, debía castigar a los malos… La sinrazón aparente de lamuerte de mi hijo, la necesidad de trascender el dolor desgarrado me condujo por uncamino espiritual nuevo. En la infancia veía a Dios como un amuleto. «Cuatro esquinitastiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan», recitaba de niña para ahuyentar elmiedo que me acechaba de noche. De adolescente aquel Dios no me sirvió. Entoncespara mí Dios era sinónimo de religión y yo pretendía alejarme de cualquier tipo depoder, de imposición, de normas que encasillaran mis ansias de experimentar en libertad.En aquella época y durante mucho tiempo, la palabra Dios me producía un rechazovisceral. Dios, que en realidad nunca me ha sido indiferente, ha ido unido al despertar demi conciencia, a mi forma de ver y entender el mundo. Me parece que Dios está hecho ala medida de cada uno. Ahora, para mí Dios es amor, cuando siento amor estoy con Dioso, por lo menos, la energía que conforma mi ser vibra más cerca de él, de mi esencia, demi parte divina. Entiendo muy poco de física cuántica, pero intuyo que nosotros creamosnuestra propia realidad, que Dios no tiene que salvarnos de nada, que somos nosotros, aljuzgar lo que está bien o mal, los que ensombrecemos nuestra vida.

«El duelo es el punto de partida… Ya nada será como antes,nuestros ojos con el tiempo adquirirán otra mirada, quizá más

serena, si hemos sido capaces de superar el tormento de lasemociones incontroladas, si hemos liberado la rabia contenida y

escondida detrás de la tristeza.»

Con la sacudida se remueve todo. Nos encontramos dentro de la tormenta a merced delos vientos. No hay freno. Y precisamente en eso consiste nuestro renacer. En noresistirnos y liberar en forma de llanto, de agresividad, de melancolía…, en forma de lo

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que sea, todo nuestro dolor, sin juzgar nada. Sin valorar. Sin pensar. Como actores queviven intensamente su papel, siendo conscientes, sin embargo, de que tarde o tempranoacabará la función. Hay que experimentar sin retener. ¿Cómo? Pues sintiendo quenosotros no somos la tristeza, sencillamente estamos tristes. No somos la rabia, nosrebelamos. No somos la confusión, estamos temporalmente perdidos.. No somos elmiedo, estamos asustados. Así, poco a poco, dejando fluir, nos vamos liberando de ladesesperación. Mientras tanto hemos de recurrir, hasta que se convierta en un hábitocomo respirar, al amor. Seguir siempre la lucecita, por tenue que sea.

¡Qué poco nos permitimos sentir algunas personas lo que sentimos! ¡Qué bueno esquedarse sin hacer nada, escuchándonos sin reproches! El duelo sirve para poner orden anuestras emociones, para limpiar todos los rincones de nuestra alma; para sentir todo loque no hemos querido o podido sentir antes. Todos llevamos a cuestas miedo, rabia,humillaciones y vergüenza. Todos. Y en diversos momentos de la vida toca poner ordeny hablarnos sin palabras a nosotros mismos con franqueza. Para eso es imprescindibledetenernos y alejarnos de las distracciones. Cuando yo intento hacerlo, mi mente sedesborda. Necesito mucho amor y mano izquierda conmigo misma para, poco a poco, irdejando salir los pensamientos horrorosos que me asaltan. Primero tengo que sentirlos,revivirlos, prestarles atención y, con mucho mimo, mecerlos hasta dejarlos tranquilos,como bebés dormidos, en mi corazón. Entonces, la mente aliviada descansa, se sientecomprendida y me permite acercarme a todo lo bueno que hay en mi vida.

Yo no me atreví a enfrentarme sola a la profunda herida que me causó el duelo y pedíayuda no solo a varios psicoterapeutas, sino que también recurrí a Dios, a mis Guías, alUniverso, a mi parte sabia, a mis Ángeles de la Guarda…, cualquier ayuda es poca yfunciona. Pero sobre todo, recurrí al Amor Universal, al pensamiento positivo. No mepodía quedar demasiado tiempo viviendo en la oscuridad, la rabia, el miedo, la culpa o elresentimiento. Todo eso quita un montón de energía y a las personas que atravesamos ungran duelo nos queda muy poquita, no podemos desperdiciarla. La única forma deincrementarla es viendo la parte buena de cualquier situación, buscar lo bueno dentro delo malo. El pensamiento es creativo: lo que pensamos hoy acaba creando nuestrarealidad futura.

Cada día tenemos la libertad de elegir quedarnos con lo bueno que hay en nuestra vidao sucumbir al desespero de todo lo malo. No siempre se consigue ver el lado positivo,pero, a fuerza de mirar en nuestro interior y pedir a nuestra parte divina que nos ayude a

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curar las heridas, es posible conseguirlo y, a medida que vamos practicando, ver lobonito de la vida se acaba convirtiendo en un hábito. Dicen los entendidos –PatrickDrouot, doctor en Ciencias Físicas y muchos otros– que no solo lo que pensamos acabacreando nuestra realidad, sino que también el corazón –es decir, lo que sentimos– mandasobre el cerebro, los pensamientos. Cuantas más hormonas de bienestar –endorfinas–seamos capaces de crear, mejor nos sentiremos y, si nos sentimos mejor, crearemosautomáticamente más pensamientos positivos y, por tanto, más bienestar. Es un pez quese muerde la cola, como también lo es, en el lado opuesto, el sufrimiento.

Nada nos deja con más paz que perdonar. Perdonar es como soltar un peso enorme yvolver a respirar ligeros y aliviados. Perdonar es magnífico: modifica la química denuestro organismo, diluyendo la adrenalina que provoca la rabia y el resentimiento, elevalos niveles de serotonina, la hormona de la alegría y la felicidad, niveles que suelendecaer cuando tenemos una deuda pendiente –con nosotros mismos o con los demás–, ycuando nos sentimos ofendidos y humillados. Sí, perdonar es fantástico, pero difícil.¿Por qué cuesta tanto perdonar? Nuestra esencia divina no tiene problemas con elperdón; sabe que los errores forman parte del aprendizaje, que todos somos iguales y quela maldad es simplemente ignorancia, que la vida es eterna y que tarde o temprano todosalcanzamos el conocimiento y el amor absoluto; y, precisamente, lo que consideramoserrores o agravios son grandes oportunidades para avanzar, para conseguir más luz.Nuestra esencia sabe que el plan es perfecto, que todo tiene un sentido, que lascoincidencias no existen, que nada pasa sin motivo. Sí, sabe todo eso y mucho más. ¡Esimposible ofenderla! Al que le cuesta soltar es al ego, a la mente o lo que creemos quesomos. El ego y la mente están compuestos de juicios y prejuicios, de verdades, derazón… Nos ayudan a ser lo que somos, son una buena armadura, nos han protegido eninnumerables batallas pero llega un día en que hay que atarles en corto y quitarles elcontrol. Porque si ellos mandan, nos sobrarán razones y verdades y nos faltarán laserenidad y la alegría. Para estar en paz con el mundo y con uno mismo hay que estardispuestos a cuidar con cariño a la niña o niño heridos que todos llevamos dentro.Nuestro bienestar depende de nosotros mismos, no está en manos de nadie ni de nada. Elpoder, el don de elegir perdonar y perdonarnos, es nuestro.

Cuando estamos en duelo todo lo que no nos da paz hay que ir apartándolo de nuestrasvidas. Pero aunque a veces ocurre, no se trata de dejar de lado situaciones y personas, no.El gran desafío consiste en cambiar uno mismo, en tomar las riendas, en sabernos

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responsables de nuestras vidas en vez de echar la culpa a otros. Los demás son como sony no podemos cambiarlos, pero nosotros sí podemos, con el tiempo, ver las cosas de unmodo distinto. Y lo más probable es que al cambiar interiormente nosotros las personasy situaciones que nos molestaban desaparezcan por sí solas.

Si optamos por quedarnos con la rabia, el dolor, la frustración, la culpa o la pena, nosolo malgastamos nuestra vida, también ensombrecemos a los que están a nuestroalrededor y a todas las personas que nos quieren, estén aquí o en el otro lado. Nuestrosseres queridos, los que se han ido, han sembrado semillas de amor en nuestros corazonesy nos toca a los que nos quedamos regarlas para que florezcan.

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De repente la nostalgialo inunda todo

Dice la psicoterapeuta Victoria Branca que cada herida del alma tiene una historia quecontarnos. Pueden ser historias de encuentros y desencuentros, de adioses repentinos, deabandonos, de ausencias muy sentidas, de añoranzas… Otra cosa es que nosotrosqueramos escucharlas. Normalmente luchamos contra viento y marea para mantenerlasalejadas, para eludir los duelos que estas historias, recientes y antiguas, reclaman. Pero lanecesidad del alma es más grande que nuestra voluntad de hacer como si nada y elUniverso, con la cadencia de las olas, nos inunda de recuerdos, una y otra vez, hasta queestallamos en un mar de lágrimas. El alma no se cura hasta que no revivimos uno a unolos dolores postergados desde la niñez, incluso desde antes de nacer. No es posibleesconder esas historias debajo de la alfombra. No sirve. Cada golpe de tristeza o denostalgia nos habla de una pérdida. Y cada pérdida pide a gritos afianzar nuestro amor,nuestra confianza. Es así como se curan las heridas del alma. Cierro los ojos y me voy ami primer año de duelo. Ignasi murió de accidente, fue un shock tremendo, seco, que medejó sumida en las tinieblas sujetada por esporádicos destellos de luz. De lossentimientos y emociones de aquellos tiempos hablo en Volver a vivir, el diario queescribí durante el primer año de duelo. Los siguientes años fueron parecidos al primero.Pasaba unos días bien; sin embargo, de repente, porque llegaba otra primavera, otrootoño, otra Navidad o porque la nostalgia, simplemente, se me hacía insoportable, volvíaa la desesperación, no se si bajaba más, pero mis fuerzas parecían agotarse porque losaños de dolor desgastan y renombrar la vida conlleva un esfuerzo que me dejabaexhausta. Con mucha ayuda, y poco a poco, he ido aprendiendo a escuchar a mi corazón.A seleccionar las salidas, a decir no sin remordimientos ni tapujos, aunque sea en elúltimo momento, a tener paciencia conmigo cuando al abrir los ojos se presiente un día

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torcido… No hay un manual de instrucciones, porque cada duelo es distinto, peroaprender a quererse ayuda siempre.

«Cada golpe de tristeza o de nostalgia nos habla de una pérdida.Y cada pérdida pide a gritos afianzar nuestro amor, nuestra

confianza. Es así como se curan las heridas del alma.»

La añoranza y el deseo de abrazar a los seres queridos que se han ido son tan intensosque a veces resultan casi insoportables. Es así. Pero en el fondo sabemos que, aunquenada es igual y no podemos abrazarles, ellos existen. La energía no se crea ni sedestruye, solo se transforma. Y eso, en nuestros momentos claros, lo sentimos a flor depiel. En esos momentos lúcidos es posible escuchar una vocecita en nuestro interior quenos susurra que el amor es indestructible, que no sólo contamos con las horas, los días,los años que hemos pasado aquí, juntos, también tenemos un futuro por compartir. No escomo nos lo habíamos imaginado, no, ¡pero puede ser tan hermoso! En los inicios delduelo, tal vez de poco sirve lo que digo. Es con paciencia y tiempo que la certidumbre seimpone. Yo no sentí lo que siento hasta doce años después de la muerte de mi hijoIgnasi. ¡Pesaba tanto el dolor! ¡El cambio era tan sórdido y brusco! Tarda mucho elcorazón en asentarse después de un golpe así. Mucho. Durante ese largo recorrido que esel duelo nos toca transformarnos en seres receptivos al amor, porque solo a través de esavibración amorosa podremos sentir en nuestro corazón a los seres queridos que hanmuerto. Llega un día en que volvemos a sentirlos sin dolor, ellos en su plano, siguiendosu destino, y nosotros aquí, siguiendo el nuestro, pero tan unidos como antes. Merece lapena perseverar, merece la pena crear amor y armonía, en vez de tirar la toalla y dejarque poco a poco se consuma nuestra vida. Hay que vivir intensamente la tristeza y laañoranza hasta agotarla con la esperanza puesta en volver a sentir la alegría de vivir.Cuanto más la siento, más feliz y contento percibo a mi hijo. Más me parece que lehonro. Las personas que sabemos bien qué es querer estar muertas, decidimos volver a lavida por amor, por el amor que sentimos por los que se han ido, por el amor queaprendemos a sentir, despacio y con esfuerzo, por nosotras mismas.

Cuando se acerca la fecha en la que se fue nuestro hijo, la nostalgia durantemuchísimos años ha sido punzante. Para todos en casa el primer diciembre sin Ignasi fuedevastador y todavía ahora, cuando empiezan a poner las lucecitas de Navidad en

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Barcelona, sé que mi única posibilidad de no volver al horror de aquel 26 de diciembrees agarrarme al amor como un náufrago a su bote salvavidas. Por eso, trato de convertirdiciembre en un mes especialmente amoroso y el día 26 en un día sagrado. Es mi formade vivir el presente, de acallar las voces del pasado. ¿Qué hago? Intento mimarme a mí ya los míos todo lo que puedo. No hago nada que no quiera hacer, ni veo a nadie que noquiera ver. Pongo la intención en estar conectada solo a lo que me da energía; procuroque mi casa esté bonita (a mí me gusta tener plantas y flores y en estos días todos losjarrones están llenos). Pongo la música que sé que me reconforta y enciendo velitas. Laslucecitas de las velas me hacen mucha compañía, me mantienen conectada al amor,como si encendiera el interruptor que me une a Ignasi, a mi madre, a mis abuelos, a todaslas personas que quiero y que están en el otro lado. Durante muchos años, los días dediciembre espesos los he pasado en casa. No he ido a trabajar. En casa me sientoprotegida, los ratitos de soledad me dan paz. Algunos diciembres he organizado cenascon las personas con las que me siento a gusto, que me acompañan con amor, sinprotocolos ni exigencias. También procuro hacer cosas que me ayudan a dar cariño,como llenar un carro con alimentos que compro en el súper y que luego llevo a laparroquia de mi barrio. Cualquier cosa que desprenda amor se la dedico a Ignasi. Eso mehace sentir bien. Huyo como del fuego de los pensamientos negativos, no me los puedopermitir. No juzgo nada, intento no pensar mal de nadie, ver más que nunca el ladobueno de todos y de todo. Necesito estar en sintonía con la vibración del amor, parapoder sentir mejor la energía de Ignasi y reconfortar a Jaume y a Lluís. Dedico ratos apermanecer en silencio, escuchándome, sin prestar atención a los pensamientos. Meimagino que el planeta está envuelto en un lazo de amor que yo recibo y mando a cadauna de las personas que estamos en él, especialmente a los que sufren, a los que en esosmomentos están en las UCIS o en situaciones difíciles. Eso es lo que yo intento hacercuando se acerca el aniversario de la muerte de mi hijo.

Una sabia mujer a la que yo visitaba cuando necesitaba consuelo, me dijo un día: «Enla mesa de Navidad, Ignasi estará en el corazón de los que puedan abrirse al amor», yeso es lo que intento cuando se acercan las fiestas, incrementar el cariño para sentirlocerca, para reconfortarme a mí y a todos los que están a mi alrededor. La nostalgia es unabuena compañera, de su mano es más fácil sentir compasión. Y un corazón compasivo essolidario, por eso nunca está solo. Con la compasión podemos acercarnos al dolor de losdemás, sin necesidad de juzgar nada. No hay que hacer grandes cosas, la oscuridad

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disminuye con la luz de una simple cerilla. Con estar receptiva al cariño basta. Duranteestos días, no hay que forzar nada. Para los que hemos vivido un gran duelo, la Navidadqueda lejos de las prisas y las compras. Nuestra única moneda de cambio es ahora elamor. Nuestros mejores regalos, los abrazos.

«Cuando se acerca la fecha en la que se fue nuestro hijo, lanostalgia durante muchísimos años ha sido punzante. Para todosen casa el primer diciembre sin Ignasi fue devastador… sé que

mi única posibilidad de no volver al horror de aquel 26 dediciembre es agarrarme al amor como un náufrago a su bote

salvavidas.»

A veces, mi vida de antes y la de ahora me parecen un sueño… del que despertaré enalgún momento. Como si no fuera en realidad yo la que ha recorrido el camino hasta losaños que tengo ahora. De hecho, desde que murió Ignasi todo me parece posible y ya noexiste para mí una sola realidad, ni un mundo de vivos y otro de muertos separados;tengo la íntima certeza de que lo que llamamos vida va mucho más allá de la muerte. Ycuando me visita la nostalgia, me siento mejor escuchándola porque me abre las puertasde esa parte de mí que sabe que todo es posible, que la vida es un sueño, que la muerteno existe, que mis hijos son un regalo de amor eterno. Que para estar unidos con elcariño basta. La nostalgia viene siempre para recordarme todo eso que una parte de mísabe y mi mente censura. No voy a hacerle caso a la mente, la intuición es más dulce ycertera. Y no quiero, no estoy dispuesta a que pese más el dolor vivido que la ilusión porlo bueno que ha de venir. Como dice Javier Marías: «Lo malo de las desgracias muygrandes, de las que nos parten en dos y parece que no van a poder soportarse, es quequien las padece cree, o casi exige, que con ellas se acabe el mundo, y sin embargo elmundo no hace caso y prosigue…». Y tira de nosotros y trae momentos agradables quepodemos hacer grandes si nos damos permiso.

Las hojas de los árboles de mi calle han empezado a brotar y el aire viene cargado dearomas distintos. Empieza otra primavera. A los corazones en duelo, heridos, loscambios de estación les despiertan tristezas y añoranzas recientes y antiguas. La nuevavida lo inunda todo, es imparable y cuesta horrores seguirle el ritmo. El mundo no es elmismo desde que nuestros seres queridos se fueron, pero lo cierto es que ahora el mundo

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no es el mismo para nadie. Corren tiempos de cambio para todos. La Tierra mismaparece estar en duelo, intentando dejar atrás lo que le produce dolor y sufrimiento con laesperanza puesta en abrazar un futuro más prometedor, menos agresivo, más respetuoso.El planeta pide a gritos un cambio de conciencia. Mientras, reina la incertidumbre.Cuesta dejar lo conocido cuando todavía no sabemos cómo será lo que está por venir.Pero es el único camino, no hay opción. La vida no se detiene, hay que atravesar el duelopersonal y colectivo. La resistencia duele más. Ahora más que nunca hemos de cogernosde la mano del amor y ahuyentar los miedos. Cada uno de nosotros es una hormiguita,pero si nos unimos, si sabemos que contamos los unos con los otros, si tenemosesperanza, la incertidumbre es más llevadera.

«Durante el duelo no solo es como si aprendiéramos a andar denuevo, es mucho más que eso: estamos aprendiendo a vivir de

nuevo.»

Mientras se está en el vacío de la incertidumbre, todo amor y compasión hacianosotros mismos son pocos. Bastante duro es ya de por sí el duelo como para no sercompasivos y convertirnos en nuestro principal enemigo.

Si después de pasar unos días, un ratito o una buena temporada volvemos a sentirnostan mal como al principio, que no cunda el pánico, es normal, no pasa nada. Todos losniños antes de empezar a andar se caen y cuando ya saben incluso correr, se caen yvuelven a caerse. Durante el duelo no solo es como si aprendiéramos a andar de nuevo,es mucho más que eso: estamos aprendiendo a vivir de nuevo.

La nostalgia viene para hablarnos de ausencias, tristezas y desencuentros, sí, lo sé, poreso ayer en casa, entregada como estaba a la nostalgia, las lágrimas me resbalaban porlas mejillas sin apenas darme cuenta, como cuando te hace llorar en la calle el vientofrío. Pero hoy me he dado cuenta que este sentimiento es en realidad una bendición, queviene a mostrarnos lo esencial que es el amor. Todos, al llegar a cierta edad, tenemosheridas y hemos sufrido pérdidas y lo que nos impulsa a seguir es el cariño. No es eldolor lo que nos sostiene, es el cariño. Y a veces la nostalgia, si conseguimos ir un pocomás allá, nos ayuda a sentirlo con mayor intensidad. Es bueno darse permiso para llorar,para estar triste, pero también lo es permitirse sentir la fuerza del amor y crear belleza yarmonía a nuestro alrededor.

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Cada estación del año encierra recuerdos, fechas especiales, aniversarios, días grises…Cuando a ti, lector, te invada el dolor o la nostalgia, imagínate que todos los que estamospasando un gran duelo nos cogemos de las manos, sintiendo el cariño de las mujeres yhombres de la familia que nos han precedido, que ya no están aquí pero que sigueniluminando nuestro camino con amor. Todos juntos vamos a hacernos regalos. Cada díaal despertarnos propongo que unos a otros nos mandemos sentimientos de cariño,aunque no nos conozcamos. Aunque cada duelo es distinto, sabemos por lo que estápasando cada uno. El primer sentimiento de amor, cada mañana, que sea para la niña o elniño pequeño y asustado que llevamos dentro. En ese camino que es la vida vamosjuntos y en un tramo u otro todos rompemos en llanto. No pasa nada, dejemos que laslágrimas resbalen por nuestras mejillas. Las lágrimas son mano de santo, aligeran eldolor, limpian el corazón y dejan espacio a la calma. Si tenemos que llorar, lloremos, nopasa nada. Cuanto más grande sea la llorera, más liviana y alegre se siente después elalma. Otro de los regalos que quiero compartir es la alegría. ¿Por qué no sentir destellosde felicidad? ¿Acaso no lo merecemos? En el otro lado, nuestros hijos, padres, madres,maridos, esposas, abuelos, amigos y hermanos son felices y su felicidad es más completasi intuyen la nuestra. Vamos a juntar cada día trocitos de amor y cuando tengamos unabola grande, la envolvemos en un papel bonito, le colocamos un lazo grande y se laregalamos. No estamos solos, de verdad. En este planeta que gira alrededor del Sol, eneste Universo infinito, el plan es perfecto y todo, todo, es posible. No existe solo unaverdad.

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El alivio de soltar lastre hasta quedar desnudos

Un gran duelo supone tener dos vidas, la de antes y la que empieza después de la muertede nuestro ser querido. Después de la tempestad ya nada es como era. No es posibleseguir de la misma manera. Hay que dejar atrás ideas y pensamientos que quizá noshabían sido útiles pero que ahora nos impiden avanzar, nos aprisionan. Tal vez algunoscreíamos que podíamos controlarlo todo, que nuestros hijos eran nuestros, que sinnuestra pareja no podíamos hacer nada, que nuestra felicidad dependía de tener lo quesea que ahora no tenemos… Todo eso son creencias antiguas que nos quitan fuerza, nosapartan de nuestra esencia. Todos acumulamos mucho peso, demasiado, y buena partedel lastre es heredado. Hay creencias tan fuertes («no voy a poder», «en realidad soydébil», «no me merezco ser feliz», «la vida para mí es muy dura»…) que pasan degeneración en generación y antes de cumplir los cuarenta años ya no podemos más detanto aguantar lo que no necesitamos. Por eso, para dejar entrar lo nuevo y andar ligerosde equipaje, hay que soltar las creencias que nos crean malestar y conflictos, y aferrarnosa la confianza de que cuando llegamos al mundo, frágiles y desnudos, traemos en nuestrointerior la fuerza necesaria para vivir en paz y serenidad la vida. Esa fuerza es el mayorde los tesoros, ¡y es nuestra! No depende de nada. El camino del duelo es una buenaoportunidad para reencontrarla. Para conectar con el sentimiento de alegría hay quelimpiar memorias antiguas de sufrimiento y liberar las emociones que las acompañan. Laalegría profunda y serena solo guarda relación con nuestro interior, nada tiene que vercon lo que ocurre fuera.

«Un gran duelo supone tener dos vidas, la de antes y la que empieza después de

la muerte de nuestro ser querido. Después de la tempestad yanada es como era.»

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Es más fácil separar el grano de la paja cuando la vida nos tiene contra las cuerdas. Esabsolutamente necesario romper las ligaduras que nos oprimen y dejar de lado lo que nodeseamos realmente: maneras de hacer, personas, trabajos, lugares, objetos, emociones,sentimientos… En esos momentos en que la vida nos pone a prueba, hay que abandonartodo eso por pura supervivencia.

Para vivir en paz, resulta eficaz despojarnos de las mil capas de apariencias quellevamos. Nos creemos que tenemos que ser lo que nos hemos figurado, lo que nosimaginamos que los demás esperan de nosotros. Fingir que estamos bien, mostrarnosperfectos, fuertes, generosos, exitosos, responsables, bondadosos, cariñosos… ¡esoconlleva tanto peso! Hay lo que hay y somos lo que somos, nuestro valor reside en eso.No hay nada malo, feo o erróneo en nosotros, simplemente estamos aprendiendo yexperimentando. El duelo nos deja desnudos, por eso es una buena oportunidad paradejar de ser gigantes con pies de barro. En las situaciones límite, las apariencias nosirven para nada. Más vale un gramo de autenticidad, que montañas de cualidadesvirtuales. El proceso de transformación implica desprendernos de la culpa, de los celos,del rencor, del odio, de la frustración, de todo lo que pesa y oprime el corazón. Y esorequiere sinceridad con uno mismo, enfrentarse a los propios fantasmas y llamarlos acada uno por su nombre. Somos lo que somos, ni más ni menos.

Todos hacemos lo que buenamente podemos con nuestras vidas. Nos equivocamosmuchas veces, pero eso forma parte del aprendizaje del ser humano. Es algo natural ennosotros, es nuestra manera de aprender. ¿De qué sirve lamentarnos de lo quehubiésemos podido hacer y no hicimos? Solo podemos actuar en el presente. Quedarnoscon la culpa nos paraliza, nos ancla en el sufrimiento, nos produce resentimiento hacianosotros mismos. Y así es imposible salir adelante. Lo que sí puede ayudarnos es pedirperdón, de corazón, a las personas a las que hemos hecho daño, estén vivas o muertas, yperdonarnos a nosotros mismos. Tampoco sirve para avanzar echar las culpas a losdemás de nuestras desgracias. Sea lo que sea lo que nos haya sucedido, nosotrospodemos elegir la actitud con la que lo afrontamos. Podemos envenenarnos con el odio oapostar por curar las heridas hasta que vuelva a brotar el amor en nuestras vidas.

«Creo que al alma le pasa lo mismo que a los armariosabarrotados. Si no vamos deshaciéndonos del dolor, de las

heridas que hemos ido acumulando, no nos queda espacio para

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apreciar la alegría, la belleza, la bondad, todo lo bonito que nospuede suceder en la vida.»

Otra buena manera de soltar lastre es tirar o regalar cosas. Sí, objetos materiales.Todos guardamos en casa un montón de ropa, papeles y cachivaches que ya nuncautilizamos. Hay objetos, cada uno sabe cuáles son los suyos, que nos reconfortan y talvez nos acompañarán siempre. Pero la inmensa mayoría de lo que acumulamos, enrealidad, no es más que lastre. Y el lastre, sea material o emocional, pesa y cuanto máspeso más resistencia al cambio. ¡Parece mentira la cantidad de trastos y ropa que se llegaa acumular en el transcurso de la vida! Mi abuela materna, por ejemplo, se pasó buenaparte de sus últimos veinte años haciendo colchas de ganchillo, de las que yo heredé unacantidad respetable. Nunca las he usado para cubrir mi cama, y eso que son preciosas. Laverdad es que han pasado años sin moverse del armario, tapadas en fundas de plástico.Pues se acabó, me he quedado con una, como recuerdo, y las demás las estoy regalando.Hay sábanas, manteles, albornoces, fundas y cojines y un montón de telas más, yaenvejecidas, que muchos guardamos por si acaso, que yo ya he decidido jubilar. Lomismo con las faldas, vestidos, jerséis y blusas que ya no me pongo. Con cada bolsa deropa vieja que se va de casa, siento que me quito años de encima. No es fácil, porque concada prenda hay que negociar, pero sé que es mejor para todos. No quiero que quienesme sobrevivan tengan que enfrentarse con lo que yo no he tirado. Creo que al alma lepasa lo mismo que a los armarios abarrotados. Si no vamos deshaciéndonos del dolor, delas heridas que hemos ido acumulando, no nos queda espacio para apreciar la alegría, labelleza, la bondad, todo lo bonito que nos puede suceder en la vida. Precisamentecuando más tristes estamos, más importancia adquiere renovarnos. Y eso, aunqueparezca simple, puede empezar por cuidar más nuestro aspecto. Sé que hay días en queuno no tiene ganas de nada, ni puede salir de casa, pero ir a la peluquería, arreglarse unpoco, abrir una botella de vino en la cena, ir a pasear con una amiga, hacer algo porquesí, porque nos gusta, levanta el ánimo. Y así, poco a poco, el corazón se va ensanchandoy las heridas se van curando. Si a eso le sumamos la guía de un buen terapeuta, un pocode ejercicio diario y un masaje de vez en cuando, el «plan renove» está asegurado.

Los sueños son una puerta abierta a nuestro inconsciente, la parte velada y oculta quecontiene más del noventa por ciento de nuestra memoria. Allí guardamos creencias,emociones, pactos y acuerdos (inconscientes) que hemos ido efectuando con nosotros

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mismos a lo largo de nuestra existencia. Pero igual que ocurre con los muebles y losobjetos aparcados durante demasiados años en un desván, muchísimo más de la mitad delo que guardamos en nuestro inconsciente no es más que lastre que nos llena depesadumbre. Interpretar nuestros sueños con la ayuda de un buen terapeuta nos puedeayudar a liberar emociones estancadas, y sin impedimentos la energía vital circula pornuestro organismo mucho mejor y eso se nota rápido porque nos levanta el ánimo.

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Reinventarse

El duelo supone una gran transformación. El proceso es lento, casi imperceptible, comotodos los movimientos profundos, y nada tiene que ver con lo externo. Por sí solo, depoco sirve mudarse de casa o irse a otro país, creyendo que tal vez así nos sentiremosmejor. La clave, lo que nos permitirá ver la luz después del túnel, reside en nuestrointerior, no se encuentra fuera. Hay que ir atravesando capas de rencores antiguos, deangustias heredadas, de abandonos y desesperos hasta dejar al descubierto el amor y laserenidad. La travesía hacia uno mismo es una aventura que produce temor, pero nosuele haber alternativas. Lo demás nos deja atrapados en la vida de antes, en unapesadilla imposible de sufrimiento. El primer paso para renacer es intentar abandonar loconocido e irse adaptando a vivir entre dos mundos, sin certezas. Así, suspendidos, solola confianza y la esperanza nos sostienen. Como ha sucedido siempre. Desde losorígenes hasta ahora, la convicción de poder salir adelante se ha convertido en el puenteque nos ha permitido cruzar al otro lado y crear nuevas realidades. Para transitar unduelo y salir con nuevas ilusiones es necesario tener un espíritu de guerrero que sepatrascender la impaciencia y el miedo. Para renovarse hay que dejar atrás muchas cosas,hay que despedirse, algo que nada tiene que ver con olvidar. Se trata de dejar ir al amadoconservando el amor, de abrir las puertas del alma a lo desconocido y poner entusiasmoen soñar un mundo mejor. Soñar es el primer paso antes de pasar a la acción.

Aunque al principio del duelo es normal sentirse atrapado en el dolor y no ver laposibilidad de volver a la vida, todos tenemos en nuestro interior la fortaleza paraatravesar el desierto de la ausencia y renacer. Precisamente creo que el duelo consiste eneso, en conectar con nuestra Esencia Divina, esa parte nuestra segura y confiada quesabe con certeza que el amor perdura, que la vida es solo un sueño y en nuestras manosestá convertirla en algo bello o en el peor de los infiernos como, por ejemplo, el queviven las personas que tienen siempre el corazón en vilo esperando lo peor. Esa no esmanera de vivir, y seguramente viene de lejos, la hemos heredado, no es una elección

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consciente, sino una creencia que ha ido pasando de generación en generación. El duelo,ese vendaval que se lo lleva todo, es un excelente pretexto para cambiar y abandonar loshábitos de sufrimiento por otros que nos lleven a ser más confiados, divertidos y felices.

Antes creía que las personas nacemos más o menos alegres, pero sobre todo pensabaque sentir alegría estaba relacionado con algo grato que nos sucedía. Como si la alegríafuese una emoción que necesitara siempre de una motivación exterior para ser sentida.Pero no es así. He podido comprobar que es posible sentirse alegre por decisión propia,sin motivo aparente, es una elección. La alegría nace de nuestro interior y tiene unafuerza tremenda, una luz tan potente que disipa la oscuridad. No hay que cerrar nunca laspuertas ni a la alegría ni al sentido del humor, sobre todo cuando las circunstancias nosson adversas. Escoger sentir alegría es una declaración de principios, es una elección devida que nos otorga poder personal, nos centra, nos acerca al amor, a nuestro yo mássagrado. Hay que practicar la alegría, recordarla, invocarla hasta sentirla. Apostar por elamor, por la alegría, por la vida, requiere ese trabajo interior que nos transforma como alos gusanos de seda en preciosas y ágiles mariposas. El proceso es largo, tan largo comoel duelo o más. Pero como todos los grandes viajes se inicia con un primer paso. Esteprimer paso es la voluntad de salir adelante, sin regatear lágrimas ni esfuerzos. Merefiero a esa voluntad silenciosa y profunda más fuerte que nosotros.

Si nuestra energía es baja, es fácil dejarse arrastrar por el carrusel del desasosiego y elsufrimiento. Cuando no estamos en nuestro mejor momento, cuando tenemos un díadifícil, hemos de estar más atentos que nunca a nuestros pensamientos. Si no lesponemos límites, los pensamientos derrotistas crecen como las bolas de nieve. En losdías en los que no me siento a gusto ni conmigo misma procuro parar unos minutos yrecordar lo bueno que hay en mi vida, por pequeñito que sea. Me detengo en las cosasbonitas que me han sucedido. En esos días difíciles no escucho los telediarios, no dejoque entren en mi corazón las malas noticias, la crispación, el miedo a la crisis. En vez deeso, en la pantalla de cine de mi mente repongo las palabras cariñosas de una compañera,la sonrisa que me ha regalado un niño por la calle, el precioso tono rojizo de las nubesque he visto en el cielo, todas las veces que llamo a mi padre y me dice que ha pasado unbuen día, la gratitud por tener unos hijos que me quieren, aunque a uno de ellos no lovea, el amor de mi madre desde el otro lado, el de mis abuelos, la agradable sensación detener una casa donde cobijarme, la tarde en que me bañé en el mar hasta que se puso el

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sol… Así voy deshaciendo las bolas de nieve. El día es el mismo, pero yo, después deeso, lo veo todo distinto.

He tardado mucho en apreciar el inmenso valor de la paciencia. Tal vez porque nacíacelerada (mi madre decía que salí de su vientre con la rapidez y la furia de un tapón decava). Aterricé en este mundo con prisas, como si llegara tarde. Y esa sensación deansiedad me ha acompañado buena parte de mi vida. La paciencia es la madre de laciencia, decía mi madre cuando yo era pequeña y yo le miraba sin entender nada, comosi me hablara en chino. A medida que iba creciendo podía entender la importancia deotras virtudes, ¿pero la de ser paciente? A esa no le encontré sentido hasta que llegó elparón seco de la muerte de Ignasi. La impaciencia es compañera del orgullo, de laintranquilidad, del desasosiego, del vivir esperando algo que nunca llega. La paciencia,en cambio, es pausada, bondadosa, nos fortalece, nos invita a disfrutar de las pequeñascosas, de las que tenemos hoy, sin perseguir las que quizá lleguen mañana. La pacienciacon uno mismo es un regalo. Si estamos mal y la invocamos al cabo de nada estamosmejor. De su mano es más fácil recorrer la oscuridad, es una buena guía, conoce elcamino, apuntala cada uno de nuestros pasos, tiene tiempo para mimarnos, parareconfortar nuestro llanto…; la paciencia nos muestra nuestro lado más humano, másbonito, más resplandeciente. Ya no digamos con los demás: ¡obra milagros! Permite quelas personas que queremos florezcan, sin el agobio de nuestra insistencia. Convierte loserrores, los suyos y los nuestros, en oportunidades de cambio, porque soloequivocándonos mucho avanzamos. Hay que tener mucha paciencia con una mismacuando el dolor es tan punzante que resulta una heroicidad levantarse de la cama. Lapaciencia se revela de muchísima utilidad para atravesar el duelo y para mí es un destellode luz al que intento recurrir siempre que me desespero. De la mano de la pacienciaentendemos que todo pasa, lo bueno y lo malo. La paciencia es dulce, nos abraza; laimpaciencia es un callejón que desemboca en la ansiedad y nos paraliza.

Cuando nos encontramos frente a la muerte solo nuestra riqueza interior, el amor quesomos capaces de dar y recibir nos reconforta. Y el reinventarnos implica eso, dejar delado la falsedad y las apariencias. Podemos ser «pequeños» pero auténticos. Se trata de ircreciendo, cada uno a su ritmo, sin prisas, pero sobre los cimientos de la única basesegura y cierta: la fortaleza que genera el amor a uno mismo y a los demás. Paraconseguir ese tesoro, ese temple, es preciso caer miles de veces, dar un paso adelante yquizá tres hacia atrás… La única condición es no dar como bueno lo que no contiene

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amor. Cuando uno se da cuenta de que se ha levantado tantas veces como se ha caído, leda menos miedo entregarse y empieza a ver la vida de una forma más amorosa. Eso nogarantiza que no vayamos a sentir nuevamente dolor, pero cuando llegue al menossabremos un poco mejor cómo afrontarlo.

«El duelo es una tierra árida que precisa de mucho amor.»

Las crisis muy profundas, como el duelo por la muerte de un ser muy querido, suelenser una gran oportunidad de crecimiento espiritual, de conexión con nuestro yo másprofundo, con la Fuente de la que emana amor, confianza, serenidad… Sí, pero ¿cómo sellega a transformar el dolor, la angustia y la incertidumbre en sabiduría? ¿Cuál es elcamino? Hay muchos puentes que nos permiten cruzar a la otra orilla. Uno de ellos esaprender a hablar y a escuchar con el corazón. Cuando hablamos de lo que sentimos sinmiedo a lo que piensen los demás de nosotros, sin ideas preconcebidas, ni ansias deagradar o convencer establecemos una comunicación amorosa que llega al corazón delos demás. A mí me gusta imaginar cuando hablo con alguien que de mi corazón surgeuna luz que enciende el corazón del otro y se establece así, unidos por ese rayoluminoso, un diálogo de alma a alma que me da paz. Intento sentir lo que digo y frenarmi mente impaciente, que siempre va más deprisa que mis palabras como si no tuvieratiempo de conversar. Pero para llegar a la otra orilla no solo hay que hablar, también esnecesario escuchar con el corazón. ¡Qué difícil es eso! Requiere mucha paciencia yhumildad; no interrumpir ni acabar las frases del otro, deshacernos del apego al tiempo yofrecérselo con atención, escucharlo de verdad, con los cinco sentidos, sin suposicionesni prejuicios, estando presentes en cuerpo y alma, en vez de tener la mente en mil otrossitios a la vez. Solo así, hablando y escuchando con plena atención, viviendo realmenteel momento y con el corazón abierto surge el crecimiento, aprendemos del ser quetenemos delante, avanzamos un pasito más, nos sentimos más unidos a la vida y creamosarmonía a nuestro alrededor. Hablar de las personas que ya no están aquí y de nuestrasemociones es bueno, siempre y cuando hablemos desde el corazón, desde el centro denuestro ser, desde nuestro yo más sagrado. Si no es así, las palabras no sirven para curar,están vacías. Cuando decimos una cosa y sentimos otra, desperdiciamos el poder sanadorde las palabras. De ahí que sea tan importante deshacernos de los prejuicios, de los

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dogmas, de las verdades absolutas que actúan de filtros e impiden que los sonidos surjandirectamente de nuestra esencia, nuestra parte más bondadosa y sabia. Cuando alguiennos dice algo desde el corazón es más probable que llegue al nuestro y eso siemprereconforta, da paz. Como también la da decirnos a nosotros mismos, en voz alta, lo quesentimos. No deberíamos acostarnos sin habernos dicho, con dulzura, palabras cariñosas,de aprobación, de consuelo. Al verbalizar una emoción ponemos en marcha en nuestrointerior el interruptor que nos une a la Creación, al Universo entero.

Son muchas las cosas que solemos hacer por inercia o por obligación y esas cansan,pero si las mismas cosas las hacemos con ilusión, con cariño, en vez de quitarnos, nosdan energía. Precisamente durante el duelo, como el dolor desgasta tanto, hemos de estarmuy atentos a eso. Conviene crear momentos agradables, sumar destellos de amor quealimenten poco a poco el alma. Recibir con gratitud y dar con amor, esa es la salida quenos conduce al bienestar, a la armonía, al equilibrio.

Para mí el duelo ha sido, y es, un camino espiritual, y no me refiero a que me hayavuelto beata de misa diaria. No. Mi espiritualidad consiste en encontrar extraordinariaslas cosas sencillas, cotidianas. En descubrir en mí una semillita de amor y cuidarla yverla crecer despacito y en fijarme, como antes no hacía, en la semillita que hay en elcorazón de los demás. A veces, como el día a día es complicado y el mundo está lleno deruido, me despisto y me olvido de regar esta semilla, pero entonces aparece eldesasosiego para recordarme dónde reside mi verdadera esencia. Y vuelvo a mihuertecito. Allí, en ese pequeño rincón de tierra trabajamos mi parte divina y yo, mano amano. Admiro a la gente que trabaja la tierra, que planta semillas que luego seconvierten en calabacines, en berenjenas, en olivares… Un manzano, repleto dehermosas manzanas, es un milagro cotidiano que nos ofrecen la madre tierra y la personaque lo ha sembrado y cuidado. Cuando estamos en duelo nos toca plantar semillas en eldesierto que vamos cruzando. Semillitas de alegría, semillitas de confianza, de ilusión,de esperanza… Y esperar, con paciencia, a que florezcan. Algunos días lloverá tan dulcey suave que será una bendición para la huerta, pero otros la tormenta será tan grande quearrasará la cosecha. Es así, desde el principio de los tiempos, pero no por eso dejamos decultivar la tierra. No por eso el amor vale menos; al contrario, cuando hay escasez unachispita de cariño adquiere un valor incalculable.

La naturaleza es terapéutica. Pasear y, si es posible, andar descalza por la tierra nosdevuelve la paz y el sosiego. El mar, la montaña o el campo dulcifican nuestros pesares.

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Un simple paseo por el bosque o por la orilla de la playa nos ayuda a disolver la angustiay las preocupaciones, nos revitaliza y permite que tomemos distancia, que relativicemos.La madre Tierra nos sostiene con su inmensa fuerza y nos recuerda que nuestro lugarestá aquí hasta nuestro último suspiro.

Cuando nos sentimos inquietos, cuando el miedo nos ronda, recurrir al «truco» derepartir amor resulta un buen remedio. Eso nos permite ir más allá de la niebla espesa yreencontrarnos con la luz.

Cada uno sabe cómo puede alegrar el día a las personas que tiene cerca, sean familia ono. A veces no lo hacemos por timidez o por temor a ser mal interpretados.¿Permitiremos que el miedo cierre las puertas al amor? Si nos quedamos en la oscuridadperderemos magníficas oportunidades de sentirnos mejor. En el fondo, todos deseamosque nos quieran. Solo hay que dar el primer paso, el Universo se encarga de lo demás. Elduelo es una tierra árida que precisa de mucho amor. Una manera que tengo de calmar laansiedad y dar amor es la siguiente: busco un lugar en mi casa donde pueda estar sola,sin interrupciones, cierro los ojos y en la pantalla de mi mente y en mi corazón hago quedesfilen todas las personas a las que quiero. Les doy las gracias por todo el amor que mehan dado, no importa que ya no estén aquí y si lo están que haga «mil años» que no lasveo; hay almas que han estado poco junto a nosotros, no importa el tiempo, el amorperdura, es eterno. Me imagino el inmenso cariño que me tienen y les envío el mío, juntoa mis mejores deseos de felicidad para ellos. Luego intento hacer lo mismo con laspersonas con las que me cuesta conectar, pero que forman parte de mi vida. Las personasdifíciles para nosotros son nuestros verdaderos maestros, ellas reflejan nuestro ladooscuro, lo que no queremos ver de nosotros mismos. Les doy las gracias por enseñarmemis debilidades, que son las que yo veo en ellos, por mostrarme el camino de lo queescondo. Todos somos uno y los que más nos cuestan son los que más nos ayudan aavanzar, a conocernos y aceptarnos mejor. En el corazón de las personas que menos nosgustan se esconde también la semilla de amor que nos une a todos. Eso me ayuda acargar las pilas, a conectar con el cariño que no juzga, que lo acepta todo, porquecualquier defecto imaginable es humano y perdonar nos libera.

Nos han enseñado a amar a nuestros padres, a nuestras parejas, a nuestros hijos… Peronuestra capacidad de amar va mucho más allá, es infinita. Coinciden las personas quehan tenido experiencias de casi muerte u otro tipo de experiencias trascendentes que sesienten rodeados de seres que desprenden un amor infinito, incondicional, cálido,

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acogedor, sin juicios, ni límites. Esa es la fuente de la que debemos beber. Ese es el amorque nos fortalece. Un corazón amoroso tiene lugar para infinidad de seres queridos, noentiende de normas preestablecidas, no juzga si está bien o no querer a determinadaspersonas… En un corazón grande todos tenemos espacio. No por querer a unos tenemosque dejar de querer a otros. El amor siempre suma. No se gasta, al contrario, cuanto másamor demos, más tendremos, si no pedimos nada a cambio.

Si me hubiese muerto yo, en vez de mi hijo Ignasi, me entristecería muchísimopercibir a mi familia destrozada y rota. Me gustaría que me recordaran, claro, pero con elcorazón lleno de amor, en vez de pena, de amargura, de dolor. Si apostaran por lafelicidad, incrementarían la mía. Siento que a Ignasi le ocurre lo mismo, eso me haayudado a amar la vida y a intentar desvanecer mis miedos. Cada porción de felicidadque alcanzo, es un regalo que ofrezco a los míos, a la gente que quiero, incluso a los queno conozco, porque sé que el amor que cada uno desprende es un bálsamo para todos. Eneste mundo ya hay demasiado terror y miedo, lo que falta es cariño. De ese cariño quenace de dentro, que nos permite amarnos a nosotros mismos. Nadie puede dar lo que notiene. Todos los seres queridos que hay al otro lado necesitan comprensión, cariño y luzpara seguir su camino en paz. Y los que estamos aquí necesitamos lo mismo.

Como todos los caminos, el de dejar de sufrir y reinventarse empieza con un pasito.No es necesario recorrer mucho trecho de una sola vez. No, más vale tomar conscienciae ir despacio. El viaje consiste en aprender a quererse y dejar de juzgar a los demás y,sobre todo, a nosotros mismos. Cada cual hace con su vida lo que puede, cada uno denosotros creamos nuestra propia historia y para nosotros es la válida, es la verdad y esdistinta de la de los demás. Podemos, pero no sirve para este viaje, culpar a los otros o ala vida de lo mal que nos sentimos. Si no nos gusta nuestra historia, en nuestras manosestá cambiarla. Para esta aventura es preciso tomar las riendas, ser sinceros con nosotrosmismos y actuar y decidir con el corazón, con la fuerza y la voluntad de auténticosguerreros. Ha llegado el momento de hacernos la vida fácil, de embellecer nuestro día adía.

«Si me hubiese muerto yo, en vez de mi hijo Ignasi, meentristecería muchísimo percibir a mi familia destrozada y rota.Me gustaría que me recordaran, claro, pero con el corazón lleno

de amor, en vez de pena, de amargura, de dolor.»

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De pequeña, me gustaba imaginarme historias. Mi padre, antes de nacer yo, estuvo untiempo en Brasil y, quizá, influenciada por lo que a veces contaba, un día, cuando teníaunos cuatro años, me desperté anunciando que era la reina de las monas y que mi lugarestaba en la selva, en las ramas de los árboles… Mi madre, a raíz de esa y muchas otrasde mis ocurrencias, se pasó parte de mi infancia diciendo: «Esta niña tiene muchocuento», y lo decía en un tono preocupado, ¿qué iba a hacer con esa hija que no queríaver la vida tal y como es? ¿Y cómo es la vida? Algunos dirán que es un baño delágrimas, como a menudo pensaba ella, pero a mí me gusta imaginármela como unabuena escuela que ofrece infinitas posibilidades de aprender, de experimentar, de sentir.Eso implica equivocarse mucho y pasarlo mal a veces, sí, pero forma parte de la graciade avanzar, de saber, de comprender, de intuir. Cuando la vida me ha puesto en apuros,nunca me han ayudado las estadísticas, ni las sentencias o los refranes que lo ven todonegro. Solo persiguiendo la botella medio llena, la bondad en los corazones, el milagroque hay detrás de las esquinas, he conseguido volver a sentir paz. Por eso sueño con unmundo amoroso y creo que ese mundo es posible y su esencia se encuentra en el fondode cada uno de nosotros.

El duelo es un buen momento para poner nuestra vida en orden y ganar confianza ennosotros mismos. Una buena herramienta para conseguirlo es unir las dos polaridades dela energía: la femenina y la masculina. ¿En qué consiste esto? En equilibrar nuestra parteintuitiva (energía femenina) con la parte más expeditiva, la que nos permite actuar yponer límites (la energía masculina). Las dos son necesarias para vivir en armonía, noson excluyentes, al contrario, forman las dos caras de la misma moneda y es preciso quetrabajen de la mano. La energía masculina, la que predomina en los hombres, nospermite mantenernos centrados, no perdernos en las expectativas o necesidades de losdemás. Nos ayuda a encontrar un equilibrio entre el dar y el recibir, a tomar decisiones, aconcretar, a actuar. Es necesaria para materializar lo que da sentido a nuestra vida. Laenergía femenina, la que predomina en las mujeres, no pone límites, tiende a buscar launidad con los otros seres, a nutrirlos, no diferencia ni individualiza, es la que está en elinterior de lo que todavía no se ha manifestado. Tiene que ver con la intuición, lacomprensión, la capacidad de amar y de perdonar… Estas dos energías forman parte decada uno de nosotros, hombres y mujeres, y el equilibrio entre ellas es lo que nos permitelevantarnos después de un golpe duro y seguir avanzando. A mí me emociona todo loque se puede conseguir utilizando bien la energía masculina, siento un profundo respeto

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por los hombres que tienden la mano a su energía femenina y trabajan codo con codojunto a las mujeres para conseguir entre todos un mundo mejor, una convivencia másamorosa.

Aunque a la mayoría nos asustan los cambios, reinventarse tiene un gran encanto,contiene posibilidades inimaginables, nos permite convertirnos en aquello que antes nopudimos o no tuvimos el coraje de ser. Una buena manera de empezar a ser otro, másauténtico, es poner orden en la mochila que solemos llevar colgada a la espalda. ¡Cuántollega a pesar lo que acumulamos y en realidad no es nuestro! Me refiero a laspreocupaciones y responsabilidades de los demás que hacemos nuestras. «Que cada paloaguante su vela» puede parecer una frase egoísta, pero en realidad es una verdaduniversal y sabia. Algunas personas, casi sin darnos cuenta, solemos hacernos cargo delas emociones, disgustos y sinsabores de todos los de la casa, del resto de la familia, demuchos de nuestros amigos, compañeros de trabajo y un montón de personas más. Puesnada, con paciencia y cariño hay que ir devolviendo a cada uno lo suyo y quedarnos solocon lo que nos pertenece, que ya es suficiente. Al aligerar el peso, nos encontramos connosotros mismos. Eso puede asustarnos, pero mirarnos y escucharnos con atención es elpaso imprescindible para llegar a ser más alegres y felices. Meter la cabeza debajo delala, está más que comprobado, solo dificulta la recuperación. ¿Qué no nos gusta lo quevemos? Pues nada, habrá que empezar a ponerle remedio. Si nos encontramos tristezaescondida, habrá que sentirla, pero eso sí, solo la nuestra. Aunque parezca frívolo, parareinventarse los cambios externos pueden ayudar mucho. Una buena amiga, al poco demorir su querida pareja, después de acompañarla con amor durante una largaenfermedad, se cambió el color del cabello y me dijo que lo había hecho para mirarse enel espejo y comprobar que ya no era la de antes. Yo pasé de pelirroja a rubia cuando semurió Ignasi y ahora he dejado el pelo a su aire y lo tengo todo blanco. Reinventarse omorir es otra verdad universal. En una meditación mi profesora de yoga nos propuso quenos imagináramos de viejecitas. «¿Qué te diría esa viejecita si mirara atrás y seencontrara con la mujer que eres ahora?», nos preguntó. ¿Qué te diría tu viejecita oviejecito a ti, lector, si pudieras verte dentro de muchos años y mirar atrás? Seguramentele dirías a la mujer o al hombre que eres ahora muchas cosas, pero sobre todo que la vidapasa muy deprisa, que sufrir no sirve de nada, que es mejor que deshagas todos losentuertos y te dediques a vivir, que si tú eres feliz y estás bien, es más fácil que lo esténtodos a tu alrededor, incluidos los seres queridos que han muerto.

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«No esperemos a que nadie se vaya para echarlo de menos y considerarlo un regalo,

no esperemos a que nos quede poco para irnos nosotros paradisfrutar de los colores del otoño, las brisas de primavera, la

delicia que nos brinda el sol en invierno, la dulzura del agua delmar en verano, el confort de los abrazos…»

Cada día tenemos la oportunidad de crear nuestro futuro. Tal vez ahora el argumentoes triste y desgarrado. Pues razón de más para introducir escenas alegres en nuestro día adía. Entre una nube de dolor y otra, aunque el rayo de sol dure un instante, hay tiemposuficiente para los abrazos, para dejarnos mimar y acariciar a los que queremos, paramirar con dulzura a nuestros hijos, para tener un pensamiento cariñoso hacia las personasque amamos, para preparar a los nuestros su comida favorita, para disfrutar de una cenacon buenos amigos, para dedicarnos a un proyecto que nos apasiona…, con la profundaconvicción de estar creando amor, belleza y armonía. Esa actitud, en vez de empañar,engrandece el amor que sentimos por los que se han ido. Ellos viven en nosotros y hacerde nuestra vida un lugar agradable es nuestro mejor regalo. Aunque estemos tristes,tenemos la fuerza suficiente para representar una obra amorosa en el teatro de la vida. Alprincipio del duelo, como ocurre durante los primeros ensayos, nos sentiremosinseguros, torpes, angustiados… Si no nos abandonamos al desaliento, aunque a vecesdesfallezcamos, con perseverancia la obra irá cogiendo cuerpo y al final habrá valido lapena el esfuerzo. Cada persona que trasciende su dolor enciende una vela de amor queilumina el camino que tarde o temprano, por un motivo u otro, tenemos que recorrertodos. Tenemos el poder de reescribir nuestra vida, no demos la culpa a los demás de loque sentimos. En nuestro corazón mandamos nosotros, aunque dé miedo admitirlo. Hayque hacer un esfuerzo inmenso para escapar del pasado, del apego a nuestra vida deantes, y vivir en el presente cada instante, intentando encontrar en cualquier situación unresquicio de luz, de esperanza, de solidaridad. Luchar para ver el lado positivo. Igual quelos escaladores ponen los cinco sentidos en cada paso, en cada metro de ascensión, asíhemos de agarrarnos al lado bueno de la vida, dispuestos a cambiar a cada instante. Estees el objetivo, la salida que yo conozco.

Con qué facilidad se nos olvida que todo lo que tenemos aquí es temporal, incluidosnosotros mismos y cada una de las personas que queremos. Si pudiéramos alejarnos del

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ajetreo del día a día, del malestar de los desacuerdos, del dolor de las penas, y nostomáramos un tiempo amoroso y reposado para admirar lo bueno que hay a nuestroalrededor, nos sorprendería lo inmensamente afortunados que somos. A menudo estamosjunto a nuestros hijos, maridos, padres y amigos casi sin verlos, porque la mente no paray siempre tiene excusas para reclamar nuestra atención con preocupaciones y distraernosde la hermosura de la vida, de la calidez del amor que nos brindan a diario las personasque están aquí y nos quieren. No esperemos a que nadie se vaya para echarlo de menos yconsiderarlo un regalo, no esperemos a que nos quede poco para irnos nosotros paradisfrutar de los colores del otoño, las brisas de primavera, la delicia que nos brinda el solen invierno, la dulzura del agua del mar en verano, el confort de los abrazos…

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El silencio abre las puertas del alma

Hay muchas maneras de empezar el duelo. Si nuestro ser querido ha muerto después deuna larga enfermedad, si hemos estado junto a él o ella, acompañándole durante meses oaños es posible que tras su partida llenemos su vacío con un sinfín de actividades que, dealguna manera, nos distraen del dolor y la soledad. Es probable que se nos caiga la casaencima y salir se convierta en una necesidad imperante o, al contrario, que la gente y lacalle nos aturdan hasta marearnos. ¡Al principio es todo tan nuevo y confuso! Cualquiercosa que alivie, aunque sea momentáneamente, es bienvenida… No hay un manual deinstrucciones, porque cada duelo es distinto, pero a mí me parece que generalmente elrecogimiento y el silencio ayudan. Si no hay energía, lo mejor es estar quieto, intentandocrear pensamientos amorosos que acaben cargando nuestras pilas. Una vez me contóSatish Kumar, un hombre sabio, seguidor de Gandhi, que ha dedicado su vida a creararmonía y paz, que para encontrarse a uno mismo hay que dedicar tiempo a distanciarsedel ruido exterior: dejar de leer, de ver la televisión, de ir al cine… En resumidascuentas, apartarse de las distracciones y dejar que fluya lo que llevamos dentro, aunquelo que surja al principio no nos guste o nos dé miedo. Poco a poco el silencio nosconduce al sosiego. Es más sanador prestar atención a la tristeza que enmascararla oahogarla.

Nada ni nadie nos puede salvar, rescatar o eliminar el dolor que sentimos, exceptonosotros mismos. Los demás nos pueden ayudar, pero somos nosotros los únicos quepodemos descubrir quiénes somos realmente, cuáles son nuestros dones y qué nuevosentido nos reconforta dar a nuestra vida. Para eso, la intuición es nuestra mejor guía;resulta más eficiente que el razonamiento porque nos conecta directamente con lasnecesidades de nuestro corazón y tiene en cuenta nuestros sentimientos. Surge de nuestraparte sabia, divina, no tiene nada que ver con lo que los demás o nuestros prejuicios

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consideran que está bien o mal. La intuición está hecha a nuestra medida. ¿Pero cómo oíresa vocecita a menudo tan débil que apenas se oye? Aprendiendo a estar atentos a lo quesucede en nuestro interior, en silencio. Nuestra fortaleza crece cuando dejamos espacio ala intuición. Se trata de pensar menos y sentir más. Tenemos una vida y encontrarlesentido es una buena manera de vivirla.

Nadie puede nacer, creer, amar, sufrir o morir en nuestro lugar. Lo fundamental lohacemos solos, aunque estemos acompañados. De ahí la importancia de saber estar conuno mismo, sin hacer nada, escuchando algunos días los lamentos del alma y otros suserena alegría. La soledad tiene la capacidad de conectarnos con nuestra esencia: el amorinfinito. Hay que mirarla con buenos ojos. Como la tristeza, el dolor, la rabia o el miedo,la soledad es más dulce si en vez de combatirla la aceptamos, sin prisas. Si con el tiemponos hacemos buenos amigos, no nos sentiremos nunca solos.

«Poco a poco el silencio nos conduce al sosiego. Es más sanadorprestar atención

a la tristeza que enmascararla o ahogarla.»

A menudo cuando uno intenta estar en silencio consigo mismo, la mente se desborda ylo inunda todo de pensamientos horrorosos. Al principio me asustaba, pero ahora ya séque yo no soy el miedo ni el dolor ni la angustia, ni el fracaso ni la rabia, aunque estossentimientos forman parte de mí. Puedo sentirlos, revivirlos, prestarles atención y, conmucho mimo, mecerlos hasta dejarlos tranquilos en mi corazón. Entonces, la mentealiviada descansa, se siente comprendida y me permite acercarme a todo lo bueno quehay en mi vida. Yo no soy el ruido ensordecedor que encierra el silencio cuando estoycallada. Eso lo sé, he podido comprobarlo. También sé que cuando mi intención esamorosa y no me refugio en la pena o en la culpa, ni me juzgo, se enciende en mi interioruna luz que me guía. Florece la sabiduría, el sentido común, la armonía y lo que ayer eraun muro infranqueable lo salvo con un saltito que puede dar hasta un niño. Antes dearrojar la toalla hay que recurrir siempre al silencio. Él es el guardián de las puertas delalma.

La quietud y el silencio, con el tiempo, nos ayudan a recordar lo valiosos yextraordinarios que realmente somos. Es más fácil escucharnos y sintonizar con laesperanza, la serenidad, la confianza, la paciencia y el amor incondicional si nos

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centramos en nosotros mismos, porque es en nuestro interior, y no fuera, donde deverdad se encuentran. La transformación lenta y profunda que emprendemos durante latravesía del duelo requiere llevar una vida pausada y sencilla. Es una de las maneras deganar autenticidad.

«Como la tristeza, el dolor, la rabia o el miedo, la soledad es másdulce si en vez de combatirla la aceptamos, sin prisas. Si con eltiempo nos hacemos buenos amigos, no nos sentiremos nunca

solos.»

Es aconsejable hablar y compartir sentimientos, pero a veces la sola presencia dedeterminadas personas, aunque estén calladas, es un bálsamo para los que la rodean.Suele ser gente de mirada luminosa y cálida, quizá porque sus ojos han aceptado ydejado atrás la oscuridad. Sin esfuerzo, crean un silencio sosegado y amoroso a sualrededor que suele reconfortar más que las palabras.

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El consuelo de rendirse a la vida

Rendirse no tiene nada que ver con resignarse, con abandonarse y dejarse morir; alcontrario, es el impulso que nos ayuda a volver a encender la velita de la vida. Rendirseilumina la confianza. Es dejar de pelearnos y aceptar que nada está en nuestras manos,que no es necesario llevar el mundo a nuestras espaldas, que formamos parte de un todoy que la vida sabe más que nosotros, mucho más. Aceptar lleva implícito comprender, yresignarse es simplemente someterse. Resignarse conlleva amargura, frustración,rabia…, rendirse no. La entrega produce sosiego y paz, nos invita a aprovechar lacorriente, a encontrar siempre algo favorable en lo que el río de la vida nos trae. Laentrega, aunque parezca lo contrario, nos fortalece y, en cambio, el estado de alerta quesupone el querer controlar lo incontrolable nos debilita. Intentar forzar las situacionespara que se adapten a nuestra manera de entender el mundo desgasta mucho. No esposible controlarlo todo y, además, resulta agotador. ¿Sabemos realmente lo que esmejor para nosotros? La vida, cuando la vemos en perspectiva, siempre nos sorprende.Lo que en algún momento puede parecernos mal o incorrecto, con el tiempodescubrimos que ha sido lo mejor para nosotros, incluso a veces una verdaderabendición.

«La aceptación disuelve la angustia y despierta la alegría.»

Aunque la vida duele, tengo la certeza de que el plan es perfecto, que nada ocurre porque sí, que en vez de vivir en perpetua tensión es más razonable relajarse y disfrutar dela experiencia de estar aquí. El Universo, que sostiene a la Tierra suspendida en elinfinito, que gobierna mares y mareas, vientos, árboles y flores, seguro que tambiénpuede sostenerme a mí y a ti. La aceptación disuelve la angustia y despierta la alegría. Esla alquimia que nos transforma en preciosas mariposas.

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¿Cómo es posible aceptar algo tan inaceptable como la muerte de alguien muyquerido? Al principio yo no podía ni decir ni pensar que mi hijo estuviera muerto. Lapalabra muerte unida a su nombre era insufrible. ¿Ignasi muerto? ¿Mi hijo adoradoconvertido en nada? No y mil veces no. Yo no comprendía entonces que la muerte no esel fin, sino un nuevo comienzo. Y no lo digo movida por creencias intelectuales,filosóficas o religiosas. Lo digo porque lo siento. Para mí todo se transforma, nadamuere. Por eso yo no he perdido un hijo, mi relación con él es otra pero nunca he dejadode tenerla. Y gracias a eso he aprendido a aceptar mejor la vida. Lo quiera o no, las cosasson como son y ahora no solo lo acepto, sino que lo agradezco. Porque todo lo queocurre lleva implícita una posibilidad de liberación. No somos marionetas en manos deldestino, no estamos indefensos. He comprobado que siempre tengo la libertad de elegirqué hago con lo que pasa, con lo que siento. Soy libre de elegir convertir el dolor en odioy resentimiento o en compasión, solidaridad y amor. Sé cómo se sienten las personas quehan tenido que decir adiós a un ser muy querido, que han tenido que aprender a vivir sinsu presencia física y eso despierta en mí un sentimiento inmenso de cariño hacia ellas,aunque no las conozca. Nos sostenemos las unas a las otras, ninguna está sola, aunque elcamino haya que recorrerlo en solitario, no estamos solos. Cada uno tiene su camino deaprendizaje, eso sí, y no es posible escoger. No valen los atajos. Nuestra travesía es laque es, está hecha a medida.

No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí podemos elegir cómo vivirlo. Nosirve echar las culpas a lo que pasó, a lo que nos hicieron, no soluciona nada. Loimportante, lo que puede cambiar para bien nuestra visión, es qué hacemos nosotros contodo eso. En qué nos convertimos. Lo que nos permite salir fortalecidos no es el dolor,sino lo que hacemos con ese dolor. Si no hubiese trascendido el dolor inmenso que meprodujo la muerte de Ignasi, seguramente seguiría aferrada al orgullo, pasando por lavida de puntillas, muerta de miedo, intentando controlarlo todo. Ahora sé que cualquiermuerte sentida es una lección de humildad. Una oportunidad de desprenderse de lasmáscaras que nos impiden conectar con la verdadera alegría, la alegría que nace dedentro por el simple hecho de estar vivos, de compartir, de querer sin condiciones, deaceptar.

«¿Cómo es posible aceptar algo tan inaceptable como la muertede alguien muy querido? Al principio yo no podía ni decir ni

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pensar que mi hijo estuviera muerto. La palabra muerte unida asu nombre era insufrible… Yo no comprendía entonces que la

muerte no es el fin, sino un nuevo comienzo.»

¿Por qué ha muerto mi esposa, mi madre, mi hermano, mi hijo o mi amigo del alma?¿Por qué me ha tocado a mí? Estas preguntas, aunque nos las hacemos con frecuencia losque pasamos por un gran duelo, no tienen respuesta y nos conducen inevitablemente a uncallejón sin salida. La muerte, sobre todo la de gente todavía joven, no suele entendersedesde la razón. De nada sirve darle vueltas a lo sucedido, intentando evitar lo que ya esirreversible. Recuerdo que cuando yo me preguntaba por qué, caía en lo más profundo dela desesperación. Preguntarme «por qué» no me ayudaba, ni la resignación tampoco. Loque me ha permitido ver la luz al final del túnel es ir aceptando poco a poco la vida talcomo es. Entender con el corazón que la muerte forma parte de la vida y que el amor quesiento por mi hijo Ignasi es eterno, forma parte de mí, aunque no pueda verle niabrazarle. Comprender que lo que sí está en mis manos es hacer agradable la existencia alos seres que quiero y, por supuesto, a mí misma… Eso, pase lo que pase, sí está en mismanos.

Podemos resistirnos o decidir fluir con la vida. Para algunas personas, de naturaleza«controladora» como yo, acostumbradas a programar, a alcanzar objetivos y perseguirresultados, la segunda opción, la de aprender a fluir, es dificilísima. Vivir en el vacío nosproduce vértigo, no estamos acostumbrados a la incertidumbre; en realidad nos hemosespecializado en esquivarla. Aprender a convivir con ella es uno de nuestros grandesretos. Pero lo cierto es que el vacío y la incertidumbre encierran grandes potenciales, deellos nace y se desarrolla la confianza. La confianza en nuestras posibilidades, en lafuerza del amor. Es la paz interior de los que no esperan ni persiguen nada, de los que seaceptan a ellos mismos y a los demás tal como son. Todos los grandes cambios, los quereconfortan de verdad, son hijos de la incertidumbre. Cuando por fin la abrazamos,cuando somos plenamente conscientes de que en realidad nada está en nuestras manos,nos liberamos de un peso enorme y es más fácil disfrutar del momento, lo único que deverdad tenemos. Al soltarnos, nos liberamos de ideas preconcebidas sobre cómodeberían ser las cosas y empezamos a aceptar sin condiciones lo que la vida nos depara.

Cuando uno no persigue nada, cuando decide disfrutar con lo que tiene, es más fácilapreciar la bondad de pasear por la orilla del mar, sentir el placer del sol, agradecer a la

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Tierra la abundancia de alimentos que crea y el sostén que nos brinda… La gratitud nosconduce a amar, engrandece el círculo del bienestar y el amor. En cambio, si vivimosinmersos en la lucha, en la culpa y el castigo, si hacemos las cosas por obligación, por elqué dirán, porque siempre ha sido así, por huir de nosotros mismos, tal vez nunca nosencontraremos cómodos en la vida.

Nacemos con los días contados y todo lo que tenemos, incluidas las personas queamamos, se quedará aquí cuando nos vayamos al otro lado. Siento que, a medida quevoy aceptando la muerte de Ignasi, el amor es el puente que me mantiene unida a losseres queridos que han muerto. No es solo el amor que les tengo a ellos, es más grandeque eso. Me refiero al sentimiento de amor en estado puro que llevamos dentro. Eseamor nos une a todo lo que existe en el Universo. Durante el duelo se aprende a dejarfluir ese amor incondicional, que solo depende de nosotros. Esa es la finalidad del duelo.La resistencia incrementa el dolor y nos aleja de los vivos y de los muertos.

Cuando murió Ignasi, me costó mucho aceptar que no había podido hacer nada paraprotegerle. Yo, que le adoraba, que hubiese dado la vida por él, sin dudarlo, no pudeevitar su muerte. Eso me desgarraba, era mi gran fracaso, pero de nada me servía volveruna y otra vez hasta el día trágico, a la última escena, e imaginar mil y una maneras desalvarlo. La culpa, la que sea, es siempre un callejón oscuro sin salida en el que,irremediablemente, nos estrellamos. Como un parásito, se adueña de nuestra mente hastaque enfermamos. Con la culpa como compañera de viaje es imposible avanzar porquenos remite siempre al pasado. Somos humanos y eso no es un tópico, es una realidad. Yson muchas las veces que nos equivocamos, dudamos, divagamos… Los errores, seanciertos o imaginarios, forman parte de nuestra condición, son inevitables. Lo que nospermite crecer y nos acerca a la luz es reflexionar y perdonarnos y perdonar a los demástantas veces como sea necesario. Perdonar es un don liberador, es un regalo que nosmerecemos todos por el simple hecho de haber nacido. La energía del perdón es tanpoderosa que permite ir hasta la raíz y sanar heridas muy antiguas.

«No podemos cambiar lo que nos sucede, pero sí podemos elegircómo vivirlo.»

A mí me ha ayudado descubrir que los seres queridos que han muerto, aunque noestén aquí, siguen formando parte de mis ilusiones, de mis deseos, de mis logros…

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Siguen formando parte de mí. Cuando nacieron mis hijos nació en mí un anhelo grandede ser mejor persona para poder ser una buena madre. Ese fue el pan que trajeron mishijos bajo el brazo y eso ha quedado gravado en mi ADN, ahora que sé que lamaternidad perdura aunque nuestros hijos mueran y que el amor que damos a la vida loreciben nuestros seres queridos. Todo lo que hacemos con amor da alegría y la alegríanos acerca a ellos, aunque estén muertos.

Cuando se fue Ignasi me propuse vivir intensamente el dolor que me producía supartida. Se había muerto mi hijo y estaba dispuesta a sentir todo lo que antes habíaintentado esconder, eludir, tapar… Sentir siempre me había dado miedo, la mentesiempre encontraba la manera de «protegerme» de las emociones comprometidas. Talvez porque presentía mi fragilidad, me recubría de dureza; hasta que llegó loincontrolable y entonces no tuve más remedio que aceptar con humildad que de lofundamental no controlamos nada. ¿Para qué, entonces, soportar el peso de lasarmaduras? ¿Para qué intentar defenderme de la vida? Me quedé desnuda, en carne viva,y dejé que el dolor me atravesara, sin retenerlo. El dolor duele, pero es mucho peor elmiedo a sentirlo. Todos conocemos a hombres y mujeres que han pasado por lo peor yeso no les impide disfrutar de la vida. Al contrario, sus tragedias les han enseñado avalorar las pequeñas cosas y conocen el arte de convertir lo sencillo en extraordinario.Eso se consigue creando lazos de amor. En las condiciones más adversas, todos podemosrecurrir al cariño que hemos dado y recibido. Incluso en un orfanato, un niño puedesobrevivir si encuentra la mirada amorosa de una cuidadora y la guarda en su corazónpara invocarla en sus noches de soledad. Si nos agarramos al amor, y eso sí está ennuestras manos, las noches oscuras duran menos.

Mi padre, que es muy mayor y vive solo desde que murió mi madre, es un ejemplo defortaleza y aceptación, de capacidad del ser humano de crecer y avanzar hasta el final.Desde que se quedó viudo ha aprendido a cocinar. Antes no había hecho ni un huevofrito y ahora prepara incluso lentejas, cremas de calabacín y puerros, verduras al vapor…Come sano y va cada día al gimnasio. Nada una hora de corrido, sin descansos. Cuandole llamo por las noches y le pregunto si ha pasado un buen día, casi siempre me dice:«He pasado un día muy bonito, cariño». A todos los días les encuentra alguna gracia. Yosé que tiene sus momentos, sus preocupaciones, pero su espíritu de superación, suentrega a la vida es fuerte. Ha pasado de ser un hombre poco hablador, de los que van decasa al trabajo y para de contar, a ser cada vez más sociable, a interesarse por la gente de

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su edad y hacer amigos. No ha tenido una vida fácil (¿quién la tiene?). Fue niño durantela Guerra Civil española, sus padres estaban separados, cuando casi nadie lo estaba (supadre se fue a Norteamérica y nunca más ha sabido nada de él), ha trabajado duro, se leha muerto un nieto, al que estuvo acompañando en la UCI, se ha quedado viudo y, sinembargo, casi todos los días le parecen bonitos.

«Siento que, a medida que voy aceptando la muerte de Ignasi, el amor

es el puente que me mantiene unida a los seres queridos que han muerto.»

A veces me imagino que, como un árbol grande, de mis pies salen raíces tan fuertes yprofundas que llegan hasta el mismo centro de la Tierra. Me mantienen erguida cuandohay tormenta y me nutren con la savia que da vida a todo lo que florece. Así, bien sujeta,me siento segura como un bebé en brazos de su madre. Si quiero llorar, lloro, porque lavida me mece, me sostiene y me une a infinidad de corazones. Cuando me sientoconfiada y querida me alejo del ajetreo del día a día y me permito relamer mis heridas…,y recuerdo. He vivido tiempos dolorosos, imborrables, que son tan míos como el aire querespiro. Pero cuando hago recuento de todos los años transcurridos, no puedo evitaragradecer el amor que he recibido. Sin cada una de las personas que se han cruzado enmi camino no sería la que soy, ni hubiese andado el camino recorrido. Todos me hanofrecido regalos, aunque a algunos, al principio, los veía como enemigos. ¡Cuánto noscuesta ver más allá de los prejuicios, de las apariencias, de las etiquetas! Yo nacíinflexible y la poca flexibilidad que he ganado se la debo enterita a esas personas quetanto me han costado. Ahora puedo mirarlas a los ojos con cariño porque sé que son yhan sido mis verdaderos maestros. Lo mismo me ocurre con las adversidades. Sin ellasy, sobre todo, sin el golpe seco, insoportable, terrible, que me produjo la muerte de mihijo, no hubiese descubierto en mí la valentía ni la fuerza del amor. Después dequedarme sin nada, hundida, he ido reconstruyendo mi vida y puedo asegurar que esposible esperar con ilusión un nuevo día, aunque a veces me sienta triste. Porque mitristeza de ahora es dulce, la herida que lamo es rosada, nada tiene que ver con ladesesperación de los primeros tiempos. Merece la pena seguir adelante porque ahora séque la alegría forma parte de mí, está en cada uno de nosotros. A veces, en momentos

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especiales, únicos, relacionados siempre con el amor en mayúsculas, intuyo lo que haymás allá del dolor, de la angustia, de la ambivalencia: la aceptación total de la vida.

Si para construir un edificio sólido son necesarios unos buenos cimientos, para crearuna vida amorosa es necesario aceptarnos a nosotros mismos y a la propia vida tal comoes. Y eso se convierte en una misión imposible si uno no ha hecho antes las paces con supropia madre. Cada madre hace con sus hijos lo que mejor sabe, aunque a muchos leshubiese gustado que su madre fuese distinta. Todos llevamos dentro una madreidealizada que a menudo no coincide con nuestra madre real. Es cierto, pero también escierto que para nuestro crecimiento, para ser capaces de trascender nuestros límites, lanuestra es la mejor madre para conseguirlo. Parte de la humanidad cree que, antes denacer, elegimos a los padres más adecuados para nuestra evolución en la Tierra. Si mimadre no hubiese sido una madre protectora en exceso, yo no me hubiese dado cuenta dela falta que le hacía a mi alma aprender a dejar que mis hijos y las personas que quierosigan su camino. Si mi madre no hubiese sido una persona sufridora, como lo fuetambién mi abuela, yo no hubiese sido capaz de trascender ni un milímetro el dolor que aveces produce la vida. Ella era como era para que yo pudiese ser un poco mejor, por esosiento hacia mi madre una gratitud inmensa. Ella hizo de espejo de mis propios miedos ydebilidades para que yo tomara conciencia de ellos. No solo me ha dado la vida, tambiénme ha mostrado el camino, un acto de amor incondicional inmenso. La adoro porque hasido mi mejor maestra, la más amorosa, y lo sigue siendo ahora que está muerta.Aceptando a mi madre, he podido empezar a aceptarme a mí misma. Me es más fácilrespetarme si la respeto a ella. Cada uno es como es y ninguna vida carece de sentido, alcontrario, cada padre o madre, aunque a veces nos cueste verlo, pone los cimientosnecesarios para que nosotros vayamos creando nuestra vida. Depende de cada unoconstruir una casa acogedora o no con lo que le han dado. Los padres, como en lascarreras de relevos, nos dan el testigo que más tarde nosotros pasaremos a nuestros hijos,a la humanidad, pero a la meta tenemos que llegar por nuestro propio pie. Aceptando lavida, entregándonos como los caballos a la carrera, trascendemos el duelo. Nadie muereantes o después de haber llegado a su meta. Hay carreras cortas, muy intensas, otraslargas, de fondo, pero todas encierran alguna lección para el jinete. Una lección de la quepodemos aprender todos.

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«… sin el golpe seco, insoportable, terrible, que me produjo la muerte de mi hijo, no hubiese descubierto en mí

la valentía ni la fuerza del amor. Después de quedarme sin nada,hundida y desnuda, he ido reconstruyendo mi vida…»

Una de las cosas que da paz a los moribundos es el perdón. En el lecho de muerte,perdonar y ser perdonado alivia el dolor más hondo. ¿Por qué esperar a los últimossuspiros? ¿Por qué no empezamos ahora que todavía contamos con fuerzas para disfrutarde la alegría que produce sentirse en paz y ligero? Para tener una buena muerte esnecesario serenar nuestro interior. El camino para conseguirlo es ir curando, de una enuna, las heridas recientes y antiguas. Solo así, conociéndonos a nosotros mismos yperdonando nuestras debilidades y las de los demás, podremos morir en paz y vivir enplenitud. ¿Pero cómo se curan las heridas, las conocidas y las desconocidas? Conpaciencia y con la ayuda de los médicos, psicólogos y terapeutas que puedan enseñarnosa relajar el cuerpo, casi siempre agarrotado, a contener la mente, casi siempre desbocaday a indagar en nuestro interior sin miedo. Eso requiere un trabajo lento y tan largo comola vida misma, pero el regalo que encierra lo vamos recibiendo de a poquito en elcamino. Y un día aceptamos la muerte, incluso la de nuestros seres más queridos yvemos la vida entera como un magnífico milagro.

Rendirse a la vida sin condiciones es parecido a decir: «Estoy dispuesto a vivir lo quesea, a experimentar lo que me traiga la vida –que es la que sabe–, sin resistencias por miparte, eligiendo el amor en cualquier situación que se me presente». A veces loconseguiremos y otras no, pero la intención es lo que cuenta. Para rendirnos sincondiciones es necesario ser honestos con nuestro lado más oscuro, ese que ocultamosporque nos duele, ese que contiene tantas frustraciones y sufrimientos, tanta agresividad,tantos odios, tantos celos… Todo lo que no nos gusta forma también parte de nosotros ynecesita un lugar en nuestro corazón antes de poder liberarlo, de limpiarlo con amor.Dicen que todos los grandes maestros han pasado por el infierno antes de descubrir en suinterior el cielo.

Como dice la célebre psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross: «Renunciar es levantar lasmanos en el aire y decir ante un diagnóstico de enfermedad terminal: “¡No hayesperanza, estoy muerto!”. Entregarse es elegir los tratamientos más adecuados y, si no

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funcionan, aceptar que nuestro tiempo aquí es limitado. Cuando renunciamos,rechazamos la vida que tenemos. Cuando nos rendimos, la aceptamos tal como es. Servíctima de una enfermedad es renunciar. Comprender que siempre tenemos laposibilidad de elegir en cada situación, es entregarse. Alejarse de la situación esrenunciar. Volverse a ella es entregarse. Rendirse a la vida “tal como es” puedetransformar milagrosamente las situaciones. Cuando nos rendimos, somos capaces derecibir. El universo nos da las herramientas para cumplir nuestro destino cuando dejamosque las cosas sean. Dejar que las cosas sean en vez de luchar constantemente para hacerque ocurran es un maravilloso regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Si vemosnuestra vida en retrospectiva, nos daremos cuenta de que algunos de los mejoresmomentos y mayores oportunidades no fueron resultado de la lucha por arreglar lascosas. Parecen coincidencias afortunadas, como si ocurrieran porque nos hallábamos enel lugar correcto y en el momento oportuno. Así es como funciona la entrega y así escomo funciona la vida sutilmente».

«La vida nos sumerge en luces y sombras, nos despierta de día y nos adormece denoche. Desde que nacemos hasta que morimos, el dolor se alterna con la alegría y elfracaso, sucede al éxito con la misma intermitencia que las mareas bañan las costas. Loque la pleamar del destino arrastra hacia nosotros, nos lo vuelve a arrebatar la bajamar, labajamar de la transitoriedad. Todo llega pero nada se queda. Hasta las crisis, resueltas ono, pasan, y si al llegar se antojan abrumadoras, con el tiempo parecendespreciablemente pequeñas…», afirma la psicóloga Elisabeth Lukas.

«Lo que la vida nos brinda siempre es transitorio –añade–. Hay que aceptarlo siendocompletamente conscientes de su valor y su carácter obsequioso; hay que darle formacon responsabilidad y cuidado, y hay que abandonarlo para siempre, sintiéndonosserenamente alegres por su existencia y por haber formado parte de nuestra biografía.Porque nunca nada ni nadie podrá eliminar nada de lo que nos ha pasado en nuestrasvidas, ni siquiera la muerte».

Te propongo, lector o lectora, que imagines que confías plenamente en ti y que esta feno es una idea, no nace en tu cabeza, surge directamente de tu corazón. No es una feciega, no proviene del miedo; al contrario, esa confianza la has ganado actuando conamor y sabiduría. Recuerda que desde que naciste, cada vez que la vida te ha golpeadohas conseguido ir más allá del sufrimiento y salir adelante. Cada vez que lo has logradohas sentido gratitud y has afianzado tu confianza. Imagínate que esa fe en ti ahora ya es

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tan grande que aceptas entregarte a la vida. Y esa entrega te hace ilusión porque sabesque tarde o temprano te traerá alegría.

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Del dolor puede nacer algo bonito

Duele mucho la pérdida de un ser al que adoramos. Tanto, que a menudo nos parece másfácil y liberador morir que seguir viviendo. Seguir adelante es una decisión personal que,por el simple hecho de abrazarla con convicción y el corazón abierto, activa en nuestrointerior un proceso de transformación que abre en nuestra vida infinitas posibilidades.Este cambio no solo nos beneficia a nosotros, sino que también favorece a nuestrafamilia, a los amigos y a todas las personas que nos conocen, porque todo ser que superauna prueba personal enorme, sea la que sea, abre un camino de esperanza para losdemás. La energía de las personas que han salido fortalecidas de pruebas dificilísimas esesperanzadora y contagiosa. Suelen hablar con la fuerza que les otorga haber vivido enpropia piel el dolor, ese dolor que han conseguido transformar en algo bonito. Dicen loque sienten y eso va directamente al corazón de los que escuchan y se sienten mejor,reconfortados. Las circunstancias son las que son, pero todos tenemos la capacidad deinventar infinitas maneras de encararlas. Esa creatividad es un don que incluso hapermitido a algunos salir con vida de horrorosos campos de concentración, como elpsiquiatra austríaco Viktor Frankl. Durante la larga travesía del duelo podemos elegir denuevo quiénes queremos ser, nos está permitido sembrar y recoger alegría serena,humildad, compasión, confianza. Podemos aprender a vivir con más libertad, con unavisión más amplia. Y cuando nosotros también estemos al otro lado, y miremos haciaatrás, nos encontraremos con todo lo que hemos creado, con la fertilidad de las lágrimasque hemos derramado. Morir vamos a morir todos; la diferencia, lo que da sentido a lavida, para mí está en morir con el corazón vacío, desolado y seco o lleno de gratitud yamor. Cuando cierre los ojos por última vez me gustaría recordar a cada una de laspersonas que he conocido con afecto, no me gustaría quedarme con muchos te quiero sin

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pronunciar, con un saco repleto de ganas de ayudar a los otros sin abrir, con otro cargadode agradecimientos sin apenas estrenar…

«Durante el primer año de duelo, interiormente, decidimos siestamos dispuestos a seguir adelante o no. Es un año durísimo,me recuerdo a mí misma fuera de este mundo, ocupadísima en

reconstruir mi alma y en reconfortar, en lo posible, la de mifamilia.»

¿Cuánto dura la tristeza y el dolor insoportable? Depende de la capacidad de cada unode trascender el dolor, de conectarnos al amor, de aceptar la vida y los cambios. Dependede las heridas sin curar que arrastremos, del entorno amoroso o no en que vivamos…¡Depende de tantas cosas! Una cosa está clara: no importa el tiempo, lo imprescindiblees que atravesemos el duelo con la firme convicción de llegar a ver la luz. Habrá días enque eso se convertirá en una misión casi imposible. Me refiero a esos días negros en queparece que volvemos al principio del horror. Esos días inmensamente dolorosos formanparte del todo, de la curación, hay que tocar fondo muchas veces, eso va bien saberloporque así nos asustaremos menos. A menudo nos preguntaremos, ¿cómo es posible queahora vuelva a sentir ese nudo en el pecho, esa falta de energía, ese vacío en las entrañas,si ya estaba mejor, si ya han pasado uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis o más años? Nosolo es posible, sino que es normal; es así, nos ha ocurrido a la mayoría de los que hemosatravesado un gran duelo. De todas formas, cuando apostamos conscientemente por lavida, también hay días radiantes en los que notamos en nuestro interior una alegríaserena inmensa, un amor hacia todo que antes no percibíamos con esa intensidad. Sondías o momentos de una dulzura y una clarividencia extraordinarias. Luego quizá vuelvael desespero, pero esos destellos de luz al principio esporádicos se van haciendo grandesy nos dan esperanza y la esperanza engrandece la confianza.

Durante el primer año de duelo, interiormente, decidimos si estamos dispuestos aseguir adelante o no. Es un año durísimo, me recuerdo a mí misma fuera de este mundo,ocupadísima en reconstruir mi alma y en reconfortar, en lo posible, la de mi familia. Alfinal del segundo año volví a poner los pies en la tierra, dejé la medicación y meencontré de sopetón con los conflictos cotidianos que había dejado aparcados durante mi«ausencia». Al dolor del duelo se sumó entonces todo lo que había dejado pendiente; mis

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conflictos antiguos relacionados con la vanidad, el orgullo, la soberbia… ¡Qué difícilavanzar con todo eso mientras recorremos un trayecto tan complicado como el del duelo!No tuve más remedio que dedicarme a indagar en mi interior, a reciclar relaciones, adeshacer apegos, a modificar creencias que ya no me servían para encarar mi nueva vida.Y todavía estoy en eso. Pienso que el camino sanador del duelo consiste en revisar ydeshacernos de lo que se aleja del amor, en el sentido más amplio. Ese trabajo durasiempre, porque somos humanos y estamos aquí para aprender. Desde entonces, veotodo lo que me sucede y, sobre todo lo que más me cuesta, como una oportunidad. Cadaencuentro o reencuentro, cada percance o problema, cada ilusión encierran ahora unmensaje para mí. Nada ocurre porque sí, todo tiene un sentido. Las alegrías y losconflictos pertenecen por igual a mi mapa de ruta. Su función es la misma, elevar mivibración de amor. Soy la responsable de mi vida. En todo momento yo decido qué hacercon lo que me sucede. Eso me ha hecho tomar conciencia de lo reconfortante que es lalibertad. ¡De la inmensa capacidad del ser humano de crear! Nací con unascaracterísticas, es cierto, pero la mayoría puedo modificarlas y del resto puedo sacar elmejor provecho. Esta forma agradable de transitar por la vida se la debo a Ignasi. Eldolor, si no nos aferramos a él, es un buen maestro.

Recuerdo que al principio del duelo –y cuando digo principio me refiero a losprimeros años– sentía como si tuviera una piedra pesada y enorme entre el centro delpecho y la boca del estómago. Mi psicólogo, Marcelino, me decía que esa piedra grandeestaba hecha de las emociones no digeridas a lo largo de la vida. Cada uno de nosotros,desde que nacemos, tal vez desde antes, guardamos en nuestro interior el dolor quevamos acumulando. Ese dolor puede convertirse en una enfermedad si no le hacemoscaso. La primera buena noticia es que no hace falta enfrentarnos de golpe a la piedraentera. La segunda, es que duele menos deshacerse de ella que mantenerla. Y la tercera,y tal vez la más importante, es que cuando estamos firmemente decididos a seguiradelante, el Universo entero se pone de nuestra parte. Se trata de asomarnos al vacío ydar el primer paso. Si nos atrevemos, aunque sea muertos de miedo y con los ojoscerrados, sorprendentemente aparecen escalones donde antes no había nada.

Cuando era pequeña, de vez en cuando me dolían las piernas, justo por encima de larodilla. Cuando se lo decía a mi madre, me respondía: eso es que estás creciendo. Eldolor del alma también va unido al crecimiento. Es hermoso ver cómo las personasrenacemos después de atravesar, cada una a su manera, duelos inmensos. Hay un antes y

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un después de esas sacudidas tremendas que te voltean entera y te dejan frente a la nada.Poco a poco emerge una nueva piel y nacen en nuestro interior brotes de alegría, deamor, de serenidad… Esos brotes crecen con tal fuerza que son capaces de aguantar otrastempestades. Es hermoso ver reflejada la paz en las caras antes desencajadas. Eshermoso amar la vida.

Acostumbramos a asociar la creatividad con la pintura, la literatura, la escultura ocualquier otra manifestación artística. Pero, en realidad, la creatividad se encuentra en laesencia de todo. No hay ninguna acción ni pensamiento que no sean creativas. Unatortilla de patatas hecha con amor puede ser una obra de arte, igual que hacer un preciosoramo de flores con la intención de alegrar la casa.

«Es hermoso ver cómo las personas renacemos después deatravesar, cada una a su manera, duelos inmensos. Hay un antesy un después de esas sacudidas tremendas que te voltean entera y

te dejan frente a la nada.»

Todos tenemos algún don, algo que hacemos bien y podemos ofrecer a los demás y,precisamente, dar es la otra llave que abre nuestro corazón. Es normal que al principiodel duelo nos encerremos, el dolor es tan intenso que instintivamente nos replegamos. Elmundo nos es ajeno y nos hiere, porque nos hemos quedado en carne viva. El bálsamovuelve a ser el amor. El amor nos conduce a una mayor conexión con la vida. Notenemos que ser buenos porque nos lo exijan las religiones ni las normas sociales.Hemos de cultivar la bondad porque, en el fondo, todos somos uno: lo que damos por unlado lo recibimos por otro. La felicidad de los demás repercute directamente en lanuestra. Crear armonía nos da paz.

En esta época convulsa que nos está pidiendo a gritos que unamos fuerzas yaprovechemos la oportunidad de reinventar la vida, podemos empezar por tendernos lasmanos los hombres y las mujeres y ayudarnos a curar nuestras heridas. Me siento muyorgullosa de ser mujer y, al mismo tiempo, siento una gran admiración por los hombresy, de forma especial, por los que se encuentran ahora confundidos o perdidos. Cuando unhombre lleva mucho tiempo paralizado, demasiado, y deja de proteger a los suyos, loque le ocurre es que está gravemente herido y desconectado de su esencia. El nudo quelo mantiene atado –aunque él no se dé cuenta– tal vez sea heredado y guarde relación

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con todo el dolor y el desconcierto que no pudo transformar en amor su padre,seguramente porque este ya heredó un nudo de su abuelo y así, mirando atrás, hastallegar al primer hombre de la familia que se perdió en el desasosiego y no pudo hacermás de lo que hizo. Quizá este hombre gravemente herido arrastre, desde hace muchasgeneraciones, el peso de la soledad que provocan las miradas vacías de cariño yaprobación. Todos necesitamos que se nos valore, pero para los hombres la admiración yla valoración es más que una necesidad, es el motor que los impulsa, que los une a suesencia, que los mueve a dar seguridad a sus seres queridos y crear para la sociedadgrandes cosas. Ahora, que todo está tan revuelto, las mujeres podemos hacer lo quesabemos: demostrar a los hombres que no están solos y nutrirlos con amor. Porque ennosotras crece la vida y el don de sostener siempre con miradas de cariño a nuestroshijos. Estos hijos que se harán hombres y buscarán las miradas de aprobación en lasmujeres que amen a lo largo de su vida. El mejor bálsamo para curar las heridas de unhombre es creer en él. Las palabras pueden ser huecas, pero las miradas hablan por sísolas y no mienten. Cada ser que percibe que sus padres le valoran, que respetan suenergía y le quieren tal como es, se convierte en una bendición para todos. Solo uniendonuestras fuerzas con cariño, respeto y admiración podremos sostener la incertidumbre dela vida.

En todas las situaciones límites es normal que aparezca el miedo. Miedo a no tenerfuerzas para seguir, a que la familia se desmorone, a ver sufrir a los nuestros, a quemuera otro de nuestros seres queridos… Miedo, en definitiva, al dolor del alma. Esemiedo crece y agrava el dolor y cuanto más dolor, más miedo. Para romper ese círculova bien hablar con un amigo o un terapeuta, alguien que nos inspire confianza y lepodamos explicar lo que sentimos. En momentos en que el miedo se convierte enansiedad y angustia, las respiraciones lentas y profundas, la meditación o las oracionestambién nos ayudan a calmarnos. Si la ciencia ha demostrado que los pensamientosnegativos acaban debilitando el sistema inmunológico, por la misma razón, si de formaconsciente nos entretenemos en crear en nuestra mente imágenes y pensamientosamorosos, todo nuestro ser se revitaliza. Podemos tener miedo, sí, pero con los años mehe dado cuenta de que todos somos más fuertes de lo que nos imaginamos y, si a pesardel miedo seguimos avanzando, al final del duelo nos espera siempre el amor y lagratitud por el tiempo, mucho o poco, que hemos podido vivir junto a los seres queridosque han muerto. El miedo nos impulsa a avanzar, es un motor de cambio. Cuando ya ha

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cumplido su función, hay que soltarlo. No hay que tener miedo al miedo, siempre es másgrande y fiero el león cuando nos lo imaginamos. La respuesta al miedo nunca es pensarmás. Es pensar menos y confiar en el flujo de la vida, es liberar en lugar de aferrar. Hecomprobado que, cuando tengo miedo, es porque me resisto al cambio, me resisto a lavida, porque no acepto las cosas tal como son, porque no confío. Ahora sé que siempreque siento miedo estoy en la antesala de desprenderme de ataduras, de maneras de ver,de pautas que ya no me consuelan, que ya no me sirven… Trascender nuestros miedosnos da una visión nueva, más amplia, ligera y alegre.

«Es normal que al principio del duelo nos encerremos, el dolor estan intenso que instintivamente nos replegamos. El mundo nos es

ajeno y nos hiere, porque nos hemos quedado en carne viva.»

He pasado media vida intentando armar un caparazón que me protegiera del dolor. Esalgo que aprendí instintivamente, debe de formar parte de mi naturaleza. De pequeña yjovencita encajaba los pequeños o grandes sinsabores y los guardaba en lo más hondo demí, bajo siete llaves, con la intención de que desaparecieran. No sabía hacerlo de otraforma, supongo; nunca he sido llorona y siempre me ha costado desfogarme gritando. Alos treinta y pocos, mi alma se descompuso después de un aborto y yo seguía sin saberqué hacer con el dolor, excepto encerrarlo. Gracias a esa sacudida, que arrastró conviolencia todo el dolor que había ido guardando, empecé a escucharme: el yoga y lahomeopatía me ayudaron. Pero hasta que la muerte de Ignasi no desbordó la presa y mearrastró al fondo, hasta casi ahogarme, no acepté el dolor como parte de la vida. Fueentonces cuando descubrí que encerrarlo, reprimirlo o ignorarlo era mucho más dolorosoque sentirlo. El dolor y el miedo pierden fuerza cuando los reconocemos, cuando lesotorgamos un espacio. De hecho, cuando estamos dispuestos a vivir el dolor, cesa elsufrimiento. A partir de ahí, los terapeutas pueden ayudarnos. No es posible recogercosechas sin labrar los campos.

Es más agradable y bonita la calma cuando se han atravesado grandes tempestades. Séque a las personas que se encuentran en los primeros años de duelo les cuesta imaginarque volverán a amar la vida. Pero también sé que tienen más posibilidades que otros deconseguirlo, de sentir alegría, de estar en paz. Cuando la existencia nos sacude, y esoocurre a menudo, con mayor o menor intensidad, saber que todo pasa, menos el amor,

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nos da fuerzas para continuar. A mí, cuando lo que sucede me aturde y me hiere, me vabien confiar en que los nubarrones, que a veces veo tan negros, se disiparán. Mientras,recurro al saber profundo que me ayudó a salir de otras incertidumbres y pido claridad ami parte más sabia y a mis guías. Me reconforta pensar que hay grandes maestros queme ayudan y que mis seres queridos, vivos y muertos, velan por mí. No importa cuantasveces me caiga, sé que en mí está el poder de volverme a levantar, de seguir con mipropósito, que es amar. Donde hay luz disminuye la oscuridad.

«… hasta que la muerte de Ignasi no desbordó la presa y me arrastró al fondo,

hasta casi ahogarme, no acepté el dolor como parte de la vida. …descubrí que encerrarlo, reprimirlo o ignorarlo era mucho más

doloroso que sentirlo.»

Hay muchos destellos de luz que iluminan el camino del duelo. Pero hay uno al que letengo un cariño especial por su gran eficacia en devolvernos a la vida. Consiste enayudar, en ser útiles a los demás. No estoy proponiendo hacer grandes cosas, me refierosobre todo a los pequeños gestos. Por ejemplo: preparar algo de comer para una vecina oun amigo que no se encuentra bien o no sabe cocinar nos permite salir un poquito denuestro dolor, transformarlo en un acto amoroso. Simple, pero reconfortante. Todostenemos cualidades, hay quien sabe coser y puede hacer una preciosa capa de mago o desuperman para un niño… Su alegría al recibir el obsequio inundará de calorcito nuestrocorazón. Ir a visitar a alguien que está solo, llamar a quien está pasando apuros, ofreceruna sonrisa o un abrazo nos ayudan a disolver, aunque sea por unos instantes, la tristeza.Ayudando a los demás, nos ayudamos a nosotros. Es una frase hecha, ¡pero es tan cierta!

Cada una de las personas a las que hemos amado y nos han querido, cuando se van,nos dejan preciosos regalos. Los pocos que los abren y los lucen desde el principio sonseres muy extraordinarios. La inmensa mayoría no podemos ni siquiera verlos antes deatravesar nuestro duelo. Tarde o temprano, sin embargo, cuando los descubrimosadmirados, recobramos la fe en la vida y la aceptamos aliviados. Porque los obsequiosque nos han dejado nuestros seres queridos son justo lo que necesitábamos. Sonoriginales, personalizados, fantásticos, hechos de amor puro. Los regalos de amor duransiempre, nada ni nadie puede quitárnoslos, ni la muerte. El primer regalo que pude lucir

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y disfrutar de Ignasi fue que el amor perdura, que va más allá de la muerte. ¡Quétranquilidad, qué gran consuelo le dio esa certeza a mi alma! En mis momentos deflaqueza siempre, siempre, puedo recurrir al amor que he sido capaz de dar y recibir.También me ha regalado la oportunidad de creer en mi fuerza interior. Ahora sé, y antesno, que pese a mis grandes miedos soy valiente cuando es necesario y, aunque mecueste, puedo levantarme cuando me caigo. Son muchos los regalos que he recibido yque sigo recibiendo de la gente que me quiere, estén aquí o en el otro lado. Soyconsciente, porque a mí me ha pasado. Durante los primeros tiempos de duelo daríamosla vida para que todo fuera como antes. Los regalos los cambiaríamos encantados porabrazos. Pero eso es imposible. Vivir requiere humildad porque la vida es un misterio yaceptar eso es uno de los grandes regalos.

Me costaba hablar de la muerte hasta que se fue Ignasi. Si mi hijo había pasado porella, yo tenía que enfrentarme a ella, levantarle la capa y observarla con lupa hastaentenderla. No podía cerrar los ojos y quedarme con el miedo a lo desconocido, aferradaa los prejuicios de un pensamiento racional que ignora la muerte, que la aparta, que laesconde. Cuando me encontré con el cuerpo inerte de mi hijo tuve la certeza de que suenergía, en otro lugar, estaba intacta. Su cuerpo había muerto, sí, era evidente, pero laluz, la esencia que hasta entonces había configurado lo que era Ignasi, ¿dónde estaba?¿Qué podía hacer para sentirla de nuevo? ¿Cómo podía seguir protegiéndole? Ladesesperación me ha acompañado durante mucho tiempo, pero también se me hanabierto puertas de conocimiento y he adquirido creencias nuevas, leyendo y estando encontacto con personas sensibles a los mundos paralelos, capaces de vislumbrar lo quehay detrás de los finos velos que entretejen la existencia. Y no me refiero a gente voladaque convoca espíritus y alza mesas, hablo de científicos como el físico Michio Kaku.Kaku, que colabora con el acelerador de partículas de Ginebra, afirma que no hay unsolo Universo: ¡hay muchísimos universos a la vez, simultáneos, paralelos..! «Nuestrouniverso», dice, «es una burbuja más en una sopa de universos». La barrera que separa laciencia de la espiritualidad empieza a desvanecerse con los conocimientos que aporta lafísica cuántica. Los investigadores comienzan a explicar de forma analítica lo quepersonas muy cercanas al amor, a la espiritualidad, intuyen como ciertas. «La muerte noexiste, el ser vive eternamente», me dijo una de ellas que ha escrito los libros de lacolección Ciencia Cósmica. Estamos aquí para realizar un trabajo evolutivo. Todostenemos un Ser de Luz que nos guía y, al desencarnar, él es el encargado de acogernos

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con cariño y evaluar con nosotros el conocimiento que hemos adquirido. Existenrigurosos estudios científicos basados en innumerables personas que han pasado por loque se denomina «experiencia de casi muerte», pacientes que los médicos han dado pormuertos y luego han vuelto en sí. El relato de estas personas, en su inmensa mayoría,coincide en la visión de un túnel luminoso, al final del cual les esperan con cariño ydefinen la totalidad del proceso como un tránsito absolutamente amoroso. Unaexperiencia placentera de tal magnitud que cambia por completo el resto de sus vidas.Pues bien, allí, en el otro lado del túnel, en esos universos paralelos parece ser quetomamos plena conciencia de quienes somos: seres espirituales. El concepto del tiempoes otro, prosigue el aprendizaje, y es posible desplazarse con el pensamiento. Ya sédónde está la esencia de Ignasi y a menudo puedo sentirla. La noto como un «subidón»de amor que me anuncia su presencia. Como si el mundo se parara y yo me sintiera enpaz y serena. Entonces, como si mi mente fuese el teclado de un ordenador, yo lepregunto y, en la pantalla donde aparecen los pensamientos, él me contesta. También sécómo protegerle: ahuyentando mi tristeza, mis exigencias, mis ideas preconcebidas.Centrándome en engrandecer el amor y la confianza. Viendo en cada uno de nosotrosuna lucecita, sintiéndome unida a todos. A los seres que estamos aquí de paso,experimentando, y a los que están allí, en esos otros mundos, aprendiendo para, quizá,volver, con más capacidad de amor, al río de esta vida. Ahora tengo menos miedo a lamuerte y amo más la vida.

Concluyo este capítulo con un cuento de Khalil Gibran y una poesía de José Hierroque expresan con bellas palabras el gran poder transformador del dolor. Tambiénencontrarás, lector, tras el poema de José Hierro, un sugerente texto del Dr. Miguel Ruizque yo he completado.

Dijo una ostra a otra ostra vecina:–Siento un gran dolor dentro de mí. Es algo pesado y redondo que me hace daño.–Alabados sean los cielos y el mar –respondió la otra con altiva condescendencia–, yo no siento dolor

ninguno. Me siento bien y sana, por fuera y por dentro.En ese momento, un cangrejo que pasaba oyó a las dos ostras y dijo a la que se sentía bien y sana por dentro

y por fuera:–Sí, estás bien y sana: pero el dolor que siente tu vecina es una perla de extraordinaria belleza.

KHALIL GIBRAN

Llegué por el dolor a la alegría.

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Supe por el dolor que el alma existe.Por el dolor, allá en mi reino triste,un misterioso sol amanecía.Era la alegría la mañana fríay el viento loco y cálido que embiste.(Alma que verdes primaveras vistemaravillosamente se rompía.)

Así la siento más. Al cielo apuntoy me responde cuando le preguntocon dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabezaruego por el que he sido en la tristezaa las divinidades de la vida.

JOSÉ HIERRO

Imagínate que tus seres queridos que han partido están bien.Imagínate que sientes su profundo amor y su energía dentro de ti.Imagínate que eres capaz de sentir alegría y que esa alegría a él o ella le reconforta.Imagínate que nadie te ha quitado nada, que simplemente su tiempo aquí era limitado, como el tuyo, como el

de todos.Imagínate que su amor es incondicional.Imagínate que tu bienestar favorece el suyo. Que él o ella quieren lo mejor para ti.Imagínate que eres capaz de atravesar el dolor y salir fortalecido.Imagínate que no tienes miedo de expresar tus sueños.Imagínate que ya no juzgas a nadie ni tienes miedo a ser juzgado por los demás.Imagínate que vives sin el miedo de amar y no ser correspondido.Imagínate que vives sin el miedo a vivir plenamente, aunque te equivoques.Imagínate que te amas tal como eres.Imagínate que te permites disfrutar de lo que haces, de lo que ves, de lo que sientes.Imagínate todo eso hasta convertirlo en realidad.

DR. MIGUEL RUIZ y MERCÈ CASTRO PUIG

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El duelo de los niños

Por más que los padres en duelo severo queramos esconder nuestra desesperación esimposible. Los hijos captan siempre nuestras emociones. No sirve de nada el disimulo.Al contrario, resulta contraproducente porque todavía les confunde más. Si hablamoscon ellos y les explicamos con palabras sencillas cómo nos sentimos, seguro que puedenentenderlo. Pero si intentamos hacer ver que no pasa nada, sin querer les aislamos y sesentirán solos. Mi hijo Jaume tenía trece años cuando murió su hermano. Los primerosdías le costaba muchísimo verme llorar, intentaba evitarlo hasta que le dije: «Si hubiesesmuerto tú, cariño, seguro que no te extrañaría que yo estuviese triste y llorase,¿verdad?», a partir de ese momento pudimos llorar juntos, se permitió tambiénmanifestar su tristeza. Hablándole de mis sentimientos, pudo expresar los suyos. Hayque ir con mucho cuidado con los niños y adolescentes, estar muy atentos porque tienenla habilidad de recubrir el dolor con una capa de naturalidad que puede hacernos pensarque su sufrimiento es menor que el nuestro, cuando en realidad su herida es tan o másprofunda que la nuestra.

Es bueno hablarles del ser querido que ha muerto con ternura, pero sin magnificarlo,explicándoles que la muerte como final no existe, que el amor perdura. Las familias quedejan de nombrar a sus muertos, creyendo que así evitan a los demás recuerdosdolorosos, corren el riesgo de encerrar a cada uno de sus miembros en su propio dolor,en convertirse en corazones solitarios y rotos. Si procuramos tratar con naturalidad laausencia, si no dejamos un espacio en el clan familiar a los que se han ido, la heridacuesta más de sanar o nunca se cura del todo. Los recuerdos duelen, sí, porque laausencia de un ser muy querido, un hermano, una madre, un padre, un amigo del alma,es terriblemente dolorosa, pero compartir lágrimas y temores ayuda a sobrellevar eldolor y fortalece el vínculo familiar.

Ante un gran duelo es normal que los niños nos vean perdidos, quizá como nuncaantes. Están acostumbrados a que los adultos tengamos solución para todo y nos miran

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angustiados esperando una respuesta, algo donde agarrarse y mantenerse a flote. Nadasirve excepto el cariño que les podamos transmitir. No solo se trata de mantener unaactitud respetuosa ante el dolor que siente el niño, sino de expresarle, verbalmente y conmimos y caricias, nuestro amor. Siempre es bueno sentirse querido, pero en losmomentos difíciles mucho más. No es fácil para los padres responder a las inquietudesque genera la muerte en un hijo, pero es preciso no eludir el tema y contestar consinceridad y, si es preciso, pedir orientación a un especialista. La vida les ha puesto enuna situación difícil y, tengan la edad que tengan, necesitan a alguien que les guíe. Poreso, además de los padres, es bueno que cuenten con el apoyo de un terapeuta que lesayude a poner orden en sus emociones.

«Mi hijo Jaume tenía trece años cuando murió su hermano. Losprimeros días le costaba muchísimo verme llorar, intentaba

evitarlo hasta que le dije: ”Si hubieses muerto tú, cariño, seguroque no te extrañaría que yo estuviese triste y llorase, ¿verdad?”,

a partir de ese momento pudimos llorar juntos…»

La primera reacción después de un golpe tan duro es cerrar filas en torno al núcleofamiliar. La realidad de la calle, de los demás, contrasta de forma punzante con lanuestra. Su ritmo es otro y cuesta mucho sintonizar. Independientemente de la edad,representa un esfuerzo agotador mantener una conversación «normal», como si fuéramoslos mismos de antes. Pero al mismo tiempo, los niños y los adolescentes se asfixian enun hogar en el que predomina el dolor. Necesitan salir. Una vez más hay que navegarentre dos aguas. Por un lado, protegerles de la desazón que provoca el mundo exterior y,por otro, animarles a integrarse. Mi hijo Jaume se encerraba en el lavabo del colegio parallorar cuando no podía más y no salía hasta que la angustia había remitido. Pero soloafrontando el dolor se desvanece. Encerrarse en casa para siempre es imposible y,además, no soluciona nada. Aunque nos cueste a todos muchísimo, hay que intentarorganizar actividades que se adapten a la edad de nuestros hijos. Y si son mayores,procurar que conozcan la parte amable del mundo por sí mismos. Sus primeras salidasserán duras. Se encontrarán a ratos como pez fuera del agua. Pero es necesario que pasenpor ello. Que rompan su propio hielo. Es bueno que vayan de campamentos o salgan deexcursión con gente de su edad. Poco a poco sus amigos volverán a casa. Los primeros

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días con timidez, porque saben que vivimos momentos difíciles. Pero si les recibimosbien y les manifestamos lo agradable que resulta para nosotros su presencia, prontoactuarán con naturalidad. Así, despacio, es muy posible que regresen las risas, losjuegos, la música… Tenemos que intentarlo aunque nos cueste. Aunque estemosinmensamente tristes. Hay que hacerlo porque nuestros hijos necesitan estar en contactocon personas y situaciones más alegres, menos dramáticas que las que vive la familia.Sin forzar la máquina, claro, introduciendo la nueva vida despacio, respetando su estadode ánimo, su dolor. Siempre con flexibilidad.

Las emociones de la familia están a flor de piel. Es lógico que en una situación asíexistan en casa desavenencias, malos entendidos, incomprensión, tristeza, agresividadcontenida… Por cualquier tontería pueden «saltar chispas». Por eso, para evitar que losequívocos nos arrastren, es aconsejable parar unos minutos y abstraerse del entorno.Buscar un lugar en el que podamos estar solos y en silencio. De esta forma, seguramenteconseguiremos serenarnos y ver las cosas con mayor claridad. Y nos resultará más fácilponernos en el lugar de los demás. Si comprendemos que hemos actuado mal, si, porejemplo, hemos obligado a nuestro hijo a hacer algo sin contar con su voluntad, le hemosreñido injustamente o no hemos tenido en cuenta su estado de ánimo, es bueno que loexpresemos y le manifestemos nuestra intención de rectificar. Eso no siempre surge confacilidad porque todo es muy complejo, las variables son infinitas y el orgullo suelenublar los ojos. Pero es la única forma de avanzar. Es mejor deshacer cada día lospequeños o grandes conflictos que enfrentarse en el futuro a un océano de problemasincontenible. Lo cierto es que si conseguimos pedirles disculpas por nuestros errores, aellos les costará menos hacer lo mismo cuando se equivoquen. Si generamos estadinámica familiar, aunque no siempre salga del todo bien o nos cueste, el ambiente serámás distendido, disminuirán los recelos y nuestros hijos actuarán con más confianza. Encasa, durante el primer año, cuando surgía algún conflicto nos recordábamos los unos alos otros la necesidad de ser comprensivos. Intentábamos manifestar algo así como:«Perdona, te he dicho esto porque no estoy bien, todo es muy difícil para mí y a vecesme dejo llevar por los nervios».

Por pequeños que nos parezcan sus avances, es vital que les mostremos nuestroentusiasmo. Los niños y los adolescentes son como una flor, crecen si les regamos conamor. Necesitan que les abracemos, que les digamos muchas veces que les queremos.Que les elogiemos cuando algo les sale bien. En vez de eso, los padres adoptamos a

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menudo el papel de correctores: «No hagas eso, cuidado con aquello, ya te dije que así loharías mal, mira cómo te has puesto…». Más todas las negaciones que se nos ocurran.¿Cómo van a gustarse a sí mismos si solo oyen recriminaciones? Damos demasiadascosas por supuestas. Y no solo me refiero a las palabras, el lenguaje no verbal es el másimportante. Hay que ofrecerles sonrisas sinceras, miradas de aprobación, de cariño. Noolvidemos que lo que intuyen de sí mismos y del mundo lo aprenden de nuestra actitud.Los gestos cariñosos son un bálsamo para su autoestima. Todavía no son adultos, estándescubriendo la vida, es normal que se equivoquen. Dejémosles que experimenten y queaprendan de sus errores. Cada logro personal les reafirmará, les dará seguridad en símismos. Hay que dejarles fluir a su ritmo y según sus preferencias. Un hijo no es unvaso que hay que llenar, sino un fuego que hay que ayudar a encender. No lesaprisionemos en «un modelo de hijo» que inconscientemente hemos prefabricado. Ellosson ellos. Nosotros somos nosotros. Los niños no tienen que encajar en ningún molde. Elúnico vínculo que no ahoga es el del amor, en el sentido más amplio de la palabra.Contemos hasta diez antes de reprobarles nada. Porque muchas veces nos avanzamos ymalogramos con nuestra impaciencia su oportunidad de aprender y demostrar lo que yasabe. Además, generalmente lo que nos molesta en ellos es ver reflejado nuestro ladomenos favorable. Los comentarios más espontáneos del tipo «Eres un desastre, ¿dóndetienes la cabeza?», o tonos inquisidores que acompañan a «¿Dónde has estado, qué hashecho?», o ansiosos como «¿Seguro que lo has pasado bien?» salen de nuestroinconsciente y reflejan casi siempre nuestras propias inseguridades y miserias, heredadasde nuestros propios padres. Ellos nos imprimieron de pequeños patrones que de formanatural transmitimos a nuestros hijos. Por eso no es extraño sorprendernos a nosotrosmismos diciéndoles algo que aborrecíamos oír cuando nos lo decían de pequeños.

«Cuando se sienta triste, bloqueado, perdido o insatisfecho, hayque decirles algo así: “Es normal que no estés bien, no luches

contra eso, permítetelo. Pero has de saber que todo pasa ymañana o pasado te sucederá alguna cosa que te hará sentir

mejor”.»

Aunque es cierto que ante la muerte todo se suele tambalear, también es verdad quecada persona en sí contiene la fortaleza para superar los altibajos de la vida. Todos

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contamos con recursos propios. Si pensamos que nuestro hijo es débil, le transmitimossin quererlo debilidad. Eso no quiere decir que debamos tratarle con dureza ybrusquedad. Al contrario. Hay que permitirle «desmontarse» tantas veces como seanecesario. Pero sin dejar de transmitirle confianza. Cuando se sienta triste, bloqueado,perdido o insatisfecho, hay que decirles algo así: «Es normal que no estés bien, no luchescontra eso, permítetelo. Pero has de saber que todo pasa y mañana o pasado te sucederáalguna cosa que te hará sentir mejor». Y eso nos lo tenemos que creer también nosotros.Ellos son la simiente de la vida, porque son jóvenes y pueden convertir en realidadcualquier sueño. Otorgándoles confianza les damos permiso para ser ellos mismos, paracreer en sus habilidades. Esa es la mejor herramienta que podemos ofrecerles. Lasobreprotección anula y el desinterés aniquila; una vez más el mejor camino suele estaren el punto medio. La cuerda ha de ser larga y permitirles dar rodeos, sin perderse.Hemos de estar, sin estar. Aprender a callar, a ser invisibles y a recogerles y abrazarlestantas veces como se caigan. Esta es nuestra misión, facilitarles su propio destino. Enningún caso hay que obligarles a seguir el nuestro.

Durante el duelo o el inicio de la enfermedad incurable del ser querido, empieza paraellos una realidad desconocida y dificilísima; la familia se encuentra destrozada yvolcada en el enfermo o paralizada por el dolor si nuestro ser querido ya ha muerto. Esnormal que los niños alguna vez piensen que por qué no han muerto ellos. Lo pensamostambién los adultos los días en que parece imposible salir adelante. Si en algunosmomentos en la familia es imprescindible la ayuda mutua es en estos. Hay que intentarver más allá de uno mismo y volcarse en los vivos, porque son los que corren peligro. Mihijo Jaume ahora, con el transcurso del tiempo, puede hablarme con distancia de lo quesentía. Su adolescencia fue especial, porque se le murió un hermano y estuvo pendientede su padre y de mí a una edad en la que esa responsabilidad no suele ser habitual.«Mamá», me dijo un día, «se trataba de “aguantar a tope” y de ir activando el interruptorde la ayuda mutua, hasta que la tormenta pasase». Y eso es lo que ha hecho él duranteaños hasta que nos ha visto francamente mejor, intentando cubrir el vacío, levantarnos,alejarnos del precipicio. Eso es lo que hacen muchos adolescentes ante la muerte de unpadre, una madre o un hermano. Es mucho, es un esfuerzo titánico. Por eso, porque lavida les ha exigido tanto, se merecen contar con nuestro amor entero. Jaume me haagradecido que le lleváramos durante años a un psicólogo que le ha ayudado a aguantarese peso, que le ha permitido tomar la distancia necesaria para ir deshaciendo su propio

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nudo. En casa nos fue bien hacer una piña, un círculo de amor y, desde dentro, iractivando por turnos ese interruptor de ayuda mutua. El amor de ese círculo tiene que serdel verdadero, del que no asfixia. Hay que ir dejando espacio, poco a poco, ensanchandoel círculo cada vez más hasta dejar la cuerda tan y tan larga que les permita a ellos ircreando su propia vida. Y, un buen día, esa cuerda hay que cortarla, ya no la necesitan.El primer paso, como adultos, lo tenemos que dar los padres, porque si nos recuperamosnosotros se recuperan ellos y viceversa. Y no es un contrasentido, porque la alegría de lagente que queremos es la nuestra.

Cuando se trata de anunciar la muerte de un ser querido a un niño, hay que actuar consinceridad, de nada sirven las mentiras piadosas ni las verdades a medias. Al contrario,cualquier falsa esperanza resulta demoledora. Hay que hablarle con cariño y utilizarpalabras sencillas, exponiendo los hechos tal como son y confiar en que, por muy grandeque sea su dolor, sabremos ayudarle. Al niño se le puede explicar la muerte de distintasmaneras. Se trata de ofrecerle la que resuene más con nosotros, con nuestra manera deser, con nuestras creencias. Se le puede decir, por ejemplo, que el proceso de morir esparecido al que tiene lugar cuando los gusanos de seda dejan de serlo para convertirse enmariposas. Las personas vuelan hacia el cielo y entran en otra dimensión. Siguenexistiendo, aunque no podamos verlas, y se convierten en ángeles de la guarda de losniños, a quienes quieren. Si no nos sentimos bien con la idea de la vida después de lamuerte, se le puede explicar al niño que el amor que esta persona ha dejado permaneceen el corazón de los que le aman. Se trata de un «tesoro» al que se puede recurrir siempreque se esté triste. Estos recuerdos y pensamientos amorosos, con el tiempo, tienen elpoder de transformar la tristeza en alegría y la añoranza en un entrañable sentimiento decompañerismo y solidaridad. Igual que nos ocurre a los adultos, al principio tal vez nocrean que su ser querido haya muerto. Aceptar la muerte requiere un tiempo, a menudola reacción inmediata de los humanos es negarla. Se sentirán inmensamente confundidosy es posible que pregunten, al cabo de un rato de explicarles lo sucedido, cuándo volverála persona que ha muerto. Nunca hay que mentirles, porque eso produce mucha másansiedad. No sirve de nada el engaño; al contrario, se sienten todavía más tristes, solos eincomprendidos. El primer contacto con la muerte de alguien que amamos produce,inevitablemente, una herida profunda, pero como todas las grandes crisis tambiénproporciona la posibilidad de aprender a apreciar la esencia de lo realmente importante:el amor.

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Es bueno que asistan al funeral. Los ritos, sean religiosos o no, ayudan a familiarizarsecon el proceso de la muerte. Despedirse es importante para iniciar un buen duelo yasumir que la pérdida forma parte de la vida. Pensar que si no asisten sufrirán menos esun error. Cuanta más carga emocional se pueda sacar en el funeral, mejor. En este caso,la frase «ojos que no ven, corazón que no siente» no sirve. Precisamente, el proceso decuración implica sentir y aceptar lo que se siente, por muy desagradable que sea.

Es normal que sientan un gran sentimiento de injusticia y al mismo tiempo defrustración. Esto provoca mucha rabia, y cada niño lo demostrará a su manera y según suedad. Pueden aumentar las rabietas, las peleas en la escuela, los insultos o los portazosen casa. En algún momento también es fácil que piensen que lo sucedido es culpa suyaporque un día hicieron algo indebido o dirigieron un mal pensamiento hacia la personaque ahora se ha ido. Con el paso del tiempo, cuando empiecen a desvanecerse en sumente los rasgos físicos de quien ha muerto, pueden pensar que traicionan a esa personay se les hace sentir doblemente culpables. Si se les ha muerto un hermano, es posible queintenten llenar el vacío ocupando su lugar, que intenten proteger a los padres, que seencierren en su dolor, que adopten una actitud victimista…, que pasen de una emoción aotra o que surjan todas simultáneamente. Por eso es bueno contar con ayuda profesionalque nos oriente tanto a nosotros como a ellos. Para estimularles a que hablen de sussentimientos es mejor preguntarles cómo se sienten, en vez de cómo están. Aunque no loparezca, existe una gran diferencia entre estar y sentir. Se puede estar bien o mal, perouno se puede sentir de muy diversas maneras. Contestar a cómo nos sentimos da pie ahablar largo y tendido, que es precisamente lo que conviene durante el duelo.

A veces, el proceso de duelo se inicia cuando el médico comunica a los padres que suhijo tiene una enfermedad mortal. Los niños que se encuentran en una situación así sedan cuenta de lo que les ocurre, aunque los mayores intenten disimular. Si todo el mundohace como si no pasara nada, el pequeño se encuentra solo ante lo inevitable con laresponsabilidad, además, de procurar que sus padres no se desmoronen. Es muchomenos doloroso para él poder compartir sus sentimientos, llorar con los suyos y recibirtodo el amor que se merece. Cuando llegue el momento, le reconfortará mucho que lospadres le den su permiso para partir, recordándole lo felices que han sido y cuánto sequieren. Las familias que hablan de sus miedos, inquietudes y temores con sus seresqueridos que van a morir, expresando libremente sus sentimientos, sufren menos yaceptan antes conjuntamente la pérdida.

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Acercarse al dolor de los demás

Los primeros días de duelo, cuando estamos absolutamente perdidos, resulta dificilísimoatender a razones. Nuestra mente y corazón están tan confundidos que las palabras, pormuy bien intencionadas que sean, poco o nada nos sirven de asidero. Pero sí hay unlenguaje que no precisa de ideas ni conceptos, y que en momentos de desgarro profundotodos entendemos: el de las caricias. La dulzura de una mirada, la calidez de un abrazo,van directamente al alma y nos sentimos al instante gratamente reconfortados. Elcontacto es vital, pero también saber escuchar, porque a medida que pasan los días lanecesidad de hablar del ser querido ausente se hace grande y poder compartir conalguien que le conocía bien anécdotas y recuerdos se agradece mucho. Ayudar a alguienen duelo consiste en no hacer como si nada hubiese ocurrido, en impedir que el otroexprese lo que siente, por muy doloroso que sea oírlo. Es necesario aceptar susufrimiento, su ira, su tristeza, su añoranza, y acompañarlos en silencio hasta querenazcan.

Recuerdo que durante los primeros tres meses en que yo estuve en estado de shock, misuegra nos traía tulipanes, nos daba un beso cariñoso y se iba; mi cuñada Magdacocinaba para nosotros; mi hermana ponía y tendía lavadoras; y muchos amigos acudíano llamaban para interesarse por nosotros. Todas las acciones amorosas sirven, no hayunas mejores que otras. Algunas personas, con solo estar, crean un ambiente cálido y nosdan paz, suelen ser las que nos dejan llorar sin pedirnos nada, las que no intentanimponer soluciones, las que simplemente acompañan con dulzura, sin juzgarnos. Estaspersonas seguramente han atravesado su propio dolor y por eso pueden sostener elnuestro sin hacerlo suyo. Otras revolotean angustiadas y nerviosas a nuestro alrededor,pero en cambio pueden llenarnos la nevera con amor o resolver con suma eficacia mil yun trámites imprescindibles y burocráticos que nosotros, en estos momentos, somos

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incapaces de hacer. Cada persona tiene sus cualidades, las que sean, y su ayuda esimprescindible.

«… hay un lenguaje que no precisa de ideas ni conceptos, y queen momentos de desgarro profundo todos entendemos: el de las

caricias.»

Hace unos años, antes de la muerte de Ignasi, acompañé a una amiga que murió decáncer. Ella no hablaba de la cercanía de su muerte, no podía, pero yo tampoco intentéanimarla con falsas expectativas del tipo «Ya verás como te pondrás bien y cuandollegue San Juan volveremos a celebrar una verbena preciosa». Para qué ofrecerleilusiones infundadas si ella sabía, como yo, que le quedaba muy poquito, que estábamosen primavera y era su última primavera, que ya no pasaríamos más veranos juntas. Poreso, porque no le mentía, aunque omitiéramos hablar de la muerte, me permitía estar conella. Conmigo no tenía que hacer el esfuerzo de aparentar esperanzas vanas. Me sentabaa su lado –ella apenas podía moverse de la cama– y le ayudaba a relajarse, a destensarlos músculos agarrotados por el miedo y el dolor, como me había enseñado mi profesorade yoga. «Toma aire despacio, por la nariz, y lentamente condúcelo hasta tu vientre,procura que se hinche como un globo. Luego, poco a poco, ves sacando el aire, sinprisas.» Hacíamos respiraciones lentas y profundas hasta que se calmaba. Muchos de losratitos que pasé junto a ella los pasamos en silencio. Para que el silencio acompañe espreciso no estar ausentes, quiero decir con la mente puesta en otro lado. Se acompañacon todo el ser, no sirve solo la presencia. Para conseguirlo, yo echaba mano de unejercicio que aprendí en El libro tibetano de la vida y de la muerte: al inspirar, meimaginaba que me llevaba su dolor y al espirar le mandaba el amor del Universo.También le cogía la mano o le hacía un masaje en los pies y me imaginaba que, a travésde mí, ella recibía la energía de amor que sostiene el Universo. No se puede acompañarmás allá de lo que uno ha llegado, por eso agradezco que mi amiga Bugui no quisierahablar de su muerte. Se hubiese topado entonces con mis angustias y temores y no lehubiese podido ofrecer serenidad. Para poder hablarle con sosiego de la muerte a unmoribundo hay que tener resueltos nuestros miedos. Para «saber estar» en una situaciónasí, hay que haber estado antes con nuestro propio miedo a la muerte y al dolor, hay queacompañar con la confianza plena en que cada cual tiene la fuerza suficiente para

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sobrellevar el proceso de morir y que lo único necesario por nuestra parte es estar,irradiando amor.

«Algunas personas, con solo estar, crean un ambiente cálido ynos dan paz, suelen ser las que nos dejan llorar sin pedirnos

nada, las que no intentan imponer soluciones, las quesimplemente acompañan con dulzura, sin juzgarnos…»

Cuanto más cercana sea la persona que sufre un gran duelo, más implicados estamosen el proceso. Me refiero a que si por lazos familiares o de amistad estamos muy unidosa esa persona, implícitamente también nosotros iniciamos un proceso de transformación.Las muertes muy sentidas tienen la capacidad de impulsar cambios internos y de valoresa un gran número de personas. A veces esa capacidad llega muy lejos, como las ondasque se van expandiendo con suavidad, pero sin pausa, cuando tiramos una piedra en lasaguas tranquilas de un lago. Si estamos muy cerca del epicentro, de nada sirve resistirnosy pretender que todo siga igual. Si sentimos la necesidad de ser útiles y de buscarsoluciones para eliminar lo más pronto posible el dolor de nuestro familiar o amigo, es elmomento de comenzar nosotros alguna terapia que nos ayude a clarificar nuestrasemociones. Todo proceso de sanación tiene que empezar por uno mismo.

A menudo ocurre que buscamos con desesperación una varita mágica que recompongael corazón de las personas que queremos y eso no es posible; cada cual necesita su ritmoy tiene que atravesar por su propio pie el dolor. Y a veces su recorrido es distinto alnuestro o al que nosotros vemos como el mejor.

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Momentos mágicos

A veces doblamos una esquina y percibimos un olor que nos despierta un recuerdoagradable que, al revivirlo, eleva nuestro estado de ánimo y nos inunda de calidez el día.Esa sensación reconfortante puede llegar de infinitas maneras: tal vez paseando por lacalle o mirando distraídamente por la ventana nos sorprende una escena entrañable ycariñosa, o al despertarnos nos asalta la sensación inmensamente feliz y amorosa de unsueño que parece «casi» realidad.

Es frecuente vivir momentos sugerentes o de gran belleza cuando se atraviesa un granduelo porque durante la travesía se roza a menudo la esencia de la vida. Es posibletambién que al vivir de forma casual algo muy emotivo, con mucho significado paranosotros, tengamos la sensación de haber recibido un guiño, una «señal», y a partir deahí nuestra actitud sea más positiva y nuestro duelo entre en un camino más sereno deaceptación.

Además de los momentos amorosos y mágicos que he vivido, el lector encontraráaquí, mezclados con los míos, los momentos que han reconfortado a otros padres ymadres de distintas partes del mundo que por puro amor han decidido compartir ypublicar en este libro. No todos son momentos trascendentes, ni mucho menos. Sontrocitos de la vida cotidiana que tienen el valor de reconfortar el alma.

UNA HISTORIA DE AMOR

He pasado muchas horas de mi vida mirando por los ventanales del comedor de mi casa, un tercer piso de unedificio situado en una esquina del Ensanche barcelonés, tocando al barrio de Gracia. Por esas generosasventanas entra un trozo grande de cielo y calle. Para mí es una bonita perspectiva urbana enmarcada porenormes árboles, que veo florecer desde hace treinta primaveras.

Cuando mis hijos eran pequeños, para distraerles, nos poníamos agazapados junto a una de las ventanas yjugábamos a ver quién veía primero circular un coche amarillo, rojo o verde. El juego tenía múltiplesvariantes: contar taxis, perros, gente con o sin mochila… Hoy, que es domingo y me he levantado tarde, hehecho lo que suelo hacer cuando no voy con prisas: desayunar mirando por la ventana y no sé cómo resumir en

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palabras la emoción que me ha producido la escena que he presenciado en una de las terracitas del edificio deenfrente.

En el piso de esa terraza, un tercero como el mío, vive una mujer sola ya mayor a la que hace mucho tiempose le murió un hijo de unos treinta y cinco años; y poco después, el marido. Es una señora pequeñita, delgada,elegante, con mucha energía, a la que veo sacar desde siempre y cada día el polvo de las persianas, aprimerísima hora de la mañana.

En mi vida he hablado solo unas cuatro o cinco veces con ella; sin embargo, sin saber casi nada la una de laotra, como suele ocurrir en las grandes ciudades, es como si nos conociéramos mucho y durante estos brevesencuentros siempre nos hemos mirado con cariño.

Pues bien, mientras yo desayunaba me he quedado ensimismada viéndola bajar con una manivela un toldoverde que tiene para proteger su casa del sol. Con sigilo, ha aparecido en la escena lo que yo interpreto comouno de sus nietos, un chico de unos trece o catorce años, alto (dos o tres palmos más que ella), delgado, concara de sueño y despeinado, y la ha rodeado con sus brazos por detrás en un abrazo tan amoroso, natural,íntimo, familiar…, y la sonrisa que se le ha dibujado en la cara a ella ha sido tan enternecedora, cómplice,dulce y bonita que a mí se me han cubierto los ojos de lágrimas. Ha durado un instante, los dos han entradoenseguida en casa. Pero si hubiera estado en el cine y hubiese aparecido después de esto la palabra FIN ningúnespectador hubiese dudado de que la película tenía un final feliz. Hoy tengo la plena certeza de que la vida deesta mujer, con todos sus pesares, ha merecido la pena. Su felicidad abre las puertas a la mía.

MERCÈ CASTRO

MARIPOSAS DE COLORES

Son las cinco y media de la mañana y acabo de tener una experiencia sobrenatural. ¿Cómo explicar algo queno tiene explicación científica?, ¿cómo explicar que mi hijo, que está muerto, que hace dos meses que se fue,acaba de estar conmigo? Ha sido un momento breve, ¿minutos, segundos?, no lo sé.

Me mantengo con los ojos cerrados. Intento analizar qué es lo que acaba de pasar. Sé qué es, lo que yo hesentido. Sé que es Carlos el que ha estado conmigo. Pero… ¿cómo ha podido pasar?, ¿cómo explicarlo? Es tangrande la alegría que siento que es lo único que quiero: estar con él. Es un amor único, incomparable, sublime,grandioso.

De súbito, se coloca sobre mí una especie de nube muy compacta que se mueve, vibra y me rodea el torso enun abrazo. Siento una impresión indescriptible. Nada más notarlo, sé que es él y comienzo a decir su nombre:«Carlos eres tú, Carlos eres tú, Carlos, Carlos…». Le abrazo y, al hacerlo, no dejo de decir su nombre:«Carlos, Carlos…», y «veo» cómo de la nube surge su imagen. Una imagen que puedo abrazar, pero no tieneconsistencia, solo noto la parte superior de su cuerpo, como si le faltaran las piernas.

–Siento cómo me abrazas y me besas. Mientras no dejo de decir tu nombre y de abrazarte, tú me has dichoque sí, que eres tú, sin verbalizar ninguna palabra. Nos comunicamos con el pensamiento.

De súbito, todo se transforma en un haz de cientos de mariposas de distintos tamaños y de bellos colores quese elevan y a través de un agujero (que yo creo que es un paso al cielo) desaparecen.

Y ahora qué. ¿Me he despertado? No. Estoy despierta. Lo he sentido y sé que lo he vivido. Sé que no ha sidomi imaginación. Que no tengo poder para sentirlo cuando yo quiero. Si así fuera, si yo tuviera ese poder deimaginar, lo conseguiría cada día, porque es lo que más deseo en esta vida.

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Es a él a quien se le ha concedido el poder para hacerme saber que su espíritu sigue vivo.

NATI SAN MARTÍN(operaria en la industria de la alimentación)

TE REGALO LA NIEVE

Las cenizas de mi hijo están en Asturias, concretamente en los Picos de Europa. Así lo quiso él, que le gustabamucho la montaña.

El año pasado en Semana Santa estuvimos allí. El tiempo era buenísimo, con un sol precioso y brillante quelo inundaba todo de luz. Pero el día concreto que subimos hasta el punto donde esparcimos sus cenizas empezóa nevar y se cubrió todo el prado de nieve.

Él sabe cuánto nos gustan los paisajes nevados, lo habíamos comentado muchas veces; para mí la nieve esalgo mágico, conmovedor. Y en aquel momento tuve la certeza de que con la nieve me estaba haciendo unregalo de bienvenida. Fue precioso.

Lo que pensaba que sería un momento de suma tristeza se transformó en algo trascendente y hermoso.

MERCÈ MARTÍ(administrativa)

EL VIAJE A ITALIA

Mi tío Nuni (se llamaba Juan, le llamábamos Nuni) murió hace cinco años. Era como un padre para mí (aún loes, aunque en espíritu). Fue sacerdote, luego lo abandonó, pero siempre fue muy espiritual y andaba en subúsqueda personal todo el tiempo. Era profesor de literatura y con él aprendí sobre libros: desde espiritualidadhasta poesía.

Mi madre era la hermana favorita de Nuni y estábamos muy unidos los tres. Somos de Puerto Rico y mi tíome llevó por primera vez a Europa cuando yo tenía dieciocho años, y uno de los países que visitamos fueItalia. Hace unos meses estábamos celebrando el cumpleaños de mi madre en casa de mi abuela. Cuandoíbamos de camino a casa de mi abuela ese día, le pedí a mi tío que me diera una señal de que estaríacelebrando con nosotros. Al cabo del día, estábamos toda la familia. Me senté con mi sobrinita, que tenía tresaños cuando murió Nuni; ahora tiene ocho. Estábamos jugando y me dijo que le gustaría aprender italiano;como yo sé un poco, comencé a enseñarle a decir algunas palabras. Al final del «mini curso de italiano», ledije que cuando cumpliera dieciocho, la llevaría a Italia. Ella se emociona, y le digo que a los dieciocho añosyo también fui a Italia. Y le digo: «De hecho, ¿sabes con quién fui?», y ella me contesta: «¡Claro que lo sé!».La miro incrédula: es imposible que ella sepa eso, ni siquiera hay fotos que haya podido ver, y es un tema delque jamás habíamos hablado. Y le pregunto: «¿Con quién fui?», y me responde: «Tío Nuni te llevó». En esemomento se me puso la piel de gallina, le pregunté que de dónde había sacado eso y me contestó: «No sé, mevino a la mente ese pensamiento».

ADRIANA RODRÍGUEZ(responsable de una agencia de viajes)

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LA PIEDRA DE SARA

Cuando murió mi hija Sara, incineramos su cuerpo y esparcimos una parte de sus cenizas en el cabo de Creus,en Cadaqués. Era un lugar muy especial para ella. Desde entonces suelo visitarlo siempre que puedo. En juliode 2010, mi otra hija quiso ir a Cadaqués antes de su boda. Yo en aquellos momentos sentía una dualidad desentimientos. Por un lado, estaba feliz porque mi hija se iba a casar, y por otro, me sentía profundamente tristeporque su hermana no pudiera estar presente. Cuando llegamos, era de noche. Dimos un paseo por el pueblo y,mientras caminábamos, se nos acercaron dos niñas que querían vendernos unas piedras planas en las quehabían escrito nombres de personas. Me recordaron a mis hijas cuando eran pequeñas y se dedicaban cadaverano a vender a los turistas objetos que ellas mismas habían elaborado: pulseras, collares, etcétera. Y por esemotivo me paré y les compré una en la que estaba escrito el nombre de «Mar». Una de las personas quepaseaban con mi hija y conmigo les preguntó si tenían una piedra con el nombre de mi hija. Las niñascontestaron que no, y luego una de ellas dijo: «Aquí está, Sara». Estas fueron exactamente sus palabras: «Aquíestá, Sara». Y nos mostró la piedra con el nombre de Sara. Me quedé perpleja. Fue un momento muy especial,de alguna manera sentí que mi hija estaba allí con nosotras, y eso me ayudó a vivir esa visita a Cadaqués conmucha paz y con mucho amor, y a disfrutar plenamente de la alegría de mi otra hija en su boda.

DULCE CAMACHO(psicóloga y fundadora del Centro de Atención al Duelo Alaia)

EL VUELO DE LA GAVIOTAS

Después de la partida de Raúl, y visto ahora al cabo de seis años y tres meses, te diré que he tenido muchosmomentos mágicos y que él siempre, siempre, me ha acompañado. Unos momentos especiales para mí sonaquellos en los que junto con mi marido y su pequeña menorquina navegamos para ir justo al punto donde enel Mediterráneo depositamos sus cenizas.

Las primeras veces, los dos nos encerrábamos en nuestros pensamientos y ninguno podía evitar las lágrimas;ahora, en cambio, disfrutamos del paseo y, hasta hace muy poco creía que las gaviotas me hablaban. Un día lepregunté a mi marido: «¿Cariño, tú no oyes las gaviotas?». «Mira, escucha», le repito. Entonces él me dijo:«Cariño, no son las gaviotas, es el piloto automático. Te aseguro que el sonido es tan similar que realmenteparece que tienes una bandada en la barca». Paró el piloto y lo que yo creía que era un parloteo desapareció.Me quedé como cuando eres pequeña y descubres que los Reyes Magos no existen. Fue bonito mientras duró yquizás fue el tiempo que yo necesité para dejar volar alto a Raúl, tan alto como Juan Salvador Gaviota.

DOLORES JURADO(administrativa)

LA ABEJA MAYA

Cuando estaba embarazada de mi hija Ángela, siempre que me duchaba ella se movía, como inquieta, no sé siera porque el ruido del agua le asustaba o no le gustaba, o eso pensaba yo. Así que me dio por cantarle lacanción de la serie infantil de La abeja Maya, y ella se tranquilizaba y dejaba de moverse.

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Cuando murió mi pequeña, estuve buscando por muchos sitios un muñequito o un peluche de la abeja Mayapara llevárselo, para que lo tuviera al lado de su lápida. Pero como era una serie que hacía mucho tiempo queno ponían, no lo encontraba en ningún sitio. Así pasaron los meses, incluso más de un año. Hasta que un día deviaje por Roquetas de Mar, donde solemos hacer alguna escapadita de fin de semana para recargar las pilas, alentrar en una tienda de chuches y muñequitos, al fondo, en un estante lleno de peluches, vi a la abeja Maya.Con su pelito rubio, sus rallitas, sus patitas amarillas y sus alitas. Cuánto me emocioné: en unos días iba a sersu segundo aniversario y me hizo sentir una oleada de aire en los pulmones que me llenó de alegría. Ahora estáallí con ella, acompañándola.

A pesar del dolor, mi hija me ha ayudado mucho a valorar más las cosas, a ver lo bueno que me depara cadadía, a quedarme con las cosas positivas de la gente. Así siento más cerca a mi hija y a mi madre.

MARÍA DEL MAR(administrativa en la Universidad de Murcia)

UNA ESTRELLA PARA LA VIDA

El desgarro por la muerte de un hijo no puede ser mayor. Nada será ya igual y, aunque el tiempo no curará«esta herida», la atenuará si dejamos que nos alcancen sus «señales», sus «guiños». En mi caso, la primera«señal» llega en el preciso instante en que me notifican la muerte cerebral de mi hijo Pepe, de quince años deedad, tras sufrir un accidente y permanecer cuarenta y ocho horas en coma inducido a consecuencia de unaembolia grasa. Sí, mi respuesta a esa fatídica llamada no fue negar lo sucedido, como quizá hubiera sido loesperado, sino literalmente gritar: «Por favor, que se donen sus órganos». Jamás, ni antes del accidente ni enlas cuarenta y ocho horas posteriores, había hablado de ese tema con nadie. De hecho, ignoraba que en elhospital existiera una unidad de trasplantes, la cual se ponía en contacto con la familia para solicitar suautorización, que en muchas ocasiones no daban. No me cabe duda de que la donación de sus órganos fue unaprimera e inequívoca «señal» de que su partida no había sido en balde. Siempre me ha reconfortado saber quese fue como vivió: siendo generoso. Dando lecciones de vida y dando vida… ES UN PRIMER MENSAJECLARÍSIMO

Desde entonces, y cuando las fuerzas parece que me fallan, siempre recibo una señal. La siguiente fue losdías previos a la Semana Santa de 2009, la primera ya sin Pepe. El coordinador de la unidad de trasplantes nospropuso, a mi marido y a mí, hacer entrega del cirio con el que la Virgen de la Estrella haría su procesión eseDomingo de Ramos. El cirio llevaba el lema: UNA ESTRELLA PARA LA VIDA, en homenaje a los donantesde órganos. Por supuesto, acudimos a tan emotivo acto. Posteriormente continuaron las «señales», con ladonación de órganos y las «Estrellas»: mensajes de texto, videos, encuentros con receptores de órganos,programas televisivos, visitas a la capilla de la Virgen de la Estrella…, y todo siempre de forma «casual».

Mi última «señal», y definitivamente «momento mágico», fue la primavera del pasado año 2012. Una tardeque estaba en la sede de la Asociación de Padres de Niños con Cáncer, con la que colaboro desde la partida dePepe, llamó la presidenta de la asociación solicitando la ayuda de alguna voluntaria para cuidar durante doshoras diarias a una bebé de casi tres meses de edad que había nacido, tras una selección genética, para salvar lavida de su hermano aquejado de una grave enfermedad y cuya única oportunidad era el trasplante de lascélulas madre del cordón umbilical de su hermana. Esa tarde yo no tenía que ir a la sede; «casualmente» estabaallí. El caso no era objeto de la Asociación porque la niña era una niña sana y no oncológica, pero la presidenta

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se había enterado por «casualidad» de que los padres, de fuera de Sevilla, solo podían coincidir juntos con suotro hijo dos horas al día y, para ello, alguien tenía que cuidar de la bebé llamada: ESTRELLA.

Si bien, como ya he dicho, esa tarde estaba en la sede de la Asociación por «casualidad», la coordinadora devoluntariado me pidió el favor de cuidar a Estrella al día siguiente. Luego se harían cargo, por turnos, lasvoluntarias del hospital. Fui, la cuidé ese día, y los dos meses y medio siguientes, hasta que a su hermano se leconcedió el alta hospitalaria tras recibir el trasplante con éxito.

Estoy convencida de que las cosas pasan porque tienen que pasar, pero también lo estoy de que se puedeseguir adelante y que para ello nuestros seres queridos nos ayudan desde donde estén enviándonos sus«guiños» o «señales». Es una ayuda inmaterial a la que tenemos que asirnos para no desfallecer en nuestrointento. A veces me pregunto si estaré loca, pero la respuesta no se hace esperar y me contesto: si es así…,¡BENDITA LOCURA!

Mª JOSÉ ROMERO ASPRÓN(abogada y voluntaria de la Asociación de Padres de Niños con Cáncer)

¿RECUERDAS LO DE JORDANIA?

Creo que mi primer momento mágico fue una noche que, poco antes de dormirme, sentí una caricia en la cara.Entonces me pilló desprevenida, no sabía qué pensar, era demasiado pronto para creer que era mi hijo, pero mequedé muy extrañada. Con el tiempo, después de madurarlo y de sentir otros «momentos mágicos», he sabidoque aquello fue verdad, y tuvo que ser él. Pero como ya digo, al ser tan pronto, estuve muy recelosa de si lohabía soñado o no. Y, aunque con el tiempo lo recuerdo como un hecho precioso, entonces no lo valoré tanto.

En otra ocasión, también a punto de quedarme dormida, sentí un abrazo por la espalda. Alrededor de un añodespués de la partida de Guille. Entonces, con los ojos cerrados, pensé que era mi marido. Pero algo me dijoque los abriera, y vi que mi marido estaba a mi derecha con el cuerpo vuelto hacia mí, mientras que el abrazolo había sentido por la espalda. Me emocioné tanto que desperté a mi marido para contárselo. Parecía que, dealguna forma, a Guille le era más fácil venir de noche y darme esos gestos de cariño que tanto bien me hacían.

Recuerdo otra ocasión en que estaba desayunando en la cocina. Siempre bajo antes que mi marido adesayunar porque me gusta leer el periódico con tranquilidad. Entonces sentí unos pasos que bajaban laescalera. Vivimos solos en un chalet. Digo esto porque no podían ser ruidos de otro piso. Entonces, me dirigí ami marido y le pregunté: «¿Ya has bajado?», y no me contestó. No me extrañó mucho que no lo hiciera,porque está un poco sordo. Y seguí con mi periódico. A la media hora bajó mi marido y le pregunté: «¿Hasbajado hace un rato?», y me contestó: «Estaba en la ducha. No, no he bajado». Entonces supe que había sidoGuillermo y se lo dije: «Hace un rato ha bajado Guillermo por la escalera». Él también cree en todo esto, y nossonreímos. Esta vez estaba despierta del todo, y le oí exactamente con la misma fuerza en las escaleras, comoacababa de oír a mi marido bajar.

Podrían ser simples sensaciones, pensará la gente que no cree en todo esto. Además, tampoco tenía testigos.Mi marido me cree siempre, igual que yo creo sus experiencias, pero no podía probarlo ante los ojos y oídos dela gente «normal».

Pero hubo otra ocasión impresionante. Diría que, para mí, la más importante. Los dos lo vimos y, aunque noparece que tenga mucho significado, a mí me pareció que «algo» había hecho «algo» que no era posible.

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Fue el verano pasado. Bajábamos en coche a Aguamarga. Conducía yo, y siempre escucho las noticiasporque mi marido suele dormirse, y así voy entretenida. Estaban hablando de la guerra de Siria y de lapoblación de Alepo. Decían que estaba muriendo mucha gente, pero que lo que lamentaban era la destruccióndel patrimonio histórico. Entonces exclamé: «Tiene narices que con tantos muertos se preocupen delpatrimonio histórico». Entonces, mi marido me dijo: «Sí, porque ALEPO está cerca de Petra, no?». Y yo lecontesté: «No, Alepo está en Siria. Petra está en…, está en…», y no me salía el país. Entonces le dije: «Mira,lo tengo en la punta de la lengua, me va a salir». Miramos la pantalla de la radio y debajo, donde debía ponerCadena Cope o Cadena Dial aparecía: JORDANIA.

Fue increíble. Estábamos pasando por Albacete. No habían hablado de Jordania en la radio y, aunque lohubieran hecho, nunca habría aparecido escrito en la pantalla de la radio del coche. Alucinamos los dos.Estuvo un rato escrito, luego sentí no haber hecho una foto. Fuimos el resto del viaje alucinando, y todavíaseguimos recordándolo a menudo. Muchas veces mi marido me pregunta: «¿Recuerdas lo de JORDANIA?». Ysonreímos.

Para mí ha sido la prueba más increíble de que existe el más allá. Es totalmente imposible que eso sucediera,así que tenía que venir de fuera.

MELI GABALDÓN(voluntaria del Centro de Atención al Duelo Alaia)

LA SONRISA DE DIEGO

La tarde del último adiós a Diego, al salir de la capilla donde se acababa de celebrar la misa por su funeral,Teresa, mi esposa, se derrumba y deshace en desesperación. Por ello llamamos a Pilar, la psicóloga delAtlético de Madrid que ha estado a nuestro lado desde que los acontecimientos comenzaron a precipitarsehacia el desenlace fatal. Pilar se había ido, pero la localizan y regresa junto a Teresa. Yo, desorientado, lasobservo charlar a cierta distancia, desesperado, sin saber qué hacer. Tengo miedo, me siento impotente,aquello me supera; no tengo criterio. No voy a saber cómo consolarles. Jorge, mi hijo mayor, está en uncorrillo arropado por sus amigos y respiro aliviado por él.

Una amiga se acerca sonriendo con lágrimas en los ojos, señalando a lo alto, hacia la noche. Y me preguntaqué veo. Es lo mismo que Pilar le ha preguntado a Teresa, y Teresa ha contestado, sonriendo, que una sonrisa.Distingo claramente esa sonrisa que cuelga sobre el cielo de Madrid. Una sonrisa que recorre y se derramasobre los corrillos próximos, vertiéndose e impregnándolos de esperanza y consuelo; como si de una lluvia dealivio oportuna se tratara. Teresa llora mirando al cielo con la mirada iluminada. Los amigos de Jorge señalanhacia el cielo mientras lo abrazan.

Yo respiro aliviado mientras Jaume saca una fotografía de la luna con el móvil.

PEDRO ALCALÁ(autor del libro La mujer que me escucha)

EL PASEO CON LOLA

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He tenido algunos momentos mágicos en mi vida. El primer recuerdo que tengo es de los siete años, cuando mibuen padre me llevó por primera vez a ver el mar. Fue una especie de revelación que me sobrepasaba. Mipadre me ayudó a mirar. Ya no volví a ser la misma, lo tengo registrado como uno de los momentos más bellosde mi infancia.

En cualquier caso, el que quiero compartir es un momento muy hermoso que recuerdo nítidamente y quesucedió a los pocos días de la muerte de mi hermana.

Lola murió hace catorce años, después de una batalla de siete en la que toda la familia combatió a su lado.Era cinco años mayor que yo, siempre cuidó de mí y su muerte me sumió en una profunda tristeza y unaenorme soledad.

Era, como ya os podéis imaginar, un ser muy especial, una mujer bella y hermosa… Habíamos habladomucho de todo y siempre pensé que llegaríamos juntas a los años de madurez, andando por los caminos denuestra infancia, el pelo blanco, apoyadas en bastones improvisados, alegremente riendo, cómplices comosiempre de nuestros mundos… Pero Lola se fue y yo me quedé para hacer también, como ella me dijo antes demorir, «un poco lo que yo haría».

Tres días después de su muerte tuve que someterme a una prueba médica de cierta importancia. Era un lunesde primeros de octubre, un día espléndido, con esa luz nítida y amplia todavía de septiembre. Llevaba unafalda larga de lino blanca y una camisa del mismo color. Salí de casa sola y tranquila, no sentía ningunainquietud ni por la prueba ni por los resultados. Mientras andaba por el parque boscoso camino del hospital,podéis creerme, caminaba al lado de mi hermana Lola. Con nuestro reír cómplice, sintiendo su amor enorme,segura de que ya nunca se iría, pues ahora estaba en mí como una segunda piel, acompañándome por loscaminos que yo debía transitar en solitario. La prueba fue bien.

CARME SERRET(voluntaria de Acompanya Ca n’Eva y profesora de la UAB)

MAMÁ, NUESTRA RELACIÓN ES ETERNA

Aunque no se suele decir por miedo a que nos consideren locos, la mayoría establecemos una relación nueva yespecial con las personas que queremos muchísimo y están muertas. Están presentes en nuestras vidas y lessolemos hablar con naturalidad, como lo hacíamos antes, y ellos pueden comunicarse con nosotros de milmaneras distintas. Por ejemplo, acudiendo a nuestros sueños. En uno de estos «sueños» pude abrazar a mi hijoy sentir una intensidad de amor tan fuerte, que en nada se diferencia a los abrazos reales.

Los sueños siempre son de gran ayuda. Nos acercan a nuestros anhelos más auténticos, nos hablan denuestras alegrías y temores más profundos, de nuestras emociones menos conscientes… Siempre sonportadores de mensajes, bien de nuestros guías o maestros, bien de nuestro inconsciente. De noche, durmiendo,es posible sanar muchas cosas.

En un sueño que tuve al final de mi primer año de duelo, Ignasi me dijo: «Mamá, nuestra relación es eterna,qué más da que uno esté arriba y el otro abajo, eso ya nos ha sucedido muchas veces, no debería importarte. Enla Tierra coincidimos el tiempo que coincidimos, unas veces te vas antes tú y otras yo, pero no por esodejamos de estar unidos. Nada ni nadie me ha quitado nada, mi vida aquí concluyó al terminar lo que habíavenido a hacer, madrecita». Este sueño marcó un antes y un después en mi duelo, cambió para bien

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muchísimas cosas. No nacemos ni un minuto antes ni morimos un minuto después de lo pactado, todas lasvidas, por cortas que sean, son completas.

Un hijo es un proyecto de vida y sigue siéndolo aunque esté muerto. Las personas que amamos forman partede nosotros siempre. Hay un antes y un después cuando el corazón comprende eso. El miedo empieza adesvanecerse. La vida adquiere nuevas perspectivas, lo vemos todo con otros ojos.

No existen las casualidades; cada persona que conocemos, cada experiencia que vivimos forma parte de unplan perfecto.

Pero no solo en sueños hablo con mi hijo, también lo noto a veces, de forma imprevista en cualquiermomento del día. Recuerdo estar cocinando y notar de repente ese amor profundo e indescriptible que meenvuelve, esa certeza de que él está allí conmigo. En esos momentos no existe nada que se parezca al temor, alcontrario, son momentos de una paz, de una alegría serena inmensa. Cuando se desvanece esa sensación, en micorazón queda una gratitud infinita. Pero no siempre estos momentos son tan trascendentes. Por ejemplo,tumbada en la silla del dentista, con la boca abierta y la luz cegadora en la cara, cierro los ojos y hablo conIgnasi. Porque hablar con él, aunque sea sin palabras, para mí es un bálsamo. En la mayoría de ocasiones soyyo la que inicia una conversación como cualquiera de las que teníamos antes. Nunca le reprocho que se hayaido, para qué, si sé que todos tenemos un tiempo limitado aquí y él no podría volver aunque se lo pidiese. Élestá en sus cosas y yo en las mías, pero nuestros lazos de amor se mantienen firmes. La energía solo setransforma y el amor nunca muere.

Me gusta pensar que las personas que queremos nos las vamos reencontrando en el camino de este viajeeterno, algunas veces coincidimos aquí, en esta realidad, y en otras, en los distintos universos paralelos. Entodas partes contamos con gente que nos quiere. Lo que llamamos muerte en realidad es un cambio de estado,como cuando el agua pasa de líquida a sólida o se convierte en vapor.

MERCÈ CASTRO

LA MIRADA AMOROSA DE MI ESPOSA

La oscuridad del alba nos hacía caminar a tientas, y así tropezábamos con las piedras y pisábamos los charcosde aquella única carretera de acceso al campo. Los guardianes nos conducían a culatazos de sus rifles sin dejaren ningún momento de chillarnos. Los que andaban con los pies llagados se apoyaban en el brazo de su vecino.Apenas se oía una palabra entre nosotros porque el viento helado no propiciaba la conversación. Con la bocaprotegida por el cuello de la chaqueta, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de improviso: «¡Sinuestras mujeres nos vieran ahora! Espero que ellas estén mejor en sus campos y desconozcan nuestrasituación». Sus palabras avivaron en mí el recuerdo de mi esposa.

Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente eluno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestrasmujeres. De vez en cuando levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas, al tiempo que elprimer albor rosáceo de la mañana se dejaba ver tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a laimagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba consu mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En este estado deembriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vezcomprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de

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pensadores y filósofos: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibíen toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanasintentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí como unhombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque solo sea un suspiro de felicidad– si contemplael rostro de su ser querido…

Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una inquietud: no sabía si aún vivía. Sinembargo, ahora estaba convencido de una cosa: el amor trasciende a la persona física del ser amado yencuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Que esté o no presente esapersona, que continúe viva o no, de algún modo pierde su importancia…

VÍKTOR FRANKL(psiquiatra austríaco, autor de El hombre en busca de sentido)

NUESTRA CANCIÓN

Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeresy juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño. Saben que cada alma tiene su propia vibraciónque expresa su particularidad, unicidad y propósito.

Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos losdemás.

Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción. Luego, cuando el niño comienza sueducación, el pueblo se junta y le canta su canción. Cuando se inicia como adulto, la gente se juntanuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción.

Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama y, al igual queen su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición. En esta tribu de África hay otraocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida la persona comete uncrimen o un acto social aberrante, la tribu se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma uncírculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.

La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y el recuerdode su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción, ya no tenemos deseos ni necesidad dehacer nada que pueda dañar a otros. Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidas. Aquellosque te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a losdemás.

Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando tesientes culpable y tu propósito cuando estás confundido. No necesito una garantía firmada para saber que lasangre de mis venas es de la tierra y sopla mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpiami mente como el humo del fuego sagrado.

TOLBA PHANEM(poeta africana)

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Agradecimientos

Doy las gracias en primer lugar a mi hijo Ignasi por haberme elegido como madre yregalarme quince años maravillosos aquí y toda una eternidad de amor.

Agradezco a mis padres la vida y su cariño y a Dios, a los seres de luz y a mi divinapresencia el haberme sostenido en las noches oscuras. Honro a todos mis maestros queson muchos y les agradezco que apuntalaran, cada uno en el tramo necesario, mistrémulos pasos. No hace falta que los nombre; ellos saben quiénes son.

No quiero olvidar a ninguna de las personas que el destino ha traído a mi vida, cadauna de ellas forman parte de mí y las quiero.

Me siento inmensamente agradecida a Jordi Nadal, por ser como es y, sobre todo, porsu cariñosa insistencia. Sin su afable empeño tal vez este libro no existiría. Extiendo migratitud a todo su equipo, Sandra Naharro, Míriam Iglesias, Miguel Salazar, JoséBermúdez, Míriam Malagrida, Nuria Guerri y María Alasia, por su entusiasta dedicacióny por hacerme sentir como en casa. Doy las gracias también, de forma muy especial, aAna María Gassió Subirachs por confiar desde el principio en mis palabras. Y a LinaCaimaris, compañera de isla y de alma.

Agradezco de corazón a las personas que han ofrecido con amor y generosidad sus«momentos mágicos», sus más preciados tesoros a todos los lectores de este libro.

Por último, gracias a mis inmensamente amados Jaume y Lluís, sin ellos me hubiesesido mucho más difícil descubrir la belleza de la vida.

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Su opinión es importante. En futuras ediciones, estaremos encantados de recoger sus comentarios sobre

este libro.

Por favor, háganoslos llegar a través de nuestra web:

www.plataformaeditorial.com

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Dulces destellos de luzCastro Puig, Mercè

9788417002725136 Páginas

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Cuando nos encontramos perdidos en medio de la nada cualquier destello deluz, por fugaz que sea, nos ayuda a subir un peldaño, a respirar hondo, asintonizar con la esperanza, a sentirnos menos solos. En este libro, el lectorencontrará buena parte de los destellos que han iluminado el camino de laautora desde que en 1998 su mundo explotara en mil pedazos al morir su hijoIgnasi. Nadie es el mismo después de la muerte de un ser inmensamente amado.Es imposible ser el de antes, pero sí tenemos la oportunidad de elegir quéqueremos que florezca en nuestra vida: ¿la gratitud por lo vivido o la amargurapor lo que nos parece que hemos perdido? Si escogemos a pesar de todomantener el corazón abierto al amor, si estamos dispuestos a sentir el dolor,pero también la alegría, es muy posible que nuestra existencia adquiera sentidode nuevo. Como señala la autora de estas conmovedoras páginas, "si una sola delas palabras aquí escritas llega y reconforta un corazón herido me sentiréinmensamente agradecida porque, en el fondo, todos somos uno y, cuanto máscariño damos, más recibimos".

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Vive y pásaloBrown JR, H. Jackson

9788415880325240 Páginas

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Personas de 5 a 95 años comparten lo que han descubierto sobre la vida, el amory otras cosas El día que H. Jackson Brown cumplió cincuenta y un años, decidióapuntar algunas de las cosas más importantes que había aprendido en mediosiglo de vida. Disfrutó tanto del ejercicio, que decidió convertirlo en unaactividad semanal. Luego un amigo le copió la idea. Al cabo de un tiempo, másconocidos se unieron al proyecto y comenzaron a entrevistar a niños,adolescentes, jóvenes y personas mayores. El resultado es este libro, unconjunto de perlas de sabiduría provenientes de los más diversos mediossociales, que transmiten aliento y determinación. Hay páginas paraemocionarse, para reír, para recobrar el ánimo y para darse cuenta de lo queverdaderamente vale la pena. Vive y pásalo, que ha estado más de 28 semanasen la lista de libros más vendidos del New York Times, es en definitiva unainvitación a redescubrir nuestras prioridades y a seguir aprendiendo de la vida.

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El cerebro del niño explicado a los padresBilbao, Álvaro

9788416429578296 Páginas

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Cómo ayudar a tu hijo a desarrollar su potencial intelectual y emocional.Durante los seis primeros años de vida el cerebro infantil tiene un potencial queno volverá a tener. Esto no quiere decir que debamos intentar convertir a losniños en pequeños genios, porque además de resultar imposible, un cerebro quese desarrolla bajo presión puede perder por el camino parte de su esencia. Estelibro es un manual práctico que sintetiza los conocimientos que la neurocienciaofrece a los padres y educadores, con el fin de que puedan ayudar a los niños aalcanzar un desarrollo intelectual y emocional pleno. "Indispensable. Unaherramienta fundamental para que los padres conozcan y fomenten undesarrollo cerebral equilibrado y para que los profesionales apoyemos nuestralabor de asesoramiento parental."LUCÍA ZUMÁRRAGA, neuropsicólogainfantil, directora de NeuroPed "Imprescindible. Un libro que ayuda a entendera nuestros hijos y proporciona herramientas prácticas para guiarnos en el granreto de ser padres. Todo con una gran base científica pero explicado de formaamena y accesible."ISHTAR ESPEJO, directora de la Fundación Aladina ymadre de dos niños "Un libro claro, profundo y entrañable que todos los adultosdeberían leer."JAVIER ORTIGOSA PEROCHENA, psicoterapeuta y fundadordel Instituto de Interacción "100% recomendable. El mejor regalo que un padrepuede hacer a sus hijos."ANA AZKOITIA, psicopedagoga, maestra y madre dedos niñas

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ReinventarseAlonso Puig, Dr. Mario

9788415577744192 Páginas

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El Dr. Mario Alonso Puig nos ofrece un mapa con el que conocernos mejor anosotros mismos. Poco a poco irá desvelando el secreto de cómo las personascreamos los ojos a través de los cuales observamos y percibimos el mundo.

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Vivir la vida con sentidoKüppers, Victor

9788415750109246 Páginas

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Este libro pretende hacerte pensar, de forma amena y clara, para ordenar ideas,para priorizar, para ayudarte a tomar decisiones. Con un enfoque muy sencillo,cercano y práctico, este libro te quiere hacer reflexionar sobre la importancia devivir una vida con sentido. Valoramos a las personas por su manera de ser, porsus actitudes, no por sus conocimientos, sus títulos o su experiencia. Todas laspersonas fantásticas tienen una manera de ser fantástica, y todas las personasmediocres tienen una manera de ser mediocre. No nos aprecian por lo quetenemos, nos aprecian por cómo somos. Vivir la vida con sentido te ayudará adarte cuenta de que lo más importante en la vida es que lo más importante sea lomás importante, de la necesidad de centrarnos en luchar y no en llorar, de hacery no de quejarte, de cómo desarrollar la alegría y el entusiasmo, de recuperarvalores como la amabilidad, el agradecimiento, la generosidad, la perseveranciao la integridad. En definitiva, un libro sobre valores, virtudes y actitudes para irpor la vida, porque ser grande es una manera de ser.

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Índice

Portada 2Créditos 3Dedicatoria 4Índice 5Prólogo 6Cuando la realidad se rompe 9Es posible dejar atrás la locura 19Si la envolvemos con cariño, la rabia se desvanece 24De repente la nostalgia lo inunda todo 30El alivio de soltar lastre hasta quedar desnudos 36Reinventarse 40El silencio abre las puertas del alma 51El consuelo de rendirse a la vida 54Del dolor puede nacer algo bonito 64El duelo de los niños 74Acercarse al dolor de los demás 81Momentos mágicos 84Agradecimientos 94Colofón 95

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