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P R E G Ó NDE LA

SEMANA SANTADE LA SIEMPRE NOBLE, LEAL

Y FIDELÍSIMA CIUDAD DE CEUTA

PRONUNCIADOEN EL TEATRO-AUDITORIO DEL REvELLíN

EN LA MAÑANA DEL v DOMINGO DE CUARESMA,18 DE MARZO DEL AÑO DEL SEÑOR DE 2018

Por el Rvdo. P.D. Ignacio Fernández de Navarrete Bedoya

Organizado por el Consejo Diocesano de HH. y CC.de la Ciudad de Ceuta

Impresión y diseño: Papel de Aguas, s.l. Ceuta

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“Lo he glorificado y lo volveré a glorificar.”(Jn. 12, 28)

A mis padres Jaime (+) y María Antonia,que me transmitieron la fe

y me enseñaron a amar la Santa Misa y a la virgen María.

Al Movimiento de Cursillos de Cristiandad,donde el Señor me hizo ver mi vocación sacerdotal.

A la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,que sostiene y alimenta mi espiritualidad.

A la Archidiócesis de Madrid,donde nació, brotó y germinó mi vocación sacerdotal,

y en cuyo Seminario fui formado.

A las Diócesis de Cádiz y de Ceuta-que celebran sendos Jubileos-,

donde fui ordenado diácono y presbítero,y lugar en el que sirvo a Cristo Sacerdote y a su Iglesia.

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INTRODUCCIÓN

¡Qué hermosa eres, Ceuta! Cautivado por tu singular idiosincrasia, me robaste el corazón, me hiciste experimentar –purificada mi alma- cariño único hacia ti. Con razón eres conocida como la Perla del Mediterráneo.

¡Ceuta!: cruce de mares; puente de continentes; españolísima ciudad que se resiste a perder su identidad tan española como católica. ¡Ceuta!: de la que no sabemos si el Mediterráneo se creó para que ella pudiera tener un espejo donde reflejar su belleza, o ella se creó para que el Mediterráneo tuviera una joya de la que enorgullecerse.

¡Ceuta!: dicen que eres crisol de culturas y de religiones; pero más que crisol, eres lugar donde brilla la Cruz de Cristo para todos: esa Cruz desde donde Dios derrama su Amor y su Misericordia; esa Cruz que hoy se pre-gona y se anuncia, y que es bendición y gloria del cristiano; esa Cruz que celebra el Año Jubilar por los seiscientos años de la Diócesis de Ceuta; esa Cruz que acoge a cuantos sienten el peso de su pecado, de su dolor, del su-frimiento; esa Cruz que se alza sobre los siete montes para clamar y gritar que Dios te ama. ¡Siete montes: como si toda Ceuta pregonara ya, con todo su ser, el Monte Calvario!

¡Ceuta!: perla del Mediterráneo que nace en el Monte Hacho, donde el sol comienza a desplegar sus rayos sobre la ermita de san Antonio bendito y sobre la antigua ermita –hoy Parroquia- del valle, el lugar donde la vir-gen María quiso entrar en nuestra tierra, en nuestra Diócesis. Un sol que en el momento álgido llueve su luz sobre Santa María de África, nuestra Ma-dre y Patrona, en cuyo Santuario Ella busca reposar y donde encuentra el cariño de todo ceutí. Un sol que se apaga tras la Mujer Muerta, donde deja entrever el color rojizo de la Sangre de nuestro Señor, como si presagiara ya la noche oscura de la Pasión. ¡De monte a monte –que se disputan ser la columna africana de Hércules-, como si anunciaran el Monte Gólgota, donde se alza la Santa Cruz, columna de nuestra fe!

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In hoc signo vinces, con este signo vencerás…

Hay unas palabras que golpean con unción, como si fueran parte de mi vocación, mi corazón sacerdotal, pronunciadas por aquel Obispo el día de mi ordenación sacerdotal: “La Cruz es el cayado que nos guía por la senda de la verdad, la justicia y el amor”1. Si desde pequeño aprendí que la Cruz es la señal del cristiano porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo, desde entonces ha sido el distintivo de mi vida sacerdotal. La he vivido como una constante purificación, como una caricia de Dios, como la llave que me abre constantemente las puertas del Cielo.

La Cruz ya no es una maldición. La Iglesia bendice siempre en forma de Cruz. Las crónicas nos han dejado esta tradición referida al emperador Constantino. Cuentan que, justo antes de la batalla del Puente Milvio contra Majencio, alzó la vista al cielo, levantó la vista al sol y vio una cruz, y con ella se encontraban las palabras in hoc signo vinces, ¡con este signo vencerás!

“Allí podrás conocer cuán mortales fueron tus heridas –nos enseña, cada martes, cada trece de junio, desde su ermita del Monte Hacho san Antonio bendito-, [esas heridas] que no han podido ser curadas con ninguna medicina, sino con la sangre del Hijo de Dios. Si lo miras bien, podrás conocer allí cuánta es tu dignidad, cuánta tu excelencia, ya que pagó por ti un precio tan incalculable. En ninguna parte puede el hombre comprender su dignidad mejor que en el espejo de la Cruz.”2

1.- Mons. Antonio Ceballos Atienza: Hom. de 13 de septiembre de 2003.

2.- San Antonio de Padua: “Sermones dominicales y festivos” (hom. “Invención de la Santa Cruz”, n. 7), Murcia, Publicaciones Instituto Teológico OFM, 2015, pg. 1358.

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SALUTACIÓN, AGRADECIMIENTOS Y PRESENTACIÓN

Excelentísimo e Ilustrísimo Señor vicario General de la Diócesis de Ceuta;Excelentísimo Señor Delegado del Gobierno de la Nación española;Excelentísimo Señor Alcalde Presidente de la Ciudad de Ceuta;Excelentísimo Señor Comandante General;

Señora Presidente, Mesa Permanente y Pleno del Consejo deHermandades y Cofradías de la Ciudad Obispado de Ceuta;señoras, señores, hermanos todos.

Me presento lleno de miedo para una tarea que me supera por los cua-tro costados: pregonar la Semana Santa ceutí. Doy las gracias al Pleno del Consejo y a Encarnación, su presidente, por escogerme para esta enco-mienda. Agradezco al Padre Francisco por su atrevimiento al pensar en mí. vengo como sacerdote de Jesucristo a pregonar –espero que a gusto de todos- la Semana Santa ceutí. Desde este atril no puedo dejar de lado mi ser sacerdote: dejadme, pues así lo han visto conveniente, que os haga contemplar a Cristo crucificado a mi estilo, con todos los peligros que tiene el pregón de un ministro de Jesucristo. Y doy las gracias a Juan Antonio, buen amigo -¡gran amigo!, diría yo- además de presentador de esta pobre figura, y compañero de caminar en el Movimiento de Cursillos de Cris-tiandad. De verdad, ¡muchas gracias, hermano! Y cuento, hermano cofra-de, con tu benevolencia; sólo deseo y espero ayudarte a meterte en estos sagrados misterios de la Pasión que mostramos con dignidad y unción a través de nuestros titulares.

Mi vida cofrade es muy corta. Siempre ha habido en mi sangre –en la parte gaditana que le toca- esa admiración por la fe hecha arte, imagen y sentimiento. Pero no he crecido metido entre aquellas cunas de nuestra Madre que mecían sus más enamorados hijos, palios de nuestra Señora y calvarios que, a hombros de cargadores, eran acariciados con sus hombros y arrullados con sentimientos de amor por las calles de la Isla de León. No soy pregonero, poeta ni escritor; solamente soy –por el Bautismo y el Orden Sacerdotal- Cristo Sacerdote, y quizás eso basta para pregonar su Pasión y Muerte, para anunciar su Resurrección gloriosa, en este corazón de África que es Ceuta.

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Ya ministro de Jesucristo, el mundo cofrade comenzó a ocupar mi co-razón sacerdotal: el Silencio de la Línea de la Concepción, con Enrique Espinosa a la cabeza; y ya en la Isla de León, Desamparados (de la mano de los Pérez Aragón, que como a uno más de su familia me han acogido desde mis años de juventud), Columna, Servitas, Soledad, Nazareno, Me-dinaceli…, sin olvidar al Santo Patriarca San José, patrón de la Ciudad de San Fernando, Real villa de la Isla de León; nuestra Señora del Carmen, Patrona de la Armada y de tan gloriosa Ciudad; grandes figuras tan ecle-siales como cofrades (Manolo Muñoz Jordán y Florencio Collantes Pérez, conocido cariñosamente como Tito Collantes); Oliva y David, Juan Ignacio Guerrero, Manolo valle y su familia… ¡Tantos nombres y personas que vie-nen a mi corazón y que quisiera hacer presente…! Puedo decir que estoy aquí, en este atril para pregonar, gracias, al menos en parte, a ellos.

Pero perdonad este desvarío de mi corazón; Ceuta espera ver prego-nada su gran semana, ¡su Semana Santa!, que como poema doloroso, como versos de amor, habla al corazón de cuantos nos sentimos ahora tan caba-llas como sus mejores hijos.

AÑO JUBILAR: 600º ANIVERSARIO DE LA DIÓCESIS DE CEUTA

Esta Semana Santa se enmarca este año en la celebración del sexto cen-tenario de nuestra Diócesis Septense. El 4 de abril de 1418, el Papa Martín v enviará una bula a Portugal para que se estudie la posibilidad de crear una diócesis en Ceuta; el fruto de ello será la venida de fray Amaro de Au-rillac como primer Obispo de la Diócesis de Ceuta en 1421. Pero así como la Historia tiene una Prehistoria, la Historia de nuestra Diócesis de Ceuta también la tiene; y de ella quisiera destacar dos acontecimientos que, a mi parecer, conforman como dos pilares importantes de nuestra Iglesia local.

En primer lugar, el martirio de San Daniel y compañeros, que es el martirio de Cristo a lo largo de la Historia. Ellos dieron la vida por decir la verdad. Su martirio significa mostrar que, frente a falsos profetas que inventan un dios a su medida para justificar su intolerancia, la Verdad no se impone: se propone. Este martirio es una llamada a la Iglesia de Ceuta: una misión de dar la vida por la verdad; una misión de ser faro y luz de Dios en medio de la oscuridad. En estos días vivimos, según expresión del papa Benedicto XvI, en la cultura relativista: yo elijo mi modo de amar,

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yo me construyo mi verdad. Y en nombre de ese relativismo, se permite todo, se tolera cualquier cosa, excepto la fe cristiana, la verdad y el Amor que Cristo nos enseña en la Cruz. Es lo que contemplamos en esta Semana Santa, en cada Semana Santa, con la Pasión de nuestro Señor: a la cerra-zón de ciertos religiosos sacerdotes y laicos, se unen la indiferencia de los paganos (de Pilato) y la mayoría que prefiere a Barrabás. San Daniel y sus compañeros no dudaron en proclamar –y sin violencia, sino con la fuerza del Amor- que Cristo es la única verdad.

En segundo lugar, la venida de la virgen del valle. Cuenta la Historia que, conquistada Ceuta en 1415, el 21 de agosto Juan I de Portugal –con San Nuño de Santa María entre otros- entra por las puertas de la Cortadura del valle, donde una mezquita se convertiría en la ermita del valle. Allí, el 25 de agosto es trasladada la imagen de la virgen del valle y se celebra Misa. No hay evangelización sin María virgen, aquella que sostuvo a la primera comunidad cristiana, a aquella Iglesia naciente, en la oración.

De Ella afirma el Evangelio que “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”3. “María, además de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la con-templación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación.”4 Y quizás sea éste nuestro drama: vivimos demasiado hacia afuera, pero no hacia adentro; vivimos de cultos externos, pero no de cul-tos internos; vivimos hacia el exterior, pero nos falta vida interior, nos falta silencio sagrado y oración. Hermano cofrade, éste es mi deseo: que vivas la Semana Santa de Ceuta como Ella para que guardes en tu corazón los acontecimientos que celebramos y hacemos presentes por la Sagrada Li-turgia, y que mostramos al mundo por medio de nuestros titulares. Espero –ojalá que así sea- poder ayudarte a remover tu corazón y a convertirte a ese modo tan singular, tan único, tan doloroso con frecuencia, que tiene Dios para hacer las cosas.

3.- Lc. 2, 19; 2, 51.

4.- San Juan Pablo II: Hom. de 3 de mayo de 2003, n. 1, en Cuatro Vientos, Madrid.

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EL TRASLADO DE NUESTRO PADRE JESÚS ATADO Y RESCATADO

Y así como la Historia de nuestra Diócesis tiene una prehistoria, la Se-mana grande de nuestra Iglesia tiene un pórtico: el traslado de Nuestro Pa-dre Jesús Cautivo y Rescatado y de María Santísima de los Dolores des-de la iglesia de San Ildefonso, en el Príncipe, hasta su casa de Hermandad. Perdonad si recurro a mis recuerdos. Yo mismo pude vivir este traslado en el año 2003, con don Antonio Ceballos. Creo que fue un 12 de abril, y yo me encontraba recién ordenado diácono. Me dio por pensar que aquello sería como aquel primer Via Crucis de la Historia: Jesucristo preso, llevado al cadalso, rodeado de gente que simplemente pasaba, siempre acompañado muy de cerca por su Madre. Pensaba que aquel primer Camino de la Cruz sería para muchos más una tragedia que hay que contemplar curioso antes que una vida que hay que hacer carne. Y comencé a entender el drama de Cristo, el dolor de Jesús, por Jerusalén…

Éste es el Señor de Ceuta: Cautivo, atado, a expensas de nuestra liber-tad, una libertad que a menudo usamos como excusa para nuestra me-diocridad, nuestra tibieza, para justificar una vida de fe aburguesada, una vida que se limita a no hacer nada malo, pero a la vez incapaz de un acto heroico de amor. ¡Éste es el Señor de Ceuta!

La iglesia de San Ildefonso es un hervidero de fieles. Y el barrio del Príncipe se va a trocar, por unos momentos, en el corazón de nuestra Igle-sia. Y ya en la Casa de Hermandad, los Jardines de la Argentina se van a convertir en los primeros testigos –testigos mudos- de la Semana Santa ceutí. Será como el prolegómeno de una estación de penitencia que toda Ceuta desea realizar en su Semana mayor. Comienza así para el pueblo septense la gran Semana de la Pascua del Señor.

EL DOMIGO DE RAMOS

Amanece ya el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Santa María de África se viste de gala; nuestra Madre y Patrona va a dar comienzo a la Semana Santa: de su Casa saldrá aquella procesión de Ramos, camino de la Santa Iglesia Catedral Septense. Es la primera procesión de la Semana Santa; es esa procesión de la Iglesia Universal, presente en la Iglesia de Ceuta. Es la Liturgia, la mejor catequesis para el Pueblo de Dios gracias a esos signos sagrados que hacen presente de modo real los Sagrados Mis-

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terios que admiramos en nuestros titulares, en esas verdaderas catequesis para todo el pueblo que suscitan su devoción y piedad, y que remueven nuestros corazones y sentimientos.

Mientras tanto, la capilla de San Bernabé es un hervidero de nervios, de nervios de amores. El Dulce Nombre de Jesús está ya preparado para salir, listo para realizar su Entrada Triunfal en Jerusalén. ¿Triunfal quien se dirige a la Muerte? Sí, Triunfal, porque triunfa el Amor sobre el odio. va a cumplir la voluntad de Aquel que le ha enviado; va a llevar a cabo su obra de Amor: la Obra de la Redención.

¿Sabes que con el Dulce Nombre de Jesús comenzó mi vida cofrade en Ceuta? Quizás recuerdas aquel 21 de septiembre de 2013, sábado, aque-lla salida extraordinaria. Y yo estaba allí, recién desembarcado en Ceu-ta. Y también allí estaba Fernando Sotomayor, que me acompañó hasta la Avenida de Otero. Con él –si es que se puede decir así- comencé mi vida cofrade entre vosotros. Una jornada que yo no olvidaré, como tampoco él olvidará, aunque cada uno por razones distintas… Más tarde supe que la sede donde era llevado no era otro sino el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Señor de África.

Esta triunfal entrada se tinta de drama con la Oración en el Huerto de Nuestro Señor Jesucristo. La Madre de Dios de la Palma –signo del marti-rio- anuncia el Santo Sacrificio de su Sagrado Hijo en el Altar del Calvario. Ahí se encuentra el triunfo glorioso de nuestro Señor; ahí es donde derra-ma el bálsamo de su Amor. ¡Hermanos cofrades, os invito a lo que un día me pidió quien me confirió el Orden sagrado del diaconado: “subamos con Jesús a Jerusalén, con la fuerza y la sabiduría de la Cruz”5!

Y COMIENZA LA SEMANA SANTA…

“Ahí tenéis al Hombre”, dirá Pilato después de pasearlo maniatado, ca-llado, sereno, cuando se encuentra ante el populacho que va a condenarlo; “¡aquí tenéis al Señor de Ceuta!”, majestuoso, con cara de Rey impertérri-to. Aquí tenéis al Señor de Ceuta, que sale ya glorioso, porque en el Cauti-vo no hay derrota, no hay fracaso, no hay desamor; ¡ahí comienza el drama del Amor de Dios!, un Amor que sabe a eternidad, que sabe a gloria… No

5.- Mons. Antonio Ceballos Atienza: Hom. de 23 de marzo de 2003.

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es el Jesús que convertía el agua en vino en la boda de Caná, que devolvía la vista a los ciegos, que hacía caminar a los paralíticos, que curaba a tantos de sus enfermedades; ya no es el Cristo que daba de comer a la muche-dumbre hambrienta; ya no es el Cristo que resucita a su amigo Lázaro, al hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo. Ahora es Jesús Cautivo: el autor de la libertad se encuentra atado, condenado, insultado, escupido, ridicu-lizado… Parece no ser ya ni la sombra de lo que fue.

“Ahí tenéis al Hombre”, dirá Pilato. Y tras un forcejeo con la masa, ésta prefiere a Barrabás, un salteador. Y hoy, ¿a quién prefieres? Me dirás que a Jesús. Pero escoges a Barrabás. A menudo preferimos hacer justicia por medio de la violencia y de la fuerza. Ya han pasado las épocas en que la violencia era física; ¡cuánto perdón ha pedido la Iglesia por ello! Pero hay otra violencia que, por ser menos física, es más peligrosa y sibilina, que es la violencia de la palabra, y a menudo con la palabra escrita, porque, como dijo aquel -¿lo recuerdas?- “lo escrito, escrito está”, ¿verdad? Lo propio del diablo es acusar; la grandeza del cristiano está en perdonar y en excusar –como Cristo desde la Cruz-, y esto siempre, siempre, siempre…, hasta siete veces siete, y en saber que no siempre tenemos toda la razón,. En los momentos en que nuestras manos parecen atadas por la sinrazón de nuestros pecados, éstos nos llevarán a dejar constancia de nuestra ira más que de nuestra misericordia. A menudo nos gusta hablar y escribir más de la cuenta, y abrir aún más las heridas. Y por ello debemos pedir perdón, o rendir cuentas a Dios…

Soltado Barrabás, y ya condenado a muerte, Jesús fue entregado para ser azotado. Nuestro Padre Jesús de la Flagelación, condenado por los su-yos, sirve de azote para extraños. Jesús calla; no se defiende; así es, y no de otra manera, la Santísima Caridad de Cristo. Él sufre la primera expresión de cobardía y de odio: Pilato se deja llevar por la mayoría que no entra en razones, sorda a la verdad, que busca justicia al modo de los hombres, no de Dios. En realidad, Pilato no hizo nada malo; pero por no hacer, incluso fue incapaz de un acto de amor, un acto de lealtad a su conciencia. Es el momento de elegir: o la Cruz, o la mayoría; o Cristo azotado, o mi honra y mi imagen. ¡Y cuántos vivimos de la imagen, de la opinión de la mayo-ría…! Y tú y yo estamos azotando a la Iglesia, prefiriendo nuestra honra a la honra de quienes hacen de cabeza en ella; deshonrando a quienes son nuestros guías y pastores; usando la justicia de los hombres: “yo le quiero, pero bien lejos, humillado y derrotado…” Preferimos la justicia de los hombres

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y el viento de la mayoría a la justicia de Dios que nos muestra en la Cruz; preferimos condenar a quienes –según tu anodina opinión- no dan la talla que vivir la misericordia que se derrama desde el Calvario ante nuestra mediocridad personal...

Condenado por su propio Pueblo, sirve de burla y de escarnio para los de fuera. Sentado con tanta serena gravedad como elegancia, con Humil-dad y Paciencia lleva Jesús la condena y los azotes, la corona de espinas y la vara de mando que, puesta para burla, afirman la gran verdad: Él es Rey; y su trono, aquí en la tierra, es la Santa Cruz. Ahí se encuentra el pa-tíbulo que servirá para nuestro Juicio personal, para el Juicio final. Todas las almas que se dan a Dios por entero, se ríen de la muerte y anhelan el Juicio. ¿Y por qué? Porque para ellos –para ti, que buscas a Dios- la muerte es una liberación y el Juicio es la hora de la recompensa. Así, cuando lo que está en juego es la eternidad, ¿qué importa lo que tú y yo suframos en esta vida?, ¿qué importa si tu vida pasa oculta?, ¿qué importa si eres persegui-do por ser cristiano?

Jesús, si tú no quieres honra, yo ¿para qué la quiero? Y tú, Señora, ane-gada de Penas en tu Inmaculado Corazón, acompañas a tu Hijo hasta el cadalso: si Él no quiere la gloria de los hombres, tú ¿para qué la necesitas? Es el triunfo del Amor y de la Gloria frente a la venganza de los hombres por los pecados ajenos; es la Justicia amabilísima de la Cruz frente a la jus-ticia crudelísima de los hombres, como dirá aquel gaditanísimo poeta con esa alma católica que también impregna nuestra Ciudad de Ceuta:

“¡Bendito seas, Señor,por tu infinita bondad;porque pones con amorsobre espinas de dolorrosas de conformidad! […]¿Qué me importa verme heridosi es mi Dios el que me hiere?Yo no me quejo, Señor;yo sé que es goce el dolorsi se sufre por amar,y el padecer es gozarsi se padece de amor.

Yo quiero sufrir, Señor;quiero por amor gozarla dulzura del dolor;quiero hacer mi vida altarde un sacrificio de amor.

[…]

Tú sólo, Dios y Señor,Tú, que por amor me hieres;Tú, que con inmenso amor,pruebas con mayor dolora las almas que más quieres,

[…]

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Por eso, Dios y Señor,porque por amor me hieres,porque con inmenso amorpruebas con mayor dolora la almas que más quieres;[…]¡bendita sea, Señor, lamano con que me hieres!”6

La Semana Santa caballa tiene un día que, si no es el corazón de esta se-mana, está en el corazón de nuestras almas: el Martes Santo, el Encuentro. Es el Señor de África que, cargando con su Cruz, se dispone a realizar el úl-timo Sacrificio; y su Madre, llena de Esperanza en Dios Padre, está con Él. Jesús acaba de ser condenado por los sacerdotes, y los romanos van a eje-cutar la sentencia. Le cargan con su Cruz. “Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su Cruz, y sígame”. Comienza la vorágine de violencia. La turba –curiosa- se arremolina en torno a este espectáculo. Para ella no es más que un blasfemo, un criminal contra Dios; es uno más entre tantos…

“Por ir a tu lado a vertemi más leal compañera,me hice novio de la muerte,la estreché con lazo fuertey su amor fue mi ¡Bandera!”

¿¡Quién no conoce aquellos versos del Novio de la muerte!? Así es Nuestro Padre Jesús Nazareno: abraza, camino de la Muerte, con inmerso amor, con serena devoción, su Cruz –su más leal compañera donde dará a luz la Iglesia- y carga con ella. Para nosotros, en el camino de la vida la Cruz también se convertirá, queramos o no, en leal compañera. Y es Jesús Nazareno quien te dice al oído:

“- Sígueme a la sombra de la Cruz, de mi Cruz –de este leño seco, que Yo con-vertiré en verde-, de ese leño verde que es signo de Esperanza…”

Y al sonar las notas del Novio de la Muerte, ¿!quién no echa la vista –con emoción y lágrimas- al dintel de nuestra Casa común, el Santuario de nuestra Madre y Patrona, para contemplar cómo sale, casi al caer la tarde,

6.- José María Pemán Pemartín: “Resignación”.

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nuestro Padre Jesús Nazareno!? Cruz y Carne se abrazan de tal modo que se hacen una sola cosa, cuales esposos enamorados. Y la Madre, luchando contra toda crueldad curiosa y asesina, busca a su Hijo. Y Jesús busca a su Madre, para darle una palabra de aliento, de serenidad, de Esperanza.

Y en el Camino del Calvario –cuenta la Tradición- ambos se encuentran: Corazón de Madre y Corazón de Hijo. Y en ese baile de amores, Jesús mira a María, María mira a Jesús: sus miradas se encuentran, “y cada corazón vierte en el otro su propio dolor”7.

“-Dime, Madre, ¿por qué ha salido para buscar a tu Hijo?; ¿por qué añadir más dolor a tu dolor? ¿Qué buscas cuando buscas a tu Hijo maltratado, insultado, escupido, condenado, despreciado, atado, burlado?

-Hijo mío, porque Él no tenía quien le consolara. ¿Me quieres acompañar?”

Y de esta manera, la tarde se hace noche, el ocaso se torna triste, el cre-púsculo se convierte en oscuridad; y cuando suenen ese batir de los tambo-res y esas voces viriles con que canta la Legión, nuestro silencio y nuestras lágrimas se hacen oración; y nuestro presente se convierte en fuente de Esperanza; y nuestras vidas, en senderos de amor; y nuestras cruces, en caminos de santidad.

Y yo, pobre pregonero, te pido, Madre de la Esperanza, Arca de la Alianza, Medianera y Tesoro de todas las gracias, que tengas piedad de mí y salgas a mi encuentro aunque yo no te busque; y que me busques y me encuentres, y que me hables y me cojas en tus brazos de Madre, y que me guíes por el camino de tu Hijo, que es el Camino de la Cruz, y que me lleves hasta Él... Y que yo te quiera, y que te busque, y que te encuentre…, ¡que también soy tu hijo…!

Y uno recuerda tantos encuentros llenos de fraternal alegría, en la calle velarde, donde todo es hermandad que Jesús nos dona como fruto de la Cruz. Allí nuestros titulares –nuestro Padre Jesús Nazareno, el Señor de África; Sacratísima virgen de la Esperanza- parecen derretirse en amores: pasan por su casa, por aquella familia, los Fernández –es de bien nacido ser agradecido-, que tanto hicieron por la Hermandad. Como aquel Her-mano Mayor eterno, Julio Llerena, con quien comenzó quien os pregona a acompañar tan gran Encuentro. No quisiera seguir sin reconocer su labor de años en el Encuentro.

7.- San Josemaría Escrivá de Balaguer Albás: “Via crucis”, IV estación.

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Pero volvamos a nuestro Encuentro. ¿Dónde están, cofrade, esos en-cuentros con nuestro Padre Jesús Nazareno, Señor de África, y con la vir-gen de la Esperanza: encuentros tan llenos de fe, de cariño filial, de huma-na y sobrenatural esperanza; esas miradas divinas y maternales de amor que has buscado tantas veces con tus lágrimas?

“…Y llegarán, como siempre, por caminos alternos.Será toda Ceuta un clamor y un mismo grito.Él, nuestro Dios, el que va camino del Calvariopara morir por nosotros, mirará frente a frenteel rostro de su Madre, saldrá a su Encuentro para,antes de padecer por nuestras faltas,tener un último aliento de Esperanza…”8

¡Pero déjala sola, cofrade, déjala!; ¡que está hablando con su Hijo Sacra-tísimo! ¡Déjala sola, que lo necesita!, que quiere ese momento de intimidad para hablar con Jesús Nazareno; deja que su alma derrame todo su dolor en el dolor del Hijo de sus entrañas. Y tú y yo podremos preguntarle: “¿De qué hablas, María, con Jesús, que no hayas hablado ya, que debas dejar para este último momento?” Un diálogo amargo, sereno, con esa voz quebrada por el dolor, cargado también de silencios que dicen todo, casi trágico si no es porque Dios no se queda con nada, sino que da en la medida en que le demos; un diálogo íntimo al que nadie tiene derecho a entrar, que solo entienden Madre e Hijo:

“-¿Adónde vas, Hijo mío, pudiendo evitarte, pudiendo evitarme, tan amargo dolor? ¿Qué hago con mi Corazón partido de dolor? ¿Qué quieres de mí, que tan gran tormento me das? ¿Qué buscas con que yo te acompañe hasta el Santo Sacri-ficio, y me hagas en tus tormentos tu más leal compañera del alma?

-Voy al Calvario. ¿Acaso no sabías ya que yo debía estar en la casa de mi Padre?, ¿acaso no te dije en aquella ocasión que yo debía estar en las cosas de mi Padre? Y tu Corazón Inmaculado, siempre con mi Sagrado Corazón: comunión de amores, unidos en destino de amor, unidos por la Cruz, unidos en el Calvario. Esta es tu misión, Madre: acompañarme. La Cruz es la llave de mi Reino. ¿Lo entiendes, Madre?

8.- Tomado de “Cruz de guía”, 2014, pg. 67.

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-¡Ánimo, Hijo mío!: adelante, que Dios sabe más y no te abandona. Éste es el Cáliz que Él te da para beber: no lo rechaces, que de ello dependen tantas cosas grandes… Ánimo, que ésta es tu misión; que para esto has venido… Yo siempre estoy contigo.

-Lo sé, Madre. En el Cielo nos vemos.”

Y mudos los dos, se diría que cada uno sigue su camino; pero no es así: el Camino de la Sacratísima virgen de la Esperanza es el Camino de la Cruz. ¿Hay esperanza en la Cruz? No; ¡la Cruz es la Esperanza! ¿Acaso no tenía compasión Cristo de la gente que andaba como ovejas sin pastor? Ahora Él es el Pastor de nuestras almas, que guía con el cayado de la Cruz hasta las verdes praderas, donde prepara un banquete: la Sagrada Eucaristía.

Y de nuestro encuentro con la Cruz, surgen estas palabras: “no pierdas ninguna de las espinas que encuentres cada día; ¡con una de ellas puedes salvar un alma...!; ¡si supieras cuánto es ofendido Dios!; ¡qué bien hecha está tu alma para consolarle...!; ámale hasta la locura por todos los que no le aman, y no rechaces la Cruz, que es camino que Dios ha escogido para ti, para que le muestres tu amor...”

Pero la Cruz pesa. Nuestro Padre Jesús Caído, atado y flagelado, odia-do e insultado, condenado en vez de Barrabás, escupido e ignorado, ¡cómo no iba a caer, camino del Calvario, con el peso de toda la maldad! Ésta es la experiencia de toda persona: la de no poder ni con la propia alma. Y el corazón de su Madre se anega de amargura y de dolor.

Así es, a la debilidad del cuerpo se une la amargura del alma, y ambos han hecho que Jesús caiga, y no una, sino hasta tres veces. El Corazón amabilísimo de María virgen se deshace en lágrimas de dolor, en lágrimas de humana impotencia, en lágrimas que purifican el corazón derretido de piedad. Su Inmaculado Corazón se deshace en tormentos de Amor. Y sólo el amor de Madre le levanta del suelo: es el único consuelo espiritual, e incluso físico, que tiene en ese momento. Sólo la fuerza del amor levanta al Caído.

Así llega al Calvario: extenuado, casi sin aliento. Atado, ¡clavado!, en la Cruz, exhala su último aliento en el momento en que los corderos son sacrificados para la Cena pascual: “Inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Es el Santísimo Cristo de la Expiración que, fruto del Amor que colma el Corazón de su Madre, nos da su aliento. Cristo expira su espíritu, el Espí-

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ritu de Dios; Espíritu de Dios, ¡Espíritu Santo!, que es fruto de la Cruz. No hay vida sin muerte; no hay Pentecostés sin Cruz; no hay Rocío del Cielo sin Pasión.

Las aguas de la muerte se convierten en el rocío de la aurora. vida y Muerte se funden y se hacen una, como dijo aquel poeta lleno de senti-miento y de lágrimas:

“Yo no seré yo, muerte,hasta que tú te unas con mi viday me completes así todo;hasta que mi mitad de luz se cierrecon mi mitad de sombra—y sea yo equilibrio eternoen la mente del mundo:unas veces, mi medio yo, radiante;otras, mi otro medio yo, en olvido—.Yo no seré yo, muerte,hasta que tú, en tu turno, vistasde huesos pálidos mi alma.”9

Éste es el camino del Amor que la virgen escogió desde el momento de la Anunciación. Dios ha expirado; Cristo ha muerto. Ha dado su vida hasta el final, “con humildad y paciencia, sin reservarse nada”10. A los pies de la Cruz, Jesús con el costado ya abierto por aquel soldado que la Tradición llama Longinos, con el costado abierto de donde su Sangre es derramada, está su Madre –Amor infinito- con el discípulo amado. La Virgen del Amor bebe del torrente que sale del costado abierto: ríos de Amor, de Misericor-dia y de compasión ante tantos que deambulan sin pastor, sin el báculo de la Cruz. Dios expira, y derrama el don del Espíritu Santo y exhala y sopla el Espíritu de su Amor.

“La Cruz es el cayado que nos guía por la senda de la verdad, la justicia y el amor.”

Y continúa el Santísimo Cristo de la Encrucijada el drama de la Cruz en ese encuentro de caminos, tantos como personas que se reúnen a con-templar (quizás como curiosos, quizás como discípulos ocultos por el mie-

9.- Juan Ramón Jiménez: “Cénit”.10.-San Josemaría Escrivá de Balaguer Albás: “Via Crucis”, XII estación.

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do), sin darse cuenta de que Él, de que la Cruz, -¡de que Él con la Cruz!- es el verdadero y único Camino. Nadie hay sin Cruz; y si huyes de ella, si reniegas de ella, si te rebelas contra ella, te encontrarás -¡oh desgraciado!- con otra mayor que te pesará -¡te hundirá!- todavía más... Nos cuesta re-conocer que nuestro camino no es simplemente el de ser buenos, sino el de ser santos: el de identificarnos con Cristo crucificado, imagen del Amor de Dios.

Y en las encrucijadas de las almas llenas de oscuridad, de las almas atormentadas por el sufrimiento, por la soledad, por la injusticia, por la pobreza; en las encrucijadas de los corazones ensangrentados y heridos por el dolor, la incomprensión; en las encrucijadas del deber oculto, del amor guardado e invisible: ¡allí estás Tú, Jesús mío, allí estás Tú!

Y vivimos, como María Santísima, en la encrucijada de los caminos del mundo para decir: “¡Ahí está Jesús!; ¡ahí está el camino que lleva a la vida!” Y Ella, que es el Camino escogido por el Cielo para venir al mundo, es la que ahora muestra el Camino que lleva al Cielo. ¡Si Dios vino por María, a Dios siempre se va por María…! “¡Y tú, Jesús, que vienes a las encrucijadas de las almas pobres y atormentadas, desviadas y perdidas, quita el velo de nuestros ojos para que podamos verte…!” ¡Cuántas lágrimas has costado a nuestra Madre del Cielo, viéndote errar tu camino! Has preferido salud, dinero, quedar bien, honra, gloria, no ser pisoteado; has querido huir de la Cruz, vivir sin Cruz; has buscado desertar del sufrimiento que te salva, que te habla al corazón con palabras divinas, con palabras de amor que saben a eternidad…

“¡Salid y pisadlo!”, gritaba aquel sacerdote, en aquel cruce -¡en aquella encrucijada de caminos!-; y ante las lágrimas de quienes contemplaban la escena, nosotros nos deshacemos, arrodillados, en devoción y sentimientos.

“La Cruz es el cayado que nos guía por la senda de la verdad, la justicia y el amor.”

Pero Jesús crucificado, muerto, no aparece retorcido de dolor, de ra-bia, de venganza; no aparece como si quisiera rebelarse contra la volun-tad del Padre, contra lo que le hemos hecho nosotros. Es una muerte serena, una Buena Muerte. Cristo de la Buena Muerte no busca ven-ganza; rezuma Amor, entrega,…; rezuma dolor, el Mayor Dolor. Pero es el Mayor Dolor del mayor Amor. Los siete dolores de nuestra Señora se encuentran a flor de piel: Ella sí que es escapulario y altar de dolores. La

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espada de dolor ha sido clavada hasta el final. Ambos –Madre e Hijo- han bebido el Cáliz hasta las heces.

Los dolores, aquellos siete Dolores que habrás meditado tantas veces, los dolores de toda su vida han preparado a la virgen del Mayor Dolor para este momento; ningún dolor es casual; cada dolor es parte del Plan providente de Dios, que ha querido conducir así a su Santa Madre hasta el Monte Calvario. Y se escuchan aquellas palabras, se oye aquel quejido ante la ausencia de amor sensible, ante la falta de amor a la Santa Cruz: “¡vo-sotros, los que pasáis, mirad y ved si hay dolor como mi dolor!”11; “busqué compasión, y no la hubo; consuelos, y nos los encontré…”12

“¡Cristo de la Buena Muerte, el de la faz amorosa,tronchada como una rosa,sobre el blanco de tu cuerpo inerteque en el madero reposa!¿Quién pudo de tal maneradarte esta noble y severamajestad llena de calma?[…]Por eso a tus pies postrado;por tus dolores heridode un dolor desconsolado;ante tu imagen vencidoy ante tu Cruz humillado,siento unas ansias fogosasde abrazarte y bendecirte,y ante tus plantas piadosas,quiero decirte mil cosasque no sé cómo decirte…”13

Despojado de sus vestidos (recuerda aquellas palabras: “desnudo salí del vientre de mi madre; denudo volveré allá”14), clavado en la Cruz, muerto

11.- Lam. 1, 12.12.- Sal. 69 [68], 20.13.- José María Pemán Pemartín: “Ante el Cristo de la Buena Muerte”.14.- Jb. 1, 21.

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como Rey y Señor en el Trono de la Gloria, el Cuerpo de Jesucristo se ha convertido en un retablo de dolores, en un retablo de Amor. Sólo te queda deshacerte en dolor de corazón, en dolor de amor que quisiera reparar tu mal; y así convertir tu cruz, cual buen ladrón, en petición de perdón, en misericordias divinas y en puerta de salvación. Y así poner tantas astillas que hieren tu vida en el Altar del Sacrificio, para que Dios las convierta en la Santa Cruz, y tus dolores sean sus dolores; y tus anhelos de santidad, esas caricias que Él derrama sobre ti.

Cuando queremos adornar nuestros pasos, Dios se desnuda; cuando admiramos las novedades en nuestros titulares, Dios nos lleva sin más abalorio que la misericordia que derrocha y derrama de sus llagas abiertas; cuando cargamos de riquezas nuestras salidas procesionales, el adorno de Dios es la sólita desnudez, el despojamiento, la pobreza con que nació en Belén. Su única joya es un palo desnudo, son esas espinas y esos clavos en-sangrentados con su preciosísimo Amor. Y nuestro adorno son esas flores de amor, esas flores que son oraciones que elevamos, dolorosos, a nuestro Señor crucificado.

“La Cruz es el cayado que nos guía por la senda de la verdad, la justicia y el amor.”

Ésa es la verdadera Cruz, la Vera Cruz. Es en esa vera Cruz donde, “con ademán de Sacerdote eterno, abre sus brazos a la humanidad entera”15. Ha bebi-do el Cáliz hasta las heces16. El Santo Sacrificio llega a su culmen: el Señor, desnudo y sin nada, llega al mayor desamparo. A sus pies se encuentra, también en Mayor Desamparo, su Madre…

Y resuena en tu corazón: In hoc signo vinces!; ¡con este signo vencerás! Es el momento de abrir tus brazos, y abrazar tu Cruz, y abrazar a Dios…

“Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.Venid a adorarlo” 17, grita la Liturgia de la Iglesia.

Es el momento de contemplar; es el momento de guardar como la vir-gen María estas cosas y de meditarlas en nuestro corazón; es el momento de desnudar nuestra mirada y de ver a Cristo crucificado. ¡Mira la Cruz, la Cruz desnuda!; ¡mira la Cruz con Cristo, con Cristo desnudo!; ¡y esos lirios

15.- San Josemaría Escrivá de Balaguer Albás: “Via Crucis”, XI estación.16.- Sal. 75 [74], 9. Cf. Sal 60 [59], 5; Jb. 21, 20; Is. 51, 17.17.- Misal Romano: Viernes Santo en la Pasión del Señor: Adoración de la santa Cruz.

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y claveles que adornan nuestros pasos -flores de pasión y ternura- son ple-garias de dolor, son lágrimas que saben a sufrimiento y a amor! Y ese Jue-ves Santo en que admiramos a vera Cruz, Cristo nos deja verdaderamente el mayor regalo: su Cruz –su Cuerpo y su Sangre-, el Santo Sacrificio del Calvario, en la Eucaristía.

De la adoración eucarística a la adoración de la Cruz: vera Cruz nos habla de aquel Monumento de Amor -el Altar y el Sagrario-, donde Jesús se nos da.

“Tu Cruz adoramos, Señor,y tu santa resurrección alabamos y glorificamos.Por el madero ha venido la alegríaal mundo entero”18, vuelve a gritar con esperanza la Iglesia en su Liturgia.

La Iglesia exalta la Cruz, pero no una cruz cualquiera, sino la Cruz ver-dadera, la vera Cruz. “¿Qué sentido tiene exaltar la cruz? ¿Acaso no es escan-daloso venerar un patíbulo infamante? […]. Pero los cristianos no exaltan una cruz cualquiera, sino la cruz que Jesús santificó con su sacrificio, fruto y testimo-nio de inmenso amor.”19 La Cruz es el camino del cristiano aquí en la tierra y tu compañera en esta vida, quieras o no quieras.

“La Cruz es el cayado que nos guía por la senda de la verdad, la justicia y el amor.”

En la quietud de la noche, ya sin el ruido de tambores y cornetas, donde la oración se hace silencio, hay una escena que cada vez que la he con-templado por la calle Jáudenes, ha dado un vuelco a mi corazón: el andar severo, adusto, sereno, del Cristo del Buen Fin, siempre acompañado de María Santísima de la Concepción. Las luces se apagan a su paso; sólo se oye el rumor de quienes arrastran los pies para cargar con tan suave peso de amor. “Mi yugo es suave y mi carga, ligera”20, parece decirnos Jesús. La oscuridad y el silencio dominan todo: Cristo, que es la Palabra y la Luz, ha muerto; y busca descender al sepulcro. vida y oscuridad del alma se de-rriten ante el fuego del amor derramado. Y Jesús, que dice ser el Camino, nos enseña por dónde pasa y transita y camina: por su Muerte… La virgen está desamparada hasta que llega José de Arimatea, hombre bueno y justo,

18.- Ib.19.- Benedicto XVI: Ángelus de 17 de septiembre de 2006.20.- Mt. 11, 30.

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que esperaba el Reino de Dios. Se presenta a Pilato para pedir el Cuerpo de Jesús. Y tomó el Cuerpo desnudo de nuestro Señor y lo envolvió en una sábana limpia.

El silencio respetuoso se impone -la piedad ante el misterio-; la man-sedumbre llega al quejido mudo del discípulo: ¡quién se atreve a tocar la Carne de Dios! Pero tú y yo, hermano cofrade, queremos tocar a Jesús, queremos acoger a Jesús, queremos rozar su Cuerpo desnudo, en la sábana de nuestra alma limpia, de nuestra alma en gracia, esa la vestidura blanca que ha sido lavada con el Amor de Dios, ¡con la Sangre del Cordero!, derra-mados en nuestros corazones desde el costado abierto, desde el Corazón roto, de nuestro Señor. Y tú, cofrade, ¿no vas a arropar con todo tu corazón enamorado a Jesús?

Pero antes de ser enterrado en tierra como el grano de trigo enterrado y muerto para dar su fruto, el cuerpo inerte de Jesús es colocado en los brazos de María, su Madre. Es un Cuerpo lleno de Paz; no es un cuerpo turbado, rencoroso; está colmado de esa Paz que el mundo no sabe dar. Es la Paz del corazón, la Paz de quien no tiene necesidad de luchar por nada de este mundo, porque nada necesita más que a Dios, porque ya tiene –co-razón lleno de piedad- a Dios. Una Paz que no nace de lo que le rodea, sino de su propia alma. Con Paz ha ido al cadalso; con Piedad ha abrazado su Cruz. Y sólo unas manos piadosas pueden acoger ese Cuerpo inerme…

La paz es fruto de la Cruz, es fruto del perdón. No sabe de paz quien no sabe de amores, quien no sabe amar. El obstáculo de la paz no es la guerra, sino el pecado: celos, envidias, ira, rencillas, divisiones, disensiones, dis-cordias, críticas. La paz es el fruto maduro del Árbol de la Cruz. Y la piedad cura nuestra dureza de corazón; lo abre a esa ternura hacia Dios y hacia los demás: nos hace tratar a Dios como Padre y a los demás como hermanos; nos da esa capacidad de amor, de perdón, de misericordia, de entrega. Paz y piedad son los frutos del cristiano que alcanza cuando guarda en su cora-zón la Pasión de Jesús y le acompaña en este drama de Amor divino.

Con piedad toma su Madre el Cuerpo muerto de su Hijo. Y ahí recono-ce su cuerpo y su sangre: ha sido Ella, nadie más que Ella, quien ha dado esa Carne y esa Sangre a su Hijo; ha sido de Ella, y sólo de Ella, de quien ha recibido Cristo su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Y fue co-gido con la misma Piedad con que sería tomado, desnudo y abrazado en pañales, al nacer en aquel establo. Paz y Piedad sale de su iglesia del valle,

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donde Madre tan buena y venerable busca a sus gentes, busca a sus hijos, para acogerlos, para acurrucarlos, para decirles ese “te quiero” de Madre… Si al valle llegó la virgen María por primera vez a Ceuta, del valle se dirige Piedad a toda Ceuta para conquistar los corazones de sus hijos, para darle su Paz, para darle a su Hijo… Y sólo una piedad llena de ternura es capaz de acoger a quien tanto te quiere. Y como si fueras su hijo –y de hecho lo eres-, ¿cuántas veces no te habrá tomado en sus brazos de madre, y sobre todo en los momentos de dolor, en los momentos de soledad, para escu-charte y abrazarte…?

“-Madre de Piedad, ¡cuántos milagros has visto en tantos hijos tuyos que se han acercado con fe, con solo tocar aquellas manos de tu Hijo llenas de calor de Amor!” Y unas lágrimas de dolor, cual rocío del alba, caen por tu rostro de marfil: tristezas que saben a amores de madre. ¿Quién puede entrar en tu Corazón? Esos pálidos aljófares de tu rostro en ese camino polvoriento de martirio y de compunción, de suplicio y de agonía, de lamento y de contri-ción, son -¡oh Madre de Piedad!- tu llanto y tristeza del alma.

¡Hermano cofrade: considera con qué piedad y con cuánto dolor de corazón has de acercarte a recibir a Cristo Sacramentado, y arroparlo –pia-doso- con aquella pureza, humildad y devoción con que lo recibió nuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos! Y piensa que cada vez que recibes el Cuerpo y la Sangre de Cristo, recibes el cuerpo y la san-gre de su Madre. ¡No tengas miedo de acercarte!; ¡hazlo con mucha paz, que Él te está esperando!; ¡acércate con devoción!, que Él te quiere mucho. Por eso no hay cristiano sin Eucaristía, donde se hace presente siempre lo que tú contemplas una vez al año… Ahí puedes tocar con tus labios a Jesús y cogerlo como María, y arroparlo como en Belén, y tapar su desnudez como en el establo y en la Cruz con el cariño de tu corazón.

“¡Pero suéltalo, Madre, suéltalo, que aún tiene que continuar su tarea!”

Arrancado de sus suaves y piadosas manos de Madre, Jesús es enterra-do. Es el Santo Entierro. El Santuario de África se convierte en relicario de Cristo; se convierte en sepulcro donde es enterrado nuestro Señor; se convierte en Monumento de Amor. Se cierra la roca del sepulcro con una piedra (¿acaso imagen del corazón duro que Cristo ha venido a curar?; ¿acaso recuerdo de aquella roca del desierto, de donde brota esa agua que colma nuestra sed de Amor?). Se trata de un sepulcro nuevo, donde nadie ha sido depositado aún. No deja de ser significativo, porque Jesús nació de

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una virgen; y de nuevo tenía que nacer –esta vez para la vida eterna- de otra virgen, de otra madre inmaculada, la Creación tocada no por el pe-cado sino por la santidad. Y unas lágrimas debieran caer por tu rostro, no sé si por la Muerte de nuestro Señor o por la Soledad de nuestra Señora. Y brota el silencio. Aquel bullicio que ha acompañado –curioso y a la vez distante- a Jesús en su Via Crucis desaparece.

Tú no puedes acompañar a nuestra Señora aunque quisieras: el dolor de una Madre no es comparable a nada. ¡Es el Hijo de sus entrañas: es Carne de su carne y Sangre de su sangre! Y Ella ha de recorrer este cami-no sola. Y cada uno de nosotros se encuentra solo ante su Cruz: ningún consuelo humano, ninguna palmada, ninguna palabra, pueden aliviar tu dolor. Nadie puede llevar la Cruz por ti: es tu Cruz. Tú estás solo; pero… ¡no lo estás: María está contigo! ¡Tu soledad se encuentra con la Soledad de nuestra Madre, tu corazón turbio y desazonado con su Inmaculado y Amabilísimo Corazón de Madre…!

SÁBADO SANTO

¡Y se hace el silencio…! Llega el Sábado Santo. La Iglesia está expec-tante. María vive de la Esperanza: el que resucitó a Lázaro, al hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo, ¿va a quedar como un fracasado? ¿Aca-so su camino conduce a la muerte?; ¿es un camino frustrado? Parece que el amor está condenado a no vencer nunca. Cuando en nuestro mundo aún contemplamos el dolor de los inocentes, podemos preguntar: ¿dónde está Dios?; ¿dónde está el triunfo del Amor?; ¿dónde está Cristo glorioso?; ¿acaso Dios se ha ido ya y se ha olvidado de nosotros?; ¿qué puedo decir a quien sufre sin razón y sin culpa? Espera; escucha; guarda en tu alma y medita en tu corazón como María Santísima.

Dicen que Dios se ha vuelto loco: que se hizo Niño y nació pobre, del barro. Dicen que Dios se ha vuelto loco: dejó la gloria del Cielo, desde donde podía hacer lo que quisiera, y se hizo uno de los nuestros, y vino a compartir nuestros afanes y derrotas. Dejó su trono en el Monte Santo para sentarse donde se sientan los culpables. Abandonó el Paraíso para conocer nuestros infiernos. Él, que es la Palabra, se refugió en el silencio de Belén. Nació en un establo –que la Tradición coloca en una cueva- que no era de su propiedad; y fue sepultado en un sepulcro, también excavado en roca,

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que tampoco le pertenecía. Nació desnudo, y acogido en los brazos de su Madre tuvo que ser arropado por pañales y recostado en un pesebre; mu-rió desnudo, fue acogido en los brazos inmaculados de su Madre y arropa-do con una sábana y recostado –cual pesebre- en un monumento. Huyó de su tierra natal sin más ejército que su Madre y San José. Y entró en Egipto, el lugar de la esclavitud del pecado; y se hizo pecado por ti y por mí para arrancarte de ahí.

Él, que es la Palabra, se refugió en el silencio de Egipto y de Nazaret. El Sumo Legislador de todo fue perseguido y condenado a causa de la Ley. Desde su Nacimiento, escogió el Camino de la Cruz, la copa agria, el vinagre, las heces del Cáliz amargo. Siendo Dueño y Señor de todo y de todos, se hizo Siervo y sufrió el rechazo de los suyos. Es el precio del peca-do: la pobreza y la desnudez. Es el precio del pecado de Adán por tomar del fruto prohibido: desnudo y desposeído del Paraíso, todo se le vuelve contrario. Queriendo ser dueño de todo, acabó por no poseer nada.

Pero Dios se enamoró de ti y de mí cuando éramos pecadores, y se vol-vió vulnerable a nuestros desprecios. Pudo habernos obligado a amarle; pudo habernos convencido para adorarle y obedecerle. Pero no escogió –pudiéndolo hacer- el camino fácil del poder, tan propio de nosotros. No-sotros contamos con una justicia que condena al malhechor; Él ha mos-trado la Justicia de la Cruz: el perdón y la misericordia. Prefirió conquis-tarnos con un Corazón de carne. Es la gran paradoja: aquel que sostiene el mundo, es ahora sostenido por su Madre; aquel que juzga rectamente, es condenado por los corazones endurecidos; Aquel que es Omnipotente, no puede hacer nada; el que gobierna con sabiduría Cielo y tierra, tiene la cabeza coronada de espinas y las manos atadas.

Y volvemos nuestra mirada a nuestra Madre y Patrona, aquella Piedad que tanta Paz ha dado y da a nuestras vidas, que ha entrado en nuestros corazones antes que en el palacio que le hizo el Pueblo de Ceuta: aquel Santuario que todos visitamos como nuestra casa propia. Cual piedad, tie-ne sobre sus rodillas, como si estuviera recién nacido, el Cuerpo de su Hijo, esta vez muerto de dolor, ¡muerto de Amor!

Durante estos 600 años ha acompañado con su intercesión a nuestra Diócesis Septense. Como cada época con sus retos, es momento para sa-car adelante nuestra Diócesis de Ceuta con ilusión… ¿Con ilusión? No, más bien no. Nuestra Diócesis no saldrá adelante con base en ilusiones;

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la ilusión no garantiza nada. Toda ilusión corre el peligro de llevar a la desilusión. Cuando recorremos las páginas del Evangelio, Cristo no habla de ilusión; en este pregón, donde hemos contemplado la Pasión y Muerte de nuestro Señor, Jesús Cautivo, Atado, Flagelado, Crucificado, muerto y sepultado, habla de santidad, de entrega, de negarse a uno mismo, de ha-cerse violencia, de amor, de verdad, de compasión, de perdón, de puerta estrecha, de sacrificio –recuerda: ¡el Santo Sacrificio del Calvario!, presente en el Sacrificio de la Eucaristía-, de Cruz... Es la hora de iluminar a cuantos no conocen a Cristo; es el momento de darles a conocer con el testimonio de nuestra santidad a cuantos a nuestro alrededor son infieles y no quieren a la Iglesia, a cuantos creen a falsos profetas creadores de violencia y ado-ran dioses falsos que, sencillamente, no existen.

Y ahí nace la alegría: “más alegría hay en dar [y en darse] que en recibir”; “alegraos siempre en el Señor”. El mundo sufre angustia ante el dolor y el sufrimiento; el cristiano sabe que Jesús los ha convertido en camino de entrega, de amor, de vida.

Lo que necesita nuestra Iglesia de Ceuta es la santidad; lo que nece-sita nuestra Iglesia de Ceuta es la defensa de la verdad aun a costa de la honra y de la vida misma; lo que necesita nuestra Iglesia de Ceuta es la lealtad a la misma Iglesia de Jesucristo que le hace presente por medio de los Sacramentos y de su doctrina; lo que necesita nuestra Iglesia de Ceuta es la lealtad al Papa y al Obispo cuando predican la única doctrina del Evangelio, aquella Tradición que la Iglesia enseña ininterrumpidamente de generación en generación.

Este sexto centenario de la Diócesis de Ceuta es una llamada a ser de aquellos que pasan a las páginas gloriosas de nuestra tierra por la san-tidad de vida, ¡a ser de aquellos que escriben esas gloriosas páginas de nuestra Historia porque sencillamente son discípulos de Cristo! El Señor no se conforma con que seas bueno: Él te llama a ser santo; Él te llama a ser imagen de Dios; Él te llama, sencillamente, a dejar que tu carne sea su Carne, que tu mente sea su mente, que tus deseos sean sus deseos, que tus sentimientos sean sus sentimientos; en definitiva, que tu vida sea su Vida, ¡que tú seas Él!

Por eso es la hora de la unidad: de la unidad con Dios por la vida de la gracia; de la unidad entre los cristianos, nuestros hermanos, hijos de Dios; de la unidad en la verdad y en la doctrina de Cristo; de la unidad en la fe;

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de la unidad con los pastores que –por supuesto- son fieles a la Tradición de la Iglesia y claros transmisores de la misma sin tapujos ni miedos sin esas ambigüedades que sólo crean desazón, duda y división; de la unidad en la lucha contra la mentalidad del mundo, en la lucha contra la munda-nización de la Iglesia y de nuestras vidas. Es la hora del silencio, es la hora de dejar que sólo Cristo hable. Es la hora de dejarnos corregir por Él con las cruces de nuestra vida, que nos hacen ver nuestra realidad y nuestro pecado; y que nos curan y nos purifican.

Una Iglesia muere cuando se deja llevar por los criterios del mundo y de las modas, cuando se deja iluminar con la luz de los hombres y de los tiempos; una Iglesia crece cuando es ella la que ilumina al mundo con la única fe verdadera: la fe en Cristo.

Una Iglesia muere cuando sustituye la verdad del Evangelio por la ver-dad de los tiempos y se amolda a ellos, cuando adapta su doctrina a los tiempos (¿para qué necesita el mundo una Iglesia que predica lo mismo que él?); una Iglesia crece cuando se convierte con valentía en signo de contradicción, porque ilumina los caminos de la tierra con la luz de Cristo y enseña la verdad que Jesucristo nos enseñó, aun a costa de no estar de moda.

Una Iglesia muere cuando se separa de sus pastores, se coloca –sober-bia- por encima de ellos y aparece un “cristianismo” a “la medida” de cada uno; una Iglesia crece cuando sus hijos son leales a cuantos por vocación divina nos guían como sucesores de los Apóstoles…, a pesar de los pesa-res: a pesar de tus pecados y de los míos… volver los hombres a Dios, con-vertir a las almas mundanas en seres enamorados del Crucificado, hacer que individuos ciegos enfoquen la mirada en la eternidad: esa es una obra milagrosa; esto es lo que construye Diócesis, esto es lo que nos hace Iglesia.

Quizás sea el momento de mostrar el amor por nuestra Diócesis con hechos: los que son cofrades, no abandonando su Semana Santa para bus-car otras semanas de Pasión que, por muy buenas, no son sin embargo la nuestra; y todos –sean lo que sean-, gastando y desgastando sus vidas por hacer brillar aquí y ahora esta Perla del Mediterráneo, limpiándola con una vida santa. Es el momento, es el tiempo, de decir: ¡Ceuta, aquí estoy!; ¡Ceuta, aquí me tienes!; ¡Ceuta, que me quedo, que no me voy!

volvamos empero al Sábado Santo. Es el día en el que la Iglesia espera

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–según una antiquísima Tradición- en oración y ayuno21 la gran noticia, la Buena Nueva. El Señor de Ceuta está dormido y de su costado abierto ha nacido su Esposa, la Iglesia; el Señor de África ha descendido al lugar de los muertos: ha bajado al lugar de tu Cruz.

Y en este día, se produce otro Encuentro: el tuyo con María Santísima a los pies del Crucificado. Es allí, y no en otro lugar, donde Jesús nos la deja como Madre. Por eso conviene tu presencia en el Calvario; por eso es necesaria la Cruz para ti: porque ahí recibimos a nuestra Madre que nos abre las puertas del Cielo. Es necesaria la Cruz para que te des cuenta de la gravedad de tus pecados, pero a la vez para que experimentes el Amor de Dios, que recibimos por medio de María Santísima.

Sus discípulos no se han enterado: ellos han escuchado de boca del Maestro que Él debía pasar por la Cruz, que ellos debían pasar por la Cruz. Pero se han marchado defraudados; aún no han recibido el Rocío del Espí-ritu. Ella sí: el día de la Anunciación del Señor, el día en que Dios se hizo Carne, fue cubierta por el don del Espíritu Santo. Aún no han descubierto el sentido del dolor y del sufrimiento, el sentido de la Santa Cruz, el sen-tido del silencio de Dios, el sentido de la Dormición de Jesús; Ella sí lo ha descubierto: convenía que su Hijo pasara por ahí para que contemplaras el daño que hacen tus pecados, pero también el valor infinito que tienes para Dios, porque vales toda la Sangre de Cristo.

Pero no te confundas: tú tampoco lo has descubierto. Tú te sigues re-belando cuando las cosas no salen como esperas. Tú no conoces el valor redentor de la Cruz, tú no sabes que Dios te está purificando, y te pre-guntas qué pecado has cometido para que Dios permita esa contradicción, esa Cruz. Ella sí que lo sabe: el día de la segunda Anunciación, cuando Simeón, ya en el corazón de Jerusalén, en el Templo, le habló de aquella es-pada de dolor que atravesaría su Corazón. Ella sí lo entendió, porque Ella “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”, no como nosotros, que vivimos demasiado hacia afuera…

El Sábado Santo es el día para guardar y meditar en silencio lo que has vivido, lo que has contemplado, en esta Semana Santa y grande. Éste es el día en que la oración se hace lamento ante la ausencia de Dios. Jesús parece estar dormido en medio de las tormentas de nuestra vida. La oración se hace

21.- Misal Romano: rúbricas del Sábado Santo.

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quejido; y es el gemido de un alma rota, de un alma que llora, de un alma que desespera, de un alma que quisiera despertar a Jesús. Pero es el lamento que se encuentra con la oración callada de nuestra Madre, con el silencio del Corazón de nuestra Señora: silencio callado que simplemente espera.

Y es el momento en que descubrimos que nuestra vida tiene un objeto, un sentido: la de identificarnos con nuestro Señor. A ti, a mí y a todos, se nos dio la vida con un solo objeto: ser para Dios, caminar hacia el Cielo, vivir para nuestro Señor. Y creo que ya es tiempo de dejar de jugar con nuestras vidas, de dejar de jugar con la Iglesia, de dejar de jugar con el Evangelio de nuestro Señor, de dejar de jugar con nuestras almas, de dejar de jugar con el Reino de Dios y con nuestra salvación, y de ponernos a vivir realmente para lo que hemos sido creados... vamos en busca de Dios, vamos a hacernos santos, que para eso hemos sido plasmados a imagen y semejanza de Dios: capaces de conocer y de amar.

RESUCITADO

Y descubrirás que con Jesús ya no hay muerte; hay dormición, porque Él va a despertar. Y con Él, despertarán los que han dormido en la Paz de Dios. Con piadoso silencio, esperamos el gran momento: la hermana muerte nos da paso a la vida. Por eso, ¡qué resuenen las campanas!; ¡que repiquen las de la Santa Iglesia Catedral de la Asunción de Ceuta! Herma-nos cofrades: ¡Cristo ha resucitado! En la mañana gloriosas del Domingo de Resurrección, Cristo resucitado sale triunfal de la sede episcopal, cual Pastor y Obispo de nuestras almas22, para mostrar la fuerza de su Amor: la vida eterna. Y enseña, gloriosas, las heridas de guerra, las heridas de la Pasión: “Soy yo, no temáis, no tengáis miedo; mirad mis manos y mis pies; yo estoy con vosotros”.

Es el Santísimo Cristo del Triunfo.

La Resurrección es el Triunfo de la vida sobre la muerte; es el triunfo del amor sobre el odio; es el triunfo de la santidad sobre el pecado; es el triunfo del silencio lleno de amor y de perdón sobre las palabras de odio que murmuran, que matan, que dicen perdonar pero…, siempre con un “pero” que esconde la mayor de las venganzas, el oscuro deseo de quedar

22.- 1Pd. 2, 25.

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por encima, la cobardía de querer bien lejos a quien –según tu criterio- no ha hecho el bien. Es el triunfo de Dios sobre el mundo que se erige en dios.

Es el triunfo del verdadero Profeta frente a los falsos profetas que se hacen dueños de Dios, que cambian la Palabra de Dios por palabras hu-manas que buscan halagar los oídos mundanos para justificar sus pecados, que cambian la Palabra del Cielo por palabras terrenales que justifican su tibieza y su infidelidad, que convierten lo malo en bueno, que tienen como única verdad -¡oh paradoja!- el dogma de que no hay verdad.

Es el triunfo del verdadero Profeta frente a aquellos profetas que inven-tan apariciones de ángeles y arcángeles que les abren el pecho y les graban mensajes, y usan la guerra y la violencia en nombre de su credo para im-poner su paz inicua, perversa e ignominiosa...

Y por Cristo resucitado, san Daniel y sus compañeros mártires han muerto derramando su sangre por el único, el último y el verdadero Pro-feta: Jesús. Por Cristo resucitado, san Francisco vivió la radical pobreza de Jesús, sin adjetivos ni paliativos. Por Cristo resucitado san Juan de Dios ayudó en nuestra Ciudad al más necesitado y dedicó su vida a los enfer-mos. Por Cristo resucitado, santa Teresa de Jesús, hija predilecta de nues-tra Señora del Carmen y lumbrera española de todos los Santos venerados en la Almadraba, volvió a la raíz evangélica de la oración. Por Cristo resu-citado, santa Beatriz de Silva, hija preclara de Ceuta, se consagró a María Inmaculada, Puerta del Cielo. Por Cristo resucitado, san Nuño de Santa María –de quien la Iglesia destaca su “intensa vida de oración y una confian-za absoluta en el auxilio divino”23- participó en la conquista de Ceuta para la Cristiandad y trajo la imagen de Santa María del valle antes de renunciar a sus bienes y títulos para ponerse bajo el manto de la virgen María del Monte Carmelo, de quien era muy devoto y a quien atribuía públicamente todas sus victorias24. Por Cristo resucitado, san Ildefonso vuelve a acoger a Jesús Cautivo y Rescatado del sepulcro. Por Cristo resucitado, san Agus-tín, Obispo y lumbrera del Norte de África, buscó a Dios…, y Dios se dejó encontrar por él. Por Cristo resucitado, san José nos acoge como padre y protector de la Iglesia, y es ejemplo de trabajo perfecto y acabado, santo y santificador, cuando se hace por Jesús y para Jesús, en compañía de María Santísima, nuestra Madre.

23.- Benedicto XVI: Hom. de 26 de abril de 2009.24.- Ib.

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Y por Cristo resucitado, nuestra Señora de los Remedios ha recibido la luna por escabel, porque de Él recibe toda luz que Ella derrama sobre todos sus hijos. Por Cristo resucitado, nuestra Señora del Rocío nos da ese Pastorcito Divino de nuestras almas con esa lluvia suave del Espíritu Santo en Pentecostés.

Y por Cristo resucitado, Santa María de África, nuestra Madre y Pa-trona, ha sido coronada como Reina de nuestro Pueblo de Ceuta con esos pétalos de amores que hacemos descender desde el Cielo abierto cada cin-co de agosto. Y ha sido nombrada alcaldesa de Ceuta para influir en las decisiones de sus gobernantes; para que quienes nos gobiernan pidan lo que pidió Salomón: santo discernimiento para distinguir el bien del mal; un corazón sabio e inteligente capaz de legislar según el querer de Dios y no de los hombres, para no ser neutrales ante la verdad, para no ser otros Pilatos de la vida.

Y por Cristo resucitado, la Diócesis de Ceuta se gloría de su sede, des-de donde se anuncia el Evangelio; y se une con sobrenatural afecto y cari-dad con quien hace de cabeza como sucesor de los Apóstoles –presencia sacramental de Cristo Sacerdote y buen Pastor-, constituido maestro de la fe y pontífice de las almas; y pide a su Pastor y Obispo de nuestras almas que nos proclame ahí la Palabra de Dios, que nos pregone ahí constan-temente el Amor de Dios, que nos enseñe ahí con valentía la verdad de Cristo que la Iglesia proclama fielmente con su Magisterio de generación en generación.

Y por Cristo resucitado, san Antonio de Padua, pastor y doctor de la Iglesia, ha tomado la Palabra para mostrar a las inteligencias la única ver-dad que nos da la vida, para decirnos que el Cuerpo de Cristo fue arado por los clavos y la lanza, con la esperanza de dar su fruto, el Reino de los Cielos; y para decirnos así que sólo Él es la verdad y la vida, el único Dios, la plenitud de la Revelación, que tenemos a Jesús entre nosotros, que no necesitamos buscar más, que Él está siempre con nosotros, junto a noso-tros, en nosotros.

Y por Cristo resucitado, nuestra Señora del Valle –Altar y Sagrario del Cielo, Estrella de la mañana, luminaria en medio del mar, guía de cuantos dudan y buscan, albor de cuantos viven en la noche; y sobre todo Madre nuestra- se alza como Hija predilecta y primera de Ceuta, como faro y lu-minaria de su Diócesis Septense, para anunciar que Dios está con nosotros,

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para pregonar a su Hijo Jesús, para decirnos cada ocho de septiembre que Dios, por medio de Ella, se ha metido en la Historia de los hombres y en tu vida. Y se dirige a nuestros corazones para decirnos continuamente al corazón: “¡Ánimo!, hijo mío, conquista con la fuerza del amor, con la efi-cacia de la verdad, a cuantos te rodean, para que conozcan a Dios Padre.”

¡El Señor de Ceuta ha resucitado!; ¡el Señor de África se alza victorioso de la tumba!

Y la virgen de África es la primera que recibe –así lo dice la Tradición- la Buena Noticia, y de su propio Hijo, Jesús Nazareno, el Señor de África, con un diálogo tan sencillo como lo han sido sus propias vidas en la tierra:

“-Aquí estoy, Madre; he resucitado del sepulcro. Voy al Cielo.

-Allí nos vemos, Hijo mío.

-Tú cuida de mis discípulos, que son tus hijos. Cuida de tu Diócesis de Ceuta.

-He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra.”

Pues ¡ar Sielo con Ella! ¡Ar Sielo!

¡HE DICHO! Muchas gracias.

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