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16 Elecciones en Estados Elecciones en Estados Unidos y crisis mundial Unidos y crisis mundial Opiniones * Doctor en Economía (UBA). Docente de UBA, FLACSO, UNGS. Investigador de CEPLAD y CENDA. Autor de “Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes” (Eudeba, diciembre 2007). A nadie se le escapa que, debido a la posición mundial ocu- pada por Estados Unidos, prácticamente cualquier cambio en sus políticas, ya sean externas o internas, tendrá siempre un considerable impacto en el resto del planeta. Pero el hecho de que el candidato ganador haya enarbolado como emblema de campaña su voluntad de “cambio” no debería suscitar, con todo, una atención desmesurada en la actual encrucijada. En rigor, el centro del escenario no está actual- mente ocupado por la cuestión de la igualdad racial ni tam- poco por otros temas tan sensibles como el retiro de las tro- pas de Irak o la reforma del sistema de salud. Como por sor- presa, la crisis financiera que estalló súbitamente en el últi- mo tramo de la carrera electoral se transformó rápidamente en uno de los factores fundamentales tanto para comprender su resultado como para articular cualquier reflexión acerca del futuro gobierno de Obama. De hecho, millones de esta- dounidenses confesaron haber cambiado su voto por el temor a perder sus empleos. Axel Kicillof*

Opiniones Elecciones en Estados Unidos y crisis mundialarchivo.cta.org.ar/IMG/pdf/Axel_c87bbfe5-45cb-8b8b.pdf · inmediata del Congreso, Estados Unidos puede resbalar en el pánico

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Elecciones en EstadosElecciones en EstadosUnidos y crisis mundialUnidos y crisis mundial

Opiniones

* Doctor en Economía (UBA). Docente de UBA, FLACSO, UNGS. Investigador deCEPLAD y CENDA. Autor de “Fundamentos de la Teoría General. Las consecuenciasteóricas de Lord Keynes” (Eudeba, diciembre 2007).

A nadie se le escapa que, debido a la posición mundial ocu-pada por Estados Unidos, prácticamente cualquier cambioen sus políticas, ya sean externas o internas, tendrá siempreun considerable impacto en el resto del planeta. Pero elhecho de que el candidato ganador haya enarbolado comoemblema de campaña su voluntad de “cambio” no deberíasuscitar, con todo, una atención desmesurada en la actualencrucijada. En rigor, el centro del escenario no está actual-mente ocupado por la cuestión de la igualdad racial ni tam-poco por otros temas tan sensibles como el retiro de las tro-pas de Irak o la reforma del sistema de salud. Como por sor-presa, la crisis financiera que estalló súbitamente en el últi-mo tramo de la carrera electoral se transformó rápidamenteen uno de los factores fundamentales tanto para comprendersu resultado como para articular cualquier reflexión acercadel futuro gobierno de Obama. De hecho, millones de esta-dounidenses confesaron haber cambiado su voto por eltemor a perder sus empleos.

Axel Ki c i l l o f*

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A contramano de lo que anticipa-ba un año atrás la mayor parte delas encuestas y de los pronósti-cos, el 4 de noviembre de 2008Barack Obama arrasó en las elec-ciones presidenciales norteameri-canas. Con más de 66 millones devotos -un 53% del total- se asegu-ró más del doble de electores quelos obtenidos por el candidatorepublicano, el veterano deVietnam John McCain. De estemodo, la llamada “era Bush” pare-ce haber llegado a su fin, y de lapeor manera: con una estrepitosaderrota electoral. Al día siguientedel triunfo, la primera plana delNew York Times se refería a lavictoria como el derrumbe de “labarrera racial”, haciéndose eco delas polémicas acerca de losaspectos políticos y culturalesasociados con el color de piel delhasta entonces senador porIllinois. Sin embargo, en la actualcoyuntura, lo que parece estar enjuego es una transformación demayor trascendencia y enverga-dura que la superación de unarraigado prejuicio racial.

A nadie se le escapa que, debidoa la posición mundial ocupada porEstados Unidos, prácticamentecualquier cambio en sus políticas,ya sean externas o internas, ten-drá siempre un considerableimpacto en el resto del planeta.Pero el hecho de que el candidatoganador haya enarbolado comoemblema de campaña su voluntadde “cambio” no debería suscitar,con todo, una atención desmesu-rada en la actual encrucijada. En

rigor, el centro del escenario noestá actualmente ocupado por lacuestión de la igualdad racial nitampoco por otros temas tan sen-sibles como el retiro de las tropasde Irak o la reforma del sistema desalud. Como por sorpresa, la cri-sis financiera que estalló súbita-mente en el último tramo de lacarrera electoral se transformórápidamente en uno de los facto-res fundamentales tanto paracomprender su resultado comopara articular cualquier reflexiónacerca del futuro gobierno deObama. De hecho, millones deestadounidenses confesaron ha-ber cambiado su voto por el temora perder sus empleos.

De manera que el “gran proble-ma” es hoy la crisis y, por tanto,las medidas que tomará el gobier-no entrante para hacerle frente.Obama debe su triunfo, al menosen parte, a la crisis económica encurso, que con su virulencia termi-nó de hundir al partido Republica-no. ¿Qué puede esperarse de sugobierno? ¿Viene Obama, comoalgunos creen, a instrumentar un“nuevo” New Deal? La respuestano ha tardado en llegar. A diezdías de haberse convertido en elfuturo presidente de la principalpotencia mundial, Obama intimópúblicamente al Congreso a tomarmedidas urgentemente. En reali-dad, el Parlamento ya habíaempezado a actuar, cuando el 3de octubre cedió ante el chantajede Bush y aprobó -aunque conmodificaciones- un plan de salva-taje sin precedentes en la historia

(700 mil millones de dólares).Conviene recordar las palabras deadvertencia del presidente Bush:

Soy un convencido creyente en lalibre empresa, de manera que miinstinto natural es oponerme a laintervención del Estado. Pero estasno son circunstancias normales. Elmercado no está funcionando ade-cuadamente. Hay una difundida pér-dida de confianza. Sin una accióninmediata del Congreso, EstadosUnidos puede resbalar en el pánico.Si el Congreso no lo aprueba, laNación puede enfrentar una larga ypenosa recesión.

Obama, en un discurso difundidoel 15 de noviembre insinuó algu-nas medidas que, cuando se lascompara con las de Bush, noparecen contar con la mismafuente de inspiración ni tampocotener idéntica orientación:

Pido al Congreso que apruebe unpago por adelantado para un plan derescate que cree empleos, alivie elsufrimiento de las familias y ayude aponer a la economía nuevamente encrecimiento […]. Si el Congreso noaprueba de inmediato un plan queproporcione a la economía el impul-so que necesita, lo convertiré en miprimera medida como presidente.[…] Esto comienza con el tipo deinversiones de largo plazo quehemos abandonado por demasiadotiempo. Significa poner a trabajar ados millones de norteamericanos enla reconstrucción de nuestros cami-nos, puentes y escuelas desmorona-dos. Significa invertir 150 mil millo-nes de dólares en construir una eco-nomía americana de energía verdeque creará cinco millones de nuevospuestos de trabajo, liberando anuestra nación de la tiranía del

petróleo extranjero, y salvando elplaneta para nuestros hijos. Significahacer accesible la salud para todos,y reducir el costo para las pequeñasempresas. […] Si esta crisis finan-ciera nos enseñó algo es que nopodemos tener una próspera WallStreet mientras Main Street estásufriendo [la expresión refiere a unacalle comercial de cualquier pueblo].

Ciertamente, debido a la dinámi-ca política característica de losEstados Unidos, la pertenencia alPartido Demócrata o al PartidoRepublicano no proporcionagarantía alguna acerca del posi-cionamiento preciso de sus miem-bros. Las campañas electorales,por su parte, al estar gobernadaspor la insípida y especulativa cir-cunspección recomendada por losexpertos en mercadeo del voto,tampoco anticipan demasiado loque va a ocurrir. Acaso por esolas opiniones acerca de la verda-dera orientación política deObama -quien, según el polémicoNoam Chomsky, no es más que“un blanco que tomó dos horas desol”- difieren diametralmente. Enotras palabras, no es cierto que elpartido Republicano sea definida-mente reaccionario y el partidoDemócrata claramente progresis-ta. Menos aun cabe una distinciónentre derecha e izquierda. Parasumar elementos de ambigüedad,Obama informó sobre quiénesserían los integrantes de su grupode asesores en economía, entreellos, algunos poderosos empre-sarios -como los presidentes deGoogle y Time Warner-, más unas de las finanzas -como el multi-

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millonario Warren Buffet-, elsecretario del tesoro de Clinton yhasta el presidente de la reservafederal de los tiempos de Clinton(y ¡de Reagan!), Paul Volker. Demanera que tanto el vertiginosodesenvolvimiento de la crisiscomo la mesura de las palabrasde Obama aconsejan avanzar conprudencia en el terreno de los pro-nósticos ya que no puede aúnanticiparse el alcance que tendrála crisis y tampoco se conocen lospasos que tomará el gobierno.

Así y todo, es imposible pasarpor alto el llamativo giro en el dis-curso referido a las causas queprovocaron la crisis y sus presun-tos remedios. Mientras las pala-bras -y las acciones- de GeorgeBush destilaron siempre una con-fesa fe en los mercados, de lasmedidas propuestas por Obamaemana un inocultable aroma key-nesiano. Si así fuera, ante laemergencia de esta nueva crisisse estaría reeditando el enfrenta-miento entre las perspectivas“(neo) liberales” y “(neo) keynesia-nas”, un choque de posicionescontrapuestas que explica enbuena medida los avatares de lahistoria del pensamiento económi-co “oficial” desde la segunda pos-guerra. Lo primero que debeadvertirse es que aunque opues-tos, ninguno de estos dos puntosde vista que conviven dentro delmainstream proporciona unaexplicación profunda acerca de lanaturaleza de las crisis. Paraempezar, ambas confían en que,de aplicarse las medidas adecua-

das, las crisis económicas puedenevitarse por completo, es decir,que no son inherentes al procesomismo de acumulación de capital.De ahí que resulten insuficientespara desentrañar las causas últi-mas de la crisis actual. Sin embar-go, al conocer estas vertientes seentiende mejor el debate nortea-mericano sobre los instrumentoseconómicos del gobierno. En loque sigue de esta sucinta notaintentaremos establecer los ele-mentos que, a grandes rasgos, lasseparan.

La crisis y las explicacionesortodoxas

En octubre de 2007, luego de unciclo de alza que se extendió porun lustro, el índice Dow Jones -basado sobre el promedio de losvalores de los principales papelesindustriales- superó el nivel récordde los 14.000 puntos. Un año des-pués, en octubre 2008, el Dow sehabía desplomado hasta llegar alos 8.000 puntos, 3.000 de loscuales se perdieron en una vertigi-nosa caída libre que duró tan soloun mes. Es por eso que las com-paraciones con el crash bursátilde 1929 no son de ningún modoexageradas: entre septiembre ynoviembre de 1929, el índiceindustrial Times perdió un 50% desu valor, pese a los desesperadosintentos de “rescate” y a las inyec-ciones de optimismo por parte delas autoridades y de los grandesbarones de Wall Street. Aunque elmundo haya cambiado sustantiva-

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mente en el transcurso de estos70 años, no es raro entonces queante un colapso de similares pro-porciones los debates que se ori-ginaron durante y después de laGran Depresión tiendan a repetir-se. Del mismo modo, se repitenlos deslices de los economistasortodoxos que hoy, como enton-ces, sumidos en la más completadesorientación, oscilaban entre laredonda negación de la crisis y elanuncio de la definitiva debacledel capitalismo.

En los treinta, el prestigioso eco-nomista Irving Fisher, por caso,ingresó a la historia no sólo porsus aportes a la teoría neoclásicade los precios, sino también porhaber declarado poco despuésdel Jueves Negro de 1929 que“dentro de unos meses espero verel mercado de valores bastantemás alto de lo que está hoy”.1 Enel otro extremo, el 10 de octubrede 2008, el Washington Postpublicó un editorial donde afirma-ba que “la más grande crisis finan-ciera desde la Gran Depresiónreclama otra víctima: el capitalis-mo estilo americano”. Al mismotiempo, sin pretensiones de rigorcientífico, los discursos políticos,la prensa y hasta el sentidocomún encontraban rápidamentedos posibles responsables para laactual crisis: de un lado, los finan-cistas con su desenfrenada sedde ganancia -la codicia- y, delotro, el Estado que falló al imple-mentar regulaciones adecuadas

para impedir la debacle. Más alláde los pronósticos errados porexceso o por defecto, lo que aquínos interesa es develar la teoríaeconómica que está detrás de lavisión ortodoxa.

En las etapas de prosperidad, lapalabra crisis suele ser borradadel glosario de la teoría oficial. Laspocas veces que aparece lo hacea título ilustrativo, con el propósitode demostrar que las fallas que enel pasado produjeron esos fatídi-cos episodios ya han sido conve-nientemente solucionadas, demanera que, por definición, la cri-sis anterior fue siempre, en reali-dad, la última de las crisis. Paraverificarlo no hay más que reco-rrer las páginas de los libros detexto con los que la ortodoxiaenseña economía a lo largo y a loancho del planeta. Sin embargo,cuando como en el presente, elrecurso de la negación ya nopuede ser empleado para explicarel fenómeno, se apela a una tajan-te separación del proceso econó-mico en dos esferas: la “real” -quecomprende la producción, elempleo, el comercio- y la “mone-taria” o “financiera” -en la que ope-ran el dinero, las acciones, el cré-dito-. Como las crisis capitalistassuelen manifestarse en primerlugar y con enorme virulencia enlos mercados financieros, la orto-doxia intenta primeramente cir-cunscribir el fenómeno exclusiva-mente a este territorio.

Aunque la idea tiene raíces anti-

1 Citado en Galbraith (1954), “The great crash 1929”.

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guas, el autor que llevó este enfo-que hasta su extremo es, sin lugara dudas, Milton Friedman, funda-dor del moderno monetarismo. Enun ambicioso libro escrito juntocon su esposa Anna Schwartz,Historia monetaria de los EstadosUnidos, 1867-1960, publicado en1965, Friedman sostenía que laverdadera causa de la GranDepresión debía buscarse en ladefectuosa política monetariadesplegada por el Gobierno a tra-vés de la Reserva Federal.Cuando en octubre de 1929 esta-lló la burbuja especulativa, mu-chos inversores tuvieron dificulta-des para cubrir sus deudas ban-carias, lo que produjo una ola dequiebras y el desplome del siste-ma. Las cifras son apocalípticas:de los 25.000 bancos que opera-ban en 1929, a comienzos de1933 habían sobrevivido sólo12.000. La responsabilidad, paraFriedman, recae pues sobre lapolítica monetaria de la Fed, queno supo detener la fuerte contrac-ción de la oferta monetaria y, enlugar de proveer liquidez al siste-ma, dejó caer a los bancos.

La Reserva Federal podría haber lle-gado a una solución mucho mejorcomprando a gran escala en el mer-cado abierto títulos de deuda públi-ca. Esta operación habría proporcio-nado dinero efectivo adicional a losbancos para hacer frente a los recla-mos de los depositantes. Se habríaacabado así -o, al menos, habríadisminuido en medida considerable-la corriente de quiebras bancarias, yse habría impedido que el intento deconvertir los depósitos bancarios en

dinero efectivo por parte de losdepositantes redujera la cantidad deéste. Desgraciadamente, la actua-ción de la Reserva Federal fue dubi-tativa y escasa. En lo esencial noactuó y dejó que la crisis siguiera sucurso (un modelo de conducta queiba a repetir una y otra vez durantelos dos años siguientes). [Friedman(1997) Libertad de elegir, ed. Folio,p. 122]

Esta explicación estrictamentemonetaria de la crisis sólo seríaanecdótica, si no fuera que BenBernanke, el actual presidente dela Reserva Federal y protagonistade los acontecimientos recientes,en un discurso que pronunció enhonor a Friedman en noviembrede 2002, luego de sintetizar sutesis principal acerca del origende la crisis agregó: “permítanmeterminar mi conferencia abusandolevemente de mi carácter derepresentante de la ReservaFederal. Quiero decirles a Milton ya Anna: en lo que respecta a laGran Depresión, tienen razón, fueculpa nuestra. Lo lamentamosmucho. Pero gracias a ustedes,no volveremos a hacerlo”. Se-guramente no sospechaba enton-ces que en 2008 estaría coman-dando junto con el Secretario delTesoro, Henry Paulson, la imple-mentación del paquete de rescateen medio de una feroz tormentafinanciera. El problema, claroestá, no es lo que Bernanke dijoen 2002, sino lo que efectivamen-te hizo seis años después.

La administración republicanareaccionó ante el crash inmobilia-rio y bursátil que afectó el patri-

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monio de los bancos aplicando arajatabla la recomendación deFriedman. Se ha sostenido equi-vocadamente que Bush, al “nacio-nalizar” algunas compañías finan-cieras quebradas, se había con-vertido al keynesianismo o inclusoal “socialismo”. Pero lo que enrealidad hizo el gobierno republi-cano fue razonar a la maneramonetarista y aplicar, por consi-guiente, un remedio monetarista.El dinero lo es todo. La crisis seexpande debido a la falta de liqui-dez y, por consiguiente, el antído-to consiste en inundar el mercadocon efectivo líquido. Si hay másdinero, no hay más crisis. En elgráfico Nº 1 se observa el incre-mento explosivo de la base mone-

taria de Estados Unidos en losúltimos meses.

En síntesis: como el diagnósticomonetarista es que la crisis es unaconsecuencia de los desarreglosmonetarios, el remedio debe sertambién monetario. Es por esoque toda la artillería se dirigió asalvar al sector financiero absor-biendo los activos incobrables eincrementando la liquidez del sis-tema. El resultado esperado deestas políticas era, además, lareducción de la tasa de interés.De hecho, la Reserva Federalredujo la tasa de préstamos ban-carios hasta llegar a un ínfimo1,5%, y lo mismo hicieron otrosbancos centrales del mundo.Estas medidas implican, induda-

Gráfico Nº 1. Base monetaria ajustada. Promedio diario ajustado estacional-mente. En miles de millones de dólares.

Fuente: Banco de la Reserva Federal de St. Louis.

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blemente, una muy costosa inter-vención por parte del Estado. Sinembargo, no toda intervención delgobierno es, por definición, keyne-siana. Lo que ocurre es que laotra vertiente de la economía ofi-cial atribuye la crisis a factoresdistintos y, por tanto, propone unaintervención por completo diferen-te.

No es sencillo exponer sintética-mente los aspectos centrales dela perspectiva keynesiana debidoa que, en realidad, dentro delamplio espectro de los seguidoresde Keynes han proliferado innu-merables escuelas, subgrupos ytendencias cuyas teorías no coin-ciden demasiado entre sí. Es poreso que, para pisar terreno segu-ro, utilizaremos algunas citasextraídas directamente de laTeoría General.2

El argumento central puederesumirse del siguiente modo: elmonto de la producción y el volu-men del empleo dependen de lamagnitud de la demanda agrega-da cuyo componente más impor-tante es la demanda de inversión.Las decisiones de inversión, a suvez, son tomadas por los empre-sarios sobre la base de sus pro-nósticos sobre la rentabilidadesperada -a la que Keynes llamó“eficiencia marginal del capital”-.El origen de la depresión se ubicaentonces en un factor no moneta-

rio: la ganancia que esperan obte-ner los empresarios. Aunque latasa de interés desempeña unpapel relevante, ya que “compite”con los ingresos que producen lasinversiones. Keynes afirmaba, porun lado, “soy ahora un pocoescéptico respecto al éxito de unapolítica puramente monetaria diri-gida a influir sobre la tasa de inte-rés” (p.143). Es decir que elgobierno puede no tener controlsobre las tasas de los préstamosprivados a largo plazo, aunquecontrole algunos segmentos delcrédito. Pero, en segundo lugar, loque ocasiona la crisis y la extien-de en el tiempo no es la volatilidadde la tasa de interés, sino la faltade rentabilidad de los negocios:

El colapso de la eficiencia marginaldel capital puede ser tan completoque no baste ninguna reducción fac-tible en la tasa de interés. Si unabaja de ésta fuera capaz de proveerun remedio efectivo por sí misma,cabría alcanzar la recuperación sinel transcurso de algún intervalo con-siderable de tiempo y por medio máso menos directamente bajo el controlde la autoridad monetaria. Pero dehecho, esto no suele ocurrir, y no estan fácil resucitar la eficiencia margi-nal del capital, estando, como está,determinada por la indirigible y deso-bediente psicología del mundo delos negocios. (p. 265-266)

¿Puede alentarse, entonces, ladeprimida confianza de losempresarios? La respuesta de

2 El último mediático ganador del premio Nóbel, Paul Krugman, por caso, más allá desu autoproclamado keynesianismo, se dedicó en décadas pasadas a explicar las cri-sis financieras valiéndose de modelos de corte netamente neoclásico basados sobreexpectativas racionales, muy lejos de la teoría keynesiana original.

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Keynes es que no existe un modoseguro para lograrlo. Es por esoque el Estado debe hacerse cargofundamentalmente de estimular lademanda a través del gasto públi-co:

En condiciones de laissez faire,quizá sea imposible evitar las fluc-tuaciones amplias en la ocupaciónsin un cambio trascendental en lapsicología de los mercados de inver-sión, cambio que no hay razón paraesperar que ocurra. En conclusión,afirmo que el deber de ordenar elvolumen actual de inversión nopuede dejarse con garantías deseguridad en manos de los particu-lares. (p. 320)

En la actual crisis, los economis-tas keynesianos, al menos los queaún escuchan las palabras deKeynes, creen que no alcanza conel manejo de la tasa de interéspara reactivar la economía y queel salvataje, en lugar de dirigirse alos bancos, debe orientarse haciala demanda.

Comentario final

La crisis mundial que se estádesarrollando en la actualidad conepicentro en Estados Unidos tienecausas mucho más profundas quelas reconocidas por la ortodoxia.Para estudiarla, en primer térmi-no, hay que reconocer que losaspectos reales y financieros de laacumulación no son más que doscaras de una misma moneda. Elcapitalismo no funciona sin créditoy, en épocas de prosperidad, segeneran inevitablemente múltiplesoportunidades para la especula-

ción. Pero el crédito también per-mite reducir los gastos de circula-ción, movilizar masas inmensasde capital y, sobre todo, posponerla crisis aplazando los problemasde realización. De hecho, la fiebrede préstamos baratos formó parteseguramente de la fase expansivaque ahora termina; fue lo quefomentó la construcción de vivien-das, la producción de automóvi-les, la compra de electrodomésti-cos y así sucesivamente. Portanto, nada se gana con echarle laculpa a las finanzas o a la espe-culación. Como decía Marx:

En un sistema de producción en quetoda la trama del proceso de repro-ducción descansa sobre el crédito,cuando éste cesa repentinamente ysólo se admiten los pagos al conta-do, tiene que producirse inmediata-mente una crisis, una demanda vio-lenta y en tropel de medios de pago.Por eso, a primera vista, la crisisaparece como una simple crisis decrédito y dinero. Pero estas letrasrepresentan en su mayoría comprasy ventas reales, las cuales, al sentirla necesidad de extenderse amplia-mente, acaban sirviendo de base atoda la crisis. Pero, al lado de esto,hay una masa inmensa de esasletras que sólo representan nego-cios de especulación, que ahora seponen al desnudo y explotan comopompas de jabón; además, especu-laciones montadas sobre capitalesajenos, pero fracasadas; finalmente,capitales -mercancías depreciadas oincluso invendibles- o un reflujo decapital ya irrealizable […] por lodemás, aquel todo aparece al revés,pues en este mundo hecho de papelno se revelan nunca el precio real ysus factores, sino solamente barras,

dinero metálico, billetes de banco,letras de cambio, títulos y valores. Yesta inversión se pone de manifiestosobre todo en los centros en los quese condensa todo el negocio dedinero del país, como ocurre enLondres; donde todo el proceso apa-rece como algo inexplicable, menosya en los centros mismos de la pro-ducción” (Tomo III, p. 460)

Por tanto, el crédito y los innu-merables instrumentos financierosque engendra, además de propor-cionar inevitablemente un campopropicio para la especulación,desempeñan también un papelesencial pues contribuyen a ace-lerar la expansión; pero ni bien laeconomía entra en declive, la con-tracción del crédito es tambiénuna palanca que precipita pordoquier la desvalorización, porquetoda crisis significa, en última ins-tancia, destrucción de capital.

El análisis de la actual crisisdebe dirigirse, según creemos,hacia las hondas transformacio-nes estructurales ocurridas en lasúltimas décadas y sus consecuen-

cias: las nuevas técnicas producti-vas, los cambios en la divisióninternacional del trabajo, la nuevaconformación de la clase trabaja-dora y el largo ciclo ascendenteiniciado en la década de 1970.Claro está que ninguno de estosfactores forma parte de la discu-sión que desarrolla la teoría orto-doxa por sus carriles habituales.Por otro lado, es importante caeren la cuenta de que si la crisis esun momento necesario que irrum-pe periódicamente en la produc-ción capitalista, es en vano seña-lar como responsables a la voraci-dad de los banqueros o a la impe-ricia de funcionarios. Y tampocopuede esperarse que el Estado -nisiquiera el poderoso Estado norte-americano-, por su parte, hagamás que contribuir a acelerar oretardar los tiempos de la recupe-ración y, fundamentalmente, limitesu acción a participar, hasta ciertopunto, en la distribución de laspérdidas.

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