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28 OFICIO VOTIVO DE CUARESMA

Oficio Votivo de Cuaresma

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según la liturgia hispana

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    OFICIO VOTIVO

    DE CUARESMA

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    A dn, padre de la huma-nidad, conoci en el Paraso la dulzura del amor de Dios; sufri as

    amargamente, cuando a causa de su pecado fue expulsado del jardn del Edn y perdi el amor de Dios. Se lamentaba con profundos gemidos, y sus sollozos llenaban el vasto desier-to; un pensamiento torturaba su alma: He ofendido al Dios que amo. No le dolan tanto el Paraso y su belleza, cuanto el haber perdido el amor de Dios, que insaciablemen-te y en todo momento atrae el alma hacia l. De modo semejante, toda alma que ha conocido a Dios por el Espritu Santo y que luego ha perdi-do la gracia, pasa por los tormentos de Adn. El alma est enferma y ex-perimenta un doloroso pesar por haber ofendido al Seor que ama.

    Adn senta nostalgia en la tierra y sollozaba amargamente. La tierra no era amable para l, y suspiraba por Dios exclamando: Mi alma siente nostalgia del Seor, y le busco con lgrimas. Cmo puedo dejar de buscarle? Cuando estaba con l, mi alma estaba contenta y serena, y el Enemigo no tena entrada en m, pero ahora el mal espritu tiene po-der sobre m, agita y atormenta mi alma. Por eso ella desea hasta la muerte al Seor; mi espritu se lanza hacia Dios y nada en la tierra puede contentarme. Nada puede consolar mi alma, mas ella desea de nuevo ver al Seor, y ser colmada por l. No puedo olvidarle un solo instante, y mi alma siente nostalgia de l; mi pena es tanta que lloro gimiendo: Ten piedad de m, oh Dios, ten pie-dad de tu criatura cada!

    As se lamentaba Adn, y las lgri-mas caan de su rostro sobre el pe-cho hasta el suelo, y todo el desierto resonaba con sus gemidos. Los ani-males y los pjaros callaron de dolor, pero Adn lloraba porque a causa de su pecado todos haban perdido la paz y el amor. Grande era la desgra-cia de Adn cuando fue expulsado del Paraso; pero cuando vio a Abel asesinado por su hermano Can, su sufrimiento se redobl; abrumada de pesar su alma, se lamentaba y pensa-

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    me vino a los ojos, y deca: No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulacio-nes, sino revestos de nuestro Seor Jesucristo y no cuidis de la carne con demasiados deseos. No quise leer ms, ni era necesa-rio tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazn una luz de seguridad, se disipa-ron todas las tinieblas de mis dudas.

    30. Entonces, puesto el dedo o no s qu cosa de registro, cerr el cdice, y con rostro ya tran-quilo se lo indiqu a Alipio, quien a su vez me indic lo que pasaba por l, y que yo ignoraba. Pidi ver lo que haba ledo; se lo mostr, y puso atencin en lo que segua a aquello que yo haba ledo y yo no conoca. Se-gua as: Recibid al dbil en la fe, lo cual se aplic l a s mis-mo y me lo comunic. Y fortifi-cado con tal admonicin y sin ninguna turbulenta vacilacin, se abraz con aquella determi-nacin y santo propsito, tan conforme con sus costumbres, en las que ya de antiguo distaba ventajosamente tanto de m. Despus entramos a ver a la ma-dre, indicndoselo, y se llen de gozo; le contamos el modo cmo haba sucedido, y saltaba de ale-

    gra y cantaba victoria, por lo cual te bendeca a Ti, que eres poderoso para darnos ms de lo que pedimos o entendemos, por-que vea que le habas concedi-do, respecto de m, mucho ms de lo que constantemente te peda con gemidos lastimeros y llorosos. Porque de tal modo me conver-tiste a Ti que ya no apeteca es-posa ni abrigaba esperanza algu-na de este mundo, estando ya en aquella regla de fe sobre la que haca tantos aos me habas mostrado a ella. Y as convertiste su llanto en gozo, mucho ms fecundo de lo que ella haba ape-tecido y mucho ms caro y casto que el que poda esperar de los nietos que le diera mi carne.

    Gloria a Ti, Seor, Gloria a Ti!

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    fijo a mi lado, aguardaba en si-lencio el desenlace de mi inusi-tada emocin. XII, 28. Mas apenas una alta con-sideracin sac del profundo de su secreto y amonton toda mi miseria a la vista de mi corazn, estall en mi alma una tormenta enorme, que encerraba en s co-piosa lluvia de lgrimas. Y para descargarla toda con sus truenos correspondientes, me levant de junto Alipio -pues me pareci que para llorar era ms a prop-sito la soledad- y me retir lo ms remotamente que pude, para que su presencia no me fuese estorbo. Tal era el estado en que me hallaba, del cual se dio l cuenta, pues no s qu fue lo que dije al levantarme, que ya el tono de mi voz pareca carga-do de lgrimas. Quedse l en el lugar en que estbamos sentados sumamente estupefacto; mas yo, tirndome debajo de una higuera, no s cmo, solt la rienda a las lgri-mas, brotando dos ros de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero s con el mismo sentido, te dije muchas cosas como stas: Y t, Seor, hasta cundo! Hasta cundo, Seor, has de estar irritado?! No quieras ms acordarte de nuestras iniquida-des antiguas! Me senta an cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: Hasta cundo, has-ta cundo, maana! maana!?

    Por qu no hoy? Por qu no poner fin a mis torpezas en esta misma hora? 29. Deca estas cosas y lloraba con amargusima contricin de mi corazn. Mas he aqu que oigo de la casa vecina una voz, como de nio o nia, que deca cantando y repeta muchas ve-ces: Toma y lee, toma y lee.

    De repente, cambiando de sem-blante, me puse con toda la atencin a considerar si por ven-tura haba alguna especie de jue-go en que los nios soliesen can-tar algo parecido, pero no recor-daba haber odo jams cosa se-mejante; y as, reprimiendo el mpetu de las lgrimas, me le-vant, interpretando esto como una orden divina de que abriese el cdice y leyese el primer cap-tulo que hallase.

    Porque haba odo decir de An-tonio que, advertido por una lectura del Evangelio, a la cual haba llegado por casualidad, y tomando como dicho para s lo que se lea: Vete, vende todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrs un tesoro en los cielos, y despus ven y sgueme, se haba al punto convertido a ti con tal orculo. As que, apresurado, volv al lu-gar donde estaba sentado Alipio y yo haba dejado el cdice del Apstol al levantarme de all. Tomle, pues; abrle y le en si-lencio el primer captulo que se

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    ba: De m saldrn y se multiplicarn pueblos enteros; sufrirn, vivirn en la enemistad y se matarn unos a otros.

    Este dolor era inmenso como el mar, y slo puede comprenderlo aquel cuya alma ha conocido al Seor y sabe cunto nos ama. Tambin yo he perdido la gracia y al unsono, excla-mo con Adn: Ten misericordia conmigo, Seor. Dame un espritu de humildad y de amor! Oh amor del Seor, el que te ha conocido, sin descanso te busca da y noche, y exclama: Yo te deseo, Seor, y te busco con lgrimas. Cmo podra dejar de buscarte? T me has conce-dido conocerte por el Espritu Santo, y este conocimiento divino excita mi alma a buscarte con llanto!.

    Adn lloraba: No hay un lugar ama-ble para m en el desierto. No lo hay en las altas montaas, ni en los pra-dos, ni en los bosques, ni en el canto de los pjaros; nada es amable para m. Mi alma est sumida en profunda afliccin, porque he ofendido a mi Dios. Y si el Seor me colocase de nuevo en el Paraso, incluso all sufri-ra y gemira: Por qu he ofendido al Dios que amo?

    Expulsado del Paraso, Adn sufra en su alma, y en su dolor derramaba

    abundantes lgrimas. De modo se-mejante, cualquier alma que ha co-nocido al Seor tiene nostalgia de l y exclama: Dnde ests, Seor? Dnde ests, Luz ma? Por qu me has escondido tu Rostro? Desde hace largo tiempo no te ve mi alma; aspira a ti y te busca con lgrimas, dnde ests, mi Seor? Por qu ya no le ve mi alma?Qu es lo que impide que viva en m? Helo aqu: no tengo la humildad de Cristo, ni el amor a los enemigos. Dios es Amor infinito, Amor imposi-ble de describir. Adn caminaba por la tierra y lloraba a causa de los mu-chos dolores de su corazn, mas sus pensamientos estaban absortos en Dios; y cuando su cuerpo llegaba al lmite de sus fuerzas y ya no poda derramar lgrimas, incluso entonces su espritu permaneca orientado hacia Dios, pues no poda olvidar el Paraso y su belleza; pero, sobre to-do, Adn amaba a Dios. Y este amor le comunicaba la fuerza de lanzarse hacia l.

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    O h Adn, yo escribo sobre ti. Mas, t lo ves, mi espritu es demasiado dbil para comprender tu deseo de Dios, y cmo llevabas el peso de tu penitencia. Oh Adn, t ves cunto sufro yo, tu hijo, en la tierra. No hay casi fuego en m, y la llama de mi amor est a punto de apagarse. Oh Adn, cntanos el him-no del Seor, para que nuestras al-mas salten de jbilo en el Seor y se comprometan a alabarle y glorificar-le como le alaban en los Cielos Que-rubines y Serafines, y como toda la jerarqua celeste de los ngeles le canta el himno tres veces santo. Oh Adn, padre nuestro, cntanos el himno del Seor, para que toda la tierra lo escuche, para que todos tus hijos eleven su espritu a Dios, se alegren al son del canto celeste y olviden sus penas en la tierra.

    El Espritu Santo es amor y dulzura para el alma, la inteligencia y el cuer-po. El que ha conocido a Dios por el Espritu Santo no puede ser saciado; da y noche se lanza en pos del Dios Viviente, pues grande es la dulzura del amor divino. Y cuando el alma pierde la gracia, con lgrimas busca de nuevo al Espritu Santo. Pero el hombre que no ha conocido a Dios por el Espritu Santo no puede bus-carle con lgrimas, y su alma es asal-tada sin cesar por las pasiones; su

    espritu est pendiente de las cosas de la tierra y no puede alcanzar la contemplacin, ni conocer a Jesu-cristo. Gracias al Espritu Santo es como se conoce a Jesucristo. Adn conoca a Dios y el Paraso, y despus de la cada le buscaba con lgrimas.

    Oh Adn, padre nuestro, hblanos del Seor, a nosotros tus hijos. Tu alma conoca a Dios en la tierra; co-noca tambin el Paraso, su dulzura y contento. Ahora t ests en los Cielos y contemplas la gloria del Seor. Dinos cmo es glorificado nuestro Seor por su Pasin; hbla-nos de los himnos que se cantan en los Cielos y de su dulzura, pues en el Espritu Santo se cantan. Hblanos de la gloria del Seor. Dinos cuan clemente es y cunto ama l a su criatura; hblanos de la Pursima Madre de Dios, dinos cmo es glori-ficada en los Cielos, y con qu him-nos se la bendice. Hblanos de la alegra de los Santos; dinos cmo resplandecen de gracia, cunto aman a Dios y con qu humildad estn en su presencia. Oh Adn, consuela y levanta a nuestra alma afligida. Cuntanos lo que ves en los Cielos Por qu te callas..? Si toda la tierra sufre... Ests tan absorto en el amor de Dios que no puedes acordarte de nosotros? Contemplas a la Madre de Dios en la Gloria y no puedes

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    VIII, 19. Entonces estando en aquella gran contienda de mi casa interior, que yo mismo ha-ba excitado fuertemente en mi alma, en lo ms secreto de ella, en mi corazn, turbado as en el espritu como en el rostro, diri-gindome a Alipio exclam: Qu es lo que nos pasa? Qu es esto que has odo? Se levantan los indoctos, arrebatan el cielo, y nosotros, con todo nuestro saber, faltos de corazn, ved que nos revolcamos en la carne y en la sangre. Acaso nos da ver-genza seguirles por habernos precedido y no nos la da siquiera el no seguirles? Dije no s qu otras cosas y me arrebat de su lado mi congoja, mirndome l atnito en silen-cio. Tena nuestra posada un huerte-cillo, del cual usbamos noso-tros, as como de lo restante de la casa, por no habitarla el hus-ped seor de la misma. All me haba llevado la tormenta de mi corazn, para que nadie estorba-se el acalorado combate que haba entablado yo conmigo mismo, hasta que se resolviese la cosa del modo que t sabas y yo ignoraba; mas yo no haca ms que ensaarme saludablemente y morir vitalmente, conocedor de lo malo que yo estaba, pero desconocedor de lo bueno que de all a poco iba a estar. Me retir pues al huerto, y Alipio paso sobre paso tras m; pues,

    aunque l estuviese presente, no me encontraba yo menos solo. Y cundo estando as afectado me hubiera l abandonado? Nos sentamos lo ms alejados que pudimos de los edificios. Yo bra-maba en espritu, indignndome con una turbulentsima indigna-cin porque no iba a un acuerdo y pacto contigo, oh Dios mo!, a lo que me gritaban todos mis huesos que deba ir, ensalzndo-lo con alabanzas hasta el cielo, para lo que no era necesario ir con naves, ni cuadrigas, ni con pies, aunque fuera tan corto el espacio como el que distaba de la casa el lugar donde nos haba-mos sentado; porque no slo el ir, sino el mismo llegar all no consista en otra cosa que en querer ir, pero fuerte y plena-mente, no a medias, inclinndo-se ya aqu, ya all, siempre agita-do, luchando la parte que se le-vantaba contra la otra parte que caa.() 26. Me retenan unas bagatelas de bagatelas y vanidades de va-nidades antiguas amigas mas; y me tiraban del vestido de la car-ne, y me decan por lo bajo: Nos dejas?, y desde este momento no estaremos contigo por siempre jams?, y Desde este momento nunca ms te ser lcito esto y aquello? Tal era la contienda que haba en mi corazn, de m mismo contra m mismo. Mas Alipio,

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    en palacio que a amigos del C-sar? Y aun en esto mismo, qu no hay de frgil y lleno de peli-gros? Y por cuntos peligros no hay que pasar para llegar a este peligro mayor? Y aun esto, cundo suceder? En cambio, si quiero, ahora mismo puedo ser amigo de Dios. Dijo esto, y turbado con el parto de la nueva vida, volvi los ojos al libro, lea y se mudaba inte-riormente donde T le veas, y desnudbase su espritu del mundo, como luego se vio. Porque mientras ley y se agita-ron las olas de su corazn y dis-cerni y decret lo que era mejor y, ya tuyo, dijo a su amigo: Yo he roto ya con aquella nuestra esperanza y he resuelto dedicar-me al servicio de Dios, y esto lo quiero comenzar en esta misma hora y en este mismo lugar. T, si no quieres imitarme, no quie-ras contrariarme. Respondi ste que quera jun-trsele y ser compaero de tanta merced y tan gran milicia. Y ambos tuyos ya, comenzaron a edificar la torre evanglica con las justas expensas del abandono de todas las cosas y de tu segui-miento. Entonces Ponticiano y su com-paero que paseaban por otras partes de los jardines, buscndo-les, dieron tambin en la misma cabaa, y hallndoles les advir-tieron que retornasen, que era ya el da vencido. Entonces ellos,

    refirindoles su determinacin y propsito y el modo cmo haba nacido y confirmdose en ellos tal deseo, les pidieron que, si no se les queran asociar, no les fue-ran molestos. Mas stos, en nada mudados de lo que antes eran, llorronse a s mismos, segn deca, y les felicitaron piadosa-mente y se encomendaron a sus oraciones; y poniendo su cora-zn en la tierra se volvieron a palacio; mas aqullos, fijando el suyo en el cielo, se quedaron en la cabaa. Y los dos tenan prometidas; pe-ro cuando oyeron stas lo suce-dido, te consagraron tambin su virginidad. VII,16. Narraba estas cosas Pon-ticiano, y mientras l hablaba, T, Seor, me trastocabas a m mismo, quitndome de mi espal-da, adonde yo me haba puesto para no verme, y ponindome delante de mi rostro para que viese cun feo era, cun deforme y sucio, manchado y ulceroso.

    Veame y llenbame de horror, pero no tena adnde huir de m mismo. Y si intentaba apartar la vista de m, con la narracin que me haca Ponticiano, de nuevo me ponas frente a m y me arro-jabas contra mis ojos, para que descubriese mi iniquidad y la odiase. Bien la conoca, pero la disimulaba, y reprima, y olvida-ba.

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    desprenderte de esta visin? Por qu no quieres pronunciar con dul-zura una palabra de consuelo, para hacernos olvidar las amarguras de la tierra? Oh Adn, padre nuestro, t ves sin embargo la postracin de tus hijos en la tierra. Por qu callas?

    Y Adn habl: -Hijos mos, dejadme. No puedo arrancarme del amor de Dios y hablar

    con vosotros. Mi alma est herida de amor al Seor y se enciende con su belleza; Cmo podra yo acordarme de la tierra? Los que viven ante la Faz del Seor no pueden pensar en las cosas de la tierra.

    -Oh Adn, padre nuestro, nos has abandonado a nosotros tus hurfa-nos. Estamos, sin embargo, sumidos en el sufrimiento aqu en la tierra. Dinos lo que podemos hacer para complacer a Dios. Mira a tus hijos dispersos por el mundo, dispersos tambin los pensamientos de su co-razn. Muchos han olvidado a Dios;

    viven en las tinieblas y se dirigen al abismo del infierno.

    -No me perturbis. Veo a la Madre de Dios en la Gloria. Cmo podra desviarme de esta visin para hablar con vosotros? Veo a los santos Profe-tas y a los Apstoles; y todos se pare-cen a nuestro Seor Jesucristo, Hijo de Dios. Yo camino por los jardines del Paraso y por todas partes veo la gloria del Seor, pues el Seor est en m y me ha tornado semejante a l. El Seor glorifica al hombre y le torna semejante a l.

    -Oh Adn, somos, sin embargo, tus hijos. Dinos, a nosotros que penamos en la tierra, cmo se puede heredar el Paraso, para que podamos como t contemplar la gloria del Seor. Nuestro corazn siente nostalgia del Seor, mientras que t ests en los Cielos y te alegras de la gloria del Seor. Te lo suplicamos, consula-nos.

    -Por qu alzis la voz hacia m, hijos mos? El Seor os ama, os ha dado los mandamientos. Cumplidlos; amaos los unos a los otros, y encon-traris la paz en Dios. En todo mo-mento, arrepentos de vuestros peca-dos, para que podis encontrar de nuevo al Seor. El Seor ha dicho: Amo a los que me aman, y glorifica-r a los que me glorifican.

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    Oh Adn, ora por nosotros tus hijos. Nuestra alma est abrumada por muchos males. Oh Adn, padre nuestro, t ests en los Cielos y con-templas al Seor sentado en la Gloria a la derecha de Dios Padre. T ves a los Querubines, a los Serafines, a todos los Santos. Escuchas los him-nos celestes y su dulzura ha hecho olvidar la tierra a tu alma. Pero noso-tros en la tierra vivimos en la aflic-cin y estamos sedientos de Dios. No hay casi fuego en nosotros para amar con ardor al Seor. Inspranos: Qu debemos hacer para encontrar el Paraso? Y Adn respondi: -Dejadme, hijos mos, pues a causa de la dulzura del amor de Dios no puedo acordarme de la tierra. -Oh Adn, nuestras almas languide-cen, agotados como estamos por el peso de nuestros pies. Danos una palabra de consuelo. Cn-tanos alguno de los cantos que oyes en el Cielo, para que lo escuche toda la tierra y los hombres olviden sus miserias... Oh Adn, estamos em-bargados de tristeza! -Dejadme. El tiempo de mis sufri-mientos ha pasado. La belleza del Paraso y la dulzura del Espritu es tanta que no puedo acordarme de la

    tierra. Pero he aqu lo que os dir: El Seor os ama; y vosotros vivid en el amor. Sed obedientes a toda autori-dad, humillad vuestros corazones, y el Espritu Santo vivir en vosotros. l llega silenciosamente al alma, le da la paz, y sin palabras le da a sentir la salvacin. Cantad a Dios con amor y humildad espiritual, porque en eso se complace el Seor. -Oh Adn, padre nuestro, qu debe-mos hacer? Nosotros cantamos, pero no tenemos ni amor ni humildad. -Arrepentos delante de Dios, y su-plicadle. l ama a los hombres y les otorga todo. Yo tambin me arrepen-t mucho, y mucho he sufrido por haber ofendido al Seor, y por haber con mi pecado perdido la paz y el amor en la tierra. Las lgrimas brilla-ban en mi rostro e inundaban mi pecho y la tierra, y el desierto escu-chaba mis gemidos. Vosotros no podis comprender mi desgracia ni cmo lloraba a Dios y al Paraso. En el Paraso estaba feliz y contento: El Espritu de Dios me alegraba y no conoca sufrimiento alguno. Pero cuando fui expulsado del Paraso, el fro y el hambre empezaron a tortu-rarme; Los animales y los pjaros que eran amables en el Paraso y me amaban, se tornaron salvajes y em-pezaron a temerme y huirme. Malos

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    llas Escrituras ocupaban mi mxima atencin, tomando l entonces la palabra, comenz a hablarnos de Antonio, monje de Egipto, cuyo nombre era cele-brado entre tus fieles y nosotros ignorbamos hasta aquella hora. Lo que como l advirtiera, det-vose en la narracin, dndonos a conocer a tan gran varn, que nosotros desconocamos, admi-rndose de nuestra ignorancia. 15. De aqu pas a hablarnos de las muchedumbres que viven en monasterios, y de sus costum-bres, llenas de tu dulce perfume, y de los frtiles desiertos del yer-mo, de los que nada sabamos. Y aun en el mismo Miln haba un monasterio, extramuros de la

    ciudad, lleno de buenos herma-nos, bajo la direccin de Ambro-sio, y que tambin desconoca-mos.

    Y de una cosa en otra vino a con-tarnos cmo en cierta ocasin, no s cuando, estando en Trve-ris, sali l con tres compaeros, mientras el emperador se halla-ba en los juegos circenses de la tarde, a dar un paseo por los jar-dines contiguos a las murallas, y que all se pusieron a pasear jun-tos en dos al azar, uno con l por un lado y los otros dos de igual modo por otro, distanciados.

    Caminando stos sin rumbo fijo, vinieron a dar en una cabaa en la que habitaban ciertos siervos tuyos, pobres de espritu, de los cuales es el reino de los cielos. En ella hallaron un cdice que contena escrita la Vida de San Antonio, la cual comenz uno de ellos a leer, y con ello a admirar-se, encenderse y a pensar, mien-tras lea, en abrazar aquel gnero de vida y, abandonando la mili-cia del mundo, servirte a ti solo.

    Eran estos dos cortesanos de los llamados agentes de negocios. Lleno entonces repentinamente de un amor santo y casto pudor, airado contra s y fijos los ojos en su compaero, le dijo: Dime, te ruego, adnde pretendemos llegar con todos estos nuestros trabajos? Qu es lo que busca-mos? Cul es el fin de nuestra milicia? Podemos aspirar a ms

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    con la que me tena aprisionado. Porque de la voluntad perversa nace el apetito, y del apetito obedecido procede la costumbre, y de la costumbre no contradi-cha proviene la necesidad; y con estos a modo de anillos enlaza-dos entre s -por lo que antes llam cadena- me tena aherroja-do en dura esclavitud. Porque la nueva voluntad que haba empe-zado a nacer en m de servirte gratuitamente y gozar de ti, oh Dios mo!, nico gozo cierto, todava no era capaz de vencer la primera, que con los aos se haba hecho fuerte. De este mo-do las dos voluntades mas, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre s y discordando destrozaban mi alma.

    Ya no tena yo qu responderte cuando me decas: Levntate t que duermes, y sal de entre los muertos, y te iluminar Cristo; y mostrndome por todas partes ser verdad lo que decas, no tena ya absolutamen-te nada que responder, convicto por la verdad, sino unas palabras lentas y soolientas: Ahora... En seguida... Un poquito ms. Pero este ahora no tena trmino y este poquito ms se iba prolon-gando.

    En vano me deleitaba en tu Ley, segn el hombre interior, lu-chando en mis miembros otra

    ley contra la ley de mi espritu, y tenindome cautivo bajo la ley del pecado existente en mis miembros.

    Miserable, pues, de m!, quin habra podido librarme del cuer-po de esta muerte sino tu gracia, por Cristo nuestro Seor? VI, 13. Tambin narrar de qu modo me libraste del vnculo del deseo del coito, que me tena estrechsimamente cautivo, y de la servidumbre de los negocios seculares, y confesar tu nom-bre, oh, Seor!, ayudador mo y redentor mo. 14. Cierto da vino a vernos a casa, a m y a Alipio, un tal Pon-ticiano, conciudadano nuestro en cualidad de africano, que ser-va en un alto cargo de palacio.

    Sentmonos a hablar, y por ca-sualidad clav la visita en un cdice que haba sobre la mesa de juego que estaba delante de nosotros. Tomle, abrile, y hall ser, muy sorprendente-mente por cierto, el apstol Pa-blo, porque pensaba que sera alguno de los libros cuya explica-cin me preocupaba. Entonces, sonrindose y mirndome gratu-latoriamente, me expres su ad-miracin de haber hallado por sorpresa delante de mis ojos aquellos escritos, y nada ms que aqullos, pues era cristiano y fiel. Y como yo le indicara que aque-

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    pensamientos me asaltaron; el sol y el viento me quemaron; la lluvia me empap; las enfermedades y todos los sufrimientos de la tierra me ator-mentaron. Pero lo he soportado todo y he esperado firmemente en Dios. cumplid tambin vosotros los traba-jos de la penitencia: Amad los sufri-mientos, desecad vuestro cuerpo, Humillaos y amad a vuestros enemi-gos, para que el Espritu Santo pueda establecer su morada en vosotros. Y entonces conoceris y encontraris el Reino de los Cielos. Pero a m no me perturbis: ahora mi amor a Dios me hace olvidar la tierra y todo lo que en ella se encuentra. Yo mismo he olvidado el Paraso perdido, pues veo la gloria del Seor y la gloria de los Santos. Ellos tambin resplande-cen por la Luz que brota del Rostro de Dios, parecidos al mismo Seor.

    -Oh Adn, cntanos un canto celes-te, para que toda la tierra pueda es-

    cucharlo y gozar de la paz en el amor de Dios. Nosotros querramos escu-char estos cantos: son dulces, pues se cantan en el Espritu Santo. Adn haba perdido el Paraso terrestre y lo buscaba con lgrimas: Paraso mo, Paraso mo, mi maravilloso Paraso!. Pero el Seor, por su amor en la Cruz, le abri otro paraso ma-yor que el primero, un paraso en los cielos, en donde resplandece la luz de la santa Trinidad.

    Q u daremos al Seor a cambio de su amor por nosotros?

    Lamentaciones de Adn, san Siluan del monte Athos

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    LOS SALMOS PENITENCIALES, QUE SON

    EN NMERO DE SIETE Oficio tomado del Libellus Trecensis

    T e suplicamos, Seor, que seas nuestra ayuda y nuestro refu-gio. Ven en auxilio de los que se encuentran afligidos por las necesi-dades de la vida. Levanta a los que han cado. Escucha a los que te su-plican. Da remedio a los dbiles. Endereza los caminos de los que andan errantes. Sacia a los ham-brientos. Libera a los cautivos. Re-conforta a los que se encuentran en el trance de la muerte: para que todos sepan que t eres el nico y verdadero Dios, que Jesucristo lo es en ti, y que nosotros somos tu pue-blo y tu rebao. Amn. I. Salmo 6 Antfona: Seor, no me corrijas con ira.

    Seor, no me corrijas con ira, no me castigues con clera. Misericordia, Seor, que desfallez-co; cura, Seor, mis huesos disloca-dos. Tengo el alma en delirio, y t, Seor, hasta cundo? Vulvete, Seor, liberta mi alma, slvame por tu misericordia. Porque en el reino de la muerte nadie te invoca, y en el abismo, quin te alabar? Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho,

    riego mi cama con lgrimas. Mis ojos se consumen irritados, envejecen por tantas contradiccio-nes. Apartaos de m, los malvados, porque el Seor ha escuchado mis sollozos; el Seor ha escuchado mi splica, el Seor ha aceptado mi oracin. Que la vergenza abrume a mis enemigos, que avergonzados huyan al momento.

    Doxologa

    Ant.: Seor, no me corrijas con ira.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. Vulvete, Seor, liberta mi alma. R. Slvame por tu misericordia. (Sal. 6,5) V. Atindeme y respndeme, Seor Dios mo. R. Da luz a mis ojos, para que no me duerma en la muerte; para que no diga mi enemigo: Le he podi-do. (Sal. 12,4-5) V. Absulveme de lo que se me oculta. R. Preserva a tu siervo de la arro-gancia (Sal. 118,13-14).

    T , que a todos escuchas, oh Dios, escucha nuestro llanto, escucha la voz de nuestras splicas, concede una constante proteccin

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    Oh Dios, que por la sangre pre-ciosa de tu Hijo reconciliaste el mundo contigo y te dignaste constituir a su Madre, la Virgen Mara, junto a la cruz, Reconci-liadora de los pecadores, conc-denos, por su intercesin, alcan-zar el perdn de nuestros peca-dos. Por Jesucristo nuestro Se-or. Amn.

    HIHIHI

    De san Agustn, Confesiones

    (Libro I) V,5. Quin me conce-der descansar en ti? Quin me conceder que vengas a mi cora-zn y le embriagues para que olvide mis maldades y me abrace contigo, nico bien mo? 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea en-sanchada por ti. Ruinosa est: reprala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo s; pero quin la limpiar o a quin otro clamar fuera de ti: de los pecados ocultos lbra-me, Seor, y de los ajenos per-dona a tu siervo? (Libro VIII) I,1. Dios mo, que yo te recuerde en accin de gracias y confiese tus misericordias so-bre m. Rompiste mis ataduras; sacrifquete yo un sacrificio de alabanza. Contar cmo las rom-

    piste, y todos los que te adoran dirn cuando lo oigan: Bendito sea el Seor, en el cielo y en la tierra, grande y admirable su Nombre! Tus palabras, Seor, se haban pegado a mis entraas y por to-das partes me vea cercado por ti. En cuanto a mi vida temporal, todo eran vacilaciones, y deba purificar mi corazn de la vieja levadura, y hasta me agradaba el camino -el Salvador mismo-; pero tena pereza de caminar por sus estrecheces.

    Disgustbame lo que haca en el siglo y me era ya carga pesadsi-ma no encendindome ya, como solan, los apetitos carnales, con la esperanza de honores y rique-zas, a soportar servidumbre tan pesada; porque ninguna de estas cosas me deleitaba ya en compa-racin de tu dulzura y de la her-mosura de tu casa, que ya ama-ba, mas sentame todava fuerte-mente ligado a la mujer; y como el Apstol no me prohiba casar-me, bien que me exhortara a seguir lo mejor al desear vivsi-mamente que todos los hombres fueran como l, yo, como ms flaco, escoga el partido ms f-cil. Ya haba hallado yo, finalmente, la margarita preciosa, que deba comprar con la venta de todo. pero vacilaba. Posea mi querer el enemigo, y de l haba hecho una cadena

  • 20

    chos en Israel caigan y se levanten, R. y a ti, Virgen Mara, una espada te traspasar el alma.

    Seor, Padre santo, que has esta-blecido la salvacin de los hombres en el misterio pascual, concdenos ser contados entre los hijos de adopcin que Jesucristo, tu Hijo, al morir en la cruz, encomend a su Madre, la Virgen Mara. Por Jesu-cristo nuestro Seor. Amn.

    HI

    S eora, Madre de dolores, que has querido establecer entre ti y los fieles discpulos de tu Hijo un fuerte vnculo de amor; t que has sido confiada como Madre a los discpulos, quienes te recibieron como herencia preciosa del Maes-tro. T eres para siempre la Madre de los creyentes que encontrarn en ti refugio seguro. T amas a Jess, tu Hijo, en noso-tros que tambin somos hijos tu-yos. Contempla complacida a tu pueblo y aydalo con tu intercesin para que escuchando tus consejos ma-ternales cumplamos la palabra del Maestro. V. Estaba Santa Mara, Seora del mundo, R. junto a la cruz del Seor.

    Seor, Dios nuestro, que para redi-mir el gnero humano, cado por el engao del demonio, has asociado los dolores de la Madre a la pasin de tu Hijo, concede a tu pueblo que, despojndose de la triste herencia del pecado, se revista de la luminosa novedad de Cristo. Que vive y reina contigo. Amn.

    HI

    T e damos gracias, Seor Dios, Padre todopoderoso, porque no abandonas a los que andan ex-traviados, sino que los llamas para que puedan volver a tu amor, y pa-ra ello diste a la Virgen Mara, que no conoci el pecado, un corazn misericordioso con los pecadores. Mira a tu pueblo penitente y haz que percibiendo el amor maternal de Mara, se refugien en ella implo-rando tu perdn; contemplen su belleza espiritual, y se esfuercen por librarse de la fealdad del peca-do, mediante sus palabras y ejem-plos, y se sientan llamados a cum-plir los mandatos de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. V. Salve llena de gracia, Madre cle-mentsima, R. contempla misericordiosa nues-tra miseria y ruega por los pecado-res. 9

    a nuestras flaquezas y, al mismo tiempo que aceptas de buen grado el gemido de nuestro esfuerzo, da-nos siempre el consuelo de tu mise-ricordia. Por Jesucristo, nuestro Seor. Amn.

    II. Salmo 31 Antfona: Dichoso el que est ab-suelto de su culpa.

    Dichoso el que est absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Seor no le apunta el delito. Mientras call se consuman mis huesos, rugiendo todo el da, por-que da y noche tu mano pesaba sobre m; mi savia se me haba vuelto un fruto seco. Haba pecado, lo reconoc, no te encubr mi delito; propuse: Confesar al Seor mi culpa, y t perdonaste mi culpa y mi peca-do. Por eso, que todo fiel te supli-que en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzar. T eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberacin. Te instruir y te ensear el camino que has de seguir, fijar en ti mis ojos. No seis irracionales como caballos y mulos; cuyo bro hay que domar con freno y brida; si no, no puedes acercarte. Los malvados sufren muchas penas; al que confa en el Seor, la miseri-cordia lo rodea.

    Alegraos, justos, y gozad con el Se-or; aclamadlo, los de corazn sin-cero.

    Doxologa Ant.: Dichoso el que est absuel-to de su culpa.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. No te acuerdes de los pecados de mi juventud, R. ni de mi ignorancia (Sal. 24,7a) V. Acurdate de m con misericor-dia, R. por tu bondad, Seor. (Sal. 24,7b) V. Por el honor de tu nombre, Se-or, R. perdona mis culpas, que son mu-chas. (Sal. 24,11) V. Haba pecado, lo reconoc, R. no te encubr mi delito. (Sal. 31,5)

    s anto Seor, que concedes la felicidad a los que, habiendo pecado, han confesado ante ti sus culpas, escucha las splicas de esta familia tuya, herida por el aguijn del pecado, y derrama sobre ella el gozo del leo espiritual. Por Jesu-cristo, nuestro Seor. Amn. III. Salmo 37 Antfona: Seor, no me corrijas con ira.

  • 10

    Seor, no me corrijas con ira, no me castigues con clera: tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre m; no hay parte ilesa en mi carne, a causa de tu furor; no tienen descanso mis huesos, a causa de mis pecados; mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas; mis llagas estn podridas y supu-ran, por causa de mi insensatez; voy encorvado y encogido todo el da camino sombro, tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne; estoy agotado, deshecho del todo, rujo con ms fuerza que un len. Seor mo, todas mis ansias estn en tu presencia, no se te ocultan mis gemidos; siento palpitar mi corazn, me abandonan las fuerzas, y me falta hasta la luz de los ojos. Mis amigos y compaeros se alejan de m, mis parientes se quedan a distancia; me tienden lazos los que atentan contra m, los que desean mi dao me amenazan de muerte, todo el da murmuran traiciones. Pero yo, como un sordo, no oigo, como un mudo, no abro la boca; soy como uno que no oye y no pue-de replicar. En ti, Seor, espero, y t me escu-chars, Seor, Dios mo; esto pido: que no se alegren por mi causa, que cuando resbale mi pie, no canten triunfo. Porque yo estoy a punto de caer, y mi pena no se aparta de m. Yo confieso mi culpa, me aflige mi

    pecado. Mis enemigos mortales son poderosos, son muchos los que me aborrecen sin razn, los que me pagan males por bienes, los que me atacan cuando procuro el bien. No me abandones, Seor, Dios mo, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Seor mo, mi salvacin.

    Doxologa Ant.: Seor, no me corrijas con ira.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. Seor, todas mis ansias estn en tu presencia. R. No se te ocultan mis gemidos. (Sal 37,10) V. Escucha, Seor, mi oracin, R. haz caso de mis gritos, no seas sordo a mi llanto. (Sal 38,13) V. Seor, dgnate librarme, R. Seor, date prisa en socorrerme.(Sal 39,14)

    concdenos, Seor, t, que eres el mdico poderoso de nuestras heri-das y cicatrices mortales, que nos veamos libres de todas nuestras enfermedades, a fin de que, a los que venimos a tu presencia para pedrtelo, nos liberes de cualquier gemido y dolor, y nos sanes de los

    19

    Seor, Dios nuestro, que en la bienaventurada Virgen Mara nos das el modelo del discpulo fiel que cumple tu Palabra, abre nuestros corazones para escuchar el mensaje de salvacin que, en virtud del Es-pritu Santo, ha de resonar dia-riamente en nosotros y producir fruto abundante. Por Jesucristo nuestro Seor. Amn.

    HI

    S eora nuestra, Santa Virgen Mara, Madre fiel que perma-neciste junto a la cruz de tu Hijo, para dar cumplimiento a las anti-guas figuras, y ofrecer un ejemplo de nueva fortaleza. T eres la Vir-gen Santa que resplandeces como nueva Eva, para que as como una mujer contribuy a la muerte, as tambin la mujer contribuya a la vida. T eres la misteriosa Madre de Sin que recibes con amor ma-terno a los hombres dispersos, reu-nidos por la muerte de Cristo. T eres el modelo de la Iglesia Esposa que como Virgen intrpida, sin te-mer las amenazas ni quebrarse en las persecuciones, guarda ntegra la fidelidad prometida al Esposo. Mira complacida la penitencia cuaresmal de tus hijos e intercede por noso-tros para que, llevando la cruz cada da, participemos de la resurreccin de Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

    V. Dichosa t, Virgen Mara, que sin morir, R. mereciste la corona del martirio.

    Seor, Dios nuestro, por un desig-nio misterioso de tu providencia completas lo que falta a la pasin de Cristo con las innumerables pe-nas de la vida de sus miembros; concdenos que, a imitacin de la Virgen Madre dolorosa que estuvo junto a la cruz de su Hijo moribun-do, as nosotros permanezcamos junto a los hermanos que sufren para darles consuelo y amor. Por Jesucristo nuestro Seor. Amn.

    HI

    T e damos gracias Seor, Padre todopoderoso, porque con sabidura infinita, has querido que Mara, nueva Eva, estuviera junto a la cruz de tu Hijo, nuevo Adn, a fin de que ella, que por obra del Espritu Santo fue su Madre, por un nuevo don de tu bondad, compar-tiera su pasin; y los dolores que no sufri al darlo a luz los padeciera, inmensos, al hacernos renacer para ti. Da fuerza a tu Iglesia penitente para que, despojndose por la peni-tencia cuaresmal de la triste heren-cia del pecado, se revista de la lu-minosa novedad de Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos.

    V. Este est puesto para que mu-

  • 18

    Danos tu mano, Dios omnipotente; protege desde el cielo a los que aqu gemimos. Perdnanos; peca-mos contra ti. Fertilidad y paz concede, aleja gue-rras y hambre, Redentor santsimo. Perdnanos; pecamos contra ti. Perdona a los que han cado; per-dona a los extraviados; a los que causan dao perdnalos; lava los pecados y lbranos; lo pedimos con humildad. Perdnanos; pecamos contra ti. Mira nuestro llanto; seca nuestras lgrimas; extiende tu mano; redime a los culpados, Salvador clemente. Perdnanos; pecamos contra ti. Nuestra paz, oh Dios, recibe propi-cio; escucha nuestras voces; perdn te pedimos. Perdnanos; peca-mos contra ti. Te rogamos, rey de los siglos, Dios santo. Perdnanos; pecamos contra ti. Perdnanos; pecamos contra ti.

    (Tercer domingo de Cuaresma)

    MEMORIA DE SANTA MARA EN TIEMPO DE CUARESMA

    De la liturgia romana

    M adre nuestra, gloriosa Virgen Mara: con razn eres procla-mada dichosa porque mereciste engendrar a tu Hijo en tus entraas pursimas; pero ms dichosa eres proclamada con razn porque co-mo discpula de la Palabra encarna-da buscaste la voluntad del Padre y supiste cumplirla fielmente. Mira complacida la penitencia cuaresmal de tus hijos y aydanos con tu in-tercesin a ser verdaderos discpu-los de tu Hijo escuchando diligen-temente su palabra y cumplindola fielmente. V. Salve, Virgen clementsima, refu-gio de pecadores. R. Contempla misericordiosamente nuestra miseria y ruega por noso-tros.

    11

    vicios que nos acechan. Por Jesu-cristo, nuestro Seor. Amn. IV. Salmo 50 Antfona: Ten piedad de m, oh Dios mo, por tu gran misericor-dia.

    Misericordia, Dios mo, por tu bondad, por tu inmensa compasin borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequ, comet la maldad que aborreces. En la sentencia tendrs razn, en el juicio resultars inocente. Mira, en la culpa nac, pecador me concibi mi madre. Te gusta un corazn sincero, y en mi interior me inculcas sabi-dura. Rocame con el hisopo: que-dar limpio; lvame: quedar ms blanco que la nieve. Hazme or el gozo y la alegra, que se alegren los huesos quebran-tados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en m toda culpa. Oh Dios, crea en m un corazn puro, renuvame por dentro con espritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espritu; devulveme la alegra de la salva-cin, afinzame con espritu gene-roso. Ensear a los malvados tus caminos, los pecadores volvern a ti. Lbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mo, y cantar mi lengua tu justicia.

    Seor, me abrirs los labios, y mi boca proclamar tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querras. Mi sacrificio es un espritu que-brantado; un corazn quebrantado y humillado t no lo desprecias. Seor, por tu bondad, favorece a Sin, reconstruye las murallas de Jerusaln: entonces aceptars los sacrificios rituales, ofrendas y holo-caustos, sobre tu altar se inmolarn novillos.

    Doxologa

    Ant.: Ten piedad de m, oh Dios mo, por tu gran misericordia.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. Seor, ten misericordia, R. sname, porque he pecado co-ntra ti. (Sal 40,5) V. Misericordia, Dios mo, miseri-cordia, R. que mi alma se refugia en ti (Sal 56,2) V. Aparta de mi pecado tu vista, Seor, R. borra en m toda culpa (Sal 50,11) V. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; R. que tu compasin nos alcance pronto, pues estamos agotados. (Sal 78,8) V. Socrrenos, Dios salvador nues-tro R. Por el honor de tu nombre, lbra-nos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. (Sal 78,9)

  • 12

    Ll eva hasta el final tu compa-sin para con nosotros, Se-or, por tu inefable nombre, oh Dios Trinidad, que limpias de vicios lo ms recndito del corazn humano y haces que llegue a ser ms blanco que la nieve. Te pedi-mos que renueves con tu Espritu Santo nuestro interior para que podamos proclamar tu gloria y que, fortalecidos con el mayor espritu de rectitud, merezcamos tener un puesto en las estancias eternas de la Jerusaln celestial. Por Jesucristo, nuestro Seor. Amn.

    V. Salmo 101 Antfona: Escucha, Seor, mi ora-cin que mi grito llegue hasta ti.

    Seor, escucha mi oracin, que mi grito llegue hasta ti; no me escondas tu rostro el da de la desgracia. Inclina tu odo hacia m; cuando te invoco, escchame enseguida. Que mis das se desvanecen como humo, mis huesos queman como brasas; mi corazn est agostado como hierba, me olvido de comer mi pan; con la violencia de mis quejidos, se me pega la piel a los huesos. Estoy como lechuza en la estepa, como bho entre ruinas; estoy des-velado, gimiendo, como pjaro sin pareja en el tejado.

    Mis enemigos me insultan sin des-canso; furiosos contra m, me mal-dicen. En vez de pan, como ceniza, mez-clo mi bebida con llanto, por tu clera y tu indignacin, porque me alzaste en vilo y me tiraste; mis das son una sombra que se alarga, me voy secando como la hierba. T, en cambio, permaneces para siempre, y tu nombre de generacin en ge-neracin. Levntate y ten misericordia de Sin, que ya es hora y tiempo de misericordia. Tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus rui-nas; los gentiles temern tu nom-bre, los reyes del mundo, tu gloria. Cuando el Seor reconstruya Sin, y aparezca en su gloria, y se vuelva a las splicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones, quede esto escrito para la generacin fu-tura, y el pueblo que ser creado alabar al Seor. Que el Seor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte, para anunciar en Sin el nombre del Seor, y su alabanza en Jerusaln, cuando se renan unnimes los pueblos y los reyes para dar culto al Seor. l agot mis fuerzas en el camino, acort mis das; y yo dije: Dios mo, no me arreba-tes en la mitad de mis das. Tus aos duran por todas las gene-raciones: al principio cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus ma-nos.

    17

    C risto, verdadero Hijo de Dios, escucha y apidate del pueblo suplicante. Con el triunfo de tu cruz t solo al mundo salvas; de la pena eterna lbranos con tu sangre. Escucha, y apidate del pueblo suplicante. Muriendo a la muerte vences, glo-rioso das la vida; en tu cruz sufrien-do pagas nuestras culpa. Escucha y apidate del pueblo suplicante. De tu pasin el da celebremos se-guros; as tu gloria nos salve y de-fienda. Escucha y apidate del pueblo suplicante. Por quienes padeciste no permitas perezcan, llvelos tu cruz a la vida perpetua. Escucha y apidate del pueblo suplicante.

    (Sbado de la quinta semana de Cuaresma, Tercia)

    P edimos indulgencia, escu-cha, oh Cristo. Aplcate y ten piedad. Jess Unignito, Hijo de Dios Pa-dre, que eres Seor de toda bon-dad. Aplcate y ten piedad. Con gemidos, todos te pedimos suplicantes, todos juntos te roga-mos con humildad. Aplcate y ten piedad.

    Tu clemencia venza ya nuestros males; mranos ya con tu rostro sereno. Aplcate y ten piedad. Aparta propicio tu ira; pon fin a nuestros pecados; danos descanso en los trabajos, tiempo tranquilo, abundancia de bienes, descanso en paz y buena salud. Aplcate y ten piedad. Protege al Papa y a todo el pueblo suplicante. Aplcate y ten piedad. Te imploramos el perdn de todos los pecados; perdona misericordio-so los males que hemos cometido. Aplcate y ten piedad.

    (Primer domingo de Cuaresma)

    T e rogamos, Rey de los si-glos, Dios santo. Perdna-nos; pecamos contra ti. A los que claman, oye, Padre altsi-mo; cuanto te pedimos, dnoslo benigno. Perdnanos; pecamos contra ti. Redentor santo, rogamos rendidos; con llanto te buscamos, escchanos propicio. Perdnanos; pecamos contra ti.

  • 16

    el don de tu bondad misericordio-sa. Amn. Por tu misericordia, Dios nuestro, que eres bendito y vives y todo lo gobiernas, por los siglos de los si-glos. Amn.

    (Tercia del Mircoles de ceniza)

    S eor de piedades, olvida nuestros pecados. T que en el principio creaste el cielo y la tierra. Olvida nuestros pecados. T que hiciste al hombre a tu ima-gen y semejanza. Olvida nuestros pecados. T que multiplicaste la descenden-cia de Abraham en todas las naciones. Olvida nuestros pecados.

    (Primer domingo de Cuaresma)

    S eor de piedades, olvida nuestros pecados. Que resucitado de entre los muer-tos, te sientas a la derecha de Dios Padre. Olvida nuestros pecados. Que promete el premio a los justos; y castiga los actos inicuos. Olvida nuestros pecados.

    Que no juzga a los pecadores, sino que los llamas a abrazar la peniten-cia. Olvida nuestros pecados. Que llama a los justos a la entereza y, despus de reto de la tentacin, a la coronacin. Olvida nuestros pe-cados.

    (quinto domingo de Cuaresma)

    A ti, Redentor de todos, rey so-berano, levantamos nuestros ojos en llanto; escucha, Cristo, las plegarias de los que te suplican y ten piedad. Oh diestra del Padre, piedra angu-lar, camino de la salvacin y puerta del cielo: lava las manchas de nues-tros delitos. Y ten piedad. Rogamos oh Dios, a tu majestad: con tus odos santos escucha nues-tros gemidos, perdona bondadoso nuestras culpas. Y ten piedad. Nuestros pecados cometidos los confesamos ante ti; con corazn contrito te manifestamos lo oculto; que tu clemencia, oh Redentor, nos las perdone. Y ten piedad. Inocente, fuiste capturado, y lleva-do sin poner resistencia, y conde-nado por los impos con testigos falsos. A los que redimiste, consr-valos t, oh Cristo. Y ten piedad.

    (Mircoles de la quinta semana de Cuaresma, Sexta )

    13

    Ellos perecern, t permaneces, se gastarn como la ropa, sern como un vestido que se muda. T, en cambio, eres siempre el mismo, tus aos no se acabarn. Los hijos de tus siervos vivirn se-guros, su linaje durar en tu pre-sencia.

    Doxologa

    Antfona: Escucha, Seor, mi ora-cin que mi grito llegue hasta ti.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. Dios mo, t conoces mi igno-rancia, R. no se te ocultan mis delitos (Sal 68,6) V. Que me escuche tu gran bondad, R. que tu fidelidad me ayude (Sal 68,14) V. Respndeme, Seor, con la bon-dad de tu gracia, R. por tu gran compasin vulvete hacia m (Sal 68,17) V. No escondas tu rostro a tu siervo R. Estoy en peligro, respndeme en seguida (Sal 68,18) V. Acrcate a m, resctame, R. lbrame de mis enemigos (Sal 68,19)

    I ndulgente Seor, escucha la oracin de los que te suplican, a fin de que aquellos que somos como la paja seca, porque vivimos

    atados al pecado podamos por tu misericordia, elevar al cielo nuestra mirada. Por Jesucristo, nuestro Se-or. Amn. VI. Salmo 129 Antfona: Desde lo hondo a ti gri-to, Seor.

    Desde lo hondo a ti grito, Seor; Seor, escucha mi voz; estn tus odos atentos a la voz de mi splica. Si llevas cuenta de los delitos, Se-or, quin podr resistir? Pero de ti procede el perdn, y as infundes respeto. Mi alma espera en el Seor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Seor, ms que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Seor, como el centinela la aurora; porque del Seor viene la miseri-cordia, la redencin copiosa; y l redimir a Israel de todos sus delitos.

    Doxologa

    Ant.: Desde lo hondo a ti grito, Seor.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. Mira mis trabajos y mis penas, R. y perdona todos mis pecados (SaI. 24,18) V. No arrebates mi alma con los pecadores, R. ni mi vida con los sanguinarios (SaI. 25,9).

  • 14

    V. Slvame, R. ten misericordia de m. (SaI. 25,11) V. Mi pie se mantiene en el camino llano, R. en la asamblea bendecir al Se-or (SaI 25,12)

    T e pedimos, Seor, que lleguen a tus piadosos odos las spli-cas que elevamos hacia ti. Te roga-mos, puesto que t te muestras propicio con los pecadores, que no te fijes en nuestras culpas, sino que nos concedas tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Seor. Amn. VII. Salmo 142 Antfona: Seor, escucha mi ora-cin, escchame.

    Seor, escucha mi oracin, t, que eres fiel, atiende a mi spli-ca; t, que eres justo, escchame. No llames a juicio a tu siervo, pues ningn hombre vivo es inocente frente a ti. El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro, me confina a las tinieblas como a los muertos ya olvidados. Mi aliento desfallece, mi corazn dentro de m est yerto. Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones, considero las obras de tus manos

    y extiendo mis brazos hacia ti: tengo sed de ti como tierra reseca. Escchame enseguida, Seor, que me falta el aliento. No me escondas tu rostro, igual que los que bajan a la fosa. En la maana hazme escuchar tu gracia, ya que confo en ti. Indcame el camino que he de se-guir, pues levanto mi alma hacia ti. Lbrame del enemigo, Seor, que me refugio en ti. Ensame a cumplir tu voluntad, ya que t eres mi Dios. Tu espritu, que es bueno, me gue por tierra llana. Por tu nombre, Seor, consrvame vivo, por tu clemencia, scame de la angustia; por tu fidelidad destru-ye a mi enemigo, aniquila a mis opresores, que siervo tuyo soy.

    Doxologa

    Ant.: Seor, escucha mi oracin, escchame.

    Kyrie, eleison (ter) Padrenuestro

    V. A ti grito, Seor, R. te digo: T eres mi refugio y mi lote en el pas de la vida (SaI 141,6) V. Atiende a mis clamores, R. que estoy agotado (SaI. 141,7) V. Lbrame de mis perseguidores, R. que son ms fuertes que yo. (SaI. 141,7) V. Scame de la prisin R. y dar gracias a tu nombre: me rodearn los justos, cuando me de-vuelvas tu favor (SaI. 141,8)

    15

    Oh Dios, que hiciste que se escuchara el gozo matutino de tu santa resurreccin cuando, al volver de los infiernos, llenaste de gozo la tierra que habas dejado en plenas tinieblas; rogamos a la ma-jestad inefable de tu poder que as como entonces, con gran piedad llenaste de gozo a los apstoles, te pedimos que quieras dignarte ilu-minar con el resplandor celestial esta Iglesia tuya que alza sus manos pidindote insistentemente el don de tu misericordia. T, que con el Padre y el Espritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos.

    Amn.

    MISERATIONES de la liturgia hispana

    P edimos indulgencia, escu-cha, oh Cristo. Aplcate y ten piedad. Jess Unignito, Hijo de Dios Pa-dre, que eres Seor de toda bon-dad. Aplcate y ten piedad. Todos con gemidos te pedimos su-plicantes, todos juntos te rogamos con humildad. Aplcate y ten pie-dad. Tu clemencia venza ya nuestros males; mranos ya con tu rostro sereno. Aplcate y ten piedad. Te imploramos el perdn de todos los pecados; perdona misericordio-so los males que hemos cometido. Aplcate y ten piedad.

    S eor, escucha nuestras oraciones; que nuestros gemidos lleguen a tus o-dos: verdaderamente reconocemos nuestras iniquidades y descubrimos nuestras faltas ante ti: hemos peca-do ante ti, oh Dios: al confesar ante ti imploramos perdn. Y, al volver a tus leyes, y a ese pequeo cumpli-miento que nos pides, vuelve tu mirada, Seor, sobre tus siervos, que son redimidos por tu sangre. Absulvenos, te rogamos, y conc-denos el perdn de nuestros peca-dos: que seamos dignos de recibir

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