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Obras de Gabino Barreda

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obras del positivista mexicano gabino barreda

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Obras de Gabino BarredaÍndice

1863 - De la educación moral1867 - Oración cívica

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1863 - De la educación moral

De la educación moralde Gabino BarredaAdemás de sus deberes políticos,

el ciudadano tiene otros másimportantes que llenar, los deberesdel orden moral, y es obligación delgobierno atender a esta necesidad,tanto o más que a las otras.

Se confunde generalmente lamoral con los dogmas religiosos,

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hasta el grado de que para muchosambas no sólo son inseparables,sino que vienen a ser una mismacosa; pero cuando se reflexionasobre la inmensa variedad dereligiones y sobre la uniformidadde las reglas de la moral; cuandovemos que los dogmas religiososcambian esencialmente con losprogresos de la civilización, desdeel cándido fetiquismo primitivo o laadoración de los astros y elpoliteísmo que le sucedió, hasta elmonoteísmo cristiano, y musulmán,

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o el deísmo y aun el panteísmomodernos, mientras que todos, apesar de las profundas diferenciasque los separan, se ponen deacuerdo en cuanto a losfundamentos de la moral, no puedeuno menos de reconocer, quecualquiera que sea la íntimarelación que entre unos y otros sehaya querido establecer, debeexistir entre ambas cosas unadiferencia radical y unaindependencia que no puede menosde presentarse a los ojos de todo

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aquél que quiera fijar sobre esto suatención, ora examine el objeto delo que forma la parte característicade las religiones, es decir, el culto ylos dogmas, comparándolo con elobjeto de la moral, ora tenga encuenta la inconcusa variedad de losprimeros y la evidente uniformidadde las reglas que sirven de base a lasegunda.

No hagas a otro lo que no quierasque te fuera hecho a ti, decíaIsócrates cuatro siglos antes deJesucristo, como cosa que estaba ya

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universalmente recibida porfundamento de la moral. Imita alárbol de Sándalo que cubre defrutos al que le ataca a pedradas,dice uno de los más antiguos librosde los chinos. ¿Quién no reconoceen estas dos sentencias todo lo quehay de más sublime en las máximasde equidad, de humanidad y deamor al prójimo, en las doctrinas deCristo? Y sin embargo, ¿quiénpodrá sostener que el politeísmopagano o la idolatría de la Chinasean lo mismo que la religión de

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Jesucristo? Las religiones vancambiando en las distintas fases dela humanidad y sólo allí nocambian, en donde todo permaneceestacionario, como en la India y enla China; pero las bases de la moralquedan las mismas, aunque susconsecuencias prácticas vanperfeccionándose de día en día ymás con los progresos de lacivilización. Esta marcha desigual yaún independiente de la moral y delas religiones, prueba que ellas noson una misma cosa; pero la

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existencia de la multitud de ateosque han dejado en la historia, comodice Litrié, "irrefragablestestimonios de profunda moralidad,y la de otros que cada uno hemospodido conocer y que, en punto amoralidad son por lo menos igualesa los mejores creyentes", no puededejar la menor duda sobre sucompleta y cabal separación.

"La semejanza, dice Condorcet,entre los preceptos morales detodas las religiones y de todas lassectas filosóficas, bastaría para

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probar que aquéllos son de unaverdad independiente de losdogmas de estas religiones y de losprincipios de estas sectas, y que elorigen de las ideas de justicia y devirtud, y el fundamento de losdeberes, se debe buscar en laconstitución moral del hombre". —Condorcet, Progresos delentendimiento humano (traduccióncastellana). París, 1823, pág. 118.

Este deseo de Condorcet, debuscar en el hombre mismo y no enlos dogmas religiosos la causa y el

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fundamento de la moral, o mejordiré, esta predicción de su profundogenio se ha realizado ya. Estabareservado al genio de Gall venir ademostrar con argumentosirrefragables, fundados tanto en unanálisis admirable de las facultadesintelectuales y afectivas del hombrey en un estudio comparativo de losanimales, que hay en éstos como enaquél, tendencias innatas que losinclinan hacia el bien, como hayotras que los impelen hacia el mal;que estas inclinaciones tienen sus

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órganos en la masa cerebral, y queel hombre no es por lo mismo unser exclusivamente inclinado almal, como lo habían supuesto losteólogos y los metafísicos, sino quehay en él, como lo habíaestablecido el buen sentido vulgar,inclinaciones benévolas que le sontan propias como las opuestas.

* *Todas las inclinaciones innatas de

nuestra alma, ocasionan unasolicitud constante de las facultadesactivas del individuo hacia aquellos

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actos que pueden satisfacerlas,independientemente de todaconsideración de utilidad propia ode todo otro fin ulterior, sinosimplemente por el placer queresulta de la satisfacción de unanecesidad. Luego, si hay ennosotros esas inclinacionesbenévolas al mismo tiempo queotras que les son opuestas y si comoacabamos de ver, ambas tienen susórganos respectivos, es claro queunos y otros ejerceráncontinuamente una solicitud que

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tiene por objeto la satisfacción deaquellas inclinaciones.

A la solicitud más o menosenérgica pero evidente de losbuenos instintos, ejercida pormedio de sus respectivos órganos,aun después de ejecutados ya losactos opuestos, es a lo que el buensentido común, con una admirablesagacidad, ha llamado conciencia,limitándose así a consignar el hechode un llamamiento interior al bien,sin formular teoría alguna paraexplicarlo. El espíritu teológico,

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haciendo intervenir en este caso elfundamento de su explicaciónuniversal (las influenciassobrenaturales), cree reconocer eneste disgusto que después de unamala acción experimenta todo aquelque no esta empedernido en el viciou ofuscado por un error, creereconocer, digo, la mano de Diosque viene a tocar el corazón delpecador; incurriendo así en unagrosera contradicción de la que envano intentará salir por medio desutilezas y de sofismas; pues, si la

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explicación que ellos dan fueracierta, sólo los verdaderoscreyentes gozarían del privilegio deoír la voz de la conciencia, lo cuales no sólo inadmisible, sino hastaridículo. Felizmente no haynecesidad para hallar unaexplicación a esos movimientosinternos benéficos de nuestra alma,de recurrir a la fatua suposición deque por el hecho casual de habersido educados bajo tal o cuálcreencia religiosa, tenemos elprivilegio exclusivo de sentir

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solicitudes hacia el bien; sabemosya que ellas son, como cualesquieraotras, el resultado de nuestra propiaorganización, y podemos ya darnosuna explicación racional de laconciencia y sus remordimientos.Estas voces no expresarán paranosotros otra cosa que lasexigencias de los buenos instintosejercidos por medio de susrespectivos órganos, ya sea paraobrar el bien, ya para reparar elmal; entablándose en uno y en otrocaso una lucha interior que se hace

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tanto más penosa, cuanto más claroes el conocimiento del mal quequeremos hacer o que hemos hechoya.

Si pues, en cada una de nuestrasacciones del orden moral seestablece así una lucha entre lasimpulsiones de las dos categoríasde órganos de que vengo hablando;y si recordamos que la solicitudejercida por. un órgano cualquieraes proporcional a su respectivodesarrollo, es de una palpableevidencia que la indicación que

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naturalmente se presenta para lograrel perfeccionamiento moral delindividuo y aun el de la especie,será desarrollar los órganos quepresiden a las buenas inclinaciones,y disminuir en lo posible aquellosque presiden a las malas.Cualquiera que sea, en efecto, lateoría que uno se forme sobre lacausa productora de los fenómenosintelectuales y morales del hombre,todos, desde los más radicalesmaterialistas hasta los más purosespiritualistas, tienen hoy que

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admitir que sin el órgano no hayfunción y que ésta cesa cuandoaquél desaparece o queda en laimposibilidad de obrar, y el estudiocomparativo de la serie zoológica,así como las experienciasfisiológicas y los casospatológicos, demuestran que lafunción disminuye o aumenta en lamisma proporción que el. órganoque a ella preside.

* *Es un axioma de la ciencia

biológica incontestable e

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incontestado, que todos los órganosse desarrollan con el ejercicio, alpaso que se atrofian por lainacción, pudiendo hasta llegar adesaparecer cuando ella es absolutay suficientemente prolongada. Estaes la explicación racional de unhecho vulgarísimo, la utilidad de lagimnástica para desarrollar elaparato muscular: ahora bien, esevidente que un maestro degimnástica no ha menester sabercuáles y cuántos son los músculosque sirven para doblar el brazo, por

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ejemplo, ni qué situación guardan,ni qué figura tienen para lograr queellos se robustezcan siempre que lojuzgue conveniente; bástale hacerejecutar con la debida frecuencia elmovimiento indicado y procurarque se vaya progresivamentevenciendo una resistencia cada vezmenor, para estar seguro con unacerteza matemática, de que despuésde un cierto tiempo se habráconseguido el resultado apetecido.Si aplicamos ahora estos mismosprincipios al conjunto de los

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órganos intelectuales y afectivos, esinnegable que el mismo resultado sepodrá obtener empleando losmismos medíos y que si dirigimosla educación de manera que losactos simpáticos o altruistas, comoles llama Comte, se repitan confrecuencia, a la vez que losdestructores y egoístas se eviten enlo posible, no se puede dudar quedespués de un cierto tiempo de estagimnástica moral (permítaseme laexpresión, que escandalizará, nodudo, a los espíritus pacatos y

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superficiales, que no quieren verlas cosas como son, sino como lasaprendieron de sus nodrizas; peroque expresa perfectamente mipensamiento), los órganos quepresiden a los primeros adquieransobre los que tienen bajo sudependencia los segundos unpredominio tal, que en la lucha quese establece antes de decidirse atomar una determinación, seacabará, en la mayoría de los casos,por ceder a las solicitaciones másenérgicas de los instintos

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benévolos, robustecidos por elejercicio y que cada vezencontrarán así más facilidad detriunfar de sus rivales. Hacerpredominar los buenos sobre losmalos instintos, robusteciendo losórganos que presiden a unos, conmengua de los que tienen bajó sudependencia los otros; he aquí elobjeto final y positivo del artemoral, objeto que se logrará con lapráctica de las buenas acciones y larepresión de las malas (de cuyocuidado deben estar principalmente

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encargados los padres de familia),y con los ejemplos de moralidad yde verdadera virtud que seprocurará presentar con arte en lasescuelas a los educandos,excitándoles el deseo de imitarlos,no a fuerza de aconsejárseles nimenos de prescribírseles, sinohaciendo que este deseo nazcaespontánea e insensiblemente enellos, en virtud de la veneraciónirresistible de que se vean poseídoshacia hombres cuyos hechos se leshayan referido. Porque tal es la

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condición de la naturaleza humana,que es capaz de los más grandesesfuerzos y sacrificios, siempre queel deseo de ejecutar los actosnecesarios parezca nacerespontáneamente en su corazón, alpaso que los más fáciles deberesllegan a ser una carga insoportablesi sólo se cumple con ellosimpelido por un precepto o portemor del castigo. El ideal, pues,del arte moral, sería hacer de talmodo preponderar las sugestionesde los buenos instintos, que el amor

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fuera siempre la guía irresistible denuestras acciones.

No es difícil prever que este modode comprender la influencia de lasfacultades intelectuales y moralesdel hombre, suscitara en no pocaspersonas la objeción de que ella esincompatible con la libertadindividual y por lo mismo,inadmisible, pero esta dificultaddesaparecerá bien pronto, siseñalamos con claridad y precisiónlo que debe entenderse porverdadera libertad.

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Represéntase comúnmente lalibertad, como una facultad dehacer o querer cualquiera cosa sinsujeción a la ley o a fuerza algunaque la dirija; si semejante libertadpudiera haber, ella sería tan inmoralcomo absurda, porque haríaimposible toda disciplina y porconsiguiente, todo orden. Lejos deser incompatible con el orden, lalibertad consiste en todos losfenómenos, tanto orgánicos comoinorgánicos, en someterse conentera plenitud a las leyes que los

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determinan. Cuando dejo caer uncuerpo sin sujetarlo ni estorbarle deotro modo su marcha, bajadirectamente hacia el centro de latierra con una velocidadproporcional al tiempo; es decir,que se sujeta a la ley de gravedad yentonces decimos que bajalibremente. Cuando pongo frente afrente y libres el oxígeno y elpotasio, ambos manifiestan sulibertad combinándose inevitable einmediatamente; es decir,obedeciendo a la ley de las

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afinidades. Otro tanto sucede en elorden intelectual y moral, la plenasujeción a las leyes respectivascaracteriza allí, como en todaspartes, la verdadera libertad. No esuno dueño de dar o rehusar suaquiescencia arbitrariamente a unademostración que se ha logradocomprender; la inteligencia,mientras conserva su estadofisiológico, no puede usar de sulibertad de otro modo queconvenciéndose de la verdad queasí se le demuestra y exigir o aun

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pretender lo contrario, será siempreatacar nuestra libertad: así lo hacía,por ejemplo, la Inquisición, cuandoen vez de razones daba tormentos alos que quería convertir, porquepretendía que la inteligencia no sesujetase a su ley normal, que lepreviene creer aquello sólo que leparece cierto. Si pasamos al ordenmoral, veremos que la mismaimposibilidad de hacerarbitrariamente las cosas sepresenta; el corazón amará siemprelo que cree bueno y rechazará lo

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que le parece malo sin podereximirse nunca de esta felizfatalidad, que es para él su leycomo lo es la de la gravedad parael cuerpo de nuestro primerejemplo: digan lo que quieran dellibré albedrío los metafísicos,jamás llegarán a probar qué puedeuno amar u odiar arbitrariamente,sin otra norma que un ciegocapricho; todo lo que podrásuceder, será que al espíritu sepresente como bueno y preferible loque no lo es, ya sea en virtud del

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predominio habitual de las malasinclinaciones, o en fuerza de algunapasión que nos impide juzgarrectamente de las cosas, y de aquíes precisamente de donde resulta lapoderosa influencia de la buenaeducación, que obra justamenteabatiendo aquellos y rectificando eljuicio, con lo cual, lejos de ponerseun obstáculo a la libertad, no sehace otra cosa que favorecer, comohe demostrado, su plenodesenvolvimiento; pues aquí, comoen todo lo demás, el arte no

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consiste en cambiar las leyesnaturales, sino en disponer lascosas de manera que el resultado desu inevitable cumplimiento venga asernos provechoso. Así es que, altratar de sacar ventajas de estos dosórdenes de funciones que la cienciay la observación demuestran, noharemos otra cosa que fundar el artemoral sobre una base firme,demostrable y capaz de un continuoe indefinido progreso.

* *Si el punto de vista especialísimo

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que me he propuesto no me exigieseimperiosamente abstenerme delargas consideraciones sobre estostan interesantes puntos, yo podríamostrar aquí cómo las diversasreligiones primitivas no han sidootra cosa que un modo espontáneo einevitable de satisfacer unatendencia innata del hombre, que hamenester una explicación de lo quese ve y observa; cómo ellas han idoperfeccionándose bajo la influenciade la ciencia y cómo ésta ha ido dedía en día invadiendo el terreno de

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aquéllas; yo mostraría que lasreligiones y el deísmo por una partey el ateísmo y panteísmo por otra,aunque en aparienciainconciliables, vienen a padecer elmismo error en cuanto a la fuente dela moral, pues, en todos, el interésbien entendido del individuo es elque se procura poner en juego; enlas religiones y el deísmo,ofreciendo un premio o un castigoeterno en otra vida futura, y en elateísmo y panteísmo, tratando depersuadir que el modo más seguro

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de ser feliz en esta vida es el deconformar su conducta con lasreglas de la moral; yo haría vercómo en uno y en otro caso, lastendencias egoístas del individuovienen a ser la base de la moral,mientras que las inclinaciones queAugusto Comte llama altruistas poroposición a las anteriores, es decir,las que instintivamente inclinan alhombre a amar a sus semejantes y ahacerles bien, quedan subalternadasa las primeras; de donde haresultado que actos directamente

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contrarios al fin de la sociedad ydel más refinado y despreciableegoísmo, hayan llegado a serreputados meritorios y dignos de unhombre virtuoso, como dejar deheredera a su alma, por ejemplo,que es la fórmula de la avaricia deUltratumba, explotada tanhábilmente hace algunos siglos porel clero católico, desde quehabiendo perdido la pureza eindependencia que lo había elevadotanto y tan justamente en la EdadMedia, se apoderó de él la codicia

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de las riquezas y el deseo demando. Pero lo dicho basta paraque se vea con toda claridad que eldivorcio entre la moral y losfundamentos sobrenaturales, que ledan todas las religiones y aun eldeísmo o el moderno pitagorismo,puramente metafísicos ysubversivos en que quierenapoyarla el ateísmo y el panteísmo,es no sólo posible y conveniente,sino de notoria urgencia; porque enel estado de anarquía religiosaactual, no puede ser ya justificable

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que la moral, verdadero fundamentode las sociedades, no tenga ellamisma otra base que la de unascreencias perpetuamente rivalesentre sí, siempre sujetas a unacrítica recíproca y lo que es peortodavía, entregadas de hecho a uncontinuo y creciente desuso. Nadaparece más natural, por elcontrario, como que la ciencia, quees la única que ha logrado realizarlo que todas las religiones hanintentado en vano, es decir, llegar aformar creencias verdaderamente

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universales, se apoderedefinitivamente de este ramo yprocure hacer de él algo semejantea la astronomía o a la física, que enotro tiempo logró arrancar tambiéndel dominio teológico, y haciendodesaparecer de ella losfundamentos y las explicacionessobrenaturales, consiguió poner deacuerdo a todo el mundo. Sólo larutina de tantos siglos puede hacerconcebible que hombresverdaderamente distinguidos, quepondrían el grito en los cielos si

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llegaran a persuadirse de que losfundamentos de la física, de laquímica o de una cienciacualquiera, eran enteramentequiméricos y que en semejantessupuestos renegarían de estaspretendidas ciencias y de las artesquede ellas derivan, puedancontinuar defendiendo que la másimportante de todas las ciencias yla más útil de todas las artes, el artey la ciencia moral, hayan de estarcondenadas a no tener en la mayoríadel género humano otra base ni otro

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resorte que unas creencias y unosdogmas que ellos mismos calificande absurdos. En efecto, escójase lareligión o la secta que se quiera, yse verá desde luego que ella tieneen el conjunto del género humanomás enemigos que partidarios, desuerte que para cada uno de losadeptos de una religión, la mayoríade los hombres no tiene, comoacabamos de decir, otro aliciente niotro fundamento de su moral, que unconjunto de creencias y deesperanzas fantásticas e

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imaginarias, pues cada uno noexceptúa de semejante calificaciónsino a sus propias creencias. Y sinembargo, hay quien crea de buenafe que sobre semejante cimiento esposible construir un edificio sólidoy durable; y sin embargo, hay quiensostiene (y el número es crecido)que el gobierno debe exigir laenseñanza de un dogma religiosocualquiera, porque de otro modotoda garantía de moralidaddesaparece.

'El Siglo XIX, número 839, 3 de

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mayo de 1863

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1867 - Oración cívica Oración cívicade Gabino BarredaDans les douloureuses collisions

nous préparenécessairement l'anarchie actuelle,

les philosophesqui les auront prévues, seront déjà

préparés à yfaire convenablement ressortir les

grandes leçonssociales qu'elles doivent offrir à

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tous.A. Comte, Cours de Philosophie

Positive. T. VI. 622.Conciudadanos: En presencia de

la crisis revolucionaria que sacudeal país entero desde la memorableproclamación del 16 de septiembrede 1810; a la vista de la inmensaconflagración producida por unachispa, al parecer insignificante,lanzada por un anciano sexagenarioen el obscuro pueblo de Dolores; alconsiderar que después de haberseconseguido el que parecía fin único

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de ese fuego de renovación quecundió por todas partes, quierodecir, la separación de México dela Metrópoli Española, el incendioha consumido todavía dosgeneraciones enteras y aún humeadespués de cincuenta y siete años,un deber sagrado y apremiantesurge para todo aquel que no vea enla historia un conjunto de hechosincoherentes y estrambóticos,propios sólo para preocupar a losnovelistas y a los curiosos; unanecesidad se hace sentir por todas

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partes, para todos aquellos que noquieren, que no pueden dejar lahistoria entregada al capricho deinfluencias providenciales, ni alazar de fortuitos accidentes, sinoque trabajan por ver en ella unaciencia, más difícil sin duda, perosujeta, como las demás, a leyes quela dominan y que hacen posible laprevisión de los hechos por venir, yla explicación de los que ya hanpasado. Este deber y estanecesidad, es la de hallar el hiloque pueda servirnos de guía y

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permitirnos recorrer, sin peligro deextraviarnos, este intricado dédalode luchas y de resistencias, deavances y de retrogradaciones, quese han sucedido sin tregua en esteterrible pero fecundo período denuestra vida nacional: es la depresentar esta serie de hechos, alparecer extraños y excepcionales,como un conjunto compacto yhomogéneo, como el desarrollonecesario y fatal de un programalatente, si puedo expresarme así,que nadie había formulado con

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precisión pero que el buen sentidopopular había sabido adivinar consu perspicacia y natural empirismo;es la de hacer ver que durante todoel tiempo en que parecía quenavegábamos sin brújula y sinnorte, el partido progresista, altravés de mil escollos y deinmensas y obstinadas resistencias,ha caminado siempre en buenrumbo, hasta lograr después de lamás dolorosa y la más fecunda denuestras luchas, el grandiosoresultado que hoy palpamos,

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admirados y sorprendidos casi denuestra propia obra: es, en fin, la desacar, conforme al consejo deComte, las grandes leccionessociales que deben ofrecer a todosesas dolorosas colisiones que laanarquía, que reina actualmente enlos espíritus y en las ideas, provocapor todas partes, y que no puedecesar hasta que una doctrinaverdaderamente universal reúnatodas las inteligencias en unasíntesis común.

El orador a quien se ha impuesto

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el honroso deber de dirigiros lapalabra en esta solemne ocasión,siente, como el que más, elvehemente deseo de examinar, conese espíritu y bajo ese aspecto, elterrible período que acabamos derecorrer, y que políticos mezquinoso de mala fe, pretenden arrojarnosal rostro como un cieno infamantepara mancillar así nuestro espíritu ynuestro corazón, nuestrainteligencia y nuestra moralidad,presentándolo maliciosamentecomo una triste excepción en la

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evolución progresiva de lahumanidad; pero que, examinado ala luz de la razón y de la filosofía,vendrá a presentarse como uninmenso drama, cuyo desenlaceserá la sublime apoteosis de losgigantes de 1810, y de la continuadafalange de héroes que se hansucedido, desde Hidalgo yMorelos, hasta Guerrero e Iturbide;desde Zaragoza y Ocampo, hastaSalazar y Arteaga, y desde éstoshasta los vencedores de la hiena deTacubaya y del aventurero de

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Miramar.En la rápida mirada retrospectiva

que el deseo de cumplir con esesagrado deber nos obliga a echarsobre los acontecimientos delpasado, habrá que tocar no sóloaquellos que directamente atañen alos sucesos políticos, sino también,aunque muy someramente, otroshechos que a primera vista pudieranparecer extraños a este sitio y a estafestividad. Pero en el dominio de lainteligencia y en el campo de laverdadera filosofía, nada es

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heterogéneo y todo es solidario. Ytan imposible es hoy que la políticamarche sin apoyarse en la cienciacomo que la ciencia deje decomprender en su dominio a lapolítica.

Después de tres siglos de pacíficadominación, y de un sistemaperfectamente combinado paraprolongar sin término una situaciónque por todas partes se procurabamantener estacionaria, haciendo quela educación, las creenciasreligiosas, la política y la

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administración convergiesen haciaun mismo fin bien determinado ybien claro, la prolongaciónindefinida de una dominación y deuna explotación continua; cuandotodo se tenía dispuesto de maneraque no pudiese penetrar de afuera,ni aun germinar espontáneamentedentro de ninguna idea nueva, siantes no había pasado por el tamizformado por la estrecha malla delclero secular y regular, tendidadiestramente por toda la superficiedel país y enteramente consagrado

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al servicio de la Metrópoli, dedonde en su mayor parte habíasalido y a la que lo ligabaíntimamente el cebo de cuantiososintereses y de inmunidades yprivilegios de suma importancia,que lo elevaban muy alto sobre elresto de la población,principalmente criolla; cuando eseclero armado a la vez con los rayosdel cielo y las penas de la tierra,jefe supremo de la educaciónuniversal, parecía tener cogidastodas las avenidas para no dejar

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penetrar al enemigo, y en su manotodos los medios de exterminarlo siacaso llegaba a asomar; después detres siglos, repito, de una situaciónsemejante, imposible parece quesúbitamente, y a la voz de unpárroco obscuro y sin fortuna, esepueblo, antes sumiso y aletargado,se hubiese levantado como movidopor un resorte, y sin organización ysin armas, sin vestidos y sinrecursos, se hubiese puesto frente afrente de un ejército valiente ydisciplinado, arrancándole la

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victoria sin más táctica que la depresentar su pecho desnudo alplomo y al acero de sus terriblesadversarios, que antes lodominaban con la mirada.

Si tan importante acontecimientono hubiese sido preparado deantemano por un concurso deinfluencias lentas y sordas, peroreales y poderosas, él seríainexplicable de todo punto, y nosería ya un hecho histórico sino unromance fabuloso; no hubiera sidouna heroicidad sino un milagro el

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haberlo llevado a cabo, y como talestaría fuera de nuestro punto devista, que conforme a los preceptosde la verdadera ciencia filosófica,cuya mira es siempre la previsión,tiene que hacer a un lado todainfluencia sobrenatural, porque noestando sujeta a leyes invariablesno puede ser objeto ni fundamentode explicación ni previsión racionalalguna.

¿Cuáles fueron, pues, esasinfluencias insensibles cuya acciónacumulada por el transcurso del

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tiempo, pudo en un momentooportuno luchar primero, y mástarde salir vencedora deresistencias que parecíanincontrastables? Todas ellas puedenreducirse a una sola —peroformidable y decisiva— laemancipación mental, caracterizadapor la gradual decadencia de lasdoctrinas antiguas, y su progresivasubstitución por las modernas;decadencia y substitución que,marchando sin cesar y de continuo,acaban por producir una completa

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transformación antes que hayanpodido siquiera notarse susavances.

Emancipación científica,emancipación religiosa,emancipación política: he aquí eltriple venero de ese poderosotorrente que ha ido creciendo de díaen día, y aumentando su fuerza amedida que iba tropezando con lasresistencias que se le oponían;resistencias que alguna vez lograronatajarlo por cierto tiempo, pero quesiempre acabaron por ser

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arrolladas por todas partes, sinlograr otra cosa que prolongar elmalestar y aumentar los estragosinherentes a una destrucción tanindispensable como inevitable.

En efecto, ¿cómo impedir que laluz que emanaba de las cienciasinferiores penetrase a su vez en lasciencias superiores? ¿Cómo lograrque los mismos para quienes losmás sorprendentes fenómenosastronómicos quedaban explicadoscomo una ley de la naturaleza, esdecir, con la enunciación de un

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hecho general, que él mismo no esotra cosa que una propiedadinseparable de la materia, pudieseno tratar de introducir este mismoespíritu de explicaciones positivasen las demás ciencias, y porconsiguiente en la política? ¿Cómolos encargados de la educaciónpueden, todavía hoy, llegar a creerque los que han visto encadenar elrayo, que fue por tantos siglos elarma predilecta de los dioses,haciéndolo bajar humilde eimpotente al encuentro de una punta

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metálica elevada en la atmósfera,no hayan de buscar con avidez otrostriunfos semejantes en los demásramos del saber humano? ¿Cómopudieron no ver que a medida quelas explicaciones sobrenaturalesiban siendo substituidas por leyesnaturales, y la intervención humanacreciendo en proporción en todaslas ciencias, la ciencia de lapolítica iría tambiénemancipándose, cada vez más ymás, de la teología? Si el clerohubiera podido ver en aquel tiempo,

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con la claridad que hoy percibimosnosotros, la funesta brecha que esasinvestigaciones científicas alparecer tan indiferentes einofensivas iban abriendo en elcomplicado edificio que a tantacosta había logrado levantar, y quecon tanto empeño procurabaconservar; si él hubiera llegado acomprender la íntima y necesariarelación que liga entre sí todos losprogresos de la inteligenciahumana, y que haciéndolos todossolidarios no permite que por una

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parte se avance y por otra seretroceda, o siquiera se permanezcaestacionario, sino que comunicandoel impulso a todas partes, hace quetodas marchen a la vez, aunque condesigual velocidad según el gradode complicación de losconocimientos correspondientes; siél hubiera reflexionado que,estando comunicados entre sí todoslos diversos departamentos delgrandioso palacio del alma, la luzque se introdujese en cualquiera deellos debía necesariamente irradiar

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a los demás y hacer poco a pocopercibir, cada vez menosconfusamente, verdadesinesperadas que una impenetrableoscuridad podía sólo mantenerocultas, pero que una vezvislumbradas por algunos, iríancautivando las miradas de lamultitud, a medida que nuevasluces, suscitadas por las primeras,fueran apareciendo por diversospuntos, se habría apresurado sinduda a matar esas lucesdondequiera que pudieran

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presentarse y por inconexas quepudiesen parecer con la doctrinaque se deseaba salvar. Pero esteplan que, concebidosistemáticamente por las antiguasteocracias hubiera hechojustificable la ilusión de unresultado, si no permanente almenos inmensamente prolongado,no era ni racional ni disculpable enlos tiempos ni en las circunstanciasen que España se apoderó delContinente de Colón. En esa época,los principales gérmenes de la

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renovación moderna estaban enplena efervescencia en el antiguomundo y era preciso que losconquistadores, impregnados ya deellas, los inoculasen, aun a su pesar,en la nueva población que de lamezcla de ambas razas iba aresultar. Por otra parte, eraimposible que, en continua relacióncon la Metrópoli, México y toda laAmérica española no percibiese,aunque confusamente, el fuego deemancipación que ardía por todaspartes, y de que en lo político

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España misma había dado el nobleejemplo lanzando de su seno a losmoros que, siete siglos antes y enmejores circunstancias, habíanintentado hacer en la península loque ella, a su vez, se propuso enAmérica.

La triple evolución científica,política y religiosa que debía darpor resultado la terrible crisis porque atravesamos, puede decirse, noya que era inminente, sino queestaba efectuada en aquella época yel clero católico que, nacido él

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mismo de la discusión, se habíapropuesto después sofocarla, habíavisto a sus expensas lo irrealizablede sus pretensiones, pues por unadichosa fatalidad, el irresistibleatractivo de lo cierto y de lo útil, delo bueno y de lo bello, sedujo a supesar a los mismos a quienes supropio interés aconsejabadesecharlo y, semejantes al Cerverode la fábula, se dejaron adormecerpor el encanto de las nuevas ideas ydejaron penetrar en el recintovedado al enemigo que debieran

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ahuyentar.Ahora bien, una vez dado el

primer paso, lo demás debíaefectuarse por sí solo y todas lasresistencias que se quisieranacumular, podrían alguna vezretardar y enmascarar el resultadofinal; pero éste fue fatal einevitable. La ciencia, progresandoy creciendo como un débil niño,debía primero ensayar y acrecentarsus fuerzas en los caminos llanos ysin obstáculos, hasta que poco apoco y a medida que ellas iban

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aumentando, fuese sucesivamenteentrando en combate con laspreocupaciones y con lasuperstición, de las que al fin debíasalir triunfante y victoriosa despuésde una lucha terrible, pero decisiva.

Por su parte, la superstición, quetal vez sentía su debilidad, evitabaencontrarse con su adversario, ycediendo palmo a palmo el terrenoque no podía defender aparentabano comprender, o de hecho nocomprendía que esa retiradacontinua era también una continua

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derrota. Sólo de tiempo en tiempo ycuando la colisión era evidente, separaba a combatir con la furia deldespecho y la tenacidad de ladesesperación. Yo no referiré todasesas luchas que son ajenas de estelugar y de esta ocasión; yo no mepararé siquiera a mencionar aquílas principales fases de ese granconflicto, que son también las fasesde la historia de la humanidad,porque esto me llevaría muy lejos.Yo no diré tampoco cómo la cienciaha logrado, en fin, abrazar a la

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política y sujetarla a leyes, ni cómola moral y la religión han llegado aser de su dominio. El campo esvasto y la materia fecunda ytentadora; mas la ocasión no esfavorable y apenas se presta amencionar el hecho.

Pero no puedo menos de recordar,en pocas palabras, la famosacondenación de Galileo hecha porla Iglesia católica que, fundada enun pasaje revelado, declaróherética e inadmisible la doctrinadel movimiento de la tierra. Aquí el

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texto era claro y terminante, el librode donde se sacaba no podía sermás reverenciado; por otra parte, ladoctrina que se les oponía no estabarealmente apoyada en ningunaprueba irrecusable, sino que erahasta entonces una simple hipótesiscientífica, con la cual laexplicación de los fenómenoscelestes adquiría una notablesencillez; Galileo no había hechootra cosa que prohijarla y allanaralgunas dificultades de mecánica,que se habían opuesto hasta

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entonces a su generalización; perolo repito, ninguna prueba positivapodía darse hasta entonces de larealidad del doble movimiento quese atribuía a la tierra; la primeraprueba matemática de esteimportante hecho no debía venirsino un siglo después, con elfenómeno de la aberracióndescubierta por Bradley. Y sinembargo, era ya tal el espírituantiteológico que reinaba en tiempode Galileo, que bastó que lahipótesis condenada explicase

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satisfactoriamente los hechos a quese refería y que no chocase, comoen los principios se había creído,con las leyes de la física o de lamecánica, para que ella hubiesesido bien pronto universalmenteadmitida, a despecho del Concilio,del Texto y de la Inquisición. Másaún: el Texto mismo tuvo por finque plegarse a sufrir una torsión,hasta ponerse él de acuerdo con laciencia, o por lo menos, hacer cesarla evidente contradicción de queprimero se había hecho justo

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mérito.Es inútil insistir aquí sobre la

importancia de este espléndidotriunfo del espíritu de demostraciónsobre el espíritu de autoridad; bastesaber que desde entonces lospapeles se trocaron, y el que antesimperaba sin contradicción ydecidía sin réplica, marcha hoydetrás de su rival, recogiendo conuna avidez que indica su pobreza, lamenor coincidencia que apareceentre ambas doctrinas, sin esperarsiquiera a que estén demostradas,

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para servirse de ella como unpedestal sobre el cual se complaceen apoyar su bamboleante edificio.Pero lo que sí hace a mi propósito ydebo, por lo mismo, hacer notar eneste punto, es que tal era el estadode la emancipación científica enEuropa cuando la corporación quese encargó aquí de la Instrucciónpública por orden del gobierno deEspaña, acometió la titánicaempresa de parar el curso de estetorrente que sus predecesores nohabían podido contener, porque de

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este loco empeño debía resultarmás tarde el cataclismo que, conmás cordura, hubiera podidoevitarse.

No sólo en sus relaciones con laciencia, propiamente dicha, fuecomo los conquistadores trajeronuna doctrina en decadencia incapazde fundar, de otro modo que nofuera por la fuerza y la opresión, ungobierno estable y respetado;también entre los que habíanpertenecido al propio campo habíaestallado la división. EL famoso

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cisma que bien pronto dividió laEuropa en dos partesirreconciliables, y que haciendocesar la unidad y la veneraciónhacia los superiores espirituales,echó por tierra la obra que, fundadapor San Pablo, se había elaboradolentamente en la edad media; estecisma, cuya bandera fue la delderecho del libre examen, nacióprecisamente en el tiempo en quelos conquistadores marchaban aapoderarse de su presa. Y si bien laEspaña había, en apariencia,

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quedado libre del contagio, locierto es que el verdadero venenose había inoculado de tiempo atrásen todos los cerebros y de hecho,todos los llamados católicos, eranya, y cada día se hicieron más ymás protestantes, porque todos, a suvez, apelaban a su razón particular,como árbitro supremo en lascuestiones más trascendentales y seerigían en jueces competentes, enlas mismas materias que antes no sehubieran atrevido a tocar. Ahorabien, nada es más contrario al

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verdadero espíritu católico, que esasupremacía de la razón sobre laautoridad, y nada por lo mismopuede indicar mejor su decadencia,que esa lucha en que se le obligabaa entrar, en la cual tenía quesostener con la razón o con lafuerza, lo que sólo hubiera debidoapoyar con la fe. Los famosostratados de los regalistas en queEspaña abunda, no eran de hechootra cosa que una enérgica ycontinua protesta contra laautoridad del Papa. Y el modo

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brutal con que Carlos V, a pesar desu fanatismo, trató en su propiosolio al Pontífice Romano, quehabía querido oponerse a suvoluntad, prueba lo que en aquellaépoca había decaído una autoridadque antes disponía a su arbitrio delas coronas.

Así, del lado de la religión, queparecía ser una de las piedrasangulares del edificio de laConquista, el principal elementodisolvente vino con sus fundadores,y él no podía menos de crecer aquí,

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como fue creciendo en todas partesy dar, por fin, en tierra, con unaconstrucción cuyos fundamentosestaban ya corroídos y minados deantemano.

Del lado de la política, la cosa nomarchaba de otro modo.

Ya he dicho que la España mismahabía dado el ejemplo de laemancipación, lanzando a losmoros, que durante siete sigloshabían dominado y ella no debíaesperar mejor suerte en la empresaanáloga que acometía. Sin embargo,

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el espíritu de dominación que seapoderó de ella después de losbrillantes sucesos de América, hizoque su poder se extendiese tambiénen gran parte de la Europa y de estadominación y de la necesidad delibertad, que una intolerableopresión, a su vez religiosa,política y militar, debía producir enlos puntos de Europa sujetos a lacorona de España, debía nacer elformidable enemigo que, despuésde hacerle perder los Países Bajos,le arrancaría más tarde sus joyas

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del Nuevo Mundo y que acabarápor derribar todos los tronos quehoy no existen ya sino de nombre.

El dogma político de la soberaníapopular, no se formuló, en efecto,de una manera explícita y precisa,sino durante la guerra deindependencia que la Holandasostuvo, con tanto heroísmo comocordura, contra la tiranía española.

Este dogma importante quedespués ha venido a ser el primerartículo del credo político de todoslos países civilizados, se invocó en

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favor de un pueblo virtuoso yoprimido y, cosa digna de notarse,fue apoyado por la Inglaterra y laFrancia y por todas las monarquías,tal vez en odio a la España, o poresa fatalidad que pesa sobre lasinstituciones que han caducado,fatalidad que las conduce a afilarellas mismas el puñal que debeherirlas de muerte, consumando asíuna especie de suicidio lento, peroinevitable, contra el cual, después ycuando ya no es tiempo, quieren envano protestar.

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El buen uso que la Holanda supohacer de este principio, al cualpuede decirse que fue en gran partedeudora de su independencia y desu libertad, a la vez política yreligiosa, y la aquiescencia tácita oexpresa de todos los gobiernos,hizo pasar muy pronto al dominiouniversal este dogma radicalmenteincompatible con el principio delderecho divino en que hastaentonces se habían fundado losgobiernos.

Así es que, cuando durante la

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revolución inglesa surgió la otrabase de las repúblicas modernas —la igualdad de los derechos— nopudo encontrar seria contradicción,a pesar de haber abortado en estavez su aplicación práctica, sin dudapor haber sido prematura; pero estenuevo dogma era una consecuenciatan natural y un complemento tanindispensable del anterior, que noobstante su insuceso, los colonosque de Inglaterra partieron paraAmérica, lo llevaron grabado, asícomo su precursor en el fondo de

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sus corazones y ambos dogmassirvieron de simiente y depreparación para el desarrollo deese coloso que hoy se llamaEstados Unidos, y que en la terriblecrisis por que acaba de pasar, crisissuscitada por la necesidad dedeshacerse de elementosheterogéneos y deletéreos hademostrado un vigor asombroso yuna virilidad, que los quemaquinaban contra ella han vistocon espanto y que sus más ardientesadmiradores estaban lejos de

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imaginar.Pero si la soberanía popular es

contraria al derecho divino de laautoridad regia y al derecho deconquista, la igualdad social es,además, incompatible con losprivilegios del clero y del ejército.De suerte que con esos dosaxiomas, se encontraba, en lopolítico, minado desde susprincipios el edificio social queEspaña venía a construir.

Ya lo veis, señores, todos losveneros de ese poderoso raudal de

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la insurrección estaban abiertos;todos los elementos de esacombustión general estabanhacinados; la compresión continua ycada día mayor que se ejercía sobreéstos y el aislamiento en que sequiso siempre tener a México, paraimpedir la corriente de aquéllos, nopodían producir y no produjeronotro resultado que el de hacer másterrible la explosión de los unos, enel instante en que la combustióncomenzase por un punto cualquieray el de aumentar los estragos del

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otro, luego que los diques con quequería contenerse su curso llegasena ceder.

Una conducta más prudente, quehubiese permitido un ensanchegradual y una gradual disminuciónde los vínculos de dependenciaentre México y la Metrópoli, de talmodo que se hubiese dejadoentrever una época en que esoslazos llegasen a romperse, como lanaturaleza misma parecía exigirlo,interponiendo el inmenso Océanoentre ambos continentes, habría sin

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duda evitado la necesidad de losmedios violentos que la políticacontraria hizo necesarios. Sería, sinembargo, injusto echar en cara aEspaña una conducta que cualquieraotra nación en su caso habríaseguido y que, la falta de unadoctrina social positiva y completa,hacía tal vez necesaria en aquellaépoca. Pero sea de ello lo quefuere, el hecho es que en la épocade la insurección, los elementos deesa combustión estaban ya reunidosy estaban además, en plena

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efervescencia determinada por lanoticia de la independencia de losEstados Unidos y de la explosiónfrancesa: sólo se necesitaba ya unachispa para ocasionar el incendio.

Esta chispa fue lanzada por fin lamemorable noche del 15 al 16 deseptiembre de l810, por un hombrede genio y de corazón: de geniopara escoger el momento en quedebía dar principio a la grandiosaobra que meditaba; de corazón,para decidirse a sacrificar su vida ysu reputación, en favor de una causa

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que su inspiración le hacía vertriunfante y gloriosa en un lejanoporvenir. El conocimiento plenoque tenía de la fuerza física de losopresores, no le podía dejar verotra cosa en el presente, que laderrota en el campo de batalla y ladifamación en el de la opinión. Elno podía racionalmente contar conel glorioso episodio del Monte delas Cruces; y la sangrienta escenade Chihuahua era de pronto suúnico porvenir. A él se lanzóresuelto y decidido, porque en la

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cima de esa escala de mártires, dela cual él iba a formar la primeragrada, veía la redención de suquerida patria, veía su libertad y suengrandecimiento; porque en lacima de esa escala de sufrimientosy de combates, de cadalsos y depersecuciones, veía aparecerradiante y venturosa una era de pazy de libertad, de orden y deprogreso, en medio de la cual losmexicanos, rehabilitados a suspropios ojos y a los del mundoentero, bendecirían su nombre y el

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de los demás héroes que supieranimitarlo, ora sucumbiesen como élen la demanda, ora tuviesen lainefable dicha de ver coronado conel triunfo el conjunto de sus fatigas.

Once años de continua lucha y desufrimientos sin cuento, durante loscuales las cabezas de losinsurgentes rodaban por todaspartes, y en que para siempre seinmortalizaran los nombres deMorelos, de Allende, de Aldama,de Mina, de Abasolo y tantos otros,dieron por resultado que en 1821,

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el virtuoso e infatigable Guerrero yel valiente y después malaconsejado Iturbide, rompieran porfin la cadena que durante tres sigloshabía hecho de México la esclavade la España. El pabellón tricolorflameó por primera vez en elpalacio de los Virreyes y la naciónentera aplaudió esta transformación,que parecía augurar una pazdefinitiva. Pero por otra parte, loserrores cometidos por los hombresen quienes recayó la dirección delos negocios públicos y, por otra,

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los elementos poderosos deanarquía y de división que comoresto del antiguo régimen quedabanen el seno mismo de la nuevanación, se opusieron y debíanfatalmente oponerse, a que tandeseado bien llegase todavía. ¡Nose regenera un país, ni se cambianradicalmente sus instituciones y sushábitos, en el corto espacio de doslustros! ¡No se acierta del primergolpe con las verdaderasnecesidades de una nación que, enmedio de la insurrección no había

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podido aprender sino a pelear y queantes de ella sólo sabía resignarse!¡No se apagan ni enfrían, luego quetocan la tierra, las ardientes lavasdel volcán que acaba de estallar!

En el regocijo del triunfo, se creyófácil la erección de un imperio, secreyó que las instituciones queparecían tener más analogía con lasque acababan de ser derrocadas,serían las que podían convenirnosmejor. El caudillo que, halagadopor el brillo del trono se dejóseducir desconociendo en esto la

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verdadera situación que la rupturade todos los lazos anteriores habíacreado, cometió un inmenso errorque pagó con la vida, y hundió a lanación en la guerra civil. Esta pudotal vez evitarse; pero una veziniciada, no debía esperarse queconcluyese por una transacción; loselementos que se agitaban y secombatían eran demasiadocontradictorios, para que unacombinación fuese posible; eranecesario que uno de los doscediese radicalmente de sus

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pretensiones; era preciso que unode los dos, reconociendo suimpotencia, se resignase a ceder elcampo a su contrario, y a seguir,aunque con trabajo y sólopasivamente, una corriente que nopodía contrarrestar.

Por una fatalidad, tan lamentablecomo inevitable, el partido a quienel conjunto de las leyes reales de lacivilización llamaba a predominar,era entonces el más débil; pero, conla fe ardiente del porvenir, con esafe que inspiran todas las creencias

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que constituyen un progreso real enla evolución humana, él se sentíafuerte para emprender y sostener lalucha y ésta debía continuarencarnizada y a muerte.

Un partido, animado tal vez debuena fe, pero esencialmenteinconsecuente, pretendió extinguiresta lucha y de hecho no logró otracosa que prolongarla; pues, porfalta de una doctrina que le seapropia, ese partido toma porsistema de conducta lainconsecuencia, y tan pronto acepta

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los principios retrógrados como losprogresistas, para oponerconstantemente unos a otros ynulificar entrambos. Proponiéndose,a su modo, conciliar el orden con elprogreso, los hace en realidadaparecer incompatibles, porquejamás ha podido comprender elorden, sino con el tipo retrógrado,ni concebir el progreso, sinoemanado de la anarquía, teniendoque pasar mientras gobierna,alternativamente y sin intermedio,de unos partidos a otros. Ese

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partido, repito, haciendorespectivamente a cada uno de loscontendientes concesionescontradictorias e inconciliables,halagaba las ilusiones de cada unosin satisfacer sus deseos yprolongaba así el término de lacontienda que quería evitar.

Por una parte el clero y elejército, como restos del pasadorégimen y por otra, las inteligenciasemancipadas e impacientes poracelerar el porvenir, entraron enuna lucha terrible que ha durado 47

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años; lucha sembrada desangrientas y lúgubres escenas quesería largo y doloroso referir; luchadurante la cual el partidoprogresista, unas veces triunfante yotras también vencido, iba cada vezcreando mayor fuerza, aun despuésde los reveses, pero en la que sucontrario, a medida que sentíadesvanecerse la suya, apelaba amedios más reprobados, desde lafelonía de Picaluga hasta la SainteBarthelemy de Tacubaya, y desdeallí hasta la traición en masa

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consumada en 1863, y premeditadamuchos años antes.

Conciudadanos: la palabratraición ha salido involuntariamentede mis labios. Yo habría querido eneste día de patrióticasreminiscencias y de cordialovación, no traer a vuestra memoriaotros recuerdos que los muy gratosde los héroes que se sacrificaronpor darnos patria y libertad; yohabría querido no evocar en vuestrocorazón otros sentimientos que losde la gratitud, ni otras pasiones que

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las del patriotismo y de laabnegación de que supieron darnosejemplo los grandes hombres quehoy venimos a celebrar; y he vistoen estos momentos pintada envuestros rostros la indignación y hevisto salir de vuestros ojos el rayo,que, quemando la frente de esosmexicanos degradados, dejarásobre ella impreso el sello de lainfamia y de la execración...

Pero al salir de la espantosa crisissuscitada por su criminal error; altocar afanosos y casi sin aliento la

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playa de ese piélago embravecidoque ha estado a punto desepultarnos bajo sus olas, no hemospodido menos que volver el rostroatrás para mirar, como Dante, elpeligro de que nos hemos librado ytomar lecciones en ese tristepasado, que no puede menos quehorrorizarnos...

Las clases privilegiadas que en1857 se habían visto privadas desus fueros y preeminencias, que en1861 vieron por fin sancionada conespléndido triunfo esta conquista

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del siglo y ratificadairrevocablemente la medida de altapolítica, que arrancaba de manos dela más poderosa de dichas clases,el arma que le había siempreservido para sembrar la desunión yprolongar la anarquía, derribando,por medio de la corrupción de latropa a los gobiernos que tratabande sustraerse a su degradante tutela:estas clases privilegiadas, repito,llegaron por fin a persuadirse de sucompleta impotencia, pues, por unaparte, el antiguo ejército,

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habiéndose visto vencido yderrotado por soldados noveles ygenerales improvisados, perdiónecesariamente el prestigio y con élla influencia que un hábito demuchos años le había sóloconservado; y por otra, el clerocomprendió su desprestigio ydecadencia, al ver que había hechouso sin éxito alguno, de todas susarmas espirituales —únicas que lequedaban— para defender a todotrance unos bienes que él aparentacreer que posee por derecho divino,

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y sobre los cuales le niega por lomismo, todo derecho a la sociedady al gobierno, que es surepresentante. ¡Como si algopudiese existir dentro de lasociedad que no emanase de ellamisma! ¡Como si la propiedad ydemás bases de aquélla, por lomismo que están destinadas a suconservación y no a su ruina, nodebiesen estar sujetas a reglas queles hagan conservar siempre elcarácter de protectoras, y no deenemigas de la sociedad! ¡Como si

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alguna vez el medio debierapreferirse al fin para el cual seinstituye!

Acabo de decir que las armasespirituales eran las que lequedaban al clero y debo añadirtambién que a estas armas, elvencedor no sólo no había tocado,sino que las había aumentado enrealidad, con la severa lógica quepresidió a la formación de las leyesllamadas de Reforma. Porque alseparar enteramente la Iglesia delEstado; al emancipar el poder

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espiritual de la presión degradantedel poder temporal, México dio elpaso más avanzado que naciónalguna ha sabido dar, en el caminode la verdadera civilización y delprogreso moral y ennobleció,cuanto es posible en la épocaactual, a ese mismo clero que sólodespués de su traición y cuandoMaximiliano quiso envilecerlo, aejemplo del clero francés,comprendió la importancia moralde la separación que las Leyes deReforma habían establecido. Y

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protestó, tarde como siempre,contra la tutela a que se le sujetó. Ysuspiró por aquello mismo quehabía combatido...

Cuando el clero y el ejército yalgunos hombres que lossecundaban cegados por elfanatismo o por la sed de mando, sevieron privados de todas susilusiones, como el árbol que alsoplo del otoño deja caer una a unalas hojas que lo vestían, seacogieron con más ahínco al únicomedio que parecía quedarles, para

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prolongar aún por algún tiempo sudominación o al menos, ver a susvencedores sepultados también enlas ruinas de la nación.

Hay en Europa, para mengua ybaldón de la Francia, un soberanocuyas únicas dotes son la astucia yla falsía y cuyo carácter sedistingue por la constancia enproseguir los perversos designiosque una vez ha formado.

Este hombre meditaba, de tiempoatrás, el exterminio de lasinstituciones republicanas en

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América, después de haberlasminado primero y derrocado por finen Francia, por medio de unatentado inaudito, el 2 de diciembrede 1851.

A este hombre recurrieron, de estesoberano advenedizo se hicieroncómplices los mexicanosextraviados que, en el vértigo deldespecho, no vieron tal vez eltamaño de su crimen, en manos deese verdugo de la Repúblicafrancesa entregaron unanacionalidad, una independencia y

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unas instituciones que habíancostado ríos de sangre y mediosiglo de sacrificios y de combates.

Y, el que se había introducido enFrancia deslizándose como unaserpiente para ahogar a su víctima;el que, cubierto con unapopularidad prestada, habíalogrado alucinar al pueblo y seduciral ejército, para arrancarle al unosu libertad y convertir al otro, el 2de diciembre, en asesino de sushermanos indefensos, aceptógustoso esa misión de retroceso y

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de vandalismo, y guiado por latraición y azuzado por fraudulentosagiotistas y por su digno intérpreteSaligny, se lanzó sobre su presa ycon la innoble voracidad del buitre,se propuso hartarse de una víctimaque se imaginó muerta.

Desde los primeros pasos, laactitud imponente que tomó toda lanación, aprestándose a rechazar taninicua agresión, hizo ver a laEspaña y a la Inglaterra el tamañode la iniquidad que se habíanprestado a secundar y la Francia

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quedó sola en su tenebrosaempresa.

Su primer acto como beligerantefue una villanía.

Negándose a cumplir los tratadosde la Soledad y haciéndose dueñapor medio de la felonía, de unasposiciones fortificadas que no seatrevió a atacar, se identificó máscon la causa que venía a defender ydejó ver con toda claridad cuálsería el espíritu que debía animarlaen esta inmunda guerra, quecomenzaba por conculcar un

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compromiso sagrado y acabaría porabandonar y vender cobardemente asus propios cómplices.

Cuando el cuerpo expedicionariose creyó bastante fuerte, y cuandohabiendo salvado, a precio de suhonor, los primeros obstáculos, seproporcionó los recursos y bagajesque le faltaban, emprendió sumarcha sobre la capital seguro deltriunfo, lleno de pueril vanidad,llevando en los pechos de sussoldados como garantes infaliblesde la victoria, esculpidos en

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preciosos metales, los nombres deRoma y Crimea, de Magenta ySolferino. Mientras que en lasllanuras de Puebla los esperaba unpuñado de patriotas armados deimproviso, bisoños en la guerra,pero resueltos a sacrificarlo todopor su independencia, y trayendo ensus pechos una condecoración quevale más que todas y que los reyesno pueden otorgar a su antojo: elamor de la patria y de la libertad,grabado en su corazón.

El jefe que mandaba a este puñado

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de héroes, no era un generalenvejecido en los campos debatalla; no llevaba sobre sus sienesel laurel de cien combates; era sóloun joven lleno de fe y depatriotismo; era un republicano delos tiempos heroicos de la Greciaque, sin contar el número ni lafuerza de los enemigos, se propusocomo Temístocles, salvar a supatria y salvar con ella unasinstituciones que un audazextranjero quería destruir y quecontenían en sí todo el porvenir de

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la humanidad.Conciudadanos: vosotros

recordáis en este momento, que elsol del 5 de mayo que habíaalumbrado el cadáver de NapoleónI, alumbró también la humillaciónde Napoleón III. Vosotros tenéispresente que, en ese glorioso día, elnombre de Zaragoza, de eseTemístocles mexicano, se ligó parasiempre con la idea deindependencia, de civilización, delibertad y de progreso, no sólo desu patria, sino de la humanidad.

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Vosotros sabéis que haciendomorder el polvo en ese día a losgenízaros de Napoleón III, a esospersas de los bordes del Sena quemás audaces o más ciegos que susprecursores del Eufrates,pretendieron matar la autonomía deun continente entero y restableceren la tierra clásica de la libertad, enel mundo de Colón, el principioteocrático de las castas y de lasucesión en el mando por medio dela herencia; que venciendo, repito,esa cruzada de retroceso, los

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soldados de la República enPuebla, salvaron como los deGrecia en Salamina, el porvenir delmundo al salvar el principiorepublicano, que es la enseñamoderna de la humanidad. Vosotrossabéis que la batalla del 5 de mayofue el glorioso preludio de unalucha sangrienta y formidable queduró todavía un lustro, pero cuyoresultado final quedó marcado yadesde aquella época. ¡Los quehabían alcanzado la primeravictoria debían también obtener la

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última! ¡Y los que habían penetradosin honor por las cumbres deAcultzingo, debían salir cubiertosde infamia por el puerto deVeracruz!

No es este el momento ni laocasión de trazar la historia de laépoca de represalias y deasesinatos, que sucedió al triunfodel 5 de mayo de 1862. Una vozmás robusta y caracterizada que lamía, una pluma muy más experta yelocuente, os ha hecho estremecerdesde esta misma tribuna,

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refiriéndoos los crueles episodios ylas sangrientas y devastadorasescenas de ese terrible período enque México luchó solo y sinrecursos, contra un ejércitoformidable que de nada carecía ycontra la traición que le ayudaba entodas partes.

En este conflicto entre el retrocesoeuropeo y la civilizaciónamericana; en esta lucha delprincipio monárquico contra elprincipio republicano, en esteúltimo esfuerzo del fanatismo

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contra la emancipación, losrepublicanos de México seencontraban solos contra el orbeentero. Los que no tomaronabiertamente cartas en su contra,simpatizaron con el invasor ysecundaron sus torpes miras,reconociendo y acatando elsimulacro de imperio que quisoconstituir; los que no imitaron a laBélgica y a la Austria mandandosus soldados mercenarios,prestaron, por lo menos, su apoyomoral para sostener al príncipe

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malhadado que tuvo la debilidad,por no decir la villanía, deprestarse a hacer su papel en estafarsa, que merecería el nombre deridícula mojiganga si no hubierasido una espantosa tragedia.

La gran República misma se vioobligada en virtud de la guerraintestina que la devoraba, amantenerse neutral y aun a prestaralguna vez, con mengua de sudignidad, servicios a esa mismainvasión, que pretendía entrar porMéxico a los Estados Unidos.

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¿Qué extraño es, pues, que comoresultado y como síntoma de eseconjunto de circunstanciasadversas, los reveses semultiplicasen para los verdaderosmexicanos, en todo el ámbito de laRepública? ¿Qué extraño puede serque por algún tiempo la causa de lalibertad pareciese perdida y quemexicanos, tal vez de recto corazón,pero débiles e ilusos, se dejasensobrecoger por el desaliento ycreyesen que ya no quedaba otrorecurso sino plegarse al hado que

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parecía contrario? ¿Qué mucho queel benemérito e inmaculado Juárez,que se había abrazado al pabellónnacional levantándolo siempre enalto para que, como la columna defuego de los israelitas, sirviese deguía y de prenda segura de buenéxito a los dignos mexicanos quesostenían aquella lucha, tandesigual como heroica y tenaz, quémucho, repito, que Juárez y susdignos compañeros se viesenobligados a recorrer centenares deleguas, sin hallar un punto en que la

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bandera de la independenciapudiese descansar segura, ni flotarcon libertad? ¿Qué mucho quenuestros más valientes adalides, seviesen por un momento obligados abuscar en la aspereza de nuestrosmontes, en la inmensidad denuestros desiertos y en lasmortíferas influencias climatéricasde la tierra caliente, los fielesaliados que no podían encontrar enotra parte?

Pero la tierra prometida debíaaparecer alguna vez; la aurora

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comenzó a brillar después de aqueldenso nublado; Díaz por el Orientey Corona por el Occidente;Escobedo y Régules por el Norte ypor el Sur Riva Palacio, Treviño,Jiménez y otros mil obtuvieron portodas partes victorias señaladassobre la conquista y sobre latraición reunidas o separadas.

La horrible ley de 5 de octubre,imaginada por el general francés ysancionada cobardemente por elnefando imperio; esa ley en que sepagaba con la vida hasta el delito

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de respirar el aire que habíanrespirado los defensores de laindependencia, lejos deamedrentarlos, no hizo sinoenardecer su valor y aumentar suactividad.

Los millares de patriotas quecaían víctimas de esa máquinainfernal puesta en manos de lascortes marciales y disparada sininterrupción; los sangrientoscadáveres del inmaculado Arteagay del heroico Salazar, sepresentaban sin cesar a sus ojos,

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pero vivificados y resplandecientesde gloria, para animarlos alcombate anunciándoles el próximotriunfo y conducirlos así a lavictoria...

Una voz se levantó entonces enfavor de México, voz poderosa ylargo tiempo esperada; pero que sehabía tenido la dignidad de noquerer mendigar.

Al tremendo estallido de millaresde balas tiradas a la vez sobrecentenares de prisionerosdesarmados en Puruándiro y en

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otros puntos; a los plañideros ayesde tantas familias dejadas en laorfandad y en la miseria, el águiladel Norte despertó en fin de suletargo. Los Estados Unidospidieron cuenta a la Francia de esteatentado contra las leyes de lacivilización y de la humanidad,intimándole, en nombre de supropia dignidad, que hiciese cesartan espantosa carnicería el dictadorde Francia, con el cinismo propiode los Bonaparte, dejó toda laresponsabilidad de estos hechos a

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Maximiliano; pero lascontestaciones entre Francia y losEstados Unidos se cruzaban sincesar; las de éstos cada día másapremiantes; las de aquélla cadavez más y más flojas y plagadas decontradicciones e inconsecuencias .

Por una parte el temor de unaguerra insostenible con la colosalRepública, a cuyo lado seencontraría todo el continente; porotra, la posición cada día más falsay precaria del ejércitoexpedicionario en México, que no

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podía ya ni defender el terreno quepisaba; y la completaimpopularidad de la expedición enFrancia, decidieron por fin a suautor a arrancar esa página que, endías más felices, cuando llegó acreer que en México había muertoel amor a la patria y a la libertad,osó llamar la más bella de sureinado.

El abandono del imperio, que atanta costa y por medio de tantasinfamias y calumnias se habíaquerido fundar, se decidió por fin.

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La grandiosa obra de reconstituciónde razas y de influencias europeasen América, que con tan vivoscolores se había pintado al Senadofrancés, se abandonó también; y laorden para la retirada del ejército ycon ella la humillación deNapoleón y el desprestigio de laFrancia, se firmó por fin.

Este fue el servicio que Méxicodebió a la República vecina.Servicio grande sin duda, pero queen nada rebaja el mérito de nuestraheroica defensa; y antes bien, lo

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pone más de manifiesto, porque sinesta indomable resistenciaprolongada por cerca de seis años;sin la constancia de Juárez y de losdemás jefes que, diseminados en elpaís, sostuvieron sin interrupción elcombate, levantando en todas partesla enseña de la República, la tandemorada resolución de interponeren esta cuestión sus respetos y suinflujo, o no habría tenido lugar, ohabría llegado demasiado tarde, nosólo para México, sino tambiénpara los Estados Unidos, a quienes

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se quería asestar el tiro desde lasfortalezas del imperio.

La calumnia y la maledicencia sehan apoderado de este hecho, en elque si los Estados Unidos prestaronun servicio a México, también éstese lo hizo a ellos, prolongando lalucha y conservando un gobiernocon quien pudiesen mantenerrelaciones que les permitieran,luego que hubiesen dominado suguerra civil, tomar la iniciativa enuna negociación cuyo resultadodebía ser: acabar con la influencia

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europea en América y aumentar lasuya propia.

La calumnia, digo, se haapoderado de ese hecho queriendopresentarlo como deshonroso paranosotros. Se ha supuesto que fuimosa mendigar la intervención armadade los Estados Unidos y que elgobierno nacional, personificado enJuárez, no buscaba otra cosa sinoque el país cambiase de señor.

Esta infame calumnia, como lasdemás de que sin cesar ha sido elblanco México, ha sido desmentida

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con hechos irrefragables.La nación habría tenido, sin duda,

el incuestionable derecho de llamaren su auxilio, para desembarazarsede una influencia extraña yopresora, las armas de otrapotencia amiga, sin comprometercon esto ni su autonomía ni sudignidad, pero la conciencia de supropia fuerza y esa clara visión delporvenir que animó siempre alPrimer Magistrado de la República,y que sostuvo su valor y suconstancia en aquellos aciagos días

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de prueba y de persecución, hizoque se desechara siempre esemedio de salvación que, lo repito,nada tenía de deshonroso ni deinusitado.

La Holanda, llamando a losingleses para emanciparse de latiranía española; los EstadosUnidos admitiendo los servicios dela Francia para obtener suindependencia; la España, lanzandode su seno con ayuda de losingleses, a esa Francia que entoncescomo ahora, había logrado penetrar

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en el territorio ajeno por la puertade la felonía y de la traición; a esaFrancia que entonces como ahora,pretendió hacer una colonia de unanación independiente y fundar unsimulacro de trono que le sirviesede escabel para sentar su planta yde apoyo para extender suinfluencia y su dominación; a esaFrancia que entonces como ahora,era víctima y cómplice, a la vez, dela tiranía de un Bonaparte; de unBonaparte, señores, cuyo nombresólo es un programa completo de

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usurpación y de retroceso, deguerras y de conquistas, de tronosimprovisados y hundidos en lanada, de bambolla y decharlatanismo y, por último y comoresultado final, de baldón y oprobiopara su nación! La España, repito,los Estados Unidos y la Repúblicaholandesa, no mancillaron sunombre ni comprometieron suautonomía, ni siquiera empañaronel brillo de sus heroicos esfuerzos.por haber utilizado el socorroarmado de naciones amigas y que

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estaban interesadas en susrespectivos triunfos.

Pero la gloria de México ha sidotodavía más esplendente. ¡Ni unsolo sable del ejército americano seha desnudado en favor de laRepública, ni un solo cañón de laCasa Blanca se ha disparado sobreel Alcázar de Chapultepec! ¡Y sinembargo, el triunfo ha sidoespléndido y completo! ¡Tres meseshabían pasado apenas desde que losinvasores abandonaron nuestrosuelo, y nada existía ya de ese

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imperio, que había de extinguir lademocracia en América!

Todo se ensayó para sostenerlo yarraigarlo; a todas las puertas sellamó para encontrarle adictos; todolo que la intriga, la hipocresía y lafuerza pueden sugerir, todo se pusoen práctica para aclimatar unainstitución que el instinto popularrepugna.

Al penetrar en el interior del paísel ejército invasor y más tarde alvenir el Archiduque a tomarposesión de su trono, no pudieron

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menos de reconocer que el partidoque los había llamado y quefundaba en ellos sus esperanzas, eraen realidad el menos numeroso, elmenos ilustrado y el menosinfluyente de los que se disputabanen México la supremacía. Un cleroignorante y que se imagina vivir enplena Edad Media; que nocomprende ni sus intereses ni los dela nación; que maldiciendo elpresente y el porvenir sincomprender que son unaconsecuencia forzosa del pasado,

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no tiene otro programa que laimposible retrogradación de ochosiglos, para volver a los tiempos deHildebrando: un clero a quien lanación nada debe sino el no haberpodido constituirse; que en 1847 notuvo siquiera el fanatismo suficientepara imitar el heroico ejemplo que40 años antes le había dado el cleroespañol, y que vio impasible lahumillación de su patria, laprofanación de sus templos y lairrisión de sus imágenes por unejército extranjero y protestante; un

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clero que facilitó y contribuyó aestos mismos atentados suscitandoen la capital de la República el másinmoral de los pronunciamientos, enlos momentos mismos en que elenemigo desembarcaba en Veracruz,era el primero y principal elementode ese partido que solicitó laintervención.

Los restos de un ejércitodesmoralizado y corrompido,acostumbrado a medrar en lasrevueltas políticas y a considerar eltesoro nacional como patrimonio

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propio y que en la invasiónamericana probó que si sabíaensañarse con los mexicanosindefensos, sabía mejor volver laespalda ante el extranjero armado,era el segundo elemento de losaliados de la Francia y del imperio.

Con estos y con algunos fanáticosilusos o perversos, ayudados deciertos capitalistas que por egoísmoo por el deseo de lucrar con losfondos de las arcas públicas seunieron a ellos, debía contar elArchiduque para fundar su soñada

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dinastía.Pero él y sus tutores los franceses,

al mirar de cerca a los cómplicesde su crimen; al ver por sus propiosojos todo el tamaño de suabyección y de su infamia, nopudieron menos que avergonzarsede esa compañía y renegaron deellos y les escupieron el rostro.

Toda la política, todo el ahínco deMaximiliano y de Napoleón, fuedesde luego captarse la voluntad yprocurarse el apoyo, o al menos laaquiescencia, del único partido

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nacional, del gran Partido Liberal.Pero tanto cuanto el partido de la

tiranía se había manifestado ruin ydegradado, tanto se mostró grande ydigno el resto de la nación: portodas partes se multiplicaban loshalagos y se sucedían sininterrupción las invitaciones y laspromesas, con objeto de corrompera los patriotas que habían dadopruebas de valer alguna cosa, o quehabían ocupado puestos públicos dela República; no hubo género deseducción que no se emplease, no

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hubo medio a que no se recurriesepara lograr que los buenos liberalesaceptasen los empleos con que seles brindaba en todas partes. Lavanidad, el orgullo, el interés yhasta el terror, todo se ensayó, detodo se echó mano para lograr unresultado al que con razón se dabatanto precio.

Todo fue inútil, sin embargo. Portodas partes se sucedían lastentadoras proposiciones y portodas también se multiplicaban lashonrosas repulsas de mexicanos

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dignos que preferían la oscuridad,la miseria o el ostracismo, al brilloy la opulencia comprados al preciode su conciencia y de supatriotismo.

Unos cuantos indignos mexicanos,que antes habían medrado a lasombra del partido progresista,pero en cuyos criminales pechoshabía tal vez latido siempre elcorazón de Judas, se dejaronarrastrar por la vanidad o lacodicia y se prestaron a tirar deldogal que debía acabar con el

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aliento de la patria.Fuera de estas tristes excepciones,

más dignas de despreciarse que desentirse, el gran partido nacional semantuvo inflexible, y se abstuvo detoda participación que pudierasancionar de algún modo los actosde la intervención y del gobiernointruso; causándoles con esta mudapero enérgica protesta una derrotaconstante que no pocas veces costómás y hubo menester, de parte delos combatientes pacíficos, másenergía de carácter y un valor no

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menos grande y si más sostenidoque el que se ha menester parapresentarse en los campos debatalla.

He aquí, señores, por qué, cuandoel ejército francés huyódespavorido y abandonó sutemeraria empresa, Maximiliano,que sabía por experiencia que nopodía contar con el partido liberal,cualesquiera que fuesen laspromesas con que quisieseatraérsele, y que no pudo tampocoresolverse a abandonar un trono que

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a pesar de sus espinas halagaba suvanidad y su ambición, se vioforzado a echarse en brazos deaquellos mismos a quienes pocoantes había juzgado indignos deestar a su lado.

Señores: aquí tocamos con lamano los acontecimientos a que merefiero; aquí oímos aún tronar elcañón que se dispara a la vez enQuerétaro y en Puebla, en México yen Veracruz; aquí asistimos a eseúltimo combate, en que nuestrapatria obtendrá por fin el

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complemento indispensable de suindependencia, la emancipación dela tutela de todo gobierno extraño.

En efecto, no fue sólo la reaccióny sus gastados generales; no fue elclero y sus desprestigiados jefes, loque decidió al Archiduque aintentar este ultimo esfuerzo; lo quesin duda pesó más en su ánimo, fueese enjambre de extranjerosarmados que la Francia, la Bélgicay el Austria habían enviado paradefensa de su candidato; fue esafalange de ministros diplomáticos y

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sus respectivos gabinetes, queprontos a calumniar a Méxicocuando para ello medía su interés,han tenido voto decisivo en nuestrascuestiones y han sido hasta aquí elpadrastro de todos los gobiernos,fundados en unos tratados leoninosarrancados a nuestra inexperienciay a nuestra vanidad y al deseo deconservar una paz que sólo paraellos existía.

Al haber triunfado del príncipeaventurero y de estos elementos conque contaba todavía para su apoyo;

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al haber aplicado con justicia yseveridad, pero sin encono nipasión, el condigno castigo alprincipal cómplice de tantoscrímenes, al que no vaciló en echarsobre sus hombros todo el peso deseis años de matanzas y deincendios, de devastaciones y deruina, México ha cortado la últimacabeza a la hidra venenosa que portantos años había emponzoñado suexistencia y ha asegurado su futuroreposo.

Negando a Maximiliano el indulto

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que solicitó, ha podido creerse poralgunos, principalmente de fueradel país, que el gobierno y lanación entera, que unánimementeaprobó su conducta, obraban conmayor severidad de la que suestricto deber exigía; ha podidosostenerse por algunos escritoresmás brillantes que profundos, queMéxico pudo y debió perdonar alArchiduque, sin que por esto secomprometiese su tranquilidad, nise diese mayor aliento al partidovencido. Sin duda, señores, el

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triunfo ha sido más grandioso yespléndido de lo que era precisopara que toda idea de un nuevotrono erigido en México sea desdeluego desechada como una empresade orates; sin duda, los GutiérrezEstrada y los Almonte acabaronpara siempre su infame papel y noserian ya escuchados aun cuando sepropusiesen empezar de nuevo; sinduda el clero y los restos delantiguo ejército estánsuficientemente desarmados paraque la paz pública no tenga mucho

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que temer de estos irreconciliablespero impotentes enemigos; sin dudael corazón de los mexicanos esbastante grande para que en élpueda caber, sin rebasarlo, elperdón generoso otorgado a un hijode cien reyes, por más que éste sehaya manifestado indigno de esanoble prosapia y se haya prestado aser, si no el principal autor, por lomenos el principal instrumento deexecrables atentados. Pero cuandose trata de autonomía de la nación,de su porvenir y de su

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independencia, cuando ha llegadoel momento de sentar la clave deesa delicada construcción que seelabora hace ya 57 años, toda ideaque no conduzca al fin deseadodebe abandonarse, todo movimientodel corazón que nos desvíe delsendero y nos haga perder nuestropunto de mira, debe sofocarse.

¡Maximiliano humillado yperdonado por Juárez!

¡Un emperador viviendo porgalardón de una República!... Es sinduda, un magnífico golpe de teatro

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en un melodrama; es un soberbiodesenlace para una novela. Pero niese melodrama ni esa novelahubieran cimentado la paz de laRepública, ni afirmado larespetabilidad y completado laemancipación de la nación.

Maximiliano desterrado enEuropa, hubiera sido con suvoluntad o sin ella, la bandera detodos los descontentos, la esperanzacontinua de los vencidos, el amagoconstante de la tranquilidad públicay el pábulo que mantuviese viva la

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llama secreta de la rebelión, prontaa la menor oportunidad, a encenderde nuevo la guerra civil, como laencendió Santa Anna después dehaber caído prisionero en Jico yrecibido un generoso perdón. . .

Maximiliano perdonado nohubiera creído jamás que debía suvida a la generosidad de México,sino al miedo a Francisco José o ala presión de los Estados Unidos.

Maximiliano perdonado, despuésdel insolente memorándum deWidembrok y de la inoportuna

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intromisión de Sevard, hubiera sidoun perpetuo padrón de infamia paraMéxico y una prueba que se habríacreído irrecusable, de que vivíasiempre bajo la tutela de las otrasnaciones.

Maximiliano perdonado en losmomentos en que, por esememorándum y por esa intromisiónde los Estados Unidos, estabajustamente sobreexcitado elsentimiento de la dignidad nacional,hubiera indudablemente provocadouna escisión entre nuestros jefes y

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un grito de universal reprobación. Yni México se habría rendido ni elpaís se habría pacificado.

Que aquellos filántropos degabinete, que han osado dar su falloen contra de esa inevitableejecución, echen una mirada sobreel país un mes después de llevarla acabo y que nos digan con el corazónen los labios, si creen que con esagenerosidad tan decantada se habíaobtenido una pacificación tangeneral y tan completa.

¡Ahora bien! ¿Sería posible

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vacilar un momento, entre el perdónde un delincuente y la pacificaciónde un pueblo?

Dejemos a la Francia y a laEuropa entera; dejemos, digo, a losgobiernos de la Europa quevociferen y declamen contra unacontecimiento que pone sus tronosa merced de la democracia y que dael ultimo golpe al derecho divinode las castas, a ese resto de lasinstituciones teocráticas; dejemosque, en la rabia de su impotencia yen la impotencia de su rabia, se

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desaten en improperios y calumniascontra una nación que, si ha sabidoser superior en la guerra que leobligaron a sostener, lo sabrátambién ser en la paz que ha sabidoconquistar.

Conciudadanos: hemos recorridoa grandes pasos toda la órbita de laemancipación de México; hemostraído a la memoria todas las luchasy dolorosas crisis por que ha tenidoque pasar, desde la que lo separóde España, hasta la que loemancipó de la tutela extranjera que

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lo tenía avasallado. Hemos vistoque ni una sola de esas luchas, queni una sola de esas crisis, ha dejadode eliminar alguno de los elementosdeletéreos que envenenaban laconstitución social. Que delconjunto de esas crisis, dolorosaspero necesarias, ha resultadotambién, como por un programa quese desarrolla, el conjunto de nuestraplena emancipación y que es unaaserción tan malévola comoirracional, la de aquellos políticosde mala ley, que demasiado miopes

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o demasiado perversos, no quierenver en esas guerras de progreso yde incesante evolución, otra cosaque aberraciones criminales odelirios inexplicables.

Hemos visto que dos generacionesenteras se han sacrificado a estaobra de renovación y a lapreparación indispensable de losmateriales de reconstrucción .

Mas hoy esta labor está concluida,todos los elementos de lareconstrucción social estánreunidos; todos los obstáculos se

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encuentran allanados; todas lasfuerzas morales, intelectuales opolíticas que deben concurrir consu cooperación, han surgido ya.

La base misma de este grandiosoedificio está sentada. Tenemos esasleyes de Reforma que nos hanpuesto en el camino de lacivilización, más adelante queningún otro pueblo. Tenemos unaConstitución que ha sido el faroluminoso al que, en medio de estetempestuoso mar de la invasión, sehan vuelto todas las miradas y ha

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servido a la vez de consuelo y deguía a todos los patriotas queluchaban aislados y sin otro centrohacia el cual pudiesen gravitar susesfuerzos; una Constitución que,abriendo la puerta a lasinnovaciones que la experienciallegue a demostrar necesarias, haceinútil e imprudente, por no decircriminal, toda tentativa de reformaconstitucional por la víarevolucionaria.

Hoy la paz y el orden,conservados por algún tiempo,

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harán por sí solos todo lo que resta.Conciudadanos: que en lo de

adelante sea nuestra divisa libertad,orden y progreso; la libertad comomedio; el orden como base y elprogreso como fin; triple lemasimbolizado en el triple colorido denuestro hermoso pabellón nacional,de ese pabellón que en 1821 fue enmanos de Guerrero e Iturbide elemblema santo de nuestraindependencia; y que, empuñadopor Zaragoza el 5 de mayo de 1862,aseguró el porvenir de América y

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del mundo, salvando lasinstituciones republicanas.

Que en lo sucesivo una plenalibertad de conciencia, una absolutalibertad de exposición y dediscusión, dando espacio a todaslas ideas y campo a todas lasinspiraciones, deje esparcir la luzpor todas partes y haga innecesariae imposible toda conmoción que nosea puramente espiritual, todarevolución que no sea meramenteintelectual. Que el orden material,conservado a todo trance por los

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gobernantes y respetado por losgobernados, sea el garante cierto yel modo seguro de caminar siemprepor el sendero florido del progresoy de la civilización.

Guanajuato, 16 de septiembre de1867