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OBITUARIO #26

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John Fante

1909-1983

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EL DESIERTO ESTARÍA SIEMPRE ALLÍ, ANIMAL BLANCO Y PACIENTE

«(...) y cuando te llamo hispana y aceitosa, no te lo digo

con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho».

John Fante - Pregúntale al polvo

Si soy una ciudad, para despedirte en homenaje he quemado el edificio más emblemático. Una procesión de conversos con teas en la noche y andar parsimonioso. Una catedral arde para honrar tu marcha e introducirnos en el vacío posterior, consumiendo el signo sacro de la redención. Hay espectadores contemplando la escena con gesto taciturno en su mirada; no es falta de humanidad o fe, sino la naturalización de un sacrificio menor. Un ritual sin magia, sin agitación. No escandaliza a nadie, cumpliendo la lógica propia de cualquier ritual. La escena sucede dentro de un hombre que renuncia a desbordarse más por ti.

Soy Arturo Bandini, una ciudad que no ha hecho patria. Los ciudadanos son mis actos sin orden, actos que se contradicen. Unos te aman y otros te temen. Se mezclan en las calles ciudadanos que irían a la guerra por los mismos motivos a bandos opuestos. Una guerra civil se esquiva sobre ti mientras en mí se fragua. La indefinición me sujeta y os arrolla. No hay idea en esta ciudad sobre la que se reclame una identidad, sólo hay duda. La identidad es doblemente negada: no he buscado identidad en sostener -

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la duda; en términos absolutos, de la duda no mana identidad, su aridez niega el fruto. No es por ti la duda, no lo es. Siempre fue, siempre estuvo. No es hábito cartesiano, un camino a la verdad; es un equilibrio imposible, sin término; un movimiento circular. No tengo respuestas, los imperios las tienen. Soy una ciudad a la espera de César o Napoleón.

Soy Arturo Bandini, una ciudad que no ha hecho patria. Una ciudad ingobernable, que nunca ha sufrido un intento de invasión. Algunas ciudades valen su clima cálido, sus zumos de cítricos, y han sido tomadas por ello. Otras ciudades tienen industria, trabajadores especializados, y han sido tomadas por ello. Toda identidad busca una identidad complementaria, una fuente de compensación. Ninguna otra ciudad ha sentido la tentación de someterla porque esta ciudad no puede ser explotada. Una respuesta genera un valor tangible, el producto de una respuesta acaba siendo tomado. Pero hete aquí, frente al incorregible Arturo Bandini, la duda perpetuándose como un fractal, sin respuestas, mientras tú avanzas como el Mojave hiciese nunca: «indiferente a la gran ciudad; el desierto latía bajo aquellas calles, alrededor de aquellas calles, en espera de que la ciudad feneciese, para cubrirla una vez más con sus arenas sin tiempo».

Con tal de evitar la despedida, podría quemar la ciudad entera. Sería capaz de dar la orden, nadie se opondría a las teas. Fui Nerón un momento, cuando te escribí «Y Roma. Más Roma que nada» y me escondí en el palíndromo. Sin embargo, entramos en el año bastante al oeste de Roma. -

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Camila, fantaseamos con el futuro para esquivar la realidad del adiós. Una pira del tamaño de un templo corona nuestra historia en una inmolación calculada, desaparecida la tentación del riesgo, el origen de la pasión. Muy pronto, mientras nos conocíamos, dijiste «tú eres un vicioso, igual que yo». Ahora elegimos una renuncia a la adicción, que los adictos convertimos, compulsivamente, en una adicción a la renuncia. Soy una ciudad a la espera de Nerón.

Nos preguntamos qué sucedería con la ciudad si quemáramos la ciudad entera. La sucesión de ruinas, tiznada de negro, como un texto precioso escrito por el fuego; una declaración de amor para ti; una oportunidad; la dignidad que emana de los rescoldos; la reconstrucción.

Camila, eres una mujer, el suelo abrasador bajo mis pies. He querido transformarte, que fueras una ciudad para poder invadirte o dejarme arrasar. He querido sustancializar la duda que soy, tener algo que ofrecerte: un arsenal, una fortuna tentadora; cualquier tipo de oasis. Pero la aridez de la duda imita tu aridez desértica. De mis dudas, tomarías textos, vaivenes, amor puro y desolación; todo lo que se escurre como polvo entre los dedos. He querido que fueras una ciudad pero eres la duna imparable, el orden de la arena. La noción de orden siempre te ha resultado fascinante, refinada fascista preclara. Admiras el orden público, el sentido común, los cuerpos uniformados, naciste del desfile de los ejércitos. Ahora desfilas en legiones ocres de tierra molida. Directa al frente, al asalto, a protegerte en el combate. Me encanta cuando sientes que vences en la conversación, cuando me callo y tú, muy aristotélica, -

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sinuosa, empleas como argumento definitivo la autoridad de saber más para concluir que has ganado. Crees que acepto tu victoria cuando miras contra la ciudad, como en un espejo, la belleza de tu auctoritas. ¡Esa forma de brillar! No existe otro ser en el mundo, otra forma de dejarme sin palabras. No tiene que ver lo que sabemos, busco con mi mudez esa pizca de desprecio en tu sonrisa. Por eso, contra Arturo Bandini tú eres puro cuerpo legal, y todo se rinde al amparo de tus curvas, que el viento convierte en montañas móviles. Soy una ciudad a la espera del desierto.

Siempre que adjudicas asepsia a la ley, yo recurro a Foucault. No hay cuerpo legal neutro, aunque no entiendas esto. Cualquier cuerpo legal incluye la ideología que toda ciudad necesita. Eres una ideología para mí, el gran Arturo Bandini, escritor de emociones inéditas, cuyo genio exige una ideología límite, el borde del horizonte, el borde del espejismo, la noción más extrema, que roza la irrealidad. Tú, que eres la consideración del orden, no podrías tomar las calles. Podrías tomar el margen de libertad al que los ciudadanos están dispuestos a renunciar. Podrías hacerles creer, tumbar la duda. Ser la guía. Intervenir como una tormenta que barre el aire y lo limpia. Gobernar la ciudad. Emperatriz Camila.

Muy pronto, mientras nos conocíamos, dijiste «yo veo ternura en tus palabras serias y seriedad en las de broma». Arturo Bandini, la ciudad sin humor. El ángel de la guarda ausente. Entrega denodada bajo semblante áspero. Una ciudad en alerta continua, despierta las veinticuatro horas, dura, de trato recio, que siempre quiere más. Que reclama -

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ánimo juvenil y belleza juvenil y se fascina cuando lo encuentra en seres inmemoriales como tú, Camila, desierto siempre cambiante, siempre el mismo. Apenas existen los que aguantan el ritmo quebrado y sin métrica que la ciudad no para de multiplicar. Como tú, se quejan de la exigencia, de la insatisfacción permanente como motor, pero, por mucho que digamos, a nosotros dos nos va la marcha, ¿verdad, Camila? ¿Entonces por qué?

Le pregunto al polvo por qué desistimos. Cuando yo te perdí, mucho antes, ya te habías perdido en el desierto, ya te habías convertido en él.

Artevic Holgueras Galán

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A LO FANTE Podría sentarme a escribir en una habitación cálida, de paredes empapeladas con flores rosas rococó, mirando a la ventana —un paisaje de árboles frutales, con pájaros azules posados sobre sus ramas— revolviendo con la cucharita el azúcar de una taza de té que humea hacia el techo, mientras pienso en las maravillas que la vida me ofrece a diario. Sin embargo, el libro de Fante, abierto en una página cualquiera, sobre el viejo escritorio de madera rayada, me recuerda que la realidad es muy diferente.

No hay paredes empapeladas, no hay ventana, ni siquiera habitación. Duermo apenas pocas horas en un sofá cama en el living comedor de una casa que no es mía. Los dedos amarillentos de tanto fumar o las manos temblorosas cuando bebo de más. La religión tampoco es sosiego. Sólo una mentira en momentos de desesperación. ¿Y qué hay con eso? Me reconozco feliz sabiéndome ausente, miserable y delirante.

El camino lo trazan los perdedores que, lentamente, van evolucionando a medida que se deshacen del engaño de la búsqueda de un mundo perfecto que nunca los abraza.

Crista Smith

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EL LEGADO Impuesto sobre sucesiones a la vista. El notario estampa el sello sobre el documento con tanto brío que hace tambalear el escritorio entero. Mientras se hurga en los bolsillos, estira mucho el cuello, como si fuera una tortuga de lago desperezándose, y utiliza la punta de la barbilla para señalar los huecos en blanco ahí dónde se supone que debo firmar. Aquí, ahí y más allá. Apenas he empezado a palidecer, y a levantarme indignado de la silla tras haber leído el primer párrafo, que ya me encuentro encañonado por un revolver oxidado. Tu abuelo lo hubiera querido así, dice el notario. Vuelvo a sentarme con las manos alzadas por encima de los hombros y con la resignación por debajo de los tobillos. Confieso que al recibir la citación para la lectura del testamento había fantaseado con la idea de que el abuelo me hubiera dejado el Cadillac, o los viñedos. O incluso ese bate autografiado por DiMaggio. Pero no, claro que no. No mi abuelo. No el primer abuelo en la faz de la tierra que no le dijo nunca a su único nieto que era su nieto favorito. No ese viejales que olía siempre a naranjas agrias.

El caso es que tras toda una vida sacándole brillo al título de autor maldito que le había tocado en una rifa, mi abuelo había decidido cedérmelo en exclusiva. Tal cual. Mi parte de la herencia es, literalmente, una maldición artística. Y es que el malditismo no se crea ni destruye, tan sólo se endosa. Así que en el mismo momento en el que firme por triplicado esta condena hecha documento jurídico su maldición se me traspasara con carácter -

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retroactivo. Será entonces cuando la peculiar y merecidamente incomprendida obra de mi abuelo; que se constituye de doce Haikus sobre la fermentación de la cerveza escritos en hebreo al lado de los crucigramas del periódico, despertará un interés mediático sin precedentes. Sus garabatos, los cuales escribía más para hacer tiempo hasta que la lavativa surtiera efecto que para otra cosa, serán publicados en ediciones de lujo y encabezarán las listas de ventas durante un porrón de meses. Y claro, al mismo tiempo que mi abuelo se hace famoso por el simple hecho de haber muerto anónimo, el menda se volverá invisible para el mundo editorial y sus constelaciones. Y eso es una verdadera puya porque mi trilogía de ciencia ficción sobre androides samurái está casi, casi terminada. Así que por culpa de este legado envenenado que me veo obligado a aceptar seré rechazado sistemáticamente por cualquier editorial. Seguiré recibiendo negativas alegando estupideces tales como que el morse no es una tipografía recomendable para la publicación de un libro, o que una numeración de páginas medio aleatoria, medio basada en los ciclos lunares, podría confundir a ciertos lectores, pero ya no será porque este u otro editor me tenga manía o porque sea un adelantado a mi tiempo, sino porque llevaré una maldición a cuestas. El notario tose adrede y deja de apuntarme sólo el instante que requiere para señalar el reloj de cuco de la estancia. Luego le quita el seguro al arma y pega el cañón justo encima de mi entrecejo. Y lo hace para recordarme que cobra por horas, supongo.

Xavi Lázaro

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Sonia Marpez

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LOS ÚLTIMOS DÍAS DE BANDINI Arturo Bandini, ni carne ni pescado ni membrillo en conserva, empuja la silla de ruedas hacia la ventana y siente la fresca brisa del Pacífico en la cara. Imagina el paisaje y se acuerda de aquella palmera que lo derrotó en combate singular hace ya tantas décadas y de las hormigas que ya no podrían corretearle por las piernas. «Ah, Camila, vivir es aceptar la derrota», piensa con un suspiro. En qué dirección quedará el desierto, se pregunta. Quizá todavía podría encontrar a su mexicana. A su momia, al menos.

Suena el timbre de la puerta. Será la enfermera, piensa Bandini, pero bien podría ser el comité del Nobel, que por fin viene a hablar con él.

Gabriel Noguera

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Marygarlic

YO, FANTE 6 y media, 7 y media, 8 y media; todavía no me han llamado para preguntarme que hora es. Distinción absurda camino de algún lavadero de coches, (follar con el ignorante): preso de su dolor con el sencillo aroma de un animal en celos diversos sin fin, quedada en el otoño perdido en sus caderas. Me sangraba, pero ya no vomitaba al verlo, sólo recuerdo cuando quiso abrazarme, después de perturbar mi cuerpo, esas uñas aún estaban caídas sin reponer en ninguna peluquería barata de barrio: «rizos a un euro».

Fotos de mi familia en un bar barato de carretera, culo gordo dispuesto a penetrarse en diferentes hábitos, sexo, esa gran palabra que produce escozor en mis pupilas cargadas de pica a pica subterráneo.

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EL PERRO QUE DEJÓ DE REÍR El perro dejó de reír —el 8 de Mayo—, dando a luz rastros de polvo que después invadirían las estrellas.

Daniel Baudot

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JOHN Y DAN «Hola, Dan. Me han dicho que eres un escritor de cojones, que encontraste mi máquina de escribir y el papel que usé antes de quedar ciego; que por tus meandros prosaicos también circula corriente galvánica. Te han dicho que soy sombra castradora, he visto y hecho cosas que quiero olvidar. Me topé con un perro abandonado, me acordé de ustedes y se reavivó el enigma. Las dificultades paterno-filiales nos rigen y caigo ante la evidencia que me han contado». «Hola, papá. La sangre aún me hierve y el pesimismo se atrinchera en la ironía, pero tienes razón, esto sí es una salida. Escribir a bocajarro ayuda a ajustar cuentas, a sentirse menos loco y enfadado. También tengo un perro, está moribundo pero lo tolero; me despierta compasión y lo amo. Yo no sé cuál es la distancia que separa los castillos en la arena de los últimos momentos

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Diego Mercado Villarroel

—tendré que preguntarle al polvo—, pero he logrado entender a mi perro. He hecho las paces contigo».

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«Guerra en Europa, un discurso de Hitler, jaleo en Polonia, tales eran los temas de actualidad. ¡Paparruchas! ¡Partidarios de la guerra, carcamales que pobláis el vestíbulo de la Pensión Alta Loma, he aquí la verdadera noticia, hela aquí: un papelito con las firmas, endosos y refrendos correspondientes, un sencillo papel, mi libro! A la porra el Hitler ese, esto es más importante que Hitler, se trata de mi libro. No zarandeará el mundo, no matará ni a una mosca, no disparará ningún fusil, pero lo recordaréis hasta el día en que os muráis, estaréis en la cama, a punto de dar el último suspiro y os sonreiréis al recordar el libro».

John Fante

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COLABORADORES Daniel Baudot

Artevic Holgueras Galán Xavi Lázaro Marygarlic

Sonia Marpez Diego Mercado Villarroel

Gabriel Noguera Crista Smith

DIRECCIÓN Sonia Marpez

Gabriel Noguera

DISEÑO Y PORTADA Sonia Marpez

Obituario N.26 – John Fante Publicado el 8 de mayo de 2015

obituariomag.blogspot.com

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