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Elsa Drucaroff El último caso de Rodolfo Walsh. Una novela Grupo Editorial Norma – La otra orilla Buenos Aires – Argentina Primera edición: agosto de 2010 ISBN: 978—987—545—559—7 A la memoria de mi prima, Alejandra Lapaco Aguiar. A Carmen Chalita Aguiar, Madre de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), que conserva la risa de Alejandra. A la memoria de Carlos Roffi, porque escribí al coronel Konig desde su voz, su estilo, su entrañable presencia, para que él lo interpretara. A mi hijo Iván Horowicz, porque quiere imaginarse cómo fue para pensarlo por su cuenta. Y a su papá, Alejandro, que me ama porque

@Novela Argentina-Drucaroff, Elsa-El Último Caso de Rodolfo Walsh. Una Novela

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Elsa Drucaroff

El ltimo caso de Rodolfo Walsh. Una novela

Grupo Editorial Norma La otra orilla

Buenos Aires Argentina

Primera edicin: agosto de 2010

ISBN: 9789875455597

A la memoria de mi prima, Alejandra Lapaco Aguiar.

A Carmen Chalita Aguiar, Madre de Plaza de Mayo

(Lnea Fundadora), que conserva la risa de Alejandra.

A la memoria de Carlos Roffi, porque escrib

al coronel Konig desde su voz, su estilo,

su entraable presencia, para que l lo interpretara.

A mi hijo Ivn Horowicz, porque quiere imaginarse

cmo fue para pensarlo por su cuenta.

Y a su pap, Alejandro, que me ama porque

pienso por mi cuenta.

A Ignacio Apolo, porque le debo esta novela,

palabra por palabra.

He tratado de entender esa risa.

R.W, "Carta a mis amigos"

Cuida bien al nio

Cuida bien su mente

Dale sol de enero

Dale un vientre blanco

Dale tibia leche de tu cuerpo

Todas las hojas son del viento

Porque ti las mueve hasta en la muerte

Todas las hojas son del viento

Menos la luz del sol

Luis Alberto Spinetta

Prlogo

Julio, 1972

Doble bautismo

I

Temprano en la maana un camin de la empresa Molinos Ro de la Plata circula por la ruta Panamericana bastante vaca, seguido por una camioneta y un Fiat 1500. El camionero tiene unos cincuenta aos, lleva colgados del espejo retrovisor una imagen de la Virgen de Lujn y un pequeo portarretratos de plstico con las fotos de Pern y Evita. El conductor del Fiat hace un gesto a la camioneta, que se adelanta. Con l viajan tambin Pablo y Mariana; observan la maniobra en tenso silencio.

De pronto suenan dos frenadas bruscas. La camioneta se cruz frente al camin en el centro de la ruta. Del Fiat en movimiento saltan a toda velocidad Pablo y Mariana y corren al camin. Son muy jvenes. Con movimientos precisos Pablo abre la portezuela, trepa revlver en mano y apunta al hombre a la cabeza. Mariana, que subi del otro lado, lo est apuntando tambin. Las manos les tiemblan y el camionero est inmvil. Pablo empieza a recitar un parlamento que evidentemente trae preparado; primero la voz le sale ronca, casi quebrada por el miedo, despus va ganando confianza:

Somos de la Organizacin Montoneros. Esta es una expropiacin revolucionaria. Si te queds tranquilo, no te va a pasar nada, vos sos un trabajador. Bajate despacio y callado.

El hombre empieza a moverse y Pablo le deja espacio para permitirle salir, sin dejar de temblar y de apuntarlo. Entonces suena un tiro. Un agujero queda en el techo del camin y los tres lo miran, hipnotizados. Un segundo ms tarde, Mariana busca los ojos de Pablo con espanto y alivio; l busca los del camionero, que se ha quedado petrificado en el gesto de descender. Ese chico de 20 aos lo observa aterrado, como su hijo una vez que por jugar con fsforos quem la alfombra del living.

Tranquilo, pibe masculla sin moverse, que vas a bajar de un tiro a un laburante peronista.

II

Ahora Pablo maneja el camin y Mariana va a su lado. Dejaron al conductor en la banquina, que esperar un rato antes de hacer la denuncia, tal como le pidieron. Estn plidos y en silencio.

El camin se desva de la Panamericana, custodiado por la camioneta. Entran con dificultad por la calle de barro de la villa miseria. La gente sale, curiosa, a la puerta de las casas; algunos chicos corren a los vehculos.

El camin se detiene, Pablo baja y se trepa al guardabarros.

Estuvo a punto de matar a un hombre por pura torpeza pero lo olvid, est eufrico. Abre la caja del vehculo y salta adentro. Sonre, porque lleg la parte linda del operativo. La carga es de botellas de aceite y paquetes de harina.

El conductor de la camioneta ha prendido el petardo de una bomba lanzavolantes que estalla y hace volar papeles por el aire, mientras Pablo, megfono en mano, grita entusiasmado:

Compaeros, Montoneros acaba de expropiar 1.000 litros de aceite y 4.000 kilos de harina a la empresa Molinos Ro de la Plata, que pertenece al grupo multinacional Bunge y Born! Montoneros viene a devolver al pueblo lo que es del pueblo, despus de haberle quitado al imperialismo lo que el pueblo produce con su trabajo y su sudor! Compaeros, hacer justicia social es continuar con la tarea que iniciaron Pern y Evita, por la que desterraron al general de su pueblo! Luchemos y vuelve! Pern o muerte! Venceremos!

Desde la caja del camin, Pablo y Mariana se pasan con rapidez botellas y paquetes que entregan a la gente agolpada alrededor. Los chicos festejan, unos adolescentes traen el bombo y empiezan a tocar y a bailar. Son sobre todo mujeres las que extienden las manos y reciben los alimentos; muchas sonren, algunas miran con desconfianza, la mayora con curiosidad. Se escucha "gracias" y hasta "gracias, compaeros", "para m ms, que somos muchos", "pero esto es robado?". Una mujer embazada toma una botella de aceite de manos de Mariana.

Qu bien viene!

Mariana le sonre y mira a Pablo, que se qued mirndola con expresin luminosa y un paquete de harina suspendido en la mano.

Y as reparte el camin su carga mientras la fiesta transcurre y lo rodea. Suena la voz que predica en el megfono y Pablo y Mariana descubren que quieren estar juntos, por primera vez.

III

En una calle suburbana casi vaca, el camin est recin estacionado junto a un terreno baldo. Mariana y Pablo bajan de un salto y corren unos metros por una calle lateral. Es invierno, oscurece temprano. Ya est cayendo la luz.

IV

Comienza la noche. En el callejn del suburbio hay una casa modesta y prolija, rodeada por un terreno baldo. Tras el vidrio suavemente iluminado se mueven siluetas. Una familia se prepara para cenar: la madre organiza una bandeja, ayudada por la hija; el padre, que volvi hace un rato de la fbrica, mira el noticiero por televisin; el hijo est cerrando sus cuadernos para dejar que las mujeres pongan la mesa. Ninguno observa por la ventana el jardn que cuida el padre los fines de semana, la pequea huerta de verduras, las dos hamacas que construy para sus chicos, con neumticos, el baldo poblado de yuyos altos, que sigue detrs del alambre de pa que delimita su jardn. Es entre los yuyos, un poco ms lejos, donde suenan los gemidos ahogados, el breve grito de dolor, los suspiros y despus las risitas. Es all, sobre la tierra fra entre pastos espigados y arbustos, donde Pablo y Mariana ya descansan quietos. Pablo se va despacio de ella y la abriga con su campera.

Primer operativo, primera vez. Doble bautismo dice Mariana, radiante.

Ya es noche, y pese a las pocas estrellas, una luna brillante y anaranjada est subiendo entre las casitas bajas.

JUEVES 30 DE SEPTIEMBRE DE 1976

Padres y Madres

I

Sentado en uno de los sillones de su living, Rodolfo Walsh, responsable del Departamento de Informaciones e Inteligencia de Montoneros y fundador de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), mira serio a travs de sus anteojos. Ya no es el joven padre de una beba; tiene ms de cincuenta aos, aunque la luz de sus ojos celestes y miopes es la de su juventud. Ahora estn clavados en Pablo y Mariana, la pareja que tiene enfrente, en el sof. En el otro silln se sienta Lila, la mujer de Rodolfo, treintaera y atractiva. Tambin pas el tiempo para Pablo y Mariana, andan ms o menos por la mitad de la veintena y parecen ansiosos. La voz de Pablo se impone sobre la radio encendida:

Tenemos algo para decirles empieza, y Mariana no aguanta tanta introduccin:

Estoy embarazada.

Uuuy, qu lindo! Lila se levanta de un salto, para abrazarla.

Walsh tambin se incorpora, felicita. Entre los abrazos, repentinamente seria, Mariana dice:

Mi vieja me grit que estaba loca.

La frase cae en el silencio. Todos siguen parados, mirndose.

Lo pensamos mucho, Mariana y yo dice Pablo. No queremos renunciar a esto.

Si nos pasa algo est mi hermana dice Mariana. Ella va a cuidar al beb. Y mi vieja no la va a dejar sola, yo lo s, la conozco. Y estn los viejos de Pablo ...

No queremos renunciar a esto repite Pablo. Le ha pasado a Mariana la mano por el hombro.

La vida es una sola asiente Lila.

En ese momento suena en la radio la msica tpica del informativo de Radio Colonia, desde Uruguay, donde el locutor Ariel Delgado pasa noticias que el gobierno militar argentino no permite difundir. Algunas de ellas llegan al informativo en misteriosos sobres blancos sin remitente, que contienen fotocopias encabezadas por el dibujo de una pequea ancla y un ttulo: "ANCLA, Agencia Clandestina de Noticias". Y precisamente los que estn reunidos en ese living constituyen toda la agencia, junto con la vieja mquina de escribir Remington que descansa en el escritorio del rincn y una red de voluntarios que no integran la organizacin, en muchos casos ni siquiera son militantes y no se conocen entre s, saben nicamente de quin reciben informacin y a quin deben transmitirla.

Ahora Walsh pide silencio y aprieta apresuradamente las teclas record y play del radiograbador. Son las 0.30. Se escucha la inconfundible voz de Ariel Delgado, cuyo tono tan particular ha marcado un estilo en la radiofona rioplatense:

Msss informacionesss: Buenos Aires. Un violento y prolongado enfrentamiento armado...

Pablo, Mariana, Lila y Rodolfo retornan rpido a sus lugares.

Mariana toma cuaderno y lapicera, lista para anotar los datos.

... ocurri en la maana de ayer en una casa del barrio de Villa Luro, situada en la esquina de las calles Corro y Yerba!.

Pablo despliega un mapa de la Capital sobre el que se han dibujado marcas y busca Villa Luro. Lila mira expectante el radiograbador, Walsh apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza, profundamente concentrado en cada palabra de la radio.

Alrededor de 150 hombres del Ejrcito Argentino rodearon una casa provistos de fusiles, una tanqueta y un helicptero. Aunque no hubo informacin oficial sobre el operativo, testigos que no se identificaron afirmaron que dentro de ella un grupo de cinco personas, cuatro hombres y una mujer, presuntamente integrantes de la Organizacin Montoneros, respondieron el ataque.

Cuando Walsh escucha "cuatro hombres y una mujer" levanta un poco la cabeza. Sus ojos tienen miedo detrs de los anteojos.

Luego de una prolongada y desigual batalla, las fuerzas de seguridad habran abatido a los presuntos guerrilleros.

Lila se levanta y se sienta en el brazo del silln donde Rodolfo est sentado. Le pasa la mano por el hombro. Pablo y Mariana siguen concentrados en la escucha, en el mapa y en el cuaderno.

Sin embargo, un testigo alberg dudas sobre el destino de la mujer, sostuvo que sta habra respondido al fuego hasta ltimo momento y dara seales de vida cuando fue apresada; no obstante, se asegura que fueron cinco los cuerpos exnimes cargados en un camin del Ejrcito.

Walsh est mirando fijamente los parlantes; las manos estn entrelazadas y apretadas. Slo porque descansan en sus rodillas no se puede asegurar que est rezando.

Aunque la identidad de los cinco activistas no fue dada a conocer por quienes dirigieron el operativo, trascendieron los posibles apellidos de los muertos: los hombres se llamaran Beltrn, Coronel, Molina y Salame; en cuanto a la mujer, se tratara de Mara Victoria Walsh ...

Lila se tapa la boca. Walsh cierra los ojos y se santigua una y otra vez.

... hija del escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh.

Hay ms informacionesss para este boletn.

Vicki... susurra Walsh.

Mariana le toma la mano a Pablo.

Levantamos la reunin dice Rodolfo. Y apaga la radio.

Avanza por un pasillo largo hasta un gran living que se ilumina oscilante, a causa de las luces de un cartel de CocaCola que flamea en la calle. Las luces del cartel avanzan sin dificultad a travs de los amplios ventanales de este piso alto, en un costoso edificio de la ciudad de Buenos Aires.

II

En el lujoso departamento del coronel de brigada retirado Carlos E. Konig hay un radiograbador de la misma marca que el que tiene Walsh en su casa, y la voz de Ariel Delgado escande all las clebres palabras que sealan el final del informativo: "Hay ms informacionesss para este boletn". El reloj marca las 0.33, pero es una mano ms vieja, ms grande y velluda la que apaga la radio.

Konig no cumpli todava 60 aos. Est acostado en el lecho de su habitacin conyugal con juego de dormitorio de roble y un crucifijo en la pared. Perfumes de calidad, talqueras y polveras y dos alhajeros de cuero repujado junto al espejo de la cmoda sealan el territorio de la esposa, que ahora duerme profundamente a su lado. En la mesa de luz de ella hay una novela de Silvina Bullrich. En la del marido, tres libros apilados: uno de Hegel (Lecciones de filosofa de la historia), Ttuaje, de Manuel Vzquez Montalbn, y El espa que volvi del fro, de John Le Carre.

Konig no puede dormir, ha terminado de escuchar la radio y parece preocupado. Se calza sus pantuflas, se pone una robe, sale de la habitacin. Es un hombre corpulento, erguido, pero se mueve con cierta pesadez, como si algo apagara su energa.

III

Es de madrugada en esa calle de barrio. Rodolfo Walsh sale de su casa y camina hasta un bar cercano ubicado junto a la terminal de una lnea de colectivo. A esa hora (se ve desde afuera) el pblico es de habitus: colectiveros, algn taxista.

Como el telfono pblico est al fondo, antes de la escalera que da al subsuelo (donde estn el depsito y los baos inmundos), se puede hablar con cierta privacidad. Walsh pone un cospel. Est alterado, pero hace esfuerzos muy grandes para que no se le note. Marca un nmero de memoria.

En el departamento de una zona cntrica de la ciudad suena el telfono. Una mujer de unos 45 aos, acostada, tanteando en la mesa de luz, manotea el tubo medio dormida.

Hola.

Tambin ella fue una mam joven. Tambin para ella transcurri el tiempo; pero se le nota ms que a l.

Soy yo, Marta.

Qu pas con Vicki!

No es una pregunta, es un grito de certeza y desesperacin.

Radio Colonia da su nombre como posible baja en un enfrentamiento.

Rodolfo susurra porque no quiere ser odo, aunque tal vez no tenga otra voz para decirlo.

Qu pas con Vicki? Marta no entiende.

La radio da su nombre como posible baja en un...

Qu pas con Vicki! Por favor, Rodolfo, qu pas!

l toma mucho aire, dice con voz ronca:

La mataron, Marta! Parece que la mataron!

Elev la voz, no grit; no puede.

Marta se queda callada. Muy lentamente, lo que acaba de escuchar se le vuelve inteligible mientras del otro lado de la lnea Walsh se desgarra sin mover un msculo. Como ella no dice nada, l se decide a hablar.

Marta, escuchame: la informacin no es segura. Yo quiero que vayas a...

Callate.

Pero escuch...

La mataste vos, hijo de puta! grita ella. Y cuelga.

IV

Mientras tanto, en su living, el hombre corpulento y en pijama est sentado en el bar, observando cmo la penumbra se modifica con el encendido y apagado del cartel de CocaCola de la calle. Extiende el brazo y prende una lmpara baja junto a una vitrina que exhibe valiosas antigedades, se concentra en una pequea pastora de porcelana del siglo XVIII, bellsima figurita que tiene un bracito roto.

Konig se acerca al bar y se sirve un whisky. Bebe pensativo, apaga la luz y todo queda en penumbras que vuelven a iluminarse con el titilar del cartel blanco y rojo y se apagan, dejando solamente el brillo del hielo. En un breve momento de luz se inclina hacia la vitrina y abre la puerta del mueble; toma la pastorcita con una delicadeza asombrosa en esas manos grandes; la observa, atento y serio, para dejarla nuevamente donde estaba. El hielo tintinea dirigindose a la boca del hombre grande, pero no viejo, con el ceo fruncido, que saborea la bebida concentrado en pensamientos evidentemente oscuros. Solo, rotundamente solo en su inmenso living vaco.

V

Borrosa, bella, rodeada de luz de sol, una silueta femenina. Es como si estuviera en una altura, aunque dentro del sueo no se puede determinar por qu: si est en un tejado, o subida a una colina, por ejemplo. Una melena corta, oscura, contrasta con la blancura de una tnica que le cubre el cuerpo. A travs de la tela se vislumbran apenas sus pechos sueltos. Est descalza. La figura es neblinosa pero l adivina los grandes ojos jvenes, negros, fijos en algn punto hacia adelante. Hay algo terrible, definitivo, en la mirada. Con un balanceo suave, como hamacndose sobre los pies, la muchacha levantar su brazo derecho extendido. En la punta de los dedos hay dos palomas oscuras que alzarn el vuelo con un ruido violento, salvaje, y en el mismo movimiento la mujer se arquear hacia atrs bruscamente, riendo como una adolescente, mirando el cielo, entregando su cara a la luz, riendo.

A la risa de la chica se superpone otra que la desplaza: tambin es joven, ms suave, pero masculina. Se re l, soando, el soldado muy joven, con la cabeza algo levantada, como si estuviera mirando a la muchacha que mira el cielo. Pero la risa del soldado no es slo alegre: hay algo crispado y enternecido. A lo mejor se re llorando en esa hora de la madrugada, a punto de despertar de risa en la cucheta inferior rodeada de cuchetas, en un cuartel donde duermen, con l, los dems conscriptos.

VI

Konig cruza la calle y se dirige con seguridad a la escalera. Aunque el insomnio lo tuvo despierto hasta altas horas, se levant temprano pero debi esperar para cumplir el plan que perge en la madrugada. Mientras sube las escaleras hasta los billares que hay arriba del bar La Paz, en Corrientes y Montevideo, piensa que estarn casi vacos y es estril el intento. El reloj marca las once. Un muchacho le da la espalda: practica solo con un taco, inclinado sobre la mesa de billar. Cerca de l, dos jubilados juegan al ajedrez. Konig se dirige a ellos.

Buenos das, y disculpen: ustedes son habitus ac?

Los hombres lo miran con cierta desconfianza. Uno de los dos para el reloj:

Ms o menos responde ambiguamente, por qu?

Estoy buscando a un conocido que jugaba ac al ajedrez... Rodolfo Walsh... Quiero dejarle un mensaje. Saben si viene?

Cuando escucha el nombre, el jugador de billar se da apenas vuelta con un movimiento controlado, prudente. Konig no lo nota porque est de espaldas. Los ajedrecistas, tampoco. Uno niega con la cabeza.

Rodolfo... s, el periodista el otro hace memoria No..., pero hace mucho que no lo veo! l vena hace como dos aos, a la noche... No... No viene ms por ac...

Bueno, mala suerte. Gracias.

Konig se encamina a la escalera. El jugador de billar lo mira irse: es Pablo. De pronto Konig se da vuelta, como si lo percibiera. Pablo desva inmediatamente la mirada y finge volver a concentrarse en lo suyo, pero Konig regresa hacia los ajedrecistas, saca una tarjeta, se apoya en la mesa para escribir algo en ella y dice con voz casi demasiado alta:

Miren, por las dudas, por si llegan a verlo por ac, denle esta tarjeta de mi parte. Dganle que se la dej un viejo amigo.

Pero mire que no creo que venga.

Bueno, si no viene la tira y listo.

El coronel se va con pasos marciales mientras los jubilados retornan el juego. No estn demasiado interesados en el asunto, pero Pablo s. Pablo se ha dado vuelta y parece observar la partida, aunque si se sigue exactamente su mirada es claro que no es as: all est la tarjetita de cartulina, quieta al borde del tablero.

VII

Unas horas despus suena el telfono en casa del coronel Konig:

Dicen que me busca. Que se trata de una porcelana rota. Una pastora. Derby, doscientos aos de antigedad.

Hay un silencio.

Lo ando buscando, s confirma despus el coronel. Podra venir?

Por qu?

Puedo encontrar el bracito de la pastora... Bueno, creo ...

No me parece, coronel, que pueda ocuparme ahora...

Crame, hombre, no sea boludo. De verdad puedo ayudarlo. La pastora es preciosa, invaluable, sobre todo usted lo sabe.

Hay silencio del otro lado de la lnea. Despus, un rpido suspiro.

Est bien. Ahora, entre las tres y las cuatro por Florida, entre Rivadavia y plaza San Martn. Usted camine, yo lo encuentro.

VIII

Por Florida camina una multitud. Es un da de trabajo y de actividad bancaria. Rodolfo Walsh alcanza a Konig y marchan juntos.

Mire que es rebuscado. Ya me estaba cansando dice Konig.

Usted pregunt por m.

Yo me pregunt por su hija, primero. Me pregunt si era su hija. Le doy mi psame, Walsh, de corazn.

El otro hace un gesto rpido, violento, breve, contrado, como si por un instante algo le hubiera entrado a los ojos y le hubiera ardido mucho, como si un insecto se hubiera abalanzado de golpe sobre su cara. Es slo un segundo pero sacude la cabeza y el rostro se le pone como antes: seco, duro.

Entonces est muerta dice.

Creo que s. No entienda mal: espero que s. Usted sabe por qu lo digo. Igual no s. En estos tiempos, ni yo puedo jurarle algo...

Walsh no responde. Caminan sin hablar.

Escuche, hombre dice Konig de pronto, por qu no viene a casa? Es el lugar ms seguro que se me ocurre. Tengo buen whisky. Le propongo una tregua: bandera blanca, tiene mi palabra de honor. Hablamos de esta cuestin, termina la cuestin y volvemos a ser enemigos.

Walsh vacila.

Es mi palabra de honor, Walsh dice Konig ingenuamente. Walsh se detiene y le clava los ojos. El coronel le sostiene la mirada y l sonre con tristeza.

IX

Es de tarde pero todava hay buena luz; por eso, desde el ventanal del dcimo piso, la superficie del ro es plateada y el horizonte, increblemente lmpido.

De pie, balancendose, Walsh observa los libros de la antigua y solemne biblioteca que decora el living. Sonre a su pesar cuando encuentra uno: primera edicin de Los oficios terrestres; autor: Rodolfo Walsh. Lo hojea pensativo y se detiene en un cuento.

El coronel elogia mi puntualidad:

Es puntual como los alemanes dice.

O como los ingleses.

El coronel tiene apellido alemn.

Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.

He ledo sus cosas propone. Lo felicito.

Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte aos de servicios de informaciones, que ha estudiado Filosofa y Letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente comn.

Desde el gran ventanal del dcimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces plidas del ro. Desde aqu es fcil amar, siquiera momentneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.

Ya pasaron quince aos? pregunta Konig sonriendo, sealando el libro.

No entiendo por qu no se enoj conmigo.

Enojarme? Yo s de literatura, Walsh, yo s leer, no me gustan las cosas obvias. Usted me subestima, es igual que mi hija.

Coronel... , para qu me trajo ac? No me haga perder el tiempo.

El coronel termina de servir dos vasos de whisky.

No sea tan desconfiado, hombre. Y tenga un poco de paciencia. Sobre la mesa ratona hay un portarretratos con la imagen de una muchacha muy bonita. Usa una camisola oriental y jeans gastados, tiene el cabello muy largo y despeinado, sonre con desafo a los muebles pomposos, a las antigedades y a los cuadros valiosos que adornan el living. Walsh levanta la foto.

Mi hija. Idiota til informa Konig. Estaba estudiando Antropologa. Estuvo este ao en las manifestaciones contra el examen de ingreso a la universidad. Me quiere decir para qu, si ella ya est adentro?

Walsh no responde.

Hace aos que me trata como si yo fuera un perro sarnoso; se fue de casa, la madre la ve. Si supiera que usted est ac, conmigo, y yo me juego la vida...!

Otra vez Walsh sonre pese a s mismo. Est empezando a entender.

Parece una persona interesante su hija. Yo no la vi nunca... Si me trajo para eso, le digo: no se preocupe, debe estar muy en la base, si es que milita. Una hija de militar siempre es un elemento valioso para nosotros. Yo lo sabra.

Ojal, ojal sea as... Qu edad tiene... tena... su hija?

Cumpli veintisis precisamente ayer.

La ma tiene veintitrs. Es una mujer, dir usted, por qu me preocupo... Pero es boluda, Walsh, tiene el virus de la poca, y las boludas como ella, que creen que descubrieron la injusticia y la van a poder...!

El coronel gesticula y a Walsh le recuerda la exaltacin que tena quince aos antes, cuando l buscaba el cadver de Evita y el coronel lo haba guardado ah, en ese living, antes de que el gobierno militar que haba destituido a Pern lo enterrara con otro nombre, en un perdido cementerio de Italia. Pero no le importa descubrir que el hombre envejecido es capaz de la misma euforia convencida y ridcula de otros tiempos.

Coronel interrumpe, yo necesito saber qu pas con Vicki. Usted lo sabe?

No.

Cuando dice que me puede ayudar, qu quiere decir?

No lo s. Creo que no mucho. Que puedo tratar de averiguar. Lo voy a hacer, pero no le aseguro nada.

Por qu? Walsh se acerca, lo mira a los ojos.

Bueno, usted sabe... Yo me retir... Bueno, me retiraron en el 56, usted lo sabe. Hace tiempo que no estoy adentro, aunque tengo muchsimos contactos y hasta ahora me mostraban bastante confianza, pero igual... Las cosas cambiaron, muchos grupos se cortan solos. Est la Marina...

No, coronel, ya s eso. Le pregunto por qu.

El ex coronel termina su whisky, llena los vasos otra vez, sonre.

Usted escribi un cuento. Lo le cuando sali en un pasqun inmundo que usted diriga. Haba una sola cosa en ese pasqun, una piedra preciosa en medio de la bosta poltica: ese cuento. Lo le. Despus me compr el libro, ya lo vio.

Era un cuento, coronel. No exagere.

Yo estaba ah. Yo. Y usted lo sabe. Y estaba esa mujer. Bah, no estaba. Escuche: yo le negu datos, esa vez. Ahora los datos ya no sirven, son de todos. Eran mos y yo se los negu. Pero le mostr algo que no es de todos, es de los que leyeron el cuento, de los que lo van a leer: le mostr que yo no era un hijo de puta. Le mostr que yo haba hecho lo que cre correcto. Y usted me dej hablar. En el cuento, digo, usted me reivindic, Walsh, usted me entendi...

Era un cuento, coronel. Es verdad que hablamos... Pero eso era un cuento y yo no lo reivindiqu. Y somos enemigos.

Mire, pngalo as: yo estudi Letras. Bah, Filosofa. Pero hice materias en Letras. En realidad era lo que me gustaba, eso y la historia del arte. Bueno, se lo digo: yo soy militar pero me inscrib en Filosofa cuando termin el Liceo. Era un oficial intelectual, digamos, un bicho raro.

El militar mira al guerrillero. Espera que le diga algo, que haga un gesto, pero el otro contina mirando la pared.

Hugo Ezequiel Anchorena lo admira a usted. Habla de sus cuentos policiales. Lo saba?

Esos cuentos son una basura! Por eso le gustan a Anchorena, que es otra basura!

El coronel se encoge de hombros.

A m me parecieron geniales. Perfectos. Obritas maestras de la inteligencia.

Yo defeco, coronelarticula Walsh muy despacio, sobre las obras maestras de la inteligencia, si son ciegas ante los desposedos.

Qu pena. Menos mal que ya estn escritas. Mire, la discusin no tiene sentido. Le guste o no, el director del diario de la Marina admira sus cuentos policiales. Y le guste o no, usted escribi ese cuento conmigo. Lo de su hija ya est acordado y yo, si puedo, se lo vaya averiguar.

Las ltimas palabras esfuman el enojo de Walsh. Termina el whisky. Se levanta, le da la mano al coronel y es consciente de que lo que le va a decir es un modo de dar gracias.

Para su vocacin literaria: otra vez nos junta una mujer que no sabemos dnde est...

La vida imita al arte, Walsh.

Usa a mi hija para hacerla... replica Rodolfo con voz ronca. Bueno, coronel, le agradezco su ayuda.

No es nada. Tmelo como el pago de una deuda. Walsh sabe que tendra que irse pero algo le molesta.

Mire, se lo tengo que decir, aunque por ah se lo digo y usted ya no me quiere ayudar. Pero es la verdad... Sobre lo que me dijo antes...

S...?

Yo s pienso que usted es un hijo de puta... Bueno, yo pienso que los de su bando son unos hijos de puta, y usted est en ese bando, y por lo tanto...

Conozco el silogismo, hombre, se lo escuch a mi hija... Djese de joder. Venga, lo acompao a la puerta. Llmeme pasado maana a ver si s algo.

Cuando estn saliendo, Walsh le pone la mano en el hombro. Es un gesto impulsivo que no puede evitar. El coronel se le acerca.

Una sola cosa le pido a cambio susurra. Si de casualidad se entera... Se entera de que mi hija est en peligro...

Se lo aviso, coronel, se lo prometo.

S, por favor, avseme. Y la agarro de los pelos, la meto en un avin, la saco a esta pendeja de mierda del pas.

Si le dan tiempo, coronel.

X

En el auto, Pablo y Mariana. l maneja, ella viaja recostada en el asiento de adelante, con los ojos cerrados y la cabeza al frente.

Freno, agarrate. No te asustes avisa Pablo.

Qu pas?

Nada. Un perrito boludo que se cruz.

Ay, lo mataste?

No. Tranquila. Cmo lo voy a matar?

Perdoname, estoy mal. No puedo dejar de pensar en la hija de Rodolfo... Falta mucho? No te pongas a dar vueltas para que yo no calcule el tiempo. Yo no tengo la menor nocin del tiempo.

Segu con los ojos cerrados, falta poco.

Bueno, para variar, vos sabs dnde es la reunin y yo soy la que va con los ojos cerrados. La clandestinidad es bastante machista, digamos...

Pero no penss pavadas...!

Pavadas pequeoburguesas, Pablito proletario

Precisamente, piba, pavadas poco peronistas!

El juego es breve porque Mariana se pone seria de pronto:

Yo crea que la reunin era maana...

Es hoy.

Pablo sonre.

Llegamos dice.

Bajo mirando al piso?

No. Quedate aqu. Voy a ver si la cuadra est despejada y vengo a buscarte.

Recostada en el asiento, ella se acomoda mejor, como si estuviera durmiendo. Espera. El tiempo pasa y Pablo no regresa. Comienza a angustiarse. Est por decidirse a abrir los ojos cuando lo siente entrar.

Qu pasa, Pablito? Decime qu pasa, por favor.

Un beso muy suave en la sien la tranquiliza. Pablo le susurra casi al odo:

Ahora, sin hacer mucho circo, vas a bajar la cabeza y despus vas a abrir los ojos.

Ella obedece. Pablo sostiene en su mano un estuche abierto con dos anillos de oro.

Qu es esto? Es para nosotros?

Ya vos qu te parece?

Mariana lo mira desconcertada.

Hice grabar nuestros nombres...

Ella se re encantada, Pablo est radiante. Se pone serio.

Dame la mano, Mariana.

Ritualmente toma un anillo y se lo pone en el anular.

Ahora yo dice ella, y le pone el otro anillo. Se besan.

Esto es como que nos casamos?

Esto es que elegimos casarnos con nuestra ley y nuestra ceremonia. Ante nosotros y ante el cosito de ah adentro explica l tocndole la panza.

Tengo calor, vaya bajar la ventanilla. Che, es precioso! De dnde sacaste guita para esto?

Fund una joya de mi abuela... Es oro veinticuatro.

Me queda un poquito flojo.

No, est bien.

S, tens razn. Oro veinticuatro... Sos un chancho burgus ostentoso y prepotente! grita Mariana y se le tira encima. Pablo empieza a hacerle cosquillas; se mueven de una ventanilla a otra del auto estacionado, jugando mientras ella va recitando, con voz de relator de catch televisivo.

La burguesa ataca nuevamente al proletariado, esta vez en su punto ms dbil! La burguesa es implacable, seores, el proletariado solamente alcanza a responder con maniobras defensivas, evidentemente improvisadas, sin una vanguardia esclarecida que ...

En medio de risas y forcejeo, la mano izquierda de ella llega hasta la ventanilla abierta y en un movimiento brusco el anillo se est cayendo. Mariana da un grito y abre la portezuela justo para ver cmo rueda pocos centmetros hasta la alcantarilla y desaparece por ah.

XI

La biblioteca est hecha de tablones paralelos montados con rieles, separados con ladrillos, armados como se puede, y va del piso hasta el techo. Es el living de Lila y Rodolfo, con sus dos sillones y el sof, los ceniceros llenos, la alfombra no muy limpia. Sentado frente al escritorio del rincn, iluminado por una lmpara de pie que cubre con un cono de luz la mquina de escribir (una vieja Remington), la hoja en blanco y el relojito de arena, Walsh trata de redactar algo. Golpea las teclas con dos dedos y gran rapidez:

Buenos Aires, oct 1 (ANCLA) En la madrugada del 29 de septiembre, fuerzas del Ejrcito tendieron una emboscada...

Contrayendo la cara, vuelve atrs el carro de la mquina y tacha con X maysculas "tendieron una emboscada"... habran tendido...

Niega con la cabeza. Tacha.

... habran irrumpido en una casa situada en la calle Corro en el barrio de Villa Luro...

Se recuesta en el silln y lee toda la frase. Arranca la hoja con violencia, la hace un bollo y la tira al piso, se levanta, camina a grandes pasos por la alfombra. La angustia y la ansiedad le deshacen la cara. Se acerca al escritorio y mira la mquina de escribir. Un fuerte dolor en el cuello lo obliga a dejar caer la cabeza. Se toma el cuello con las manos e intenta masajearlo. Vuelve a caminar por la alfombra. Se apoya en un estante de la biblioteca, se cubre el rostro, vuelve a tocar su cuello. Son slo unos segundos hasta que se aparta de la biblioteca y busca en un mueble la botella de ginebra y un vaso. Toma un buen trago y siente fuego cido en el esfago, siente nuseas sbitas, urgentes. Corre al bao y vomita en el inodoro. Se humedece la cara, se seca con la toalla. Vuelve a caminar, avanza hacia el escritorio, se sienta. Vuelve a poner una hoja en blanco. Teclea.

Buenos Aires, oct 1 (ANCLA) No hay todava informacin precisa sobre el enfrentamiento que habra ocurrido en la madrugada del 29 de septiembre entre fuerzas del Ejrcito y fuerzas guerrilleras.

Otra vez se detiene, lee, arruga la cara, niega algo con la cabeza. Pero no tacha. Frente a la acostumbrada falta de informacin por parte de las fuerzas represivas, se vuelve urgente averiguar qu pas averiguar qu pas averiguar qu...

Golpea con los dos puos, con todas sus fuerzas, las teclas de hierro, y hunde la cara en ellas. Se levanta. Otra vez va y viene sobre la alfombra, describiendo con su movimiento de ida un recorrido cada vez ms amplio, hasta que llega al hall de entrada.

Se interna en l, siempre ida y vuelta, masajendose el cuello; intenta recostarse en el sof para descansarlo y cierra los ojos, pero tampoco le sirve: est rgido en el sof. Se incorpora con desesperacin y en ese momento se escucha una llave en la cerradura. Vivamente, mira hacia el hall. Entra Lila, se precipitan uno hacia el otro. Walsh la abraza con desesperacin, la aprieta, se hunde en su cuello y empieza a besarlo. Ella lo deja hacer, lo acompaa como puede, sin entusiasmo. l le toma la cara y la besa profundamente, la trae hacia el living, la empuja contra un silln. La muerde, se apoya con todo su peso, le baja el cierre del jean y la toca con brusquedad, ella no puede evitar un gemido de dolor, entonces deja de tocarla, se abre el pantaln, se aprieta, se restriega contra ella sin mucho resultado, la sigue besando con desesperacin, se agita, se cansa. Lila lo acaricia con generosidad hasta que Rodolfo se detiene y con decepcin se recuesta en la alfombra, contra las piernas de ella, en posicin fetal, con los puos contrados. Lila se desliza del silln y le toma la cabeza, la apoya en su regazo, lo mira y le acaricia la frente. Walsh tiene los ojos cerrados y ella llora silenciosa, sus lgrimas caen sobre l, que abre los ojos y suplica:

Necesito que vayas a hablar con la madre.

VIERNES 1 DE OCTUBRE DE 1976

Motivos personales

I

Una mano de varn desenrosca una tulipa, ubicada en el techo del closet de un bao de bar. Queda al descubierto la lamparita apagada. Dentro de la tulipa, la mano coloca un papel doblado, pequeo. Rpidamente, vuelve a enroscarla.

II

En el living de clase media acomodada, un reloj de pared seala las 9.30 de la maana. Marta abre la puerta a Lila, se miran: se estn conociendo en ese momento. Marta es notablemente mayor y est vestida con cierta elegancia, aunque eso no suaviza el efecto que produce el dolor en su rostro. Su aspecto contrasta con el de Lila, que usa jeans, zapatos bajos, camisa, cara lavada.

Sentate ... Quers un caf?

No, gracias, me voy enseguida.

Marta se deja caer en el silln de enfrente.

Tenas un mensaje de Rodolfo.

l no quiere venir. Es peligroso para vos. Dice que tens que ir al Primer Cuerpo de Ejrcito y pedir que te entreguen el cuerpo. Dec que la dan por fallecida en un enfrentamiento en el noticiero de Radio Colonia, el del 30 de septiembre. Dice que si no te lo entregan, tens que pedir informacin. No te la van a dar, pero entonces podemos suponer que la secuestraron y puede estar viva. En ese caso tens que conectarte con esta seora... Lila escribe en un papel y sigue: Es madre de una compaera que se llevaron. Est organizndose con otras madres de gente que cay, para buscar. Rodolfo dice que l est moviendo sus contactos, haciendo sus...

Alguna otra orden? interrumpe Marta.

Lila dobla y dobla el papelito que escribi, no esperaba eso.

Marta aprovecha:

Veo que el detective Walsh se puso en accin. El sabueso experto e infalible inicia una vez ms su tarea. Disculp la indiscrecin, pero vos ests tan cerca de l... y los lectores ansiamos saberlo: habr un nuevo libro? El caso Mara Victoria? Operacin Filicidio?

La ltima palabra queda retumbando en el living. Lila se pone el papel en el bolsillo y se levanta para irse, pero antes de abrir la puerta se da vuelta, furiosa.

Solamente pods pensar en tu odio? No digo ya que te importen los dems, el pas, los obreros. Tampoco te importa tu hija?

No dije que no iba a hacer lo que l dice, ni te dije que te fueras dice Marta con voz sorda.

Lila vuelve sobre sus pasos. Llorando sin ruido, con los ojos abiertos llenos de odio, Marta sostiene su mirada.

III

A treinta metros de una bocacalle de Rivadavia, un hombre con gorra calada de visera, pantalones de algodn de corte antiguo, camisa celeste de manga corta y breve bigote blanco baja de un colectivo y busca la esquina. Cuando llega mira el cartel de la calle: Cannigo Miguel C. del Corro. Usa anteojos y tiene la mirada intensa y azul que conocemos. Dobla por la calle Corro y comienza el recorrido.

IV

No tengas nunca un hijo con l.

Ahora no tenemos tiempo de tener hijos.

Despus. Si hay despus. No tengas nunca un hijo con l.

Lila desva la mirada.

V

Seguro en su disfraz, Walsh camina despacio, mira las casas con ansiedad y temor. Se trata de un barrio tranquilo, de modesta clase media. Es de maana en un da de semana y hay algunas mujeres que van o vienen de hacer las compras, algn vendedor ambulante. Es una calle poco arbolada, casi suburbana.

VI

Marta, no se puede ser pareja de Rodolfo si no hacs poltica. Vos no compartas con l cosas fundamentales: un proyecto para todos, no slo para vos; algo que vaya ms all de tu ombligo.

Mi hija, precisamente, va ms all de mi ombligo. Y ya ves: quien no puede cuidar su futuro, su propia hija, qu futuro puede ofrecer al mundo?

No es verdad! Lo personal, a veces... Es duro, pero es as: a veces hay que sacrificarlo... por causas ms grandes...

Sacrificar...? pregunta Marta con amargura. l no haca el menor sacrificio cuando se pasaba el da afuera, corriendo atrs de un gremialista que por ah le daba un dato, enamorado de la ltima pendeja militante que haba conocido, seguro de que cuando no tuviera camisas limpias, volva y ac lo esperaba esta pelotuda con la cama tendida. l gozaba, Lila, gozaba, entends? Cuando no gozaba era cuando estaba con nosotras y Vicki quera jugar con l, quera que dejara de escribir o de leer, que se alejara del escritorio y hablara con ella. Ah se aburra, enseguida. Era clarito qu rpido se aburra... Sacrificio...! Sacrificio era vivir con nosotras! La militancia siempre le encant. Y Vicki... Vicki se hizo adolescente y empez a hablarle de poltica. As l no se aburra...

Te digo, Lila: no tengas un hijo con l.

A m tambin me ocupa la poltica! Yo no sera como vos!

Marta la mira con irnico inters.

Aj! As que vos sos un hijo con l! Mir vos, una militante... y tambin quers un hijo, como cualquier mujer.

Por qu hacs opciones excluyentes donde no hay?

No hay? grita Marta enfurecida. As que vos cres que no hay? Pods ser tan idiota, tan ciega, para no ver esto que est pasando? Decime: vos tens una hija y un marido. Los ams. Pero l no importa, olvidate de l. Ella, tu hija: vos tens una hija, entends? La hiciste, la pariste, la alimentaste y la cuidaste y la aguantaste, horas y horas y horas y horas, tu vida entera hacindola crecer, preparndole comida, bandola, vistindola, mientras el pelotudo de tu marido juega al ajedrez y lee a Chesterton, s? O juega al detective por la calle; o salva a la humanidad y adoctrina pendejas por va vaginal, o lo que quieras: es Dios! Viva l! Todos lo aclaman, pero vos no, y tu hija, no, porque aqu, con nosotras, no est. Aqu se labura, no con todas las vidas, no con la Patria y el Futuro, no...! Con una vida que recin empieza y depende completamente de vos, una insignificante vida que requiere de horas y horas interminables de dedicacin! S? Lo entends? Bueno, ahora imaginate que viene l y te dice: "Tu tarea, Lila, es una tarea menor. La ma atae a millones de vidas. Voy a ponerte en peligro, a vos y a la nena, porque estamos en guerra y yo estoy en un bando. Es el bando noble, el correcto. Yo estoy de ese lado y vos me tens que acompaar y me tens que aguantar todo". Qu le tengo que decir?: "Aqu estoy, heroico compaero, levanto mis dedos en V, levanto mi puo y mis cuernos, madre de Esparta? A la guerra, hijita, a morir como un hombre!". Eso le tengo que decir? Y a m quin me pregunt, Lila, en cul bando quera estar? Y quin me pregunt si quera si quera guerra? Y a Vicki?

Vicki eligi, Marta. Vicki s es una compaera. Y la tens que respetar.

Conteniendo la voz, el temblor, Marta pregunta:

Qu eligi Vicki? Tu revolucin nacional y popular, o estar, de una vez por todas, al lado de su pap?

Lila se fastidia. Est harta de escuchar argumentos patticos, mezquinos.

Eligi luchar por muchos y no por ella. Vos reducs todo a lo personal. No entends ningn argumento que contradiga tu cabecita egosta de pequeoburguesa. Sabs? La historia tiene leyes crueles. No las inventamos nosotros, ni nos gustan. Pero son las que son. Se ve que a vos nunca te falt pan para darle a tu hija, en esas horas y horas y horas en las que la estuviste alimentando. Hay madres que no pueden elegir entre los hijos y la causa porque las dos cosas son lo mismo, entends?

VII

Walsh est llegando a la esquina de Yerbal. De pronto aparece lo que ansa y teme. Se estremece, se detiene abruptamente. La casa de Corro tiene dos plantas y terraza, est en la ochava y tiene el frente completamente destruido. En lugar de puertas o ventanas, un inmenso boquete deja ver escombros y pedazos de living o piezas en el interior. No parece una casa donde hubo un tiroteo sino una casa dinamitada.

Un camin del Ejrcito est parado en la esquina. Rodolfo intenta reponerse rpido y entra con tranquilidad al almacn de enfrente.

VIII

Pero yo s puedo elegir. Y cada madre cuida a su hija lo mejor que puede. O quers que no la alimente porque hay chicos desnutridos?

Si todos hubieran pensado como vos, todava habra esclavos. Y si alguna vez todos empiezan a pensar como vos ... el mundo va a ser una pesadilla. Un desierto habitado. Cada cual en la suya, idiotizado, cultivando su quintita miserable... si tiene quintita, claro. Porque si no va a ser simplemente un resentido descompuesto, viendo cmo roba y mata para conseguir una migaja. No, Marta, no tens razn. A Rodolfo le gusta la militancia, es verdad, pero le gusta porque as se siente parte de muchos. Cuando se entiende lo que nosotros entendemos, Marta, lo personal no existe.

Sin embargo vos lo ams. No es por eso que ests ac? O sta es una misin como cualquier otra para ustedes dos?

No. Tambin es por eso que estoy ac. Pero no est en primer plano. Ni para l ni para m.

"No est en primer plano"... No te creo. Y aunque fuera as, vos lo ams, lo segus. "No se puede ser pareja de Rodolfo si no hacs poltica." Milits para l.

No milito para l, milito con l.

Marta se ha repuesto. Se seca las lgrimas y la mira a los ojos.

Ests segura?

IX

Mientras se finge interesado en un paquete de pan lactal, Rodolfo observa de reojo el ventanal del almacn: dos suboficiales, dirigidos por un tercero, estn cargando un sof que sacaron de la casa "dinamitada". Desvalijan la casa, es evidente.

X

Lila se est yendo. Con la mano en el picaporte, Marta pregunta:

Qu te dijo l? Que venas a ver a un ama de casa pelotuda? A una pequeoburguesa frvola que ahora gana algo de plata?

Me dijo que eras muy reaccionaria. Y que te fascinaba la literatura.

Aprovechando el asombro de la ex esposa, agrega:

Marta, l qued muy mal. No puede bajar los brazos, muchos dependen de l. Pero est desgarrado, y tiene la esperanza de encontrarla. Yo lo s.

Pero quiere investigar. Y ah se siente Sherlock Holmes y pese a todo disfruta. Yo lo s.

Voy a remover cielo y tierra hasta encontrar a Vicki. Decselo. Y decime otra vez qu tengo que hacer, ahora siento que no entend nada.

Primer Cuerpo de Ejrcito: peds que te entreguen los restos; anunciaron su posible muerte por Radio Colonia el 30 de septiembre. Si no te los dan, podemos suponer que est secuestrada. Entonces la ves a Mary Ponce de Bianco.

Saca el papel doblado que se haba guardado en el bolsillo y se lo extiende.

Bueno. Decile a Rodolfo... Decile que yo s que no era para l... Decile... que no soy quin para juzgarlo... para juzgarte...

Lila se est yendo. La mira.

Yo tampoco.

XI

En la caja, el almacenero le est cobrando el paquete de pan. Es un hombre bastante gordo, de unos cincuenta y cinco aos, fornido, aspecto de comerciante prspero con sus lentes de marco de oro. Distradamente, Rodolfo pregunta:

Qu pas?

Uh! resopla el otro agitando la mano, dndose importancia. Fue anteayer. Toda la maana de baile! Tiraron desde ac mismo, ve? seala la vereda. Trajeron un tanque. Incluso subieron a mi terraza. Es que eran duros los subversivos... duros, duros... ! Los hicieron bolsa!

Qued alguno vivo?

No creo que haya quedado ni uno niega el otro, semisonriente, y mire que eran muchsimos, como treinta. Una guarida de subversivos, qu me dice? Mire si entraban a robarme? Porque hacen esos operativos, como dicen ellos. Enfrente de mi almacn! Anteayer, no se imagina. Un ruido! Menos mal que se termin todo. Usted sabe cmo les dieron? Yo cerr al pblico y baj las persianas. Un da sin ventas... Bueno, no importa, porque ahora que tenemos mano dura, estos se van a dejar de joder y nos van a dejar vivir en paz, que es lo nico que queremos los argentinos.

Walsh camina por Corro. Ahora los suboficiales estn cargando una heladera en el camin del Ejrcito.

XII

Pablo avanza hacia el bao de caballeros, entra a uno de los closets y cierra la puerta. Subido al inodoro, empieza a desenroscar la tulipa. Escucha que alguien entra al bao y se queda inmvil. Cuando termina el ruido del pis, espera muchos segundos y retoma la tulipa. Alguien intenta abrir la puerta trabada. Pablo se acuclilla en silencio sobre el inodoro y grita.

Ocupado!

Cuando le parece que otra vez no hay nadie termina de desenroscar, toma el papel doblado y reubica la tulipa.

XIII

La Plata, Dcima Brigada de Infantera. En su despacho, el general de brigada Rafael Oddone observa interesado la doble pgina de un libro abierto. Se trata de La Repblica, de Platn, y est subrayado con nfasis. Es el comienzo del captulo VII, la parte de la alegora de las cavernas. Oddone tiene cincuenta y cinco aos, un aspecto corpulento y tosco, astucia en la cara. Su despacho es amplio y solemne. Un reloj de pared marca las 10.23 de la maana entre los previsibles adornos: cuadros del general San Martn y el general Roca, un gran crucifijo de madera tallada. El escritorio, los sillones y las sillas son de estilo ingls: cuero verde musgo, tachas de bronce. Todo reluce, es el despacho de un funcionario de alto rango.

Sobre el escritorio, una foto enmarcada muestra al general con su mujer y sus seis hijas (entre diez y diecinueve aos) en la fiesta de quince de la mayor. l, ceudo con su uniforme de gala, y ellas, sonrientes, vestidas de largo. El uniforme de gala del general contrasta vivamente con la gasa y el lam. El libro de Platn est abierto cerca de la foto y el general lo inspecciona con sus anteojos para ver de cerca, con absoluta concentracin. Da vuelta la hoja en el momento en que suena su telfono.

Diga... Psemelo... S, Carlos, cmo te va! Bien, estamos todos bien. Mara Lujn lament no ver a tu hija en... S, entiendo. Mejor que estudie y no que... Claro. Decime a qu debo tu llamado... S... S... Correcto... S... Cmo se llama, dijiste? Esper que busco para anotar. Esper en lnea.

El general se incorpora y sale de su despacho, cerrando cuidadosamente la puerta.

Un oficial teclea con dos dedos en una mquina elctrica.

El coronel Marini, sentado en su escritorio, est leyendo una carpeta. Frente a l est Manuel Mendizbal, un conscripto, sentado en actitud esttica, en silencio. Se trata de un soldado de dieciocho aos y grandes ojos claros, cuerpo atltico. Es joven, fuerte, sano, y no parece albergar la menor duda sobre todo esto. Oddone no lo mira:

Coronel, necesito la ficha de Aurora Konig.

Manuel Mendizbal cambia imperceptiblemente su actitud: est observando.

Ya se la llevo, mi general.

Con una carpeta abierta sobre su escritorio y la puerta nuevamente cerrada, el general reanuda la conversacin. La va hojeando mientras habla y subraya, casi como un juego, palabras aisladas con un lpiz negro.

S, hola. Deletreame el apellido, por favor.

En la cartula hay una foto. La cara de la muchacha es producto de una ampliacin y recorte de otra foto. Es el rostro, la camisola, el pelo emulado y alborotado que estn en el retrato del living de Konig, aunque sta no es una fotografa posada.

Waldo... Alberto... Lola... Sal... Horacio... Walsh. Mara Victoria Walsh.

Al pie de la foto, dos lneas:

NOMBRE: Aurora Konig.

OBSERVACIONES: hija del cnel. (R) Carlos Eugenio Konig y de la Sra. Carmen Vives de Konig.

Bien. Comprendido. Tu relacin con esta persona, Carlos, cul es? Aj... Y s, las chancletas en la peluquera se dicen todo. Y al padre, tambin lo conoce tu mujer?

En la cartula, el general subraya: hija.

Ah, no lo conoce ...

El general mira la primera hoja:

EDAD: 23.

OCUPACIN CONOCIDA: estudiante de la carrera de Antropologa en la Facultad de Filosofa y Letras de La Plata.

DESCRIPCIN FSICA: cabello enrulado, castao claro, tez mate, ojos color marrn claro, estatura: 1,65, peso: 60 kg. Seas particulares: lunar visible en el dorso de la mano derecha.

DOMICILIO CONOCIDO: Calle 58, nmero 756, entre 10 y 11, 4 piso, departamento 3. La Plata.

TELFONO: No tiene.

PARTICIPACIN COMPROBADA: activista simpatizante de la organizacin subversiva autodenominada Montoneros.

Bien... Entendido...

Subraya: "domicilio conocido" "simpatizante" "Montoneros".

No ... Prefiero que no hablemos por telfono.

Da vuelta la hoja. Hay una foto de una asamblea estudiantil y un crculo resalta la figura de Aurora, sentada entre los asistentes, en actitud interesada pero pasiva. Al pie, se lee:

3476: La Plata. Facultad de Humanidades. "Asamblea" para organizar la protesta contra el examen de ingreso. La simpatizante subversiva est sentada junto a dos integrantes confirmados de la Organizacin Montoneros.

Almorcemos maana, de paso nos vemos.

En la pgina siguiente hay otra foto, esta vez de una movilizacin estudiantil. Entre los rostros bajo las pancartas, un crculo resalta el de Aurora.

4476. La Plata. Portn de la Facultad de Humanidades.

Concentracin contra el examen de ingreso.

Pasame a buscar por ac a las 12.30... Entendido...

En la ltima hoja lee:

Evaluacin provisoria: "independiente" simpatizante de la organizacin subversiva Montoneros, en contacto con activistas de base. No se oculta, no parece tener responsabilidades asignadas; activista inorgnica, no reclutada an por la organizacin.

Hasta luego, saludos a tu seora.

Mientras cuelga con la izquierda, el general subraya:

activista inorgnica

no reclutada

Y se queda pensativo. Despus se levanta y abre la puerta del despacho.

Bsqueme las fichas de los Walsh pide a Marini, extendindole la carpeta para que la guarde.

Enseguida, mi general. Tiene un minuto?

S. Qu pasa?

Acaban de entregamos este dossier de documentos. Es sobre la campaa antiargentina que se est armando en Pars.

Bien. Alcncemelo al escritorio en veinte minutos.

Pero hay un problema, general... Estn en francs.

Desde la silla donde est sentado, Manuel Mendizbal levanta las cejas vivamente.

Cul es el problema, coronel? Consiga un traductor!

Como Marini lo mira, Oddone pregunta, enojndose a medida que habla:

Tengo que entender, carajo, que nadie traduce del francs en la Dcima Brigada de Infantera?

Otra larga mirada de Marini. Manuel Mendizbal se pone de pie:

Con su permiso, mi general: yo leo, escribo y hablo francs correctamente.

El general lo mira atnito primero, despus con inters:

Ud. habla francs, soldado?

As es, mi general.

Puede traducir estos documentos, entonces?

Si usted lo desea, s, mi general.

Coronel Marini ordena con decisin Oddone, despus de vacilar un segundo, dele a mi chofer una mquina de escribir y sintelo a trabajar. Cuando termine, hgamelo saber... Tiene que venir un conscripto para que alguien hable francs ac, parece mentira. Y le ped las carpetas de los Walsh, dnde estn?

Marini se dirige al fichero, presuroso, y le alcanza dos carpetas de tapas de grueso cartn, forradas con papel araa plastificado color rojo. Oddone las recibe mientras observa con curiosidad a Manuel Mendizbal, que lo mira a los ojos, franco, frontal, afable. Como si no fuera un soldado y, mucho menos, su chofer.

XIV

Una mujer joven, de espaldas, camina por la vereda. Rodolfo la ve de lejos y se acerca a ella. La mujer se da vuelta sin prisa; Walsh pregunta:

Disculpame, cul es Nicasio Oroo?

No s, soy de Balvanera.

Se miran: ella respondi lo que deba responder.

Soy Esteban.

Marcela. Vamos.

XV

En su despacho, otra vez el general habla por telfono. Una de las carpetas rojas est cerrada; la otra, abierta.

Cmo ests, Virginia? Las nenas? Decile que no se preocupe, esta noche vuelvo a casa temprano y buscamos juntos en la enciclopedia, que me espere despierta. Mir, necesito que llames a... la esposa de Konig...: eso es, Carmen. Llamala a Carmen para saber cmo anda y preguntale alguna tontera... Bien... Los zapatos..., dnde los compr. Buen pretexto. Despus, como si te acordaras, decile que Marta manda muchos saludos... Si te pregunta eso, "qu Marta", decile "la de tu peluquera"... "la de tu peluquera", exacto. Si sigue sin saber, no insistas, entends? No te muestres alarmada, divertite... Escuchame, vos no sabs qu peluquera! Vos estuviste charlando con una tal Marta y te cont que la conoca. No importa dnde, che! Qu cabecita de mujer tens, improvis, chancleta! Pero no insistas, decile rpido que todo fue un malentendido, que tens otra amiga que se llama Carmen, y restale importancia... S... Si s conoce a Marta, decile que tu marido va a tratar de ocuparse de lo de Vicki... S, as. "De lo de Vicki." Es una subversiva que no se sabe dnde est. Escuch, no preguntes...

As vos tambin servs al pas Y callate la boca, eh? A ver, repetime todo lo que vas a decir S... S...

XVI

Marcela estaciona el auto en una calle tranquila de Mataderos. Baja primero, despus abre la otra portezuela y desciende Rodolfo, con la vista clavada en el piso. Ella lo toma del brazo y lo gua hacia uno de los edificios de la cuadra.

El departamento operativo montonero tiene una mesa redonda de frmica opaca, sobre su centro exacto pende una pantalla de opalina. Alrededor se sientan los cinco integrantes de la reunin:

Rodolfo Walsh, nombre de guerra: Esteban.

Mirtha Rothemberg, nombre de guerra: Mariana.

Leandro Lavaqu, nombre de guerra: Pablo.

Ral Quintino, nombre de guerra: Nacho.

Eva Dopay, nombre de guerra: Marcela.

Walsh es veinte o ms aos mayor que todos ellos, Ral est en la treintena, Eva tiene veintitrs. Serios, los montoneros se estudian en silencio. Rodolfo es el ms observado pero l no observa a nadie, los ojos algo bajos detrs de sus anteojos como si su mente estuviera en otro lugar. Segundos despus NachoRal rompe el silencio:

Bueno. Empezamos, compaeros. Con esta reunin, la conduccin Nacional responde a un pedido de ustedes. Yo solicitara, en principio, que hablara el responsable del Departamento. Eventualmente podemos abrir una lista de oradores...

Walsh hace una seal con la mano.

Correcto. Adelante.

Nuestra intencin es discutir personalmente, con el compaero de la conduccin, algunos aspectos del documento que el consejo difundi entre los oficiales, hace diez das. Para empezar sera bueno remitirnos al material que venimos enviando, como Departamento de Informacin e Inteligencia, desde agosto. No recibimos ninguna devolucin de los aportes que hicimos, y creo que siguieron ocurriendo cosas muy terribles y que estamos en una situacin demasiado urgente como para esquivarle el bulto a una discusin profunda ...

Disculp la interrupcin, Esteban dice Ral; sin duda ocurrieron cosas terribles. Por eso, adems del abrazo personal que ya te di, quisiera decirte algo: en nombre de la Conduccin Nacional, te dira incluso en nombre de los compaeros laburantes, de los laburantes argentinos (esto no es un exceso, porque vos sos un punto de referencia para los laburantes argentinos), queremos decirte que te acompaamos en tu dolor, que estamos con vos, que estamos orgullosos de Vicki y de los compaeros que estaban con ella y...

Perdn, yo te agradezco, pero hay dos cosas que no puedo pasar por alto: una es que no sabemos todava qu pas...

Yo no dije que se sepa, Esteban, yo dije que...

Falta la otra: digamos que yo no estara tan seguro de que la clase obrera est dispuesta a firmar con su nombre alguna cosa que vos digas... No es por vos..., que diga nuestra organizacin... Y eso nos devuelve a los planteos que queramos hacer hoy.

Walsh hace una pausa. Su agresividad es profunda y contenida. Los dems son espectadores interesados: Pablo se pregunta si cuando planearon la reunin haban acordado empezar con un tono de crtica tan directa a la conduccin, Rodolfo sabe ser ms sutil. Mariana se dice que Rodolfo est mal y est furioso pero que tiene razones y razn. En cuanto a MarcelaEva, la impacienta tanto circunloquio, ansa que le toque el turno de decir lo suyo, que es lo que realmente importa.

Mir sigue Rodolfo, mirando a Ral, ac hay una situacin gravsima que nuestra Orga no est queriendo ver: nosotros ya informamos los planes enemigos, es evidente que ellos estn cumpliendo con xito los objetivos militares que se propusieron para este ao: estn destruyendo nuestras conducciones y secretaras zonales. Ahora estn en el aspecto territorial de la guerra, el ao prximo esperan pasar a la fase siguiente y encararse con nuestra Conduccin Nacional, y la de nuestros aparatos federales de finanzas, documentacin, informacin y logstica. Te estoy repitiendo cosas que dijimos como Departamento de Inteligencia, y pusimos por escrito. Y me pregunto, Nacho, nos preguntamos, qu pasa, por qu no se puede prever nada, si inteligencia informa, si inteligencia avisa, si inteligencia anuncia.

Se ha previsto, compaero, se ha previsto. Desmantelamos conducciones zonales, precisamente porque estaban penetradas por el enemigo y haba que proteger...

Proteger como protegieron a Paco grita Walsh, cuando lo trasladaron al rea ms jodida, ms penetrada, ms sangrienta que haba en ese momento en el pas? Y digo "en ese momento" porque ahora no es ms as, no es ms sangrienta, ahora est desangrada, ya derramaron toda la sangre, ya nos hicieron mierda, nos rompieron el culo, y est la nena de Paco, que lo vio morder el cianuro, que la recuperaron de pedo..., la hijita...

En medio del silencio de todos, la voz se le quiebra. No puede seguir hablando. Tiene las cuerdas vocales paralizadas. Nunca se qued completamente mudo, se asusta, no comprende qu le ocurre; el otro aprovecha:

Nuestro compaero est mal, y es comprensible, pero es evidente que est mezclando motivos personales con evaluaciones polticas, es evidente que as no se puede pensar con objetividad. Yo les propongo que tratemos de separar las cosas.

Yo quisiera decir algo... empieza Mariana y se calla, asustada por lo que hizo. Mira a Walsh y a Nacho, en ese orden, pidiendo permiso. Walsh la mira pero no hace nada, sigue mudo.

La compaera propone que se abra la lista de oradores? pregunta Ral irritado.

S...

Se anota Mariana ... Alguien ms?

Nadie contesta. Molesto, consciente de lo ridculo de la situacin, RalNacho anuncia:

Tiene la palabra la compaera Mariana.

Sabemos que Esteban tiene motivos para estar muy triste, pero eso no quiere decir que est hablando por su dolor. Nosotros venimos discutiendo esto todos juntos, desde el golpe. Yo quiero volver al punto donde l empez: los informes escritos que nuestro Departamento hizo llegar a la conduccin...

Walsh la interrumpe, sbitamente recuperado y dispuesto a retomar el protagonismo:

Exacto. Nosotros decimos: nuestra derrota militar es un hecho que no se puede negar. Falta que la completen, noms. Entonces, la pregunta tiene que ser poltica: cmo garantizamos que la derrota militar no se vuelva derrota poltica? Ustedes argumentaron varias veces que no era as, producen documentos donde se la pasan acumulando pruebas de que al gobierno le va muy mal, que est aislado por los partidos polticos, que est aislado internacionalmente... Nosotros respondimos a estos argumentos, no quiero empezar ahora a enumerar nuestras respuestas que, por otra parte, son ms bien un problema de sentido comn: al gobierno no le va muy mal, ni siquiera le va mal..., al gobierno no le va nada mal. El gobierno tiene el apoyo de los partidos polticos, el gobierno tiene el apoyo internacional de la Unin Sovitica; ms all de que est perjudicando su imagen ante el imperialismo yanqui, ahora que a los yanquis se les dio por imponer democracias y derechos humanos, el gobierno no est aislado. Subestimamos al enemigo, y esto es grave para nosotros, para nuestro futuro como organizacin, pero es ms grave todava para el destino del pas, para los trabajadores del pas!

Son los trabajadores del pas los que nos exigen soluciones militares ante los avances del gobierno interrumpe Marcela.

Rodolfo se digna a mirada un instante. Le contesta:

No son "los trabajadores del pas", son los dirigentes gremiales de base, que estn solos como nosotros y estn desesperados, y se escapan hacia delante, lo peor que se puede hacer. No confundamos a dirigentes sin representacin con una clase social.

Esteban me critica porque me permito hablar en nombre de los trabajadores dice burlonamente Ral, y ahora cree conocer todo lo que piensan los trabajadores y encima ata los destinos de la organizacin a los destinos del pas. No es que yo no est de acuerdo con eso ltimo, yo s que son un mismo destino. Pero sealo la contradiccin, que en un compaero tan brillante como el oficial Esteban, me parece, no puede tomarse de otro modo que como prueba de que l est mal (perdonen, compaeros, pero tengo que insistir), muy mal, y sus razonamientos estn atravesados por causas personales. El mo es un papel muy odioso, compaeros, pero todos sabemos que cuando pensamos poltica tenemos que desterrar toda consideracin de nuestra intimidad. Si fuera otro el compaero alterado, Esteban no vacilara en hacer lo que yo estoy haciendo ahora ac ...

Walsh golpea la mesa con todas sus fuerzas.

Vos sos un hijo de puta! grita, y se abalanza sobre Ral. Vas a retirar lo que dijiste o te rompo la cara a patadas!

Por suerte la mesa est entre ellos y no hay que separarlos.

Esteban, par, calmate pide Pablo y lo toma del brazo, consigue volver a sentarlo.

Pero dice Ral, qu est pasando, Esteban? Soy yo, viejo... Somos amigos Yo te respeto mucho, vos lo sabs... Vos tens una trayectoria Estamos discutiendo y yo estoy sealando algo, no veo por qu tenemos que plantear las cosas en esos trminos, yo creo que...

Bueno dice Mariana, por qu no nos calmamos todos.

Esteban est alterado...

Pero Walsh grita:

Sos un hijo de puta y un hipcrita! Vos viols normas de seguridad por motivos personales, vos pons de verdad a la organizacin en peligro! Aunque sabs que est prohibido, que es un disparate y una irresponsabilidad! Vos ves a tus hijos todos los fines de semana!

Silencio horrorizado. Todos miran a Nacho. Hasta Eva, que haba demostrado hasta ahora bastante indiferencia, vuelve sus ojos asombrada, con reproche, al dirigente de la conduccin. Ral no sabe qu decir. El tiempo se detiene.

Preparo caf dice Mariana.

Nadie le contesta pero ella ya est en la cocina. Marcela hace ademn de incorporarse para ir a ayudarla pero opta por imitar a los varones y se queda rgida en la silla. Llegan ruidos de tazas y cucharitas.

Eh... dice Pablo, me gustara... Aprovecho para... eh comunicarles algo... Eh... Algo bueno, gracioso Un xito... Es sobre ANCLA... Los milicos estn despistados Creen que es una agencia de noticias de la Marina... De un grupo "blando"... Es el ancla que Esteban puso en el sello lo que los confunde y...

La risita se le apaga. El silencio sigue hasta que llega Mariana con la bandeja humeante.

Esteban dice Ral, te pido disculpas. Yo no concuerdo con la posicin de ustedes; vengo a traer una informacin que precisamente ustedes no tienen, y me exced en la discusin. Vos tens razn: no penss as porque ests alterado, y si dijiste algunas cosas porque ests alterado, tampoco importa. Yo tambin puedo hacerlo. Es verdad que algunas veces no puedo manejar... los sacrificios que me impone nuestra militancia, yo tambin tengo debilidades la voz se le enronquece. No vamos a resolver esto a trompadas. No nos vamos a pelear entre nosotros, por favor.

Walsh asiente, trata de decir algo pero no puede. Otra vez no puede hablar.

A veces es muy difcil renunciar a cosas... que uno quiere mucho... murmura Ral.

Walsh cierra los ojos; Mariana y Pablo se miran; Eva menea la cabeza con desaprobacin. Ral la mira y se recupera, vuelve a ser Nacho.

La conduccin conoce la posicin del compaero, y del resto del Departamento. No me parece necesario reiterarla ahora. Si les parece bien, cerramos la lista de oradores con una intervencin de la compaera Marcela, que vino para plantear algo muy importante. Ustedes van a recibir unas instrucciones escritas que la compaera Marcela ampliar enseguida.

Como ve que Rodolfo no toma la palabra, Pablo hace un gesto.

Muy bien, se anota Pablo. Alguien ms? Te escuchamos...

Nacho, el planteo que estamos haciendo a la organizacin es un planteo constructivo, es un intento de aportar crticas y reflexiones, no de cuestionarlos a ustedes... Digo, a la conduccin Nacional...

Nos alegra que sea as, compaero. De todos modos, conocemos la posicin del Departamento por los documentos que nos han enviado. Nosotros tenemos algo importantsimo que decir. De modo que vamos a dar la palabra a la compaera Marcela, y con eso damos por terminada la reunin.

Acaricindose el vientre todava chato, Mariana pide tmidamente la palabra.

Compaera, se cerr la lista de oradores.

Rod... Esteban, no vas a hablar? Por favor, Ro... Esteban! No vas a hablar?

Mariana se levant y levant la voz. Walsh la mira con angustia, trata de hacer vibrar sus cuerdas vocales para decir algo paradjico: "No puedo hablar". Pero es en vano. Pablo intenta hacerla sentar.

Dejalo en paz, Mariana. No ves que no puede?

Por favor, compaeros, por favor! Estamos todos muy mal y as no se puede hacer una reunin. Por favor, vamos a atenernos a la lista de oradores! Marcela, dec lo que tens que decir y terminemos de una vez!

No! grita Mariana. Su grito suena y resuena ante el silencio atnito. No! Me escuchs? No! Si Esteban no puede hablar, yo voy a hablar! Y Pablo va a hablar! Estuvimos muchas horas discutiendo esto los tres! Y esto es muy importante! No dijimos todo lo que tenemos que decir! Ac hay muchas cosas en juego! Ac est en juego el pas y estamos en juego nosotros! Nosotros tambin estamos en juego! Yo no quiero morirme si eso no sirve para nada! Yo no soy pelotuda! Yo estoy dispuesta a morir si eso tiene sentido! Y nosotros dos tenemos algo que defender! Nosotros...

Se pone a llorar, Pablo la abraza. Rodolfo dice de pronto, como si le hubieran apretado la tecla play.

Nuestra evaluacin poltica es que Montoneros ya no tiene la insercin que tena en el movimiento obrero. El documento de la conduccin dice que hay un repliegue de la clase trabajadora, es verdad; pero ese repliegue no es hacia Montoneros sino todo lo contrario: es hacia la burocracia sindical, primero, y seguramente hacia la desmovilizacin, despus. Esa es la clave de nuestra derrota poltica. Si nos exterminan, y si nos exterminan frente a una clase obrera replegada que no hace nada por defendernos y defenderse, porque nosotros no les ofrecemos camino poltico... Y no les ofrecemos porque no lo tenemos, estamos limitados a un camino militar, que por otra parte es unilateral (tomar el poder), y adems, est perdido ...

EvaMarcela sonre con suficiencia, niega con la cabeza. Walsh lo registra pero la ignora, se dirige exclusivamente a Ral:

Hasta fines de 1974 no hicimos otra cosa que crecer; desde ese momento slo sufrimos bajas, no estamos reclutando gente y estamos cada vez ms aislados. Tuvimos compaeros en las filas de la Polica Federal? S. Tuvimos compaeros y tuvimos simpatizantes. Pero cuando la nica poltica que les proponemos es poner una bomba en el comedor del Departamento Central de Polica, los compaeros se van. Matar indiscriminadamente policas no es una poltica. Y hacer atentados dirigidos, elegir blancos, solamente es parte de una poltica cuando expresa una propuesta de mucha gente. La gente est delatando, Nacho, y no slo por las torturas: en el Astillero Astarsa secuestran a todos los delegados ms sesenta obreros: no los delata solamente la empresa, delatan los burcratas del gremio, pero hay algo peor: delatan a veces los mismos obreros, espontneamente, o se callan la boca cuando saben que los burcratas hicieron lo que hicieron. Se callan porque tienen miedo pero tambin se callan porque estn hartos, porque no nos siguen hasta ac. Nos siguieron para que volviera Pern, nos miraron con simpata cuando Pern habl de socialismo nacional, pero las cosas cambiaron y no nos siguen para que tomemos el poder, nos dejaron solos. Estamos librados a nuestra suerte; si seguimos as, vamos a caer como moscas, uno por uno.

Con desdn, Eva prende un cigarrillo negro sin filtro; usa un gesto cuidadosamente varonil.

Y cuando yo deca que esto es trgico para los trabajadores sigue Rodolfo, no me contradeca. Cuando nos hayan aniquilado... a nosotros (las dems organizaciones armadas de la izquierda ya casi no existen)... Cuando nos hayan aniquilado... se termina todo. Todo, entienden? Si nos ganan esta partida, nos la ganan completa, se la ganan a toda la Argentina por mucho, mucho tiempo. La gente no sabe, no se da cuenta de que se est suicidando cuando apoya a estos mierdas.

Nadie trata de interrumpido. Pese a ellos mismos, Nacho y Marcela estn impresionados.

Lo que quiero decir es que se termina toda posibilidad de resistencia del movimiento obrero. Lo sepan o no lo sepan los que hoy nos delatan, o nos empiezan a mirar como si furamos ngeles de la muerte.

La frase final irrita particularmente a Ral, que sale del encantamiento.

Y ahora resulta dice con los dientes apretados que el oficial Esteban retorn la literatura y se dedica a la ciencia ficcin. Ya conocemos sus dotes de narrador, pero ac venimos a hacer poltica.

Y ahora resulta replica Walsh que cuando el comandante Nacho se queda sin juego, patea elegantemente el tablero, y si puede, de paso, los testculos del adversario. Eso es alto nivel de discusin. Un modo interesante de terminar con los argumentos molestos.

Mir, lo que se termin hace bastante es tu tiempo para hablar, que entre parntesis nunca lo pediste. Eso de los ngeles de la muerte es demasiado, hermano. Te respondo clarito y sin metforas derrotistas: por supuesto que somos la vanguardia del movimiento obrero y que nuestro destino es el de ellos, pero nadie nos va a aniquilar.

Lo van a hacer, Nacho, lo van a hacer si no nos replegamos! No somos derrotistas, tenemos una propuesta, dejmela decir! Repliegue y resistencia, como la del 56! Los laburantes siguen siendo peronistas, no quieren a estos hijos de puta, lo que quieren es que nosotros no jodamos ms! La resistencia s la podemos organizar, una resistencia casi pasiva, despacito y callados. Si no podemos tomar el poder...

Y quin dice que no se puede?

Eva fue la que habl. Walsh la mira atnito.

Cmo quin dice? Me ests jodiendo? Nosotros decimos! Nosotros sabemos! No leyeron los datos que mandamos, no siguen el avance del enemigo? Para qu laburamos nosotros?

Teatral, gozando intensamente de su sbita importancia, Marcela replica:

Ese es el punto, compaero! Ustedes no saben nada!

Pablo, Mariana y Rodolfo la miran desorbitados. Nacho toma la palabra:

Compaeros, un poco de seriedad terica y objetividad materialista. El Departamento de Inteligencia oscila entre sus tendencias literarias y el impresionismo poltico. La compaera Marcela tambin ha realizado tareas de inteligencia y tiene una informacin importante para darles.

Marcela despliega un papel donde ha escrito prolijamente los tems de su exposicin. Habla rpido y tajante:

Compaeros, tenemos evidencias concretas de que estamos en condiciones muy favorables para presionar al gobierno. Montoneros ha logrado completar la instalacin de las fbricas de armamentos en territorio nacional y puede pasar a producir su propio armamento. Los servicios de inteligencia militar saben que esto es cierto y estn seriamente preocupados. Pese a lo dicho aqu, si bien tuvimos bajas numerosas y lamentables, y tenemos dificultades para reponerlas, es evidente que el poder de fuego de Montoneros crecer de inmediato. Y aqu no se trata de un anlisis poltico sofisticado sobre la representatividad social: todos sabemos que Esteban es un intelectual, y que, como dijo el compaero Nacho, tiene algunas tendencias a llevar al Departamento a teoricismos y abstracciones. Esto no es metafsica, compaeros, esto es materialismo dialctico. Ms all de las cifras reales de bajas de este ao, nuestra produccin de armamento permite que la periferia de la organizacin incremente su poder de fuego inmediato. Y sa, compaeros, es nuestra fuerza, y los milicos lo saben, y le temen... Hemos podido relevar que, en este momento, el Ejrcito est dividido y enfrentado por una lucha interna: viendo toda esta mejora de las condiciones militares de Montoneros, un sector importante y representativo propone no continuar la guerra contra nosotros, sino negociar.

Negociar? pregunta Pablo, incrdulo.

Negociar, s. Y negociar empieza por negociar una tregua. Y eso es poltica, compaero, no militarismo! En estos mismos momentos, tal vez, el Ejrcito est intentando comunicarse con nosotros para hacernos un ofrecimiento. Estamos a la espera de que tomen la iniciativa.

Eva guarda sus papeles ceremoniosamente.

Bien toma la palabra Ral, por lo tanto se trata no de replegarse sino de todo lo contrario. Hay que continuar subrayando ante el enemigo la magnitud de nuestro poder militar, para ablandarlo y contribuir a que elija lo que est por elegir: la negociacin. Esta es la posicin de la conduccin. Elaboramos un documento con instrucciones.

Los miembros del Departamento de Inteligencia reciben las hojas con escepticismo y resignacin.

Compaeros sigue Ral, la orden de nuestra conduccin para inteligencia es estar alerta a cualquier seal. La oferta de negociacin puede llegar en cualquier momento.

XVII

El general observa unos papeles con sus anteojos algo cados. Por el interno, llama Marini.

General, los documentos estn traducidos.

Que me los traiga Mendizbal. Hgalo pasar. Y pdale a Sosa un caf.

El general cierra la carpeta que estaba observando: dice "WALSH, Rodolfo" en la tapa forrada en rojo; toma la otra (que dice ''WALSH, Mara Victoria") y las coloca en un cajn mientras entra Manuel.

Con su permiso, mi general.

Oddone se quita los anteojos, lo mira atentamente; extiende la mano. Manuel le alcanza otra carpeta.

Sintese, soldado.

Oddone cruza las manos sobre el escritorio.

Dgame: usted vivi en Francia?

Pas algunos meses en Pars con mis padres, general, pero nunca viv all.

Entra el sargento Sosa con el caf. El general mira al soldado, como descubrindolo:

Quiere uno? le dice, y sin esperar la respuesta, divertido por la buena ocurrencia, ordena: Sargento, trigale un caf al soldado Mendizbal!

Dnde estudi francs? retoma Oddone cuando Sosa ha salido.

Soy egresado del Liceo Francs, general. Entr en el jardn de infantes y curs hasta quinto ao.

Un colegio de nivel. Y adems le gusta leer, verdad?

S, mi general.

Le gusta mucho?

Mucho, mi general.

Tanto como para hacerlo en horas de servicio y ganarse un da de arresto... Dgame, Mendizbal, qu ms le gusta?

No s... mi general... Me gustan los deportes.'

Qu deportes practica?

Jugu al rugby, mi general. Ahora que me incorpor al Ejrcito tuve que dejar, pero soy federado y juego en el CASI. Adems hago equitacin. Me gusta mucho cabalgar.

Dnde hace equitacin?

Aprend de muy chico, en el campo de mi padre, en Pilar. Tengo un caballo mo, me lo regal l.

El general no puede reprimir la expresin de simpata y admiracin. Se da cuenta y termina el caf de un trago, para disimular. De pronto lo alarma una sospecha, frunce el ceo.

Tiene novia, soldado?

No espera sentado la respuesta. Se incorpora y avanza hasta la ventana del despacho, corre un poco la cortina y mira hacia afuera.

No, mi general.

En ese momento, entra Sosa con el caf y se lo alcanza al soldado sin decir palabra. Manuel se sirve azcar y agradece. Sosa se va sin responder. Slo cuando la puerta se cierra, el general dice:

Es raro, un muchacho como usted... Qu pasa... ?

Nada, general. A veces salgo con alguna mujer, pero nada en serio... No encuentro... una chica para tomar en serio...

El general le sonre suavemente, aliviado, adquiere un aire casi cmplice. Pasea por el despacho. La Repblica est sobre el escritorio, toma el libro en sus manos y contina el paseo.

Y a este libro, lo toma en serio?

Lo intento, mi general.

Oddone se ha detenido en la ventana, nuevamente. Mira hacia afuera. Su despacho est ubicado en un segundo piso y la ventana da a un patio interior. En un rincn de ese patio hay una puerta de hierro a la que le han fijado un cartel rectangular, pequeo, que dice "rea restringida".

Es un libro de filosofa, no, soldado?

S, mi general.

Qu piensa estudiar cuando termine el servicio, Mendizbal? pregunta Oddone sin dejar de mirar por la ventana.

Manuel se mueve nervioso en la silla.

No lo s todava, mi general. Derecho...

Y por qu no Filosofa, ya que le gusta tanto?

El silencio indica que el muchacho est considerando la propuesta, o la respuesta.

Porque... es una carrera... poco recomendable, mi general.

Poco recomendable? pregunta Oddone, volvindose con fingido asombro.

Bueno, usted lo sabe... Hay mucha poltica...

El general simula reflexionar la respuesta un segundo, antes de darse vuelta hacia la ventana y volver a mirar la puertita del rincn:

Area restringida

"Hay mucha poltica"... Y qu tiene eso de malo?

Asombrado, Manuel tarda en contestar. Oddone insiste:

Mendizbal, qu tiene eso de malo? Un joven sano, inteligente, no puede interesarse por los destinos del pas?

Manuel organiza su respuesta cuidadosamente, aunque con bastante velocidad.

Mi general, nada tiene de malo que los jvenes nos interesemos por los destinos del pas. Slo que... lamentablemente... la mayora de los que hoy se interesan, en la universidad, me parece... estn... confundidos...

A travs del vidrio que queda visible al correr apenas la cortina, el general observa a dos oficiales y un suboficial que cruzan el patio empujando a dos prisioneros y entran por la puertita del "rea restringida", por la cual desaparecen, bajando la escalera que l conoce y lleva al subsuelo. No alcanza a ver el sexo de los cautivos, que tienen capuchas negras atadas al cuello y las muecas esposadas a la espalda.

Son... revoltosos... sigue Manuel.

Revoltosos?

Manuel evita tragar saliva. Cierra un segundo los ojos y pronuncia con voz queda:

Subversivos, mi general.

Oddone sonre satisfecho y se da vuelta. Asiente varias veces, camina bordeando la silla de Mendizbal.

Exacto, soldado! Son subversivos! La subversin ha copado las facultades de Filosofa y Letras y a gran parte de la juventud. Usted es un joven que me da esperanzas, parece inteligente. Tiene alguna explicacin para esta realidad?

No, mi general. No tengo la menor idea.

Qu pena. Es un fenmeno curioso. Y es un fenmeno internacional.

Toma un cortapapeles plateado de su escritorio y hace que la hoja del cuchillo se deslice suavemente por su palma. Juega a pincharse con la punta, repetidas veces. Manuel mira fijo las manos del general, que espera que el soldado haga algn comentario espontneo. Como eso no ocurre, pregunta, cambiando bruscamente el tono:

Qu dice el libro?

A qu libro se refiere usted, mi general?

Ese que estaba leyendo en horario de servicio. El de Platn.

Ah, s. Dice cmo se debe organizar una repblica, mi general.

Es un libro de poltica.

De alguna manera s, mi general. Pero es un libro de filosofa, tambin. Habla de los grandes valores eternos. De la Belleza, de la Sabidura, del Orden. Habla mucho del Orden.

Sonriente, el general se sienta por fin en el escritorio y se inclina amable, confidencial, sobre su chofer. Lo tutea, le dice casi en un susurro:

Contame algo que diga. La parte que quieras, la que ms te guste.

De pronto relajado, Manuel se acomoda en la silla y empieza a hablar con entusiasmo genuino.

Le cuento una alegora, mi general. Tiene un sentido, hay que saber interpretarla: en una caverna oscura, subterrnea, hay hombres encadenados, mirando a la pared interior.

Un golpeteo regular viene desde abajo, desde el patio, y atraviesa el vidrio cerrado, las cortinas, retumba por la pared: alguien est martillando, probablemente sea el golpe de un martillo contra un perno de metal. El general y Manuel miran hacia la ventana, Oddone se levanta y observa. En el patio, un par de suboficiales instala una cadena con grillos a veinte centmetros del zcalo. Hay una montaa de cadenas esperando ser colocadas, algunas tienen grillos; otras, collares.

Continu, Manuel.

Antes de llegar a la entrada de la caverna, hay un fuego, y entre el fuego y los hombres encadenados, otros hombres levantan objetos que proyectan su sombra en la pared de enfrente. Los que estn prisioneros no pueden girar la cabeza, as que ven nicamente sombras que se mueven.

El golpeteo contina. A los golpes de martillo se suma el sonido de las cadenas que se arrastran. Manuel calla, impresionado, y trata de espiar por la ventana, pero desde donde est sentado no se ve nada. Oddone se asegura de que las cortinas estn bien corridas y lo enfrenta con una mirada paternal, tranquilizadora.

Segu, Manuel.

Mi general... Qu estaba diciendo? Esos prisioneros... esos hombres no ven otra cosa que las sombras, creen que es lo nico que hay, que es real. De pronto, a uno de ellos le quitan los grillos y las cadenas, le hacen ver el fuego, le hacen ver a los que proyectan las sombras, lo sacan de la cueva, lo hacen subir a la superficie, al aire libre, ver el sol...

Manuel est emocionado y se olvid en ese instante de la ventana. Brillan sus hermosos ojos, enfticos, como si estuvieran viendo el sol. Oddone tambin cierra apenas los ojos, con cierta conmocin.

Recin entonces sigue Manuel el hombre se da cuenta de que vivi engaado... Vio sombras, nada ms... l, que crea que entenda... descubre la verdad.

Despus de unos segundos en los que slo se escuchan los sonidos del hierro y el martillo, el general rompe el silencio:

Y usted cmo interpreta esa historia, Mendizbal?

Yo creo, mi general... que los seres humanos vivimos... engaados, viendo en la Tierra solamente los... reflejos de las cosas verdaderas. Las cosas verdaderas son demasiado grandes, demasiado deslumbrantes para ser entendidas por nosotros. Yo creo que buscar la Verdad es ... algo demasiado grande. Aunque...

Manuel calla, arrepentido de haber seguido hablando.

Aunque... ?

Oddone vuelve a tomar el cortapapeles y a pincharse la palma vanas veces.

Aunque es posible... Aunque no s ... porque las sombras que tambin existen tienen un misterio propio... No s... No. Las sombras no tienen que ser importantes, hay una sola verdad, mi general.

Oddone asiente, parece satisfecho. Le extiende La Repblica.

Muy interesante, Mendizbal. Tome su libro, pero lalo cuando corresponde. Puede retirarse. Dgale al sargento Sosa que me traiga el almuerzo. Ya vamos a volver a conversar.

Muchas gracias, mi general dice Manuel y est por darse vuelta para salir del despacho cuando se acuerda de hacer la venia. A sus rdenes, mi general.

Oddone sigue pinchndose con el cortapapeles, mirndose la mano sin verla; est pensando. De afuera siguen llegando los ruidos. Se reclina contra su silln y de pronto siente el chasquido de su carne que se abre: acaba de pincharse de verdad, tiene sangre en la palma.

Soldado!

Manuel no ha terminado de cerrar la puerta. Se da vuelta asombrado, se cuadra.

Excitado, el general camina hacia l blandiendo todava el cortapapeles en el aire, con cierta ferocidad.

Soldado, hay otra interpretacin que se puede hacer! Los prisioneros estn engaados, sas son sus cadenas!

En su afn de explicacin, seala con nfasis la ventana.

Estn prisioneros de una ideologa falsa! Cmo se hace para que gente as pueda entender la verdad? Se puede lograr? Platn dice que si alguno vuelve, y trata de contarles a los otros la verdad de lo que vio, los otros lo matarn. Porque quienes engaan a un pueblo, soldado, slo quieren matar a los que tienen la verdad. Como los judos a Cristo. Entonces, cmo se hace?

Se escucha un grito. Es breve, como si alguien lo ahogara rpida, eficientemente. Manuel mira con terror la ventana. El general se estremeci apenas pero su pasin se renueva, extiende su mano, la aprieta cerrando el puo y cae una gota de sangre.

Hay que aplicar dolor, hijo! Dolor! Es feo, nos duele a nosotros tambin, pero hay que hacerla. Hay que obligar a la gente a que entienda dnde est el sol! Para eso hay que eliminar a los enemigos que la engaan, pero tambin hay que causar dolor. Es un dolor terrible pero merecido, hijo, necesario. Dolor ...

Dolor? repite Manuel idiotizado, muerto de miedo. No dijo "mi general", pero Oddone ni lo nota.

Hay tareas que no son lindas, pero son necesarias dice con voz sorda. Sus ojos estn casi hmedos y Manuella percibe, pese a su horror.

Pero a usted no le gustan, mi general ...

Oddone se dirige tranquilamente a su escritorio