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solación en los ojos, apartarla con los brazos. Sin moverse, sin ver, quedó sentado junto a Lucas. La extensión se llenaba de vacío, de silencio; el horizonte se dibujaba impasible, agotado. Vázquez ·quedaba perdido en la le- janía, con su cansancio, con sus manos agrie- tadas, con sus ojos vacíos. -¿Por qué te moriste, Lucas? Ya estába- mos muertos los dos, yo lo oí y también lo oíste. Ya estabas muerto tú también, Lu- cas, y yo te volví a matar. ¿Y ahora qué . . . ? No te mueras, Lucas ... ¿Por qué vas a mo- rirte otra vez .. . ? Si te mueres se va a morir también todo esto ¿ves . .. ? Y es tan poco lo que queda, mira: ni cerros hay, ni tierra, ni nubes. . . No te mueras, Lu cas .. . 132 Nora M i papá tiene una cama larga, larga, gran- de como si fuera una casa. Y va juntando todos los ruidos que encuentra para guardar- los en ella. Todos los días llena con ruidos su saco y se lo echa a la espalda dirigiéndose a cama y allí lo vacía. Tiene ya muchos ru1dos sobre la cama. Casi tiene ya todos los ruidos del mundo. Pero su cama es muy grande y todavía tiene mucho lugar para mu- chos ruidos. Mi papá tiene su cama en esa montaña de enfrente. La tiene hasta arriba ' allá donde no se alcanza a ver, hasta allá la tiene. Todos los días sube a la montaña y mira su cama y le lleva su saco lleno de ruidos. Yo lo veo, escondida tras el durazno, subir la 133

Nora - Carlos Montemayor

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Cuento

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solación en los ojos, apartarla con los brazos. Sin moverse, sin ver, quedó sentado junto a Lucas. La extensión se llenaba de vacío, de silencio; el horizonte se dibujaba impasible, agotado. Vázquez ·quedaba perdido en la le­janía, con su cansancio, con sus manos agrie­tadas, con sus ojos vacíos.

-¿Por qué te moriste, Lucas? Ya estába­mos muertos los dos, yo lo oí y tú también lo oíste. Y a estabas muerto tú también, Lu­cas, y yo te volví a matar. ¿Y ahora qué . . . ? No te mueras, Lucas ... ¿Por qué vas a mo­rirte otra vez .. . ? Si te mueres se va a morir también todo esto ¿ves . .. ? Y es tan poco lo que queda, mira: ni cerros hay, ni tierra, ni nubes. . . No te mueras, Lucas .. .

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Nora

M i papá tiene una cama larga, larga, gran­de como si fuera una casa. Y va juntando todos los ruidos que encuentra para guardar­los en ella. Todos los días llena con ruidos su saco y se lo echa a la espalda dirigiéndose a ~ cama y allí lo vacía. Tiene ya muchos ru1dos sobre la cama. Casi tiene ya todos los ruidos del mundo. Pero su cama es muy grande y todavía tiene mucho lugar para mu­chos ruidos. Mi papá tiene su cama en esa montaña de enfrente. La tiene hasta arriba

' allá donde no se alcanza a ver, hasta allá la tiene. Todos los días sube a la montaña y mira su cama y le lleva su saco lleno de ruidos. Y o lo veo, escondida tras el durazno, subir la

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montaña con su saco a la espalda; me quedo callada viéndolo hasta que desaparece entre las rocas aquellas que están casi hasta arriba. La montaña es inmensa y de color gris. A ve­ces el color se le va escurriendo y mi papá tiene que pintarla otra vez y en eso se pasa días y días sin descansar. Pero cuando tiene que pintarla abandona los ruidos y su número comienza a crecer y crecer. Cuando queda libre de la montaña los ruidos ya son inconta­bles. Entonces toma su saco y empieza a jun­tarlos durante varios días y varias noches hasta que va dejando otra vez muy pocos. Yo lo veo esas noches, tras la ventana, cómo se inclina y se levanta y va metiendo al saco ruido por ruido y cómo camina y se pierde y se los va llevando hasta su cama. En las noches, cuan­do está subiendo la montaña, mi papá se ve muy oscuro. La montaña la hizo mi papá, la hizo él mismo. Toda la montañ.a. Cuando la terminó llevó su cama hasta arriba, la arras­tró. La cama de mi papá es larga, muy gran­de. Todos los ruidos del mundo caben en ella. Aunque sucede que cuando los tira en ella los ruidos empiezan a secarse y se quedan muertos, sin peso, sin que puedan crecer mu-

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cho los montones. En la montaña hay una cueva que le gusta mucho a mi papá. Todos los días se mete en ella y pasea un rato. Cada mañana excava la cueva y le quita mucha tierra y la va haciendo más honda. Quiere escarbar más, hacerla más grande porque quiere meter allí su cama. Pero a mí me da miedo. Dice que soy miedosa. Le gustaría que yo fuera valiente, que no tuviera miedo. Pe­ro yo soy miedosa. Tengo miedo de mi papá. Cada vez que lo veo cruzando la acequia echo a correr para escaparme de él. Me pega mu­cho. Me ve escondida tras el durazno y me persigue para pegarme, me alcanza siempre en el nogal viejo y comienza a golpearme aquí en la espalda y en la cara. He comen­zado a correr desde antes que él cruce la ace­quia, pero de todos modos me alcanza en el nogal viejo y me pega. Una vez que me pegó mucho me fui poniendo toda negra y por eso tuve que traer cerrados los ojos durante mu­cho tiempo. Mi papá es el único que puede cruzar el llano que está entre la montaña y el durazno donde estoy escondida para verlo ve­nir. Nadie puede correr sobre él. Si uno se metiera dentro jamás saldría. Pero mi papá

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sí puede éorrer: se viene corriendo desde arri· ha de la montaña y corre por el llano y va levantando una polvareda hasta que lo cru­za. Sólo que no le gusta correr. A mi papá le gusta venirse caminando. Todos los días camina por la montaña y por el llano juntan· do los ruidos en su saco para llevarlos a su cama y dejarlos amontonados con los otros ruidos que ha recogido. Algunas veces los rui­dos corren por el llano delante de mi papá, corren dando saltos para salvarse y mi pa· pá los persigue furioso hasta que los mata y los aplasta en su saco. Por eso ya muy pocos ruidos corren cuando mi papá anda recogién· dolos, mejor se quedan parados sin moverse viendo cómo se acerca a ellos y los mete en su saco amontonándolos con los otros ruidos. A mí me gustaría juntar algunos ruidos para no estar sola. Pero es muy difícil. A mi papá le enoja mucho que lo haga. Antes yo tenía una bolsita con ruidos. La tenía escondida junto al durazno y mi papá no lo sabía. Pero una vez lo supo y me la quitó. La metió en su saco con todos los demás ruidos y se la llevó a la montaña. A veces me acuerdo de ella, por las tardes, pero siempre que me acuerdo

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me dan ganas de llorar. Mi papá no podía ver, no tenía ojos. Eso fue hace mucho tiem­po. Le brincaron muchos ruidos a la cara y se le cayeron los ojos. No tenía ojos y se podían tocar los túneles por donde se le cayeron. Bus­caba a tientas Jos ruidos, Jos buscaba sin ver

y sin alcanzar a llenar su saco en todo el día. Tenía que quedarse fuera por las noches. Es­taba sin ojos en las noches juntando los ruidos y llevándoselos a la montaña, a su cama. En ese tiempo mi papá caminaba despacio, sin ganas. Yo lo veía atravesar el llano, lo veía caminar muy oscuro, cansado, como si no fuera cierto que caminara. Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora tiene ojos nuevamente. Y tiene ahora más que antes, tiene ojos por todas partes, en las piernas, en los pies, en los brazos. Todos los ojos me miran enojados cuando mi papá me pega jtmto al nogal vie­jo. Pero a mí me da miedo. Y o veo todos esos ojos cuando andan persiguiendo los últimos ruidos que quedan en el llano, que se quieren ir saltando para escapar de mi papá. Y todas las noches se dirige mi papá a la cueva de la

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montaña con su saco lleno, gordQ. Y todo se queda aquí muy quieto, muy solo, sin ningún

ruido.

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El regreso

A shahl/IbnJMuslim/lddan, agonizante, cargado de vejez, creyó recordar la imagen que los sueños le dieron desde su niñez hasta los días que ahora sentía terminar en la oscuridad de su lecho. Por su mente, años desconocidos transcurrían incesantes, desorde­nados. El cansancio de la agonía le abrió los ojos, deseó saber si aún estaba, ver la habi­tación; pero el largo escrutinio del Libro los había lavado de la visión de las cosas y los ce­rró nuevamente y alguna tristeza tuvo de la penumbra que guardaban los vastos leídos, de los patios de tierra suelta que pisara en sus caminatas, de la oscuridad que extraviaba su lecho para dejarlo en la muerte. El sueño se

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