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N.º 277 El Mendigo Félix Barroso Gutiérrez Concha Casado Ángel Cerrato Álvarez Antonio José Pérez Castellano José Pérez Zamora Miguel Ángel Picó Pascual José Luis Puerto

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N.º 277

El Mendigo

Félix Barroso Gutiérrez ■ Concha CasadoÁngel Cerrato Álvarez ■ Antonio José Pérez Castellano

José Pérez Zamora ■ Miguel Ángel Picó PascualJosé Luis Puerto

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Parece que fue ayer… y ya han pasado nada menos que veintitrésaños desde que se presentó en Valladolid la Revista de Folklore con mu-chas ilusiones y un escaso bagaje. A punto de iniciar el año vigésimocuarto de publicación, conviene volver a agradecer a Caja España suinfatigable apoyo para que nuestras aspiraciones sean una realidadmes tras mes. Imposible olvidar a los suscriptores, cuya confianza yaliento hemos sentido en cartas y opiniones que han contribuido a quecorrigiésemos los errores y mantuviésemos los aciertos. Acerca de los co-laboradores, los circunstanciales y los fijos, también es necesario hacerun elogio además de agradecer su contribución imprescindible paraque la Revista se haya ido publicando con puntualidad. Por último, ypara que todo ese esfuerzo llegue correctamente al papel, la imprentaCasares hace el resto.

Precisamente porque hemos comprobado en los últimos años el valorque tiene toda esa documentación hemos pensado que se hace necesariasu digitalización para su consulta en la Red de usuarios de Internet; delos índices que agrupan los años de existencia de la revista, ya puedeuno extraer conclusiones aunque sean provisionales: apartados que es-tán escasamente representados o que ni siquiera se han abierto, junto aotros cuya abundancia llega a sorprender; provincias o comarcas pocotocadas y otras con nutrida participación. En cualquier caso, por men-cionar solamente algunas materias de las que están dignamente repre-sentadas en las páginas de la Revista, podrían citarse la agricultura yganadería, alimentación, arquitectura popular, arte popular, costum-bres, creencias, mitos, supersticiones, danzas, dramática, fiestas, flora yfauna, industrias y oficios, instrumentos musicales, juegos, léxico y pa-remiología, literatura, medicina, música y canto, opinión y conceptosteóricos, personajes y religiosidad. En total, más de ochocientos autoresdiferentes y cerca de mil quinientos artículos que hacen de la Revistade Folklore un documento imprescindible para quien se adentre en elestudio de los conocimientos populares en la península Ibérica.

La digitalización se hará en formato de imagen (con el escaneadodirecto de cada página y unos índices generales de cada artículo y suautor) y en formato texto para poder consultarlo por palabras y porcampos.

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S U M A R I OPág.

EDITA: Obra Social y Cultural de Caja España.Plaza Fuente Dorada, 6 y 7 - Valladolid, 2004.

DIRIGE la revista de Folklore: Joaquín Díaz.DEPOSITO LEGAL: VA. 338 - 1980 - ISSN 0211-1810.IMPRIME: Imprenta Casares, S. A. - Vázquez de Menchaca,1, Nave 7 - 47008 Valladolid

Los hornos en la arquitectura popular de León:

La Cabrera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3Concha Casado y José Luis Puerto

Una reflexión acerca de las transcripciones de

los Cantares de Loor de Sancta María . . . . . . . . . .5Miguel Ángel Picó Pascual

Indumentaria tradicional en Las Hurdes (y II) . . . . . .8Félix Barroso Gutiérrez

La fabricación de ladrillos en Cantillana a

principios del siglo XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .28José Pérez Zamora y Antonio José Pérez Castellano

Construcciones de techo de paja: pervivencia y

destrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31Ángel Cerrato Álvarez

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LOS HORNOS EN LA ARQUITECTURA POPULAR DELEÓN: LA CABRERA

El pan es uno de los emblemas y de los símbo-los centrales de la supervivencia humana, tam-bién de la labor del hombre en el tiempo y en elcontacto con la tierra. Es el alimento por excelen-cia, que se da, se recibe y se comparte; símbolotambién, por tanto, de los vínculos humanos, dela fraternidad.

Llegar hasta el pan supone haber pasado portoda una serie de labores campesinas que no sólorequieren el contacto con la tierra, con la natura-leza, sino también la sumisión a unos ciclos tem-porales, estacionales, que conforman al hombre ylo vinculan con el devenir temporal: la siembraen el otoño, la espera en el invierno, la arica de laprimavera, la siega y la trilla o la maja en el ve-rano, para terminar con la recogida del grano yde la paja, llevando aquél al molino para obtenerla harina.

El ritmo del pan requiere, pues, lentitud en lalabor humana, observancia de los ritmos deltiempo, disponibilidad a lo que dictan las estacio-nes. Requiere, en definitiva, sintonía con la natu-raleza, con los ciclos del mundo; sintonía con elmundo natural que caracteriza y define al cam-pesinado.

Hasta aquí queda plasmada la labor que re-quiere el pan en lo exterior, en el contacto con lanaturaleza. Pero hay otra labor interior que elpan exige para hacerse. Se realiza ésta ya dentrode la casa, en sus estancias, en la intimidad. Yaquí aparece la mujer como protagonista. Y aquíaparecen los ritmos femeninos, con la delicadeza

de las manos, con una entrega que es ofrenda atoda la familia y a su supervivencia.

Qué hermosas e íntimas son las labores feme-ninas del pan. Hasta meterlo en el horno, se hade cerner la harina, se ha de enlleudar, se ha deamasar, se han de trazar las formas de panes yde hogazas, se ha de acostar lo amasado para queesa química secreta de la masa enlleudada alcan-ce su estado más propicio, se ha de meter, en fin,el pan en el horno crepitante y abrasador paraque se cueza el alimento solar por excelencia.

Y toda esta labor interior que el pan exige hahecho que se cree una estancia de la casa, de la vi-vienda campesina: el horno, verdadero santuariodel pan, una habitación comunicada con el restode la casa y en la que se realizaban las laboresque hemos descrito del proceso del pan; pero encuyos techos se colgaba también el embutido paraque se curara, y que, a la vez, servía de despensadel propio pan cocido, pues se amasaba cada se-mana o cada quince días, según los lugares.

Además, el horno adquiría un protagonismomuy especial en los días previos a la fiesta patro-nal de cada pueblo, pues entonces las mujeres,con recetas heredadas de sus madres y abuelas,preparaban los dulces tradicionales para convi-dar a parientes y amigos, así como para tomar lapropia familia.

Hay toda una cultura tradicional muy hermo-sa en torno al pan y al horno. Si tuviéramos quebuscar raíces y antecedentes a tal cultura, los ha-llaríamos antes en la tradición semítica que en la

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Concha Casado y José Luis Puerto

Horno en los corredores (Villar del Monte)

Horno en los corredores (Villar del Monte)

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tradición clásica. Bástenos recordar, en la Biblia,esos pasajes tan conocidos del Evangelio de lamultiplicación de los panes y de los peces, o eseicono tan arquetípico de la cultura occidental quees la última cena, con el pan y el vino sobre unamesa de celebración, pero ya también con presa-gios de muerte.

En la provincia de León, hay zonas y comarcasque cuentan con hornos de un gran valor dentrode lo que es la arquitectura popular; son hornosque muestran también en el exterior de la casasu forma redondeada y que, al dar a la calle y alestar a la vista de todos, conforman un paisajeurbano de alto valor estético en el rincón dondese ubican y se hallan. A veces, desgraciadamente,por incuria y desconocimiento de su valor, han si-do destruidos, por lo que nos vemos obligadosdesde aquí a hacer una llamada, a dar un toquede atención a autoridades provinciales, munici-pales y a los vecinos, para que se respeten y sevaloren.

Entre las áreas leonesas que cuentan con hor-nos, muchas veces protegidos bajo tejadillo, al ex-terior de la vivienda, podemos citar tanto zonasde la arquitectura de la piedra como de la del ba-rro, lo que nos habla de su extraordinaria varie-dad. Así, nos encontramos con estas edificacionesen la Cabrera, en las Omañas, en las riberas delPorma, del Esla (de un gran interés son los de lacomarca de Rueda) y del Cea, o zonas de la Tierrade Campos, entre otras varias.

Hoy comenzamos por los hornos de esa comar-ca emblemática, cuya arquitectura popular hayque proteger, que es la Cabrera. Y vamos a dete-nernos en los hornos que podemos todavía ver enVillar del Monte, un pueblo singular de la Cabre-ra Alta. Sorprenden al visitante esos hornos debarro, con sus paredes redondeadas, que asomanen algunos corredores de madera de las vivien-das. Es un bello contraste de colores el que pre-sentan los variados materiales que conforman la

vivienda: piedra, madera, pizarra y, con el horno,se añade el barro.

El horno es una pieza fundamental en la vi-vienda cabreiresa. Y la tarea de amasar y cocer elpan era un quehacer casero y familiar. El hornosolía estar emplazado en la cocina. En este pue-blo de Villar del Monte contemplamos el horno enel corredor de la primera planta, porque allí estála cocina. (Y en una pequeña vivienda de una so-la planta, vemos el horno, pegado a ella, bajo untejadillo). También podemos ver “la casa el for-no”, es decir, el horno separado de la vivienda,una pequeña construcción para albergar el horno,con la masera y demás utensilios utilizados en lapreparación del pan, que solía ser pan de cente-no, aún recordamos las exquisitas hogazas depan de centeno que salían de los hornos de Ca-brera.

Las partes fundamentales del horno son: labuqueira o abertura practicada en la parte ante-rior de la pared, por la que se introducen las ur-ces que se queman en el interior hasta lograr latemperatura necesaria y uniforme. Estas urcesse distribuían y esparcían por el suelo del hornocon un largo palo que llaman furganeiro. El suelose encuentra a la altura de la buqueira y debajode él está situada la borrayeira, donde se recogeel rescoldo y la ceniza que resultan de la combus-tión. Y en las paredes del horno, por encima de laaltura del suelo, se encuentran los llorigos o llou-rigos, línea de piedras de pizarra que sobresalenhacia el interior del horno, un poco elevadas delsuelo, donde se colocan las hogazas, cuando elsuelo es insuficiente para recibir el total de laspiezas que componen la hornada.

En un recorrido por los otros pueblos de la Ca-brera encontraremos las paredes redondeadasdel horno destacándose en los muros de la vivien-da, o esas construcciones independientes llama-das “la casa el forno”. Una arquitectura singular,un patrimonio cultural que debemos valorar y nodejar que desaparezca.

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Horno con tejadillo en vivienda de una sola planta(Villar del Monte)

“La casa el forno” (Villar del Monte)

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UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LAS TRANSCRIPCIONES DELOS CANTARES DE LOOR DE SANCTA MARÍA

En los últimos años han proliferado los estudios acer-ca de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio,uno de los monumentos musicales más importantes denuestra Edad Media, apareciendo varias ediciones, cadauna siguiendo unos criterios personales y subjetivistas,algunas de las cuales llegan incluso a asombrarnos porsu intrepidez. Sus autores no aplican los mismos crite-rios homogéneos para sus transcripciones, unas veces lohacen de una manera, más adelante alteran lo que no lesconviene y lo hacen de otra, transcribiendo de forma di-ferente un mismo tipo de ligadura, transcribiendo de lamisma forma ligaduras que son diferentes, etc (1). Niqué decir cabe que las apreciaciones de este tipo carecenpor completo de cualquier rigor científico, y es que, endefinitiva, la notación rítmica alfonsina se nos resiste alos musicólogos, causa que es aprovechada por muchospara hacer alarde de su fantasía. Mientras no se aportensuficientes razones documentales, y ello es algo suma-mente difícil al día de hoy, cualquier transcripción de lasCSM que se nos presente debe ser acogida con total es-cepticismo.

Desde 1994 vengo trabajando en la transcripción ycada día que pasa me doy cuenta que es mucho más difí-cil acercarme al descubrimiento del ritmo original alfon-sino (2). ¿Podemos ofrecer los musicólogos, en el estadoen el que se encuentran las investigaciones, una transcrip-ción fidedigna de las CSM? Llegar a hacerlo no es com-pletamente difícil, es absolutamente imposible. Nadie,definitivamente nadie, por mucho que se esfuerce, podrápresumir de ofrecernos la realidad sonora que sus creado-res pensaron en su época, tan sólo podremos presentaraproximaciones que se acerquen a esa materialidad.

La lírica de carácter folklórico está presente en mu-chas cantigas, resulta más que evidente que sus autoresacudieron a los cantos populares de aquella época parainspirarse en ellos, aunque no siempre fueran fieles aellos. Aunque a veces escape a toda posibilidad de com-probación, puesto que no siempre esas muestras han per-durado en el riquísimo acervo del folklore musical espa-ñol, existen para ciertas cantigas pruebas más o menosseguras de su autenticidad folklórica. Las repeticionescon variantes constituyen la técnica base de la lírica detransmisión oral, y ello lo encontramos en las cantigas.Pero esta influencia afecta tanto a las estructuras rítmicascomo a la sintáctica, melódica e incluso formal. Esta fa-ceta no ha sido tenida en cuenta lo suficientemente hastaahora por los investigadores (3), y mucho menos por lostranscriptores, a excepción de Mons. Higinio Anglés, yconsidero que es sumamente importante recalcarla e in-

cidir en ella para futuros trabajos. A simple vista se ob-serva al contemplar la transcripción del sabio musicólo-go catalán que en su labor se inclinó para elaborar su teo-ría en el folklore musical, amparándose en sostener quelas melodías alfonsíes estaban plagadas de la rica tradi-ción popular musical. Para Mons. Anglés gran parte delas melodías alfonsíes debían haber sido tomadas de latradición musical popular, quedando algunas de ellas enel acervo popular, razón por la que llegó a comparar lacantiga número 192 con una canción catalana tradicio-nal, entrando por tanto, en el terreno de la musicologíacomparada, tan de moda en aquél período. En su día, seexpresaba así: “La parte más importante del repertoriomusical alfonsino está formado por melodías emanadasdirectamente del folklore tradicional de los diferentespaíses hispánicos y otros europeos o escritas imitandolas tonadas, ritmo, cadencias y modalidad típica denuestro folklore. Muchas de estas tonadas eran ya muypopulares en el siglo XIII” (4). En 1956 reconocía lagran influencia que sobre él ejerció el estudio del fol-klore a la hora de interpretar la notación alfonsí: “Si yono hubiera tenido una idea clara sobre lo que es unamelodía popular tradicional, me hubiera sido muy difí-cil interpretar la notación musical de las cantigas al-fonsíes” (5).

Si bien es verdad que muchas melodías, que rezumanel arcaico canto popular del siglo XIII, no pueden oírsehoy en día cantadas por el pueblo español, no por ellopodemos negar que en su día eran fruto de la tradiciónpopular, y ello habrá de ser tenido en cuenta para futurastranscripciones, y es que en la elaboración de las canti-gas los poetas y músicos que trabajaron en la corte alfon-sí en muchas ocasiones dieron cuerpo y forma a elemen-tos tradicionales vivos preexistentes en la literatura ymúsica del pueblo.

El conocimiento de las fuentes teórico musicales esimprescindible para cualquier musicólogo, es más queevidente. En el siglo XIX Coussemaker llegó a recogerun buen puñado de tratados de los siglos XIII-XIV queanalizan los problemas de la música mensural del sigloque nos interesa. Las normas que se reflejan en los trata-dos de la época ¿deben ser aplicadas inflexiblemente a lahora de transcribir las CSM? Los análisis detenidos delos tratados de la época nos ayudan a aproximarnos a larealidad notacional alfonsina, pero no nos permiten aldía de hoy ofrecer al intérprete una transcripción riguro-samente fiel. A pesar de que cada teórico no puede serdesdeñado por la información que nos puede aportar, he-mos de ratificar que con la perfección notacional im-

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Miguel Ángel Picó Pascual

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puesta por Franco de Colonia en su tratado no podemoscontar, tampoco con la extravagancia de algunos teóricosde transición. Al día de hoy, por tanto, no tenemos nin-gún tratado teórico que guíe al cien por cien la transcrip-ción de cualquier investigador, siempre que alguien in-tente aplicar esas normas particulares a las CSM, se en-contrará con muchos problemas. Ojo, con ello no estoyafirmando en ningún momento que no debamos hacercaso a toda la información que nos proporcionan los teó-ricos, hay cosas generales que pueden ser aplicadas, perootras muy particulares, no. Tampoco debemos inclinar-nos por basarnos en deducciones empíricas, como porejemplo hace Cunnighan, ni mucho menos. La inexisten-cia de teóricos peninsulares que nos describan la prácticade la época obstaculiza enormemente nuestro trabajo ynos impide dar una solución definitiva al problema rítmi-co notacional de nuestros códices. Particularmente dudoincluso que se plasmara en un tratado teórico la realidadnotacional alfonsina.

La notación alfonsina tenemos que situarla en unpunto intermedio en el desarrollo de la perfección fran-coniana. Hemos de pensar que nos encontramos en unaépoca de transición, donde hay que apuntar incluso di-vergencias regionales, de hecho las diferencias entre lospropios tratados viene a demostrar esa diversidad. Cadazona territorial, que no tenía por qué coincidir con espa-cios delimitados políticamente, presentaba sus pequeñasdiferencias notacionales, –esa diferencia notacional laencontraremos incluso en el siglo XIV–. La pérdida demuchos tratados teóricos con el correr del tiempo ven-dría a demostrarlo.

Una de las ediciones más objetivas que podrá encon-trar el intérprete interesado en este tipo de repertorio esla del profesor López Elum, no obstante advertimos deantemano que el respaldo documental en el que se basaes de nuevo sumamente subjetivo. El autor, como el res-to de investigadores, no aporta ningún documento con elque apoyar sus afirmaciones. En ningún momento de-muestra por qué hay que seguir a rajatabla al tratadistapropuesto y no a otros de los muchos que existen y queno menciona en su obra, como por ejemplo el Discantuspositio vulgaris(h. 1225), el de Amerus (h. 1275), el deDietricus (h. 1275), el anónimo de Sowa, el anónimo VIIde Coussemaker (h. 1250), o el de J. de Garlandia (h.1250), etc. Al día de hoy no tenemos ningún testimoniode que el tratado de Lamberto, escrito en la década delos años setenta, fuese conocido en nuestro país y mu-cho menos que sirviese de inspiración a nuestros creado-res de la corte alfonsina. ¿Es Lamberto la fuente adecua-da, el autor idóneo que nos descubre la frescura de lascantigas? Es evidente que la información que nos trans-mite este tratado es de suma utilidad, pero no permiteadentrarnos más que parcialmente en el secreto de la no-tación alfonsina. La escritura musical que presentan lasCSM no siguen el sistema lambertiano, al menos nadanos lo demuestra. El propio autor llega a afirmar en elcapítulo 3: “Que los autores de las Cantigas no conocie-ron directamente la obra de Lamberto lo demuestra tam-

bién la forma de representar las figuras. Así, en cuanto ala plica, la forma gráfica que se plasma en las Cantigases diferente a la que se recoge en el tratado de Lamber-to”. ¿Cómo es posible que tras esta afirmación el autorconfíe ciegamente en este tratado si la forma notacionalalfonsina no corresponde con la nuestra? En las CSM, larepresentación de las plicas largas y breves es completa-mente diferente a la que presentan los tratados europeosdel siglo XIII, lo que viene a demostrarnos que el siste-ma notacional alfonsino era distinto en cuanto a los pe-queños detalles. Caso de que existiera en su momento, eltratado que en la actualidad vendría a desvelarnos pre-ciosos secretos acerca de las CSM, ha desaparecido. Juz-go que el sistema notacional de las cantigas no estuvo in-fluenciado por ninguno de los muchos que presentan lostratados que han llegado hasta nuestros días, era propiode la península ibérica, más concretamente del área cas-tellana, de ahí que los pequeños detalles que los musicó-logos actuales nos cuestionamos ante la transcripción, senos escapen y no podamos solucionarlos, probablementenunca. Tras unas propuestas, vendrán otras y otras, ymientras no se demuestre documentalmente nada, algorealmente muy difícil, nuestra obligación es mostrar in-credulidad y una total desconfianza hacia todas aquellasediciones que últimamente nos bombardean hasta del ex-tranjero.

NOTAS:

(1) HUSEBY, G.: The Cantigas de Santa Maria and the Medie-

val Theory of Mode, Stanford, 1983; FERREIRA, M. P.: Bases parala transcripción: el canto gregoriano y la notación de las Cantigasde Santa Maria, Los instrumentos del Pórtico de la Gloria, Santiagode Compostela, vol. II, 1993, pp. 573-620; GÓMEZ MUNTANÉ, M.C.: El Canto de la Sibila, Madrid, 2 vol. 1996-1997; CUNNIGHAM,M. A.: Alfonso X el Sabio: Cantigas de Loor, Dublin, 2000;FERNÁNDEZ DE LA CUESTA, I.: Claves de retórica musical parala interpretación y transcripción del ritmo de las Cantigas de San-ta María, Literatura y Cristiandad. Homenaje al profesor Jesús

Montoya, Granada, 2001, pp. 685-718; PLÁ, R.: Cantigas de Santa

María. Alfonso X el Sabio. Nueva transcripción integral de su mú-

sica según la métrica latina, Madrid, 2001; LÓPEZ ELUM, P.: El

primer corpus de las Cantigas de Santa Maria elaborado en la

corte real de Alfonso X. Transcripción realizada según las normas

recopiladas por Lamberto en su Tractatus de Musica, segunda mi-

tad siglo XIII, Valencia (en prensa).

(2) PICÓ PASCUAL, M. A.: Hacia una nueva transcripción

del códice j b 2 de la Biblioteca del Real Monasterio del Escorial,1996 (Inédito); Doce Cantigas de Alfonso X el Sabio, Cocentaina,2001; Hacia una nueva transcripción musical del códice j b 2 dela biblioteca del Real Monasterio del Escorial, Revista de Historia

Medieval, Valencia, 1997, pp. 423-441; Morella en las Cantigas deAlfonso X el Sabio, Papers dels Ports de Morella (en prensa)

(3) Referente a la presencia de motivos folklóricos de toda ín-dole en las Cantigas de Santa María, recomiendo al lector los si-guientes trabajos del profesor KELLER, J. E.: “A note on King Al-

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fonso’s Use of Popular Themes in his Cantigas”, Kentucky Foreign

Language Quarterly, 1, 1954, y “Folklore in the Cantigas of Alfon-so el Sabio”, Southern Folklore Quaterly, 23, 1959. Dionisio Pre-ciado en un interesante artículo dedicado al estudio de los ritmosaksak titulado “Veteranía de algunos ritmos aksak en la músicaantigua española”, Anuario Musical, vol. XXXIX-XL, Barcelona,1986, señala en el capítulo “El ritmo Aksak de la petenera, pre-sente en los viejos cancioneros españoles” que la Cantiga número166 suena en ritmo de petenera, aunque con un leve y pequeñoapaño.

(4) ANGLES, H.: La música en la España de Fernando el San-

to y de Alfonso el Sabio, Real Academia de las Artes de San Fer-

nando, Madrid, 1943. Para ahondar más sobre este tema consúlte-

se también el capítulo titulado “La música profana y el canto po-

pular” de su obra La música de las Cantigas de Santa María del

Rey Alfonso el Sabio, vol III, Barcelona, 1958

(5) ANGLÉS, H.: Contribución de Menéndez Pidal a la músi-

cología española y universal, Estudios dedicados a Menéndez Pi-

dal, vol. I, Madrid, 1956,en nota a pie de pág.

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INDUMENTARIA TRADICIONAL EN LAS HURDES (y II)

“A todos aquellos hurdanos y hurdanas hones-tos y cabales, sin dobleces, que me transmitieronel saber antiguo de su pueblo”.

Habíamos dejado, en el número 269 de FOL-KLORE, al ilustre hijo de la localidad hurdana dePinofranqueado: Romualdo Martín Santibáñez,desmenuzando lo que nos cuenta en su obra (1)sobre la que, en tiempos, se denominó como “De-hesa de la Syerra” o “Dehesa de Jurde”. Y en lo to-cante a la indumentaria de los vecinos de tal zona(hoy más conocida como “Hurdes Altas”), esto eslo que nos dice:

“Los vestidos que generalmente usan losque habitan la dehesa de Jurde, entre los me-nos acomodados, son calzón corto de paño bur-do con follados a su parte inferior, el cual les cu-bre desde la rodilla a la cintura; camisón de es-topa o tascos con un cuellecito muy angosto,abrochado con un botón de hilo; un chaleco deancha solapa, también de paño burdo, sujetocon ataderos de hiladillos; una piel de cabra omacho muy sobada, con cuyo trabajo la hacenflexible, la cual preparan y cuelgan por el pes-cuezo, sujetándola con correas y formando unaespecie de coraza, que les cubre toda la delan-tera; otra piel preparada por el estilo, aunquemás corta, que lo hace por la trasera; otra pieldel mismo modo preparada formando una espe-cie de calzón abierto que ciñen con correas a la

cintura y muslos; unos retazos de la misma pielhechos a manera de polainas, con que cubrenlas piernas y pantorrillas; y un mal sombreroque han adquirido de los desechados ya en lospueblos circunvecinos, a cambio de nueces.También se visten con las ropas desechadasque de los pueblos inmediatos van a venderlesa cambio de lino. Las mujeres usan una camisade estopa y tascos con un cuellecito como elque gastan los hombres en sus camisones, tam-bién con botón de hilo; un manteo de paño bur-do de tres picos y con repulgos azules, y unaesclavina de bayeta frisa de muy cortas dimen-siones y de diferentes colores, al estilo de lasdel campo de Ciudad-Rodrigo, y en sustituciónde ésta han principiado a usar un pañuelo azulpequeño de algodón. Comúnmente no usan cal-zado de ningún género hombres ni mujeres. Loshijos, hasta ya bien entrados en edad, no vistenmás que la camisa de tascos y el refajo hechocon los desechos de ropa vieja que vienen avenderles. Los hombres, cuando salen de suscasas o alquerías a otros pueblos, no acostum-bran llevar más prendas de vestir que el calzón,la camisa, un mal chaleco si acaso, un costal alhombro y un sombrero”.

A la luz de estas descripciones, nos permitimossignificar las siguientes anotaciones:

1.- Que la pintura que Martín Santibáñez nostraza sobre las vestimentas de los habitantes me-nos acomodados de Las Hurdes Altas, no distanmucho de las que gastaban, en aquellos años delsiglo XIX, los moradores de otras comarcas espa-ñolas. Ya vimos, por ejemplo, en la primera partede este trabajo, la descripción que Juan Loperráezhacía sobre la indumentaria de los vecinos delobispado de Osma, en la serranía burgalesa.

2.- Los habitantes de la “Dehesa de Jurde”, quese corresponde a los actuales concejos de Nuño-moral, Casares de Las Hurdes y Ladrillar, incluidala alquería de La Rebollosa (hoy, inexplicablemen-te adscrita a la provincia salmantina), preservabansus ropas con las características zamarras y zaho-nes, como en otras áreas pastoriles, realizadas conpieles de reses cabrías, tan abundantes en sus se-rranías. Incluso protegían sus pantorrillas, a modode polainas, con tales pieles: son las llamadas “en-górrah” por los propios hurdanos, y que junto conzamarras y zahones (denominados también “cha-márrah” y “zajónih”), se han venido usando hastano hace muchos años.

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Félix Barroso Gutiérrez

“Los tamborileros hurdanos se muestran orgullosos de sus som-breros de paño negro, ornados con cinta roja” (Foto: F. Barroso)

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3.- Curiosa resulta la referencia a que adquiríanlos hombres sombreros desechados en los puebloscircunvecinos, a cambio de unos puñados de nue-ces. Bien cierto puede ser ello, pues oímos contarmuchas veces a gente de comarcas extremeñascercanas a Las Hurdes lo apreciadas que eran lasnueces de tal comarca, aunque debió ser en tiem-pos pasados, pues, hoy en día, se cuentan con losdedos de la mano los nogales que quedan por tie-rras hurdanas. Por otro lado, el sombrero fue, a lolargo de los siglos, algo obligado en los varoneshurdanos. Y tanto cariño le cogían a tal prenda, quehasta se permitían tocarse con él hasta dentro deltemplo. Veamos, sino, lo que se lee en los archivosparroquiales de Nuñomoral, con motivo de la SantaVisita del obispo de Coria en el año de 1648:

“…Y ordenamos que varón ninguno se hallepresente con el sombrero puesto en la Iglesiaen tanto se executan los ofizios divinos, y viudoninguno tampoco en pasando los nuebe días,so pena de excomunión”.

No es de extrañar, por ello, que, de unos años aesta parte, cuando se ha dado en revitalizar y po-tenciar las figuras de los tamborileros, danzarines yotros personajes propios de la tradición folklórica

hurdana, todos ellos hayan procurado adquirir unbuen sombrero de paño negro, al que adornan conaterciopelada cinta roja.

4.- Háblase, así mismo, de las “menderas” (2),unas mujeres que arribaban a Las Hurdes con ro-pas viejas y desechadas, que, según algunos, mu-chas de tales prendas pertenecían a difuntos. Loshurdanos adquirían esos ropajes, a los que denomi-naban “mendos”, a trueque de lino, una planta culti-vada por todas las familias hurdanas, que sabíanhilar con mucha destreza. El lino tuvo tal importan-cia en la zona, que ha generado bastante literaturaoral, bien sea en cuentecillos o adivinanzas, roman-cillos y otros textos etnográficos (3). El propio Ro-mualdo Martín Santibáñez nos dice, en tal sentido:

“…Es tal la constancia de las mujeres en larueca, que durante todo tiempo puede decirseque no se la quitan de la cintura. Si están en ca-sa, hilan; si salen a la calle, es hilando; si van asus huertos, también van hilando; y si tienenque salir a algún pueblo, o ir de una alquería aotra, para no malgastar el tiempo que empleenen el camino, y que éste se les haga más corto,hilando van también”.

5.- El hecho de andar descalzos hombres y mu-jeres de pie y pierna, tampoco debe de extrañarpor aquellos años del siglo XIX, porque documen-tación hay, incluso ya bien entrado el siglo XX, deotras zonas donde tampoco se acostumbraba agastar media y zapato, por lo que la planta de lospies de los paisanos se había transformado ensuela natural, de puro y duro callo. Nosotros tam-bién hemos conocido, siendo muchachillos (a mitadde la década de los 60 del pasado siglo), personasen la comarca de Tierras de Granadilla (fronteriza aLas Hurdes) que andaban descalzas en todo tiem-po, incluso en el propio rigor del invierno. Y hemosoído contar a nuestras madres que, siendo mozas,se quitaban el calzado a la hora del baile que teníalugar, en la plaza del pueblo, los días de fiesta. Locolocaban debajo de los poyos, y todo con el afánde que “no se zaleasi” (no se estropeara), por loque bailaban descalzas.

GENTE ACOMODADA

Sigue Romualdo Martín describiendo la indu-mentaria de la gente más acomodada de Las Hur-des Altas. Y hablar, dentro de la comarca hurdana,de grandes diferencias sociales, es puro sinsenti-do, pues prácticamente la totalidad del vecindariode la zona fue, en otros tiempos, cortada por elmismo patrón de una economía de subsistencia. Ya lo mejor consideraban como “más riquínuh” (aco-modados) a los que tenían algún tipo de negocio(que podíamos considerar cuasi prehistórico), co-mo podría ser el dedicarse a explotar algún rústico

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“Moza hurdana ataviada con traje tradicional de varón, de ga-la”. (Foto: F. Barroso)

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lagar de aceite o molino de centeno, o ser humildecomerciante o mesonero, o coger equis fanegas decastañas o de cántaros de aceite, o tener una bue-na piara de cabras… Háblanos Romualdo de la si-guiente manera:

“Los más ricos, como ellos dicen, usan sucalzón de paño pardo; su chaleco de paño azul,de solapa grande, abrochado con ataderos alestilo de los charros; sus polainas de la mismaclase de paño; su chaqueta y zapato de vaca;su camisón de estopa o lienzo basto, fabricadoen el país, y su sombrero de lana basto fabrica-do en Plasencia. El uso de la capa está sustitui-do por el de la angüarina, y sólo los concejalescuando en corporación asisten a las funcionesreligiosas usan capa, la cual, generalmente ha-blando, debió pertenecer a su quinto o sextoabuelo, siendo prenda familiar y de servicio pa-ra todo aquel que, como ellos dicen, tiene ladesgracia de pertenecer al ayuntamiento. Lasmujeres de la misma clase gastan su camisa deestopa o lienzo basto de la misma hechura delas que usan en el campo de Ciudad-Rodrigo,con festón y bordado de lana negra al cuello ypechera, y con puños a las boca-mangas, conflecos y bordados de lana; su manteo de pañopardo con ribete azul, y su esclavina de bayeta,con zapato de oreja de ratón o de hebilla, consu tacón alto. En el invierno se cubren la cabezacon una especie de pañuelo hecho de bayetamorada, al que llaman “serenero”, prendiéndoloa la garganta con un corchete por los dos picosprimeros, y dejando al aire los dos restantes.Rara vez usan medias para calzarse, y en losdías de fiesta cuando se visten para ir a misa,suelen hacerlo con medias coloradas de lanacon cuadrado blanco. El desaseo en los días detrabajo es muy general, tanto para lavarse,cuanto para peinar su enmarañada cabellera,llegando a tanto el abandono de sí mismas, quereparan muy poco en ir con los pechos cubier-tos o descubiertos, usando comúnmente devestido sólo la camisa y el manteo si es verano”.

A través de estas pinceladas sobre vestimentasde la clase acomodada de la “Dehesa de Jurde”, elseñor Santibáñez comienza pintándonos a un hur-dano que en poco se diferencia de la imagen tradi-cional del campesino charro, embutido en traje defiesta. Pero pronto surge la ironía al comentar que,en el terruño, vuélvese la capa anguarina, y éstacomo herencia de tres o cuatro generaciones ante-riores. Y dícese de tal prenda que es como algodistintivo de todo aquel que “tiene la desgracia depertenecer al ayuntamiento”. Sinceramente, noschoca tal afirmación, porque, en Hurdes, al menosdesde el advenimiento de la democracia (bienveni-da sea), se han postulado muchos vecinos paraformar parte de las más dispares candidaturas mu-

nicipales. Claro está que no es la ideología lo quecuenta a la hora de ir bajo las siglas de éste oaquel partido, sino que, en esta comarca, son otrosintereses muy complejos los que cuentan, relacio-nados con la preponderancia y rivalidad secular en-tre diferentes clanes. Las malas lenguas dicen quealcaldes y concejales van a chupar lo que pueden,que los bosques de pinos y cortas de madera sonmuy rentables para ciertas fuerzas vivas, que talespuestos permiten especular con el terreno del co-mún, etc., etc. De aquí que las elecciones munici-pales en Hurdes sean algo singular y pintoresco,donde gente que se presentaron –valga el ejem-plo– en una lista de ultraizquierda, pasen a formarparte, al cabo de un tiempo, de otra lista de la dere-cha más reaccionaria, o que líderes que fueron, an-taño, de determinadas formaciones políticas, hoysean alcaldes por partidos de signo contrario. Talescampañas municipales son muy reñidas, con áni-mos muy encrespados y altercados que han llega-do a ocasionar incidentes bastante graves. Todoello puede ser el fruto del paso de un sistema ba-sado en los concejos abiertos (aunque indirecta-mente controlados por ciertos clanes) a otro de tipopartidista, donde los clanes han tenido que adap-tarse a nuevos modelos, con intervención ya defuerzas externas a la comarca. Suponemos que amedida que vaya habiendo más rodaje democráti-

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“Hurdanos en alegre y colorista romería” (Foto: F. Barroso)

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co, esta gente acabará por adaptarse al rol de lademocracia burguesa, aunque los clanes seguiránactuando en la sombra, si es que merece la penaseguir defendiendo intereses que muchas veces yaestán periclitados.

En lo que corresponde a las hembras de la cla-se social que analiza Romualdo Martín, despuésde vestírnoslas como a galantes campesinas a lasalida de misa, echa todo un jarro de agua fríacuando se trata de hablar sobre ellas en los díasde trabajo. Como corresponde a todo un personajeconservador y ultracatólico, ideología donde ma-maba don Romualdo, se escandaliza que algunashurdanas (y de las acomodadas) fueron con los pe-chos al aire, cosa bastante común en otras culturasy civilizaciones. Cuando nosotros comenzamos aimpartir tareas educativas en Las Hurdes, a princi-pios de la década de los 80 del siglo XX, era muynormal que, en muchos pueblos, las lactantes sesacaran los pechos públicamente para amamantara sus hijos, cosa que no nos extrañó a los que, pro-cedentes de comarcas cercanas, lo habíamos vistohacer desde pequeños.

Al señor Santibáñez, pese a ser hurdano y lle-vado de buenas intenciones, le pierden, en las pá-ginas que escribió sobre su tierra, sus prejuiciosmorales y materiales. Y si a él le traicionaron talesprejuicios, que era hijo de Las Hurdes, nos pode-mos imaginar lo que les ocurrió a otros que habíannacido a cientos de kilómetros de esta comarca(Madoz, Gregorio Marañón, Luis Buñuel…, e inclu-so a gente versada en lides antropológicas, comoMaurice Legendre o Caro Baroja).

Y nada tenemos que objetar al desaseo perso-nal que observa en las mujeres (y de los hombresse podía decir otro tanto) el señor Romualdo Mar-tín. Pero eso era algo tan connatural en las socie-dades rurales de aquel tiempo, que nos llevaría

mucho tiempo en disertar sobre los conceptos dehigiene de los oriundos en aquellas fechas y el ta-bú que, a veces, suponía el agua.

Nos extraña que el señor Santibáñez no hagamención a las “chancas”, calzado artesanal muyusado en la comarca hurdana, del que ya habla-mos en la primera parte de este trabajo. Los “chan-quéruh” o fabricantes de “chancas” fueron muymentados en la zona y sobre ellos corren muchoscuentecillos y anécdotas. Pero, al parecer, las“chancas” no eran privativas de Las Hurdes, puesasí llamaban a un calzado semejante en la tierra deLa Limia (Ourense) (4).

LOS PIDIÓRIH

Romualdo Martín, al hablarnos de la “Dehesade la Syerra” o “Dehesa de Jurde”, dedica unasbuenas parrafadas a la que podemos denominar“casta de pordioseros de oficios” a quienes los pro-pios hurdanos denominaban “pidiórih”. Aún estápor hacer un riguroso estudio de estos “parias en-tre los parias”, en los que se entremezclaba una fi-na picaresca con la necesidad de sobrevivir. Ellosocupaban el último escalafón dentro de la pirámidesocial de la zona, aunque los hubo que, gracias asu ingenio y el haber amasado una pequeña fortu-na (“cuártuh jórruh”) a base de mendigar inclusopor países americanos, pasaron a la cúspide de talpirámide. Muchos de ellos eran hospicianos, saca-dos de las inclusas de Ciudad-Rodrigo y Plasenciapor nodrizas hurdanas, que a cambio de criarlos,recibían unos espendios de las Diputaciones deSalamanca y Cáceres. A la hora de partir la heren-cia, sólo recibían una quinta parte de la que sedestinaba a los hijos legítimos. Hoy en día, cuandose quiere mostrar menosprecio hacia ciertas fami-lias, se comenta: “–Se nota que ésuh vienenin depidiórih”. Aunque puede suceder lo que oímos, allápor mil novecientos ochenta y tantos, a un indivi-duo que frisaría los 40 años, en un mitin de un par-tido político. Como el individuo en cuestión acaba-ba de entrar en una formación a la que se suponíacierto ramalazo anticlerical, no tuvo pereza algunaen exclamar, jactándose de ello:

–“…Y es que fuendu yo, de pequeñu, con lami familia a pidí una limosna pol esuh múnduhde Dios, los cúrah, que siempri andan arrimáuha los rícuh, moh echarun más de una vez de lohportálih de lah igrésiah, ande mos habíamuharriáuh pa pasá la nochi…”.

Pero, tal vez, a esta casta de pedigüeños se haconservado, en la comarca, un corpus de roman-ces y cuentos que ocupan un lugar destacado den-tro de la cultura oral de los pueblos de España. Yes que el saber narrar cuentos y dar su gracia a losromances (o “cóprah”, como dicen ellos), ayudaba

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“Mozas cantoras de Las Candelas, acompañadas por el tambori-lero. Caminomorisco, hacia 1945” (Archivo: F. Barroso)

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a que las limosnas fueran más enjundiosas. Al re-bufo de los pordioseros, había también gente que,al regreso de las faenas de siega en Extremadura yCastilla, simulaban mil y una lisiaduras e iban pi-diendo de pueblo en pueblo; así obtenían unos so-bresueldos extras.

Romualdo Martín dícenos sobre esta gente:

“Los pordioseros de oficio, que por desgraciaes plaga bastante más abundante en el país delo que debiera ser, y que pudiéramos extenderhasta la cuarta parte del vecindario de estostres concejos, en vestidos y costumbres varíande las de los otros habitantes de este territorio.En esta rama de la raza humana, degenerada eindolente, es donde no se quieren reconocer losnecesarios oficios a la vida, y donde su ocupa-ción es la holganza más soez, salvo el tiempoque emplean en pedir limosna, reunidos en ca-ravanas o diseminados por familias en las pro-vincias inmediatas, lo que efectúan lo mismo loshombres que las mujeres, los ancianos que losjóvenes y niños. En esta desgraciada raza es endonde está enclavada la malicia, la haragane-ría, la inmoralidad y todas las plagas consi-guientes. Visten sólo de harapos, porque si ensus excursiones a mendigar su sustento por lospueblos comarcanos, la caridad cristiana les so-corre con algunas ropas de regular uso, elloslas venden o destrozan a fin de que parezcamás lamentable su situación, y de este modopoder llamar mejor la atención de los caritativoscorazones, y obtener más crecidas limosnas…”.

Unos cincuenta años más tarde, hacia 1927,otro personaje, también conservador y católico, ha-blaba sobre los “pidiórih”, pero echábale ironía alcaso y no se mesaba tanto los cabellos contem-plando la desgraciada situación de tales gentes.Nos referimos al antropólogo francés Maurice Le-gendre (5), que se encuentra enterrado en el mo-nasterio de la Peña de Francia, el espacio sagradopor excelencia para el pueblo hurdano. El hecho deque Maurice Legendre fuera antropólogo, le hacever con otros ojos a los pordioseros hurdanos, lle-gando a decir que los ancestros de Lázaro de Tor-mes debían estar en Las Hurdes, a juzgar por lasmuchas habilidades picarescas de que se valíanciertos hurdanos para engañar a unos y medrar acosta de otros.

Abundando en lo dicho y como anécdota, valgalo que nos ha contado muchas veces una vieja ta-bernera de nuestro pueblo natal: Santibáñez el Ba-jo. Esta vecina, Emiliana Jiménez Corrales, queaún vive, relataba que por su taberna pasaban mu-chos hurdanos en el mes de julio, cuando regresa-ban de segar por tierras de Coria y se dirigían asus pueblos. Emiliana afirmaba que, entre los se-gadores, venían varios “pidiórih” (ver más arriba lo

que dijimos sobre segadores y “pidiórih”). Y referíaque, entre aquellos “pidiórih”, destacaba una mozapor lo bien que cantaba las coplas y repicaba unosrollos de río entre sus dedos. Sus acompañantesconvenían en señalar que la moza tenía por pre-tendiente al mejor mozo de la aldea, y era así enrazón a que aquella muchacha era la que más gra-cia tenía para pedir de toda la alquería, y ello eracosa que se tasaba pero que muy alto.

Reiteramos que el apasionante tema sobre lospordioseros de oficio en Las Hurdes está necesita-do del pertinente y profundo estudio. De aquí queanimemos, desde estas páginas, a algún hijo delterritorio hurdano para que bucee en estas coorde-nadas socioantropológicas e hilvane un concienzu-do trabajo.

Estamos totalmente de acuerdo con José Mi-guel de Barandiarán (6) cuando parafrasea al pro-fesor W. Wundt, de la Universidad de Leipzig: “Lasculturas no son adecuadamente inteligibles paraquien no las vive”. O cuando el propio Barandiaránañade de su cosecha:

“No podemos comprender la cultura con sóloobservar los símbolos, sino viviendo la realidada la que éstos se refieren, en contacto con loshombres vivientes que actúan en relación con elmedio y con sus semejantes”.

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“Segador hurdano (hacia 1918)” (Archivo: F. Barroso)

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Por ello, alguien que haya mamado de las piza-rrosas tetas de Las Hurdes, sin tabúes ni prejuicios,ecuánimemente cualificado, podrá emprender eltrabajo que proponemos, que, sin lugar a dudas, co-adyuvará a entender mejor a los legendarios hurda-nos, sobre los que tantas leyendas sin fundamentose tejieron desde el exterior, sin prestar atención alas interesantes, arcaicas y coloristas leyendas in-crustadas en el interior de sus tradiciones orales.

Y dejando ya a nuestro don Romualdo recreán-dose en observar, en los días festivos, a los hom-bres hurdanos entretenidos en sus juegos y en be-ber vino, y a las mujeres hurdanas en bailar al sondel pandero, pasamos a describir otras impresio-nes sobre la indumentaria hurdana, que autoresvarios trazaron con sus plumas en los albores delsiglo XX.

REVISTA “LAS HURDES”

No hemos parado en repasar las conferenciasque el doctor J. B. Bide leyera, bajo el título de “LasBatuecas y Las Jurdes”, en la Sociedad Geográficade Madrid en diciembre de 1891 y enero de 1892, yque fueron publicadas en el boletín de dicha Socie-dad Geográfica. Y no nos hemos parado porque, si

cierto es que en ellas hay temas muy interesantes,apenas nos dicen nada en lo concerniente a lo quea nosotros nos incumbe en estos momentos: la in-dumentaria tradicional del hurdano. Prácticamente,lo que afirma en torno a esta cuestión es copia (aveces copiado literalmente) de lo que ya habíaplasmado, en 1876, Romualdo Martín Santibáñez.

Pisando ya el siglo XX, concretamente en 1904,surge la revista “Las Hurdes” de la que habría mu-cho que hablar, pero no es éste el momento (7). Enel número 18, correspondiente a julio de 1905, nostopamos con un artículo titulado “Impresiones deviaje”, que firma José Polo Benito, persona que os-tentó el cargo de canónigo de la catedral de Pla-sencia, muy vinculada a Las Hurdes y que fue vícti-ma, residiendo en Toledo, de la Guerra Civil, enagosto de 1936. En el mencionado artículo leemospárrafos como el que sigue:

“…Son hurdanos que vienen desde las al-querías a la misa parroquial. Salieron de su ca-sa al amanecer. Los de las alquerías altas em-plearon dos horas en el camino y los de Ovejue-la cuatro horas. Caminan lentamente, en proce-sión lúgubre, como los aldeanos gallegos cuan-do van a la siega. Es encantador el espectáculoque ofrecen las márgenes del río del Pino. Porlos contornos del pueblo vénse llegar los gru-pos, de ellos, los más pudientes, con jaique lar-go y sin cuello, los otros con calzón de caprea(zahones), de piel suave y flexible a fuerza defrotamientos. Las mujeres llevan en un hatillo laropa dominguera, y a la sombra de los castañoscalzan su pie con tosco zapato, se lavan y sepeinan y se colocan en el respingado moño ungran cordón con borlas”.

Polo Benito nos describe el desfile emprendidopor algunos hurdanos y hurdanas del concejo deLo Franqueado, que, al llegar el domingo, se des-plazaban de sus alquerías para oir misa en la ca-beza del concejo: la localidad de Pinofranqueado.En este mismo artículo, como cosa curiosa, resaltaque dicho pueblo de Pinofranqueado comenzaba,en aquellos años, a sustituir las lanchas pizarrosasde los tejados por tejas.

Dos años más tarde, en julio de 1947 (núm. 42de la revista “Las Hurdes”), otro artículo firmadopor la grafía “C” y titulado “Las Bodas”, refiérenoslas prendas que debería llevar una moza hurdanael día de su boda (concretamente en la alquería deLa Fragosa, en el valle del Malvellido). He aquí laexposición:

– Unas varas de lino para una camisa (se con-feccionaban en la zona).

– Algunas varas de “moletón” (muletón: telasuave y afelpada) para una saya.

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“Sepultura, en el santuario de la Virgen de la Peña, de Maurice Legendre” (Foto: F. Barroso)

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– Algunas varas de “trasmarino” para una “man-dila”.

– Algunas varas de “percal colorao” (percal: telade algodón) para una “jugona” (jubón).

– Alguna vara de “picote” (tela áspera y basta,de pelo de cabra; las hurdanas guardan memoriade sus famosas “sáyah de picoti”) para un “farraco”(faltriquera).

– Algunas varas de frisa azul para una “mantilli-na” (esclavina).

– Algunas varas de “galón de la porca” (cinta depasamanería) para “ataerus” (ataderas o ligas demedias y otros cintajes que cuelgan de las ropas).

Hablando con hurdanas de ese valle del Malve-llido, ya entradas en años, nos confirmaban, ade-más, que a la boda llevaban: zapatos de cordobán,medias calzas y, cuando entraban en la iglesia, setocaban con una cobija. Los hombres nos hablabande: bombacho de paño (calzón que se acampanapor debajo de las rodillas), camisón de lino, chale-co con los botones de plaqué, faja, medias calzas,“borceguínih” (borceguís; pero no todos los lleva-ban, ya que, según comentan, “eran mu cáruh yhabía que compráluh fuera de Las Júrdih, pol loque moh teníamuh que conforma’r, a vécih, conúnah cháncah galánah” y sombrero del “Casá” (lla-mado así porque, al parecer, se adquirían en la vi-lla hurdana de El Casar de Palomero).

También en la misma revista (núm. 27, 22 deabril de 1906) observamos un artículo de G. SantosDiego (“El Bichu (I)”), donde sucintamente se nostraza la indumentaria de un pastor hurdano:

“…Sonaba el alegre tintineo y dulce balar deun atajo (sic) de cabras que, deteniéndose amorder en los arbustos que entre las peñas cre-cían, iban lentamente descendiendo por lossenderos de la falda. Seguíalas el cabrero;hombre de mediana edad y más que medianaestatura, con polainas de paño, zahones extre-meños y al hombro una manta de Serradilla,acompañado del mastín, hermoso perro barcinode poderosas garras y ancha cabeza…”.

Pensamos que, al hablar de los zahones, sobralo de “extremeños”, porque tal prenda no marcabadiferencias entre las confeccionadas en Extrema-dura o en Aragón, por poner un ejemplo. Y por otrolado, el autor del artículo muestra conocer muy po-co las sensibilidades de la gente de Hurdes Altas,que es donde parece que se ubica el cabrero demarras. Para tales gentes, Extremadura y lo extre-meño fue algo aparte, adonde sólo se acudía portres circunstancias:

1ª.- A la siega, que, al decir de los hurdanos,siempre era más dura y con peores amos que en

Castilla. Comentan los paisanos de estas tierrasque, en Extremadura, había que “dormí en el corti ysólu te mantenían con gazpachu”. En cambio, enCastilla (entendiéndose por tal término las provin-cias de Salamanca y Ávila), según refieren, “lohámuh eran máh caritatívuh, que te dejaban dormíen los corrálih y te asistían mejó a la hora de comé”.

2ª.- A compra-venta de productos agropecua-rios. Desde tiempo inmemorial está testimoniado elrecorrido de los hurdanos por determinadas comar-cas extremeñas con cargas de cerezas, castañas,nueces, miel y arrope… Y antigua documentaciónhay sobre contratos de ventas de maderos de cas-taño y pieles de ganado cabrío y de otros animalessalvajes realizadas por los hurdanos a vecinos deotras comarcas extremeñas. Los habitantes de LasHurdes adquirían en esos pueblos extremeños ga-rrapos que, luego, criaban para la matanza familiarcon los productos de sus huertos; aperos agrícolasy domésticos, etc. Cuando se implantó el mercadode San Andrés (30 de noviembre) en Pinofranquea-do, muchos de estos productos (sobre todo los in-herentes para la matanza familiar) se adquirían en

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“Las hurdanas entradas en años, al contrario de las comarcas li-mítrofes de Extremadura, donde suelen vestir de negro, se atavían

con polícromas indumentarias”. (Foto: F. Barroso)

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dicho mercado, a donde dieron en acudir mercade-res de diversos puntos.

3ª.- A pleitos diversos (lo cual siempre fue desa-gradable) a la villa de Granadilla, de la que depen-dían en asuntos tocantes a la justicia. Más tarde, eljuzgado comarcal se estableció en Hervás. Y tam-bién a la caja de reclutas de Cáceres, asunto odia-do y temido por los hurdanos.

Aparte de estas tres circunstancias, habría queañadir los continuos recorridos por los pueblos ex-tremeños de la casta de los “pidiórih”, o de los lobe-ros, esos personajes que se dedicaban a la caza ycaptura de lobos, paseando, después, por villas ylugares las alimañas muertas, obteniendo de los ga-naderos sustanciosas limosnas, ya que eliminar unlobo suponía un enemigo menos para el ganado.

Se nos cuenta, igualmente, que el cabrero lleva-ba una manta de Serradilla. En partijas tocantes ala herencia familiar, sobre todo de Hurdes Altas,aparece con frecuencia la mención a “mantas deSerradilla”, haciendo referencia a mantas fabrica-das en la localidad salmantina de Serradilla del Lla-no, muy próxima a Las Hurdes. Otras veces, se ci-

ta a las mantas de Lumbrales (otro pueblo salmanti-no). De hecho, los vecinos de los concejos hurda-nos de Nuñomoral, Casares de Las Hurdes, Ladri-llar, alquerías altas del concejo de Lo Franqueado, yalquerías de Arrolobos y Riomalo de Abajo (concejode Caminomorisco) siempre tuvieron mayor rela-ción con la provincia salmantina que con la regiónextremeña. Para la práctica mayoría de los habitan-tes de Hurdes Altas, su centro de referencia en mily un asuntos era Ciudad Rodrigo, a la que ellos de-nominaban “Ciárrodrigo”, o, simplemente, “La Ciu-dá”. No obstante, en Castilla (provincia de Salaman-ca) también se encontraba el núcleo de La Sierrade Francia, a cuyos vecinos los hurdanos no loshan considerado “castellanos legítimos”, sino “se-rranos”, y han gozado de tan mala prensa como losamos extremeños. Además en La Sierra de Franciaestá el lugar de La Alberca, un pueblo que, por pri-vilegios muy antiguos, tenía la facultad de disponer(muchas veces a su antojo) de las vidas y hacien-das de los moradores de la “Dehesa de Jurde”.

Los hurdanos, secularmente, se han sentido co-mo parte diferente de Extremadura y de Castilla.Las generaciones mayores se reafirman una y otravez con el dicho de: “Nusótruh no sémuh ni extre-méñuh ni cahtellánuh; sémuh jurdánuh”. Lógica-mente, a base de machar y remachar en las escue-las y el continuo bombardeo de los mass media,sobre todo a raíz del Estado de las Autonomías, taldicho se tambaleará hasta darse de bruces; peroello no restará conciencia de hurdano a todo el quenazca en esas tierras, aunque ya con otra peculiarconciencia de pertenencia a una región determina-da. Actualmente, estamos asistiendo a un renacer,entre las generaciones jóvenes, de un sentido or-gullo hurdano; diferente del que tuvieron sus pa-dres y sus abuelos, que más que orgullo, era unestigma o un tabú, por lo que muchas veces, cuan-do salían fuera, negaban su lugar de origen, aun-que, en su fuero interno, se supiesen y se sintiesenhurdanos.

UN FRANCÉS EN LAS HURDES

En el año 1927, sale a la calle el libro: “Las Jur-des; étude de géographie humaine”, cuyo autor esel francés Maurice Legendre, secretario general dela Escuela de Altos Estudios Hispánicos de París.Este libro, todavía no traducido al castellano, co-menzó a gestarse en 1910, a raíz del primer viajeque el autor emprende a nuestra legendaria comar-ca. Aparte de otras dedicaciones, el libro tambiénestá dedicado “Al Tío Ignacio, de La Alberca”. Estedato es mucho más importante de lo que, a simplevista, parece. El que un albercano hubiera actuadode guía con el investigador francés a lo largo y an-cho de Las Hurdes, implica, en cierto modo, una in-fluencia sesgada y sectaria. De sobra es conocido

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“Los hurdanos son muy dados a francachelas y zarabandas, in-cluso para celebrar a las ánimas: Pasacalles de ánimas en La

Horcajada”. (Foto: F. Barroso)

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el posicionamiento secular de los albercanos sobrelos hurdanos, con los que mantuvieron numerosospleitos, de los que hay abundante documentacióndel siglo XIV en adelante. Conociendo el percal, ellibro del francés, aparte de sus buenas intencionesy de ciertos análisis rigurosos, rezuma un claro tufopro-albercano. Y ciertas tesituras, a la luz de la an-tropología moderna, están desfasadas o se nos an-tojan de un ñoño y paternalista regeneracionismo,cosa que no es de extrañar, pues el propio autorafirma en el prefacio del libro (traducimos al caste-llano):

“Pero este estudio no se ha hecho en unabutaca. Nosotros hemos emprendido como unaempresa de caballería errante, y nuestro primerdeseo ha sido trabajar, por nuestra modesta par-te, en la redención de los Jurdanos. Si nuestrotrabajo ha tomado la forma de una tesis univer-sitaria, es porque alcanza la dimensión de unaencuesta bastante completa y escrupulosamen-te científica, que a nosotros nos ha parecido elmejor medio para servir a una causa justa”.

Y si Legendre tiene como guía a un albercano(Ignacio Hoyos Pérez), al que llama “el más fiel delos escuderos”, años más tarde (finales de la déca-da de los 70 del siglo XX) otro francés, de ascen-dencia italiana, antropólogo, también tuvo comoguía a otro paisano, aunque esta vez hurdano depura cepa. Nos referimos al investigador francésMauricio Catani, íntimamente ligado al Centre Na-tional de la Recherche Scientifique, al Centred’Ethnologie Française y al Musée National desArts et Traditions Populaires, el cual ha dado a laimprenta diversos trabajos sobre la comarca, frutosde sus estancias en ella. Catani tuvo como guía einformante de primera mano a Eusebio Martín Do-mínguez –Tíu Sebiu–, de la alquería de El Gasco,en el concejo de Nuñomoral, personaje singular,quien se valió de su fino ingenio y de sus buenasartes para fabricarse toda una aureola (aparte devivir en la alquería más emblemática de todas LasHurdes) que le llevó a ser nombrado “Presidentede honor” en el II Congreso de Hurdanos y Hurda-nófilos (agosto de 1988).

Legendre dedica un apartado de su obra a la in-dumentaria de los hurdanos. Comienza soltandonumerosas parrafadas copiadas a su paisano J. B.Bide, del que ya dijimos que, en lo tocante a la ves-timenta popular, todo lo había extraído, hasta conpuntos y comas, del denso estudio de RomualdoMartín Santibáñez. A tales parrafadas, Legendre,como dato curioso, hace una llamada (la número68), saliéndonos con que, en Las Hurdes, aunquese hila, no se teje. Nos remitimos a la primera partede nuestro trabajo, donde se dan cuenta de telaresen la zona, que ya existían muchos años antes deque nuestro amigo el francés viera la luz.

Posteriormente, ya de su propia cosecha, escri-be lo siguiente:

“Nosotros hemos visto en la pequeña aldeade Avellanar a casi todas las mujeres muy lim-piamente vestidas, para hacerse fotografiar pornosotros (los hombres, salvo los viejos y algu-nos enfermos, estaban a la siega). En El Cabe-zo, nosotros hemos visto vestidos blancos ymuy limpios, lindos pañuelos, una mantilla… EnAvellanar casi todas las mujeres tenían un man-tón cruzado sobre su corpiño; algunos manto-nes eran negros y muy simples; otros eran entejido blanco; otros eran en lana blanca confranjas; otros, más elegantes todavía, que se fa-bricaban en el país vasco, tenían flores impre-sas, flores claras invadiendo un fondo negro enel uno, y en el otro, flores de colores variadossobre un extenso fondo negro”.

Más adelante, contradiciendo un poco la estam-pa anterior y fiel a su obsesiva idea de que LasHurdes sólo encuentran sentido como país de refu-giados, lo que equipara a una cierta miseria, buscatres patas al banco para justificar la tenencia de al-gunas alhajas por parte de los hurdanos:

“Incluso, los botones de plata que a vecesbrillan en el chaleco de los hombres, los pen-dientes, los collares, las cruces que llevan conbastante frecuencia las mujeres y que, a losojos del viajero, no encajan con la extrema mi-seria que traicionan sus vestidos, no son, a de-cir verdad, un signo exterior de riqueza. Hay po-co metal precioso en estas alhajas. ¿Y qué re-presenta este poco de metal precioso? Es el fru-to del trabajo perdido y terco de largas genera-ciones, el recuerdo de una buena cosecha, deuna suerte inopinada, o de un trabajo, por un

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“Tía Donia, de la alquería de Las Erías, fabricando sombreros debálago” (Foto: F. Barroso)

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azar bien pagado, un día que los trabajadoresescasearon? ¿O, tal vez, como consecuenciade alguna epidemia, la concentración de laseconomías de la miseria en las manos de lossobrevivientes?” (Traducción al castellano).

No vamos a traer, aquí y ahora, la abundantedocumentación que poseemos sobre la explota-ción aurífera en Hurdes, que, hasta no hace mu-chos años, atraía a orives de los pueblos extreme-ños de Montehermoso y Torrejoncillo, dedicandomuchas horas al lavado de las arenas de los ríos.Restos de viejos minados, llamados comúnmente“cuevas de la mora”, o “del moro”, se esparcen portodas estas serranías, donde está más que de-mostrado que fueron prospecciones auríferas.Ello, por supuesto, no quiere decir nada, porqueposiblemente fueran explotadas tales minas pordeterminadas élites. Y el bateo de los ríos hurda-nos por gente humilde, a lo mejor implicaba muchapérdida de tiempo para escasas ganancias. Eso,por lo demás, ha sido común en otras demarcacio-nes que, hasta la ola emigratoria de los años 60del siglo XX, han dependido de una economía desubsistencia, como –valga el ejemplo– la comarcaleonesa de La Cabrera.

Lo que no podemos negar a los hurdanos y hur-danas es su sentido del ornato, que suele caracte-rizarse por su profusa policromía. Una de las cosasque más nos llamó la atención cuando emprendi-mos nuestras tareas educativas en la comarca, na-da más alborear la década de los 80 del pasado si-glo, fue el observar a mujeres de edad que vestíanropas chillonas, con llamativos pañuelos de colori-nes a la cabeza. Ello contrastaba enormementecon las mujeres de comarcas extremeñas aleda-ñas, que, a partir de cierta edad, suelen vestir denegro. Y aquellas otras mujeres hurdanas, ancia-nas ya, presumían con collares y pendientes, algu-nos de notoria antigüedad y de cierto valor, y otrosde simple quincalla.

Los hurdanos tienen asumido, además, el sermuy “ramajéruh”; es decir, que cuando pinta la oca-sión, se emperifollan abigarradamente y se lían,colectivamente, en desenfrenadas francachelas yzarabandas. De aquí que algunos viajeros hayanestablecido ciertos paralelos entre los habitantesde estas montañas y la comunidad gitana, compa-ración que, como hemos comprobado, es radical-mente rechazada por los hurdanos.

Remontándonos a épocas oscuras de la prehis-toria, nos permitimos significar que los ídolos-este-las o ídolos-guijarros que han aparecido en la co-marca y que tienen insculpidos el busto de un per-sonaje, nos muestran los muchos adornos (peinetao manto ritual, collares, pendientes…) con que sedotan tales personajes. De aquí que la coqueteríade los prehistóricos hurdanos quede perfectamentepatentizada en estas piedras.

OTROS APUNTES DE LEGENDRE

Legendre, en el capítulo que dedica al vestido,realiza otras observaciones. Veámoslas:

“Los hombres protegen sus tibias contra laspiedras y la maleza por una especie de polaina.La polaina es generalmente de paño negro, yella cubre, al mismo tiempo que la tibia, la pan-torrilla y el empeine. Las rodillas y los muslosson protegidos por los zahones. Las mujeresprotegen su cabeza con un pañuelo y, a veces,en el ardor del verano, por medio de esos som-breros de paja de forma y ornamentación com-plicadas, como se usa en las provincias de Ávi-la, Zamora, Salamanca y en Portugal; y que allícasi es un lujo, pues, naturalmente, no llegamás que cuando ha sido desechado en su paísde origen”.

Comentando las palabras de Legendre, insisti-mos en que, según nuestros estudios, más que depolainas, hay que hablar de “engórrah”, que así lla-man los hurdanos a unas peculiares polainas que

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“En primer plano, Alonso Martín Martín –Tíu Alonsu–, de la al-quería de El Cerezal, con su faja de cuero”. (Foto: F. Barroso)

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ellos fabricaban con las pieles de sus cabras. So-bra, por otro lado, la torticera insinuación a que lossombreros que gastan en el verano algunas hurda-nas vienen a ser los usados y desechados en otraspoblaciones. En el territorio hurdano, según mu-chos testimonios, se sembraba en los “rózuh” (la-deras de la montaña rozadas y quemadas) bastan-te centeno, con que se fabricaba el pan de mayorconsumo en la zona.Y la paja de tal cereal (“bála-gu”), era aprovechada, entre otras cosas, para fa-bricar unos sombreros que servían para amortiguarel calor veraniego. Nosotros, de niños, también he-mos visto confeccionar la misma clase de sombre-ros (había una variedad, llamada “gorra”, semejan-te al archifamoso sombrero de Montehermoso,aunque sin tantos aditamentos) a las mujeres deTierras de Granadilla, comarca fronteriza a LasHurdes. Para confirmar más la tradición secular defabricar tales sombreros en Hurdes, diremos que,en la alquería de Las Erías, aún siguen confeccio-nándolos, aunque ya orientados a la venta turística.

Más adelante, Legendre reconoce que algunashurdanas llevan varias sayas superpuestas. Co-menta, igualmente, que la mayor parte de ellasgastan en las piernas:

“…al modo de vainas de paño de lana blan-ca, o rojo y blanco, o rojo y negro, como se veen partes de Salamanca y como las gastan tam-bién los árabes de África del Norte”.

Pues el hecho, como es lógico pensar, de gas-tar varias sayas superpuestas (cosa común a otraszonas rurales), no es signo de extrema miseria. Y alo que el autor francés denomina “vainas”, son lasque, con el nombre de “calzas” o “calcetas” se fa-brican en el país, y que cubrían desde debajo de larodilla hasta el tobillo. Legendre, dando pábulo aotra de sus obsesiones, busca coincidencias entrelos hurdanos y los nativos del área africana del Ma-greb; de aquí que señale que esas “vainas” tam-bién las usan tales africanos.

Continúa Legendre trazando otros pormenoressobre el vestir hurdano:

“El hombre gasta una faja de paño o de cue-ro, que protege su vientre contra la maleza ycontra los bruscos cambios de temperatura, yque cobija una parte de sus herramientas o in-cluso de su abastecimiento. Allí mete su cuchi-llo, pero no ostensiblemente a la manera de losbandidos de ópera cómica; su pañuelo, cuandolo tiene; sus papeles, cuando debe presentarlosen alguna parte; su tabaco, su mechero, etc.”.

Ciertamente, nos han hablado de las fajas y he-mos llegado a ver varias, todas ellas de “lanilla”,como ellos dicen; algunas con floreados dibujos ocon el que, de un tiempo a esta parte, se ha dadoen llamar “bordado hurdano” (8). Pero no nos he-

mos topado con fajas de cuero, aunque, hará unosdoce o trece años, el hurdano Alonso Martín Mar-tín, nacido en la alquería de La Batuequilla pero ca-sado y residente en aquella otra de El Cerezal, conmotivo de representar el papel de “ganadero jurda-no” dentro de unos cuadros costumbristas de la co-marca, que incluso llegaron a escenificarse en pun-tos muy alejados de Las Hurdes, se acercó a la lo-calidad hurdana de Pinofranqueado, para encargara uno que venía haciendo las veces de talabartero,una faja de cuero. Cuando indagamos el por quéde aquella prenda, nos dijo:

“Yo, de mozarangüelu, he conocíu a la genticastiza de pol estus puebros, no un cuarquiera,ni un pidió, sino genti de pesu, que ajuntaban alo mejó más de cien reses cabrías, los ganaerusde pura cepa, que acostumbraban a gastá unafaja de cueru regulá, cumu ésta que me he je-chu yo encargá; fajas de ganaeru, que se com-praban en Castilla, que allí se gastan más, quelas estilan los vaqueros. Los antigus, que eranganaerus, se subían en su macho, con tó elvientri tapao con la faja de cueru y pa ondi quie-ran que diban, tó el mundo los arreparaba, y di-cían: –“Esi es tíu fulanu, ganaeru de esti o aquépuebro…” (9).

Escuchando las palabras del señor Alonso, o“Tíu Alonsu”, intuimos que esas fajas de cuero ve-nían a ser un signo de distinción (imitando, tal vez,a los ganaderos salmantinos) de los labriegos másacomodados de la comarca; o sea, una prendamás bien escasa. De hecho, Tío Alonso era tenidoen el distrito hurdano como un ganadero desaho-gado o labrador acomodado, ladino en sus tratos,vividor en todo tiempo pero dispuesto, si así se ter-ciara, a echar una cana al aire y jijear en romerías.

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“Fiestas de San Antonio en la alquería de La Fragosa. Danzas en honor del santo. Al fondo, junto a la ventana, asoma la cabezadel antropólogo ítalo-francés: Maurizio Catani”. (Foto: F. Barro-

so) 1980.

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O sea, la pura estampa que el poeta José Mª Ga-briel y Galán trazara en el poema “Ganadero”:

“…Gran pensador de negocios,ladino en compras y ventas,serio y honrado en sus cuentas,grave y zumbón en sus ocios.

Vividor como una oruga,su vida de siempre es ésta:con las gallinas se acuesta,con las alondras madruga…

…Y entre tantos trajinares,aún puede al año unos díaslucirse en las romeríasde los rayanos lugares…” (10).

¡Que diferencia de espíritu, de colorido, de vita-lismo… entre los versos anteriores y aquellos otrosque, sobre el terruño hurdano, también escribierael vate castellano y extremeño!

“…Era un trozo de tierra jurdanasin una alquería;

era un trozo de mundo sin ruido,de mundo sin vida…

No tenían trigales las lomas,ni huertos las vegas,ni sotillos las frescas umbrías,ni árboles la sierra…

No tenían las rudas laborescantores humanos,ni el sabroso caer de las tardescantores alados…

…Y unos hombres huraños y entecosla tierra arañabancomo ruínes raposos sin presaque el páramo escarban…” (11).

Vemos, igualmente, que Legendre señala que elhurdano guarda, en su faja de paño, toda una seriede objetos, aunque en lo tocante al tabaco y al me-chero, la gente mayor de la zona nos comentabanque donde solían guardarlo era en los bolsillos delchaleco, fundamentalmente el eslabón, el pedernal(“pernala”) y la yesca, elementos con los que en-cendían los deformes cigarros que liaban. No eraextraño, tampoco, que el tabaco (“tabacu verdi”),que ellos sembraban en sus huertos y secaban, lollevaran en una bolsita, que, en este caso, se en-ganchaba a alguna presilla del “bombachu” (cal-zón) y se colocaba debajo de la faja. Aparte del cu-chillo, los hurdanos solían llevar también, sobre to-do cuando salían de viaje de una alquería a otra,un chuzo. Y lo llevaban, al decir de ellos, “pol loque pudiera pasá”. Los mozos, solían acudir a lasfiestas de los pueblos vecinos armados con caya-dos o garrotes (recibían diversas denominaciones:“cachera”, “verdión”, “verdolagu”, “estaonchu”…),que servían para defenderse en las muchas quime-ras que se preparaban en tales días. Estas pen-dencias mociles han sido bastantes corrientes has-ta épocas muy recientes, pasando del baile públicoal aire libre a las salas de fiesta. Hemos sido testi-go de varias, muchas veces surgidas por piques yrivalidades entre los mozos de distintas alquerías.

Va don Maurice Legendre dando las últimaspuntadas a su apartado sobre el vestido con las si-guientes apreciaciones:

“En verano, el hombre sólo lleva la camisa yel chaleco. Contra el mal tiempo, tiene la mantade pastor, de lana grosera, con rayas negras,rojas, amarillas o rosas, que se puede poner al-rededor del cuello y sobre las espaldas, y sobrela cual, o en la cual (según la temperatura) seduerme. Para el invierno, tienen grandes capas.Aunque la temperatura del invierno es templada

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“Rastrillando el lino en la alquería de La Aldehuela”(Foto: F. Barroso)

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y la humedad y el frío no son excesivos, en lascasas donde el cierzo y la lluvia pasan por losintersticios de los muros y del tejado, un toscovestido es necesario. Ellos se cubren, en invier-no, por medio de una blusa de tela de la que sesirven para la fabricación del aceite; otros se cu-bren con pieles de cabra”.

Apostillando lo escrito por nuestro hispanista, nosparece oportuno realizar estas puntualizaciones:

1.- Las grandes capas que se gastan los hur-danos en el invierno, vienen a ser, más bien, an-guarinas.

2.- El invierno, en Hurdes, tiene muy poco detemplado; al contrario: se registran todos los añostemperaturas muy bajas, que descienden con mu-cha frecuencia de los 0º. Las heladas, sobre todoen las zonas de umbría, se superponen unas sobreotras, creando un microclima de frío notorio; o seechan encima las nieblas y la humedad penetrahasta en el último rincón.

3.- La antigua vivienda hurdana, que aparentagran rusticidad y primitivismo, no obstante viene aser una vivienda bioclimática (y así lo han puestode manifiesto varios estudiosos). El hurdano, hábilentre los hábiles manejando la piedra, sabía dise-ñar con su peculiar ingenio e instinto la casa dondeiba a morar, aunque muchos urbanistas, cargadosde prejuicios, hayan considerado esa vivienda casicomo un antro de lobos. De hecho, actualmente,cuando se acercan los emigrantes y sus hijos (mu-chos de éstos nacidos en la gran ciudad) a las al-querías, prefieren dormir, tanto en verano como eninvierno, en la vieja casa de los abuelos, ya que laencuentran más confortable: más caliente en in-vierno y más fresca en verano. Y desechan, claroestá, para su descanso las modernas viviendasconstruidas a base de ladrillos.

4.- Los hurdanos, no es que se cubrieran anti-guamente con una “blusa de tela de la que se sir-ven para la fabricación del aceite”. Afirmar tal co-sa, es querer cargar las tintas, y nos huele a infor-mación sectaria, como otras ironías que aparecenen el libro, emanadas, tal vez, del informante yguía albercano que acompañaba a Legendre. Enel territorio hurdano, se acostumbró, antiguamen-te, a esquilar a la raza de cabras que ellos pasto-reaban, y que las llamaban “lanúas” (con muchospelos o lanas). Estos pelos eran hilados y tejidos,confeccionándose los denominados “botéruh”, quevenían a ser al modo de sacos donde se metíanlas aceitunas que iban a ser molturadas de un mo-do artesanal y muy primitivo, que los propios hur-danos bautizan como “sacá l’aceiti a talega”. Y lomismo que se fabricaban los “botéruh”, se realiza-ban unas prendas (los “brusónih”) con los pelos delas cabras, que cuentan que abrigaban muchísi-mo. Y se hacían los “ságuh”, de los que ya habla-

mos en el capítulo anterior, y de los que Legendreno dice ni mus.

Y acaba Legendre dando dos pinceladas esca-sas sobre el vestido de los niños, haciendo hinca-pié en que sus ropas en poco se diferencian de lasque usan los infantes del resto de la provincia deCáceres, pero, eso sí, tales ropas fueron, en gene-ral, llevadas ya por otros. O sea sé: que Legendrecorta por el mismo rasero a todos los niños nacidosen la comarca, constriñéndolos al gheto de los “pi-diórih”. Y esto no era así, que a los hechos nos re-mitimos (12).

Remata la pintura negra hablando sobre la ropade difuntos, que incluso murieron de enfermedadescontagiosas, que se entregaba a los hurdanos enpueblos extracomarcanos. La realidad nos demues-tra que gran parte de la ropa de los difuntos –máxi-me si hubieran muerto en alguna epidemia–, en am-plias zonas rurales, era echada al fuego al poco delfallecimiento, sobre todo la ropa interior y aquellaotra que había sido utilizada con mayor frecuencia.

Afirmar que los hurdanos se ponían encima ro-pajes de difuntos (de difuntos extraños), es hablar

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“Las piaras de ganado cabrío, tan abundantes en otros tiempos,están desapareciendo de la comarca. (Foto: F. Barroso)

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por hablar, pues, con ello, se demuestra un desco-nocimiento absoluto de las creencias y supersticio-nes (aunque reparo nos da en emplear este últimotérmino) que los habitantes de esta comarca tienenen torno a sus ánimas. Sólo ciertas prendas, comoes el caso de las anguarinas o las escasas capas,que eran consideradas como algo simbólico, uotros ropajes con muy poco uso y tenidos como lu-josos o de cierto valor, seguían guardados en susarcas. No obstante, observando el panorama des-de un sentido más práctico, tampoco el difunto de-jaba en herencia mucho retal para aprovechar, yaque, en economías de subsistencia, todo se reciclahasta que no da más de sí la pieza a reciclar.

Como no podía ser por menos, el autor francésremata el capítulo dedicado a la vestimenta conuna frase muy poco antropológica pero más quemoralista:

“A veces, incluso, las privaciones del cuerpo lesrestan, lo que es el colmo de la miseria, las condi-ciones de su salud moral”.

¡Allá los hurdanos (o algunos hurdanos) con susalud moral! De eso ya dijimos algo en el número269 de la Revista de Folklore. Pero seguimos en-tendiendo que es muy poco antropológico el gene-ralizar. Y a los habitantes de Las Hurdes les ha pa-sado, lamentablemente, que se ha tomado unaparte de su entramado social para hacer un todode ella. Así, no es extraño que el común de la gen-te se haya labrado una imagen de los habitantesde esta comarca observando la facha y hecho delos pordioseros de oficio, que, con su movilidad ge-ográfica, iban desparramando por doquier una figu-ra arquetípica. O que hayan leído y visto en diariosy revistas (o en cine, que ahí está el polémico do-cumental –o película– de Luis Buñuel: “Tierra sinpan”) crónicas y fotos macabras y plomizas, porquecierto es que cada pueblo tiene su tonto, como vul-garmente se dice, pero no todos sus habitantesson tontos.

Las Hurdes arrastran legendaria fama de atrasoe ignorancia. Hubo quien las llamó “baldón de Es-paña”. Pero los zotes e ignorantes eran quienes seasomaban desde detrás de los picachos de susabruptas serranías y sólo veían por pupilas carga-das de bioquímicas sin fundamento y no paraban nise esforzaban en entender el meollo socioantropo-lógico de tan antiguo pueblo. Y este pueblo ha se-guido siendo estigmatizado en los tiempos moder-nos. Así, el dictador Francisco Franco nombra a loshurdanos “ahijados suyos”. Y políticos miopes denuestra actual Democracia no tienen otra idea me-jor que –valga el ejemplo– crear en la localidadhurdana de Nuñomoral (ombligo de la comarca) uncentro de disminuidos psíquicos, a 80 kilómetrosde Plasencia, donde se encuentra el hospital máscercano y otras clínicas médicas. Como anécdota,nos permitimos contar lo que nos ocurrió cuandoacompañábamos por la citada localidad a unos an-tropólogos catalanes. Resulta que aquel día anda-ban por el pueblo varios de los acogidos en el cen-tro de disminuidos psíquicos, procedentes de lospuntos geográficos más dispares. Nosotros, querecorríamos los bares de Nuñomoral, encontrába-mos a algunos de aquellos disminuidos tanto en losbares como en la calle. Habíamos estado aleccio-nando a aquellos antropólogos sobre la falsa leyen-da de que Las Hurdes estuviesen plagadas demongólicos, cretinos y otros deficientes y, ¡claro!, alpresentársenos aquel panorama en Nuñomoral, ex-clamaron los estudiosos catalanes:

–Vosotros diréis lo que os parezca, pero aquíestán las pruebas palpables.

Y no nos quedó otro remedio que explicarles lodel centro de disminuidos psíquicos. Ante ello,completamente absortos, dijeron:

–No tendrían los políticos otro sitio dondemontar un centro de disminuidos psíquicos na-

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“Moza de Pinofranqueado luciendo el traje tradicional, todo élprimorosamente salpicado de motivos propios del bordado hur-dano, el día de San Andrés, cuando dicha localidad celebra un

importante mercado”. (Foto: F. Barroso)

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da más que en Las Hurdes! ¡Ni que lo hubieranhecho a drede!

Por cierto, aquellos antropólogos no sabían que7 kilómetros al noroeste, entre las alquerías de LaFragosa y Martilandrán, había otro edificio, levanta-do en 1952, que llevaba el nombre de “Cottolengodel Padre Alegre”, y que era otro centro asistencialde características más o menos semejantes.

En nuestros días, la Junta de Extremadura con-tinúa una política asistencial consistente en llenarde residencias de ancianos la comarca. La pobla-ción de la comarca natural de Las Hurdes no llegaen estos momentos a los 10.000 habitantes. Cuen-ta con las residencias de ancianos de Vegas y Aza-bal, y están en construcción las de Casar de Palo-mero, Casares de Las Hurdes y Pinofranqueado(aquí, además, hay otra residencia o centro asis-tencial, regido por la orden “Esclavos de María y delos Pobres”; la de Azabal también es residencia pri-vada), así como un Centro de Día para ancianosen Caminomorisco. Cuando Las Hurdes siguen conla sangría poblacional que comenzara en la décadade los 70 del pasado siglo, parece que hay políti-cos empecinados en cargar a cuestas con sus ma-las conciencias acerca de los “pobrecitos jurda-nos”. Y, ahora, da la impresión que quieren frenarla despoblación repoblando la comarca con ancia-nos. Cuesta creer que haya comarcas limítrofescon Las Hurdes, con el doble o el triple de habitan-tes, donde la Administración autonómica todavíano ha levantado una sola residencia de ancianos,pese a la acuciante demanda.

PINCELADAS DE UN DESTERRADO

Las hurdes, como otras comarcas marginales,fueron lugar idóneo para que determinados gobier-nos o regímenes desterraran a los súbditos que lessalían díscolos. Anduvieron por aquí, en oscuroostracismo, políticos tan insignes como Blas Gre-gorio de Ostolaza y Ríos, el arcediano y canónigode León: Rafael Daniel y otros ilustres liberales delS. XIX. Más cercanos a nuestros días, nos encon-tramos con que el Gobierno de la II República des-tierra a la alquería de Martilandrán al fundador delPartido Nacionalista Español, de verdadero cuñofascista, José María Albiñana y Albornoz. Y duran-te la dictadura franquista, entre otros, penan susideas izquierdistas por estos pueblos: Ramón Ru-bial y Nicolás Redondo, presidente del PSOE y Se-cretario General de la UGT, respectivamente.

Uno de estos desterrados, el fascista Albiñana,antes de ser fusilado por los republicanos, dio a laimprenta el libro “Confinado en Las Hurdes” (13).Prácticamente, todo el libro es un alegato contra laII República. No obstante, se reflejan en sus pági-nas algunas pinceladas costumbristas de la comu-

nidad hurdana y que el autor presenció de formadirecta. Veamos algunas, como las que correspon-den a la fiesta de San Antonio, en Nuñomoral:

“Los hombres visten de lo más currutaco; lim-pio bombacho de pana, hasta la rodilla, chalecoescotado, con doble fila de anchos botones me-tálicos; calceta blanca, zapatón atacado conagujetas, sombrero de fieltro, con guirnaldas derosas encendidas. Las mujeres lucen sus visto-sas sayas de picote, ribeteadas de colorines;blusas de tela de colcha, vistosamente ramea-das; mandiles de furiosa policromía, y en la ca-beza el gran pañuelo ajustado, con el largo picocolgando sobre la espalda. Las mozas ostentansus collares de bisutería, reforzados con lazos ygrupos de rosas prendidos en los hombros (…)”.

“La diversidad de colores en el indumento yhasta la cranimetría específica, con la facies ha-bitualmente taciturna y palúdica, me recuerdalos ingenuos holgorios de los indios tehuanos,con los que conviví algunos años en el Istmo deTehuantepec, entre el Atlántico y el Pacífico, a

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“Exposición de indumentaria tradicional en la villa hurdana deEl Casar de Palomero, donde se aprecian ya influencias externas

a la tradición textil de la comarca”. (Foto: F. Barroso)

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la sombra de caobas, ceibas y castaricas, alza-das en las márgenes fecundas del río Coatzaco-alcos. Los indios de Nuñomoral, se confundenen mis recuerdos con los jurdanos de Minatitlán,la pequeña metrópoli de los campos petrolerosveracruzanos”.

“El hombre del tamboril aporrea el instru-mento despertando la admiración de sus conve-cinos, muy especialmente de la chiquillería, quelo rodea con entusiasmo, como a un dios de lamúsica”.

Donde menos se espera, salta la liebre. ¿Quiéniba a decir que, en un libelo antirrepublicano, nosíbamos a encontrar con unas descripciones queparecen hechas por la mano de un etnógrafo? Ló-gicamente, los hurdanos del concejo de Nuñomoralestán de fiesta. Celebran a San Antonio y se hanembutido en sus mejores galas. El autor capta congran precisión el sentido colorista del que hacengala los hurdanos, que éstos definen como “andámu ramajeáuh” o “vistí de ramajéruh”. No hay, enlas observaciones, ni una sola nota tétrica. Y cuan-do Albiñana hace una traslación de personajes (in-dios de Nuñomoral y jurdanos de Minatitlán), nomuestra una pintura despectiva, sino un sentidobucólicamente primitivo, inherente a los holgoriosde dos comunidades que, aunque muy distantes,caminaban parejas en rituales de gran colorido ymuy arcaicos. Muy atinado, además, en llamar“dios de la música” al tamborilero, pues, efectiva-mente, los tamborileros, en esta zona, siempre fue-ron el eje central de toda manifestación festiva, re-cibiendo gran admiración porque eran personas ca-paces de dominar el aire y transformarlo en músi-ca.

Veintiocho años antes que Albiñana contempla-ra la fiesta de San Antonio en Nuñomoral; en sep-tiembre de 1904, la revista “Las Hurdes” publicabaun artículo, sin firma, titulado “Nuestra fiesta”, don-de se hablaba del grupo de danzarines hurdanosque se desplazarían a Salamanca para bailar anteS.M. el Rey Alfonso XIII. Pero tales líneas son pe-numbrosas y borrascosas:

“Mañana se presentarán ante S.M. el Reydon Alfonso XIII algunos míseros habitantes deLas Hurdes. Vestidos con sus mejores galas, sies que merecen tal nombre los andrajos lava-dos del pobre, llegan a Salamanca, quizá paraser objeto de compasiva admiración por partede S.M. y de los salmantinos. ¡Triste sino el deuna región que, para excitar el interés de los po-deres públicos, precisa convertirse en héroe debarraca de feria! Vienen los hurdanos a hacergala de sus habilidades en el arte de Terpsíco-re, que traen a Salamanca lo más en el arte típi-co de su comarca, una especie de baile indioadmirable por su novedad extraña (…)”.

Curiosamente, esta descripción tendenciosa,donde se equiparan las galas de fiesta de los hur-danos a los “andrajos lavados del pobre”, contrastaenormemente con la fotografía que acompaña a talartículo. La foto muestra a un tamborilero, cincodanzarines y cuatro danzarinas, ataviados con lapolícroma indumentaria que, a grandes rasgos, tra-zara José María Albiñana. En las líneas de la revis-ta “Las Hurdes” se habla de un “baile indio admira-ble por su novedad extraña”, pero no en el sentidoritual y ceremonioso, incluso de admiración, quemostrara Albiñana al hermanar en sus holgorios alos hurdanos y a los indios tehuanos, sino que detales líneas se desprende un resabido despreciati-vo, rebajando a los hurdanos y sus manifestacio-nes festivas a cosa propia de indios (entendido enel sentido del más puro salvajismo). O sea, algo asía lo que afirmaron Chapman y Buck, que incluye-ron a los hurdanos en la etnia del “Homo sylvestris”(14). Y, tristemente, desde la distancia, sin ver ja-más el vivo retrato de un hurdano, hemos tenidoentre nosotros, recientemente, a investigadores tanprestigiosos como Julio Caro Baroja, que se hanatrevido a lanzar exabruptos como:

“…En realidad, Las Hurdes constituyen uncaso de patología etnológica más que un mode-lo de arcaísmo y cabe pensar si muchos pue-blos que consideramos primitivos, con tenden-cia al enanismo y otros rasgos de debilidad noserán simplemente degenerados como los hur-danos” (15).

CONSIDERACIONES FINALES

A fecha de hoy (otoño de 2003), cuando ya secuentan con los dedos de la mano las familias quereciben de organizaciones asistenciales algunoshatos de ropa, inmersos en el feroz consumismo delos tiempos actuales, tenemos que decir que en po-co o nada se diferencian los habitantes de Las Hur-des, en lo tocante a su indumentaria, al resto de losque viven en otras comarcas. Incluso, como pasaen otros pueblos, se llevan a cabo colectas por or-ganizaciones religiosas para recoger ropa sobrante,que, luego, es enviada a países del Tercer Mundo.

Cuando ya apenas si quedan cabras en la zona,por lo que el curtido y el uso de pieles y prendas fa-bricadas con sus lanas ha pasado a mejor vida, to-do queda en recuerdos, que, con el tiempo, se difu-minarán o adquirirán tintes de legendarios. Y re-cuerdos se han vuelto también los trabajos del lino,del que no queda ni rastro, a no ser el instrumental(“ehpaílla”, “rahtrillu”, “rocaera”, “jusu”, “nahpaó”…)que se empleaba en tales menesteres, y del quealgunas familias, como la de Luis Guerrero Alonso,de Casares de Las Hurdes, todavía pueden expli-car sobre lo que conllevaba el oficio de “jilaó” (hila-dor), “mallaó” (persona especializada en hacer

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punto) y “teceó” (tejedor). Todavía conserva esteclan de los “Guerrero” un antiguo telar.

Recuerdos son, así mismo, los de los “chanqué-ruh”, que fabricaban las “cháncah” (que tambiénllaman “madróñah”), ese singular calzado del queya hablamos. Tal vez, algún viejo zapatero, ya bienentrado en años, como Gregorio Iglesias Pizarro,de la alquería de Cambroncino, pueda dar todavíavaliosa información.

Trabajos, oficios, artesanías… propios de eco-nomías de subsistencia, autárquicas en gran medi-da, expuestas a numerosos vaivenes y altibajos,son ya parte de la memoria colectiva. Queda un va-go recuerdo de “cuando mos quitarun los montis”(Desamortización del siglo XIX) y que los hurda-nos, en respuesta colectiva, empeñando “el oru”(alhajas heredadas de sus mayores), pujaron pararecuperar lo que, secularmente, habían sido suspropiedades comunales. Y queda aquel otro dolo-roso recuerdo de los “años del hambre” (al terminarla Guerra Civil), cuando hubo que aprovechar, re-mendando lo remendado, hasta la saciedad las es-casas ropas de que se disponía.

Y cuando muchas realidades de tiempos pasa-dos vuélvense ecos para narrar en ratos de serano,surgen, como autoafirmación de entidades e identi-dades, dentro de otras facetas, el afán de rescataruna indumentaria tradicional y se pone de actuali-dad el llamado “bordado hurdano”. Gente de Hur-des se ha lanzado a confeccionar lo que, en tantaspartes, se conoce como “trajes regionales” (termi-nología heredada de la Sección Femenina del Mo-vimiento). Y ocurre que cada cual actúa según sulibre albedrío, copiando prendas del traje aquel quevio en determinado sitio, aunque no tengan nadaque ver con la tradicional indumentaria hurdana,que, por cierto, también presenta alguna que otradiferencia, aunque muy pequeñas, entre los diver-sos concejos de la comarca. Por ello, si es relativa-mente complejo establecer un patrón comarcal deuna indumentaria arquetípica, para ser lucida enciertas manifestaciones, mucho más absurdo eshablar de “traje regional”. Hoy en día, con motivode alguna fiesta, fácilmente podemos apreciar–valga el ejemplo– a tamborileros hurdanos atavia-dos con trajes semejantes a los del Campo Charroo Sierra de Francia (comarcas salmantinas), o alestilo de la localidad cacereña de Montehermoso, oconfeccionados como Dios le dio a entender a al-guna sastra de estos pueblos.

Si queremos realzar las señas identitarias, nose puede echar mano de símbolos extraños a lacomarca. Por ello, bueno sería dar un repaso a lasilustraciones serias y rigurosas que aparecen enviejos libros sobre este territorio. Y hasta puedenservir de modelo las prendas, adquiridas en LasHurdes hace muchos años, y que se conservan en

los fondos del Museo Provincial de “Las Veletas”,en Cáceres:

Fondo Antiguo (Sección “Textiles”)

– 3.384: Calzón negro cintado, con chías de se-da verde (Las Hurdes).

– 3.383: Polaina de paño negro, con dos piezas.Abotinadas (Hurdes).

– 3.355: Chaqueta negra. De lana labrada for-mando bordones. Cuello y solapas rectas. Fondo defranela roja con decoración en negro (Las Hurdes).

– 3.381: Zamarra pastoril de cuero, de doble al-da. La frontera más corta y de línea circular. La es-palda más larga y terminada en recto (Las Hurdes).

– 3.436: Chaleco con botones octagonales endoble hilera, con flor cincelada en el centro (LasHurdes).

Sin numeración específica, pero procedentes dela comarca de Las Hurdes, aparecen:

– Montera de piel de lobo (Las Mestas, LasHurdes).

– Refajo de bayeta grana (Las Hurdes).

– Camisa de lino, con tirilla en lugar de cuello ycon pequeños escapularios sobre los hombros.Puños dobles con decoración de colchado (LasHurdes).

– Calzón bombacho de paño negro, decoradocon paño sobremontado de motivos florales ana-ranjados (Las Hurdes).

– Dos pares de calcetas, de cuadros coloreados(Las Hurdes).

– Anguarina con mangas, forrada de paño decolor burdeos (Las Hurdes).

– Calzoncillos de lino grueso (Las Hurdes).

– Jubón de mujer, de satén negro (Las Hurdes).

– Esclavina de milranga (Las Hurdes).

– Pañuelo de cabeza de fina lana, con coloresnegro, amarillo y verde (Las Hurdes).

– Fajero de niño (Las Hurdes).

– Alforjas de lino, con listado en negro y blanco(Las Hurdes).

– Dengue con bordados florales y espigas (LasHurdes).

En este afán autoafirmador de la comarca, havuelto a cobrar vital importancia, como decíamosmás arriba, el bordado hurdano. Por suerte, seconservaba en la memoria de algunas vecinas dePinofranqueado y, hoy por hoy, se va extendiendopor toda la comarca. María Ángeles González Me-

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na, conocida etnógrafa, nos dice al respecto de es-te bordado:

“Algunos tratadistas quieren remontarle al si-glo XVII, aunque es fácil pensar que antes po-seería un bordado más primitivo puesto que setrata de una zona que ha vivido durante largotiempo en completo aislamiento. La decoraciónde sus composiciones se integra por flores, fru-tos, hojas y espigas; abundan las rosas, raci-mos de uvas, hojas de trébol y margaritas. El ár-bol de la vida formado por grueso tronco cobijaflores, frutos, hojas y pájaros. Todos estos moti-vos se realizan por el concurso de tres colorescomo rojo, azul y blanco, o amarillo, verde y ma-rrón. La técnica utiliza los puntos de realce, lan-zado contrariado, de nudos, de sierra, diente deperro, plumetis, punto de hormiga, de galón, deespiga y de tallo. Es curioso ver cómo algunosejemplares llevan los motivos totalmente relle-nos a bandas, al estilo del bordado salmantino,sin duda por un efecto de transferencia” (16).

Rescaten, pues, los hurdanos sus señas deidentidad y siéntanse orgullosos de ellas, pero sinorgullo desmedido que caiga en el chauvinismo nimalsano orgullo que pida cuentas por supuestosagravios seculares a otros pueblos. Decimos estoporque, a poco que hemos rascado, hemos detec-tado entre algunos jóvenes hurdanos ramalazos deese tendencioso orgullo. Un hecho que hemos pal-pado con nuestras propias manos ha sido el temorque a ciertos padres inspiran muchos de sus hijos(en gran parte, emigrantes). Así, cuando en épocasestivales, grabadora en mano, hemos intentado re-colectar retazos de la tradición oral, diversos hur-danos emigrantes han reprochado a sus padres oparientes el que desgranaran sus cuentos o roman-ces, insinuando que al forastero, ni agua. A lo me-jor, como le ocurre a ciertas fuerzas vivas de la co-marca, ese orgullo degenera en un frustrante com-plejo, que hace al individuo estar continuamente ala defensiva, en la perenne angustia de considerarque sacar de su letargo la vida de antes, es volvera la leyenda negra, cosa que desea el forastero pa-ra seguir riéndose de los pobrecitos hurdanos. Estecomplejo, ha acoquinado de tal forma a ciertos mu-nícipes, que, en años pasados, emprendieron ver-daderas campañas para borrar todo lo que oliera apasado, convencidos a pie juntillas que caminabanpor la auténtica senda de la modernidad. Así, seobligó a los vecinos, bajo multas, a encalar sus vi-viendas, eliminar las lanchas de los tejados, supri-mir balconajes de madera, desterrar rituales añe-jos, a procurar hablar correctamente el castella-no… Y, mientras, se reformaban los pueblos, qui-tándoles su personalidad, con avenidas de acera-dos colorines y palmeras, fuentes graníticas (todauna aberración en un islote radicalmente pizarro-

so), casas de protección oficial levantadas con ma-zacotes de ladrillos de cara vista, etc.

Por suerte, están cambiando las mentalidades ycomienza a vertebrarse una mayor conciencia delos valores que encierra el territorio hurdano. Estamayor concienciación debería, circunscribiéndonosal tema tratado en este trabajo, instar a que, de unavez por todas, se levante el tantas veces pedido“Museo de Las Hurdes”, y que nosotros (y otrosmuchos colectivos de la zona) vemos como lugaridóneo para su ubicación la antigua factoría de “ElJordán”, en Nuñomoral. Tal museo, como es deprever, tendría su correspondiente apartado dedica-do a la indumentaria tradicional, salvaguardandoasí numerosas piezas textiles que se apolillan enviejos arcones y constituyéndose en todo un recla-mo turístico para el viajero y en unos interesantesfondos didácticos para estudiosos e investigadores.

NOTAS

(1) MARTÍN SANTIBÁÑEZ, R.: “Un Mundo desconocido en laProvincia de Extremadura: Las Hurdes”. En Defensa de la Socie-

dad, Madrid, 1876.

(2) Para mayor información sobre las “Menderas”, ver: Revista

Las Hurdes, núm. 35 (Diciembre, 1906). En este número de la re-

vista Las Hurdes aparece un artículo de G. Santos Diego, dondese dan algunas precisiones sobre las Menderas. De todas formas,el artículo hay que leerlo desde un punto de vista etnográfico, de-jando aparte el retintín conmiserativo y quejumbroso del autor,porque decir que las hurdanas no saben regatear, ni comprar nivender, es completamente lo opuesto al carácter pícaro, desenfa-dado, ladino y desconfiado (incluso interesadamente lastimero, sillega el caso) de toda mujer que se precie de haber nacido en LasHurdes.

(3) Nos permitimos traer una coplilla referente a estos traba-jos del lino:

“Jila que te jilacon el jusu y rueca.Jila que te jila,s’echaba estas cuentasallá en tierra Jurdi,y jilaba el linola mi jilandera:

–Vengan jilaúraspa hacé tres madejas.Vengan días y díasretorciendo jebras.Y venga saliva,dale con la lengua.Hoy, jilando al güerto,de armuerzo a la cena;mañana, al desotro,la mesma faena.

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Vaigas ande vaigas,siempre con la mesma:el palo pinchaoampié la caera.

Te escuecin los deos,te escueci la lengua,y pol tó alimento,una pilaerametes pa la boca,pa que no esté seca.Dali que te dalial jusu y la rocaera,que tiempo ni tienesp’aviá merienda.Pero quiera Diosque haiga madejas,que buenos realesme saco con ellas,si las apregonopol mercaos y ferias.”

(Recitó: Juana Martín Velaz, –Tía Juana “La Cariela”–, de86 años, de la alquería de El Rubiaco, concejo de Nuñomoral.Grabado en el verano de 1986)

Esta misma señora nos refirió la siguiente adivinanza (“acer-taíju”, dicen por Las Hurdes) sobre el lino:

“Verde fue mi nacimiento,azulada fue mi fró (flor),y tan alto fue el mi tallo,que al Sacramento llegó”.

Otros acertaíjuh sobre el mismo tema guardamos en nuestrosarchivos:

“Mi cabecita es azul,y mi cuerpo verdecillo.Me dan palos y más palospa hacerse unos carzoncillos

(Recogido a: Irene Martín Azabal, de la alquería de La Al-dehuela).

“Como a un varón santo y mártir,me van llevando al suplicio:con espadas me dan cortesy me arañan con rastrillos,y luego que me retuercen,doy el último suspiro.Con el pago de mi muerte,unos compran calzoncillos,y otras se compran senaguaspa regalo del marido”.

(Recogido a Jesús Hernández Talaván, tamborilero de ElCasar de Palomero)

El refranero sobre el lino tiene, igualmente, su repertorio enla comarca. Veamos algunos ejemplos:

“Siembra el lino pol San José; si puedi ser ocho días antesque no dispués”.

“El lino, pa su sazón, dos mesis en terregón”.

“El lino, se siembra en tollu (terreno fangoso) y el pan en

polvu”.

“Si buen lino quieres sacá, siémbralo en el bonal”.

“La puta y el lino, al charco con muchu limu”.

“Poco gana la que jila, pero menos la que mira”.

“Pol mu bravo que sea el lino y mu brava la mujé, dándu-

li zurra mandurra, gana ella y gana él”.

Terminamos con una cancioncilla que nos cantó Paulino Igle-

sias Martín, de 71 años de edad, de la alquería de La Dehesilla:

“Jilandera, jilandera,

qué resaladina vas,

con el jusu y con la rueca

jilando d’acá p’allá,

con las maejas a cuestas

pa la feria del Casá.

Jilandera, jilandera,

qué resaladina vas,

caminito del serano,

pasando el rato en jilá.

¡Ay quién fuera seranero

pa podelti acompañá!

Jilandera, jilandera,

qué resaladina vas,

que nos has cumplío los vente,

no llegas a la trentá,

que la que pasa los trenta,

ya la tienen jilvaná”.

(4) CERRATO, A.: “Las Peñas de Limia”, en REVISTA DE FOL-

KLORE, núm. 227, p. 168. Valladolid, 1999.

(5) LEGENDRE, M.: Las Jurdes: Étude de Géographie Huma-

nie. Burdeos, 1927. De este libro tan singular, poseemos un ejem-

plar, que nos fue regalado por nuestro buen amigo el antropólo-

go italo–francés: Maurizio Catani, autor de interesantes estudios

sobre la comarca hurdana.

(6) BARANDIARAN, J. M.: Manuscrito fechado en Atáun, de

26 de junio de 1987, utilizado como prólogo en la revista OHITU-

RA, núm. 5 (“Estudios de Etnografía Alavesa”. Vitoria, 1987).

(7) “LAS HURDES”: Revista mensual, que fue publicada en la

imprenta “Calatrava”, de Salamanca, entre 1904 y 1908, y no en

Plasencia, como afirma Legendre en su libro.

(8) Para mayor información sobre el bordado hurdano, ver:

NOVILLO GONZÁLEZ, Vicente: “Un fotógrafo en Las Hurdes (I)”

(Cuadernos Populares. Editora Regional Extremadura, Mérida,

1996).

(9) Conversación grabada a Alonso Martín Martín en Nuño-

moral (Semana Santa, 1990).

(10) GABRIEL Y GALÁN, J. M.: “Escenas y Tipos Campesinos:

Ganadero”. Obras Escogidas. Salamanca, 1971.

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(11) GABRIEL Y GALÁN, J.M.: “Dos paisajes”. Obras Escogi-

das. Salamanca, 1971.

(12) Ver revista “EL CORREO JURDANO”, editada por el CAM.“Isabel de Moctezuma, de Caminomorisco”, de la que el autor deeste trabajo es coordinador. Los capítulos: “Nosotros, niños hurda-nos”, fruto de las entrevistas realizadas por los alumnos del tallerde prensa, dan cuenta de la indumentaria de los niños pequeños.

(13) ALBIÑANA Y ALBORNOZ, J. M.: Confinado en Las Hur-

des. Imprenta “El Financiero”, p. 79. Madrid, 1933.

(14) CHAPMAN, A./BUCK, W. J.: Unexplored Spain. Libro pu-

blicado en 1910. Reeditado por “Incafo”. Madrid, 1978.

(15) CARO BAROJA, J.: Los Pueblos de España (II), p. 92. Edi-

ciones “Itsmo”. Madrid, 1976.

(16) GONZÁLEZ MENA, Mª Ángeles: “Museo de Cáceres. Sec-

ción de Etnografía”. Ministerio de Educación y Ciencia. Dirección

General del Patrimonio Artístico y Cultural. Comisaría Nacional de

Museo y Extensión Cultural. Madrid, 1976.

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LA FABRICACIÓN DE LADRILLOS EN CANTILLANA APRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Oficio noble y bizarro,

El de todos el primero…

Se alzaban las antiguas alfarerías cantillane-ras –barrerías, en el habla local– en los arrabaleslinderos a la Boca del Viar, lugar próximo a Can-tillana (Sevilla) donde este afluente viene a de-sembocar en el Guadalquivir; en una zona del eji-do municipal que las crecidas de los dos ríos–Viar y Guadalquivir– inundaban casi todos losaños cuando las lluvias se hacían persistentescuenca arriba y las aguas bajaban teñidas de uncolor semejante a la arcilla. Los hornos de los al-fareros se alzaban cercanos al Sena (1), en cuyoslomos sembrados podía verse por las tardes cómoavanzaba la sombra. La presencia de alfareríasen las riberas donde el Guadalquivir era navega-ble remonta sus orígenes documentados a la épo-ca romana, Bonsor diseñó el mapa de estos anti-guos alfares que se asentaban en las dos orillasdel Betis y de su afluente el Singilis –Genil– des-de Córdoba y Écija hasta Sevilla; en el recorridoque surcaban los barqueros, seguramente hastael sitio donde llegaban las mareas desde Sanlú-car de Barrameda, por encima de Cantillana, laantigua Naeva, donde todavía, como en Alcaládel Río –más al sur–, pueden verse los impresio-nantes restos de los antiguos puertos (2).

Los barreros, a principios del siglo XX, obtu-vieron permiso del consistorio local que les auto-rizó a instalar en el terreno comunal de la villa,por donde discurría el camino de Extremadura,sus industrias alfareras donde saldrían funda-mentalmente ladrillos y tejas, pero también, cán-taros, macetas y lebrillos.

HORNOS DE CAPILLA Y ABIERTOS

La construcción del horno se iniciaba abriendoun gran agujero en la tierra en el que se dejabauna caldera para albergar el fuego, y a una altu-ra aproximada de un metro se le abría una puer-ta para introducir la leña, de olivo, de monte ytambién de paja de haba, que alimentaría el hor-no. El horno era el tradicional de origen hispano-musulmán, con caldera, cámara y bóveda con chi-menea central; las chimeneas secundarias de es-te tipo de horno permitían, al abrirlas y cerrarlas

durante la cochura orientar las llamas. El hornose calentaba durante cuatro o cinco horas, mien-tras la puerta del horno se tabicaba con ladrillosy barro y se abría veinticuatro horas después definalizada la cocción.

Desde la cimentación del horno se construíanvarios arcos de ladrillos que llegaban al mismonivel del suelo exterior, uniendo los arcos con tra-bas, también de ladrillos para estrechar huecosentre arco y arco, rellenando los estribos con ma-teriales diversos. Se cerraba el horno con una bó-veda curva y una apertura al exterior sobre la bó-veda de chimeneas por donde salía el humo ycuando la cocción avanzaba salía al exterior lasllamas y el característico humo por entre el quejugaban los niños. Estas chimeneas recibían dis-tintos nombres: Central, mico, boca puerta y late-rales.

El horno abierto era igual que el anterior, perosin bóveda que lo cerrara, dejándolo expedito entoda su circunferencia directamente a cielo abier-

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José Pérez Zamora y Antonio José Pérez Castellano

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to y más elevado que el horno de capilla. En estetipo de horno sólo se cocían ladrillos y tejas.

LADRILLOS, TEJAS MORUNAS Y CÁNTAROS

La materia prima para las tejas y ladrillos erala arcilla; para los cacharros, greda… Con loscantillos duros de la greda blanca suelen los apo-sentadores señalar las posadas de la corte. La ar-cilla para las tejas y ladrillos se extraía de los al-veolos de las riberas del Viar que llega hastaCantillana para desembocar en el Guadalquivirtras cruzar gran parte de la Sierra Norte sevilla-na; era tierra veguiza, limpia de otros materialesque los arrieros llevaban a las barrerías en bu-rros con serones de esparto formando un granmontón, siempre cerca del pozo, imprescindibleen las barrerías de donde se sacaba el agua paraamasar la arcilla.

Los barreros hacían una contrata con los due-ños de los labrantíos, de donde obtenían la arcillapara fabricar tejas y ladrillos, manteniendo laconcesión por varios años. Se tomaba la tierra su-ficiente para cortar dos mil ladrillos que compo-nían la tarea de una jornada, remojándola conagua y batiéndola con los pies y con la azada has-ta hacerla una pasta moldeable. Mientras la tie-rra se remojaba se preparaba el mantillo, espacioabierto en la barrería, amplio y que se arenabacon arena gruesa del río Viar, para que no se pe-garan al suelo los ladrillos. Posteriormente se

traía al mantillo el barro ya amasado, en unas es-terillas de esparto llamadas teneas, colocándoloen una o dos tiras desde la cabecera del mantillopara que estuvieran al alcance del cortador. Setomaba el molde, la gabera, casi siempre de ma-dera y con cabida para sacar dos ladrillos de unasola vez. Según la gabera en altura se hacían la-drillos de los llamados de contrata, de tacos, másgruesos y corianos menos gruesos, estilo a la rasi-lla actual, que es el ladrillo delgado que se usapara solar o techar.

Se acompañaba el cortador de ladrillos conuna vasija de barro con agua con la que se enjua-gaban las manos para alisar la superficie del la-drillo en el molde –la gabera–. Todos se hacía ar-tesanalmente alisando con las manos el barro so-bre la gabera. En una tarea de un día había quecortar dos mil unidades. Una vez que se oreabanal aire libre, los ladrillos se levantaban del suelodel mantillo y se iban ordenando para su cocción.

La colocación del ladrillo en el horno respon-día a trazas bien determinadas: Se colocaban da-gas o andanadas (cada una de las filas horizonta-les de ladrillos en el horno) por su mayor longi-tud, llevando una separación entre ellos por lamenor longitud del ladrillo, con objeto de quequedasen huecos entre ellos para que pasaran lasllamas desde el interior de la caldera. La segun-da andanada o daga se comenzaba en sentidocontrario de la anterior y así sucesivamenteprocurando siempre que hubiera hueco para quellegase el calor desde la caldera. Cuando habíaque cocer tejas, se colocaban sólo unas dagas enla base de ladrillos, y sobre estos en sentido verti-cal las tejas hasta cerca de la bóveda del horno.

La fabricación de ladrillos se hacía preferente-mente en verano porque como se trabajaba acielo abierto las lluvias podían estropear más deuna tarea de ladrillos en otras estaciones del año.Cerca del obrador o taller donde se fabricaban te-jas y cacharros, cántaros, etc., se tenía la materiaprima –arcilla o greda– que se desterronaba conla azada y se empezaba a remojar con agua delpozo cercano.

Se batía con los pies y con la azada. Y cuandose obtenía una pasta más dura que para el ladri-llo, se introducía en el obrador y se sometía a unpisado muy fuerte, se volvía varias veces a repe-tir el pisado, hasta obtener una pasta moldeable,pisando el barro de forma contínua. El pisadortomaba el barro y lo llevaba al poyero, un pilarcuadrado, que terminaba en una superficie planade piedra o mármol. Este trabajo lo hacía sola-mente el pisador ya que el maestro de rueda te-nía otro cometido como así el boquinero, que erael que sacaba las boquinas –tablas donde se colo-

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caban las piezas desde el torno– llenas de produc-tos ya terminados para que se secaran.

Con arreglo a la teja que se iba a fabricar elmaestro de rueda tomaba la cantidad de barro yamasándolo con las manos, hacía la pella –de ahíel nombre de pellero, que era el oficial alfareroque trabaja en el horno–, y las iba colocando alalcance del maestro de rueda que se sentaba a laaltura del suelo sobre una tabla por encima de larueda de madera ancha que el maestro accionabacon los pies. La rueda superior donde se apoya-ban las pellas era de una longitud de circunferen-cia menor. Delante se colocaba un barreño conagua para que el alfarero tuviera siempre las ma-nos mojadas para moldear el barro suavemente.Puesta la pella sobre la cabeza de la rueda, se ibamoldeando el tajo, media teja invertida, quedan-do una cabeza de barro para continuarla cuandose finalizaba lo fabricado y tuviera consistencia.El boquinero, casi siempre un zagal y a veces elmismo pisador, sacaba el tajo al aire, colocándolosobre el mantillo con suelo arenado; si hacía mu-cho viento, se arropaban los tajos restantes concintas de esparto para que la cabeza no se endu-reciera demasiado y fuera difícil de labrar. Cuan-do se terminaba la tarea: unas quinientas tejasdobles, o sea un millar de tejas simples, se ibanmetiendo en el obrador los tajos cerca de la rueday al alcance del maestro. El boquinero volvía a sutrabajo sacando ahora las tejas completas paraque se fueran oreando. Cuando el maestro locreía conveniente, siempre antes de que se secaseen demasía, con una cuchilla le daba dos cortes ala teja uno frente al otro para obtener dos piezasiguales. Cuando la teja se había secado totalmen-te, se le daba un golpe con una canilla de hueso yse abría en dos, quedando preparada para su coc-ción en el horno.

Como se dijo más arriba la teja iba siempre enel horno sobre una o dos dagas de ladrillos que sehabían colocado en filas horizontales y en sentidovertical. La teja más ancha se denominaba canalque es una teja más combada y la más estrecharoblón, la que cubre la unión de dos canales jun-tas y que forma el lomo de los tejados. Hay otraclase de teja llamada alajada que era algo másancha que la normal, y que cuando estaba toda-vía fresca, se estrechaba lateralmente aplas-tándola, resultando una canal más ancha pordonde discurren las aguas del tejado.

El cántaro y otros cacharros de barro como lasmacetas, lebrillos, morteros, se hacían general-mente de barro de greda y su proceso de fabrica-ción se modificaba de unos a otros. El cántaro,por ejemplo, tenía un proceso de fabricación muyparecido a la teja, aunque con sus variaciones. Elbarro se preparaba de igual forma que para la te-ja, pisando una y otra vez el pisador lo ponía mol-

deable por completo. En el pellero se volvía aamasar y de allí lo iba retirando el maestro derueda. Sobre la pella se elaboraba la parte bajadel cántaro cerrando el asiento completamente.Una vez creado el tajo, volvía al obrador y elmaestro lo invertía trabajando sobre la cabezadel barro el resto finalizando con la boca del cántaro, que podía ser ancha o estrecha. Hasta queel cántaro no se había terminado, sobre todo porla boca, no se le colocaban las asas, tomando untrozo de barro que se alisaba y alargaba con lasmanos y se pegaba primero en la boca, se estira-ba el barro y se pegaba sobre la parte superior dela panza del cántaro.

La producción de macetas, lebrillos se hacíaen el tajo. Se fabricaba con pellas de barro, arci-lla y sobre todo, greda, de una sola vez y se sepa-raba de la cabeza de la rueda cortándolos por labase con un hilo fuerte y de igual forma los lebri-llos y morteros.

Las barrerías cantillaneras desaparecieronhacia los años setenta del pasado siglo, cuando laproducción artesanal se hizo inviable por antieco-nómica ante la competencia de la producción in-dustrial que empezaba a aflorar. Aún es posiblever los restos de antiguos hornos, mudos testigosde un pasado artesanal ya desaparecido, conver-tidos ahora en desordenados amasijos de ladrillosque, dentro de poco nadie sabrá a qué se dedica-ban en otro tiempo.

NOTAS:

(1) Cenadal.

(2) BONSOR, Jorge: Los pueblos antiguos del Guadalquivir y

las Alfarerías romanas, Madrid, Tipografía de M. Tello, 1902,

Separata de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.

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En los años 1975 y 1976, el inglés Mark Gimson setrasladó al Noroeste de España para estudiar el ances-tral mundo de la vivienda del ámbito celta que teníaconstatado en Irlanda, en el corazón de Gran Bretaña ypor las tierras de la Bretaña francesa.

Después de un largo recorrido se centró en los An-cares gallegos. Su xobra, breve, densa y concentrada,hace una incursión por las técnicas, materiales, formas,usos o expansión territorial de las pallozas; uno de loselementos que más le impresionó fue el techo, el techode paja (1).

Pero la arquitectura popular de cubiertas de paja noestá adscrita a una sola zona geográfica; ha traspasadoterritorios y ha resistido el nacimiento y la muerte deedades históricas (2).

Esta arquitectura se encuentra hoy día en una duraencrucijada: países como Irlanda, Gran Bretaña, Polo-nia, Dinamarca... la cuidan, la renuevan, la restauran.

Pequeñas ciudades, poblados en medio del aprovechadocampo, casas aisladas de granjas y extensos pastiza-les… muestran sus tejados de paja; se observa un extra-ordinario mimo, una especie de orgullo innato y una au-sencia total de vergüenza por vivir en una vivienda así;esas viviendas ofrecen por dentro las comodidadesesenciales de nuestra cultura. Países como Inglaterra es-tán en cabeza de los profundos cambios que han revolu-cionado la Humanidad en los últimos trescientos años,pero no han destruído uno de los símbolos más caracte-rísticos de su memoria histórica, las cumbreras de paja.¡Al contrario! La cultura de todo un pueblo preserva lascasas o las construcciones de remates de paja como pre-serva las catedrales de Durham, Salisbury o Wells, por-que son todo un símbolo del recuerdo viviente del pasa-do; de sobriedad, de serenidad y de belleza; de enraiza-miento con la tierra y de comunión con la naturaleza.

Una cumbrera de paja se enmarca en el paisaje, vivede él, nace de él y le pone un sello indiscutible.

Nuestros antepasados conocían muy bien las cuali-dades de un material realmente endeble, pero que traba-jado y cuidado, ofrecía las soluciones idóneas en aque-llas tierras de difícil manejo de la pizarra o de la teja.

La paja era de centeno en un alto porcentaje. Y elcenteno era un cultivo esencial en la vida y en las tie-rras de nuestros mayores. De la paja del centeno se ex-traía una gran gama de utilidades: remates de corozas–el impermeable de juncos del campesino–; mantas pa-ra las vacas y para las caballerías; cestos; envolvedoresde recipientes de vidrio; cama para las albardas, camapara las cuadras, mullidos para lechos y cunas; antor-chas para las idas y venidas nocturnas de las ferias; ha-ces para chamuscar el cerdo después de desangrado yhasta lengüetas de pitos. Y por supuesto, la materia pri-ma del entramado de las cubiertas de viviendas, pajares,molinos, cobertizos...

Nuestros antepasados sabían muy bien que un techode paja da salida al humo, y el humo mata los bichos;mantiene el calor interno, es un buen aislante, evita lasgoteras porque la lluvia resbala mansamente, que a suvez la conserva flexible y húmeda, que hace que el fue-go prenda con dificultad en condiciones normales (3);el viento roza pero no penetra. La paja es un materialflexible para las construcciones populares, se acomodafácilmente a la madera y se enlaza suavemente a otrosmateriales como las escobas, el brezo, o las varas de ro-bles, de abedules o de alisos; las manijas de paja cierrany atan fuertes tirantes de robles o de castaños. La paja

CONSTRUCCIONES DE TECHO DE PAJA: PERVIVENCIA YDESTRUCCIÓN

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Ángel Cerrato Álvarez

Conservación de cubiertas de paja. PORLOCK. Pequeña villa in-glesa (S.E.)

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se adapta, por fin, y muy bien, a todas las formas geo-métricas que pueda adquirir la vivienda: circulares,ovaladas, rectangulares...

Un techo de paja encuadra perfectamente con la pie-dra y la madera, los materiales constructivos primariosque el hombre encontró. Tampoco extraña en paredesde ladrillo y confiere una añeja textura a paredes enca-ladas de blanco, como pueden contemplarse a lo largode toda la geografía inglesa. Las viviendas de techos depaja no admiten balcones, y si los hay, son un añadidomoderno.

La paja de centeno destinada a los tejados había quecuidarla en la siega, en el acarreo, en la maja y en el ha-cinamiento, y conservarla en lugares frescos y relativa-mente húmedos.

Se sabía muy bien que esas ventajas había que pa-garlas, porque había que renovar cada dos años las zo-nas más expuestas a los vientos, al sol o a las fuerteslluvias y cada diez años había que rehacer toda la obra(4). En los pueblos exitían especialistas de estos monta-jes. Toda una técnica y todo un arte que aún puedenverse al natural por el corazón de Inglaterra; toda unaancestral sabiduría que no desprecian.

También sabían que un techo de paja daba proble-mas serios: el primero era el peligro de incendio en de-terminadas ocasiones, hasta tal punto que pajares o cua-dras, las construcciones típicas de cubiertas de paja, seedificaban a las afueras del núcleo habitado, soluciónque aún puede observarse por pueblos de la Cabrera le-onesa. Los fuertes vientos podían arrancar de cuajo elentramado. Otro problema era la vigilancia constante, yla conservación y renovación citadas.

La Península Ibérica posee un rico y extenso patri-monio; el Norte de la Península fueron tierras privile-

giadas: el Somiedo de Asturias; el Cebreiro de Lugo;Los Ancares, el Incio y el Caurel en el extremo orientalde Orense; por estas tierras existieron “los altos tejadoscónicos de paja... de las antiquísimas pallozas” (5), masla raia galaico-portuguesa; León, con “la Montaña Leo-nesa desde Riaño hasta el Bierzo y la Cabrera para al-canzar el interior de los Montes de León y la Maragate-ría, incluso La Cepeda...” (6) tierras del Pirineo, de mo-do especial el Pirineo aragonés; zonas montañosas delCentro; tierras del Sureste de España (7); las tierras delnorte del Duero portugués donde destaca el Gêrés, elBarroso o las tierras de Bouro..., todas ofrecieron en sumomento el espectáculo de poblados enteros que hubie-ran hecho las delicias actuales de la cultura inglesa o delos pueblos escandinavos. ¡Pero aquí, somos diferentes!Aquí se optó por otra salida de la encrucijada.

Hasta hace unos 20 años, en tierras como el Cebrei-ro, los Ancares, las Cabreras leonesas, el Sur de Galiciao el Norte de Portugal, muchas de las viviendas, paja-res, cuadras, cobertizos, molinos, fraguas, hórreos, ca-bazos, batanes, aserraderos movidos por la fuerza delagua o chozos..., estaban pobladas de techumbres de pa-ja. Hoy día desaparecen. Y si algunas quedan se debe ala actuación de los poderes públicos en zonas concretas,escasas (8), y sobre un número reducido de construccio-nes. La gran parte están en un muy seguro e irreversibleproceso de extinción.

Por la Cabrera leonesa existen pueblos que hasta ha-ce menos de 20 años aún se esforzaban por conservar,cuidar y restaurar las techumbres de paja. Un caso ex-cepcional son los hermosos pajares de las afueras de Vi-llar del Monte, todo un espectáculo de belleza sosegada,recia, compenetrada con la soberbia naturaleza del en-torno; parecen nacidos de las entrañas de la misma tie-rra. Todo un monumento popular de los siglos pasados.Pero en los últimos años envejecen y se deterioran. Esun conjunto fuera de lo común que debiera de transmi-

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Cubierta de paja en plena comunión con la naturaleza.EXMOOR. S.E. de Inglaterra.

Conservación de cubiertas de paja. AVEBURY. Centro de Inglaterra.

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tirse a las generaciones futuras como ejemplo de memo-ria histórica de una tierra excepcional.

Cuando se regresa de la visita de otros países, en micaso de Inglaterra, se vuelven los ojos y se toma nota deunas tierras y de una poderosa cultura científica e inves-tigadora que se enorgullece de un símbolo vital de supasado: una vivienda de techo de paja.

La arquitectura de cumbreras de paja que cubrió am-plios espacios de la Península Ibérica, que se utilizó portan extensas bandas y superficies de toda la tierra, quese cita como una de las primeras soluciones en el largoproceso evolutivo de la humanidad, y en general la ar-quitectura popular, encierra valores profundos que hayque proteger como un potente legado patrimonial denuestra cultura. Los que hemos dedicado nuestra vida ala enseñanza sabemos que delante de una palloza de losAncares, de un pajar de Villar del Monte, de una vivien-da de Somiedo a cuyas puertas se sienta un matrimoniocalzado con almadreñas, de un batán, o de un aserrade-ro del sur de Galicia o del norte de Portugal movido porla fuerza del agua; de un cottageinglés o irlandés..., de-lante de un solo edificio puede hacerse un largo recorri-do por el pasado y por la vida global de las comunida-

des y generaciones que nacieron y murieron a los piesde las humildes construcciones de cubiertas de paja

Porque la arquitectura popular es todo un proceso deantiguos asentamientos, es el espejo de todo un trabajode la tierra y de sus cultivos, de adaptación a los mate-riales concretos de cada hábitat y de la adaptación queimpone la orografía de cada territorio.

Se está convirtiendo en una verdad incuestionable,el hecho de citar la sobria belleza de la arquitectura po-pular, las elementales e inteligentes soluciones arquitec-tónicas, la parquedad de los materiales, la adaptaciónbásica a las funciones del trabajo, al cuidado de los ani-males, o a las necesidades comunitarias.

En nuestro caso concreto demuestra una sabiduríafuera de lo común en el tratamiento de un material tandébil: la paja. A la paja destinada para cubrir las te-chumbres se la mima desde que se siega, se acarrea, semaja, se recoge en haces, se almacena y se conserva. Elmontaje de la cumbrera, ciertas filigranas de adorno, elremate final en construcciones determinadas, demues-tra, como se dijo ya, una ciencia y una técnica que no

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Conservación de lo que aún existe. VILLAR DEL MONTE

Conservación de lo que aún existe. CORPORALES

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estaba al alcance de todos. Añádase el cuidado y la re-novación periódica que imponían las inclemencias deltiempo.

Hay que hacer notar la adaptación y el complementocon otros materiales vegetales tan débiles y perecederoscomo el brezo, la escoba o simples y débiles ramas deárboles. Estos materiales llegaron a convertirse en parteesencial de la construcción.

Las techumbres de paja conllevan una gran sabidu-ría de lucha contra los elementos de la naturaleza: lalluvia, el viento, la nieve, el sol y la humedad comofuerzas externas; también soluciona el problema inter-no de la transpiración y de la comunicación con el exte-rior; ( 9 ) fuerzas y situaciones a las que han de dar res-puesta los materiales más modernos y sofisticados denuestros últimos inventos, que poseerán muchas virtu-des, pero tambien los efectos negativos de la radiacióno del cerramiento de la comunicación con la atmósferadel exterior.

Un techo de paja nos habla a voces de la comunióncon la Naturaleza, un valor en alza frente a la destruc-ción a la que la somete nuestro progreso desbocado. Elespectáculo de los bloques de Stonehenge, -patrimoniode la Humanidad-, el espectáculo de los descomunalesmegalitos de Avebury, ambos en el corazón de Inglate-rra, no serían tan redondos y completos si no estuviesenrodeados de casas habitadas de techumbres de paja.

El valor de la comunión con la Naturaleza se afianzamás desde que las mentes más claras comenzaron a lu-char por un desarrollo sostenible que respete la Tierra.

Estas construcciones, como toda la arquitectura delpueblo, nos hablan a voces de la Memoria Histórica, to-do un patrimonio de gentes humildes que susurra es-tructuras, materiales, lenguaje o relaciones familiares ysociales, que balbucea lucha, vida y muerte de genera-ciones y generaciones, ignoradas por los poderes oficia-

les, pero de las que había que echar mano para los im-puestos de sus arcas que pararían en la opulencia de pa-lacios, castillos, o sedes arzobispales. También habíaque echar mano de ellos para sus guerras de prestigio,de reparto de tierras o de zonas de negocios, y, curiosa-mente, para sus fabulosas edificaciones.

Es cierto que este poderoso patrimonio corre un se-rio peligro de desintegración irreversible. Y uno se pre-gunta ¡qué está ocurriendo! ¡Qué comportamientos denuestra sociedad son aquellos que vuelven los ojos ymiran de lado a un tan rico y extenso pasado de nuestrahistoria!

– Entre las pocas gentes concienciadas existe el con-senso aceptado de señalar con el dedo a los que estándetrás de negocios sin escrúpulos, de materiales, dise-ños o estructuras que tanto hieren determinados hábi-tats.

– Existe el tópico real de señalar con el dedo a unaadministración absentista y presionada por intereses po-líticos o crematísticos.

– Se apunta la ausencia de una legislación eficaz.Pero leyes, las hay, a nivel de Unión Europea, a nivel deEstado y a nivel de Comunidad Autónoma. Un Conde

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Desintegración y deterioro. PITOES DAS JUNIAS. (Portugal Norte)

Desintegración y deterioro. TRUCHAS

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Duque –s. XVII– o un Maura –s. XX– ya se quejaronde que “el problema no son las leyes; el problema esque nadie las cumple”.

– Se apunta también a la conciencia del nuevo ricoque desprecia su pasado (10).

– Existe toda una bien orquestada mentalidad de loscontravalores del pasado: decadencia, vejez, pobreza,atraso, estigmatización social y desprecio. Todo ellodesde la perspectiva de que nuestra sociedad actual hasuperado el tiempo de nuestros abuelos.

– Y a la sociedad indefensa, inteligentemente bom-bardeada para que olvide sus raíces, unas raíces sabia-mente dosificadas como anticuadas o vergonzantes. Seha de consumir, se ha de gastar, entonces, lo último delprogreso: materiales, formas, bienes interiores...

– No se puede olvidar que las condiciones materia-les obligaron a emigrar a muchos, hasta a generaciones,para buscar nuevas fuentes de vida, y que son el últimoeslabón de la cadena. Se abandonó el cultivo del cente-no y se olvidó el arte de cubrir los techos con paja.

Un pueblo culto y respetuoso con su poderoso patri-monio popular, que quiere alzarse a los niveles europe-os que nuestra sociedad exige, debe de superar la asig-natura pendiente de la conservación y transmisión del

legado del pasado del pueblo. Está en juego ese granpasado, una memoria histórica, una herencia muchasveces milenaria, una identidad, un arte, humilde, peroarte y ciencia; toda una lengua y toda una antropología.

Cuídese la formación en las escuelas, surjan asocia-ciones, manifiestos (11), o gentes particulares que vuel-ven a sus raíces, que por uno que destruya haya diezque restaure, cuando hoy es aún perfectamente al revés.Que la Administración salga de los despachos, que losdineros los administren en inversión de futuro respe-tuosa con el pasado, y que se hagan cumplir las leyes.Pero por encima de todo, creo humildemente, que el ca-mino más acertado es aquel que ya señaló Mark Gim-son, inglés, en su trabajo de hace casi treinta años: “re-estructuración –y recuperación– de las bases agrícolasde la zona. Entonces podría encontrar estabilidad lacultura total”.

NOTAS

(1) GIMSON, Mark: As pallozas. Ed. Galaxia, 1983. p. 7.

(2) GARCÍA GRINDA, J. L.: El Pajar. Cuaderno de Etnografía

Canaria. II Época. Nº 14. Abril 2003, pp. 81-82. El Pajar recoge

diversas ponencias de las V Jornadas de debate y estudio de ar-

tesanía. El encuentro internacional de las V Jornadas se dedicó

al tema monográfico de “las casas pajizas”. Se celebró en nov.

de 2002, en Pinolere, Orotava, Tenerife. Participaron represen-

tantes de España, África y América.

(3) GIMSON, Mark: O.c., p 68.

(4) GIMSON, Mark: O.c,. pp 41 -44.

(5) GIMSON, Mark: O.c,. p. 11

(6) GARCÍA GRINDA, J. L.: Revista de la Casa de León en

Madrid. Nº 356, p. 48. Misma cita, pero ampliada acerca del ma-

terial, construcciones, formas, transformaciones...: El Pajar. Cua-

derno de Etnografía Canaria, Nº 14, pp. 83 y ss. Abril 2003.

(7) SÁNCHEZ SANZ, M. E.: El Pajar... pp. 123-127. GARCÍA

GRINDA, J. L.: El Pajar... p. 81. SÁNCHEZ SANZ, M. E.: El Pa-

jar... pp. 95-104. CRUZ OROZCO, J.: El Pajar... pp 111-116.

(8) Ancares, Cebreiro y Baixa Limia.

(9) GIMSON, Mark: O.c. pp, 45 y 68.

(10) Técnica Manual del adobe. El Burgo Ranero, (León), 28

de Julio al 2 de Agosto, 2003, Centro de los Oficios de León. Jo-

nada de valoración del adobe, 27 de sept. 2.003 El Burgo Rane-

ro. El Centro de los Oficios de León se propone la conciencia-

ción y recuperación de un material, de unas formas, y de toda

una antropología tan característicos de determinados hábitats de

Castilla y León.

(11) Se hace referancia al Manifiesto del 27 -9- 03, del Grupo

de Urueña en defensa de la Arquitectura Popular y firmado por

26 expertos y profesionales de toda España. ( El Norte de Casti-

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Palloza en Xantes. M. Gimson - o.c. pág 30

Palloza grande en Suarbol. M. Gimson - o.c. pág 41

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lla, 28 de sept del 2003. El Mundo-Diario de Valladolid, 29 de

sept. del 2003).

BIBLIOGRAFÍA

GIMSON, Mark: As pallozas. Ed. Galaxia. 1.983

El Pajar. Cuadernos de Etnografía Canaria. Nº 14. Abril 2003. “Las

casas pajizas”

MARTÍN BENITO, F.: Arquitectura Tradicional de Castilla y León.

V. I-II. Junta de Castilla y León. Consejería de Medio Ambien-

te y Ordenación del Territorio 1998.

GARCÍA GRINDA, J. L.: Revista de la Casa de León en Madrid.

Nº 358, 1999.

El Norte de Castilla. 28 -Sept. 2003.

El Mundo-Diario de Valladolid. 29 -Sept. 2003.

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