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Mujer: cultura, identidad y salud mental (11) Women: culture, identity and mental health (11) A. GONZALEZ DE CHAVEZ RESUMEN El trabajo hace una pequeña revisión de las aportaciones de di- versas disciplinas científicas (antropología, mitología, sociología...) en torno a la condición y representación cultural de las mujeres, enfocando a continuación la conformación de la subjetividad fe- menina desde una aproximación psicoanalítica. Son analizados al- gunos aspectos de la relación madre-hija, las vivencias de la maternidad y la sexualidad, además de determinados conflictos y rasgos específicos que enmarcan los problemas de salud mental de las mujeres. PALABRAS CLAVE: Identidad femenina. Salud mental femenina. Maternidad. Sexualidad. Masoquismo. SUMMARY The paper includes a brief review of the contribution of several scientific disciplines (anthropology, mythology, sociology...) to the status and cultural representation of women, focussing next on the conformation of women subjetivity from a psychoanalitical point of view. Several aspects of mother-daughter relations, maternal and sexual experiences, as well as sorne of the conflictc and specific traits surrounding mental health in women, are described. KEY WüRDS: Women identity. Women mental health. Maternity. Sexuality. Masochism. APARTADO SEGUNDO: TRABAJO EMPIRICO La segunda parte de la investigación ha sido un trabajo empírico realizado sobre dos muestras de mujeres (enfermas y sanas). La orientación del estudio estuvo fundamentada en mi experiencia clínica y en los interrogantes planteados por ésta, que guardan estrecha relación con las áreas con- flictivas ya mencionadas en el apartado teórico. La investigación emprendida pretendía analizar, por una parte, los aspectos propiamente epidemiológicos comunes a todas las investigaciones de este tipo y, por otra, las temá- ticas relacionadas con las características específicas de las m u- jeres. Los objetivos de este trabajo empírico han estado orientados a poner de manifiesto, cuantitativa y cualitativa- mente, aquellos aspectos femeninos que parecen más pro- blematizados y la etiología de su mayor acentuación en las mujeres que se enferman. Correspondencia: Asunción González de Chávez. Los Martínez de Esco- bar, 68. Atico. 35007 Las Palmas de Gran Canaria. Fecha de recepción: 31-1-92. Fecha de aceptación: 6-2-92. Para ello, he tratado de recabar datos en torno a la tradi- cionalmente reconocida ambivalencia en la relación madre- hija, indagando sobre las dificultades en la identificación y la evolución de esta relación a lo largo de la vida, centrán- dome especialmente en el momento de la maternidad y en las experiencias y sentimientos vinculados a ella. En lo atinente a la sexualidad, mi interés ha estado dirigi- do a ahondar en las vivencias femeninas respecto a todo lo que atañe al autoerotismo y las relaciones sexuales: los sen- timientos más frecuentes en torno a éstas, el tipo de contac- tos preferidos y el nivel de satisfacción experimentado. Mi propósito, al estudiar esta cuestión, ha sido intentar averi- guar las consecuencias que se derivan en las mujeres de las restricciones que la Doble Moral sexual ha impuesto sobre ellas y, escrutar qué podría inferirse, a partir de los datos re- cabados, en torno a una especificidad en el modo en que las mujeres viven la sexualidad. En relación a la agresividad, traté de indagar varios aspec- tos: sobre quienes recaía ésta principalmente: si era mani- festada de modo activo o pasivo, directa o indirectamente; cuáles eran las consecuencias internas de su expresión. Asi- mismo, quería averiguar si era frecuente en las mujeres la autoafirmación en áreas ajenas al rol maternal. La relación habida en la infancia con los padres y el grado de paridad, satisfacción y/o demandas expresadas en la vi- da de pareja han sido otros tantos temas sobre los que me he interesado, así como el nivel de autoestima, la existencia o no de somatizaciones o sentimientos depresivos y, natu- ralmente, los diagnósticos atribuidos a las mujeres enfermas, además de los datos epidemiológicos habituales en todas las investigaciones. 1. Formulación de hipótesis 1.1. La hipótesis de partida con que he iniciado esta in- vestigación es que, en algunos aspectos y experiencias cla- ves de la identidad femenina, no existe una neta línea divisoria entre mujeres sanas y enfermas, sino, más bien, una línea curva difusa que alcanza sus puntos extremos en mu- jeres llamadas sanas y enfermas respectivamente, pero que acomuna a un conjunto de ambas con características y ex- periencias similares entre sí. Si bien el reducido tamaño de las muestras, especialmente la de las sanas, no permite hacer extrapolaciones al conjunto de la población femenina, los datos recabados pueden ser orien- tativos en torno a la idoneidad de la hipótesis que se planteó. 104 20

Mujer: cultura, identidad y salud mental (II) · adaptados a las normas. Por otra, una mayor dificultad para ... El inventario de depresión de Beck. 3.1.4.4. La Escala de Zung para

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Mujer: cultura, identidad y salud mental (11)

Women: culture, identity and mental health (11)

A. GONZALEZ DE CHAVEZ

RESUMEN

El trabajo hace una pequeña revisión de las aportaciones de di­versas disciplinas científicas (antropología, mitología, sociología... ) en torno a la condición y representación cultural de las mujeres, enfocando a continuación la conformación de la subjetividad fe­menina desde una aproximación psicoanalítica. Son analizados al­gunos aspectos de la relación madre-hija, las vivencias de la maternidad y la sexualidad, además de determinados conflictos y rasgos específicos que enmarcan los problemas de salud mental de las mujeres.

PALABRAS CLAVE: Identidad femenina. Salud mental femenina. Maternidad. Sexualidad. Masoquismo.

SUMMARY

The paper includes a brief review of the contribution of several scientific disciplines (anthropology, mythology, sociology... ) to the status and cultural representation of women, focussing next on the conformation of women subjetivity from a psychoanalitical point of view. Several aspects of mother-daughter relations, maternal and sexual experiences, as well as sorne of the conflictc and specific traits surrounding mental health in women, are described.

KEY WüRDS: Women identity. Women mental health. Maternity. Sexuality. Masochism.

APARTADO SEGUNDO: TRABAJO EMPIRICO

La segunda parte de la investigación ha sido un trabajo empírico realizado sobre dos muestras de mujeres (enfermas y sanas). La orientación del estudio estuvo fundamentada en mi experiencia clínica y en los interrogantes planteados por ésta, que guardan estrecha relación con las áreas con­flictivas ya mencionadas en el apartado teórico.

La investigación emprendida pretendía analizar, por una parte, los aspectos propiamente epidemiológicos comunes a todas las investigaciones de este tipo y, por otra, las temá­ticas relacionadas con las características específicas de las mu­jeres. Los objetivos de este trabajo empírico han estado orientados a poner de manifiesto, cuantitativa y cualitativa­mente, aquellos aspectos femeninos que parecen más pro­blematizados y la etiología de su mayor acentuación en las mujeres que se enferman.

Correspondencia: Asunción González de Chávez. Los Martínez de Esco­bar, 68. Atico. 35007 Las Palmas de Gran Canaria.

Fecha de recepción: 31-1-92. Fecha de aceptación: 6-2-92.

Para ello, he tratado de recabar datos en torno a la tradi­cionalmente reconocida ambivalencia en la relación madre­hija, indagando sobre las dificultades en la identificación y la evolución de esta relación a lo largo de la vida, centrán­dome especialmente en el momento de la maternidad y en las experiencias y sentimientos vinculados a ella.

En lo atinente a la sexualidad, mi interés ha estado dirigi­do a ahondar en las vivencias femeninas respecto a todo lo que atañe al autoerotismo y las relaciones sexuales: los sen­timientos más frecuentes en torno a éstas, el tipo de contac­tos preferidos y el nivel de satisfacción experimentado. Mi propósito, al estudiar esta cuestión, ha sido intentar averi­guar las consecuencias que se derivan en las mujeres de las restricciones que la Doble Moral sexual ha impuesto sobre ellas y, escrutar qué podría inferirse, a partir de los datos re­cabados, en torno a una especificidad en el modo en que las mujeres viven la sexualidad.

En relación a la agresividad, traté de indagar varios aspec­tos: sobre quienes recaía ésta principalmente: si era mani­festada de modo activo o pasivo, directa o indirectamente; cuáles eran las consecuencias internas de su expresión. Asi­mismo, quería averiguar si era frecuente en las mujeres la autoafirmación en áreas ajenas al rol maternal.

La relación habida en la infancia con los padres y el grado de paridad, satisfacción y/o demandas expresadas en la vi­da de pareja han sido otros tantos temas sobre los que me he interesado, así como el nivel de autoestima, la existencia o no de somatizaciones o sentimientos depresivos y, natu­ralmente, los diagnósticos atribuidos a las mujeres enfermas, además de los datos epidemiológicos habituales en todas las investigaciones.

1. Formulación de hipótesis

1.1. La hipótesis de partida con que he iniciado esta in­vestigación es que, en algunos aspectos y experiencias cla­ves de la identidad femenina, no existe una neta línea divisoria entre mujeres sanas y enfermas, sino, más bien, una línea curva difusa que alcanza sus puntos extremos en mu­jeres llamadas sanas y enfermas respectivamente, pero que acomuna a un conjunto de ambas con características y ex­periencias similares entre sí.

Si bien el reducido tamaño de las muestras, especialmente la de las sanas, no permite hacer extrapolaciones al conjunto de la población femenina, los datos recabados sí pueden ser orien­tativos en torno a la idoneidad de la hipótesis que se planteó.

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1.2. Las hipótesis subsidiarias, derivadas de la hipótesis cen­tral, estarían fundamentadas en la presunción de que deben darse algunas vivencias mucho más conflictuadas en algu­nas mujeres, las cuales condicionarían profundamente tan­to el desarrollo de su identidad como su específica posterior morbilidad psiquiátrica.

Tales áreas conflictivas especialmente acentuadas serían las que conformarían en las pacientes psiquiátricas, por una par­te, unos mecanismos defensivos mucho más rígidamente adaptados a las normas. Por otra, una mayor dificultad para la sublimación, lo que les impediría acceder a sistemas com­pensatorios con que paliar su insatisfacción (relaciones ex­trafamiliares, actividades culturales ... ); o bloquearía gratificaciones narcisistas, sea en el terreno de lo femenino (la maternidad...), sea en el de la autoafirmación social, te­rreno considerado hasta ahora "masculino" (estudios, trabajo... ).

2. Tipos de muestras utilizadas

Para ser llevado a cabo este trabajo empírico se procedió a la selección de tres muestras. Una primera muestra gran­de, denominada A, de 150 sujetos (mujeres psiquiatrizadas: que acudieron por primera vez a la consulta psiquiátrica am­bulatorial del Hospital Insular de Las Palmas de Gran Cana­ria), de las que se extrajo al azar una segunda muestra pequeña, denominada B, de 30 sujetos. Y por último, una tercera, muestra C, que constituye el grupo de control, for­mada por 30 mujeres que nunca habían recibido tratamien­to psiquiátrico y que en el Indice de Langner obtuvieron una puntuación que indicó una salud psíquica buena.

3. Metodología

3.1. Instrumentos de medidas

La recogida de datos se llevó a efecto a través de diferen­tes procedimientos:

3.1.1. Una encuesta epidemiológica (C.P.S.Z.: Cuestiona­rio Psicosocial Zaragoza, 1974) ya aplicada en otros estudios realizados en dicha provincia, pero con algunas variaciones derivadas de la diversidad geográfica de nuestro medio (la insularidad, fundamentalmente). Dicha encuesta fue aplica­da a la totalidadde las mujeres entrevistadas, es decir, a las dos muestras de sanas y enfermas. El grupo de las pacientes (150) poseyó, además, un diagnóstico, asignado en el servi­cio de Psiquiatría, así como el motivo de la consulta expli­citado.

3.1.2. Un cuestionario preparado "ad hoc", también apli­cado a la totalidad de las mujeres, que profundizaba en tres aspectos considerados por mí claves en la formación de la identidad femenina: La relación madre-hija; las vivencias so­bre la sexualidad infantil y adulta; el manejo de la agresivi­dad y su relación con el desarrollo de actividades extrafamiliares de tipo autorrealizativo o placentero (cultura­les, deportivas... ).

3.1.3. Un segundo cuestionario, aplicado exclusivamente

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a las dos muestras pequeñas (30 pacientes y 30 sanas), fue diseñado para tratar los siguientes temas: la maternidad; las relaciones familiares infantiles; las vivencias en torno al pro­pio cuerpo; la relación de pareja.

3.1.4. Diferentes pruebas psicotécnicas destinadas a me­dir el estado depresivo y el nivel de salud psíquica.

3.1.4.1. Las listas autodescriptivas DACL, formas E, F, G. 3.1.4.2. El inventario de reacciones personales de Marlo­

we & Crowne. 3.1.4.3. El inventario de depresión de Beck. 3.1.4.4. La Escala de Zung para medir estados depresivos. 3.1.4.5. La Escala de Salud de Langner. 3.1.5. Una entrevista en profundidad llevada a cabo con

las dos muestras pequeñas (30 pacientes y 30 sanas).

3.2. Tratamiento estadístico de los datos

3.2.1. Se ha hecho un análisis de frecuencia, así como ta­blas de contingencia, con el correspondiente contraste de la chi-cuadrado, para determinar la independencia o no de las características en estudio.

Por una parte se comparó la muestra de 150 enfermas (A) con la muestra de las 30 sanas (C). Por otra, los grupos com­parados entre sí fueron los correspondientes a la muestra pe­queña de enfermas (B) con la muestra de sanas (C).

3.2.2. Se llevó a cabo un análisis de Cluster (Análisis de Conglomerado), entre las muestras B y C. Este método es­tablece, en un espacio multidimensional de variables, el gra­do de proximidad o alejamiento entre las mismas y agrupa las variables en función del grado de similaridad hallado.

3.2.3. Se realizó, en las muestras B y C, un análisis de va­rianza aplicable a muestras no paramétricas, no sujetas a dis­tribución: el test de Kruskal-Wallis.

3.2.4. Se llevó a cabo un Test de comparación de la T de Student para muestras independientes en torno a cinco de los test aplicados: la escala de deseabilidad social de Crow­ne y Marlowe, el inventario de depresión de Beck, las 3 lis­tas autodescriptivas: DACL E, DACL F, DACL G.

3.2.5. Se realizó un análisis factorial utilizando una Rota­ción Oblicua, con los cinco test anteriores.

CONCLUSIONES GENERALES Y COMENTARIOS FINALES

COMENTARIO SOBRE LOS RESULTADOS

Enumeraré los resultados siguiendo el orden planteado en el capítulo de la metodología, pero iré haciendo incursiones en otros temas, para ilustrar mejor los datos obtenidos, e igualmente los enriqueceré con la información recabada en las entrevistas.

1. La relación madre-hija

1.1. Las hijas describen a sus madres tal como se había aventurado que lo harían. Se esperaba que ello fuera así con

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base tanto en la propia experiencia clínica, como en otros trabajos precedentes, llevados a cabo por la autora de esta investigación, con mujeres jóvenes no enfermas.

Por una parte, en aproximadamente dos tercios de ambas muestras las hijas definen a sus madres como autoritarias y exigentes, llegando casi a alcanzar el 75% quienes la descri­ben como controladoras. Las diferencias entre enfermas y sanas en relación a esta cuestión son prácticamente inexis­tentes.

Por otra parte, las madres son descritas como frustradas, sufridas y sometidas por alrededor del 70% de las mujeres enfermas y por casi el 60% de las sanas. Además, la mitad de las mujeres que habían opinado en torno a la satisfacción sexual de sus padres, creían que su madre había tenido una vida sexual insatisfactoria.

Simultáneamente, aproximadamente un 70% de las en­fermas y un 85% de las sanas describían a su madre como fuerte y cariñosa.

Además, recabando una diferencia significativa entre sa­nas y enfermas, las madres de estas últimas eran definidas como culpabilizadoras por alrededor de un 50 % de entre ellas, mientras las sanas la describían así solo en un 24%.

1.2. Como también se suponía y es predecible al observar los resultados precedentes, las hijas no desean vivir el tipo de vida que su madre vivió (el 83% y el 96%, respectiva­mente, de las muestras de enfermas y sanas) y de modo es­tadísticamente significativo las enfermas desearían cambiar en su propia vida muchos más aspectos (el 53% afirma que todos) de la vida de sus madres, a la vez que mostraban más rechazo hacia el comportamiento materno.

Ello concuerda con lo apuntado por diversas autoras (Rich, 1976; Arcana, 1979; Grassi, 1979; Lombardi, 1988) en tor­no a esta cuestión, hecho que, como mencionamos más arri­ba, Rich denominó "matrofobia".

Sin embargo, a pesar de esos datos, casi dos tercios de ambas muestras (algo menos entre las enfermas) desearían imitar de sus madres su entrega y sacrificio, su fortaleza y el ser tan cariñosas como ellas.

1.3. Respecto a la relación con la madre a raíz de la pro­pia maternidad, se predecía que tendría lugar un mayor acer­camiento entre madre e hija. Los resultados confirmaron esta hipótesis parcialmente pues pudo constatarse, señalando una diferencia estadísticamente significativa, que, por el contra­rio, en torno al 40% de las enfermas se distanciaban más, mientras el resto (en torno al 60%) de entre éstas y el 90% de las sanas tenían un mayor acercamiento.

Ello también apoya lo apuntado, en su doble vertiente, por otros autores, pues, por una parte, Kitzinger (1978) y Fis­cher (1981) afirmaban que la maternidad era el momento de mayor acercamiento de las hijas con sus madres, mien­tras Berti (1981) sostenía que este hecho no era homogé­neo y que se daba una mayor conflictividad cuando las hijas eran más jóvenes, porque entonces necesitaban más autoa­firmarse en su nuevo rol.

A su vez, las enfermas que se distanciaban de sus madres a raíz de su propia maternidad, aludían a sentimientos de abandono, dependencia y rivalidad frente a éstas, lo que re­mite a las aportaciones de otras autoras (Langer, 1951; Soi­fer, 1971; Pascale Langer, 1985...) en torno al hecho de que

en la maternidad se reviven todas las fases y conflictos pre­cedentes vivenciados con la madre en las fases preedípica y edípica.

Esta reseña de los resultados es muy ilustrativa de cuánto se ha analizado en torno a la ambivalencia en la relación madre-hija y la conflictividad que subyace a ella, a la vez que destaca ese papel materno de "castrada-castrante": la ma­dre es definida como una mujer sufrida, insatisfecha y so­metida, pero, a la vez, como autoritaria, exigente y controladora respecto a sus hijas. Ello remite a cuanto se ha apuntado en el apartado teórico en relación a varios temas.

Por una parte, reenvía al hecho de que las madres com­pensan con su poder en el interior de la casa y, sobre todo, en su papel respecto a las hijas, su extrañación de cualquier otra forma de poder o incluso sus propias necesidades in­fantiles de autoafirmación y dominio, las cuales, probable­mente, no fueron resueltas entonces, ni tienen, en la vida adulta, otra vía de sublimación o compensación.

En relación a esta cuestión, ambos grupos de mujeres se­ñalaban a su madre como aquella que tenía mayor peso en la familia y también como la que les castigaba más, en un porcentaje que duplicaba a quienes señalaban al padre en el mismo sentido, aunque, sin embargo, éste era el más te­mido de los dos. Ello nos presenta a la madre como gestora de la vida cotidiana y, en muchos casos, como mediadora de la autoridad paterna, si bien un buen número de mujeres enfermas (45%) vivían a ésta como la más poderosa en ab­soluto (casi el doble respecto a las sanas).

Por otra parte, la descripción del comportamiento mater­no remite a esa función, adjudicada a la madre, de "mode­lar" a la hija de acuerdo a unos determinados valores, que pretenden inhibir en ella los deseos de autonomía, la autoa­firmación y los deseos sexuales, para conformarla a esa ima­gen de mujer-madre disponible, oblativa y asexuada que se ha pretendido siempre de la mujer. No casualmente, como relataban muchas mujeres en las entrevistas, buena parte del control materno está orientado a vigilar-reprimir la sexuali­dad de las hijas, lo que, como señala Lombardi (1988), es una de sus principales funciones.

Por último, las características de autoritaria, exigente, con­troladora, revelan, por sí mismas, esa ambivalencia intrínse­ca de la relación madre-hija, a través de la cual las madres canalizan los sentimientos hostiles hacia el propio sexo (la propia madre... ) y su sometimiento a la Norma masculina. al Deseo de los hombres, cuya identidad protegen y sobre­valoran al eximir a los hijos varones de muchas de las exi­gencias y controles a las que, por el contrario, someten a las hijas.

En las entrevistas, muchas mujeres relataban que solo a ellas se les demandaba la participación o, incluso, en algu­nos casos, la casi total responsabilización de las tareas do­mésticas, mientras los varones eran eximidos completamente. a la vez que también se les concedía a ellos mucha mayor libertad. Aún más, algunas mujeres confesaron que estaban repitiendo con sus propias hijas el trato desigual y discrimi­natorio que ellas mismas habían sufrido de manos de su pro­pia madre.

Otra interesante cuestión que también emerge de estos da­tos es la relacionada con el deseo, expresado por muchas

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hijas, de imitar las tradicionales "cualidades" maternas: la ca­pacidad de sacrificio, la entrega, la fortaleza, la afectuosidad. Es esta una manifestación de la escisión (la mistificación) que se lleva a cabo con la figura de la madre, cuya vida parece insatisfactoria y frustrante, pero cuyos "valores" oblativos son exaltados, en cuanto son los preconizados por el Ideal (la mística) de la maternidad, sin percibir que es, precisamente, la autorrenuncia que subyace en esos comportamientos la que ha generado su frustración.

Esta escisión materna, este Ideal maternal mistificatorio, es hecho posible en cuanto la imagen de la madre también posee connotaciones positivas (ser cariñosa y fuerte), lo que favorece la interiorización de este tipo de exigencias con res­pecto al propio (ideal de) comportamiento como madre.

Con esta descripción y comentario he pretendido eviden­ciar que el Deseo del hombre atraviesa la relación madre­hija: El Deseo de Madre masculino ha encomendado a cada madre a preparar a su hija como sucesora, heredera de sus funciones, entre ellas, de modo esencial, la del maternaje del hombre.

La conformación de la hija como una futura mujer-madre presupone la eliminación de todo aquello que no se ajuste a ese modelo. La madre quedaría responsabilizada de coar­tar todos los intentos de rebelión de la hija, sus ansias de auto­nomía, su deseo sexual, a la par que ella se propone como patrón del comportamiento femenino, como modelo al que imitar y con el que identificarse.

Pero los aspectos negativos maternos suelen quedar ocul­tados tras la imagen magnificada de gran Madre entregada a sus hijos. De este modo, el modelo materno queda inte­riorizado como Ideal del yo, marcando indeleblemente la fu­tura identidad femenina y, de modo especial, la experiencia de la maternidad.

Este ideal materno va transmitiéndose de madres a hijas, constituyendo un pilar básico en la estructura psíquica feme­nina y contribuyendo, de modo esencial, a la inmutabilidad de la alienación de las mujeres.

Los resultados recabados en el trabajo empírico en torno a esta cuestión son muy ilustrativos y confirman casi todas las hipótesis de las que se había partido al diseñar el cuestio­nario. Las mujeres sanas y las enfermas describen de modo bastante semejante a sus madres y la evolución de la rela­ción con ella. Solo puede destacarse como rasgo diferencial que las mujeres enfermas, en comparación con las sanas, definen a su madre como más culpabilizadora y más frustra­da y, además, un buen porcentaje de ellas se distancian más de la madre a raíz de la propia maternidad.

Ello podría apuntar hacia la existencia de una mayor am­bivalencia por parte de las mujeres enfermas, a la vez que puede ayudar a comprender mejor la omnipresencia de la culpa en las formas psicopatológicas "femeninas".

2. La sexualidad

2.1. Las hipótesis sustentadas en este primer apartado ver­saban en torno a aquellas actividades cuya no realización es­taría aludiendo a una (auto)censura en las mujeres en todo lo relativo a la sexualidad.

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En relación a la masturbación, el 70% de las enfermas y el 93% de las sanas afirmó que no se masturbaban.

Respecto al acatamiento a la prescripción de la virginidad. un 52% de las enfermas y un 75% de las sanas llegaron vír­genes al matrimonio. Además, de las que mantuvieron rela­ciones antes de casarse, el 70% y el 75% respectivamente. realizaron el coito con el que después fue su marido.

En relación al respeto a la norma de la monogamia. un 75% de las enfermas y un 80% de las sanas afirman que. a lo largo de su vida, han mantenido relaciones sexuales con un solo hombre.

2.2. En relación a las vivencias de la sexualidad, en las que se esperaba hallar muchas respuestas de tipo negativo. un 72% de las enfermas y un 58% de las sanas aludían al pri­mer coito con sentimientos que expresaban temor, disgusto. indiferencia, asco, vergüenza y culpa. De entre éstos, mayor número de enfermas escogían los que denotaban un mayor rechazo.

Además, un 73% de las enfermas y un 50% de las sanas describen su vida sexual como medianamente, poco o nada satisfactoria.

2.3. Respecto a la satisfacción orgásmica. un 29% de las enfermas y un 38% las sanas alcanza siempre el orgasmo. un 55% y un 34% no lo alcanza nunca o solo algunas ve­ces. Las restantes lo logran con frecuencia.

En relación a las actividades preferidas, ambas muestras dan respuestas semejantes: los besos y caricias corporales son escogidas como las preferidas, seguidas de las caricias y be­sos genitales. La penetración es escogida en el último lugar de preferencia.

Los datos en relación a estas cuestiones concuerdan. en cierta medida, con lo que se esperaba hallar, si bien se pre­sumía que habría entre las muestras una mayor diferencia de la que ha sido recabada. En este sentido, las respuestas han sido sorprendentes.

2.4. En cuanto al grado de decisión o de voluntad propia a la hora de mantener relaciones sexuales, un 48% de las enfermas y un 30% de las sanas afirmaban que hacían el amor presionadas por su pareja siempre, algunas veces o fre­cuentemente.

Aunque prácticamente no se recabaron diferencias esta­dísticamente significativas entre las muestras, las proporcio­nes se presentaban de modo cualitativamente inverso: más aspectos negativos entre las enfermas y más positivos entre las sanas. También, de modo paradójico, mayor número de enfermas desobedecían más las normas (se masturbaban más y respetaron menos las prescripciones de la virginidad y la monogamia), pero su nivel de satisfacción era menor.

Los resultados obtenidos en torno a toda esta temática po­nen de manifiesto que, a pesar de la liberalización de las cos­tumbres en lo atinente a la sexualidad, ello no ha significado para las mujeres (al menos las de estas dos poblaciones) un gran cambio en el modo de vivirla. Los datos descritos reve­lan varias cuestiones que enumero a continuación.

a) La existencia de una represión/inhibición de la pulsión sexual, tanto del autoerotismo como del intercambio sexuaL que se pone de manifiesto en las tres respuestas dadas al pri­mer grupo de hipótesis: el escaso número de mujeres que se masturban, a pesar de que un porcentaje tan alto de ellas

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definen su vida sexual como poco satisfactoria, si bien pue­da haber existido una (auto)censura a hablar de este tema; el elevado número de mujeres que se preservaron vírgenes hasta el matrimonio; el alto porcentaje de mujeres que solo han mantenido relaciones sexuales con un hombre, lo que remite a la prescripción de la monogamia femenina.

Ello reenvía a cuanto se ha analizado en relación a la fun­cionalidad de la represión de la sexualidad de las mujeres, cuya ignorancia e inexperiencia supone, como señalaba Gri­soni (1981), una "salvaguarda" para el varón. Además, esta inhibición va relacionada con lo que Dio Bleichmar definía, como la no narcisización de la pulsión sexual en la mujer, es decir, al hecho de que las experiencias sexuales de una mujer puedan ser motivo de desvalorización y menosprecio del entorno hacia ella.

b) La presencia de sentimientos negativos en relación a la actividad sexual denotaría que existe una intensa represión de los impulsos sexuales, la cual generaría mecanismos defensi­vos de rechazo, tales como el asco, disgusto, indiferencia, etc.; o sentimientos de vergüenza y culpa cuando no se realizan en los cauces institucionales o más tolerados (el matrimonio, el no­viazgo). Igualmente este rechazo puede deberse a que la acti­vidad sexual (el momento, los ritmos, la modalidad, etc.) sea vivida como algo ajeno a los propios deseos.

c) Se revela la presencia de un elevado índice de anorgas­mia e insatisfacción sexual femenina y la existencia de una escasa genitalización de la pulsión, que se manifestaría en la preferencia por las manifestaciones no genitales (caricias, besos).

La anorgasmia remite a la no complementariedad entre el modo en que hombres y mujeres gozan, pues si para el varón "su goce es el goce del órgano", como afirma Lacan (1975), Y su placer está muy vinculado a la posesión (a la hipertrofia narcisística) y a las sensaciones del pene; la mu­jer, por el contrario, manifiesta a través de sus preferencias ("los preliminares", como les llaman los diferentes autores), una mayor presencia de pregenitalidad y reminiscencias pree­dípicas, o, como afirmaba Larriera (1989), a que "hay algo loco en ellas que está fuera de la castración".

La anorgasmia tendría que ver con ese "desfase" entre la sexualidad de hombres y mujeres: por una parte, la hiper­trofia de la "actividad" genital en el hombre, en detrimento de la pasividad; por otra, la hipogenitalidad femenina, en de­trimento de la actividad, la iniciativa, el deseo genital. Ello remite, además, a dos cuestiones que tienen un entronque común: la desatención de las necesidades y deseos femeni­nos por parte del varón; y la censura de la sexualidad geni­tal en la mujer, que ha sido prohibida en función de la protección del narcisismo (fálico) masculino.

A causa de esta represión-censura de la sexualidad feme­nina, únicamente el Amor puede dignificar en ella la pulsión sexual. Y en efecto, sólo un 5% de las mujeres de esta in­vestigación han mantenido relaciones sexuales fuera de una relación amorosa.

Ello puede guardar también relación con el hecho de que la mujer pueda sentir que solo si existe amor por parte del hombre puede ella tener garantías, no sólo de ser respeta­da, sino también de ser atendida en sus necesidades (no ge­nitales) .

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d) Se revela también en estos datos el acatamiento feme nino al llamado débito conyugal. La función nutricia mater­na se ha hecho extensible a las necesidades sexuales (narcisísticas) masculinas. El hombre es visto como el posee­dor de unos anhelos ineludibles que ella debe cubrir. Algu­nas mujeres reconocen que hacen el amor presionadas "porque si no, él se va con otras". Pero otras mujeres afir­man que ceden su cuerpo "voluntariamente" como un acto de amor hacia él, "porque él lo necesita".

En este, como en otros terrenos, ella se coloca en el lugar de la madre que debe satisfacer con su leche al recién naci­do y con su cuerpo y su vagina al marido. Ambos son colo­cados al mismo nivel: el deseo sexual del hombre resulta tan imperioso e insoslayable como la necesidad de cuidados y la alimentación infantil. Y se da también aquí la paradoja que preside muchos de los aspectos de la relación hombre-mujer: el hombre aparece simultáneamente como un hijo al que cui­dar, satisfacer o proteger y un ser todopoderoso a temer.

Ella parece inmersa también en la contradicción de ser si­multáneamente la débil y la fuerte de la situación. Fuerte y bon­dadosa, capaz de cuidar, nutrir y proteger; potente y necesaria, por tanto. Débil e impotente frente a la fuerza física, el poder económico y social (el posible abandono) del hombre.

De este modo, el poder de su cuerpo (de dar vida, placer. narcisizicación, etc.) es reconvertido en deber de entrega de su cuerpo.

Con frecuencia, sin embargo, tras el comportamiento de doblegamiento se halla un cierto tipo de gratificaciones in­conscientes, del orden de la omnipotencia narcisista, al sen­tirse la esposa complaciente una Super-Madre, que lo da todo de sí misma, pero se siente (y se hace sentir) insustituible.

No obstante, a causa de ese poder (de nutrir, de rechazar) que ellas detentan, las mujeres se han visto abocadas (obli­gadas) a salvaguardar la autoestima, el narcisismo masculi­no -maltratado frecuentemente fuera del círculo familiar-, sometiéndose a sus exigencias o considerando sus necesi­dades prioritarias y de obligada satisfacción. En este orden de cosas se inscribe la disponibilidad femenina a consentir la actividad sexual contra su voluntad o su deseo, tanto a nivel de la frecuencia como de la cualidad de la relación.

A ello se acompaña, además, la connotación de la dife­rencia cualitativa del deseo entre los sexos como una dife­rencia cuantitativa: los hombres tienen más necesidades sexuales y las mujeres menos. En este tipo de apreciación subyace la ignorancia sobre la propia especificidad en el mo­do de gozar o la dificultad para hacer demandas en orden a la satisfacción de los propios deseos.

En resumen, la conformación de una mujer desprovista de deseo o con una fuerte censura sobre su expresión cum­ple con varios requisitos.

De un lado, la virginidad o ausencia de experiencia sexual en la mujer escogida sirven para ahuyentar los fantasmas de rivalidad infantil masculina y alejar el recuerdo ingrato de cuando, siendo niño, fue relegado frente a otro hombre más poderoso (el Padre). Tanto la prescripción de la virginidad como la de la monogamia están orientadas a impedir las com­paraciones reales que podrían poner en cuestión la capaci­dad de desempeño sexual masculino, base importante del narcisismo viril.

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Del otro, la inhibición sexual femenina favorece la imposi­ción de un modelo y unos tiempos de comportamiento se­xual más acordes con la anatomía y las necesidades psicológicas masculinas que con las femeninas, anatómica y psicológicamente más diversificadas.

En definitiva, mantienen el control y el dominio sobre el cuerpo y la sexualidad femenina, cuya libre expresión po­dría poner en peligro para los hombres el precario equilibrio narcisista obtenido y la autoconvicción de su superioridad sexual.

Quizás en otras poblaciones de más elevado nivel socio­cultural se habrían recabado resultados algo diversos, pero, en cualquier caso, las diferencias no habrían sido muy lla­mativas tal y como lo demuestran otros estudios realizados (Horer, 1981) con mujeres de un nivel socio-económico al­to e, incluso, muchas de ellas tituladas superiores y traba­jadoras.

A pesar de la existencia de una mayor información e inte­rés general en torno a estas cuestiones, permanecen las hue­llas de la prohibición y, sobre todo, la necesidad de conservar sus funciones protectoras en relación al varón, ya que las con­diciones sociales (incluido el superior status alcanzado por las mujeres) devienen cada vez más amenazantes para cada hombre individual.

3. La agresividad y la autoaFirmación

3.1. Se intentaba indagar en torno a las modalidades, en las mujeres, de las manifestaciones de la agresividad y las consecuencias internas de ello. Se esperaban hallar dificul­tades en todas las mujeres en relación a la expresión de la ira, aunque se presumía que serían mucho más graves entre las enfermas.

Ante las situaciones de enfado, las mujeres enfermas se­ñalaron casi el doble de reacciones pasivas, o que denota­ban ansiedad, en relación a las sanas. Además, dieron un 50% más de respuestas que estas últimas, lo que, probable­mente, también apunta hacia un mayor conflicto en ellas en torno a la expresión de la ira. Dentro del tipo de respuestas llamadas pasivas, debe destacarse el elevado número de mu­jeres (50% de las enfermas y 30% de las sanas) que reac­cionan con el llanto en una confrontación interpersonal.

También son relevantes dos tipos de datos, en torno a la manera en que reaccionaban ambas muestras y sus respec­tivas parejas ante las situaciones de conflicto. Mientras, de modo equiparado, sólo un 20% de los maridos de ambos grupos daban respuestas pasivas, las mujeres enfermas da­ban un 63% y las sanas un 34%.

3.2. Dado que, como se ha remarcado, los comportamien­tos oblativos son considerados formaciones reactivas de im­pulsos hostiles reprimidos, se esperaba hallar entre las enfermas un mayor índice de mujeres "sacrificadas" y se tra­taba de indagar las diferencias con las mujeres sanas en re­lación a esta cuestión.

Igualmente se presumía que más mujeres enfermas ten­drían comportamientos o formas psicopatológicas que im­plicaran una introversión de la agresividad.

En relación al primer tema, se recabaron diferencias signi­

ficativas entre sanas y enfermas en torno a la pregunta de si creía que había que sacrificarse por la familia: un 65% de las enfermas y un 30% de las sanas respondieron afirmati­vamente.

En cuanto a las manifestaciones psicopatológicas, todos los test mostraron una diferencia estadísticamente significa­tiva, entre sanas y enfermas, en relación al estado depresi­vo. Además, presentando también diferencias significativas. un 62% de enfermas y un 10% de sanas expresaron que en momentos difíciles de su vida habían sentido deseos de morir. Un 12% y un 3,3% respectivamente, llevaron a cabo un intento de suicidio.

3.3. Se presuponía que las mujeres enfermas tendrían más impedimentos internos para llevar a cabo actividades extra­familiares, en tanto la realización de éstas exige un mayor despliegue de comportamientos asertivos.

En relación a esta cuestión, se recabaron diferencias esta­dísticamente significativas, entre las dos muestras, respecto a la realización de actividades culturales. Asimismo, un ma­yor número de mujeres sanas (30% frente aI8%) hacían de­porte diaria o semanalmente.

Otras variables intentaban indagar también, de forma in­directa, sobre las tendencias hacia una mayor o menor aser­tividad. Ante la pregunta de si creía que una mujer debería trabajar fuera de casa, un 51 % de las enfermas y un 70% de las sanas opinaron que debería trabajar siempre. En la práctica, trabajaban fuera de la casa un 50% de mujeres sa­nas, mientras sólo lo hacían un 21 % de las enfermas.

En torno a la pregunta de en qué cifraban el éxito en la vida, el porcentaje de mujeres sanas que escogió la opción "tener estudios y un buen trabajo" fue más del doble en re­lación a las enfermas (43% y 20%, respectivamente) reca­bando una diferencia estadísticamente significativa.

En relación a toda esta problemática, la prueba de Cluster aportó una información de un gran importancia, pues mos­tró la gran proximidad existente entre las siguientes variables ya señaladas: la reacción ante las dificultades, los tests que medían el estado depresivo, las opiniones en torno a la ne­cesidad del sacrificio, la realización de actividades culturales y las reacciones ante los enfados. Esta similaridad señalada por el Cluster confirma la relación entre la introversión de la agresividad y la culpabilidad consecuente, con los estados depresivos, la tendencia al autosacrificio y la no asertividad en actividades ajenas al rol maternal.

Del conjunto de estos datos puede inferirse que la exalta­da figura de la madre oblativa, volcada en sus hijos, está sus­tentada en la inhibición de los impulsos hostiles y en su reconversión, por formación reactiva, en comportamientos de entrega, generosidad, disponibilidad y autorenuncia.

Por el nivel de significación hallado en todas estas varia­bles se puede, además, afirmar que las mujeres enfermas tie­nen problemas más graves en la expresión de la agresividad. la cual acaba siendo dirigida hacia sí misma, generando las formas psicopatológicas que les son propias, de forma espe­cial la depresión, cuyo sustrato más importante es la intro­versión de los impulsos hostiles. Ello concuerda con todas las aseveraciones de los autores que se han ocupado de es­ta cuestión.

Algunas psicoanalistas se retrotraían, en sus análisis de esta

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prolemática en las mujeres, a los conflictos en la fase anal; a los impedimentos/dificultades para la separación; a la coar­tación de la pulsión hostil y de dominio (Chasseguet-Smirgel 1964; Castro 1987; Burín 1987...).

Otros autores aludían a la mayor inhibición femenina de las conductas agresivas ya desde la niñez (Bardwick 1971; Mischel1972; Sherman 1978; Malkah Notman 1982...) yal­gunos otros ponían en relación estos conflictos con el este­reotipo de la feminidad (Kelly 1983; Carmen y otros 1984; Haller 1989... ).

Estas diferentes perspectivas de analizar la misma cuestión pueden complementarse entre sí, pues forman una cadena explicativa. Las dificultades para la separación de la madre tiene que ver con la propias dificultades maternas para se­pararse de ella también (de su madre/de su hija) y, por con­siguiente, para poder permitir a la hija la expresión de los impulsos hostiles que conducen a la autonomía y a la dife­renciación.

A su vez, los conflictos en el sadismo anal guardan tam­bién relación con una determinada estructura familiar, con la vivencia de una madre omnipotente que ejerce habitual­mente ella sola un poder ilimitado sobre sus hijos y, en con­secuencia, con las vivencias autoculpabilizantes y terroríficas (de temor a la retaliación y a la destrucción) que los ataques hostiles (conscientes e inconscientes) hacia ella pueden generar.

Estos conflictos con la agresión/separación se dan de modo más acentuado en las mujeres, a causa de esa mayor ambi­valencia que caracteriza la relación madre-hija (la mayor hos­tilidad de la madre hacia la hija... ); también, porque ellas carecen de un órgano diferenciador y de todos los privile­gios que a éste se le anexaron, entre ellos la permisividad/re­forzamiento de la manifestación de los impulsos hostiles y de dominio.

Estos rasgos-privilegios constituyen caracteres definitorios del estereotipo de la masculinidad, pero, por el contrario, de­ben ser erradicados de las mujeres.

Y, en este sentido, la estructura familiar, el lugar ocupado en ella por la figura materna, la internalización en ésta de la superioridad (fálica) masculina, los valores sociales en torno a la virilidad y la feminidad, forman todos ellos un círculo conformador de un determinado tipo de mujer. En este con­junto de aspectos, posiblemente las características persona­les de la madre y el tipo de pareja parental determinan en mayor medida, la gravedad de los conflictos en la expresión de la agresividad por parte de las hijas.

En relación a esta cuestión, es importante resaltar que, en­tre las mujeres enfermas, había un mayor número de ma­dres "poderosas" (en relación a sus padres y en comparación con las madres de las sanas), y un elevado porcentaje de entre ellas afirmaban, además, que sus padres no se querían. Esta combinación de mayor poder y posible mayor frustración afectiva materna (que también era señalada) puede estar en la base de la mayor dependencia, "aprendida indefensión", y dificultades en la agresión que se manifiestan en las muje­res enfermas.

La insatisfacción de la madre y su falta de poder en esfe­ras ajenas a la familia pueden acentuar la indefensión de las hijas si éstas carecen, a su vez, del amor y apoyo paterno;

en muchos casos, además, las deja destinadas a suplir las necesidades maternas (afectivas, de control), tal como se­ñalaban Flax (1978), Lombardi (1988) ...

En este sentido, las madres son las mediadoras idóneas de la opresión/represión de las mujeres. Tal represión es fun­cional a la conformación de una mujer dócil, inhibida y su­misa, por una parte; oblativa y disponible por otra.

Los tres primeros rasgos son esenciales para eliminar la po­tencial rivalidad femenina en la esfera pública (el trabajo, la cultura, la política... ), al tiempo que favorecen la aceptación de su confinamiento en un 1ugar y un rol (la casa, la mater­nidad). Ser oblativas y disponibles, son, a su vez, cualidades requeridas para ejercer de Madre (del marido, de los hijos, de los ancianos, de los enfermos... ).

De modo sintético, la represión/autocensura de la agresi­vidad y la asertividad genera una serie de consecuencias que pueden ser clasificadas de dos modos:

a) A niveles intrapsíquicos. b) A niveles interpersonales.

A niveles intrapsíquicos

La más significativa derivación de esta represión/autocen­sura es la introyección de la agresividad en forma autolesi­va, sea somáticamente (de modo conversivo o psicosomático), sea psíquicamente (en diferentes formas psi­copatológicas, siendo la depresión la más representativa).

Tales manifestaciones evidencian la omnipresencia de la Culpabilidad como sempiterna acompañante tanto de la agre­sividad introyectada, como de la expresada abiertamente.

Esta introversión de la agresividad conforma una instan­cia moral y un Ideal del yo esencialmente estrictos, exigen­tes y punitivos, que devienen, por tanto, instancias psíquicas autoacusadoras y autodesvalorizadoras.

A través de estas estructuras se cimenta la interiorización de la dominación, cuya manifestación más llamativa es la del masoquismo; esta forma tan "femenina" de comportamien­to aplacatorio provee, sin embargo, de gratificaciones incons­cientes por la identificación con un ideal del yo altruista y oblativo, pero también generador de sentimientos de omni­potencia: ella es una santa, un heroe de la tolerancia ...

Existen otras derivaciones de toda esta problemática. Una de ellas es el obligado autocontrol en las expresiones corpo­rales: la inhibición de actitudes, tonos, expresiones, gestos que puedan delatar alguna forma de agresividad o asertivi­dad. A causa de ello, de modo similar a un dique que estalla por la presión, se producen episodios intermitentes de des­control emocional, denominados vulgarmente "histéricos", es decir, típicamente femeninos.

Otra derivación que ha comenzado a desvelarse reciente­mente, a raiz de la incorporación femenina a las actividades educativas y laborales, es la autocensura de ambiciones, an­sias de logro, competitividad ("el miedo al éxito") en el ám­bito de lo público. Las investigaciones de Horner (1972) y los números autores que se han ocupado de esta temática (Dowling 1981; Krueger 1984; Symonds 1986... ) revelan que, tras estos temores, se oculta una intensa hostilidad re­primida.

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A niveles interpersonales

La imposibilidad de manifestar abiertamente la ira y la agre­sión contra quienes la provocan o provocaron en el pasado, genera el desplazamiento de la hostilidad hacia otros más dé­biles, en forma de hiperprotección, hipercontrol, hiperexigen­cias. En este sentido es muy significativa la descripción, llevada a cabo por las hijas, respecto al comportamiento de sus madres hacia ellas.

También en esta imposibilidad radican los sentimientos de desvalorización y menosprecio hacia las semejantes a sí mis­ma, es decir, las otras mujeres -porque están igualmente castradas, dirá Freud - y, así mismo hacia los otros sujetos sometidos: todo ello implica la adopción de un mecanismo defensivo de identificación con el agresor.

Las investigaciones de Rocheblave-Spenlé (1968) y de Ra­vazzola (1989) son muy ilustrativas del hecho de que las mu­jeres pueden llegar a definirse a sí mismas de modo más autocrítico y desvalorizador aún de lo que lo hacen los hom­bres respecto a ellas.

Esta interiorización de la dominación también se manifiesta en la ostentación de comportamientos dóciles y complacien­tes, para asegurar y aplacar a quien ocupa la posición de po­der. El "espíritu de sacrificio", la entrega incondicional, la sonrisa permanente, constituyen formas de (auto)ocultamien­to de sentimientos agresivos, que son, de este modo, recon­vertidos en comportamientos de seducción y aplacamiento.

Por último, una de las consecuencias más relevantes de toda esta problemática es la sustitución de la hostilidad ma­nifiesta por la utilización de formas soterradas de manipula­ción y de expresión de la agresividad, mediante la culpabilización, a través de chantajes afectivos, quejas, llantos...

Es este el llamado "poder de los débiles", del que las mu­jeres se sirven para obtener satisfacción a demandas que no se (les) permiten hacer abiertamente, y también para mani­festar, aunque de modo pasivo e indirecto, su malestar, su ira o su resentimiento.

De entre estos métodos sutiles de manipulación el llanto, las lágrimas, ocupan un lugar privilegiado, como puede ob­servarse en los datos obtenidos en esta investigación. El sig­nificado de este recurso es asimilable al de otras respuestas femeninas típicas: las conversiones histéricas, los intentos de suicidio, las quejas somáticas...

Todas ellas constituyen formas "alternativas" de comuni­cación, que sustituyen a la palabra (a la expresión de ira o demandas) y, sobre todo, a la acción: a una acción de rebel­día o protesta, a la necesidad de tomar una decisión impor­tante o realizar un acto de autoafirmación. Las acciones no pueden llevarse a cabo por el temor a sus consecuencias, a causa de una falta de poder contractual de tipo económi­co, social, afectivo... : el miedo al rechazo, a ser abandonada, a ser golpeada; el temor a que, en definitiva, la expresión de la ira depare una pérdida del amor, la aceptación o la pro­tección.

El llanto es, en general, la expresión de la carencia de autoestima, de las dudas sobre la propia capacidad y los pro­pios recursos, de la impotencia para cambiar una situación, de la rabia controlada, de los sentimientos de culpabilidad...

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Pero es, sobre todo, un recurso que busca cambiar la propia vida modificando sólo la actitud de los otros y, en este senti­do, es funcional al mantenimiento del "statu quo", si bien de un modo más ventajoso para ella. Pero, en cualquier caso, constituye una forma de asegurar al otro la propia sumisión.

Como puede observarse, las consecuencias de la prohibi­ción de la agresividad y de la asertividad en las mujeres son muy diversas. Las más graves derivan en las formas psico­patológicas de corte autolesivo las más leves, en los senti­mientos y comportamientos autodenigratorios, en los métodos sutiles de manipulación, en la inhibición de las am­biciones extrafamiliares.

A pesar de la transformación social de la condición femeni­na, persisten en muchas mujeres las dificultades y resistencias femeninas a un cambio en este aspecto, porque la adecuación al comportamiento femenino exigido- ser disponible y sumi­sa- procuraba la garantía de saberse aceptada por el sexo mas­culino; otorgaba un lugar protegido y seguro (la casa, los afec­tos); libraba de la ansiedad y la lucha por la independencia. el poder y el reconocimiento (el mundo de los hombres).

La adopción de expresiones abiertas de agresividad, de actitudes autoafirmativas y competitivas, el ejercicio del po­der en el mundo social (el afectivo ha sido su reducto hasta ahora), son vivenciados por muchas mujeres de forma con­flictiva y cargada de culpabilidad y angustia.

Las mujeres pueden sentirse culpables por actuar "como los hombres", por rivalizar con ellos, por desear arrebatarles su poder (su pene, dirán los psicoanalistas... ) o por abando­nar y/o superar a las demás mujeres (yen ellas a la madre).

La ansiedad aparece, de este modo, vinculada a las du­das sobre la idoneidad del propio comportamiento; a su mie­do a ser considerada "poco femenina"; al temor al rechazo de los hombres que pueden sentir usurpado su lugar; y, en fin, a la hostilidad de las demas mujeres que sienten tam­bién cuestionado su anterior y precario equilibrio.

A modo de síntesis, lo que puede inferirse de toda esta descripción, es que el dominio y el control masculino ha si­do mantenido gracias a la represión profunda en las mujeres de los impulsos hostiles y de poder, y a la censura/inhibi­ción en ellas de los deseos de autorrealización yasertividad.

En relación a las restantes áreas estudiadas, sobresalen dos aspectos de interés: respecto a la relación entre los padres y la relación de pareja, por un lado; y respecto a las viven­cias de la propia maternidad, por otro.

En el primer aspecto es relevante que, tal como se espe­raba hallar, en la muestra de enfermas se da mayor desigual­dad y desarmonía entre los dos miembros de la pareja, tanto en la parental como en la propia. Además, las mujeres en­fermas están insatisfechas, con una diferencia significativa res­pecto a las sanas, en el nivel de comprensión, el grado de libertad individual y el de compromiso existente en la pare­ja. Sin embargo, hay un elevado número de mujeres de am­bas muestras que manifiestan insatisfacción por el grado de ternura (40% en ambos grupos) y por el reparto de respon­sabilidades que existe en su matrimonio ( 50% y 47% res­pectivamente) .

Esta mayor desigualdad y desarmonía que se manifiesta en las parejas de las enfermas puede estar relacionada con una mayor dependencia y demanda por parte de estas mu­

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jeres, derivadas de sus vivencias infantiles, y/o una posible compulsión a la repetición, en relación tanto al modelo del vínculo parental, como al tipo de relaciones objetales de la infancia.

En cuanto a las vivencias en torno a la maternidad, es de destacar que sólo se hallaron diferencias significativas entre las dos muestras en el modo de vivir el embarazo, los sínto­mas experimentados y el trato recibido durante éste.

Las vivencias del parto, el puerperio y la lactancia fueron muy semejantes, aunque repitieron siempre las tendencias inversas mencionadas con otras variables: mayor número de aspectos negativos en las enfermas y mayor número de po­sitivos en las sanas. En cualquier caso, estos resultados con­trastan con lo que se esperaba hallar, pues se había sugerido la hipótesis de que se darían mayores diferencias entre las muestras en relación a esta cuestión.

Por el contrario, quizás lo más destacable es que las viven­cias en torno a la experiencia de la maternidad, y particular­mente los conflictos en el embarazo, además de estar relacionados con las vivencias infantiles y, de modo espe­cial, con el vínculo con la madre, están muy interrelaciona­das con el tipo de relación y el grado de satisfacción en la pareja. Ello aparece reflejado muy claramente por el grado de cercanía entre todas estas cuestiones mostrado por la prue­ba de Cluster.

Del conjunto de los datos recabados en torno a la mater­nidad, puede inferirse que ésta es una experiencia que aporta una gran felicidad a muchas mujeres y mucha angustia a otras, sin grandes distinciones entre sanas y enfermas; e igual­mente, que ambos sentimientos pueden darse paralelamen­te, en uno u otros hechos: felicidad durante y después del parto por un lado, depresión y molestias en el puerperio, por otro; o, a la inversa, mucha angustia antes y durante el par­to, y mucha satisfacción y alegria después.

También es destacable que los sentimientos no son homo­géneos en cada mujer, sino que pueden variar de un hijo a otro.

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Esta variedad de vivencias expresadas es importante de cara a la desmitificación de la maternidad y, sobre todo, es útil para remarcar el hecho de que ésta no es únicamente una experiencia individual de la mujer, sino que va enmar­cada en el conjunto de vivencias, relaciones y valores que la rodean, constituyendo, por tanto, una experiencia social, tal como señalaban Graschinsky y Lombardi (1982), Velaz­quez (1987) y la innumerable lista de autoras -muchas de ellas madres también- que se han ocupado de esta cuestión.

Todas ellas han intentado cuestionar y redimensionar las aportaciones mistificadoras de tantos autores que, desde pun­tos de vista moral, religioso o "científico", han contribuido a construir y sostener el (falaz y culpabilizante) mito de la ma­ternidad, definido, sin ambages, como la máxima experien­cia de felicidad (exclusivamente) para todas las mujeres y en todas las circunstancias.

Para dar fin a este tema fundamental, y también a este tra­bajo, quisiera solo resaltar la contradicción en que se hallan inmersas las mujeres frente al ansia, de los otros y de ellas mismas, de (ser y tener) una Madre Ideal, Madre Perfecta y Plena, Madre Unica y Exclusiva, Madre Siempre.

Las mujeres se hallan en una encrucijada, atrapadas en­tre el propio deseo (del deseo) materno, siempre insatisfe­cho, y la demanda de los hijos que no aceptan de la madre otra identidad que la materna; donde los deseos de sus hi­jos no difieren de los de ellas, anclados todos en la búsque­da de la Gran Madre, la que se deseó tener, la que se creyó poseer, la que se quiso ser: la Fusión, la Unidad ansiada.

Y, de este modo, el deseo infinito de la Madre es recon­vertido para cada mujer en Deber Infinito de ser, sobre todo, madre.

Es necesario, pues, hacer todos el duelo por la gran ma­dre, por el ansia de la Unidad, sueño irrealizable, a fin de que la identidad femenina pueda liberarse del Ideal, para que pueda haber mujeres, también madres, pero no necesaria­mente Supermujeres ni Supermadres.

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