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“La indómita Luz se hizo carne en mí” L.A. Espinetta. Recuerdo bien aquella tarde de abril. Ya adentro el otoño, el calor aún era espeso. A lo lejos por la avenida, los autos se veían vaporosos, desvaneciéndose casi como espejismos en el desierto. Mary me estaría esperando en la placita delante de las cabinas bermejas, que bien podrían evocar más alguna calle de London city que del barrio de la Recoleta en Buenos Aires. De beso en la mejilla nos saludamos, caminamos por el barrio en busca de alguna cosa para ver. En el portal de una iglesia Mary le dio una limosna a un mendigo que se le quedo mirando como esperando más de ella, mientras que hacía sonar como maraca una botella de plástico cortada a la mitad con unas monedas en su interior. Unas enormes puertas de hierro y vidrio, resguardaban tras de sí, mármoles tallados con maestría y bellísimas grutas de piedra. Me quede pensando un poco, y note que se trataba del cementerio, tome a Mary por el brazo y entramos apurados como atraídos por la succión de una aspiradora. Caminamos por la mitad de un gran pasillo, las tumbas se levantaban como enormes y ociosos monumentos, daba la impresión de que allí nunca hubo muertos, tal solemnidad solo agradaba a

muerte mi amor

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Cuento

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Page 1: muerte mi amor

“La indómita Luz se hizo carne en mí”

L.A. Espinetta.

Recuerdo bien aquella tarde de abril. Ya adentro el otoño, el calor aún era espeso. A lo lejos por la avenida, los autos se veían vaporosos, desvaneciéndose casi como espejismos en el desierto.

Mary me estaría esperando en la placita delante de las cabinas bermejas, que bien podrían evocar más alguna calle de London city que del barrio de la Recoleta en Buenos Aires. De beso en la mejilla nos saludamos, caminamos por el barrio en busca de alguna cosa para ver. En el portal de una iglesia Mary le dio una limosna a un mendigo que se le quedo mirando como esperando más de ella, mientras que hacía sonar como maraca una botella de plástico cortada a la mitad con unas monedas en su interior.

Unas enormes puertas de hierro y vidrio, resguardaban tras de sí, mármoles tallados con maestría y bellísimas grutas de piedra. Me quede pensando un poco, y note que se trataba del cementerio, tome a Mary por el brazo y entramos apurados como atraídos por la succión de una aspiradora. Caminamos por la mitad de un gran pasillo, las tumbas se levantaban como enormes y ociosos monumentos, daba la impresión de que allí nunca hubo muertos, tal solemnidad solo agradaba a los ojos de los vivos. Caminamos vagamente por las sendas, franqueando entre tumbas de celebres apellidos, entre maravillados y abrumados por tan suntuosos adornos. El sol apremiaba aquella tarde y nos golpeaba con violencia en la piel haciendo sentir su poder el calor que se sentía ponía denso el ambiente. Mary se detuvo violentamente frente una tumba bastante deteriorada, sin pensar mucho concluí que tal vez había sido profanada. Arturo, mira al fondo sobre la repisa de mármol, hay dos copas medio llenas de agua –dijo Mary sorprendida- a los muertos también les da sed – dije- .Bajo dos ataúdes había una cripta que evidenciaba un tercer ataúd abierto en una esquina donde sobresalían

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un par de huesos largos tal vez un fémur. Mi vista se quedó suspendida sobre una placa de bronce que rezaba en nombre que lo que fueron alguna vez aquellos huesos. Sentí como se me aceleraba el corazón vertiginosamente; “Arturo Y Mary Font. 1837- 1881, Requiescat in pace”. Tuve la certeza ciega de que no debí entrar esa tarde al cementerio, y con ese calor. Dando vueltas y vueltas en círculo, buscando la salida sin encontrarla. Un laberinto del que no se puede salir, o del que no se quiere salir, porque ya esa hora habían sonado las campanas, las puertas del cementerio se cerraban completamente, el sol caía, y la brisa fresca bajaba la tarde y uno se empezaba a sentir más cómodo.