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CHANTAL MOUFFE EN TORNO A LO POLÍTICO F ondo de C ultura E conómica México - Argentina - Brasil - Chile - Colombia - España Estados Unidos de América - Guatemala - Perú - Venezuela

Mouffe Chantal En Torno a Lo Politico

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En torno a lo político. Chantal Mouffe.

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  • CH ANTAL M O U FFE

    EN TORNO A LO POLTICO

    F o n d o d e C u l t u r a E c o n m i c a

    Mxico - Argentina - Brasil - Chile - Colombia - Espaa Estados Unidos de Amrica - Guatemala - Per - Venezuela

  • Traduccin de S o l e d a d L a c l a u

  • M o u'e , C h an ta lEn torno a lo po ltico - la ed. - B uenos A ires : Fondo de C u ltu ra E conm ica, 2007 . 144 pp. ; 21x14 em . (O bras de socio loga)

    T raducido por: So ledad Laclau

    ISB N 9 7 8 -9 5 0 -5 5 7 -7 0 3 -3

    1. Poltica. 2. Soc io log a . 1. So ledad Laclau , erad. II. T tu lo C D D 3 2 0 : 301

    Ttulo original: On The Political ISBN original: 0 -4 15 -3 0 5 2 1-7 2005, Chantal MouffeAll Rights reserved. Authorised translation for the english language published by Routledge, a member o f The Taylor & Francis Group.

    D. R. 2007 , fondo de Cultura Econmica de Argentina, S.A.El Salvador 5665; 14 14 Buenos Airesfondofce.com.ar / www.fce.com.arAv. Picacho Ajusco 227; 14200 Mexico D.F.

    ISBN: 97 8-950-557-703-3

    Fotocopiar libros est penado por la ley.

    Prohibida su reproduccin total o parcial por cualquier medio de impresin o digital, en lorma idntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin la autorizacin expresa de la editorial.

    Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Hecho el depsito que marca la ley 11 .723

  • I. INTRODUCCIN

    En este libro quiero poner en cuestin la perspectiva que inspira el sentido comn en la mayora de las sociedades occidentales: la idea de que la etapa del desarrollo econm ico-poltico que hemos alcanzado en la actualidad constituye un gran progreso en la evolucin de la hum anidad, y que deberamos celebrar las posibilidades que nos abre. Los socilogos afirman que hemos ingresado en una segunda m odernidad en la que individuos liberados de los v nculos colectivos pueden ahora dedicarse a cultivar una diversidad de estilos de vida, exentos de ataduras anticuadas. El m undo libre ha triunfado sobre el comunismo y, con el debilitam iento de las identidades colectivas, resulta ahora posible un mundo sin enem igos. Los conflictos partisanos pertenecen al pasado, y el consenso puede ahora obtenerse a travs del dilogo. Gracias a la globalizacin y a la universalizacin de la dem ocracia liberal, podemos anticipar un futuro cosmopolita que traiga paz, prosperidad y la im plem entacin de los derechos humanos en todo el mundo. M i intencin es desafiar esta visin pospoltica. M i blanco principal sern aquellos que, pertenecientes al campo progresista, aceptan esta visin optimista de la globalizacin, y han pasado a ser los defensores de una forma consensual de democracia. Al analizar algunas de las teoras en boga que favorecen el Z eitgeist pospoltico en una serie de cam pos la sociologa, la teora poltica y las relaciones internacionales- sostendr que tal enfoque es profundamente errneo y que, lejos de contribuir a una dem ocratizacin de la dem ocracia, es la causa de muchos de los problemas que enfrentan en la actualidad las instituciones democrticas. Nociones tales como dem ocracia libre de

    Clima intelectual y cultural de una poca [N. de la T.].

  • partisanos, democracia dialgica, democracia cosmopolita, buena gobernanza, sociedad civil global, soberana cosmopolita, democracia absoluta para citar slo algunas de las nociones actualmente de moda forman parte todas ellas de una visin comn antipoltica que se niega a reconocer la dimensin antagnica constitutiva de lo poltico. Su objetivo es el establecimiento de un mundo ms all de la izquierda y la derecha, ms all de la hegemona, ms all de la soberana y ms all del antagonismo. Tal anhelo revela una falta total de comprensin de aquello que est en juego en la poltica dem ocrtica y de la d inm ica de constitucin de las identidades polticas y, como veremos, contribuye a exacerbar el potencial antagnico que existe en la sociedad.

    Gran parte de mi argum entacin consistir en exam inar las consecuencias de la negacin del antagonismo en diversas reas, tanto en la teora como en la prctica polticas. Considero que concebir el objetivo de la poltica democrtica en trminos de consenso y reconciliacin no slo es conccptualmente errneo, sino que tambin im plica riesgos polticos. La aspiracin a un mundo en el cual se haya superado la discrim inacin nosotros/ellos, se basa en premisas errneas, y aquellos que comparten tal visin estn destinados a perder de vista la verdadera tarea que enfrenta la poltica democrtica.

    Sin duda, esta ceguera respecto del antagonismo no es nueva. La teora dem ocrtica ha estado influ ida durante mucho tiempo por la idea de que la bondad interior y la inocencia original de los seres humanos era una condicin necesaria para asegurar la viabilidad de la democracia. Una visin idealizada de la sociabilidad hum ana, como im pulsada esencialmente por la em patia y la reciprocidad, ha proporcionado generalmente el fundamento del pensamiento poltico democrtico moderno. La violencia y la hostilidad son percibidas como un fenmeno arcaico, a ser elim inado por el progreso del intercambio y el establecim iento, mediante un contrato social, de una comunicacin transparente entre participantes racionales. Aquellos que desafiaron esta visin optim ista fueron percibidos autom ticam ente como enemigos de la democracia. H a habido pocos in-

  • tentos por elaborar el proyecto democrtico en base a una antropologa que reconozca el carcter am bivalente de la sociabilidad humana y el hecho de que reciprocidad y hostilidad no pueden ser disociadas. Pero a pesar de lo que hemos aprendido travs de diferentes disciplinas, la antropologa optimista es an la ms difundida en la actualidad. Por ejemplo, a ms de medio siglo de la muerte de Freud, la resistencia de la teora poltica respecto del psicoanlisis es todava m uy fuerte, y sus enseanzas acerca de la imposibilidad de erradicar el antagonismo an no han sido asim iladas.

    En mi opinin, la creencia en la posibilidad de un consenso racional universal ha colocado al pensamiento democrtico en el camino equivocado. En lugar de intentar disear instituciones que, mediante procedimientos supuestamente imparciales, reconciliaran todos los intereses y valores en conflicto, la tarea de los tericos y polticos democrticos debera consistir en promover la creacin de una esfera pblica vibrante de lucha agonista, donde puedan confrontarse diferentes proyectos polticos hegemnicos. sta es, desde mi punto de vista, la condicin s in e qua non para un ejercicio efectivo de la democracia. En la actualidad se escucha con frecuencia hablar de dilogo y deliberacin, pero cul es el significado de tales palabras en el campo poltico, si no hay una opcin real disponible, y si los participantes de la discusin no pueden decidir entre alternativas claram ente diferenciadas?

    No tengo duda alguna de que los liberales que consideran que en poltica puede lograrse un acuerdo racional y que perciben a las instituciones democrticas como un vehculo para encontrar una respuesta racional a los diferentes problemas de la sociedad, acusarn a mi concepcin de lo poltico de nihilista. Y tambin lo van a hacer aquellos pertenecientes a la ultraizquierda que creen en la posibilidad de una democracia absoluta. No hay motivo para intentar convencerlos de que mi enfoque agonista est inspirado por la comprensin real de lo poltico. Voy a seguir otro camino. Sealar las consecuencias para la poltica democrtica de la negacin de lo poltico segn el modo en que yo lo defino. Voy a demostrar cmo

  • el enfoque consensual, en lugar de crear las condiciones para lograr una sociedad reconciliada, conduce a la emergencia de antagonismos que una perspectiva agonista, al proporcionar a aquellos conflictos una forma legtim a de expresin, habra logrado evitar. De esta manera, espero mostrar que el hecho de reconocer la imposibilidad de erradicar la dimensin conflictual de la vida social, lejos de socavar el proyecto democrtico, es la condicin necesaria para comprender el desafo al cual se enfrenta la poltica democrtica.

    A causa del racionalismo imperante en el discurso poltico liberal, ha sido a m enudo entre los tericos conservadores donde he encontrado ideas cruciales para una comprensin adecuada de lo poltico. Ellos pueden poner en cuestin nuestros supuestos dogm ticos mejor que los apologistas liberales. Es por esto que eleg a un pensador tan controvertido como Cari Schm itt para llevar a cabo mi crtica del pensamiento liberal. Estoy convencida de que tenemos mucho que aprender de l, como uno de los oponentes ms brillantes e intransigentes al liberalismo. Soy perfectamente consciente de que, a causa del compromiso de Schm itt con el nazismo, tal eleccin puede despertar hostilidad. Muchos lo considerarn como algo perverso, cuando no com pletamente intolerable. Sin embargo, pienso que es la fuerza intelectual de los tericos, y no sus cualidades morales, lo que debera constituir el criterio fundamental al decidir si debemos establecer un dilogo con sus trabajos.

    Creo que este rechazo por motivos morales de muchos tericos democrticos a involucrarse con el pensamiento de Schm itt constituye una tp ica tendencia moralista caracterstica del Z eitgeist pospoltico. De hecho, la crtica a tal tendencia es parte esencial de mi reflexin. Una tesis central de este libro es que, al contrario de lo que los tericos pospolticos quieren que pensemos, lo que est aconteciendo en la actualidad no es la desaparicin de lo poltico en su dimensin adversarial, sino algo diferente. Lo que ocurre es que actualm ente lo poltico se expresa en un registro m o ra l En otras palabras, an consiste en una discrim inacin nosotros/ellos, pero el nosotros/ellos, en lugar de ser definido m ediante categoras polti

  • cas, se establece ahora en trm inos morales. En lugar de una lucha entre izquierda y derecha nos enfrentamos a una lucha entre bien y m al.

    En el captulo 4, utilizando los ejemplos del populismo de derecha y del terrorismo, voy a exam inar las consecuencias de tal desplazamiento para la poltica nacional e internacional, y a develar los riesgos que eso entraa. M i argumento es que, cuando no existen canales a travs de los cuales los conflictos puedan adoptar una forma agonista, esos conflictos tienden a adoptar un modo antagnico. Ahora bien, cuando en lugar de ser formulada como una confrontacin poltica entre adversarios, la confrontacin nosotros/ellos es visualizada como una confrontacin moral entre el bien y el mal, el oponente slo puede ser percibido como un enem igo que debe ser destruido, y esto no conduce a un tratam iento agonista. De ah el actual surgim iento de antagonismos que cuestionan los propios parmetros del orden existente.

    O tra tesis se refiere a la naturaleza de las identidades colectivas que im plican siempre una discrim inacin nosotros/ellos. Ellas ju egan un rol central en la poltica, y la tarea de la poltica dem ocrtica no consiste en superarlas m ediante el consenso, sino en construirlas de modo tal que activen la confrontacin dem ocrtica. El error del racionalismo liberal es ignorar la dim ensin afectiva movilizada por las identificaciones colectivas, e im aginar que aquellas pasiones supuestamente arcaicas estn destinadas a desaparecer con el avance del individualism o y el progreso de la racionalidad. Es por esto que la teora democrtica est tan mal preparada para captar la naturaleza de los movimientos polticos de masas, as como tambin de fenmenos como el nacionalismo. El papel que desempean las pasiones en la poltica nos revela que, a fin de aceptar lo poltico, no es suficiente que la teora liberal reconozca la existencia de una pluralidad de valores y exalte la tolerancia. La po ltica democrtica no puede lim itarse a establecer compromisos entre intereses o valores, o a la deliberacin sobre el bien comn; necesita tener un influjo real en los deseos y fantasas de la gente. Con el

  • propsito de lograr movilizar las pasiones hacia fines democrticos, la poltica dem ocrtica debe tener un carcter partisano. Esta es efectivamente la funcin de la distincin entre izquierda y derecha, y deberamos resistir el llam am iento de los tericos pospolticos a pensar ms all de la izquierda y la derecha.

    Existe una ltim a enseanza que podemos extraer de una reflexin en torno a lo poltico. Si la posibilidad de alcanzar un orden ms all de la hegem ona queda excluida, qu im plica esto para el proyecto cosmopolita? puede ser algo ms que el establecim iento de la hegem ona m undial de un poder que habra logrado ocultar su dom inacin m ediante la identificacin de sus intereses con los de la hum anidad? Contrariam ente a numerosos tericos que perciben el fin del sistema bipolar como una esperanza para el logro de una dem ocracia cosmopolita, voy a sostener que los riesgos que im plica el actual mundo unipolar slo pueden ser evitados m ediante la im plem entacin de un mundo m ultipolar, con un equilibrio entre varios polos regionales, que perm ita una pluralidad de poderes hegemnicos. sta es la nica manera de evitar la hegemona de un hiperpoder nico.

    En el dom inio de lo poltico, an vale la pena m editar acerca de la idea crucial de M aquiavelo: En cada ciudad podemos hallar estos dos deseos diferentes [...] el hombre del pueblo odia recibir rdenes y ser oprim ido por aquellos ms poderosos que l. Y a los poderosos les gusta im partir rdenes y oprim ir al pueblo. Lo que define la perspectiva pospoltica es la afirmacin de que hemos ingresado en una nueva era en la cual este antagonismo potencial ha desaparecido. Y es por esto por lo que puede poner en riesgo el futuro de la poltica democrtica.

  • II. LA POLTICA Y LO POLITICO

    Este captulo delinear el marco terico que inspira mi crtica al actual Z eitge ist pospoltico. Sus principios ms im portantes han sido desarrollados en varios de mis trabajos previos,1 por lo que aqu voy a lim itarm e a los aspectos que considero relevantes para el argum ento presentado en este libro. El ms im portante se refiere a la distincin que propongo escablecer entre la poltica y lo po ltico. Sin duda, en el lenguaje ordinario, no es m uy comn hablar de lo poltico, pero pienso que tal d istincin abre nuevos senderos para la reflexin, y, por cierto, muchos tericos polticos la han introducido. La dificu ltad , sin embargo, es que entre ellos no existe acuerdo con respecto al significado atribuido a estos trminos respectivos, y eso puede causar cierta confusin. No obstante, existen sim ilitudes que pueden brindar algunos puntos de orientacin. Por ejemplo, hacer esta distincin sugiere una diferencia entre dos tipos de aproxim acin: la ciencia poltica que trata el campo em prico de la poltica, y la teora poltica que pertenece al mbito de los filsofos, que no se preguntan por los hechos de la po ltica sino por la esencia de lo poltico. Si quisiram os expresar d icha d istincin de un modo filosfico, podramos decir, tom ando el vocabulario de Heidegger, que la poltica se refiere al nivel ondeo, m ientras que lo poltico tiene que ver con el nivel ontolgico. Esto significa que lo ntico tiene que ver con la m u ltitud de

    1 Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radicai Democratic Politici, Londres, Verso, 1985 [trad. esp.: Hegemonia y Estrategia Socialista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 2004]; Chantal Mouffe, The Return o f th Politicai, Londres, Verso, 1993 [trad. esp.; El retorno de lo poltico, Barcelona, Paids, 1999]; The Democratic Paradox, Londres, Verso, 2000 [rrad. esp.: La paradoja democrtica, Barcelona, Gedisa, 2003J.

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  • prcticas de la poltica convencional, m ientras que lo ontolgico tiene que ver con el modo mismo en que se instituye la sociedad.

    Pero esto deja an la posibilidad de un desacuerdo considerable con respecto a lo que constituye lo poltico. Algunos tericos como Hannah Arendt perciben lo poltico como un espacio de libertad y deliberacin pblica, mientras que otros lo consideran como un espacio de poder, conflicto y antagonismo. M i visin de lo poltico pertenece claramente a la segunda perspectiva. Para ser ms precisa, sta es la manera en que distingo entre lo poltico y la poltica: concibo lo poltico como la dimensin de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas, mientras que entiendo a la poltica como el conjunto de prcticas e instituciones a travs de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia hum ana en el contexto de la conflictividad derivada de lo poltico.

    M i campo principal de anlisis en este libro est dado por las prcticas actuales de la poltica dem ocrtica, situndose por lo tanto en el nivel ntico. Pero considero que es la falta de comprensin de lo poltico en su dimensin ontolgica lo que origina nuestra actual incapacidad para pensar de un modo poltico. A unque una parte importante de mi argumentacin es de naturaleza terica, mi objetivo central es poltico. Estoy convencida de que lo que est en juego en la discusin acerca de la naturaleza de lo poltico es el futuro mismo de la democracia. M i intencin es demostrar cmo el enfoque racionalista dominante en las teoras democrticas nos impide plantear cuestiones que son cruciales para la poltica democrtica. Es por eso que necesitamos con urgencia un enfoque alternativo que nos perm ita comprender los desafos a los cuales se enfrenta la poltica dem ocrtica en la actualidad.

    LO POLTICO COMO ANTAGONISMO

    El punt de partida de mi anlisis es nuestra actual incapacidad para percibir de un modo p o l t ic o los problemas que enfrentan nes-

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  • tras sociedades. Lo que quiero decir con esto es que las cuestiones polticas no son meros asuntos tcnicos destinados a ser resueltos por expertos. Las cuestiones propiamente polticas siempre im p lican decisiones que requieren que optemos entre alternativas en conflicto. Considero que esta incapacidad para pensar polticam ente se debe en gran medida a la hegem ona indiscutida del liberalism o, y gran parte de mi reflexin va a estar dedicada a exam inar el im pacto de las ideas liberales en las ciencias humanas y en la poltica. M i objetivo es sealar la deficiencia central del liberalism o en el campo poltico: su negacin del carcter incrradicable del antagonism o. El liberalismo, del modo en que lo entiendo en el presente contexto, se refiere a un discurso filosfico con numerosas variantes, unidas no por una esencia com n, sino por una m ultip licidad de lo que W ittgenstein denomina parecidos de fam ilia. Sin duda existen d iversos liberalismos, algunos ms progresistas que otros, pero, con a lgunas excepciones (Isaiah Berlin, Joseph Raz, John Gray, M ichael Walzer entre otros), la tendencia dom inante en el pensam iento liberal se caracteriza por un enfoque racionalista e individualista que impide reconocer la naturaleza de las identidades colectivas. Este tipo de liberalismo es incapaz de comprender en forma adecuada la naturaleza pluralista del mundo social, con los conflictos que ese pluralismo acarrea; conflictos para los cuales no podra existir nunca una solucin racional. La tpica comprensin liberal del pluralism o afirm a que vivimos en un mundo en el cual existen, de hecho, d iversos valores y perspectivas que debido a lim itaciones em pricas nunca podremos adoptar en su totalidad, pero que en su v incu lacin constituyen un conjunto armonioso y no conflictivo. Es por eso que este tipo de liberalismo se ve obligado a negar lo poltico en su dimensin antagnica.

    El desafo ms radical al liberalismo as entendido lo encontramos en el trabajo de Cari Schm itt, cuya provocativa crtica utilizare para confrontarla con los supuestos liberales. En El con cep to d e lo p o ltico , Schm itt declara sin rodeos que el principio puro y riguroso del liberalismo no puede dar origen a una concepcin especficamente poli-

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  • cica. Todo individualism o consiscente debe segn su visin negar lo poltico, en tanto requiere que el individuo permanezca como el punto de referencia fundamental. Afirma lo siguiente:

    D e un m odo por dem s sistem tico, el pensam iento liberal evade o ignora al Estado y la poltica, y se m ueve en cam bio en una tpica po laridad recurren te de dos esteras heterogneas, a saber tica y econom a, in telecto y com ercio , educacin y propiedad. La desconfianza crtica hacia el Estado y la poltica se explica fcilm ente por los p rincip ios de un sistem a a travs del cual el in d iv id u o debe perm anecer terminus a quo y term inus a d quem}

    El individualismo metodolgico que caracteriza al pensamiento liberal excluye la comprensin de la naturaleza de las identidades colectivas. Sin embargo, para Schmitt, el criterio de lo poltico, su dijferen tia sp ecifica , es la discrim inacin amigo/enemigo. T iene que ver con la formacin de un nosotros como opuesto a un ellos, y se trata siempre de formas colectivas de identificacin; tiene que ver con el conflicto y el antagonism o, y constituye por lo tanto una esfera de decisin, no de libre discusin. Lo poltico, segn sus palabras, puede entenderse slo en el contexto de la agrupacin amigo/ene- migo, ms all de los aspectos que esta posibilidad im plica para la m oralidad, la esttica y la economa.3

    Un punto clave en el enfoque de Schm itt es que, al mostrar que todo consenso se basa en actos de exclusin, nos demuestra la im posibilidad de un consenso racional totalm ente inclusivo. Ahora bien, como ya seal, junto al individualism o, el otro rasgo central de gran parte del pensamiento liberal es la creencia racionalista en la posibilidad de un consenso universal basado en la razn. No hay duda entonces de que lo poltico constituye su punto ciego. Lo poltico no puede ser comprendido por el racionalismo liberal, por la

    ~ Cari .Schmitt, The Conceptofthe Political, New Brunswick, Rutgers Universicy Picss, 1976, p. 70 [erad, esp.: b l concepto de lo poltico, Madrid, Alianza, 1998].

    1 I h i d p. 35.

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  • sencilla razn de que rodo racionalismo consistente necesita negar la irreductibilidad del antagonismo. El liberalismo debe negar el antagonismo, ya que al destacar el momento ineludible de la decisin -e n el sentido profundo de tener que decidir en un terreno indeci- dible, lo que el antagonism o revela es el lm ite mismo de todo consenso racional. En tanto el pensamiento liberal adhiere al ind ividualism o y al racionalismo, su negacin de lo poltico en su d imensin antagnica no es entonces una mera omisin em prica, sino una omisin constitutiva.

    Schm itt seala que

    existe una poltica liberal en la forma de una anttesis polmica contra el Estado, la Iglesia u otras instituciones que limitan la libertad individual. Existe una poltica liberal comercial, eclesistica y educacional, pero absolutamente ninguna poltica liberal en s misma, tan slo una crtica liberal de la poltica. La teora sistemtica del liberalismo trata casi nicamente la lucha poltica interna contra el poder del Estado.4

    Sin embargo, el propsito liberal de aniquilar lo poltico -a f irm a - est destinado al fracaso. Lo poltico nunca puede ser erradicado porque puede obtener su energa de las ms diversas empresas humanas: toda anttesis religiosa, moral, econmica, tica o de cualquier otra ndole, adquiere un carcter poltico si es lo suficientemente fuerte como para agrupar eficazmente a los seres humanos en trminos de amigo/enemigo.5

    El con cep to d e lo p o lt ico se public originalm ente en 1932, pero la crtica de Schm itt es en la actualidad ms relevante que nunca. Si examinamos la evolucin del pensamiento liberal desde entonces,

    4 Ibid.., p. 70.La contraposicin en ingls entre policy y politics no tiene traduccin al espa

    ol, traducindose como poltica en ambos casos. En esta cita (4) en la versin original en ingls se utiliza policy en los dos primeros casos y politics en los siguientes [N. de la T.].

    ' Ibid., p. 37.

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  • comprobamos que efectivamente se ha movido entre la economa y la tica. En trminos generales, podemos d istinguir en la actualidad dos paradigm as liberales principales. El primero de ellos, denom inado en ocasiones agregativo, concibe a la poltica como el establecim iento de un compromiso entre diferentes fuerzas en conflicto en la sociedad. Los individuos son descriptos como seres racionales, guiados por la maximizacin de sus propios intereses y que actan en el mundo poltico de una manera bsicamente instrum ental. Es la idea del mercado aplicada al campo de la poltica, la cual es aprehendida a partir de conceptos tomados de la economa. El otro paradigm a, el deliberativo, desarrollado como reaccin a este modelo instrum entalista, aspira a crear un vnculo entre la m oralidad y la poltica. Sus defensores quieren reemplazar la racionalidad instrum ental por la racionalidad comunicativa. Presentan el debate poltico como un campo especfico de aplicacin de la m oralidad y piensan que es posible crear en el campo de la poltica un consenso moral racional mediante la libre discusin. En este caso la poltica es aprehendida no mediante la economa sino mediante la tica o la moralidad.

    El desafo que plantea Schm itt a la concepcin racional de lo poltico es reconocido claram ente por Jrgen Habermas, uno de los principales defensores del modelo deliberativo, quien intenta exorcizarlo afirmando que aquellos que cuestionan la posibilidad de tal consenso racional y sostienen que la poltica constituye un terreno en el cual uno siempre puede esperar que exista discordia, socavan la posibilidad m ism a de la democracia. Asegura que

    si las cuestiones de justicia no pueden trascender la autocom prensin tica de form as de vida enfrentadas, y si los valores, conflicros y oposiciones existencialm ente relevantes deben in troducirse en todas las cuestiones controversiales, entonces en un anlisis final term inarem os en a lgo sem ejante a la concepcin de la poltica de C ari S ch m itt.6

    6 Jrgen Habermas, Reply to Symposium Parcicipants, en Cardozo Law Review, vol. xvn , nm. 4-5 , marzo de 1996, p. 1943.

  • A diferencia de Habermas y de todos aquellos que afirman que tal interpretacin de lo poltico es contraria al proyecto dem ocrtico, considero que el nfasis de Schm itt en la posibilidad siempre presente de la distincin amigo/enemigo y en la naturaleza conflictual de la poltica, constituye el punto de partida necesario para concebir los objetivos de la poltica democrtica. Esta cuestin, a diferencia de lo que opinan los tericos liberales, no consiste en cmo negociar un compromiso entre intereses en conflicto, ni tampoco en cmo alcanzar un consenso racional, es decir, totalm ente in clusivo, sin n inguna exclusin. A pesar de lo que muchos liberales desean que creamos, la especificidad de la poltica dem ocrtica no es la superacin de la oposicin nosotros/ellos, sino el modo diferente en el que ella se establece. Lo que requiere la dem ocracia es trazar la distincin nosotros/ellos de modo que sea com patible con el reconocimiento del p luralism o, que es constitutivo de la dem ocracia moderna.

    E l p l u r a l is m o y la r e l a c i n a m i g o /e n e m ig o

    En este punto, por supuesto, debemos tomar distancia de Schm itt, quien era inflexible en su concepcin de que no hay lugar para el pluralism o dentro de una com unidad poltica dem ocrtica. La democracia, segn la entenda, requiere de la existencia de un dem os homogneo, y esto excluye toda posibilidad de pluralism o. Es por esto que vea una contradiccin insalvable entre el p luralism o liberal y la democracia. Para l, el nico pluralism o posible y legtim o es un pluralism o de Estados. Lo que propongo entonces es pensar con Schm itt contra Schm itt, utilizando su crtica al ind ividualismo y pluralism o liberales para proponer una nueva interpretacin de la poltica dem ocrtica liberal, en lugar de seguir a Schm itt en su rechazo de esta ltim a.

    Desde mi punto de vista, una de las ideas centrales de Schm itt es su tesis segn la cual las identidades polticas consisten en un cier

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  • to tipo de relacin nosotros/ellos, la relacin amigo/enemigo, que puede surgir a partir de formas muy diversas de relaciones sociales. Al destacar la naturaleza relacional de las identidades polticas, anticipa varias corrientes de pensam iento, como el postestructuralis- mo, que posteriormente harn hincapi en el carcter relacional de todas las identidades. En la actualidad, gracias a esos desarrollos tericos posteriores, estamos en situacin de elaborar mejor lo que Schm itt afirm taxativam ente, pero dej sin teorizar. Nuestro desafo es desarrollar sus ideas en una direccin diferente y visualizar otras interpretaciones de la distincin amigo/enemigo, interpretaciones compatibles con el pluralism o democrtico.

    Me ha resultado particularmente til para tal proyecto la nocin de exterioridad constitutiva, ya que revela lo que est en juego en la constitucin de la identidad. Este trmino fue propuesto por Henry Staten7 para referirse a una serie de temas desarrollados por Jacques Dcrrida en torno a nociones como suplemento, huella y d iff - ra n ce ' . El objetivo es destacar el hecho de que la creacin de una identidad im plica el establecim iento de una diferencia, diferencia construida a menudo sobre la base de una jerarqua, por ejemplo entre forma y materia, blanco y negro, hombre y mujer, etc. Una vez que hemos comprendido que toda identidad es relacional y que la afirmacin de una diferencia es una precondicin de la existencia de tal identidad, es decir, la percepcin de un otro que constituye su exterioridad, pienso que estamos en una posicin ms adecuada para entender el argumento de Schmitt acerca de la posibilidad siempre presente del antagonismo y para eomprender cmo una relacin social puede convertirse en un terreno frtil para el antagonismo.

    En el campo de las identidades colectivas, se trata siempre de la creacin de un nosotros que slo puede existir por la demarcacin de un ellos. Esto, por supuesto, no significa que tal relacin sea necesariamente de amigo/enemigo, es decir, una relacin antagnica. Pero deberamos adm itir que, en ciertas condiciones, existe siempre la po-

    ' Hcnry Staten, Wittgenstcin and Dcrrida,, Oxford, Basil Blackwell, 1985.

  • sibilidad de que esca relacin nosotros/ellos se vu elva antagnica, esco es, que se pueda convertir en una relacin de amigo/enemigo. Esto ocurre cuando se percibe al ellos cuestionando la identidad del nosotros y como una amenaza a su existencia. A partir de ese momento, como lo testimonia el caso de la desintegracin de Yugoslavia, toda forma de relacin nosotros/ellos, ya sea religiosa, tnica, econmica, o de otro tipo, se convierte en el lo cu s de un antagonismo.

    Segn Schmitt, para que esta relacin nosotros/ellos fuera poltica deba, por supuesto, tomar la forma antagnica de una relacin am igo/enemigo. Es por esto que no poda aceptar su presencia dentro de la asociacin poltica. Y sin duda tena razn al advertir contra los peligros que im plica un pluralismo antagnico para la perm anencia de la asociacin poltica. Sin embargo, como argum entar en un m omento, la distincin amigo/enemigo puede ser considerada como tan slo una de las formas de expresin posibles de esa dimensin antagnica que es constitutiva de lo poltico. Tambin podemos, si bien adm itiendo la posibilidad siempre presente del antagonismo, im aginar otros modos polticos de construccin del nosotros/ellos. Si tomamos este cam ino, nos daremos cuenta de que el desafo para la poltica democrtica consiste en intentar im pedir el surgimiento del antagonismo mediante un modo diferente de establecer la relacin nosotros/ellos.

    Antes de continuar desarrollando este punto, extraeremos una prim era conclusin terica de las reflexiones previas. A esta altura podemos afirmar que la d istincin nosotros/ellos, que es condicin de la posibilidad de formacin de las identidades polticas, puede convertirse siempre en el lo cu s de un antagonism o. Puesto que todas las formas de la identidad poltica im plican una distincin nosotros/ellos, la posibilidad de em ergencia de un antagonism o nunca puede ser elim inada. Por tanto, sera una ilusin creer en el advenimiento de una sociedad en la cual pudiera haberse errad icado el antagonismo. El antagonism o, como afirm a Schm itt, es una posibilidad siempre presente; lo poltico pertenece a nuestra condicin ontolgica.

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  • La p o l t ic a c o m o h e g e m o n a

    Junto al antagonismo, el concepto de hegemona constituye la nocin clave para tratar la cuestin de lo poltico. El hecho de considerar lo poltico como la posibilidad siempre presente del antagonismo requiere aceptar la ausencia de un fundamento ltimo y reconocer la dimensin de indecidibilidad que dom ina todo orden. En otras palabras, requiere adm itir la naturaleza hegemnica de todos los tipos de orden social y el hecho de que toda sociedad es el producto de una serie de prcticas que intentan establecer orden en un contexto de contingencia. Como indica Ernesto Laclau: Los dos rasgos centrales de una intervencin hegemnica son, en este sentido, el carcter contingente de las articulaciones hegemnicas y su carcter constitutivo , en el sentido de que instituyen relaciones sociales en un sentido primario, sin depender de ninguna racionalidad social a p r i o n ' f Lo poltico se vincula a los actos de institucin hegemnica. Es en este sentido que debemos diferenciar lo social de lo poltico. Lo social se refiere al campo de las prcticas sedimentadas, esto es, prcticas que ocultan los actos originales de su institucin poltica contingente, y que se dan por sentadas, como si se fundamentaran a s mismas. Las prcticas sociales sedimentadas son una parte constitutiva de toda sociedad posible; no todos los vnculos sociales son cuestionados al mismo tiempo. Lo social y lo poltico tienen entonces el estatus de lo que Heidegger denomin existenciales, es decir, las d imensiones necesarias de toda vida social. Si lo poltico entendido en su sentido hegemnico im plica la visibilidad de los actos de institucin social, resulta imposible determ inar a p r io r i lo que es social y lo que es poltico independientemente de alguna referencia con- textual. La sociedad no debe ser percibida como el despliegue de una lgica exterior a s misma, cualquiera fuera la fuente de esta lgica: las fuerzas de produccin, el desarrollo de lo que Hegel denomin

    s Ernesto Laclau, Emancipation(s), Londres, Verso, p. 90 [trad. esp.: Emancipacin y diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996].

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  • Espritu Absoluto, las leyes de la historia, etc. Todo orden es la articulacin temporaria y precaria de prcticas contingentes. La frontera entre lo social y lo poltico es esencialmente inestable, y requiere desplazamientos y renegociaciones constantes entre los actores sociales. Las cosas siempre podran ser de otra manera, y por lo tanto todo orden est basado en la exclusin de otras posibilidades. Es en ese sentido que puede denominarse poltico, ya que es la expresin de una estructura particular de relaciones de poder. El poder es constitutivo de lo social porque lo social no podra existir sin las relaciones de poder mediante las cuales se le da forma. Aquello que en un momento dado es considerado como el orden natural" junto al sentido comn que lo acompaa es el resultado de prcticas sedimentadas; no es nunca la manifestacin de una objetividad ms profunda, externa a las prcticas que lo originan.

    En resumen: todo orden es poltico y est basado en alguna forma de exclusin. Siempre existen otras posibilidades que han sido reprimidas y que pueden reactivarse. Las prcticas articulatorias a travs de las cuales se establece un determ inado orden y se fija el sentido de las instituciones sociales son prcticas hegem nicas. Todo orden hegemnico es susceptible de ser desafiado por prcticas contrahegemnicas, es decir, prcticas que van a intentar desarticular el orden existente para instaurar otra forma de hegemona.

    En lo que a las identidades colectivas se refiere, nos encontramos en una situacin similar. Ya hemos visto que las identidades son en realidad el resultado de procesos de identificacin, y que jam s pueden ser completamente estables. Nunca nos enfrentamos a oposiciones nosotros/ellos que expresen identidades esencialistas preexistentes al proceso de identificacin. Adems, como ya he sealado, el ellos representa la condicin de posibilidad del nosotros, su exterioridad constitutiva. Esto significa que la constitucin de un nosotros especfico depende siempre del tipo de ellos del cual se diferencia. Este punto es crucial, ya que nos perm ite concebir la posibilidad de diferentes tipos de relacin nosotros/ellos de acuerdo al modo en que el ellos es construido.

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  • Quiero destacar estos puntos tericos porque constituyen el marco necesario para el enfoque alternativo de la poltica democrtica que estoy defendiendo. Al postular la im posibilidad de erradicar el antagonism o, y afirm ar al mismo tiempo la posibilidad de un p luralismo dem ocrtico, uno debe sostener con tra Schm itt que esas dos afirm aciones no se niegan la una a la otra. El punto decisivo aqu es mostrar cmo el antagonism o puede ser transformado de tal manera que posibilite una forma de oposicin nosotros/ellos que sea com patible con la dem ocracia pluralista. Sin tal posibilidad nos quedan las siguientes alternativas: o bien sostener con Schm itt la naturaleza contradictoria de la democracia liberal, o creer junto a los liberales en la elim inacin del modelo adversarial como un paso hacia la democracia. En el primer caso se reconoce lo poltico pero se excluye la posibilidad de un orden democrtico pluralista; en el segundo se postula una visin antipo ltica y completamente inadecuada de la democracia liberal, cuyas consecuencias negativas consideraremos en los captulos siguientes.

    Q uf. t ip o d e n o s o t r o s /e l l o s p a r a l a p o l t ic a d e m o c r t i c a ?

    De acuerdo con nuestro anlisis previo, pareciera que una de las tareas principales para la poltica dem ocrtica consiste en distender el antagonism o potencial que existe en las relaciones sociales. Si aceptamos que esto no es posible trascendiendo la relacin nosotros/ellos, sino slo m ediante su construccin de un modo diferente, surgen entonces los siguientes interrogantes: en qu consistira una relacin de antagonismo domesticada? Qu forma de nosotros/ellos im plicara? El conflicto, para ser aceptado como legtimo, debe adoptar una forma que no destruya la asociacin poltica. Esto significa que debe existir algn tipo de vnculo comn entre las partes en conflicto, de m anera que no traten a sus oponentes como enemigos a ser erradicados, percibiendo sus demandas como ileg timas -q u e es precisamente lo que ocurre con la relacin antagnica

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  • am igo/enemigo-. Sin embargo, los oponentes no pueden ser considerados estrictamente como competidores cuyos intereses pueden tratarse mediante la mera negociacin, o reconciliarse a travs de la deliberacin, porque en ese caso el elemento antagnico sim plemente habra sido elim inado. Si queremos sostener, por un lado, la permanencia de la dimensin antagnica del conflicto, aceptando por el otro la posibilidad de su domesticacin, debemos considerar un tercer tipo de relacin. ste es el tipo de relacin que he propuesto denom inar agonismo.9 M ientras que el antagonism o constituye una relacin nosotros/ellos en la cual las dos partes son enemigos que no comparten n inguna base comn, el agonismo establece una relacin nosotros/ellos en la que las partes en conflicto, si bien adm itiendo que no existe una solucin racional a su conflicto, reconocen sin embargo la legitim idad de sus oponentes. Esto significa que, aunque en conflicto, se perciben a s mismos como pertenecientes a la m ism a asociacin poltica, compartiendo un espacio simblico comn dentro del cual tiene lugar el conflicto. Podramos decir que la tarea de la dem ocracia es transformar el antagonismo en agonismo.

    Es por eso que el adversario constituye una categora crucial para la poltica democrtica. El modelo adversarial debe considerarse como constitutivo de la democracia porque permite a la poltica democrtica transformar el antagonismo en agonismo. En otras palabras, nos ayuda a concebir cmo puede domesticarse la dimensin antagnica, gracias al establecimiento de instituciones y prcticas a travs de las cuales el antagonismo potencial pueda desarrollarse de un modo agonista. Como sostendr en varios puntos de este libro, es menos probable que surjan conflictos antagnicos en tanto exis-

    Esta idea de agonismo est desarrollada en mi libro La paradoja democrtica, cap. 4. Sin duda no soy la nica que utiliza este trmino, accualmence hay varios tericos agonistas. Sin embargo, generalmente conciben lo poltico corno un espacio de libertad y deliberacin, mientras que para m constituye un espacio de conflicto y antagonismo. Esto es lo que diferencia mi enfoque agonista del que plantean William Connolly, Bonnig Honig o James Tully.

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  • tan legtimos canales polticos agonistas para las voces en disenso. De lo contrario, e disenso tiende a adoptar formas violentas, y esto se aplica tanto a la poltica local como a la internacional.

    Q uisiera destacar que la nocin de adversario que estoy introduciendo debe distinguirse claram ente del significado de ese trm ino que hallamos en el discurso liberal, ya que segn mi visin la presencia del antagonismo no es elim inada, sino sublim ada, para decirlo de alguna manera. Para los liberales, un adversario es sim plemente un competidor. El campo de la poltica constituye para ellos un terreno neutral en el cual diferentes grupos compiten para ocupar las posiciones de poder; su objetivo es meramente desplazar a otros con el fin de ocupar su lugar. No cuestionan la hegem ona dominante, y no hay una intencin de transformar profundamente las relaciones de poder. Es simplemente una competencia entre elites.

    Lo que est en juego en la lucha agonista, por el contrario, es la configuracin m ism a de las relaciones de poder en torno a las cuales se estructura una determ inada sociedad: es una lucha entre proyectos hegemnicos opuestos que nunca pueden reconciliarse de un modo racional. La dim ensin antagnica est siempre presente, es una confrontacin real, pero que se desarrolla bajo condiciones reguladas por un conjunto de procedim ientos democrticos aceptados por los adversarios.

    C a n e t t i y el s is t e m a p a r l a m e n t a r io

    Elias C anetti es uno de los autores que comprendi perfectamente que la tarea de la poltica democrtica era el establecim iento de relaciones agonistas. En unas pocas pginas brillantes del captulo Masa e H istoria, de M asa y p o d e r , dedicadas a analizar la naturaleza del sistema parlam entario, Canetti seala que tal sistema utiliza la estructura psicolgica de ejrcitos adversarios, y representa una forma de guerra en la que se ha renunciado a matar. Segn l:

  • En una votacin parlam entaria todo cuanto hay que hacer es verificar la fuerza de am bos grupos en un lugar y m om ento d eterm inados. No basta con conocerla de antem ano. U n partido puede tener trescientos sesenta delegados y el o tro slo doscientos cuarenta: la votacin sigue siendo decisiva en tan to instante en que se m iden realm ente las fuerzas. Es el vestigio del choque cruento , que cristaliza de diversas m aneras, in cluidas amenazas, in jurias y una excitacin fsica que puede llegar a las m anos, incluso al lanzam iento de proyectiles. Pero el recuento de votos pone fin a la b a ta lla .10

    Y despus agrega:

    La so lem nidad de todas estas operaciones proviene de la renuncia a la m uerte com o in stru m ento de decisin. C o n cada una de las papeletas la m uerte es, p o r as decirlo, descartada. Pero lo que ella habra logrado, la liqu idacin de la fuerza del adversario , es escrupu losam ente registrado en un nm ero. Q uien juega con estos nm eros, q u ien los b orra o falsifica, vuelve a dar lugar a la m uerte sin darse cu en ta .1 1

    Este es un ejemplo excelente de cmo los enemigos pueden ser transformados en adversarios, y aqu vemos claram ente cmo, gracias a las instituciones democrticas, los conflictos pueden establecerse de un modo que no es antagnico sino agonista. Segn Canetti, la democracia moderna y el sistema parlam entario no deberan considerarse como una etapa en la evolucin de la hum an idad en la cual la gente, habindose vuelto ms racional, sera ahora capaz de actuar racionalmente, ya sea para promover sus intereses o para ejercer su libre razn pblica, como es el caso en los modelos agregativos o deliberativos. Y destaca que:

    N adie ha credo nunca de verdad que la o p in in de la m ayora en una votacin sea tam bin, por su m ayor peso, la ms sensata. U na vo lu n tad

    1(1 Elias Canetti, Crowds and Power, Londres, Penguin, 1960, p. 220 [erad, esp.: Masa y poder, en Obra Completa /, Barcelona, Debolsillo, 2005 , p. 299].

    11 Ibid, p. 222 [trad. esp.: p. 301],

  • se opone a otras, como en una guerra; cada una de estas voluntades est convencida de tener la razn y la sensatez de su parte; es una conviccin fcil de encontrar, que se encuentra por s sola. El sentido de un partido consiste justamente en mantener despiertas esa voluntad y esa conviccin. El adversario derrotado en la votacin no se resigna porque deje de creer en sus derechos, simplemente se da por vencido.12

    Encuentro realmente esclarecedor el enfoque de Canetti. l nos hace comprender la im portancia del rol del sistema parlamentario en la transformacin del antagonismo en agonismo y en la construccin de un nosotros/ellos com patible con el pluralismo dem ocrtico. Cuando las instituciones parlam entarias son destruidas o debilitadas, la posibilidad de una confrontacin agonista desaparece y es reemplazada por un nosotros/ellos antagnico. Pinsese por ejemplo en el caso de A lem ania y el modo en que, con el colapso de la poltica parlam entaria, los judos se convirtieron en el ellos antagnico. Pienso que esto es algo sobre lo cual deberan meditar los oponentes de izquierda de la dem ocracia parlamentaria!

    Existe otro aspecto del trabajo de C anetti, sus reflexiones sobre el fenmeno de las masas, que nos aporta ideas importantes para una crtica de la perspectiva racionalista dom inante en la teora poltica liberal. Al exam inar la permanente atraccin que ejercen los diversos tipos de masas en todos los tipos de sociedad, l la atribuye a las diferentes pulsiones que mueven a los actores sociales. Por un lado, existe lo que se podra describir como una pulsin hacia la individualidad y lo distintivo. Pero se observa otra pulsin que hace que dichos actores sociales deseen formar parte de una masa o perderse en un mom ento de fusin con las masas. Esta atraccin de la masa no es para l algo arcaico o premoderno, destinado a desaparecer con los avances de la modernidad. Es una parte integrante de la composicin psicolgica de los seres humanos. La negacin a adm itir esta tendencia es lo que est en el origen de la incapacidad

    i: Elias Canetti, op. cit., p. 221 [erad, esp.: p. 299].

  • del enfoque racionalista para aceptar los movimientos polticos de masas, a los que tiende a ver como una expresin de fuerzas irracionales o como un retorno a lo arcaico. Por el contrario, una vez que aceptamos con Canetti que la atraccin de la masa siempre va a estar presente, debemos abordar la poltica dem ocrtica de ur modo diferente, tratando la cuestin de cmo puede ser movilizada de manera tal que no amenace las instituciones democrticas.

    Lo que hallamos aqu es la dimensin de lo que he propuesto denominar pasiones para referirme a las diversas fuerzas afectivas que estn en el origen de las formas colectivas de identificacin. Al poner el acento ya sea en el clculo racional de los intereses (modelo agregativo) o en la deliberacin moral (modelo deliberativo), la actual teora poltica democrtica es incapaz de reconocer el rol de las pasiones como una de las principales fuerzas movilizadoras en el campo de la poltica, y se encuentra desarmada cuando se enfrenta con sus diversas manifestaciones. Ahora bien, esto concuerda con la negacin a aceptar la posibilidad siempre presente del antagonismo, y con la creencia de que en tanto racional- la poltica democrtica siempre puede ser interpretada en trminos de acciones individuales. Donde esto no fuera posible, se debera necesariamente al subdesarrollo. Como veremos en el prximo captulo, es as como los defensores de la modernizacin reflexiva interpretan cualquier desacuerdo con sus tesis.

    Dado el actual nfasis en el consenso, no resulta sorprendente que las personas estn cada vez menos interesadas en la poltica y que la tasa de abstencin contine creciendo. La movilizacin requiere de politizacin, pero la politizacin no puede existir sin la produccin de una representacin conflictiva del m undo, que incluya cam pos opuestos con los cuales la gente se pueda identificar, perm itiendo de ese modo que las pasiones se movilicen polticam ente dentro del espectro del proceso democrtico. Tomemos, por ejemplo, el caso de la votacin. Lo que el enfoque racionalista es incapaz de comprender es que aquello que impulsa a la gente a votar es mucho ms que la simple defensa de sus intereses. Existe una im portante d imensin afectiva en el hecho de votar, y lo que est en juego es una

  • cuestin de identificacin. Para actuar polticam ente, las personas necesitan ser capaces de identificarse con una identidad colectiva que les brinde una idea de s mismas que puedan valorizar. El discurso poltico debe ofrecer no slo polticas, sino tambin identidades que puedan ayudar a las personas a dar sentido a lo que estn experim entando y, a la vez, esperanza en el futuro.

    F r e u d y l a id e n t if ic a c i n

    Resulta, por lo tanto, crucial para la teora democrtica tomar en cuenta la dimensin afectiva de la poltica, y para esto es necesario un serio intercambio con el psicoanlisis. El anlisis de Freud del proceso de identificacin destaca el investimiento lib id inal que opera en la creacin de las identidades colectivas, y nos brinda im portantes indicios en lo que se refiere a la emergencia de los antagonismos. En El m alestar en la cu ltura , presenta una visin de la sociedad amenazada perpetuamente con su desintegracin a causa de la tendencia a la agresin presente en los seres humanos. Segn Freud: F.1 ser humano no es un ser manso, amahle, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lcito atribuir a su dotacin pulsio- nal una buena cuota de agresividad. 13 A fin de frenar esos instintos agresivos, la civilizacin debe utilizar diferentes mtodos. Uno de ellos consiste en fomentar los lazos comunales mediante la movilizacin de los instintos lib idinales de amor. Com o afirm a en Psicologa d e las masas y anlisis d e l yo , la masa se mantiene cohesionada en virtud de algn poder. Y a qu poder podra adscribirse ese logro ms que al Eros, que lo cohesiona todo en el mundo?. 14 El objetivo es

    11 Siginund Freud, Civilizador! and its Discontents, The Standard Edition, vol. x5n, Londres, Vincage, 20 01 , p. 1 11 [trad. esp.: El malestar en la cxtltitra, en Obras Completas, vol. XXI, Buenos Aires, Am orrortu, 1 9 8 8 , p. 108 ].

    Sigmund Freud, Group Psychology and the Analysis o f the Ego, The Standard Edition, vol. W in, Londres, Vintage, 2001, p. 92 [trad. esp.: Psicologa de las masas y anlisis del yo, en Obras Completas, vol. XVfll, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, p. 88],

  • establecer identificaciones fuertes entre los miembros de la com unidad, para ligarlos en una identidad compartida. Una identidad colectiva, un nosotros, es el resultado de una inversin lib id inal, pero esto im plica necesariamente la determ inacin de un ellos. Sin duda, Freud no entenda toda oposicin como enemistad. Com o l mismo indica: Siempre es posible ligar en el amor a una m ultitud mayor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para m anifestarles la agresin.15 En tal caso la relacin nosotros/ellos se convierte en una relacin de enemistad, es decir, se vuelve antagnica.

    Segn Freud, la evolucin de la civilizacin se caracteriza por una lucha entre dos tipos bsicos de instintos lib idinales: Eros, el instinto de vida, y la M uerte, el instinto de agresividad y destruccin. Tambin destac que las dos variedades de pulsiones rara vez qu iz n u n ca- aparecan aisladas entre s, sino que se ligaban en proporciones m uy variables, volvindose de ese modo irreconocibles para nuestro ju icio.16 El instinto agresivo nunca puede ser e lim inado, pero uno puede intentar desarmarlo, para decirlo de alguna manera, y debilitar su potencial destructivo m ediante diversos m todos que Freud discute en su libro. Lo que quiero sugerir es que, entendidas de un modo agonista, las instituciones dem ocrticas pueden contribuir a este desarme de las fuerzas lib id inales que conducen a la hostilidad y que estn siempre presentes en las sociedades humanas.

    Otras ideas pueden ser tomadas de la obra de Jacques Lacan, quien desarrollando la teora de Freud, ha introducido el concepto de goce {Jouissance), que es de gran im portancia para explorar el rol dedos afectos en la poltica. Como observ Yannis Stavrakakis, segn la teora lacaniana lo que perm ite la persistencia de las formas sociopolticas de identificacin es el hecho de que proporcionan al actor social una forma de jou issan ce . En sus palabras:

    Sigmund Freud, Civilization..., op. cit.. p. 1 1 4 . [erad, esp.: p, 1 11 ],16 I b i d p. 119 [erad, esp.: p. 115].

  • La problemtica del goce nos ayuda a responder de un modo concreto qu es lo que est en juego en la identificacin socio-poltica y en la formacin de la identidad, sugiriendo que la base de las fantasas sociales encuentran parcialmente su raz en la jouissance" del cuerpo. Lo que est en juego en estos campos, de acuerdo a la teora lacaniana, no es slo la coherencia simblica y el cierre discursivo, sino tambin el goce, la jou issance que anima el deseo humano.17

    En la m ism a lnea, Slavoj Zizek utiliza el concepto de goce de Lacan para explicar la atraccin del nacionalismo. En Tarring w itb th e N egative , observa que:

    El elemento que mantiene unida a una determinada comunidad no puede ser reducido al punto de la identificacin simblica: el eslabn que mantiene unidos a sus miembros implica siempre una relacin compartida hacia una Cosa, hacia el goce encarnado. Esta relacin respecto a la Cosa estructurada mediante las fantasas es lo que est en juego cuando hablamos de la amenaza a nuestro estilo de vida planteada por el Otro.18

    Con respecto al tipo de identificaciones constitutivas del nacionalismo, la dim ensin afectiva es, por supuesto, particularm ente fuerte, y aade: El nacionalism o presenta entonces un terreno privilegiado para la erupcin del goce en el campo social. La Causa Nacional finalm ente no es otra cosa que la manera en la cual los sujetos de una com unidad tnica dada organizan su goce a travs de mitos nacionales. 19 Teniendo en cuenta que las identificaciones colectivas siempre tienen lugar m ediante un tipo de diferenciacin nosotros/ellos, uno puede comprender cmo el nacionalismo pue-

    17 Yannis Stavrakakis, Passions o f identificacin: Discourse, Enjoyment and Eutopean Identity, en D. Howarch y J. Torfing (eds.), Discourse Theory in European Politics, Londres, Palgrave, 2 0 04 (mimeo, p. 4).

    Ifl Slavoj Zizek, Tarring With the Negative, Durham, Duke University Press, 1993, p. 20 1.

    ,y IbuL p. 202.

  • de transformarse fcilmente en enemistad. Segn Zizek, el odio nacionalista surge cuando otra nacin es percibida como una am enaza para nuestro goce. Por lo tanto, tiene su origen en el modo en que los grupos sociales tratan su falta de goce atribuyndolo a la presencia de un enemigo que lo est robando. Para comprender cmo puede evitarse tal transformacin de las identificaciones nacionales en relaciones de amigo/enemigo, es necesario reconocer los vnculos afectivos que las sostienen. Ahora bien, esto es precisamente lo que evita el enfoque racionalista, de ah la im potencia de la teora liberal frente al surgim iento de antagonismos nacionalistas.

    A partir de Freud y Canetti debemos comprender que, incluso en sociedades que se han vuelto m uy individualistas, la necesidad de identificaciones colectivas nunca va a desaparecer, ya que es constitutiva del modo de existencia de los seres humanos. En el campo de la poltica esas identificaciones juegan un rol central, y el vnculo afectivo que brindan debe ser tomado en cuenta por los tericos democrticos. El hecho de creer que hemos entrado en una era en la cual las identidades posconvencionales hacen posible un tratamiento racional de las cuestiones polticas, eludiendo de esta m anera el rol de una movilizacin dem ocrtica de los afectos, significa dejar libre el terreno a aquellos que quieren socavar la democracia. Los tericos que quieren elim inar las pasiones de la poltica y sostienen que la poltica democrtica debera entenderse slo en trminos de razn, moderacin y consenso, estn mostrando su falta de comprensin de la d inm ica de lo poltico. No perciben que la poltica democrtica necesita tener una influencia real en los deseos y fantasas de la gente, y que en lugar de oponer los intereses a los sentimientos y la razn a la pasin, deberan ofrecer formas de identificacin que conduzcan a prcticas democrticas. La poltica posee siempre una dimensin partisana, y para que la gente se interese en la poltica debe tener la posibilidad de elegir entre opciones que ofrezcan alternativas reales. Esto es precisamente lo que est faltando en la actual celebracin de la dem ocracia libre de partisanos. A pesar de lo que omos en diversos mbitos, el tipo de poltica con-

  • sensual dom inante en la actualidad, lejos de representar un progreso en la dem ocracia, es la seal de que vivimos en lo que Jacques Ranciere denom ina posdemocracia. Desde su punto de vista, las prcticas consensales que se proponen hoy como modelo para la democracia presuponen la desaparicin m ism a de lo que constituye el ncleo vital de la democracia. En sus palabras:

    La posdem ocracia es la prctica gubernam ental y la legitim acin con ceptual de una dem ocracia posterior al demos, de una dem ocracia que liqu id la apariencia, la cuenta errnea y el litigio del pueblo, reductible p or lo tan to al m ero juego de los d ispositivos estatales y las arm onizaciones de energas e intereses sociales. [...] Es la prctica y el pensam ien to de una adecuacin total entre las form as del Estado y el estado de las relaciones sociales.0

    Ranciere seala aqu, aunque utilizando un vocabulario diferente, la elim inacin por parte del enfoque pospoltico de la dimensin adversarial, que es constitutiva de lo poltico, y que proporciona a la poltica dem ocrtica su d inm ica inherente.

    La c o n f r o n t a c i n a g o n i s t a

    Muchos tericos liberales se niegan a adm itir la dimensin antagnica de la poltica y el rol de los afectos en la construccin de las identidades polticas, porque consideran que pondra en peligro la realizacin del consenso, al que consideran como el objetivo de la democracia. No comprenden que, lejos de amenazar la democracia, la confrontacin agonista es la condicin m ism a de su existencia. La especificidad de la democracia moderna radica en el reconocim iento y legitim acin del conflicto y en la negativa a suprim irlo me-

    :n Jacques Ranciere, Disagreement, Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1991, p. 102 (modificada en la traduccin) [trad, esp.: Eidesacuerdo. Poltica y f i losofa, Buenos Aires, Nueva Visin, 1996, p. 129],

  • diante la imposicin de un orden autoritario. Al romper con la representacin simblica de la sociedad como cuerpo orgnico caracterstica de la forma holstica de organizacin una sociedad democrtica liberal pluralista no niega la existencia de conflictos, sino que proporciona las instituciones que les perm iten ser expresados de un modo adversarial. Es por esta razn que deberam os dudar seriamente de la actual tendencia a celebrar una poltica de consenso, que es acompaada con la afirmacin de que ella ha reemplazado a la poltica adversarial de izquierda y derecha, supuestam ente pasada de moda. Una democracia que funciona correctamente exige un en frentamiento entre posiciones polticas dem ocrticas legtim as. De esto debe tratar la confrontacin entre izquierda y derecha. Tal confrontacin debera proporcionar formas de identificacin colectivas lo suficientemente fuertes como para movilizar pasiones polticas. Si esta configuracin adversarial est ausente, las pasiones no logran una salida democrtica, y la d inm ica agonista del pluralism o se ve dificultada. El peligro es que la confrontacin dem ocrtica sea entonces reemplazada por una confrontacin entre formas esencialis- tas de identificacin o valores morales no negociables. Cuando las fronteras polticas se vuelven difusas, se m anifiesta un desafecto hacia los partidos polticos y tiene lugar un crecim iento de otros tipos de identidades colectivas, en torno a formas de identificacin nacionalistas, religiosas o tnicas. Los antagonism os pueden adoptar diversas formas, y sera ilusorio creer que podran llegar a erradicarse. Es por eso que es importante perm itir que adquieran una forma de expresin agonista a travs del sistema dem ocrtico pluralista.

    Los tericos liberales son incapaces de reconocer no slo la realidad prim ordial de la d isputa en la vida social y la im posib ilidad de hallar soluciones racionales im parciales a las cuestiones po lticas, sino tambin el rol integrador que juegan los conflictos en la dem ocracia moderna. U na sociedad dem ocrtica requiere de un debate sobre alternativas posibles, y debe proporcionar formas polticas de identificacin colectiva en torno a posturas dem ocrticas claram ente diferenciadas. El consenso es, sin duda, necesario, pero

  • debe estar acom paado por el disenso. El consenso es necesario en las instituciones constitutivas de la dem ocracia y en los valores tico polticos que inspiran la asociacin poltica libertad e igualdad para todos, pero siempre existir desacuerdo en lo referente a su sentido y al modo en que deberan ser im plem entados. En una dem ocracia p luralista tales desacuerdos no slo son leg timos, sino tam bin necesarios. Proporcionan la m ateria de la poltica dem ocrtica.

    Adems de los defectos del enfoque liberal, el obstculo principal para la implementacin de una poltica agonista proviene del hecho de que, despus del colapso del modelo sovitico, hemos sido testigos de la hegem ona indiscutida del neoliberalismo, con su afirm acin de que no existe alternativa al orden existente. Esta afirmacin ha sido aceptada por los partidos socialdemcratas, los cuales, bajo el pretexto de la modernizacin, han estado desplazndose constantemente hacia la derecha, redefinindose ellos mismos como cen- troizquierd'. Lejos de beneficiarse con la crisis de su antiguo antagonista comunista, la socialdemocracia ha sido arrastrada por su mismo colapso. De esta manera se ha perdido una gran oportunidad para 1a. poltica democrtica. Los sucesos de 1989 deberan haber sido la ocasin para una redefinicin de la izquierda, liberada ahora del peso muerto representado previamente por el sistema comunista. Exista la oportunidad real para una profundizacin del proyecto democrtico, porque al haberse disuelto las fronteras polticas tradicionales, podran haber sido rediseadas de un modo ms progresista. Desafortunadamente, esta oportunidad se perdi. En su lugar hemos odo afirmaciones triunfalistas respecto de la desaparicin del antagonismo y el advenimiento de una poltica sin fronteras, sin un ellos; una poltica sin perdedores, en la cual podran encontrarse soluciones que favorecieran a todos los miembros de la sociedad.

    Aunque sin duda fue im portante para la izquierda adm itir la im portancia del pluralism o y de las instituciones polticas dem ocrticas liberales, esto no debera haber significado abandonar todo intento de transformar el orden hegemnico actual y aceptar la visin

  • segn la cual las sociedades democrticas liberales realmente existentes representan el fin de la historia. Si hay algo que habra que a- prender del fracaso del comunismo es que la lucha dem ocrtica no debera concebirse en trminos de amigo/enemigo, y que la dem ocracia liberal no es el enemigo a destruir. Si consideramos la libertad e igualdad para todos como los principios tico polticos de la democracia liberal (lo que M ontesquieu defini como las pasiones que mueven un rgim en), est claro que el problema con nuestras sociedades no lo constituyen los ideales que proclama, sino el hecho de que esos ideales no son puestos en prctica. Por lo tanto, la tarea de la izquierda no es rechazarlos con el argumento de que son un engao, una m anera de encubrir la dom inacin capitalista, sino luchar por su implem entacin efectiva. Y esto, por supuesto, no puede realizarse sin desafiar el actual modo neoliberal de regulacin capitalista.

    De ah que tal lucha, si bien no debe ser concebida en trminos de la oposicin amigo/enemigo, tampoco puede concebirse simplemente como una mera competencia de intereses o de un modo dia- lgico. Esta es, sin embargo, la m anera precisa en que la mayora de los partidos de izquierda conciben la poltica dem ocrtica en la actualidad. Para revitalizar la dem ocracia, es urgente salir de este impasse. M i argumento es que, gracias a la idea del adversario, el enfoque agonista que propongo puede contribuir a una revitaliza- cin y profundizacin de la democracia. Tambin ofrece la posibilidad de encarar la perspectiva de la izquierda de un modo hegemni- co. Los adversarios inscriben su confrontacin dentro de un marco democrtico, pero este marco no es percibido como algo inalterable: es susceptible de ser redefinido m ediante la lucha hegemnica. Una concepcin agonista de la democracia reconoce el carcter contingente de las articulaciones poltico econmicas hegemnicas que determinan la configuracin especfica de una sociedad en un momento dado. Son construcciones precarias y pragmticas, que pueden ser desarticuladas y transformadas como resultado de la lucha agonista entre los adversarios.

  • Slavoj Zizek se equivoca, por lo tanto, al afirmar que el enfoque agonista es incapaz de desafiar el statu quo, y concluye por aceptar la dem ocracia liberal en su etapa actual.21 Un enfoque agonista ciertamente repudia la posibilidad de un acto de refundacin radical que institu ira un nuevo orden social a partir de cero. Pero un nmero importante de transformaciones socioeconmicas y polticas, con implicaciones radicales, son posibles dentro del contexto de las instituciones democrticas liberales. Lo que entendemos por democracia liberal est constituido por formas sedimentadas de relaciones de poder que resultan de un conjunto de intervenciones hege- mnicas contingentes. El hecho de que en la actualidad su carcter contingente no sea reconocido se debe a la ausencia de proyectos contrahegemnicos. Pero no tendramos que caer nuevamente en la trampa de creer que su transformacin requiere un rechazo total del marco dem ocrtico-liberal. Existen muchas maneras en las cuales puede jugarse el juego de lenguaje dem ocrtico -tom ando un trmino de W ittgen ste in -, y la lucha agonista debera introducir nuevos sentidos y campos de aplicacin para que la idea de democracia se radicalice. sta es, desde mi punto de vista, la manera efectiva de desafiar las relaciones de poder, no en la forma de una negacin abstracta, sino de un modo debidam ente hegemnico, m ediante un proceso de desarticulacin de las prcticas existentes y de creacin de nuevos discursos e instituciones. Contrariam ente a los diversos modelos liberales, el enfoque agonista que defiendo reconoce que la sociedad siempre es institu ida polticam ente, y nunca olvida que el terreno en el cual tienen lugar las intervenciones hegemnicas es siempre el resultado de prcticas hegemnicas previas y que jams es neutral. Es por eso que niega la posibilidad de una poltica democrtica no adversarial, y critica a aquellos que -p o r ignorar la d imensin de lo poltico- reducen la poltica a un conjunto de pa-

    'sos supuestam ente tcnicos y de procedimientos neutrales.

    21 Vanse por ejemplo sus crticas en Slavoj Zizek y Glyn Daly, Conversations witb iiek , Cambridge, Polity, 2004 [erad, esp.: Arriesgar lo imposible. Conversaciones con Glyn Daly, Madrid, Trotta, 2005].

  • 111. M S ALL DEL MODELO ADVERSARIAL?

    La perspectiva pospolrica que este libro intenta desafiar encuentra sus relaciones sociolgicas en una descripcin del mundo elaborada por una serie de tericos que a comienzos de la dcada de 1960 anunciaron el advenim iento de una sociedad posindustrial y celebraron el fin de la ideologa. Esta tendencia fue pasando de m oda, pero ha sido reavivada en una nueva versin por socilogos como Ulrich Beck y A nthony G iddens, quienes afirm an que el modelo de la poltica estructurada alrededor de identidades colectivas se ha tornado enteram ente obsoleto a partir de la expansin del individualism o, y que debe ser dejado de lado. Segn su perspectiva, estamos ahora en una segunda etapa de la m odernidad que ellos denominan m odernidad reflexiva. Nuestras sociedades se han vuelto postradicionales y esto im plica un replanteo drstico de la naturaleza y objetivos de la poltica. Am pliam ente d ifundidas en los medios, estas ideas se estn convirtiendo rpidam ente en el sentido comn que inspira la percepcin dom inante de nuestra realidad social. Han tenido una fuerte influencia en los crculos polticos y, como veremos, han jugado un im portante rol en la evolucin de varios partidos socialdemcratas. En tanto proporcionan varios de los principios centrales del actual Z eitgeist , el objetivo de este captulo es examinarlas detenidam ente y analizar sus consecuencias para la poltica democrtica.

    B e c k y l a r e in v e n c i n d e la p o l t i c a

    Para evaluar crticam ente la afirmacin de Ulrich Beck segn la cual la poltica necesita ser reinventada, debemos primero comprender

  • los lincam ientos principales de su teora de la modernidad reflexiva y su concepcin de la sociedad del riesgo. Esas ideas fueron elaboradas en una serie de libros publicados a partir de 1986, en los que afirm a que las sociedades industriales han sufrido cambios cruciales en su d inm ica interna. Su argumento principal es que, despus de una primera etapa de modernizacin sim ple, caracterizada por la creencia en la sustentabilidad ilim itada del progreso tcnico econmico natural, cuyos riesgos pudieron ser contenidos gracias a instituciones adecuadas de monitoreo, vivimos ahora en una poca de modernizacin reflexiva caracterizada por la em ergencia de una sociedad del riesgo. Las sociedades modernas se enfrentan en la actualidad con los lm ites de su propio modelo y la conciencia de que el progreso podra transformarse en autodestruc- cin si son incapaces de controlar los efectos colaterales de su d inamismo inherente. Hemos comprendido que ciertos rasgos de la sociedad industrial son social y polticam ente problemticos. Es tiempo de reconocer que los riesgos econmicos, sociales, polticos e individuales que enfrentan las sociedades industriales avanzadas ya no pueden ser tratados m ediante las instituciones tradicionales.

    Segn Beck, una de las diferencias cruciales entre la prim era y la segunda m odernidad es que, en la actualidad, el motor de la historia social ya no reside en la racionalidad instrum ental, sino en el efecto colateral. Afirma que

    mientras que la modernizacin simple sita en ltima instancia el motor del cambio social en las categoras de la racionalidad instrumental (reflexin), la modernizacin reflexiva visualiza la fuerza motriz del cambio social en las categoras de) efecto colateral (reflexividad). Cosas al principio no percibidas y no reflejadas, sino externalizadas, se suman a la ruptura estructural que separa a las nuevas modernidades de la industrial, en el presente y en el futuro.1

    1 Ulrich Beck, The Reiiwention of Iolitlcs: Kethinking Modemity in the Global Social Ordcr, Cambridge, Policy Press, 1997, p. 38.

  • Pone gran nfasis en el hecho de que esta transicin de una poca social a otra ha ocurrido subrepticiam ente, de una manera no planificada. No es el resultado de luchas polticas y no debera interpretarse segn la idea marxista de la revolucin. De hecho, o son las crisis sino las victorias del capitalismo las que estn en el origen de esta nueva sociedad, que debera concebirse como la victoria de la modernizacin occidental.

    He aqu un ejemplo de lo que entiende por el rol de los efectos colaterales: la transicin del perodo industrial al perodo del riesgo en la modernidad ocurre de forma involuntaria, imprevista y compulsiva, siguiendo el dinam ism o autonom izado de la modernidad, de acuerdo con el modelo de los efectos colaterales latentes.2 Son esos efectos colaterales, y no las luchas polticas, los que originan los profundos cambios que han tenido lugar en una am plia gam a de relaciones sociales: las clases, los roles sexuales, las relaciones fam iliares, el trabajo, etc. Como consecuencia, los pilares constitutivos de la primera m odernidad, tales como los sindicatos y los partidos polticos, han perdido su centralidad porque no estn adaptados para tratar con las nuevas formas de conflicto especficas de la m odernidad reflexiva. En una sociedad del riesgo, los conflictos bsicos ya no son de naturaleza d istributiva -v incu lados al ingreso, el empleo, los beneficios sociales sino que son conflictos en torno a la responsabilidad distributiva, es decir, a cmo prevenir y controlar los riesgos que acompaan la produccin de bienes y las amenazas que supone el avance de la modernizacin.

    Beck afirma que las sociedades de la prim era modernidad estaban caracterizadas por el Estado-nacin y el rol central de los grupos colectivos. Debido a las consecuencias de la globalizacin, por un la

    2 Ulrich Beck, The Reinvention o f Politics: Towards a Theory o f Reflexive Modernization, en U. Beck, A. Giddens y S. Lash, Reflexive Modernization, Cambridge, Polity Press, 1994, p. 5 [trad. esp.: La reinvencin de la poltica. Hacia una teora de la modernizacin reflexiva en U. Beck, A. Giddens y S. Lash, Modernizacin reflexiva, Madrid, Alianza, 1994].

  • do, y a la intensificacin de los procesos de individualizacin, por el otro, esto ya no es as. Las identidades colectivas han sido profundam ente socavadas, tanto en la esfera privada como en la pblica, y en la actualidad las instituciones bsicas de la sociedad estn orientadas hacia el individuo y ya no hacia el grupo o la familia. Por otra parte, las sociedades industriales estaban centradas en el trabajo y organizadas en torno al pleno empleo; el estatus de los individuos se defina esencialmente por su trabajo, que tambin constitua una condicin im portante para su acceso a los derechos democrticos. Esto tam bin ha llegado a su fin. De ah la urgencia por encontrar una nueva manera de concebir la base para una participacin activa en la sociedad, teniendo en cuenta el hecho de que los individuos se construyen en una interaccin discursiva abierta, a la cual no pueden hacer justicia los roles clsicos de la sociedad industrial.

    Aunque adm ite que el antiguo vocabulario de izquierda y derecha, los intereses conflictivos de los grupos y los partidos polticos no han desaparecido an, Beck los considera sostenes conceptuales del pasado y, por lo tanto, totalmente inadecuados para comprender los conflictos de la modernidad reflexiva. En una sociedad del riesgo, los conflictos ideolgicos y polticos ya no pueden ordenarse mediante la metfora izquierda/derecha que era tpica de la sociedad industrial, pero s caracterizarse de manera ms adecuada a partir de las siguientes dicotomas: seguro/inseguro, interior/exterior, y poltico/no poltico.3

    La e m e r g e n c ia d e l a s u b p o l t ic a

    Ahora que hemos esbozado en lneas generales el marco de la teora de Beck, podemos exam inar la nueva forma de poltica que postula cbmo solucin, a la que denom ina subpoltica. La idea central es

    * Ulrich Beck, The Reinvention o f Politics: Towards a Theory o f Reflexive Modernizacin, op. cit., p. 42.

  • que en una sociedad del riesgo uno no debera buscar lo poltico en las arenas tradicionales, como ser el parlam ento, los partidos po lticos y los sindicatos, y que es necesario poner fin a la ecuacin entre poltica y Estado, o entre poltica y sistema poltico. En la actualidad lo poltico irrum pe en lugares m uy diferentes, y nos enfrentamos a una situacin paradjica: la constelacin poltica de la sociedad industrial se est volviendo apoltica, m ientras que lo que era apoltico en el industrialism o se est volviendo poltico.4 H an surgido una serie de resistencias con orientacin local, extra parlam entarias, que ya no estn ligadas a las clases o a los partidos polticos. Sus demandas tienen que ver con temas que no pueden expresarse mediante las ideologas polticas tradicionales, y no estn dirigidas al sistema poltico: tienen lugar en una variedad de subsistemas.

    Beck sostiene que la sociedad del riesgo desafa los principios bsicos de la ciencia poltica, que por lo general ha elaborado el concepto de la poltica en tres aspectos: 1) la p o li ty que se refiere a la constitucin institucional de la com unidad poltica; 2) la p o l i c y que exam ina cmo los programas polticos pueden determ inar circunstancias sociales; 3) y la p o lit ic s que se refiere al proceso de conflicto poltico en torno a la distribucin del poder y las posiciones de poder. En los tres casos la cuestin se orienta hacia agentes colectivos, y el individuo no tiene cabida en la poltica. C on el advenim iento de la subpoltica, el individuo pasa a ocupar el centro de la escena poltica. La subpoltica, afirma,

    Se d istingue de la poltica en que a) a los agentes que estn fuera del sistem a corporativo o p o ltico tam bin se les p erm ite aparecer en el escenario del diseo social (este grupo incluye grupos ocupacionales y profesionales, la in teligencia tcnica de las em presas, instituc iones de investigacin, gerentes, trabajadores capacitados, in iciativas de c iu d ad anos, la esfera pblica, etc.), y b) no slo los agentes sociales y co lectivos, sino tam bin los in d iv id u os com p iten con los p rim eros y en tre s p o r el

    4 Ibid., p . 18 . 4 Ibid., p. 2 2 .

  • poder emergente de disear la poltica.5Tambin destaca que la subpoltica significa "disear a la sociedad desde abajo, y que como consecuencia de la subpolitizacin surgen crecientes oportunidades para que grupos hasta ahora involucrados en el proceso sustancial de tecnificacin e industrializacin puedan tener voz y participacin en el ordenamiento de la sociedad: los ciudadanos, la esfera pblica, los movimientos sociales, grupos de expertos y trabajadores en su lugar de ocupacin.6

    Cuando visualiza las cuestiones que abordar esta subpoltica rein- ventada, Beck destaca nuevamente sus diferencias respecto del tipo de poltica de izquierda/derecha de la modernidad simple, con su clara separacin entre lo pblico y lo privado. De acuerdo a la concepcin tradicional, uno deba abandonar la esfera privada a fin de volverse poltico, y era en la esfera pblica, a travs de los partidos, donde se realizaba lo poltico. La subpoltica funciona a la inversa de esta concepcin, y coloca en el centro de la arena poltica todo aquello que fue dejado de lado y excluido del eje izquierda/derecha. Ahora que todas las cuestiones referidas al yo, que eran antes percibidas como expresiones del individualism o, ocupan un lugar central, surge una nueva identidad de lo poltico en trminos de poltica de vida y de muerte. En una sociedad del riesgo, que ha tomado conciencia de la posibilidad de una crisis ecolgica, una serie de temas considerados antes de carcter privado, como ser aquellos relacionados con el estilo de vida y la dieta, han abandonado la esfera de lo ntim o y lo privado y se han politizado. La relacin del individuo con la naturaleza es tpica de esta transformacin, ya que ahora est indefectiblem ente interconectada con una m ultip licidad de fuerzas globales, de las cuales es imposible escapar.

    Adems, el progreso tecnolgico y los desarrollos cientficos en el campo de la m edicina y la ingeniera gentica estn obligando a la gente a tomar decisiones en el campo de la poltica corporal que hu-

    (' Ulrich Beck, The Reinvention o f Policios: Towards a Theory o f Reflexive Modernizacin, op. dt p. 23.

  • bieran sido antes inimaginables. Esas decisiones sobre la vida y la muerte estn introduciendo en la agenda poltica cuestiones filosficas de existencialismo, y los individuos se vern obligados a enfrentarlas si no quieren dejar su futuro en manos de expertos, o que sea tratado segn la lgica del mercado. Beck afirma que esto nos da la posibilidad de cambiar la sociedad en un sentido existencial. Todo depende de la capacidad de las personas para despojarse de sus antiguas formas de pensamiento, heredadas de la primera modernidad, a fin de enfrentar los desafos planteados por la sociedad del riesgo. El modelo de la racionalidad instrumental sin ambigedades tendra que ser abolido y deberan encontrarse formas que vuelvan aceptable la nueva ambivalencia. Se necesita la creacin de foros donde los expertos, los polticos, los empresarios, y los ciudadanos puedan lograr un consenso sobre los modos de establecer formas posibles de cooperacin mutua.

    Beck se complace en destacar el rol positivo que puede jugar la duda en el fomento de los compromisos que hacen posible la superacin de los conflictos. La generalizacin de una actitud de duda -a f irm a - abre el camino a una nueva modernidad, no ya basada en la certeza como la modernidad simple, sino en el reconocimiento de la am bivalencia y en el rechazo de una autoridad superior. Tambin afirma que el escepticismo generalizado y la centralidad de la duda que predominan en la actualidad impiden la emergencia de relaciones antagnicas. Hemos entrado en la era de la ambivalencia, en la cual ya nadie puede creer que posee la verdad creencia que era, precisamente, la fuente de los antagonismos. Por lo tanto, el fundamento mismo de su emergencia ha sido elim inado.7 Es por eso que rechaza como sostenes del pasado los intentos de hablar en trminos de izquierda y derecha y de organizar identidades colectivas en torno a esos lincamientos. Incluso va ms all al sealar que el programa poltico de una modernizacin radicalizada es el escepticismo.

    Segn la perspectiva de Beck, una sociedad en la cual se haya ge-

    ' Ulrich Beck, The Reinvcntion o f Politics: Rethinking Modernity in the Global Social Orden op. cit., pp. 168 y 169.

  • neralizado la duda no podr pensar en trminos de amigo y enem igo, y como consecuencia se producir una pacificacin de los conflictos. Da por sentado que, una vez que las personas dejen de creer en la existencia de una verdad que sea asequible, se darn cuenta de que deben ser tolerantes con otros puntos de vista, y considera que asumirn compromisos en lugar de intentar imponer sus propias ideas. Slo aquellos que an piensan segn las viejas categoras y que son incapaces de cuestionar sus certezas dogmticas van a seguir comportndose de un modo adversarial. Existe la esperanza de que los efectos colaterales de la modernizacin reflexiva conduzcan a su desaparicin, y por lo tanto podemos esperar razonablemente el advenim iento de un orden cosmopolita.

    G id d e n s y l a s o c i e d a d p o s t r a d ic io n a l

    En el caso de Anthony Giddens, el concepto clave es el de sociedad postradicional. Con este concepto quiere indicar que estamos atrapados en experimentos cotidianos que tienen profundas consecuencias para el yo y la identidad, y que implican una m ultiplicidad de cambios y adaptaciones en la vida diaria. La modernidad se ha vuelto experimental a nivel global, y est cargada de riesgos globales cuyas consecuencias no podemos controlar: la incertidumbre fabricada se ha vuelto parte de nuestras vidas. Como Beck, Giddens cree que muchas de esas incertidumbres han sido creadas por el propio crecimiento del conocimiento humano. Son el resultado de la intervencin hum ana en la vida social y en la naturaleza. El crecimiento de la incertidumbre fabricada se ha acelerado por la intensificacin de la globalizacin, debido al surgimiento de medios instantneos de comunicacin global. El desarrollo de una sociedad cosmopolita globa- liz jn te es la causa de que las tradiciones se hayan vuelto objeto de cuestionamiento, su estatus ha cambiado porque ahora requieren una justificacin y ya no pueden darse por sentadas como en el pasado.

    El surgimiento de un orden social postradicional se ha visto acom-

  • paado por la expansin de una sociedad reflexiva, porque la incer- tidumbre fabricada se introduce actualmente en todas las reas de la vida social. Por eso los individuos tienen que procesar gran cantidad de informacin, sobre la cual deben actuar en sus acciones cotidianas. Giddens afirma que el desarrollo de la reflexividad social es en realidad la clave para comprender una diversidad de cambios que han tenido lugar tanto en la economa como en la poltica. Por ejemplo,

    el surgimiento del posfordismo en las empresas industriales se analiza generalmente en trminos de los cambios tecnolgicos particularmente la influencia de la tecnologa informtica-. Pero la razn subyacente del crecimiento de la produccin flexible y la toma de decisin de abajo hacia arriba es que un universo de alta reflexividad conduce a una mayor autonoma de accin, que debe ser reconocida y aprovechada por la empresa.8

    Un razonamiento similar, afirma, podra aplicarse a la esfera de la poltica relacionada con la autoridad burocrtica, que segn su visin ya no constituye una condicin requerida para la eficiencia organizacio- nal. Es por esta razn que los sistemas burocrticos comienzan a desaparecer y los Estados ya no pueden tratar a sus ciudadanos como ^ sujetos .

    Giddens sostiene que ahora deberamos pensar en trminos de poltica de vida, lo que opone al modo emancipativo. Y afirma: La poltica de vida se refiere a las cuestiones polticas que fluyen de los procesos de la autoactualizacin en los contextos postradiciona- les, donde las tendencias globalizantes penetran profundamente en el proyecto reflexivo del yo, y donde, a la inversa, los procesos de au- torealizacin influyen en las estrategias globales.9 Esto significa que la poltica de vida incluye, por ejemplo, cuestiones ecolgicas y

    * Anthony Giddens, BeyondLeft and Right, Cambridge, Polity, 1994, p. 7 [trad. esp.: Ms all de la izquierda y la derecha, Madrid, Ctedra, 1 997J.

    'J Anthony Giddens, Modernity andSelfldentity, Cambridge, Polity, 1991, p. 21 4 [trad. esp.: Modernidad e identidad del yo, Barcelona, Pennsula, 1997].

  • tambin la naturaleza cambiante del trabajo, la familia, y la identidad personal y cultural. M ientras que la poltica emancipatoria tiene que ver con las oportunidades de vida y la elim inacin de diferentes tipos de restriccin, la poltica de vida tiene que ver con decisiones de vida decisiones sobre cmo deberamos vivir en un mundo pos- tradicional, en el cual aquello que sola ser natural o tradicional se ha vuelto objeto de eleccin-. No es slo una poltica de lo personal, y sera un error destaca Giddens pensar que se trata solamente de un inters de los ms acaudalados. Sin duda las cuestiones ecolgicas y feministas juegan un rol central, pero la poltica de vida tambin abarca reas ms tradicionales de la participacin poltica, como el trabajo y la actividad econmica. Por lo tanto, resulta m uy importante afrontar los mltiples problemas que surgen de la transformacin de la fuerza de trabajo. Afirma que la poltica de vida tiene que ver con los desafos que enfrenta la hum anidad colectiva.10

    Giddens coincide con Beck en destacar la expansin del nuevo individualismo, que representa un verdadero desafo a las formas usuales de hacer poltica. Desde su punto de vista, este nuevo individualismo debera ser entendido en el contexto de los complejos efectos de la globalizacin y su impacto en el rol cada vez ms dbil que juegan la tradicin y las costumbres en nues