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Jacques Le Goff Fierre Nora Hacer la Historia I. Nuevos problemas Traducción de Jem Gabanes Editorial Laia/Barcelona

MicheldeCerteau, laoperacionhistorica.HacerlaHistoriaI.pdf

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Jacques Le GoffFierre Nora

Hacer la HistoriaI. Nuevos problemas

Traducción de Jem Gabanes

Editorial Laia/Barcelona

La edición original francesa fue publicada por Éditions Gallimard,París, con el título: Paire de l'histoire. Nouveaux problémes

© by Éditions Gallimard, París, 1974Versión castellana: Jem ¿abanesDiseño y realización de la cubierta: Enric SatuéPrimera edición: febrero, 1978Segunda edición: enero, 1985Propiedad de esta edición (incluida la traducción y el diseño de lacubierta): Editorial Laia, S. A., Guitard, 43, ático 2.a - 08014 BarcelonaISBN: 84-7222-492-9Depósito legal: B 42.272 - 1984Impreso en Romanyá/Valls, Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)Printed in Spain

PLAN GENERAL DE LA OBRA

Presentación por Jacques le Goff y Fierre Nora

Primera parte: Nuevos problemas

Michel de CerteauFrancois FuretPaul Veyne

La operación históricaLo cuantitativo en historiaLa historia conceptualizanteLas vías de la historia antes de

la escrituraLa historia de los pueblos sin his-

toriaLa aculturaciónHistoria social e ideologías de las

sociedadesHistoria marxista, historia en

construcción Fierre VilarLa vuelta del acontecimiento Fierre Nora

André Leroi-Gourhan

Henri MoniotNathan Wachtel

Georges Duby

Segunda parte: Nuevos enfoques

La arqueologíaLa economía:

— Las crisis económicas— Superación y prospectiva

La demografíaLa religión:

— Antropología religiosa— Historia religiosa

La literaturaEl arteLas cienciasLa política

Alain Schnapp

Jean BouvierFierre ChaunuAndré Burguiéré

Alphonse DuprontDominique JuliaJean StarobinskiHenri ZernerMichel SerresJacques Julliard

JACQUES LE GOFF Y FIERRE NORA

Tercera parte: Nuevos temas

El clima: la historia de la lluviay del buen tiempo

El inconsciente: el episodio de laprostituta en ¿Qué hay quz ha-cer? y en El subsuelo

El mito: Orfeo con mielLas mentalidades: una historia

ambiguaLa lengua: lingüística e historiaEl libro: un cambio de perspec-

tiva

Los jóvenes: lo crudo, el niñogriego y lo cocido

El cuerpo: el hombre enfermo ysu historia

La cocina: un menú siglo xixLa opinión pública: apología de

los .'ondeosEl cii 2; un antianálisis de la so-

cied adEl festival: bajo la Revolución

francesa

Emmanuel Le Roy Ladurie

Alain BesanconMarcel Detienne

Jacques Le -GoffJeanjQaude Ghevalier

Roger Charlier yDaniel Roche

Fierre VidalnNaquetJean-Pierre Pet :r yJacques RevelJean-Paul Aron

Jacques Ozouf

Marc Ferro

Mona Ozouf

Presentación

Por el título dado a la presente obra se verá de buenas aprimeras lo que no es este trabajo.1

No es un panorama de la historia actual. Ante todo por-que no pretende ofrecer un panorama completo de la produc-ción histórica ni del campo de la historia. Actualmente el do-minio histórico no tiene límites y su expansión se produce deacuerdo con unas líneas o zonas de penetración que dejanentre sí espacios agotados o baldíos; sólo nos han retenidolos avances ya practicados por numerosos historiadores, de loscuales solamente algunos aportan su testimonio en estas pá-ginas. Además, porque no se trata de una ojeada desde el ex-terior sobre la producción histórica, sino de un acto compro-metido en la reflexión y la investigación del historiador, delos historiadores.

Obra colectiva y diversa, pretende, no obstante, ilustrary promover un tipo nuevo de historia. No la historia de unequipo o de una escuela. Si en los autores o en el espíritude la obra se hallare a menudo la marca de la supuesta es-cuela de los «Annales», se debe a que la historia nueva debemucho a Marc Bloch, Lucien Febvre, Fernand Braudel y acuantos siguen sus pasos en la innovación, sin que se dé enestas páginas ninguna ortodoxia, por muy abierta que sequiera.

En una obra que aspira a rehuir las limitaciones y las to-mas de posición aprioristas, podrá parecer sorprendente notropezar más que con autores franceses —salvo una excep-ción, que apenas es tal. Por más que los historiadores fran-ceses desempeñen un papel capital en la renovación de lahistoria, lo que en parte justificaría nuestra selección, resul-

1. Cf. Miohel de CERTEAU, Paire de í'histoire, «Recherches de sciencereligieuse», LVIII (1970), 481-520.

La operación históricapor

MICHEL DE CBRTEAU

¿Qué fabrica el historiador cuando «hace historia»? ¿Enqué trabaja? ¿Qué produce? Interrumpiendo su deambulaciónerudita por las salas de archivos, se distancia un momentodel estudio monumental que lo situará entre sus iguales y,una vez en la calle, se pregunta: ¿Qué oficio es éste? Me in-terrogo sobre la relación enigmática que sostengo con la so-ciedad presente y con la muerte gracias a la mediación deunas actividades técnicas.

Verdad es que no hay consideraciones, por generales quesean, ni lecturas, por mucho que se las extienda, capaces deborrar la particularidad del lugar de que hablo y del dominioen que llevo a cabo una investigación. Esta señal es indeleble.En el discurso en que pongo en escena unos problemas globa-les, tomará la forma del idiotismo: mi dialecto simboliza mirelación a un espacio.

Mas el gesto que relaciona las «ideas» a unos espacios esprecisamente un gesto de historiador. Comprender, para él,es analizar en términos de producciones localizables el mate-rial que cada método instauró primero según sus propios cri-terios de pertinencia.1 Cuando la historia se convierte,2 parael que la practica, en el mismísimo objeto de su reflexión,¿podrá invertir el proceso de comprensión que correlaciona

1. Si el trabajo histórico se caracteriza por la determinación deesferas de pertinencia, o sea, por un tópico (como enseñara PaulVBVNB, Comment on écrit Vhistoire, Seuil, 1971, pp. 258-273), no por ellorenuncia a inscribir las unidades de sentido (o «hechos») así determi-nados en unas relaciones de producción. Por lo tanto, se aplica a ponerde relieve la relación entre productos y esferas de producción.

2. Preciso, de una vez por todas, que empleo historia en el sentidode historiografía. O sea, entiendo por historia una práctica (una disci-plina), su resultado (un discurso) y su relación. Cf. Michel de CERTEAU,Paire de Vhistoire, en «Reoherches de science religieuse», LVIII (1970),481-520.

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un producto con su espacio? Sería un prófugo, cedería a unacoartada ideológica si, para establecer el estatuto de su tra-bajo, recurriese a otro lugar filosófico, a una verdad forma-da y recibida fuera de las vías por las que, en historia, todosistema de pensamiento se remite a unos «espacios» socia-les, económicos, culturales, etc. Semejante dicotomía entrelo que él hace y lo que diría de su objeto, serviría, por lodemás, a la ideología reinante, protegiéndola de la prácticaefectiva. Reduciría asimismo las experiencias del historiadora un sonambulismo teórico. Más aún, en historia, al igual queen cualquier otra disciplina, una práctica sin teoría acaba ne-cesariamente, un día u otro, en el dogmatismo de «valoreseternos» o en la apología de una «intemporalidad». La sos-pecha no puede extenderse a todo análisis teórico.

En este sector, Serge Moscovici, Michel Foucault, Paul Vey-ne, y muchos más, atestiguan un despertar epistemológico,3

que se manifiesta en Francia con una urgencia nueva. Perosólo es admisible la teoría que articula una práctica, a saberla teoría que, por una parte, abre las prácticas al espacio deuna sociedad y que, por otra, organiza los procedimientospropios de una disciplina. Enfocar la historia como una ope-ración, será intentar, de un modo necesariamente limitado,comprenderla como la relación entre un lugar (un recluta-miento, un medio ambiente, un oficio, etc.), y unos procedi-mientos de análisis (una disciplina). Es admitir que formaparte de la «realidad» de que trata, y que esta realidad puedecaptarse «en cuanto actividad humana», «en cuanto prácti-ca».4 En esta perspectiva, quisiera poner <le manifiesto que laoperación histórica se refiere a la combinación de un espaciosocial y de prácticas «científicas».5 Este análisis de los preli-minares de los que no habla el discurso permitirá precisarlas leyes silenciosas que circunscriben el espacio de la ope-ración histórica. La escritura histórica se construye en fun-ción de este espacio cuya organización parece invertir: aquélla

3. Cf. Serge Moscovia, Essai sur l'histoire humaine de la nature,Flammarion, 1968; Michel FOUCAULT, L'Archéologie du savoir, Gallimard,1969; Paul VEYNE, Comment on écrit l'histoire, Seuil, 1971.-

4. Karl MARX, Tesis sobre Feuerbach, tesis I.5. El término científico, bastante sospechoso en el conjunto de las

«ciencias humanas» (en donde es sustituido por el término análisis),no lo es menos en el campo de las «ciencias exactas», en la medida enque remitiría a unas leyes. Puede, no obstante, definirse con este tér-mino la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permita«controlar» unas operaciones proporcionadas a la producción de objetosdeterminados.

obedece, en efecto, a unas reglas propias que exigen ser exa-minadas por sí mismas -lo que configura el objeto de otroestudio.

I. Una esfera social

Toda investigación historiográfica se articula en una esfe-ra de producción socioeconómica, política y cultural. Implicaun ámbito de elaboración que las determinaciones que le sonpropias circunscriben: una profesión liberal, un puesto deobservación o enseñanza, una categoría de gente de letras, etc.Está, pues, sujeta a una serie de restricciones, ligada a unosprivilegios, arraigada en una particularidad. Es en función deeste emplazamiento que se instauran unos métodos, que seprecisa una topografía de intereses, que se organizan infor-mes y cuestiones por plantear.

1. Lo que está sin decir / ,

Hace cuarenta años, una primera crítica del «cientificis-mo» revelaba en la historia «objetiva» su relación a un ám-bito, el del sujeto. Al analizar una «disolución del objeto»(R. Aron), quitó a la historia el privilegio de que se jactabaal pretender reconstituir la «verdad» de lo ocurrido. La his-toria «objetiva» sostenía, por lo demás, con esta idea de una«verdad», un modelo sacado de la filosofía de ayer o de lateología de anteayer; se contentaba con traducirla en térmi-nos de «hechos» históricos... Los días jubilosos de ese posi-tivismo se acabaron, y bien acabados están.

Desde entonces imperan los tiempos de desconfianza. Seha puesto de manifiesto que toda interpretación histórica,de-pende de un sistema de referencias; que este sistema no dejade ser una «filosofía» implícita particular; que, infiltrándoseen la labor de análisis, organizándola sin saberlo, remite a la«subjetividad» del autor. Al vulgarizar los temas del «histori-cismo» alemán, Raymond Aron enseñó a toda una generaciónel arte de señalar las «decisiones filosóficas» en función delas cuales se organiza la distribución de un material, los có-digos de su desciframiento y la ordenación de la exposición.6

6. Introduction á la phüosophie de l'histoire. Essai sur les limitesde l'objectivité historique, Vrin, 1938; La phüosophie critique de l'his-toire, Vrin, 1938 (reeditada en 1969). Acerca de las tesis de R. Aron¡

18 MICHEL DE CERTEAU

Esta «crítica» representaba un esfuerzo teórico. Marcaba unaetapa importante con relación a una situación francesa en laque reinaba el escepticismo para con la «tipologías» alemanaá.Exhumaba lo inconfesado y lo preliminar filosóficos de lahistoriografía del siglo xrx. Remitía ya a una circulación delos conceptos, esto es, a los desplazamientos que, a lo largode este siglo, habían transportado las categorías filosóficaspor los'subsuelos de la historia así como por los de la exé-gesis o de la sociología.

Ahora sabemos la lección al dedillo. Los «hechos históri-cos» son constituidos ya por la introducción de un sentido enla «objetividad». Enuncian, en el lenguaje del análisis, unas«opciones» que le anteceden, que no resultan, pues, de la ob-servación —y que ni siquiera son «verificables» sino sólo «fal-sificables» gracias a un examen crítico. La «relatividad his-tórica» compone así un cuadro en el que, sobre el fondo deuna totalidad de la historia, se destacan una multiplicidadde filosofías individuales, las de unos pensadores que se vis-ten de historiadores.

La vuelta a las «decisiones» personales se efectuaba enbase a dos postulados. De un lado, aislando del texto historio-gráficq un elemento filosófico, se suponía una autonomía enla ideología: era la condición de su extracción. Se ponía apar-te de la praxis histórica un orden de ideas. Por lo demás(aunque ambas operaciones vayan de la mano), el subrayarlas divergencias entre los «filósofos» que se descubrían bajosu vestimenta de historiadores, al referirse a lo insondablede sus ricas intuiciones, se convertía a tales pensadores en ungrupo aislable de su sociedad en razón de su relación directacon* el pensamiento. El recurso a las opciones personales ge-neraba un cortocircuito en la función ejercido sobre las ideaspor unas localizaciones sociales.8 El plural de estas subjeti-vidades filosóficas producía el efecto de conservar una posi-ción singular para los intelectuales. Los problemas de sen-tido se trataban entre ellos, la explicitación de sus diferenciasde pensamiento gratificaba al grupo entero con una relación

HACER LA HISTORIA 19

cf. la critica de Fierre VILAR, Marxistne et hístoire dans le développe-tttent des seténeles humaines, «Studi storici», I (1960), 1008-1043, parti-cularmente pp. 1011-1019.

7. Sobre el «principio de falsificación», cf. Karl POPPER, Logik derForschung, Viena, 1934 (trad. inglesa: The Logic of Scientific Discovery,Londres, Hutchinson, 1959), la obra de base del «racionalismo crítico».

8. Cf. Antonio GRAMSCI, Gli inteílettuali a l'organizzazione deltacultura, Turín, Einaudi, 1949, pp. 6-38.

privilegiada con las ideas. Ningún ruido de una fabricación,ninguna técnica, ninguna restricción social, ninguna posiciónprofesional o política perturbaba la paz de esta relación: unsilencio era el postulado de esta epistemología.

R. Aron establecía en un estatuto reservado tanto el rei-nado de las ideas como el reino de los intelectuales. La «rela-tividad» sólo funcionaba en el interior de este campo recluido.P.n lugar de ponerlo en tela de juicio, lo defendía. Apoyadasen la distinción weberiana de sabio y político,9 estas tesisderrumbaban una pretensión del saber, mas reforzaban elpoder «excluido» de los sabios. Un ámbito escapaba a todoalcance en el momento en que se mostraba la fragilidad decuanto en él se producía. El privilegio arrebatado a unasobras controlables pasaba a un grupo incontrolable.

Los trabajos más señalados sobre la historia parecensepararse aún hoy difícilmente de la posición fortísima queadoptara R. Aron al sustituir, con el privilegio silencioso deun lugar, el privilegio, triunfante y discutible, de un producto.Cuando Michel Foulcault niega toda referencia a la subjeti-vidad o al «pensamiento» de un autor, aún suponía, en susprimeros libros,10 la autonomía del lugar teórico en el que sedesarrollan, en su «enunciado», las leyes según las cualesunos discursos científicos se forman y combinan en sistemasglobales. L'Archéologie du savoir (1969) marca una ruptura,al respecto, al introducir a la vez las técnicas de una disci-plina y los conflictos sociales en el examen de una estructuraepistemológica, la de la historia (lo que en modo alguna esuna casualidad.) Asimismo, cuando Paul Veyne acaba de des-truir en la historia lo que el paso de iR. Aron había conser-vado aún en cuanto a «ciencia causal», cuando, en él, el des-moronamiento de los sistemas interpretativos en un polvo depercepciones y decisiones personales ya no deja subsistir, en

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9. Volviendo a insistir en la tesis weberiana según la cual la «ela-boración científica empieza con una opción que no tiene más justifica-ción que una justificación subjetiva», R. Aron subrayaba una vezmás, en Les Étapes de la pensée sociologique (Gallimard, 1967, p. 510),el cruce, en Weber, entre la «opción subjetiva» y el sistema racional dela explicación «causal» (id., pp. 500-522). De este modo pasaba por alto,en el intelectual, su sitio en la sociedad y podía, una vez más, tomara Weber por el anti-Marx.

10. En Les Mots et les chases (Gallimard, 1966) particularmente,cuya intención ha sido precisada desde entonces y situada, en particularc-n la notable «Introducción» de L'Archéologie du savoir (o. e., pp. 9-28). Cf. M. de CERTEAU, L'Absent de l'histoire, 1973, pp. 115.132: «Lenoir soleil du langage: M. Foucault».

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cuanto a coherencia, más que las reglas de un género litera-rio, y, en cuanto a referente, más que el placer del historia-dor,11 parece que se mantenga intacto el presupuesto que,desde las tesis de 1938, despojaba implícitamente de toda per-tinencia epistemológica al examen de la función social ejer-cida por la historia, por el grupo de los historiadores (y másgeneralmente por los intelectuales), por las prácticas y lasleyes de este grupo, por su intervención en el juego de lasfuerzas públicas, etc.

2. La institución histórica

Este lugar dejado en blanco u ocultado por el análisis queexorbitaba la relación de un sujeto individual con su objeto,es una institución del saber.

Marca el origen de las «ciencias» modernas, como ponende relieve, en el siglo xvn, las «asambleas» de eruditos (enSaint-Germain-des-Prés, por ejemplo), las redes de correspon-dencias y de viajes, que forman por entonces un ambientede «curiosos»,12 o, más claramente todavía, en el siglo xvm,los círculos eruditos y esas Academias de que tanto se preo-cupara Leibniz.13 Los nacimientos de «disciplinas» van liga-dos a la creación de grupos.

11. Cf. M. de CERTEAU, Une epistemología de transition: P. Veyne,«Annales ESC», 27 (1972), 1317-1327.

12. Philippe ARIES (Le Temps de l'histoire, Monaco, 1951, p. 224),Fierre CHAUNU (La Civilisation de l'Europe classique, Arthaud, 1966,pp. 404-409, sobre «La constitution á travers l'Europe d'un petit mondede la recherche»), muchos más han observado el hecho. Pero esje únicodetalle hace ver hasta qué punto esa «constitución» social marca unaruptura epistemológica. Por ejemplo, se da una relación estrecha entrela delimitación de los correspondientes (o de los viajes) y la instau-ración entre ellos de un lenguaje erudito (sobre tales correspondencias,of. Baudouin de GAIEFÜER, en Religión, érudition et critique a la -fin duXVIIe siécle..., PUF, 1968, pp. 2-9), o entre las «asambleas» de losmiércoles en la biblioteca Colbertine, de 1675 a 1751, y la elaboraciónde una investigación histórica (sobre tales reuniones, cf. Léopold DE-LISLE, Le Cabinet des manuscrits de la Bibliothéque nationale, t. I,París, 1868, pp. 476477).

13. Daniel Roche demuestra la estrecha conexión existente entre elenciclopedismo («complejo de ideas») y estas instituciones que son lasacademias parisienses o provtincianas («Encyclopédistes et académiciens»,en Livre et sacíete dans la franee du XVIIIe siécle, II, Montón, 1970,pp. 73-92), tal como Sergio Moravia enlaza el nacimiento de la etnolo-gía con la constitución del grupo de los «Observadores del hombre»(La Scienza dell'uomo nel settecento, Barí, Laterza, 1970, pp. 151-172).Podríamos multiplicar los ejemplos.

HACER LA HISTORIA 21

De esta relación entre una institución social y la definicióndi- un saber, desde Bacon o Descartes, aparece la figura de loque se ha llamado una «despolitización» del sabio, por la quehay que entender no un exilio fuera de la sociedad,14 sino la(iniciación de un «cuerpo» en el interior de una sociedad enln que instituciones «políticas», eruditas y «eclesiásticas» seespecializan recíprocamente; no una ausencia, sino un lugarparticular en una redistribución del espacio social. Siguiendorl modelo de retraimiento en lo referente a los «asuntos pú-blicos» y a las cuestiones religiosas (que se organizan tam-bién en cuerpos particulares) se constituye una esfera «cien-t í f ica». La ruptura que posibilita la unidad social llamada aconvertirse en «la ciencia» indica una reclasificación global encondiciones de operarse. Esta ruptura delinea pues, por sulado exterior, un lugar articulado con otros en un nuevo con-junto, y, por su lado interior, la instauración de un saberindisociable de una institución social.

Este modelo originario se encuentra, a partir de entonces,por todas partes. También se multiplica bajo forma de sub-Hi'upos o de escuelas. De ahí la persistencia del gesto que cir-cunscribe una «doctrina» gracias a una «base institucional».15

La institución social (una sociedad de estudios de...) siguesiendo la condición de un lenguaje científico (la revista o elMaletín, continuación y equivalente de las correspondenciasde antaño.) A partir de los «Observateurs de l'homme» delsiglo xvm hasta la creación de la VI sección dé la École Pra-llquc des Hautes Études por la escuela de los Annales (1947),pasando por las facultades del siglo xix, cada «disciplina» con-

14. Pese a G. Baohelard, que escribía: «la ciudad científica estáestablecida al margen de la sociedad social» (Le Rationalisme appliqué,I'UF, 1966, p. 23; cf. La Formation de Vesprit scientifique, 1965, pp. 32-U). A. Koyré recogía la misma tesis, mas para defender una «vidapropia, una historia inmanente» de la ciencia, que no «puede compren-derse más que en función de sus propios problemas, de su propiahistoria» (Perspectivas sur l'histoire des sciences, en Études d'histoireilf la pensée scientifique, Gallimard, 1973, p. 399). Parece que aquí seiln, siguiendo a M. Weber: 1.°, una confusión entre diferenciación ytilslamiento, como si la instauración de una esfera «propia» no estu-viese ligada a una redistribución general y, pues, a unas redefinicionesreciprocas; 2°, una concepción de la «historia de las ideas» que quitalixla pertinencia a las particiones sociales, cuando las parcelacionesepistemológicas son indisociablemente sociales e intelectuales.

15. Jean GLÉNISSON, L'Historiographie -francaise contemporaine, enVingt-cinq ans de recherche historíque en trance, CNRS, 1965, p. xxiv,núm. 3, a propósito de Annales.

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serva su ambivalencia de ser la ley de un grupo y la ley deuna investigación científica.

La institución no sólo da una base social a una «doctrina».La posibilita y la déte-mina subrepticiamente. ¡No porqueuna sea causa de la otra! No hay que contentarse con inver-tir los términos (convirtiéndose la infraestructura en «causa»de las ideas), suponiendo inmutado, entre ellos, el tipo de re-lación que estableció el pensamiento liberal cuando otorgabaa las doctrinas la manuducción de la historia. Lo que hay quehacer, más bien, es recusar el aislamiento de estos términosy, por ende, la posibilidad de reducir una correlación a unaconexión de causa y consecuencia.

Un mismo movimiento organiza la sociedad y las «ideas»que en ella circulan. Se distribuye en regímenes de manifes-tación {económica, social, científica, etc.), que constituyen en-tre sí funciones imbricadas, pero diferenciadas, ringuna delas cuales es la realidad o causa de las demás. As , los siste-mas socioeconómicos y los sistemas de simbolizad 5n se com-binan sin identificarse ni jerarquizarse. Un cambio social es,por es*a razón, comparable a una modificación biológica delcuerp' humano: forma, igual que ella, un lenguaje, más pro-porci* nado a otros tipos de lenguaje (verbal, por ejemplo).El aislamiento «médico» del cuerpo resulta de una parcela-ción interpretativa que no tiene en cuenta los pasos de lasomatización a la simbolización. Inversamente, un dis uirsoideológico se proporciona a un orden social, igual que todoenunciado individual se produce en función de silenciosa s or-ganizaciones del cuerpo. Que el discurso, en cuanto tal, obe-dezca a unas reglas propias, no le impide articularse en aque-llo que no dice —en el cuerpo, que habla a su manera.16

En historia, toda «doctrina» que reprima su relación a lasociedad es abstracta. Niega aquello en función de lo que seelabora. Sufre entonces los efectos de distorsión debidos a laeliminación de lo que la sitúa efectivamente sin que lo digao lo sepa: un poder que tiene su lógica; una esfera que sub-tiende y «sostiene» una disciplina en su despliegue en obrassucesivas; etc. El discurso «científico» que no habla de surelación con el «cuerpo» social no puede articular una pra-xis. Deja de ser científico. Y este problema es central para elhistoriador. Esta relación al cuerpo social es precisamente

16. El psicoanalista incluso dirá que la palabra oculta y el cuerpohabla.

e I objeto de la historia. Y no puede abordarse sin poner igual-mente en tela de juicio el mismo discurso historiográfico.

Un su «Rapport general» de 1965 sobre la historiografíafrancesa, J. Glénisson evocaba algunas de las articulacionesdiscretas entre un saber y un ámbito: el encuadre de, las in-vestigaciones por algunos doctores llegados a los puestos su-periores del profesorado y que «deciden de las carreras uni-versitarias»;17 la presión ejercida por el tabú social de la tesismonumental;18 el lazo entre la débil influencia de la teoríamurxista y el reclutamiento social del «personal erudito quedispone de cátedras y presidencias»;19 los efectos de una ins-titución fuertemente jerarquizada y centralizada en la evo-lución científica de la historia, que resulta de una notable«tranquilidad» desde hace tres cuartos de siglo.20 Hay que sub-rayar asimismo los intereses demasiado exclusivamente na-cionales de una historiografía replegada en querellas internas(peleas en favor de Febvre o contra Seignobos), circunscritapor el chauvinismo lingüístico de la cultura francesa, privi-legiando expediciones en las regiones más próximas a la re-ferencia latina (el mundo mediterráneo, España, Italia o Amé-rica Latina), y encima, limitada en sus medios financieros,etcétera.

Entre otras cosas, estos rasgos remiten el «estatuto de unaciencia» a una situación social que es lo que está sin decir, lono dicho. Imposible resulta, pues, analizar el discurso his-tórico con independencia de la institución en función de lacual está organizado sobre el silencio; o soñar en una reno-vación de la disciplina que vendría asegurada por la solamodificación de sus conceptos, sin la intervención de unatransformación de las situaciones adquiridas. Desde este pun-to de vista, como indican las indagaciones de Jürgen Haber-inas, se impone una «repolitización» de las ciencias humanas:imposible dar cuenta de las mismas o permitir su progreso

17. J. GLÉNISSON, o. c., p. xxvi.18. íd., p. xxiv. Sobre estos dos puntos, cf. Terry N. y Postilla P.

CURK, Le patrón et son cercle: clef de l'Université franyaise (en «Re-vue Frangaise de Sociologie», XII [1971], 19-39), estudio perspicaz quesólo «observadores exteriores» podían escribir. Los autores definen el«sistema» por cuatro elementos esenciales: centralización del control,carácter monopolista del sistema, número restringido de puestos im-portantes, multiplicación de funciones del patrón.

19. J. GLÉNISSON, o. c., pp. xxn-xxin.20. Id., p. XL.

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sin una «teoría crítica» de su situación actual en la so-ciedad.21

La cuestión delineada por la sociología crítica de Haber-mas está, por lo demás, totalmente trazada en el discursohistórico. Sin esperar las denuncias del teórico, el texto yaconfiesa su relación con la institución. Por ejemplo, el nosotrosdel autor remite a una convención (diríamos, en semiótica,que remite a un «verosímil enunciativo»). En el texto, es lapuesta en escena de un contrato social «entre nosotros». Esun sujeto plural que «sostiene» el discurso. Un «nosotros»se apropia el lenguaje por haber sido puesto en él como lo-cutor.22 De este modo se confirma la prioridad del discursohistórico23 sobre cada obra historiográfica particular, y larelación de este discurso con una institución social. La media-ción de este «nosotros» elimina la alternativa que atribuiríala historia a un individuo (el autor, su filosofía personal,etcétera), o a un sujeto global (el tiempo, la sociedad, etc.).Sustituye a estas pretensiones subjetivas o a estas generalida-des edificantes la positividad de una esfera en la que el dis-curso se articula sin reducirse, empero, a la misma.

Al «nosotros» del autor corresponde el de los verdaderoslectores. El público no es el verdadero destinatario del librode historia, aunque aporte su apoyo financiero y moral. Asícomo.el alumno de hace poco hablaba en clase, pero con sumaestro detrás, la cota de una obra la dan tanto sus com-pradores como sus «iguales» y sus «colegas» que la puntúansegún criterios científicos, diferentes de los del público ydecisivos para el autor en cuanto que pretende hacer obra

21. J. Habermas critica en particular, en las teorías sociológicas(sabe añadir: o históricas) de tipo puramente técnico y «gnosológico»el «sobrentendido» de una neutralidad con respecto de los valores pos-tulados por el punto de partida epistemológico y sus investigaciones(Analytische Wissenschafttheorie und Dialektik en Zeugnisse. TheodorW. Adorno zutn sechzigsten Geburtstag, Frankfurt del Main, 1963,pp. 500-501). Cf. del mismo, las obras de base que son Zur Logik derSocialwissenschaft, Tubinga, Mohr, 1967, y Teknik und Wissenschaft aisIdeologie, Frankfurt del Main, Suhrkamp, 1968 (trad. francesa: La Tech-nique et la science comme «idéologie», Gallimard, 1973).

22. En cuanto a la función y sentido del yo o del nosotros, y ellugar en el lenguaje de quien se lo «apropia» como locutor, cf. ÉmileBBNVENISTE, Problémes de linguistique genérale, Gallimard, 1966, pp. 258-266.

23. Entiendo por «discurso» el mismo género histórico, o mejor, enla perspectiva de Michel Foucault, «una práctica discursiva», «el con-junto de reglas que caracterizan una práctica discursiva» (Archéologiedu savoir, Gallimard, 1969, pp. 74 y 168).

historiográfica. Hay unas leyes del medio ambiente, que cir-cunscriben posibilidades cuyo contenido varía, mas no la pre-sión que ejercen. Organizan una «policía» de trabajo. Si nolo «admite» el grupo, el libro caerá en la categoría de una«vulgarización» que, considerada con mayor o menor simpa-tía, no podrá definir un estudio como si fuese «historiográ-llco». «El estatuto de los individuos que poseen —ellos so-los— el derecho reglamentario o tradicional, jurídicamentedefinido o espontáneamente aceptado, de proferir un discursosemejante»,24 depende de una «licencia» que clasifica el «yo»del autor en el «nosotros» de un trabajo colectivo, o que ha-bilita a un locutor a proferir el discurso historiográfico. Estediscurso —y el grupo que lo produce— hace al historiador, enel preciso instante en que la ideología atomicista de unaprofesión «liberal» mantiene la ficción del sujeto autor y deja ,creer que la investigación individual construye la historia.

Mas en general, un texto «histórico» (o sea, una nuevainterpretación, el ejercicio de métodos propios, la elaboraciónde otras pertinencias, un desplazamiento en la definición yempleo de un documento, un modo de organización caracte-rístico, etc.) enuncia una operación que se sitúa en un con-junto de prácticas. Éste es el primer aspecto. Es lo esencialen una investigación científica. Un estudio particular se de-finirá por la relación que sostenga con otros, contemporá-neos, con un «estado de la cuestión», con las problemáticasexplotadas por el grupo y los puntos estratégicos que cons-tituyen, con las avanzadas y los distanciamientos así determi-nados o hechos pertinentes con relación a una investigaciónen curso. Cada resultado individual se inscribe en una redcuyos elementos dependen estrechamente unos de otros, ycuya combinación dinámica forma la historia en un momentodado.

Finalmente, ¿qué es una «obra de valor» en historia? Lareconocida como tal por sus iguales. La que puede situarseen un conjunto operatorio. La que representa un progresocon relación al estatuto actual de los «objetos» y los métodoshistóricos y que, vinculada al medio en la que se elabora,posibilita, a su vez, nuevas investigaciones. El libro o el ar-tículo de historia es, a la vez, un resultado y un síntoma delgrupo que funciona como un laboratorio. Al igual que elcoche salido de una fábrica, el estudio histórico se vinculaal complejo de una fabricación específica y colectiva más

24. M. FOUCAULT, op. cit., p. 68, acerca del discurso médico.

26 MICHEL DE CERTEAU

bien que ser el efecto de una filosofía personal o la resur-gencia de una «realidad» pasada. Es el producto de un lugar.

3. Los historiadores en la sociedad

Según una concepción bastante tradicional en la intelli-gentsia francesa desde el elitismo del siglo xvm, es conven-ción no introducir en la teoría lo que se hace en la práctica.Así, se hablará de «métodos», pero sin llegar al impudor deevocar su alcance de iniciación en un grupo (hay que apren-der o practicar los «buenos» métodos para introducirse enel grupo), o su relación con una fuerza social (los métodosson los medios gracias a los cuales se defiende, se diferenciay se manifiesta el poder de un cuerpo de docentes y erudi-tos). Estos «métodos» perfilan una conducta institucional ylas leyes de un medio ambiente. No por ello dejan de sercientíficos. Suponer una antinomia entre un análisis socialde la ciencia y su interpretación en términos de historia delas ideas, es la duplicidad de los que creen que la ciencia es«autónoma» y que, en razón de esta dicotomía, considerancomo no pertinente el análisis de determinaciones sociales, ycomo ajenas o accesorias las presiones, las restricciones, quepone al descubierto.

Estas presiones no son accidentales. Forman parte de lainvestigación. Lejos de representar la inconfesable intromi-sión de un extranjero en el Sancta Sanctorum de la vida inte-lectual, forman la textura del proceder científico. El trabajose articula cada vez más en equipos, líderes, medios financie-ros, y por lo tanto, por mediación de créditos, en los privile-gios que unas afinidades sociales o políticas valen a tal o cualestudio. 'Está igualmente organizado por una profesión quetiene sus propias jerarquías, sus normas centralizadoras, sutipo de reclutamiento psicosocial.25 Pese a las tentativas porromper sus fronteras, está instalado en el círculo de la escri-tura: en esta historia que escribe coloca en prioridad a aque-llos que escribieron, de modo que la obra de historia refuerzauna tautología sociocultural entre sus autores (eruditos), susobjetos o temas (libros, manuscritos, etc.) y su público (culti-

25. Desgraciadamente, no existe todavía para el reclutamiento delos historiadores un estudio equivalente al publicado por Monique deSAINT-MARTIN, Les Fonctions sociales de l'enseignement identifique,Mouton, 1971.

HACER LA HISTORIA 27

vado). Este trabajo está ligado a una enseñanza, a una docen-cia, y por lo tanto a las fluctuaciones de una clientela; a laspresiones que ejerce al crecer; a los reflejos de defensa, deautoridad o repliegue que la evolución y los movimientoscíe los estudiantes provocan en el personal docente; a la'in-troducción de la cultura de masas en una universidad masi-licada que deja de ser un pequeño ámbito de intercambiosentre investigación y pedagogía. El profesor se ve impelidou la vulgarización destinada al «gran público» (estudiantil ono), mientras el especialista se exilia de los circuitos delconsumo. La producción histórica se ve dividida entre la obraliteraria de quien «hace autoridad» y el esoterismo científicode quien «hace investigación»...

Una situación social cambia a la par el modo del trabajoy el tipo del discurso. ¿Es un «bien» o un «mal»? Ante todo,es un hecho. Se revela por todas partes, incluso allí dondelo callan. Unas correspondencias ocultas se reconocen enlas cosas que se ponen en movimiento o se inmovilizan con-juntamente en unos sectores primeramente considerados ex-Iraños. ¿Es por casualidad que se pase de la «historia social»í\ «la historia económica» durante el período de entreguerras,26

alrededor de la gran crisis económica del 1929; o que la his-toria cultural tome la delantera en el momento en que seimpone por todas partes, con el ocio y los mass media, laimportancia social, económica y política de la «cultura»? ¿Escasualidad que el «atomicismo histórico» de Langlois y Seigno-bos, explícitamente asociado a la sociología fundada en lafigura del «iniciador» (Tarde) y en una «ciencia de los hechospsíquicos» (descomponiendo el psiquismo en «motivos», «im-pulsiones» y «representaciones»),27 se combinara con el libe-ralismo de la burguesía reinante a fines del siglo XIX? ¿Escasualidad el que los espacios muertos de la erudición —losque no constituyen ni temas ni esferas de investigación—resulten ser, desde el departamento de Lozére, en Francia,

26. La fecha esencial aquí es la de la tesis de Georges Lefebvre,Paysans du ñora de la France pendant la Révolution, 1924. Pero hayuna serie de historiadores que marca este momento: Hauser, Sée,Simiand, etc.

27. L'Introduction aux études historiques (1898) sigue siendo elgran libro de una historiografía, por más que no sea ya hace tiempolo que fue para toda una época: la estatua del Comendador. Sorpresaque se lee con interés; admirable por su nitidez. Sobre todo en el ca-pítulo VIII del libro II y en los capítulos I-IV del libro III, todos ellosde Seignobos, donde se explicitan las referencias científicas de losautores.

28 MICHEL DE CERTEAU

al río Zambeze, unas regiones subdesarrolladas, de modoque el enriquecimiento económico origine hoy una topo-grafía y una criba historiográfica sin que su origen se con-fiese ni se asegure su pertinencia?

Desde la recogida de documentos a la redacción del libro,la práctica histórica es por entero relativa a la estructurade la sociedad. En la Francia de ayer, la existencia de peque-ñas unidades sociales fuertemente labradas, definió los diver-sos niveles de la investigación: archivos circunscritos a losacontecimientos del grupo y todavía próximos a los papelesde familia; una categoría de mecenas o de autoridades quefirman con sus nombres propios la «protección» de un patri-monio, clientes e ideales; un reclutamiento de eruditos-doctosconsagrados a una causa y que adoptan frente a su grande opequeña patria la divisa de los Monumento. Germaniae:Sanctus amor patriae dat animum; obras «consagradas» atemas de interés local y que proporcionan una lengua propiaa unos lectores limitados, pero fieles; etc.

Los estudios sobre temas más vastos no escapan a estaregla, lo que ocurre es que la unidad social de que dependenya no es del mismo tipo: ya no es una localidad, sino la in-telligentsia académica, y luego universitaria, la que se «dis-tingue» a un tiempo de la «pequeña historia», del provincia-nismo y de la gente menuda, antes de que, al incrementarsesu poder con la extensión centralizadora de la universidad,imponga las normas y los códigos del evangelismo laico, li-beral y patriótico elaborado en el siglo xix por los «burguesesconquistadores».

Igualmente, cuando Lucien Febvre declara, en el períodode entreguerras, que quiere despojar a la historia del siglo xvide la «cogulla» de las querellas de antaño y sacarla, por ejem-plo, de las categorías impuestas por las guerras entre católi-cos y protestantes,28 atestigua, primero, la desaparición delas luchas ideológicas y sociales que, en el siglo xix, volvían aemplear las banderas de los «Partidos» religiosos al serviciode campañas homologas. A decir verdad, las querellas reli-giosas continuaron durante largo tiempo, aunque en terrenosno religiosos: entre republicanos y tradicionalistas, o entrela escuela pública y la escuela «libre». Mas cuando esas lu-chas pierden importancia sociopolítica, tras la guerra del 14,cuando las fuerzas que se contraponían se fragmentan en

28. L. FEBVRE, Au coeur religieux du XVIe siécle, SEVPEN, 1957,p. 146.

HACER LA HISTORIA 29

grupos diferentes, cuando se forman «uniones» o «frentes»inmunes y la economía organiza el lenguaje de la vida fran-cesa, se hace posible abordar a Rabelais como cristiano —esoes en cuanto testigo de un tiempo pasado—, deshacerse deilivisiones que no están ya inscritas en la vivencia de unasociedad, y, por lo tanto, no privilegiar ya más a los refor-mados, o a los cristianos demócratas, en la historiografía po-lít ica o religiosa universitaria. Lo que ahí se indica, no sonunas concepciones mejores o más objetivas, sino una situa-ción diferente. Un cambio de la sociedad permite un distan-ciamiento entre el historiador y aquello que se convierte glo-balmente en un pasado.

Al respecto, L. Febvre procede de la misma forma quesus antecesores. Éstos adoptaban como postulados de su com-prensión la estructura y las «evidencias» sociales de su gru-po, sin que ello fuera óbice para que las hicieran pasar porun distanciamiento crítico. El fundador de los Anuales ¿nolince lo mismo cuando promueve una búsqueda y una Recon-quista históricas del «Hombre», figura «soberana» en el cen-tro del universo de su medio burgués;29 cuando llama «his-toria global» al panorama que se ofrece a la vista de unamagistratura universitaria; cuando con la «mentalidad», la«psicología colectiva» y todo el instrumental del Zusammen-riang, instaura una estructura todavía «idealista»,30 que fun-ciona como antídoto del análisis marxista y oculta bajo unahomogeneidad «cultural» los conflictos de clase en que estáimplicado él mismo?31 Por genial y nueva que sea, su historia

29. «Todo cuanto siendo del hombre, depende del hombre, sirveni hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, lostíiistos y las maneras de ser del hombre», declara en Combáis pourl'histoire, A. COLÍN, 1953, p. 428. Luego la figura creada por este opti-mismo conquistador ha perdido bastante credibilidad.

30. Henri Berr ya señalaba en 1920 el carácter «idealista» deln historia según L. Febvre («Revue de synthése historique», XXX(1920), 15.

31. Acerca de la «teoría del Zusammerihang». fluctuante y rica ensu obra, cf. Hans-Dieter MANN, Lucien Febvre. La pensée vivante d'unhistorien, A. Colin, 1971, pp. 93-119. L. Febvre remite ciertamente a la«clase» para explicar el siglo xvi (cf. por ejemplo, Pour une histoireá part entiere, París, 1963, pp. 350-360, sobre la burguesía), aun cuandocon mucha reticencia (cf. id., pp. 185-199), pero no hace intervenir elproblema de su propia localización social al analizar su práctica y susconceptos históricos. En cuanto al antimarxismo, se pone de mani-fiesto, por ejemplo, en la recensión de Daniel GUÉRIN (Combáis pourl'histoire, pp. 109-113), en quien, por lo demás, la aproximación de Mi-chelet y Marx es, para L. Febvre, un «incesto».

30 MICHEL DE CERTEAU

no deja de estar tan marcada socialmente como las que él re-chaza, pero si puede superarlas es porque corresponden asituaciones pasadas, y se les impone otra «cogulla», prét áporter, en razón del lugar que ocupa en los conflictos de supresente.

Con o sin el fuego que crepita en las obras de L. Febvre,lo mismo ocurre hoy en todas partes (aun dejando de ladoel papel de grietas sociales y políticas hasta en las publica-ciones y nombramientos en donde intervienen una serie deentredichos tácitos). Sin duda no se trata ya de una guerraentre los partidos o entre los grandes cuerpos de antaño(Ejército, Universidad, Iglesia, etc.): la hemorragia de susfuerzas implica la folklorización de sus programas y las autén-ticas batallas ya no se libran ahí.32 La «neutralidad» remitea la metamorfosis de las convicciones en ideologías en unasociedad tecnocrática y productivista anónima que ya no sabedesignar sus opciones ni delimitar sus poderes (para confe-grafía, la diplomática, la codigología, etc.; hoy, la musicolo-cuerpo privado de autonomía a medida que se iba convir-tiendo en más enorme, entregado ahora a las consignas y apresiones procedentes de otras partes, el expansionismo cien-tificista o las cruzadas «humanistas» de ayer se reemplazancon retiradas. En lo referente a las opciones, el silencio sus-tituye a la afirmación. El discurso toma un color gris demuralla: «neutro». Incluso se convierte en el medio paradefender unos lugares, en vez de ser el enunciado de «cau-sas» capaces de articular un deseo. Ya no puede hablar deaquello que lo determina: un dédalo de posiciones que res-petar y de influencias que solicitar. Aquí, lo no dicho, es a lavez lo inconfesado de textos convertidos en pretextos, la ex-terioridad de lo que se hace con respecto a lo que se dice, yel desvanecimiento de una esfera en la que una fuerza 'searticula en un lenguaje. Por lo demás, ¿no sería eso lo que«delata» la referencia de una historiografía «conservadora»a un «inconsciente» dotado de una estabilidad mágica y muta-do en fetiche por la necesidad que, «de todos todos», se tienede afirmar un poder propio del que se «sabe muy bien» queya desapareció?33

32. Cf. M. de CERTEAU, La Culture au pluriel, 10-18, 1974, pp. 11-34:«Les révolutions du croyable».

33. O. MANNONI, «Je sais bien, mais quand méme», en Cle-fs pourl'imaginaire ou l'Autre Scéne, Seuil, 1969, pp. 9-33.

HACER LA HISTORIA 31

4. Lo que permite y lo que prohibe: el lugar

Antes de saber lo que la historia dice de una sociedad.Importa analizar cómo junciana, en ella. Esta institución seInscribe en un complejo que le permite sólo un tipo de pro-ducciones y le prohibe otros. Tal es la doble función dellugar, del ámbito. Posibilita ciertas investigaciones, gracias acoyunturas y problemáticas comunes. Pero imposibilita otras;excluye del discurso aquello que, en un momento dado, esNÚ condición; desempeña el papel de una censura con respectow los postulados presentes (sociales, económicos, políticos) delnnálisis. Esta combinación entre la permisión y la interdicciónes, sin duda, el punto ciego de la investigación histórica, y lai»/.ón por la que no es compatible con cualquier cosa. EsIgualmente en esta combinación donde interviene el trabajodestinado a modificarla.

De todos modos, la investigación queda circunscrita por elámbito que define una conexión de lo posible y lo imposible.Entendiéndola solamente como un «decir», reintroduciríamosen la historia la leyenda, o sea, la sustitución por una sin-csfera, o una esfera imaginaria, de la articulación del discursoen una esfera social. Por el cpntrario, la historia se defineenteramente por una relación del lenguaje al cuerpo (social),y, por ende, también por su relación con los límites que ins-taura el cuerpo, ora en cuanto al modo del ámbito particulardesde donde se habla, ora en cuanto al modo del tema dife-rente (pasado, muerte) de que se habla.

La historia queda configurada, de parte a parte, por elsistema en el que se elabora. Hoy como ayer, viene determi-nada por el hecho de una fabricación localizada en tal o cualpunto de ese sistema. Asimismo, el tomar en cuenta esteámbito en el que se produce, permite al saber historiográffcoescapar a la inconsciencia de una clase en sus relaciones deproducción y que, de ese modo, ignore a la sociedad en laque está inserta. La articulación de la historia en una esferaes, para un análisis de la sociedad, su condición de posibili-dad. Se sabe, por lo demás, que en el marxismo, lo mismoque en el freudismo, no hay análisis que no dependa ínte-gramente de la situación creada por una relación social opor una relación analítica.

Tomar en serio su esfera, no es aún explicar la historia.Nada de lo que en ella se produce está ya dicho de la misma.Pero es la condición para que se pueda decir algo de lamisma que no sea ni legendario (o «edificante»), ni a-tópico

32 MICHEL DE CERTEAU HACER LA HISTORIA 33

(sin pertinencia). La denegación de la particularidad del lugarsiendo el mismísimo principio de la ideología, excluye todateoría. Más aún, al instalar el discurso en un no-lugar, impi-de, prohibe a la historia que hable de la sociedad y de lamuerte, eso es, el ser historia.

II. Una práctica

«Hacer historia» es una práctica. Bajo este ángulo, pode-mos pasar a una perspectiva más programática, tomar enconsideración las vías que se abren, y no limitarnos a la si-tuación epistemológica puesta de manifiesto hasta ahora poruna sociología de la historiografía.

En la medida en que la universidad se mantiene ajena ala práctica y a la tecnicidad,34 se clasifica en su recinto como«ciencia auxiliar» todo cuanto ponga la historia en relacióncon unas técnicas: ayer, la epigrafía, la papirología, la paleo-grafía, la diplomática, la codicología, etc.; hoy, la musicolo-gía, el «folklorismo», la informática, etc. La historia no em-pezaría sino con la «palabra noble» de la interpretación. Sería,finalmente, un arte de discurrir que borraría púdicamentelos vestigios de un trabajo. En realidad, tenemos aquí unaopción decisiva. El lugar que se concede a la técnica inclinala historia del lado de la literatura o del lado de la ciencia.

Si es verdad que la organización de la historia es relativaa un lugar y a un tiempo, es ante todo por sus técnicas deproducción. Generalmente hablando, cada sociedad se piensa«históricamente» con los instrumentos que le son propios.Pero el término instrumento es equívoco. No se trata sola-mente de medios. Como evidenciara magistralmente SergeMoscovici,35 aunque dentro de una perspectiva diferente, lahistoria viene mediatizada por la técnica. Así se ve relativi-zado el privilegio otorgado a todo el siglo xrx —y con fre-cuencia aún hoy en día— a la historia social. Con la relaciónde la sociedad consigo misma, con el «devenir diferencial» delgrupo según una dialéctica humana se combina ej devenirde la naturaleza central en la actividad científica prehumana,devenir qUe es «simultáneamente dato y obra».36

34. Essai sur l'histoire humaine de la nature, Flammarion, 1968.35. Cf. Fréderic BoN-M. A. BURNIER, Les Nouveaux Intellectuels,

Seuil, 1971, p. 180; M. de CERTEAU, La Culture au pluriel, pp. 111-137:«Les Universités devant la culture de masse».

36. Op. cit., p. 20.

Es sobre esta frontera móvil entre lo dado y lo creado, yflnulmente entre la naturaleza y la cultura, que intervieneIn Investigación. La biología descubre en la «vida» un lenguajeItnhludo antes de que aparezca un locutor. El psicoanálisislévela en el discurso la articulación de un deseo constituidode forma diferente a como lo expresa la consciencia. En unentupo diferente, la ciencia del medio que nos rodea modificaIHN combinaciones móviles de la naturaleza y la industria, masno permite ya aislar unas estructuras naturales a las queuimbia, la extensión indefinida de las construcciones sociales.

liste centro de trabajo inmenso opera una «renovación»| de la naturaleza], provocada por nuestra intervención.37

• Reúne, de forma diferente, la humanidad a la materia.»38 Derslii forma, «el orden social se inscribe como forma del ordennatural, y no como una entidad opuesta al mismo».39 Aquítenemos lo necesario para modificar profundamente una his-toria que ha tenido por «sector central» «la historia social»,eso es, la historia de los grupos sociales y sus relaciones».40

Por turnos ya se ha ido orientando ora hacia lo económico,ora hacia las «mentalidades», oscilando así entre los dostérminos de la relación que la investigación privilegia cadadía más: naturaleza y cultura. Los signos se multiplican. Unaorientación que perfilaba ya, durante el período de entre-guerras, el interés por la geografía y por una «historia de loshombres en sus relaciones estrechas con la tierra»,41 se acen-túa con los estudios sobre la construcción y las combinacionesde espacios urbanos,42 sobre las trashumancias de plantas

37. Ibid.38. Op. cit., pp. 7, 21.39. Op. cit., p. 590.40. Ernest LABROUSSB, Introduction, en L'Histoire sacióle, PUF,*

1967, p. 2.41. La expresión es de Fernand BRAUDEL, Lecon inaugúrale au Collé-

ne de Frunce, 1950. En La Catalogne dans l'Espagne moderne (SEVPEN,1962, t. I, p. 12), Fierre Vilar recuerda que en el período de entreguerras«los grandes problemas que, más o menos confusamente adivinábamosque dominarían nuestro siglo, apenas si nos habían sido planteadosmás que a través de las lecciones de nuestros maestros geógrafos».

42. Cf. en particular, Francoise CHOAY, L'histoire et la méthode enurbanisme, «Ármales ESC», XXV (1970) [número especial sobre His-toire et urbanisaíion], 1143-1154?, y asimismo Stephen THERNSTROM, Re-flections on the New Urban History, «Daedalus» (Spring, 1971), 359-376.L'Enquéte sur le bdtiment (Mouton, 1971), dirigida por Fierre Chaunu,es también un bello ejemplo del nuevo interés aportado a las organi-zaciones espaciales.

34 MICHEL DE CERTEAUHACER LA HISTORIA 35

y sus efectos socioeconómicos,43 sobre la historia de las téc-nicas,44 sobre las mutaciones de la sexualidad, sobre la enfer-medad, la medicina y la historia del cuerpo,45 etc.

Mas estos campos abiertos a la historia no pueden ser sóloobjetos nuevos proporcionados a una institución inmutada.La historia entra también en esta relación del discurso conlas técnicas que lo producen. Hay que considerar cómo tratalos elementos «naturales» para transformarlos en entornocultural, y cómo hace que accedan a la simbolización literarialas transformaciones que se efectúan en la relación de unasociedad con su naturaleza. De escombros, papeles, legum-bres, incluso de glaciares y «nieves eternas»,46 el historiadorhace algo diferente: hace historia. Artificializa la naturaleza.Participa en el trabajo que transforma la naturaleza en en-torno y modifica así la naturaleza del hombre. Sus técnicaslo sitúan justamente en esta articulación. Al situarse a nivelde esta práctica, ya no se tropieza más con la dicotomía queopone lo natural a lo social, sino la conexión entre una socia-lización de la naturaleza y una «naturalización» (o una mate-rialización) de las relaciones sociales.

1. La articulación naturaleza-cultura

Es indudablemente excesivo decir que el historiador tiene«el tiempo» por «materia de análisis» o por «objeto especí-fico». Trata de acuerdo con sus métodos los objetos físicos(papeles, piedras, imágenes, sonidos, etc.) que distinguen, enel continuo de lo percibido, la organización de una sociedad

43. Así el capítulo sobre «la civilisation végétale» en EmmanuelLE ROY LADURIE, Les Pa^ans de Languedoc, SEVPEN, 1966, pp. 53-76.Este estudio novísimo sobre los «fundamentos biológicos» de la vidarural hace ver que los vegetales son «objetos de historia», «por el sim-ple hecho de su plasticidad, las modificaciones incesantes que el hom-bre les hace sufrir». Desgraciadamente ha desaparecido de la ediciónde bolsillo, Flammarion, 1969.

44. Cf. la gran Histoire genérale des techniques, bajo la direcciónde Maurice Dumas, PUF, 4 vols., 1963-1968, o los trabajos de BertrandGille (Les Ingénieurs de la Renaissance, 1964, etc.).

45. Cf. el número especial de «Annales ESC», XXIV (1969), Histoirebiologique et société; Michel FOUCAULT, Naissance de la clinique, PUF,1963; Jean-Pierre PETBR, Le Corps du délit, «Nouvelle Revue de Psyoha-nalyse» (1971), núm. 3, 71-108, etc.

46. Emmanuel LE ROY LADURIE, Histoire du climat depuis Van mil,Flammarion, 1967.

y rl sistema de pertinencias propias a una «ciencia». Trabajasobre una materia para -transformarla en historia. Con elloemprende una manipulación que, como las demás, obedece aUMUS reglas. Parecida manipulación es equiparable a la fabri-CHción efectuada con mineral ya refinado. Transformando,primero, materias primas (una información primaria) en pro-ductos estándard (informaciones secundarias), transporta sumaterial de una región de la cultura (lo «curioso», los archi-vos, las colecciones, etc.) a otra (la historia). Una obra «his-trtrica» participa en el movimiento mediante el cual unaNocicdad ha modificado su relación con la naturaleza, trans-formando lo «natural» en utilitario (por ejemplo, el bosquern explotación) o en estética (por ejemplo, la montaña enpaisaje) o haciendo pasar una institución social de un esta-lulo a otro (por ejemplo, la iglesia convertida en museo).

Pero el historiador no se contenta con traducir un len-guaje cultural a otro, esto es, unas producciones sociales aobjetos de historia. Puede transformar en cultura los ele-mentos que extrae de campos naturales. Desde su documen-I ación (en donde introduce guijarros, sonidos, etc.) hasta sulibro (en donde plantas, microbios, glaciares, adquieren esta-tuto de objetos simbólicos) procede a un desplazamiento dela articulación naturaleza-cultura. Modifica el espacio, comolo hace el urbanista al integrar prados en el sistema de co-municaciones de la ciudad, el arquitecto cuando ordena ellago en pantano, Fierre Henry cuando transforma el chirridode una puerta en motivo musical, y el poeta que trastornalas relaciones entre «ruido» y «mensaje»... Metamorfosea elentorno con una serie de transformaciones que desplazan lasfronteras y la topografía interna de la cultura. «Civiliza» lanaturaleza —lo que siempre ha querido decir que la «coloni-za» y la cambia.

Se constata hoy en día, cierto es, que una masa crecientede libros históricos se vuelve novelesca o legendaria y noproduce ya esas transformaciones en los campos de la cultu-ra, cuando, por el contrario, la «literatura» se aplica a untrabajo sobre la lengua y que el «texto» pone en escena «unmovimiento de reorganización, una circulación mortuoria queproduce destruyendo».47 Eso significa que, bajo esta forma, lahistoria deja de ser «científica», cuando la literatura pasa a

47. Raymond ROUSSHL, Impressions d'Afrique, Gallimard, 1963, p. 209.Cf. Julie KRISTEVA, Sémeiótiké. Recherches potar une sémanalyse, Seuil,1969, pp. 208-245: «La productivité dite texte».

36 MICHEL DE CERTEAU HACER LA HISTORIA 37

serlo. Cuando el historiador supone que un pasado ya dadose pone de manifiesto, el descubierto, en su texto, se alinea,por lo demás, en el comportamiento del consumidor. Recibepasivamente los objetos distribuidos por unos productores.

«Científica» es, en historia como en cualquier otra parte,la operación que cambia el «medio ambiente» —o que hacede una organización (social, literaria, etc.) la condición y laesfera de una transformación. En una sociedad, pues, mueve,en uno de sus puntos estratégicos, la articulación de la culturaen la naturaleza. En histpria, instaura un «gobierno de lanaturaleza» según una modalidad que se refiere a la relacióndel presente al pasado —en cuanto que éste no es un «dato»,algo dado, sino un producto.

De este rasgo, común a toda investigación científica, esposible recoger las marcas justamente en aquel punto en queesta investigación es una técnica. No quiero insistir aquí enlos métodos de la historia. Mediante algunos sondeos se tratasólo de evocar el tipo de problema teórico que abre en his-toria el examen de su «aparato» y de sus procedimientostécnicos.

2. El establecimiento de las fuentes o la redistribución delespacio

En historia, todo empieza con el gesto de poner aparte, dereunir, de mutar así en «documentos» ciertos objetos repar-tidos de modo diverso. El primer trabajo está en esta nuevarepartición cultural. En realidad consiste ésta en producirtales documentos, o sea presentarlos, por el hecho de copiarde nuevo, transcribir o fotografiar estos objetos modificandoa la vez su emplazamiento y su estatuto. Este gesto consisteen «aislar» un curso, como se efectúa en física. Forma la«colección». Constituye cosas en «sistema marginal», comodiría Jean Baudrillart;48 las destierra de la práctica paraestablecerlas en objetos «abstractos» de un saber. Lejos deaceptar unos «datos», los constituye. El material lo crean lasacciones concertadas que lo delimitan en el universo del uso,que van a buscarlo asimismo fuera de las fronteras del usoy lo destinan a un reempleo coherente. Es el vestigio deunos actos que modifican un orden recibido y una visión so-

48. Jean BAUDRILLARD, La collection, en Le Systéme des objets, Ga-llimard, 1968, pp. 120-150.

clnl.* Instauradora de signos ofrecidos a tratamientos espe-cíficos, esta ruptura no es, pues, sólo, ni ante todo, el efectode una «mirada». Precisa una operación técnica.

Los orígenes de nuestros archivos modernos implican ya,rn efecto, la combinación de un grupo (los «eruditos»),jdeesferas (las «bibliotecas») y prácticas (de copia, impresión,comunicación, clasificación, etc.). Es, en punteado, la indica-ción de un complejo técnico, inaugurado en occidente con las«colecciones» reunidas en Italia y luego en Francia a partirdel siglo xv, y financiadas por grandes mecenas para apro-piarse de la historia (los Medici, los duques de Milán, Carlosilc Orleans y Luis XII, etc.). Ahí se conjugan la creación deun trabajo nuevo («coleccionar»), la satisfacción de nuevasnecesidades (la justificación de grupos familiares y políticosrecientes gracias a la instauración de tradiciones, de cartas y«derechos de propiedad» propios) y la producción de nuevosobjetos (los documentos que se aislan, su conserva y nuevacopia). Una ciencia que nace (la «erudición» del siglo xvn)jjcepta con estos «establecimientos de fuentes» —institucionestécnicas— su base y sus reglas.

Vinculada, primero, a la actividad jurídica, de hombresde pluma y toga, abogados, burgueses de oficios, conservado-res de escribanías,50 la empresa se vuelve expansionista y con-quistadora en cuanto pasa a manos de especialistas. Es pro-ductora y reproductora. Obedece a la ley de la multiplicación.Desde 1470 se alia con la imprenta:51 la «colección» se vuelve«biblioteca». «Coleccionar» es durante mucho tiempo fabricarobjetos: copiar o imprimir, encuadernar, clasificar... Y conlos productos que multiplica, el coleccionista se convierte enun actor en la cadena de una historia por hacer (o por reha-cer) según nuevas pertinencias intelectuales y sociales. Así la

V

49. Desde esta perspectiva, los «documentos» históricos puedenequipararse a los «signos icónicos» cuya organización analiza UmbertoEco: «Reproducen —dice él— algunas condiciones de la percepcióncomún sobre la base de códigos perceptivos normales» (Semiología destnessages visuels, «Communications», núm. 5 [1970], 11-51). Digamos,puestos en esa perspectiva, que se da trabajo científico dondequierase dé cambio en los «códigos de reconocimiento» y en los «sistemasde expectación».

50. Cf. Philippe ARifes, Le Temps de l'histoire, Monaco, Ed. duRocher, 1954, pp. '214-218.

51. Gilbert OUY, «Les bibliothéques*, en L'Histoire et ses méthodes,Ene. Pléiade, 1961, p. 1066, sobre el acuerdo establecido entre GuillaumeFichet y tres impresores alemanes para fundar el taller tipográfico dela Sorbona y reemplazar la copia de los manuscritos que, en parte, ase-guraba el mismo G. Fichet para la biblioteca del colegio de la Sorbona.

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colección, al producir un trastorno de los instrumentos detrabajo, redistribuye las cosas, redefine unidades de saber,instaura una esfera de recomienzo construyendo una «máqui-na gigantesca» (Fierre Chauna) que posibilitará otra historia.

El erudito quiere totaPzar las innumerables «rarezas» quele aportan las trayectorias indefinidas de su curiosidad, y, porconsiguiente, inventar lenguajes que aseguren su comprensión.A juzgar por la evolución de su trabajo (pasando por Peirescy Kircher hasta Leibnitz), el erudito se orienta, desde finesdel siglo xvi, hacia la invención metódica de nuevos sistemasde signos gracias a procedimientos analíticos (descomposi-ción, recomposición).52 Por mediación de la cifra, centro deeste «arte del desciframiento», se dan unas homologías entrela erudición y las matemáticas. Verdad es que, a la cifra, có-digo destinado a construir un «orden», se opone entonces elsímbolo: éste, vinculado a un texto recibido, que remite a unsentido oculto en la figura (alegoría, blasón, emb'ema, etc.),implica la necesidad de un comentario autorizadc por partede quien es lo bastante «sabio» o profundo para reconocer esesentido.53 Pero, por parte de la cifra, desde las series de «rare-zas» h ista los lenguajes artificiales o universales —digamos dePeire: c a Leibniz—, si los arranques y los rodeos son nume-rosos, no dejan por ello de inscribirse en la línea del desarro-llo que instauran la construcción de un lenguaje y, por ende,la producción de técnicos y de objetos propios.

El establecimiento de las fuentes requiere hoy tai ibiénun gesto fundador, significado, igual que ayer, por la o mbi-nación de una esfera, de un «aparato» y de técnicas. Primerindicio de este desplazamiento: no hay trabajo que no debautilizar de forma diferente unos fondos conocidos y, porejemplo, cambiar el funcionamiento de archivos definidoshasta entonces por un uso religioso o «familiar».54 Asimismo,

52. Como su «biblioteca» es para el erudito lo que él constituye(no lo que recibe, como ocurrirá, más tarde, con los «conservadores»de bibliotecas creadas con anterioridad a ellos mismos), parece se décontinuidad, en el campo de la escritura, entre la producción de lacolección de textos y la producción de cifras destinadas a descodi-íicarlos.

53. Cf. Madeleine V.-DAVro, Le Débat sur les ¿entures et l'hiéro-glyphe aux XVIIe et XVIIIe siécles, SEVPEN, 1965, pp. 19-30.

54. Así en su Guide des archives diocésaines francaises (Centred'Histoire du Catholicisme, Lyon, 1971), Jacques Gadille subraya «elvalor de esos archivos para la investigación histórica», y observa quepermiten la constitución de nuevas «series», preciosas para una his-toria económica o para una historia de mentalidades (op. cit., pp. 7-14).

HACER LA HISTORIA 39

PII razón de pertinencias nuevas, constituye en documentosunos utensilios, unas composiciones culinarias, unos cantos,muí imaginería popular, una disposición de los territorios, unatopografía urbana, etc. No se trata sólo de hacer que hablenctlos «inmensos sectores durmientes de la documentación»,55

y ilar la voz a un silencio, o su efectividad a un posible. Esntmbiar algo, que poseía su estatuto y su función, en otracosa que funciona de modo diferente. Asimismo, no se puedellamar «investigación» al estudio que adopta pura y simple-mente las clasificaciones de ayer, que por ejemplo «se atiene»n los límites propuestos por la serie H de los archivos, y que,por lo tanto, no define para sí un campo objetivo propio. Unavez más, será «científica» cuando intervenga el trabajo queopere una redistribución del espacio y que consiste primero«•n darse una esfera mediante el «establecimiento de las fuen-tes» —eso es, mediante una acción instituyente y mediantetécnicas transformadoras.

Los procedimientos de esta institución abren actualmenteproblemas más fundamentales de lo que dejan ver esos pri-meros indicios. Pues cada práctica histórica56 no establece suesfera más que gracias al aparato que es a la vez condición,medio y resultado de un desplazamiento. Parecidos a lasfábricas del paleotécnico, los archivos nacionales o munici-pales formaban un segmento del «aparato» que, ayer, determi-naba unas operaciones proporcionadas a un sistema de inves-tigación. Pero no podemos imaginar el cambio de la utiliza-eión de los archivos sin que cambie su forma. La mismainstitución técnica prohibe dar respuestas nuevas a cuestionesdiferentes. En realidad, la situación es inversa: otros «apára-los» permiten desde ahora cuestiones y respuestas nuevas ala investigación. Verdad es que una ideología del «hecho»histórico «real» o «verdadero» habita todavía el aire del tiom-po; incluso prolifera en una literatura sobre la historia. Perose trata de la folklorización de prácticas antiguas: esta pa-labra helada sobrevive a unas batallas concluidas; sólo evi-dencia el retraso de las «ideas» admitidas con relación a lasprácticas que tarde o temprano las cambiarán.

55. Franc.ois FURET, L'histoire quantitative et la construction dulait historique, «Annales ESC», XXVI (1971), 68, recogido en el presentevolumen.

56. Aquí hay que entender, no los métodos particulares de tal omal historiador, sino, como en las ciencias exactas, el complejo deprocedimientos que caracteriza un período O un sector de la inves-tigación.

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La transformación de la «archi vis tica» es el punto de par-tida y la condición de una nueva historia. Está destinada adesempeñar la misma función que la «máquina» erudita delos siglos xvn y xviii. Baste un ejemplo: la intervención de lacomputadora. Francois Furet hizo ver algunos de los efectosprolucidos por la «constitución de archivos nuevos conserva-dos en cintas perforadas»; sólo hay significante en funciónde una serie, y no en relación a una «realidad»; sólo es ob-jeto de investigación lo que está formalmente construido an-tes de la programación, etc.57 Mas ello no es más que unelemento particular y casi un síntoma de una institución cien-tífica más vasta. El análisis contemporáneo trastorna los pro-cedimientos vinculados al «análisis simbólico» que ha preva-lecido desde el romanticismo y que intentaba reconocer unsentido dado y oculto: encuentra la confianza en la abstracciónque caracterizaba la época clásica —pero una abstracción quees actualmente un conjunto formal de relaciones, o «estruc-turas».58 Su práctica consiste en construir «modelos» impues-tos decisoriamente, en «reemplazar el estudio del fenómenoconcreto por el de un objeto constituido por su definición», enjuzgar el valor científico de este objeto según el «campo deproblemas» a los que permite dar respuesta y según las res-puestas que proporciona, y, en fin, en «fijar los límites de lasignificabilidad de este modelo».59

Este último punto es capital en historia. Pues si es verdadque, de un modo general, el análisis científico contemporáneoaspira a reconstruir el objeto a partir de «simulacros» o de«escenarios», eso es, a proporcionarse, con los modelos rela-ciónales y los lenguajes (o metalenguajes) que produce, elmedio de multiplicar o transformar unos sistemas constitui-dos (físicos, literarios o biológicos), la historia tiende a evi-denciar los «límites de la significabilidad» de estos modeloso de estos lenguajes: encuentra de nuevo, bajo esta formade un límite relativo a unos modelos lo que ayer aparecía amodo de pasado relativo a una epistemología del origen o delfin. De este modo, es, al parecer, fiel a su objetivo fundamen-tal, todavía, sin duda, por definir, pero del que ya puededecirse que la vincula simultáneamente a la realidad y a lamuerte.

57. F. FURET, L'histoire quantitative..., pp. 66-71.58. Cf., al respecto, las reflexiones tan agudas de Michel SERRES,

Hermés ou la communication, Ed. Minuit, 1968, pp. 26-35.59. André REGNIER, Mathématiser les sciences de l'Homme?, en

P. RICHARD-R. JAULIN, Anthropologie et catad, «10-18», 1971, pp. 11-37.

HACER LA HISTORIA41

La especificación de su papel no está determinada por elpropio aparato (la computadora, por ejemplo) que sitúa lahistoria en el conjunto de las limitaciones y las posibilidadesoriginadas de la institución científica presente. La elucidaciónde lo que es propio a la historia se excentra con respecto aeste aparato: refluye en el tiempo preparatorio de programa-ción que convierte en necesario el paso por el aparato, y esrechazada hacia la otra punta, en el tiempo de explotaciónque los resultados obtenidos inauguran. Se elabora, en fun-ción de interdicciones que la máquina fija, mediante objetosde investigación por construir y, en función de lo que esamáquina permita, por una manera de tratar los productosestándard de la informática. Mas ambas operaciones se arti-culan necesariamente en la institución técnica que inscribecada investigación en un «sistema generalizado».

Las bibliotecas de ayer desempeñaban asimismo la funciónde «situar» la erudición en un sistema de investigación. Perose trataba de un sistema regional. De este modo los «mo-mentos» epistemológicos (conceptualización, documentación,tratamiento o elaboración) hoy distinguidos al interior de unsistema generalizado, podían estar estrechamente mezcladosen el sistema regional de la erudición antigua. El estableci-miento de las fuentes (por mediación de su aparato actual)no acarrea, pues, sólo una repartición nueva de las relacionesrazón/real o cultura/naturaleza; es el principio de una redis-tribución epistemológica de los momentos de la investigacióncientífica.

En el siglo xvn la biblioteca Colbertine —o sus homolo-gas— era el punto de encuentro donde se elaboraban en co-mún las reglas propias de la erudición. Una ciencia sé de-sarrollaba alrededor de este aparato, que sigue siendo la esferaen donde circulan, a la que se remiten y se someten los in-vestigadores. «Ir a los archivos» es el enunciado de una leytácita de la historia. Otra institución está a punto de sustituira este lugar central. Ésta impone igualmente la práctica deuna ley, pero diferente. Así, teníamos que considerar primerola institución técnica que, cual monumento, organiza el lugaren el que circula en adelante la investigación científica, antesde analizar con mayor detalle las trayectorias operacionalesque la historia perfila en este nuevo espacio.

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3. Hacer resaltar las diferencias: del modelo al distancia-miento

La utilización de las técnicas actuales de información lleva-al historiador a separar lo que hasta ahora iba unido en sutrabajo: la construcción de objetos de investigación y, por lotanto, también de unidades de comprensión; la acumulaciónde «datos» (información secundaria, o material refinado) y suclasificación en esferas en las que puedan ser clasificados ydesplazados;60 la explotación posibilitada por las diversas ope-raciones de que este material es susceptible.

En esta línea, el trabajo histórico tiene lugar, hablandopropiamente, en la relación entre los polos extremos de laoperación total: por una parte, la construcción de los mode-los; por otra, la consignación de una significabilidad a losresultados obtenidos al término de las combinaciones infor-máticas. La forma más visible de esta relación consiste, final-mente, en hacer que sean pertinentes unas diferencias pro-porcionadas a las unidades formales anteriormente construi-das; en descubrir material heterogéneo técnicamente utiliza-ble. La «interpretación» antigua pasa a ser, en función delmaterial producido por la constitución de series y sus com-binaciones, la puesta de relieve de unas distancias relativasa unos modelos.

Sin duda alguna, este esquema es abstracto. Buen númerode estudios actuales hacen más captables el movimiento y elsentido. Por ejemplo, el análisis histórico no tiene por resul-tado esencial una relación cuantitativa de la talla y la alfa-betización en los reclutas de 1819 a 1826, ni siquiera la de-mostración de una supervivencia del Antiguo Régimen en laFrancia posrevoluciónaria, sino las coincidencias imprevistas,las incoherencias o las ignorancias que una tal indagaciónpone de manifiesto.61 Lo importante no estriba en la combi-nación de series, obtenida gracias a un aislamiento previode unos rasgos significativos según unos modelos preconce-

60. En la medida en que está ligada al uso de la computadora, lainformática organiza entre unas «entradas» y unas «salidas» la orde-nación de símbolos en espacios reservados en la memoria, y sustransferencias a unos destinos convenidos, según las instrucciones pro-gramables. Regula los emplazamientos y desplazamientos en un espaciode información que no carece de analogía con las bibliotecas de ayer.

61. E. LE ROY LADURIB-P. DUMONT, «Quantitative and Carthogra-phical Exploitation of french Military Archives, 1819-1926», «Daedalus»(Spring, 1971), 397-441.

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bidos, sino, por una parte, en la relación entre esos modelosy los límites que pone de manifiesto su empleo sistemático,y, por otra, la capacidad de transformar esos límites en pro-blemas técnicamente abordables. Estos dos aspectos están, porlo demás, coordinados, pues si la diferencia se manifiestagracias a la extensión rigurosa de modelos constituidos, essignificante gracias a la relación que mantiene con ellos enrazón de una distancia —y de ahí que conduzca a una vueltasobre esos modelos para corregirlos. Podríamos decir que lalormalización de la investigación tiene, precisamente, porobjetivo el producir «errores» —insuficiencias, fallos— cien-tíficamente utilizables.

Este proceder parece tergiversar la historia tal cual sepracticaba en el pasado. Se partía de vestigios (manuscritos,piezas raras, etc.), en número limitado, y de lo que se tratabaera de exprimir toda su diversidad, de unificarla en unacomprensión coherente.62 Pero el valor de una semejante tota-lización inductiva dependía, así, de la cantidad de informaciónrecogida. Se tambaleaba cuando su base documental se veíacomprometida por los datos recogidos en nuevas investiga-ciones. La investigación —y su prototipo, la tesis— tendíana prolongar indefinidamente el tiempo de la información, pararetrasar el momento, pese a ser fatal, en que unos elementosdesconocidos zaparían su base. Monstruoso a veces, el creci-miento cuantitativo de la caza de documentos acababa porintroducir en el mismo trabajo, convertido en interminable,la ley que lo hería de caducidad tan pronto estaba terminado.Se ha pasado un umbral, más allá del cual se trastorna esasituación. Del crecimiento cuantitativo de acuerdo con unmodelo estable, se pasa a cambios de modelos incesantes.

En efecto, el estudio se instaura hoy, desde su principio,en unidades que define por sí mismo, en la medida en quese vuelve, y debe volverse, capaz de fijarse apriorísticaménteobjetos, niveles y taxonomías de análisis. La coherencia esinicial. La cantidad íle información abordable en función deesas normas se ha convertido, con la computadora, en inde-finida. La investigación cambia de frente. Apoyándose entotalidades formales establecidas decisoriamente, se centraen las distancias que las combinaciones lógicas de series reve-

62. En realidad, la «síntesis» no era terminal; se elaboraba en elcurso de la manipulación de los documentos. Asimismo, remitía final-mente a un distanciamiento con respecto a las ideas preconcebidasque la práctica de los textos revelaba y desplazaba, a lo largo de ope-raciones fijadas, ellas también, por una disciplina institucional.

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lan. Se despliega en los límites. Recogiendo un vocabularioantiguo que ya no corresponde a su nueva trayectoria, diría-mos que ya no parte de «rarezas» (restos del pasado) parallegar a una síntesis (comprensión presente), sino que partede una formalización (un sistema presente) para dar cabidaa unos «restos» (indicios de límites y, por ende, de un «pasa-do» que es producto del trabajo).

Este movimiento lo precipita, indudablemente, el empleode la computadora, que le ha precedido —al igual que unaorganización técnica precede a la computadora, que es unsíntoma más de la misma. Hay que constatar, en efecto, un fe-nómeno extraño en la historiografía contemporánea. El histo-riador ha dejado de ser hombre que pueda constituir unimperio. No aspira ya al paraíso de una historia global. Cir-cula alrededor de racionalizaciones adquiridas. Trabaja porlos márgenes. Al respecto, se convierte en un merodeador.En una sociedad dotada para la generalización, dotada depoderosos medios centralizadores, se dirige hacia los peldañosde grandes regiones explotadas. «Establece una distancia» endirección a la brujería,*3 la locura,*4 las fiestas,65 la literaturapopular,66 el mundo olvidado del campesino,67 Occitania,68 etc.,todas ellas zonas silenciosas.

63. Cf. Robert MANDROU, Magístrats et sorciers en Frunce au XVIIesiécíe, Pión, 1968, y la abundante literatura histórica al respecto.

64. Sobre todo desde Miohel FOUCAULT, Histoire de la folie á l'ágeclassique, Pión, 1961, reed. Gallimard, 1972.

65. Cf. en particular, Mona OZOUF, De Thermidor á brutnaire: lesdiscows de la Révolution sur elle-méme, en Au siécíe des Lumiéres,SEVPEN, 1970, pp. 157-187, y Le Cortége et la ville. Les itinéraires parí-siens des fétes révolutionnaires, «Annales ESC», XXVI (1971), 889-916.

66. Cf. Paul DELARUB, Le Conté populaire franfais, 1957; RobertMANDROU, De la culture populaire en France aux XVIIe et XVIIIe sié-cles, Stock, 1964; Geneviéve BÓLLEME, Les Almanachs populaires auxXVIIe et XVIIIe siécles, Mouton, 1969; Marie-Louise TENÉZE, Introduc-tion a Vétude de la littérature órale: le conté, «Annales ESC», XXIV(1969), 1104-1120, por no hablar de los trabajos más «literarios» deMarc SURIANO (Les Cantes de Perrault, Gallimard, 1968) o de Mikka'ilBAKHTINE (L'Oeuvre de F. Rabelais et la culture populaire..., Gallimard,1970), etc.

67. Sobre los campesinos, cf. ante todo las publicaciones de E. LEROY LADURIE, op. cit. Acerca de los pobres, los trabajos de JacquesLe Goff, y, desde hace diez años, las «Reoherches sur les pauvres et lapauvreté au Moyen Age» dirigidas por Miohel Mollat.

68. Cf. Robert LAFONT, Renaissance du Sud, Gallimard, 1970, etc., ytambién André LARZAC, Décoloniser l'histoire occitane, «Les Tempsmodernes» (nov. 1971), 676-696.

HACER LA HISTORIA 45

Estos nuevos temas de estudio atestiguan un movimiento(|iic se perfila desde hace varios años en las estrategias de lahistoria. Así Fernand Braudel enseñaba cómo los estudiossobre las «áreas culturales» tienen interés en situarse, a par-t i r de ahora, en los puntos de tránsito, ahí donde puedenadvertirse fenómenos de «frontera», de «préstamo» o de «re-chazo».69 El interés científico de tales trabajos está en larelación que mantienen con unas totalidades impuestas o su-puestas —«una coherencia en el espacio», «una permanenciac-n el tiempo»—, y en los correctivos que permiten aportarlas.En una perspectiva semejante hay que tomar en cuenta bue-na parte de las investigaciones actuales. La misma bibliografíadesempeña el papel de una distancia y de un margen propor-cionados a unas construcciones globales. La investigación seproporciona unos objetos que tienen la forma de su práctica:le facilitan el medio para poner de manifiesto diferenciasrelativas «las continuidades o a las unidades de las que parteel análisis.

4. El trabajo sobre los límites

Esta estrategia de la práctica histórica la prepara parauna teorización más de acuerdo con las posibilidades ofreci-das por las ciencias de la información. Podría darse el casode que especificara cada vez más, no sólo los métodos, sinotambién la función de la historia en el conjunto de las cien-cias actuales. Sus métodos no consisten ya, en efecto, en pro-curar objetos «auténticos» al conocimiento; su papel socialno consiste ya (salvo en la literatura especular llamada devulgarización) en proporcionar representaciones globales de sugénesis a la sociedad. La historia ya no ocupa, como en elsiglo xix, este lugar central organizado por una epistemologíaque, perdiendo la realidad como sustancia ontológic'a, queríareencontrarla como fuerza histórica, Zeitgeist y devenir ocultoen la interioridad del cuerpo social. No tiene ya la funcióntotalizante que consistía en relevar a la filosofía en su fun-ción de enunciar el sentido.

La historia interviene en calidad de experimentación crí-tica de modelos sociológicos, económicos, psicológicos o cultu-

69. L'fiistoire des civilísations: le passé explique le présent, unode los estudios metodológicos más importantes de Fernand Braudel,recogido en Écrits sur l'histoire, Flammarion, 1969, pp. 255-314 (versobre todo, 292-296).

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rales. Se dice que utiliza un «instrumento tomado de presta-do» (P. Vilar). Es cierto. Pero ella lo experimenta, lo pone aprueba, precisamente gracias a una transferencia de esteinstrumental a terrenos diferentes, al igual como se «experi-menta» un turismo haciéndolo funcionar en pistas de carre-ras, a velocidades y condiciones que rebasan sus normas. Lahistoria pasa a ser una esfera de «control»^ Ahí se ejerce una«función de falsificación».70 Ahí pueden evidenciarse unoslímites de significabilidad relativos a los «modelos» que lahistoria va «ensayando» por turnos en campos ajenos al desu elaboración.

Este funcionamiento puede señalarse, a modo de ejemplo,en dos de sus momentos esenciales: uno mira a la relaciónhacia la realidad a título de hecho histórico; el otro, el empleode los «modelos» recibidos y, por lo tanto, la relación de lahistoria con una razón contemporánea. Interesan más, uno,a la organización interna de los procederes históricos; elotro, a su articulación en campos científicos distintos.

1. Los hechos han encontrado su campeón, Paul Veyne,maravilloso amputador de cabezas abstractas. Como es nor-mal, levanta la bandera de un movimiento que le precedió. Nosólo porque todo verdadero historiador no deja de ser unpoeta del detalle y juega incesantemente, al igual que el este-ta, con los mil armónicos que una pieza rara despierta en unared de conocimientos, sino sobre todo porque los formalis-mos dan hoy una nueva pertinencia al detalle que constituyeexcepción. En otras palabras, este retorno a los hechos nopuede reclutarse en una campaña contra el monstruo del«estructuralismo», ni ponerse al servicio de una regresiónhacia ideologías o prácticas anteriores. Se inscribe, por elcontrario, en la línea del análisis estructural, mas como de-sarrollo. Pues el «hecho» del que se trata a partir de ahorano es el que presentaba al saber observador la emergenciade una realidad. Combinado con un modelo constituido, tienela forma de una diferencia. El historiador, pues, no se hallaante la alternativa de la bolsa o la vida —la ley o el hecho(dos conceptos que se borran, por lo demás, de la epistemo-logía contemporánea).71 Sus mismos modelos le proporcionanla capacidad de poner de manifiesto unas distancias. Si du-

70. Cf. supra, núm. 7.71. Adoptando una concepción bastante pasada de las ciencias exac-

tas («la física es un cuerpo de leyes», escribe), Paul Veyne le contra-pone una historia que sería «un cuerpo de hechos» (Comment on écritl'histoire, pp. 21-22).

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rante un tiempo esperó una «totalización» y creyó poder re-conciliar diversos sistemas de interpretación a fin de cubrirl oda su información,72 ahora se interesa con prioridad por lasmanifestaciones complejas de estas diferencias. Por tal mo-l ivo, el lugar en donde se establece, todavía puede llevar, poranalogía, el nombre venerable de «hecho»; el hecho es ladiferencia.

Asimismo, la relación con la realidad pasa a ser una rela-ción entre los términos de una operación. Fernand Braudeldaba ya un significado plenamente funcional al análisis delos fenómenos de frontera. Los objetos que proponía a lainvestigación venían determinados en función de una opera-ción que había que emprender (no de una realidad que al-canzar) y con relación a unos modelos existentes.73 Resultadode esta empresa, el «hecho» es la designación de una rela-ción. El acontecimiento puede, asimismo, volver a hallar deeste modo su definición de cesura. Verdad es que ya no cortala espesura de una realidad cuyo suelo nos sería visible através de una transparencia del lenguaje o que sobrevendríafragmentariamente a la superficie de nuestro saber. Es, porentero, relativo a una combinatoria de series racionalmenteaisladas y sirve para marcar, por turnos, los cruces, condi-ciones de posibilidad y límites de validez de la misma.74

72. Desde que Henry Berr combinara, en su concepción de la his-toria, el método comparativo, la primacía de lo «social» y el «gustopermanente de las ideas generales»; esta «totalización» ha representadoun retorno al espíritu de síntesis y una reacción contra el desmorona-miento erudito de la «historia atomicista», más que la pretensión deinstaurar un discurso histórico universal. Después de Mauss, Durkheim,Vidal de la Blache, tiende a hacer que prevalezca la idea de organiza-ción sobre la de hecho o acontecimiento. Cf. H.-D. MANN, Luden feb-vre..., pp. 73-92. En Théoríe et pratique de l'histoire («Revue histori-que», LXXXIX (1965), 139-170), Henri-Irénée MARROU recoge la idea deuna «historia general» que se resiste a la especialización de los méto-dos y a la diversificación de las cronologías según los niveles: deseauna «historia total que se esforzaría por captar en su complejidad laenredada madeja de esas historias particulares» (op. cit., p. 169).

73. El objeto de estudio posee, en F. Braudel, el significado de seruna «piedra de toque», una operación táctica relativa a una situaciónde la investigación y proporcionada a una «definición» (de la civiliza-ción) asentada, no como la más verdadera, sino como «la más mane-jable para proseguir lo mejor posible nuestro trabajo» (Écriís surl'histoire..., pp. 288-294; el subrayado es mío).

74. Creo que acerca de Paul Bois (Les Paypans de l'Ouest, Mouton,1960; ed. bolsillo, Flammarion, 1971), E. Le Roy Ladurie plantea unproblema muy próximo a lo que él llama la historia «acontecimiento-estructural» (Événement et íongue durée dans l'histoire sacíale: l'exem-

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2. Ello indica ya una manera «histórica» de reutilizarlos modelos tomados de otras ciencias y situar con respectoa las mismas una función de la historia. Un estudio de FierreVilar permite explicitar su principio. Con relación a los tra-bajos de J. Marczewski y de JXX Toutain, hacía ver loserrores a que conduciría la «aplicación» sistemática de nues-tros conceptos y modelos económicos al Antiguo Régimen.Pero el problema era mucho más amplio. Para Marczewski eleconomista se caracteriza por la «construcción de un sistemade referencias», y el historiador es aquel que «se sirve de lateoría económica». Era plantear una problemática que con-vierte una ciencia en instrumento de otra y que puede inver-tirse continuamente: al final, ¿quién «utiliza» a quién? P. Vi-lar desplazaba una tal concepción. A su juicio, la historia teníapor tarea el analizar las «condiciones» en las que esos mode-los son válidos y, por ejemplo, precisar los «límites exactosde las posibilidades» de una «econometría retrospectiva». Lahistoria manifiesta un heterogéneo relativo a los conjuntoshomogéneos constituidos por cada disciplina. También podríaponer en relación, unos con otros, los límites propios de cadasistema o «nivel» de análisis (económico, social, etc.).75 De estemodo, la historia se convierte en un «auxiliar», según expre-sión de Fierre Chaunú.76 No porque esté «al servicio» de laeconomía, sino porque la relación que mantiene con diversasciencias le permite ejercer, con respecto a cada una de ellas,una función crítica necesaria, y le sugiere asimismo el obje-tivo —aleatorio— de articular conjuntamente los límites asíevidenciados.

En otros sectores, hallamos la misma complementariedad.

pie chotum, en Le Terrítoire de l'historien, Gallimard, 1973, pp. 169-186).Pero aquí, el acontecimiento me parece que es, a la vez, como elproblema planteado por la relación entre dos series más rigurosamenteaisladas (infraestructura económica de Sarthe y la estructura mentalque divide el país en dos campos políticos) y como el medio de res-ponder al mismo articulándose (para que entre ellas cambie la rela-ción, algo pasaría). Bajo la forma del «momento» 1790-1799, el aconte-cimiento sirve para designar una diferencia en su relación. La parce-lación más sistemática de las dos series tiene en Bois un doble efecto:de un lado, «hace salir» (como problema) una diferencia de relación; deotro, fija en este cruce el lugar de lo que, en el discurso, toma lafigura histórica del acontecimiento.

75. Fierre VILAR, Pour une meilleure compréhension entre écono-mistes et historiens, «Revue historique», CCXXXIII (1965), 293-312.

76. Fierre CHAUNÚ, Histoire quantitative et histoire sérielle, enCahiers Vilfredo Pareto, Ginebra, Droz, 3, 1964, pp. 165-175,

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En urbanismo, la historia podría, «por diferencia, hacer cap-tar la especificidad del espacio que tenemos el derecho deexigir de los urbanizadores actuales»; permitir «una críticaradical de los conceptos operacionales del urbanismo»; e, in-versamente, con relación a los modelos de una nueva organi-/ación especial, dar cuenta de resistencias sociales por elanálisis de «estructuras profundas de evolución lenta».77 Unatáctica del dístanciamiento especificaría la intervención de lahistoria. Por su parte, la epistemología de las ciencias arrancade una teoría presente (en biología, por ejemplo) y alcan-•/.a a la historia en el plano de lo que no estaba aclarado, opensado, o no era posible, o articulado, hacía un momento.78

El pasado surge ahí como lo «que falta». La inteligencia dela historia está vinculada a la capacidad de organizar dife-rencias o ausencias pertinentes y jerarquizables porque sonrelativas a formalizaciones científicas actuales.

Una observación de Georges Canguilhem sobre la historiade las ciencias puede generalizarse y dar a esta posición de«auxiliar» todo su alcance.79 En efecto, la historia parece quetenga un objeto fluctuante cuya determinación depende me-nos de una decisión autónoma que de su interés y de su im-portancia para otras ciencias. Un interés científico «exterior»a la historia define los objetos que la misma se otorga y lasregiones a que sucesivamente se refiere, según los campossucesivamente más decisivos (sociológico, económico, demo-gráfico, cultural, psicoanalítico, etc.) y conforme a las proble-máticas que los organizan. Pero el historiador toma esteinterés por su cuenta, como una tarea propia en el conjunto

77. F. CHOAY, L'Histoire et la méthode en urbanisme..., pp. 1151-1153 (subrayado mío). Como, por su parte, sugiere Christopher ALEXAN-DER (De la synthése de la forme, Dunod, 1971, pp. 6-9), es precisamentegracias a una explicitación lógica, a la construcción actual de «estruc-turas de conjuntos» y, por lo tanto, a una «pérdida de su inocencia»intuitiva, que el urbanista descubre una pertinencia en las diferenciashistóricas —ora para distinguirse de concepciones pasadas, ora pararelativizar las suyas, ora para articularlas en situaciones complejas queresisten al rigor de un modelo teórico.

78. Así, Michel FOUCAULT: «Hasta fines del siglo xviu, la vida noexiste, sino sólo seres vivientes» (Les Mots et les chases, Gallimard,1966, p. 173), o Fran?ois JACOB sobre «La inexistencia de la idea de vida»hasta principios del siglo XIX (La Logique du vivant, Gallimard, 1970,p. 103 [edición española: La lógica de lo viviente, Laia, 1973]: unejemplo entre mil.

79. C. CANGUILHEM, Études d'histoire et de phüosophie des sciences,Vrin, 1968, p. 18. Cf. las observaciones de Michel FICHANT, Sur l'histoiredes sciences, Maspero, 1969, p. 55.

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más vasto de la Investigación. Así crea laboratorios de expe-rimentación epistemológica.80 Verdad es que no puede daruna forma objetiva a estos exámenes más que combinandolos modelos con los demás sectores de su documentaciónacerca de una sociedad. De ahí su paradoja: hace intervenirlas formalizaciones científicas que adopta para ponerlas aprueba, con los objetos no científicos en los que practicatal prueba. La historia no deja por ello de preservar la fun-ción que ejerciera a lo largo de los siglos con respecto a«razones» bien diferentes, y que interesa a cada una de lasciencias constituidas: la de ser una crítica.

5. Crítica e historia

Este trabajo sobre el límite podría señalarse en otras par-tes, y no sólo donde se hace recurso a los «hechos» históricoso se da un tratamiento a base de «modelos» teóricos. Noobstante, si se aceptan, estas pocas indicaciones ya nos orien-tan hacia una definición de la investigación total. La estrate-gia de la práctica histórica implica un estatuto de la historia.Nada tiene, pues, de extraño que la naturaleza de una cienciasea el postulado que debe exhumarse de sus procedimientosefectivos, y que sea el medio para precisar éstos. De otromodo, cada disciplina sería identificable a una esencia de laque se presumiría que se instaura en sus avalares técnicossucesivos, que sobrevive (vaya uno a saber dónde) en cadauno de ellos, y que sólo tiene con la práctica una relaciónaccidental.

El breve examen de su práctica parece permitir precisartres aspectos conexos de la historia: la mutación del «sen-tido» o de lo «real» en la producción de distancias significa-tivas; \a. posición de lo particular como límite de lo pensable;la composición de un lugar que instaura en el presente lafiguración ambivalente del pasado y del futuro.

80. «A field of Epistemological Enquiry» escribe Cordón LEFF (His-tory and Social Theory, University of Alabama Press, 1969, p. 1). Unejemplo típico, y sin duda excesivamente metodológico, es el estudiooriginal de John McLBiSH (Evangelical Religión and Popular Educa-tion, Londres, Methuen, 1969), que «prueba» sucesivamente varias teo-rías (Marx, Malinowski, Freud, Parsons): hace del problema histórico(las campañas escolares de Griffith Jones y de Hannah More en elsiglo xvm) A case-study method {op. cit., p. 165), el medio de verificarla validez y los límites de cada una de esas teorías.

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1. El primer aspecto supone un cambio de rumbo delconocimiento histórico desde hace un siglo. Hace cien años,representaba una sociedad a modo de una reflexión global deHU devenir. Verdad es que la historia se había fragmentadoen una pluralidad de historias {biológicas, económicas, lin-güísticas, etc.).81 Pero entre estas positividades evidenciadas,como entre los ciclos diferenciados que caractedizaban a cadauna, el conocimiento histórico restauraba la Identidad por surelación común a una evolución. Empalmaba pues, de nuevo,estas discontinuidades recorriéndolas como figuras sucesivaso coexistentes de un mismo sentido (eso es, de una orienta-ción) y manifestando en un texto más o menos teleológico launicidad interior de una dirección o de un devenir.82 Actual-mente, se la juzga, más bien, por su capacidad para medirexactamente unas distancias —no sólo cuantitativas (curvasdo poblaciones, de salarios o publicaciones) sino también cua-litativas (diferencias estructurales)— en relación con unasconstrucciones formales presentes. En otros términos, tienepor conclusión lo que era la forma del incipit en los antiguosrelatos históricos: «Antaño, las cosas no eran como hoy».Metódicamente cultivada, esta distancia («no eran...») ha pa-sado a ser el resultado de la investigación, en lugar de sersu postulado y su tema. Asimismo, se ha eliminado, por hi-pótesis, el «sentido» de los campos científicos a medida quese constituían. El conocimiento histórico, pues, pone de ma-nifiesto no un sentido, sino las excepciones que hacen apare-cer la aplicación de modelos económicos, demográficos o so-ciológicos a diversas regiones de la documentación. El traba-jo consiste en producir algo negativo, y que sea significativo.Se especializa en la fabricación de estas diferencias pertinen-tes qug permiten «salir» de un rigor mayor en las programa-ciones y su explotación sistemática. „

2. Próximo a este primer aspecto, el segundo afecta al

81. Cf. las reflexiones próximas de Michel FOUCAULT, L'Histoire (enLes Mots et les chases, pp. 378-385) sobre el vínculo entre la desmulti-plicación de la Historia en historias positivas particulares (de la natu-raleza, de 'la riqueza o del lenguaje) y su condición común de posibili-dad -^la historicidad o la finitud del hombre.

82. Hace tiempo ya, historiadores y teóricos americanos manifesta-ron sus reticencias ante el uso «peligroso» de las nociones de Meaningo significance en historia. Cf. Patrick GARDINER, Theories of History,Nueva York, The Free Press (1959), 1967, pp. 7-8; Arthur C. DANTO,Analytical Philosophy of History, Cambridge University Press, 1965,pp. 7-9; etc.

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elemento del que se hace, con razón, la especialidad de lahistoria: lo particular (que muy justamente distingue G. R. El-ton de lo «individual».) Si es verdad que lo particular espe-cifica a la vez la atención y la investigación históricas, no loes tanto en cuanto es objeto pensado, sino, al contrario, encuanto es límite de lo pensable. Sólo lo universal es pensado.El historiador se instala en la frontera en que la ley de unainteligibilidad llega a su límite como aquello que ella no dejade tener que superar desplazándose, y aquello que ella nodeja de volver a encontrar bajo otras formas. Si la «com-prensión» histórica no se encierra en la tautología de la le-yenda, ni se escapa hacia la ideología, tiene por rasgo nohacer pensables, primero, unas series de datos seleccionados(por más que está ahí su «base»), sino en no renunciar nuncaa la relación que estas «regularidades» mantienen con unas«particularidades» que se les escapan. El detalle biográfico,una toponimia aberrante, una caída local de salarios, etc.:todas estás formas de la excepción, simbolizadas por la im-portancia del nombre propio en historia, renuevan la tensiónentre los sistemas explicativos y el «eso» aún inexplicado.Y designar a eso como un «hecho» no es más que una formade nombrar lo incomprendido; es un Meinen, no un Verste-hen. Pero también es mantener como necesario lo que toda-vía es lo impensado.83

Sin duda hay que vincular a esta experiencia el pragma-tismo que acecha en todo historiador, y que tan pronta-mente le lleva a reducir la teoría en ridículo. Pero seríailusorio creer que la mera mención de «es un .hecho» o de«ha ocurrido», equivalga a una comprensión. La crónica o laerudición, que se contenta con añadir algunas particulari-dades, ignora sólo la ley que la organiza. Este discurso,como el de la hagiografía o de los «sucesos»,84 no hace másque ilustrar en mil variantes las antinomias generales pro-pias de una retórica de lo excepcional. Cae en la insipidezde la repetición. En realidad, la particularidad tiene comoresorte el interferir sobre el fondo de una formalizaciónexplícita; por función, el introducir en ella un interrogante;por significación, remitir a unos actos, a unas personas, y a

83. Cf. M. de CERTEAU, L'Absent de l'histoire, Mame, col. «Scienceshumaines, idéologies», 1973, sobre todo pp 171 ss.: «Altérations».

84. Cf. Roland BARTHES, Structure du fait divers, en Essais criti-ques, Seuil, 1964, o M. de CERTEAU, La Production de l'histoire, Galli-mard, cap. 6: «Le discours hagiographique».

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todo cuanto sigue siendo aún exterior tanto al saber como aldiscurso.

3. La esfera que la historia crea al combinar el modelocon sus distanciamientos o interfiriendo en las fronteras dela regularidad, representa un tercer aspecto de su definición.Más importante que la referencia al pasado, es su introduc-i-ión en calidad de una distancia tomada. Una grieta se in-sinúa en la coherencia científica de un presente, ¿y cómopodría serlo efectivamente sino por algo objetivable, el pa-sado, que tiene por función significar la alteridad? Incluso sila etnología ha relevado en parte a la historia en esta tareade instaurar una puesta en escena del otro en el presente—razón por la que dos disciplinas mantienen aún relacionesestrechísimas—, el pasado es, ante todo, el medio de repre-sentar una diferencia. La operación histórica consiste enparcelar el dato según una ley presente que se distingue desu «otro» (pasado), en tomar distancias con relación a unasituación adquirida y marcar así, mediante un discurso, elcambio efectivo que ha permitido un tal distanciamiento.

Ésta tiene un doble efecto. Por una parte, historizar loactual. Hablando propiamente, presentifica una situaciónvivida. Obliga a explicitar la relación de la razón dominanterespecto de una esfera propia que, en oposición a un «pasa-do», se convierte en el presente. Una relación de recipro-cidad entre la ley y su límite engendra simultáneamente ladiferí nciación de un presente y un pasado.

Pero, por otra parte, la figura del pasado, conserva suvalor primero de representar lo que falta. Con un materialque, por ser objetivo, está necesariamente ahí, pero es con-notativo de un pasado en la medida en que, ante todo, remitea una ausencia, esa figura introduce también la grieta de unfuturo. Un grupo, ya se sabe, no puede expresar lo que tieneante sí —lo que aún falta— más que por una redistribuciónde su pasado. Igualmente, la historia es siempre ambiva-lente: el lugar que delimita al pasado es igualmente unamanera de dar cabida a un porvenir. Como vacila entre elexotismo y la crítica en razón de una puesta en escena delotro, oscila entre el conservadurismo y el utopismo por sufunción de significar una carencia. Bajo sus formas. extre-mas, pasa a ser, en el primer caso, legendaria o polémica;en el segundo, reaccionaria o revolucionaria. Mas tales ex-cesos no deberían hacer olvidar lo que está inscrito en supráctica más rigurosa, la de simbolizar el límite, y por ende,hacer posible una superación, un ir más allá. Él viejo eslo-

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gan de las «lecciones de la historia» vuelve a tomar, en estaperspectiva, un significado si, dejando de lado una ideolo-gía de herederos, se identifica la «moral de la historia» coneste intersticio creado en la actualidad por la representaciónde diferencias.

Lo cuantitativo en historia*por

FRANCOIS FURET

La historia cuantitativa está actualmente de moda, así enEuropa como en Estados Unidos: en efecto, desde hace casimedio siglo asistimos al desarrollo rápido del empleo de fuen-tes cuantitativas y de procedimientos de recuento y cuanti-ficación en la investigación histórica. Pero, como todos lostérminos de moda, el de «historia cuantitativa» ha acabadocon una acepción tan amplia que casi recubre cualquier cosa:desde el empleo crítico de un simple recuento, hecho por losaritméticos políticos del siglo xvii, hasta el empleo sistemá-tico de modelos matemáticos en la reconstitución del parsado, la «historia cuantitativa» designa un montón de cosas:ora un tipo de fuente, ora un tipo de procedimiento, ysiempre, de una forma u otra, explícitamente o no, un tipode conceptualización del pasado. Yo diría que, pasando delo general a lo particular, y buscando la forma de ceñir laespecificidad del saber histórico con relación a las cienciassociales, pueden distinguirse tres conjuntos de problemasrelativos a la historia cuantitativa.

1. Un primer grupo de problemas se refiere a los pro-cedimientos para tratar unos datos históricos cuantitativos:problemas de composición de las diversas poblaciones dedatos, de la unidad geográfica en el interior de la cual estánreunidos, los límites que diferencian los grupos en el inte-rior de una misma población, los cálculos de correlación en-tre dos series diferentes, del valor de los diferentes tipos deanálisis estadístico respecto de los datos, de la interpreta-ción de las relaciones estadísticas, etc.

Esos problemas dependen de la tecnología de la inves-

(*) Artículo aparecido bajo el título L'histoire quantitative et laconstruction du fait historíque, en «Ármales ESC», XXVI, núm. 1 (1971),63-75.