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www.cuhm.com.mx Bailan a merced de sus hijos, de sus padres, de sus jefes, de sus amigos… Y luego se sienten víctimas de abuso. ¿Cómo aprender a identificar el propio deseo para que las relaciones sean saludables? Dr. Alejandro Di Grazia Rao Director del Colegio Humanista de México [email protected] Me cuesta poner límites

Me cuesta poner límites

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Bailan a merced de sus hijos, de sus padres, de sus jefes, de sus amigos… Y luego se sienten víctimas de abuso. ¿Cómo aprender a identificar el propio deseo para que las relaciones sean saludables?

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Bailan a merced de sus hijos, de sus padres, de sus jefes, de sus amigos… Y luego se sienten víctimas de abuso. ¿Cómo aprender a identi�car el propio deseo para que las relaciones sean saludables?

Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista

de Mé[email protected]

Me cuesta poner límites

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Sentirse avasallado, anulado, menospreciado. Son sólo algunos de los padecimientos típicos de quien no sabe poner límites en sus relaciones. “Las consecuencias del sometimiento y del avance de la voluntad del otro sobre uno mismo, pueden ser fatales. Desde la anulación del propio potencial creativo y social, en la dimensión emocional e intelectual, hasta llevar a la persona a enfermar físicamente, somatizando en su cuerpo el daño que no se pudo reparar en el campo emocional”.

Esto puede darse en cualquier tipo de relación: en las afectivas, -donde el nivel de cercanía juega un papel fundamental-; en los vínculos más formales, como los que se establecen con clientes, jefes, o compañeros de trabajo; y aún en las relaciones menos comprometidas. Para ser claros: hay quienes padecen tan profundamente este mal, que no puede poner límites a sus vecinos, a los amigos de sus hijos, al vendedor de seguros, o a un perfecto desconocido que les pide algo por la calle. ¿Por qué será?

Los límites son una cualidad constitutiva de los lazos entre las personas y determinan muchas veces cómo, cuándo, cuánto y con qué intensidad nos relacionamos unos con otros. “En las relaciones afectivas el primer límite no negociable es el respeto”. “Cuando no sabemos marcar límites sanadores, hacia nosotros o hacia el otro, corremos serios riesgos”. Los “riesgos” a los que se refiere son muy distintos en cada caso, en cada relación y varían de acuerdo a una multiplicidad de características de la historia personal. “Pueden ir desde el sometimiento silencioso, perjudicial y frustrante, hasta la enfer-medad orgánica”.

Aquella vieja frase del conocimiento popular que versa sobre dónde termina y dónde comienzan los derechos de uno y otros, puede servir como primera pista para adentrarse en el tema de los límites. “Es allí donde cada persona acepta ceder, y frena los comportamientos que considera inadecuados”. “Los límites emocionales nos determinan, son demarcaciones necesarias que cada uno presenta en sus relaciones con los otros. Marcan la diferencia entre lo que es el otro y uno mismo, define las responsabilidades de cada quien y determinan cómo actúan los demás respecto a uno mismo”.

Pero, ¿qué es “eso” que demarcan los límites? “Los límites en las relaciones define el lugar, los derechos y las obligaciones de las personas involucradas. Contemplan la forma, los modos, los tiempos y los recursos. Podemos decir que calman las ansiedades y organizan las expectativas”.

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El origen del problema:

No saber poner límites representa un problema. Y para encontrar las causas, se pueden buscar las pistas en la propia histo-ria personal. “La falta de límites propios, muchas veces va de la mano de padres que no han podido establecerlos; esto suele generar vivencias de frustración y, como correlato, de abandono. Esos límites son indispensables porque sostienen, enmarcan y contienen al establecer un territorio de lo que se espera de cada uno”. Cuando faltan, o son débiles y pocos claros, confunden los términos en los que se plantean los vínculos y, con los años, también complican una cuestión impor-tante: saber qué quiere cada uno para sus relaciones. Esa dificultad para identificar el propio deseo, conocer cómo nos sentimos cómodos, suele repercutir en una imposibilidad de verbalizar y expresar “hasta dónde” estamos dispuestos a dar o hacer por el otro, y qué esperamos de los demás.

En las distintas etapas evolutivas, los padres son los encargados de aplicar los límites y enseñarlos a sus hijos. Así, cada momento de la vida va dejando una enseñanza más acerca de los límites, cómo adoptarlos, comprenderlos, negociarlos y, cuando es necesario, impartirlos. “En la escuela y en la sociedad se ponen límites también, así como en la familia. Si los padres no tienen límites, o han sufrido abandono por parte de sus padres, ellos mismos no podrán limitar a sus hijos de una forma clara y competente. Muchas veces se relacionan los límites con ser malo o agresivo, sin comprender que son la mani-festación más clara de la protección y el amor”.

“Todavía no cumplió los 4 años, pero Valentina desafía constantemente las reglas que pretendemos establecer”, explica su mamá, Patricia. Es que inevitablemente, la combinación de padres jóvenes, niña con carácter y familia que intenta un modelo diferente de los que cada uno proviene, resulta en estas situaciones complejas. Un verdadero desafío para los padres. “Los hijos hacen avances, especialmente en la adolescencia, para desarmar las limitaciones y pasar sobre la autori-dad de los padres”. Es en estos casos cuando resulta de vital importancia que ellos sean capaces de decir no, con firmeza y afecto. “Para que ese “no” tenga validez y sea reconocido por los hijos, no debe ser utilizado con ligereza y en demasía, debe ser muy bien aplicado y mantenerse”.

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Claro que las diferencias en el modo de aplicar los límites varían según las edades y el tipo de personalidad. Pero también incide el nivel de autoridad alcanzado por los padres. “Autoridad viene de autoría. Esto significa que cuando los padres han explorado su propia vida y son autores de su evolución personal, suelen tener mayor solvencia para mantener un límite”.

La manera de establecer los límites varía de acuerdo a las relaciones de pares, o aquellas en las que existe una jerarquía. “En las familias con adolescentes, lo más estresante suele ser la necesidad de renegociar los límites que se habían impuesto largo tiempo antes”. “Los adolescentes no agradecen que se les ponga límites. Sólo más adelante, ya en la adultez, y muchas veces recién cuando se conviertan en padres, podrán reconocer las bondades de haber tenido ciertos límites en su crianza”.

La distancia en la pareja

“Mirar hacia atrás y darme cuenta de cómo yo había renunciado a las cosas que me gustaban y me hacían bien, en pos de mi marido, y más tarde por mis hijos, me hizo ver que no era feliz. Sí amaba a mi familia y lo que había construido, pero no hacía más que vivir para ellos. Mi marido, en cambio, conservaba sus espacios, sus actividades y sus cenas con amigos”. Quien relata esta historia –tan reveladora como frecuente- es Mónica, de 32 años.

Su caso no llegó a instancias de ruptura, pero reconoce que hubo un cambio de mentalidad necesario para poder darse cuenta. “Él nunca me “prohibió” nada, pero muchas veces las actitudes hablan más que las palabras. Esto fue debilitando mis ganas de tener planes y me hizo ceder”, reflexiona. Al reconocer su error –haber cedido-, darse cuenta de la situación –la actitud de su pareja- y verse reflejada en una escena infeliz, trató de modificar lo que ya se había instalado como “regla de convivencia”. Entonces, claramente, se propuso marcar nuevamente los límites, pero esta vez generando un acuerdo que a ella también la satisficiera.

“En las parejas, las mujeres suelen hacer un mayor desgaste-psico-espiritual, cosa que queda demostrada en la cantidad de enfermedades graves que surgen como consecuencias. Hay quienes, por perturbaciones emocionales, confunden amar con “ser el deseo del otro”, creyendo ilusoriamente que así serán más aceptados y queridos”.

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Las relaciones de pareja suelen ser el campo en el que los límites más fácilmente se confunden y se hacen difusos. “Toda la gama de actividades y elecciones que realice cualquier miembro de una pareja debe sujetarse a que no afecte el bienestar a los intereses del otro. Claro que existen muchos mecanismos destinados a influir sobre la voluntad del otro. Muchas veces se trata de actitudes que pueden poner en peligro la estabilidad del vínculo. Pueden ser los celos, las trampas, los condicio-namientos y amenazas coercitivos de la libertad individual”.

En medio de una marea de sentimientos confusos y encontrados, no suele ser fácil darse cuenta de que quien debe modifi-car la actitud es uno: ahí es donde los límites nacen y se proyectan hacia el otro. “Es frecuente que, al analizar y darse cuenta de esta situación, aparezcan sentimientos negativos, como autorreproches, inseguridad, frustración, angustia, e insatisfacciones generalizadas que se ven reflejadas en la propia autoestima”. Pero también vale repensar las limitaciones como una ayuda para aumentar la tolerancia a la frustración. “Tener la capacidad necesaria para confiar en sí mismo y permitirse estar en desacuerdo con los límites de los otros nos hace ser más flexibles”. En estos casos, hablar claro y proponer alternativas diferentes a la plateada pueden ser buenas pautas para “renegociar” la situación.

Lugar para la confusión

“No me quieres lo suficiente”. “¿Por qué me haces esto?”. “Cambiaste mucho últimamente”. Estas frases, por más crueles que suenen, son frecuentes. El hecho de querer poner límites, reforzarlos o “re-acordarlos”, cuando la relación es de largo tiempo, suele despertar este tipo de reacciones. “Muchas personas suelen utilizar la excusa del límite para mantenerse en un lugar poco comprometido de la relación. Esto representa una manipulación grave, ya que se despoja al vínculo del caudal afectivo que se necesita para crecer de forma beneficiosa. Algunos adultos se mueven dentro sus relaciones como niños o adolescentes, y sienten que pueden reclamar sus derechos sin reconocer sus obligaciones”. En el juego de las confusiones, claro, cada uno podría hacer su propia interpretación. “Quien esté limitando necesita poder hacerlo transmitiendo, a su vez, afecto y cariño hacia el otro, tratando de dejar en claro que un límite no tiene necesariamente relación con falta de amor”. Tal vez, entonces, los límites bien entendidos podrían expresar el amor hacia el otro y, sobre todo, hacia nosotros mismos.

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Consejos para empezar a cambiar

“Es importante reconocernos seres sagrados que respetan a los demás. Cuando comienza a vislumbrarse un avance en la consolidación de la autoestima, se puede exigir el respeto por uno mismo”. “Los límites parten de una integración interna; si no se han adquirido a la edad correspondiente, se deben aprender después, en general muy dolorosamente”.Hay que poner límites claros y precisos, basándose en el respeto, con afecto y atención. “Es necesario comprender que poner límites no significa impedir que los otros se expresen: es respetarse a sí mismo y a la vez enseñarles a los demás hasta dónde uno permite llegar”. No es necesario enojarse para limitar. Basta con estar seguros del lugar que ocupamos y de qué queremos –o no- para nuestra vida.La actitud de apertura es clave: “Estar dispuestos a dialogar abarca tanto poder expresar nuestras necesidades como reconocer nuestros errores. Es bueno poner límites antes de llegar a una situación extrema”. –Los límites siempre existen. La diferencia es que pueden estar implícitamente planteados. “Cuando surgen problemas dentro del vínculo, es necesario ponerlos en palabras –explicitarlos- resolver y llegar a acuerdos-.

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Dr. Alejandro Di Grazia RaoDirector del Colegio Humanista de México

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