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Masones, caballeros e iluminatti

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La dinastía Estuardo es destronada y humillada por un príncipe extranjero. Ejércitos y armadas marchan al exilio en la aliada Francia. Redes de espías se mueven a ambos lados del Canal de la Mancha, urdiendo la conjura. Los cañones se silencian, pero la guerra entre católicos y protestantes se traslada a las logias. La conspiración inunda tabernas y monasterios, pocilgas y castillos. Los masones controlan los círculos de influencia; pero también las redes de información, y las armas. En medio de la conjura reaparece la sombra del Temple. Sus estandartes flamean en los castillos de Alemania. Los templarios regresan de la mano de los Superiores Ignorados. Los comanda un barón, hábil financista, genial estratega.La aristocracia, que aún mantiene el poder, comienza a dividirse seducida por los intelectuales. Pero una secta amenaza con destruir el Antiguo Régimen. Clama por la insurrección, aboga por asesinar al clero, y sus miembros se hacen llamar illuminati. La masonería del siglo XVIII los contiene a todos, sin saber que, poco a poco, se acerca a su mayor tragedia. Caballeros, masones e illuminati, se juegan la vida en el gran complot... Y muchos la perderán.Podría ser una novela de ficción, pero no. Es la pura realidad.

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MASONES, CABALLEROS E ILLUMINATI

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EDUARDO R. CALLAEY

MASONES, CABALLEROS E ILLUMINATI

SERIE ROJA [AUTORES CONTEMPORÁNEOS]

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EDUARDO R. CALLAEY

MASONES, CABALLEROS E ILLUMINATI

El gran complot

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Masones, caballeros e Illuminati Eduardo R. Callaey

editorial masonica.es® SERIE ROJA (Autores contemporáneos) www.masonica.es

© 2014 Eduardo R. Callaey © 2014 EntreAcacias, S.L. (de la edición española) © 2014 OliveCall Group (de la edición argentina)

[Coedición MASONICA.ES® - OliveCall Group]

EntreAcacias, S.L. Apdo. de Correos 32 33010 Oviedo - Asturias (España) Teléfono/fax: (34) 985 79 28 92 [email protected]

1ª edición: diciembre, 2014

ISBN (edición impresa): 978-84-943304-6-9 ISBN (edición digital): 978-84-943304-7-6 Edición digital

Reservados todos los derechos. Queda prohibida, salvo excepción previs-ta en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad inte-lectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).

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A Luciana.

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ÍNDICE

Nota preliminar | 10 Introducción | 14

CAPÍTULO I

Los Masones y la Masonería | 19 1. ¿Qué significa la palabra masón? | 19 2. La Masonería: Una Escuela Iniciática | 21 3. El Lenguaje Simbólico | 22 4. El Secreto Masónico | 23 5. Los Masones en la Edad Media. La Era de la

Piedra | 25 6. Los Gremios de Constructores | 27 7. La Masonería Especulativa | 31

CAPÍTULO II

La Tradición Caballeresca y la Francmasonería Escocesa | 36

1. La Caballería Masónica | 36 2. La Orden del Temple | 39 3. Los Templarios en el ejército de Robert Bru-

ce | 42

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4. Von Hund y la Orden de la Estricta Obser-vancia | 46

CAPÍTULO III

La Masonería en las Islas Británicas | 50 1. Europa y las guerras religiosas | 50 2. Los Estuardo | 51 3. La Reacción Inglesa | 54 4. Una nueva Constitución para una nueva

Masonería | 57

CAPÍTULO IV

Los Elegidos y el Nacimiento del Escocismo | 60 1. La epopeya masónica escocesa | 60 2. Los «Grados Escoceses» | 63 3. Las Constituciones Francesas | 66

CAPÍTULO V

La conspiración estuardista y la excomunión de Roma | 71

1. Escoceses en la Gran Logia de Francia | 71 2. Un príncipe masón en Florencia | 80 3. Roma fulmina a los masones | 82 4. El regreso de la Caballería | 90

CAPÍTULO VI

Carl-Gotthelf von Hund La Orden de Estricta Observancia Templaria | 93 1. La pugna por el control de la Masonería

Continental | 93 2. La Tragedia Escocesa y el Ocaso de von

Hund | 100

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. 9.

CAPÍTULO VII

Los Maestros Escoceses y los Illuminati | 107 1. La Reorganización de la Estricta Observan-

cia | 107 2. La Secta de Adán Weishaupt: Los Illumi-

nati | 113 3. La Batalla Final | 117

Epílogo | 125

Apéndice I El Rito Escocés Antiguo y Aceptado | 129

Apéndice II El papel del papado en el juicio a los Templa-

rios | 133

Apéndice III Ritos que poseen en sus estructuras «Ordenes

de Caballería» | 140

Bibliografía | 144

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NOTA PRELIMINAR Y AGRADECIMIENTOS

Entre los años 2001 y 2010 publiqué tres libros re-ferentes a los orígenes de la masonería y al rol que juga-ron las órdenes monásticas en la organización de las lo-gias.1 Casi como una consecuencia natural de mis in-vestigaciones sobre la masonería medieval, publiqué otros dos libros que dan sustento al presente volumen.2 Sin, embargo nunca, hasta hoy, enfoqué en un solo tex-to los aspectos salientes de esta masonería de corte ca-

1 Monjes y Canteros (Buenos Aires, Dunken, 2001); Ordo Laico-rum ab Monacorum Ordine (Buenos Aires, Academia de Estu-dios Masónicos, 2001) editado luego como Los orígenes monásti-cos de la francmasonería (Buenos Aires, Kier, 2006); De templo Salomonis Liber y otros textos de Masonería Medieval (Madrid, Manakel, 2010). 2 El otro Imperio Cristiano, de la Orden del Temple a la Franc-masonería (España, Nowtilus, 2005) (México, Lectorum, 2006), El Mito de la Revolución Masónica (España, Nowtilus, 2007) (Méxi-co, Lectorum, 2008) ambos traducidos al italiano (Milán, Marco Tropea Editore) y al búlgaro (Sofía, Ciela Publishing House) y Las Claves Históricas del Símbolo Perdido (Madrid, Nowtilus, 2010) traducido al checo (Praga, Mlada Frontá, 2010).

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balleresco que tuvo su origen en el exilio de Jacobo II Estuardo, luego de que fuera depuesto por el estatúder Guillermo de Orange, quien reinaría en Gran Bretaña con el nombre de Guillermo III. A ella le deben su par-tida de nacimiento todos los Ritos Escoceses que se practican fuera de Escocia.

Las fuentes que he utilizado son, en su gran mayoría, francesas. No podría ser de otro modo tratándose de una conjura que tuvo su epicentro en Francia. Si bien la bibliografía está descripta en el final del libro, me siento en deuda, principalmente, con André Kervella y Jean François Var, ambos pertenecientes a una generación de investigadores que está arrojando luz sobre el sinuoso devenir de la masonería moderna.

Los masones están conociendo una nueva historia de sus antecesores. Este proceso iniciado hace algunas dé-cadas no tiene retorno. Las investigaciones en marcha y la facilidad del acceso a la información están permi-tiendo reconstruir una trama oculta y a la vez ocultada, que nos muestra que la imagen conspirativa que se tie-ne de ella, está bien ganada.

Decidí que la forma más adecuada de llevar adelante esta obra era dividiéndola en tres partes. La primera re-lacionada con el conflictivo nacimiento de la masonería moderna en el siglo XVIII; la segunda con las guerras de independencia y la lucha contra la Iglesia en el siglo XIX y la tercera con su participación política en los grandes acontecimientos del siglo XX, en particular su resisten-cia al ascenso del fascismo, la reconstrucción de la Or-den en los países del Este y su papel en las sucesivas crisis de Medio Oriente. Esta es la primera de esas tres partes, sin la cual, las dos restantes serían incomprensi-bles.

Quisiera hacer algunos agradecimientos. En primer lugar a mis Queridos Hermanos catalanes, comenzando por Ramón Martí Blanco. Podría decirse que mi idea de

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escribir este libro nació en la visita que hicimos en 2012 al Monasterio de Ripoll, en la que hablamos mucho acerca del conflicto que narra este libro. Sus aportes y sus opiniones me han sido indispensables, al igual que las de Ferrán Juste Delgado, otro de los pilares de la ca-ballería masónica del siglo XXI. Ambos me han enseña-do a amar cada santuario de Catalunya, y han hecho de Barcelona mi lugar en el mundo. Sin embargo, si hay un sitio que puedo relacionar con el tema de este libro, es Can Quetu, en Sant Sadurní d’Anoia y las charlas allí mantenidas. Qué decir de la hospitalidad de Josep Mar-tí y de su familia, que me ha acogido en su casa de Cas-telldefels en cada viaje, y con quien más de una vez hemos imaginado el mundo que les tocó vivir a nues-tros hermanos del siglo XVIII.

También tengo que agradecer a Jean François Var, fi-gura insoslayable de la francmasonería francesa, quien tuvo la generosidad de acompañar uno de los momen-tos más importantes de mi vida masónica, en el que comprendí, definitivamente, el sentido de la caballería. A Eusebio Sandá Palacios, por su afecto, su poyo y por haberme abierto las puertas de la hermandad masóni-co-caballeresca de tradición británica hace ya diez años. A Adrián Mac Liman, Director del prestigioso Centro Ibérico de Estudios Masónicos, quién ha tenido la ama-bilidad de publicar, en estos días, en Papeles de Maso-nería 2014, un artículo titulado Orígenes del Templa-rismo Masónico, que puede considerarse un anteceden-te del presente libro. A María Elena Rodríguez, ex Jefa del Archivo de la Gran Logia de la Argentina y miem-bro del Grupo Ayacucho, infatigable colaboradora y querida amiga, por su trabajo de traducción y organiza-ción de gran parte del material que he utilizado como bibliografía de esta obra. Tuve la suerte de tenerla a mi lado en el Simposio de Logroño —convocado por el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Españo-

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la, presidido por José Antonio Ferrer Benimeli y auspi-ciado por las Universidades de La Rioja y Zaragoza— que fue mi primer experiencia al lado de masonólogos de renombre y la oportunidad de confrontar mis ideas sobre masonería y política. Al historiador Emmanuel Mora Iglesias, por sus valiosos aportes sobre la franc-masonería alemana en el siglo XVIII y por el privilegio de tenerlo como consultor cada vez que he quedado atrapado en el laberinto. Al Ing. Alfonso Castelao, por el valioso gesto de aportarme la mejor bibliografía ita-liana en torno al Manuscrito de Chinon y el juicio a los Templarios. Al masonólogo Jorge Ferro, investigador del CONICET, que me ha aportado un importante ma-terial en torno a la masonería de origen estuardista y su herencia. A mis hermanos de la Justa y Perfecta Logia Cruz del Sur Nº 7 de Buenos Aires porque siempre me han apoyado, tanto en los días de paz como en los de tormenta. Una mención especial merece Roberto Neu-markt, Soberano Gran Comendador del Supremo Con-sejo Grado 33º para la República Argentina, cuya la-mentable y prematura muerte me privó de su crítica y dejó varios proyectos inconclusos, aunque alcanzamos a discutir la obra de Kervella sobre los orígenes del es-cocismo con gran entusiasmo.

Finalmente, agradezco especialmente a mi Querido Amigo, Hermano y socio Oscar Olivera, por su apoyo permanente, por su afecto, por su consejo, por su capa-cidad para unir lo disperso y abrir, siempre, caminos de encuentro. Ojalá la francmasonería fuese el reflejo de la fraternidad que él transmite.

Resta aclarar que el contenido de este libro no re-presenta a ninguna institución y que todo lo expresado corre por mi exclusiva responsabilidad.

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INTRODUCCIÓN

Aunque todavía se discuta sobre si los orígenes de la masonería deben buscarse en el monasticismo o en las corporaciones de oficio de la Edad Media, existe cierto consenso en que su tradición tiene que ver con los tra-bajadores de la piedra, en particular con los constructo-res de catedrales. Si esto es así, ¿por qué existen tantos elementos provenientes de las órdenes de la caballería en una organización que reclama su origen en los can-teros y picapedreros medievales? ¿De dónde proviene esta influencia? La respuesta está en la primitiva maso-nería de Escocia.

En efecto, cierto número de Ritos Masónicos vigentes reconoce la existencia de instancias superiores a las que se denomina genéricamente con el nombre de Altos Grados, Grados Filosóficos o Grados Colaterales. Una proporción importante de ellos guarda la marca de una tradición propia de los masones escoceses, que fue trasvasada a Francia —y luego a Alemania— en medio de la situación de desastre político y militar que se vivía en las Islas Británicas a fines del siglo XVII.

La mayoría de los masones que actualmente practican estos ritos escoceses no conoce los detalles de este pa-

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trón común en sus raíces. En el mejor de los casos la in-fluencia escocesa es tomada en un sentido alegórico; en otros se la ignora. Sin embargo, las trazas dejadas por la caballería masónica escocesa pueden explicarnos mu-cho acerca de las contradicciones y los conflictos que, aún hoy, dividen a la Orden Masónica.

Para comprender el problema es necesario abordarlo sin prejuicios, con el espíritu abierto a las investiga-ciones más recientes, y estar dispuesto a romper mitos.

El primero de ellos es el que ha pretendido fijar el na-cimiento de la francmasonería en una taberna de Lon-dres en 1717. Esto no es cierto. Al menos no lo es en la forma en la que habitualmente se explica. La masonería especulativa no nació en aquella taberna londinense, sino que ya existía en Escocia, Irlanda e Inglaterra dé-cadas antes de la fecha que se pretende fijar. Debería-mos preguntarnos: ¿por qué razón se sigue sosteniendo este mito?

El dilema que se plantea aquí es que no hay una ra-zón, sino varias. La primera de ellas tiene que ver con la lucha por la hegemonía del relato. Los masones ingle-ses siempre evitaron debatir sobre el papel de las logias en las luchas dinásticas que enfrentaron a las Casas de Hannover (protestante) y Estuardo (católica) en su puja por el poder político y religioso. De hecho, es una cos-tumbre de la masonería británica no discutir en sus ta-lleres, ni de política, ni de religión. Esta actitud, am-pliamente difundida en toda la francmasonería moder-na, ha permitido crear un ámbito de amistad y concor-dia en el seno de las logias.

Estas luchas entre el partido católico y el protestante, pronto dejaron de ser un problema propio de las Islas Británicas para trasladarse al continente, en donde las logias se verían seriamente involucradas. La masonería nació en medio de la conflagración de dos facciones en guerra.

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Para esa época, a pocos masones les importaba que sus ancestros hubiesen sido constructores de iglesias y castillos. La presencia de masones operativos, es decir, albañiles y maestros de obra, era —como veremos— ca-si nula. Y si bien se habían mantenido los símbolos propios de la arquitectura, otros provenientes de la he-ráldica y del imaginario caballeresco, más acorde a la nobleza —sin olvidar la multiplicidad de esoterismos— ya estaban introducidos en las logias.

Los escoceses ganaron la partida en Francia y Ale-mania, imponiendo en el continente una versión dife-rente a la del relato inglés. Los ritos de ascendencia es-cocesa se expandirían luego por todo el mundo, en permanente competencia con los ingleses que, pese a todo, lograron imponer ciertos criterios de regularidad, es decir, reservarse el derecho de reconocer o no a quienes trabajan según los Antiguos Linderos. 3 Las Constituciones de Anderson, si bien reflejaban la ten-dencia protestante de los Hannover, lograron establecer un marco que sería, en el futuro, punto de encuentro entre enemigos irreconciliables y una herramienta in-superable para el ejercicio de la Tolerancia.

Pero hay una segunda razón: Comenzaba el Siglo de las Luces y los hombres de la Ilustración traían nuevas ideas que ponían en jaque a las instituciones (la monar-quía absoluta y la Iglesia). La tensión crecía entre la aristocracia conservadora y la incipiente aparición del libre pensamiento. Al mismo tiempo se creaban sectas que, alentadas por las luchas religiosas, se apresuraban a asestar un golpe mortal a la Iglesia que veía amena-zada su preeminencia.

3 Se denomina Antiguos Linderos (Old Charges) al conjunto de ordenanzas y Constituciones de los antiguos canteros de la Edad Media.

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Los hombres de la Ilustración querían transformar la sociedad, volviéndola más justa; las sectas, por el con-trario, buscaban una revolución sangrienta.

La Revolución Francesa aniquiló la masonería cris-tiana escocesa del siglo XVIII e impuso una nueva en la que tuvo gran influencia la secta de Adam Weishaupt, «Los Iluminados de Babiera», más conocida con el nombre de Illuminati.

La masonería francesa post revolucionaria tenía sus propias razones para hacer todos los esfuerzos posibles por aniquilar cualquier resabio de una masonería caba-lleresca de ascendencia escocesa. Diremos que fue im-placable y que asesinó, sistemáticamente, a miles de masones.4

Hay una tercera razón: A los masones liberales, que rechazan todo vínculo de la masonería con las institu-ciones del Antiguo Régimen, no les resulta cómoda la presencia de Ordenes de Caballería en el escenario ma-sónico, pues como tales, todas tenían su modelo en la tradición católico-romana.5

La narración que contiene este libro bien podría ser una novela de intrigas y complots con final trágico, sin embargo no lo es; pues se trata de hechos rigurosamen-te ciertos. Describe la trama de acciones políticas y mili-tares que ubican a la francmasonería en el centro mis-mo de las conspiraciones que asolaban a Europa en el siglo XVIII. Refleja esa época y tiene la manifiesta inten-ción de dar por tierra con la imagen estereotipada del masón que, de pronto, deja de construir catedrales y se convierte en un intelectual especulativo. Hubo en el

4 Ver El Mito de la Revolución Masónica. 2º Parte; La masonería quebrada. 5 Al respecto remitimos al trabajo de Ferran Juste Delgado sobre Ordenes de Caballería de Tradición católico-romana, (Barcelona, 2001).

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medio un proceso de transformación que acompañó a los grandes cambios que sufría la sociedad. La masone-ría moderna debió moldearse en medio de graves apremios, y si aún conserva su prestigio es porque nun-ca abandonó su sitio preponderante entre los actores que construyen la historia.

Tal vez por eso la masonería sigue generando ex-pectativas, y su historia —en gran parte aún desconoci-da— siempre nos sorprende.

Sabiendo que actualmente subsisten casi las mismas diferencias que enfrentaron a los primeros masones de la era moderna, es inevitable que este libro sea contro-vertido, solo por el hecho de sostener que esa masone-ría caballeresca, que muchos rechazan, todavía está vi-va y constituye la culminación de la Vía Iniciática que sigue siendo el mayor tesoro de la francmasonería. To-do lo demás bien podría reemplazarse por un partido político o por un club filantrópico.

Conviene advertir al lector desprevenido que, al igual que en mis publicaciones anteriores, no encontrará en este libro un manual de simbología ni una lista de ma-sones famosos. Apenas una descripción general de la masonería y su historia pretérita en el primer capítulo. Este libro trata de la otra masonería, la que construyó las grandes conspiraciones de los últimos tres siglos porque, esencialmente, es la herramienta más grande jamás concebida para el arte de la construcción política. Sin embargo, su lectura puede ser abordada tanto por masones como por lectores interesados en la masonería y su relación con el poder y la política.

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Capítulo I

LOS MASONES Y LA MASONERÍA

1. ¿Qué significa la palabra masón?

Cuando actualmente se menciona la palabra «masón», la primera imagen que viene a la mente de quien se aproxima por primera vez al tema, es la de ciertos per-sonajes que se reúnen en secreto, urden conspiraciones políticas y están enfrentados mortalmente con la Igle-sia.

En los manuales de historia se los menciona como in-tegrantes de las sociedades patrióticas que dieron la in-dependencia a muchos países del continente americano, desde los Estados Unidos hasta la Argentina. La pala-bra «masón» está indisolublemente ligada a la política, a las intrigas y a las revoluciones. Sin embargo su signi-ficado no tiene nada que ver con esto. Examinemos su origen.

El primer documento que explica su etimología per-tenece a la pluma de Isidoro (556-636), erudito y ar-zobispo de Sevilla. Por lo tanto, podemos afirmar que el vocablo masón ya estaba en uso en la alta Edad Media, en tiempos anteriores al Imperio de Carlomagno. Según

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San Isidoro de Sevilla se denominaban maciones (alba-ñiles) a los trabajadores de la construcción, a causa de las máquinas (andamios), que utilizaban para alcanzar la altura de las paredes6. De este vocablo macion deri-van los términos macón (francés), mason (inglés), masón (español), maurer (alemán) y muratore (italiano).7 Tam-bién es frecuente encontrar en antiguos textos monásti-cos el concepto latino magíster caementarius para definir al maestro albañil. En determinado momento, éstos tra-bajadores recibieron ciertas franquicias y privilegios constituyéndose en gremios o corporaciones —llamados a menudo guildas— que gozaban de libertades especia-les, entre ellas la de moverse libremente a lo largo de Europa. Es por esa razón que los masones se convirtie-ron en francmasones al anteponer la palabra libre a la de albañil (freemasons, freimaurer, francomuratori etc.). Sin embargo, en la actualidad, se utiliza indistinta-mente cualquiera de los dos vocablos (masón, francma-són) para identificar a quienes pertenecen a la Masone-ría.

Hasta aquí nada hace pensar que un masón tuviese que ver con ninguna conspiración. Sin embargo, duran-te siglos, el arte de construir ha sido algo misterioso y, en cierta medida, las huellas dejadas por los propios masones hacen pensar en un saber prohibido, secreto.

La palabra masonería tiene el mismo origen y hace re-ferencia al oficio de los masones. Con el correr del tiem-po se denominó masonería no solo al oficio sino a la asociación que reunía en su seno a los masones. Pero desde la antigüedad (y por ella nos referimos a las civi-lizaciones de la Media Luna Fértil, Egipto, Grecia y Roma), las organizaciones ligadas a la construcción tu-vieron una estrecha relación con los «Misterios», es de-

6 San Isidoro de Sevilla, Etimologías, XIX, IX, 1.22 7 Niermeyer Lexicon Minus, machio-onis = masón

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cir con el aspecto más sagrado —y por lo tanto esotéri-co— de dichas culturas. Las razones de este contacto entre la masonería y los misterios pueden encontrarse en el hecho de que las construcciones más importantes eran los Templos dedicados a los antiguos dioses y que estas construcciones monumentales solo podían reali-zarse con conocimiento de la geometría, las ma-temáticas y el dominio del cálculo de tensiones, suma-do al de técnicas específicas que eran preservadas en el mayor de los secretos. De allí que, desde su más remoto origen, la masonería haya quedado asociada a un cono-cimiento solo conocido por los iniciados, a un estricto secreto y se la haya considerado como una Sociedad Se-creta.

Como vemos, el imaginario popular que nos muestra a los constructores reunirse en secreto, tiene un funda-mento que se remonta a varios milenios. La masonería es, en todo caso, una organización que, con distintos nombres y características, ha estado asociada al miste-rio y al secreto. Si es así, ha de tener un juramento, y un modo particular de comprometerse a cumplirlo.

2. La Masonería: Una Escuela Iniciática

Dentro del amplio campo de las sociedades secretas existe una categoría que se distingue del resto por su propio peso. Son justamente las que tienen carácter ini-ciático. A estas se las denomina genéricamente como Ordenes Iniciáticas, pues la característica común es la incorporación a través de una ceremonia ritual deno-minada, precisamente Iniciación.

La iniciación, tal como se concibe en estas órdenes, es una línea divisoria que marca dos dimensiones muy di-ferentes de conocimiento; pero, fundamentalmente, dos dimensiones diferentes de responsabilidades. Todo

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aquello que en la vida implica un profundo cambio en esta dimensión de la responsabilidad, necesita de un ri-to. Pues bien, nuestra cultura descansa sobre las pro-fundas raíces psicológicas de estos ritos. Y todos ellos responden a fuentes ancestrales y se convierten en las herramientas más adecuadas para la transformación del individuo.

La Masonería es, entonces, una Escuela Iniciática. ¿Qué significa esto? Significa que se ingresa a ella me-diante una Iniciación que otorga al iniciado un lengua-je especial y que este juramenta guardar y poner a cu-bierto de cualquier persona no iniciada o de menor grado.

3. El Lenguaje Simbólico

Ese lenguaje son los símbolos. Los francmasones se sir-ven de los símbolos a modo de figuras alegóricas para transmitir conocimientos y asegurar la continuidad de sus enseñanzas.

Pero los masones agregaron a la simbología un con-junto de leyendas. Incorporaron a su iconografía la de las Órdenes más poderosas de la historia. De cada una tomaron su médula y reclasificaron el resumen del mo-delo humano.88

Desde tiempos lejanos, cuyo origen no ha sido jamás precisado, la masonería desarrolló un lenguaje sim-bólico. La mayoría de los símbolos que conforman este lenguaje provienen de la arquitectura sagrada. Se di-fundieron a lo largo de Europa durante la Edad Media junto con la actividad de los constructores de grandes catedrales y abadías. Es común encontrar en la icono-grafía medieval imágenes de Dios sosteniendo en sus

8 Callaey, E; Las Claves Históricas del Símbolo Perdido.

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manos los instrumentos del Arte —generalmente un compás— con los que traza los planos de la creación del mundo. La arquitectura se consideraba, por lo tanto, como una continuación terrestre del poder divino. Quien erigía un templo desarrollaba un oficio vincula-do con el propio Creador.

Sin embargo, muchos de estos símbolos aparecen en épocas aun más remotas, desde las ruinas de Pompeya hasta los confines del Mediterráneo Oriental. La rela-ción del símbolo con la masonería es tan estrecha que cualquier masón, medianamente instruido, sería capaz de encontrar las huellas de sus hermanos en cualquier ámbito en que estos se hayan desempeñado.

Aunque resulte sorprendente para la mentalidad mo-derna, durante siglos, tal vez milenios, diferentes linajes de iniciados preservaron un importante caudal de co-nocimiento, trasmitiéndolo de maestro a discípulo.

4. El Secreto Masónico

Pero hay algo más complejo aún: Los masones —y an-tes de ellos otras sociedades secretas del mismo tenor— han tenido la vocación de construir futuros posibles. ¿Cómo lo hacen? Capaces de comprender la naturaleza profunda del fenómeno humano, trabajan para generar las condiciones y cambiar el curso de los acontecimien-tos. Indagadores natos, entienden el idioma de los sig-nos, las piedras talladas, los relatos fantásticos, los mi-tos universales y los libros sagrados. Captan en ellos un mensaje que permanece mudo para quien no lo com-prende. Los masones no son solo protagonistas de la historia; la construyen.

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Por lo tanto, cuando un profano9 piensa que los ma-sones se reúnen en secreto, poseen conocimientos ocul-tos que guardan celosamente y que urden conspiracio-nes, está en lo correcto. La cuestión radica en qué tipo de conspiración realizan los masones. Tejer las bases de futuros posibles es de por sí una gran conspiración.

Este concepto puede resultar curioso, y hasta com-plejo. Pero es real; los masones aprenden a pararse en un futuro al que quiere llegar. Desde allí pueden ver cuáles condiciones debieran generarse para alcanzarlo. La masonería que triunfa es la que ve al mundo desde el futuro, y lo crea. De igual modo misterioso puede de-jar trazado el plan en un lenguaje simbólico que otros masones podrán interpretar y ejecutar.

El secreto masónico no está en los signos, ni en los to-ques, ni en las palabras sino en esa capacidad de hacer que las cosas se vuelvan comprensibles, resumidas en su símbolo más potente: La Luz. Donde otros solo ven piedras el masón ve una historia: Donde la mayoría es-cucha una historia el masón decodifica una clave que explica la historia.

No es posible comprender los acontecimientos del mundo moderno sin ella; del mismo modo que no pue-de comprenderse el mundo antiguo sin las Escuelas de Misterios, ni la Edad Media sin la leyenda del Grial y la Orden de la Caballería. La francmasonería emerge ante los ojos del historiador apenas se rasga la superficie de los hechos. Permanece impermeable a los curiosos y so-lo se revela ante el que descubre que los acontecimien-tos históricos no son el fruto azaroso de un destino po-sible sino la consecuencia de un esfuerzo que intenta dirigir su curso.

9 En el lenguaje masónico se denomina profano a alguien que no ha sido iniciado.

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5. Los Masones en la Edad Media. La Era de la Piedra

Hace diez siglos Europa fue testigo de uno de los mo-vimientos espirituales más potentes de la historia del cristianismo. Luego de superar el terror del «fin del mundo», provocado por la llegada del año mil del na-cimiento de Jesús, los monjes benedictinos iniciaron una profunda reforma de la Orden de San Benito, con-vencidos de que la Iglesia y el mundo necesitaban un nuevo impulso civilizador. La construcción de los más grandes monumentos de piedra, románicos y góticos, está asociada a este empuje que cambió el rostro de to-do el continente. Para ese entonces, estos monjes cons-tructores ya contaban con un andamiaje alegórico.

Hacia el siglo VIII, en Northumbria, el monje ingles Beda, que sería llamado el Venerable, escribió un libro acerca del Templo de Salomón, abriendo paso a la que luego se convertiría en la leyenda central del actual Tercer Grado de la francmasonería, el Grado de Maes-tro Masón.

Este misterioso libro, del cual ya hemos hablado ex-tensamente en otros ensayos, sienta las bases de las ale-gorías a partir de las cuales se construirá todo el simbo-lismo masónico. Se habla allí, por primera vez, de que el hombre que se dedica a la construcción debe cuadrar su propia piedra, convertirse en un hombre a escuadra, es decir, recto, pulido y preparado para tomar parte en la construcción colectiva de un Templo elevado a la Gloria de Dios, el Gran Arquitecto del Universo. El propio Beda cuenta en su libro que la obra fue inspira-da por el trabajo de los masones que construyeron el monaterio de San Pablo en Jarrow, donde sería ordena-do diácono en 692 y monje en 703, y que se encontraba en plena construcción. Beda pudo observar de qué mo-

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do estos monasterios eran construidos en piedra al esti-lo romano,10 asomando hacia el mar y dominando los estuarios del Tyle y el Wear.

Como a su vez era un gran estudioso del Antiguo Testamento (se cree que tenía un maestro judío que le enseñaba hebreo), encontró una gran similitud entre el trabajo de estos masones y los que describen el Libro de Reyes y Crónicas respecto de la construcción del Tem-plo de Salomón.

Lo cierto es que esta obra de Beda —considerado uno de los padres de la historia de Inglaterra— pronto se di-fundió por el continente de la mano de los grandes abades que construyeron la red de monasterios bene-dictinos en los tiempos de Carlomagno. Finalmente inspiró a los constructores de la Orden Cluniacense (que toma su nombre de la abadía de Cluny, donde fue fundada) y que puede ser considerada la primera mul-tinacional de la que se tenga memoria, pues su red de monasterios, con sus logias de constructores y sus uni-dades de producción agraria, cubría toda la Europa cristianizada.

Ya en el siglo XI, los cluniacenses habían establecido reglamentos y constituciones para sus logias de cons-tructores de iglesias y catedrales, incorporando a laicos que utilizaban como mano de obra calificada. En efecto, los monjes constructores de Cluny, constituyeron la primera fuerza trasnacional de alcance continental en todo el Imperio Romano Germánico, convirtiendo a sus monasterios en el depósito de todo el saber de la época.

Durante un tiempo, el secreto de los masones fue con-servado en la profundidad de los monasterios, al igual que en sus bibliotecas se guardaba todo el conocimiento de la antigüedad. Luego de siglos de decadencia, los

10 Estilo romano (more romano) era la forma de referirse al arte románico con el que se comenzaba a construir en Europa

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monjes que construyeron Europa recuperaron el anti-guo sistema e imaginaron el futuro que querían para Occidente. Con ese conocimiento y la estructura ade-cuada erigieron nada menos que las bases de un Impe-rio que duraría mil años.

El libro de Beda sirvió de guía para que los abades es-tablecieran las corporaciones de constructores, susten-tadas en la tradición del Antiguo Testamento, compa-rando a Adonhiram (el superintendente a cargo de la construcción del Templo de Salomón), con el propio Cristo. Dentro de los muros de las grandes abadías se gestó una nueva vía iniciática de tal magnitud y vitali-dad que su capacidad constructora superaría a la del antiguo Egipto en toda su historia. No nos detendremos en esta cuestión, remitiendo al lector a nuestros trabajos anteriores.11

6. Los Gremios de Constructores

Mientras el mundo medieval se transformaba, también se transformaban los masones. Las estructuras creadas por los benedictinos cedieron su lugar a las primeras organizaciones gremiales y se produjo el nacimiento de las corporaciones de oficios. En la medida en que las ciudades resurgían, y con ellas el comercio, los monjes dejaron de tener el monopolio del mercado, aunque si-guieron poseyendo las más importantes unidades de producción agraria y la mayor capacidad de produc-ción literaria, sino la única.

En medio de esta transformación, las corporaciones de albañiles y canteros desarrollaron una unidad de

11 Callaey, Eduardo, Monjes y Canteros (Buenos Aires, Dunken, 2001) La Masonería y sus Orígenes Cristianos (Buenos Aires, Kier, 2006). También El Libro acerca del Templo de Salomón y otros textos masónicos medievales. (Madrid, Manakel, 2010)

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trabajo (un taller) que los agrupaba y al que denomina-ron logia.12 Estas estructuras se convirtieron en deposi-tarias de un saber de naturaleza misteriosa. Sus inte-grantes fueron los primeros en comprender el poder que encerraban los números, las formas y las propor-ciones. En las catedrales que construían podían experi-mentar con tensiones y empujes, calcular posiciones as-tronómicas, combinar las luces y los colores en las vi-drieras, fijar imágenes en los relieves y establecer los símbolos de una nueva civilización de piedra.

A medida que crecía la demanda de mano de obra, los masones ganaron cierta libertad de movimiento, lo que significó un privilegio extraordinario (denominado «franquicia»), pues en tiempos del feudalismo los arte-sanos y los habitantes de la comarcas pertenecían a la tierra en la que habían nacido. La tierra (los alodios) se transfería junto con los siervos que la trabajaban. De allí que aquel que se trasladaba de un lugar a otro necesita-ba de dichas franquicias.

La movilidad de los maestros masones, que se des-plazaban de obra en obra, pronto permitió un hondo in-tercambio de ideas y de tradiciones, una conjunción de «espiritualidades» que constituyeron la particularidad de la francmasonería. Esto se convirtió, muy pronto, en un factor de poder. El masón, al desplazarse por los caminos del Sacro Imperio, veía una realidad ampliada; su consciencia tomaba otra dimensión del mundo: De una visión fragmentada marchaba hacia otra visión de totalidad.

Las logias agrupaban artistas y artesanos cuyo ca-rácter itinerante los colocaba fuera del alcance munici-

12 El término logia tiene varias acepciones, pero generalmente se entiende por ella a la pequeña construcción anexa a la obra prin-cipal, en la que se guardan las herramientas y se reúnen los obre-ros.

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pal, pero principalmente de la vigilancia estricta de la Iglesia. La principal característica de los hombres que integraban estas sociedades era su condición de hom-bres libres. No estaban sometidos a vasallaje ni se en-contraban bajo ninguna forma de servidumbre o escla-vitud. Su condición de miembros de la logia dependía, sin embargo, de un juramento que prestaban ante la au-toridad comunal que confería «patente» al maestro iti-nerante.

Georges Duby, describiendo el carácter laico de casi todos los artistas a partir del siglo XII en adelante, se-ñala que «estaban organizados en gremios muy pode-rosos y muy especializados. Sustitutos del grupo fami-liar, estas corporaciones representan para ellos un refu-gio, facilitan los traslados de ciudad en ciudad, de obra en obra y en consecuencia, los encuentros, la formación de los aprendices, la difusión de las técnicas. Se mues-tran también, como todos los cuerpos cerrados, tradi-cionales, dominados por los más ancianos que no con-fían en las iniciativas individuales, pero ya en el siglo XIII existían cofradías de albañiles y orfebres».13

Este conjunto de maestros de la piedra, la madera y el metal se constituyeron en gremios capaces de construir moles de piedra de carácter asombroso. Con el trans-curso de los siglos, desde sus orígenes hasta el creciente intercambio técnico con los constructores de Medio Oriente y Bizancio, las logias fueron adquiriendo un mayor conocimiento técnico, no exento de un nexo cre-ciente con corrientes espirituales de carácter esotérico. Esta suerte de «saber reservado» requería de una inicia-ción, un rito de pasaje mediante el cual el profano se comprometía a guardar el secreto del «arte», a la vez que ingresaba en una dimensión superior del «conoci-

13 Duby, Georges; La Época de las Catedrales (Madrid, Ediciones Cátedra, 1993) p.191

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miento». Paul Jonhson define claramente esta cuestión del «secreto de oficio» cuando dice:

Todos los artesanos medievales tenían secretos re-lativos a sus oficios, pero los masones eran decidida-mente obsesivos con los suyos, dado que asociaban es-piritualmente los orígenes de su corporación con el misterio de los números. Tenían desarrollada una idea pseudocientífica en torno a los números, las proporcio-nes y los intervalos, y memorizaban series de números para tomar sus decisiones y trazar sus líneas. Como en el antiguo Egipto —otra cultura de piedra tallada— ellos tenían una tradición de «taller» muy fuerte y re-glas establecidas para casi cualquier contingencia es-tructural... Transmitían sus conocimientos oralmente y los aprendían de memoria, bajando al papel lo menos posible. Los manuales de construcción no existieron hasta el siglo XVI.14

Reunidos en estructuras gremiales poderosas, y ca-paces de desarrollar técnicas complejas, los hombres que integraban estas logias tenían una formación parti-cular y una posición estratégica en la sociedad. Con el tiempo comprendieron que su poder radicaba en ser la herramienta con la que se estaba construyendo la civili-zación. Del mismo modo, los propios factores del poder político y económico tomaron consciencia del papel re-levante que los masones tendrían en el futuro.

Ese punto significó un momento de inflexión. Porque al comprender que la masonería representaba una for-midable herramienta de construcción, no solo de mo-numentos de piedra sino de ideas, de conocimientos y de poder, muchos hombres se acercaron a ella, ya no para aprender los misterios de la piedra, sino para

14 Johnson, Paul; Cathedrals of England, Scotland and Wales (Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1993). pp. 134 a 138.

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comprender —en el más absoluto resguardo— los de la construcción social.

El fenómeno de las catedrales, que aún nos sor-prende, fue un plan de alcances tan vastos que resulta difícil de abarcar sin un gran esfuerzo de investigación. Pero sin dudas, la red de catedrales construidas en todo el continente europeo, fue la gran conspiración de la piedra, y así lo entienden hoy la mayoría de los histo-riadores cuando definen a ese sistema como el de «una pedagogía de masas»15.

La catedral, construida en el centro de la ciudad, se convierte en el lugar de encuentro con Dios, pero a su vez es el lugar en el que se reúne el pueblo. La catedral es el libro en el que leen los analfabetos, pues las pie-dras narran las historias bíblicas. Pero en ese mismo lenguaje de piedra está la clave de un conocimiento preservado y reservado a los iniciados; es el refugio de los desamparados, pero también la casa del obispo; es el punto de celebración del carnaval, pero a la vez el re-flejo fulgurante de la Jerusalén Celeste. En la catedral está todo lo que el hombre necesita para encontrar su dimensión humana.

7. La masonería especulativa

Es común leer que la masonería operativa medieval comenzó su transformación en el siglo XVIII, aceptando en el seno de las logias a hombres ajenos al oficio. Sin embargo, actualmente sabemos que este proceso co-menzó mucho antes. El cambio más importante no se produjo en las formas sino subterráneamente, en el co-razón de las logias. Crecía la presencia de miembros honorarios, o masones aceptados en el seno de los talle-

15 Así la denomina, concretamente, George Duby.

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res. No se trataba de hombres de oficio sino de otros, más interesados en la Piedra Filosofal que en cualquier otra.

Se cree que el contacto de los masones —especial-mente los de las Islas Británicas— con estos temas filo-sóficos, se produjo a raíz de los numerosos viajes que realizaban a Italia para estudiar la arquitectura, en tiempos del arquitecto Palladio, país del que retorna-ban, trayendo consigo el fruto del aprendizaje y la in-vestigación.16 Pero también regresaban con las nuevas ideas filosóficas que habían surgido en el Renacimiento Italiano, vinculadas con tradiciones herméticas, mági-cas y cabalísticas.17 Por entonces, Italia era un hervidero de magos, astrólogos y alquimistas. Se estaban sentan-do las bases de lo que se denominaría luego masonería especulativa (por contraposición a la operativa, que era la de los albañiles).

Este conjunto de ideas se denominó genéricamente fi-losofía oculta. Francis Yates lo describe como un siste-ma de conceptos construidos con elementos del herme-tismo en la visión del filósofo Marcilio Ficino, más la in-fluencia de una versión cristianizada de la cábala judía, cuyo principal exponente fue el gran Pico de la Mirán-dola.18 Estas ideas tuvieron un serio impacto en la francmasonería, donde fueron introducidas por la cre-ciente incorporación de masones aceptados. La mayoría de las palabras de pase y las palabras secretas de los masones son vocablos hebreos, provenientes de la tra-dición judía y de la cábala.19

16 Andrea di Pietro della Góndola (Andrea Palladio). (1508-1580) fue un importante arquitecto italiano de la República de Venecia. 17 Callaey, Eduardo, El otro Imperio Cristiano, Cap. VII. 18 Yates, Frances A.; La filosofía oculta en la época isabelina (Mé-xico, Fondo de Cultura Económica, 2000) p. 11. 19 Callaey, E, Ob cit Cap. XV.

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Otra corriente que influyó en la francmasonería, espe-cialmente en Inglaterra, es la proveniente de la Her-mandad de la Rosa Cruz, cuya irrupción pública se re-monta a la Alemania de principios del siglo XVII. Tal ha sido la influencia de los rosacruces en la francmasone-ría que en muchos de sus ritos se ha perpetuado en un Grado considerado central en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado y en el Rito Francés: el de Caballero o Prínci-pe Rosacruz. Los rosacruces —como propone Frances Yates— conforman un puente entre el Renacimiento y la revolución científica, pues la aurora rosacruz ha de reivindicarse, tarde o temprano, como la bisagra, el eje de transición entre el mundo mágico de los grandes fi-lósofos renacentistas y el nacimiento incipiente de la investigación científica, tal como se concibe en la actua-lidad.20

Pero cuando exploramos más profundamente, en-contramos que existe en el seno de la masonería una tradición mucho más antigua que la de los rosacruces y aún que las corrientes filosóficas del Renacimiento: La caballería.

Esta tradición está muy arraigada en los Ritos que se desarrollaron en Francia, en la primera mitad del siglo XVIII y que recibieron una fuerte influencia de los maso-nes escoceses exiliados luego del derrocamiento de Ja-cobo II. Para los masones escoceses la alianza entre can-teros y nobles, entre constructores y caballeros, parece remontarse a los tiempos de la independencia de Esco-cia, proceso iniciado con la rebelión de William Wallace y concluido con la victoria de Robert Bruce contra los ingleses, ocurrida en la batalla de Bannockburn, librada en las cercanías del castillo de Stirling en al año 1314.

20 Callaey, E. El otro Imperio Cristiano; ver capítulo Los rosacru-ces y la francmasonería.

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¿Pudo haber tenido la francmasonería una relación tan temprana con la caballería? En principio resulta di-fícil asimilar que ambas estructuras medievales (una centrada en la construcción y otra en la guerra) hayan tenido un vínculo profundo salvo su condición de ser ambas producto del cristianismo romano. Pero, cuando miramos más detenidamente, la imagen cambia.

Del mismo modo que la francmasonería ha cons-truido un lenguaje que se manifiesta a través de la pie-dra, la caballería tiene uno propio que es la heráldica, también denominada Noble Saber. La heráldica es la ciencia del blasón, el arte de explicar y describir los es-cudos de armas de cada linaje, ciudad o persona. Es también un campo de expresión artística en el que po-demos encontrar nexos con la francmasonería.

Gerard de Sorval, dice al respecto: […] Los pueblos tienen sus lenguas que reflejan su ge-nio propio, su naturaleza y su historia. Pero junto a las lenguas nacionales, existen lenguajes propios para ex-presar ciencias particulares, para explorar un campo de la realidad. El blasón es una de estas lenguas, bastante olvidada ciertamente, pero en absoluto muerta puesto que continúa siendo utilizada oficialmente por nume-rosos Estados, por la Iglesia católica, por multitud de ciudades, provincias, oficios, y también por familias y personas... incluso por marcas publicitarias. Al igual que toda lengua, el blasón se aprende, comportando un alfabeto, una sintaxis y unas determinadas reglas de uso que es preciso conocer.21

Este lenguaje propio de la caballería no parece ajeno al de los artesanos de la piedra y otros oficios. Grasset

21 Sorval, Gérard de, Le langage secret du blason (France, Biblio-thèque de l’Hermétisme, 1981). Traducción de R. Martí Blanco.

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d’Orset22 explica que los artistas afiliados a las corpora-ciones, ligados a grupos itinerantes que viajaban de una construcción a otra, utilizaban una escritura jeroglífica con la que transcribían sus planos, sus diseños o sus anotaciones. Esta escritura aparece en el siglo XI bajo el nombre de blasón23 (Noble Saber o Arte Real). D’Orset afirma que es la corporación de los esmaltadores (en heráldica se llama esmaltes a los colores) la que provee-rá las reglas del blasón, en tanto que la corporación de los talladores de piedra se vincula a las divisas, que significa «cosas a adivinar» del francés deviner [adivi-nar] dévisa [divisa].24

Como vemos, existen elementos comunes tanto en la francmasonería como en la caballería, más allá del he-cho de que, canteros y caballeros, hayan estado unidos por un mismo origen religioso y cultural. De modo que este vínculo no debiera sorprender.

Hasta hace pocas décadas, este presupuesto era ab-solutamente descalificado fuera de las logias de ascen-dencia escocesa o impronta cristiana. En otras parecía tratarse de una tradición olvidada. Sin embargo, con el tiempo, no solo pude comprobar que existían corrientes masónicas que la mantenían intacta sino que la caballe-ría conserva su vigencia y su vigor en la francmasonería moderna.

Pero hace falta conocer a los actores de esta historia; para ello debemos trasladar, momentáneamente, nues-tro escenario a Escocia.

22 d’Orset, Grasset; Archéologie mystérieuse 2 vol. (Francia, E-Dite, 2001), Cf. Espalier, Limousin, el último testigo del Arte Real. 23 Se llama blasón al conjunto de figuras, insignias o símbolos de un escudo de armas. 24 Se da el nombre de «divisa» al lema o mote expresado en tér-minos sucintos o por algunas figuras en un escudo de armas o blasón.

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Capítulo II

LA TRADICIÓN CABALLERESCA Y LA FRANCMASONERÍA ESCOCESA

1. La caballería masónica

En la actualidad hay varios ritos masónicos que re-claman una herencia caballeresca. En algunos no solo está presente sino que ha sido resguardada durante los últimos tres siglos. En otros esta tradición fue trastoca-da y adaptada, primero por la influencia de la Ilustra-ción y luego por las corrientes republicanas, mutando en la medida que la masonería acompañaba a los pro-cesos políticos que vivía la sociedad. Pero esa adapta-ción no ha podido quitar todos los elementos propios del imaginario caballeresco, pues de hacerlo, estos ritos habrían perdido todo su sentido.

Esta cohabitación de una masonería con símbolos y leyendas propias del Antiguo Régimen con otra que na-ció, justamente, como consecuencia del colapso de las monarquías absolutas y de la hegemonía de la Iglesia católica, provoca no pocas contradicciones y resulta muy compleja de comprender si se la analiza en forma superficial.

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Existen diversos sistemas masónicos que poseen, den-tro de sus estructuras, Órdenes de Caballería; es decir, que los estamentos caballerescos están integrados y forman parte de la escala de grados del Rito o Régimen. En estos casos, los grados caballerescos se encuentran en la cima de la escala y gobiernan sobre los grados in-feriores. Estas órdenes son, en su mayoría, herederas de la Orden de la Estricta Observancia Templaria, que fue influida y forjada a partir de la acción directa de la ma-sonería escocesa estuardista.

Otros Ritos han tenido la misma influencia pero con consecuencias y derroteros distintos, como el Rito Es-cocés Antiguo y Aceptado, al cual dedicamos un Apéndice de este libro. Pero en este caso no se trata de una Orden de Caballería, sino de Grados que guardan un resabio de las mismas.25 Se podría decir que el REAA —el más poderoso y numeroso de los sistemas masónicos en la actualidad—, conserva buena parte de la herencia escocesa.

Por último, cabe mencionar a la Orden Templaria ma-sónica bajo jurisdicción británica. Su actual organiza-ción data de principios del siglo XIX (posterior a los acontecimientos que trataremos en los próximos capítu-los), siendo la más numerosa y difundida de las orde-nes masónico-caballerescas. Se denomina «The United, Religious, Military and Masonic Orders of the Temple and of Saint John of Jerusalem, Palestine, Rhodes and Malta of England and Wales». Sin embargo su estructu-ra es independiente y queda despegada de la masonería simbólica inglesa. Como ente autónomo, su acceso está restringido a masones cristianos. Aunque se la conside-ra un «Grado Colateral» su posición es claramente su-perior, pues para acceder a ella hay que poseer el Gra-do de Maestro Masón y el de Compañero Real Arco. Su

25 Ver Apéndice I.

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Patrono es la reina Isabel II, quien ha sabido vestir el hábito de la Orden. Esta organización mantiene ac-tualmente hospitales de ojos en Jerusalén y en Gaza, donde se han atendido a numerosas víctimas del con-flicto en Medio Oriente.

Como datoadicional diremos que en 1917 el general británico Edmund Allemby entró en Jerusalén al frente de una división del ejército británico luego de vencer a las tropas turco-otomanas, convirtiéndose en el primer templario moderno que la pisaba en siglos. Desde 1224 ningún ejército cristiano había vuelto a la Ciudad Santa. Este acontecimiento fue celebrado en Londres, según relata John Robinson, con una ceremonia de los «barris-ters», nombre con el que se identifica a los abogados que trabajan en la zona de Temple Bar, cuya sede es la antigua iglesia templaria, situada entre Fleet Street y el río Támesis.

Robinson afirma que los «…barristers marcharon en procesión a la iglesia circular de los templarios y colo-caron la corona de laurel de la victoria sobre las efigies de los caballeros, para transmitirle un mensaje sin pala-bras: No estáis olvidados…».26 Quien recorre los rinco-nes de Jerusalén, suele encontrarse con un monumento erigido por esta Orden Templaria británica.

Aunque dejaremos la cuestión de la masonería en Medio Oriente para un volumen futuro, es preciso men-cionar que la masonería británica tuvo fuerte influencia en ese enclave estratégico desde épocas tempranas, con-tribuyendo, junto con la masonería francesa, a estable-cer una avanzada occidental que, en su momento, dio por resultado sendas democracias.

Pero como se verá, el eje en el cual se concentra la in-fluencia caballeresca escocesa en la francmasonería, es

26 John Robinson; Mazmorra, hoguera y espada (Editorial Planeta S.A., Barcelona, 1994) , p. 505.

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la mencionada Orden de la Estricta Observancia Tem-plaria, creada por el barón von Hund. Su historia per-sonal, y la de su Orden, están teñidas por el enfrenta-miento encarnizado entre los estuardistas escoceses y los hannoverianos ingleses. La Estricta Observancia na-ce, sin dudas, en el medio de un profundo quiebre.

Robinson sostiene que la masonería escocesa del siglo XIV se forjó en la sangrienta insurrección comandada por William Wallace, a tal punto que su libro más fa-moso lleva por título Born in Blood (Nacidos en San-gre)27. Con el correr del tiempo, en la medida en que fui abordando la historiografía reciente en torno a la ma-sonería del siglo XVIII, llegué a la conclusión —al igual que muchos otros— de que el nacimiento de la masone-ría moderna fue tan sangriento como el medieval, del que habla Robinson. Y que, en efecto, las conspiraciones han marcado el destino de la masonería, tanto en aque-llos tiempos de castillos y caballeros, como en estos otros que abordaremos en los próximos capítulos. De algún modo los masones han sido fieles a su vocación de construir más allá de la piedra.

Hagamos un repaso del origen de esta tradición ca-balleresca en la masonería escocesa.

2. La Orden del Temple

A diferencia de la francmasonería, la Orden del Temple tiene un origen cierto y una historia ampliamente do-cumentada. Nació como consecuencia de la primera de las peregrinaciones armadas a Tierra Santa, que luego tomarían el nombre de «cruzadas». Fue creada por un grupo de nueve caballeros provenientes en su mayoría de Champagna, liderados por Hugo de Payens, y su ob-

27 Robinson, John; Nacidos en sangre, Los secretos perdidos de la francmasonería (España, Obelisco, 2012).

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jetivo inicial era el de amparar y proteger a los peregri-nos.

En el año 1118 el rey Balduino II cedió parte del «Templum Salomonis» a la naciente orden militar cu-yos caballeros fueron llamados, por ese motivo, con el nombre de Caballeros Templarios. Apenas pocos años después ya se contaban en número de 300 y gozaban de grandes privilegios concedidos por el monarca. Junto con los Caballeros Hospitalarios y los Caballeros Teu-tones conformaron el brazo armado de los reinos cris-tianos en el Levante.

En un principio, su organización fue similar a la del clero regular. Observaban votos de pobreza, castidad y obediencia y se encontraban sometidos a la autoridad del Patriarca de Jerusalén. En 1128, con el apoyo de san Bernardo, el líder más carismático e influyente de toda la cristiandad, el Concilio de Troyes aprobó su regla y la orden quedó establecida en su doble condición de monástica y militar. Ya para ese entonces era uno de los ejércitos más poderosos de Tierra Santa.

En los siguientes dos siglos la fama de sus guerreros, su capacidad de organización, su poderío económico y su particular petulancia la convirtieron en la más admi-rada y odiada milicia de la cristiandad. Poseían precep-torías y encomiendas en toda Europa y en Medio Oriente; participaban activamente en la reconquista de España y acumulaban tal riqueza que pronto les permi-tió crear un sistema de letras de cambio, precursor de la banca privada. Llegaron a tener una importante flota con asiento en el puerto de La Rochelle cuya súbita desaparición, en momentos previos a la captura del Temple de París, ha dado lugar a numerosas conjeturas.

Con la caída de Jerusalén se replegaron a sus castillos sobre la costa del Mediterráneo Oriental. Luego de-bieron abandonar Tierra Santa y se constituyeron en la Isla de Chipre. Pero a principios del siglo XIV fueron

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acusados de herejía y prácticas infamantes. En Francia, sus jefes fueron encarcelados, torturados y quemados en la hoguera. El viernes 13 de octubre de 1307 todos los templarios de Francia fueron apresados y encarce-lados. Siete años después, el 18 de marzo de 1314, Jac-ques de Molay el último de sus Grandes Maestres, jun-to a Godofredo de Charney y otros caballeros, fueron quemados por herejes relapsos en la ribera del Sena.28

Según la leyenda, en medio del martirio, Jacques de Molay lanzó una maldición contra el monarca y el papa conminándolos a comparecer ante el juicio de Dios an-tes de un año. Pocos meses después ambos estaban muertos.

Desde hace siglos los masones se proclaman he-rederos del Temple, afirmación que puede encontrarse en diversos ritos. Durante mucho tiempo los historia-dores restaron importancia a esta cuestión. Sin embargo la percepción de este vínculo cambió radicalmente en los últimos años. Citaremos brevemente a John Robin-son: «La persistencia de la leyenda y las frecuentes refe-rencias a la orden [templaria] en el ritual masónico hi-cieron lanzarme a varios años de investigación... Aun-que no soy masón quedé fascinado por lo que iba des-cubriendo en las raíces templarias del ritual masónico, especialmente en lo que hace a los símbolos y termino-logías tan antiguos que sus orígenes y significados se han perdido para los propios masones».29

¿Pudo acaso la orden templaria sobrevivir oculta en las logias masónicas? Como hemos dicho, la primera respuesta hay que buscarla en la propia francmasone-

28 Callaey, E. Ob. cit. Cap. I 29 Robinson, John, Mazmorra, Hoguera y Espada (España. Plane-ta, 1994) p. 504. (ya hemos mencionado que los resultados de esta investigación fueron publicados en 1990 en una obra titulada Born in Blood: The lost secrets of Freemasonry. (Nacidos en San-gre).

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ría, especialmente en la masonería escocesa del siglo XVIII.

3. Los Templarios en el ejército de Ro-bert Bruce

Según la tradición masónica escocesa, numerosos caba-lleros templarios —que habían huido de Inglaterra lue-go de la abolición de su orden— se habrían refugiado en Escocia en tiempos en que el futuro rey, Robert Bru-ce, intentaba liberar a su país de la dominación inglesa. La rebelión escocesa se había iniciado con William Wa-llace, pero fracasó por las disputas internas de la noble-za. Muerto Wallace, Robert Bruce asumió el liderazgo y enfrentó al ejército de Eduardo II en la batalla de Ban-nockburn, librada el 24 de junio de 1314.

¿Qué hay de cierto en esto? Evidentemente no existen documentos de la época que puedan considerarse como prueba de esta teoría. Pero hay varios puntos que de-ben ser tenidos en cuenta respecto de la posible super-vivencia templaria en Escocia. El primero de ellos es que, a diferencia de lo que ocurrió en Francia, en donde los templarios fueron tomados por sorpresa y apresa-dos en una de las operaciones policiales más coordina-das y perfectas que recuerde la historia, la situación fue distinta en Inglaterra, Irlanda y la propia Escocia.

Desde un principio, Eduardo II se oponía a arrestar a los templarios de Inglaterra a quienes respetaba y tenía en alta consideración. Para cuando la Inquisición lo obligó a cumplir con los arrestos, los templarios habían tenido el tiempo suficiente de escapar y buscar refugio. Los primeros encarcelamientos en Inglaterra ocurrieron en enero de 1308, es decir tres meses después de los ocurridos en Francia. En ese momento la situación con la insurrección escocesa ya se tornaba grave y las preo-

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cupaciones del rey Eduardo II estaban muy lejos de la cuestión templaria.30 Algo similar ocurrió en Irlanda, en donde los templarios poseían numerosas prefecturas y castillos. Algunos fueron apresados en el mes de febre-ro (apenas treinta de una guarnición calculada en 300 caballeros) y no se conoce que hayan sufrido el mismo martirio de sus hermanos franceses, ni mucho menos. Otro tanto sucedió en Escocia, de modo que es muy pro-bable que las fuerzas combinadas de templarios ingleses, irlandeses y escoceses se hayan reunido el algún lugar en el norte del territorio controlado por los hombres de Bruce. Al fin y al cabo, la mayoría de ellos —guerreros de elite, hábiles políticos y con una vasta red de contac-tos y recursos— habían tenido cuatro meses para plani-ficar la huida y escapar de la cárcel segura, la tortura y la muerte.

¿Pero dónde se reunirían? ¿Existen pruebas de que hayan combatido a las órdenes de Robert Bruce? Aquí el tema se torna más complejo, pero a la vez más intere-sante, porque si así fuera, explicaría por qué los escoce-ses estuar distas del siglo XVIII —acorralados por el exi-lio, y decididos a recuperar la independencia de su país— le daban tanta importancia a aquella fuerza mili-tar templaria que había sido decisiva en la guerra libra-da por Bruce, provocándole una dura derrota a los ejér-citos de Eduardo II. También explicaría por qué flotaba en la atmósfera de la masonería escocesa este espíritu de cruzada.

Según se sabe, los ingleses marcharon a la batalla convencidos de que los escoceses no contaban con una fuerza de caballería importante. No cualquier jefe mili-

30 Robert Aitken afirma incluso que los inquisidores debieron ac-tuar con premura y salir de Inglaterra rápidamente dado el po-der creciente de Bruce y los preparativos para la guerra. The Knights Templars in Scotland.

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tar podía darse el lujo de contar con caballeros bien per-trechados, y en el caso de Bruce se trataba de un ejército en el que los soldados profesionales eran escasos y ha-bía gran cantidad de gente de a pié que se le había uni-do durante la insurrección. Los ingleses conocían esa falencia en las tropas de Bruce y marcharon seguros y confiados, con un enorme ejército muñido de una im-portante cantidad de caballeros.

Actualmente se considera que el equipamiento de un caballero medieval, con su corcel de batalla, más al me-nos dos caballos auxiliares, su armadura, sus pajes etc. equivalía al de un tanque de guerra moderno. En efec-to, la caballería medieval tenía el mismo poder y rol de combate que la actual caballería blindada. Era impen-sable para los ingleses, que el rey Robert dispusiera de los medios para armar una escuadra de caballeros que hiciera frente a la suya. La irrupción de una carga de caballería en medio de la batalla habría descalabrado la estrategia de los jefes militares ingleses, inclinando la victoria del lado de los escoceses. Siguiendo la misma línea del relato, esa caballería que irrumpe por sorpre-sa, no era otra que la de los templarios escoceses, ingle-ses e irlandeses que habían puesto sus armas al servicio de Bruce.

De acuerdo a las crónicas de la época y a los actuales estudios, el ejército ingles se presentó a la batalla con cerca de 2.000 caballeros y 15.000 infantes, de los cuales una gran cantidad eran arqueros. Por su parte, los esco-ceses contaban con un ejército de 6.500 hombres de a pié y 500 jinetes.31

Lo sorprendente es que los escoceses ganaron la bata-lla y masacraron al ejército del rey Eduardo II que de-bió huir, dejando en el campo miles de ingleses muer-

31 Black, Jeremy. (2005). The Seventy Great Battles of All Time. pp. 71-73. Thames & Hudson Ltd.

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tos y otros miles de prisioneros. La batalla de Bannock-burn resulta todavía un desafío para los estudiosos de la guerra y es considerada una de las más importantes de la historia. Pero más allá de la leyenda —que señala que el jefe templario Pierre D’Aumont irrumpió en el campo comandando una gran cantidad de caballeros templarios y sembrando el pánico entre los ingleses— lo cierto es que no se explica esta derrota sin un factor que, al menos oficialmente, nunca fue reconocido.

Esta teoría fue ampliamente difundida por los his-toriadores del siglo XIX. Recientemente, Michael Baigent y Richard Leigh han hecho un excelente trabajo de reco-lección de citas y fuentes entre las cuales hay algunas que vale la pena mencionar.32

Charles G. Addison, en su obra The History of the Knights Templar, escrita en 1824, afirma que muchos templarios ingleses continuaron en libertad, habiendo conseguido huir de sus perseguidores eliminando por completo las marcas de su antigua profesión, y que al-gunos de ellos habían escapado disfrazados hacia las zonas montañosas y yermas de Gales, Escocia e Irlan-da.33

Otros historiador inglés, Anthony Oneal Haye, es-cribió en 1865: «[…] nos han dicho que habiendo deser-tado del Temple, se enrolaron bajo las banderas de Ro-bert Bruce y lucharon a su lado en Bannockburn… La leyenda afirma que después de la decisiva batalla de Bannockburn Bruce, a cambio de eminentes servicios, formó con estos templarios un nuevo cuerpo».34

32 Baigent, Michael y Leigh, Richard, Masones y Templarios (Madrid, Martínez Roca, 2005) pp. 82-84. 33 Addison, Charles G. Ob. cit. p. 213. 34 Haye, Anthony Oneal, The Persecution of the Knights Tem-plars (Inglaterra, Thomas George Stevenson, 1865), p. 114.

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En tanto que el ya citado Robert Aitken sugiere que «…los templarios encontraron refugio en las filas del pequeño ejército del excomulgado rey Robert, cuyo te-mor a ofender al rey de Francia habría sido sin dudas superado por su deseo de asegurar el concurso de unos cuantos hombres de armas capaces como guerreros».35

Más recientemente Desmond Sewuard afirmaría que todos los templarios escoceses lograron escapar excepto dos, y que sería muy posible que encontrasen refugio con las guerrillas de Bruce, señalando que, de hecho, el rey Robert nunca ratificó de manera legal la disolución del Temple escocés. Podríamos seguir con una larga lis-ta de historiadores que abonan esta hipótesis.

La tradición masónica afirma que los templarios hi-cieron una alianza con Robert Bruce y constituyeron la caballería de su ejército, actuando como un factor sor-presa que no había sido previsto por los ingleses. Como hemos visto, esta teoría parece tener cierto sustento his-tórico. Sin embargo, nos interesa indagar hasta qué punto esta fuerza templaria, reunida bajo la órdenes de Bruce, se perpetuó en Escocia fusionándose con ele-mentos masónicos o, simplemente, utilizando a la ma-sonería como cobertura de su existencia.

4. Von Hund y la Orden de la Estricta Observancia

Es en este punto donde, para nuestro trabajo, cobra vi-tal importancia la Orden de la Estricta Observancia Templaria, fundada en el siglo XVIII por el barón ale-mán Carl-Gottelf von Hund, a instancias de los franc-masones escoceses estuardistas exiliados en Francia. Podemos afirmar que la supervivencia de las tradicio-

35 Aitken, Robert. Ob. cit. p 34.

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nes templarias en la francmasonería se deben, en gran parte, a la acción de von Hund, y que lejos de confor-mar una masonería «de salón» como muchas veces se nos han querido presentar a la masonería aristocrática de esa época, la masonería jugó un papel fundamental en los acontecimiento políticos que sacudieron a Euro-pa.

Los masones de la Estricta Observancia no iban por la herencia «espiritual del Temple» sino por la restau-ración de sus dominios, sus tierras, sus castillos y su poder transnacional. Hay numerosas razones para sos-tener esta afirmación, comenzando por las Actas de los Conventos celebrados por la Orden.

Al presentar una alianza entre una orden heredera del Temple y la masonería escocesa, se ponían en juego, simultáneamente, el complot para lograr la indepen-dencia de Escocia, la presión sobre Roma para lograr el reconocimiento y restauración de la antigua orden templaria y, como consecuencia, la consolidación de un nuevo factor de poder político-militar que estuviese por encima de los estados nacionales.

Como vemos, aquí se plantean una serie de interro-gantes que abordaremos en los próximos capítulos. El primero de ellos es determinar cómo se infiltraron estas corrientes templarias en la francmasonería especulativa que por entonces (primera mitad del siglo XVIII) se ex-pandía en Europa, pero principalmente en Francia y en Alemania. ¿Cuál era el objetivo político-militar de los escoceses que alentaban esta tradición?

El segundo es el conflicto que, casi de inmediato, se plantea con la masonería inglesa. La puja entre Inglate-rra y los masones escoceses por el control de la orden va más allá de una cuestión institucional. Como hemos dicho, había un plan que no solo abarcaba la cuestión de Escocia —siempre en el centro del complot— sino también a la conformación de una estructura suprana-

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cional que reunificara a las distintas cristiandades eu-ropeas surgidas luego de la Reforma. ¿Cuánto tardaría en reaccionar la Iglesia frente al enemigo menos espe-rado?

Resulta asombroso y a la vez desafiante pensar que toda esta restauración caballeresca ocurría en pleno Si-glo de las Luces y que, mientras los escoceses inflama-ban el espíritu medieval en los corazones de la aristo-cracia europea, hombres como d`Alembert, Rousseau, Diderot y Voltaire construían el movimiento cultural e intelectual de la Ilustración cuya finalidad era la de di-sipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón.

Autores como Peter Partner han expresado su asom-bro por el rescate del templarismo propiciado por la francmasonería. Le resulta sorprendente que en plena Ilustración, una asociación como la masonería, que se jactaba de venir a erradicar del mundo la superstición, resucitara una estructura obsoleta del catolicismo me-dieval para colocarla en el eje de su intelectualidad. Con cierto sarcasmo, no comprende por qué los maso-nes pretenden transformar a los templarios «de su os-tensible estatus de monjes-soldados iletrados y fanáti-cos al de profetas caballerescos ilustrados y sabios, que habían utilizado su estancia en Tierra Santa para recu-perar los secretos más profundos de Oriente y emanci-parse de la credulidad católica medieval».36

Partner, al igual que muchos masones contemporá-neos, no calibra con precisión los alcances de este inten-to de restauración, tal vez cometiendo el error de creer que toda la francmasonería del siglo XVIII se sintiera re-

36 Partner, Peter; The Murderer Magicians; The Templars and their Myth, Publicado también en italiano: I Templari ; traduzio-ne di Lucio Angelini (Torino, Einaudi, 1991).

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presentada por la Ilustración. Definitivamente no era así.

¿Cómo no pensar en el choque inevitable que se pro-duciría entre ambas tendencias? Aún más: mientras que la restauración caballeresca avanzaba de la mano de los francmasones escoceses y que, por otra parte, los filóso-fos ya hablaban del librepensamiento, una tercera fuer-za, de carácter extremista y violento —la Orden de los Illuminati de Weishaup— solo pensaba en barrer de la faz de la tierra a la monarquía y el clero.

Si pretendemos abordar la historia moderna de la francmasonería hay que buscar el origen de esta dico-tomía entre la Tradición y la Revolución, la Monarquía y la República, la Fe y la Razón, porque estas posiciones antagónicas continúan, en mayor o menor grado, pre-sentes en las logias, tal como ocurría en el siglo XVIII.

Centraremos ahora nuestra atención en la epopeya de los masones escoceses, único camino para comprender de qué modo, decenas de príncipes de sangre real —y sus ejércitos— jurarían lealtad al barón von Hund, Gran Maestre de los masones alemanes de la Orden de la Es-tricta Observancia. Pero para ello es menester conocer las circunstancias históricas que llevaron a los masones escoceses a introducir esta herencia templaria en la ma-sonería europea continental.

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Capítulo III

LA MASONERÍA EN LAS ISLAS BRITÁNICAS

1. Europa y las guerras religiosas

Durante el período comprendido entre el siglo XVI y el XVII, la sociedad europea sufrió una profunda crisis re-ligiosa. Inglaterra —país en el que se establece formal-mente la primera Gran Logia de Masones Libres y Aceptados en 1717— se vio afectada, no solo por los conflictos religiosos —iniciados con la Reforma y se-guidos con la ruptura entre Enrique VIII y Roma— sino también por una interminable sucesión de guerras entre las distintas dinastías que gobernaron el reino a lo largo de ese extenso período de tiempo. No pocos historiado-res han señalado la influencia de estos conflictos en esa etapa fundacional de la masonería especulativa. Dice Tort-Nouguès: «El problema que se plantea a los hom-bres de esta época, primero en el siglo XVI y en el XVII, en Europa en general y en Inglaterra en particular, es la ruptura de la unidad cristiana, el cisma religioso de Eu-ropa, como consecuencia de la Reforma… Esta dramá-

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tica ruptura provoca conflictos y guerras, que asolan toda Europa y destrozan a los hombres de esta épo-ca».37

Es importante esta cita porque nos permite enmarcar al masón que habitaba las Islas Británicas en un con-texto conflictivo, en particular al masón escocés. Siem-pre cercana al poder, la masonería tanto en Escocia e Ir-landa como en Inglaterra debió sufrir los avatares de la política.

Desde fines del siglo XIV los masones de Gran Bretaña se dividieron en dos corrientes marcadamente dife-renciadas, corrientes que no solo adquirieron tradicio-nes distintas sino que se enfrentaron políticamente en una guerra que se libró en todos los frentes. En el caso de Escocia, la francmasonería siempre formó parte del establishment, al punto de que desde la Edad Media existieron Grandes Maestres, lores protectores y digna-tarios de la corona que actuaron como puente entre la masonería y el poder político. Durante todo ese tiempo reinó en Escocia la Casa Estuardo, cuya breve historia contaremos a continuación a fin de ubicar al lector en el marco general y el particular de la masonería escocesa.

2. Los Estuardo

La Casa Estuardo se remonta a los tiempos de las cru-zadas y fue la familia reinante en Escocia desde 1371 hasta 1714. Formó parte del círculo de clanes que se disputaron el poder desde esos tiempos remotos, entre ellos los Bruce y los Baliol. Su nombre es sinónimo de Escocia, y su historia está indisolublemente ligada a las guerras dinásticas y religiosas de Gran Bretaña.

37 Tort-Nouguès, Henri; La Idea Masónica; Ensayo sobre una fi-losofía de la Masonería; (Barcelona Ediciones Kompas 1997); p. 19.

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Los monarcas Estuardo permanecieron fieles a la fe católica hasta el reinado de María I (1542-87), que fue reina de Escocia desde el mismo año de su nacimiento y reina consorte de Francia por su matrimonio con Fran-cisco II entre 1559 y 1560.

Pese a ser católica, María Estuardo mantuvo una po-lítica de tolerancia hacia el protestantismo, pero un complot urdido en medio de las guerras de la Reforma la obligó a abdicar a favor de su hijo en 1567. Encarce-lada por su prima, Isabel I de Inglaterra, logró evadirse y encabezar un levantamiento que fue sofocado. Fue condenada a muerte y decapitada en el castillo de Fot-heringhay el 8 de febrero de 1587. Tenía 45 años cuan-do, frente a sus verdugos, se declaró mártir de la iglesia católica.

Su hijo Jacobo VI (1566-1625) fue educado como pro-testante y en el marco de un sistema político que limita-ba su poder. Sin embargo, luego de hacerse con el go-bierno en 1578, demostró ser un monarca de fuerte ca-rácter. En 1603, a la muerte de Isabel I, unificó bajo su Corona la totalidad de las Islas Británicas, al heredar los derechos sobre Inglaterra e Irlanda. Tomó el nombre de Jacobo I.

A partir de ese momento ejerció el poder con mano de hierro y pretendió restablecer una monarquía heredi-taria de derecho divino. También ejerció un exclusivis-mo religioso como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Es-ta actitud provocó la rebelión de los católicos en 1605 (La Conspiración de la Pólvora) y el exilio de los puri-tanos hacia Holanda y luego hacia América, donde lle-garon a bordo del legendario Mayflower en 1620.

Su hijo Carlos I (1600-1649), continuó con la política de autoridad real y se enfrentó al Parlamento provo-cando una guerra civil en 1642. Derrotado por las fuer-zas de Cromwell, fue decapitado, dando lugar a la úni-ca y efímera República de la historia británica (1649-

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1660). Su hijo Carlos II (1630-1685) fue restablecido en el trono en 1660 tras la muerte de Cromwell. No obstante, no consiguió recuperar los poderes de un rey absoluto. Por el contrario, puede afirmarse que durante su reina-do se afianzó definitivamente el sistema británico de monarquía parlamentaria.

Lo sucedió su hermano menor Jacobo II (1633-1701), quien fracasó en el intento de restablecer el catolicismo en Inglaterra. La resistencia de la Iglesia Anglicana y de los líderes de los partidos parlamentarios llevó a éstos a pedir la intervención del estatúder holandés Guillermo de Orange para defender la hegemonía protestante en Inglaterra.

Se produjo entonces el antecedente directo del tema que nos ocupa: Guillermo de Orange desembarcó en la isla en 1688 y destronó a Jacobo II, que era su suegro, ocupando el trono de Inglaterra, Irlanda y Escocia, con el nombre de Guillermo III, junto con su esposa, María II (1662-1694). Este derrocamiento, que se conoce con el irónico título de «La Revolución Gloriosa», fue en reali-dad un golpe de estado. Jacobo II marcho al exilio, jun-to con miles de militares y nobles escoceses, irlandeses e ingleses católicos. Luis XIV de Francia le dio asilo en el viejo castillo de Saint-Germain-en-Laye, desde donde Jacobo II esperaba emprender una guerra de reconquis-ta.

Entre los exiliados marcharon las numerosas logias masónicas que ya operaban en el ejército y la armada de Jacobo II. A sus partidarios se los denominó jacobi-tas. Más tarde serían llamados también «estuardistas», en tanto que sostenían el derecho de los Estuardo a las coronas de Irlanda, Inglaterra y Escocia. El exilio jacobi-ta se estableció en ciudades sobre el litoral marítimo de

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Francia, pues escoceses y franceses eran aliados desde el siglo XIII (La Auld Alliance).38

Derrocado Jacobo II, la Casa de Orange inició un pro-ceso de unión con Escocia que tuvo como principal ob-jetivo eliminar toda posibilidad de que un rey o reina católico pudiera acceder al trono. Jacobo II murió en 1701. Inmediatamente, su hijo Jacobo Francisco Eduar-do, fue declarado Rey de Inglaterra como Jacobo III y de Escocia como Jacobo VIII, y reconocido por Francia, España, los Estados Pontificios y Módena.

Durante el reinado de Guillermo III se establecieron dos protocolos (el Acta de Establecimiento en 1703 el Acta de Unión en 1717), con el fin de evitar el regreso de la dinastía católica y asegurar la anexión de Escocia al Reino Unido. Pero no se logró consumar la unión cul-tural y social —mucho menos la religiosa— entre am-bos países. Por el contrario, aumentó un enfrentamiento del que aún quedan resabios y que ha sido una de las causas del reciente plebiscito del 18 de septiembre de 2014. En tanto, Inglaterra se aseguraba que, en el futu-ro, el trono estuviese ocupado por un monarca protes-tante.

3. La Reacción Inglesa

Cuando la masonería inglesa decidió reorganizarse y fundar la Gran Logia de Londres, los jacobitas exiliados estaban aún más exacerbados por la asunción del ale-mán Georg Ludwig von Hannover al trono de Gran Bretaña, que tomó el nombre de Jorge I.

En ese contexto altamente conflictivo, el 24 de junio de 1717, en una bulliciosa taberna de los suburbios de

38 La Auld Alliance fue una serie de acuerdos y tratados, tanto de defensa como de ataque contra Inglaterra, firmados entre Francia y Escocia. El primero se remonta a 1295.

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Londres, se llevó a cabo una reunión que tendría gran impacto en la historia de la masonería. Los masones allí reunidos provenían de las logias con asiento en la pro-pia ciudad de Londres, Westminster y otras localidades cercanas.

Solo un puñado de ellos eran albañiles. El último tra-bajo importante de los masones de Londres había sido la reconstrucción de la catedral de San Pablo, destruida por un incendio hacia fines del siglo XVII. Tampoco se construían castillos. Las bombardas, los cañones y los ingenios militares hacían perder efectividad a las anti-guas murallas, que habían dejado de ser inexpugnables. Desde el advenimiento de la pólvora, hasta el muro más ancho y cimentado podía caer como una torre de naipes. La guerra había cambiado.

Muchos masones de oficio habían emigrado a Escocia, en donde todavía se construía con dinero de la Iglesia y los monasterios permanecían fieles a Roma. Lo cierto es que nada era como antaño. Los masones ingleses ya no se dedicaban a erigir catedrales ni abadías. En su mayo-ría nobles o hombres de ciencia, su pasión pasaba por las intrigas políticas y los misterios de la naturaleza.

Pero no todos los albañiles de Londres, ni de Ingla-terra —mucho menos los escoceses y los irlandeses— veían con buenos ojos a estos hombres ajenos al oficio. El conflicto estaba instalado desde hacía tiempo. Los aceptados —que es el nombre con el que se conocía a los masones que no pertenecían al gremio de los albañi-les— tenían claro que los días de las logias, tal como se las había conocido, estaban contados.

Ya no se construía en piedra a gran escala y tarde o temprano no habría a quien enseñarle los secretos de la construcción de arcos, bóvedas y arbotantes. Las técni-cas habían cambiado, los planos se publicaban, los ma-nuales sustituían a la tradición oral. ¿Qué esperar en-tonces? Había que reconvertir al gremio, perpetuando

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la tradición que, en verdad, se remontaba a un pasado que los propios albañiles habían olvidado.

La reunión convocada había sido propiciada por los aceptados. Querían constituir una Gran Logia, un go-bierno central que federara a las logias de Londres y les diese un Estatuto común en el que se explicara el objeto y sentido de la antigua fraternidad, se fijaran los anti-guos linderos y se estableciera, definitivamente, el ca-rácter de aceptados a los masones ajenos al oficio. Pero, principalmente, querían hacerse con el poder político y el prestigio de una asociación que se reivindicaba como milenaria y que estaba entrenada en trabajar en secreto. La Casa de Hannover quería el control de la única so-ciedad secreta inglesa que le preocupaba.

Planteada la cuestión estalló una violenta discusión. Algunos representantes de logias abandonaron in-tempestivamente la reunión. No reconocerían la auto-ridad de los aceptados ni estaban dispuestos a claudicar sus usos y costumbres. Pero cuatro logias permanecie-ron firmes y se constituyeron en asamblea. Aquella no-che quedó conformada la Gran Logia de Londres y Westminster. Desde ese día, la historia tendría un pro-tagonista inesperado, el factor menos pensado, una or-ganización que, en apenas un siglo, contribuiría a cam-bihar el mapa geopolítico del mundo.

Poco tiempo después, numerosas logias de las Islas Británicas se verían obligadas a darse a conocer a fin de oponerse a la decisión de este pequeño grupo londinen-se que pretendía dirigir la totalidad de la masonería bri-tánica. Surgieron Grandes Logias en York, en Irlanda y en Edimburgo con el fin de proteger sus propios intere-ses y rechazar esta supuesta autoridad que se había elegido a sí misma, dando lugar a la famosa disputa en-tre «los antiguos» y «los modernos». Pues de ningún modo podían admitir que el grupo londinense se arro-

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gara la patente de una masonería especulativa que ya estaba ampliamente difundida.

André Kervella, en su libro sobre los Estuardo y la Masonería, cuestiona acertadamente los orígenes exclu-sivamente ingleses de la masonería especulativa y echa por los suelos la teoría, hasta hace poco establecida, so-bre esos mismos orígenes. Si reflexionamos y tenemos en cuenta lo aportado en el presente estudio y la lógica de los hechos históricos producidos, veremos que viene a corroborar las afirmaciones de Kervella sobre la anti-güedad de la masonería escocesa, anterior a la inglesa en varias décadas.39

Esta división inicial no impidió que la Gran Logia de Londres y Westminster tuviese un extraordinario éxito y se convirtiese, rápidamente, en un preponderante fac-tor político al servicio de la corona. Pero también co-menzó una puja entre dos visiones diferentes de la francmasonería. Esta nueva versión edulcorada no en-contraba asidero en aquellos que permanecían fieles a la tradición operativa, mucho menos a los escoceses que tenían su propia tradición masónica, si se quiere, mu-cho más institucionalizada y antigua que ésta que aca-baban de fundar los masones de Londres.

4. Una nueva Constitución para una nueva Masonería

Cuando James Anderson (1684-1746) y Jean Theophile Désaguliers (1683-1744) tuvieron que establecer los an-tiguos linderos y escribir las Constituciones que regi-rían la nueva etapa de los masones libres y aceptados, fueron muy cuidadosos en quitar de ellas cualquier res-

39 Kervella André, Les Rois Stuart et la Franc-Maçonnerie Édi-tions Ivoire-Clair 2013.

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quicio de cristianismo romano. Y si bien estas constitu-ciones, herederas legítimas de los antiguos documentos de la Corporación, conformaron el marco normativo de la denominada «masonería simbólica», no dejan de ser la visión particular de una masonería protestante al servicio de la dinastía Hannover. Tal era el revulsivo que causaba en Anderson una concepción cristiana ro-mana de la masonería, que solía referirse a las antiguas constituciones de canteros medievales en forma despec-tiva, denominándolas Gothic Contitutions. Tengamos en cuenta que en esa época la palabra «gótico» era si-nónimo de vetusto.

Fueron estos mismos líderes los que establecieron una cronología particular a la historia de la francmasonería. Pero, como hemos dicho alguna vez, las cronologías son a la Historia como un álbum de fotografías a la vida de un hombre. Como un hombre que decide mostrar de su vida solo aquello que hace a ciertos intereses deter-minados, algunos masones han elegido minuciosamen-te la cronología de la masonería y la han impuesto con éxito. Como veremos, el modelo masónico inglés fue fuertemente resistido en Francia, en donde los masones escoceses lograron reemplazarlo por otro más afín con los ideales caballerescos y con su intención de infiltrar la nueva orden con la antigua tradición templaria.

Resulta paradigmático que fuera un escocés, James Anderson, —doctor en filosofía y notable predicador presbiteriano— el compilador del famoso «Libro de las Constituciones», una obra que escribió con el apoyo y la supervisión de Jean Theóphile Désaguliers, importante personaje de la Inglaterra de principios de siglo XVIII , Gran Maestre en 1719, sucesor de Jacobo Payne.

La obra le había sido encomendada en 1721 por la Gran Logia, presidida entonces por el controvertido du-que de Warthon. En ella debía «compilar y reunir todos los datos, preceptos y reglamentos de la Fraternidad,

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tomados de las Constituciones antiguas de las logias que existían entonces»40. La primera edición se conoció en 1723, y hubo, aún, dos posteriores, en 1738 y en 1746. Sobre estas Constituciones descansa gran parte del éxi-to de la masonería moderna. Amados y criticados, An-derson y Désaguliers, son el ejemplo más acabado de la masonería hannoveriana protestante de principios del siglo XVIII.

En su visión, la Fraternidad tenía un origen inme-morial: Sobre aquella pretérita organización de noble li-naje, se habían organizado luego las logias operativas medievales, antecedente directo de la Gran Logia de Londres que constituía, por derecho propio, la verdade-ra y única francmasonería.

Anderson plantea la continuidad histórica desde las edades míticas, la unidad filosófica, la universalidad geográfica y —lo que es aún más audaz— la unidad de acción de la francmasonería. Pero, como veremos, en aquellos comienzos, de unidad hubo poco. El conflicto estaba planteado y ahora el campo de batalla no era Es-cocia, ni las Islas Británicas sino el propio suelo conti-nental. Quienes se enfrentaban ya no usaban la trulla ni el mazo sino la espada. Se iniciaba una guerra sorda que terminaría en una revolución sangrienta.

40 La cita es de A. Gallatin Mackey; Enciclopedia de la Francma-sonería.

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Capítulo IV

LOS ELEGIDOS Y EL NACI-MIENTO DEL ESCOCISMO

1. La epopeya masónica escocesa

Luego de la fundación de la primera Gran Logia de Londres, la francmasonería inglesa puso en marcha una rápida expansión hacia suelo francés, pero se vio limi-tada por la acción de los masones escoceses cuya pre-sencia en Francia llevaba algunos años.

Francia había sido el refugio natural de los jacobitas, tanto escoceses, como irlandeses, cuyos jefes militares se habían establecido con sus ejércitos, sus armadas y sus respectivas logias en 1689, acompañando el exilio de Jacobo II, instalado en Saint-Germain-en-Laye. Los militares escoceses e irlandeses se caracterizaban por una fuerte adhesión a la francmasonería, y sus estructu-ras les llevaban una gran ventaja a los ingleses, que re-cién se habían organizado, como hemos visto, en 1717.

Las raíces de las distintas masonerías escocesas tienen su punto de partida en la acción de estos exiliados jaco-bitas, que en un principio actuaban con mucha pruden-

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cia y tendían a mantener una cultura aislacionista. Fre-cuentaban los salones parisinos más destacados y la más alta sociedad, pero mantenían viva la esperanza de retornar a su patria, por lo que se consideraban «de pa-so» y mantenían una actitud prudente, siempre pen-diente de los deseos de su rey exiliado.

Jacobo II murió en 1701. Inmediatamente, Luis XIV reconoció a su hijo, Jacobo Francisco Eduardo, como heredero legítimo de los tronos de Inglaterra y Escocia. Lo siguieron España, los Estados Pontificios y Módena, que se negaron a legitimar a Guillermo III como sobe-rano británico. El nuevo pretendiente tomo el título de Jacobo III de Inglaterra y Jacobo VIII de Escocia.

En 1715, después de la Paz de Utrech (1713), Jacobo III encabezó una rebelión en Escocia que terminó en de-rrota. Luego de una breve estancia en Saint-Germain- en-Laye, y luego en Avignón, se estableció con su fami-lia en Roma. Este acontecimiento parece ser el desenca-denante de mayores aproximaciones entre los más fie-les estuardistas y sus simpatizantes parisinos.41 A partir de ese momento la acción de los masones escoceses se acrecienta, tal vez porque comprenden que el éxito no llegaría tan rápido. Todavía no se habla de una «Maso-nería Escocesa»; en principio eran simplemente franc-masones sin más epítetos, pero en los años veinte los masones hannoverianos ingleses comienzan a presentar una fuerte competencia.

Hacia 1725 funcionaban logias en París bajo los auspi-cios de la Gran Logia de Londres. En ese momento los escoceses sienten la necesidad acuciante de afirmar su singularidad. Es allí, donde el desarrollo de los temas

41 Kervella, André; La Maconnerie Ecossaise dans la France de l’Ancien Régime; les années obscures 1720-1755 (Ed. du Rocher, 1999) p. 130.

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templarios y la caballería permiten marcar una fuerte diferencia. Aparece entonces una masonería escocesa.

Lo curioso —dice André Kervella— es que tempra-namente las logias llevan el apelativo de «escocesas», aunque en algunos casos, los irlandeses fueran los promotores. Esto se explica porque la preponderancia de los escoceses en las logias era muy fuerte y se impo-nían como el principal vector de influencia. Afirma Kervella: «Es necesario reconocer a los escoceses el pri-vilegio de haber fundado una tendencia masónica que lleva su nombre, porque esa tendencia pertenecía ya a su patrimonio singular y confirieron su impronta a la masonería que introdujeron en Francia».42

Y va más allá cuando sostiene que «es importante subrayar que si persiste el concepto y el término de es-cocés en la francmasonería, es porque la identificación nacional de los jacobitas exiliados en Francia con su es-tricto plan político, dejó una impronta imborrable fijan-do líneas, principios e imaginería que modelarán una masonería diversificada de la inglesa».43

Hacia 1730 las tensiones entre ambas masonerías se habían acrecentado. Londres trataba de hacer pie en las logias francesas, a la vez que observaba de cerca la acti-vidad de los numerosos estuardistas exiliados, cuyo principal objetivo era reorganizar una acción militar contra Inglaterra que les permitiese recuperar la corona reclamada por el pretendiente Estuardo. Para ello espe-raban contar con el apoyo de Francia, aliada histórica, y desde luego, de Roma.

También se había acrecentado la disposición de los escoceses a abrirse, más que antes, a los no jacobitas. Las logias masónicas bajo su control mantenían una fuerte presencia en las provincias del litoral (Pas de Ca-

42 Kervella, André; Ob. cit. p. 134. 43 Kervella, André, Ob. cit. p. 411.

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lais, Picardía, Normandía, Bretaña y Aquitania), y en algunas ciudades importantes del interior. Esta volun-tad acelera la incorporación de nuevos adeptos. Dice Kervella: «…La aceleración de los reclutamientos co-mienza principalmente entre militares —nobles en su mayoría— tanto franceses como de otras nacionalida-des, en campaña sobre el Rhin y en Italia».44

2. Los «grados escoceses»

Para esta época se introduce un grado masónico no previsto en los rituales oficiales de la masonería inglesa, que solo admite tres: Aprendiz, Compañero y Maestro. La aparición de esta suerte de «cuarto grado» al que denominaban «Maestro Elegido» tenía por objeto la vi-gilancia de las logias, el cumplimiento de ciertas nor-mas de decoro y la custodia de la tradición. Sin embar-go, en la práctica, era un modo de asegurarse el control por parte de los escoceses.

Los elegidos se reunían en Capítulos, y se cree que es-ta denominación obedece a que, en un principio, traba-jaban en las salas capitulares de los monasterios france-ses; existen grabados de época en los que se ven a mon-jes y caballeros masones reunidos en estas salas, o par-ticipando de ágapes fraternales. La principal preocupa-ción de los ingleses era que en estos capítulos se urdía la trama de la conjura estuardista.

Los ideólogos de la Gran Logia de Londres habían promulgado en 1723 una «Constitución para los maso-nes aceptados» en las que se había evitado minuciosa-mente cualquier referencia a las antiguas tradiciones escocesas acerca de un vínculo «cruzado» o «templario» en la francmasonería. Con la misma minuciosidad se

44 Kervella, André, Ob. cit. p. 410.

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había evitado referencias a la religión católica, a la San-tísima Trinidad, y a la Virgen María, habituales en los centenares de reglamentos escritos por las antiguas corporaciones de masones. Todas aquellas advocacio-nes habían sido suprimidas y reemplazadas por una fórmula más simple que solo mencionaba a la «Religión que todos los hombres aceptan». De este modo, el espí-ritu protestante de los redactores de aquellas Constitu-ciones —adecuado a las múltiples expresiones que el cristianismo tenía en Inglaterra y, principalmente, a la religión de los príncipes gobernantes de la casa Hanno-ver— había desplazado la antigua tradición romana de los canteros.

En cambio, los masones de Escocia e Irlanda man-tenían aquella tradición pero, imposibilitados por los acontecimientos políticos y trasplantados desde sus propias tierras insulares al continente, nada podían ha-cer para imponerla en Inglaterra. Allí, la batalla había sido ganada por el espíritu protestante de la cúpula po-lítica de la Gran Logia de Londres. En Francia, en cam-bio, los escoceses habían encontrado el camino abierto para sus tradiciones y un suelo fértil. Se podría decir más que eso: Un campo arado.

Ludovic Marcos, en su genial Historia del Rito Fran-cés en el siglo XVIII, afirma que «hacia 1737, si bien la masonería francesa había sabido adaptarse al corpus de prescripciones inglesas, el medio social acusaba las di-ferencias de aquel transplante». Dice Marcos que para ese entonces el recuerdo de las corporaciones y confra-ternidades medievales había desaparecido completa-mente en la sociedad cultivada, donde el clasicismo ilustrado borraba las huellas de un pasado lejano y una

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civilización gótica (como hemos visto, gótico era sinó-nimo de viejo, vetusto).45

Marcos continúa diciendo: Por esa fecha la masonería francesa integra algunos rasgos originales como el uso de la espada, los guantes para la dama, los términos tomados del lenguaje militar. Se ven claramente in-fluencias mezcladas entre lo caballeresco, el hermetis-mo, lo cristiano y lo escocés.46

Por entonces, la diferencia fundamental entre ambas corrientes masónicas se centraba en el concepto de «ca-ballería cristiana», en el simbolismo templario —propio de los escoceses— y en su perfil marcadamente católico. Mantenían una política selectiva, dirigida principal-mente a la captación de nobles y religiosos, pero evita-ban la presencia de toda connotación «cruzada» en los grados simbólicos, reservándola para las cámaras capi-tulares en manos de «elegidos» en su mayoría pertene-cientes a la aristocracia.

Introducida esta diferencia, comienza a formarse una nueva jerarquía masónica entre ambas estructuras. An-dré Kervella afirma que mientras que en la masonería simbólica el reclutamiento era bastante libre —se per-mitía el ingreso de comerciantes y de la alta burgue-sía—, en la segunda predominaba un deseo de selec-ción, «de elitismo pronunciado», de allí la denomina-ción de «elegidos».

Por otra parte la aristocracia militar francesa, que simpatizaba con la causa estuardista, comienza a emu-lar el espíritu de aquellas logias militares escocesas, formando una suerte de «telón de fondo sobre el cual se destaca ya una versión rudimentaria de lo que luego se

45 Marcos, Ludovic, Histoire du Rite Français au XVIIIe siecle. (París, Editions Maçonniques de France, 1999) Ver Cap. I, Géne-sis de las prácticas masónicas en Francia en el siglo XVIII. 46 Marcos, Ludovic, Ob. cit., Loc cit.

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denominaría escocismo». Kervella menciona, a modo de ejemplo, los regimientos de Bonnac de Boulonnais y de Traisnel, cuyos capitanes eran Venerables de las lo-gias de dichos cuerpos militares.47 El adjetivo «Venera-ble» con el que se distinguía al presidente de la logia también parece haber sido introducido por los escoce-ses y tiene reminiscencias de la Orden de San Benito, que otorgaba esa dignidad a algunos abades.

3. Las Constituciones Francesas

A principios de la década de 1730 los escoceses estaban muy cerca de controlar la masonería francesa. Pero si pretendían asegurarse un contexto acorde con sus tra-diciones, debían introducir cambios en su propia «Constitución». En 1735 se redactaron Los antiguos de-beres y ordenanzas de los masones, en los que se inclu-ye una frase que contrasta radicalmente con las Consti-tuciones inglesas. Ya no se habla de la religión que to-dos los hombres aceptan sino de la religión cristiana en la que todo hombre conviene.

No era una diferencia menor si se tiene en cuenta el carácter «universal» que, desde un principio, se le pre-tendió otorgar a las Constituciones de Anderson. La re-dacción de este documento constituyó un hecho de la mayor importancia, cuyas consecuencias se verían de inmediato y afectarían a la francmasonería durante lar-go tiempo. Al establecer el carácter restrictivo de una masonería cristiana, los escoceses aseguraban el camino a sus tradiciones templarias en la naciente francmaso-nería francesa, que ahora estaban a punto de controlar. Podría decirse que se estaban sentando las bases para la

47 Kervella, André, Ob. cit. p. 130.

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creación de una masonería verdaderamente francesa, independiente de la Gran Logia de Londres.

El documento de 1735 lleva el título de Les devoirs enjoints aux maçons livres. A priori aparenta seguir el modelo de las Constituciones de Anderson, sin embar-go, surge una clara diferencia en el perfil «teísta» de la francmasonería francesa que queda abiertamente ex-puesto, en contraposición al texto «deísta» de Ander-son.48

El manuscrito ofrece otros puntos de interés para en-tender el avance del control político por parte de los es-coceses. Las primeras quince páginas reproducen los denominados Deberes ordenados a los masones libres. Luego, se transcriben los Reglamentos Generales esta-blecidos en su momento por Felipe, duque de Wharton, Gran Maestre de las logias de Francia. Pero el texto anuncia «cambios hechos por el actual Gran Maestre, Jacques Héctor MacLean, caballero Baronet de Escocia, y a quien han sido concedidos con la aprobación de la Gran Logia en la gran asamblea celebrada el 27 de di-ciembre de 1735, día de San Juan Evangelista, para dar reglas a todas las logias de dicho reino».

Más adelante, el propio MacLean se encarga de ex-plicar las razones de estos «cambios»: «…Como desde el gobierno del Muy Respetable Gran Maestre, el Muy Alto y Muy Poderoso príncipe Felipe, duque de Whar-ton, par de Inglaterra, se había descuidado desde hace algún tiempo la exacta observancia de los reglamentos

48 Algunos autores —principalmente Alec Mellor— han querido ver una antítesis entre el documento inglés de 1723 y el francés de 1735 Este manuscrito, se encuentra en la Biblioteca Nacional en París, en el Departamento de Manuscritos, bajo el Nº de ad-quisición 20240. Su marca es F. M. 4 146. Fue propiedad de im-portantes coleccionistas hasta que fue subastado en Amsterdan en 1956. Una síntesis del mismo puede consultarse en la obra de Alec Mellor: «La Desconocida Francmasonería Cristiana».

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y deberes a que están ligados los francmasones, bajo gran perjuicio de la orden de la masonería, y de la ar-monía de las Logias, nos, Jacques Héctor MacLean, ca-ballero Baronet de Escocia, actual Gran Maestre… he-mos ordenado los cambios que hemos considerado ne-cesarios en las reglas que han sido establecidas por nuestro predecesor etc.».

Sus dichos se ven confirmados por el análisis histórico. Bajo el período de influencia hannoveriana, la masonería francesa había reclutado en exceso gentes de la pequeña burguesía, y se inclinaba peligrosamente a la frivolidad, cuando no a la grosería. Los escoceses —en la medida que crece su influencia— se proponen adecuar la francmasonería a sus fines, reaccionando contra esta in-cipiente y peligrosa vulgarización, junto con la nobleza local y los espíritus más ilustrados.49 La ascendente in-fluencia jacobita también se percibe en la introducción de elementos del imaginario caballeresco, tales como el uso de la espada, los pactos de sangre, los guantes para la dama —propios del amor cortés— la disciplina mili-tar, la fidelidad, el honor etc.

El documento se encuentra firmado por el propio MacLean y por lord Charles Radclyffe, 5º conde de Derwentwater. Al lado de su firma se agrega la frase «Por orden del Muy Respetable Gran Maestre: el abad Moret, Gran Secretario». Existen indicios que permiten pensar que este Moret, era un abad irlandés que, habi-tualmente, se encargaba de ejecutar las órdenes de lord Derwentwater.50

49 Marcos, Ludovic; Ob. cit. Ver en particular el Cap. III, Las evo-luciones rituales de la masonería francesa en el siglo XVIII. 50 Mellor cita dos opiniones en torno a Moret o Moore: un artícu-lo de la Revue internationale des Sociétés secrètes (R.I.S.S) co-menta que «…En lo concerniente al abad Moret, que firma en ca-lidad de Gran Secretario los procesos verbales de la Gran Logia celebrada en 1735 y 1736, prototipo de esos abades anfibios que

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Conviene advertir al lector que Charles Radclyffe, pe-se a ser inglés, pertenecía a una ferviente familia es-tuardista y que fue capturado en la insurrección jacobi-ta de 1745 mientras navegaba para unirse a Carlos Eduardo Estuardo, el joven pretendiente, hijo de Jacobo III. Sería decapitado —como veremos— el 8 de diciem-bre de 1746.

Podemos deducir de todo esto que, hacia 1735, la Gran Logia de Francia estaba en manos de los estuar-distas; que estos avanzaban decididamente en la cris-tianización de la francmasonería francesa —condición necesaria para avanzar en la introducción de una tradi-ción «cruzada» y «templaria»— y que para ello conta-ban con la colaboración, no solo de la nobleza sino también de muchos religiosos, especialmente del clero regular.

Otro personaje fundamental en el alto mando es-tuardista, lord Balmerino, había logrado establecer un importante centro masónico escocés en Avignón, la propia ciudad de los papas. Aunque era la capital del antiguo condado Venesino —un territorio pontificio gobernado por legados papales con todo el poder tem-poral y espiritual—, la ciudad tenía un perfil cosmopo-lita y acogía gran cantidad de viajeros, militares y co-merciantes de diversos orígenes.

La presencia de estuardistas en Avignón fue habitual desde los tiempos de Jacobo III Estuardo, quien vivió casi un año en la ciudad, entre 1716 y 1717, luego de la

nadan entre las dos aguas clerical y masónica, no hemos podido encontrar ninguna información sobre él. En 1737, según el do-cumento de Estocolmo, existió un nuevo Gran Secretario, llama-do J. Moore». A lo que Mellor agrega que probablemente Moret y Moore fueran la misma persona, habida cuenta que en la co-rrespondencia de Fleury se hace referencia a «un abad More, ir-landés», que se encargaba de la ejecución de las órdenes de lord Derwentwater. Ob. cit. p. 93-94.

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fracasada rebelión de 1715 y antes de que se instalara con su familia en Roma.

Hacia 1736, lord Balmerino tenía conformada allí una logia con fuerte contenido aristocrático. Había iniciado al marqués de Calviere y contaba entre sus miembros al padre del marqués de Mirabeau.51 Para que el lector tenga claro de que no se trataba de un simple juego de poder cabe decir que, al igual que Charles Radclyffe, lord Balmerino, Par de Escocia, sería ejecutado en la To-rre de Londres en 1746. Pero no nos adelantemos tanto en la historia. Un nuevo personaje entra en escena: El caballero Ramsay.

51 Bricaud, Joany; Les Illuminés d’Avignon (París, Libr. Critique É. Nourry, 1927) pp. 21-36. Afirma Bricaud que después de la Bu-la de 1738 interrumpieron los trabajos. Aunque el parlamento de París había rechazado registrar la Bula y los masones franceses siguieron trabajando ignorándola supinamente. En Avignón aba-tieron columnas tratándose de un territorio papal. Veremos en los próximos capítulos la poca importancia que el propio Luis XV otorgó a dicha excomunión.

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Capítulo V

LA CONSPIRACIÓN ESTUAR-DISTA Y LA EXCOMUNIÓN DE ROMA

1. Escoceses en la Gran Logia de Francia

En el siglo XVIII la francmasonería ya poseía algunas particularidades que la convertían en la maquinaria perfecta para cualquier conspiración. La historia lo de-mostraría una y otra vez en el futuro. Pero lo importan-te es que los masones del siglo XVIII ya sabían del enorme potencial conspirativo de la institución que ha-bían creado.

Si hay algo que debe reconocerse a la masonería es-cocesa estuardista es que tuvieron la paciencia de mol-dear esa maquinaria en virtud del futuro que imagina-ban y a la vez construían. Cuando esa maquinaria estu-vo lista apareció el hombre que les daría la victoria: Mi-chael de Ramsay, baronet de Escocia. Pero antes de re-

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ferirnos a él y a su misión, situémonos en el lugar, el tiempo y las circunstancias en las que le tocó actuar.52

Desde hacía tiempo se sabía en Londres y en París que gran cantidad de nobles de espada y magistrados del reino estaban ingresando en las logias francesas. También se sabía que solo la aristocracia ganaba terreno en las logias, y que ésta era afín con la causa escocesa. Los ingleses establecidos en la corte de Luis XV trata-ban de contrapesar esa fuerza oponiendo su propio par-tido con la iniciación de grandes personajes. En Lon-dres el periódico Saint James Evening Post, en su edi-ción del 7 de septiembre de 1734, daba cuenta de que:

Desde París sabemos que se ha establecido última-mente una logia de masones libres y aceptados en casa de Su Gracia la duquesa de Portsmouth. Su Gracia el duque de Richmond, asistido por otro distinguido no-ble inglés, el presidente Montesquieu, el brigadier Churchill… ha recibido a muchas personas distingui-das en esta muy Antigua y Honorable Sociedad.53

Un año después, el 29 de septiembre de 1735, otra no-ticia del mismo periódico londinense informaba desde París:

[…] que Su Gracia el duque de Richmond y el Reverendo Dr. Désaguliers, antiguos Grandes Maestres de la antigua y honorable Sociedad de los Masones Libres y Acep-tados… han convocado una logia…» Luego de mencionar a los presentes —entre ellos el embajador de Inglaterra y el presidente Montesquieu— destacaba que en la reunión habían sido iniciados, entre otros, «Su Gracia el conde de Kingston y el honorable conde de Saint Florentín, Secreta-rio de Estado de Su Muy cristiana Majestad.

52 Necesariamente deberemos resumir esas circunstancias, que fueron muchas y complejas. Una versión completa puede leerse en mi libro El otro Imperio Cristiano. 53 Mellor, Alec; La desconocida francmasonería cristiana (Barce-lona, Editorial AHR). pp. 146-147.

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Los movimientos eran constantes. Las logias con-troladas por los escoceses sumaban cada vez a más no-bles franceses mientras que sus enemigos ingleses apuntaban a políticos de renombre y nobles que se abrían a las nuevas ideas. Después de todo, era el Siglo de las Luces.

Nada sucedía en Francia sin que lo supiese el carde-nal André Hercule de Fleury, preceptor y principal Consejero del rey. Las logias estaban debidamente vigi-ladas por una sofisticada red de espías, pero aún así se puede entender la prudencia de la policía frente a una sociedad que cobijaba en su seno a ministros y secreta-rios del propio Luis XV, a diplomáticos extranjeros y a los servicios de inteligencia de toda Europa. Como ve-mos, la francmasonería actual no ha inventado nada.

Sin embargo, el cardenal comenzaba a preocuparse y decidió que era hora de mostrar un naipe. En marzo de 1737, el editor Barbier daba cuenta en su Journal de una decisión del Consejo del Rey:

[…] Habiéndose enrolado en esta Orden algunos de nuestros secretarios de Estado y varios duques y seño-res… Como semejantes asambleas, además secretas, son peligrosas para un Estado siendo que están com-puestas de señores… El Señor Cardenal Fleury ha creí-do un deber sofocar esta Orden de Caballería en su na-cimiento prohibiendo a todos esos señores de reunirse y convocar dichos capítulos.54

Nótese que ya en 1737 se menciona a la francma-sonería como una «Orden de Caballería» y se hace refe-rencia a los «capítulos» en vez de «logias». Sin dudas, para esa fecha, el vocabulario «escocés» estaba amplia-mente difundido en la francmasonería francesa.

54 Le Forestier, R.; L’Occultisme et la franc-maçonnerie écossaise (París, Librairie Académique, 1928) p. 180.

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Coincide con el momento en el que los maestros ele-gidos pasan a llamarse Caballeros Elegidos. El cambio no se produce de manera abrupta sino gradual, pero es claro que la aristocracia necesita reajustar la estructura y otorgar un carácter definitivamente caballeresco a la Orden. A partir de aquí el esfuerzo irá en la dirección dominante de conformar un Alto Grado en el cual se reclutarán los Venerables de las Logias simbólicas.55

A raíz de este decreto, que en los hechos no produ-ciría mayores consecuencias, los masones Caballeros Elegidos dejaron de concurrir a las tabernas estable-ciendo sus capítulos en castillos y palacios —donde los nobles asentaban a sus propias logias— y en las abadías benedictinas, pues eran numerosos los religiosos —en particular del clero regular— que habían respondido a esta alianza entre francmasonería y caballería, que per-seguía un claro intento de restauración. Este cambio complicó el espionaje de Fleury y aumentó el recelo so-bre las actividades de los masones.

André Kerbella vuelve a ilustrarnos en este punto al afirmar que, en efecto, la acción policial se limitó a la prohibición de las logias que funcionaban en las taber-nas, multando o encarcelando algunos taberneros o masones de baja categoría… los señores tenían logias en sus residencias, que continuaron funcionando sin in-terrumpir demasiado las reuniones.56

Las presiones políticas se acentuaron. La policía se-guía de cerca la actividad de las logias pero no se ani-maba a actuar por temor a crear conflictos con la aristo-cracia o con los dignatarios del gobierno. Para los esco-ceses había llegado la hora de hacerse con el poder completo de la Orden. El alto mando de la masonería estuardista se decide por la estrategia más audaz: Char-

55 Kervella, André; Ob, cit. p. 107. 56 Kervella, André; Ob, cit. p. 410.

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les Radcliffe, lord Derwentwater, es electo Gran Maes-tre y de inmediato designa a todos los dignatarios que lo acompañan. La mayoría responde al movimiento es-cocés: El control es total.

Acto seguido, en un salto hacia delante, los escoceses intentan, con una sola acción, tentar al mismo Luis XV ofreciéndole la Gran Maestría y detener, de ese modo, cualquier posibilidad de represión. Pero necesitan un líder al frente de la negociación. La elección recae en un hombre al servicio de la Casa Estuardo; Radcliffe lo acaba de designar en el cargo del Gran Orador en la Gran Logia francesa. Lo llaman el caballero Ramsay. Finalmente los escoceses encuentran al personaje que haría de la masonería francesa el vehículo perfecto de la causa estuardista.

Michael Andrew Ramsay nació en la ciudad escocesa de Ayr —cabecera de la Provincia del mismo nombre— en 1686.57 Se conoce muy poco acerca de su juventud salvo que su padre era un panadero presbiteriano. Cur-só sus estudios en la escuela de su ciudad natal y luego en la Universidad de Edimburgo. Luego viajó a Holan-da en momentos en que su vida estaba signada por la duda religiosa, por el deseo de interiorizarse acerca de las numerosas corrientes espirituales que por entonces agitaban a Europa y, sin duda, por un espíritu aventu-rero e inquieto.

Su definitiva conversión al catolicismo vendría luego de 1709, año en que conoce a Fenelón y queda pro-fundamente impactado por sus enseñanzas, de las que se convertiría en fervoroso devoto. El duque de Orleáns —por entonces Regente de Francia— le confirió el título

57 Tómese nota que la antigua capital de Ayr había sido Kilwin-ning, asiento de una abadía fundada hacia el año 1140 que está íntimamente ligada a la teoría de una supervivencia de la Orden del Temple en Escocia. Ver nota nº 76.

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de caballero de la Orden de San Lázaro. De allí que se lo conociese con el apelativo de «el caballero» Ramsay.

La muerte de Fenelón, ocurrida en 1715, fue un duro golpe para Ramsay. En los años siguientes se dedicó a publicar las obras de su maestro, Los diálogos de la Elo-cuencia y Telémaco y en 1723 publicó su Vida de Fene-lón, cuyo éxito obligó a la impresión de varias edicio-nes. Ya era un personaje famoso en Francia e Inglaterra, cuando se convirtió en preceptor del duque de Cha-teau-Thierry, futuro príncipe de Turena, a quien dedicó su obra Viajes de Ciro. Convocado por Jacobo III viajó a Roma para desempeñarse en el cargo de preceptor de Carlos Eduardo Estuardo. Decepcionado con las intri-gas con las que debía convivir en la corte, regresó a Francia, donde fue protegido por los duques de Boui-llón hasta su muerte. A lo largo de su vida obtuvo im-portantes reconocimientos: Fue elegido miembro de la Real Sociedad de Ciencias de Londres y la Universidad de Oxford le confirió un doctorado.

Pero lo que ha convertido a Ramsay en protagonista principal de la trama de conspiraciones, misterios y so-ciedades secretas de su época son dos discursos pro-nunciados en el seno de la francmasonería francesa. El primero, en una logia de San Juan el 26 de Diciembre de 1736 y el segundo, en 1737, en la Gran Logia. En ellos remontaría el origen de la francmasonería a la época de las cruzadas, ligándola taxativamente con la nobleza cristiana que conquistó la Tierra Santa. Ambos discursos reivindicaban el vínculo y la responsabilidad de los escoceses en la custodia de una antigua tradición a través de los siglos; una tradición que —según su jui-cio— debía encontrar en Francia su restauración defini-tiva.

El noble auditorio que escuchó a Ramsay en sus dis-cursos —la flor innata de la caballería francesa— se sen-tía heredero de los constructores de las primeras cate-

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drales, pero mucho más de aquellos hombres que ha-bían conquistado Jerusalén y fundado la Orden de los Caballeros Templarios, los Hospitalarios y los Teuto-nes. Para Ramsay, ambas instituciones —canteros y ca-balleros— eran el corazón y el cerebro de la francmaso-nería.

En la intencionalidad de este discurso intervenían asuntos políticos y, fundamentalmente, religiosos, pues lo que amalgamaba a ambas tradiciones en la mentali-dad escocesa era su condición de católicas. Hay entre los propósitos y finalidades de ambas Instituciones, pa-ralelismos destacables —dice Martí Blanco— como el hecho que la religión católico-romana les dio carta de naturaleza y sentido a su existencia y el desarrollo de un lenguaje propio, esculpido en la piedra en un caso y pintado sobre los escudos con que se protegían los ca-balleros en otro. Albañiles dedicados a la construcción y guerreros montados a caballo, ya los hubo antes, pero fue la religión la que dio un sentido trascendente a lo que hasta entonces solo había sido un quehacer o dedi-cación diaria.

La mención a los cruzados por parte de Ramsay no hacía más que poner en manos de la nobleza un vehícu-lo que le permitía soñar con una nueva era en la que el Temple recobrara su gloria y su unidad. La Reforma, la intransigencia de Roma y las guerras de religión habían regado Europa con la sangre de sus más ilustres hijos. El cristianismo se destruía a si mismo mientras que la francmasonería hablaba de una herencia cristiana co-mún. Ramsay presentaba a la masonería como la he-rramienta capaz de construir una nueva Europa. Pero a su vez, vale la pena repetirlo, no se apartaba del objeti-vo primario: La cruzada nacional escocesa.

Y este complot escocés no hacía más que tensar el de-licado equilibrio político entre Inglaterra y Francia, agravado por la explosiva cuestión de la sucesión de

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Polonia que mantenía en vilo a Europa e inquietaba a Roma, inmersa en la profunda contradicción que le ge-neraba la existencia de una francmasonería dividida en-tre una facción católica —leal a los Estuardo— sobre la que carecía de control y otra —abiertamente protestan-te y hostil— que había logrado penetrar en numerosas ciudades del continente, desafiando abiertamente la au-toridad episcopal.

La Iglesia observaba con preocupación la prolife-ración de las logias, en especial aquellas que prescin-dían de toda alineación con el catolicismo romano. En ese contexto, y tal como lo refiere Kervella, no le era in-diferente que los francmasones católicos hicieran con-trapeso a sus hermanos protestantes. Pero le perturbaba la manera en que los masones católicos estaban elabo-rando su propia simbología, basada en una tradición escocesa, fuertemente anclada en un pasado cruzado y con un claro contenido de misterio y hermetismo.58

En la medida en que la francmasonería escocesa, aho-ra fuertemente anclada en Francia, avanzaba en su identificación con los cruzados —y fatalmente con los caballeros templarios a quienes reivindicaba como sus ancestros— la Iglesia enfrentaba la alternativa de per-manecer en un permisivo silencio o condenar a las lo-gias. Nada más odioso para el Santo Oficio del siglo XVIII que tolerar una orden que —aún reivindicándose cristiana— asumía como modelo de caballero la figura de Jacobo de Molay, torturado y quemado vivo por el rey Felipe con la supuesta complicidad del papa Cle-mente V.59

El contexto del discurso de Ramsay de 1737 estaba rodeado de todas estas circunstancias y algunas urgen-

58 Kervella, Ob. cit. p. 410 59 Al respecto de la responsabilidad del papado en el exterminio de los templarios remitimos a la nota del Apéndice II.

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cias. Las relaciones entre Inglaterra y Francia se encon-traban en manos de dos equilibristas: el cardenal Fleury —a la sazón canciller de Luis XV— y Robert Walpole, conde de Orfolk —primer ministro del rey Jorge II Hannover—, quienes mantenían un delicado diálogo. Fleury cuidaba las relaciones con Inglaterra sabiendo que en las logias francesas los escoceses complotaban contra Londres.

Otros gobernantes no eran tan tolerantes. En los Esta-dos Pontificios, en España y en los Países Bajos había comenzado una fuerte persecución y muchos masones eran encarcelados. Roma presionaba a Luis XV, que en verdad estaba más preocupado por anexar Lorena que por el complot masónico.

Ramsay tenía la esperanza de evitar males mayores si convencía al rey de colocarse al frente de todos los ma-sones franceses. Para ello tenía pensado reunirlos en Asamblea en la ciudad de París y ofrecer al rey el pa-tronazgo de la Orden. Como parte de su plan había en-viado al cardenal Fleury el discurso preparado con mo-tivo de una serie de iniciaciones que tendrían lugar el 21 de marzo, acompañado de una larga exhortación al prelado en la que, entre otras cosas, le decía:

[…] Quisiera que todos los discursos en las asambleas de la joven nobleza de Francia, así como los que se dic-ten en el extranjero, estuviesen henchidos de vuestro espíritu; dignáos, Monseñor, apoyar a la sociedad de los francmasones en los grandes objetivos que se ha fi-jado.

La carta estaba fechada el 20 de marzo de 1737, un año antes de que el papa Clemente XII prohibiera a clé-rigos y fieles, bajo pena de excomunión, ingresar a las filas de los masones, lo que demuestra que los temores de Ramsay estaban plenamente justificados. La res-puesta no se hizo esperar. En el margen del mismo tex-to del discurso, Fleury había escrito unas pocas líneas

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en las que le explicaba que ni él, ni el rey podían aten-der su petición.

Ramsay sufrió un profundo desaliento. No lograría que el rey blandiese el mallete de Gran Maestre de to-dos los masones de Francia. Pero a la larga evitaría la proscripción sin que ello significara la sumisión de la orden al monarca, ni a la Iglesia.

2. Un príncipe masón en Florencia

Hemos hecho referencia a la compleja trama diplo-mática que enfrentaba a Francia y Gran Bretaña en 1737 y que uno de los acontecimientos que tenía en vilo a Europa era la cuestión de la sucesión de Polonia, que permanecía estancada. Ni la francmasonería inglesa, ni la francesa, estaban ausentes a esta cuestión; a tal punto que, como veremos, la solución se tejió en base a un acuerdo entre prominentes masones ligados a la maso-nería jacobita.

Esta cuestión debe comprenderse en su real di-mensión. La francmasonería ya funcionaba como una verdadera maquinaria conspirativa y controlaba una red que incluía a gran parte de la aristocracia europea. No se trataba por cierto de burgueses ni de comercian-tes, sino de la nobleza y todo su aparato político y mili-tar. La existencia de logias y estamentos masónicos se perfilaba como una herramienta paralela a los canales políticos tradicionales.

La Guerra de Sucesión de Polonia provocaba un con-flicto en el que intervenían Alemania, que apoyaba los derechos de Augusto de Sajonia —hijo del extinto Au-gusto II, casado con la sobrina del emperador Carlos VI— y Francia, que sostenía el partido de Estanislao Leszczynsky, suegro de Luis XV. El conflicto afectaba los intereses de otras potencias, como España, Rusia,

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Austria y los Países Bajos. Para Inglaterra era imperioso controlar la negociación, que se había convertido en una cuestión de Estado, en tanto que Fleury trataba por todos los medios de mantener al margen a los ingleses.

Luis XV y su canciller sabían que oponerse a que Au-gusto de Sajonia se quede con el trono de Polonia equi-valía a iniciar una guerra contra el Imperio Alemán. Pe-ro a su vez, si Leszczynsky —como dijimos, suegro del rey— renunciaba a sus pretensiones, debía hacerlo de modo que la compensación fuera justa y que, princi-palmente, beneficiara a Francia.

Allec Mellor ha sostenido la hipótesis de que Ramsay no pudo haber elegido peor momento para plantear su plan a Fleury:

No era momento de descontentar al gabinete de Lon-dres, ya decepcionado y amargado, pues no había po-dido representar en su provecho el papel de mediador. Mezclar la causa de los Estuardo con todas estas intri-gas, en semejante momento, hubiera sido catastrófico.60

Sin embargo, todo hace pensar que Fleury supo sacar provecho de las intrigas masónicas. No desconocía que Leszczynsky era masón y que estaba ligado a la maso-nería estuardista, y que en la misma corriente estaba enrolado Francisco Esteban, duque de Lorena.61 Ambos personajes eran claves para la resolución de conflicto

60 Mellor, Ob. cit. p. 138. 61 Francisco Esteban había sido iniciado en 1731, en el seno de la primera logia establecida en La Haya, cuyo venerable maestro era el conde de Chesterfield. Un año después, en tenida magna, le fueron conferidos los grados de compañero y maestro. La ce-remonia se realizó en Houghtou-Vall, la residencia de Robert Walpole, conde de Orfolk —quien era nada menos que el primer ministro de su majestad Jorge II Hannover— y contó con la par-ticipación de los más ilustres masones ingleses, con su Gran Maestre a la cabeza.

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polaco, y ambos eran permeables a la influencia estuar-dista.

Los hechos se precipitaron con la muerte de Juán Gas-tón de Médici, Gran Duque de Toscana. Ocurrida el 9 de julio de ese año. Por primera vez no había descen-dencia Médici en Florencia, una joya que no permane-cería sin dueño.

Se produce entonces una jugada maestra que pone en evidencia el rol de los masones estuardistas, que actúan rápidamente. Abierta la posibilidad de entronar a un noble masón en Toscana, en la propia frontera de los Estados Pontificios, Leszczynsky acepta quedarse con Lorena —que a su muerte pasará a la corona francesa— a cambio de que Francisco Esteban, duque de Lorena, se quede con el Gran Ducado de Toscana. Este enroque, urdido en el seno de la masonería tendría consecuen-cias de magnitud.

Respecto de la relación de Leszicnsky con los es-tuardistas, afirma Kervella «…cuando el rey de Polonia recibe el ducado de Lorena existen allí vínculos que no son menores. Evidentemente el suegro del Luis XV era masón y mantenía relaciones muy estrechas con jacobi-tas destacados como los O’Heguerty, quienes adquieren tierras en el ducado de Lorena para establecer su resi-dencia allí».62

3. Roma fulmina a los masones

En Roma la noticia cae como una bomba. Que la sobe-ranía de Toscana pasara a manos de un francmasón, ponía en alerta roja a la Iglesia. Prueba de ello es que el 25 de julio de 1737, apenas unos días después de la muerte del último Médici, Clemente XII convoca a los

62 Kervella, André, Ob. cit. p. 39.

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cardenales Ottobone, Spinola y Jondedari. Del cónclave participa el inquisidor del Santo Oficio en Florencia, capital del Gran Ducado y el cardenal Firrao, Secretario de los Estados Pontificios. La cuestión a tratar era qué hacer con la francmasonería. Los capítulos de caballeros elegidos se expandían sin cesar, ya se hablaba de caba-llería templaria y se corría grave riesgo de que un prín-cipe masón se hiciese con Toscana, como finalmente su-cedería.

A esto se sumaba la creciente actividad masónica que lord Balmerino desplegaba en Avignon, en las propias barbas del legado pontificio en la ciudad de los papas. Es muy probable que en esa reunión ya se hablara de la excomunión de los masones. Pese a los esfuerzos de la masonería católica estuardista, crecía en Roma la certe-za del peligro letal que se cernía sobre la Iglesia.

El 28 de abril de 1738, un fatigado y ciego Clemente XII, jaqueado por sus cardenales, incitado por el Gran Inquisidor de Toscana —que veía con horror alzarse un ducado masónico en el emblemático Gran Ducado de los Médici— promulga, por fin, la bula «In Eminenti». Roma no podía tolerar que aquel baluarte pontificio ca-yera en manos de un masón iniciado en Londres, Fran-cisco Esteban, duque de Lorena y nada menos que es-poso de la emperatriz María Teresa Habsburgo.

Pero la suerte ya estaba echada. Cuatro días después, el 2 de mayo de 1738, Francia, España, Gran Bretaña, Holanda y el Imperio firmaron el «Tercer Tratado de Viena» por el cual Leszczynsky renunciaba al trono po-laco y reconocía la legalidad de Augusto de Sajonia, a cambio de Lorena, con la condición de que esos territo-rios fueran heredados por su hija, la esposa de Luis XV. Francia —a su vez— aceptaba la sucesión de María Te-resa Habsburgo como emperatriz del Imperio Austro Húngaro. Francisco de Lorena, esposo de María Teresa, recibía Toscana, en contra de los deseos de los españo-

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les, de modo que Francia no solo evitaba el peligro en sus fronteras sino que también conseguía —con la futu-ra anexión de Lorena— un sueño secular.

Roma comprobaría de inmediato que sus temores respecto de Francisco Esteban, eran justificados. Ape-nas asumió el nuevo Gran Duque, las cárceles fueron abiertas y liberados los masones ingleses, en su mayoría hannoverianos, apresados por la Inquisición. Este he-cho demuestra que, pese a su cercanía con los jacobitas, Francisco Esteban seguía manteniendo estrechos víncu-los con Inglaterra, y que la fraternidad comenzaba a es-tar por encima del disenso, mientras lo que estuviese en juego no fuera la lucha por la propia Patria.

Impulsó nuevas logias, no solo en Florencia sino en el resto del territorio. Creó un Consejo de Regencia que se convertiría en la máxima institución estatal y llevaría a cabo reformas que incluirían la imposición de límites a la acción de la Iglesia. Ignoró completamente la bula de 1738.

Con posterioridad, su hijo Pietro Leopoldo I, Gran-duca di Toscana, expulsaría a la orden religiosa de San-to Stéfano, que mantenía al campesinado en condicio-nes paupérrimas y reformaría la estructura socio terri-torial imponiendo las ideas de la fisiocracia, que otorga enorme relevancia a la producción agrícola y que puede considerarse como un antecedente de la enfiteusis, un régimen compartido de tenencia de la tierra que lleva consigo la disociación del dominio entre el dominio di-recto, correspondiente al propietario, y el útil, el de la persona que usa y aprovecha la finca. En ese momento, la fisiocracia representaba una reforma de avanzada. En tiempos de Pietro Leopoldo, sus arquitectos llegaron a colocar escuadras y compases en las garras del escudo de armas de Toscana.

En cuanto a Francisco Esteban, pronto debería ocu-parse de los asuntos del Imperio a causa de su matri-

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monio con la emperatriz María Teresa. Más tarde, como tantos otros masones dieciochescos, abrazaría la alqui-mia y se uniría a la Orden de la Estricta Observancia.

Luego de la publicación de la bula, la represión se produjo en forma desigual, según el país y la influencia que el clero ejerciera sobre los estados. Pese a que su texto era lo suficientemente virulento como para no de-jar dudas, el edicto de publicación mereció una aclara-ción por parte del cardenal Firrao en 1739 —en un de-creto para los Estados Pontificios— que agregaba «que ninguna persona pueda reunirse, juntarse o agregarse, en lugar alguno, con la indicada sociedad, ni hallarse presente en sus asambleas, bajo pena de muerte, y con-fiscación de sus bienes, en las que incurrirá irremisi-blemente el contraventor, sin esperanza alguna de per-dón…». Pero ya era tarde. En pocos años, el Discurso de Ramsay se convertiría en el factor aglutinante de la antigua nobleza dispuesta a una nueva cruzada que no solo reafirmaría el carácter cristiano de la Orden, sino también su voluntad de construir una nueva cristian-dad más allá de las opiniones del Obispo de Roma.

Mientras tanto, se había abierto la caja de Pandora. La francmasonería capitular tenía ahora un perfil definido y una legitimidad institucional. Las tradiciones esco-cesas, prolijamente excluidas de los protocolos masóni-cos ingleses, se habían filtrado durante décadas a Fran-cia. Los grados escoceses y su herencia templaria, man-tenida en secreto por generaciones de masones en las Islas Británicas se expandían en el continente con velo-cidad pasmosa. Esto significaba un traspié para la ma-sonería hannoveriana que en 1717 había «fundado» la masonería moderna obviando toda referencia a las an-tiguas tradiciones de origen templario. Las Constitu-ciones de Anderson señalaban una línea divisoria tras la cual se había borrado y destruido, tanto como se ha-bía podido, la génesis de los grados escoceses. En el fu-

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turo, pese al malestar que esto provocaba a la Gran Lo-gia de Londres, el proceso de «templarización» de la francmasonería francesa no se detendría hasta la Re-volución.

Hacia 1738 —apenas un año después del «discur-so»— todo el alto mando masónico de Francia estaba en manos de los escoceses estuardistas más puros: Ram-say, MacLean, Balmerino y Radcliffe encabezaban los poderosos capítulos de Caballeros Elegidos que conci-taban todo el estado mayor jacobita y buena parte de los pares del reino.

Luis XV tenía conciencia cabal del compromiso de la corona con la causa de Escocia, a lo que se sumaban los servicios que había dado la masonería estuardista a Francia durante las negociaciones por la sucesión pola-ca. El rey tenía más de una razón para no actuar contra los masones.

La insurrección escocesa estaba en marcha y la cons-piración buscaba el apoyo de Francia. El cardenal Fleury acababa de recibir un mensaje por intermedio de lord Sempill, Par de Escocia, enviado del mismísimo Ja-cobo III Estuardo. Se trataba de un documento firmado por siete jefes de clanes, reunidos secretamente en Es-cocia, en el que aseguraban a Luis XV que «los escoce-ses modernos son los verdaderos descendientes de aquellos que tuvieron el honor de contarse durante si-glos como los más fieles aliados de los reyes de Francia, sus predecesores». Estaba firmada por James Drum-mond, 3º duque de Perth, su tío Jean Drummond, Si-món Frases de Lovat, Lord Linton conde de Traquaire; Donald Cameron barón de Lochiel, William Mac Gre-gor barón de Balhaldies y Jacques Campbell barón de Achim-Breck.63

63 Kervella, Ob. cit. p. 383.

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Sin dudas se trataba de una encrucijada para Luis XV. El mismo discurso utilizaban los masones estuardistas en sus logias francesas cuando recordaban al rey que «fueron los escoceses los que conservaron la herencia espiritual e iniciática de las cruzadas y que los reyes de Francia supieron siempre reconocerles su valor con-fiándoles su guardia personal»64 Este grupo, conocido como los siete conjurados, pedía desde Escocia que se aceleraran los planes del desembarco estuardista en las Islas.

La estrategia de los escoceses era contundente: Con-trolar la masonería francesa a fin de contar con el apoyo de la nobleza (léase sus ejércitos). Restaurar el ideal de una caballería «templaria» utilizando como base a las logias masónicas. Presionar al Luis XV desde Escocia recordándole que habían sido históricamente sus mejo-res aliados, para que los ayudara a barrer a la Casa de Hannover y recuperar el trono.

«Esta idea —afirma Kervella— carecía de originali-dad pero era rigurosamente cierta, pues en los últimos dos siglos una galería de escoceses ilustres, grandes capitanes, príncipes, señores, magistrados y oficiales de la corona había prestado servicios a los monarcas franceses sirviéndolos con intachable lealtad». ¿Qué haría el rey, tironeado por las presiones de estos leales jacobitas y una Iglesia que los quería ver encarcela-dos?

Una vez más, los francmasones tomaron la iniciativa y nombraron Gran Maestre a un francés: Louis Pardai-llan de Gondrin, duque d’Antin, en reemplazo de Radcliffe. Ahora la presión era mayor, puesto que en caso de actuar contra los masones lo haría contra una orden gobernada por uno de sus propios súbditos. Otra jugada maestra.

64 Extraído del discurso de Ramsay.

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La ceremonia se llevó a cabo el 24 de junio, día de San Juan, en el castillo de Aubigny (Pas de Calais) y fue presidida por el duque de Richmond. Pero esta vez la elección se había decidido sin el consentimiento de la Gran Logia de Londres, en donde la noticia cayó como un balde de agua fría; es muy probable que la cúpula jacobita de la masonería francesa pautara la elección del duque d’Antín con el propio Fleury.

Lo cierto es que 1738 pasó a la historia como el año de la excomunión de los masones católicos, sobre la que han corrido ríos de tinta. A la luz de lo expuesto pue-den entenderse las causas políticas de la enigmática fra-se contenida en la bula: «y por otras razones por nos conocidas».65

No nos extenderemos sobre la cuestión de la ex-comunión, pues queda claro que la misma, al igual que el decreto del Cardenal Firrao para los Estados Pontifi-cios es una reacción política, que se produce en el mar-co de una persecución general, incluso en países protes-tantes y aún musulmanes. Benimeli enmarca la prohibi-ción en el hecho del secreto con que se rodeaban los masones, los juramentos que hacían y el Derecho Ro-mano en vigor, que los considera como sospechosos de ir contra la tranquilidad pública. Señala, por otra parte, que la excomunión llega «precisamente cuando la pre-sencia de católicos, e incluso eclesiásticos, entre los ma-sones, era mayoritaria…».66

Pero también fue el año en que la francmasonería francesa se independizó definitivamente de la tutela in-glesa e instaló solemnemente a un Gran Maestro de la

65 Mellor, Ob. cit. p. 144. Ver también El otro Imperio Cristiano p. 166 y ss. 66 Ferrer Benimeli, José Antonio, La Iglesia Católica y la Masone-ría: Visión histórica; en Masonería y Religión: converfencias, oposición, ¿incompatibilidad? (Madrid, Editorial Complutense, 1996). pp 187-201.

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Masonería del Reino de Francia. El duque d’Antin con-taba al menos con un antecedente: Había sucedido a Ju-les Hardouin-Mansard —uno de los grandes arquitec-tos del Palacio de Versalles— en el cargo de «Superin-tendente de Construcciones».67

En cuanto al rey, se hizo el sota y prefirió no darle importancia al tema de la excomunión. En una nota di-rigida al embajador de Roma, Saint-Aignam, justificó de este modo su actitud:

[…] La bula que el papa ha dado contra los francma-sones no bastará probablemente para abolir esta cofra-día, sobre todo si no existe otro castigo que el temor a la excomunión. La Corte de Roma ha aplicado tan a menudo esta pena que ella es hoy día poco eficaz para reprimir. Esta sociedad había comenzado a hacer algu-nos progresos aquí. El rey le hizo saber que le disgus-taba y desapareció.

Ramsay murió el 6 de mayo de 1743 en Saint-Ger-main-en-Laye. Para entonces su misión estaba cumpli-da. El complejo sistema diseñado por los francmasones «escoceses» se había establecido con fuerza, lejos de la tutela inglesa y al amparo de las iras de la Iglesia, cada vez más convencida del peligro que se cernía sobre ella. Paradójicamente, el triunfo de Ramsay había cerrado el paso a los elementos más hostiles a la Iglesia y a la mo-narquía. Pero en Roma persistía la certeza de que esta masonería, que anclaba su poder en la aristocracia y ya se presentaba como una caballería, se volvería más y más peligrosa.

67 A Mansard le debemos el vocablo «mansarda» que se utiliza en arquitectura para denominar a las ventanas que se colocan en los tejados para iluminar y ventilar los desvanes de los edificios.

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4. El regreso de la Caballería

Para comprender adecuadamente los acontecimientos que narraremos en las próximas páginas es necesario conocer el drama político que subyacía detrás de la ac-ción masónica de los escoceses. La carta ya menciona-da, enviada a Luis XV por los jefes de los siete clanes, no era una mera presión política. Quienes la firmaban —los siete conjurados— se habían reunido secretamen-te en Escocia para jurar solemnemente restablecer el trono de los Estuardo. De allí que le fuera remitida al rey por el mismísimo Jacobo III.

El documento contiene, como hemos visto, una exhor-tación al rey recordándole que desde siglos atrás nu-merosos oficiales escoceses se sacrificaron por sus pre-decesores y que los escoceses modernos eran los verda-deros descendientes de aquellos que tuvieron el honor de contarse, durante siglos, como los más fieles aliados de los reyes de Francia.

Insisten en que los escoceses han conservado la he-rencia espiritual de los cruzados, en sintonía con Ram-say, que era un político al servicio de la causa, en tanto que los jefes de clanes pronto regarían el campo con su sangre. Una cosa era el juego de intrigas en los salones de París; otra muy distinta, la de los conjurados, que preparaban la rebelión en Escocia, cuyo brazo político había ganado el control de la masonería francesa.

Pero había en todos ellos una permanente remi-niscencia de la caballería; no de cualquier caballería, ni siquiera de la caballería como institución. Era, en defi-nitiva, su modelo de nacionalismo.

¿Acaso era esta una obsesión propia de los escoceses? Por cierto que no. El espíritu de cruzada estaba en el ai-re; por eso tenía éxito y por eso era explotado por los escoceses. Apenas unas décadas atrás, Europa había te-

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nido a las puertas de Viena a los ejércitos del Imperio Otomano comandados por el visir Kara Mustafá. Resul-ta difícil revivir ese momento dramático, porque de ha-ber caído Viena, los turcos hubiesen penetrado en el co-razón de Europa, y con ellos el Islam.

Todos los nobles que ahora abrazaban a la masonería recordaban la batalla de Kahlemberg, librada en la ma-ñana del 12 de septiembre de 1663.

La mayoría de los hombres que ahora estaban al fren-te de las logias eran hijos o nietos de otros caballeros que habían enfrentado, al mando de Sobiesky, rey de Polonia, a esa horda tártara de 150.000 guerreros. Y muchos de ellos habían muerto aquella mañana en Kahlemberg, no en una gesta romántica, no en una de las tantas guerras de religión que diezmaban a Europa sino en una batalla tan decisiva como la que había li-brado Carlos Martel, mil años antes, en las llanuras de Poitiers.

Todos estos hombres reunidos en torno a Jan So-biesky —cuyos descendientes eran ahora los caballeros elegidos de las logias francesas— vivían su misión con un verdadero espíritu de cruzada en el que no podía es-tar ausente la inspiración de sus propios ancestros, el eco de aquellos lejanos parientes que se habían batido con los musulmanes en las arenas del Levante. En defi-nitiva formaban parte de la misma aristocracia y aún se sentaban bajo los estandartes que sus grandes abuelos habían enarbolado frente a las murallas de Jerusalén.68

Esta atmósfera explica en parte el éxito de la predica estuardista en la francmasonería francesa. La figura de Godofredo de Bouillón, uno de los jefes de la primera cruzada, se erguía como el modelo caballeresco al que aspiraban los masones; caballeresco más que templario,

68 Nos hemos referido extensamente a la vida de Godofredo de Bouillón en El otro Imperio Cristiano.

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a decir de Kervella.69 El vínculo de Ramsay con los du-ques de Bouillón no deja de ser una pieza clave en el entramado que une a cruzados, templarios y masones, pues era el preceptor, precisamente, de la Casa de Boui-llón. Charles de La Tour Auvergne, 5º Duque de Boui-llón formaba parte de la nobleza ilustrada. No solo era fundador de logias —se llegó a hablar de una verdade-ra «Orden Masónica de Bouillón»— con asiento en las Ardenas, sino que introdujo en aquella región una im-prenta que devino en la conformación de un polo editor de la «Ilustración» de gran prestigio.69

Era lógico esperar que en medio de ese clima, en el ámbito de esta masonería influyente, poderosa y a la vez audaz, apareciera un líder que fuera más allá de la retórica e intentara restaurar, ya no en espíritu sino ma-terialmente, la antigua gloria ahora reverdecida.

Una caballería masónica, jamás vista, estaba a punto de nacer, de manos de un barón alemán. Una caballería que opacaría a los propios escoceses y haría ondear el estandarte templario en cientos de castillos de Europa. Había llegado la hora de la Orden de la Estricta Obser-vancia.

69 Su hijo, Godefroy III Charles Henri de La Tour d’Auvergne, 6º Duque de Bouillon, (1728-1792), que había sido educado por Ramsay, sería Gran Chambelán de Francia y se convertiría luego en una pieza clave de la francmasonería de la «Estricta Obser-vancia Templaria» creada por el barón von Hund. En 1774 era Gran Maestre de los Directorios Escoceses de Auvernia, con sede en Lyón; de Occitania, con sede en Bordeaux; de Borgoña, con sede en Estrasburgo y de Septimania con sede en Montpellier (ver voz en Frau-Abrines).

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Capítulo VI

CARL-GOTTHELF VON HUND LA ORDEN DE LA ESTRICTA OBSERVANCIA TEMPLARIA

1. La pugna por el control de la Ma-sonería Continental

Hacia 1740 los escoceses habían logrado instalar, fir-memente, la idea del temprano vínculo entre la maso-nería y la Orden del Temple. Al calor de ese clima de cruzada —que ya hemos descripto en el capítulo ante-rior— aquello que en un principio había sido propuesto como un retorno a las prácticas y virtudes de la caballe-ría pasaba a convertirse, lisa y llanamente, en el retorno del Temple. No todos los masones estaban de acuerdo con esta postura y algunos lo manifestaban abiertamen-te. Tal es el caso del marqués de Argens que publicó un artículo en el que denunciaba que las logias jacobitas pretendían arrogarse un linaje específicamente templa-rio.70

70 Tuckett, The Origin of Additional Degrees, p.10.

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Pero las logias jacobitas evadían cualquier debate. Simplemente seguían adelante, dedicadas a consolidar su influencia en la masonería continental y brindar apoyo a los que preparaban la sublevación en Inglaterra y Escocia. Como hemos dicho, el alto mando masónico estaba en manos de los líderes escoceses, entre ellos lord William Boyd conde de Kilmarnock, Charles Radclyffe conde de Derwentwater, lord Clifford barón Chudleig, John Elphinstone lord Balmerino, Par de Es-cocia y el propio caballero Ramsay baronet de Escocia al igual que Jacques MacLean.71

Las urgencias de la guerra que se avecinaba —en la que Francia había comprometido su apoyo subrepti-cio— se convertían en las propias urgencias masónicas en las logias, de cuya presión dependía en gran parte ese apoyo. Pero la masonería no alcanzaba para com-pletar el plan. Pese a los esfuerzos realizados por los es-coceses las logias seguían siendo un punto de reunión de hombres que buscaban saberes ocultos, otros que utilizaban la red para organizar sus negocios y muchos que encontraban un ámbito de sociabilidad en un siglo que sufriría cambios vertiginosos.

Sin dejar de valerse de la francmasonería, a la que consideraban una cantera de reclutamiento irremplaza-ble, estos hombres concluyeron en que debía crearse una verdadera Orden de Caballería que gobernara las logias, pero que a su vez se despojara de las limitacio-nes propias de la masonería y se constituyera en un po-der en sí mismo, no detrás de bambalinas sino un poder real, visible, temible. En otras palabras, ya no bastaba con reclamar la herencia templaria sino de poseerla, li-teralmente. La tarea era difícil, peligrosa, y de futuro

71 William Boyd conde de Kilmarnock asumiría como Gran Maestre la conducción de la Gran Logia de Escocia en 1742. Sería ejecutado en 1746.

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incierto. No debía ser llevada a cabo por un escocés sino por alguien, indudablemente noble, que la sacara del ámbito exclusivamente estuardista para darle carác-ter continental.

Se necesitaba un hombre especial, un espíritu a la vez justo y audaz, en alguna medida ingenuo, convencido de la existencia de una tradición solo accesible a ciertos iniciados; que fuese lo suficientemente dócil para acep-tar ser controlado por los escoceses pero tan intrépido como para concitar la lealtad de nobles y príncipes. ¿Dónde encontrarlo?

La oportunidad llegó en 1742. Frankfurt se había con-vertido en el punto de reunión de toda la aristocracia con motivo de la coronación de Carlos VII como Empe-rador de Alemania. En la ciudad se daban cita grandes embajadas, cuerpos militares con sus logias, nobles, es-pías y caballeros que asistían a un evento de carácter extraordinario. Una de las embajadas más importantes era la enviada por Luis XV con el mariscal Belle-Isle a la cabeza. En su comitiva había un nutrido número de masones escoceses y franceses, incluido La Tierce, nada menos que el redactor de las Constituciones de la Gran Logia de Francia.

Como es costumbre en la masonería, aún hoy día, se constituyó de inmediato una logia pro-tempore en la que fueron iniciados muchos nobles alemanes, entre ellos el barón Carl-Gotthelf von Hund, señor de Alten-grotkau y de Lipse. Tenía apenas veintiún años, había nacido en la Lucase y gozaba de cierta fortuna. Un año después pasaría por la prueba de fuego.

Viajó a París en 1743 e inmediatamente pasó a formar parte del núcleo íntimo de los jacobitas. Llegó apenas seis meses antes de la muerte de Ramsay y tres años an-tes de que Radclyffe, Kilmarnock y Balmerino fueran decapitados en la Torre de Londres. Fue convocado en-tonces —según él mismo referiría años más tarde— a

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un conclave secreto al más alto nivel de la masonería ja-cobita. Allí, lord William Kilmarnock y lord Clifford, en presencia de otro misterioso personaje —al que Hund nunca se refirió con otro nombre que el de Caballero de la pluma roja— fue hecho Caballero Templario. Se cree que este misterioso caballero que menciona von Hund no era otro que el propio Charles Radclyffe conde de Derwetwater.

En la misma reunión le fue impuesto un nombre de guerra con el que sería reconocido en adelante —eques ab ense (caballero de la espada)— y se le comunicó la historia secreta de la supervivencia templaria en Esco-cia. En efecto, estos hombres explicaron a von Hund el modo en que la Orden del Temple había mantenido en secreto su existencia, estableciéndose en Escocia desde las remotas épocas de la persecución. En rigor, la ver-sión coincidía con el discurso de Ramsay, pero esta vez los escoceses habían sido más explícitos en el carácter «templario» de los refugiados. Se le dijo también que la nómina de los Grandes Maestres sucedidos desde en-tonces había permanecido igualmente secreta, así como el nombre de los actuales jefes a los que se los denomi-naba con el sugerente nombre de «Superiores Ignora-dos». Nadie podía conocer la identidad de los jefes vi-vos ni del actual Gran Maestre. Puede uno imaginarse fácilmente cuánto sería explotada en adelante esta cues-tión de los «superiores desconocidos». Pero volvamos a nuestro relato.72

Von Hund recibió una Carta Patente que lo conver-tía en Gran Maestre de la VIIIº provincia del Temple, que era Alemania, e instrucciones precisas acerca de su misión: Restablecer la Orden en sus antiguas pro-vincias, armar caballeros templarios reclutándolos en-tre los elementos más nobles de la francmasonería ca-

72 Un detalle complete puede leerse en El otro Imperio Cristino.

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pitular, y proveer el financiamiento económico de to-da la nueva estructura. Como comprenderá el lector, este era un plan de largo alcance, si se tiene en cuenta que las antiguas provincias templarias eran: Inglate-rra, con Irlanda y Escocia; Francia, con Normandía y Borgoña; El Poitou, con Aquitania y Gascuña; Auver-nia; Lombardía; Portugal; Aragón, con sus reinos, el principado de Cataluña, el Rosellón y Navarra; Ale-mania y Provenza.

Todo esto fue tomado muy en serio por von Hund, que se abocó de inmediato a la tarea. A cambio solo re-cibió el compromiso de que los superiores ignorados se mantendrían en contacto epistolar y que, oportunamen-te, recibiría futuras instrucciones.

Von Hund estaba convencido de que el misterioso Eques a Penna Rubra (Caballero de la pluma roja) no era otro que Carlos III Estuardo, el pretendiente jacobi-ta al trono de los Estuardo, conocido popularmente como el joven pretendiente, o simplemente Bonnie Prince Charles. El príncipe tenía apenas 23 años; hijo de Jacobo III había nacido en el exilio en Roma y educado con un solo fin: Recuperar el trono de Inglaterra y Esco-cia. Se puede entender que von Hund quedara impac-tado por la misión que se le encomendaba, por quién la avalaba y por las consecuencias políticas que implicaba. Tenía la íntima convicción —señala Martí Blanco— que se trataba en realidad del pretendiente Estuardo, Carlos III, Gran Maestro de la Orden de Jerusalén, que lo nombra en esta ocasión Gran Maestro de la VIIIª Pro-vincia. Este último le habría confiado que su misión, si-guiendo las órdenes de los «Superiores Desconocidos», era la de reformar, la de «rectificar» la francmasonería.

Se buscaba una restauración completa de la Orden del Temple, y que esta, como Orden de Caballería, tuviese por base una francmasonería «rectificada», sustentada en las tradiciones de la masonería escocesa.

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Lo cierto es que von Hund regresó a Alemania y du-rante varios años trabajó en el más absoluto secreto, creando un cuerpo de Caballeros Templarios en virtud de los poderes que le habían sido conferidos. Redactó rituales de la Orden y trazó un programa económico que se basaba en audaces operaciones financieras y co-merciales, cuyas rentas otorgaron a la Orden un cre-ciente tesoro. Para von Hund este no era más que el pa-so previo para la recuperación de las antiguas posesio-nes del Temple.

Para ello, sentó las bases de una historia propia que diera sustento a sus aspiraciones. Las circunstancias de su iniciación y las instrucciones recibidas del propio al-to mando masónico escocés lo habilitaban para la em-presa que llevaría a cabo.

Recién en 1751 funda una logia en Kittlitz, llamada «Aux Trois colonnes», y se asocia con Wilhelm Marschall von Biberstein, que era Gran Maestro pro-vincial de las Logias inglesas y fundador de las de Al-tenburg, «Archimède aux Trois planches à tracer», y Naumburg sur Saale, «Les Trois marteaux», talleres a partir de los cuales estableció un Capítulo de «Altos Grados».73

La estructura de grados quedó de este modo:

CLASE SIMBÓLICA

§ Aprendiz § Compañero § Maestro

73 Martí Blanco, Ob cit. Para un examen de los grados de Apren-diz, Compañero, Maestro y Escocés verde de la Estricta Obser-vancia, remitimos al lector a un estudio de Jean-François Var: La Stricte Observance, Villard de Honnecourt nº 23, (París, 1991.)

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ORDEN INTERIOR

§ Maestro Escocés (o Escocés Rojo) § Escocés verde § Novicio § Caballero Templario § Eques Professus

Esta es la primera vez que aparece el Grado de Maes-

tro Escocés como bisagra entre la masonería simbólica y la caballería. En el futuro pasará a formar parte de va-rios Ritos, y se convertirá en el grado característico del Régimen Escocés Rectificado, tomando el nombre de Maestro Escocés de San Andrés.

A partir de allí el crecimiento de la Orden fue im-parable. Le dio el nombre de Estricta Observancia Templaria como recordatorio del juramento de absoluto secreto que debían mantener sus afiliados. Sin embar-go, lo más sorprendente es que estableció un sistema de vasallaje volviendo a poner en práctica el sistema feu-dal medieval. Créase o no, lo cierto es que al menos ca-torce príncipes reinantes de Europa le juraron obedien-cia y que solo en Alemania veintiséis nobles hicieron lo propio, incluido el duque Ferdinand de Brunswick.74

Si se tiene en cuenta que todos estos príncipes y no-bles eran cuadros de alto nivel de la francmasonería, re-sulta claro que la Orden de la Estricta Observancia con-troló gran parte de la masonería europea. Nunca antes ni después se asistiría a una restauración tan profunda del Temple.

Hasta 1764, la alianza y el secreto eran tan fuertes en la nueva Orden que nadie sabía, salvo un pequeño nú-cleo, quién era el Gran Maestre. Ese año von Hund se

74 También denominada Masonería rectificada o Reformada de Dresde, puesto que el sistema había sido en principio adoptado por las logias de Unwürden y Dresde.

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dio a conocer invitando a todos los masones de Europa a unirse a su cruzada. Fue su momento de mayor gloria pero también el del inicio de su ocaso, pues a la hora de tener que explicar de dónde provenía su legitimidad, debió confesar que hacía muchos años que no tenía contacto con «los Superiores Ignorados».

2. La Tragedia Escocesa y el Ocaso de von Hund

¿Qué ocurrió con los Superiores Ignorados? ¿Era von Hund un farsante? Creemos que no. Desde su inicia-ción en Frankfurt su destino quedó atado al de los esco-ceses. Soldado leal, convencido de su misión, pese al aislamiento y la desaparición de sus jefes, decidió con-tinuar con el plan trazado hasta que la presión de sus bases lo obligó a blanquear la situación.

Según los propios documentos de la Estricta Ob-servancia, von Hund afirmaba que Pierre de Aumont, preceptor de Auvernia, junto con siete caballeros y otros dos preceptores, huyeron de Francia aproxima-damente en 1310, escapando primero a Irlanda y luego a la Isla de Mull. Allí unieron fuerzas con otros templa-rios, presumiblemente refugiados de Inglaterra y Esco-cia, dirigidos por un preceptor cuyo nombre es citado como George Harris, un ex oficial de la orden en Ca-burn y Hampton.

Continúa narrando el propio von Hund que, bajo los auspicios conjuntos de Harris y Pierre de Aumont, se to-mó la decisión de perpetuar la institución. Una lista de Grandes Maestres templarios, confeccionada por él, mues-tra a Pierre de Aumont sucediendo a Jacques de Molay.75

75 El mejor estudio acerca de von Hund y el sistema de la Estricta Observancia se encuentra en la obra de Le Forestier que ya he-mos citado. En tanto que la lista de Grandes Maestres confeccio-

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Esta circunstancia es improbable porque el preceptor de Auvernia no era Pierre de Aumont. Pero este no es el único lado flaco de la historia narrada por von Hund, pues para 1310 la Isla de Mull estaba en poder de un noble escocés de nombre Alexander McDougall de Lorn, aliado de Eduardo II de Inglaterra. Lo más facti-ble es que estos caballeros templarios se hayan refugia-do en dos territorios que estaban bajo dominio de Ro-bert Bruce estratégicamente ubicados en la ruta maríti-ma que unía al Ulster, en Irlanda, con las bases de su-ministros de Bruce en Argyll. Estos lugares a los que hacemos referencia eran el Mull de Kintyre y el Mull de Oa.

Von Hund decía haber escuchado esta historia de los propios escoceses, y es muy posible que haya sido así. Si hoy es fácil de confundir la Isla de Mull con el Mull de Kintyre bien podría haberse confundido von Hund. De allí que actualmente, la leyenda más difundida se-ñale al Mull de Kintyre como el primer sitio en el que se dio cita el exilio templario.76

nada por von Hund pueden consultarse en la obra de Thory, C.A. Acta Latomorum ou chronologie de l’histoire de la franche-maçonnerie française et étrangère, 2 vol, (París, 1815). 76 No obstante ello, otras tradiciones igualmente masónicas afir-man que muchos templarios habrían optado por asimilarse a la logia de la abadía de Kilwinning, fundando un nuevo ciclo al in-troducir las tradiciones que traían consigo. La logia de Kilwin-ning es, tal vez, la más legendaria de las logias masónicas escoce-sas. Luego de las reformas que llevaron a la consolidación de la francmasonería moderna, la logia de Kilwinning se negó por mucho tiempo a integrarse a la Gran Logia de Escocia. Cuando finalmente lo hizo se le otorgó el número «0», es decir, se la colo-có por encima y antes de cualquier otra. Según otra versión, el monarca escocés —en agradecimiento a estos caballeros— cede a los templarios la torre de Kilwinning, contigua a la abadía del mismo nombre, en donde estos fundarían una nueva orden liga-da a la logia masónica que funcionaba en la abadía. La abadía de

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La mayoría de los historiadores coincide en eximirlo del cargo de farsante; por el contrario, la figura de von Hund despierta un gran respeto, pues de algún modo, su plan tuvo el éxito que no acompañó a sus mentores. Resulta difícil imaginar sus pensamientos frente a las vicisitudes que vivirían quienes lo habían iniciado en Frankfurt.

Veamos qué había sucedido. El 2 de agosto de 1745, apenas dos años después de

que von Hund fuera armado Caballero Templario en el marco que hemos descripto, el príncipe Carlos Eduardo Estuardo, acompañado de un puñado de nobles leales, desembarcó en Escocia, pero sin el apoyo militar fran-cés que tanto había esperado. Después de muchos años de esfuerzo, los estuardistas caían en la cuenta de que Francia los había dejado librados a su suerte.

Luego del desembarco hubo un fuerte debate entre quienes creían que debían hacerse fuertes en Escocia, esperando el apoyo popular, y los que estaban conven-cidos de que una marcha hacia Londres aceleraría la in-surrección que derrotaría a los Hannover. En una vota-ción celebrada en el Consejo de Guerra y por solo un voto, ganó la opción de marchar hacia el sur. Pasaron por Manchester y llegaron a Derby en diciembre. Pero las revueltas populares nunca sucedieron y apenas pu-dieron reclutar uno o dos centenares de voluntarios. La operación había fracasado.

El príncipe ordenó la retirada, que fue penosa, no solo por el descorazonamiento general sino porque el ejérci-to hannoveriano los hostigaba de cerca. Finalmente los alcanzó en abril de 1746, encerrándolos en la localidad de Culloden. Al mando del duque de Cumberland, los

Kilwinning fue fundada por monjes benedictinos en el siglo XI, y en ella funciona aún hoy, como hemos dicho, la más antigua lo-gia de Escocia.

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ingleses lanzaron un ataque que liquidó a los jacobitas en menos de una hora. La mayor parte de la expedición murió en la batalla. De los sobrevivientes, muchos fue-ron presos, algunos deportados y otros ejecutados. En-tre estos últimos cabe incluir a lord Kilmarnock (Gran Mastre de la Gan Logia de Escocia en 1742), a Charles Radcliff, lord Derwentwater, (Gran Maestre de la Gran Logia de Francia en 1737), y a lord Balmerino, Par de Escocia (Líder de los Capítulos de Caballeros Elegidos de Avignón, la ciudad de los papas y capital de Conda-do Venesino), todos ellos decapitados en la Torre de Londres antes de que culminara ese año trágico. Los principales jefes de la caballería masónica escocesa ha-bían muerto. Otro personaje importante en nuestra his-toria, Jacques Héctor MacLean, caballero Baronet de Es-cocia (que también fuera Gran Maestre de la Gran Lo-gia de Francia en 1735), caería apresado en la batalla para ser liberado recién dos años después. Su rastro se pierde en su exilio francés.

El joven pretendiente, Bonnie Prince Charles, logró escapar y marchó al exilio en Francia, en donde pronto sufriría otro duro golpe.

Los estuardistas, pese el abandono del que habían si-do víctimas, creían en la aliada Francia y aún en el mo-mento más duro dieron muestras de esa lealtad conmo-vedora. Prueba de ellos es la última carta escrita, horas antes de morir, por Charles Radcliff, lord Derwentwater:

Muero como hijo verdadero, obediente y humilde de la Santa iglesia católica y apostólica, en perfecta caridad con la humanidad entera, queriendo verdaderamente el bien de mi querido país, que nunca podrá ser feliz sin hacer justicia al mejor y al más injustamente tratado de los reyes. Muero con todos los sentimientos de grati-tud, respeto y amor que tengo por el Rey de Francia, Luis el Bienamado (un nombre glorioso). Recomiendo a Su Majestad mi amada familia. Me arrepiento de to-

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dos mis pecados y tengo la firme confianza de obtener merced el Dios misericordiosos, por los méritos de Je-sucristo, su hijo bendito, nuestro Señor, a quien reco-miendo mi alma. Amén.77

El desastre de Culloden fue el final de una era y de toda una generación de masones jacobitas, que habían marcado con su impronta, a la naciente francmasonería francesa. La muerte de los líderes escoceses privó a la Restauración Templaria de sus máximos inspiradores. Esa es la causa por la que von Hund quedó aislado. En-terado de la muerte de todos aquellos que lo habían ini-ciado, esperó en vano que lo contactaran los «Superio-res» a los que nunca conocería.

Cuando reconoció esta situación en 1764, comenzó un proceso de crisis en la Orden; por un lado, como hemos visto, más y más nobles se plegaban al movimiento, pe-ro al mismo tiempo surgían situaciones complejas que amenazaban con debilitar la Orden: Farsantes que se presentaban asegurando ser «Superiores Desconoci-dos», intentos de buscar a estos incógnitos jefes en lu-gares inverosímiles de Escocia, planteos acerca de la le-gítima autoridad de von Hund, etc.78

Como consecuencia de todos estos embrollos, la Es-tricta Observancia entró en su etapa final, signada por un estado deliberativo que dio lugar a una sucesión de asambleas que desembocarían en el célebre Convento de Wilhelmsbad. En el Convento de Köhlo, celebrado en 1772, von Hund fue desplazado de la conducción del la Orden, proclamándose al duque Ferdinand de Brunswick Gran Maestre General de la Orden de los Francmasones reunidos bajo el Régimen Rectificado (Magnus Superior Ordinis). Se inició entonces un pro-

77 Mellor Alec, ob. Cit. p. 187-188. 78 Nos hemos referido extensamente a este período de crisis de la EOT en El Mito de la Revolución Masónica.

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ceso de reorganización administrativa que completó la restauración de las antiguas provincias templarias. La tarea iniciada por von Hund fue completada gracias a la acción de un importante núcleo de dirigentes, entre los que cabe destacar a los barones de Weiler y de Wae-chter.

Quedaron así constituidas las siguientes jusrisdic-ciones: II° Provincia (Auvernia-Lyón); III° (Occitania- Burdeos); V° (Borgoña-Estrasburgo); VII° (Alemania In-ferior-sobre el Elba y el Oder); VIII° (Alta Alemania) y la IX° (Italia, por escisión de la VIII).

No podemos culminar la narración de la tragedia es-cocesa sin unas notas finales sobre el destino de los es-tuardistas. A pesar de la derrota aplastante y de la muerte de sus jefes, los masones escoceses no se dieron por vencidos. Aquellos que pudieron salvarse siguieron abriendo Capítulos en el continente con la esperanza de concitar nuevos aliados y regresar a Escocia. Tal fue el caso de los Capítulos de Toulouse, Nantes y Arras; in-cluso llegaron a federar las logias escocesas preexisten-tes en Marsella; pero Francia les reservaría otra traición. En 1748, de conformidad con las disposiciones de la Paz de Aquisgran, Carlos Eduardo Estuardo fue expulsado de Francia. A partir de allí los escoceses (de nación) abandonan paulatinamente sus esfuerzos; en cambio, los masones escocistas (los que sin ser escoceses de na-ción habían abrazado aquel sincretismo masónico caba-lleresco) inician un largo camino, creando nuevos gra-dos y sistemas masónicos, con sus propios Capítulos y sus Logias de Perfección. Ya no es una masonería esco-cesa sino de origen escocista. Hacia 1761 aparecería su grado más emblemático: el de Caballero Kadosh. El es-cocismo, con sus Capítulos de Elegidos, sus Logias de Perfección y sus Grados de Caballería siguió —como veremos— rumbos diferentes al de la Estricta Obser-

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vancia templaria, pese a que ambos tuvieron un origen común.79

Pero mientras esto ocurría, la masonería europea es-taba sufriendo otro tipo de infiltración, absolutamente diferente en sus objetivos pero parecida en sus méto-dos. Contrariamente a esta aristocracia que soñaba con restaurar el antiguo Imperio, del cual se imaginaba co-mo su brazo militar, en otros ámbitos, en los salones en donde se discutía a Rousseau y a Voltaire o en las uni-versidades en donde comenzaban a gestarse las corrien-tes librepensadoras, surgía un movimiento radical cuyo objetivo era la destrucción total y definitiva de la Iglesia y de las monarquías.

Este movimiento estaba liderado por una secta que se movía con extremo sigilo. Se llamaban a sí mismos Illu-minati y estaban convencidos, al igual que décadas an-tes los escoceses, que la francmasonería era la herra-mienta más perfecta jamás concebida para llevar ade-lante una conspiración. Los Illuminati habían sido fun-dados por un oscuro profesor llamado Adam Weishaup, probablemente la mente más letal para el Antiguo Régimen. El único enemigo que se le oponía en el control de la francmasonería era la Orden de la Es-tricta Observancia. De modo que todo estaba dispuesto para el mayor enfrentamiento que, hasta la fecha, re-cuerde la sociedad de los masones.

79 Ver Apéndice I.

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Capítulo VII

LOS MAESTROS ESCOCESES Y LOS ILLUMINATI

1. La Reorganización de la Estricta Observancia

Impedido de presentar pruebas fehacientes de la verda-dera filiación y origen de la Orden de la Estricta Ob-servancia, el barón Hund fue removido de su cargo en el Convento de Khölo, celebrado entre el 4 y el 24 de junio de 1772. En su lugar fue electo Ferdinand de Brunswick (1721-1792), duque de Brunswick-Lunebourg-Wolfen-büttel, hermano del duque reinante Karl I.

Brunswick se dio a la tarea de insuflar nuevos bríos. Comenzó entonces una fuerte expansión de la Orden, que instaló establecimientos en Francia, Suiza, Dina-marca, Polonia, Hungría y en Rusia, mientras que Italia quedó integrada en la VIIIª Provincia de la Alta Alema-nia, y Saboya a la IIª Provincia de Auvernia. En Francia se organizará el «Directorio Escocés» de la Reforma en tres provincias: Borgoña, Occitania y Auvernia, tenien-

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do por capitales Estrasburgo, Burdeos y Lyón.80 Al frente de ellos está Godefroy Henri de La Tour (1758-1792) 6º Duque de Bouillón, hijo de quien fuera protec-tor del caballero Ramsay.81

Al año siguiente, la Orden volvió a convocar un nue-vo Convento, esta vez en Berlín. Señala Martí Blanco que «el hecho destacable de ese Convento, fue el en-frentamiento entre Zinnendorf y Ernst Werner von Ra-ven (1727-1787) y que propició la salida y abandono de Zinnendorf, que reivindicaba claramente un esoterismo fundamentado en la magia divina y estaba muy poco interesado en la leyenda templaria, mientras que los dignatarios de la Estricta Observancia tenían como úni-ca reivindicación el reapropiarse de la herencia templa-ria».

Podemos agregar que von Raven había sido armado caballero por el propio von Hund, junto con Joachim Heinrich von Schröeder82 (1725-1795), quien sería pos-teriormente el creador del Rito de Schröeder, muy ex-tendido en Alemania.83 En cuanto a Johann Wilhelm Zinnendorf —Cirujano en Jefe del Estado Mayor de Berlín— también establecería un nuevo rito, apoyado por el duque de Sudermania. Enfrentado con sus anti-guos hermanos, firmó un acuerdo con los ingleses de la Gran Logia Real York con base en Alemania, en el que ambas partes se comprometían a tomar todas las medi-das necesarias y hacer «cuantos esfuerzos fueran ima-ginables» para precaver a la masonería contra «esta sec-ta de masones que ha tomado el nombre de Estricta

80 Martí Blaco, Ramón. Ob cit. 81 Ver Frau Abrines, Tomo I, p. 175. 82 Bernheim, Alain, The Three Lios Lodge At Wismar; (Conferen-cia en la Universidad de Lund, Suecia, 2004). 83 Actualmente, aunque de manera desgajada, el Rito de Schröe-der se sigue practicando en la Resp# Logia Unitas 387, de la Gran Logia de la Argentina.

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Observancia». Evidentemente los masones ingleses se-guían preocupados por el legado de la francmasonería caballeresca escocesa en el Continente y operaban en consecuencia.84

El tercer Convento se llevó a cabo en Brunswick entre mayo y julio de 1775. A él concurrieron 22 príncipes alemanes, lo que permite apreciar la magnitud del po-der que, para ese entonces, había reunido la Estricta Observancia. Su principal objetivo seguía siendo, como acabamos de ver, el reclamo de la restitución territorial de la herencia templaria. Había que definir esta cues-tión.

Von Hund fue convocado y sometido a un extenso in-terrogatorio. Cansado y desprestigiado, volvió a repetir la historia que todos sabían, sin poder demostrar la au-tenticidad de los títulos que lo habían habilitado a res-tablecer la Orden en Alemania, y sin poder probar la existencia de las Superiores Ignorados, ni de aquellos que lo vinculaban a la Orden del Temple. Ni Charles Radcliff, ni lord Kilmarnok —conocedores de la misión que se le había encomendado— podían salir en su de-fensa. Decapitados veintinueve años antes, no quedaba nadie que pudiera atestiguar en su favor. Y si von Hund guardaba algún secreto, se lo llevaría a la tumba un año después, el 10 de octubre de 1776.

Paradójicamente, von Hund fue víctima de una nom-bramiento in pectore por parte del alto mando estuar-dista, combinado con una misión secreta que comenza-ba a hacer agua pese al éxito logrado. Sabemos que la expresión in pectore (dentro del pecho) se dice del car-denal que habiendo sido designado por el papa, aún no ha sido proclamado. Pero esta expresión ha sido usada en reiteradas oportunidades en la historia de la Orden

84 Sobre la estructura de grados del los Ritos Escocés Rectificado, Sueco y de Zinnendorf ver el Apéndice Nº III.

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del Temple y de la propia francmasonería. ¿Cuántos Hermanos han quedado varados en medio de una mi-sión secreta? ¿Cuántos han quedado con grados no re-conocidos, por la prematura muerte de Grandes Maes-tres o Altas Autoridades que así lo habían dispuesto? El caso de von Hund es paradigmático.

Sin esas pruebas, la esencia misma de la Orden co-menzaba a perder sentido; al respecto escribe Walter Hess: «Todos estos acontecimientos mostrarían clara-mente que el sistema, en despecho de su impresionante despliegue, reposaba sobre frágiles bases. El Magnus Superior Ordinis, el Duque Ferdinand de Brunswick y su suplente, el Príncipe Charles de Hesse, se dieron per-fecta cuenta de ésta situación. A partir de 1777, desarro-llaron planes para una reforma total de la Estricta Ob-servancia.»85

Esos planes encontraron el cauce en manos de un hombre, considerado en la actualidad una de las figuras más importantes de la historia de la masonería. Entra aquí en escena Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824).

Iniciado en 1750, a la edad de veinte años, fue elegido Venerable Maestro solo dos años después. Al igual que lo que ocurría en muchas logias francesas, reinaba en su taller cierto relajamiento que no se condecía con lo que Jean-Baptiste esperaba de la Orden. Según él mismo re-lata en una carta que dirigiera a von Hund (14 de di-ciembre de 1772)86, decidió fundar una nueva logia con un grupo de hermanos que compartían sus mismas as-piraciones. La denominaron La Perfecta Amistad y en 1756 obtuvieron una carta patente de la Gran Logia de Francia.

85 W. Hess, Chevaliers et Franc-Maçons, Approche contemporai-ne du Rite Écossais Rectifié, Ivoire-Clair, 2001, pp. 48-49. 86 Var, Ob. cit. p. 62.

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Continuó al frente de la logia hasta 1762, año en el que ya se desempeñaba como Presidente de la Gran Logia de Maestros Regulares de Lyón que él mismo ha-bía contribuido a fundar. A partir de 1763 fue nombra-do Gran Guarda Sellos. En 1765 lo encontramos fun-dando un capítulo independiente con el nombre de Ca-pítulo del Águila Negra, junto con su hermano Pierre-Jacques, cuya actividad principal era la investigación alquímica. Para ese entonces, Willermoz poseía un pro-fundo conocimiento de las distintas vertientes masóni-cas y se había convertido en un incansable buscador de sistemas y Ritos que insuflasen un espíritu renovado, y a la vez tradicional, a la francmasonería. Algunos auto-res no dudan en atribuirle la creación el grado emble-mático de «Caballero Rosacruz» que luego se incorpo-raría al Rito Escocés Antiguo y Aceptado.

Finalmente, en 1767, tomó contacto con la Orden de los Caballeros Masones Élus Cohen del Universo fun-dada por Martinez de Paqually en la que fue introduci-do por Bacon de la Chevalerie y el marqués de Lusig-nan. En 1772 descubrió la existencia de la Orden de la Estricta Observancia Templaria que, en palabras de Maurice Colinon: lo sedujo para siempre.87 El contacto se hizo a través del barón de Weiler, a la sazón repre-sentante de von Hund.

Se inició entonces el proceso en el que ambas es-tructuras, la de la Estricta Observancia y la de los ma-sones franceses liderados por Willermoz conformarían un nuevo Régimen en base a un sistema de grados que dotaría a la Orden de una vía iniciática y coherente desde la Clase Simbólica hasta la Clase Secreta, y de una Código que regularía su funcionamiento. Final-

87 Colinon, Maurice, La Iglesia frente a la Masonería (Buenos Ai-res, Editorial Huemul, 1962). Ver: Jean Baptiste Willermoz y la Estricta Observancia. pp. 90-95.

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mente, la tradición de los canteros y la de los caballeros estaba definitivamente unida.

Quedó así constituido el Régimen Escocés Rectificado que tiene la particularidad de poseer el grado de Maes-tro Escocés de San Andrés que completa y trasciende al grado de Maestro Masón. El grado de Maestro Escocés cumple la función de bisagra o conexión entre los tres primeros grados simbólicos (Aprendiz, Compañero y Maestro Masón) y la Orden de Caballería.88

La primera etapa de esta reforma se llevó a cabo en el Convento de las Galias, celebrado en Lyón en 1778, en el cual se presentaron todos los antecedentes y docu-mentos que harían, de ésta, la mayor reorganización de la masonería en el siglo XVIII.89

La Orden quedaría constituida por un nivel primario que correspondía a la iniciación masónica tradicional, un segundo nivel estatuido como una Orden de Caba-llería y un tercer estamento (secreto), de naturaleza re-ligiosa. Teniendo en cuenta que el primer nivel corres-ponde al mundo de los oficios (el trabajo), que el se-gundo a la caballería (relacionado con el armamento y la guerra) y el tercero a la profesión de la fe, podríamos decir que este régimen reproducía a la perfección el or-den político-social medieval. Un orden funcional que era el reflejo de una teología cristiana trinitaria y que uno se ve tentado a evocar en su origen protohistórico, ya planteado por Georges Dumézil cuando definió el carácter trifuncional de los antiguos dioses indoira-nios.90

88 El Grado de Maestro Escocés no solo se ha perdurado en el Régimen Escocés Rectificado sino también en el Rito Sueco y el Rito de Zinnendorf. Volvemos a remitir al lector al Apéndice III. 89 Cf. Var, Jean-François, Los Conventos Fundacionales del Régimen Escocés Rectificado (España, Ediciones MASONICA.ES, 2014). 90 Cf. Dumézil, Georges Los dioses soberanos de los indoeuro-peos, Barcelona, Herder, 1999.

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Sancionada la Reforma de Lyón en Francia, Ferdi-nand de Brunswick y Carl von Hesse-Casel compren-dieron la necesidad de aplicarla en Alemania a fin de convertirla en universal. El sueño de una unidad de la masonería rectificada escocesa estaba en marcha.91

2. La Secta de Adán Weishaupt: Los Illuminati

Pero mientras esto ocurría, otras fuerzas comenzaban a moverse dentro de la francmasonería y una sociedad secreta estaba formándose en Alemania, más precisa-mente en la región de Baviera. Europa ingresaba ple-namente en la Ilustración y las nuevas ideas se expan-dían con rapidez, seduciendo incluso a gente de la no-bleza. El mundo estaba cambiando.

Pero los Iluminados de Baviera iban mucho más allá de las ideas de la Ilustración. La organización había si-do concebida por su fundador como una maquinaria dirigida a destruir las bases religiosas y políticas sobre las que se sustentaba el Antiguo Régimen. Se trataba de una concepción radical, fanática y subversiva de la polí-tica. Pasaría a la historia con el nombre de Illuminati, y aunque en la actualidad algún despistado la defina co-mo «un mito urbano», ocasionó más daño a la francma-sonería que el conjunto de bulas pontificias, del mismo modo que contribuyó a exacerbar la atmósfera de vio-lencia que derivaría en la furia revolucionaria de 1789.

Su fundador, Adán Weishaupt (1748-1830) com-prendió, como muchos otros antes y después que él, que la francmasonería era una extraordinaria herra-mienta de poder, a la vez que comprobó que resultaba

91 Callaey, Eduardo, El Mito de la Revolución Masónica (Ver: La Reforma de Lyón)

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permeable a la infiltración de sus bases. Y eso es lo que hizo.

Los Illuminati implementaron un sofisticado sistema de infiltración que no deja de sorprender por su eficiencia y rapidez. Podríamos decir que cuando los masones final-mente reaccionaron y la condenaron —uniéndose así a los Estados que la consideraron subversiva desde un principio— ya era tarde. El único masón que tuvo plena consciencia del peligro que se avecinaba fue Joseph de Maîstre, quien la definió como «un monstruo compues-to de todos los monstruos y si nosotros no lo matamos, nos matará».92

Desgraciadamente, la Orden de los Iluminados de Baviera fue asociada con los francmasones, vinculándo-los a causa de ello, con la violencia revolucionaria que sacudiría Europa en las postrimerías del siglo XVIII.

El plan de infiltración fue tan eficaz que la secta —dice Valentí Camp— «…fue considerada como elemento di-rector de la Revolución social, que Weishaupt y otros muchos agitadores reputaban inminente. Francia fue la nación escogida para realizar tal empresa, como un la-boratorio donde hacer el experimento, como lo fue más tarde y lo vino siendo durante todo el siglo XIX».93

Podría decirse que Adán Weishaupt fue, para la ma-sonería, el Caín del Siglo de las Luces. Nacido en 1748 en la ciudad de Ingolstadt, hijo de un profesor de dere-cho penal, se recibió de abogado en 1768. Gracias a la influencia del barón de Ickstatt (tío de su esposa), se convirtió en profesor titular a los 25 años y decano de la Facultad de Derecho a los 27.94

92 Cf. De Maîstre, Josep, La Francmasonería. Memoria Inédita al Duque de Brunswick (España, Ediciones MASONICA.ES, 2013). 93 Valentí Camp, Santiago; Las sectas y las sociedades secretas (Editorial Valle de México, México DF). Vol. II p. 656-658. Cf. Lu-chet, Essai sur la secte des illuminés (París, 1843). 94 Bayard, ob.cit. 127.

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Weishaupt sentía un profundo odio contra el clero católico, en especial contra los jesuitas que lo habían educado. Creía que la religión asfixiaba a la verdadera ciencia, sometía la voluntad de los príncipes y embrute-cía al pueblo con el veneno de la superstición. Aborre-cía, al igual que muchos otros intelectuales bávaros, las desigualdades del absolutismo, quería aniquilar la mo-narquía y destruir la Iglesia Católica.95

En 1776 creó un partido de oposición a los católicos que controlaban la Universidad de Ingolstadt. En un principio sus seguidores eran sus alumnos y discípulos con los que se reunía en secreto. Pero pronto compren-dió que si quería extender su secta, debía encontrar una base de operaciones. En 1777, fue iniciado en la logia Teodoro del Buen Consejo, que operaba en la ciudad de Múnich. Los Illuminati entraron detrás de él. A sus alumnos y discípulos se les unieron otros profesores; el clima político era turbulento y pronto hubo dos logias bajo el control de los Illuminati: una en Múnich y otra en Eichstcedt. Sus miembros tomaban nombres simbó-licos entre los del mundo clásico a fin de ocultar su identidad.

La Orden de los Illuminati estaba dividida en cuatro grados. En el primer grado el iniciado prestaba un jura-mento de obediencia absoluta. En el segundo juraba lu-char contra la superstición, la maledicencia y el despo-tismo. En el tercero, descubría que el objetivo real de la Orden era el de apoderarse de los estamentos del Esta-do, exterminando príncipes y sacerdotes. En el cuarto y último se le revelaba que todas las religiones carecían igualmente de fundamento, imponiéndole el ateísmo.

Hacia 1780, Weishaupt había captado la voluntad del marqués de Constanza (que tomó para sí el nombre de Diómede) a quien le encomendó que fundara nuevas

95 Ibidem 128.

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logias integradas mayoritariamente por protestantes que compartían su odio al catolicismo. En Francort-sur-le-Mein el marqués se contactó con un hombre que se-ría un factor clave en la historia de los Illuminati: El ba-rón Adolf Franz Friedrich von Knigge, un ex miembro de la Orden de la Estricta Observancia Templaria.

Von Knigge se convirtió en la mano derecha de Weishaupt. En poco tiempo reclutaron numerosos cua-dros entre la nobleza y la alta burguesía bávara y con-trolaron gran parte de la administración pública. En 1781, von Knigge y Weishaupt sellaron un acuerdo de-cisivo para el futuro de los Illuminati. Se decidió que aquél se haría cargo de la organización de la secta, a fin de infiltrar masivamente en la francmasonería alemana. Si querían apoderarse de ella, primero hacía falta do-blegarla y someterla. Pero von Knigge sabía que sin de-rrotar a la Orden de la Estricta Observancia esto no se-ría posible.

Cuando el Duque de Brunswick convocó al Convento que se realizaría en Wilhelmsbad en 1782, Knigge supo que había llegado el momento. Podría, por fin, llevar las ideas de los Illuminati al más alto nivel masónico jamás imaginado. Weishaupt, entusiasmado, le otorgó plenos poderes y el control de toda la maquinaria de la secta, que puso la lanza en ristre hacia lo que conside-raban una batalla decisiva.

Dos masonerías, de corte diametralmente opuesto, se enfrentarían en aquel año de 1782. Resulta abrumador pensar que la masonería escocesa había tardado más de cuarenta años en ver su sistema plasmado, en tanto que Weishaupt había logrado, en apenas cinco, reclutar dos mil masones calificados, ubicados en lugares estratégi-cos y dispuestos a destruirlo todo en su afán de acabar con la monarquía y la Iglesia.

Digamos, antes de ir al acto final de esta historia, que pese a los posteriores anatemas de algunas Grandes

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Logias hacia la secta, existe una profusa literatura ma-sónica que se niega a condenarla o lo hace solo a rega-ñadientes, ratificando de este modo la profunda infil-tración que logró en las filas masónicas y la supervi-vencia de su espíritu en un vasto sector de la francma-sonería.

3. La Batalla Final

El 16 de julio de 1782, Ferdinand, duque de Brunswick, inauguró la primera sesión del Convento convocado en Wilhelmsbad, ciudad cercana a Hanau, en territorio del príncipe Carl von Hesse-Cassel. Ambos jefes y cabezas de la Estricta Observancia se habían asegurado jugar de locales en la decisiva contienda que se avecinaba. Esta-ba en juego el destino de su Orden y —en gran parte— de la propia francmasonería.

Treinta y seis delegados se presentaron ante el Con-vento, procedentes de la Alta y la Baja Alemania, Ho-landa, Rusia, Italia, Francia y Austria. Una gran expec-tativa se había generado en todos los círculos masóni-cos.

El primer conflicto no tardó en surgir. La Comisión de Poderes, encargada de velar por la legitimidad de los delegados, estaba controlada por la Estricta Obser-vancia y, como suele ocurrir, puso todas las trabas po-sibles al ingreso de aquellos que, se sabía de antemano, votarían en contra de las resoluciones del Convento.

Pero no pudieron impedir que un grupo de racio-nalistas —entre ellos el barón von Knigge y algunos Illuminati— pudiera acreditar sus respectivas creden-ciales.

Gran parte de la nobleza del Imperio Alemán y de Francia estaba reunida en Wilhelmsbad. Aquello que se iba a debatir afectaba a los Estados, pues la reivindica-

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ción templaria incluía a las tierras que alguna vez ha-bían sido del Temple. Muchos de los presentes eran, a su vez, representantes de aquellos Estados, o más aún: El Estado mismo. Nos preguntamos ¿qué hubiese suce-dido si estos príncipes hubiesen proclamado su de-manda?

Como se esperaba, apenas iniciadas las sesiones, los racionalistas, en alianza con los Illuminati, embistieron con un violento discurso anticatólico. Los delegados bávaros, principalmente los barones Adolf Franz von Knigge y Franz Friedrich Dittfurth von Wetzlar, convir-tieron las primeras jornadas en un debate encarnizado.

Luego de acusar a la Estricta Observancia de operar a favor de Roma, haciendo responsables a los jesuitas de nuclear a la francmasonería en beneficio del papado, Dittfurth arremetió contra la restauración templaria, invocando en su contra el apoyo del propio José II, em-perador del Imperio Austro-Húngaro, el más antima-són de los monarcas ilustrados.

La situación era de extrema volatilidad. Willermoz se referiría a aquella irrupción de Dittfurth lamentando «la osadía de emprender en una asamblea de cristianos y atacar de la manera más escandalosa todo principio de religión, de ridiculizar amargamente todo lo relacio-nado con ella, de rebajar de todos los estados de la so-ciedad civil los rangos y los títulos de los príncipes, en fin, de proponer fundar una nueva masonería sobre es-tos principios destructores de todo lo que existe de ver-daderos lazos entre los hombres, la cual tendría por ba-se la nueva filosofía del siglo».96

96 Le Forestier Ob. cit. p. 669. La cita está tomada de Los Cuader-nos Verdes N° 3 (Num. 9 des Cahiers Verts) editados por el Gran Priorato de Hispania, del Régimen Escocés Rectificado; traduc-ción de Ramón Martí Blanco, Barcelona, 2002, p. 38, nota 10.

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El plan de von Knigge comenzó a dar sus frutos. En-tre sus nuevos aliados estaba Johann Joachim Bode, de-legado del poderoso duque Ernst von Gotha. Digamos que von Ghota no solo protegería a Weishaupt, el fun-dador de los Illuminati, sino que impediría en el futuro que le cortaran la cabeza.

Jean-Francois Var97 describe aquella encrucijada en estos términos:

Era necesario dilucidar entre los adversarios feroces de la leyenda templaria, en particular Bode y los Ilumina-dos de Baviera, y aquellos que reivindicaban la Orden del Temple, fuera para obtener la devolución de los bienes anteriormente poseídos por la Orden, fuera para tener acceso a las ciencias herméticas supuestamente detentadas por esta, y ocultada por los presuntos Supe-riores Desconocidos quienes, supuestamente, garanti-zaban su conservación.

El Convento tenía por objeto dos aspiraciones: Poner freno a la multiplicidad de sistemas masónicos de «Al-tos Grados» y dilucidar verdaderamente si la Orden te-nía un origen templario. Podría decirse que fue un fra-caso en cuanto al primer punto. Respecto del segundo dejó en evidencia que existía una enorme dificultad pa-ra probar la existencia del origen que buscaba resolver. Como consecuencia de ese Convento nació el actual Régimen Escocés Rectificado, que renunciaba a la he-rencia material del Temple, pero que hacía una reivin-dicación de la espiritual.

Pero no fue la única. Hay al menos dos que valen la pena mencionar.

La primera es que luego de finalizado el Convento, la gran mayoría de Hermanos alemanes que sostenían el derecho a reivindicar la herencia total del Temple (tanto material como jurídica y espiritual) volvió al seno de la

97 Los Cuadernos Verdes N° 1 (Num.7 des Cahiers Verts) p. 44.

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Orden de la Estricta Observancia, que siguió mante-niendo una fuerte influencia sobre la masonería alema-na hasta fines del siglo.

La segunda es que a partir de Wilhelmsbad se acre-centó el poder de los Illuminati, que pugnaban por qui-tar de la masonería todo lo que oliera a caballería esco-cesa, y que salieron fortalecidos de aquél Convento. Es-te debate, lejos de ser superficial, involucró a filósofos y pensadores preclaros de la Alemania de fines del siglo XVIII y principios del XIX, tales como Ignatius Aurelius Fessler, Johann Gottlieb Fichte, Johann A. Schneider y Karl Krause, entre otros.98

No todos estos hombres formaban un frente mono-lítico en cuanto su visión de la Orden, puesto que —si bien compartían una misma actitud frente al desen-freno de ritos y grados, y creían firmemente en un ori-gen medieval y gremial de la Orden— a veces no coin-cidían en la necesidad de encontrar una «historia ofi-cial». Al respecto, en la correspondencia entre Fichte y Fessler, a la sazón enfrentados en una querella interna, Fichte se pregunta: «¿Con qué propósito quiere el ma-són una historia de su Orden, que le sirva, además, co-mo explicación misma de esta misma Orden…?».99

Incluso sería necio desconocer que este debate aún se mantiene en círculos académicos, además de mantener fragmentada en la actualidad a la francmasonería. Baste mencionar la obra de Oncina Coves sobre el epistolario de Fichte Cartas a Constant, en la que afirma que:

Entre los rasgos principales de este período hay que subrayar los siguientes: la introducción de los grados superiores (a menudo tendiendo un velo de misterio

98 Referimos al lector al Apéndice II 99 Oncina Coves, Faustino; Filosofía de la Masonería, (Edición de Faustino Oncina Coves, Istmo, Madrid 1997), pp. 17, 18 y si-guientes.

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sobre los que ocupan el vértice de la jerarquía), deudo-res de las Órdenes de los Caballeros, se había realizado con menoscabo de los grados simbólicos provenientes de la masonería operativa, esto es, de los gremios me-dievales de constructores; la presencia del esoterismo más burdo; y la proliferación por una parte, de siste-mas y rituales masónicos y, por otra, de sectas no es-trictamente masónicas, sembrando el caos.100

Poco tiempo después del Convento de Wilhelmsbad, la Gran Logia Madre de Berlín pareció reaccionar frente al avance de los Illuminati y emitió una declaración en la que denunciaba a «los masones que degradan a la francmasonería introduciendo en ella los principios del iluminismo…». Algunos se arrepintieron de sus víncu-los con la secta creada por Weishaupt y confesaron su error ante el Elector de Babiera. La misma declaración advertía que, de persistir esta infiltración en la Orden, tarde o temprano el brazo secular (el propio Empera-dor) atacaría a la masonería entera.

Dos años después, en 1785, la Orden de los Illuminati fue disuelta y Weishaupt condenado. Bode intervino en su favor y el príncipe von Gotha lo protegió en su corte. Pero lejos de cesar en sus actos subversivos, siguió conspirando y fue inspirador de las acciones del Terror, durante la Revolución Francesa. Sus últimos años pasa-ron en la clandestinidad, bajo el amparo de la masone-ría que él mismo había corrompido.

Como dato mencionaré un documento revelador. En 1829 se imprimió una obra en dos tomos: Précis Histo-rique de L’Ordre de la Franc-Maçonnerie.101 Su autor, escondido bajo el pseudónimo J-C B# no deja dudas acerca de su filiación. En el segundo volumen hay una

100 Ob. cit. Ibidem. 101 J-C B#, Précis Historique de L’Ordre de la Franc-Maçonnerie, (París, Rapilly, Libraire, 1829) Vol. II pp. 295-98.

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larga nómina de masones ilustres con sus respectivas biografías. En la letra «W» se mencionan solo tres: El barón Walterstorff, chambelán de Dinamarca; Georges Washington y Adam Weishaupt, que figura como muerto en 1811, cuando en verdad murió un año des-pués de la publicación referida, en 1830.

En todos esos años, entre 1811 y 1830, mientras sus Hermanos lo hacían pasar por muerto, Weishaupt, fue protegido por la Casa Saxon-Coburgo-Gotha. Aún así, muchos siguieron denunciándolo, entre ellos el propio Joseph de Maîstre —el primero en advertir el peligro que representaba Weishaupt— que en 1811, casi treinta años después de Wilhelmsbad, decía indignado: «Su je-fe es conocido, sus crímenes, sus proyectos, sus cómpli-ces y sus primeros éxitos lo son también; los reglamen-tos de la secta han sido requisados y publicados por el gobierno, traducidos al francés y publicados…» Resulta claro que había muchos interesados en proteger al bá-varo.

Emilio Corbiere102 sugiere que Hegel estaba en la lista de los Illuminati. Se basa en las publicaciones de «Mi-nerva», una revista masónica que dependía de la publi-cación francesa La Chronique de Paris. El editor de la versión germana, un masón alemán de nombre Ar-chenholzt, confirma en su autobiografía que Hegel era miembro de la secta.

También aparece vinculado con el Cercle social, y la Confédération Universelle des Amis de la Verité, am-bos puntos convergentes de grupos Illuminati revolu-cionarios. Afirma Corbiere que cuando Hegel llega a Frankfurt, en 1797, conocía perfectamente la existencia de los Illuminati. Su amigo Fichte había sido acusado

102 Corbière, Emilio (bajo el seudónimo de Francisco de Miranda) Hegel y la Masonería. (Buenos Aires, Revista Símbolo, Nº 60, 1997).

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de pertenecer a la secta después de escribir su libro Fi-losofía de la Masonería y lo vigilaban de cerca. La nó-mina de amistades masónicas de Hegel es enorme, en la que destaca, entre muchos otros, Bode, figura clave en el círculo que protegía a Weishaupt. Pero también están Goethe, Hölderling, y Krause. Muchos de ellos estaban bajo vigilancia, al igual que Fichte, sospechados de Illuminati, incluidos el profesor Thiersch y el príncipe Hardenberg, jefe del gobierno de Prusia. Justamente Prusia se convierte en un centro revolucionario copado por miembros de la secta creada por Weishaupt, todos masones, fundadores de otra sociedad revolucionaria: La Orden de Los Evérgétes.

Alemania continuó sufriendo el choque entre la Es-tricta Observancia y los Illuminati hasta bien entrado el siglo XIX. Claro ejemplo del encarnizamiento es Carl Chirstian Krause, que combatió a la orden fundada por von Hund, hasta que fue expulsado de su logia, la «Zu den drei Schwerten», de Dresden, en 1810, junto con Federico Mossdorf, otro amigo de Hegel. Es perseguido en la vida civil y se le impide trabajar en la Universi-dad.

Krause crearía una corriente filosófica denominada krausismo, que tuvo fuerte influencia en España y en el Rio de la Plata. Inspiró a Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical y presidente de la República Ar-gentina. Toda una generación de masones pertenecien-tes a la UCR se forjó en el krausismo, incluido otro pre-sidente argentino, don Arturo Illia. La mayoría ignora que esa filosofía nació en medio de las luchas de Krause contra la Orden de la Estricta Observancia.103

103 Un extenso artículo sobre Carl Krause puede leerse en mi li-bro Monjes y Canteros. Ver capítulo I: Krause y la Rebelión de los Historiadores.

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Desatado el Terror en Francia, Robespierre y los ja-cobinos, inspirados por Weishaupt, lanzaron una im-placable persecución contra la masonería del Antiguo Régimen y muchos fueron ejecutados; otros escaparon y algunos, heroicamente, defendieron los últimos bas-tiones de la larga herencia escocesa. Tal fue el caso de Henri de Virieu que murió en el asedio de Lyón en 1793. Ese mismo año serían guillotinados uno de los hermanos de Jean Baptiste Willer moz y Felipe «Igual-dad» duque de Chartres, el tristemente célebre Gran Maestre del Gran Oriente de Francia, quien después de haber traicionado a sus hermanos fue a su vez devora-do por la propia revolución a la que había adherido.

Muchos de los líderes de la Estricta Observancia se enrolaron en el ejército formado por Prusia y el Impe-rio, cuyo objetivo era derrotar a la Revolución. Al man-do estaba otro masón: el sobrino de Ferdinand de Brunswuick, el duque Carl Wilhelm Ferdinand von Brunswick.

Algunos sobrevivirían y la masonería francesa re-nacería con un rostro diferente. La del siglo XVIII había muerto, asesinada por la revolución. En Inglaterra, las guerras franco inglesas también habían agotado las filas de los masones; llegó entonces el momento de la recon-ciliación. Masones «antiguos» y «modernos» sellaron la paz en 1813 y, por primera vez, hubo en las Islas Britá-nicas una masonería unificada. Paradójicamente, mien-tras la caballería templaria se replegaba en Francia a la espera de mejores tiempos, en Inglaterra nacía un nue-vo templarismo, como si tanto dolor y tanta tragedia debiesen ser reparados de algún modo.

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EPÍLOGO

Decía, al principio de este libro, que sin conocer este la-do de la historia de la masonería en el siglo XVIII, resul-ta imposible entender lo que luego vendría.

Al mirar hacia atrás y repasar la gesta de los estuar-distas en Europa, es posible acercarse un poco más a los claroscuros que anidan en la francmasonería. Com-prender las traiciones y los cambios abruptos; los en-frentamientos sangrientos y los intereses opuestos que se jugaron en el seno de sus logias en esa etapa funda-cional.

Cuando se mira el mapa de la batalla de Culloden y se observa el rol de combate que Kilmarnock, Balme-rino y MacLean jugaron en esa jornada, se entiende cla-ramente que, ese día, la masonería cristiana fue derro-tada militarmente por primera vez. La segunda derrota militar llegaría casi medio siglo después, en la batalla por la ciudad de Lyón, cuando corrían los días del Te-rror.

En el futuro, quizá como resultado de «esos años os-curos» —parafraseando a Kervella— la masonería aprendería de sí misma y nunca, nadie, podría acusarla de connivencia con los déspotas ni de complicidad con

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el fascismo. «No deja de ser sintomático —dice Ferrer Benimeli— que los alemanes al entrar en París se apo-deraran inmediatamente de la sede del Gran Oriente, donde a los pocos días instalaron precisamente sus Ser-vicios de Información de las Sociedades Secretas o con-traespionaje político y militar, donde el teniente Moritz dirigía el departamento relativo a la masonería…». Los alemanes tenían claro que los archivos masónicos son una de las fuentes más confiables y seguras de la histo-ria.

Fue justamente en el Gobierno de Vichy, bajo el man-dato del mariscal Pétain, que se centralizó toda la in-formación sobre la masonería, constituyéndose el Servi-cio de Sociedades Secretas a cuyo frente estaba Bernard Fay, cuyo libro más famoso, La francmasonería y la re-volución intelectual del siglo XVIII es una de las más in-teligentes maniobras antimasónicas de la propaganda fascista. Fay y muchos otros intelectuales filo-nazis, vi-vieron y murieron convencidos de que el gran secreto de la francmasonería es que no hay ningún secreto.

Sin dudas, el éxito más grande de la francmasonería fue hacer creer a los intelectuales que el asunto del se-creto era un mito. Pero el éxito más grande de los Illu-minati fue hacer creer a los masones que Adam Weishaupt y su secta también lo son. Así, la masonería es una conspiración, dentro de otra, dentro de un calei-doscopio.

Siempre fue necesario tener poder para participar en política; y siempre fue necesario el dinero para alcanzar el poder. Von Hund debió armar una gran estructura financiera para sostener la Orden de la Estricta Obser-vancia. Willermoz pudo dedicarse a su Reforma luego de haber amasado una fortuna como sedero de Lyón. El escocismo nació entre grandes magnates y militares que cubrían las rutas entre Europa y las Antillas, y entre es-tas y las ciudades del norte de los Estados Unidos.

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Aquella masonería estaba muy lejos, todavía, de los movimientos sociales del siglo XIX y del XX. Esa nueva masonería, republicana y contestataria, heredaría los mismos usos y costumbres de sus predecesores. Pero abriría un campo desconocido: el de la solidaridad so-cial, la contención y la fraternidad.

La masonería enseñó al mundo que se puede jugar a cuatro bandas. Incluso contra sí misma, si eso es necesa-rio. Hay una anécdota interesante de Horace Walpole, masón y Primer Ministro de Su Majestad Británica. En 1743, mientras los estuardistas ganaban terreno en Francia, en Inglaterra la masonería parecía decaer. Dijo entonces, con ironía: «La reputación de los francmaso-nes está en su momento más bajo en Inglaterra. No veo otra cosa que una persecución para ponerlos en boga».

También enseñó que muchos de sus hombres con-sideraron que valía la pena el riesgo. Pues ser masón es un acto de osadía. Y aún más osado entrar en las esferas de la conducción de la Orden. La construcción no es un oficio para gente delicada, ya que nunca se sabe de qué andamio se desprenderá la piedra.

A lo largo de su extensa historia, ha habido nume-rosos príncipes masones encomendando misiones a otros masones dispuestos a cumplirlas. Émulos del «Jo-ven Pretendiente» y de Von Hund, en muchos casos tuvieron destinos similares al de nuestros protagonis-tas. En otros crearon imperios que aún perduran.

Seríamos injustos si no reconociésemos que todos es-tos acontecimientos han moldeado una institución que, oportunamente, ha sabido impulsar el diálogo y la con-cordia en un marco de hermandad desapasionada. Es sabido que los grandes acuerdos no son el fruto de dis-cursos pour la gallery, sino de consensos generalmente construidos fuera de la pasión de las tribunas.

Pero como dice el dicho, aquello que nos salva es también lo que nos pierde. Esa capacidad de secreto, de

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cobertura y de acción, ha sido una y otra vez utilizada tanto para bien como para mal. Aunque resulte difícil de aceptar, la masonería sigue dividida entre los here-deros de la Estricta Observancia y los imitadores mo-dernos de los Illuminati; entre quienes ven a la Orden como una vía iniciática y quienes solo perciben la mag-nífica herramienta capaz de adaptarse a cualquier con-jura.

En el medio existe una larga tierra de nadie. Un ex-tenso campo en donde todo es posible, desde la sociabi-lidad fraternal hasta el esoterismo más exótico. Esa tie-rra de nadie es la cantera de la que se nutren los cua-dros de ambas tendencias.

Puede tomarse este libro como el prólogo de nuestro próximo volumen; pues en el siglo XIX los ejércitos del mundo —realistas e independentistas— casi todos al mando de masones, cambiarían el mapa geopolítico de Occidente y lo prepararían para el gran salto hacia el progreso. Se gestarían las bases del Nuevo Orden Mundial que no en vano, se atribuye a los masones. De-trás de aquellos ejércitos llegarían las logias, y con ellas el progreso, la educación y la esperanza.

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Apéndice I

EL RITO ESCOCÉS ANTIGUO Y ACEPTADO

En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado (R.E.A.A.), que es el más difundido en el ámbito hispanoamericano, encontramos grados que llevan por títulos nombres que hablan por sí mismos: Caballero Rosacruz (18º), Caba-llero de la Serpiente de Bronce (25º), Caballero del Sol (28º), Gran Escocés de San Andrés (29º) entre otros, siendo el más emblemático de todos el de Caballero Kadosh (30º), también llamado Caballero del Águila Blanca y Negra, este último con una clara reminiscencia templaria.

Es relativamente sencillo encontrar literatura sobre el R.E.A.A. en la que son frecuentes los temas vinculados a la caballería y especialmente a las órdenes monástico-militares surgidas en el tiempo de las cruzadas. El gra-do de Caballero Kadosh parece ser la cúspide de la in-fluencia escocesa en el R.E.A.A. En este grado hay un fuerte contenido templario que, de algún modo, viene insinuándose desde los grados anteriores, baste men-cionar que el grado inmediato anterior refiere a San

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Andrés, el Santo Patrono de Escocia. Pero la estructura propia del Rito no se asimila a la de una Orden de Ca-ballería. Su aparición data de la segunda mitad del siglo XVIII y se da en el marco de los Capítulos de Perfección reservados a los Maestros Elegidos.

Dice Kervella: Se trata de añadir al sistema de logias azules (los tres primeros grados) Capítulos de Perfección con indivi-duos cuidadosamente escogidos… Una vez admitidos portaban una banda negra bordada con una cruz roja y una capa blanca que también llevaba la cruz y recibían espada y puñal. Detalle curioso porque la terminología es de los Kadosh, término usado a repetición en los protocolos de recepción… La literatura masónica sitúa la aparición de este grado [Kadosh] en Francia hacia 1761 y como proveniente de Metz, por un militar fran-cés con asiento allí.104

Esta referencia aparece reiteradamente en las in-vestigaciones sobre los comienzos del escocismo. En un trabajo publicado en los Cahiers de la Grande Loge de France se puede leer: «Es en retorno de los desarrollos alemanes del Escocismo que debe atribuirse la elabora-ción en Francia de dos grados que tendrían gran noto-riedad: el Soberano Príncipe Rosacruz (1762) y el de Gran Elegido Caballero Kadosh. Pero si el primero era “el catolicismo hecho grado”, el segundo —introducido en Metz en marzo de 1761 por el Caballero du Barail, joven oficial francés prisionero— olía a hoguera».105

La frase «olía a hoguera» puede entenderse en su connotación templaria. Por otra parte, nadie mejor que la Orden de la Estricta Observancia, había desarrollado

104 Kervella, André; Ob. cit. p. 53. 105 La Franc-Maçonnerie Ecossaise et la Grande Loge de France, en Points de Vue Initiatiques, Cahiers de la Grande Loge de France nº 38-39, París, 1980. Pag. 34.

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los grados escoceses en Alemania.106 Como sabemos, el argumento del Grado de Caballero Kadosh es vindica-tivo, tanto de Felipe el Hermoso como del papa Cle-mente V y forma parte de los denominados «Grados de Venganza» del R.E.A.A.

En cuanto al grado de Soberano Príncipe Rosacruz, mencionado en la misma cita, ya hemos visto que se lo atribuye al propio Jean Baptiste Willermoz, quien por ese entonces (1762) se desempeñaba como Presidente de la Gran Logia de Maestros Regulares de Lyón. No sorprende que en un principio fuera «el catolicismo he-cho grado», dada la catolicidad del propio Willermoz.

Hasta hace poco los historiadores del escocismo care-cían de documentación convincente, pero a partir del Estatuto de Quimper y del registro de Actas de la Logia Saint Benoit podemos conocer mucho más acerca de sus orígenes. Las Actas contienen al menos treinta páginas sobre la Orden Sublime de los Caballeros Elegidos.107

Esta Orden se establece fijando Estatutos y Rituales precisos a fines de 1750, dando así una estructura de conjunto a los numerosos capítulos que existían en te-rritorio francés. Gracias a un trabajo exhaustivo sobre los archivos provinciales puede afirmarse que los Caba-lleros Elegidos y todo lo que por entonces evoca la per-fección o elección, tienen origen escocés y estuardista.108

La primera Logia Madre Escocesa fue fundada en 1745 por Étienne Morin. Se cree que el primer rito de-nominado escocés fue el Rito Escocés Filosófico de la Logia Madre de Marsella, creado hacia 1750 y que ya estaba compuesto de 18 grados. Luego de éste, apareció el Rito de Perfección, compuesto por el Consejo de Em-peradores de Oriente y Occidente (estamos hablando

106 Ver Apéndice II. 107 Kervella, André; Ob. cit. p. 44. 108 Ob. cit. p. 44, 53, 64 y 107.

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de París, hacia 1758). En 1761 Morin parte a las Antillas llevando una Carta Patente. Por entonces, el Rito de Perfección ya tenía 25 grados. La fecha coincide con la aparición del Grado de Caballero Kadosh.

Luego de diversas adaptaciones en América del Nor-te, el 4 de diciembre de 1802, fue dada a conocer al mundo, la creación de un Supremo Consejo de los So-beranos Grandes Inspectores Generales, grado 33º y úl-timo del R#E#A#A# en Charleston (EE.UU).

El Rito Escocés Antiguo y Aceptado arribó a Europa, y más en concreto a Francia, de la mano del conde de Grasse-Tilly, tras obtener una nueva Carta Patente de Charleston. Grasse-Tilly retocó algunos rituales y ense-ñanzas y su obra constituye hoy más o menos el Rito Escocés Antiguo y Aceptado tal como se lo conoce. Po-dríamos completar esta breve síntesis diciendo que el Congreso Mundial de Lausana, de 1875, fijó de forma definitiva el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, impi-diendo la creación de nuevos grados o la modificación de los existentes sin consenso universal de los Supre-mos Consejos. Sus Grados conservan abundante len-guaje referente a los Elegidos y a la Caballería.

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Apéndice II

EL PAPEL DEL PAPADO EN EL JUICIO A LOS TEMPLARIOS

Las recientes investigaciones de Barbara Frale a partir del «descubrimiento» del Manuscrito de Chinon, no de-jan dudas acerca del papel del papa Clemente V en el desgraciado final de la Orden, circunstancia que debie-ra —a mi juicio— poner a revisión el carácter vindicati-vo que determinados grados masónicos guardan res-pecto de la supuesta actuación nefasta del papa en los acontecimientos de 1307 y 1312, hoy desmentida.

Se trata de un documento que forma parte de la in-vestigación pontificia llevada a cabo luego del apresa-miento de los Templarios de Francia por parte de la po-licía de Felipe, fechado en 1308.

Antes de que Barbara Frale encontrase el Manuscrito de Chinón en los Archivos Secretos del Vaticano, hecho ocurrido en el año 2001, las opiniones permanecían di-vididas respecto de la actitud de la Iglesia frente al pro-ceso iniciado por el rey.

Malcom Barber, autor de The Trial of de Templar, ca-tedrático de la Universidad de Reading, realizó una

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profunda investigación del proceso, publicada en ita-liano bajo el título Processo ai Templari, una questione política, en la que sostiene que si Clemente hubiese es-tado dispuesto a condescender con el golpe de mano del 13 de octubre de 1307, podría haber llegado a un acuerdo rápido, aunque sin dudas deshonroso, en be-neficio de Felipe y la Orden hubiera sido disuelta sin más. Sin embargo, inmediatamente promulga, el 22 de noviembre, la bula «Pastoralis praeminentiae», con la cual pone la cuestión templaria en el centro de la Igle-sia, impidiendo de tal modo que quedara en manos de Felipe. Al hacer público el proceso, éste no podría lle-varse a cabo de la manera que el rey lo pretendía sin detrimento de la reputación de las personas involucra-das. Barber resume la posición de muchos historiadores que consideraban a la Iglesia como otra víctima del rey. Evidentemente los documentos descubiertos por Frale han dado la razón a esta corriente.

Para quienes no conocen la obra de Malcom Barber vale la pena señalar que es reconocido como el más des-tacado investigador británico sobre los templarios. El escritor Piers Paul Read —cuyo best-seller The Tem-plars, publicado en 1999 en inglés y en español en el 2000, ha hecho las delicias de miles de masones— le atribuye haber dicho que las especulaciones en torno a los templarios, al filo del nuevo milenio, han generado una «pequeña industria muy activa, rentable por igual para científicos, historiadores del arte, periodistas, pu-blicistas y expertos en televisión». Read sabrá por qué lo dice.

En la contraparte citaremos a Andreas Beck, cate-drático de la Universidad de Friburgo, autor de Der Untergang der Templer, Groβter Justizmord des Mitte-lalters, publicado en español con el título El Fin de los Templarios, un exterminio en nombre de la legalidad, libro en el que afirma que la sumisión de los templarios

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a los dirigentes de la Iglesia que los abandona y los per-sigue, demuestra más que cualquier otra cosa que eran fieles a la Iglesia y a la ortodoxia. Para Beck, la Iglesia fue cómplice de los actos de tortura que llevaron a las confesiones que habrían permitido declarar herética a la Orden, a la vez que acusa a la Inquisición de haber oído lo que con el empleo de la tortura se había propuesto oír.

El Manuscrito de Chinon, y todos los documentos ad-juntos a la investigación de Barbara Frale, desmienten las conclusiones —muy bien intencionadas, pero equi-vocadas— de Andreas Beck. Pero es claro que esta po-sición ha sostenido la actitud propia de los «Grados de Venganza».

Hemos creído oportuno reproducir ambas opiniones porque exponen de modo muy crudo las diferencias que subsistían respecto del Proceso a los Templarios, opiniones que quedan zanjadas cuando se estudian las conclusiones de la investigación de Frale, publicada ba-jo el título Il Papato e il proceso ai Templari.

Los documentos a los que tuvo acceso la historiadora italiana son categóricos respecto a la absolución de los templarios por parte del papa y dieron lugar a una nue-va serie de investigaciones entre las que destaca, en mi opinión, la de Simoneta Cerrini. Veamos por qué.

Historiadora italiana, autora de una tesis sobre la es-piritualidad de los templarios, y miembro destacado de la Society for the Study of de Crusades and the Latin East, Cerrini publicó un libro bajo el título La revolu-tion des templiers que resulta de particular interés para los masones, en especial para quienes investigamos el templarismo masónico. Su trabajo plantea aspectos sen-sibles: La ruptura del orden trifuncional de la sociedad medieval y la autonomía espiritual del Temple; la exis-tencia de una «liturgia» templaria en ultramar, diferen-te a la que se practicaba en Occidente; la influencia de

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algunas corrientes judías —como la kabala— en el sim-bolismo templario y, tal vez lo más controvertido: las relaciones del Temple con el mundo islámico. Abramos el juego.

La historia de la Orden del Temple ha sido analizada desde las más diversas perspectivas. Su historia militar, relacionada directamente con las cruzadas, es conocida en sus más mínimos detalles, al igual que su origen y el de su Regla, basada en la de la Orden de San Benito. Pero, frecuentemente, esta historia militar del Temple pasa por alto aspectos fundamentales que, de por sí, constituyen una anomalía y una desviación en el orden político-jurídico de la Edad Media: Su autonomía espi-ritual y su independencia litúrgica.

Otra cuestión, que resulta a menudo compleja, es la relación de los templarios con el Islam. No se trata de un asunto menor, por el contrario, esta particularidad debería ser tenida en cuenta en un momento en el que el lenguaje neo-medieval de Al Qaeda y el EI (Estado Islámico) reflota el odio a los «cruzados», un odio que desconoce las similitudes éticas de ambas religiones. Es famosa una frase de Saladino, que solía afirmar —en tiempos en los que la conversión podía ser la única ruta de salvación en la derrota— que un mal cristiano nunca llegaría a ser un buen musulmán, del mismo modo que un mal musulmán nunca llegaría a ser un buen cris-tiano.

Tampoco es menor la cantidad de documentos que reafirman la creencia de un «esoterismo templario» o, al menos, la existencia de puntos de contacto con elemen-tos provenientes de la kabala hebrea y del sufismo is-lámico.

El problema que se presenta ante esta perspectiva es que si todas estas aristas se mezclan o se quitan de con-texto, entonces quedamos a un paso del absurdo, de un

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neotemplarismo fallido. Permítaseme abordar, esta vez, la cuestión de la autonomía espiritual.

Desde los primeros siglos del cristianismo se ha re-conocido una diferenciación entre clérigos y laicos y una jerarquía que podría definirse como una distinción carismática, no jurídica. Sin embargo, cuando se cristia-nizó el Imperio Romano, las primeras instituciones cris-tianas sufrieron un punto de inflexión al producirse la primera división de funciones. El sacerdocio dio paso a la conformación del clero, pero el papel de los laicos nunca estuvo en duda. Simonetta Cerrini recuerda, por ejemplo, que Ambrosio fue elegido obispo de Milán sin ser siquiera sacerdote: era senador romano.

El orden jurídico-funcional de la sociedad medieval tiene su origen en la trifuncionalidad religiosa y social de los pueblos indoeuropeos —demostrada en la tesis de Geoges Dumezil (otro autor que todos los masones debieran leer para comprender las raíces del trinitaris-mo) a cuyo trabajo nos remitimos— que se aplicaría tanto al mundo de los dioses (Brahma-Vishnu-Shiva; Aura Mazda-Ormuz-Arimán; Osiris-Isis-Horus, etc.) como a los hombres.

En el caso del cristianismo, los primeros esquemas tri-funcionales fueron establecidos por los Padres de la Iglesia. Basado en dos pasajes del Evangelio de Mateo (13:8 y 23), el primer modelo trifuncional de perfección se refería a los mártires, las vírgenes y las personas ca-sadas. Cuando cesó la persecución y ya no hubo márti-res, la secuencia se modificó por esta otra: las vírgenes, los viudos y las personas casadas. Finalmente, los mon-jes tomaron el lugar de los mártires y se avanzó, casi a fines del primer milenio, a un modelo en sintonía con la tradición indoeuropea, dividiendo la sociedad entre los orantes, los combatientes y los trabajadores (siervos-agricultores). George Duby ha escrito importantes tra-bajos en torno a la descripción de estos tres órdenes de

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la sociedad medieval, especialmente en su análisis de las descripciones hechas por los obispos Adalbéron de Laon y Gérard de Cambrai a principios del siglo XI.

Para Gérard de Cambrai el género humano estaba compuesto por los oratores (personas que se apartan del siglo y consagran su vida a la oración), los pugnato-res (guerreros a quienes la santa plegaria de los orato-res, a quienes protegen, expía de los delitos de sus ar-mas), y a los agricultores. De manera similar, para Adalbéron de Laon la Casa de Dios es Triple: algunos oran, otros combaten —bellatores— y otros trabajan.

En este contexto, el Temple constituye una anomalía en el orden trifuncional. En primer lugar porque se con-juga en ellos a dos órdenes: los oratores y los bellatores. Son monjes y a la vez guerreros, incluso algunos, como su primer Maestre y Prior Hugues de Paiens, continúan siendo laicos aún luego de que la nueva comunidad re-ligiosa es reconocida oficialmente por la Iglesia. Y he aquí el primer aspecto absolutamente original del Tem-ple, pues como bien lo define Simoneta Cerrini, «…esa resistencia, relacionada sin dudas con su condición de combatiente, convertía a Hugues y a sus hermanos en herederos de la realeza sagrada, la única vía laica hacia la santidad que mantuvo autonomía respecto del cle-ro».

El núcleo de este punto de ruptura en el orden ju-rídico medieval está incorporado en el artículo 48 de la Regla —artículo que evidentemente no proviene de la Regla de San Benito— y que constituye un golpe de ti-món de gravedad absoluta: matar al enemigo público sin que sea pecado.

En el futuro, los caballeros del Temple no necesitarán de los oratores, para que con sus «santas plegarias» ex-píen los pecados de sus armas. Queda claro que los ca-balleros del Temple adquirieron autonomía espiritual y que dicha autonomía los convirtió en religiosos «lai-

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cos». Esta definición de Simonetta Cerrini, para quien los templarios ocupan un lugar notable y original en la historia de la espiritualidad de los laicos, aporta encar-nadura a la justificación del templarismo masónico. No solo eso: son palabras que provocan un eco inmediato en el masón templario y que otorgan una pista a aque-llos masones que —renegando de toda espiritualidad— encuentran una contradicción entre la laicidad propia de la Orden Masónica y la espiritualidad cuasi monás-tica de la Orden del Temple.

Dejaremos para otra ocasión la cuestión del Islam. Son tiempos de guerra y mucho aprenderíamos del tipo de sociedad pluricultural que existió en Oriente Medio en los dos siglos de presencia templaria.

De todo lo expuesto, tanto de la orden francmasónica, su lenguaje simbólico y su compleja historia, así como de la Orden del Temple, protagonista insoslayable de la historia del Medioevo, enfrentamos un enorme desafío al tratar de comprender las razones y las circunstancia de la convergencia de ambas tradiciones.

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Apéndice III

RITOS QUE POSEEN EN SUS ESTRUCTURAS «ÓRDENES DE CABALLERÍA» (a los que puede considerarse de impronta escocesa)

Rito Sueco

El Rito Sueco fue fundado en el año 1759 por Carl Frie-drich von Eckleff (1723-1786). La estructura del Rito Sueco está organizada a partir de un total de once gra-dos repartidos en tres grupos, más un cuarto grado con carácter administrativo. Los dos primeros grupos están dedicados a los santos apóstoles Juan y Andrés, mien-tras que el tercero se denomina «Capítulo». El último grado, el grado XI, está en posesión de no más de 60 masones, nombrados directamente por la Gran Logia de Suecia. Los miembros de este grado decimoprimero forman el Gran Capítulo del rito, el cual está presidido por el rey, el príncipe heredero, o bien el segundo va-rón en la línea sucesoria al trono de Suecia. Existe aún un decimosegundo grado más, el cual lo posee exclusi-

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vamente el rey de Suecia, o bien el varón de más alto rango dentro de la familia real.

Grados de San Juan

1. Aprendiz / 2. Compañero / 3. Maestro

Grados de San Andrés

4. Maestro Elegido de San Andrés / 5. Maestro Esco-cés o Maestro de San Andrés / 6. Caballero de Oriente o Novicio.

Grados Capitulares

7. Muy Ilustre Caballero de Occidente o Verdadero Templario o Favorito de Salomón / 8. Muy Alto e Ilus-tre Caballero del Sur o Maestro Templario / 9. Her-mano Iluminado o Favorito de San Andrés o del Cor-dón púrpura / 10. Hermano de la Cruz o Muy Ilumi-nado.

Grados Administrativos

11. Muy Alto e Iluminado Caballero de la Cruz Roja. Gran Dignatario del Gran Capítulo / 12. Maestro

Rito de Zinnendorf

El Rito de Zinnendorf, que debe su nombre a su funda-dor Johann Wilhelm von Zinnendorf (1731-1782), que fue uno de los más próximos colaboradores de von Hund en su empresa inicial de creación de la Estricta Observancia. No obstante Zinnendorf, Eq. a Lapide Ni-gro, decidirá tomar distancias respecto a la Estricta Ob-servancia en diciembre de 1766, y edifica, en 1770, la Gran Logia de los Francmasones de Alemania (Grosse LandesLoge der Freimaurer von Deutschland) gracias a los rituales recibidos del sueco Carl Friedrich Eckleff,

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recibiendo la Gran Logia de Zinnendorf la protección de Federico el Grande y siendo reconocida por la Gran Logia de Londres. Schubart, que había sido iniciado en Braunschweig, en octubre de 1762, fue recibido después Maestro Escocés por Johann Joachim Christoph Bode en Hildesheim tres meses más tarde, y finalmente nom-brado Diputado Gran Maestro de la Madre Logia de Berlín en el mes de noviembre de 1763, encontrándose en este mismo año con von Hund en Altenberg quien lo nombra Visitador General de la VIIª.

El rito de Zinnendorf será reformado hacia el año 1819 por Christian Carl Wilhelm von Nettelbladt (1779- 1843) adquiriendo su forma actual estructurado en 7 grados, subdivididos de la manera siguiente:

Masonería de San Juan o azul

1. Aprendiz / 2. Compañero / 3. Maestro

Masonería de San Andrés o roja

4. Aprendiz y Compañero Escocés / 5. Maestro Escocés

Masonería Capitular

6. Clérigo o Favorito de San Juan / 7. Hermano Elegido

Régimen Escocés Rectificado

El Régimen Escocés Rectificado está estructurado en 6 grados subdivididos en dos Clases de la manera si-guiente:

Clase Simbólica

Logias de San Juan

1. Aprendiz / 2. Compañero / 3. Maestro Masón

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Logias de San Andrés

4. Maestro Escocés de San Andrés

Orden Interior de caballería

5. Escudero Novicio / 6. Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa.

Esta estructura en dos Clases: la Clase Simbólica y la Orden Interior, fueron las únicas Clases aprobadas en el Convento de Wilhelmsbad de 1782, así como los ritua-les para la práctica de cada uno de los grados, constitu-yendo lo que legalmente hoy es el Régimen Escocés Rectificado. El proyecto inicial de Jean-Baptiste Willer-moz, comportaba una tercera Clase secreta, denomina-da de la Profesión que nunca logró la sanción oficial del Convento. Para mayor información sobre el particular remitimos el lector a la obra de Jean-François VAR, Los Conventos Fundacionales del Régimen Escocés Rectifi-cado. Lyón 1778-Wilhelmsbad 1782, Editorial MASO-NICA.ES, julio 2014.

__________________

NOTA: El presente apéndice ha sido tomado de Martí Blanco, Ramón, «Relaciones entre Masonería y Caballe-ría. ¿Es el Escocismo el eslabón perdido?» (Madrid, CIEM, Papeles de Masonería, 2014).

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Este libro terminó de componerse en letra de tipo masónico Acacia 3

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21 de diciembre de 2014 Solsticio de Invierno

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