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Martires anarquistas de chicago

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Alcaldía del Distrito Metropolitano de CaracasDespacho del Alcalde

Juan Barreto, Alcalde Mayor

Mártires de Chicago. DiscursosEdición Mayo 2008

Diseño Gráfico: Gustavo Velásquez Purroy

Se permite:Copiar, distribuir, exhibir e interpretar este textosiempre que se cumplan las siguientes condiciones:

BY Autoría-Atribución: Deberá respetarse la autoría del texto y de su traducción. El nombre del autor deberá ser reflejado en todo caso.

$ No comercial: No puede usarse este trabajo con fines comerciales.

:::: No derivados: no se puede alterar, trasformar, modificar o reconstruir este texto

Los Anarquistas de Chicago.Crónica escrita por José Martí en 1887 siendo corresponsal para el periódico La Nacióny publicada posteriormente en un compedio titulado Escenas Norteamericanas.

Discursos de George Engel, Samuel Fielden, Adolf Ficher, Louis Lingg, Oscar W. Neebe, Albert R. Parsons, Michael Schwab y August Spies pronunciados ante la Suprema Corte,al momento de ser sentenciados.Extraidos de: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/martires_chicago/

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Índice

Los anarquistas de Chicago. Por José Martí::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 7

Discursos de los mártiresGeorge Engel:::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 44Samuel Fielden:::::::::::::::::::::::::::::::::::: 48Adolf Ficher:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 56Louis Lingg:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 60Oscar W. Neebe::::::::::::::::::::::::::::::::: 64Albert R. Parsons:::::::::::::::::::::::::::::::: 70Michael Schwab:::::::::::::::::::::::::::::::::: 80August Spies:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 86

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Los Anarquistas de ChicagoPor José Martí

i el miedo a las Justicias sociales; ni la simpatía ciega por losque las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, nial que Ias narra. Sólo sirve dignamente a la libertad el que,

a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar delos que la comprometen con sus errores.

No merece el dictado de defensor de la libertad quienexcusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibioen su defensa. Ni merecen perdón los que incapaces de domar elodio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos socialessin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni losimpulsos de generosidad que los producen.

En procesión solemne, cubiertos los féretros de flores y losrostros de sus sectarios de luto, acaban de ser llevados a la tumbalos cuatro anarquistas que sentenció Chicago a la Lorca, y el quepor no morir en ella hizo estallar en su propio cuerpo una bombade dinamita oculta en los rizos espesos de su cabello de joven, suselvoso cabello castaño.

Acusados de autores o cómplices de la muerte espantablede uno de los policías que intimó la dispersión del concurso reunidopara protestar contra la muerte de seis obreros, a manos de lapolicía, en el ataque a la única fábrica que trabajaba a pesar de la

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huelga: acusados de haber compuesto y ayudado a lanzar, cuandono lanzado, la bomba del tamaño de una naranja que tendió portierra las filas delanteras de los policías, dejó a uno muerto, causódespués la muerte a seis más y abrió en otros cincuenta heridasgraves, el juez, conforme al veredicto del jurado, condenó a uno delos reos a quince años de penitenciaría y a pena de horca a siete.

Jamás, desde la guerra del Sur, desde los días trágicos enque John Brown murió como criminal por intentar solo en Harper’sFerry Io que como corona de gloria intentó luego la nación precip-itada por su bravura, hubo en los Estados Unidos tal clamor einterés alrededor de un cadalso.

La república entera ha peleado, con rabia semejante a la dellobo, para que los esfuerzos de un abogado benévolo, una niña ena-morada de uno de los presos, y una mestiza de india Y español, mujerde otro, solas contra el país iracundo, no arrebatasen al cadalso lossiete cuerpos humanos que creía esenciales a su mantenimiento.

Amedrentada la república por el poder creciente de lacasta llana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, con-tenido sólo ante las rivalidades de sus jefes, por el deslindepróximo de la población nacional en las dos clases de privilegia-dos y descontentos que agitan las sociedades europeas, deter-minó valerse por un convenio tácito semejante ala complicidadde un crimen nacido de sus propios delitos tanto como delfanatismo de los criminales, para aterrar con el ejemplo deellos, no a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en unpaís de razón, sino a las tremendas capas nacientes. El horrornatural del hombre libre al crimen, junto con el acerbo encono

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del irlandés despótico que mira a este país como suyo y alalemán y eslavo como su invasor, pusieron de parte de los priv-ilegios, en este Proceso que ha sido una batalla, una batalla malganada e hipócrita, las simpatías y casi inhumana ayuda de losque padecen de los mismos males, el mismo desamparo, elmismo bestial trabajo, la misma desgarradora miseria cuyoespectáculo constante encendió en los anarquistas de Chicagotal ansia de remediarlos que les embostó el juicio.

Avergonzados los unos y temerosos de la venganza bárbaralos otros, acudieron, ya cuando el carpintero ensamblaba las vigasdel cadalso, a pedir merced al gobernador del Estado, anciano flojorendido a la suplica y a la lisonja de la casta rica que le pedía que,aun a riesgo de su vida, salvara a la sociedad amenazada.

Tres veces nada más habrían osado hasta entonces inter-ceder fuera de sus defensores de oficio y sus amigos naturales, porlos que, so pretexto de una acusación concreta que no llegó 8 pro-barse, so pretexto de haber procurado establecer el reino delterror, morían victimas del terror social: HowelIs, el novelistabosto-niano que al mostrarse generoso sacrificó fama y amigos;Adler, el pensador cauto y robusto que vislumbra en la pena denuestro siglo el mundo nuevo; y Train, un monomaniaco que vive enla plaza pública dando pan a los pájaros y hablando con los niños.

Ya, en danza horrible, murieron dando vueltas en el aire,embutidos en sayones blancos.

Ya, sin que haya más fuego en las estufas, ni más pan en lasdespensas, ni más justicia en el reparto social, ni más salvaguardia con-tra el hambre de los útiles, ni más luz y esperanza para los tugurios ni

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más bálsamo para todo lo que hierve y padece, pusieron en un ataúdde nogal los pedazos mal juntos del que, creyendo dar sublime ejem-plo de amor a los hombres aventó su vida, con el arma que creyórevelada para redimirlos. Esta república, por el culto desmedido a lariqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición en ladesigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos.

Los obreros en Estados Unidos

Como gotas de sangre que se llevó la mar eran en los EstadosUnidos las teorías revolucionarias del obrero europeo mientras conancha tierra y vida republicana, ganaba aquí el recién llegado el pan yen Su casa propia ponía de lado una parte para la vejez.

Pero vinieron luego la guerra corruptora, el hábito deautoridad y dominio que es su dejo amargo, el crédito que estimu1ó14 creación de fortunas colosales y la inmigración desordenada, y laholganza de los desocupados dela guerra, dispuestos siempre porsostener su bienestar y por la afición fatal del que ha olido sangre, aservir los intereses impuros que nacen de ella.

De una apacible aldea pasmosa se convirtió la república enuna monarquía disimulada. Los inmigrantes europeos denunciaroncon renovada ira los males que creían haber dejado tras si en sutitánica patria.

El rencor de los trabajadores del país, al verse victimas dela avaricia y desigualdad de los pueblos feudales, estalló con más feen la libertad que esperan ver triunfar en lo social como triunfa enlo político.

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Habituados los del país a vencer sin sangre por la fuerza delvoto, ni entienden ni excusan a los que, nacidos en pueblos dondeel sufragio es un instrumento de la tiranía, sólo ven en su obradespaciosa una faz nueva del abuso que flagelan sus pensadores,desafean sus héroes, y maldicen sus poetas. Pero, aunque las dife-rencias esenciales en las prácticas políticas y el desacuerdo y rivali-dad de las razas que ya se disputan la supremacía en esta parte delcontinente estorbasen la composición inmediata de un formidablepartido obrero con unánimes métodos y fines, la identidad del doloraceleró la acción concertada de todos los que lo padecen, y ha sidonecesario un acto horrendo, por más que fuese consecuencia natu-ral de las pasiones encendidas, para que los que arrancan con inven-cible ímpetu de la misma desventura interrumpan su labor, su laborde desarraigar Y recomponer, mientras quedan por su ineficaciacondenados los recursos sangrientos de que por un amor insensatoa la justicia echan mano los que han perdido la fe en la libertad.

Los descontentos de la masa obrera

En el Oeste recién nacido, donde no pone tanta trabas a loselementos nuevos la influencia imperante de un sociedad antigua,como la del Este, reflejada en su literatura y en sus hábitos; donde lavida como más rudimentaria facilita el trato intimo entre los hombres,más fatigados y dispersos en las ciudades de mayor extensión y cul-tura; donde la misma rapidez asombrosa del crecimiento, acumulan-do los palacios de una parte y las factorías, y de otra la miserablemuchedumbre, revela a las claras la iniquidad del sistema que castigael más laborioso con el hambre, al más generoso con la persecución,al padre útil con la miseria de sus hijos, -en el Oeste, donde se juntan

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con su mujer y su prole los obreros necesitados a leer los libros queensenan las causas y proponen los remedios de su desdicha; dondejustificados a sus propios ojos por el éxito de sus fábricas majestuosas,extreman los dueños, en el precipicio de la prosperidad, los métodosinjustos y el trato áspero con que la sustentan; donde tiene en fer-mento a la masa obrera la levadura alemana, que sale del país impe-rial, acosada e inteligente, vomitando sobre la patria inicua las tresmaldiciones terribles de Heine; en el oeste y en su metrópoli Chicagosobre todo, hallaron expresión viva los descontentos de la masaobrera, los consejos ardientes de sus amigos, y la ruina amontonadapor el descaro e inclemencia de sus señores.

Y como todo tiende a la vez a lo grande y a lo pequeño, talcomo el agua que va de agua a vapor y de vapor a mar el problemahumano, condensado en Chicago por la merced de las institucioneslibres, a la vez que infundía miedo o esperanza por la república y elmundo, se convertía, en virtud de los sucesos de la ciudad y laspasiones de sus hombres, en un problema local, agrio y colérico.

El odio a la injusticia se trocaba en odio a sus representantes.

La furia secualar, caída por herencia, mordiendo y consu-miendo como la lava, en hombres que, por lo férvido de sucompasión, veíanse como entidades sacras, se concentró, estimula-da por los resentimientos individuales, sobre los que insistían en losabusos que la provocan. La mente, puesta a obrar, no cesa; el dolor,puesto a bullir, estalla; la palabra, puesta a agitar, se desordena; lavanidad, puesta a lucir, arrastra; la esperanza, puesta en acción,acaba en el triunfo a la catástrofe: “¡para el revolucionario dijo Saint-Just no hay más descanso que la tumba!’’

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¿Quién que anda con ideas no sabe que la armonía de todasellas, en que el amor preside a la pasión, se revela apenas a lasmentes sumas que ven hervir el mundo sentados, con la manosobre el sol, en la cumbre del tiempo?

¿Quién que trata con hombres no sabe que, siendo ellosmás la carne que la luz, apenas conocen lo que palpan, apenas vis-lumbran la superficie, apenas ven más que lo que les lastima o lo quedesean; apenas conciben más que eI viento que les da en el rostro,o el recurso aparente, y no siempre real, que puede levantarobstáculo al que cierra el paso a su odio, soberbia o apetito? ¿Quiénque sufre de los males humanos, por muy enfrenada que tenga surazón, no siente que se le inflama y extravía cuando ve de cerca,como si le abofeteasen, como si lo cubriesen de lodo, como si lemanchasen de sangre las manos, una de esas miserias sociales quebien pueden mantener en estado de constante locura a los que venpodrirse en ellas a sus hijos y a sus mujeres?

Una vez reconocido el mal, el ánimo generoso sale a bus-carle remedio: una vez agotado el recurso pacifico, el ánimogeneroso, donde labra el dolor ajeno como el gusano en la llagaviva, acude al remedio violento.

¿No lo decía Desmoulins? “Con tal de abrazar la libertad,¿qué importa que sea sobre montones de cadáveres?’’

Cegados por la generosidad, ofuscados por la vanidad,ebrios por la popularidad, adementados por la constante ofensa, porsu impotencia aparente en las luchas del sufragio, por la esperanzade poder constituir en una comarca naciente su pueblo ideal, lascabezas vivas de esta masa colérica, educadas en tierras donde el

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voto apenas nace, no se salen de lo presente, no osan parecerdébiles ante los que les siguen, no ven que el único obstáculo en estepueblo libre para un cambio social sinceramente deseado está en lafalta de acuerdo de los que lo solicitan, no creen cansados ya des u f r i r, y con la visión del falansterio universal en la mente, que por lapaz pueda llegarse jamás en el mundo a hacer triunfar la justicia.

Júzganse como bestias acorraladas. Todo lo que va crecien-do les parece que crece contra ellos. “Mi hija trabaja quince horaspata ganar quince centavos.” “No he tenido trabajo este inviernoporque pertenezco a una junta de obreros”

El juez los sentencia.

La policía, con el orgullo de la levita de paño y la autoridad,temible en el hombre inculto, los aporrea Y asesina.

Tienen frío y hambre, viven en casas hediondas.¡América es, pues, lo mismo que Europa!

No comprenden que ellos son mera rueda del engranesocial, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engrana-je. El jabalí perseguido no oye la música del aire alegre, ni el cantodel universo, ni el andar grandioso de la fábrica cósmica: el jabalíclava las ancas contra un tronco oscuro, hunde el colmillo en elvienue de su perseguidor, y le vuelca el redaño.

¿Dónde hallará esa masa fatigada, que sufre cada díadolores crecientes, aquel divino estado de grandeza a necesita a queascender el pensador para domar la ira que la miseria innecesarialevanta? Todos los recursos que conciben, ya los han intentado. Esaquel reinado del terror que Carlyle pinta “la negra y desesperadabatalla de los hombre contra la condición y todo lo que nos rodea”14

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Y así como la vida del hombre se concentra en la médulaespinal, y la tierra en las masas volcánicas, surgen de entre susmuchedumbres, erguidos y vomitando fuego, seres en quienesparece haberse amasado todo su horror, sus desesperaciones y susy sus lágrimas.

Del infierno vienen:¿qué lengua han de hablar sino la del infierno?

Sus discursos, aun leídos, despiden centellas, bocanadas dehumo, alimentos a medio ingerir, vahos rojizos.

Este mundo es horrible:¡créese otro mundo!; como en elSinaí, entre truenos: como en el noventa y tres, de un mar de sangre:¡mejor es hacer volar a diez hombres con dinamita, que matar a diezhombres, como en las fábricas, lentamente de hambre!”

Se vuelve a oír el decreto de Moctezuma: “¡Los dioses tienen sed!”

Un joven bello, que se hace retratar con las nubes detrás dela cabeza y el sol sobre el rostro, se sienta a una mesa de escribir,rodeado de bombas, cruza las piernas, enciende un cigarro, y comoquien junta las piezas de madera de una caja de juguete, explica elmundo justo que florecerá sobre la tierra cuando el estampido dela revolución social de Chicago, símbolo de la opresión del univer-so, reviente en átomos.

Pero todo era verba, juntas por los rincones, ejercicios dearmas en uno que otro sótano, circulación de tres periódicos rivalesentre dos mil lectores desesperados, y propaganda de los modosnovísimos de matar -¡de que son más culpables los que por vanaglo-ria de libertad la permitían que los que por violenta generosidad laejercitaban!

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Donde los obreros enseñaron más la voluntad de mejorar sufortuna, más se enseñó por los que la emplean la decisión de resistirlos.

Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo por-v e n i r, a cierta holgura y limpieza para Su casa, a alimentar sinansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa de losproductos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora desol en que ayudara su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa,a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, comoen las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas.

Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago losobreros, combinábanse los capitalistas, castigábanlos negándoles eltrabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles enci-ma la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas degente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que leresistía con piedras, o a algún niño reducíanlos al fin por hambre avolver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, conel decoro ofendido, rumiendo venganza.

Se organizan los anarquistas

Escuchados sólo por Sus escasos sectarios, año sobre añovenían reuniéndose los anarquistas, organizados en grupos, en cadauno de los cuales había una sección armada. En sus tres periódicos,de diverso matiz, abogaban públicamente por la revolución social;declaraban, en nombre de la humanidad, la guerra a la sociedadexistente; decidían la ineficacia de procurar una Conversión radicalpor medios pacíficos, y recomendaban el uso de la dinamita, comoel arma santa del desheredado, y los modos de prepararla.16

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No en sombra traidora, sino a la faz de los que considera-ban sus enemigos se proclamaban libres y rebeldes, para emanciparal hombre, se reconocían en estado de guerra, bendecían el des-cubrimiento de una sustancia que por su poder singular había deigualar fuerzas Y ahorrar sangre, y excitaban al estudio y la fabri-cación del arma nueva, con el mismo frío horror y diabólica calmade un tratado común de balística: se ven círculos de color dehueso,-cuando se leen estas enseñanzas-, en un mar de humareda:por la habitación, llena de sombras, se entra un duende, roe unacostilla humana, y se afila las uñas: para medir todo lo profundo dela desesperación del hombre, es necesario ver si el espanto quesuele en calma preparar supera a aquel contra el que, con furor desiglos, se levanta indignado, -es necesario vivir desterrado de lapatria o de la humanidad.

Los líderes

Los domingos, el americano Parsons, propuesto una vez porsus amigos socialistas para la Presidencia de la República, creyendo en lahumanidad como en su único Dios, reunía a sus sectarios para levantar-les el alma hasta el valor necesario a su defensa. Hablaba a saltos, a latiga-zos, a cuchilladas: lo llevaba lejos de sí la palabra encendida.

Su mujer, la apasionada mestiza en cuyo corazón caencomo puñales los dolores de la gente obrera, solía después de él,romper en arrebato discurso, tal que dicen que con tanta elocuen-cia, burda y llameante, no se pintó jamás el tormento de las clasesabatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados los dospuños, y luego, hablando de las penas de una madre pobre, tonosdulcísimos e hilos de lágrimas. 17

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Spies el director del Arbeiter Zeitung, escribía como desde lacámara de la muerte, con cierto frío de huesa: razonaba la anarquía:la pintaba como la entrada deseable a la vida verdaderamente libre:durante siete años explicó sus fundamentos en su periódico diario, yluego la necesidad de la revolución, y por fi como Parsons en elAlarm, el modo de organizarse para hacerla triunfar.

Leerlo escomo poner el pie en el vacío. ¿Qué le pasa almundo que da vueltas?

Spies seguía sereno, donde la razón más firme siente que lefalta el pie. Recorta su estilo como si descascarase un diamante.Narciso fúnebre, se asombra y complace de su grandeza. Mañana ledará su vida una pobre niña, una niña que se prende a la reja de sucalabozo como la mártir cristiana se prendía de la cruz, y él apenasdejará caer de sus labios las palabras frías, recordando que Jesús,ocupado en redimir a los hombres, no amó a Magdalena.

Cuando Spies arengaba a los obreros, desembarazándosede la levita que llevaba bien, no era hombre lo que hablaba, sinosilbo de tempestad, lejano Y lúgubre. Era palabra sin carne. Tendíael cuerpo hacia sus oyentes, como un árbol doblado por el huracán:y parecía de veras que un viento helado salía de entre las ramas, ypasaba por sobre las cabezas de los hombres.

Metía la mano en aquellos pechos revueltos y velludos, y lespaseaba por ante los ojos, les exprimía, les daba a oler las propiasentrañas. Cuando la policía acababa de dar muerte a un huelguistaen una refriega, lívido subía al carro, las tribunas vacilantes de lasrevoluciones y con el horrendo incentivo su palabra seca relucíapronto y caldeaba como un caraj de fuego. Se iba luego solo por lascalles sombrías. 18

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Engel, celoso de Spies, pujaba por tener al anarquismo enpie de guerra, él a la cabeza de una compañía: él donde se enseñabaa cargar el rifle o apuntar de modo que diera en el corazón: él, en elsótano, las noches de ejercicio, “para cuando llegue la gran hora”: élcon su Anarchist y sus conversaciones, acusando a Spies de tibio, porenvidia de su pensamiento: él solo era el puro, el inmaculado, eldigno de ser oído: la anarquía, la que sin más espera deje los hom-bres los hombres dueños por igual, es la única buena: perinola elmundo y él,-y él, el mango: ¡bien iría el mundo hacia arriba “cuandolos trabajadores tuvieran vergüenza”, como la pelota de la perinola!

Él iba de un grupo a otro: él asistía al comité general anar-quista, compuesto de delegados de los grupos: él techaba al comitéde pisilánime y traidor, porque no decretaba “con los que somos,nada más, con estos ochenta que somos” la revolución de veras, laque quería Parsons, la que llama a la dinamita “sustancia sublime”, laque dice a los obreros que “vayan a tomar lo que les haga falta a lastiendas de State Street, que son suyas las tiendas, que todo es suyo”:él es miembro del “Ler und Wher Ve r e i n” de que Spies es tambiénmiembro, desde que un ataque brutal de la policía, que dejó entierra a muchos trabajadores, los provocó a armarse, a armarse paradefenderse, a cambiar, como hacen cambiar siempre los ataques bru-tales, la idea del periódico por el rifle Springfield. Engel era el sol,como su propio rechoncho cuerpo: el “gran rebelde”, el “autónomo”

¿Y Lingg? No consumía su viril hermosura en los amorzuelosenervantes que suelen dejar sin jugo al hombre en los años gloriososde la juventud, sino que criado en una ciudad alemana entre el padreinválido y la madre hambrienta, conoció la vida por donde es justoque un alma generosa la odie. Cargador era su padre, y su madre 19

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lavandera, y él bello como Tannhäuser o Lohengrin, cuerpo de plata,ojos de amor, cabello opulento, ensortijado y castaño. ¿A qué subelleza, siendo horrible el mundo? Halló su propia historia en la de laclase obrera, y el bozo le nació aprendiendo a hacer bombas. ¡Puestoque la infamia llega al riñón del globo, el estallido ha de llegar al cielo!

Acababa de llegar de Alemania: veintidós años cumplía: loque en los demás es palabra, en él será acción: él, él solo, fabricababombas porque, salvo en los hombres de ciega energía, el hombre,ser fundador, sólo para libertarse de ella halla natural dar la muerte.

Y mientras Schwab, nutrido en la lectura de los poetas,ayuda a escribir a Spies, mientras Fielden, de bella oratoria, va depueblo en pueblo levantando las almas al conocimiento de la refor-ma venidera, mientras Fisches alienta y Neebe organiza, él, en uncuarto escondido, con cuatro compañeros, de los que uno lo ha detraicionar, fabrica bombas, como en su Ciencia de la guerra revolu -cionaria manda Most, y vendada la boca, como aconseja Spies en elAlarm, rellena la esfera mortal de dinamita, cubre el orificio con uncasquillo, por cuyo centro corre la mecha que en los interior acabaen fulminante y, cruzado de brazos, aguarda la hora.

La hora de las armas

Y así iban en Chicago adelantando las fuerzas anárquicas,con tal lentitud, envidias y desorden intestinos, con tal diversidadde pensamiento sobre la hora oportuna para la rebelión armada,con tal escasez de sus espantables recursos de guerra, y de losfieros artífices pronto a elaborarlos, que el único poder cierto dela anarquía, desmelenada dueña de unos cuentos corazones encen-didos, era el furor que en un instante extremo produjese el desdén20

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social en las masas que la rechazan. El obrero, que es hombre yaspira, resiste con la sabiduría de la naturaleza, la idea de un mundodonde queda aniquilado el hombre; pero cuando, fusilado engranel por pedir una hora libre para ver la luz del sol a sus hijos, selevanta del charco mortal apartándose de la frente, como doscortinas rojas, las crenchas de sangre, puede el sueño de muertede un trágico grupo de locos de piedad, desplegando las alashumeantes, revolando sobre la tumba siniestra, con el cadáverclamoroso en las manos, difundiendo sobre los torvos corazonesde la claridad de la aurora infernal, envolver como turbia humare-da las almas desesperadas.

La ley, ¿no los amparaba? La prensa exasperándolos con suodio en vez de aquietarlos con justicia, ¿no los popularizaba? Susperiódicos,, creciendo en indignación con el desdén y atrevimientocon la impunidad, ¿no circulaba sin obstáculos? Pues ¿qué queríanellos, puesto que es claro a sus ojos que se vive bajo abyecto despo-tismo, que cumplir el deber que aconseja la declaración de indepen-dencia derribándolo, y sustituirlo con una asociación libre de comu-nidades que cambien entre sí sus productos equivalentes, se rijan singuerra por acuerdos mutuos y se eduquen conforme a ciencia sindistinción de raza, iglesia o sexo? ¿No se estaba levantando la nación,como manada de elefantes, que dormía en la yerba, con sus mismosdolores y sus mismos gritos? ¿No es la amenaza verosímil del recur-so de fuerza, medio probable aunque peligroso, de obtener porintimidación lo que no logra el derecho? Y aquellas ideas suyas, quese iban atenuando con la cordialidad de los privilegiados tal como sudesafío se iban troncando en rifle y dinamita, ¿no nacían de los máspuros de su piedad, exaltada hasta la insensatez por el espectáculo

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de miseria irremediable, y ungida por la esperanza de tiempos justosy sublimes? ¿No había sido Parsons, el evangelista del jubileo univer-sal, propuesto para la Presidencia de la República? ¿No había lucha-do Spies con ese programa en las elecciones como candidato a unasiento en el Congreso? ¿No les solicitaban los partidos políticos susvotos, con la oferta e respetar la propaganda de su doctrina? ¿Cómohabían de creer criminales los actos y palabras que le permitía la ley?Y ¿no fueron las fiestas de sangre de la policía, ebria del vino del ver-dugo como toda la plebe revestida de autoridad, las que decidierona armarse a los más bravos?

Lingg, el recién llegado, odiaba con la terquedad del novicioa Spies, el hombre de idea, irresoluto y moroso: Spies, el filósofo delsistema, lo dominaba por aquel mismo entendimiento superior;pero aquel arte y grandeza que aun en las obras de destrucciónrequiere la cultura, excitaban la ojeriza del grupo exiguo de irrecon-ciliables, que en Engel, enamorado de Lingg, veían su jefe propio.Engel, contento de verse en guerra con el universo, medía su valorpor su adversario.

Parson, celoso de Engel que le emulaba en pasión, se une aSpies, como el héroe de la palabra y amigo de las letras. Fieldenviendo subir en su ciudad de Londres la cólera popular creía, pren-dado de la patria cuyo egoísta amor prohíbe su sistema, ayudar conel fenómeno de la anarquía en América en triunfo difícil de los ingle-ses desheredados.

Engel- “ha llegado la hora”: Sipes:-“¿habrá llegado esa terri-ble hora?”: Lingg, resolviendo con una púa de madera arcilla ynitroglicerina:- “ya verán, cuando yo acabe mis bombas, si ha llega-do la hora!”: Fielden, que ve levantarse, contusa y temible de un mar

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a otro de los Estados Unidos, la casa obrera, determinada a pedircomo prueba de su poder que el trabajo se reduzca a ocho horasdiarias, recorre los grupos, unidos sólo hasta entonces en el odio ala opresión industrial y a la policía que les da caza y muerte, y repite:-“sí amigos, si no nos dejan ver nuestros hijos, ha llegado la hora”

Un millón reclama ocho horas

Entonces vino la primavera amiga de los pobres; y sin elmiedo del frío, con la fuerza que da la luz, con la esperanza decubrir con los ahorros del invierno las primeras hambres, decidió unmillón de obreros, repartidos por toda la república, demandar a lasfábricas que, en cumplimiento de la ley desobedecida, no excedieseel trabajo a las ocho horas legales. ¡Quien quiera saber si lo quepedían era justo, venga aquí; véalos volver, como bueyes tundidos,a sus moradas inmundas, ya negra la noche; véalos venir de sustugurios distantes, tiritando los hombres, despeinadas y lívidas lasmujeres, cuando aún no ha cesado de reposar el mismo sol!

En Chicago, adolorido y colérico, segura de la resistenciaque provocaba con sus alardes, alistado el fusil de motín, la policía,y, no con la calma de la ley, sino con la prisa del aborrecimiento,convidaba a los obreros a duelo.

Los obreros, decididos a ayudar por el recurso legal de lahuelga su derecho, volvían la espalda a los oradores lúgubres delanarquismo y a los que magullados por la porra o atravesados porla bala policial, resolvieron, con la mano sobre sus heridas, oponeren el próximo ataque hierro a hierro.

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Llegó marzo. Las fábricas, como quien echa perros sarnosos ala calle, echaron a los obreros que fueron a presentarles su demanda. Enmasa, como la orden de los Caballeros del Trabajo lo dispuso, aban-donaron los obreros las fábricas. El cerdo se pudría sin envasadores quelo amortajaran, mugían desatendidos en los corrales los ganados revuel-tos; mudos se levantaban, en el silencio terrible, los elevadores de gra-nos que como el oriflama triunfante del poder industrial que vence al finen todas las contiendas, salía de las segadoras de McCormick, ocupadaspor obreros a quienes la miseria fuerza a servir de instrumentos contrasus hermanos, un hilo de humo que como negra serpiente se tendía, seenroscaba, se acurrucaba sobre el cielo azul.

Estalla la cólera

A los tres días de cólera, se fue llenando una tarde nubladaek Camino Negro, que así se llama el de McCormick, de obrerosairados que subían calle arriba, con la levita al hombro, enseñandoel puño cerrado al hilo de humo: ¿no va siempre le hombre, pormisterioso decreto, adonde lo espera el peligro, y parece gozarseen escavar su propia miseria?:¡allí estaba la fábrica insolentes,empleando para reducir a los obreros que luchan contra el hambrey el frío, a las mismas víctimas desesperadas del hambre!: ¿no se vaa cavar, pues este combate por el pan y el carbón en que por lafuerza del mal mismo se levanten contra le obrero sus propios her-manos?: pues ¿no es esta la batalla del mundo, en que los que lo edi-fican deben triunfar sobre los que lo explotan?: ¡de veras, queremosver de qué lado llevan la ara esos traidores!” y hasta ocho mil fueronllegando, ya al caer de la tarde; sentándose en grupos sobre las

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rocas peladas; andando en hileras por el camino tortuoso; apuntan-do con ira a las casuchas míseras que se destacas, como manchas delepra, en el áspero paisaje.

Los oradores, que hablan sobre las rocas, sacuden con susinvectivas aquel concurso en que los ojos centellean y se ven tem-blar las barbas. El orador es un carrero, un fundidor, un albañil: elhumo de McCormick caracolea sobre el molino: ya se acerca lahora de salida: “¡a ver qué cara nos ponen esos traidores¡”: ¡fuera,fuera, ese que habla, que es un socialista!...”.

Y el que habla, levantado como con las propias manos losdolores más recónditos de aquellos corazones iracundos, excitandoa aquellos ansiosos padres a resistir hasta vencer, aunque los hijos lespidan pan en vano, por el bien duradero de los hijos, el que habla esSpies: primero lo abandonan, después lo rodean, después se miran,se reconocen en aquella implacable pintura, lo aprueban y aclaman:“ ese, que sabe hablar, para que hable en nuestro nombre con lasfábricas!” Pero ya los obreros han oído la campana de la suelta en elmolino: ¿qué importa lo que está diciendo Spies?: arrancan todas laspiedras del camino, corren sobre la fábrica, ¡y caen en triza todos loscristales! ¡Por tierra, al ímpetu de a muchedumbre, el policía que lesale al paso!: “¡aquellos, aquellos son blancos como muertos, los quepor el salario de un día ayudan a oprimir a sus hermanos!” ¡piedras¡Los obreros del molino, en la torre, donde se juntan medrosos,parecen fantasmas: vomitando fuego viene camino arriba, bajopedrea rabiosa, un carro de patrulla de la policía, uno al estribovaciando el revólver, otro al pescante, los de adentro agachados seabren paso a balazos en la turba, que los caballos arrollan y

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atropellan: saltan del carro, fórmanse en batalla, y cargan a tirossobre la muchedumbre que a pedradas y disparos locos se defiende.Cuando la turba acorralada por las patrullas que de toda la ciudadacuden, se asila, para no dormir, en sus barrios donde las mujerescompiten en ira con los hombres, a escondidas, a fin de que notriunfe nuevamente su enemigo, entierran los obreros seis cadáveres.

¿No se ve hervir todos aquellos pechos? ¿juntarse a los anar-quistas? ¿escribir Spies un relato ardiente en su Arbeiter Zeitung?¿reclamar Engel la declaración de aquella es por fin la hora? ¿ponerLingg, que meses atrás fue aporreado en la cabeza por la patrulla, lasbombas cargadas en un baúl de cuero? ¿acumularse, con el ataqueciego de la policía, e odio que su brutalidad ha venido levantando?“¡A las armas, trabajadores!” dice Spies en una circular fogosa quetodos leen estremeciéndose: “¡a las armas, contras los que os matanporque ejercitáis vuestros derechos de hombre!” “¡Mañana nosreuniremos” –acuerdan los anarquistas- “y de manera y en lugar queles cueste caro venceremos si nos atacan!” “Spies, pon r u h e en tuArbeiter: Ruhe quiere decir que todos debemos ir armados”.

Y de la imprenta de Arbeiter salió la circular que invitaba alos obreros, con permiso del corregidor, para reunirse en la plazade Haymarket a protestar contra los asesinatos de la policía.

Se reunieron en número de cincuenta mil, con sus mujeres ysus hijos, a oír a los que les ofrecían dar voz a su dolor; pero no esta-ba la tribuna, como otras veces, en lo abierto de la plaza, sino en unode sus recodos, por donde daba a dos oscuras callejas. Spies, quehabía borrado del convite impreso las palabras: “Trabajadores a lasarmas”, habló de la injuria con cáustica elocuencia, más no de modo

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que sus oyentes perdieran el sentido, sino tratando con singularmoderación de fortalecer sus ánimos para las reformas necesarias:“¿Es esto Alemania, o Rusia, o España?” decía Spies. Parsons, en losinstantes mismos en que el corregidor presenciaba la junta sininterrumpirla, declamó, sujeto por la ocasión grave y lo vasto del con-curso, uno de sus editoriales cien veces impunemente publicados. Yen el instante en que Fielden preguntaba en bravo arranque si,puestos a morir, no era lo mismo acabar en un trabajo bestial o caerdefendiéndose contra el enemigo, -nótase que la multitud searremolina; que la policía, con fuerza de ciento ochenta, vienerevólver en mano, calle arriba. Llega a la tribuna: intima la dispersión;no cejan pronto los trabajadores; “¿qué hemos hecho contra la paz?”dice Fielden saltando del carro; rompe la policía el fuego.

La represión

Y entonces se vio descender sobre sus cabezas, caracoleando porel aire, un hilo rojo. Tiembla la tierra; húndese el proyectil cuatropies en su seno; caen rugiendo, unos sobre otros, los soldados delas dos primeras líneas; los gritos de un moribundo desgarran elaire. Repuesta la policía, con valor sobre humano, salta por sobresus compañeros a bala graneada contra los trabajadores que leresisten: “¡huimos sin disparar un tiro!” dicen unos; “apenas inten-tamos resistir”, dicen otros; “nos recibieron a fuego raso”, dice lapolicía. Y pocos instantes después no había en el recodo funestomás que camillas, pólvora y humo. Por zaguanes y sótanosescondían otra vez los obreros a sus muertos. De los policías, unomuere en la plaza: otro que lleva la mano entera metida en la heri-

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da, la saca para mandar a su mujer su último aliento; otro, que siguea pie, va agujereado de pies a cabeza; y los pedazos de la bomba dedinamita, al rasar la carne, la habían rebanado como un cincel.

¿Pintar el terror de Chicago, y de la república? Spies lesparece Robespierre; Engel, Marat; Parsons, Danton. ¿Qué?:¡menos!; esos son bestias feroces, Tinvilles, Henriots, Chaumettes,¡los que quieren vaciar el mundo viejo por un caño de sangre, losque quieren abonar con carne viva el mundo! ¡A lazo cáceseles porlas calles como ellos quisieron cazar ayer un policía!¡salúdeles abalazos por dondequiera que asomen, como sus mujeres, saludabanayer a los “traidores” con huevos podridos! ¿No dicen, aunque esfalso, que tienen los sótanos llenos de bombas? ¿No dicen, aunquees falso también, que sus mujeres furias verdaderas, derriten elplomo, como aquéllas de París que arañaban la pared para dar calcon que hacer pólvora a sus maridos? ¡Quememos este gusano quenos come! ¡Ahí están, como en los motines del Terror, asaltando latienda de un boticario que denunció a la policía el lugar de sus jun-tas, machacando sus fracasos, muriendo en la calle como perros,envenenados con vivo colchyduim! ¡Abajo la cabeza de cuantos lahayan asomado! ¡A la horca las lenguas y los pensamientos! Spies,Schwab y Fischer caen presos en la imprenta, donde la policía hallauna carta de Johann Most, carta de sapo, rastrera y babosa, en quetrata a Spies como íntimo amigo, y le habla de las bombas, de “lamedicina”, y de un rival suyo, de Paulus el Grande “que anda que selame por los pantanos de ese perro periódico de Shevitch”. AFielden, herido, lo sacan de su casa. A Engel y a Neebe, de su casatambién. Y a Lingg, de su cueva: ve entrar al policía; le pone alpecho un revólver, el policía lo abraza: y él y Lingg, que jura y

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maldice, ruedan luchando, levantándose, cayendo en el zaquizamílleno de tuercas, escoplos y bombas: las mesas quedan sin pie, lassillas sin espaldar; Lingg casi tiene ahogado a su adversario, cuandocae sobre él otro policía que lo ahoga: ¡ni inglés habla ni siquieraeste mancebo que quiere desventrar la ley inglesa! Trescientos pre-sos en un día. Está espantado el país, repletas las cárceles.

El proceso

¿El proceso? Todo lo que va dicho, se puedo probar; perono que los ocho anarquistas, acusados del asesinato del policíaDegan, hubiesen preparado, ni encubierto siquiera una conspi-ración que rematase en su muerte. Los testigos fueron los policíasmismos, y cuatro anarquistas comprados, uno de ellos confeso deperjurio. Lingg mismo, cuyas bombas eran semejantes, como se viopor el casquete, a la Haymarket, estaba, según el proceso, lejos dela catástrofe. Parsons, contento de su discurso, contempla la mul-titud desde una casa vecina. El perjuro fue quien dijo, y desdijoluego, que vio a Spies encender el fósforo con que se prendió lamecha de la bomba. Que Lingg cargó con otro hasta un rincón cer-cano a la plaza el baúl de cuero. Que la noche de los seis muertosdel molino acordaron los anarquistas, a petición de Engel, armarsepara resistir nuevos taques, y publicar en el A r b e i t e r la palabra r u h e.Que Spies estuvo un instante en el lugar donde se tomó el acuer-do. Que en su despacho había bombas, y en una u otra casarimeros de “manuales de guerra revolucionaria”. Lo que sí seprobó con prueba plena, fue que Parsons, hermano amado de unnoble general del Sur, se presentase un día espontáneamente en el

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tribunal a compartir la suerte de sus compañeros. Lo que síestremece es la desdicha de la leal Nina Van Zandt, que prendadade la arrogante hermosura y dogma humanitario de Spies, se leofreció de esposa en el dintel de la muerte, y de mano de sumadre, de distinguida familia, casó en la persona de su hermanocon el preso; llevó a su reja día sobre día el consuelo de su amor,libros y flores; publicó con sus ahorros, para allegar recursos a ladefensa, la autobiografía soberbia y breve de su desposado; y sefue a echar de rodillas a los pies del gobernador. Lo que sí pasmaes la tempestuosa elocuencia de la mestiza Lucy Parsons, quepaseó los Estados Unidos aquí rechazada, allá presa, hoy seguidade obreros llorosos, mañana de campesinos que la echan como abruja, después de catervas crueles de chicuelos para “pintar almundo el horror de la condición de castas infelices, mayor milveces que el de los medios propuestos para terminarlo”. ¿El pro-ceso? Los siete fueron condenados a muerte en la horca, y Neebea la penitenciaría, en virtud de un cargo especial de conspiración dehomicidio de ningún modo probado, por explicar en la prensa y enla tribuna las doctrinas cuya propaganda les permitía la ley; ¡y hansido castigadas en Nueva York, en un caso de excitación directa ala rebeldía, con doce meses de cárcel y doscientos cincuenta pesosde multa!

¿Quién que castiga crímenes, aún probados, no tiene encuenta las circunstancias que los precipitaban, las pasiones que losatenúan, y el móvil con que se cometen? Los pueblos, como los médi-cos, han de preferir prever la enfermedad, o curarla en sus raíces, adejar que florezca en toda su pujanza, para combatir el mal desen-vuelto por su propia culpa, con medios sangrientos y desesperados.

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Sentencia indigna

Pero no han de morir los siete. El año pasa. La SupremaCorte, en dictamen indigno del asunto, confirma la sentencia demuerte. ¿Qué sucede entonces, sea remordimiento o miedo, queChicago pide clemencia con el mismo ardor con que pidió antescastigo: que los gremios obreros de la república envían al fin aChicago sus representantes para que intercedan por los culpablesde haber amado la cauda obrera con exceso; que iguala el clamorde odio de la nación al impulso de piedad de los que asistierondesde la crueldad que le provocó al crimen?

La prensa entera, de San Francisco a Nueva York, falseando el pro-ceso, pinta a los siete condenados como bestias dañinas, pone todaslas mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policíasdespedazados por la bomba; describe sus hogares desiertos, susniños rubios como el oro, sus desoladas viudas. ¿Qué hace ese viejogobernador, que no confirma la sentencia? ¡Quién nos defenderámañana, cuando se alce el monstruo obrero, si la policía ve que elperdón de sus enemigos los anima a reincidir en el crimen¡ ¡Quéingratitud para con la policía no matar a esos hombres!”¡No!” gritaun jefe de la policía, a Nina Van Zandt, que va con su madre apedirle una firma de clemencia sin poder hablar del llanto. ¡Y ni unamano recoge de la pobre criatura el memorial que uno por uno,mortalmente pálida, les va presentando!

¿Será vana la súplica de Félix Adler, la recomendación de losjueces del Estado, el alegato magistral en que demuestra la torpezay crueldad de la causa Trumbull? La cárcel es jubileo: de la ciudadsalen y entran repletos los trenes: Spies, Fielden y Schwab han fir-

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mado, a instancias de su abogado, una carta al gobernador cartasosadas: “¡o la libertad o la muerte, a que no tenemos miedo!”. ¿Sesalvará ese cínico de Spies, ese implacable Engel, ese diabólicoParson? Fielden y Schwab acaso se salven, porque el proceso dicede ellos poco, y, ancianos como son, el gobernador los compadece,que es también anciano.

En romería van los abogados de la defensa, los diputados delos gremios obreros, las madres, esposas y hermanas de los reos, aimplorar por su vida, en recepción interrumpida por los sollozos, antele gobernador. ¡Allí en la hora real, se vio el vacío de la elocuenciaretórica! ¡Frases ante la muerte! “Señor, dice un obrero, ¿condenarása siete anarquistas a morir porque un anarquista lanzó una bombacontra la policía, cuando los tribunales no han querido condenar a lapolicía de Pinkerton, porque uno de sus soldados mató sin provo-cación de un tiro a un niño obrero?” Sí. El gobernador los condenará;la república entera pide que los condene para ejemplo: ¿quién pusoayer en la celda de Lingg las cuatro bombas que descubrieron en ellalos llaveros? ¿de modo que esa alma feroz quiere morir sobre lasruinas de la cárcel, símbolo a sus ojos de las maldad del mundo? ¿aquién salvará por fin el gobernador Oglesby la vida?

¡No será a Lingg, de cuya celda, sacudida por súbita explosiónsale, como el vapor de un cigarro, un hilo de humo azul! Allí está Linggtendido vivo, despedazado la cara un charco de sangre, los dos ojosabiertos entre la masa roja: se puso entre los dientes una cápsula dedinamita que tenía oculta en el lujoso cabello, con la bujía encendió lamecha, y se llevó la cápsula a la barba: lo cargan brutalmente: lo dejancaer sobre el suelo del baño: cuando el agua ha barrido los coágulos,por entre los jirones de carne caída se le ve la laringe rota, y, como

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las fuentes de un manantial, corren por entre los rizos de su cabelleravetas de sangre. ¡Y escribió! ¡Y pidió que lo sentaran! ¡Y murió a lasseis horas- cuando ya Fielden y Schwab estaban perdonados, cuandoconvencidas de las desventuras de sus hombres, las mujeres, lasmujeres sublimes, están llamando por última vez, no con flores y fru-tas como en lo días de la esperanza, sino pálidas como la ceniza, aaquellas bárbaras puertas!

La primera es la mujer de Fischer: ¡la muerte se le conoceen los labios blancos!

Lo esperó sin llorar: pero ¿saldrá viva de aquel abrazoespantoso?: ¿así, así se desprende el alama del cuerpo! Él laarrulla, le vierte miel en los oídos, la levanta contra su pecho, labesa en la boca, en el cuello, en la espalda, “¡Adiós!” la aleja de sí,y se va a paso firme, con la cabeza baja y los brazos cruzados. YEngel ¿cómo recibe la visita postrera de su hija? ¿no se querrán,que ni ella ni él quedan muertos? ¡oh, sí la quiere, porque tiem-blan los que se llevaron del brazo a Engel al recordar, como de unhombre que crece de súbito entre sus ligaduras, la luz llorosa desu última morada! “Adiós, mi hijo!” dice tendiendo los brazoshacia él la medre de Spies, a quien sacan lejos del hijo ahogado arastras. “¡Oh, Nina, Nina!” exclama Spies apretando su pechopor primera y última vez a la viuda que no fue nunca esposa: y alborde de la muerte se la ve florecer, temblar como la flor, desho-jarse como la flor, en la dicha terrible de aquel beso adorado.

No se la llama desmayada, no; sino que, conocedora poraquel instante de la fuerza de la vida y la beldad de la muerte, talcomo Ofelia vuelta a la razón, cruza, jacinto vivo, por entre los

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alcaides, que le tienden respetuosos la mano. Y a Lucy Parsons nola dejaron decir a adiós a su marido, porque lo pedía, abrazada a sushijos, con el calor y la furia de las llamas.

La muerte espera

Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de lacárcel pintado de cal verdosa, por sobre el paso de los guardias conla escopeta al hombro, por sobre el voceo y risas de los carcelerosy escritores, mezclado de vez en cuando a un repique de llaves, porsobre el golpeo incesante del telégrafo que el Sun de Nueva Yorktenía en el mismo corredor establecido, culebreada, reñía, se des-bocaba, imitando, como una dentadura de calavera, las inflexionesde la voz del hombre, por sobre el silencio que encima a todosestos ruidos se cernía, oíanse los últimos martillazos del carpinteroen el cadaldo. Al fin del corredor se levantaba el cadalso. “¡Oh, lascuerdas son buenas: ya las probó el alcaide!” “El verdugo halará,escondido en la garita de fondo, de la cuerda que sujeta el pestillode la trampa. “La trampa está firme, a unos diez pies del suelo”“No: los maderos de la horca no son nuevos: los han repintado deocre, para que parezcan bien en esta ocasión; porque todo ha dehacerse decente”. “Sí, la milicia está a mano: y a la cárcel no sedejará acercar a nadie” “¡De veras que Lingg era hermoso! Risas,tabacos, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despier-tos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean,las luces eléctricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas,, mira alcadalso un gato… ¡cuando de pronto una melodiosa voz, llena defuerza y sentido, la voz de uno de estos hombres a quienes se

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supone fieras humanas, trémula primero, vibrante enseguida, puraluego y serena, como quien ya se siente libre de polvo y ataduras,resonó en la celda de Engel, que arrebatado por el éxtasis, recitaba“El tejedor” de Henry Heine, como ofreciéndolo al cielo el espíritu,con los brazos en alto:

Con ojos secos, lúgubre y ardientesrechinando los dientesse sienta en su telar el tejedor:¡Germania vieja, tu capuz zurcimos!Tres maldiciones en la tela urdimos;¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Maldito el falso Dios que implora en vano,en invierno tirano,muerto de hambre el jayán en su obrador!¡En vano fue la queja y la esperanza!Al Dios que nos burló, guerra y venganza:¡Adelante, adelante el tejedor!¡Maldito el falso rey del poderosocuyo pecho orgullosonuestra angustia mortal no conmovió!

¡El último doblón nos arrebata,y como a perros luego el rey nos mata!¡Adelante, adelante el tejedor!

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¡Maldito el falso Estado que florece,y como yedra crecevasto y sin tasa el público baldón;donde la tempestad la flor avientay el gusano con podre se sustenta!¡Adelante, adelante el tejedor!

¡Corre, corre sin miedo, tela mía!¡Corre bien noche y díatierra maldita, tierra sin honor!Con mano firme tu capuz zurcimos:Tres veces, tres, la maldición urdimos:¡Adelante, adelante el tejedor!

Y rompiendo en sollozos, se dejó Engel caer sentado ensu litera, hundiendo en las palmas el rostro envejecido. Muda lohabía escuchado en la cárcel entera, los unos como orando, lospresos asomados a los barrotes, estremecidos los escritores y losalcaides, suspenso el telégrafo, Spies a medio sentar. Parsons depie en su celda, con los brazos abiertos como quien va a empren-der el vuelo.

El día sorprendió a Engel hablando entre sus guardas, conla palabras voluble del condenado a muerte, sobre lances curiososde su vida de conspirador; a Spies fortalecido por el largo sueño;a Fischer, vistiéndose sin prisa las ropas que se quitó al empezar lanoche, para descansar mejor; a Parsons, cuyos labios se muevensin cesar, saltando sobre sus vestidos, después de un corto sueñoh i s t é r i c o .

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“¿Oh, Fischer, cómo puedes estar tan sereno, cuando elalcaide que ha de dar la señal de tu muerte, rojo por no llorar,pasea como una fiera la acaldía!” “-Porque- responde Fischer, cal-vando una mano sobre el brazo trémulo del guarda y mirándole delleno en los ojos- creo que mi muerte ayudará a la causa con queme desposé desde que comencé mi vida, y amo yo más que a mivida misma, la causa del trabajador,- ¡y porque mi sentencia es par-cial, ilegal e injusta!” “¡Pero, Engel ahora que son las ocho de lamañana, cuando ya sólo te faltan dos horas para morir, cuando enla bondad de las caras, en el afecto de los saludos, en los maullidoslúgubres del gato, en el rastreo de las voces, y los pies, están leyen-do que la sangre se te hiela cómo no tiemblas, Engel!” “-¿Te m b l a rporque me han vencido aquellos a quienes hubiera querido yovencer? Este mundo no me parece justo; y yo he batallado, y bata-llo hora con morir, para crear un mundo justo. ¿Qué me importaque mi muerte sea un asesinato judicial? ¿Cabe en un hombre queha abrazado una causa tan gloriosa como la nuestra desear vivircuando no puede morir por ella? ¡No: alcadide, no quiero drogas,quiero vino Oporto!”

Y uno sobre otro se bebe tres vasos… Spies, con las pier-nas cruzadas, como cuando pintaba para el Arbieter Zeitung eluniverso dichoso, color de llama y hueso, qué sucedería a estacivilización de esbirros y mastines, escribe largas cartas, las lee concalma, las pone lentamente en sus sobres, y una u otra vez deja des-cansar la pluma, para echar al aire, reclinado en su silla, como losestudiantes alemanes, bocanadas y aros de humo: ¡oh, patria, raízde la vida, que aún a los que te niegan por el amor más vasto a lahumanidad, acudes y confortas, como aire y como luz, por mil

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medios sutiles! “Sí, alcaide, dice Spies, beberé un vaso de vino delRhin!”… Fischer alemán, cuando el silencio comenzó a ser angus-tiosos, en aquel instante en que en las ejecuciones como en los ban-quetes callan a la vez, como ante solemne apareció, los concur-rentes todos, prorrumpió, iluminada la faz por venturosa sonrisa, enlas estrofas de La Marsellesa que cantó con la cara vuelta al cielo…Parsons a grandes pasos mide el cuarto: tiene delante un auditorioenorme, un auditorio de ángeles que surgen resplandecientes de labruma, y le ofrecen, para que como astro purificante cruce delmundo, la capa de fuego del profeta Elías: tiende las manos, comopara enseñar a los matadores su triunfo: gesticula, argumenta,sacude el puño alzado, y la palabra alborotada al dar contra loslabios se le extingue, como en la arena movediza se confunden yperecen las olas.

Llegó la hora

Llenaba de fuego el sol las celdas de tres de los reos, querodeados de lóbregos muros parecían, como el bíblico, vivos enmedio de las llamas, cuando el ruido improviso, los pasos rápidos,el cuchicheo ominoso, el alcaide y los carceleros que aparecen a susrejas, el color de sangre que sin causa visible enciende la atmósfera,les anuncian, lo que oyen sin inmutarse que es aquella la hora!

Salen de sus celdas al pasadizo angosto; ¿Bien? “-Bien!”:Sedan la mano, sonríen, crecen. “¡Vamos!” El médico les había dadoestimulantes: a Spies y a Fischer les trajeron vestidos nuevos: Engelno quiere quitarse sus pantuflas de estambre. Les leen la sentencia, acada uno en su celda; les sujetan las manos por la espalda con esposas38

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plateadas: les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero: lesechan por sobre la cabeza, como la túnica de los catecúmenos cris-tianos, una mortaja blanca: ¡abajo la concurrencia sentada en hilerasde sillas delante del cadalso como en un teatro! Ya vienen por elpasadizo de las celdas, a cuyo remate se levanta la horca; delante vael alcaide, lívido: al lado de cada reo, marcha un corchete. Spies va apaso grave, desgarradores los ojos azules, hacia atrás el cabello bienpeinado, blanco como su misma mortaja, magnifica la frente Fischerle sigue, robusto y poderoso, enseñándose por el cuello la sangrepujante, realzados por el sudario los fornidos miembros. Engel andadetrás a la manera de quien va a una casa amiga, sacudiéndose elsayón incómodo con los talones. Parsons, como si tuviese miedo a nom o r i r, fiero, determinado, cierra la procesión a paso vivo. Acaba elc o r r e d o r, y ponen el pie en la trampa: las cuerdas colgantes, lascabezas erizadas, las cuatro mortajas.

Plegaria en el rostro de Spies; el de Fischer, firmeza, el deParsons, orgullo radioso; a Engel, que hace reír con un chiste a sucorchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda. Les atan las pier-nas, al uno tras el otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer,a Engel, a Parsons, les echan sobra la cabeza, como el apagavelas sobrelas bujías, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies, mientrasestán cubriendo las cabezas de sus compañeros, con un acento que alos que lo oyen les entra en las carnes: “La voz que vais a sofocar serámás poderosa en lo futuro, que cuantas palabras pudiera yo decirahora”. Fischer dice, mientras atiende el corchete a Engel: “¡Este esel momento más feliz de mi vida!” “¡Hurra por la anarquía! “dice Engel,que había estado moviendo bajo el sudario hacia el alcaide las manosamarradas. “¡Hombres y mujeres de mi querida América…!” empieza

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a decir Parsons. Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuer-pos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons hamuerto al caer, gira de prisa, y cesa: Fischer se balancea, retiembla,quiere zafar del mundo el cuello entero, estira y encoge las piernas,muere: Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pechocomo la marejada, y se ahoga: Spies, en danza espantable, cuelgagirando como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se daen la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacudelos brazos, tamborinea: y al fin expira, rota la nuca hacia adelante, salu-dando con la cabeza a los espectadores.

Muchedumbre de duelo

Y dos días después, dos días de escenas terribles en lascasas, de desfile constante de amigos llorosos, ante los cadáveresamoratados, de señales de duelo colgadas en puertas miles bajo unaflor de seda roja, de muchedumbres reunidas con respeto paraponer a los pies de los ataúdes rosas y guirnaldas, Chicago asombra-do vio pasar tras las músicas fúnebres, a que precedía un soldadoloco agitando como desafío un pabellón americano, el ataúd deSpies, oculto bajo las coronas; el de Parsons, negro, con catorceartesanos atrás que cargaban presentes simbólicos de flores; el deFischer, ornado con guirnalda colosal de lirio y clavellinas; los deEngel y Lingg, envueltos en banderas rojas,-y los carruajes de lasviudas, recatadas hasta los pies por velos de luto, -y sociedades,gremio, vereins, orfeones, diputaciones, trescientas mujeres enmasa, con crespón al brazo, seis mil obreros tristes y descubiertosque llevaban al pecho la rosa encarnada.

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Y cuando desde el montículo del cementerio, rodeado deveinticinco mil almas amigas, bajo el cielo sin sol que allí coronaestériles llanuras, habló el capitán Black, el pálido defensor vesti-do de negro, con la mano tendida sobre los cadáveres: “-¿Qué esla verdad,-decía, en tal silencio que se oyó gemir a las mujeresdolientes y al concurso, -qué es la verdad que desde el deNazareth la trajo al mundo no la conoce el hombre hasta que consus brazos la levanta y la paga con la muerte? ¡Estos no son felonesabominables, sedientos de desorden, sangre y violencia, sinohombres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura,amados por cuantos los conocieron y vieron de cerca el poder yla gloria de sus vidas: su anarquía era el reinado del orden sin lafuerza: su sueño, un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud: sud o l o r, el de creer que el egoísmo no cederá nunca por la paz a lajusticia: ¡oh cruz de Nazareth, que en estos cadáveres se ha llama-do cadalso!.

De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado depino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz quese adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yono vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a lanación que ha estado hoy dando gracias a Dios en sus templos porque han muerto en la horca estos hombres, sino los trabajadores deChicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus másnobles amigos!” …La noche, y la mano del defensor sobre aquelhombro inquieto, dispersaron los concurrentes y los hurras: flores,banderas, muertos y afligidos, perdíanse en la misma negra sombra:como de olas de mar venía de lejos el ruido dela muchedumbre envuelta a sus hogares. Y decía el Arbeiter Zeitung de la noche, que al

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entrar en la ciudad recibió el gentío ávido: “¡Hemos perdido unabatalla, amigos infelices, pero veremos el fin el mundo ordenadoconforme a la justicia: seamos sagaces como las serpientes, einofensivos como las palomas!”

La Nación. Buenos Aires, 1 de enero de 1888

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DiscursosPronunciados por los 8 Mártires de Chicago

ante la Suprema Corte, al momento de ser sentenciados.

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“ ¡Hurra por la anarquía! ”Últimas palabras de George Engel antes de ser ejecutado en la horca

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DiscursoEs la primeravez que comparezcoante un tribunal americano, y en él se me acusa de asesino. ¿Y porqué razón estoy aquí? ¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por lamisma que tuve que abandonar Alemania, por la pobreza, por la mis-eria de la clase trabajadora. Aquí también, en esta libre República, enel país más rico del mundo, hay muchos obreros que no tienen lugaren el banquete de la vida y que como parias sociales arrastran unavida miserable. Aquí he visto a seres humanos buscando algo conqué alimentarse en los montones de basura de las calles.

Cuando en 1878 vine desde Filadelfia a esta ciudad, creía hallar másfácilmente medios de vida aquí que en Filadelfia, donde me habíasido imposible vivir por más tiempo. Pero mi desilusión fue comple-ta. Empecé a comprender que para el obrero no hay diferenciaentre Nueva York, Filadelfia y Chicago, así como no la hay entreAlemania y esta República tan ponderada. Un compañero de tallerme hizo comprender científicamente la causa de que en este rico

Nació en Cassel (Alemania),en 1836. Recibió una edu-cación común en las escue-las públicas, y aprendió eloficio de impresor. En 1873se mudó a los Estados Unidos y un añodespués llegó a Chicago, donde se afilió alPartido Socialista. Fue el fundador delfamoso grupo Northwest, en 1883.

Su notoria actividad yenergía incansable impul-saron grandemente la orga-nización. Engel era unorador incisivo, y su palabra

correcta y fácil era oída con agrado aún porsus mismos adversarios.Fue condenado a muerte en la horca y eje-cutado el 11 de noviembre de 1887.

GEORGEENGEL

“Aquí también, en esta libre República,en el país más rico del mundo, hay muchos obreros

que no tienen lugar en el banquete de la vida y que comoparias sociales arrastran una vida miserable.”

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país no pueda vivir decentemente el proletario. Compré libros parailustrarme más, y yo, que había sido político de buena fe, abominéde la política y de las elecciones y aún comprendí que todos los par-tidos estaban degradados y que los mismos demócratas socialistascaían en la corrupción más completa. Entonces entré en laAsociación Internacional de los Trabajadores. Los miembros de estaAsociación están convencidos de que sólo por la fuerza podránemanciparse los trabajadores, de acuerdo con lo que la historiaenseña. En ella podemos aprender que la fuerza libertó a losprimeros colonizadores de este país, que sólo por la fuerza fueabolida la esclavitud, y así como fue ahorcado el primero que eneste país agitó la opinión contra la esclavitud, vamos a ser ahorca-dos nosotros.

¿En qué consiste mi crimen?

En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social enque sea imposible el hecho de que mientras unos amontonanmillones beneficiando las máquinas, otros caen en la degradación yla miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así latierra y las invenciones de los hombres científicos deben ser utiliza-dos en beneficio de todos. Vuestras leyes están en oposición con lasde la naturaleza, y mediante ellas robáis a las masas el derecho a lavida, a la libertad y al bienestar.

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“...he trabajado por el establecimiento de un sistema social en que sea imposible el hecho de que mientras unos amontonan millones beneficiando las máquinas, otros caen en la degradación.”

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En la noche en que fue arrojada la primera bomba en este país, yome hallaba en mi casa. Yo no sabía ni una palabra de la conspiraciónque pretende haber descubierto el Ministerio Público.

Es cierto que tengo relaciones con mis compañeros de proceso,pero a algunos sólo los conozco por haberlos visto en las reunionesde trabajadores. No niego tampoco que haya yo hablado en variosmítines, afirmando que si cada trabajador llevase una bomba en elbolsillo, pronto sería derribado el sistema capitalista imperante.

Esa es mi opinión y mi deseo...

... Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sis-tema que da el privilegio. Mi más ardiente deseo es que los traba-jadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos.Todo lo demás lo desprecio: desprecio el poder de un gobiernoinicuo, sus policías y sus espías.

No tengo más que decir.

Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepanquiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos.

Todo lo demás lo desprecio: desprecio el poder de ungobierno inicuo, sus policías y sus espías.

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“...llegará un tiempo en que sobre las ruinas de lacorrupción se levantará la esplendorosa mañana

del mundo emancipado...”Últimas palabras de Samuel Fielden al ser sentenciado a ser ejecutado

en la horca

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Discurso(Fielden pronunció un discurso muy extenso, por cuya razón no haremosun extracto tan completo como desearíamos, y aún le daremos formadistinta de la dada a los demás a fin de compendiar mejor cuanto dijo)

Empezó recitando una poesía del escritor alemán Freiligrath, titula-da La Revolución, y se defendió elocuentemente de que se pre-tendiera acusarle de revolucionario. En cuanto a juzgarle delin-cuente por profesar las ideas anarquistas, apeló a la constitución delEstado y sobre todo al derecho natural, superior a todas las consti-tuciones, para pensar libremente, y demostró que era un absurdocondenarle por defender la anarquía y la revolución. La historia detodos los pueblos prueba que toda idea nueva fue y es revoluciona-ria, y que no se mata la idea suprimiendo a los defensores.Descartados estos dos extremos, dice:

Llegué a los Estados Unidos en 1868. Estuve primero en Ohio yvine a Chicago en 1869. Hay en Chicago bellos monumentos queevidencian un progreso, y es difícil que paséis por una calle donde

Nació en To d m o r d e n ,Lancashire (Inglaterra) en1844; pasó su juventud tra-bajando en los talleres, yentrando en edad adulta, serecibió de Ministro metodista. Fue despuésnombrado superintendente de las escuelasdominicales de su país natal. En 1864 pasóa Nueva York y trabajó en algunos telares. Alaño siguiente se trasladó a Chicago, y desdeesa fecha trabajó como jornalero. Ingresó enla Liga Liberal en 1880, donde conocióSpies y Parsons; se declaró socialista y fue

uno de los miembros másactivos de la AsociaciónInternacional de losTrabajadores. Era un granorador y pensador profundo.

Fue condenado a muerte por la SupremaCorte y por presión de la clase obrera, elgobernador Oglesby conmutó la pena acadena perpetua.Siete años después fue liberado tras ladeclaración de inocencia de los ocho már-tires por el gobernador de Illinois, John PeterAltgeld.

S A M U E LF I E L D E N

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yo no haya producido algo conmis propias manos. Y por ello

he de recordaros que cuando tratasteis de acusarnos lo hicisteisafirmando que nosotros habíamos procurado vivir sin trabajar acosta de las gentes sencillas. El único que después pudo poner enclaro este asunto fue Zeller, secretario de la Unión Central Obrera,y cuando se le preguntó si habíamos recibido dinero por hablar yorganizar secciones en la Asociación, este hombre, que era traído alproceso para prevenir al pueblo contra nosotros, porque no haynada que perjudique tanto a un individuo como la prueba de queobra por interés, y es por tanto un mercenario despreciable; cuan-do llegó el momento, repito, en que este hombre podía declarar laverdad, en que hubiera podido confirmar la acusación, si fuera cier-ta, cada uno de los que estábais interesados en probarnos aquelhecho os opusisteis a que hablara y aturdisteis la sala con el ruidoproducido con vuestros zapatos. Nosotros somos juzgados por unjurado que nos cree culpables. Ahora seréis vosotros juzgados porotro jurado que os cree a su vez culpables también.

Y hablando del socialismo decía:Hallándome en un estado o disposición investigadora y habiendoobservado que hay algo injusto en nuestro sistema social, asistí avarias reuniones populares y comparé lo que decían los obreros conmis propias observaciones. Yo reconocí que había algo injusto: misideas no me hacían comprender el remedio, pero me condujeron asu determinación con la misma energía que me había llevado haciaaquéllas, años atrás. Siempre hay un periodo en la vida individual enque tal o cual sensación simpática es agitada o sacudida por

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“...el socialismo científico demuestraque todos debemos evitar y combatirel mal dondequiera que se encuentre.”

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cualquier otra persona. Aun no bien se ha comprendido la idea, y yase está convencido de la verdad respondiendo a aquella sensaciónsimpática por otro producida. No de otro modo me ocurrió en misinvestigaciones sobre la economía política. Sabía cual era el error, lafalsedad, mas no conocía el remedio a los males sociales; pero dis-cutiendo y analizando las cosas y examinando los remedios puestosen boga actualmente, hubo quien me dijo que el socialismo signifi-caba la igualdad de condiciones, y esta fue la enseñanza. Comprendíenseguida aquella verdad, y desde entonces fui socialista. Aprendícada vez más y más; reconocí la medicina para combatir los malessociales, y como me juzgaba con derecho para propagarla, lapropagué. La constitución de los Estados Unidos cuando dice: elderecho a la libre emisión del pensamiento no puede ser negada acada ciudadano, reconoce a cada individuo el derecho a expresarsus pensamientos. Yo he invocado los principios del socialismo y dela economía social, y ¿por esta y sólo por esta razón me hallo aquí ysoy condenado a muerte? ¿Qué es el socialismo? ¿Es tomar algunola propiedad de otro? ¿Es eso lo que el socialismo significa en laacepción vulgar de la palabra? No. Si yo contestara a esta preguntatan brevemente como los adversarios del socialismo, diría que esteimpide a cualquiera apoderarse de lo que no es suyo. El socialismoes la igualdad; el socialismo reconoce el hecho de que nadie social-mente es responsable de lo que es; de que todos los males socialesson el producto de la pobreza; y el socialismo científico demuestraque todos debemos evitar y combatir el mal dondequiera que seencuentre. No hay ningún criminalista que niegue que todo crimenen su origen es el producto de la miseria. Pues bien; se me acusa deexcitar las pasiones, se me acusa de incendiario porque he afirma-

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do que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a lacategoría de animal. Andad, id a las casas de los pobres, y los veréisamontonados en el menor espacio posible, respirando una atmós-fera infernal de enfermedad y muerte. ¿Creéis que estos hombrestienen verdadera conciencia de lo que hacen? De ningún modo. Esel producto de ciertas condiciones, de determinados medios en quehan nacido, lo que les obliga a ser lo que son y nada más que lo queson. Os lo podría demostrar aquí con mil ejemplos.

La cuestión social es unacuestión tan europea como americana. En los grandes centrosindustriales de los Estados Unidos, el obrero arrastra una vida mi-serable, la mujer pobre se prostituye para vivir, los niños perecenprematuramente aniquilados por las penosas tareas a que tienenque dedicarse, y una gran parte de los vuestros se empobrece tam-bién diariamente. ¿En donde está la diferencia de país a país?

Habéis traido a los reporteros de la prensa burguesa para probar milenguaje revolucionario, y yo os he demostrado que a todas nues-tras reuniones han acudido o han podido acudir nuestros adversa-rios para demostrar la falsedad del socialismo; que a nuestrosmitines hemos invitado a los representantes de la prensa, de laindustria y del comercio, y que casi siempre han dado la callada porrespuesta; y, en resumen, os digo que un reportero es un hombreque no depende de sí mismo, que no es libre, que obra a instigaciónajena, y lo mismo puede acusarnos de un crimen que proclamarnoslos más virtuosos de todos los hombres. Es más; todas las reuniones

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“...se me acusa de excitar las pasiones, se me acusa de incendiarioporque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombrehasta reducirlo a la categoría de animal.”

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convocadas por el Grupo Americano fueron de controversia. Unciudadano de Washington que aquí vino a combatirnos en 1880, nosha escrito repetidas veces ofreciéndose a declarar que nuestrasreuniones no tenían por objeto excitar al pueblo a la rapiña, comodecís vosotros, sino simplemente la discusión de las cuestioneseconómicas. Veinte testigos más estaban dispuestos a confirmar lomismo. Esto era en el supuesto de que se nos acusara en aquel sen-tido. Pero vimos aquí que de lo que se nos acusaba realmente erade anarquistas, y por eso no vinieron aquellos testigos, porque noeran necesarios.

Defiéndase después Fielden de las acusaciones de conspiración yasesinato, poniendo unas enfrente de otras las declaraciones de lostestigos, citando fechas y lugares y probando hasta la saciedad queera un ardiente propagandista de la anarquía, pero no un criminal.Se le acusaba de haber hecho fuego con un revólver a la policía, yprobó con los mismos testimonios de los testigos contrarios queera falso; se le acucaba de haber dicho: Ahí vienen los sanguinarios(aludiendo a la policía), cumplid con vuestro deber y yo cumplirécon el mío; y no sólo demostró que no había pronunciado talespalabras sino también que si las hubiera pronunciado no sería sufi-ciente causa para condernale a muerte; se le acusaba de haberdicho: ¡Suprimid la ley!, y a este propósito dijo:

Recordáis que yo pronuncié estas palabras tomándolas de un dis-curso de Mr. Foran en el Congreso. Y si es verdad, como dice aquél,que nada se puede hacer por la legislación que se supone favorabiea los intereses comunales, nada más lógico que aquella frase. No se

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puede legislar sin herir losintereses de algunos;

necesariamente la ley ha de favorecer unos intereses y perjudicar aotros. Si, pues, nada se puede conseguir por medio de la legislacióny centenares de hombres reciben un sueldo anual por hacer lasleyes, es lógico y natural que la gran mayoría, que no recibe ningúnfavor de la ley, prescinda de ella, así como ésta prescinde de dichamayoría. No es, por tanto, una frase terrible la pronunciada por mí.Si no hubiese estallado la bomba de Haymarket, no se le ocurriría anadie seguramente que aquella frase fuese terrorífica ni muchomenos.

Además no había necesidad de provocar ningún conflicto la nochedel 4, pues el mitin había sido pacífico y el lenguaje de los oradoresno pudo ser en modo alguno incendiario.

Por otra parte, la constitución no define ni determina cuál es ellenguaje revolucionario y cuál no, y por tanto, no puede condenareste o el otro. Pero si determinara, ¿nos hacéis tan tontos que no lotuviéramos en cuenta?

Interrumpido el discurso de Fielden por suspenderse la sesión, loreanudó a las dos de la tarde, insistiendo en sus apreciaciones acer-ca de las leyes y analizando minuciosamente los sucesos de Mc.Cormicks, así como la propaganda revolucíonaria de todos los tiem-pos y de todas las ideas en conexión con la propaganda hecha porlos anarquistas. Y concluyó con un elocuentísimo periodo cuyospárrafos principales son los siguientes:

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Si me juzgáis convicto por haber propagado el socialismo,y yo no lo niego,entonces ahorcadme por decir la verdad...

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Si me juzgáis convicto por haber propagado el socialismo, y yo nolo niego, entonces ahorcadme por decir la verdad...

...Si queréis mi vida por invocar los principios del socialismo y de laanarquía, como yo entiendo y creo honradamente que los he invo-cado en favor de la humanidad, os la doy contento y creo que elprecio es insignificante ante los resultados grandiosos de nuestrosacrificio...

. . . Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mi mismo. Yo odiola tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen deahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora delarrepentimiento. Hoy el sol brilla para la humanidad; pero puesto quepara nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero felizal morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un sólo minuto lallegada del venturoso día en que aquél alumbre mejor para los traba-jadores. Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de lacorrupción se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipa-do, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronis-mos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones.

Del discurso de Fielden puede decirse que fue el análisis minuciosode la burda comedia preparada por los Bonfield, Grinnell y otros desu calaña.

me considero feliz al morir, sobre todo si mi muertepuede adelantar un sólo minuto la llegada del venturoso día

en que aquél alumbre mejor para los trabajadores.

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deChicago “ ¡Éste es el momento más feliz de mi vida! ”

Últimas palabras de Adolf Fisher antes de ser ejecutado en la horca

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DiscursoNo hablaré mucho.Solamente tengoque protestar contra la pena de muerte que me imponéis, porque nohe cometido crimen alguno. He sido tratado aquí como asesino y sólose me ha probado que soy anarquista. Pues repito que protesto con-tra esa bárbara pena, porque no me habéis probado crimen alguno.Pero si yo he de ser ahorcado por profesar las ideas anarquistas, pormi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces notengo nada que objetar. Si la muerte es la pena correlativa a nuestraardiente pasión por la libertad de la especie humana, entonces, yo lodigo muy alto, disponed de mi vida.

Aunque soy uno de los que prepararon el mitin de Haymarket, nadatengo que ver con el asunto de la bomba. Yo no niego que he con-currido a aquel mitin, pero aquel mitin...

(Al llegar a este punto, el defensor, Mr. Salomón, le llama aparte yle aconseja que no continúe en aquel tono. Entonces Fischer,volviéndose la espalda, dice: Sois muy bondadoso, Mr. Salomón. Sémuy bien lo que digo. y continuó.)

Era natural de Alemania ytenía treinta años cuando loahorcaron. A los diez añosemigró con su familia a losEstados Unidos y aprendió eloficio de tipógrafo en Nashville (Tenesee).Desde muy joven profesó ideas socialistas.Adelantando en su educación sociológica,fue poco después editor y propietario delperiódico Staats Zeitung, que se publicó enLittle Rock (Arkansas). En 1881 vendió el

periódico y se trasladó aChicago, en donde trabajóde impresor, fundandodespués un periódico defen-sor de las ideas más avan-

zadas en el campo socialista. Desdeentonces su reconocida ilustración le llevó aldesempeño de difíciles comisiones en elseno de la organización obrera.Fue condenado a muerte en la horca y eje-cutado el 11 de noviembre de 1887.

ADOLFFISCHER

Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardientepasión por la libertad de la especie humana,

entonces, yo lo digo muy alto, disponed de mi vida.

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Ahora bien; el mitin de Haymarket no fue convocado para cometerningún crimen; fue, por el contrario, convocado para protestar con-tra los atropellos y asesinatos de la policía en la factoría de Mc.Cormicks.

El testigo Waller y otroshan afirmado aquí quepocas horas después deaquellos sucesos habíamos

tenido una reunión previa para tomar la iniciativa y convocar unamanifestación popular. Waller presidió esta reunión y él mismo pro-puso la idea del mitin en Haymarket. También fue él quien meindicó para que me hiciera cargo de buscar oradores y redactar lascirculares. Cumplí este encargo invitando a Spies a que hablara enel mitin y mandando imprimir 25,000 circulares. En el originalaparecían las palabras ¡Trabajadores, acudid armados! Yo tenía mismotivos para escribirlas, porque no quería que, como en otras oca-siones, los trabajadores fueran ametrallados indefensos. CuandoSpies vio dicho original se negó a tomar parte en el mitin si no sesuprimían aquellas palabras. Yo deferí a sus deseos y Spies habló enHaymarket. Esto es todo lo que tengo que ver en el asunto delmitin...

Yo no he cometido en mi vida ningún crimen. Pero aquí hay un indi-viduo que está en camino de llegar a ser un criminal y un asesino, yese individuo es Mr. Grinnell, que ha comprado testigos falsos a finde poder sentenciarnos a muerte. Yo lo denuncio aquí pública-mente. Si creéis que con este bárbaro veredicto aniquiláis a los

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“¡Trabajadores, acudid armados! Yo tenía mis motivos para escribirlas, porque no quería que, como en otras ocasiones, los trabajadores fueran ametrallados indefensos.”

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anarquistas y a la anarquía, estáis en un error, porque los anarquis-tas están dispuestos siempre a morir por sus principios, y éstos soninmortales... Este veredicto es un golpe de muerte dado a la liber-tad de imprenta, a la libertad de pensamiento, a la libertad depalabra, en este país. El pueblo tomará nota de ello.Es cuanto tengo que decir.

Este veredicto es un golpe de muertedado a la libertad de imprenta,

a la libertad de pensamiento,a la libertad de palabra, en este país.

El pueblo tomará nota de ello.

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“Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes,vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME! ”

Últimas palabras de Louis Lingg al ser sentenciado a ser ejecutado en la horca

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Nació en Mannheim (Alemania),el 9 de septiembre de 1864. Supadre trabajaba en maderas deconstrucción y su madre eralavandera. LOuis recibió su edu-cación en las escuelas públicas de supueblo natal. Lingg aprendió el oficio de carpintero, ydespués del tradicional aprendizaje de tresaños (en Alemania), viajó por el sur deaquella nación y luego por Suiza, trabajandodondequiera que se le presentaba ocasión.No tardó en enterarse de las doctrinassocialistas, que aceptó con entusiasmo.En 1885 llegó a América. No quería some-

terse al servicio militar enAlemania, y por eso no se con-sideró seguro en Suiza. EnChicago obtuvo trabajo en suoficio, y pronto ingresó en la aso-

ciación en que tanto distinguió por su activi-dad organizadora. Pudo con noble orgulloenvanecerse de que la sociedad a quepertenecía saliera sin menoscabo de susfuerzas del movimiento por las ocho horasen mayo de 1886.Fue condenado a pena de muerte en lahorca pero prefirió sembrarse en la historiadetonando una dinamita entre sus dientes,en su celda, el día antes de la ejecución.

LOUISLlNGG

DiscursoMe concedéis, después de condenarme a muerte la libertad de pro-nunciar un último discurso.

Acepto vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injus-ticias, las calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.

Me acusáis de asesino; ¿y qué prueba tenéis de ello?

En primer lugar, traéis aquí a Seliger para que deponga en mi con-tra. Dice que me ha ayudado a fabricar bombas y yo he demostra-do que las bombas que tenía las compré en la Avenida deClybourne, Nº 58. Pero lo que no habéis probado aún con el testi-monio de ese infame comprado por vosotros, es que esas bombastuvieran alguna conexión con la de Haymarket.

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Habéis traídoaquí también aalgunos espe-

cialistas químicos, y éstos han tenido que declararque entre unas y otras bombas había diferencias tan esencialescomo la de una pulgada larga en sus diámetros.

Esa es la clase de pruebas que contra mí tenéis.

No; no es por un crimen por lo que nos condenáis a muerte; es porlo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía; ypuesto que es por nuestros principios por lo que nos condenáis, yogrito sin temor: ¡Soy anarquista!

Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y que significan la ley yel orden? Sus representantes son los policías, y entre éstos haymuchos ladrones. Aquí se sienta el Capitán Schaack. El me ha con-fesado que mi sombrero y mis libros habían desaparecido de suoficina, sustraídos por los policías. ¡He ahí vues-tros defensores delderecho de propiedad!

Mientras yo declaro francamente que soy partidario de los proce-dimientos de fuerza para conquistar una vida mejor para mis com-pañeros y para mí, mientras afirmo que enfrente de la violencia bru-tal de la policía es necesario emplear la fuerza bruta, vosotros tratáisde ahorcar a siete hombres apelando a la falsedad y al perjurio,comprando testigos y fabricando, en fin, un proceso inicuo desde elprincipio hasta el fin.

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No; no es por un crimen por lo que nos condenáisa muerte; es por lo que aquí se ha dicho en todos lostonos, es por la Anarquía; y puesto que es por nuestrosprincipios por lo que nos condenáis, yo grito sin temor:¡Soy anarquista!

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Grinnell hatenido el valor, aqui donde no puedo defenderme, dellamarme cobarde. ¡Miserable! Un hombre que se ha aliado con unvil, con un bribón asalariado, para mandarme a la horca. ¡Este mise-rable, que por medio de las falsedades de otros miserables como éltrata de asesinar a siete hombres, es quien me llama cobarde!

Se me acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba laacusación? Pues declarando sencillamente que la AsociaciónInternacional de Trabajadores tiene por objeto conspirar contra laley y el orden. Yo pertenezco a esa Asociación, y de esto se meacusa probablemente. ¡Magnífico! ¡Nada hay difícil para el genio deun fiscal!

Yo repito que soy enemigo del orden actual, y repito también quelo combatiré con todas mis fuerzas mientras aliente. Declaro otravez franca y abiertamente que soy partidario de los medios defuerza. He dicho al Capitán Schaack, y lo sostengo, que si vosotrosempleáis contra nosotros vuestros fusiles y vuestros cañones,nosotros emplearemos contra vosotros la dinamita. Os reísprobablemente, porque estáis pensando: Ya no arrojarás más bom -b a s. Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porqueestoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he habla-do recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcadosellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os des-precio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza,vuestra autoridad. ¡AHORCADME!

Yo repito que soy enemigo del orden actual,y repito también que lo combatiré con todas mis fuerzas

mientras aliente.

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“Yo os lo suplico. Dejadme participar de la suerte demis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!”

Últimas palabras de Oscar W. Neebe al ser sentenciado a 15 años deprisión y trabajos forzados

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DiscursoDurante los últimosdías he podido apren-der lo que es la ley, pues antes no lo sabía. Yo ignoraba que podíaestar convicto de un crimen por conocer a Spies, Fielden y Pa r s o n s .He presidido un mitin en Turner Hall, al que vosotros fuísteis invita-dos para discutir el anarquismo y el socialismo. Yo estuve, sí, en aque-lla reunión, en la que no aparecieron los representantes del sistemacapitalista actual para discutir con los obreros sus aspiraciones. Yo nolo niego. Tuve también en cierta ocasión el honor de dirigir una man-ifestación popular, y nunca he visto un número tan grande de hom-bres en correcta formación y con el más absoluto orden. Aquellamanifestación imponente recorrió las calles de la ciudad en son deprotesta contra las injusticias sociales. Si esto es un crimen, entoncesreconozco que soy un delincuente. Siempre he supuesto que teníaderecho a expresar mis ideas como presidente de un mitin pacífico ycomo director de una manifestación. Sin embargo se me declara con-victo de ese delito, de ese pretendido delito.

En la mañana del 5 de mayo supe que habían sido detenidos Spiesy Schwab y entonces fue también cuando tuve la primera noticiade la celebración del mitin de Haymarket durante la tarde

Nació en Filadelfia de padresalemanes. En la época en queNeebe fue arrestado, no vivíade un salario fijo; se dedicabaa trabajos particulares. Desde sus primerosaños sintió latir su corazón a favor de losdesheredados y fue siempre un excelenteorganizador de las secciones de oficios,

siendo propagandista acérrimode las ideas socialistas.Fue condenado a 15 años deprisión y trabajos forzados.

Siete años después fue liberado tras ladeclaración de inocencia de los ocho már-tires por el gobernador de Illinois, John PeterAltgeld.

OSCAR W.N E E B E

Aquella manifestación imponente recorrió lascalles de la ciudad en son de protesta contralas injusticias sociales. Si esto es un crimen,

entonces reconozco que soy un delincuente.

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a n t e r i o r. Despuésque terminé mis

faenas fui a las oficinasdel Arbeiter Zeitung, en donde encontré a la esposa de Parsons yla señorita Holmes. Cuando iba a hablar con la primera de dichasseñoras, entró de pronto una manada de bandidos, llamadospolicías, en cuyos rostros se retrataba la ignorancia y laembriaguez, gente de peor calaña que los peores rufianes de lascalles de Chicago. El Mayor Harrison iba con estos piratas y dijo:¿Quién es el director de este periódico? Los chicos de la imprenta nosabían hablar inglés, y como conocía a Harrison me dirigí a él y ledije: ¿Qué pasa, Mr. Harrison? Necesito -me contestó- revisar elperiódico por si contiene un artículo violento. Yo le prometírevisarlos y lo hice en compañía de Mr. Hand, a quien Harrison fuea buscar. Harrison volvió a los pocos minutos y vi bajar la escaleraa todos los tipógrafos; otra pandilla de rufianes policiacos entró atiempo que la esposa de Parsons y la señorita Holmes se hallabanescribiendo. Uno que yo tenía por caballero oficial dijo: ¿ Q u éhacéis aquí? Y la señorita Holmes respondió: Estoy escribiendo a mihermano, que es editor de un periódico obrero. Al oír esto aquel ofi-cial, la agarró fuertemente por un brazo, y ante las protestas deaquella señorita, grito: ¡Concluye, zorra, o te arrojo al suelo! Re p i t oaquí estas palabras para que conozcáis el lenguaje de un noble ofi-cial de Chicago. Es uno de los vuestros. Insultáis a las mujeresporque no tenéis valor para insultar a los hombres. Lucy Pa r s o n sobtuvo igual tratamiento, a la vez que le aseguraban que no sepublicaría más el periódico y que arrojarían por la ventana todo elmaterial de la imprenta. Cuando oí esto, cuando vi que se pre-tendía destruir lo que era propiedad de los obreros de Chicago,

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“...me apena la idea de que no me ahorquéis,honorables jueces, porque es preferible la muerterápida a la muerte lenta en que vivimos.”

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exclamé: Mientras pueda haré que el periódico se publique. Y volvía publicar el periódico; cuando se nos echaron encima los policía-cos bandidos y todas las imprentas se negaron a imprimirlo, reuni-mos fondos y adquirimos imprenta propia, mejor dicho, dosimprentas, se multiplicaron los suscriptores, y en fin, los traba-jadores de Chicago cuentan hoy con todo lo necesario para lapropaganda. ¡He ahí mi delito!

Otro delito que tengo, y es haber contribuido a organizar varias aso-ciaciones de oficios, poner de mi parte todo lo que pude para obten-er sucesivas reducciones en la jornada de trabajo y propagar las ideassocialistas. Desde el año 1865 he trabajado siempre en este sentido.

El 9 de mayo, al volver a mi casa, me dijo mi esposa que habíanvenido veinticinco policías y que al registrar la casa habían halladoun revólver. Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas ten-gan armas en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de unpie cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se regis-traron del mismo modo centenares de casas, de las que desa-parecieron bastantes relojes y no poco dinero. ¿Sabéis quieneseran los ladrones? Vos lo sabéis, Capitán Schaack. Vuestra com-pañía es una de las peores de la ciudad. Yo os lo digo frente a frentey muy alto, Capitán Schaack, sois vos uno de ellos. Sois un anar-quista a la manera que vosotros lo entendéis. Todos, en este senti-do, sois anarquistas.

Habéis hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéisprobado que organicé asociaciones obreras, que he trabajado porla reducción de horas de trabajo, que he hecho cuanto he podido

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por volver a publicar el Arbeiter Zeitung: he ahí mis delitos. Puesbien; me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces,porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivi-mos. Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muertolo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podránvisitar su tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en elpresidio para besar a un condenado por un delito que no hacometido. Esto es todo lo que tengo que decir. Yo os lo suplico.Dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadmecon ellos!

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“Hombres y mujeres de mi querida América...”Últimas palabras de Albert Parsons antes de ser ejecutado en la horca.

La ejecución no le permitió terminar su frase.

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DiscursoLa oración admirable de Parsons duró ocho horas, dos el día 8 y seis

el día 9 de octubre de 1886. Como quiera que la sala se negó repeti-

das veces a conceder algún descanso al orador, faltóle a éste en oca-

siones la memoria a causa de la postración física en que se hallaba.

La sala dio también muestras de su impaciencia, contrariada por la

firmeza y elocuencia razonadora de Parsons. Este, aún a costa de su

salud, propúsose no dejar en pie ni una sola de las acusaciones del

ministerio fiscal y de los testigos, y lo consiguió cumplidamente.

Me preguntáis -comenzó diciendo- por qué razones no debeserme aplicada la pena de muerte, o lo que es lo mismo, ¿qué fun-damentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocen-cia? Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredictode la pasión, engendrado por la pasión, alimentado por la pasión y

Nació en Montgomery, Arkanzas(Estados Unidos) en 1848.Aprendió a imprimir en el periódi-co Galveston News, y cuandoestalló la guerra se fugó de casa de su her-mano e ingresó en un Cuerpo de Artillería delejército confederado.Después de la guerra fue editor del periódicoEl Espectador, en Waco. Con gran disgusto desu hermano se hizo republicano, en cuyo par-tido figuró en primera fila. En Chicago trabajóalgún tiempo en varias imprentas y se hizo unagitador temible entre las clases trabajadoras.Por sus méritos, fue nombrado maestro obrerodel distrito 24 de los Caballeros del Trabajo ypresidente de las asambleas de oficio, cargoque desempeñó tres años consecutivos. En1879 fue nombrado candidato para la presi-

dencia de los Estados Unidospor el Partido Socialista, lo querenunció por no tener los 35años que pide la Constitución.

En 1883 contribuyó a formar el programa dela Asociación Internacional de los Tr a b a j a d o r e sen el Congreso de Pittsburg. En 1884 fundó elperiódico La Alarma, órgano del GrupoA m e r i c a n o .Desde esa época, sus continuos servicios a laorganización y su actividad incansable, comoasimismo su palabra fluída y convincente,hicieron de Alberto R. Parsons una de las másimportantes figuras que descollaban entre lapléyade de trabajadores ilustrados que diri-gen el movimiento obrero en Norteamérica.Fue condenado a muerte en la horca y eje-cutado el 11 de noviembre de 1887.

A L B E R T R.P A R S O N S

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realizado, en fin,por la pasión de

la ciudad de Chicago. Por estemotivo, yo reclamo la suspen-

sión de la sentencia y una nueva prueba inmediata. Esta es tan sólouna de las muchas razones que para ello tengo. ¿Y qué es la pasión?Es la suspensión de la razón, de los elementos de discernimiento,de reflexión y de justicia necesarios para llegar al conocimiento dela verdad. No podéis negar que vuestra sentencia es el resultadodel odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital,de los explotadores del trabajo...

En los veinte años pasados, mi vida ha estado completamente iden-tificada con el movimiento obrero en América, en el que tomésiempre una participación activa. Conozco, por tanto, estemovimiento perfectamente, y cuanto de él diga en relación con esteproceso no será más que la verdad, toda la verdad de los hechos.

Hay en los Estados Unidos, según el censo de 1880. dieciseismillones doscientos mil jornaleros. Estos son los que por su indus-tria crean toda la riqueza de este país...

El jornalero es aquel que vive de un salario y no tiene otros medios desubsistencia que la venta de su trabajo hora por hora, día por día, añopor año. Su trabajo es toda su propiedad; no posee más que su fuerzay sus manos. De aquellos diez millones de jornaleros sólo nuevemillones son hombres; los demás son mujeres y niños. Si calculamosahora que cada familia se compone de cinco personas, aquellos nueve

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No podéis negar que vuestra sentenciaes el resultado del odio de la prensa burguesa,de los monopolizadores del capital, de los explotadores del trabajo...

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millones deobreros re-p r e s e n t a ncuarenta ycinco millones de individuos de toda nuestra población. Pues bien;toda esta gente que es la que crea la riqueza, como ya he dicho,depende en absoluto de la clase adinerada, de los propietarios.

Ahora bien, señores; yo como trabajador he expuesto los que creíajustos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a lalibertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo como leacomode. Me preguntáis por qué no debo ser ejecutado, y entien-do que esta pregunta implica también que deseáis saber por quéexiste en este país una clase de gente que apela a vosotros para queno nos concedáis una nueva prueba. Yo creo que los representantesde los millonarios de Chicago organizados, que los representantesde la llamada Asociación de los ciudadanos de Chicago os reclamanuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa.

Ellos de una parte y nosotros de otra. Vosotros os levantáis enmedio representando la justicia. ¿Y qué justicia es la vuestra quelleva a la horca a hombres que no se les ha probado ningún delito...?

Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros; inspira-do por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene másque un derecho y un deber, el de la obediencia. Ellos han dirigido elproceso hasta este momento, y como ha dicho muy bien Fielden, senos ha acusado ostensiblemente de asesinos y se acaba por con-denarnos como anarquistas... 73

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Ellos de una parte y nosotros de otra.Vosotros os levantáis en medio representando la justicia.

¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horcaa hombres que no se les ha probado ningún delito...?

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...Pues bien: yo soy anarquista.¿Qué es el socialismo o la

anarquía? Brevemente definido, es el derecho de los productores aluso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al pro-ducto de su labor. Tal es el socialismo. La historia de la humanidades progresiva; es, al mismo tiempo, evolucionista y revolucionaria.La línea divisoria entre la evolución y la revolución jamás ha podidoser determinada. Evolución y revolución son sinónimos. La evolu-ción es el periodo de incubación revolucionaria. El nacimiento esuna revolución; su proceso de desarrollo, la evolución.

Primitivamente la tierra y los demás medios de vida pertenecianen común a todos los hombres. Luego se produjo un cambio pormedio de la violencia, del robo y de la guerra. Más tarde lasociedad se dividió en dos clases: amos y esclavos. Después vinoel sistema feudal y la servidumbre. Con el descubrimiento deAmérica se transformó la vida comercial de Europa, y a la aboli-ción de la servidumbre siguió el sistema del salario. El proletaria-do nació en la Revolución francesa de 1789 y 1793. Entonces fuecuando por primera vez se proclamó en Europa la libertad civil yp o l í t i c a .

Con una simple hojeada a la historia se ve que el siglo XVI fue el siglode la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertaddel pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la

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Evolución y revolución son sinónimos.La evolución es el periodo de incubación revolucionaria.El nacimiento es una revolución;su proceso de desarrollo, la evolución.

Nosotros somos aquí los representantes de esa clasepróxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad.

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gran Re v o l u c i ó nfrancesa, que alproclamar la Re p ú b l i c ainstituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyeseternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económicae industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, delhambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantesde esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéisdejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad.

¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no esuna cuestión religiosa, no es un problema político; es un hechoeconómico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, susaspectos emocionales religiosos y políticos; pero la cuestión es, ensu totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesita-mos para vivir. Tiene sus bases científicas, y yo voy a exponeros,según los mejores autores, los fundamentos del socialismo. El capi-tal, capital artificial es el sobrante acumulado del trabajo, es el pro-ducto del trabajo. La función del capital se reduce actualmente aapropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio elsobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El capital esel privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyomodo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sis-tema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y elcapital son una misma cosa. ¿Y qué es el trabajo? El trabajo es unejercicio por el cual se paga un precio llamado salario. El que lo eje-cuta, el obrero, lo vende, para vivir, a los poseedores del capital. Eltrabajo es la expresión de la energía y del poder productor. Esta

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El capital es el privilegio de unos cuantos y nopuede existir sin una mayoría cuyo modo de vida

consiste en vender su trabajo a los capitalistas.

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energía yeste poder

han de vendersea otra persona,

y en esa venta consisteel único medio de existencia para el obrero. Lo único que posee yque en realidad produce para sí es el jornal. Las sedas, los palacios,las joyas, son para otros. El sobrante de su trabajo no se le paga;pasa íntegro a los acaparadores del capital.

¡Ese es vuestro sistema capitalista!

Suspendida la sesión, tuvo Parsons que interrumpir su discurso. Loreanudó a las diez de la mañana siguiente, haciendo un resumen de susprincipales puntos de vista y examinando varios extremos del proceso.En su propia defensa dijo, entre otras cosas, lo siguiente:

Yo no he violado ninguna ley de este país. Ni yo ni mis compañeroshemos abusado de los derechos de todo ciudadano de estaRepública. Nosotros hemos hecho uso del derecho constitucional ala propia defensa, nos hemos opuesto a que se arrebataran alpueblo americano aquellos derechos. Pero los que nos han proce-sado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar asiete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminarviolando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porqueapelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan,porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuandonuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acaba-do todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos76

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Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americanoy el del mundo entero para demostraros vuestra injusticiay las injusticias sociales que nos llevan al cadalso;quedará el veredicto popular para decir que la guerrasocial no ha terminado por tan poca cosa.

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bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el delpueblo americano y el del mundo entero para demostraros vuestrainjusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedaráel veredicto popular para decir que la guerra social no ha termina-do por tan poca cosa.

La policía está armada con los fusiles modernos de Winchester y lasorganizaciones obreras carecen por completo de medios de defen-sa. Un fusil de aquellos cuesta 18 duros, y nosotros no podemoscomprarlos a tal precio. ¿Qué deben hacer los trabajadores?

Una bomba de dinamita cuesta treinta céntimos y puede serpreparada por cualquiera. El fusil Winchester cuesta 18 duros. Ladiferencia es considerable. ¿Soy culpable por decir esto? ¿He de serahorcado por ello? ¿Qué es lo que yo he hecho? Buscad a los que haninventado esas cosas y ahorcadlos también. El General Sheridan hadicho en el Congreso que la dinamita había sido un descubrimientoformidable que igualaba todas las fuerzas y que en las luchas que enlo futuro mantendrán las clases obreras podrán apelar a ella parahacer inútiles todos los ejércitos. Yo no he hecho más que citar suspalabras. ¿Y por esto se me acusa y se me condena?

Se me ha llamado aqui dinamitero. ¿Por qué?

El fusil ha sido un descubrimiento que ha democratizado al mundo,poniendo al pueblo en condiciones de luchar con los aristócratas ylos poderosos. Hoy la dinamita realiza el mismo fenómeno porqueimplica la difusión del poder, porque hace a todos iguales. Los

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ejércitos y la policía nosignifican nada ante la dina-

mita. Nada pueden contra el pueblo. Así se disemina la fuerza y seestablece el equilibrio. La fuerza es la ley del universo; la fuerza esla ley de la Naturaleza, y esta nueva fuerza descubierta hace a todoslos hombres iguales, y por tanto libres...

(Muchas ilusiones se hacían entonces los propagandistas acercadel valor de este medio de lucha. No es sorprendente, porque lasmismas gentes de orden, véase el General Sheridan, se lo dabatambién. La realidad echa por tierra tales ilusiones, y por si nofuera ello bastante, hace muy poco ha podido verse cómo losEstados, la fuerza organizada, apela a la melinita contra cualquierrebeldía que se le resista. No es necesario que saquemos la con-s e c u e n c i a . )

Ya he probado cómo fui al mitin de Haymarket sin plan previo ysolicitado a última hora por mis amigos.

Ya sabéis que me acompañaron mi esposa, Miss Holmes, otras dosseñoritas más y mis dos niños. Y ahora pregunto: ¿es posible que entales circunstancias y en tales condiciones acudiese a un lugar dondese hubiese de desarrollar la trama de un complot para arrojar bom-bas de dinamita? Esto es increíble; está fuera de la naturalezahumana creer en la posibilidad de un hecho tan monstruoso...Parsons termina su discurso con la relación del noble rasgo que lellevó a compartir las penas impuestas a sus camaradas:

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aún en este momentono tengo por qué arrepentirme.

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Cuando vi que se había fijado el día de la vista de este proceso,juzgándome inocente y sintiendo asimismo que mi deber era estaral lado de mis compañeros y subir con ellos, si era preciso, al cadal-so; que mi deber era también defender los derechos de los traba-jadores y la causa de la libertad y combatir la opresión, regresé sinvacilar a esta ciudad. ¿Cómo volví? Esto es interesante, pero mefalta tiempo para explicarlo. Fui desde Wankesha a Milwaukee,tomé el tren de Saint-Paúl en la estación de este último punto, porla mañana, y llegué a Chicago a eso de las ocho y media. Me dirigía casa de mi amiga Miss Ames, en la calle de Morgan. Hice venir ami esposa y conversé con ella algún tiempo. Mandé aviso al CapitánBlanck que estaba aquí pronto a presentarme y constituirme preso.Me contestó que estaba dispuesto a recibirme. Vine y le encontréa la puerta de este edificio, subimos juntos y comparecí ante estet r i b u n a l .

Si Parsons fue noble al presentarse espontáneamente a las autori-dades de Chicago, nada hay comparable a sus últimas palabras:

Sólo tengo que añadir: aún en este momento no tengo por quéarrepentirme.

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“...la mayoría del pueblo se rebelará contra la burguesía de hoy. La lucha, es inevitable.”

Últimas palabras de Michael Schwab al ser sentenciado a cadena perpetua.

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DiscursoHablaré poco, ys e g u r a m e n t eno despegaríamis labios, si misilencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento ala comedia que acaba de desarrollarse.

Denominar justicia a los procedimientos seguidos en este procesosería una burla. No se ha hecho justicia ni podría hacerse, porquecuando una clase está enfrente de otra es una hipocresía y una mal-dad suponerlo tan solo.

Decís que la anarquía está procesada, y la anarquía es una doctrinahostil a la fuerza bruta, opuesta al presente criminal sistema de pro-ducción y distribución de la riqueza.

Me sentenciáis a muerte por escribir en la prensa y pronunciar dis-cursos. El Ministero Público sabe tan bien como yo que mi supues-ta conversación con Spies jamás existió. Sabe algo mejor que esto:

Michael Schwab,nació enMannhein (Alemania), en1853, recibiendo su primeraeducación en un convento.Trabajó algunos años deencuadernador en distintas ciudades deAlemania. Figuró en su país afiliado al Pa r t i d oSocialista. Fue a los Estados Unidos en 1879 ycolaboró más tarde con Spies en ArbeiterZeitung. Era un correcto orador y su populari-

dad entre el elementoalemán muy grande. Comoorganizador era dignoémulo de sus compañerosde proceso.

Fue condenado a cadena perpetua enprisión. Siete años después fue liberado trasla declaración de inocencia de los ochomártires por el gobernador de Illinois, JohnPeter Altgeld.

MICHAELSCHWAB

Denominar justicia a los procedimientos seguidos eneste proceso sería una burla.

No se ha hecho justicia ni podría hacerse, porque cuando una clase está enfrente de otra es

una hipocresía y una maldad suponerlo tan solo.

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sabe y conoce todas lasbellezas del trabajo delque prepar aquella con-

versación. Cuando comparecí ante el juez al principio de esteproceso, dos o tres policías declararon que sin duda alguna mehabían visto en Haymarket cuando Parsons terminaba su discurso.Entonces se trataba ya de atribuirme el delito de arrojar la bomba.Al menos en los primeros telegramas que se dirigieron a Europa sedijo que yo había arrojado varias bombas sobre la policía. Más tardese comprendió la inutilidad de esta acusación y entonces fue

Schmaubelt elacusado...

...Habláis de una gigantesca conspir-a c i ó n . Un movimiento no es una conspira-ción, y nosotros todo lohemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestrapropaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima rev-olución, un cambio en el sistema de producción de todos lospaíses industriales del mundo; y ese cambio viene, ese cambio nopuede menos de llegar...

...Nosotros defendemos la anarquía y el comunismo, y ¿por qué?Porque si nosotros calláramos hablarían hasta las piedras. Todos losdías se cometen asesinatos, los niños son sacrificados inhumana-mente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombresmueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas; y no he vistojamás que las leyes castiguen estos crímenes.

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“Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución,un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo;y ese cambio viene...”

“...Nosotros defendemos la anarquía y el comunismo, y ¿por qué? Porque si nosotros calláramoshablarían hasta las piedras.”

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...Como obreroque soy, hevivido entre losmíos; he dormi-do en sus guardillas y en sus cuevas; he visto prostituirse la virtud afuerza de privaciones y de miseria y morir de hambre hombresrobustos por falta de trabajo. Pero esto lo había conocido en Europay abrigaba la ilusión de que en la llamada tierra de la libertad n opresenciaría estos tristes cuadros. Sin embargo he tenido ocasión deconvencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales delos Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejomundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitacionesinmundas, sin ventilación ni espacio suficiente; dos y tres familiasviven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne yalgunos vegetales. Las enfermedades se ceban en los hombres, en lasmujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños.¿Y no es esto horrible en una ciudad que se reputa civilizada?

...De ahí, pues, que haya aqui más socialistas nacionales que extran-jeros, aunque la prensa capitalista afirme lo contrario con objeto deacusar a los últimos de traer la perturbación y el desorden.

El socialismo, tal como nosotros lo entendemos, significa que la tierra ylas máquinas deben ser propiedad común del pueblo. La produccióndebe ser regulada y organizada por asociaciones de productores quesuplan a las demandas del consumo. Bajo tal sistema todos los sereshumanos habrán de disponer de medios suficientes para realizar un tra-bajo útil, y es indudable que nadie dejará de trabajar. Cuatro horas de

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“El socialismo, tal como nosotros lo entendemos,significa que la tierra y las máquinas deben ser

propiedad común del pueblo. La producción debeser regulada y organizada por asociaciones de

p r o d u c t o r e s que suplan a las demandas del consumo.”

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trabajo cadadía serían

suficientes paraproducir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a lasestadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y al arte.

Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien dice que esto no esamericano. Entonces será americano dejar al pueblo en la ignorancia,será americano explotar y robar al pobre, será americano fomentarla miseria y el crimen. ¿Qué han hecho los grandes partidos políticospor el pueblo? Prometer mucho y no hacer nada, exceptocorromperlo comprando votos en los días de elección. Es natural,después de todo, que en un país donde la mujer tiene que vender suhonor para vivir, el hombre venda el voto.

¿Qué es la anarquía?Un estado social en el que todos los seres humanos obran bien porla sencilla razón de que es el bien y rechazan el mal porque es el mal.En una sociedad tal no son necesarias ni las leyes ni los mandatos. L aanarquía está muerta, ha dicho el Procurador General. La Anarquíahasta hoy sólo existe como doctrina, y Mr. Grinnell no tiene poderpara matar a una doctrina cualquiera. La anarquía es hoy unaaspiración, pero una aspiración que se realizará más o menos pron-to, no sé cuando, pero que se realizará indudablemente.

Es un error emplear la palabra anarquía como sinónimo de violen-cia, pues son cosas opuestas. En el presente estado social la violen-cia se emplea a cada momento, y por esto nosotros propagamos laviolencia también, como un medio necesario de defensa.84

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Hay quien dice que esto no es americano.Entonces será americano dejar al pueblo en la ignorancia,será americano explotar y robar al pobre,será americano fomentar la miseria y el crimen.

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La anarquía es el orden sin gobierno. Nosotros los anarquistas deci-mos que el anarquismo será el desenvolvimiento y la plenitud de lacooperación universal (comunismo). Decimos que cuando lapobreza haya sido eliminada y la educación sea integral y de derechocomún, la razón será soberana. Decimos que el crimen perteneceráal pasado, y que las maldades de aquellos que se extravíen podránser evitadas de distinto modo al de nuestros días. La mayor parte delos crímenes son debidos al sistema imperante, que produce la igno-rancia y la miseria.

Nosotros los anarquistas creemos que se acercan los tiempos enque los explotados reclamarán sus derechos a los explotadores ycreemos además que la mayoría del pueblo, con la ayuda de losrezagados de las ciudades y de las gentes sencillas del campo, serebelarán contra la burguesía de hoy. La lucha, en nuestra opinión,es inevitable.

Nosotros los anarquistas decimos que el anarquismoserá el desenvolvimiento y la plenitud

de la cooperación universal (comunismo). Decimos que cuando la pobreza haya sido eliminada yla educación sea integral y de derecho común,

la razón será soberana.

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“La voz que vais a sofocar será más poderosa en lofuturo, que cuantas palabras pudiera yo decir ahora.”

Últimas palabras de Michael Schwab antes de ser ejecutado en la horca.

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DiscursoAl dirigirme a este tribunal lo hago comorepresentante de una clase enfrente de los de otra clase ene-miga, y empezaré con las mismas palabras que un personaje vene-ciano pronunció hace cinco siglos ante el Consejo de los Diez enocasión semejante:

Mi defensa es vuestra acusación; mis pretendidos crímenes son vues-tra historia. Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me con-dena, a pesar de no presentar el Ministerio Público prueba alguna deque yo conozca al que arrojó la bomba ni siquiera de que en tal asun-to haya tenido intervención alguna. Sólo el testimonio del procuradordel Estado y de Bonfield y las contradictorias declaraciones deThomson y de Gilmer, testigos pagados por la policía, pueden hac-erme pasar como criminal. Y si no existe un hecho que pruebe miparticipación o mi responsabilidad en el asunto de la bomba, el vere-dicto y su ejecución no son más que un crimen maquiavélicamentecombinado y fríamente ejecutado, como tantos otros que registra la

August Vicent Theodore Spies,nació en Laudeck, Hesse, en1855. Fue a los EstadosUnidos en 1872 y a Chicagoen 1873, trabajando en suoficio de impresor. En 1875 se interesó muchopor las teorías socialistas; dos años más tardeingresó en el Partido Socialista y fue redactordel periódico Arbeiter Zeitung en 1880; pocotiempo después sucedió a Paul Grottkancomo director del periódico, cuyo cargo

desempeñó con gran activi-dad hasta el día que fuedetenido. Desde aquellaépoca (1880) se reconoció enél a uno de los más

inteligentes propagandistas de las ideas rev-olucionarias. Era un ardiente orador, y con fre-cuencia se le invitaba a hablar en los mitinesobreros de las principales ciudades de Illinois.Fue condenado a muerte en la horca y eje-cutado el 11 de noviembre de 1887.

A U G U S TS P I E S

Mi defensa es vuestra acusación;mis pretendidos crímenes

son vuestra historia.

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historia de las persecu-ciones políticas y reli-

giosas. Se han cometido muchos crímenes jurídicos aún obrando debuena fe los representantes del Estado, creyendo realmente delin-cuentes a los sentenciados. En esta ocasión ni esa excusa existe. Po rsí mismos los representantes del Estado han fabricado la mayor partede los testimonios, y han elegido un jurado vicioso en su origen. Anteeste tribunal, ante el público, yo acuso al Procurador del Estado y aBonfield de conspiración infame para asesinarnos.

Referiré un incidente que arrojará bastante luz sobre la cuestión. Latarde del mitin de Haymarket, encontré a eso de las ocho a un talLegner. Este joven me acompañó, no dejándome hasta el momen-to que bajé de la tribuna, unos cuantos segundos antes de estallar labomba. El sabe que no vi a Schwab aquella tarde. Sabe también queno tuve la conversación que me atribuye Thomson. Sabe que nobajé de la tribuna para encender la mecha de la bomba. ¿Por qué loshonorables representantes del Estado, Grinnell y Bonfield, recha-zan a este testigo que nada tiene de socialista? Porque probaría elperjurio de Thomson y la falsedad de Gilmer. El nombre de Legnerestaba en la lista de los testigos presentados por el MinisterioPúblico. No fue, sin embargo, citado, y, la razón es obvia. Se leofrecieron 500 duros porque abandonase la población, y rechazóindignado el ofrecimiento. Cuando yo preguntaba por Legner nadiesabía de él; ¡el honorable, el honorabilísimo Grinnell me contestabaque él mismo lo había buscado sin conseguir encontrarle! Tressemanas después supe que aquel joven había sido conducido pordos policías a Buffalo, Nueva York. ¡Juzgad quiénes son los asesinos!

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Ante este tribunal, ante el público, yo acusoal Procurador del Estado y a Bonfield deconspiración infame para asesinarnos.

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Si yo hubieraarrojado la bombao hubiera sidocausa de que se arrojara, o hubiera siquiera sabido algo de ello, novacilaría en afirmarlo aquí. Cierto que murieron algunos hombres yfueron heridos otros más. ¡Pero así se salvó la vida a centenares depacíficos ciudadanos! Por esa bomba, en lugar de centenares de viu-das y de huérfanos, no hay hoy más que unas cuantas vidas y algunoshuérfanos.

Más, decís, habéis publicado artículos sobre la fabricación de dinami -ta. Y bien; todos los periódicos los han publicado, entre ellos lostitulados Tribune y Times, de donde yo los trasladé, en algunasocasiones, al Arbeiter Zeitung. ¿Por qué no traéis a la barra a loseditores de aquellos periódicos?

Me acusáis también de no ser ciudadano de este país. Resido aquíhace tanto tiempo como Grinnell, y soy tan buen ciudadano como él,cuando menos, aunque no quisiera ser comparado con tal personaje.

Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del jurado, y yovoy a contestarle con las palabras de un literato inglés: ¡EI patrio-tismo es el último refugio de los infames!

¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos?Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales; lehemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyesbajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación cien-

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Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del jurado, y yo voy a contestarle

con las palabras de un literato inglés: ¡EI patriotismo es el último refugio de los infames!

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tífica hemos probadohasta la saciedad que el

sistema del salario es la causa de todas las iniquidades tanmonstruosas que claman al cielo. Nosotros hemos dicho ademásque el sistema del salario, como forma específica del desen-volvimiento social, habría de dejar paso, por necesidad lógica, a for-mas más elevadas de civilización; que dicho sistema preparaba elcamino y favorecía la fundación de un sistema cooperativo univer-sal, que tal es el SOCIALISMO. Que tal o cual teoría, tal o cualdiseño de mejoramiento futuro, no eran materia de elección, sinode necesidad histórica, y que para nosotros la tendencia del progre-so era la del ANARQUISMO, esto es, la de una sociedad libre sinclases ni gobernantes, una sociedad de soberanos en la que la liber-tad y la igualdad económica de todos produciría un equilibrioestable como base y condición del orden natural.

Grinnell hadicho repetidasveces que es la

anarquía la que se trata de sojuzgar. Puesbien; la teoría anarquista pertenece a la filosofía especulativa. Nadase habló de la anarquía en el mitin de Haymarket. En este mitin sólose trató de la reducción de horas de trabajo. Pero insistid: ¡Es laanarquía la que se juzga! Si así es, por vuestro honor, que me agra-da: yo me sentencio porque soy anarquista. Yo creo, como Buckle,como Paine, como Jefferson, como Emerson y Spencer y muchosotros grandes pensadores del siglo, que el estado de castas y declases, el estado donde unas clases viven a expensas del trabajo de

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¡Es la anarquía la que se juzga! Si así es, por vuestro honor, que me agrada:yo me sentencio porque soy anarquista.

¡Podéis, pues, sentenciarme, honorable juez, pero que al menos se sepa que en Illinois ocho hombresfueron sentenciados a muerte por creer en un bienestarfuturo, por no perder la fe en el último triunfo de laLibertad y de la Justicia!

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otra clase -a locual llamáis orden-,yo creo, sí, que estabárbara forma de la organizaciónsocial, con sus robos y sus asesinatos legales, está próxima a desa-parecer y dejará pronto paso a una sociedad libre, a la asociaciónvoluntaria o hermandad universal, si lo preferís. ¡Podéis, pues, sen-tenciarme, honorable juez, pero que al menos se sepa que enIllinois ocho hombres fueron sentenciados a muerte por creer enun bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de laLibertad y de la Justicia!

Nosotros hemos predicado elempleo de la dinamita.Sí; nosotros hemos propagado lo que lahistoria enseña, que las clases gobernantes actuales no han deprestar más atención que su predecesoras a la poderosa voz de larazón, que aquéllas apelarán a la fuerza bruta para detener la rápi-da carrera del progreso. ¿Es o no verdad lo que hemos dicho?

Grinnell ha repetido varias veces que está en un país adelantado. ¡Elveredicto corrobora tal aserto!

Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clasesricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de losasalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener elmovimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitanmillones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del

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si creéis que ahorcándonos podéis contenerel movimiento obrero, ese movimiento constante

en que se agitan millones de hombres que viven enla miseria, los esclavos del salario; si esperáis

salvación y lo creéis, ¡ahorcadnos...!

Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes

fermenta la Revolución.

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salario; si esperáis sal-vación y lo creéis, ¡ahorcadnos ...! Aquí os halláis sobre un volcán,y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes fermenta laRevolución. Es un fuego subterráneo que todo lo mina. Vo s o t r o sno podéis entender esto. No créis en las artes diabólicas comonuestros antecesores, pero creéis en las conspiraciones, creéis quetodo esto es la obra de los conspiradores. Os asemejáis al niño quebusca su imagen detrás del espejo. Lo que veis en nuestromovimiento, lo que os asusta, es el reflejo de vuestra maligna con-ciencia. ¿Queréis destruir a los agitadores? Pues aniquilad a lospatronos que amasan sus fortunas con el trabajo de los obreros,acabad con los terratenientes que amontonan sus tesoros con lasrentas que arrancan a los miserables y escuálidos labradores,suprimid las máquinas que revolucionan la industria y la agricultura,que multiplican la producción, arruinan al productor y enriquecena las naciones; mientras el creador de todas esas cosas ande enmedio, mientras el Estado prevalezca, el hambre será el supliciosocial. Suprimid el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, la nave-gación y el vapor, suprimíos vosotros mismos, porque excitáis elespíritu revolucionario...

...¡Vosotros y sólo vosotros sois los conspiradores y los agitadores!

Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo.No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y sipensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que ganan más y másterreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáisla pena de muerte por atreverse a decir la verdad -y os desafiamos

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...¡Vosotros y sólo vosotrossois los conspiradores y los agitadores!

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a que demostréis que hemos mentido alguna vez-, yo os digo: si lamuerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entoncesestoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La ver-dad crucificada en Sócrates, en Crísto, en Giordano Bruno, en Juande Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos hanprecedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!

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