104

Martinez

Embed Size (px)

DESCRIPTION

cuento

Citation preview

  • 4FAB

    IO M

    ART

    INEZ

    | A

    ND

    RS

    M

    LLER

  • LOS CURANDEROSFABIO MARTINEZ

    Ilustrado por: ANdRs MllER

  • Martinez, FabioLos curanderos / Fabio Martinez ; edicin literaria a cargo de Mara Ins Kreplak y Marcos Almada ; ilustrado por Tati Mller. 1a ed. Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nacin, 2015.108 p. : il. ; 14x10 cm. (Leer es futuro / Franco Vitali; 4)

    ISBN 978 -987- 3772 -08 -5

    1. Narrativa Argentina. I. Kreplak, Mara Ins , ed. lit. II. Almada, Marcos, ed. lit. III.Tati Mller, ilus. IV. TtuloCDD A863

    Fecha de catalogacin: 10/12/2014

    Edicin literaria: Mara Ins Kreplak / Marcos Almada Diseo de tapas e interiores: Pablo Kozodij

  • COlECCIN LEER ES FUTURO

    En el marco de una serie de activida-des de promocin y fomento de la lec-tura, el Ministerio de Cultura presenta la coleccin de narrativa Leer es Futuro, que llega a tus manos en forma gratuita para que puedas disfrutar del placer de la lectura.

    En esta oportunidad, convocamos aescritores jvenes cuya carrera est apenas comenzando, con el objetivo de visibilizar su tarea, contribuir a la di-fusin de sus obras y democratizar el acceso a la palabra, en continuidad con

  • la ampliacin de derechos garantizada por los gobiernos de Nstor Kirchner y Cristina Fernndez de Kirchner.

    Tambin hay que mencionar la inclu-sin de los ilustradores de cada uno de estos libros: todos jvenes y talentosos dibujantes con ganas de mostrar su tra-bajo masivamente.

    Y en un formato de bolsillo para que la literatura te acompae a donde vayas, porque leer es sembrar futuro.

    Ministerio de Cultura

    Franco Vitali Teresa ParodiSecretario de Polticas Socioculturales Ministra de Cultura

  • FABIO MARTINEZ

    CamPamENTO VESPUCIO, SaLTa, 1981.Reside en Crdoba. Es Licenciado en Comunicacin Social, graduado de la Universidad Nacional de Crdoba y tra-baja como profesor secundario en Colo-nia Tirolesa.

    Particip en la Antologa Es lo que hay. Public Despirtenme cuando sea de no-che (2010). Recibi el Tercer premio en el gnero cuento, otorgado por el Fondo

  • Nacional de las Artes.Form parte de Frutos extraos (2012)

    junto a Sebastin Pons y Alberto Rodri-guez Mayztegui.

    Public la novela Los pibes suicidas (2013), obra que fue finalista del Pre-mio en narrativa Eugenio Cambaceres.

    En el 2014 la provincia de Salta lo galardon en el concurso provincial literario por su libro Dioses del fuego y otros relatos que se public a fines de ese mismo ao.

  • ANdRs MllER

    BuENOs AIREs, 1986. Es dibujante, ilus-trador y msico. Realiz estudios en el taller de Estanislao Florido y con Ver-nica Gmez, en el centro de artes cro-mos. Ilustr discos, historietas y revis-tas. Public en la revista Turba. Se puede ver su obra en Facebook.

  • El AMIgO dE FRANkI PORTA

  • 12

    En ese tiempo me qued solo. Mi me-jor amigo, Rubn Palavecino, hermano de saliva y sangre, se puso de novio con la Flaca Acosta, una compaera de cur-so. Se sentaba con ella, en los recreos caminaban de la mano hasta la cantina, compartan snguches de salame, va-sos de gaseosa y se besaban cerca de

  • 13

    los canteros de la escuela. A veces los acompaaba pero no era lo mismo. Me senta un perro que caminaba atrs de sus dueos.

    Segn los vagos del fondo, esa mina lo haba engualichado. El Gordo Tyzon juraba que, en una fiesta, descubri a la Flaca exprimiendo una toallita fe-menina para que cayeran algunas go-tas de sangre sobre un vaso de cerveza que despus tom Rubn. Cuando el Gordo contaba eso ponamos cara de asco y le decamos que se callara. No

  • 14

    se le poda creer nada al Gordo pero lo cierto era que estaba en tercero, mis compaeros tenan sus mejores ami-gos, y el mo me haba cambiado por una flaca engualichadora.

    Ese mismo ao Franki Porta lleg al pueblo y a la escuela. Vena de la ciudad. Por lo general los pibes que llegaban de la Capital traan el pelo largo, piercings en las cejas y pantalones anchos que se les caan y tenan que levantarlos a cada rato. Pero Franki usaba el pelo corto y

  • 15

    su vestimenta era discreta. Lo que s me llam la atencin fueron sus gran-des ojos marrones, claros, bien claros, tanto que parecan transparentes.

    Franki se sent conmigo desde que lleg. Creo que los primeros das ape-nas abri la boca para saludar a la en-trada y despedirse a la salida. Segn los vagos del fondo era maricn, porque cuando Musso (el director) entraba al curso o caminaba por los pasillos y el silencio se adueaba del lugar, Franki temblaba, cerraba los ojos y se llevaba

  • 16

    las manos a los odos.La verdad es que el director era un

    hijo de puta. Su nombre verdadero era Rivas y le decamos Musso por Mus-solini y en ese tiempo manejaba la es-cuela como si fuera un cuartel o, en el peor de los casos, una crcel. Segn los de quinto, a un compaero que haba tirado una bombita de olor en la canti-na, Musso lo encerr en la direccin y le meti una pia en la boca del est-mago que lo dej sin aire y de rodillas en el suelo. Tambin se deca que en su

  • 17

    oficina haba fotos de Videla y toma-ba caf en una taza que tena impresa la esvstica. Lo cierto era que alumno que pisaba por segunda vez la direc-cin era expulsado.

    Yo tambin crea que haba algo raro en Franki. A pesar de ser callado y t-mido, cada vez que pasaba el avin fu-migador de los Romero y corramos al medio del patio para saludar al piloto, Franki era otro, saltaba con nosotros, levantaba los brazos y gritaba de mane-

  • 18

    ra desaforada hasta que el avin se per-da en el horizonte y Franki volva a ser el mismo.

    Recuerdo que fue un lunes, en el re-creo de las diez, que me anim a pre-guntarle a Franki por qu le tena tanto miedo a Musso. Dio muchas vueltas y tanto le insist que me cont, me dijo que tena que ser un secreto y me hizo jurar por mi familia entera que no me iba a rer.

    No es Musso, es el silencio. Eso me

  • 19

    da miedo, dijo, y despus trat de ex-plicarme que cuando nos quedbamos callados escuchaba susurros, voces, gri-tos, y de las paredes y rincones surgan extraas formas.

    Por momentos pens en contrselo al Gordo Tyzon para que nos burlramos un rato pero me di cuenta de que era mala idea. Franki era el nico que me acompaaba a la cantina y se pasaba los recreos a mi lado mirando a las chicas de quinto A, mientras los pibes del fondo jugaban a los luchadores libres

  • 20

    como si tuvieran cinco aos.Creo que despus de ese recreo y

    gracias a mi discrecin, Franki y yo dejamos de ser solo compaeros para convertirnos en amigos. Un par de ve-ces lo llev a casa y comimos junto a mi ta que lo miraba de una forma extraa, para m que le quera preguntar algo y no se animaba.

    En otoo ya ramos inseparables.Los del fondo decan que ramos

    pareja.

  • 21

    Unos das antes de que empezaran las vacaciones de invierno, Franki me invi-t a almorzar a su casa. Fuimos despus de la escuela. El colectivo nos dej so-bre la ruta. La cruzamos y nos adentra-mos por un camino de tierra. Los rbo-les tenan las hojas secas. Avanzbamos y los vehculos que pasaban por la ruta sonaban como rayos metlicos cada vez ms lejanos. A mitad de camino haba una casa destruida. Slo quedaba el marco de la puerta y un pedazo de pa-red. En la parte de adelante, un aljibe

  • 22

    viejo emanaba olor a agua podrida. De golpe, las nubes se volvieron ms gri-ses y el da se oscureci. Un viento he-lado nos despein y los ojos de Franki cambiaron de color. Se lo notaba agita-do y traspiraba. Le pregunt si se senta bien, no contest. Observaba la casa, el aljibe, el piso y caminaba ms rpido. Se adelant y justo al frente de los es-combros corri, sus zapatillas levanta-ron una pequea polvareda y lo vi ale-jarse. No s si fueron minutos o apenas segundos los que permanec paralizado

  • 23

    sin saber qu hacer. Otra vez mir la casa y sent que haba alguien ms. Que alguien estaba escondido detrs de esa pared semidestruida, agazapado, vigi-lando, esperando. Cre ver una sombra que se formaba en el piso y un esca-lofro me recorri la espalda entera y recin en ese momento corr.

    Llegu agitado. Franki estaba en la puerta.

    Qu pas?, le pregunt.No quiero hablar, dijo y entr.La casa de Franki era vieja y por mu-

  • 24

    cho tiempo nadie la haba habitado. Los techos eran altos y las habitaciones y puertas, inmensas. La madre me salud de manera efusiva. Me dio un beso en cada mejilla. Estaba recin baada y su pelo ola a manzanilla. Todava estaba asustado pero la madre tena una son-risa tan esplndida e irradiaba tanta ca-lidez que me convenc a m mismo de que lo que haba pasado afuera haba sido otra de las locuras de Franki.

    Antes de almorzar pasamos a la pie-

  • 25

    za y escuchamos a volumen alto un Cd de Ataque 77. Me recost en la cama y revis la mesa de luz. Haba un par de revistas Muy interesante que hablaban sobre casos de telequinesis y otra sobre portales msticos. En el cajn encontr varias cajas de pastillas.

    Y esto?, grit.Franki baj un poco el volumen y

    dijo:Me las dio el psiquiatra. Por las voces

    y las sombras. Te cont ya.Y sirven?

  • 26

    Me adormecen la boca y hay das que tengo mucho sueo, dijo y volvi a su-birle al equipo.

    Almorzamos milanesas con pur. La madre nos sirvi, se sent junto a noso-tros y no comi nada. Ella solo hablaba y teja. Sobre un silln dejaba las pren-das terminadas. Haba varios pulveres y bufandas. Los haca para una seora que los fines de semana los venda en una feria.

    Levantamos la mesa y nos fuimos al

  • 27

    fondo. El patio era inmenso. Jugamos un rato con la pelota, nos dimos unos cuantos pases hasta que la cosa se puso aburrida y le dije a Franki que furamos al bosque.

    Nos metimos por un sendero angos-to. En el camino, Franki me cont que la casa donde vivan era de su to y que se la haba prestado a su madre. Que el padre se qued sin trabajo y no con-segua nada. Entonces vinieron a este pueblo y alquilaron la casa de la ciudad.

    Despus de varios minutos escucha-

  • 28

    mos algunas voces y nos detuvimos. A unos cien metros cinco hombres rodea-ban un rbol y un camin esperaba con las compuertas abiertas. Nos sentamos en unas rocas y Franki me seal a su to. Era un tipo alto y flaco. Llevaba una gorra roja, era el que daba las rdenes. Los otros tenan cascos amarillos y uno de ellos encendi la motosierra. El rui-do se volvi ensordecedor. Varios pja-ros volaron lejos del lugar. Tardaron va-rios minutos en cortar el primer rbol. Le daban con la motosierra, se detenan

  • 29

    y sacaban pequeos troncos y volvan a darle, y otra vez se detenan para repe-tir la accin. El tronco pareca resistirse con gran dignidad pero al final alguien gritaba, los hombres corran y el rbol caa. Era imponente ese momento. La madera se parta, las ramas se quebra-ban, el rbol, un gigante herido, se de-rrumbaba de lleno sobre el bosque y el sonido adquira cada vez ms intensi-dad, como si fuera una implosin que quedaba latente por varios segundos.

    Pasamos la tarde entera sentados en

  • 30

    esas rocas. Nos fuimos cuando el viento se volvi helado. Un pequeo claro se form alrededor de los leadores.

    En la casa de Franki, el padre haba llegado. Estaba en el patio limpiando una escopeta. Me estrech la mano sin fuerzas. Pareca ido o demasiado con-centrado en los caos del arma.

    Entramos y tomamos mate cocido con pan casero. Vimos un poco de tele.

    Al rato el padre grit desde afuera.Vengan, dijo.Salimos. La noche haba llegado. Un

  • 31

    reflector alumbraba dos latas de duraz-no colgadas del alambrado. Con el cao marc en la tierra una lnea a unos diez metros y nos prest el arma.

    Disparen, dijo.En mi vida haba tenido una escope-

    ta en las manos. Era pesada y me cost levantarla.

    Apunt con la mirilla, me dijo Franki.Dispar y la escopeta me tir para

    atrs. La explosin me hizo cerrar los ojos, un ardor me qued en el hombro. Sala humo de los caos. Los balines

  • 32

    pasaron lejos del blanco. Franki me sac el arma y la carg en dos movi-mientos. Apunt y de un solo tiro hizo volar las latas.

    Ese da, antes de irme, Franki me cont un segundo secreto. Algunas noches soaba con tres personas que quemaban autos y casas en la ciudad. Uno de ellos era un gordo que tena las palmas llenas de fuego. Corran por el medio de la calle y se escondan en el bosquecito, atrs de su casa. Se rean y parecan payasos malditos y de a poco

  • 33

    sus rostros se iban desfigurando. Se convertan en tres demonios. Franki se despertaba traspirado y gritaba.

    A veces lloraba.

    * * *

    Despus de las vacaciones de julio, Franki empez a faltar y a llegar tarde a la escuela. Grandes ojeras se le for-maron alrededor de los ojos y siempre andaba con sueo. Para que se le pasa-ra se mojaba el pelo en el bao, entra-

  • 34

    ba al curso chorreando agua y muerto de fro. Los profesores lo miraban con mala cara y, segn mi ta, que se ente-raba de los chismeros del pueblo, lo acusaban de drogadicto, porque solo un chico con esos problemas se moja la ca-beza en pleno invierno.

    No pas mucho tiempo hasta que Musso lo llev a la direccin por prime-ra vez. En la hora de Historia omos que se acercaba y el silencio fue absoluto. Entr sin pedir permiso y dijo:

    Porta, venga conmigo.

  • 35

    Un murmullo inquietante creci de a poco hasta que Musso, con solo la mira-da, lo aplac.

    En el recreo fui hasta la direccin. La puerta estaba cerrada. Simul arreglar la cadena de una de las bicis al borde de la ventana. Escuch la voz de Mus-so. Gritaba.

    En mi escuela no acepto vagos, deca. Ac formamos personas para el trabajo. Gente como uno. Qu cree, Porta? Que llegando tarde y faltando, el da de ma-ana le va a durar algn trabajo. Y eso

  • 36

    de andarse mojando la cabeza. Qu le pasa, Porta? Qu mierda le pasa?

    La puerta de la secretara se abri y la vieja Olga me encar.

    Raj de ac, Pastore, me dijo y no hizo falta que lo repitiera.

    Ese da tenamos contraturno, as que Franki fue a comer a casa. En el cami-no me cont que la cosa se haba puesto peor. Las pesadillas eran ms seguidas y tan reales que a veces pensaba que los demonios existan de verdad y lo que

  • 37

    estaba viviendo cuando se despertaba era un sueo.

    En casa le dije a mi ta que Franki an-daba mal. Despus de almorzar ella lo invit a la primera pieza. Se sentaron enfrentados. Le acarici las manos y con las uas recorri las lneas de las palmas.

    Contame, dijo.Y Franki habl de los susurros, las vo-

    ces y los gritos. De la casa abandonada y las pesadillas. De los hombres con las manos llenas de fuego y los demonios, los malditos demonios y el bosquecito

  • 38

    atrs de su casa.Tens que ir a verlo al Pelado, dijo mi

    ta y se puso de pie.

    * * *

    El Pelado viva en medio del campo. Yendo al norte. Tiempo atrs, colecti-vos repletos venan desde la capital a verlo. Las personas hacan cola afuera de su consultorio. No s en qu poca hablaron de que experimentaba con magia negra y lo acusaron de realizar

  • 39

    un trabajo sobre una chica de los ba-rrios bajos, llamada Leonor. Despus de ese quilombo la cosa se puso fulera. El cura de la Parroquia fue a buscarlo varias veces y algunos fieles organiza-ron una marcha en su contra. Una ma-ana se levant y tena la pared escrita con insultos. Basura en la vereda, bote-llas rotas y vidrios desparramados. Lo acusaban de haber hecho un pacto con el diablo, de tener a la Virgen en una licuadora con la cabeza para abajo y cu-bierta de manchas de sangre. Recuerdo

  • 40

    que fue en ese tiempo cuando el Pela-do pas unos das en casa porque era amigo de mi ta. A m me daba mucho miedo. Yo era chico y para m el Pelado jams dorma. Se pasaba el da entero acostado en el silln, viendo partidos de ftbol de la liga italiana y espaola. Andaba siempre con un cigarrillo en la boca y el olor a tabaco negro qued im-pregnado en los ambientes por varios meses, aun mucho tiempo despus de que se fuera.

    Algunas madrugadas me levantaba e

  • 41

    iba a la primera pieza y mi ta y el Pe-lado estaban enfrentados, con una vela en el medio y hablaban en voz baja, casi a los susurros.

    Al final el Pelado consigui una casa en el medio del campo y se fue. Dej de atender de manera masiva. Segn se cuenta, ahora hace ceremonias con plantas medicinales y de eso vive.

    Mi ta habl con el Pelado y nos arre-gl una cita.

  • 42

    El colectivo nos dej al frente del ce-menterio, sobre la ruta. En un papel lle-vaba un croquis con las indicaciones de mi ta. Caminamos y para pasar el rato levantamos piedras y se las tiramos a los rboles. La puntera de Franki era impresionante. Era un francotirador, donde apuntaba, pegaba.

    La entrada de la casa del Pelado tena los yuyos crecidos. Tocamos las palmas, lo llamamos a los gritos, nadie atendi. Saltamos el portn. Una antena de Di-rec TV reluca en la parte ms alta de la

  • 43

    casa. Hicimos un par de pasos y de un costado sali un rottweiler negro. Se nos vino al humo. Ladraba como si nos quisiera comer de un solo bocado. Di la vuelta y corr. Franki agarr piedras. Escuch los ladridos tan cerca y las pa-tas raspando el piso que pens que el perro ya me morda. En un solo movi-miento saltamos el portn y camos del otro lado. Levantamos tierra. El perro choc contra la madera varas veces y pareca que la rompa. De su hocico caa mucha saliva. Nos pusimos de pe

  • 44

    y recin en ese momento escuchamos la voz del Pelado.

    Negro, Negro! son amigos, dijo y el perro dej de ladrar y movi la cola.

    El Pelado abri el portn y pasamos. Estaba descalzo. Salud a Franki y a m me dio un fuerte abrazo.

    Luchito querido, dijo. Qu grande que ests.

    Tard un largo rato en soltarme.En el living la televisin estaba en-

    cendida. Un partido del Brasilerao se jugaba con comentarios en portugus.

  • 45

    Esto es ftbol, nos dijo el Pelado. Ac se juegan la vida en cada cruce, no como esos gallegos y tanos que ni se to-can los tobillos.

    Nos sentamos en un silln y el Pela-do nos invit a tomar mate. La yerba que usaba era orgnica pero el gusto era el mismo.

    Pegunt por mi ta y me di cuenta de que estaba demasiado flaco y viejo. Pens en mi ta y en l, siempre cre que haba algo ms entre ellos.

    En el entretiempo el Pelado nos invi-

  • 46

    t al fondo. Tena una huerta que ocu-paba casi la mitad del patio y ms atrs sobresalan unos cactus ordenados uno al lado del otro sobre una tapia.

    Sac un par de sillas y las ubic cer-ca de la pared del fondo. El sol daba a pleno sobre sus cabezas. Franki y el Pe-lado se sentaron enfrentados y a m me mandaron para adentro. Desde el living poda verlos pero no escuchaba lo que decan. En un primer momento Franki hablaba, despus de un rato, el Pelado le explicaba algo. Me cans de tratar de

  • 47

    descifrar lo que decan y me tir en el silln a ver el partido. El Pelado tena razn, estos tipos se cagaban a patadas. Mir el partido. Cuando termin hice zapping, me enganch con el final de Corazn Valiente y recin entraron. Tomamos un par de mates ms y al rato nos fuimos. El rottweiler estaba echado en la entrada, mansito.

    En el colectivo le pregunt a Franki cmo le haba ido.

    Mal, dijo.

  • 48

    Por qu?No tengo nada malo. Dice que lo me

    pasa es un don, un poder de percibir cosas que otros no ven. Y lo peor es que esto recin empieza, dijo y fueron sus ltimas palabras en el viaje.

    Me baj en mi parada y l sigui. Cuando me desped le di un abrazo, te-na los ojos llorosos.

    Franki falt a la escuela por tres se-manas. Habl a su casa en varias opor-tunidades, no me atendieron. Regres

  • 49

    un viernes junto a su madre. Lo vi de lejos, estaba flaco, plido y con unas ojeras impresionantes. Se lo notaba nervioso. Musso le prohibi el ingreso. Los atendi en el portn y les dijo que estaba libre. Le quiso hacer firmar un papel a la madre, ella se neg y una pe-quea discusin se arm entre ellos.

    Ese medioda le volv a pedir a mi ta que me explicara las palabras del Pelado. Ella se sirvi un vaso de agua e intent cambiar el tema. Tanto le in-

  • 50

    sist que me dijo que la mayora de las personas se acostumbran a vivir en un mundo establecido y limitado, pero la realidad es mucho ms compleja y solo unos pocos la pueden apreciar en su to-talidad, las personas que no se contami-naron, y Franki era uno de ellos.

    Volv a estar solo en el curso, Rubn a veces se acercaba pero la Flaca era tan celosa que si se quedaba mucho tiempo se enojaba. Los pibes del fondo seguan jugando a los luchadores libres y cuan-

  • 51

    do me juntaba con ellos, la verdad que no entenda por qu se rean de cual-quier cosa.

    Un domingo bien temprano golpea-ron la puerta. Salt de la cama y fui hasta la primera pieza. Antes de abrir volvi a sonar de manera brusca. Atend y era la madre de Franki. Estaba nerviosa, se pa-saba a cada rato la mano por el pelo y se peinaba y despeinaba al mismo tiempo. La hice pasar y apenas entr me abraz un largo rato y aunque no poda verle

  • 52

    la cara percib que lloraba. Cuando se tranquiliz me solt y se sent.

    Franki est internado, dijo y la voz se le quebr.

    Le serv un vaso de agua y se lo dej sobre la mesa. A cada segundo pensa-ba qu decir, de qu manera mostrar mi preocupacin, dar mi apoyo. Al fi-nal me qued callado y esper a que ella hablara.

    La madre de Franki me cont que la cosa haba empeorado. Franki se levan-taba a mitad de la noche, buscaba la es-

  • 53

    copeta, la cargaba, sala descalzo, cami-naba por la calle de tierra hasta la casa abandonada y apuntaba al aljibe. Luego se adentraba en el bosque. A la hora volva, dejaba el arma sobre la mesa y se acostaba con los pies llenos de barro.

    Los mdicos dijeron que era sonm-bulo, que comiera ms liviano en la cena o que tomara solo un t. Le recetaron pastillas para dormir pero lo sigue ha-ciendo. La escopeta la escondemos en lugares diferentes pero siempre la en-cuentra. Anoche sali para el bosqueci-

  • 54

    to con el arma cargada y lo seguimos con una linterna. Se escondi atrs de un r-bol y apunt a la nada. Cuando nos acer-camos y le toqu la espalda, se dio vuelta y tena los ojos cerrados. Nos pidi que hiciramos silencio. All estn, nos dijo, estn arrasando con todo. Alumbramos con la linterna, no haba nada.

    Fui a verlo a Franki varias veces al hospital. El edificio daba lstima, la hu-medad cubra las paredes, los techos es-taban descascarados y el olor a lavandi-

  • 55

    na era tan fuerte que me haca doler la cabeza. Franki estaba en un sector para nios y adolescentes que quedaba atrs de un jardn descuidado. Se senta bien, un poco abombado por las pastillas que le daban y con la boca pastosa. Cuando le pregunt por sus caminatas noctur-nas me jur que no se acordaba, pero prefera eso a las pesadillas. Despus le cont de las chicas de quinto A y de los muchachos del fondo que aho-ra, en los recreos, jugaban a los sper campeones con una pelotita de papel y

  • 56

    se cagaban a patadas y ms de uno sala con los tobillos morados.

    En noviembre le dieron el alta.A las semanas decidieron volver a la

    capital.Los Porta se mudaron un veinte de

    diciembre, no me lo olvido ms porque fue el mismo da que el pas estallaba o por lo menos era eso lo que se vea por la televisin: saqueos en supermerca-dos, una multitud en la plaza de mayo, cacerolas que sonaban y la montada

  • 57

    arrasando con lo que se le cruzaba en el camino. Ayud en la mudanza y cuan-do apagamos el aparato para ponerlo en una caja y subirlo a la camioneta, pareca lejano lo que pasaba en la gran ciudad. Ac solo escuchbamos el canto de los pjaros, las ramas que se movan y de vez en cuando algn vehculo que pasaba por la ruta.

    Dejamos los ltimos bolsos y bol-sas preparados para cuando volviera la camioneta y nos sentamos sobre una mesada en el fondo. El medioda haba

  • 58

    pasado y haca mucho calor, tenamos las remeras hmedas de tanta transpi-racin. Tomamos bastante agua y un viento pesado y caliente movi las ra-mas de los rboles. Sin pensarlo mucho nos pusimos de pie y nos adentramos en el bosque. Entramos por el sendero de siempre y a los pocos metros nos di-mos cuenta de que el claro en el medio era impresionante. El sol daba a pleno sobre las ramas y troncos cados. Nos detuvimos en el mismo lugar de siem-pre y miramos el terreno, por un largo

  • 59

    rato. En un momento Franki me toc el hombro y apunt hacia el lado de la ruta. Era el to con tres personas ms. No tenan pinta de leadores sino de amigos que queran conocer el lugar. Uno de ellos era un gordo grandote que llevaba una parrilla. Los otros dos car-gaban bolsas de supermercado. Se detu-vieron a la altura de la casa abandonada e hicieron un crculo. Nos agazapamos atrs de unos arbustos y observamos en silencio. Dejaron la parrilla a un costado y arrojaron pedazos de madera. Al rato,

  • 60

    una pequea nube de humo se elev por los cielos. Una llamarada solitaria cre-ci. Ellos siguieron hablando ms fuerte y se rean, y sus risas se multiplicaron en cada rincn del bosque y juro por lo que ms quiero, que parecan payasos endemoniados. Se dieron vuelta hacia donde estbamos y el to llam a Franki.

    No s si era el vapor que se levantaba a esa hora, o el fuego y el humo, pero me pareci que sus rostros se derretan. La piel se les desprenda, se arrugaba y caa hacia los costados. Franki salud desde

  • 61

    lejos y por lo bajo me dijo que caminara.Volvimos a la casa y esperamos la ca-

    mioneta. No quise hablar de lo que ha-bamos visto en el bosque porque saba que Franki lo haba percibido ms claro que yo. Ayud a cargar los ltimos bol-sos y partimos. La casa qued vaca y con las puertas y ventanas cerradas. En el camino hacia la ruta nos cruzamos con una topadora amarilla. Me acerca-ron hasta la esquina de casa y all nos despedimos. Los padres me agradecie-ron la ayuda y la compaa. La madre es-

  • 62

    taba ms tranquila y otra vez su pelo ola a manzanilla. Con Franki nos abrazamos y un calor intenso me cubri el cuerpo.

    El finde que viene vuelvo, me dijo.Te espero, le contest.Nunca ms volvi y por mucho tiem-

    po no supe nada de l.

    Al ao, el bosque o lo que quedaba se quem. Los bomberos y algunos vecinos del pueblo lucharon por dos das ente-ros, cuando la cosa se estaba poniendo peor y se hablaba de evacuar la zona,

  • 63

    una lluvia constante aplac el incendio.

    A veces paso en colectivo por el lu-gar y es tan extrao observar el terreno extenso devorado por el fuego, cubier-to de cenizas que ante la mnima brisa se eleva y flota en el aire formando una nube blanca. No queda ni un rbol, me-nos la casa abandonada o aquella en la que vivi mi amigo, Franki Porta.

  • lA CuRANdERA

  • 66

    1 A mis viejos.Militantes peronistas.

    Mam tena cncer de mamas. Le haban cortado el pecho izquierdo y descansaba en terapia intensiva en una clnica de Tucumn. Cables y sueros sa-lan de su cuerpo y los medicamentos que ingera mediante una sonda la man-tenan dormida gran parte del da.

  • 67

    Viaj desde Crdoba y el PAMI, la obra social de mi vieja, me pagaba el hotel y me daba veinte pesos por jor-nada para comer y trasladarme. El lu-gar donde me hospedaba quedaba en el centro de la ciudad, sobre una de las peatonales. Era un edificio viejo, alto, con piezas cmodas que daban a la ca-lle y una pequea confitera al lado de la recepcin. Las habitaciones estaban llenas de personas que tenan algn fa-miliar internado en estado grave o con tratamiento extendido.

  • 68

    Iba a la maana y a la tarde a la clni-ca. Solo tena dos horarios de visitas en el da y jams los desaprovechaba. De nueve a diez y de diecinueve a veinte. La mayora de las veces mam dorma y yo me acercaba a la cama, me pona de cuclillas y miraba su rostro. Me pregun-taba si as era la muerte: un montn de cables en tu cuerpo, la piel reseca, una luz verde que titilaba constantemente, olor a iodo y un silencio inquietante que cubra cada rincn de la terapia.

    Algunas tardes mam despertaba.

  • 69

    Abra los ojos y en su cara se dibuja-ba una mueca de felicidad. Le gustaba verme ah, parado al borde de la cama, preocupado por ella despus de tanto tiempo de ausencia. Ella no poda ha-blar. Me acercaba aun ms y le deca que se iba a poner bien, que pensara en positivo, que se olvidara de la en-fermedad. Le hablaba de otras cosas, le contaba que en el hotel haba un seor mayor, de apellido Ligern, que acom-paaba a su esposa que esperaba por un trasplante de rin.

  • 70

    Te conocen del partido, ellos tam-bin son peronistas, le deca.

    Mam escuchaba hasta que se cansa-ba y sus ojos se cerraban de a poco. Le acariciaba la mano, le daba un beso en la frente y esperaba que la enfermera dijera que ya era la hora.

    2

    En un principio, los veinte pesos solo me alcanzaban para el almuerzo y para

  • 71

    la cena tena que sacar plata del cajero. Algunas veces me acostaba con el es-tmago vaco. Cuando empec a tratar con Ligern, me llev a un comedor que quedaba a siete cuadras del hotel. El men con bebida incluida sala doce pesos. Ligern arregl almuerzo y cena por veinte. El dueo era un tipo de u-nos cincuenta aos que, segn l, ha-ba sido de la Tendencia en su juventud y tuvo que esconderse de los militares; sin embargo, cada vez que hablbamos, peda por el regreso de Menem. Lo lla-

  • 72

    maban El General. En la pared, atrs del mostrador, un retrato de Evita, vie-jo y descuidado, daba la impresin de que en cualquier momento se caa.

    Despus de cenar volvamos al hotel y nos sentbamos en el bar junto a los otros huspedes. Al final alguien llora-ba y ese momento le serva para contar los detalles de la enfermedad del fami-liar. Cundo haba empezado. Cul fue el primer diagnstico. La situacin ac-tual. Las esperanzas, las penas y las

  • 73

    palabras salan sin parar.

    3

    El hotel tambin tena sus das bue-nos. Era el invierno del 2010, el fro se soportaba y en la tele se jugaba el mundial de ftbol. La mayora de los encuentros los veamos en la confitera y hablbamos de la tctica de Marado-na, de la magia de Messi, de la fuerza de Tvez y de los goles de Higuan. En esos

  • 74

    momentos el hotel pareca un lugar normal, donde los pasajeros se hospe-daban por placer y no por enfermedad.

    Con Ligern comentbamos cada ju-gada y siempre repeta lo mismo: Ma-radona es peronista por eso vamos a salir campeones. Tambin me conta-ba que haba sido un gran jugador. Win izquierdo, ni carrilero ni once, win iz-quierdo, de buena pegada, gran cabe-ceador y bueno para las pias.

  • 75

    4

    Una maana, mientras desayunaba, escuch por primera vez el nombre de Carmen Mara, la Curandera. Esta-ba sentado, hojeando el diario cuando una seora de Jujuy que acompaaba a su hermana con leucemia cont parte de la historia. Dijo que tena una veci-na con el hijo enfermo, con una pelota en la cabeza, un tumor maligno. Haba que operarlo y la ciruga era riesgosa. Los mdicos le haban dado la fecha.

  • 76

    La vecina estaba sin fuerzas y lloraba a cada rato. Un medioda en que volvan del sanatorio, un remisero nombr a Carmen Mara. Les dijo que era una sa-nadora y les explic cmo llegar. La ve-cina fue esa misma tarde a verla. La cu-randera viva a las afueras de la ciudad, rumbo al norte, en una casilla desolada rodeada de sauces llorones y lapachos pelados. El camino era de tierra. La ve-cina lleg con el hijo en brazos y Car-men Mara estaba en la puerta.

    Hace rato que te estoy esperando, le

  • 77

    dijo al pequeo y los hizo pasar a una habitacin vaca con las ventanas cerra-das y una silla en el medio.

    Carmen Mara sent al nio y se arre-mang la blusa. En una mano llevaba un guante blanco, se lo sac y le faltaban los cinco dedos. Con esa parte le aca-rici la frente, la cara y los cabellos al pequeo. Luego los despidi.

    La vecina dej de llorar.El da de la operacin los mdicos vol-

    vieron a hacerle una tomografa al nio y la pelota en la cabeza ya no estaba.

  • 78

    5

    El domingo que Argentina clasific a octavos de final, la mujer de Ligern tuvo una infeccin y el viejo se instal en el hospital.

    Cen solo y a cada bocado que daba tena ganas de preguntarle El General si saba algo sobre Carmen Mara. Un par de veces hice el amague de levantarme y acercarme hasta la barra, al final ter-min de comer en silencio.

    Volv al hotel pensando en la Curan-

  • 79

    dera y en ese nio que ni siquiera cono-ca y en la pelota que primero estuvo en su cabeza y luego desapareci.

    En mi habitacin abr las cortinas y pas un largo rato apoyando mi cabeza en el vidrio. De vez en cuando el vapor que sala de mi boca empaaba el cristal.

    6

    Mam segua con los ojos cerrados. El Doctor me dijo que para volver con

  • 80

    la quimio tena que despertar y estar con energa para soportarla.

    Hblela, cuentele cosas de su vida aunque est dormida, me dijo el mdi-co antes de volver a su recorrido por las habitaciones del hospital.

    Antes de dormir, pens en lo que iba a contarle a mam. Despus de un largo rato me di cuenta de que tena poco por decir. Haba elegido un camino diferen-te al suyo y nada de lo que me pasaba era interesante, especialmente para ella,

  • 81

    una fantica militante peronista.

    7

    Pas la tarde entera junto a la ven-tana. El cielo estaba cubierto de nubes grises y oscuras, helaba y seguramente pronto iba a llover. Las personas pasa-ban con camperas, gorros, guantes y re-meras de Argentina. Algunos llevaban cornetas y las hacan sonar a cada rato. Se escuchaba un ritmo de cumbia.

  • 82

    Cuando la tarde se estaba acabando, abr una agenda e intent escribir lo que haba hecho en estos aos fuera de Tartagal. No pude llenar ni siquiera una hoja. En cambio, dibuj varas llamara-das alrededor de las letras. Lo hice de una manera tan prolija que pareca que las palabras se prendan fuego.

    Fui hasta la recepcin. Me enter de que la mujer de Ligern estaba mejor y el viejo haba vuelto al hotel. Lo llam a su habitacin.

    Ligern baj con el pelo mojado y unas

  • 83

    ojeras enormes. Nos sentamos en el bar y pedimos un caf. Antes de hablar de Messi y de que el viejo volviera a rela-cionar a Maradona y Tvez con Pern, le cont la historia de Carmen Mara.

    Esa noche en Tucumn llovi.

    8

    El mismo da en que Argentina clasi-fic a cuartos de final apareci el rin

  • 84

    para la mujer de Ligern. El viejo otra vez se instal en la clnica. Vi el parti-do con los dems familiares y la verdad que extraaba sus comentarios. En el segundo gol de Tvez la ciudad explo-t. Fuegos artificiales estallaron en el cielo, papeles picados volaron de los edificios y el grito fue ensordecedor. La ciudad temblaba.

    Al terminar el partido miles personas fueron hasta la plaza a festejar el triun-fo. Yo sal y me sent en uno de los ban-cos de la peatonal. De espaldas a la mul-

  • 85

    titud. Me prend la campera y le sub el cuello para cubrirme del fro. Ligern lleg con los ojos cargados de lgrimas. Me di cuenta de que la cosa no andaba bien y esper a que hablara.

    Tenemos que encontrar a Carmen Mara, dijo y se sent a mi lado.

    Nos quedamos en silencio.Ligern estaba mucho ms viejo.Le di un abrazo.Maana la buscamos, dije.

  • 86

    9

    Sal de terapia y me serv un vaso de agua del dispenser que est al lado de la sala de enfermera. Miles de pensa-mientos pasaban por mi cabeza. Me acord de la tristeza de Ligern y lo relacion con la soledad de mi vieja. Dnde mierda estaban los pibes del comedor que iban hasta los domingos? Y las seoras que se pasaban la tarde entera tomando mate en los talleres de la siesta?

  • 87

    Atraves los pasillos iluminados del Hospital y sal. El sol de invierno me peg en la cara y por unos segundos me encegueci. Camin hasta un carrito donde vendan caf y bizcochos.

    Esper a Ligern. Olor a pan caliente sala de ese pequeo lugar.

    El viejo lleg al rato y fuimos hasta la parada de remises. Cuatro choferes hablaban en ronda. Tomaban caf y fumaban al mismo tiempo. El humo se entremezclaba arriba de sus cabezas. El logo de Cinco Estrellas resaltaba en las

  • 88

    puertas de sus automviles. Ligern ha-bl y fue directo.

    Quin nos puede llevar con Carmen Mara?, dijo

    Quin?, pregunt uno como si fuera la primera vez que escuchaba ese nombre.

    La manca, dijo otro y tir el vaso cer-ca del cordn.

    Nosotros no hacemos esos viajes. Ha-blen con el Rengo, un viejo que anda en un Renault 12. Ya debe estar por llegar, dijo un tercero, y los remiseros volvie-ron a su ronda y nos dieron la espalda.

  • 89

    Nos sentamos en los canteros de la esquina. Ligern me invit un caf con bizcochos. La maana comenzaba a ca-lentar. Me desprend la campera y el viejo me cont lo delicada que estaba su esposa.

    Problemas de compatibilidad, dijo.Cerca del medioda el Reanult 12 lle-

    g. Se detuvo en la parada atrs de otros remises y apag el motor. Nos acerca-mos hasta el vehculo y lo encaramos al Rengo. Tena la cara llena de arrugas y su cuerpo era extremadamente fla-

  • 90

    co. Le faltaban varios dientes y cuando hablaba salpicaba saliva. No hizo falta mucha explicacin. Apenas nos vio lle-gar, el Rengo ya saba qu queramos. En escasos minutos arreglamos el viaje.

    10

    El mismo da en que la seleccin jug su partido de cuartos de final, con Lige-rn nos subimos al Renault 12 del Ren-go. Los asientos estaban rotos y sala la

  • 91

    goma espuma del tapizado. Era el pri-mer rems que vea sin el logo de Cinco Estrellas. Las calles estaban vacas. Ni los colectivos circulaban. Tucumn era una ciudad abandonada. Era la siesta y el sol estaba a pleno. Tomamos una avenida y nos alejamos del centro. En el bolsillo del pantaln llevaba una foto de mam. Tena el cabello despeinado y unos len-tes de sol negro. Pareca una artista.

    Pasamos la circunvalacin, los carte-les que indicaban Salta quedaron atrs. A un costado del camino haba un ba-

  • 92

    rrio. En las primeras manzanas las ca-sas eran de ladrillo visto, atrs se levan-taban miles de casillas y edificaciones precarias tan pegadas que no se poda distinguir dnde empezaba una y ter-minaba otra. Las calles se entrecruza-ban cada media cuadra y el barrio se volva eterno. Varas antenas de Direct Tv sobresalan en los techos y zapatillas viejas colgaban de los cables. En algu-nas viviendas haban sacado el televisor afuera y numerosas personas estaban sentadas alrededor del aparato. Se es-

  • 93

    cuchaba el himno nacional.Pasamos el barrio, bajamos a la ban-

    quina y tomamos una calle angosta. A los cien metros el asfalto se acab. El camino se hizo de tierra y una nube de polvo se levant a nuestro paso. La calle se volvi un sendero angosto. Las ramas acariciaban las ventanas del Re-nault. El Rengo disminuy la velocidad y al poco tiempo la senda se abri. Nos encontramos con un santuario. Era pequeo y adentro una imagen de la Virgen de Urkupia estaba cubierta de

  • 94

    flores. Cientos de carpetas reposaban sobre la entrada. Las paredes latera-les estaban cubiertas con plaquetas de agradecimiento. Un grupo de seoras rezaban el rosario y prendan velas.

    Abajo de un sauce nos detuvimos, junto a otros autos. El Rengo apag el motor y dijo: Busquen al nio que re-parte los nmeros. Los espero.

    Las voces de las seoras rezando se oan como un zumbido constante. Un hombre mayor sali por la puerta de atrs junto a un joven. Se subieron a uno

  • 95

    de los vehculos y se fueron. El nio que reparta los nmeros llevaba una remera de Argentina colgada del cuello. Antes de entregarnos los turnos dijo: Son los ltimos que reparto.

    Nos sentamos en unos bancos cerca de la puerta. Una seora que estaba con su nieto y esperaba por un problema de huesos nos dijo que habamos tenido suerte, porque haba das en que lle-gaban colectivos repletos de otras pro-vincias y se armaban largas colas para poder pasar.

  • 96

    La puerta se abri y una pareja entr con un beb. Salvo el zumbido de las voces de las seoras nadie ms habla-ba. Solo se escuchaban los cantos de los pjaros y de vez en cuando el ale-teo de las aves cuando volaban de una rama a otra.

    A eso de las seis de la tarde el grupo de mujeres se fue. Carmen Mara sali. Era delgada y alta, tena el pelo largo, hasta la cintura y lo llevaba suelto. Los ojos grandes y bien abiertos. La mano

  • 97

    sin dedos la esconda atrs de su cintu-ra. Desde la puerta, con un gesto de la cabeza, salud al Rengo.

    Que entre el seor grande, dijo y se hizo a un costado para que Ligern pasara.

    La puerta se cerr. Me qued solo. Para pasar el tiempo me acerqu al santuario y le las plaquetas de agrade-cimiento. Adentro las ltimas velas se consuman. Puse la mano arriba de una llamarada y la dej hasta que ardi. El dolor se fue diluyendo de a poco y una

  • 98

    gran ampolla se form en medio de la palma. El sol estaba cayendo y la tarde se puso fra. Me cerr la campera y le levant el cuello.

    Ligern sali por atrs y se meti en

    el rems. La puerta de adelante se abri. Carmen Mara se haba cubierto con un poncho de vicua. Pas. La habitacin era amplia y fra. Solo haba dos sillas enfrentadas y en el suelo una vela roja, gruesa y encendida. Las ventanas esta-ban cerradas. Otra puerta daba al fon-

  • 99

    do. Desodorante de ambiente barato aromatizaba el lugar.

    Nos sentamos enfrentados y Car-men Mara me pidi la foto. La puso sobre su falda, la acarici con la mano sin dedos y cerr los ojos. Murmur palabras inentendibles, como si estu-viera rezando en otro idioma. Luego acarici por ltima vez la imagen de mam y me la devolvi.

    Es una gran mujer, dijo y se levant y abri la puerta de atrs.

    Ya est? pregunt.

  • 100

    Ella no necesita ayuda.Guard la foto en el bolsillo de la

    campera y me puse de pie. No entenda nada. Por un lado perciba una energa muy fuerte en el lugar y por otro crea que era una impostora. Qu quera de-cir con qu no necesitaba ayuda. Mi madre estaba con los ojos cerrados, lle-na de cables que entraban en su cuerpo y esta seora me deca eso. El cncer se la estaba comiendo viva. Me dio bronca y tal vez por impotencia o simplemen-te porque las cosas me haban supera-

  • 101

    do llor. Un aire helado entr de golpe. La vela se apag y nos quedamos a os-curas porque afuera la noche ya haba llegado. Carmen Mara me detuvo en la puerta y con su mano sin dedos me aca-rici el pecho y luego la cabeza. Sent un calor que brotaba desde el interior y se extenda por el cuerpo entero, era como si la sangre se hubiera converti-do en fuego y recorriera mis venas. Nos quedamos as por un buen rato hasta que las lgrimas se me apaciguaron y recin ah me dej ir.

  • 102

    11

    En el remis, Ligern me mostr un cinto de hilo. Me cont que Carmen Mara se lo haba dado para que envol-viera la cintura de su esposa y le haba asegurado que se iba a recuperar.

    A usted cmo le fue?, pregunt el Rengo.

    No contest.No se ponga mal. Carmen Mara de

    alguna u otra forma siempre ayuda, dijo el Rengo.

  • 103

    Al viejo lo dejamos en el hospital. Yo me baj en la peatonal. Mi horario de visita ya haba pasado. En la plaza que-daban muy pocas personas. En uno de los balcones un hombre mayor descol-gaba una bandera argentina. No se sen-tan ni cornetas o bocinas de vehculos, menos gente festejando. Era como si el silencio de la casa de Carmen Mara se hubiera trasladado a la ciudad entera. El bar del hotel estaba vaco. Los mozos charlaban de brazos cruzados. Ped la llave y pas directo a la pieza.

  • 104

    Cerr las ventanas y me acost con la ropa puesta.

    A las dos horas el telfono son. Ya saba para qu hablaban.

    Me puse la campera y sal rumbo al hospital.

  • AUTORIDADES

    PRESIDENTA DE LA NACIN

    Cristina Fernndez de Kirchner

    MINISTRA DE CULTURA

    Teresa Parodi

    JEFA DE GABINETE

    Vernica Fiorito

    SECRETARIO DE POLTICAS

    SOCIOCULTURALES

    Franco Vitali

  • 4FAB

    IO M

    ART

    INEZ

    | A

    ND

    RS

    M

    LLER