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Moral Fundamental María Elena García Resumen de Veritatis Splendor

Maria Elena Garcia. El Esplendor de La Verdad. Juan Pablo II

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Resumen propio de la hermosa encíclica de Juan pablo II

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Moral Fundamental

María Elena García

Resumen de Veritatis Splendor

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El Esplendor de la Verdad se encuentra en todas las cosas y sobre todo habita en lo profundo del corazón humano; ningún hombre puede eludir las preguntas esenciales de la vida: De dónde venimos, a donde vamos, el por qué del sufrimiento, el sentido del mal en el mundo, por qué muere el hombre, de dónde viene el mal, cual es el sentido de la vida, cómo distinguir el bien del mal, cómo evitar el mal y seguir el bien? En nuestro ser de modo innato pensamos que estas preguntas pueden ser contestadas. Si las planteamos es porque tienen una respuesta, de acuerdo a la concepción cristiana. Todas estas interrogantes brotan de un corazón que ha estado en contacto con el esplendor de la verdad. Manifiestan la hechura de nuestro ser. Un ser con conciencia y razón, con sensibilidad y voluntad. El hombre con la conciencia se abre a la realidad y percibe una voz interior que le indica el bien y el mal; con la voluntad se ve capaz de dirigir la vida a su complacencia en libertad, de elegir y de asumir un comportamiento moral sobre sus acciones. La razón le permite entender, analizar y hacer síntesis capaces de transformar y mejorar su mundo; la sensibilidad, capaz de percibir e intuir los primeros principios materiales de su realidad. El ser humano esta capacitado para organizar, construir, o para destruir. En la conciencia, el hombre se encuentra consigo mismo, Y localiza los principios de su ser, y el germen de todas sus preguntas. Entre los padres de la iglesia, apreciados por Juan Pablo II, se encuentra Juan Crisóstomo, el cual dice, que las sagradas escrituras fueron cartas enviadas desde el cielo para ayudar al hombre a descifrarse a sí mismo y al mundo que habita. En este sentido Los mandamientos del Antiguo testamento reflejan qué conducta clara y distinta se debe seguir hasta alcanzar esta verdad esplendorosa. Los mandamientos de Moisés son el ante-tipo de las bienaventuranzas que nos dará Jesús. Es decir, ambos: mandamientos y bienaventuranzas, son expresión de la Veritatis Splendor. Aquella anunciada a los patriarcas y profetas desde el año 1850 antes de Cristo, y Aquella, y la misma, en el año 4 de nuestra era, después de Cristo. En ambas se repite: la verdad es una, es Dios; es el Señor. Y enseguida, se repite: “Escucha Israel, el Señor en uno; amarás a tu Dios con toda tu alma, con todo tú ser”. Dt 6,4. “… amarás al prójimo como a ti mismo”. Lev 19,18. Por lo tanto, esta verdad repetida tiene dos caras en una misma moneda; si amamos a Dios, tenemos que expresarlo a través de un proceder ajustado a este mismo amor.

A Dios corresponde el escrutamiento absoluto de la verdad. No al hombre. Este podrá buscarla, identificarla dentro de su conciencia que es el lugar privilegiado de encuentro con la ley natural, pero no le compete establecerla ni escrutarla. Solo a Dios corresponde El escrutamiento Del bien y del mal. Entonces la pregunta crucial es: ¿Cómo debe entenderse el término verdad y el término Bien ?; según como entendamos el término, será nuestra manera de juzgar y de actuar. Si la entendemos como creación antropológica, la verdad se hace a la medida del hombre, es respuesta a su libertad de autodominio. Si la entendemos como hallazgo, o manifestación, el hombre debe buscarla porque la verdad se presenta como un misterio a dilucidar. Para Juan Pablo II, la respuesta es clara y rotunda: la segunda opción. La verdad es una conquista. En este sentido la conciencia se adecúa a los principios dados por Dios. Y esta adecuación será un actuar según la recta conciencia, un santificarse, un sujetarse a la verdad. “La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo”. Jn 1,9. ¿Las sagradas escrituras nos presentan la verdad según la segunda opción, comentada antes? Ciertamente. Nos presentan la verdad en tanto Revelación. ¿La encíclica Veritatis Splendor desarrolla una moral apoyada en la verdad según las sagradas escrituras? Fehacientemente; Juan Pablo II en cada una de sus encíclicas, como en la presente, confirma al Concilio Vaticano II, ratifica La verdad en tanto que Dios mismo que se revela, es su propia manifestación y deseo de comunicarse con nosotros, es decir, como Amor. “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad”. Dei verbum 2. En esta encíclica Veritatis Splendor, Juan Pablo II es absolutamente fiel al Concilio Vaticano II. La verdad es dada. Dios Ha sido el primero en amar: con la creación, con su dialogo con los profetas, con el envío de su hijo al mundo, y con el envío de su Espíritu. Desde la moral católica, cuando se reivindica la autonomía de la conciencia del hombre, se quiere decir, que

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incluso si nos alejamos de la ley (natural, universal), y nos acercamos a la persona concreta, esta ley podrá resurgir tan límpida como aquella originaria; porque la conciencia es sagrario de esta ley natural. Lo opuesto, es reclamar una reivindicación cuya pretensión sea la hegemonía taxonómica de la conciencia en el derecho de crear normas basándose en su absoluto criterio personal.

Jamás por si mismo, el hombre hubiera podido llegar a conocimientos que hoy forman parte del patrimonio filosófico y moral de la humanidad. En las dos Tradiciones de las sagradas Escrituras, Dios nos ofrece una promesa; en la veteroestamentaria: la tierra prometida; un solo pueblo, una sola nación, una única herencia. Esta herencia es gratuita pero el hombre debe estar a su altura, por lo que Dios establece un pacto con el Hombre (que es aceptado entrambos) Esto significa: Dios es eternamente fiel, pero exige el compromiso de fidelidad del hombre. O, sea, exige un acto moral serio, amado y responsable. Esta fidelidad del hombre consiste en la práctica de su Ley. Solo la ley es capaz de elevar al hombre a la altura del Don de Dios. Sin embargo, la ley tiene un primado, primado que solo puede ser inferido por el don gratuito de la vida y de la revelación; este primado es el Amor; por lo tanto aunque La ley es imprescindible para mantener el pacto, lo es ante todo, la interioridad de la ley en la conciencia del hombre, el querer el bien contenido en la ley. En la Neoestamentaria, Dios nos da el reino de los cielos en la persona de Jesús, Dios con nosotros; un reino ofrecido en la imitación del modelo de hombre: Cristo, que corresponde a una vida recta, adecuada a los mandamientos y a las bienaventuranzas; y nos brinda el reino escatológico, que prolonga la vida mortal del hombre en la eternidad, si se ha vivido de acuerdo a la adecuación de la conciencia, si se ha seguido el modelo de Cristo, participando del don de gracia de la resurrección. "¿Tanto tiempo he estado con ustedes, y todavía no me conocéis?”Jn 14,9. En la Tradición Neoestamentaria, Dios nos ofrece un plus, la voz misma de Cristo y del Padre. ¿A que se debe este plus? la verdad de Dios deja de ser anunciada, pasa a ser encarnada; Dios envía su ser mismo en la persona de su hijo Jesucristo, quien asumió nuestra naturaleza humana, ligándose definitiva y divinamente al hombre. Este acontecimiento prodigioso e imposible desde el punto de vista humano, se realizó en la persona de Jesús. El hombre deja de ser criatura y asciende, llegando a ser como Dios, por medio del hijo primogénito, llamándose desde ahora, hijo adoptivo. Por lo tanto, si Dios nunca dejó sólo al hombre en la historia (veteroestamentaria), ahora, menos que nunca, podrá hacerlo, so pena de negarse a sí mismo; es así como envía al plus, que es su propia voz, aquella que solo conseguiría venir, si su hijo se encarnaba, padecía, moría, resucitaba y volvía hacia el Padre. Es decir, el plus es el legado. La herencia anunciada desde la tradición veteroestamentaria, tiene su culmen en Cristo, y en el Espíritu Santo. Esto muestra la importancia que confiere Dios a la voz de la conciencia, y en ella, a adecuarse a la autenticidad de esta suma Verdad. Si era una exigencia desde la tradición veteroestamentaria esforzarse por seguir solo a un único Dios, y no adorar a falsos dioses, desde la Neoestamentaria, se exige que El reino de los cielos sea una conquista lograda por un camino real, el camino de cada hombre desde su conciencia, a través del encuentro con Jesús, como persona, como maestro, y como practica de las virtudes que llevan a madurar intelectual y espiritualmente. Un camino real que nos lleva entonces a una vida moral en consonancia con Cristo y sus mandamientos bienaventurados. Ya Todo hombre, toda nación puede ser el pueblo de Dios. La herencia anunciada se ha democratizado y universalizado. La verdad es grabada en el corazón humano triplemente: en la creación, en la encarnación y con la iluminación del espíritu Santo, que orienta al hombre a deliberar y a decidir sobre el bien, en cada circunstancias y tiempo de su vida.

Ahora bien, si la verdad es una, es unívoca; la existencia de muchas es signo de error; es decir si existe la verdad, también el ofuscamiento de la verdad. Juan Pablo II es claro al respecto, “el maligno ofusca la verdad”. El hombre busca esta verdad como sus antepasados, Adán y Eva buscaban el Árbol del conocimiento, porque en ellos estaba el deseo de saber. Pero el saber

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se funda en Dios; cuando no adecuamos la conciencia a esta sabiduría, se produce el deseo de conocer mas allá de Dios; se rompe el límite de amor por medio del cual, Dios pensó el universo y sus creaturas, y el hombre se llena de ambigüedad y confusión; pierde el horizonte para deliberar correctamente en cada circunstancia de su vida, como dice san Gregorio de Nisa. La verdad no es conocimiento, sino reconocimiento de una identidad, una. Leemos: “Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: Yo soy me envía a ustedes”. Ex 3,15. La verdad nos pone delante de un Objeto de identidad- evidente en sí mismo, lo cual expresa dos aspectos de una misma realidad: uno, ontológico y otro, moral; nos pone delante de, Quien es Dios, y, del comportamiento que Él nos exige. Porque no podemos mirar los ojos de Jesús, y ser vistos por Él, sin que crezca en nosotros el deseo de hacer el Bien, como dice Juan Pablo II.

El misterio del universo, de la creación, y del hombre solo se puede aclarar _ (hasta cierto límite), y, solo se puede responder a las preguntas existenciales, a través de la sabiduría divina. “Va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que solo les enseñen lo que ellos quieran oír”. 2 Tim 4,3. A esto fundamentalmente se refiere la crisis contemporánea. En suplantar el lugar de la sabiduría por el de la libertad; En la edad moderna se vuelven a presentar las figuras de Adán y Eva que reclaman su derecho a comer del árbol, solo que en su lugar, se llaman hombres ilustrados que habiendo degustado, no solo del fruto (prohibido), sino del entremés y del plato principal, sustituyen el lugar de la sabiduría por la razón ilustrada. Esta razón ha nacido del parto ideológico_ de manipular Lo Trascendente como producto humano_ y de pregonarse falsamente a sí misma, la categoría autonómica de un parto natural _esto, es, de señalarse diosa. El hombre no puede eludir a sus preguntas pero sí puede eludir a la verdad, construyéndose una, según su conveniencia y provecho. Debe quedar claro, sin embargo, que para Las Sagradas Escrituras y para la presente encíclica, la verdad está al principio de todo, es anterior a todo, y ésta no debe ser cambiada. La verdad suministra la libertad, no a la inversa: la libertad, la verdad. “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Jn 8,32. La libertad no es criterio de verdad, como tampoco, ninguno de los criterios racionales: económicos, genéticos, políticos, históricos, etc. Si la libertad fuera criterio de verdad, los medios se adaptarían al fin, esto es, cada verdad equívoca hecha a la medida del hombre, sería correcta, porque el hombre sería solo un instrumento para su propio fin. Verdad sería incluso aquella que pregone la aniquilación del hombre, su tortura, prostitución, la trata de seres humanos, la manipulación de órganos, el exterminio de una raza, o nación; la época moderna comete el error metafísico de: sustituir la sabiduría por la libertad, a Dios por el hombre, produciéndose un giro antropológico en donde el hombre decide lo que es adecuado, o no, al hombre mismo. Al suceder este giro, se produce consecuentemente el error moral de no reconocer la trascendencia del principio del Bien; es entonces cuando Dios muere para la concepción moderna que antropomorfiza la religión cristiana como proyección de los deseos del hombre (Feuerbach), mera ilusión y falsedad. Desencadenando, cual caja de Pandora, toda una serie de corrientes científicas, sociales, políticas que aunque resalten favorablemente la autonomía del hombre, lo van escindiendo porque lo van alejando del proyecto original para el cual fue hecho. El hombre va dando tumbos con una existencia nihilista, con una filosofía de la desesperación que se instituye augustamente en el patio psicológico, pagano del nuevo templo ateísta. Se produce la paradoja de la libertad: se exalta la absoluta libertad y se produce la absoluta esclavización a ella. Se idolatra a la libertad, desequilibrando su fuerza centrífuga, que arroja al hombre fuera del eje central de su identidad, de su ser y de su vida. A diferencia de la caja griega de Pandora, el mundo del Dios trinitario, siempre puede ser recuperado.

El error metafísico, lleva a una moral inadecuada que niega los valores universales y a una concepción relativista de la vida. Juan Pablo II nos recuerda el versículo: "Maestro bueno, ¿qué

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haré para heredar la vida eterna?» Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios”. Mt 10,17. El mismo Jesús nos dice que La verdad es Una, y que la predicación del bien, depende del Bien en sí. Jesús mismo puede llamarse bueno, solo en tanto su padre lo es. “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre mismo que me ha enviado, me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir, y lo que he de hablar”. Jn 12,49. Juan Pablo II dice: “Es así que la teología moral después del concilio Vaticano II, debe mirar siempre al Maestro Bueno, en su reflexión moral sobre la persona que realiza sus actos, ya sea sobre el Bien y el mal de éstos, y relacionarlos con la Divina revelación”. Pues “... solo Dios es Bueno”.

Pero la ley no basta, las órdenes, la adecuación como pura obediencia, no es suficiente. También leemos en Mateo la conversación de Jesús con los judíos quienes le preguntan por qué Moisés permitió dar un certificado de repudio a sus mujeres; a lo que Él contestó: “… en el principio no fue así”, Mt 19,6-8. Comportamientos consentidos pero no buenos, denotan que la ley natural es inmutable y que Dios tuvo una actitud de paciente espera al dejar un plazo de lasitud, de condescendencia para con el hombre; Pero este periodo de lasitud termina, con el envío del Espíritu Santo, por medio del cual, el hombre será capaz de Dios. Todo precepto tiene una autonomía propia, unas circunstancias; el hombre no se agota en su cultura y tiempo; cierto es, que algunos preceptos han evolucionado, se han sublimado, haciéndose mas cercanos a lo que Dios nos había querido decir desde el principio; por ejemplo, antes el matrimonio era para procrear, ahora es claro, que es un sacramento como modelo de la sagrada familia, vínculo de amor y santidad entre esposos; pero la cultura no es la medida de la ley natural, en cada época hay un avance determinado en distintos campos, como en psicología, en la economía, técnica. Las sagradas Escrituras no son un libro de ciencia, ni de historia propiamente dicha, como bien explicaba Galileo Galilei ante su defensa en la inquisición italiana. Es decir, el que progrese la razón que interpreta la verdad, no hace de ésta, una Distinta. Pero sí deja claro que la razón es sucesiva y no meramente intuitiva como el intelecto.

Más allá de elucubraciones y especulaciones, está la ley natural; La ley natural no es creación ni producto humano. La ley positiva y la jurídica sí. No puede haber creatividad de una ley que está por encima de la conciencia humana, pues la superioridad de la ley natural, soporta a la ley positiva y jurídica; si se subordina a la ley natural, se destruirá las demás leyes y ciencias formadas a través de ésta. O, lo que es igual, se desdibujará el rostro de Jesús, por medio del cual veíamos al Dios Eterno – invisible, despintando el rostro del mismo hombre y rebajando su dignidad que había sido (y es) pagada al precio de la sangre de Cristo. Al carecer de la Moneda mística de cambio, desconocemos el inmenso valor del hombre. Por eso observamos en todo el antiguo testamento, un gigantesco esfuerzo pedagógico de Dios que nos muestra la importancia de un corazón misericordioso; inclusive antes de ir a presentar las ofrendas. “Misericordia quiero, y no sacrificios”. Os 6,6. Misericordia que se revive y actualiza en el evangelio de Mateo “Mas id, y aprended lo que significa: ^Misericordia quiero y no sacrificio^; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Mt 9,13.

Si seguimos la ley, ya estamos condenados; ella es incapaz de redimirnos; o su cumplimiento perfecto es imposible para los hombres. Es así que la regla moral de la verdad cristiana estará en la interioridad del corazón humano, por esto la regla suprema es encarnar a Jesús en nuestras vidas. Porque gracias a su muerte y resurrección, pasó a estar dentro de nuestras conciencias y a estar dentro recónditamente en esencia humana. Sabemos que la Verdad esplendorosa es Jesucristo, él nos muestra al padre, que no vemos_ Como dice Juan Y Atanasio de Alejandría_ Jesucristo es la imagen, grabada en nuestro corazón desde la creación con el fin de reconocernos en él, y de así saber distinguir el bien del mal. Identificando, reconociendo el Rostro de Jesús, reconocemos los límites (el árbol de Adán y Eva) que no

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debemos infringir moralmente, so pena de convertirnos en monstruos, como decía Aristóteles en la Ética a Nicómaco. Y Como dice el salmista “Quien nos hará ver la dicha, alza sobre nosotros la luz de tu rostro”. Sal 4,7.

Jesús encomendó su herencia y enseñanza a sus apóstoles, y a la tradición apostólica que ellos representan, y en adelante a toda la sucesión apostólica sobre los hombres de buena voluntad que seguirán el camino real de la iglesia. Este es el Magisterio de la iglesia que posee la sana doctrina, y tiene la misión máxima de resguardarla y de comunicarla. Por esto la iglesia, y cada hombre debe corregir como dice Pablo, a tiempo o a destiempo: sobre todo mal. Los actos morales no pueden ser degradados en un secuencialismo o proporcionalismo. La iglesia en materia de moral ordinaria, nunca ha legislado porque sabe que el contenido de esta cambia según las épocas. Sin embargo la iglesia siempre ha defendido la verdad como Una, y como la moral se debe adecuar a ésta, como imperativo del hombre ante el indicativo de su Amor. (San Clemente Romano). Juan Pablo II expresa la urgencia de revisar la enseñanza moral sobre los ámbitos de la sexualidad, familia, sociedad, economía, política, a fin de entender el nexo inseparable de fe y conducta moral. No podemos practicar los mandamientos fuera de estos ambientes.

La fe no puede vivirse a espaldas de la realidad. El consecuencialismo, parte del principio del mal menor, pero lo relativiza; esto es, si se prevé una consecuencia incorrecta al adecuar un comportamiento a la Verdad de la conciencia, se puede suspender esta adecuación para evitar el efecto negativo que se juzga un mal mayor. Por ejemplo, si la declaración pública de la verdad, puede afectar el juicio jurídico de un procedimiento, entonces, cabe, guardar silencio y no pronunciarse, para evitar la consecuencia peor de que el juicio se detenga, o, se amañe, por haber hecho las declaraciones públicamente. Se pospone la verdad, se establece un lapso de espera hasta que mejore la circunstancia. Otro ejemplo, Debo salvar a una persona, pero mido las consecuencias de su salvación; por ejemplo, si las consecuencias de su salvación ponen en riesgo la vida de otros individuos, entonces suspendo la acción de auxiliar, eligiendo el mal menor, y así cambiando la consecuencia negativa por otra, a mi parecer menos maligna: su muerte.

El proporcionalismo converge con el consecuencialismo ya que llega al mismo resultado de la elección de la mejor consecuencia; se basa en la libertad fundamental que tiene toda persona para obedecer al bien trascendente o no, erigiendo su voluntad de bien y su voluntad de intención como conciencia categórica; considera que su capacidad inherente de discernir y de distinguir el bien del mal, le permite optar por lo trascedente, como de no hacerlo; entonces, disocia la dimensión trascendental al localizarla dentro del criterio racional, llamándola: dimensión trascendental de la opción fundamental. Convierte la autonomía del imperativo categórico, aquel postulado kantiano de la razón formal, que dice: “obra de tal manera que tus actos puedan ser ley universal”, lo convierte en un postulado antroponómico-trascendente. Lo cambia en un postulado hipotético que permite relativizar el objeto del bien moral: Unas veces tomado en cuenta y otras no. El hombre suministra dos niveles de moralidad: el orden del bien y del mal al que puede voluntariamente adherirse o no, (según sea su opción fundamental) y, el orden físico: de la actuación en el mundo, donde solo cabe lo pre-moral, esto es, las decisiones y elecciones convenientes. Las acciones son consideradas por medio de un cómputo técnico que calcula el mal, o, el bien causado. Es decir, no se toma en cuenta lo interior y anterior a la acción sino, lo posterior y consecuente de la acción. Por ejemplo, si una persona “A” no responde a las preguntas que le hace un amigo “B”( no opta fundamentalmente) porque está distraída y no se percata de la actitud desesperada de “B”, obviando respuestas que podrían impedir la decisión suicida de “B”, no cabe la predicación de un acto inmoral sobre “A” por causa de no haber respondido, pues “A” no hizo el bien porque no eligió en ese momento la opción fundamental; como sí cabe

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imputar a “A” un acto inmoral, de haber sabido la importancia de las preguntas de “B” y de haber respondido con caridad y prudencia. Por causa de haberse callado con alevosía.

Las tres corrientes son relativistas porque dividen la realidad en ópticas y niveles. En el nivel moral, estaría el hombre que se apoya en su recta conciencia e intención de ayudar, de hacer el bien. Pero después, escinde al sujeto, al no atender al fin, u objeto moral, que es el bien en sí mismo, en el que se apoya la conciencia, dejando sóla a la intención. Luego, crea otro nivel de la realidad, el de las circunstancias, este es el campo pre-moral, en donde lo moral no tiene cabida, es decir, solo cuentan las decisiones cuyos efectos son positivos, adecuados, efectivos, independientemente de que sean malos o buenos en sí. Así tenemos un hombre absolutamente escindido, que pudiendo actuar en los tres niveles, se vuelve, no ya un hombre, sino 3 hombres diferentes. Para Juan Pablo II estas corrientes no expresan la doctrina de la iglesia. Sin embargo, en Veritatis Splendor reconoce el esfuerzo de muchos teólogos para comunicar la doctrina en tiempos de marcada complejidad.

La ley eterna es la que gobierna de modo estable la creación, sus creaturas y el cosmos. La ley natural es aquel conjunto de proposiciones verdaderas, universales y permanentes que permiten al hombre participar activamente, (y no pasivamente por los instintos como lo hacen los animales) de la ley eterna, a través de su razón, inteligencia y moral. La ley natural proporciona y permite al hombre ejercitar dos tipos de entendimiento, el entendimiento discursivo y el práctico; el primero usa los juicios sintéticos que le permiten conocer la realidad del mundo y del ser (ser: primer concepto conocido). El segundo, usa los juicios prácticos, formado por todas las proposiciones de la razón practica que informan al hombre de lo que es bueno y malo intrínsecamente. Los preceptos positivos prescriben acciones y cultivan actitudes, facultades que son a) bienes humanos y b) bienes para el hombre. Los primeros son los fines básicos como el comer, abrigarse, vestirse, techarse; los segundos son fines para la dignidad y responsabilidad del hombre.

Los bienes para el hombre, evitan que los bienes humanos rebajen al hombre en su esencia para lo que fue formado el hombre; “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mt 4,4. Estos bienes para el hombre, fortalecen el ser natural del hombre; son las virtudes de: fe, caridad, esperanza, misericordia, integridad, honradez, templanza, prudencia, valentía, pureza, amabilidad, paciencia. Por lo tanto son de obligado uso universal e inmutable, (no hay ley por encima de ellas, si por debajo) que llevan a actos de bondad y de moral. La primera prescripción (que corresponde a las 2 primeras del decálogo) es: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo o, haz el bien y evita el mal; Las 8 restantes prescripciones del decálogo son reglas negativas que vetan inmutablemente y universalmente un comportamiento y una actitud viciosa; son reglas prohibitivas porque lo que niegan no puede ser objeto de deliberación, ni de decisión ya que estas decisiones serían contrarias e inaceptables. El pensamiento y realización de estas prohibiciones, sería incompatible con la vida del hombre, en tanto hombre y en la relación con Dios; no habrá circunstancias que permitan un comportamiento laxo a los preceptos negativos, teniéndose que morir antes de hacer el mal. La razón práctica (de la ley natural) es una disposición formal que para que posea contenido material (ética material) debe pasar al obrar material (a la acción). Debe pasar de: a) El Objeto moral bueno, de b) la Intención, y debe pasar de c) la deliberación formal, a la acción moral (el obrar moral).

Podemos observar dos aspectos del acto moral: el interior, espiritual, auto determinativo, libre. Y El físico: aquel que se exterioriza en la realidad y causa un impacto en la comunidad. tres elementos esenciales en el acto moral. El acto moral se completa o finaliza en su aspecto físico, pero lo que hace moral a un acto es su parte interior. En esta parte interior encontramos varios elementos: como la voluntad, la deliberación, la elección que a su vez, presentan varios niveles de desarrollo. La Razón tiene varios niveles, están los juicios a priori,

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que consideran su adherencia a la ley natural en la necesidad de hacer el bien y de practicar las virtudes. La razón a posteriori que pone en práctica estas consideraciones y juzga si su acto ha sido moral e infiere del acto concreto, la norma natural. La voluntad tiene varias etapas, una de ellas es la voluntad de bien, que dirige su mirada hacia el imperativo de su conciencia que lo insta al bien querido (verdad objetiva); está la voluntad intencionada o intención que construye su propia determinación en orden al fin ( verdad subjetiva); la voluntad deliberada que vuelve por segunda vez sobre su determinación y pondera su adecuación o no, a la voluntad de bien. Para Veritatis Splendor es irrebatible, una voluntad deliberativa es objetiva y es recta cuando confirma la correspondencia de la intención con el objeto moral; cuando adecúa correctamente su voluntad intencionada a la voluntad de bien. Y es subjetiva cuando atiende solo a su voluntad intencionada, sin adecuarse a la voluntad de Bien.

No se puede confundir una conciencia recta que tiene una verdad objetiva con conciencia errónea que tiene una verdad subjetiva, no se puede confundir lo uno con lo otro, aunque haya habido buena intención. La conciencia tiene varias características: no es infalible porque su sujeto no es perfecto, por lo tanto debe estar siempre alerta, ponderando si su elección es adecuada; A esto lo llama Juan Pablo II, ignorancia invencible _que no se separa del sujeto _, sobre ésta no hay pecado cuando el hombre está habituado al bien, cuando ha buscado rectamente el bien aunque yerre. “Pero, ¿quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame”. Sal 19,13. Por ejemplo, el caso de una persona que a los diecisiete años haya tomado unas decisiones incorrectas, por falta de profundización y de conocimiento, decisiones que jamás y de ninguna manera tomaría a los treinta años. En este ejemplo, no se puede imputar pecado sobre estas acciones pasadas, ya que su ignorancia invencible, venció su conciencia. Otra característica de la conciencia es que está imbuida en la misericordia, es decir, su acto está precedido por Cristo que dio la vida por cada hombre, y aunque el hábito de una persona sea malo, o esté dispuesto hacia el mal, debajo de él está la estela del perdón permanente y la posibilidad de reconciliación con el Bien y la Verdad. Otra característica es la testimonianza, esto es, la conciencia es testigo de nuestros pensamientos; es un alguien, no un algo; así queda grabado en la conciencia cuando reconoció el bien pero no lo siguió, o cuando en efecto, lo siguió. La conciencia en este sentido es pura, porque no puede falsear la verdad observada, diciendo que no la vió, pues la conciencia es testigo de su falseamiento. “no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” Rom 12,2.

La conciencia debe connaturalizarse con la ley eterna, es decir, aunque en nuestra conciencia está el germen del bien, debemos instruirnos en el bien, practicar las virtudes cardinales, ordinales e infusas, debe formarse en la doctrina y pedir la gracia a través de la oración, como mantienen todos los Padres de la iglesia. Debemos estar siempre en la dimensión de la conversión, dimensión que nos muestra el rostro de Jesús y nos confirma en El acto de fe que es mas que mera opción fundamental. La conciencia no obra con respecto a la verdad, sino en la verdad; no obra algunas veces sí, y otras no, sino siempre en la verdad. El magisterio representa correctamente esta doctrina y evita que el hombre sea zarandeado por falsas o mixtas doctrinas. “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” Ef. 4,14.

Tenemos ahora elementos suficientes para deslindar: 1) El objeto moral: el bien, objeto bueno, las virtudes. Objeto bueno es aquel ordenable a Dios, es razonable y elegible; la correspondencia de la intención a este objeto, hace que haya recta intención. 2) La intención: es un fin físico, el alimento, vestido, el estudio, un libro, dinero_ De ahí el error de algunas

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corrientes modernas al decir que esta parte es la única objetiva dentro de la esfera interior del sujeto consciente_ 3) Las circunstancias: las dificultades de la época, las calamidades, las ventajas, las tensiones. Es claro como para la Veritatis Splendor y para Jesús era importante la intención. La intención es uno de los primados de su enseñanza. Así como en el A.T, lo esencial en el corazón de la ley, es la misericordia, así en el N.T, La intención es el corazón del acto moral. Jesús Critica a los fariseos su mala intención, de exigir a los más pobres el cumplimiento estricto de la ley, cuando éstos se comen un camello completo, es decir ataca con severidad la hipocresía.

En este sentido de la importancia a la intención, hay coincidencia entre la doctrina de la iglesia católica y las corrientes del secuencialismo, proporcionalismo y opción fundamental. Sin embargo, La intención se hace íntegra, cónsona y recta en un acto, cuando se adecúa al objeto moral. No basta tener buena intención, es necesario que la buena intención coincida con el objeto Bueno de la razón natural; Esto es, desear el bien por el bien mismo y practicar las virtudes, y no para la obtención de un beneficio extrínseco. Para Jesús y así lo afirma contundentemente Veritatis Splendor, lo esencial es la elección, voluntaria libre, deliberada y clara hacia el objeto moral; hacia el Bien. Lo cual es el segundo primado de su enseñanza; “el objeto es el fin próximo de una elección deliberada que determina el acto de querer de la persona que actúa” (n. 78). Así tenemos el siguiente ejemplo explicativo, 1) El objeto moral: Robar, para dar comida a los pobres. 2) La intención moral: Dar comida a los pobres. 3) Las circunstancias: las dificultades para encontrar trabajo, la importancia que reviste para el individuo la adquisición de alimentos. El objeto moral no es dar comida a los pobres, sino, robar. Esta elección es voluntaria y se ha hecho con el conocimiento de ser un acto injusto.

Podemos justificar, comprender la acción pero no podemos decir en ningún aspecto que su acto fue moralmente bueno. Lo inmoral no puede ser moral. Analicemos la acción según: la opción fundamental, el proporcionalismo y consecuencialismo. El individuo en cuestión actuó con buena intención: Dar comida a los pobres. Las circunstancias explican su comportamiento debido al sufrimiento de los pobres y la explotación por los ricos. La opción fundamental hace que su comportamiento (robar) sea pre-moral, es decir, efectivo, adecuado, aunque no bueno, ni malo porque su objeto moral es subjetivo y lo único objetivo y medible es el acto físico de robar para dar comida a los pobres. El acto de robar sería un mal menor, frente al mal mayor de dejarlos morir de hambre.

Veritatis Splendor es la primera encíclica sobre materia moral, lo cual ya de suyo expresa la mente clarividente del “Papa Amigo” como era llamado en algunos continentes por los que viajó este Papa peregrino. Es una encíclica clara, diáfana como la misma verdad de la que habla; muchas son las corrientes que critican esta encíclica, aunque para mi, lo mas sorprendente es la crítica recibida por corrientes teológicas católicas; sin embargo recuerdo que las palabras de Juan Pablo II con respecto a todos ellos, eran de respeto, y de esfuerzo de visualización de aquello, que de verdadero pudieran contener.

Algunas corrientes formulan que los absolutos morales, expresados en la encíclica, son meras reglas genéricas; otros, que son acuerdos producto de convenciones que llevan a legislar reglas jurídicas; otros que las reglas morales se apoyan en una Hipostasión, esto es, en una abstracción vacía de contenido, que nada tiene que ver con el mundo real al que se intenta vincular. Otras corrientes afirman que el único criterio subjetivo vinculante, no son los juicios morales, sino las decisiones y deliberaciones, simplemente. Otros que, lo subjetivo nunca es vinculante, subrogando la subjetividad por la objetividad de las acciones de poder y coacción de la sociedad; otros dirán, que lo subjetivo se suplante por las acciones de interés y utilidad. También hay quienes sostienen que las corrientes criticadas por Juan Pablo II, no existen en lo absoluto. A todas estas corrientes Veritatis Splendor atiende y responde. Basta ver la sociedad actual que tenemos, para darnos cuenta que ninguna de estas corrientes que

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critican la moral de Veritatis Splendor, han podido resolver la pobreza y denigración que ha sufrido el hombre en estos último siglos. Más bien, se observa, como muchas han contribuido a una flojedad del comportamiento moral que ha creado más confusión a un hombre ya bastante agobiado por las filosofías existencialistas y relativistas, y por sistemas de gobierno capitalistas o totalitarios que conducen la vida del hombre al suplicio constante. Sin hacer gran esfuerzo, recuerdo una corriente actual de 2015, a la que Juan Pablo II habla y sanciona en la Veritatis Splendor en aguda intuición ya en el año 1993.

Varia empresas multinacionales y países ricos han hecho el cálculo proporcional de las tierras cultivables y fértiles del planeta, concibiendo las últimas tecnologías en geografía y ciencias de la tierra que les ha permitido localizarlas una a una; estos vastos territorios, los han ido comprando lentamente, chantajeando a las autoridades políticas de países pobres con inmensas cantidades de dinero; se pronostica que para dentro de 30 años o quizá menos, no haya tierras por las que libremente puedan caminar etnias indígenas existentes desde hace cientos de años; aparte, de este gran problema, está el monopolio que habrá sobre los alimentos cultivados en estas únicas tierras fértiles sobre el planeta, y las consecuentes nuevas tipologías de hambrunas previstas. Y eso que no menciono, el empobrecimiento de la tierra que lograrán, el daño al planeta por la destrucción de la vegetación indispensable para mantener el equilibrio ecológico necesario; en fin, las consecuencias nefastas son interminables, desgraciadamente. La dimensión es absolutamente catastrófica e inhumana, como también es, absolutamente proporcionalista y consecuencialista. De seguro estas empresas, dirán que su comportamiento es pre-moral.

Leemos en Juan: “Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos Y yo pediré al Padre que os envíe otro defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros.” Jn 14,15. Como dice Juan Pablo II, la ley eterna está por encima de toda ley humana, jurídica, social, económica, política; tenemos la ley natural, para que a través de la razón, la pongamos en práctica “ojala hoy escuchéis la voz del Señor y no endurezcáis vuestro corazón” Sal 94. Tenemos la verdad delante y no la reconocemos porque poseemos un corazón poco asiduo a la oración, a la meditación, a la seria formación, a la caridad del vecino.

Pienso que, Podemos entender y comprender todos los actos inmorales de aquellos que no han visto aún la Veritatis Splendor. Podemos también reconocer la debilidad de todos los que sí la hemos visto, percibiendo nuestra fragilidad de mente y cuerpo. Pero, lo que no podemos aceptar es la blasfemia contra el Espíritu Santo, inclusive blasfemia de aquellos que como dice Juan, sí han visto la Veritatis Splendor “… si le conocieron”. Esta blasfemia se comete cada vez que rechazamos la luz de nuestra conciencia, que nos negamos a recibir la ayuda a gritos de un Dios que nos ama inmensamente. Para terminar, indico parafraseando lo que el Maestro bueno le dijo al Joven rico; no podemos seguir la verdad y no cumplir los mandamientos ordenados por El dador de la Verdad misma. Luego le dice, ven y sígueme. Ciertamente, no todos podemos seguirle como los apóstoles lo hicieron, no todos podemos ser mártires; pero sí es verdad el evangelio como lo es, todos estamos llamados a ser santos, entonces solo “Dejad que Jesús os mire para que crezca el deseo de ver la luz”. Es decir, no debemos mirar la debilidad humana como imposibilidad para los actos heroicos, sino la fortaleza en la debilidad “te basta mi gracia, mi fuerza se muestra en la flaqueza” 2 Co 12,9. Por ser hombres renovados, nacidos de nuevo por el Espíritu santo, capaces de hacer grandes cosas. Entre ellas disminuir esa carga de agobio y nihilismo existencialista de nuestras sociedades modernas, dando verdadera agua de fe que tranquilice la frustración humana.

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Gracias al profesor por darme la oportunidad de reflexionar sobre esta bella encíclica con tan interesante y abundante conocimientos de contraste. Ha sido un privilegio. Espero que mi razón siga “sucesiva” hacia nuevas síntesis, sin dejar atrás “El Esplendor de la Verdad” y espero no olvidar la magna lección de Juan Pablo II.

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