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Marcatextos No. Cero

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Revista de cuentos cortos ilustrados de publicación especial.

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En la tierra de lo irreal nació la primer idea, ésta se partió en dos y éstas

a su vez en cuatro; posteriormnte en ocho, luego dieciséis, más

tarde en treinta y dos y así sucesivamente. De

este modo fueron c o n v i r t i é n d o s e en toda clase de ideas: ideas gordas, ideas buenas, ideas infructuosas, ideas fugaces. Todas ellas tenían el deseo de

ContenidoCuentos

Alambre de Puas

Detective Malone

Nubes

Juegos

Estatuas

La Lluvia de Afrodita

ReseñaUna ciudad vista desde

un espejo opaco

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cruzar el muro que divide lo real de lo ficticio. Muchas intentaron cruzarlo; algunas ideas precoces se alborotaron e intentaron saltarlo, pero sólo se dieron de golpe contra él. Otras ideas, las más complicadas, ni siquiera hicieron el intento de aproximarse. El resto se atiborró a los pies del muro en su intento por cruzar, atropellándose unas a otras, picándose los ojos y dándose de tumbos en vano. Sin embargo, un día una de aquellas ideas, la más sabia entre todas, replicó mientras observaba a las demás enredarse: - Dejemos salir a una

Editorialsola de nosotras. Ayudémosla a cruzar el muro para que se convierta en realidad. Sólo de ésta manera cruzaremos todas en el momento adecuado. Las ideas se quedaron perplejas con aquel concepto tan racional. Se sobaron el mentón e instantes después, asintieron sonrientes a la propuesta. Primero guardaron silencio, luego establecieron jerarquías. Después se postularon las que por naturaleza podían realizarse. Así fue transmitiéndose la idea a otras cabezas, llevándose por medios electrónicos y tradicionales, y, tras someterla a un enjuiciamiento riguroso, se le depuró hasta sufrir la metamorfosis que la convirtió en el marcatextos que ahora lees, que palpas, cuya tinta puedes olfatear, el cual puedes compartir, llevar contigo, convertirlo nuevamente en idea y fragmentarla en dos, y más tarde convertirlas en cuatro, en ocho y así sucesivamente.

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Alambre de púasPor: Víctor Hugo Maciel Acebedo - Doctor ¿qué tengo?

- Pues fíjate que traes un alambre de púas atorado en la garganta.- ¿Y cómo se metió ahí? - Pues no sé, pero se ve que lleva ahí muchos años.

Y muchos años más se quedó ahí metido. No sé de verdad que hace ahí, no recuerdo yo habérmelo comido. A lo mejor nací con él, y él fue creciendo conmigo, haciéndose más largo y espinoso con los años, amoldándose a mi intestino como una solitaria.

El chiste es que nunca me di cuenta de que ahí estaba hasta aquel día que me andaba ahogando; como que sentía el cuello apretado, mis ojos desorbitados por la asfixia y el pecho ardiéndome como de coraje, pero nada. Mi mamá decía que ya no comía, que me estaba poniendo bien amarillo y flaco, y pues cómo iba a comer si traía como 1.73 metros de alambre

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enrollados en la panza. Ni siquiera el caldito de pollo con mollejas me hubiera curado.

Y pues sí, me sentía mal, pero no pensé que estuviera tan grave hasta que fui con un doctor y me dijo que en la radiografía se veía el alambre enrollándose desde la panza hasta el corazón y el cerebro; y que el dolor que me pegaba en la espalda era que cada vez que intentaba agarrar aire ese alambre me rasgaba por dentro.

Que se juntan todos los médicos a ver mi caso. Que el especialista en una y el especialista en otra cosa; y el mexicano y el extranjero, y nada. Nomás me decían “no cuate, estás bien grave”, y que si no me quitaba el alambre me iba a morir. Pero nadie se animaba a sacármelo, que porque era muy peligroso.

Y pues ya me fui poniendo más malo, ya casi ni podía caminar de débil, me fui poniendo morado de la falta de aire y flaco,

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flaco, flaco. Hasta que un día, yo creo nomás por curiosidad, que abro una bocota así de grande y me vi al espejo. Y que veo la esquinita del alambre, y así como esos magos de circo que se sacan trenzas de trapitos de colores de la boca, me fui sacando el alambre...

Si sirvió de algo todo el dolor de ir tallando las púas despacito, despacito por mi garganta, fue para darme cuenta de todas las mugres que me he tragado; porque conforme iba saliendo, vi ensartados en las púas el orgullo que me había tragado y todos los tragos amargos pegosteados. Me había pasado tantos sentimientos que me costó muchísimo trabajo sacar el maldito alambre... y mucho dolor.

Y sí. Sí me salió sangre. Y sí, sí me dolió. Pero por lo menos, ahora que ya está afuera pude ver todas las cosas malas que uno puede guardar en el buche, y que te enferman, y sobretodo ya vi que por sacarte las cosas tú solo no te mueres, aunque chilles y sangres.

“...y así como esos magos de circo que se sacan trenzas de trapitos de colores de la boca, me fui sacando el alambre...”

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Detective MalonePor: Melissa López Real Cuando alguien preguntó por el señor Arnoldi me limité a

contestar que el mencionado no se hallaba en condiciones de hablar, puesto que había sido asesinado por la mañana. No sé por qué razón aquella mujer comenzó a golpearme con el bolso, pero sospecho que su ataque fue causado por la noticia del deceso de su marido, quien apareció minutos más tarde, vivo. El nombre del fallecido era Gustav Lebreuck... ¿Qué? Todo el mundo es propenso a las equivocaciones.

Horas después estaba de vuelta en mi despacho, el aroma a café invadía la atmósfera y yo continuaba pensando cómo iba a decir a mi cliente que el sujeto que de noche irrumpía a su establecimiento para robar un poco de licor era yo. Sospechaba que no tragaría la historia del vampiro cleptómano que ya había dado a más de diez personas, y que ninguna de ellas había creído. Pensaba en esto cuando mi bella secretaria penetró en la estancia, diciendo que debía

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bajar el volumen al viejo tocadiscos arrumbado en el fondo, del cual emergían melancólicas notas de jazz.

Quizá fue que no le presté atención, o que encendí el enésimo cigarrillo barato del día, lo cierto es que me llamó de una manera grosera y salió del despacho, asegurando su renuncia. No era un buen día para mí, tampoco para mi colega, pues había cometido suicidio a causa de sus deudas. Salí, como de costumbre, a contemplar las bellezas que se paseaban por King’s Cross y más tarde me dirigí a un bar, mi gabardina gris se ondeaba en la oscuridad.

Alrededor de las doce del día arribé a la oficina, mi secretaria se encontraba ahí, aguardando mi llegada. Me recriminó no haber asistido al funeral de Charles, yo me limité a ignorarla. Admito que me sentía atraído a ella, pues a diferencia del resto de las mujeres que habían ocupado su puesto, no era calva y tampoco tenía mostacho.

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Era el final de mi carrera, el final del apuesto detective, de la placa grabada sobre la puerta en la que se leía: David Drake Martin Malone, Private Detective. No obstante, ahora en la oscuridad, era conciente de que ser galante con las esposas de mis clientes era un error y que llamarles nena frente a ellos era la causa de mi ruina.

Esa misma noche fui despertado por Mr. Thompson, mi casero. Quería hablarme de su mujer, creía que le engañaba con otro hombre. Tras varias horas de argumentar con él le envié a su casa, asegurándole que me encargaría de averiguarlo. Era fácil saberlo, ella había sido mi aventura.

El último caso que había atendido era el de una jovencilla que clamaba su inocencia ante el asesinato de su feo marido de sesenta años y que aquella pistola que sostenía la había arrebatado del mismo asesino. Me convenció con facilidad, vamos, ¿Quien se resiste a esos ojos negros? Pero... ésta es otra historia de detectives.

“...a diferencia del resto de las mujeres que habían ocupado su puesto, no era calva y tampoco tenía mostacho.”

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NubesPor: Rebeca Así se miraba antier la barranca, creo que sí fue antier... o

anteantier... o no sé; una mañanita después de que llovió durante la noche, cuando las nubes andaban subiendo pa’ arriba, de nuevo pa’ l cielo, todas crudas, después de haber andado toda la noche convertidas en gotas de agua gordas y chaparras, o flacas y largas, o pequeñitas y perfectamente redonditas, jugueteando en la tierra, con la tierra, picándola pa’ que se molestara, pa’ que pegara un brinco y luego accediera aunque fuera a fuerzas a bailar una sola pieza, sólo una... coqueteando con los techos entejados y las paredes de las fincas abandonadas de Arcediano, arrimándose pasionalmente para que uno sintiera el fresco del otro y éste otro el calor del primero, y ve tú a saber con qué temperatura se quedaba cada quién al final... acariciando lento, tiernamente, a cada ramita de cada árbol, o de cada arbusto, o de cada hiedra mala de la Barranca.

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Hasta hay veces que se encariñan tanto que la gota prefiere quedarse ahí pegada en vez de llegar al borlote que le espera de seguro en el charco con sus iguales, que luego siguen la ruta y se van por el caudal de entre las piedras del camino, hasta sabe dónde... Nadie sabe a dónde...

No’ mbre, si las nubes saben de ésto. De convertirse en agua y hacer el amor con la tierra, de hacer lodo. De animar las cosas que según esto no tienen vida, de escabullirse por todos lados, por cada rincón, cada recoveco y franja hasta traspasar las ropas que cubren la piel. Y luego, a la piel la besan con labios envenenados que le derrite el regocijamiento y se lo convierte en aguja de frío, de fresco, de temblor. Es un veneno que una vez impregnado, dura un tiempo en que se pase su efecto... Así hacen muchas cosas a su paso por las noches las nubes cuando vienen.

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“Nombre si las nubes saben de esto.De convertirse en agua y hacer el amor con la tierra, de hacer lodo”

Ellas lo saben... están resignadas, a que pronto llegará el Sol, y con su aliento templadito las levantará a sopapos, obligándolas a desprenderse de lo que sea que se hayan agarrado. O a volver de donde sea que se hayan ido. Cuando abren los ojos echan destellos de rocío, que si las vieras, te encandilaban. Luego, vuelven a su estado de ánima, y a paso lento, en silencio, tienen chance de que se despidan y no sea tan duro el golpe. Y ahí van entonces, añorando y extrañando de una vez lo que para ellas existe acá abajo y que ven desde arriba todos los días...

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¡Colecciona la ilustración central de cada número!

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19Decide la modalidad del torneo,entre 1 y 81 juegos.Nota: Si hay 3 jugadores podría haber empate

Cindy es un gato macho, no hembra. Blanco cual la nieve, gris cual el acero.

1er. Torneo degatos

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EstatuasPor: Gilberto Chaparro Pacheco Experimentaba la muerte solo, sin familiares ni amigos.

Había pagado con anticipación la renta hasta finales del mes para así poder morirse tranquilo. Todas las deudas estaban saldadas, menos aquellas cuasi amistades o pseudo amistades que ya estaban perdidas en el mundo. La habitación era pequeña, clara, ventilada, con un baño afuera, cercano a los tendederos que secaban las ropas costosas de los vecinos pobres.

Eran las 10:55 de la mañana, miércoles 24 de mayo. Al pie de la cama un tripié sostenía una cámara fotográfica. Llevaba tiempo “observándose” dormir. Cada noche recostado sobre su cama, antes de invadirle el cansancio, sostenía el cable disparador hasta que el sueño suavemente liberaba su dedo del botón, narrando así sus últimos minutos antes de desvanecerse en un mundo muy distinto a éste.

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Las formas se dibujaban entre las sábanas hasta alcanzar el sueño más profundo, figuras de un solo ser sobre la cama quedaban grabadas como en un libro de una sola página. Era el resumen de un instante. La atmósfera estaba calculada para que la exposición fuera correcta. La sensibilidad no pesaba en el espacio, sino en la gravedad de su mente, en los pensamientos que se llevaba del día a la noche y los que formulaba mágicamente en la oscuridad. Podía contemplarse al dormir, pero no podía transformar sus sueños.

28 años. Sumados 10. Diez dedos en las manos, diez dedos en los pies y únicamente dos con la característica de la oposición hacia los demás, la particularidad que nos hizo evolucionar más rápido que los animales, la que nos permitió forjar herramientas como el cincel, el martillo, la hoz, las naves espaciales o una caja estenopeica.

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Pero aquella mañana despertó no queriendo despertar. Pesadumbre. El cuerpo cortado como por la influenza podía untarse en el pan de los días. Y su brazo más fuerte ahora entumecido, era abrazado con el cuerpo de los dedos de la mano derecha. Un aliento metálico le surgía desde el estómago como un ardor. Como si fuese un hombre de hojalata (desde Kansas y junto a Toto). Definitivamente un infarto. El exceso de estrés y la crisis nerviosa que nunca dejó surgir en público ahora le estallaban como una supernova en la soledad del cuarto. Se sentó al borde de la cama, dejando escapar un par de lágrimas por uno solo de sus ojos. Se volvió a levantar y preparó la cámara a esas horas del día.

La palanca de arrastre dejó escapar un sonido incomunicante y tomando el cable disparador de la cámara se recostó por encima de las sábanas. Observó al cielo encubierto por un muro flotante, imaginando el espacio infinito, el sol, la luna, el planeta Marte, Venus, Eta Carina, el cometa SW3, M-16, una galaxia con forma de reloj de arena, y, en detalle, la pintura

“El viviría y moriría siempre delante de su cámara...”

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del reloj en el momento de la gran explosión de Dalí. Moría desconocido; su existencia al igual que la oración gestalt refería únicamente a su ser. Aquel día no iría a trabajar. Era la última foto de su vida hecha durante el momento de su muerte y que no sería vista por nadie. Contendría todo el proceso de su fallecimiento pero sólo se percibirían los excesos de la luz sobre la emulsión. Sus músculos rígidos no dejarían de oprimir el botón obturador. A ojos profanos la inexistencia de las imágenes restan posibilidad.

La cámara le observaría atentamente sin pestañear, no tendría prejuicios, ni sentencias, ni absoluciones hacia él, sería imparcial y no se involucraría más allá de su papel. No lloraría. No se reiría. No se aceleraría su corazón, o el motor de su corazón; simple, no se estremecería con el frío o el calor de los cuerpos. Experiencia sensorial del que está detrás de una cámara. El viviría y moriría siempre delante de su cámara, no escondido detrás de los lentes que documentan las acciones e inacciones de los hombres, de las cosas o de los paisajes, desde su posición

horizontal vería las fuerzas que actúan sobre todas las cosas, y lo comprendería todo absolutamente, mientras su cámara como una estatua lo acompañaría a ninguna parte en el lugar de la vida por la muerte.

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La Lluvia de AfroditaPor: Mumo Comencé hincado en el pavimento rezándole a San

Antonio. Di unos cuantos pasos, así de rodillas, a manera de peregrinación, y nada. Intenté entonces algo más nacional bailándole a Tláloc con una especie de jarabe tapatío mezclado con vals moderno. Nada. Ya acalorado me senté en la banqueta y después de meditar un poco di un salto de iluminado: ¡Afrodita, claro! Sin mas ni más, di una vuelta, tres pasos, salto y vuelta, lo mismo pero para el otro lado. Vuelta, vuelta, salto, vuelta, mueca, pasito de egipcio, split, mueca y alabanza. Seguí así durante un rato, hasta que de plano me cansé y después del último split, mueca y alabanza, me quedé dormido junto a la banqueta.

Lo que me despertó fue un golpe que sentí en la cabeza, y luego otro. Miré al cielo y me dio en la cara una pequeña pierna con unos tacones rojos que casi me sacan un ojo. Empezaron a caer

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brazos, piernas, manos, rodillas, hermosas cabelleras rubias y castañas. Y poco a poco ya venían enteras. Pequeñas mujeres desnudas cayendo sobre mis hombros. No podía creerlo, caían ya en su tamaño natural.

Atrapaba en el aire a algunas y las dejaba sentadas en la banqueta, otras se me escapaban, rebotaban en el pavimento y se iban por la coladera. Eran demasiadas y no las alcanzaba a atrapar a todas. Las había de todo tipo, flaquitas, llenitas, altas espiriflauticas o chaparras cariñosas. Morenas claras, morenas morenas, morenas serenas, blancas o trigueñas. Tanto así que los vecinos salieron también a atrapar algunas.

El de los periódicos, un señor ya grande y al parecer viudo desde hace unos años, saltó lleno de contento abandonando su puesto. No sé si él la atrapó o mas bien ella a él, pero se llevó

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a una robusta mujer de esas que salen en las películas rusas. Algunos hasta dos o tres se llevaban a sus casas.

“¡Santo cielo, las mujeres están lloviendo a cántaros!” Decía un viejito con los ojos pelones y casi desorbitados, mientras caminaba a duras penas con su bastón en la mano, para intentar ser partícipe del festín.

La cosa continuó así durante varios minutos. Yo me quedé contemplando todo el espectáculo asombrado por lo que estaba pasando. Cuando apareció ante mí la más hermosa de todas las que había visto caer ése día. Sin pensarlo fui a donde ella estaba, tenía la mirada más linda y la sonrisa más encantadora. Me acerqué a ella y la tomé de la cintura, hice un arco hacia atrás con su cuerpo con el más puro estilo de encuentro novelesco.

“¡Santo cielo, las mujeres estánlloviendo a cántaros!”

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Y estando ahí, a punto de besarla, dejó de llover y se me escurrió de entre los brazos...Levanté las cejas en señal de sorpresa. Me incorporé para reflexionar lo sucedido. Por fin entendí que las mujeres no caen del cielo, no. Sino que uno tiene que ganárselas, sudando el camino para llegar a la colina donde están los manzanos y donde también están los árboles de mujeres. Trepar a ellos, cortar alguna y soñar junto con ella. Comerla y después sembrar las semillas.

Dedicado a todas las mujeres que son abuelas, madres, hermanas, amigas, suegras y todo lo demás que puede ser una mujer. Porque ya saben que nosotros los hombres no podemos, ni debemos, vivir sin ellas. A todas, un abrazo.

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Una ciudad vista desdeun espejo opacoPor: Mayra Torres de la O

El escritor capitalino Héctor de Mauleón recorre con sus relatos las calles de la ciudad de México. Presenta una realidad que se confunde con la fantasía en el título “Como nada en el mundo”, editado por el sello Joaquín Mortiz.

El autor colabora en diferentes diarios y revistas nacionales, ha publicado dos títulos: “La perfecta espiral” y “El tiempo repentino”, volumen que reúne su trabajo como cronista. Ahora regresa con doce cuentos que se desarrollan en los barrios de la capital.

Un tabledance, una joven bailarina, un asesino y los recuerdos de la infancia son parte de las primeras páginas. Cada relato cruza la frontera de la realidad para adentrarse a un mundo ajeno, ficticio e inestable, donde cada momento revela una ciudad paralela. La primera historia es “La frontera tenue”, presenta a Ana que se recupera de un intento de suicidio; mientras su

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Reseña

pareja recuerda su última conversación. “Devuélvame mis manos” es un cuento interesante, quizá sea la calle Álvaro Obregón o la frase de un muro.

Después, “Lugares oscuros” exhibe las obsesiones de un coleccionista de noticias. Una anciana mentirosa, una casa que huele a pasado y una joven ingenua son los elementos de “Los habitantes”, que recuerda a cuento de Carlos Fuentes.

El presente y el pasado son uno en las historias de Héctor de Mauleón. Los espacios descritos son similares al igual que sus elementos, sus personajes evolucionan hasta llegar al cuento “Como nada en el mundo”, una mezcla de sentimientos que se funden en una atmósfera irreal y desprendida de la memoria.

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De los Autores

Chaparro Pacheco Gilberto • [email protected]. López Real Melissa • [email protected] Malone.Sátira detectivesca del atractivo caballero inglés cuyo intelecto ha hecho reír a muchos.

Maciel Acevedo Victor • [email protected] de Púas.

Mumo • [email protected] Lluvia de Afrodita.“también se puede esperar a que las mujeres maduren y caigan pos si solas...”

Azcona Salinas Rebeca • [email protected] al aroma de tierra mojada, que nace del Lodo y camina con sus Piernas Largas... Escribí este cuento cuando acababa de llover.... las nubes se fueron... pero quedó el aroma...

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Colaboraciones de este número:

Maciel Acevedo Victor Alambre de Púas

López Real Melissa Detective Malone

Noseque Rebeca Nubes

Chaparro Pacheco Gilberto Estatuas

Mumo La Lluvia de Afrodita

Marcatextos es elaborado por: López Real Ana Luisa Mosqueda de la O Aldo Muñiz Moreno José

Número cero. Año cero.Marcatextos revista de cuentos ilustrados, editada por TÓTEM estudio creativo.Guadalajara, Jalisco, México. Febrero 2008 registro en trámite.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida parcial o totalmente - por cualquier medio - sin la anuencia por escrito del titular de los derechos correspondientes.El contenido de los cuentos y anuncios son responsabilidad del autor y no del editor.

www.totem.com.mx

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