Mann, Charles - 1491 (1)

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    CHARLES C. MANN

    1491 UNA NUEVA HISTORIA

    DE LAS AMRICAS ANTES DE COLN

    Traduccin de Miguel Martnez-Lage

    y Federico Corriente

    taurus

  • Ttulo original: 1491. New Revelations of the Americas Before Columbus Charles C. Mann De la traduccin: Miguel Martnez -Lage y Federico Corriente De esta edicin: 2006, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, alfaguara, S.A. Calle 80 No. 10 -23 Telfono (571) 6 39 60 00 Fax (571) 2 36 93 82 Bogot - Colombia Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A. Av. Leandro N. Alem 720

    (1001), Buenos Aires Santillana Ediciones Generales S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col.

    del Valle, Mxico, D.F. C. P. 03100 Santillana Ediciones Generales, S.L.

    Torrelaguna, 60. 28043, Madrid

    Diseo de cubierta: Pep Carri y Sonia Snchez Ilustracin de cubierta: Reconstruccin de Tenochtitln, la capital de los mexica. Mural de Miguel Covarrubias, Instituto Nacional de Antropologa e Historia, Mxico DF. ISBN: 978 -958 -704 -488 -1 Impreso en Colombia - Printed in Colombia Primera impresin, n oviembre de 2006 Primera reimpresin, febrero de 2007 Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ni ngn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

  • NDICE MAPA DE AMRICA INDGENA EN 1491 10 PREFACIO 11 INTRODUCCIN. EL ERROR DE HOLMBERG 17 1. VISTA AREA 19 PRIMERA PARTE. NMEROS CADOS DEL CIELO? 2. POR QU SOBREVIVI BILLINGTON 55 3. EN LA TIERRA DE LAS CUATRO REGIONES 95 4. PREGUNTAS MS FRECUENTES 139 SEGUNDA PARTE. HUESOS MUY ANTIGUOS 5. GUERRAS DEL PLE ISTOCENO 189 6. ALGODN (o ANCHOAS) Y MAZ (Historias de dos c iv i l izaciones, pr imera par te) 237 7. ESCRITURA, RUEDAS Y CADENAS HUMANAS CON CUBOS (Histor ias de dos c iv i l izaciones, segunda parte) 277 TERCERA PARTE. PAISAJE CON FIGURAS 8. LA REMODELACIN DEL PAISAJE AMERICANO 327 9. AMAZONIA 373 10. LA NATURALEZA ARTIFICIAL 411 11. CODA. LA GRAN LEY DE LA PAZ 431

  • APNDICES 443 A. Palabras lastradas 443 B. Hablar por medio de nudos 451 C. La excepcin de la sfilis 459 D. Matemticas de calendario 463 AGRADECIMIENTOS 469 NOTAS 473 BIBLIOGRAFA 541 NDICE ALFABTICO 619

  • Para la mujer del despacho de al lado. Sin una sola nube, como todo lo dems. CCM

  • PREFACIO

    Las semillas de este libro se remontan, al menos en parte, a 1983, ao en que escrib un artculo para Science sobre un programa de la NASA cuyo objetivo era medir los niveles de ozono en la atmsfera. En el tiempo que dediqu a informarme acerca de ese programa, hice un vuelo con un equipo de investigacin de la NASA en un avin equi pado para tomar muestras y rea lizar anlisis de la atmsfera a treinta mil pies de altura. En un momento

    determinado, el grupo aterriz en Mrida, pennsula de Yucatn. Por la razn que fuera, los cientficos disponan de un da libre, y entre todos alquilamos una desvencija da furgone ta para ir a ver las ruinas mayas de Chichn Itz. Yo no sa ba absolutamente nada de la cultura mesoamericana; es posible que ni siquiera estuviera familiarizado con el trmino Mesoamrica, que abarca la regin comprendida entre el centro de Mxico y Panam, in cluyendo Guatemala y Belice, as como parte de El Salvador, Honduras, Costa Rica y Nicaragua, tierra natal de los mayas, los olmecas e innu merables grupos indgenas. Momentos despus de subirnos en la fur goneta, el entusiasmo se haba apoderad o ya de m. Por mi cuenta, unas veces de vacaciones, otras haciendo algn tra bajo por encargo, volv despus al Yucatn unas cinco o seis veces, tres de ellas en compaa de mi amigo Peter Menzel, reportero fotogr fico. Por encargo de una revista alemana , Peter y yo hicimos un viaje de doce horas en coche por un camino intransitable (lleno de baches de una profundidad indescriptible y sembrado de barricadas a causa de los troncos cados) hasta la metrpoli maya de Calakmul, por entonces todava sin excava r. Nos acompa Juan de la Cruz

    Briceo, tambin maya, encargado de cuidar otra ruina de menor tamao. Juan haba dedicado veinte aos de su vida a ejercer de chiclero, es decir, a recorrer la jungla durante semanas interminables en busca de los rboles del chicle, cuya resina gomosa, que los indios han secado y han mas ticado durante milenios, se convirti en el siglo xix en el punto de partida de la industria de la goma de mascar. Una noche, en torno a una fogata de campamento, nos estuvo hablando de la s antiguas ciudades con las que haba tropezado en sus recorridos por la selva, envueltas por las enredaderas y ocultas por la vegetacin, y nos refi ri su asombro al enterarse por algunos cientficos de que aquellas ciudades las haban construido sus ant epasados. Aquella noche dor mimos en unas hamacas, entre lpidas talladas a mano, cuyas ins cripciones no haba ledo nadie desde haca ms de mil aos. Mi inters por los pueblos que habitaron las Amricas antes de la llegada de

  • Coln slo comenz a cobra r verdadero sentido y defini cin en el otoo de 1992. Por azar, un domingo por la tarde me en contr ante un escaparte en la biblioteca universitaria de Columbia y all vi un ejemplar del nmero dedicado al quinto centenario de los Anales de la Asociacin de Gegrafos Americanos. Tom la revista con cu riosidad, me acomod en un silln y me dispuse a leer un artculo de William Denevan, un gegrafo de la Universidad de Wisconsin. El artculo arrancaba con un interrogante: Cmo era el Nuevo Mun do en tiem pos de Coln?. Eso es, me pregunt: cmo era de verdad? Quines vivan aqu, qu se les pas por la cabeza cuando las velas de los primeros barcos europeos asomaron por el horizonte? Termin de leer el artculo de Denevan y pas a otros, y no dej de le er hasta que el bibliotecario apag las luces para indicarme que era hora de cerrar. Yo no lo saba entonces, pero Denevan y otros muchos colegas su yos de investigacin haban dedicado toda su carrera al intento de dar respuesta a stas y otras preguntas semejantes. La imagen que han conseguido forjar es muy distinta de la que la mayora de los ameri canos y los europeos tienen por segura, y an se sabe poca cosa a este respecto fuera de los crculos de los especiali stas. Uno o dos aos despus de leer el artculo de Denevan, particip en una

    mesa redonda con motivo de la reunin anual de la Asociacin Americana para el Progreso de la Ciencia. En la sesin, titulada algo as como Nuevas perspectivas sobre el Amazonas , particip William Bale, de la Universidad de Tulane. La charla de Bale gir en torno a las junglas antropognicas, es decir, junglas creadas por los in dios siglos o milenios atrs, concepto del que yo nunca haba odo ha blar. Bale coment algo que Denevan ya haba tratado: son muchos los investigadores que hoy creen que sus predecesores subestimaron el total de la poblacin de las Am ricas en el momento de la llegada de Coln. Los indios eran mucho ms numerosos de lo que se pensaba, afirm Ba le, mucho ms numerosos. Caramba, me dije, alguien tendra que poner todo esto en limpio. Se podra ha cer un libro fascinante con estos datos. Segu a la espera de que ese libro viera la luz. La espera fue siendo cada vez ms frustrante, y ms an cuando mi hijo empez a ir al ins tituto y all le ensearon las mismas cosas que a m, convicciones que yo saba que estaban puestas en tela de juicio desde mucho tiempo atrs. Como pareca que nadie haba acometido la escritura de ese li bro, al final de cid probar suerte. Al

    mismo tiempo, haba aumenta do mi curiosidad, y deseaba saber ms. El libro que ahora tiene el lec tor en las manos es el resultado de ese deseo. Pero quiz convenga aclarar lo que no es este libro. De entrada, no pretendo proponer u na relacin sistemtica y cronolgica del de sarrollo cultural y social del Hemisferio Occidental antes de 1492. Se mejante ensayo, de una gran ambicin espacial y cronolgica, sera imposible de redactar, pues cuando el autor llegase al final del lapso pr evisto, se habran realizado nuevos hallazgos, y el comienzo de su empresa estara ya anticuado. Entre las personas que me aseguraron que as sera figuran los propios investigadores que han dedicado buena parte de las ltimas dcadas a luchar contra la p asmosa diversidad de las sociedades precolombinas. Tampoco es una historia intelectual de los recientes cambios de perspectiva entre los antroplogos, eclogos, gegrafos e histo riadores que estudian las

  • primitivas poblaciones del continente americano. Es o tambin resultara una pretensin vana, pues las ramificaciones de las nuevas ideas todava se extienden en mlti ples direcciones, de modo que es sumamente difcil que

    un solo autor las contenga en una nica obra. En cambio, con este libro s pretendo e xplorar lo que considero los tres ejes principales de los nuevos hallazgos: la demografa de los in dios (primera parte), los orgenes de los indios (segunda parte), y la ecologa de los indios (tercera parte). Por ser tantas las sociedades que ilustran cada uno de estos apartados, no poda ni de lejos aspirar a ser exhaustivo. Por el contrario, he escogido mis ejemplos entre aquellas culturas que estn mejor documentadas, o que han recibido mayor atencin, o que me resultaban a m, como a otros, ms sugerentes. A lo largo del libro, como el lector ya se habr dado cuenta, em pleo el trmino indio para hacer referencia a los primeros pobla dores de las Amricas. Sin ningn gnero de dudas, indio es un tr mino que propicia la confusin y que hi stricamente resulta poco apropiado. Es probable que la designacin ms exacta de los habi tantes originarios de las Amricas sea el trmino americanos. Uti lizarlo, en cambio, sera arriesgarse a crear confusiones mucho peo res. En este libro trato de r eferirme a cada pueblo mediante el nombre que se daban ellos a s mismos. La inmensa mayora de los pueblos in dgenas que he encontrado tanto en el norte como en el sur de Am -rica se describen como indios. (Para mayor abundancia en la no -menclatura, vas e Apndice A, Palabras lastradas). A mediados de los aos ochenta viaj a la localidad de Hazelton, en el tramo ms alto del ro Skeena, en la Columbia Britnica. Mu chos de sus habitantes pertenecen a la nacin gitksan (o gitxsan). En la poca en que le s hice aquella visita, los gitksan acababan de enta blar un pleito contra los gobiernos tanto de la Columbia Britnica como del Canad. Deseaban que tanto el gobierno autnomo como el gobierno de la nacin reconocieran que los gitksan haban sido ha bitant es de aquellas tierras desde haca muchsimo tiempo, que nun ca haban emigrado de aquellas tierras, que nunca haban accedido a entregrselas a nadie y que, por tanto, haban conservado su de recho legal a ser dueos de unas once mil millas cuadradas de l a pro vincia. Estaban muy dispuestos a negociar, segn afirmaban, pero no lo estaban en cambio, a que se negociara con ellos. Al sobrevolar la zona me di perfecta cuenta de por qu los gitksan tenan tan intenso apego por ella. El avin pas por las ladera s nevadas de los montes que circundaban el Rocher de Boule y lleg a la con fluencia de dos boscosos valles fluviales. La niebla pareca emanar de la misma tierra. La gente pescaba en los ros tanto truchas plateadas como salmones, aun cuando se hallaban a 250 kilmetros de la costa. La tribu gitanmaax de la etnia gitksan tiene su centro de opera ciones en Hazelton, aunque la mayora de sus miembros viven en una reserva fuera de la localidad. Fui en coche a la reserva, donde Neil Sterritt, jefe del Consejo de los gitanmaax, me explic la causa en litigio. Era un hombre franco, directo, de voz contundente, que ha ba empezado por ser ingeniero de minas y que luego haba regresa do a su tierra natal dispuesto a entablar una dilatada batalla legal. Tras mltipl es juicios y recursos, el Tribunal Supremo de Canad decret en 1997 que la Columbia Britnica deba renegociar el estatus de las

  • tierras con los gitksan. En 2005, dos dcadas despus de la primera demanda, an proseguan las negociaciones.

    Tras un rato de charla, Sterritt me llev a ver `Ksan, un parque temtico de corte histrico y una escuela de arte creados en 1970. En el parque estaban recreados algunos barracones, cuyas fachadas de coraban los elegantes arcos rojos y negros del arte indio de la cost a noroeste. En la escuela de arte se enseaba a los indios de la regin la tcnica de traducir los diseos tradicionales en grabados. Sterritt me dej en un almacn de la escuela y me dijo que echase un vistazo alrededor. All haba tal vez ms cosas de la s que l imaginaba, pues rpidamente encontr lo que parecan cajas de almacenamiento lle nas de antiguas y bellsimas mscaras. Al lado, haba una pila de gra bados modernos, parte de los cuales haban recurrido a los mismos patrones. Y haba tambin cajas de fotografas, viejas y recientes, de muchas y muy esplndidas obras de arte. En el arte propio de la costa del noroeste, los objetos se aplanan y se distors ionan; es como si hubieran pasado de la tridimensionalidad a la planicie de las dos dimensiones, y luego se hubieran doblado como obras de papiroflexia. Al principio me cost mucho interpre tar los diseos, pero poco a poco hubo unos cuantos que parecan brotar de la superficie. Constaban de lneas claras que delimitaban el espacio en formas a la vez simples y complejas, objetos envueltos en otros objetos, criaturas rellenas de sus propios ojos, seres huma nos que eran a medias animales, y animales que eran a medias seres humanos: todo era pura metamorfosis y conmocin surrealista. Unos pocos de los objetos que vi all los capt de inmediato; mu chos otros no los entend ni de lejos, y algunos que crea entender, probablemente no los entenda. Otros, me dije , ni siquiera los pro pios Gitksan terminaban de captarlos, del mismo modo que la ma yora de los europeos de hoy en da no pueden en verdad compren der el efecto que tiene el arte bizantino en el espritu de las personas que vieron esas obras de arte en e l momento histrico en que fueron creadas. Sin embargo, me qued maravillado con las arriesgadas l neas grficas, asombrado por la sensacin de estar asomndome siquiera un momento a un vibrante pasado cuya existencia descono ca, un pasado que segua da ndo forma al presente de una manera que yo no haba comprendido nunca. Durante una o dos horas fui pasando de un objeto a otro, ansioso en todo momento de ver ms. Este libro me procura la esperanza de poder compartir la misma pa sin que sent en aquellos momentos y que he vuelto a sentir despus en infinidad de ocasiones.

  • INTRODUCCIN EL ERROR DE HOLMBERG

  • VISTA AREA EL BENI

    El avin despeg un da en que haca un fro sorprendente para tar en pleno centro de Bolivia, y emprendi vuelo rumbo al este, la frontera con Brasil. En cuestin de minutos, las carreteras y casas desaparecieron de la vista, y las nicas huellas de la presencia humana pasaron a ser los rebaos esparcidos por la sabana como espolvoreado sobre una bola de helado. Pero tambin acabaron r desaparecer de la vista. Para entonces, los arquelogos haban sa - o sus cmaras de fotos y no paraban de dispararlas c on deleite. Bajo nosotros se extenda el Beni, una provincia boliviana ms o nos del tamao de Illinois e Indiana juntos y casi igual de llana. te la mitad del ao, la lluvia y la nieve derretida, procedente de montaas del sur y del oeste, cubren la tierr a y la tapizan con una mina de agua mvil e irregular, imprevisible en su grosor, que ter ina por afluir a los ros del norte de la provincia, los afluentes ms tos de la cuenca del Amazonas. Durante el resto del ao, el agua se eva pora, y el intenso verdo r de tan vasta llanura se convierte en algo e recuerda, y mucho, a un desierto. Esta llanura tan peculiar, re ota, a menudo inundada, era precisamente lo que haba atrado la encin de los investigadores, y no slo por ser uno de los pocos Bares que hay en la tierra habitados por gente que tal vez jams haya to a los occidentales armados con sus cmaras fotogrficas. Clark Erickson y William Bale, los arquelogos, iban sentados en s asientos de delante. Erickson, de la Universidad de Pensilvania, tra jaba en colaboracin con un arquelogo boliviano que ese da no ba podido venir, con lo cual dej un asiento libre en el avin, que ve la suerte de ocupar. Bale, de Tulane, es en realidad antroplogo, pero en la medida en que los cientficos han ido apreciando el modo en que el pasado y el presente se alimentan de forma recproca, la distincin entre antroplogos y arquelogos se ha desdibujado bastante. Los dos son hombres de complexin muy distinta, como dis tintos son por temperamento y por intereses cientficos, pero los dos iban por igual con la cara pegada al cristal, con idntico entusiasmo. Abajo, esparcidas por el paisaje, podan verse incontables islas de boscaje, muchas de las cuales formaban crculos casi perfectos, amontonamientos de verdor e n un mar de hierba amarillenta. Cada una de las islas se alzaba a casi veinte metros por encima de la llanu ra aluvial, permitiendo el crecimiento de rboles que de otro modo no resistiran la acometida del agua. Estos bosquecillos estaban co municados uno s con otros mediante calzadas, tan rectas como un dis paro de escopeta, de hasta cuatro o cinco kilmetros de longitud. Erickson est convencido de que todo este paisaje, de ms de cien to cincuenta mil kilmetros cuadrados, repleto de isletas boscosas li gadas unas con otras mediante esas calzadas, haba sido construido por una sociedad tecnolgicamente avanzada y populosa hace ms de un millar de aos. Bale, menos documentado en la regin del Beni, se inclinaba por esa misma opinin, pero todava no estaba su ficientemente preparado para comprometerse con ella. Erickson y Bale forman parte de un regimiento de estudiosos que en los ltimos aos han desafiado radicalmente las ideas convencio nales sobre cmo era el Hemisferio Occidental antes de la lle gada de Coln. En mi poca de

  • estudiante en el instituto, por los aos seten ta, me ensearon que los indios haban llegado a las Amricas atrave sando el estrecho de Bering hace ms o menos trece mil aos. Se pen saba que haban vivido sobre todo en grupo s

    reducidos, aislados, y que su presencia haba tenido tan escaso impacto en el medio ambiente que, incluso tras varios milenios de estancia, los dos continentes se guan en un estado poco menos que salvaje. Los institutos y las unir versidades siguen impa rtiendo hoy en da esas mismas enseanzas. Una manera adecuada de resumir el punto de vista de personas como Erickson y Bale sera decir que para ellos este panorama de la vida de los indios es completamente errneo. Los indios estuvieron en estas tierras desde antes de lo que se piensa, al menos a juicio de estos in vestigadores, y su presencia fue numricamente muy superior a lo que se cree. Ytuvieron tal xito al imponer su voluntad sobre el paisaje que en 1492 Coln desembarc en un hemisferio absoluta mente marca do por la humanidad que lo haba habitado. Si se tienen en cuenta las tensas relaciones entre las sociedades blan cas y los pueblos nativos, cualquier intento de indagar en la cultura e historia de los indios se convierte de por s en motivo ineludible de un contencioso. No obstante, los estudios ms recientes resultan parti cularmente controvertidos. De entrada, algu nos investigadores ms bien bastantes, aunque no necesariamente de las generaciones ms antiguas se mofan de las nuevas teoras y las tildan de meras fanta sas que brotan de una interpretacin no ya errnea sino casi capri -chosa e incluso malintencionad a de los datos, as como de una mal vola interpretacin de lo polticamente correcto. No conozco prueba alguna de que en el Beni viviera alguna vez una poblacin numerosa me dijo Betty J. Meggers, de la Smithsonian Institution . Afirmar lo contrario no pasa de ser el clsico ejemplo en el que lo deseable se impone a lo razonable. En efecto, dos arquelogos procedentes de Argentina y financia dos por la Smithsonian, han sostenido hace poco que muchos de los montculos de mayor tamao son depsitos aluvia les completamen te naturales: en poco ms de una dcada una pequea poblacin inicial podra haber construido los puentes que se conservan, as como los campos de cultivo elevados. Idnticas crticas se aplican a las nuevas afirmaciones de los estudiosos en torno a los indios, al me nos segn sostiene Dean R. Snow, un antroplogo de la Universidad Estatal de Pensilvania. El problema estriba, apunta, en que es escasa la evidencia que puede aportarse a partir de las pruebas etnohis tricas de que se dispo nen, aunque stas se pueden esgrimir de modo que nos digan lo que uno quiera. Realmente, es muy fcil engaarse si uno quiere. Yhay quien sostiene que las nuevas afirmaciones se apoyan en los planteamientos polticos de quienes aspiran a desa creditar l a cultura europea, porque las altas cifras que se aportan con tribuyen a inflar la escala de las prdidas sufridas por los nativos. El que las nuevas teoras entraen consecuencias directas para las batallas ecolgicas que se libran hoy en da es otra fuente de nue vas discusiones. De manera consciente o no, buena parte del movi miento medioambiental se alimenta de lo que el gegrafo William De nevan llama el mito de lo prstino, esto es, la creencia de que las Amricas eran en 1491 tierra prcticamen te intacta, e incluso edni ca, incontaminada por el hombre, segn se dice en la Ley de la Na turaleza de 1964, una ley federal de Estados Unidos que constituye uno de los documentos fundacionales del movimiento ecolgico

  • global. Como ha escrito William Cronon, historiador de la Universidad de Wisconsin, para los activistas y los Verdes el restablecimiento de ese estado de antao, considerado natural, es una tarea que la sociedad est moralmente

    obligada a emprender. No obstante, si ese nuevo plan teamie nto es correcto y si la obra de la humanidad lo ha impregnado todo, en qu quedan los esfuerzos por restaurar la naturaleza? El Beni es un caso modlico. Adems de la construccin de ca rreteras, puentes, canales, diques, pantanos, montculos, terrenos de cultivo elevados y, seguramente, canchas para jugar a la pelota, segn ha sostenido Erickson, los indios que vivieron aqu antes de la llega da de Coln tambin capturaban peces en las llanuras estacional mente inundadas. Esta actividad no se reduca a ut ios cuantos nati vos con sus redes, sino que obedeca al esfuerzo de una sociedad en que cientos o miles de personas se dedicaron a construir entre un puente y otro densas redes en zigzag, hechas de arcilla, para capturar peces (o vallas para acorralarlos) . Buena parte de esa sabana es na -tural y es el resultado de las inundaciones de temporada. Sin embar go, los indios mantuvieron y ampliaron los pastos por el sencillo pro cedimiento de pegar fuego peridica y regularmente a grandes extensiones de terreno. A lo largo de los siglos, las quemas dieron lugar a un intrincado ecosistema de especies vegetales adaptadas al fuego en virtud de la pirofilia indgena. Los actuales habitantes del Beni siguen procediendo a la quema, aunque actualmente lo hagan sobre todo para mantener la sabana como pasto para el ganado. Cuando sobrevolamos la regin acababa de comenzar la es tacin seca, pero ya se vean largas rastrojeras en llamas. El humo se elevaba en el cielo formando grandes y trepidantes columnas. En las zona s calcinadas, tras el paso del fuego los rboles eran tron cos renegridos, muchos de ellos pertenecientes a especies por cuya salvacin estn luchando los activistas. El futuro del Beni es incierto, sobre todo en la regin menos po pulosa, en la franja fronteriza con Brasil. Hay forasteros que desean crear en la zona ranchos latifundistas, como se ha hecho en muchas zonas de pastos en Estados Unidos. Otros prefieren mantener esta re gin, tan escasamente poblada, en un estado lo ms cercano posible a su versin silvestre. Los grupos de indios locales miran esta ltima proposicin con recelos. Si el Beni se convierte en una reserva de la naturaleza, se preguntan, qu organizacin internacional les per mitir seguir pegando fuego a l os rastrojos en la llanura? Suscribira cualquier grupo extranjero la quema a gran escala de la Amazonia? Por el contrario, los indios proponen que el control de la tierra que de en sus manos. Los activistas, por su parte, consideran esta idea sin el menor entusiasmo. Algunos grupos indgenas de Estados Unidos, sobre todo en el suroeste, han tratado de promover el uso de sus re servas como depsitos para los residuos nucleares. Todo ello sin men cionar el asunto de las quemas. EL ERROR DE HOLMBERG

    No toques ese rbol dijo Bale. Me qued de piedra. bamos subiendo por una ladera baja, de tie rra quebradiza, y estaba a punto de sujetarme a un rbol escuchimi zado, casi

  • como una vid, con las hojas hendidas. Es un Triplaris americana dijo Bale, experto en botnica de la selva .

    Hay que ir con cuidado. Me dijo que, en una alianza poco corriente, el americana hospeda colonias de hormigas rojas. De hecho, le cuesta trabajo sobrevivir sin el concurso de stas. Las hormigas horadan y ocupan tneles di minutos por debajo de la corteza. A cambio del refugio, las hormi gas atacan todo lo que toque el rbol, sea un insecto, un ave o un es critor desprevenido. La venenosa ferocidad de sus ataques ha dado pie al nombre que tiene el Triplaris americana entre los lugareos: es el rbol del diablo. En la base del rbol del diablo, dejando al aire las races, se en contraba la madriguera desierta de un animal. Bale escarb algo de tierra con un cuchillo y luego me hizo un gesto para que me acerca ra con Er ickson y con mi hijo Newell, que nos acompaaban en aque lla expedicin. La oquedad estaba repleta de cermicas rotas. Se vea el borde de los platos y algo que pareca el pie de una tetera, preci samente en forma de pie, con las uas pintadas. Bale extra jo media docena de piezas de cermica: esquirlas de recipientes y de platos, un trozo de una barra cilndrica que podra haber sido parte de una de las patas de una olla. Afirm que, al menos una octava parte del ce rro, por

    volumen, estaba compuesta de fr agmentos como sos. Se po da excavar casi en cualquier parte y encontrar restos semejantes. As cendamos por una pila inmensa de platos rotos. Esa pila lleva el nombre de Ibibate y, con una altitud de casi veinte metros, se levan ta en uno de los montcul os ms elevados del Beni. Erickson me ex plic que las piezas de cermica seguramente se empleaban para cons truir y airear el terreno arcilloso, para darle un uso agrario o de asentamiento. Si bien esta explicacin tiene sentido en el terreno de la ingeni era, dijo, no basta para que las acciones de los constructo res de montculos de hace tantos aos dejen de resultarnos miste riosas. Los montculos abarcaban una extensin tan enorme que difcilmente pueden ser producto de la acumulacin de residuos. El Monte Testaccio, la colina compuesta por trozos de cermica que se alza al sureste de Roma, era el basurero de toda la ciudad. Ibiba te es ms grande que el Monte Testaccio, y slo es uno de los cente nares de montculos semejantes que se alzan en la regi n. Es impo sible imaginar que el Beni generase ms basura que Roma; la cermica de Ibibate, segn Erickson, indica que un gran nmero de personas, muchas de ellos trabajadores cualificados,

    vivieron durante mucho tiempo sobre estos montculos, con animados festejos y bebida en abundancia. El nmero de alfareros necesario para fabricar seme jantes montaas de cermica, el tiempo preciso para llevar a cabo semejante labor, el nmero de personas necesario para dar alimento y cobijo a los alfareros, la organiz acin de la destruccin y el enterra miento de las piezas a gran escala... todo ello es una evidencia, segn la lnea de pensamiento de Erickson, de que hace un milenio el Beni por fuerza tuvo que ser la sede de una sociedad altamente estructu rada, una so ciedad que por medio de las investigaciones arqueolgi cas estaba slo empezando a ver la luz. Ese da nos acompaaban dos indios sirions, Chiro Cullar y su yerno Rafael. Los dos eran fibroso, morenos, imberbes. Mientras recorra a su lado el camino, me fij en que los dos tenan peque as muescas en los

  • lbulos de las orejas. Rafael, animado hasta la fan farronera, salpiment la tarde con sus comentarios. Chiro, figura de cierta autoridad local, fumaba cigarrillos de la marca Marlboro he chos all mismo y observaba nuestro

    caminar con expresin de di vertida tolerancia. Vivan a menos de dos kilmetros de all, en una aldea a la que se llegaba tras recorrer una larga carretera de tierra con hondas roderas. Habamos llegado en coche a primera hora del da. Aparcamos a la sombra de una escuela en ruinas y de algunos des vencijados edificios de los misioneros que se apiaban en lo alto de una pequea colina, otro montculo antiqusimo. Mientras Newell y yo aguardbamos en el coche, Erickson y Bale entraron en la escuela para obtener permiso del propio Chiro y de los dems miembros del consejo de la aldea. Al ver que no tenamos nada que hacer, un par de nios sirions trataban de convencernos a Newell y a m de que furamos a ver a un joven jaguar enjaulado y de que les disemos unas monedas a cambio. Al cabo de pocos minutos, Erickson y Bale volvieron n con el permiso requerido y con dos acompaantes, Chiro y Rafael. ora, mientras ascendamos por el Ibibate, Chiro coment que yo me contraba junto al rbol d el diablo. Sin cambiar su cara de pquer, me ' que subiera al rbol: en lo alto encontrara un fruto tropical de - m'oso. No se parece a nada que hayas probado antes, prometi. Desde lo alto de Ibibate vimos bien la sabana circundante. Ms o senos a ochocientos metros, salvando una franja de hierba amaril lenta que llegaba a la cintura, se vea una hilera recta de rboles, uno e los antiguos caminos elevados que servan de puentes, al decir de Erickson. Por lo dems, la regin era tan llana que se poda ver todo varios kilmetros a la redonda; mejor dicho, se hubiera podido ver todo de no ser porque, en bastantes direcciones, el aire estaba tei do por el humo. Despus me pregunt por la relaci n que tenan nuestros escoltas con aquel paraje. Eran los sirions como los italianos de hoy en da que viven entre los monumentos de la antigua Roma? Les hice a Erick son y a Bale esa pregunta en el camino de vuelta. Su respuesta fue desgranndose espor dicamente a lo largo de la tarde y a la hora de la cena, una vez que regresamos a nuestro aloja miento con una lluvia y un fro impropios de la estacin. En los aos setenta, me dijeron, las autoridades en el tema habran respondido mi pregunta sobre los sirions siempre de la misma forma. Sin emb argo, hoy, los expertos me daran una respuesta muy distinta. La di ferencia estriba en lo que di en llamar, de manera un tanto injusta, el [error de Holmberg. Aunque los sirions no son sino uno ms de la veinten a de grupos nativos americanos que residen en el Beni, ciertamente son los ms co nocidos. Entre 1940 y 1942, un joven investigador aspirante a doctor lla mado Allan R. Holmberg vivi entre ellos. En 1950 public una relacin de sus vidas titulada Nomads o f the Longbow [Nmadas del arco]. (El t tulo hace referencia a los arcos de casi dos metros que los sirions em plean para cazar). Convertido rpidamente en un clsico, Nmadas contina siendo un texto icnico y muy influyente, que segn fue filtrndose por medio de infinidad de artculos eruditos e incluso en los medios po -pulares, termin por ser una de las principales fuentes para que el mun do exterior se formase una imagen de los indios de Sudamrica.

  • Los sirions, segn inform Holmberg, se hallaban entre los pue blos culturalmente ms atrasados del mundo. Con una vida de cons tantes carencias y de hambre, no tenan vestimenta, ni animales domsticos, ni instrumentos

    musicales (ni siquiera carracas o tambo res), ni arte ni diseo (con l a excepcin de unos collares hechos con dientes de animales), y prcticamente tampoco tenan religin (la concepcin del cosmos de los sirions estaba prcticamente sin cristalizar). Por increble que fuera, no saban contar ms all de tres ni saban encender el fuego (que transportaban de un campamen to a otro en una rama encendida). Sus endebles chozas, hechas con hojas de palma amontonadas al azar, eran tan ineficaces contra la llu via y los insectos que los miembros de un grupo pasan al ao mu chsimas noches sin dormir. Acuclillados sobre sus tristes fogatas a lo largo de las noches hmedas, asaltados por los mosquitos, los si rions eran ejemplares vivientes de la humanidad en su estado ms primitivo, la quintaesencia del hombre en un estad o natural m ximo, como dijo Holmberg. En su opinin, haban permanecido sin cambiar durante varios milenios, en medio de un paisaje en el que no haban dejado huella. Entonces se toparon con la sociedad eu ropea y por primera vez su historia adquiri el flujo de una narracin. Holmberg fue un investigador cuidadoso y compasivo, cuyas de talladas observaciones sobre la vida de los sirions siguen siendo hoy muy valiosas. Y tuvo la valenta de superar en Bolivia pruebas tan ar duas que a muchos otros les hu bieran llevado a renunciar. Durante su estancia en el terreno, de muchos meses de duracin, pas ham bre y toda clase de penalidades y privaciones, y con frecuencia estu vo enfermo. Cegado por una infeccin que contrajo en ambos ojos, tuvo que caminar dura nte das por la jungla para llegar a un hospital y lo hizo de la mano de un gua sirion. Su salud nunca se restableci del todo. A su regreso, lleg a ser jefe del Departamento de Antro pologa de la Universidad de Cornell, y desde ese puesto desarroll La inestabilidad del gobierno boliviano, as como los arranques de retrica antinorteamericana y antieuropea, fueron garantas su ficientes para que muy pocos antroplogos y arquelogos extranje ros siguieran los pasos de Holmberg por el Beni. No slo el go bierno era hostil, sino que tambin la regin, centro del trfico de cocana en los arios setenta y ochenta, era muy peligrosa. Hoy ha menguado el trfico de drogas, aunque las pistas de aterrizaje de los contra bandistas an pueden verse bien, construidas en trechos muy re motos de la jungla. No lejos del aeropuerto de Trinidad, la mayor poblacin de la provincia, es posible contemplar los restos de un avin de contrabando estrellado. Durante las guerras de la droga, el Beni cay en el descuido ms absol uto, incluso para los criterios bolivia nos, segn afirma Robert Langstroth, gegrafo y ecologista de pri mera fila procedente de Wisconsin, que llev a cabo all el trabajo de campo para su tesis. Era como el atrasado remanso del remanso ms atrasado. Poco a poco, un reducido nmero de cientficos se aven tur a explorar la regin. Lo que aprendieron transform su com prensin de aquel paraje y de sus pobladores. Tal como crea Holmberg, los sirions se hallaban entre las po blaciones culturalmente ms empobrecidas de la tierra, pero no por que fueran remanentes intactos del antiqusimo pasado del gne ro humano, sino porque las epidemias de gripe y de viruela haban causado estragos en sus

  • aldeas durante los aos veinte. Antes de las epidemias, al menos tres mil sirions, y posiblemente muchos ms, vivan en el este de Bolivia. En la poca de Holmberg quedaban me nos de ciento cincuenta, una prdida de ms del

    95 por ciento en menos de una generacin. Tan catastrfica haba sido la disminu cin de la pob lacin que los sirions tuvieron que pasar por un cue -llo de botella gentico. (Un cuello de botella gentico tiene lugar cuando una poblacin mengua hasta tal punto que los individuos se ven obligados a procrear con sus propios parientes, lo cual puede dar pie a muy perjudiciales efectos hereditarios). Los efectos del cue llo de botella los describi en 1982 Allyn Stearman, de la Universi dad Central de Florida, el primer antroplogo que visit a los sirio ns desde los tiempos de Holmberg. Stearman descub ri que los sirions tenan una posibilidad treinta veces mayor de nacer con de formidades en los pies que cualquier otra poblacin humana. Y casi todos los sirions tenan muescas poco corrientes en los lbulos de las orejas, rasgos que yo haba observado en los dos hombres que nos acompaaron. A la vez que sufra el azote de las epidemias, segn pudo saber Stearman, el grupo estaba en pie de guerra con los ganaderos blancos que iban apropindose de la regin. El ejrcito boliviano colabor en esa incursin apresando a los sirions y encerrndolos en lo que a todos los efectos eran campos para presidiarios. A los que se liberaba tras una temporada de confinamiento se les obligaba a servir en los ran chos de los ganaderos blancos. El pueblo nmada co n el cual viaj Holmberg por la jungla en realidad se esconda de los grupos que lo maltrataban. Corriendo no pocos riesgos, Holmberg trat de pres tarles ayuda, pero nunca lleg a entender del todo que el pueblo al que consideraba un residuo del Paleolti co era en realidad un pua do de sobrevivientes a las persecuciones que poco antes haban des trozado una cultura. Fue como si se hubiera encontrado con unos refugiados huidos de los campos de concentracin de los nazis y hubiera concluido que pertenecan a una cultura que siempre haba cami nado descalza, siempre al borde de la inanicin. Lejos de ser las sobras de la Edad de Piedra, probablemente los si rions son unos recin llegados al Beni. Hablan una lengua perte neciente al grupo tup -guaran, una d e las familias lingsticas ms importantes de Sudamrica, aunque no muy corriente en Bolivia. las pruebas lingsticas, no sopesadas por los antroplogos hasta la d cada de los setenta, hacen pensar que llegaron procedentes del nor te en una fecha avanzada, el siglo xvII, ms o menos a la vez que los primeros colonos y misioneros espaoles. Otras revelaciones hacen pensar que seguramente llegaron a la zona varios siglos antes: los gru pos que hablan las lenguas de la familia tup -guaran, seguramente entre ellos los sirions, atacaron el imperio inca a comienzos del si glo xvi. No se sabe el porqu del desplazamiento de los sirions, aun que uno de los motivos podra ser, lisa y llanamente, que el Beni es taba entonces poco poblado. N o mucho antes, la sociedad de los pobladores anteriores se haba desintegrado. A juzgar por Nmadas del arco, Holmberg no tuvo noticias de esta cultura anterior, la que construy los caminos elevados, los montcu los, las granjas pisccolas. No se dio cuen ta de que los sirions reco rran un paisaje al que otros haban dado forma. Pocos observado res europeos antes de Holmberg haban reparado en la existencia de los trabajos de preparacin del terreno,

  • aunque algunos llegaron a dudar de que los caminos elev ados y los islotes de boscaje fueran de origen humano. Hasta 1961, cuando William Denevan viaj a Bolivia, no concitaron la atencin sistemtica de los investigadores.

    Estudiante

    Mientras sobrevolaba el este de Bolivia a comienzos de los aos sesenta del siglo xx, el gegrafo William Denevan se qued sorprendido al ver que el paisaje (abajo)

    donde no haba habido nada ms que ranchos de ganado durante generaciones todava mostraba las seales de haber sido habitada por una sociedad grande y prspera , cuya existencia haba cado en el olvido. Increblemente, se siguen haciendo descubrimientos de este tipo hoy da. En 2002 y 2003 un equipo de

  • investigadores finlandeses y brasileos descubri los restos de docenas de formas geomtricas en la

    tierra (arr iba) en el estado de Brasil occidental, Acre, donde se acababa de talar un bosque para hacer ranchos de ganado. de doctorado en aquel entonces, haba tenido conocimiento del par ticular paisaje de la regin durante un anterior viaje a Per como apren diz d e reportero, y pens que podra ser un tema interesante para su tesis. Nada ms llegar, descubri que los gelogos de las compaas petroleras, los nicos cientficos de la zona, crean que el Beni deba de estar repleto de los restos de una civilizacin desconocida. Tras convencer a un piloto para que diese un rodeo fuera de su ruta habitual y sobrevolase una zona ms al oeste, Denevan examin el Beni desde el aire, y observ exactamente lo mismo que yo vi cuatro dcadas despus: montculos aislados de bo scaje, largos caminos elevados sobre el terreno, canales, campos de cultivo tambin elevados, diques pare cidos a los fosos de un castillo, extraas elevaciones como cordilleras en zigzag. Iba mirando por la ventanilla de uno de aquellos DG3 y me pa reca que estaba a punto de volverme loco me dijo Denevan . Supe que todas aquellas formaciones no podan ser obra de la naturaleza. Esa clase de lnea recta no existe en la naturaleza. A medida que Denevan fue aumentando su conocimiento sobre el paisaje, su asombro iba tambin en aumento. Es un paisaje completamente humanizado aadi . Para m, se trata claramente de lo ms apasionante que se ha dado en el Amazonas yen las zonas colindantes. Podra ser, creo yo, lo ms importante que se haya visto en toda Sudamrica. Yestaba prc ticamente sin estudiar por parte de los cientficos. Sigue estando prc ticamente intacto. Ni siquiera existen mapas detallados de esos traba jos de preparacin del terreno, o de los canales. Con unos orgenes que se remontan a m s de tres mil aos, esta sociedad prehistrica en opinin de Erickson, fundada proba blemente por los ancestros del pueblo de lengua arahuaco llamados ahora Mojo y Baur cre uno de los entornos naturales ms am plios, ms extraos, y de mayor riqueza ec olgica que jams se hayan dado en todo el planeta. Este pueblo erigi los montculos donde le vantar sus hogares y granjas; construy los caminos elevados y los canales para servir de vas de transporte y comunicacin; cre las tram pas pisccolas para disponer de alimentos y procedi a la quema re gular de la sabana para mantener las tierras libres de la invasin de los rboles. Hace un millar de aos, esa sociedad viva su pleno apo geo. Sus aldeas y localidades eran espaciosas, ordenadas, defendidas por fosos y empalizadas. Segn la hipottica reconstruccin de Erick son, casi un milln de personas poda haber recorrido los caminos elevados del este de Bolivia con sus largas tnicas de algodn y con pesados ornamentos en las muecas y en el cuello. Hoy en da, cientos de aos despus de que la cultura arahua , 1 desapareciera de este terreno, los bosques que rodean el montcul o, de Ibibate y que an crecen en l parecen el clsico sueo de un con ervador del Amazonas: las lianas, gruesas como el brazo de un ombre; las hojas colgantes de ms de metro y medio de largo; los lis os troncos

  • de los rboles que dan el coquito de Brasil, unas flores rondas que huelen como la carne caliente. En lo que se refiere a riqueza de las especies, Bale me dijo que los is lotes boscosos de

    Bolivia son comparables a cualquier lugar de Sudamrica. Otro tan , a sucede con la sabana del Beni, por lo visto, aunque con un comp lemento de especies muy distinto. Ecolgicamente, aunque dise - y ejecutada por los seres humanos la regin es un tesoro. Erickson nsidera el paisaje del Beni como una de las mayores obras de arte de la humanidad, una obra de arte que hasta hace poco era casi comp letamente desconocida, una obra de arte que ostenta un nombre ;'que pocas personas fuera de Bolivia son capaces de reconocer. DESPROVISTOS DE TODA HUMANIDAD Y DE SUS OBRAS El Beni no era una anomala. Por espacio de casi cinco siglos, el error de Holmberg, esto es, la suposicin de que los nativos ameri canos vivan en una situacin eterna, sin historia, domin sin con testacin todo el trabajo de los estudiosos, y a partir de ah se difundi en los manuales de enseanza media, en las pelculas de Hollywood, en los artculos de prensa, en las campaas en defensa del medio am biente, en los libros de aventuras romnticas, en las camisetas es tampadas. Se trata de una opinin que existi bajo formas muy di -versas, y que fue defendida tanto por quienes aborrecan a los indios como por quienes los admiraban. El error de Holmberg explicaba esa visin estereotipada que tenan los colonos de los indios como brbaros violentos; su imagen especular no es otra que el estereotipo de ensueo que dio lugar al mito del Buen Salvaje. Sea positiva o ne gativa, la imagen de l os indios carece de lo que los expertos en cien cias sociales llaman capacidad de intervencin: no eran actantes en sentido propio, sino meros recipiendarios pasivos de lo que un hu racn, una tormenta tropical o cualquier otro desastre pudiera po ner en su camino. El mito del Buen Salvaje se remonta incluso al primer estudio et nogrfico en toda regla que se hizo de los pueblos indgenas de Am rica, la Apologtica Historia Sumaria, de Bartolom de las Casas, escri ta sobre todo en la dcada de 1530. Las Casas, un conquistador que se arrepinti de los actos cometidos y se orden sacerdote, pas la se gunda mitad de su dilatada vida oponindose en redondo a la cruel dad de los europeos en las Amricas. Segn

    su manera de pensar, los indios eran seres natura les que habitaban, apacibles como las vacas, en el paraso terrenal. En su inocencia previa a la Cada, haban es tado a la espera, tranquilamente y durante milenios, de que llegase la instruccin cristiana. Un contemporneo de Las Casas, el comen tarist a italiano Pedro Mrtir de Anglera, tambin era partidario de esta visin de las cosas. Los indios, escribi (cito por la traduccin in glesa, de 1556) viven en ese dorado mundo del que tanto hablan los escritores de antao, y existen en la simpleza y en la inocencia, sin aplicacin de ley ninguna. En nuestros tiempos, la creencia en la sencillez e inocencia inhe rentes a los indios se refiere sobre todo a su supuesta falta de impac to en el medio natural en que viven. Esta concepcin se remonta al menos a Henry David Thoreau, quien dedic buena parte de su vida a buscar la sabidura de los

  • indios, una modalidad indgena del pen samiento que presumiblemente no abarcaba ninguna medida, nin guna categorizacin, hechos stos que consideraba perversida des que permiten al ser humano transformar la

    naturaleza. Los plantea mientos de Thoreau siguen teniendo una honda influencia. Despus de la celebracin del primer Da Mundial de la Tierra, en 1970, un grupo que se haca llamar Mantengamos la Belleza de Amrica, S. A. coloc vallas publicitarias en las que apareca un actor de la etnia cherokee, llamado Cody Ojos de Hierro, llorando en silencio ante un paisaje contaminado. La campaa tuvo un xito descomu nal. Por espacio de casi una dcada, la imagen del indio lloroso pudo verse por todo el mundo. Ahora bien, aun cuando los indios desem peaban aqu un papel heroico, el anuncio segua siendo una en carnacin del error de Holmberg, ya que representaba de manera implcita a los indios como personas que jam s cambiaron y que fue ron siempre fieles a su estado salvaje y original. Como la historia es perpetuo cambio, eran, pues, un pueblo carente de historia. Las diatribas antiespaolas de Las Casas fueron, a su vez, objeto de tales ataques que el autor dej in dicado a sus herederos que pu blicasen la Apologtica Historia cuarenta aos despus de su muerte (y muri en 1566) . De hecho, el libro no tuvo una primera edicin n tegra hasta 1909. Tal como

    da a entender este retraso, la polmica en torno al Buen Salv aje tenda a suscitar poca o ninguna simpata du rante los siglos xvIII y xix. En este sentido, resulta emblemtico el his toriador estadounidense George Bancroft, de profesin den, quien en 1834 sostuvo que antes de la llegada de los europeos a Norteam rica sta era una tierra yerma e improductiva... Sus nicos habitan tes eran unas cuantas tribus desperdigadas, alejadas unas de otras, compuestas por brbaros dbiles, carentes de comercio y de cone xiones polticas. Al igual que Las Casas, Bancroft cre a que los indios haban vivido en sociedades en las que nunca se produjo un solo cam bio, con la particularidad de que Bancroft consideraba esta intem poralidad como indicio de pereza, no de inocencia. De distintos modos, esa caracterizacin que propona Bancroft se prorrog hasta entrado el siglo siguiente. En 1934, Alfred L. Kroeber, uno de los fundadores de la antropologa americana, expuso la teo ra de que los indios del este de Norteamrica no pudieron desa rrollarse no pudieron tener una historia p ropia por la sencilla razn de que su vida consisti de manera constante en una guerra que era mera locura, una guerra interminable, una

    continua guerra de desgaste. Escapar al ciclo del conflicto era punto menos que im posible, a su parecer. El grup o que tratara de desplazar sus valores de la guerra a la paz estaba casi con toda seguridad condenado a una extincin prematura*. Kroeber reconoci que los indios, al margen de sus continuas guerras, dedicaban cierto tiempo para cultivar sus cosechas; per o insista en que la agricultura no era una actividad b sica de la vida en el este; era algo ancilar, en cierto sentido un lujo. A resultas de ello, el 95 por ciento, o tal vez ms, de la tierra que po dra haber sido cultivada sigui siendo virgen. Cuatro dcadas despus, Samuel Eliot Morison, galardonado con el premio Pulitzer en dos ocasiones, cerr sus dos volmenes sobre El descubrimiento europeo de Amrica con la sucinta afirmacin de que los indios no haban erigido monumentos o instituciones duraderas. Aprisionados en una tierra asilvestrada, que no cambi jams, eran paganos que contaban con llevar una

  • vida breve y embrutecida des - * Segn Joseph Conrad, esa violencia inherente era de o rigen culinario. El noble piel roja explic el gran novelista era un cazador formidable, pero

    sus mujeres no haban llegado a dominar el arte de la cocina a conciencia, lo cual tuvo consecuencias deplorables. Las siete naciones que poblaban las riberas de los Grandes Lagos, as como las tribus de jinetes de las llanuras, eran vctimas de una terrible dispepsia. Al estar sus vidas asoladas por la recurrente irritabilidad que sigue al consumo de ali mentos mal cocinados, eran de continuo propensas a las rias. ligada de toda esperanza de futuro. La principal funcin en la his toria de los pueblos nativos, segn proclam en 1965 el historiador britnico Hugh Trevor -Roper, Barn Dacre de Glanton, consiste en mostrar en el presente la imagen de un pasad o del cual ha logrado escapar la historia. Los manuales reflejaban al pie de la letra estas convicciones aca dmicas. En un examen de los manuales de historia que se emplea ban en Estados Unidos, Frances Fitzgerald lleg a la conclusin de que entre 1840y 1940 la caracterizacin de los indios se haba des plazado, si acaso, resueltamente hacia el atraso. Los autores ms antiguos consideraban que los indios eran importantes, pese a no es tar civilizados. Pero en libros posteriores aparecen constreidos en una misma frmula: perezosos, pueriles y crueles. Un manual de gran difusin en la dcada de 1940 dedicaba slo unos cuantos prrafos a los indios, el ltimo de los cuales lleva este epgrafe: "Los indios eran unos atrasados", escribi Frances Fitz gerald. Aunque hoy en da sean menos habituales, semejantes puntos de vista no han desaparecido. La edicin de 1987 de American History: A Survey [Historia de Norteamrica: un repaso), libro de texto habitual en los institutos, y obra de tres conocidos historiadores, resuma de este modo la historia de los indios: Durante miles de siglos, siglos en los cuales la raza humana no dej de evolucionar, y a lo largo de los cuales form comunidades y sent l os cimientos de las civilizaciones nacionales en frica, Asia y Europa, los continentes a los que hoy llamamos las Amricas siguieron vacos, desprovistos de toda humanidad y de sus obras. La historia de los europeos en el Nuevo Mundo, segn informaba el libro a los estudiantes, es la his toria de la creacin de una civilizacin all donde no haba existido ninguna. Siempre es sencillo para quienes viven en el presente sentirse su periores a los que vivieron en el pasado. Alfred W. Crosby, historiador de la Universidad de

    Texas, seal que muchos de los investigadores que profesaron el error de Holmberg vivieron en una poca en la que las fuerzas motrices del pensamiento parecan obedecer a los gran des lderes de origen europeo, y en la que las socieda des blancas pa recan a punto de aplastar a las sociedades no blancas en todos los rin cones del mundo. A lo largo de todo el siglo xix y durante buena parte del xx, el nacionalismo mantuvo un ascenso permanente, al tiem po que los historiadores tendan a identificar la historia ms con la nacin que con las culturas, las religiones o las formas de vida. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial ense a Occidente que los no occidentales, en este caso los japoneses, eran capaces de introdu cir y experimentar v ertiginosos cambios en sus sociedades. La veloz desintegracin de los imperios coloniales europeos esclareci ms si cabe esta cuestin. Crosby comparaba los efectos de estos aconteci mientos sobre los expertos en

  • ciencias sociales con los que vivieron los astrnomos con el descubrimiento de que las ms tenues man chas que se vean entre las estrellas de la Va Lctea eran en reali dad galaxias muy remotas.

    Entretanto, las nuevas disciplinas y las nuevas tecnologas abrie ron las puertas a nuevas formas de examinar el pasado. As irrum pieron la demografa, la climatologa, la epidemiologa, la econo ma, la botnica y la palinologa (el anlisis del polen), as como la biologa molecular y evolutiva, las tcnicas de datacin mediante car bono 14, el mues treo de fragmentos de hielo, la fotografa por sat lite, y la tamizacin y anlisis del terreno, el anlisis gentico por mi crosatlite y los vuelos virtuales en tres dimensiones... todo un torrente de nuevas tcnicas y perspectivas. Y tan pronto como co menzaron a utilizarse, la idea de que los seres humanos que haban ocupado en solitario un tercio de la superficie de la Tierra apenas haban cambiado durante millares de aos comenz a resultar poco o nada verosmil. Es cierto que algunos investigadores han tratado de rebatir vigorosamente los nuevos hallazgos, que han tachado de exageraciones y desatinos. (Nos hemos limitado a reemplazar el mito antiguo [el de la Tierra asilvestrada e intacta] por uno nuevo se mof el gegrafo Thomas Vale : el mito del paisaje humanizado). Pero al cabo de varias dcadas de descubrimientos y debates, una nue va panormica de las Amricas y de sus habitantes originales ha co -menzado a emerger. La publicidad sigue conmemorando a los indios nmadas y eco lgicamente puros que emprendan a caballo la caza del bisonte en las Grandes Llanuras de Norteamrica, pero en tiempos de Coln la gran mayora de los nativos americanos residan al sur del Ro Gran de. No eran nmadas, sino que haban construido algunas de las ciu dades ms grandes y opulentas del mundo y vivan en ellas. Lejos de depender de la caza mayor, la mayora de los indios eran ganaderos y agricultores. Otros subsistan gracias al marisco y el pescado. En cuanto a los caballos, resulta que los caballos lleg aron de Europa. Con la sola excepcin de las llamas en los Andes, en el Hemisferio Occi dental no existan bestias de carga. Dicho de otro modo, las Amri cas eran un territorio inmensamente ms bullicioso, ajetreado, di verso y poblado de lo que los invest igadores haban supuesto con an terioridad. Y tambin era ms antiguo. LAS OTRAS REVOLUCIONES NEOLTICAS Durante gran parte del pasado siglo, los arquelogos crean que los indios haban llegado a las Amricas atravesando el estrecho de Bering hace ms o menos trece mil aos, al trmino de la ltima gla ciacin. Como las gruesas lminas de hielo encerraron enormes can tidades de agua, el nivel del mar en el mundo entero descendi unos noventa metros. El estrecho de Bering, escasamente profundo de por s, se convirti en un amplio y slido puente entre Siberia y Alas ka. En teora, los pueblos paleoindios, como se les ha llamado, se limitaron a cruzar a pie los ochenta y ocho kilmetros que hoy separan los dos continentes. C. Vance Haynes, arquelogo de la Uni versidad de Arizona, dio los toques definitivos a la hiptesis en 1964, cuando llam la atencin sobre el hecho de que exactamente en aquella poca esto es, hace unos trece mil aos , dos grandes l minas glaciares del noroeste de Canad se desgajaro n del continente, dejando entre ambas un corredor

  • practicable, no demasiado fro, li bre de hielos y banquisas. Los paleoindios podran haber pasado des de Alaska a las regiones menos inhspitas del sur a travs de ese ca nal sin tener que atravesar a pie la masa de hielo. Por esa

    poca, sta se haba extendido tres kilmetros al sur del estrecho de Bering y estaba casi desprovista de toda huella de vida. Sin el corredor libre de hielo propuesto por Haynes, es difcil imaginar que los seres hu manos hubier an podido desplazarse al sur. La combinacin del puen te de tierra con el corredor libre de hielo se ha producido una sola vez en los ltimos veinte mil aos, y tuvo una duracin de muy pocos siglos. Y todo esto aconteci antes de que emergiera la que era entonces la cultura ms antigua de la que se tiene noticia en las Am ricas, la cultura de Clovis, as llamada por la poblacin de Nuevo M xico en la que, por vez primera, se observaron sin ningn gnero de dudas sus rastros. La exposicin con que revist i Haynes su teora le dio la apariencia de ser algo a prueba de todo rebatimiento, tanto que relativamente pronto encontr eco en los libros de texto. Yo la aprend cuando estudiaba en el instituto. Lo mismo le sucedi a mi hijo, treinta aos ms tarde. En 1997, la teora se desbarat de forma brusca. Algunos de sus ms ardientes defensores, entre ellos el propio Haynes, reconocieron pblicamente que una excavacin arqueolgica llevada a cabo en el sur de Chile haba demostrado de manera inapelable la exi stencia de habitantes humanos en aquella regin hace ms de doce mil aos. Y puesto que aquellos pobladores habitaban a ms de once mil kilme tros al sur del estrecho de Bering, una distancia que cuando menos habra costado mucho tiempo recorrer, parece e vidente que casi con toda seguridad haban llegado all antes de que el corredor libre de hielo quedara abierto. (Sea como fuere, nuevas investigaciones han puesto en duda la existencia de ese corredor). Si se piensa en la prc tica imposibilidad de salvar los glaciares sin la existencia del corre -dor, algunos arquelogos han propuesto que los primeros poblado res de las Amricas tuvieron que llegar hace veinte mil aos, cuando el corredor de hielo era mucho ms angosto. E incluso antes: el ya cimiento arqu eolgico de Chile presentaba sugerentes evidencias de artefactos manufacturados hace ms de treinta mil aos. O tal vez se d el caso de que los primeros indios llegaron en embarcaciones, y no tuvieron necesidad del puente de tierra o es posible que llega ran por Australia, pasando por el Polo Sur. Nos hallamos en una si -tuacin de gran confusin me dijo el arquelogo Stuart Fiedel . Todo lo que dbamos por sabido es seguramente un craso error, aa di, exagerando un poco para causar mayor efecto. No se ha alcanzado un consenso, aunque es cada vez mayor el n mero de investigadores que creen que el Nuevo Mundo estuvo habi tado por un solo grupo, muy reducido, que cruz el estrecho de Be -ring, se atasc en Alaska y se disemin por el resto de las Amricas en dos o tres oleadas sucesivas y bien diferenciadas, siendo los antepa sados de la mayora de los indios modernos el segundo de estos gru pos. Los investigadores difieren en cuestiones de detalle: algunos cien tficos plantean la hiptesis de que en las A mricas se produjeron antes de la llegada de Coln hasta cinco oleadas sucesivas de asen -tamientos, la primera de las cuales datara de hace cincuenta mil aos, nada menos. En la mayor parte de las versiones, sin embargo, se con sidera que los indios llega ron en una fecha relativamente tarda.

  • A los activistas en favor de los indios les desagrada esta lnea de in vestigacin. No te puedes ni siquiera imaginar cuntos blancos han venido a decirme que "la ciencia" demuestra que los indios eran un hatajo de i ntrusos, me coment

    Vine Deloria Jr., experto en ciencias polticas de la Universidad de Colorado, en Boulder. Deloria es autor de muchos libros, entre ellos Red Earth, White Lies [Tierra roja, men tiras blancas], una crtica a fondo de la corriente dom inante en ar queologa. El ndice analtico del libro deja constancia, en lneas generales, de su contenido. En el apartado Ciencia encontramos las entradas corrupcin, fraude y..., explicaciones de los indios ig noradas por..., falta de pruebas de las teoras de..., el mito de la objetividad de..., racismo de..., etc. En opinin de Deloria, la ar queologa intenta sobre todo apaciguar la culpabilidad de los blan cos. Asegurar que los indios acabaron con otr as poblaciones es algo que encaja a pedir de boca en este plan. Si nosotros slo somos los ladrones que han robado las tierras a otros dijo Deloria , ellos siempre pueden protegerse y decir: "Pues bien, nosotros hicimos lo mismo. Todos aqu somos emigran tes, s o no?". La lgica moral de ese argumento que trae a colacin Deloria, se gn el cual todos somos emigrantes, es cuando menos dificil de analizar. Parece venir a decir que dos errores dan por resultado un acierto. Pero es que, por si fuera

    poco, no hay pruebas que demues tren que el primer error fuera realmente un error: no se sabe ab solutamente nada acerca de los contactos habidos entre las sucesivas oleadas de las migraciones paleoindias. En cualquier caso, el hecho de que la inmensa mayor a de los americanos nativos de hoy en da llegaran en primer o en segundo lugar es algo irrelevante de cara a la valoracin de sus logros culturales. En todas las suposiciones que cabe imaginar, salieron del continente euroasitico antes de que se tuviera la menor noticia de la Revolucin Neoltica. La Revolucin Neoltica constituye la invencin de las tcnicas agrarias y ganaderas, acontecimiento cuya relevancia no se puede pasar por alto. La trayectoria del ser humano escribi el histo riador Ronald Wr ight , se divide en dos: todo lo que hubo antes de la Revolucin Neoltica y todo lo que vino despus. sta tuvo su ori gen en Oriente Prximo, hace ms o menos once mil aos. En los milenios siguientes, la rueda y los utensilios de metal empezaron a util izarse en esa misma regin. Los sumerios amalgamaron ambas invenciones, aadieron a stas la escritura, y en el tercer milenio an tes de Cristo crearon la primera gran civilizacin. Desde entonces, todas las

    culturas europeas y asiticas, sin que importe l o dispares que puedan ser por su apariencia, se hallan a la sombra de la civili zacin sumeria. Los americanos nativos, que abandonaron Asia mu cho antes de que se iniciase la agricultura, se perdieron a la fuerza los grandes beneficios generados por esta tcnica. Tuvieron que ha cerlo todo por su cuenta, me coment Crosby. De manera sobre saliente, lo consiguieron. Los investigadores saben desde hace mucho que en Mesoamrica se produjo una segunda Revolucin Neoltica, independiente de la primera. El momento exacto en que tuvo lugar es incierto los ar quelogos la sitan cada vez ms y ms atrs , pero ahora se cree que se produjo hace ms o menos diez mil aos, esto es, no mucho des pus de la Revolucin Neoltica de Oriente Prximo. No obstante, en 2003, los arquelogos descubrieron antiguas semillas de calabazas cultivadas en la zona costera de Ecuador, al pie de los Andes, que

  • bien podran ser ms antiguas que cualquier otro resto agrcola de toda Mesoamrica, lo cual entraara que tuvo lugar una tercera Revolu cin Neoltica. Esta Revolucin Neoltica probablemente desembo c, entre otras

    muchas cosas, en el comienzo de las culturas del Beni. Los dos Neolticos americanos se extendieron con ms lentitud que su contrapartida en Eurasia, posiblement e porque en muchos luga res los indios no tuvieron tiempo para alcanzar la densidad de po blacin requerida, y posiblemente, tambin, por la extraordinaria na turaleza de la cosecha india ms destacada, el maz*. Los antecedentes del trigo, del arroz, del mijo y de la cebada re cuerdan de manera evidente a sus descendientes cultivados. Por ser comestibles y sumamente frtiles, es fcil imaginar cmo surgi la idea de plantar estas especies vegetales. El maz, en cambio, no pue de reproducirse por s solo, porque los granos estn envueltos bajo las prietas hojas que encierran la mazorca, de manera que los in dios tuvieron que desarrollar el maz a partir de alguna otra especie. Ahora bien, no existen especies silvestres que recuerden el maz. Su pariente gen tico ms prximo es una hierba de montaa que se lla -ma teocinte, y que a primera vista es completamente distinta; de en trada, las mazorcas son an ms pequeas que el maz enano que se sirve en los restaurantes chinos. Nadie se alimenta del teocinte, por que produce demasiado poco grano para que valga la pena cultivar - * En Estados Unidos y algunas partes de Europa se le llama corra. Prefiero utilizar maz [maizeen el original] porque el maz indio, multicolor y consumido sobre todo despus de su secado y molido, es asombrosamente distinto de la variedad de gra nos amarillos, dulces, uniformes, que por lo general evoca en Norteamrica el trmi no coro. En Gran Bretaa, coro tambin puede hacer referencia al cereal que se co secha de manera ms intensiva en una regin; por ejemplo, a la avena en Escocia se la denomina en ocasiones con este trmino. [En castellano la distincin no es relevan te. N. de los T.].. Al crear el maz moderno a partir de esa planta tan poco prome tedora, los indios llevaron a cabo una hazaa tan inverosmil que los arquelogos y los bilogos han pasado dcadas y an siguen discu tiendo acerca del modo en

    que se logr. Junto con las diversas va riedades de la calabaza, las alubias y los aguacates, el maz propor cion a Mesoamr ica una dieta equilibrada, seguramente ms nutritiva que la de sus equivalentes en Oriente Prximo o en Asia. (La agricultura andina, basada en las patatas .y los frijoles, y la agri -cultura amaznica, basada en la mandioca [cassava], tuvieron un im pacto amplio, aunque globalmente no fuese comparable al del maz). Pasaron ms o menos siete mil aos entre el primer albor del Ne oltico en Oriente Prximo y el establecimiento de la civilizacin su meria. Los indios recorrieron idntico camino en algo menos ( aun que los datos son excesivamente precarios para tratar de ser ms precisos). La palma deben llevrsela sin lugar a dudas los olmecas, la primera cultura tecnolgicamente compleja del hemisferio. Tras aparecer en la parte ms estrecha de la cintura de Mxico en tor no al ao 1800 a.C., dieron en vivir

  • en ciudades y poblaciones cons truidas en torno a montculos donde levantaban sus templos. En tor no a ellos se vean colosales cabezas masculinas, de piedra, muchas de ellas de un metro ochenta de alto, o ms,

    con unos tocados pare cidos a los cascos, el ceo perpetuamente fruncido y rasgos un tan to africanos, detalle este ltimo que ha dado lugar a ciertas especu laciones en torno a que la cultura olmeca estuviera inspirada en viajeros llegados de frica . Los olmecas no fueron sino la primera de las muchas sociedades que surgieron en Mesoamrica a lo largo de esta poca. La mayora profesaba religiones que se basaban en los sacrificios humanos, siniestras a tenor de los criterios actuales, pero sus logros econmicos y cientficos fueron sin duda brillantes. In ventaron una docena de sistemas de escritura diferentes, estable cieron redes comerciales muy extensas, registraron las rbitas de los planetas, crearon un calendario de 365 das al ao (mucho ms exacto que los que entonces existan en Europa), y registraban su propia historia en libros plegados como los acordeones, sobre hojas de corteza de higuera. Es posible que su mayor hazaa intelectual fuese la invencin del cero. En su clsica historia t itulada Number: The Language of Science [El nmero: el lenguaje de la ciencia], el matemtico Tobias Dant zig afirm que el

    descubrimiento del cero fue uno de los mayores logros de la humanidad, un momento decisivo en las matemti cas, la ciencia y la tecnologa. El primer indicio, an en susurros, que se tiene del cero en Oriente Prximo se produjo en torno al ao 600 a.C. Al sumar las cifras, los babilonios las disponan en columnas, como aprenden hoy a hacer los nios. Para distinguir entre sus equi valentes del 11 y del 101, colocaban dos seales triangulares entre los dgitos, 1,11, para entendernos. (Como el sistema matemtico de los babilonios era sexagesimal y no decimal, el ejemplo es correcto slo en principio). Curiosamente, sin embargo, no empleaban el sm bolo para distinguir entre sus versiones del 1, el 10, y el 1001. Tam poco saban los babilonios sumar ni restar con el cero, ni menos an emplear el cero para entrar en el reino de los nmeros negativos. Los matemticos snscritos emplear on el cero por primera vez, en el sen tido contemporneo esto es, en tanto cifra, no tan slo a la dere cha de una cantidad en algn momento de los primeros siglos de nuestra era. En Europa, el cero no aparece hasta el siglo xII. Los go -biernos europeos y el Vaticano se resistieron al cero, a ese algo que representaba la pura nada, por considerarlo forneo y en modo al guno

    cristiano. Entretanto, el primer cero del que se tiene constan cia en las Amricas aparece en un bajorrelieve maya d el ao 357 de nuestra era, posiblemente anterior al snscrito. Y hay monumentos anteriores al nacimiento de Cristo en los que no aparecen los ceros, pero s las fechas segn un sistema de calendario que se basa en la existencia del cero. Significa esto qu e los mayas estuvieran ms avanzados que sus se mejantes por ejemplo de Europa? Los cientficos sociales suelen tor cer el gesto ante esta pregunta, y no les faltan razones. Los olmecas, los mayas y otras sociedades mesoamericanas fueron pioneros mun diale s en las matemticas y la astronoma, pero no empleaban la rue da. Podr parecer asombroso: haban descubierto la rueda, pero no la empleaban nada ms que para los juguetes infantiles. Quie nes quieran encontrar una historia de superioridad cultural, la en contrarn en el cero; quienes busquen un fracaso, lo

  • encontrarn en la rueda. Ninguna de las dos lneas argumentales sirve de gran cosa. Lo ms importante es que en el ao 1000 d.C. los indios haban am -pliado las revoluciones neolticas hasta el punto de crear una pano plia de

    civilizaciones diversas por todo el hemisferio. Quinientos aos despus, cuando Coln se adentr en aguas del Caribe, los descendientes de las distintas revoluciones neolticas que en el mundo fueron se encontraron en una colisin q ue tuvo con secuencias terribles para todos. UNA VISITA GUIADA Imaginemos, por un momento, un viaje imposible: tomamos un avin y despegamos del este de Bolivia, como fue mi caso, pero esta mos en el ao 1000 d.C., y realizamos un vuelo de reconocimiento a lo largo de todo el Hemisferio Occidental. Qu sera visible desde las ventanillas del aparato? Hace cincuenta aos, la mayor parte de los historiadores habran dado una respuesta muy simp le a esta pre gunta: dos continentes absolutamente asilvestrados, poblados muy escasamente por bandas dispersas cuyo modo de vida apenas ha bra cambiado nada desde la ltima glaciacin. Las nicas excepcio nes seran Mxico y Per, donde los mayas y los a ncestros de los incas avanzaban casi a rastras hacia los comienzos de la Civilizacin. Hoy, la idea que tenemos es completamente distinta en casi todos los sentidos. Imaginemos que ese avin del primer milenio vuela ha cia el oeste, desde los pramos del B eni a las cumbres de los Andes. Nada ms iniciar el trayecto, se encuentran los caminos elevados y los canales que se ven actualmente, con la peculiaridad de que estn en perfectas condiciones y repletos de gente. (Hace cincuenta aos, esos trabajos de pre paracin del terreno realizados en tiempos prehis tricos eran casi del todo desconocidos incluso para quienes vivan en las inmediaciones). Al cabo de poco ms de ciento cincuenta ki lmetros, el avin gana altura para salvar las montaas, y la panor mica de la historia vuelve a cambiar. Hasta hace relativamente poco, los investigadores habran dicho que las tierras altas, en el ao 1000, estaban ocupadas por pequeas localidades muy diseminadas, y que slo haba dos o tres grandes ciudades con slidas construcciones de piedra. Las ms recientes investigaciones arqueolgicas han servi do para revelar que en esta poca en los Andes existan dos estados en la montaa, cada uno de ellos mucho ms extenso de lo que pre viamente se supona. El estado ms cer cano al Beni tena su centro en torno al lago Titi caca, una masa de agua andina de 180 kilmetros de longitud, a ca ballo entre la frontera de Per y Bolivia. La mayor parte de esta regin se encuentra a una altitud de 3.600 metros, tal vez ms. Los veran os son cortos, los inviernos lgicamente largos. Esta tierra desolada, glida, como escribi el aventurero Victor von Hagen, era a todas luces el l timo lugar en el que uno podra dar por hecho que se hubiera desa rrollado una cultura. Lo cierto es qu e el lago y sus alrededores son re lativamente templados, y que la tierra circundante est menos expuesta y son ms heladas que las zonas altas que la rodean. Aprovechndose de ese a ms o menos benigno, la poblacin de Tiahuanaco, uno de los asentamientos que han existido alrededor del lago, comenz florecer despus del ao 800 a.C. con el drenaje de los humedales 'fue flanqueaban los ros que iban a dar al largo, casi todos proceden -

  • ledel sur. Mil aos despus, la poblacin haba crecido has ta el pun - : de ser sede de un extenso sistema de gobierno, una suerte de ciu dad-estado, tambin llamado Tiahuanaco.

    Al ser no tanto un estado centralizado como un conjunto de ayun tamientos unidos por la gida religioso -cultural del centro de los mis mos, Tiahuanaco se benefici de las diferencias ecolgicas extremas que tienen lugar entre la

    costa del Pacfico, las montaas escarpadas y el altiplano, y lleg a crear una tupida red de intercambios: pesca do del mar; llamas del altiplano, y frutas, verduras y cereales de los campos que rodeaban el lago. Gracias a la acumulacin de la rique za, la ciudad de Tiahuanaco lleg a ser una maravilla de pirmides en terrazas y grandes monumentos. Los muelles y diques de piedra se adentraban en las aguas del lago Titicaca, y a sus costados se apia ban las barcas de alta proa, hechas de caas y juncos. Dotada de agua corriente, de una red de alcantarillas cerrada, de paredes pintadas de colores chillones, Tiahuanaco lleg a contarse entre las ciudades ms impresionantes del mundo. Alan L. Kolata, arquelogo de la Universidad de Chicago, reali z sucesivas excavaciones en Tiahuanaco durante los aos ochenta y a comienzos de los noventa. Ha escrito que alrededor del ao 1000 la ciudad tena una

  • poblacin de u nos 115.000 habitantes, junto con otro cuarto de milln en los campos circundantes. Son cifras que Pa rs, por ejemplo, tardara todava cinco siglos en alcanzar. La com paracin no parece un disparate. En aquel

    entonces, el territorio que ocupaba el puebl o Tiahuanaco tena ms o menos el tamao de la Francia actual. Otros investigadores creen que esta estimacin de la poblacin es demasiado elevada. Es ms probable que fueran vein te o treinta mil en la ciudad, segn Nicole Couture, arqueloga de la Univer sidad de Chicago que contribuy a editar la publicacin de finitiva de la obra de Kolata en 2003. Y, en su opinin, el nmero de pobladores de los campos circundantes sera similar. Cul de los dos planteamientos es el correcto? Si bien Couture se mostrab a plenamente segura de sus estimaciones, afirm que tendra que pasar an otra dcada hasta que se pudiera zanjar el asunto. Sea como fuere, el nmero exacto no afecta a lo que ella considera el punto crucial de la cuestin. Construir una ciudad tan gra nde en un lugar como ste es algo realmente inslito dijo . Me doy per fecta cuenta cada vez que vuelvo all. Al norte y al oeste de Tiahuanaco, en lo que hoy es el sur de Per, se encontraba el estado rival de Huari, que abarcaba por entonces ms de mil quinientos kilmetros por la columna vertebral de la cordi llera andina. Organizados de manera ms frrea, y con una menta lidad militar mayor que la de Tiahuanaco, los gobernadores de Huari idearon una especie de fortalezas que construyeron con arreglo a un mismo patrn y distribuyeron a lo largo de sus fronteras. La capital, llamada tambin Huari, se encontraba a gran altura, cerca de la mo derna ciudad de Ayacucho. Con una poblacin tal vez cercana a los setenta mil habitantes, Huari era un denso laberi nto, lleno de calle juelas, con templos amurallados, patios ocultos, tumbas reales y edi ficios de viviendas de hasta seis plantas de altura. La mayora de los edificios estaban recubiertos de yeso blanco, con lo cual la ciudad res plandeca al sol de las montaas. En el ao 1000 d. C., fecha de nuestro imaginario vuelo de recono cimiento, ambas sociedades se hallaban aquejadas por una sucesin de terribles sequas. Es posible que ochenta aos antes las tormentas de arena hubieran asolado los altiplanos y e nnegrecido los glaciares de las cumbres. (Las prospecciones de hielo de los aos noventa ha cen pensar en esta posibilidad). Se produjo despus una larga serie de sequas prolongadas, muchas de ms de una dcada de duracin, punteadas por tremendas inundac iones. (Los sedimentos y los ani llos de los rboles describen bien esta secuencia). La causa del de -sastre todava est por ver, pero algunos meteorlogos creen que el Pacfico est sujeto a azotes mega -Nio, potentsimas y asesinas ver siones del patr n de conducta de El Nio, de sobra conocido, que causa no pocos destrozos en la climatologa del continente ameri cano a da de hoy. Aquellos mega -Nios se produjeron cada pocos siglos entre los aos 200y 1600 d.C. En 1925 y 1926, un El Nio bas tante potente, sin llegar a ser un mega -Nio, sino slo uno mayor que de costumbre, arras la Amazonia con tales olas de calor que los fue gos declarados espontneamente, repentinos, acabaron con la vida de cientos, tal vez miles de personas en la jungla. Se sec aron los ros, se alfombraron los lechos de peces muertos. En el siglo xi, posible mente un mega-Nio provocara las sequas de aquellos aos. Sea cual fuere la causa de este trastorno climatolgico, lo cierto es que puso seriamente a prueba a las sociedades de Huari y de Tiahuanaco.

  • En este punto conviene ser precavido. Europa sufri una pequea glaciacin de fro extremo entre los siglos xtv y xtx, aunque los his toriadores rara vez atribuyen el ascenso y cada de los estados euro peos durante e se periodo a los

    cambios climticos. Fueron los in viernos atroces los que impulsaron a los vikingos a salir de Groenlandia, y esos mismos inviernos fueron responsables de las pobres cosechas que exacerbaron las tensiones en la Europa continental, a pesar de lo cual pocos afirmaran que aquella pequea glaciacin fue la causa de la Reforma. Del mismo modo, los mega -Nios no fueron sino una ms de las muchas presiones que sufrieron las civilizaciones andinas de la poca, presiones a las que al fin y a la po stre ni Huari ni Tiahuanaco supieron sobrevivir por medio de sus recursos polticos. Poco despus del ao 1000, el estado de Tiahuanaco se desintegr en fragmentos que no volveran a unirse hasta pasados cuatro siglos, cuando los incas los absorbieron. T ambin cay Huari. Ocup su lu gar, y tal vez es posible que propiciara su derrocamiento, un estado llamado Chimor, que lleg a controlar un imperio que se extenda por todo el centro de Per hasta ser tambin asimilado por los incas. Historias de este est ilo, recin descubiertas, aparecen prctica mente por todas las Amricas. Pongamos con nuestro avin rumbo al norte, hacia Centroamrica y el sur de Mxico, para adentrarnos en la pennsula del Yucatn, cuna y patria de los mayas. Hace cuarenta aos que so n bien conocidas las ruinas mayas, desde luego, pero en tre ellas tambin se han descubierto muchas novedades. Parmonos a considerar Calakmul, las ruinas que Peter Menzel y yo visitamos a co mienzos de los aos ochenta. Apenas excavadas una vez que se pro dujo su descubrimiento, cuando nosotros llegamos, las ruinas de Ca lakmul estaban cubiertas casi del todo por una vegetacin reseca, espinosa, que formaba una inmensa maraa de pas y cubra sus dos enormes pirmides. Cuando Peter y yo hablamos con Willia m J. Folan, de la Universidad Autnoma de Campeche, que entonces comenza ba a trabajar en el yacimiento de la ciudad, nos aconsej que ni siquiera intentsemos llegar a las ruinas a menos que pudiramos alquilar un camin de gran tonelaje, y que no se nos ocurriese ir, ni siquiera con el camin, en caso de que hubiera llovido. Nuestra visita a Calakmul no nos llev a pensar que los consejos de Folan fueran un desatino. Los r boles envolvan los inmensos edificios, y las races desencajaban len tamente las paredes de roca caliza. Peter fotografi un monumento de metro y medio o dos metros de altura, que abrazaban por comple to las races como si fueran boas constrictor. Tan abrumadora era la presencia de la selva tropical que yo llegu a pensar que la histor ia de Calakmul quedara para siempre sumida en lo desconocido. Por fortuna, estaba en un error. A comienzos de los aos noventa, el equipo de Folan haba llegado a saber que ese lugar, olvidado des de haca mucho tiempo, abarcaba como mnimo cuarenta kilm etros cuadrados y contaba con miles de edificios y docenas de panta nos y canales. Era la ms grande de las ciudades estado de los mayas que jams se hubiera visto. Los investigadores desbrozaron y foto grafiaron los ms de cien monumentos que se conservan , y lo hicie ron justo a tiempo, pues los palegrafos (expertos en escritura anti gua) haban descifrado entretanto los jeroglficos mayas. En 1994 identificaron el antiguo nombre de la ciudad estado: Kaan, el Rei no de la Serpiente. Seis aos despus se descubri que Kaan fue el epicentro de una

  • guerra devastadora que convulsion todo el im perio maya durante ms de un siglo. YKaan no es sino una ms entre la docena larga de ciudades mayas que se han investigado en las lti mas dcadas por vez primera.

    El territorio maya, una coleccin de unas sesenta ciudades y rei nos que formaban una compleja red de alianzas y de enfrentamien tos tan enmaraada como la Alemania del siglo )(vil, fue sede de una de las culturas int electualmente ms sofisticadas del mundo. Un si glo antes de nuestro imaginario vuelo de reconocimiento, sin em bargo, el corazn de la tierra de los mayas ingres en una especie de Edad Oscura. Muchas de las ciudades ms grandes se vaciaron, al igual que buena parte de los campos circundantes. Por increble que sea, parte de las inscripciones de la ltima poca son pura jerigonza, como si los escribas hubieran olvidado el conocimiento del arte de la escritura y se hubieran visto reducidos a la imitacin s in sentido de lo que hicieron sus ancestros. Por la poca de nuestro vuelo sobre estas tierras, la mitad, o tal vez ms, de lo que haba sido la tierra floreciente de los mayas estaba ya abandonada. Algunos expertos en ciencias naturales atribuyen este hun dimiento, prximo en el tiempo al desplome de Huari y Tiahuanaco, a una se qua de enormes proporciones. Los mayas, millones de habitantes apretados en una tierra poco apta para el cultivo intensivo, estaban peligrosamente a punto de rebasar la capacidad m xima de sus eco sistemas. La sequa, causada casi con toda seguridad por un mega Nio, bast para que aquellas sociedades, que vivan tan cerca del bor de del acantilado, tuvieran que saltar al abismo. En semejantes hiptesis resuenan con fuerza ciertos temores eco lgicos contemporneos, lo cual contribuye a que sean populares fue ra del medio acadmico. En ste, el escepticismo es ms corriente. Los registros arqueolgicos muestran que el sur de Yucatn fue abando nado del todo, mientras que las ciudade s mayas del norte de la pe nnsula siguieron desarrollndose e incluso crecieron. De un modo harto peculiar, la tierra abandonada era la ms hmeda, con sus ros, lagos, bosques pluviales, por lo cual tendra que haber sido el sitio ms indicado para esper ar a que remitiera la sequa. A la inversa, el nor te del Yucatn era seco y rocoso. Es dificil imaginar por qu la pobla cin huy de la sequa a zonas que seguramente eran las ms secas. Yel resto de Mesoamrica? Segn seguimos el vuelo con rumbo al norte, vale la pena mirar al oeste, a las colinas que hoy se encuen tran en los estados mexicanos de Oaxaca y Guerrero. Aqu se en cuentran las pendencieras y divididas ciudades estado de los mixte cas, que finalmente engullirn a los zapotecas instalados en el altiplano, en la ciudad de Monte Albn, sus rivales desde antiguo. Ms al norte se hallan los toltecas, en rpida y violenta expansin de su imperio, que ensanchan en todas direcciones a partir de una cuenca de pro fundidad considerable que hoy alber ga la Ciudad de Mxico. Como suele suceder, el rpido xito militar de los toltecas conduce a las luchas polticas. Una pugna de dimensiones shakespearianas, rema tada con acusaciones de embriaguez y de incesto, oblig a abando nar el trono a un rey longev o, Topiltzin Quetzalcoatl, probablemen te en el ao 987. Huy junto con sus numerosos leales, por barco, a la pennsula de Yucatn, aunque jur regresar. En la poca de nues tro viaje por avin, Quetzalcoatl por lo visto haba conquistado la ciu dad maya d e Chichn Itz y ya haba emprendido su reconstruccin segn el

  • modelo tolteca. (Prominentes arquelogos muestran desa cuerdos entre s respecto a estos acontecimientos, pero los murales y las placas grabadas de Chichn Itz, que representan un ejrcito to lteca en el acto de destruir de

    forma cruel y sangrienta a un ejrcito maya, difcilmente se pueden descartar). Sigamos rumbo a lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos, sobrepasando las explotaciones ganaderas del desierto y las cuevas habitadas en lo s montes, hacia la zona de las sociedades del Misisipi, en el Medio Oeste. No hace mucho, los arquelogos provistos de nue vas tcnicas han sacado a la luz la tragedia de Cahokia, cerca de la mo derna ciudad de San Luis, que en su da fue la mayor localida d al nor te del Ro Grande. Su construccin comenz hacia el ao 1000 d.C. sobre una estructura de tierra que a la sazn terminara por abar car una seis hectreas, elevndose a una altura de treinta metros, muy por encima de cualquier otra elevacin en mu chos kilmetros a la re donda. En lo alto del montculo se encontraba el templo consagrado a los reyes divinos, encargados de que la climatologa fuese favorable a la agricultura. Como si se tratara de darles la razn, los maizales se ondulaban al viento c asi hasta donde la vista alcanzaba. A pesar de esta prueba concluyente de su podero, los gobernadores de Caho kia estaban buscndose ellos mismos serias complicaciones. Al es quilmar los bosques situados ro arriba para aprovechar la lea, con duciendo los troncos por el ro hasta la ciudad, estaban desprote giendo el terreno e incrementando la probabilidad de que las inun daciones fueran catastrficas. Cuando stas se produjeron, los reyes que se haban ganado la legitimidad afirmando su control sobre el clima iban a tener que hacer frente a las colricas interrogaciones de sus sbditos. Sigamos ms al norte, hacia la tierra menos populosa, territorio de los cazadores y los recolectores. Retratados en infinidad de libros de historia de Estados Unidos y en l os westerns de Hollywood, los indios de las Grandes Llanuras son los ms conocidos para los no expertos en la materia. En trminos puramente demogrficos, vivan en tierra de nadie, en zonas lejanas y poco pobladas. Su vida distaba tanto de la de los seor es de Huari o los jefes toltecas como la de los nmadas de Siberia de la aristocracia de Pekn. En lo material, sus culturas tam bin eran ms sencillas: carecan de escritura, no construyeron plazas de piedra ni templos impresionantes, aunque los grupos de la Llanu ras s dejaron unos cincuenta anillos de piedra que recuerdan Sto -

    nehenge. La relativa carencia de bienes materiales ha llevado a mu chos a considerar que estos grupos ejemplifican una tica consistente en vivir sin dejar huella en la tierra. Es posible, pero Norteamrica era una regin afanosa y habladora. Hacia el ao 1000, se haban trabado relaciones comerciales entre todo el continente desde un millar de aos antes; la madreperla del golfo de Mxico se ha encontrado en Manitoba, y el cobre del lago Superior en Luisiana. Renunciando por completo a la ruta norte, podramos enfilar el avin imaginario hacia el este desde el Beni, rumbo a la desembo cadura del Amazonas. Nada ms dejar atrs el Ben nos habramos encontrado, en lo que hoy es el e stado brasileo de Acre, al nores te, otra sociedad con fuerte implantacin: una red de pequeas al deas asociadas tambin con trabajos de preparacin del terreno, slo que circulares y cuadrados, de formas muy

  • distintas a los encontra dos en el Beni. Meno s an se sabe de estos pueblos; los restos de sus aldeas se descubrieron slo en 2003, despus de que los rancheros talaran los bosques tropicales que los cubran. Segn los arquelogos

    finlandeses que los describieron por vez primera, es evidente que eran muy comunes en las tierras bajas de la Amazonia densidades de poblacin relativamente altas. De este modo, los finlandeses re sumen